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– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla,
volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente
más claras que las que se le muestran?
– Así es.
– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes
de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a
la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que
ahora decimos que son los verdaderos?
– Por cierto, al menos inmediatamente.
El presente fragmento, extraído del Libro VII de La República de Platón, se sitúa en la parte
intermedia del mito de la caverna, en la cual se hace alusión al proceso de liberación de uno
de los prisioneros y su acceso al mundo superior del prisionero liberado y al proceso de
adaptación que atraviesa. En concreto, nos encontramos en la primera fase de ese proceso de
liberación, previo al paso de la conjetura a la creencia, en la que el prisionero está confuso y
se resiste [Introducción]. De forma previa a esta situación, el prisionero se encontraba
encadenado y sólo podía percibir las sombras que se proyectaban frente a él [Contexto].
Platón nos presenta este proceso de liberación como una tarea muy complicada (lo cual se
refleja en el uso de expresiones como “se le forzara”, “a la fuerza” o “se lo arrastrara”, así
como en la descripción de la cuesta como “escarpada y empinada”), lo cual le sirve para
caracterizar el proceso de la educación o de la dialéctica ascendente (representado por la
“cuesta”, el camino que el prisionero debe seguir para liberarse de las cadenas de la
sensibilidad) como una actividad difícil de completar, lo cual se relaciona con la parte
vinculada al mundo sensible de nuestra alma (la parte irascible y la concupiscible), la cual
nos lastra.
Para poder crear un Estado perfecto e ideal, Platón desarrolla en el mito de la caverna el
proceso educativo necesario para que un hombre se convierta en filósofo-gobernante y pueda
gobernar en ese Estado feliz.
Una vez allí, el prisionero tiene que pasar por un proceso de adaptación en el cual al principio
sólo era capaz de contemplar las imágenes en el agua (lo cual representa a las ideas
matemáticas, copias relativamente abstractas de las ideas conocidas mediante el pensamiento
discursivo o dianoia, que consiste en el uso de hipótesis y razonamientos); posteriormente,
discierne los objetos mismos, el cielo de noche y los astros y, por último, el cielo de día
(metáforas, todas estas, de las ideas, ya definidas anteriormente); hasta que, finalmente, es
capaz de discernir las ideas en su propio ámbito (el mundo inteligible).
Por último, el prisionero se da cuenta de que el sol es causa de las estaciones y los años, de tal
forma que gobierna el ámbito visible (es decir, que la idea del Bien es fundamento ontológico
de toda la realidad, incluido el mundo sensible) y es causa de todo el conocimiento (lo cual
corresponde a la dimensión epistemológica de la idea del Bien) [parte d].