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procesos educativos que han tenido lugar en el territorio argentino desde sus primeros
asentamientos humanos hasta la actualidad. Este campo abarca el desarrollo de instituciones
educativas, políticas educativas, corrientes pedagógicas, y las interacciones entre la educación
y los contextos sociopolíticos que han marcado la historia del país. La misma encapsula una
narrativa dinámica que ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo social y
cultural de la nación, y ha sido un factor clave en la formación de la identidad nacional y en la
configuración del desarrollo socioeconómico del país.
Construir un recorrido supone comenzar desde los primeros intentos de educación por parte
de comunidades indígenas en el continente y las misiones religiosas durante el período
colonial hasta la consolidación de sistemas educativos más formales durante el siglo XIX,
coincidiendo con la búsqueda de independencia de Argentina y su establecimiento como
república, los cambios políticos, sociales y económicos, así como movimientos de reforma y
modernización en el ámbito educativo.
Durante las primeras etapas de la época colonial, la educación estaba a cargo de maestros
nombrados por los cabildos de las ciudades. A comienzos del siglo xvii comenzó a pasar a
manos de los clérigos de las órdenes religiosas, aprovechando el aumento del número de
conventos y la necesidad de las propias órdenes de educar a la siguiente generación de frailes
y curas. Tras un período en que predominaron los franciscanos y dominicos, la educación –
especialmente la secundaria– pasó mayormente a manos de los jesuitas, que sostuvieron una
extensa red de casas religiosas, colegios y misiones entre los indígenas. Con pocas
excepciones, la educación formal era para los niños; las niñas eran educadas por sus madres
para ser a su vez esposas y madres, para lo cual no necesitaban leer, escribir ni hacer cuentas.
El primer colegio secundario fue fundado en 1610 en Santa Fe "la Vieja", y tres años más tarde
fundaron también la Universidad de Córdoba, la única erigida en territorio argentino durante
el período colonial. Allí se enseñaba teología y derecho canónico –materias fundamentales en
la educación de los sacerdotes– y sólo marginalmente se enseñaba algo de Derecho civil y
penal.
Epoca Colonial
El primer maestro del que se tenga registro en todo el territorio nacional es el español Pedro
de Vega en Santa Fe. En las actas capitulares del Cabildo de Santa Fe, conservadas en el
Archivo General de la Provincia, quedó registrado el 13 de mayo de 1577, en el folio
*I-1-1/F.13, lo siguiente:
En 1585 los jesuitas llegaron a Santiago del Estero y en 1587 a Córdoba. En 1588 llegaron a
Misiones los que posteriormente fundaron las Misiones jesuíticas guaraníes..3
El 9 de enero de 1590, se registra en el acta capitular del Cabildo de la Ciudad de Santa Fe, la
siguiente donación:
Se hace donación al padre Armiño, de la compañía de Jesús, de dos solares pertenecientes a
Diego Bañuelos, con la obligación de que levantaría iglesia y convento, designándose tasadores
al regidor Simón Figueredo, en representación del cabildo, al factor Juan de Torres Pineda, por
Su Majestad, y a Domingo Vizcaíno como administrador de Diego Bañuelos.2
Mientras tanto, en Santa Fe, se construyó alrededor del año 1610 el Colegio de la Inmaculada
Concepción,5 cuyo primer rector fue el sacerdote Francisco del Valle y que es considerado el
primer Colegio del país.6 En Buenos Aires se fundó en 1661 el antecedente más remoto que se
conozca del actual Colegio Nacional de Buenos Aires: el Colegio de la Compañía.7
Lo principal en la educación de los niños era la doctrina cristiana, que se repetía tantas veces
como fuera necesario para que la aprendieran en profundidad. Sólo en segundo lugar,
aprendían letras y ciencias. Los niños concurrían a clase separados de las niñas, y los hijos de
los caciques, separados de los hijos de campesinos, aprendían español y latín.8
Cada día, los niños eran enviados a actividades distintas: a aprender a leer y escribir, a cantar,
ejecutar instrumentos y bailar, a aprender oficios –escultores, pintores, tejedores, herreros– y
más de la mitad a trabajar al campo. En Yapeyú, el Padre Antonio Sepp, un destacado músico,
creó un verdadero centro de educación musical, es decir, un conservatorio, cuya fama se
extendió por todo el Río de la Plata. Además, fabricaron en sus talleres, todo tipo de
instrumentos musicales, incluso un órgano. También se esforzaron por crear bibliotecasm y
cada pueblo tenía una: la de Santa María la Mayor contenía 445 volúmenes; la de los Santos
Mártires, 382; la de Nuestra Señora de Loreto, 315; la de Corpus Christi, 460; y la de
Candelaria, tenía 4725 volúmenes. Había un Observatorio Astronómico levantado por el P.
Buenaventura Suárez, nativo de Santa Fe.8
Tanto las niñas como los niños cursaban la escuela desde los siete hasta los doce años de edad;
mientras los niños aprendían a leer y escribir y artes, las niñas aprendían a leer, escribir, hilar y
cocinar. Una misión cualquiera, como la de San Ignacio Miní, tenía más de 500 niños en su
escuela, mientras que la de Santo Tomé llegaba a los 900.9
La Universidad de Córdoba[editar]
Desde su llegada, los jesuitas eligieron a Córdoba como el centro de la Provincia Jesuítica del
Paraguay, en el Virreinato del Perú. Para ello necesitaban un lugar donde asentarse y así iniciar
la enseñanza superior. Fue así que 1599, y luego de manifestarle dicha necesidad al cabildo, se
les entregaron las tierras que hoy se conocen como la Manzana Jesuítica.10 Allí se construyó en
1608 el Noviciado, y en 1610 el llamado Colegio Máximo, es decir el Seminario en que se
formaban los padres jesuitas. Tras un efímero traslado a Santiago de Chile entre 1612 y 1613,
se estableció nuevamente en Córdoba a iniciativa del obispo del Tucumán, fray Hernando de
Trejo y Sanabria. Apenas reinstalado en Córdoba, Trejo solicitó y obtuvo autorización para
crear en base al Colegio Máximo la Universidad de Córdoba, oficialmente fundada en 1613,
aunque adquirió el nombre de universidad diez años más tarde.11
Trejo fundó también un convictorio, pero éste fue ocupado un lustro más tarde por el
noviciado jesuita. Para edificar la Universidad y el Convictorio, Trejo donó cuarenta mil pesos,
en la forma de donación por adelantado de sus futuros sueldos, lo que no resultó en nada útil,
ya que falleció al año siguiente y apenas alcanzó a donar diez mil pesos. No obstante, con
aportes de los vecinos, la Universidad fue terminada hacia 1617.11 Hubo que esperar hasta
1687 para que los jesuitas, a iniciativa del padre Ignacio Duarte y Quirós, lograsen edificar un
nuevo convictorio, que es el actual Colegio Nacional de Monserrat, inmediatamente junto a la
Universidad.
La Universidad de Córdoba es la más antigua del país y una de las primeras de América. Ese
año también se crea la Librería Grande –hoy Biblioteca Mayor– que, según registros, llegó a
contar con más de cinco mil volúmenes.11
Las universidades, instituciones originadas en el siglo xi, habían cristalizado en una forma
estable a principios del siglo xiii, con su uso abundante de la escolástica, su continua apelación
a la autoridad y su clericalismo. Hasta el siglo xix ese modelo continuaría sin cambios: la
fundación de una universidad tenía lugar cuando un colegio o seminario obtenía de la
autoridad –en principio eclesiástica, luego real– el permiso para entregar títulos profesionales
habilitantes. Solían tener cuatro facultades: de Derecho, de Teología, de Medicina y de Artes;
la de Artes era considerada la hermana menor de las cuatro, y administraba los estudios
preparatorios, en particular la enseñanza del latín. Había universidades mayores y menores;
estas últimas eran fundaciones por parte de nobles o reyes. En América, la casi totalidad de las
universidades eran menores.12
En 1624 fue fundada la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de
Chuquisaca que, desde su creación, tuvo una notable influencia en toda Sudamérica. Entre
1538 y 1812 se crearon en América española treinta universidades;11 los jóvenes de la actual
Argentina concurrían a las de Córdoba, Chuquisaca o de San Felipe de Santiago de Chile. Muy
ocasionalmente, alguno era destinado a la Universidad de San Marcos de Lima, o a alguna de
las universidades en la España europea.
La expulsión de los jesuitas del Imperio Español de 1767 hizo que 2630 jesuitas tuvieran que
dejar Iberoamérica, lo que significó un terrible golpe para la educación, ya que la inmensa
mayoría de las instituciones educativas del territorio estaban a cargo de ellos como
profesores.13
Pasados los colegios y la universidad a manos seglares, el bando de los admiradores de los
jesuitas y el de sus detractores continuaron una sorda lucha por el poder en los
establecimientos educativos, en los cabildos catedralicios, y en la universidad. En ésta tuvieron
parte destacada los hermanos Ambrosio y Gregorio Funes; éste último, deán de la catedral de
Córdoba, fue elegido rector del Colegio de Monserrat en 1808.15
En 1772, Vértiz fundó en Buenos Aires el Real Colegio de San Carlos, y en 1783 se convirtió en
el Real Convictorio Carolino, aunque la institución ha pasado a la historia con el primero de
estos nombres,1618 Su docente y rector más destacado fue el padre Luis José de Chorroarín, que
logró de los alumnos la disciplina que sólo la educación de los propios padres jesuitas había
logrado hasta entonces, y que inició la más grande y variada biblioteca de la ciudad. Fue rector
del Colegio entre 1791 y 1813, y fue el maestro de gran parte de la Generación de Mayo.19 Otro
docente destacado del Colegio de San Carlos fue Juan Baltasar Maciel, impulsor junto
con Manuel José de Lavardén de la Ilustración en el Río de la Plata. Pese a la moderación que
ambos impusieron a las ideas ilustradas, a las que lavaron de sus aspectos anticlericales y
democráticos, Maciel terminó su vida expatriado en la Banda Oriental por orden del virrey
Loreto.20
Las Invasiones inglesas generaron una crisis de grandes proporciones: no solamente los
jóvenes se enrolaron voluntariamente en los regimientos militares en lugar de ir al Colegio de
San Carlos, restando matrícula a los colegios, sino que el edificio del San Carlos fue ocupado
durante la Reconquista por las tropas de los regimientos de la defensa, que continuaron allí
durante varios años después de la Revolución de Mayo.
La Independencia[editar]
No obstante, algunos gobiernos más alejados del frente de combate tomaron algunas
iniciativas para mejorar la educación pública. Uno de ellos fue el caso de Mendoza, donde los
fondos reunidos para crear el Colegio fueron utilizados por el general José de San Martín para
la formación del Ejército de los Andes, de modo que hubo que esperar su partida hacia Chile
para iniciar las obras del Colegio de la Santísima Trinidad, que se inauguró en octubre de 1817.
Las necesidades bélicas del país en guerra obligaron a adaptar las instituciones educativas. En
Buenos Aires, la escuela de medicina adscripta al Protomedicato fue reemplazada por el
Instituto Médico Militar en 1813. En 1810 se creó la Escuela de Matemáticas, y en 1816 la
Academia de Matemáticas y Arte Militar; ambas se fusionaron a fines de 1816, ya que su
principal misión era enseñarles matemáticas y geometría a los oficiales de artillería del
Ejército. En 1816 se recreó la Academia de Dibujo y, dos años más tarde, la de Náutica. En
1814 se creó la Academia de Jurisprudencia, que no sólo regulaba los actos de los abogados
acreditados ante los tribunales de la capital, sino que evaluaba sus méritos antes de
autorizarlos a litigar; para ello examinaba a los aspirantes, que podían presentar un título
universitario. También evaluaban en todas las materias a los aspirantes que no presentaran
títulos, lo cual significa que habían sido formados por profesores particulares.23
Más conocido fue el colegio creado por el gobierno central en Buenos Aires: en julio de 1818, a
raíz de un decreto del año anterior dictado por el Director Supremo Juan Martín de
Pueyrredón, se creó el Colegio de la Unión del Sur, como continuador del de San Carlos. Su
primer rector fue Domingo Achega, e inicialmente dictaba las mismas materias que el colegio
virreinal, pero sus profesores le fueron dando una impronta más secular y científica,
especialmente el cura José María Terrero, vicedirector del Colegio, Vicente Virgil, que
enseñaba idiomas inglés, francés e italiano, y Juan Crisóstomo Lafinur, primer profesor laico de
filosofía, abandonando los últimos restos del escolasticismo y siguiendo a filósofos modernos,
desde Newton hasta Condrillac, pasando por Locke y Destut de Tracy.24
Desde el final del régimen colonial se había destacado la figura de Manuel Belgrano, secretario
del Consulado de Comercio de Buenos Aires entre 1794 y 1809, quien en 1799 fundó la Escuela
de Náutica, que fue puesta bajo la dirección de Pedro Cerviño, que gradualmente la fue
convirtiendo en una Escuela de Matemática, pero que tuvo que cerrar durante las invasiones
inglesas, en 1806. El mismo año, Belgrano logró la creación de una Academia de Geometría y
Dibujo, que fue rápidamente desautorizada y cerrada por orden de la Corona. Belgrano
también abogó por la creación de una Escuela de Comercio, una academia de Matemáticas y
otra de Arquitectura y Perspectiva, impulsó la educación primaria, técnica y universitaria, y
presionó a favor de la educación de las mujeres, algo poco común a comienzos del siglo XIX.25
En 1810, Belgrano fue uno de los vocales de la Primera Junta. Mariano Moreno, secretario de
la Junta, otorgaba un papel fundamental a la libertad de escribir y la de pensar, así como el
derecho a la información por parte del pueblo y de las provincias, ya que lo consideraba
indispensables para consolidar el proceso de independencia. Belgrano y Moreno adherían a la
postura liberal en la educación, muy influida por Rousseau y por los socialistas utópicos.
Sostenía la educación del pueblo como base para construir naciones libres. Esa pedagogía era
democrática en los métodos de enseñanza e inclinada hacia el laicismo.26
En 1813, cuando el Cabildo recompensó a Belgrano con 40 mil pesos por sus victorias en Salta
y Tucumán, este los destinó a la creación de cuatro
escuelas en Tarija, Salta, Tucumán y Santiago del Estero, a la compra de útiles, becas y libros
para los más pobres.27nota 1
El 12 de agosto de 1821 se fundó la Universidad de Buenos Aires, cuyo primer rector fue el
sacerdote Antonio Sáenz, y su sucesor, el sacerdote Valentín Gómez, adicto a Rivadavia. No se
hizo de la nada, sino reuniendo un conjunto de instituciones preexistentes, como los cursos de
Matemáticas, Dibujo, Náutica y de Historia Natural dependientes del Consulado de Buenos
Aires,33 los del Instituto Médico Militar y la parte teórica de la Academia de Jurisprudencia.
Tanto fue así, que al día siguiente de su inauguración confirió cinco grados de medicina y uno
de derecho. También ejerció el papel de ministerio de Educación, ya que se le asignó la
organización y mantenimiento de la enseñanza primaria y las funciones del Colegio de la Unión
del Sud.
Primeras Letras: era el departamento que administraba las dieciséis escuelas primarias
existentes en la ciudad y sus alrededores, donde se pretendió hacer obligatorio el
sistema lancasteriano. Este departamento fue separado de la Universidad y pasó a la
dependencia directa del gobierno provincial en 1828.
Ciencias Sagradas: comenzó a funcionar en 1824 sobre la base de los cursos del
Colegio de Estudios Eclesiásticos.
Entre sus docentes destacados se pueden mencionar a Avelino Díaz y Felipe Senillosa en
matemáticas y geometría, el exiliado italiano Pedro Carta Molino en medicina, farmacia y física
experimental, y en química a Manuel Moreno, que renunció en 1828 para ser funcionario del
gobierno de Dorrego. El departamento de medicina fue dirigido por los doctores Francisco de
Paula Rivero y Francisco Cosme Argerich. En el departamento de Jurisprudencia actuaron el
rector Sanz, en derecho civil Pedro Alcántara de Somellera, en economía política Pedro José
Agrelo y, a partir de 1826, Dalmacio Vélez Sársfield.
La Confederación Argentina fue una confederación de provincias formada tras la guerra civil de
1828-1831, y que fue sometida a la hegemonía del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel
de Rosas, entre 1835 y 1852. Las provincias formaron una confederación de estados
soberanos que delegaban la representación exterior y algunos otros poderes en el gobernador
porteño. Debido a las guerras civiles y al bloqueo del Río de la Plata, Rosas optó por reducir
gastos anulando la mayor parte del presupuesto dedicado a la educación. En 1838 se suprimió
en Buenos Aires la enseñanza gratuita y dejó de depender del estado provincial el pago de los
sueldos de los profesores universitarios.34
En Buenos Aires, la educación secundaria estuvo distribuida entre varios colegios. En 1836,
Rosas llamó de regreso a los jesuitas, que instalaron el prestigioso Colegio de San Ignacio.
Pero, a pesar de la forma privilegiada en que los trataba el gobierno, los jesuitas se mostraron
más cercanos a los opositores que al gobernador, por lo cual terminaron por ser expulsados en
octubre de 1841 de Buenos Aires, y en los años siguientes de las demás provincias en que se
habían instalado. El colegio jesuita fue reemplazado por el Colegio Republicano Federal,
regenteado por el antiguo jesuita Francisco Magesté. También había varios colegios privados,
como el que dirigía Alberto Larroque.35 De hecho, varios de los profesores del Colegio estatal
abrieron colegios particulares, adonde daban clases a sus antiguos alumnos, siempre bajo el
férreo control del Estado en lo que afectara a la orientación política del discurso pedagógico.38
Un caso particular fue la provincia de Entre Ríos, que se beneficiaba del escaso control que
podía ejercer Buenos Aires sobre su comercio ultramarino y por ello tenía menos restricciones
presupuestarias. Allí, el gobernador Echagüe –el mismo que después sería gobernador de su
natal Santa Fe– creó decenas de escuelas y una comisión encargada de hacer visitas periódicas
a las mismas.41 Su sucesor, Justo José de Urquiza, creó muchas escuelas más y se aseguró de
que la enseñanza fuese gratuita en toda la provincia. Se crearon también escuelas para niñas y
mujeres en la ciudad de Paraná. En 1848 creó un Colegio de Estudios Preparatorios en Paraná,
bajo la dirección de Manuel Erausquin, pero debió cerrar sus puertas cuando éste renunció. De
modo que Urquiza decidió subvencionar el colegio secundario privado que tenía Lorenzo
Jordana en Concepción del Uruguay, con lo que comenzó la formación del actual Colegio del
Uruguay, institución pionera en la transformación de la educación secundaria en todo el país.
Dirigido primeramente por Erausquin, y luego por Alberto Larroque, fue durante dos décadas –
junto con el Colegio Nacional de Buenos Aires– el alma máter de una generación completa de
profesionales y líderes políticos argentinos.42
Puede resultar asombroso que Urquiza, que se había formado como un caudillo militar típico,
un excelente general y un sanguinario vencedor,nota 2 se convirtiera en un abanderado de la
educación pública gratuita e igualitaria. Pero el hecho es que la educación fue una de sus
principales preocupaciones, tanto durante sus períodos de gobierno provincial como durante
su presidencia, iniciada en 1854.
La literatura del período fue notoriamente escasa, con excepción de la que produjeron los
miembros de la Generación del 37.43 La música, en cambio, tuvo un momento de brillo
particular, llegando con Juan Pedro Esnaola a alcanzar cierta autonomía de las escuelas
musicales europeas.44 Por su parte, también la pintura logró iniciar una producción autónoma,
especialmente en el campo del retrato, el paisajismo y la pintura histórica; sus representantes
más destacados fueron Prilidiano Pueyrredón y Carlos Morel, y los europeos Ignacio
Baz, Charles Henri Pellegrini y Amadeo Gras.45
La caída de Rosas en 1852 fue uno de los momentos clave de la historia argentina: inició el
reordenamiento de los partidos políticos, permitió sancionar la Constitución nacional y facilitó
la organización de un gobierno nacional, el primero desde 1827 en controlar casi todo el país.
Más tarde, en 1862, se instalaría el primer gobierno que extendió su poder sobre todo el país
desde 1814.nota 3 El período que va desde la batalla de Caseros de 1852 a la Federalización de la
ciudad de Buenos Aires y el final de las guerras civiles en 1880 se llama Organización Nacional,
y presenció intensos cambios en la política educativa del Estado.
Uno de los pioneros en tal sentido fue el gobierno de la Provincia de Corrientes: una ley
provincial de 1857 estableció como uno de los destinos de la renta, la fundación de escuelas.
En esa dirección, se realizaron las primeras experiencias en la Provincia de Buenos Aires, que
sancionó su Ley de Educación en 1875. Las bibliotecas populares en tanto, cubrían la
instrucción de las mujeres y fue Juana Manso la primera Directora de una escuela mixta en
Buenos Aires.
La Constitución, en el inciso 16 del artículo 67, estableció entre las atribuciones del Congreso,
la de «dictar planes de instrucción general y universitaria».47 El presidente Urquiza hizo un gran
esfuerzo por aumentar la dotación de docentes de la Universidad de Córdoba, a la que además
otorgó una nueva constitución. El país estaba dividido entre la Confederación y el Estado de
Buenos Aires, y al presidente le resultaba fundamental que la universidad de la Confederación
fuese superior a la del Estado secesionista.48
También en la provincia de Buenos Aires se hicieron muchos adelantos, a pesar de que hubo
que esperar al año 1875 para la sanción de su ley de educación. La Universidad de Buenos
Aires fue reorganizada por completo, aunque inicialmente reducida a los departamentos de
Estudios Preparatorios, donde se estudiaban los temas más variados imaginables, desde
filosofía hasta química, y de Derecho, que dejó atrás el modelo dirigido por Rafael
Casagemas durante el rosismo, modernizó el plan de estudios y lo diversificó. Extrañamente, el
departamento de Medicina se separó de hecho de la Universidad durante veintidós años,
durante los cuales una élite de médicos modernizó la enseñanza, aunque después no fueron
capaces de seguir avanzando al ritmo de la ciencia médica mundial. Ese grupo también
establecía las políticas sanitarias de la ciudad de Buenos Aires y regenteaba los hospitales;
perdió casi todo su prestigio a partir de la epidemia de [[fiebre amarilla en Buenos Aires de
1871, y a partir de la campaña en su contra dirigida por el joven estudiante de medicina José
María Ramos Mejía, que creó también el Círculo Médico de Buenos Aires, que desplazó de sus
funciones extrauniversitaria al grupo que se había adueñado de la Facultad. Esta fue
reincorporada a la Universidad en 1874.49
La Argentina unificada[editar]
Tras las batallas de Cepeda y Pavón, el país quedó definitivamente reunificado, con su capital
establecida en Buenos Aires. El nuevo presidente, Bartolomé Mitre, favoreció en muchos
sentidos a la provincia y la ciudad de Buenos Aires, y también extendió por el país los métodos
e ideas que se habían sostenido en el Estado de Buenos Aires. La Universidad de Córdoba dio
varios pasos en dirección a apartarse del antiguo modelo escolástico y de su utilización como
seminario diocesano: se suprimió el departamento de Teología y los docentes eclesiásticos
fueron desplazados. También se abandonó el estudio del Derecho Natural, reemplazado por el
Derecho Argentino.50
En 1864, a instancias del presidente Bartolomé Mitre, se fundó el Colegio Nacional de Buenos
Aires, sobre la base del anterior Libres del Sur, y estableció su dependencia de la Universidad
de Buenos Aires. Basados en este mismo modelo institucional crecieron otros colegios
nacionales en Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta. Allí se impartía una
educación enciclopedista, muy poco orientada a lo práctico, para alumnos destinados a pasar
de los colegios nacionales a las universidades; en definitiva, una educación elitista. La intención
de Mitre era formar una élite dirigente, un grupo reducido de jóvenes que posteriormente se
creerían los únicos destinados a gobernar el país.51
Una ley obligaba al gobierno a enviar partidas especiales de fondos a las provincias, para la
edificación de nuevas escuelas; en total, desde 1865 a 1868 se enviaron $56 739, una cifra no
muy elevada,nota 5 a lo que se le sumó unos $5000 para libros y útiles escolares.53
En 1861 fue nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires Juan María Gutiérrez. Éste
creó el departamento o facultad de Ciencias Exactas, que en 1869 lograría la primera camada
de ingenieros universitarios del país. También lograría, muchos años más tarde, la Ley
Orgánica de la Universidad, que modernizó su funcionamiento y la convirtió en una
«federación de facultades», en la que ni el rector ni los claustros centrales se metían en la
organización de cada facultad.54
Gobierno de Sarmiento[editar]
Durante gran parte de la existencia del Estado de Buenos Aires, el ministro de Instrucción
pública del mismo fue el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento. Éste fue elegido presidente
de la Nación para el período 1868-1874, y durante su gestión se constituyó en la figura más
representativa de la educación en Argentina.55 Hizo hincapié en actualizar el país con las
prácticas de los países desarrollados. Alentó la inmigración y el asentamiento de educadores
estadounidenses –llegaron sesenta y cinco entre las presidencias de Sarmiento, Avellaneda y
Roca– y europeos; construyó escuelas y bibliotecas públicas en todo el país, en un programa
que duplicó la matrícula de los estudiantes durante su mandato.
Su obra de gobierno se vio influenciada tanto por los modelos europeos como por el
de Estados Unidos, que había tenido la oportunidad de estudiar en sus viajes. Este
conocimiento contribuyó a su decisión de contratar maestras de Boston para trabajar en
Argentina durante su gestión.55
La población escolar se elevó de 30 000 a 110 000 alumnos, consolidando a la Argentina como
el país más alfabetizado de América Latina.59 Sin embargo, el primer censo realizado en el año
1869 dio como resultado que el 72% de la población total era analfabeta, pero el 82% de la
población femenina no estaba alfabetizada.60 Si bien no había diferencia física en los espacios
educativos en función del género –ya que la normativa era la misma para ambos sexos–, dado
que el hombre tendía a ocupar los cargos de mayor poder, los espacios que ocupaba dentro de
las instituciones educativas tenían una carga simbólica mayor que los que ocupaban las
mujeres.
En 1870 abrió sus puertas la Escuela Normal de Paraná, pionera en la educación de maestros;
en 1873 se crearía la primera escuela normal de Buenos Aires, y al año siguiente la primera
escuela normal para mujeres.61
Otra figura de la época fue Juana Manso, quien durante su exilio en Montevideo durante el
gobierno de Rosas, fundó en su propia casa el Ateneo de las Señoritas, donde se impartía
enseñanza a las jóvenes y señoras del Uruguay. De regreso en Argentina, durante la
presidencia de Sarmiento, fue nombrada directora de la Escuela Normal Mixta Nº1. Además,
creó 34 escuelas con bibliotecas públicas y fue la primera mujer vocal del Departamento de
Escuelas en 1869. En 1871, fue incorporada por el ministro de Justicia e Instrucción
Pública Nicolás Avellaneda en la Comisión Nacional de Escuelas, siendo la primera mujer en
ocupar ese cargo.
Otra iniciativa clave del ministro Avellaneda fue la fundación de cátedras de Ciencias Exactas y
Naturales en la Universidad de Córdoba; para ello comisionó al científico alemán Hermann
Burmeister para que trasladase a la Argentina siete docentes, con los cuales formó la Facultad
de Ciencias Físico-Matemáticas. Aunque el proyecto fracasó por la mala relación de Burmeister
con los científicos que él mismo había elegido, más tarde se instaló una Facultad de Ciencias,
también con profesores alemanes. Y, a partir de ella, se planeó la creación de una facultad que
formase ingenieros, agrimensores y arquitectos.50
En Argentina más del 90% de las maestras primarias son mujeres. En 1870 Nicolás
Avellaneda escribía:
Nicolás Avellaneda
Entre algunas de las educadoras más influyentes de los siglos XIX y XX en Argentina
fueron: Matilde Filgueiras, Juana Elena Blanco, Ada María Elflein, Sara Justo, Josefina
Passadori, Ángela Peralta Pino, Clara Janet Armstrong, Pía Adela Didoménico, Celia
Ortiz y Clotilde González de Fernández, entre otras.
Época Conservadora[editar]
Con la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880, esta pasó a ser gobernada por las
autoridades nacionales, lo que produjo que pasaran a su jurisdicción los establecimientos
públicos –incluyendo los de enseñanza, que antes pertenecían a la provincia de Buenos Aires, y
entre ellas a la Universidad de Buenos Aires.64
Esto obligó a dictar normas al respecto: el Presidente Julio Argentino Roca firmó el 28 de enero
de 1881 un decreto creando el Consejo Nacional de Educación para el gobierno y
administración de las escuelas primarias públicas ubicadas en la ciudad de Buenos Aires. Por
decreto del 1° de febrero de 1881 nombró primer Superintendente General al expresidente
Sarmiento y designó consejeros a Federico de la Barra, Carlos Guido Spano, Adolfo van
Gelderen, Miguel Navarro Viola y José Antonio Wilde.
Durante la primera presidencia de Roca, en 1881, se produjo la primera huelga docente: las
maestras de la Escuela Graduada y Superior de San Luis reclamaban por el atraso en el pago de
sus sueldos y en contra de los recortes en los salarios de todos los empleados públicos que se
venían aplicando desde 1874 durante la presidencia de Avellaneda.
El esfuerzo por salir del modelo universitario teórico había tenido éxito, y en las dos últimas
décadas del siglo xix muchos observaron que se había caído en el error opuesto: tanto las dos
universidades antiguas como las tres más modernas estaban orientadas exclusivamente para
formar profesionales listos para trabajar en actividades específicas: ingeniería, medicina,
derecho, casi sin haber ciencias puras, estudios teóricos ni humanísticos. A principios del
siglo xx se discutió mucho acerca de cómo salir del «profesionalismo», proponiéndose como
alternativas la completa autonomía universitaria, o la completa separación de los estudios
teóricos y científicos de los profesionales. En la Universidad de Buenos Aires, una respuesta
parcial a ese problema fue la creación de las facultades de la facultad de Filosofía y Letras en
1896, y la separación de los estudios teóricos de los aplicados a la ingeniería en la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales; mientras tanto, se había propuesto crear en esta última una
facultad aparte para la ingeniería, pero ésta debió esperar hasta 1952.66
Literatura[editar]
La gran mayoría de la literatura de la Generación del Ochenta fue producida por políticos,
militares y estancieros. Sus obras, casi exclusivamente en prosa, eran relatos autobiográficos o
ficcionales, contados como recuerdos. Entre los autores más destacados se pueden mencionar
a Lucio V. Mansilla (Una excursión a los indios ranqueles), Eugenio Cambaceres (Sin
rumbo), Miguel Cané (Juvenilia) y Eduardo Wilde (Aguas abajo).68
Hacia fines del siglo XIX surgió la corriente modernista, que se caracterizó por la poesía
refinadamente aristocrática, la exhibición de una cultura cosmopolita y una renovación
estética del lenguaje y la métrica. Entre sus cultores se encuentran Leopoldo Lugones (Lunario
sentimental, La restauración nacionalista), Enrique Larreta (La gloria de Don Ramiro) y Evaristo
Carriego (Misas herejes).69
Ya entrado el siglo XX, una nueva camada de escritores adhirió al realismo, especialmente
orientado al teatro. Entre los escritores más destacados de esa corriente se cuentan Roberto
Payró (Pago Chico, El casamiento de Laucha), y las primeras obras de Horacio Quiroga (Cuentos
de amor, de locura y de muerte, Cuentos de la selva).70
Artes plásticas[editar]
Los pintores más destacados del período habían sido educados en Europa, aunque se
esforzaban por escapar de la temática y las técnicas típicamente europeas, adscritos en
general al realismo. Entre los más conocidos se encuentran Eduardo Sívori (El despertar de la
criada), Eduardo Schiaffino (El reposo), Ángel della Valle (La vuelta del malón), o Ernesto de la
Cárcova (Sin pan y sin trabajo).71
Ya iniciado el siglo XX, surgen los primeros pintores del impresionismo, como Martín
Malharro y Fernando Fader, pintores de paisajes y personajes rurales.71
La escultura tuvo un desarrollo mucho menor, aunque se destacan autores como Lucio Correa
Morales (La cautiva), Lola Mora (Fuente de las Nereidas), Rogelio Yrurtia (Canto al trabajo),
o Pedro Zonza Briano.71
La arquitectura argentina fue esencialmente una variante de las corrientes arquitectónicas del
período en Europa, y solamente unos pocos arquitectos argentinos alcanzaron renombre,
como Ernesto Bunge y Juan Antonio Buschiazzo.72
Música[editar]
En un principio, el tango era una música de marginales, y no era raro que se bailara ente
hombres.
La Argentina recibió una gran cantidad de orquestas y músicos de Europa en esos años,
relegando su propia producción; el único autor nacional realmente consagrado de este período
fue Alberto Williams.73
La música folclórica fue considerada un divertimento para pobres, un arte menor, hasta que
fue rescatada desde ese puesto inferior por las investigaciones de Andrés Chazarreta.74
En cambio, fue justamente en este período cuando surgió el estilo musical que siempre ha
caracterizado a la Argentina para el resto del mundo: el tango. Surgido como una mezcla de
estilos traídos por los inmigrantes italianos y los estilos africanos de los descendientes de
esclavos, durante algunas décadas fue una curiosidad de los salones de baile para las clases
más humildes y los prostíbulos que frecuentaban jóvenes de clase media y alta. Fue de la mano
de estos jóvenes que, a principios del siglo XX, logró ascender en la apreciación de todas las
clases sociales, al mismo tiempo que autores e intérpretes destacados como Ángel
Villoldo, Pascual Contursi, Ignacio Corsini o Francisco Canaro le aportaban brillo musical y
refinamiento poético. Los primeros años de Carlos Gardel coincidieron con los últimos del
régimen conservador.75
Después del Centenario comenzó una transformación de los estudios históricos, con la
aparición de la obra de Juan Álvarez y la Nueva Escuela Histórica, representada por Ricardo
Levene y Emilio Ravignani, y en cierto modo también por Diego Luis Molinari, que luego viraría
hacia el revisionismo.78
Entre los filósofos, las obras de Joaquín V. González, Leopoldo Lugones y José
Ingenieros tuvieron mucha influencia en las generaciones posteriores.79
En la sociología pura, el Informe sobre el estado de la clase obrera, de Juan Bialet Massé, fue el
primer estudio sistemático de las condiciones de vida y de trabajo de las clases pobres en el
país.80
Ciencias[editar]
El Instituto Geográfico Argentino, fundado en 1879 por Estanislao Zeballos, dirigió importantes
expediciones, especialmente a la Patagonia. Entre los exploradores más importantes se deben
mencionar a Francisco P. Moreno, Luis Jorge Fontana y Ramón Lista. El Instituto Geográfico
Militar, cuyo primer director fue Manuel Olascoaga, se dedicó especialmente a la cartografía y
la geodesia.
Las ciencias exactas habían tenido un especial empuje hasta 1890, perdiendo rápidamente
importancia, reemplazadas por los estudios técnicos o de ciencia aplicada.83
Universidades[editar]
La más grande e importante fue siempre la de Buenos Aires, que al iniciar el período sólo
contaba con las facultades de derecho y medicina. En la última década del siglo xix incorporó
las facultades de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales –que incluía la carrera de Ingeniería– y
de Filosofía y Letras. A principios del siglo xx incorporó las facultades de Agronomía y
Veterinaria y de Ciencias Económicas.86
Educación técnica[editar]
La educación técnica en la Argentina tiene una larga historia de ya más de un siglo. Su primera
manifestación se dio en 1871, en los colegios nacionales de Salta (con el Departamento
Agronómico Anexo), y de San Juan y Catamarca (con los departamentos de minería), de
acuerdo a documentos de la Academia Nacional de Educación.
El máximo impulsor de las escuelas técnicas fue Osvaldo Magnasco, ministro de Justicia e
Instrucción Pública del segundo período presidencial de Roca, que se había destacado algunos
años antes, siendo diputado, por denunciar las maniobras de los ferrocarriles para no pagar
impuestos.87 Desde el ministerio se propuso crear una gran red de cientos de escuelas técnicas
y agrotécnicas, pero cometió el error de anunciar que cerraría algunas escuelas normales para
ello y que las escuelas pasarían a ser controladas por los estados provinciales. Cuando envió la
ley a la Cámara de Diputados, fue rechazada por una mayoría de diputados oficialistas,
azuzados por el diputado Alejandro Carbó, egresado de la Escuela Normal de Paraná. De todos
modos Magnasco estuvo a punto de iniciar su plan de obras sin pasar por el Congreso, pero
una campaña periodística orquestada en su contra por el diario La Nación, que incluía
difamaciones evidentes, obligó a Roca a acercarse a Mitre –dueño del diario– y a Magnasco a
renunciar. El plan fue abandonado, y la mayor parte de la educación secundaria siguió siendo
enciclopédica y poco práctica.88
Se puede decir que la pujanza industrial del primer cuarto de siglo llevó a la consolidación de
las escuelas técnicas.89
El avance de la alfabetización fue muy evidente en este período: de acuerdo con los censos de
población, en 1869 la población de 6 a 13 años de edad que concurría a la escuela era del 20%,
para 1895 del 31%, y en 1914 el 48%. Como resultado, el analfabetismo del total de la
población, que en 1869 alcanzaba el 77%, en 1914 se había reducido al 35%.90
Desde finales del siglo xix, con el ingreso masivo en las escuelas de los hijos de inmigrantes, se
decidió fomentar la difusión de la historia argentina, el uso de símbolos nacionales –
especialmente la bandera, el escudo y el himno– para promover la identificación de esos niños
con su país de nacimiento. Proliferaron fuera de toda medida las celebraciones de las fechas
patrias, actitud que se mantuvo hasta la mitad del siglo xx. Hacia 1910, en el marco de los
festejos del Centenario, se profundizó la insistencia en los contenidos de inspiración
patrióticos, con el objetivo de consolidar una concepción unificadora de la identidad nacional.
También la Ley Láinez, de 1905, que resultaba en una intromisión del Estado nacional en lo
que era de incumbencia exclusivamente provincial servía a esos mismos fines nacionalistas.91
Los hijos de inmigrantes que lograban alcanzar cierto grado de riqueza aspiraban a ascender
también en la escala social, para lo cual el ejercicio de una profesión universitaria era el
camino más eficaz; en general se elegía la carrera de medicina, que llegó a suponer más de la
mitad de toda la matrícula universitaria del país, aunque una proporción mucho menor de los
diplomas entregados. La razón es que era una carrera muy exigente –al igual que la segunda
carrera elegida por quienes pretendían ascenso social, que era la de Ingeniería– mientras que
la carrera de Derecho era mucho menos demandante de esfuerzo y tiempo. Por consiguiente,
era la elegida por los hijos de la alta sociedad, que podían darse el lujo de tardar varios años de
más hasta finalmente obtener la graduación. La Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, por ejemplo, era una especie de club aristocrático donde se tejían relaciones casi
tanto como se estudiaba, y que proveía de abogados a las grandes empresas de capital
extranjero, y al Estado nacional y los estados provinciales de funcionarios, magistrados y
legisladores.92
El impulso del Estado a la educación pública universal entró pronto en contradicción con el
sistema político restrictivo. Las consecuencias de esta tensión estallaron en las primeras
décadas del siglo XX, cuando los nuevos sectores medios en expansión pusieron fin al régimen
conservador.