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La teoría de las ideas es la respuesta platónica al problema de saber qué es lo que es y en qué
consiste el conocimiento. Constituye, por tanto, su teoría ontológica y epistemológica. La
discusión la entabla fundamentalmente con los sofistas y en esa discusión va mucho más allá
que Sócrates. Éste había tratado de superar el relativismo y escepticismo de los Sofistas a
través de la posibilidad de llegar a una definición objetiva y unánime de determinados
conceptos. La objetividad de tales conceptos se basaría en el reconocimiento mutuo de su
racionalidad, de su correcta definición en tanto que aceptada por los interlocutores que
dialoga. Además, la reflexión socrática se dirige principalmente a cuestiones éticas, esto es,
pretende definir conceptos de la praxis humana: ¿qué es la justicia?, ¿qué es la valentía?,
¿qué es la piedad?, ¿qué es la virtud? Platón, en cambio, va más lejos que su maestro.
Construye una ontología, una teoría del ser. Esa ontología es la teoría de las ideas.
Para Platón, el verdadero ser de una cosa no es aquello que se nos presenta a los sentidos,
sino su determinación ontológica, es decir, su esencia, aquel conjunto de cualidades que
hacen que esa cosa sea tal cosa y no otra. La determinación ontológica o esencia es su eidos,
su idea. Este verdadero ser o idea de una cosa no es captado por los sentidos, sino por nuestro
conocimiento inteligible. De ahí que Platón marque la diferencia entre el conocimiento
sensitivo, que es un conocimiento de meras imágenes cambiantes (meras apariencias), y el
conocimiento intelectivo, que tiene por objeto la esencia o idea de cada ser.
Esta dualidad epistemológica se corresponde con una dualidad ontológica: la existencia de
dos mundos: el mundo sensible o mundo de las cosas, en el que están todos los seres
cambiantes imperfectos y perecederos; y el mundo inteligible o mundo de las ideas,
compuesto por los arquetipos o modelos perfectos de cada cosa (ideas). Estas son perfectas,
inmutables y eternas. Dentro del mundo de las ideas, Platón distingue una jerarquía entre
ellas, ocupando el lugar más alto la Idea de Bien, considerada por el filósofo como la
determinación ontológica y epistemológica fundamental, es decir, aquella que da el ser a las
demás ideas y permite su conocimiento. Es la idea más perfecta de todas, y aquél que quiera
llegar a alcanzar la sabiduría deberá conocerla, de lo contrario, permanecerá en el ámbito de
lo superfluo. La Filosofía, en tanto amor por la sabiduría, consiste en conocer el mundo de las
ideas, y sobre todo, la Idea de Bien.
La relación que establece Platón entre los dos mundos es una relación de participación. Cada
cosa sensible participa de una idea o esencia. Cada cosa sensible no es más que una copia
defectuosa de una idea.
Esta teoría de las ideas supone una alternativa al relativismo de los sofistas y supone una
ingeniosa síntesis de varias concepciones opuestas y discrepantes de los más destacados
filósofos presocráticos:
-En primer lugar, Platón define el mundo sensible como aquél que está en continuo devenir,
cambio y corrupción, retomando, así, la concepción de Heráclito de lo real como puro
cambio y metamorfosis. En cambio, las ideas del mundo inteligible tienen las características
del ser de Parménides, es decir, son inmutables, perfectas, eternas. Esto permite a Platón
reconocer que existe algo que no cambia, sin negar el mundo sensible. Eso que no cambia son
las ideas o formas de las cosas, término que ya estaba presente en los pitagóricos. Así puede
explicar la unidad frente a la multiplicidad que nos muestran nuestros sentidos.
-En segundo lugar, la teoría de las ideas supone la plasmación del convencimiento platónico
de la posibilidad de un conocimiento objetivo de lo real, al heredar de Sócrates la teoría de
que sólo cabe una única definición objetiva de cada concepto o valor moral. Esto representa
una clara oposición al relativismo de los sofistas, quienes negaban la existencia de una verdad
objetiva. A pesar de ello, Platón acepta de Protágoras la creencia en la relatividad del
conocimiento sensible y concluye, por tanto, que no es posible hacer ciencia sobre aquello
que está en perpetuo cambio: el conocimiento verdadero no puede tratar sobre los objetos
sensibles.
La Física tiene como objeto determinar los principios de las cosas naturales, es decir,
aquellas cosas sometidas al cambio y al movimiento. Esta obra se inicia con una exposición
de las teorías acerca de la Naturaleza de los diferentes filósofos anteriores. Estos se habían
planteado el problema de lo Uno y lo múltiple: ¿cómo puede una cosa seguir siendo ella
misma y recibir a la vez calificaciones múltiples y hasta opuestas?, ¿cómo lo que es puede
provenir de lo que no es? A la resolución de estos dos problemas dedicará Aristóteles su
concepción de la Naturaleza.
El término Naturaleza se extiende a todos los seres que tienen en sí mismos un principio
intrínseco de movimiento o de cambio. Por ello, el estudio de la physis nos exige en rigor el
estudio del movimiento.
Para explicar su concepción del movimiento, Aristóteles comienza haciendo una crítica
a la teoría parmenídea. Recordemos que para Parménides todo cambio es imposible
porque equivaldría al tránsito del ser al no ser o viceversa. Aristóteles introduce en este
punto una notable distinción. Tomemos un ejemplo: una piedra no es un árbol, una
semilla tampoco es un árbol, pero entre ambos casos hay una gran diferencia, pues en el
primero es imposible el movimiento, pues una piedra no es ni puede llegar a ser jamás
un árbol, pero en el segundo caso sí es posible el cambio, ya que una semilla no es un
árbol pero puede llegar a serlo. Hay, pues, dos maneras de no ser algo: un no- ser
absoluto (ni es, ni puede llegar a ser) y un no-ser relativo (no es, pero puede llegar a
ser). El movimiento es imposible en el primer caso, pero no en el segundo. Así, para
Aristóteles, lo que no es, pero puede llegar a ser se halla en potencia (la semilla es árbol
en potencia) y lo que actualmente es se halla en acto (el árbol es árbol en acto,
actualmente). El movimiento queda entonces explicado como el paso de la potencia al
acto.
Para Aristóteles, entre los entes que tienen el origen del movimiento en sí
mismos, no sólo figuran plantas, animales y hombres, sino también los cuatro elementos
naturales: tierra, agua, aire y fuego.
Una vez garantizada la posibilidad del movimiento, el filósofo distingue varios tipos:
a. Cambio Sustancial: cambio cuyo resultado es la generación de una sustancia nueva
o la destrucción de una ya existente. Este cambio afecta totalmente a la sustancia.
b. Cambio Accidental: en el que no se generan o destruyen sustancias, sino que estas
suponen modificaciones en aspectos no esenciales de su ser.
Únicamente sufren modificaciones accidentales.
Hay tres tipos de cambio accidental:
- cambio cuantitativo: cuando una sustancia varía de tamaño.
- cambio cualitativo: cuando una sustancia varía sus cualidades.
- cambio local: cuando una sustancia cambia de lugar.
Veamos ahora qué elementos intervienen en el movimiento. En todo cambio hay
siempre algo que permanece a través del cambio y hay también algo que desaparece, así
como algo que aparece en lugar de esto último. Tratándose de cambios accidentales lo
que permanece son las sustancias naturales, que pierden ciertos caracteres accidentales
para poseer otros que no poseían.
Pero, ¿qué es lo que permanece en los cambios sustanciales? No, desde luego, las
sustancias, pues el cambio sustancial es su generación o desaparición. Aristóteles
resuelve esta problemática introduciendo el concepto de materia. El sustrato de todo
cambio sustancial es la materia, que será más prima cuanto menos material sea. Esta
Materia Primera no tiene determinación alguna, es indeterminada, no es ningún ser en
particular, puede ser (es decir, en potencia) cualquier ente o sustancia natural. En el
cambio sustancial la materia se transforma, adquiere formas o estructuras distintas, y
según la estructura que adquiera, se generará en cada caso distintas especies de
sustancias. Las sustancias naturales están compuestas de Materia y Forma. Esta
concepción de la sustancia natural recibe el nombre de Hilemorfismo o Teoría
Hilemórfica. La Forma constituye la esencia de una cosa (es la que hace que una cosa
sea ella misma y no otra) y es también la naturaleza de las sustancias, es decir, aquello
que determina sus actividades específicas y propias. Además, la esencia de las
sustancias ha de ser un principio intrínseco de éstas, y no como ocurría con las ideas de
Platón: ¿cómo la idea de hombre va a ser la esencia de los hombres si se halla separada
de éstos?.
Hay que señalar también que las formas de las diferentes cosas no es algo
azaroso ni casual, sino que cada cosa tiene la forma que debe tener. Por tanto, la forma
es lo que da sentido a esa cosa, es decir, la forma expresa su finalidad. Esto es
importante tenerlo en cuenta porque Aristóteles define las cosas en función del fin que
cumplen. Esta teoría defendida por el autor que cree en la existencia de un fin
determinado para cada cosa recibe el nombre de teoría teleonómica o teleonomía (
telos = fin).
Santo Tomás sigue a Aristóteles cuando afirma que en el mundo material sólo
existen seres concretos, en los que distingue sustancia y accidentes y a los que aplica
también las categorías. Acepta la teoría hilemórfica, es decir, que toda sustancia se
compone de materia y de forma. Admite que en todo cambio se puede distinguir un
sustrato subyacente, la materia primera, y el elemento que la configura, la forma
sustancial. Hasta aquí Tomás de Aquino se muestra aristotélico.
Pero en su obra Sobre el ente y la esencia establece una reforma de la metafísica
aristotélica con el fin de adaptarla al dogma cristiano. Afirma que «ser» se dice de todo
lo que existe, todas las realidades individuales son, pero cada una es de una manera
diferente. La esencia comprende forma y materia y equivale a la definición de la cosa.
Pero santo Tomás observa que se pueden definir muchas cosas, sin que por ello existan,
como el centauro y la sirena. De esta observación deduce que debe haber una diferencia
entre la esencia y la existencia. La existencia, o acto de ser, es lo que hace que las cosas
existan y no está incluida en la esencia.
Ya los filósofos árabes y judíos distinguieron entre estos dos conceptos: por más
que se analice la esencia de una cosa, la existencia jamás está incluida en ella. La
conclusión a la que llegaban es que la existencia es un accidente de la esencia. Santo
Tomás conocía esta doctrina, pero se diferencia de sus defensores en que él sitúa la
existencia en el centro de su concepción del ser: la existencia es anterior a la esencia,
existir es la mayor perfección, pues hace posibles todas las demás determinaciones. La
unión de esencia y existencia origina una sustancia. La existencia separada de la esencia
es pura abstracción, mientras que la esencia separada de la existencia no tiene realidad.
Para Aristóteles, la sustancia primera subsiste por sí misma; santo Tomás, sin embargo,
transforma esta sustancia para adaptarla al dogma según el cual todo ser es creado por
Dios. El mundo pasa a ser contingente, en tanto que todo lo que existe podría no existir,
por lo que tiene que haber un ser necesario, Dios, causante de toda existencia. La
existencia se convierte así en la actualización de la esencia, entendida como potencia.
Sólo en Dios se identifican esencia y existencia, porque Él es acto puro, puro acto de
ser.
4. DESCARTES (1596-1650)
5. HUME (1711-1776)
5.1. EL EMPIRISMO
Todas nuestras percepciones, palabra que Hume utiliza para designar los
contenidos de la mente en general, se reducen a dos clases: impresiones e ideas.
Por el término impresión se entiende un conocimiento en estado fuerte, es decir,
“aquellas percepciones que entran con la máxima fuerza y violencia”, como son las
sensaciones, emociones y pasiones. En una palabra, las impresiones son los datos
inmediatos de la experiencia.
Bajo el nombre de idea designa Hume un conocimiento en estado debilitado, o bien, las
imágenes o recuerdos que dejan las impresiones en nuestro pensamiento.
Salvo en algunos casos especiales, como el sueño, la fiebre y la locura en que las ideas
se asemejan grandemente a las impresiones, Hume considera que son fácilmente
diferenciables las impresiones de las ideas.
Desde otra perspectiva, Hume establece una 2ª división de las percepciones de la mente
humana: tanto las impresiones como las ideas se distinguen en simples y complejas.
Son impresiones e ideas simples aquellas que no admiten distinción ni separación,
mientras que las impresiones e ideas complejas son las que se pueden dividirse en
partes. Ejemplo: color rojo o color rojo y azul.
En un primer momento, Hume establece el principio general de que las “ideas e
impresiones aparecen siempre en correspondencia unas con otras”. Pero pronto se da
cuenta de que existen ideas complejas que no encuentran su correspondiente impresión
compleja, y que, a su vez, muchas de nuestras impresiones complejas no tienen su
reflejo exacto en idea alguna. P.E: “Yo puedo imaginarme una ciudad tal como la nueva
Jerusalén cuyo pavimento es de oro y las paredes de rubíes, aunque jamás haya visto
semejante cosa. Yo he visto París, pero ¿puedo formarme una idea de esa ciudad que
represente perfectamente en sus reales y justas proporciones sus calles y casas?”.
En consecuencia, Hume precisa ese principio general solo para las ideas e impresiones
simples : “Todas nuestras ideas simples se derivan de impresiones simples. Y en lo que
respecta a las ideas e impresiones complejas dice: “si bien se da en general una
semejanza entre nuestras impresiones complejas y nuestras ideas sin embargo, no es
regla universalmente verdadera el que las unas son copias exactas de las otras.”
Una vez establecido el hecho de que nuestras impresiones simples son anteriores
a sus correspondientes ideas, pasa Hume a investigar el origen de las impresiones. Es
preciso distinguir dos clases de impresiones: sensación y reflexión. ¿Cuál es la causa
originaria de las impresiones? En lo que respecta a las sensaciones, Hume afirma que
“brotan en el alma originariamente de causas desconocidas". En cuanto a las
reflexiones, “se derivan en una gran medida de las ideas”, según un proceso que
podemos descomponer en los siguientes pasos:
a) Una impresión afecta nuestros sentidos y nos hace percibir calor o frío, etc ...
b) De esta impresión se hace en la mente una copia, que queda después que cesa la
impresión; a esa copia la llamamos “idea”.
c) Esta idea de placer o dolor, cuando reaparece en la mente, produce las nuevas
impresiones de deseo y aversión, esperanza y temor, que pueden ser llamadas con
propiedad impresiones de reflexión, por ser derivadas de aquella.
d) Estas, a su vez son copiadas por la memoria y la imaginación, y se convierten en
ideas, que, tal vez, también dan origen a otras sensaciones e ideas.
Podemos establecer el siguiente diagrama sobre el origen de las reflexiones:
6. KANT (1724-1804)
6.1. EL GIRO COPERNICANO DE KANT
Kant se presenta a sí mismo como el fundador del idealismo: todas las teorías
del conocimiento anteriores giraban en torno a los objetos externos al sujeto. Es decir,
todas las teorías del conocimiento anteriores serían realistas, pues pretenden conocer
una realidad en sí externa al sujeto. Pues bien, Kant considera que sería mucho más
productivo centrar el conocimiento en torno al sujeto, de modo que en lugar de que el
sujeto dé vueltas en torno al objeto, sea éste el que dé vueltas en torno a aquél (al igual
que Copérnico hizo girar a la Tierra en torno al Sol y no éste en torno a la Tierra). Por
eso Kant considera que su teoría del conocimiento supone un auténtico giro
copernicano con respecto a las anteriores. La realidad no es tal y como la conocemos,
sino que nuestra visión de lo real está mediatizada por las estructuras innatas de
conocimiento (espacio y tiempo y las categorías). “Vemos de las cosas lo que nosotros
ponemos en ellas”. Por tanto, retoma del racionalismo la idea de que hay nociones
innatas, y del empirismo, la idea de que el límite de mi conocimiento es la experiencia.
No podemos conocer científicamente (de un modo objetivo y universal) aquello que está
más allá de la experiencia. Esto plantea un problema: ¿qué pasa con la Metafísica? Kant
concluye que no puede ser una ciencia porque versa sobre ideas que están más allá de la
física, pero eso no significa que debamos dejar de reflexionar sobre ello. Es más,
considera que los temas metafísicos deben ser abordados desde la Razón Práctica o
Ética.
7. MARX (1818-1883)
8. NIETZSCHE (1844-1900)