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LA PERSONA VÍCTIMA DE LA INFIDELIDAD. TRAUMA Y ESTRÉS


POSTRAUMÁTICO

Chapter · December 2020

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Inmaculada Jauregui Balenciaga


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LA PERSONA VÍCTIMA DE LA INFIDELIDAD. TRAUMA Y ESTRÉS
POSTRAUMÁTICO1
@ Inmaculada Jauregui Balenciaga
Ph.D. Psicología clínica e investigación
Email: inmajauregui@gmail.com
www.psicologiajauregui.com

«HÁBLAME  SIEMPRE  CON  LA  VERDAD.  TAL  VEZ  NO  ME  GUSTE  SABERLA  O  NO  
SEPA  CÓMO  MANEJARLA,  PERO  DÉJAME  SER  YO  QUIEN  DECIDA  QUÉ  HACER  CON  
ELLA»  (ALBERT  ESPINOLA  FONT).  

CUADRO CLÍNICO

«Cada vez que narro mi historia me pregunto si he sanado o no. Ya casi no la cuento
[…]. Al principio, no quería hablar del tema, para no volver a vivir esa época tan
dolorosa, tan tormentosa. Llegué a sentir que no iba a poder salir de ella. No paraba
de llorar, no podía comer. Adelgacé como seis kilos. No podía estar sola en casa. No
me sentía capaz. No tenía lo que necesitaba. La incertidumbre era total. Tenía mucha
rabia. Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación. Me
preguntaba, ¿cómo es este hombre del que me enamoré, con quien me casé […], el que
por ningún motivo negociaba los valores que me prometió, el que juró que iba a ser
distinto a su papá, podía estar haciendo lo mismo? La confusión fue total. Fue como un
golpe por la espalda. Sentía que nada de lo que estaba pasando era cierto […]. Mi vida
se me convirtió en un círculo, negación, rabia; volvía la negación, volvía la rabia con
una tristeza profunda. No podía dormir, el sueño se me alteró, mis ciclos normales se
saltaron como un interruptor. Si dormía tres horas, me levantaba mil veces […], daba
vueltas sin salida, sin soluciones, esperaba hasta que saliera el sol. Un hueco negro,
muy negro […]. Estaba como muerta, pero muerta en la incertidumbre, en el dolor. El
                                                                                                               
1
Este capítulo fue publicado como artículo en la revista EPSYS en 2017.
sueño por el que había luchado se esfumó. El sueño de la familia por el que me había
sacrificado» (Jaramillo, 2014, p. 80).

Este es el cuadro clásico de la persona víctima de infidelidad que muchas veces se


escucha en consulta. Aquí vemos que la infidelidad llega a muchas personas como un
tsunami, arrasándolo todo. En este revelador extracto encontramos parte de los síntomas
propios de estrés postraumático y cómo la infidelidad es vivida: igual que un profundo y
auténtico trauma que paraliza la vida del sujeto por un largo período de tiempo, sin
llegar a veces a saber si realmente se ha superado o no. Porque en ocasiones al cabo de
dos, tres o cuatro años la víctima se topa con su expareja que le fue infiel y se derrumba
exactamente como el primer día. Otras personas —víctimas de infidelidad igualmente—
para evitar el derrumbe se lanzan a la búsqueda un tanto compulsiva de parejas o
relaciones que, de alguna manera, restauren la autoestima perdida y levantar así el
orgullo herido, el ánimo, a base de ilusiones. El dolor parece ser de tal magnitud que
incluso resulta difícil poner palabras; parece ser del orden de lo inefable.

En algunas personas —bastantes si la relación es de larga duración— el proceso de


superación resulta largo y complejo. El avance no es necesariamente lineal y lleva su
tiempo. Pero en lo que todas las personas coinciden es que no se olvida nunca. Ocurre
que el entorno, por impotencia de ver a un pariente sufrir, pretende que pase página:
«Mi terapeuta me enseñó a saber escuchar lo que la gente me decía: “Debes ser
valiente, deja eso ya, siéntete bien, experimenta otra cosa […]. Habrá días en que no
vas a dar ningún paso adelante y otros en que sentirás que das pasos atrás; eso es
normal que pase» (Jaramillo, 2014, p. 81). Pero no es fácil: «Otra droga […] que yo
utilicé fue ¡el ejercicio! […]. Me fue ayudando a salir […], buscar un terapeuta»
(Jaramillo, 2014, p. 82).

CONCEPTO DE TRAUMA PSÍQUICO

«Y me sentí devastado. Era como si todo mi mundo hubiera desparecido. Tenía miedo
de todo. Miedo de perderla […]. Lo que hice fue acostarme en mi casa y llorar, solo me
salía eso. Llorar y llorar por todo. Angustia, agobio, no entender nada…, la más
absoluta desesperación […]. Estaba lleno de incertidumbre […]. Eran una constante la
angustia y el agobio. Miedo a lo que iba a ser de mi vida. Una terrible soledad […].
Trataba de controlarlo todo […] y ya no podía, ya me superaba hasta lo más mínimo
[…]. Sentí que de nuevo tenía que sobrevivir a aquello… y trataba de darle una
explicación a lo que había ocurrido. Trataba de contestarme respuestas. Trataba de
buscar también mi parte de responsabilidad, pero era una guerra constante, una
angustia constante. Hubo épocas que no quería saber nada de nada ni de nadie. Era
como si no quisiera sentir. Quería evadirme de todo. No sabe de nada y me relacionaba
con gente totalmente diferente de mi entorno, gente […] que no me conociera de nada
[…]. Aún hoy sé que no soy el mismo de antes. Que no me relaciono con las personas
de la misma forma».

En Freud, si bien el concepto de trauma tuvo sus puntos de inflexión, el autor lo define
como una invasión disruptiva del psiquismo con la consecuente ruptura de las defensas,
dejando al aparato psíquico en el desamparo, paralizando la capacidad de respuesta del
sujeto, generando un tipo particular de angustia (Freud, 1990). El aparato psíquico no es
capaz de construir un sentido, de elaborar simbólicamente una representación de los
afectos por desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica
hacia un funcionamiento más primitivo, menos integrado. En otras palabras, en el
trauma se produce un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del
sujeto, de tal forma que acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan
forma a trastornos de diversa índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El
sujeto se vuelve prisionero de emociones descontroladas, perdiendo la capacidad de
enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve desconocido para sí mismo. Aparecen
emociones que antes nunca había albergado como la ira, la rabia, el odio. Puede llegar
incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse.

El trauma psíquico no se produce exclusivamente por un acontecimiento externo, por


muy violento que este sea. Implica una interacción entre el mundo externo, el
acontecimiento violento y el mundo interno, es decir, la manera en que es vivenciado.
Por lo tanto, a pesar de que la experiencia traumática tenga dos componentes —uno
objetivo y otro subjetivo—, podríamos decir que lo esencial del trauma «es la
experiencia subjetiva de los acontecimientos objetivos la que constituye el trauma…
Cuanto más cree uno que está en peligro, más traumatizado estará…, psicológicamente
el resultado del trauma es una abrumadora emoción y un sentimiento de total
impotencia. Puede o no haber una lesión corporal, pero el trauma psicológico, junto
con el trastorno fisiológico, juega un papel principal en los efectos a largo plazo»2
(Allen, J.G. 1995, p. 14). Efectivamente, sabemos que el trauma no puede definirse en
base al evento externo sino en interacción constante con la persona que lo vive: «Lo
traumático es consecuencia de una específica interacción entre lo fáctico y la forma en
que esto es vivenciado por el psiquismo» (Tutté, 2004, p. 897).

Dado que no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, resulta difícil catalogar
un suceso como traumático de manera generalizada o global. No obstante, las secuelas
psicológicas de la infidelidad por parte de la persona que la vive en tanto que la sufre
pasivamente —particularmente si la relación es de larga duración— suelen ser de tal
magnitud que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para
muchas personas, siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la
conceptualización de tal diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011). En el caso que nos ocupa,
la consideración de la infidelidad como evento traumático parte fundamentalmente de
las secuelas que dicho acontecimiento acarrea en sus víctimas, así como de la dificultad
para «superarlo».

Un criterio importante y fundamental para determinar si un suceso es o no un trauma es


el de amenaza (Tutté, 2004). Es decir, el peligro al que se está expuesto constituye una
amenaza de vida o muerte. Pues bien, la infidelidad puede ser vivida por la persona
víctima como una amenaza real. Toda su existencia se desmorona como si por su vida
hubiera pasado un tsunami: «El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida,
desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es
inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces,
quieres dejar de existir y sigues existiendo» (Jaramillo, 2014, p. 87). Si bien no se trata
de una muerte física sino de una especie de muerte psíquica, comúnmente diagnosticada
y vivenciada como depresión: «A los 30 años me dio depresión» (Jaramillo 2014, p. 86).

                                                                                                               
2  «It is the subjective experience of the objective events that constitutes the trauma...The

more you believe you are endangered, the more traumatized you will
be...Psychologically, the bottom line of trauma is overwhelming emotion and a feeling
of utter helplessness. There may or may not be bodily injury, but psychological trauma
is coupled with physiological upheaval that plays a leading role in the long-range
effects».
 
SINTOMATOLOGÍA

«Al principio no entendía, no podía comprender; físicamente tampoco reaccionaba. Mi


cerebro dejó de funcionar como yo lo conocía. Emocionalmente me sentí muy brava,
una rabia inmensa; me empezó a temblar el cuerpo, no podía parar de temblar, eso me
asustaba aún más. El pecho se me apretaba y me costaba trabajo respirar. Eran tan
nuevas esas sensaciones que me angustiaba aún más sentirlas. Me desconocía a mí
misma, me aturdía. No podía concentrarme […]; yo estaba en otro lugar, ni sabía en
dónde […]. Mi capacidad analítica estaba reducida a mínimo, no podía sacar
conclusiones […]. El cerebro se me bloqueaba […]. Es como si hubiera estado ausente,
como si viviera en otra dimensión. Es algo tan indescriptible que las palabras no me
alcanzan para transmitirlo» (Jaramillo, 2014, p. 95).

Toda una serie de síntomas se toman en cuenta a la hora de diferenciar un trauma


psicológico, y estos podrían clasificarse en síntomas físicos y síntomas emocionales.
Entre los primeros están los dolores de cabeza, mareos frecuentes, insomnio, pesadillas,
estado de alerta o hipervigilancia, nerviosismo, fatiga y desconcentración. Los síntomas
emocionales son estado de shock, incredulidad, negación, irritabilidad, ira, sentimientos
de culpa y vergüenza, sentimiento de aflicción, ansiedad, confusión y aislamiento (Tutté,
2004).

Pues bien, la fenomenología de las reacciones expuesta en la clínica en relación a la


infidelidad pone de manifiesto este cuadro sintomático, consistente fundamentalmente
en esa profunda sensación de ruptura interior expresada en múltiples ocasiones como un
desgarro del alma, que sumerge en las profundidades de un abismo indescriptible a
quien la padece. En muchos casos esta ruptura o desgarro son somatizados debido a la
imposibilidad psíquica de procesarlo.

Estado de Shock

«Fue como una sacudida […]. Exacto, como una pesadilla. ¿Estoy dormida o estoy
despierta? La conmoción fue tan rápida que la mente no podía comprender, no sabía si
estaba pasando, si era real o imaginario, si era como una película o si me lo había
inventado. No sé cuántos días pasé así. No me ubicaba, quería despertarme» (Jaramillo,
2014, p. 95).
Uno de los primeros síntomas que se relata es la paralización, el bloqueo. Se produce
una especie de inmovilidad, de parálisis, que se refleja tanto a nivel físico como
psicológico. A nivel físico se corta la respiración, el cuerpo tiembla, la boca se seca, hay
sensaciones de desmayo, tensión. A nivel psicológico se aglutinan muchas emociones
en un mismo momento, posiblemente de ahí la parálisis o el bloqueo en la acción. La
persona como que no reacciona; vive como una especie de muerte interior, un desgarro.
No puede creer qué le está sucediendo. Asustada, no sabe qué hacer ni a quién llamar.
La mente se queda en blanco. Como si estuviera en una película o en un sueño. Está
pero no está. Este estado se diagnostica comúnmente como reacción a un estrés agudo,
destacando síntomas como adormecimiento, desprendimiento, mutismo, desrrealización,
despersonalización. Continúan viviendo el evento traumático en forma de pensamientos,
sueños, regresiones. En breve aparecen síntomas de ansiedad o crisis de angustia y
empieza todo un deterioro personal, social y laboral.

Negación

«Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación» (Jaramillo, 2014, p.

80).

La negación como mecanismo de defensa entra en juego y se convierte en protagonista


para eludir el derrumbe psicológico, para evitar la ruptura interior, para evitar caer en la
locura. La negación sirve para mitigar la agresión del impacto de la noticia o agresión;
permite amortiguar ese primer impacto casi insoportable y atañe al afecto asociado a la
noticia (Cyrulnik, 2013).

No obstante, negar la realidad para evitar el sufrimiento es un mecanismo de defensa


que no permite elaborar psíquicamente el acontecimiento, e impide dirigir el dolor hacia
modificaciones más adaptativas a la realidad. Así, en la clínica se oyen frases como «no
me puede estar pasando a mí esto» o «no es posible». El término «no» de la negación lo
podemos escuchar de múltiples maneras: «Pronto me despertaré y nada de esto habrá
ocurrido». A veces la negación se actúa; cuando la persona infiel vuelve a la relación la
víctima, sin casi hablar del tema, actúa como si nada hubiese ocurrido, proyectando
viajes u otros planes en conjunto. Esta manera de negar muchas veces produce un efecto
a corto plazo de unión y luna de miel, pero a largo plazo, en ocasiones, se repite la
infidelidad o estalla el conflicto incluso años más tarde.

Angustia

«[…] me empezó a temblar el cuerpo, no podía parar de temblar, eso me asustaba aún
más. El pecho se me apretaba y me costaba trabajo respirar. Eran tan nuevas esas
sensaciones que me angustiaba aún más sentirlas» (Jaramillo, 2014, p. 95).

La angustia parece ser una de las formas de expresión del sufrimiento (Kierkegaard,
1949). La sensación de amenaza ante una pérdida inminente es brutal. La angustia, a
nivel psicológico, es una reacción ante una situación peligrosa. Una señal de alarma
(Freud, 1983).

En este sentido, la infidelidad es vivida como un peligro de desintegración psicológica


de la persona. Todo se desmorona y aparecen sensaciones de abandono, desamparo,
soledad y desesperación. Representa un estado de inquietud interna que no permite
concentrarse ni realizar las tareas más comunes; se trata de una inquietud paralizante.
La persona está constantemente invadida por una profunda sensación de peligro que no
se va. Siente que su integridad psíquica está amenazada. La desesperación parece ser
esa angustia sin salida (ibíd.). La angustia, ese afecto desagradable que anuncia peligro,
que, parecida a la abstinencia, se apodera de la persona hasta invadirla.

La angustia tiene que ver con el tiempo (Grön, 1995). Esta dimensión se hace patente en
la persona víctima de la infidelidad por el hecho de vivir atrapada entre el pasado y el
futuro. La angustia, esa reflexión en el que el futuro se ve como pasado. Y el pasado
también como futuro. No hay salida. Por eso la sensación de angostura, esa visión
estrecha en la que se siente atrapada.

La angustia tiene otras connotaciones como esa inquietud ante la posibilidad que trae la
nueva libertad (García, 1989). Y efectivamente, tras muchos años de relación la libertad
puede asustar. Fromm (2000), en este sentido, hablará del miedo a la libertad. La
separación aporta una libertad. Sí. Pero no elegida a priori.

La angustia tiene también que ver con la soledad, una soledad en el sentido de
aislamiento. La persona víctima de infidelidad despierta de la inocencia; ha sido
expulsada del jardín del Edén donde se sentía confortable, cómoda. Estaba completa.
Ahora se siente incompleta. Y la angustia que siente es porque se ve confrontada y
enfrentada a la soledad de su individualidad. Una individualidad que se hace consciente,
que se piensa por primera vez, posiblemente en mucho tiempo. Antes era una pareja y
ahora vuelve a su ser individual, libre, aunque rota, abandonada, desamparada. La
angustia parece ser el reflejo del aislamiento que sufre la persona víctima de
infidelidad…; aislamiento derivado de la pérdida; aislamiento de retirarse del mundo.
Es la vuelta a sí mismo…, el retorno. El bucle melancólico (Juaristi, 1997). No hay
punto de referencia al que agarrarse. La persona se ha perdido a sí misma y de sí misma,
ha perdido al mundo y se ha perdido del mundo.

La angustia presagia un cambio brusco, un salto al vacío, a la nada. Nos habla y anuncia
la caída. Un despertar tras una época de estar adormilada, tranquila, en seguridad. «La
angustia nos abre a la nada» (Ferrer, 2013, p. 58). Desestabiliza. Es como perder el
suelo que sujeta. Es el sentimiento concomitante a la pérdida del fundamento, del
sentido, de la razón. No hay palabras. El lenguaje se hace imposible. Solo queda el
silencio.

Con la infidelidad se pierde la inocencia de confiar, de volver a recuperar una seguridad


de base perdida. La creencia de que la pareja —o cualquier otra persona— no nos
engañará. La persona víctima de infidelidad no vivía la pareja con la posibilidad del
engaño. De hecho, vivir con esa posibilidad hubiera sido considerado patológico: duda
patológica, celos, paranoia. Esa es la paradoja: sin confianza no hay pareja, pero vivir la
realidad de la pareja hoy en día, sin autoengaños, entrañaría —y de hecho entraña—
desconfianza. ¿Qué hacer entonces?

La pérdida de la inocencia que trae consigo la angustia parece ser la pérdida de la


ignorancia. La persona víctima de infidelidad por fin sabe. Pero sabe entre comillas. La
imaginación juega con ese saber, a veces hasta hacerse obsesivo. Por eso necesita
conocer, saber con detalles. Cree, en lo más profundo de sí misma, que así calmará la
angustia. Pero no sucede así, porque cuanto más se sabe, más dudas tiene y más
desconfianza, desatando en muchos casos la rabia, el rencor, el resentimiento, la
violencia.

Por otro lado, la pareja infiel se ha vuelto extraña, no es reconocible…, no se sabe ya


quién es esa persona. El sentimiento de inseguridad se extiende a la propia historia
vivida: ¿Fue cierta? ¿Me quiso? ¿Me engañaba cuando me decía que me quería? Todo
se reinterpreta, supuestamente de manera realista. El optimismo y la fe se pierden. Todo
se vuelve extraño.

Lo que parece quedar claro en la clínica es que la infidelidad representa un peligro que
emite una fuerte señal de alarma. La infidelidad se vivencia como una amenaza real:
pone ante la tesitura de dejar de ser pareja y volver a un estado de celibato, de soltería;
un estado castigado, por otra parte, por nuestra sociedad. En la infidelidad se junta la
angustia tanto por la amenaza ante la pérdida como por el abandono, por la soledad. Es
una angustia por despertar de un cierto estado infantil e ingenuo de confianza ciega.
Aunque la pareja no muera ya no será la misma. Hay una ruptura, una quiebra. La
angustia es la señal de lo real, nos dirá Lacan (2006). La realidad en este caso es la
caída, la pérdida. Y ahora ¿qué va a pasar? De alguna manera, la persona víctima de
infidelidad a veces se sitúa en una posición de espera del otro, a quien desea por
supuesto. ¿Me va a abandonar? ¿Va a dejar a la otra persona? Esta es la tesitura
angustiante. Espera y expectativa angustiante, que diría Freud (1983).

«La angustia aparece ante la impotencia para deshacer lo hecho» (Castilla del Pino,
1981, p. 59). La persona traicionada quisiera que lo que ha ocurrido desapareciera;
deshacer, borrar.

Culpa

«La culpa es una carga tan grande, la trabajé con el terapeuta» (Jaramillo, 2014, p. 81).

Junto a la angustia aparece su corolario, la culpa. Ese sentimiento de pesar propio de la


culpa que «se presenta siempre con ingredientes angustiosos» (ibíd., p. 59). Quizás
porque anuncia «que una de nuestras necesidades se quedará insatisfecha» (ibíd., 51).
En el caso de la infidelidad, la necesidad de amar y ser amado o amada se quedará
insatisfecha parcial o totalmente, dependiendo de si la relación continúa o se fractura
definitivamente.

La culpa tiene que ver con la falta (Thalman, 2008). La persona víctima de infidelidad
cree haber cometido una terrible falta. Piensa haber actuado mal. Supone haber
incumplido una norma (ibíd.). Ese es el pensamiento que muchas personas creen
firmemente y les atormenta cuando acuden a consulta. Algunas piensan que hay algo en
ellas profundamente malo: «[…] y sentimiento de que uno tiene algo malo y que es
culpable» (Jaramillo, 2014, p. 79). Están invadidas por pensamientos y sensaciones
concomitantes de lo que se ha hecho o no se ha hecho, de lo que ha podido ser la causa
de que la pareja la abandonara, y además por otra. La persona tiende a culpabilizarse de
la infidelidad del otro. Se hace responsable del acto de otra persona. Entra en un
profundo sentimiento de falta o falla. Algo ha hecho o no ha hecho que ha causado la
infidelidad. «La víctima […] con frecuencia tiende a echarse la culpa» (ibíd., p. 55). Y
esta vivencia subjetiva de la culpa «modifica la totalidad de la vida psíquica en su
conjunto» (Castilla del Pino, 1981, p 62).

Algunas víctimas de infidelidad se sienten profundamente culpables, y así también se lo


refleja la sociedad a través de ciertos mitos o creencias ideológicas que, de manera
consciente o inconsciente, la culpan —y se culpa— de no haber dado algo que su pareja
necesitaba. Ni qué decir tiene que en la mayor parte de casos se hace referencia al sexo.
De esa manera se justifica que la persona sea infiel con razón. Craso error. Esa frase tan
popular («Salir a encontrar fuera lo que no se tiene en casa»), y que está muy extendida
en la población en general, es en realidad una forma sutil de culpar a la víctima.

La culpa hace emerger a la superficie todos los defectos por los cuales una persona
puede ser rechazada: la gordura, la menopausia, la falta de deseo, las discusiones. La
culpa en definitiva nos pone delante de la falta, del fallo. ¿Qué se ha hecho mal? ¿Cuál
ha sido el error? Así se dedican a buscar en el pasado qué hicieron o dejaron de hacer,
qué pudo desencadenar la infidelidad, pero todo esto será en vano. La persona que sufre
la infidelidad ha sido desaprobada. Emerge el sentimiento —un tanto patológico en
algunos casos— de no haber sido suficientemente buena persona, lo que está muy
próximo al sentimiento de inferioridad, que es el que se desarrolla frente a la persona
rival o amante. En otros casos, la rivalidad —a veces en sus formas más violentas—
aparece. La competitividad hace estragos. Para lo cual la irracional y mítica creencia de
«Buscar fuera lo que no se tiene en casa» no ayuda.

Junto con la culpa, en la infidelidad se suele dar el fenómeno de la culpabilización, acto


de machacarse repetitivamente con pensamientos de culpa, lo que hace que este
sentimiento perdure y se prolongue en el tiempo.
Ansiedad

«Un dolor en el corazón que no se puede explicar […], en una época la tembladera se
incrementó. No me conocía, era un extraña para mí misma; ataques de pánico […], el
corazón duele físicamente; es como si uno tuviera un hueso roto. Es como si alguien te
apretara el corazón; te lo extirparan» (Jaramillo, 2014, p. 97).

La ansiedad es un trastorno que se caracteriza por dolores de cabeza, opresión en el


pecho, falta de aire, temblores, palpitaciones, sudoración, molestias gástricas, nudo en el
estómago, tensión, rigidez muscular, cansancio, hormigueo, sensaciones de mareo,
inestabilidad, irritabilidad, trastornos del sueño. Estas sensaciones, típicas de un cuadro
de estrés agudo, en muchas ocasiones se convierten en ataque de pánico, crisis de
ansiedad, ansiedad generalizada o trastorno ansioso-depresivo, afectando a la capacidad
cognoscitiva, al pensamiento y a la memoria. La persona sufre de pérdidas de memoria,
de falta de concentración, de bloqueo mental. Hay una irritabilidad muy marcada y toda
una gama de emociones que hacen que la persona se sienta como en una montaña rusa
constante. Aparece una inestabilidad emocional.

A nivel psicológico, la ansiedad se manifiesta a través de síntomas como una excesiva


preocupación, sensación de volverse loco, sensación de agobio, pérdida de la confianza
en uno mismo, bloqueos mentales, ganas de huir, de desaparecer; pensamientos
negativos persistentes, miedos y fobias, despersonalización, sentimientos de vacío y de
extrañeza, dificultad para tomar decisiones.

La ansiedad también tiene su corolario corporal, contribuyendo al desarrollo de


trastornos como pérdida de peso, falta de apetito, insomnio, cefaleas, ardor de estómago,
dolores musculares, bruxismo, trastorno dismórfico3 corporal, trastornos de conversión,
hipocondría, dolores somatoformes, trastornos endocrinos, fiebres, dermatitis.

Todos estos síntomas —de una u otra manera— los vemos en personas víctimas de
infidelidad. Su salud física además de mental se resiente, entre otras razones por la
persistencia de los síntomas a lo largo del tiempo.

Ira, Rabia, Venganza, Resentimiento

                                                                                                               
3
 Preocupación excesiva, anormal, por algún defecto físico real o imaginario.
«La ira y la furia fueron totales. Pensé en […] vengarme. No se cómo me contuve»
(Jaramillo, 2014, p. 87).

Ya no hay dudas, si es que las había. Ya es un hecho. Se va…, se ha ido…, ha


traicionado. Se ha ido en secreto…, sin hablar, sin dar explicaciones, sin dar la cara, sin
asumir ninguna responsabilidad, echando la culpa a lo que no le han dado. La persona
víctima de infidelidad se siente como un trapo usado. Cuestionando el para qué tantos
sacrificios, tanto invertido. Y emergen emociones como la ira y la rabia, emociones
naturales difíciles de controlar. Gran parte del sentimiento de enfado y de rabia proviene
de haber invertido tanto en la relación, de haberse adaptado tanto a la pareja, en no
pocos casos, a costa de sí mismo. Algunas películas como Infiel, además de la realidad,
nos han mostrado que la rabia fruto de la infidelidad puede ser mortal.

La persona infiel ya no parece ser la misma persona. Hay una metamorfosis, una
personalidad desconocida hasta entonces. Un profundo sentimiento de extrañeza se
apodera de muchas personas víctimas de infidelidad.

La ira, esa emoción defensiva que emerge ante un comportamiento amenazante


relacionado en este caso con la traición y el engaño, se desata con la infidelidad, ya que
representa además una amenaza de un sistema de vida, de unos valores, de unas
creencias.

La ira tiene su parte positiva porque puede movilizar recursos psicológicos para corregir
comportamientos equivocados o ayudar a adaptarse a nuevas situaciones. Pero se
contempla también su parte negativa por el hecho de que, bajo esta emoción, se pierden
de vista la perspectiva de las cosas y la empatía.

En la rabia se manifiesta una incapacidad para procesar emociones o vivencias (Parker,


2008), ya sea porque no ha sido suficientemente desarrollada o porque se ha perdido
temporalmente esta facultad debido a un trauma reciente.

La percepción de injusticia desencadena la rabia además de la frustración. Al respecto,


la infidelidad es percibida como una injusticia, es decir, una mala conducta, una
conducta negligente en contra del bien común que es la pareja. En la infidelidad ha
habido un incumplimiento moral del acuerdo. Hemos expuesto que la infidelidad
manifiesta una desigualdad, que no es sino una forma de injusticia. Refleja una relación
de poder desequilibrada en la que aquella persona que oculta y miente no solo detenta el
poder, sino que quita a la pareja la posibilidad de decidir.

La venganza deriva de la rabia. A través de la venganza se pretende encontrar alivio


emocional, que el daño infringido sea restaurado, una especie de justicia compensatoria;
se trata de equilibrar la balanza. Tener la sensación de que la pareja «sale de rositas»
resulta casi insoportable. La venganza es una manera de quitarse el daño y trasladárselo
a quien lo ha provocado. Parece pues un intento de igualar, de hacer justicia. La
venganza, ese impulso que nace del resentimiento por haber sido humillado, pretende
devolver el daño, aunque finalmente el resentimiento no se resuelve con la venganza
(Améry, 2001). La venganza otorga sentido al dolor. La venganza…, ese «amor»
germinado por la locura del dolor, pretende ser una liberación reparadora. La venganza,
compuesta de elementos emocionales y cognitivos, parece más bien una estrategia
desesperada para deshacerse del rencor, finalmente en vano. Al contrario de lo anhelado,
con la venganza el trauma del que se pretende salir se actualiza. La venganza, esa
paradoja en la que vive muchas veces la persona doliente, es una respuesta violenta a la
violencia. Afín de cuentas, ambas palabras —venganza y violencia— tienen la misma
raíz latina, vis, que significa fuerza. Paradójicamente, en la venganza se encuentra la
fuerza. La venganza, a pesar de parecer ser una manera de dar sentido a lo absurdo en la
pérdida, al sinsentido, a su vez representa una manera de mantenerla viva porque de
alguna manera mantiene unida a la pareja. La persona que desea vengarse depende
emocionalmente de la persona de quien se quiere vengar. La venganza, duelo no
resuelto (Quiroga, 2013), parece constituir una manera de mantenerse en relación, de
negar la separación. Una separación traumática por el hecho de la traición. Ahora bien,
la venganza no es un comportamiento patológico, sino «un comportamiento de
conservación» (Risso, 2010). El problema es que está fuera de tiempo y de lugar, puesto
que el ataque ya ha ocurrido (ibíd.).

La venganza surge ante la ruptura de la confianza. Venganza y confianza son las dos
caras de una misma moneda: el contrato social. Tenemos que entender que la pareja, esa
persona que no iba a hacer daño, se ha convertido en verdugo. De ahí la confusión:
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que alguien que ame o haya amado sea capaz de
hacer tanto daño?

En la venganza se produce una escisión entre lo bueno y lo malo, un oscilar entre el


amor y el odio, entre la idealización y la denigración (Lansky, 2009).

En general, en la infidelidad la venganza se repite frecuentemente en forma de fantasías.


Pero a veces se llega al acto.

No podemos hablar de la venganza sin el resentimiento o rencor que muchas veces se


ven en las personas que sufren de infidelidad. Esa aflicción que se siente una y otra vez
particularmente cuando se recuerda la ofensa: «Una ofensa ocurrida en la realidad que
resta enquistada en el sujeto. Desde el psicoanálisis se ha visto este afecto como una
defensa compleja frente a vivencias penosas» (Sánchez, 2006, p. 69).

Suele perdurar en el tiempo porque se mantiene en la memoria (Marina y López, 1999)


a modo de fijación. Estos autores comprenden el resentimiento como esa incapacidad
para borrar el daño. Y eso es lo que mantiene a muchas personas víctimas de infidelidad
en el impasse: esa incapacidad de borrar. El resentimiento no permite soltar. No pueden
ni retroceder ni avanzar: «El resentimiento bloquea la salida a la dimensión
auténticamente humana, al futuro, y la víctima queda fijada al pasado deseando que
“todo aquello” no hubiera ocurrido» (Sánchez, 2006, p. 72). Hay quien habla de bucle
o círculo poco entendido y comprendido: «—¿Cuál fue el primer instante en que
comenzaste a darte cuenta de que estabas saliendo del hueco, de que se rompió el
círculo? / —Fue con la terapeuta […]. / —¿Qué frase te dijo? / —¡Que tenía permiso
para estar en el círculo! Me dio permiso y ese permiso me comenzó a abrir una opción
[…]. / —Tienes permiso para llorar, para sentir rabia, para estar en el círculo […];
tienes permiso para vivir lo que estás experimentando» (Jaramillo, 2014, p. 81).

No hay restauración del daño, una reparación del perjuicio causado, lo que representaría
una especie de justicia restaurativa. La infidelidad representa en este sentido un
conflicto no resuelto, no elaborado.

Améry (2001) propone como desencadenante del resentimiento la negativa del


reconocimiento del daño causado. Y es justamente eso lo que se observa frecuentemente
en la fenomenología de la infidelidad. La negación por parte de la persona infiel y, en su
defecto, un tímido reconocimiento que oculta más que muestra. Lo que la persona infiel
parece vivenciar —además de la desinvestidura de una investidura que antaño existió—
es el desinterés de los efectos del daño hacia la persona víctima de infidelidad. Esa falta
de empatía. En ello radica quizás la fijación en el traumatismo (Sánchez, 2006). Los
reproches de la persona víctima de infidelidad «consiguen al menos una investidura a
mínima» (ibíd., p.74).

La persona víctima de la infidelidad es una mera receptora de un daño ocasionado por la


persona infiel, quien en casos no siente culpa: «Tanto la posibilidad de representación
de lo que ha ocurrido como la culpa quedan en manos del agredido, que se convierte en
propietario de la verdad moral» (ibíd., 73). En este sentido, el resentimiento buscaría
que la persona infiel reconociera su falta en términos de conciencia (ibíd.).

El psicoanálisis parece entenderlo como una defensa compleja o, como diría Freud, una
angustia-señal ante un traumatismo relacionada con la pérdida del objeto (ibíd.). Su
función sería la de impedir la ruptura del vínculo, y así «preservar el capital narcisista
del sujeto» (ibíd., p. 74). Al hilo, «el resentimiento puede hallarse directamente
vinculado a un tipo específico de traumatismo narcisista» (ibíd., p. 69). Este tipo de
herida narcisista es la que muy frecuentemente encontramos en algunas víctimas de
infidelidad.

Soltar, renunciar al resentimiento, conllevaría un duelo a todas luces insoportable,


porque implicaría una «amenazadora retirada de esa investidura imprescindible para la
supervivencia, verdadero cemento identitario» (ibíd.). Quizás la amenaza de ruptura
que supone la infidelidad en parejas de larga duración ponga en evidencia una regresiva
dependencia emocional, reminiscencia de un primigenio vínculo objetal necesario —
madre— para el mantenimiento de la vida, posiblemente en su momento fallido.

Depresión

Muchas personas víctimas de infidelidad se presentan en la consulta abatidas. Tras una


ardua lucha, en muchos casos renuncian, se rinden. La rendición puede ser parcial, es
decir, no afecta a todos los ámbitos de la vida; por ejemplo, la persona mantiene la
actividad laboral. En este caso, aunque la renuncia no sea total el malestar es
generalizado. Lo que ocurre algunas veces es que la renuncia parcial toma forma de
evitar una futura implicación emocional. Es decir, que la persona víctima de infidelidad
renuncia al afecto e incluso a las emociones. Construye una creencia irracional y
disfuncional según la cual si no se implica nada puede sucederle (Muriana et al., 2007).
Así, adopta una postura defensiva ante futuras posibilidades. La depresión en estos
casos —que, como he señalado, puede durar años—, no se caracteriza por una tristeza
permanente, sino que «el eje sintomático se traslada de la tristeza a la inhibición, a la
pérdida de iniciativa» (ibíd., p. 43). De hecho, hay muchas personas que, como se dice
popularmente, «no vuelven a rehacer su vida».

Pero también hay circunstancias en las que la renuncia afecta a todas las esferas de la
vida, no pudiendo trabajar y, por lo tanto, cogiendo una baja laboral, delegando el
cuidado de los vástagos a la familia, entre otras formas de renuncia.

La depresión supone la ruptura de un equilibrio (ibíd.). Supone la ruptura de una


creencia, esto es, un pensamiento estructurado que la persona tomaba por verdad, una
certeza. Se trata de un conocimiento que estructura toda una visión del mundo que, en el
caso de la infidelidad, se viene abajo. Ese acontecimiento inesperado resquebraja la
rigidez de la creencia (certeza) y hace que esta se rompa: «Todo lo que ha funcionado…
ya no funciona, todo aquello en lo que se ha creído se derrumba ruinosamente bajo el
empuje destructivo del accidente no previsto» (ibíd., p. 48). En el caso de la depresión,
«la creencia de fondo se hace añicos, se rompe y el paciente, incapaz de reconstruirla,
renuncia» (ibíd., p. 49). La infidelidad establece un antes y un después. Ya nunca nada
será lo mismo; no deja de ser una ruptura.

Desde esta perspectiva, la persona deprimida por ser víctima de infidelidad es una ilusa
desilusionada, primeramente por «la traición, nunca contemplada» (ibíd., p. 38). Esta
persona vivía en la creencia certera de la fidelidad. Pero es que en eso justamente se
basa al amor monógamo: en la confianza. No es una creencia fabricada por sí misma. Es
una creencia basada en un pacto mutuo, sin el cual la pareja no sería viable. Por eso
quizás el profundo sentimiento de impotencia al no poder modificar la situación. Porque
la infidelidad ha sucedido sin que ella pudiera hacer nada, sin que ella lo sepa.

En algunos casos, la víctima de infidelidad vive con pasividad la condición de sentirse


traicionada, ahondando en su condición de víctima y condenando a la pareja infiel. En
otros casos puede perdonar, de tal manera que permita a ambos componentes de la
pareja superar esa visión ideal de la pareja original y reconstruirse (ibíd.).

Pero ¿qué tipo de ilusión es la de la persona infiel para que se sienta engañada? Se trata
de una ilusión que promete aquello que esperamos: la fidelidad. En efecto, si la ilusión
no llevara consigo la promesa de cumplir las expectativas —pactadas—, no sería ilusión
y, por tanto, no habría engaño ni depresión. Porque para que una ilusión sea engaño esta
tiene que prometer aquello que esperamos: «La estafa solo puede tener éxito porque el
estafador promete al estafado hacer realidad parte de sus sueños» (Cyrunlik, 2013, p.
41).

Flashback o «imágenes que invaden»

Una vez «revelada» la infidelidad hay quienes deciden continuar con la relación. Pero
no son pocas las personas que reviven una y otra vez el «imaginado» acontecimiento:
les invaden imágenes y fantasías sobre el acto mismo incluso tras haber pasado años. La
persona víctima de infidelidad se ve asaltada, en cualquier momento, por escenas
fantaseadas sobre el acto mismo. No puede parar de pensar en ello, de imaginárselo. La
persona a veces entra en una especie de bucle o espiral de la cual le resulta
prácticamente imposible salir; resulta obsesivo. Pueden pasar años y la persona seguir
imaginándose situaciones, lugares, frases. Como consecuencia, la persona quiere saber
exactamente, busca información de una manera obsesiva, interroga de manera
inquisitiva a su pareja. Quiere saberlo todo. Aparecen fenómenos como los celos, la
paranoia, la vigilancia o el registro como manera de intentar controlar una situación que
se escapa de las manos. Una multiplicidad de reacciones se desata. Si la pareja ha sido
capaz de mentir, saber la verdad se impone al precio que sea. Se enfocan en detalles,
nimiedades a veces, pero que ahora a la luz de la infidelidad pueden ayudar a
comprender, a explicar, a saber, a defenderse. Se adentra en un bucle del cual es difícil
salir. En esta situación, la persona víctima de infidelidad caracterialmente se transforma;
aparecen lados oscuros que ni sospechaba. Se vuelve desconfiada, controladora,
paranoicamente celosa. Y cada vez que el fantasma de la infidelidad reaparece muchas
reacciones ya mencionadas en apartados anteriores vuelven a suceder como el primer
día. Es decir, es como si la persona víctima de infidelidad volviera a esa primera vez en
que se enteró de la noticia y vuelve a pasar por las fases de shock, rabia, ira, deseos de
venganza, tristeza, depresión, angustia, culpa, ansiedad, vergüenza. Se vuelve una y otra
vez a la casilla de salida. La persona actúa como si la infidelidad se repitiera una y otra
vez, lo que ocasiona cambios en el carácter, continuos altos y bajos, cambios de humor;
en definitiva, una marcada inestabilidad emocional. Es como si la persona estuviera
atrapada en una vivencia de la que no puede salir. Revive la experiencia una y otra vez.
Su vida se ha parado. No puede dar ni marcha atrás ni tirar para adelante. Está atascada
en un suceso del que no puede salir. Esta reviviscencia a veces se manifiesta también a
través de los sueños, convertidos muchas veces en pesadillas.

Es como si la persona buscara entender, comprender…, necesita explicaciones. Busca


un motivo, una causa, una explicación. Busca comprender lo que pasó. Intenta aferrarse
desesperadamente a la razón, al entendimiento. Es como si volviera constantemente al
lugar del crimen para encajar las piezas. Porque la infidelidad pertenece a lo inefable.
De hecho, el acto de la infidelidad es un acto secreto, no dicho.

El factor sorpresa suele ser en muchos casos el tinte que da color al trauma: «No me lo
esperaba de él». Efectivamente, la infidelidad en muchos casos pilla por sorpresa. La
persona no se lo espera. La persona confía, lo que es normal porque está pactado. Lo
contrario sería celotipia y por lo tanto sería del orden de la patología.

Autoestima baja

La autoestima, el sistema inmunitario de la conciencia, es esa confianza en nuestras


capacidades. Pero también para la autoestima la confianza resulta fundamental: «La
esencia de la autoestima es confiar» (Branden, 1994, p. 22).

La baja autoestima en personas víctima de infidelidad viene de la pérdida de confianza


en sí mismas y en sus capacidades, particularmente del hecho de verse sustituidas,
reemplazadas, vencidas e inferiores a la persona amante. Algunas sienten que han
fracasado tanto en su identidad personal como de género. Estas personas se sienten
inseguras, no confían en sus capacidades, abandonando en muchos casos actividades
placenteras que se venían realizando hasta entonces. Su seguridad en muchos casos
desaparece. No parecen las mismas personas de antes. En parte debido a la vergüenza y
a la humillación distorsionan la imagen de sí mismas. No se ven como les ven los
demás. El concepto de sí mismas se devalúa y tienden a callarse por miedo a perder más
aún si cabe. Su mirada se centra en los defectos propios y en cómo podrían camuflarlos
mejor. Recuerdo una mujer que lo primero que hizo tras enterarse de la infidelidad fue
llamar a una esteticista para hacerse una limpieza de cutis. Era la primera vez que se la
hacía.

Aparecen rumiaciones, pensamientos machacantes casi obsesivos sobre la imagen, el


autoconcepto. En este sentido, la persona va a intentar lidiar con este sentimiento o bien
inhibiéndose aún más, o bien compensándolo de manera compulsiva en una especie de
explosión maniaca.

La vergüenza

Ese afecto que depende de la mirada del otro emerge casi inmediatamente en la persona
traicionada. Tiene que ver con el rechazo, con el desprecio de la persona de quien se
esperaba afecto, y normalmente se reacciona evitando, ocultándose y retirándose
(Cyrulnik, 2013). En la persona avergonzada «la representación de sí está desgarrada»
(ibíd., p. 46). Una representación devaluada por no haber estado a la altura.

La vergüenza está ligada al sentimiento de inferioridad: «La vergüenza es un


sentimiento penoso de inferioridad, indignidad o desprecio ante los demás» (Thalman,
2008, p. 58). Y aquí es donde nos encontramos con la dimensión social de la infidelidad,
que muy a menudo se ignora. La persona víctima de infidelidad se para a pensar en lo
que los demás pensarán de ella, interpreta que los demás verán algo que ella no ve, en
quién lo sabe y lo sabía antes que ella. A ojos de los demás se siente culpable, fracasada
y teme ser juzgada. Por eso tiende a esconderse. Quisiera desaparecer. Porque
recordemos que la infidelidad en la mitología popular ocurre porque esa persona no le
ha dado algo que se suponía que le tenía que dar. Es decir, que la infidelidad —desde
esta errónea perspectiva— es culpa de la persona víctima de la infidelidad. De ahí la
vergüenza social. Todo el mundo sabrá que ella no le ha dado algo. Ella será la culpable.

La infidelidad es vivida como una humillación no solo privada sino pública. Su vida
íntima de alguna manera se ve aireada, sacada a la luz a su pesar. Lo que pertenece al
ámbito de lo privado es publicado sin su consentimiento. A veces se ve hasta
«obligada» a contar, a airear aspectos de su vida privada. Algo que no hubiera hecho de
no haber habido infidelidad. Pierde de alguna manera su dignidad. Esa transparencia
involuntaria que denota su falla, ese poner en evidencia, genera vergüenza.

Como la vergüenza no suele expresarse, se inventan algunas estrategias para ocultarla.


Recuerdo a una persona víctima de infidelidad que cuando «explicaba» cómo acabó su
relación solo podía articular la misma frase: la relación se «terminó de manera
traumática». Esta persona pasó meses encerrada en casa durante los fines de semana.
Dejó de asistir a actos públicos como ceremonias y celebraciones. Dejó su vida social
aparcada durante un tiempo. Solo mantuvo el trabajo. Su casa se redujo al salón. Allí
hacía toda su vida.

SECUELAS DE LA INFIDELIDAD Y ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

Dadas las secuelas que la infidelidad produce en algunas personas —particularmente en


parejas de larga duración y en aquellas que deciden continuar con la relación—
podríamos situar los síntomas de algunas personas víctimas de infidelidad dentro de la
categoría diagnóstica de estrés postraumático. Precisando que no todas las personas
víctimas de infidelidad presentan esta sintomatología particular. La reacción psicológica
ante la infidelidad depende de muchas variables como la edad, las circunstancias, la
estabilidad de la pareja, los recursos psicológicos, la red social o la propia personalidad,
entre otras.

No obstante, la experiencia de la infidelidad en algunos casos transforma, modificando


a la persona de tal manera que altera su personalidad y su manera de apreciar y evaluar
la realidad. El recuerdo constante de la infidelidad impide «pasar página», generando
conflictos que pueden durar años. Es como si la persona víctima de infidelidad en
algunos casos se quedara atrapada en ese instante, fijada, bloqueada. Por momentos
parece vivir con normalidad, hasta que algo en su mente salta y revive de nuevo la
infidelidad. Es un constante rumiar. Es como si esa idea estuviera constantemente en la
mente, a veces como telón de fondo y otras veces como protagonista. Es como si la
experiencia de la infidelidad no terminara de asimilarse. Algo se detiene y no se puede
avanzar. Muchas personas realizan esfuerzos ingentes para «superar» la infidelidad y
seguir adelante sin conseguirlo del todo. Dos, tres, cuatro y hasta cinco años pueden
pasar en ese impasse. En ocasiones, tras años de haberse separado aún siguen sin poder
pasar página o rehacer su vida. Siguen ancladas en la infidelidad, en el dolor, en el
sufrimiento, en la rabia, en el temor. No es extraño que se den cambios en la
personalidad, volviéndose desconfiada, paranoide, celosa, irritable, ansiosa. En ciertas
personas, la venganza toma forma de promiscuidad sexual, de infidelidad y otros
comportamientos impulsivo-compulsivos, a menudo adoptando formas de autoagresión
como recaídas en adicciones, pudiendo llegar al suicidio. También hay formas de
heteroagresión, como por ejemplo ser infiel o convertirse en amante para vengarse, por
ejemplo.

La infidelidad destroza porque, entre otros sentimientos y estados, la persona víctima de


infidelidad parece usada y tirada, o al menos así manifiestan sentirse algunas de ellas.
Es el discurso más frecuente que se escucha en muchas personas que han vivido esta
experiencia. Este sentimiento es particularmente más acentuado y vívido en las personas
que han sacrificado mucho por la relación. Cuanta más entrega, abnegación,
compromiso, dedicación y sacrificio, mayor parece el sentimiento de sentirse
desechada, utilizada, instrumentalizada para la persona víctima de infidelidad en la
pareja.

CRITERIOS DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO EN LA INFIDELIDAD

La conceptualización y definición de esta (mal y a veces desconocida) categoría


diagnóstica, así como su modificación a través de los años, resulta controvertida. Otro
punto polémico es el parentesco sintomatológico con otras categorías diagnósticas como
trastorno de estrés agudo. Finalmente, lo que añade más debate al tema es la evaluación
de esta problemática en los adultos (Crespo y Gómez, 2011).

No obstante, ante la noticia de la infidelidad en la práctica clínica encontramos un


patrón que se repite —particularmente en las relaciones de larga duración—
coincidiendo con la sintomatología propia del estrés postraumático. En este sentido,
vamos a revisar dichos criterios y a mostrar esta particular coincidencia.

Para comenzar, debemos precisar que el trastorno de estrés postraumático es ante todo
un trastorno de ansiedad. Un estado de inseguridad, conmoción, intranquilidad,
nerviosismo y preocupación que caracteriza a algunas personas que han sido víctimas
de infidelidad. Estado que puede extenderse a lo largo del tiempo e incluso cronificarse.
Estas personas ven su vida, sus sueños, sus proyectos, peligrar, cuando no desaparecer.
Este estado anímico no permite dormir, relajarse, estar en determinados lugares,
alimentarse; al contrario, desencadena muchas otras reacciones como la hipervigilancia,
falta de apetito —porque el estómago se cierra—, agitación psicomotriz en muchos
casos, dolores diversos de origen tensional. Es un estado que lo invade todo y genera
mucho miedo, fundamentalmente por la sensación de no poder controlar.

Pero además del cuadro ansioso se presentan circunstancias y características como la


reexperimentación del evento traumático, la evitación de estímulos asociados al trauma
y un embotamiento de la capacidad de reacción del sujeto. Una de las cosas que más
destacan en las personas a quienes se les comunica la infidelidad de su pareja es la
constante reviviscencia de la infidelidad. Su cabeza no puede parar de imaginárselo, de
verlo. Son imágenes que invaden la mente, que irrumpen sorprendiendo a la persona.
Por ello, en parte se intenta evitar todo aquello que recuerde la infidelidad, la mayor
parte de veces sin éxito.

La sorpresa del desvelamiento de la infidelidad en la mayor parte de ocasiones, en un


primer momento, deja sin capacidad de reacción. La persona entra como en un estado
de parálisis. En algunos casos no se siente nada. Recuerdo a una persona que dijo que
empezó a reaccionar, a darse cuenta, a tomar conciencia, a despertar, a los seis meses de
la noticia y, al año, osó preguntar finalmente lo que realmente había sucedido. La
persona no puede creerlo. Por supuesto que las personas continúan con su vida, pero a
nivel emocional algo se para. No se entiende. Esa incomprensión del porqué, del cómo,
y los numerosos interrogantes que emergen y que en la mayor parte de casos no son
revelados tampoco permite elaborar psíquicamente la situación, con lo que el
embotamiento puede ser mayor. La falta de comunicación, las mentiras, las ocultaciones,
en definitiva, la falta de información y la deshonestidad por parte de la persona infiel no
permiten salir de ese estado de incredulidad.

El estado de estrés postraumático está representado por toda una sintomatología que
exponemos a continuación, y que coincide en muchísimas personas víctimas de
infidelidad (Bobes et al., 2000).

Cuadro clínico:

A. La persona ha estado expuesta a muerte o amenaza de muerte o peligro de daño


grave, violación sexual real o amenaza, en una o más de las siguientes maneras:

1. Experimentar uno mismo el acontecimiento.

2. Ser testigo del acontecimiento que le ha ocurrido a otro.


3. Tener conocimiento de un acontecimiento que le ha ocurrido a alguien cercano o
a un amigo.

4. Experimentar exposiciones repetidas o de extrema aversión a detalles del


acontecimiento (por ejemplo, personal de emergencias que recoge partes de cuerpo,
agentes de policía expuestos repetidamente a detalles sobre abuso infantil…).

Lo extraño de este ítem es que en ciertos casos no hay una exposición directa al acto
infiel en sí; lo que se experimenta en primera persona es el hecho de saber o de
enterarse. Lo que resulta particularmente traumático es «la ausencia física del cónyuge
traicionado» (Pittman, 1994, p. 43). Esa revelación de su ausencia resulta ser una forma
de exposición en primera persona a un peligro o daño grave. La amenaza está
fundamentalmente en la desaparición, la aniquilación de todo un sistema de vida que la
infidelidad implica, además del distanciamiento emocional que suele conllevar. La
infidelidad golpea en la línea de flotación psicológica de la persona, la cual en un
principio tiende a quedar paralizada, bloqueada. A veces entra en tal estado de
confusión que le puede llevar meses incluso para salir de él. Cuesta reaccionar. Dicho
estado impide en muchos casos tomar decisiones, o a veces empuja a tomar decisiones
drásticas. Hay una resistencia mental a creerlo, frecuentemente acompañada de otros
mecanismos de defensa como el de la negación («Esto no me puede estar pasando») o el
de la despersonalización («Es un sueño y en cualquier momento me voy a despertar»).
En algunos casos la infidelidad puede llevar a la ruptura amorosa, al abandono sin
mayores explicaciones por parte de la persona infiel, sin hablar de lo que ocurre en la
pareja. Esta desaparición aumenta la cualidad traumática del acontecimiento. La
persona infiel lleva en completo silencio y ocultación —por adelantado e
individualmente— todo un proceso de separación que comenzó mucho tiempo antes
incluso de la infidelidad. La persona víctima de infidelidad recibe un duro golpe que por
no ser físico no es menos dañino. No estaba preparada. Empiezan las preguntas, la lucha
para no volverse loca. El mundo se derrumba. La cabeza no fluye, se embota; brotan
preguntas para intentar comprender, retomar el control: ¿Desde cuándo? ¿Qué ha
pasado? ¿Cuántas veces? ¿Le quieres? ¿Cómo es posible?…

Lo difícil para ser considerado estrés postraumático es calibrar a qué llamamos


exposición al daño. Porque no le ha pasado físicamente nada; su integridad física no ha
sido amenazada. Pero sí su integridad psicológica.
Lo particular de esta situación es que la persona experimenta la infidelidad
repetidamente con cada exposición a imágenes, conversaciones, películas. Cualquier
mención del tema puede ser un desencadenante para revivir toda la sintomatología.

B. Síntomas intrusivos que están asociados con el acontecimiento traumático (iniciados


después del acontecimiento traumático), tal y como indican una (o más) de las
siguientes formas:

1. Recuerdos dolorosos del acontecimiento traumático: espontáneos o con


antecedentes recurrentes e involuntarios e intrusivos.

2. Sueños recurrentes angustiosos en los que el contenido y/o la emoción del


sueño están relacionados con el acontecimiento.

3. Reacciones disociativas (por ejemplo, flashbacks) en las que el individuo se


siente o actúa como si el acontecimiento traumático estuviese ocurriendo (estas
reacciones pueden ocurrir en un continuo, en el que la expresión más extrema es
una pérdida completa de conciencia del entorno).

4. Malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que


simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.

5. Importantes respuestas fisiológicas al recordar el acontecimiento traumático.

Ni qué decir tiene que este grupo de síntomas intrusivos es quizá el más destacado en
muchas personas víctimas de infidelidad. El revivirla constantemente, el reactivarla a
través de los estímulos tanto externos como internos, el intenso malestar psicológico
ante evocaciones, las respuestas fisiológicas ante el recuerdo o la referencia a la
infidelidad como vómitos, mareo, náuseas, contracción del estómago, ansiedad. Muchas
veces la persona queda atrapada en una especie de bucle, un impasse caracterizado por
rumiaciones constantes de tipo obsesivo, evocando el evento doloroso.

Cada uno de estos cinco ítems de este criterio diagnóstico refleja a la perfección la
fenomenología de las secuelas de muchas personas víctimas de infidelidad. Así, los
recuerdos dolorosos de la infidelidad se evidencian y reactivan de manera intrusiva, es
decir, sin que la voluntad de la persona intervenga: de manera involuntaria y
recurrentemente.
En muchos casos hay sueños angustiosos y pesadillas relacionadas con el tema, incluso
mucho tiempo después.

Las reacciones disociadas, entre otras, a modo de flashback —es decir, escenas
retrospectivas o ilusiones visuales propias de un trastorno de percepción (Howell,
2005)— se suceden incluso años después. La reviviscencia de estas escenas hace que en
la persona que las vive se desencadenen toda una serie de reacciones como las que
brotaron al principio. Algunas personas víctimas de infidelidad se ven atrapadas en un
bucle de fantasías e imágenes del evento que no han visto, pero lo sufren en propia
carne. Quizás esta es la mayor de las paradojas: verse asaltado por fantasías de un
evento que no le ha sucedido pero al mismo tiempo sí. Es decir, es una situación no
vivida como protagonista pero afecta directa y justamente por no haberla vivido, es
decir, porque su pareja no mantuvo una relación con ella en ciertos momentos sino con
otra persona. Pues bien, estas imágenes fantaseadas son vividas en la mente una y otra
vez. Las personas no parecen tener ningún control sobre ellas. Cuando estos flashbacks
se producen la persona vuelve a reaccionar como al principio, desencadenándose
reacciones fisiológicas y fundamentalmente un profundo malestar psicológico,
destacando la angustia, la ansiedad y la depresión, síntomas que pueden estar presentes
durante años.

Muchas de las respuestas psicológicas —como resultado de un estrés prolongado—


pueden desencadenar incluso enfermedades psicosomáticas como síndrome de colon
irritable, hipotiroidismo o fibromialgia; en general, enfermedades de carácter
autoinmune. También se producen dolores musculares de origen tensional que, en
ciertos casos, se vuelven crónicos, apareciendo contracturas que necesitan tratamiento a
largo plazo.

Desesperanza, depresión y ansiedad: es una tríada emocional que generalmente se


concatena.

C. Evitación persistente de estímulos relacionados con el acontecimiento traumático


(iniciados después del acontecimiento traumático) a través de la evitación de una (o
más) de las siguientes formas:

1. Evitación de recordatorios internos (pensamientos, sentimientos o sensaciones


físicas) que estimulan recuerdos relacionados con el acontecimiento traumático.
2. Evitación de recordatorios externos (personas, lugares, conversaciones,
actividades, objetos, situaciones) que estimulan recuerdos relacionados con el
acontecimiento traumático.

Esta evitación cambia la vida de la persona víctima de infidelidad. A consecuencia de la


evitación, la persona suele cambiar hábitos de vida, a veces drásticamente. Deja de
rodearse de gente, deja de frecuentar lugares habituales, pierde contactos y, en algunos
casos, tiene que empezar la vida desde cero. Hay personas que llegan incluso a cambiar
de puesto de trabajo para evitar toparse con la tercera persona en discordia. La persona
hace lo que sea con tal de evitar aquello que pueda suscitar de nuevo toda la
sintomatología descrita.

No obstante —y paradójicamente— también hay personas víctimas de infidelidad que


persisten en querer saber, incluso de manera obsesiva, detalles del acto y de la tercera
persona, en un intento al parecer de comprender, de llenar el hueco, el vacío que deja lo
incomprensible, de conocer personalmente a la figura de la amante, hablar con ella. En
este sentido, su comportamiento —lejos de ser evitante— puede parecer hasta
persecutorio, lo que no deja de ser una reacción dañina y particularmente obsesiva.

D. Alteraciones negativas en las cogniciones y del estado de ánimo que se asocian con
el acontecimiento traumático (iniciadas o empeoradas después del acontecimiento
traumático), tal y como indican tres (o más) de las siguientes formas:

1. Incapacidad para recordar un aspecto importante del acontecimiento traumático.

2. Persistentes y exageradas expectativas negativas sobre uno mismo, sobre otros


o sobre el futuro.

3. Culpa persistente sobre uno mismo o sobre los otros en relación a la causa o las
consecuencias del acontecimiento traumático.

4. Estado emocional negativo generalizado, por ejemplo: miedo, horror, ira, culpa
o vergüenza.

5. Reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas.

6. Sensación de desapego o enajenación frente a los demás.


7. Incapacidad persistente para experimentar emociones positivas.

Con respecto a los lapsus de memoria, la persona a veces disociada o en estado de shock
no escucha o no retiene cierta información. Por eso mucho tiempo después puede volver
a escuchar lo sucedido y sentir que no lo había escuchado antes, o que es la primera vez
que lo escucha cuando igual la pareja infiel ya se lo había dicho.

La persona víctima de infidelidad puede llegar a entrar en una espiral de baja autoestima
que puede incluso desembocar en actos autolesivos. Las ideas de suicidio se les pasan a
algunas personas por la imaginación, cuando no se realizan. Algunas fantasean
pensando en tener accidentes de coche o los tienen (consciente o inconscientemente)
directamente, imaginan las reacciones de las personas allegadas si «desaparecieran». La
persona víctima de infidelidad en esta situación postraumática se piensa la más fea, la
más gorda, la persona más denigrante del mundo. Piensa que nadie va a quererla nunca
y que nunca saldrá de ese pozo. Fantasea sobre la posibilidad de quedarse sola hasta el
fin de sus días. Desarrolla muchas fobias y comportamientos de evitación. Tiene miedo
de salir incluso a comprar. Siente una mezcla de sentimientos que van desde el miedo,
pasando por la rabia, la culpa y sobre todo la vergüenza, el qué dirán, cómo va a
explicar lo sucedido. Evita salir a la calle para no exponerse. Se plantea si hay personas
que saben lo que ella no ha sabido hasta ahora. Por supuesto que deja prácticamente
todas las actividades de lado, exceptuando el trabajo en algunos casos. Se distancia de
todas las personas, se aísla. Puede incluso pasar meses sin salir de casa, sin llamar a
nadie. No siente nada… Algo se ha congelado, se ha parado en su interior.

E. Alteraciones en la activación y reactividad que están asociadas con el acontecimiento


(iniciadas o empeoradas después del acontecimiento traumático), tal y como indican tres
(o más) de las siguientes formas:

1. Comportamiento irritable, enojado o agresivo.

2. Comportamiento temerario o autodestructivo.

3. Hipervigilancia.

4. Respuestas exageradas de sobresalto.

5. Dificultades para concentrarse.


6. Trastornos del sueño, por ejemplo: dificultad para quedarse o permanecer
dormido (2).

Cabe destacar la rabia y la ira incluso llegando a la agresividad y la violencia, además


de un estado permanente de irritabilidad. Esta rabia —en algunos casos, asesina— se ve
claramente en la película Infiel, en la que el protagonista, víctima de la infidelidad, mata
al amante. Sin llegar a esos extremos, conocemos bien escenas de peleas entre la
persona víctima de infidelidad y la persona amante o situaciones en las que la persona
víctima y la persona amante se ponen en contacto y se informa de lo sucedido. También
sabemos de actos de agresión consistentes en amenazas, llamadas telefónicas
acosadoras, de planes sobre cómo vengarse, de venganzas a través del impedimento a la
persona infiel para ver a los vástagos. Hay muchas maneras en que las personas
víctimas de infidelidad han generado respuestas violentas. No obstante, hay personas
que sufren este estado de ira como irreal, como estados en que no son ellas mismas,
como si algo se apoderara de ellas. Se asemejan a formas alteradas de conciencia o
estados disociativos.

El comportamiento temerario y autodestructivo se impone llegando en algunos casos


hasta el suicidio. Ya nada importa. La persona no tiene nada que perder. Es un estado de
desesperación. «¿Qué más da ya?», oiremos en consulta muchas veces. En otras
ocasiones, las personas vuelven a recurrir a sustancias tóxicas: recaen en el tabaquismo
o retoman el consumo de cannabis, por ejemplo.

La hipervigilancia se caracteriza por una sensibilidad sensorial acentuada, acompañada


de una exageración de conductas4 con la finalidad de detectar amenazas (Bobes et al.,
2000). Algunas víctimas de infidelidad desarrollan una marcada atención a cualquier
señal que le indique de nuevo otra infidelidad, rozando a veces la paranoia, puesto que
en su día no fueron capaces de preverla. Están atentas a cualquier llamada, cualquier
detalle, cualquier cambio de voz o de comportamiento. La infidelidad les ha pillado por
sorpresa y ahora tienen que prevenir.

Una mayor atención y alerta suele ir acompañada de una exaltación sensorial, cognitiva
y afectiva. Hay una mayor consciencia que suele paradójicamente ir acompañada de una
marcada capacidad de distracción. De ahí en parte las dificultades para concentrarse y

                                                                                                               
4
 Overreacting.
para dormir mucho tiempo después, incluso años.

F. Estas alteraciones (síntomas de los criterios B, C, D y E) se prolongan más de 1 mes.

Todas las alteraciones mencionadas y explicadas se producen mucho tiempo después,


incluso años, y con nuevas parejas. Hay personas donde la celotipia se vuelve
caracterial, es decir, que los cambios de carácter sufridos en la infidelidad permanecen a
lo largo de la vida. La desconfianza particularmente pasa a formar parte del carácter,
impidiendo incluso que la persona rehaga su vida. Las nuevas parejas podrían —y de
hecho, en algunos casos lo son— ser víctimas de estas secuelas.

Hay que precisar que ciertas alteraciones persisten cuatro y cinco años después, a veces,
con la intensidad del primer día.

También debe matizarse que la mayor parte de estas secuelas perduran


fundamentalmente en las parejas que, a pesar de la infidelidad, siguen adelante con la
relación, es decir, cuando no ha habido separación.
En las parejas que se separan —si bien la mayor parte de los síntomas pueden
permanecer con el tiempo, mucho tiempo— años después también desaparecen algunos,
sobre todo aquellos síntomas descritos en las secciones A, B y C.

En general suelen permanecer los trastornos del sueño, la hipervigilancia, las secuelas
psicosomáticas, la evitación, la baja autoestima, la culpa, el desapego, la desconfianza.
La depresión y la angustia suele remitir o tomar diferentes formas. La ansiedad tarda
más y puede desaparecer, aunque en otras personas la ansiedad se transforma en
ansiedad flotante generalizada. En la clínica se han observado también síntomas que
remiten pero que pueden volver a surgir al iniciar otra relación, como la desconfianza,
los celos, el control, la hipervigilancia, la susceptibilidad.

No obstante, el tipo de reacción de las parejas ante el hecho —lleven mucho o poco
tiempo— suele mostrar un patrón similar, destacando un malestar psicológico intenso
(ansiedad, depresión y angustia), insomnio, trastornos del sueño, comportamientos de
evitación de estímulos relacionados, manifestaciones de ira y agresividad,
embotamiento afectivo, hipervigilancia, comportamientos autodestructivos. La
diferencia suele radicar en el factor tiempo. En cualquier caso, la mayoría de estos
síntomas suelen durar más de un mes.
G. Estas alteraciones provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o
de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

A riesgo de ser redundante, la persona víctima de infidelidad tiende a suspender


actividades cotidianas, si bien en muchos casos llega a mantener el trabajo y los
estudios, particularmente si el trabajo es fuente importante de ingresos. En otros casos,
las bajas laborales se suceden, así como el abandono temporal o definitivo de los
estudios. En muchos casos se produce un aislamiento social y el cese de actividades,
fundamentalmente de ocio. El distanciamiento puede afectar también a la familia de
origen, familia extensa.

H. Los problemas no se deben a efectos fisiológicos directos de una sustancia o a una


condición médica general.
Los síntomas fruto de la infidelidad de la pareja expuestos no parecen estar conectados
o relacionados con el consumo de sustancias tóxicas ni enfermedad alguna.

REFLEXIÓN FINAL

La infidelidad en muchas personas no se supera del mismo modo que se supera la


muerte de un ser querido ni ninguna otra pérdida. En este sentido, la infidelidad en
algunas víctimas parece una herida que no cicatriza, que no puede parar de supurar o
que puede sangrar en cualquier momento de manera intensa a modo de hemorragia. Y
que sigue influyendo a pesar del tiempo transcurrido. Puede llevar —y de hecho lleva—
años para «superarse», debido fundamentalmente a la persistencia de la sintomatología
a través del tiempo y a las enormes consecuencias que esta acarrea en la persona que la
sufre particularmente. La persistencia de la sintomatología traumática puede ser en parte
por la propia estructura de la infidelidad basada en una profunda herida narcisista
infringida por la persona infiel, quedándose estancada la persona que la sufre
«pasivamente» en un bucle ansioso-depresivo compuesto fundamentalmente de
estructuras y mecanismos defensivos difíciles de digerir, generando altos niveles de
sufrimiento. También la persistencia de síntomas derivará de la honestidad por parte de
la persona infiel y de cómo se repare o no el daño.
Entroncamos la infidelidad con el concepto de trauma psíquico, entendido este como
una experiencia vivida por el sujeto cuyo impacto deja secuelas en forma de cuadro
sintomático que guarda, en muchos casos, similitudes con el trastorno de estrés
postraumático.

En este sentido, la infidelidad nos parece una problemática que tiene en muchos casos
graves consecuencias en la salud mental de la víctima y para la familia en general. Hay
que precisar que las víctimas de infidelidad son numerosas, cuyas consecuencias tienen
un coste económico y emocional muy elevado. Desgraciadamente, la bibliografía es
escasa y poco rigurosa; llama la atención que no sea un foco de estudio e investigación
más destacado.

En parte quizás porque aún se asocia la infidelidad a una cuestión moral, asociada a los
valores morales, hoy en día en desuso. En general, todo aquello que gira en torno a las
víctimas de algún daño parece políticamente incorrecto en nuestros días. Percibimos en
la infidelidad y en su trato una cierta banalización de este mal. La psicología —y por
extensión las ciencias en general— abordan poco y mal asuntos existenciales tales como
el amor, la fidelidad, la voluntad, la honestidad, la fe, el perdón, el sufrimiento, el dolor,
el daño, la moral, la ética, la libertad o el bien común. Todo ello queda oculto en el
secreto profesional, encerrado en espacios terapéuticos en forma de síntomas, claras
manifestaciones de dolor y sufrimiento difíciles de tratar en muchas ocasiones.

Gran parte del trabajo consistiría primeramente en desmitificar muchos juicios y


prejuicios sobre la infidelidad que circulan en forma de creencias populares. En dar a las
relaciones y vínculos una mayor relevancia, tanto en sus aspectos patológicos como
sanos. Y finalmente plantear las relaciones de una manera más consciente, honesta y
con ética.

 
 

 
 
 
 
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