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All content following this page was uploaded by Inmaculada Jauregui Balenciaga on 12 December 2020.
«HÁBLAME
SIEMPRE
CON
LA
VERDAD.
TAL
VEZ
NO
ME
GUSTE
SABERLA
O
NO
SEPA
CÓMO
MANEJARLA,
PERO
DÉJAME
SER
YO
QUIEN
DECIDA
QUÉ
HACER
CON
ELLA»
(ALBERT
ESPINOLA
FONT).
CUADRO CLÍNICO
«Cada vez que narro mi historia me pregunto si he sanado o no. Ya casi no la cuento
[…]. Al principio, no quería hablar del tema, para no volver a vivir esa época tan
dolorosa, tan tormentosa. Llegué a sentir que no iba a poder salir de ella. No paraba
de llorar, no podía comer. Adelgacé como seis kilos. No podía estar sola en casa. No
me sentía capaz. No tenía lo que necesitaba. La incertidumbre era total. Tenía mucha
rabia. Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación. Me
preguntaba, ¿cómo es este hombre del que me enamoré, con quien me casé […], el que
por ningún motivo negociaba los valores que me prometió, el que juró que iba a ser
distinto a su papá, podía estar haciendo lo mismo? La confusión fue total. Fue como un
golpe por la espalda. Sentía que nada de lo que estaba pasando era cierto […]. Mi vida
se me convirtió en un círculo, negación, rabia; volvía la negación, volvía la rabia con
una tristeza profunda. No podía dormir, el sueño se me alteró, mis ciclos normales se
saltaron como un interruptor. Si dormía tres horas, me levantaba mil veces […], daba
vueltas sin salida, sin soluciones, esperaba hasta que saliera el sol. Un hueco negro,
muy negro […]. Estaba como muerta, pero muerta en la incertidumbre, en el dolor. El
1
Este capítulo fue publicado como artículo en la revista EPSYS en 2017.
sueño por el que había luchado se esfumó. El sueño de la familia por el que me había
sacrificado» (Jaramillo, 2014, p. 80).
«Y me sentí devastado. Era como si todo mi mundo hubiera desparecido. Tenía miedo
de todo. Miedo de perderla […]. Lo que hice fue acostarme en mi casa y llorar, solo me
salía eso. Llorar y llorar por todo. Angustia, agobio, no entender nada…, la más
absoluta desesperación […]. Estaba lleno de incertidumbre […]. Eran una constante la
angustia y el agobio. Miedo a lo que iba a ser de mi vida. Una terrible soledad […].
Trataba de controlarlo todo […] y ya no podía, ya me superaba hasta lo más mínimo
[…]. Sentí que de nuevo tenía que sobrevivir a aquello… y trataba de darle una
explicación a lo que había ocurrido. Trataba de contestarme respuestas. Trataba de
buscar también mi parte de responsabilidad, pero era una guerra constante, una
angustia constante. Hubo épocas que no quería saber nada de nada ni de nadie. Era
como si no quisiera sentir. Quería evadirme de todo. No sabe de nada y me relacionaba
con gente totalmente diferente de mi entorno, gente […] que no me conociera de nada
[…]. Aún hoy sé que no soy el mismo de antes. Que no me relaciono con las personas
de la misma forma».
En Freud, si bien el concepto de trauma tuvo sus puntos de inflexión, el autor lo define
como una invasión disruptiva del psiquismo con la consecuente ruptura de las defensas,
dejando al aparato psíquico en el desamparo, paralizando la capacidad de respuesta del
sujeto, generando un tipo particular de angustia (Freud, 1990). El aparato psíquico no es
capaz de construir un sentido, de elaborar simbólicamente una representación de los
afectos por desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica
hacia un funcionamiento más primitivo, menos integrado. En otras palabras, en el
trauma se produce un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del
sujeto, de tal forma que acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan
forma a trastornos de diversa índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El
sujeto se vuelve prisionero de emociones descontroladas, perdiendo la capacidad de
enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve desconocido para sí mismo. Aparecen
emociones que antes nunca había albergado como la ira, la rabia, el odio. Puede llegar
incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse.
Dado que no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, resulta difícil catalogar
un suceso como traumático de manera generalizada o global. No obstante, las secuelas
psicológicas de la infidelidad por parte de la persona que la vive en tanto que la sufre
pasivamente —particularmente si la relación es de larga duración— suelen ser de tal
magnitud que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para
muchas personas, siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la
conceptualización de tal diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011). En el caso que nos ocupa,
la consideración de la infidelidad como evento traumático parte fundamentalmente de
las secuelas que dicho acontecimiento acarrea en sus víctimas, así como de la dificultad
para «superarlo».
2
«It is the subjective experience of the objective events that constitutes the trauma...The
more you believe you are endangered, the more traumatized you will
be...Psychologically, the bottom line of trauma is overwhelming emotion and a feeling
of utter helplessness. There may or may not be bodily injury, but psychological trauma
is coupled with physiological upheaval that plays a leading role in the long-range
effects».
SINTOMATOLOGÍA
Estado de Shock
«Fue como una sacudida […]. Exacto, como una pesadilla. ¿Estoy dormida o estoy
despierta? La conmoción fue tan rápida que la mente no podía comprender, no sabía si
estaba pasando, si era real o imaginario, si era como una película o si me lo había
inventado. No sé cuántos días pasé así. No me ubicaba, quería despertarme» (Jaramillo,
2014, p. 95).
Uno de los primeros síntomas que se relata es la paralización, el bloqueo. Se produce
una especie de inmovilidad, de parálisis, que se refleja tanto a nivel físico como
psicológico. A nivel físico se corta la respiración, el cuerpo tiembla, la boca se seca, hay
sensaciones de desmayo, tensión. A nivel psicológico se aglutinan muchas emociones
en un mismo momento, posiblemente de ahí la parálisis o el bloqueo en la acción. La
persona como que no reacciona; vive como una especie de muerte interior, un desgarro.
No puede creer qué le está sucediendo. Asustada, no sabe qué hacer ni a quién llamar.
La mente se queda en blanco. Como si estuviera en una película o en un sueño. Está
pero no está. Este estado se diagnostica comúnmente como reacción a un estrés agudo,
destacando síntomas como adormecimiento, desprendimiento, mutismo, desrrealización,
despersonalización. Continúan viviendo el evento traumático en forma de pensamientos,
sueños, regresiones. En breve aparecen síntomas de ansiedad o crisis de angustia y
empieza todo un deterioro personal, social y laboral.
Negación
«Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación» (Jaramillo, 2014, p.
80).
Angustia
«[…] me empezó a temblar el cuerpo, no podía parar de temblar, eso me asustaba aún
más. El pecho se me apretaba y me costaba trabajo respirar. Eran tan nuevas esas
sensaciones que me angustiaba aún más sentirlas» (Jaramillo, 2014, p. 95).
La angustia parece ser una de las formas de expresión del sufrimiento (Kierkegaard,
1949). La sensación de amenaza ante una pérdida inminente es brutal. La angustia, a
nivel psicológico, es una reacción ante una situación peligrosa. Una señal de alarma
(Freud, 1983).
La angustia tiene que ver con el tiempo (Grön, 1995). Esta dimensión se hace patente en
la persona víctima de la infidelidad por el hecho de vivir atrapada entre el pasado y el
futuro. La angustia, esa reflexión en el que el futuro se ve como pasado. Y el pasado
también como futuro. No hay salida. Por eso la sensación de angostura, esa visión
estrecha en la que se siente atrapada.
La angustia tiene otras connotaciones como esa inquietud ante la posibilidad que trae la
nueva libertad (García, 1989). Y efectivamente, tras muchos años de relación la libertad
puede asustar. Fromm (2000), en este sentido, hablará del miedo a la libertad. La
separación aporta una libertad. Sí. Pero no elegida a priori.
La angustia tiene también que ver con la soledad, una soledad en el sentido de
aislamiento. La persona víctima de infidelidad despierta de la inocencia; ha sido
expulsada del jardín del Edén donde se sentía confortable, cómoda. Estaba completa.
Ahora se siente incompleta. Y la angustia que siente es porque se ve confrontada y
enfrentada a la soledad de su individualidad. Una individualidad que se hace consciente,
que se piensa por primera vez, posiblemente en mucho tiempo. Antes era una pareja y
ahora vuelve a su ser individual, libre, aunque rota, abandonada, desamparada. La
angustia parece ser el reflejo del aislamiento que sufre la persona víctima de
infidelidad…; aislamiento derivado de la pérdida; aislamiento de retirarse del mundo.
Es la vuelta a sí mismo…, el retorno. El bucle melancólico (Juaristi, 1997). No hay
punto de referencia al que agarrarse. La persona se ha perdido a sí misma y de sí misma,
ha perdido al mundo y se ha perdido del mundo.
La angustia presagia un cambio brusco, un salto al vacío, a la nada. Nos habla y anuncia
la caída. Un despertar tras una época de estar adormilada, tranquila, en seguridad. «La
angustia nos abre a la nada» (Ferrer, 2013, p. 58). Desestabiliza. Es como perder el
suelo que sujeta. Es el sentimiento concomitante a la pérdida del fundamento, del
sentido, de la razón. No hay palabras. El lenguaje se hace imposible. Solo queda el
silencio.
Lo que parece quedar claro en la clínica es que la infidelidad representa un peligro que
emite una fuerte señal de alarma. La infidelidad se vivencia como una amenaza real:
pone ante la tesitura de dejar de ser pareja y volver a un estado de celibato, de soltería;
un estado castigado, por otra parte, por nuestra sociedad. En la infidelidad se junta la
angustia tanto por la amenaza ante la pérdida como por el abandono, por la soledad. Es
una angustia por despertar de un cierto estado infantil e ingenuo de confianza ciega.
Aunque la pareja no muera ya no será la misma. Hay una ruptura, una quiebra. La
angustia es la señal de lo real, nos dirá Lacan (2006). La realidad en este caso es la
caída, la pérdida. Y ahora ¿qué va a pasar? De alguna manera, la persona víctima de
infidelidad a veces se sitúa en una posición de espera del otro, a quien desea por
supuesto. ¿Me va a abandonar? ¿Va a dejar a la otra persona? Esta es la tesitura
angustiante. Espera y expectativa angustiante, que diría Freud (1983).
«La angustia aparece ante la impotencia para deshacer lo hecho» (Castilla del Pino,
1981, p. 59). La persona traicionada quisiera que lo que ha ocurrido desapareciera;
deshacer, borrar.
Culpa
«La culpa es una carga tan grande, la trabajé con el terapeuta» (Jaramillo, 2014, p. 81).
La culpa tiene que ver con la falta (Thalman, 2008). La persona víctima de infidelidad
cree haber cometido una terrible falta. Piensa haber actuado mal. Supone haber
incumplido una norma (ibíd.). Ese es el pensamiento que muchas personas creen
firmemente y les atormenta cuando acuden a consulta. Algunas piensan que hay algo en
ellas profundamente malo: «[…] y sentimiento de que uno tiene algo malo y que es
culpable» (Jaramillo, 2014, p. 79). Están invadidas por pensamientos y sensaciones
concomitantes de lo que se ha hecho o no se ha hecho, de lo que ha podido ser la causa
de que la pareja la abandonara, y además por otra. La persona tiende a culpabilizarse de
la infidelidad del otro. Se hace responsable del acto de otra persona. Entra en un
profundo sentimiento de falta o falla. Algo ha hecho o no ha hecho que ha causado la
infidelidad. «La víctima […] con frecuencia tiende a echarse la culpa» (ibíd., p. 55). Y
esta vivencia subjetiva de la culpa «modifica la totalidad de la vida psíquica en su
conjunto» (Castilla del Pino, 1981, p 62).
La culpa hace emerger a la superficie todos los defectos por los cuales una persona
puede ser rechazada: la gordura, la menopausia, la falta de deseo, las discusiones. La
culpa en definitiva nos pone delante de la falta, del fallo. ¿Qué se ha hecho mal? ¿Cuál
ha sido el error? Así se dedican a buscar en el pasado qué hicieron o dejaron de hacer,
qué pudo desencadenar la infidelidad, pero todo esto será en vano. La persona que sufre
la infidelidad ha sido desaprobada. Emerge el sentimiento —un tanto patológico en
algunos casos— de no haber sido suficientemente buena persona, lo que está muy
próximo al sentimiento de inferioridad, que es el que se desarrolla frente a la persona
rival o amante. En otros casos, la rivalidad —a veces en sus formas más violentas—
aparece. La competitividad hace estragos. Para lo cual la irracional y mítica creencia de
«Buscar fuera lo que no se tiene en casa» no ayuda.
«Un dolor en el corazón que no se puede explicar […], en una época la tembladera se
incrementó. No me conocía, era un extraña para mí misma; ataques de pánico […], el
corazón duele físicamente; es como si uno tuviera un hueso roto. Es como si alguien te
apretara el corazón; te lo extirparan» (Jaramillo, 2014, p. 97).
Todos estos síntomas —de una u otra manera— los vemos en personas víctimas de
infidelidad. Su salud física además de mental se resiente, entre otras razones por la
persistencia de los síntomas a lo largo del tiempo.
3
Preocupación excesiva, anormal, por algún defecto físico real o imaginario.
«La ira y la furia fueron totales. Pensé en […] vengarme. No se cómo me contuve»
(Jaramillo, 2014, p. 87).
La persona infiel ya no parece ser la misma persona. Hay una metamorfosis, una
personalidad desconocida hasta entonces. Un profundo sentimiento de extrañeza se
apodera de muchas personas víctimas de infidelidad.
La ira tiene su parte positiva porque puede movilizar recursos psicológicos para corregir
comportamientos equivocados o ayudar a adaptarse a nuevas situaciones. Pero se
contempla también su parte negativa por el hecho de que, bajo esta emoción, se pierden
de vista la perspectiva de las cosas y la empatía.
La venganza surge ante la ruptura de la confianza. Venganza y confianza son las dos
caras de una misma moneda: el contrato social. Tenemos que entender que la pareja, esa
persona que no iba a hacer daño, se ha convertido en verdugo. De ahí la confusión:
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que alguien que ame o haya amado sea capaz de
hacer tanto daño?
No hay restauración del daño, una reparación del perjuicio causado, lo que representaría
una especie de justicia restaurativa. La infidelidad representa en este sentido un
conflicto no resuelto, no elaborado.
El psicoanálisis parece entenderlo como una defensa compleja o, como diría Freud, una
angustia-señal ante un traumatismo relacionada con la pérdida del objeto (ibíd.). Su
función sería la de impedir la ruptura del vínculo, y así «preservar el capital narcisista
del sujeto» (ibíd., p. 74). Al hilo, «el resentimiento puede hallarse directamente
vinculado a un tipo específico de traumatismo narcisista» (ibíd., p. 69). Este tipo de
herida narcisista es la que muy frecuentemente encontramos en algunas víctimas de
infidelidad.
Depresión
Pero también hay circunstancias en las que la renuncia afecta a todas las esferas de la
vida, no pudiendo trabajar y, por lo tanto, cogiendo una baja laboral, delegando el
cuidado de los vástagos a la familia, entre otras formas de renuncia.
Desde esta perspectiva, la persona deprimida por ser víctima de infidelidad es una ilusa
desilusionada, primeramente por «la traición, nunca contemplada» (ibíd., p. 38). Esta
persona vivía en la creencia certera de la fidelidad. Pero es que en eso justamente se
basa al amor monógamo: en la confianza. No es una creencia fabricada por sí misma. Es
una creencia basada en un pacto mutuo, sin el cual la pareja no sería viable. Por eso
quizás el profundo sentimiento de impotencia al no poder modificar la situación. Porque
la infidelidad ha sucedido sin que ella pudiera hacer nada, sin que ella lo sepa.
Pero ¿qué tipo de ilusión es la de la persona infiel para que se sienta engañada? Se trata
de una ilusión que promete aquello que esperamos: la fidelidad. En efecto, si la ilusión
no llevara consigo la promesa de cumplir las expectativas —pactadas—, no sería ilusión
y, por tanto, no habría engaño ni depresión. Porque para que una ilusión sea engaño esta
tiene que prometer aquello que esperamos: «La estafa solo puede tener éxito porque el
estafador promete al estafado hacer realidad parte de sus sueños» (Cyrunlik, 2013, p.
41).
Una vez «revelada» la infidelidad hay quienes deciden continuar con la relación. Pero
no son pocas las personas que reviven una y otra vez el «imaginado» acontecimiento:
les invaden imágenes y fantasías sobre el acto mismo incluso tras haber pasado años. La
persona víctima de infidelidad se ve asaltada, en cualquier momento, por escenas
fantaseadas sobre el acto mismo. No puede parar de pensar en ello, de imaginárselo. La
persona a veces entra en una especie de bucle o espiral de la cual le resulta
prácticamente imposible salir; resulta obsesivo. Pueden pasar años y la persona seguir
imaginándose situaciones, lugares, frases. Como consecuencia, la persona quiere saber
exactamente, busca información de una manera obsesiva, interroga de manera
inquisitiva a su pareja. Quiere saberlo todo. Aparecen fenómenos como los celos, la
paranoia, la vigilancia o el registro como manera de intentar controlar una situación que
se escapa de las manos. Una multiplicidad de reacciones se desata. Si la pareja ha sido
capaz de mentir, saber la verdad se impone al precio que sea. Se enfocan en detalles,
nimiedades a veces, pero que ahora a la luz de la infidelidad pueden ayudar a
comprender, a explicar, a saber, a defenderse. Se adentra en un bucle del cual es difícil
salir. En esta situación, la persona víctima de infidelidad caracterialmente se transforma;
aparecen lados oscuros que ni sospechaba. Se vuelve desconfiada, controladora,
paranoicamente celosa. Y cada vez que el fantasma de la infidelidad reaparece muchas
reacciones ya mencionadas en apartados anteriores vuelven a suceder como el primer
día. Es decir, es como si la persona víctima de infidelidad volviera a esa primera vez en
que se enteró de la noticia y vuelve a pasar por las fases de shock, rabia, ira, deseos de
venganza, tristeza, depresión, angustia, culpa, ansiedad, vergüenza. Se vuelve una y otra
vez a la casilla de salida. La persona actúa como si la infidelidad se repitiera una y otra
vez, lo que ocasiona cambios en el carácter, continuos altos y bajos, cambios de humor;
en definitiva, una marcada inestabilidad emocional. Es como si la persona estuviera
atrapada en una vivencia de la que no puede salir. Revive la experiencia una y otra vez.
Su vida se ha parado. No puede dar ni marcha atrás ni tirar para adelante. Está atascada
en un suceso del que no puede salir. Esta reviviscencia a veces se manifiesta también a
través de los sueños, convertidos muchas veces en pesadillas.
El factor sorpresa suele ser en muchos casos el tinte que da color al trauma: «No me lo
esperaba de él». Efectivamente, la infidelidad en muchos casos pilla por sorpresa. La
persona no se lo espera. La persona confía, lo que es normal porque está pactado. Lo
contrario sería celotipia y por lo tanto sería del orden de la patología.
Autoestima baja
La vergüenza
Ese afecto que depende de la mirada del otro emerge casi inmediatamente en la persona
traicionada. Tiene que ver con el rechazo, con el desprecio de la persona de quien se
esperaba afecto, y normalmente se reacciona evitando, ocultándose y retirándose
(Cyrulnik, 2013). En la persona avergonzada «la representación de sí está desgarrada»
(ibíd., p. 46). Una representación devaluada por no haber estado a la altura.
La infidelidad es vivida como una humillación no solo privada sino pública. Su vida
íntima de alguna manera se ve aireada, sacada a la luz a su pesar. Lo que pertenece al
ámbito de lo privado es publicado sin su consentimiento. A veces se ve hasta
«obligada» a contar, a airear aspectos de su vida privada. Algo que no hubiera hecho de
no haber habido infidelidad. Pierde de alguna manera su dignidad. Esa transparencia
involuntaria que denota su falla, ese poner en evidencia, genera vergüenza.
Para comenzar, debemos precisar que el trastorno de estrés postraumático es ante todo
un trastorno de ansiedad. Un estado de inseguridad, conmoción, intranquilidad,
nerviosismo y preocupación que caracteriza a algunas personas que han sido víctimas
de infidelidad. Estado que puede extenderse a lo largo del tiempo e incluso cronificarse.
Estas personas ven su vida, sus sueños, sus proyectos, peligrar, cuando no desaparecer.
Este estado anímico no permite dormir, relajarse, estar en determinados lugares,
alimentarse; al contrario, desencadena muchas otras reacciones como la hipervigilancia,
falta de apetito —porque el estómago se cierra—, agitación psicomotriz en muchos
casos, dolores diversos de origen tensional. Es un estado que lo invade todo y genera
mucho miedo, fundamentalmente por la sensación de no poder controlar.
El estado de estrés postraumático está representado por toda una sintomatología que
exponemos a continuación, y que coincide en muchísimas personas víctimas de
infidelidad (Bobes et al., 2000).
Cuadro clínico:
Lo extraño de este ítem es que en ciertos casos no hay una exposición directa al acto
infiel en sí; lo que se experimenta en primera persona es el hecho de saber o de
enterarse. Lo que resulta particularmente traumático es «la ausencia física del cónyuge
traicionado» (Pittman, 1994, p. 43). Esa revelación de su ausencia resulta ser una forma
de exposición en primera persona a un peligro o daño grave. La amenaza está
fundamentalmente en la desaparición, la aniquilación de todo un sistema de vida que la
infidelidad implica, además del distanciamiento emocional que suele conllevar. La
infidelidad golpea en la línea de flotación psicológica de la persona, la cual en un
principio tiende a quedar paralizada, bloqueada. A veces entra en tal estado de
confusión que le puede llevar meses incluso para salir de él. Cuesta reaccionar. Dicho
estado impide en muchos casos tomar decisiones, o a veces empuja a tomar decisiones
drásticas. Hay una resistencia mental a creerlo, frecuentemente acompañada de otros
mecanismos de defensa como el de la negación («Esto no me puede estar pasando») o el
de la despersonalización («Es un sueño y en cualquier momento me voy a despertar»).
En algunos casos la infidelidad puede llevar a la ruptura amorosa, al abandono sin
mayores explicaciones por parte de la persona infiel, sin hablar de lo que ocurre en la
pareja. Esta desaparición aumenta la cualidad traumática del acontecimiento. La
persona infiel lleva en completo silencio y ocultación —por adelantado e
individualmente— todo un proceso de separación que comenzó mucho tiempo antes
incluso de la infidelidad. La persona víctima de infidelidad recibe un duro golpe que por
no ser físico no es menos dañino. No estaba preparada. Empiezan las preguntas, la lucha
para no volverse loca. El mundo se derrumba. La cabeza no fluye, se embota; brotan
preguntas para intentar comprender, retomar el control: ¿Desde cuándo? ¿Qué ha
pasado? ¿Cuántas veces? ¿Le quieres? ¿Cómo es posible?…
Ni qué decir tiene que este grupo de síntomas intrusivos es quizá el más destacado en
muchas personas víctimas de infidelidad. El revivirla constantemente, el reactivarla a
través de los estímulos tanto externos como internos, el intenso malestar psicológico
ante evocaciones, las respuestas fisiológicas ante el recuerdo o la referencia a la
infidelidad como vómitos, mareo, náuseas, contracción del estómago, ansiedad. Muchas
veces la persona queda atrapada en una especie de bucle, un impasse caracterizado por
rumiaciones constantes de tipo obsesivo, evocando el evento doloroso.
Cada uno de estos cinco ítems de este criterio diagnóstico refleja a la perfección la
fenomenología de las secuelas de muchas personas víctimas de infidelidad. Así, los
recuerdos dolorosos de la infidelidad se evidencian y reactivan de manera intrusiva, es
decir, sin que la voluntad de la persona intervenga: de manera involuntaria y
recurrentemente.
En muchos casos hay sueños angustiosos y pesadillas relacionadas con el tema, incluso
mucho tiempo después.
Las reacciones disociadas, entre otras, a modo de flashback —es decir, escenas
retrospectivas o ilusiones visuales propias de un trastorno de percepción (Howell,
2005)— se suceden incluso años después. La reviviscencia de estas escenas hace que en
la persona que las vive se desencadenen toda una serie de reacciones como las que
brotaron al principio. Algunas personas víctimas de infidelidad se ven atrapadas en un
bucle de fantasías e imágenes del evento que no han visto, pero lo sufren en propia
carne. Quizás esta es la mayor de las paradojas: verse asaltado por fantasías de un
evento que no le ha sucedido pero al mismo tiempo sí. Es decir, es una situación no
vivida como protagonista pero afecta directa y justamente por no haberla vivido, es
decir, porque su pareja no mantuvo una relación con ella en ciertos momentos sino con
otra persona. Pues bien, estas imágenes fantaseadas son vividas en la mente una y otra
vez. Las personas no parecen tener ningún control sobre ellas. Cuando estos flashbacks
se producen la persona vuelve a reaccionar como al principio, desencadenándose
reacciones fisiológicas y fundamentalmente un profundo malestar psicológico,
destacando la angustia, la ansiedad y la depresión, síntomas que pueden estar presentes
durante años.
D. Alteraciones negativas en las cogniciones y del estado de ánimo que se asocian con
el acontecimiento traumático (iniciadas o empeoradas después del acontecimiento
traumático), tal y como indican tres (o más) de las siguientes formas:
3. Culpa persistente sobre uno mismo o sobre los otros en relación a la causa o las
consecuencias del acontecimiento traumático.
4. Estado emocional negativo generalizado, por ejemplo: miedo, horror, ira, culpa
o vergüenza.
Con respecto a los lapsus de memoria, la persona a veces disociada o en estado de shock
no escucha o no retiene cierta información. Por eso mucho tiempo después puede volver
a escuchar lo sucedido y sentir que no lo había escuchado antes, o que es la primera vez
que lo escucha cuando igual la pareja infiel ya se lo había dicho.
La persona víctima de infidelidad puede llegar a entrar en una espiral de baja autoestima
que puede incluso desembocar en actos autolesivos. Las ideas de suicidio se les pasan a
algunas personas por la imaginación, cuando no se realizan. Algunas fantasean
pensando en tener accidentes de coche o los tienen (consciente o inconscientemente)
directamente, imaginan las reacciones de las personas allegadas si «desaparecieran». La
persona víctima de infidelidad en esta situación postraumática se piensa la más fea, la
más gorda, la persona más denigrante del mundo. Piensa que nadie va a quererla nunca
y que nunca saldrá de ese pozo. Fantasea sobre la posibilidad de quedarse sola hasta el
fin de sus días. Desarrolla muchas fobias y comportamientos de evitación. Tiene miedo
de salir incluso a comprar. Siente una mezcla de sentimientos que van desde el miedo,
pasando por la rabia, la culpa y sobre todo la vergüenza, el qué dirán, cómo va a
explicar lo sucedido. Evita salir a la calle para no exponerse. Se plantea si hay personas
que saben lo que ella no ha sabido hasta ahora. Por supuesto que deja prácticamente
todas las actividades de lado, exceptuando el trabajo en algunos casos. Se distancia de
todas las personas, se aísla. Puede incluso pasar meses sin salir de casa, sin llamar a
nadie. No siente nada… Algo se ha congelado, se ha parado en su interior.
3. Hipervigilancia.
Una mayor atención y alerta suele ir acompañada de una exaltación sensorial, cognitiva
y afectiva. Hay una mayor consciencia que suele paradójicamente ir acompañada de una
marcada capacidad de distracción. De ahí en parte las dificultades para concentrarse y
4
Overreacting.
para dormir mucho tiempo después, incluso años.
Hay que precisar que ciertas alteraciones persisten cuatro y cinco años después, a veces,
con la intensidad del primer día.
En general suelen permanecer los trastornos del sueño, la hipervigilancia, las secuelas
psicosomáticas, la evitación, la baja autoestima, la culpa, el desapego, la desconfianza.
La depresión y la angustia suele remitir o tomar diferentes formas. La ansiedad tarda
más y puede desaparecer, aunque en otras personas la ansiedad se transforma en
ansiedad flotante generalizada. En la clínica se han observado también síntomas que
remiten pero que pueden volver a surgir al iniciar otra relación, como la desconfianza,
los celos, el control, la hipervigilancia, la susceptibilidad.
No obstante, el tipo de reacción de las parejas ante el hecho —lleven mucho o poco
tiempo— suele mostrar un patrón similar, destacando un malestar psicológico intenso
(ansiedad, depresión y angustia), insomnio, trastornos del sueño, comportamientos de
evitación de estímulos relacionados, manifestaciones de ira y agresividad,
embotamiento afectivo, hipervigilancia, comportamientos autodestructivos. La
diferencia suele radicar en el factor tiempo. En cualquier caso, la mayoría de estos
síntomas suelen durar más de un mes.
G. Estas alteraciones provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o
de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
REFLEXIÓN FINAL
En este sentido, la infidelidad nos parece una problemática que tiene en muchos casos
graves consecuencias en la salud mental de la víctima y para la familia en general. Hay
que precisar que las víctimas de infidelidad son numerosas, cuyas consecuencias tienen
un coste económico y emocional muy elevado. Desgraciadamente, la bibliografía es
escasa y poco rigurosa; llama la atención que no sea un foco de estudio e investigación
más destacado.
En parte quizás porque aún se asocia la infidelidad a una cuestión moral, asociada a los
valores morales, hoy en día en desuso. En general, todo aquello que gira en torno a las
víctimas de algún daño parece políticamente incorrecto en nuestros días. Percibimos en
la infidelidad y en su trato una cierta banalización de este mal. La psicología —y por
extensión las ciencias en general— abordan poco y mal asuntos existenciales tales como
el amor, la fidelidad, la voluntad, la honestidad, la fe, el perdón, el sufrimiento, el dolor,
el daño, la moral, la ética, la libertad o el bien común. Todo ello queda oculto en el
secreto profesional, encerrado en espacios terapéuticos en forma de síntomas, claras
manifestaciones de dolor y sufrimiento difíciles de tratar en muchas ocasiones.
BIBLIOGRAFÍA
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Intrapersonal, interpersonal, and contextual factors in engaging in and responding to
extramarital involvement. Clinical Psychology: Science and Practice, 12, 101–130.
Castilla del Pino, C. (1981). La culpa. Alianza Editorial. Madrid. Castilla del Pino, C.
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Jaramillo,
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Infidelidad.
La
búsqueda
del
placer
y
el
encuentro
con
el
dolor.
Grijalbo.
Juaristi, J. (1997). El bucle melancólico. Espasa. Madrid.