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La Iglesia San Saturnino ubicada en el Barrio Yungay (Santiago de Chile) se alza imponente, erigida

no solo como un monumento arquitectónico, sino como un conjunto simbólico que entrelaza
magistralmente elementos tanto artísticos como estructurales. Cada rincón de esta edificación es
un hilo que teje un vínculo entre lo terrenal y lo divino, dejando detalles implícitos acerca de la
concepción religiosa que abarca su visión en diversas zonas del edificio. Cada detalle,
cuidadosamente concebido, se convierte en un símbolo vivo, una narrativa visual que invita a
contemplar la esencia misma de la fe y la espiritualidad.

En primera instancia, el ábside se conforma de un heptágono, el cual, a partir de sus siete ángulos,
emerge como un símbolo esencial, arraigado en los fundamentos mismos de la tradición cristiana.
Dentro de la cosmogonía bíblica, el número siete es más que una cifra; está impregnado de una
sacralidad profunda que atraviesa relatos de la creación, así como también marcando hitos
significativos en los sacramentos esenciales1. Su presencia consciente en la arquitectura de este
templo no es accidental; es una elección cuidadosa, una expresión que va más allá de las formas
geométricas, una conexión palpable con lo divino a través de una geometría que trasciende lo
meramente físico. Cada ángulo del heptágono, cada línea que lo compone, lleva consigo la carga
simbólica de siglos de significado, convirtiéndose en un recordatorio tangible de la presencia
constante de lo sagrado en la estructura misma del universo y, por ende, en la edificación que
alberga la fe y las aspiraciones espirituales de quienes la contemplan.

Asimismo, el cielo estrellado pintado en el techo y los vitrales meticulosamente diseñados para
retratar a los doce apóstoles no solo adornan, sino que erigen un puente entre lo mundano y lo
celestial2. Estos símbolos no son meramente decorativos; son hilos tejidos entre el espacio físico de
la congregación y una esfera espiritual, un reino divino que busca inspirar la elevación espiritual de
quienes se reúnen en su seno. La vinculación entre el Cristo y el sol, así como la narrativa que
entrelaza la muerte y resurrección de Cristo con el ciclo diurno, resplandece en estos elementos,
destacando la profunda importancia de los apóstoles como símbolos de la presencia de Cristo y del
tiempo dentro de la fe cristiana3. Esta amalgama de elementos celestiales y terrenales no solo
embellece el recinto, sino que nutre el espíritu de quienes buscan, a través de estas
representaciones, un atisbo de la divinidad y una comprensión más profunda de los misterios que
subyacen en la fe cristiana.

En su conjunto, estos símbolos entrelazados en la Iglesia San Saturnino poseen un propósito


esencial: comunicar la conexión profunda entre lo divino y lo terrenal. No son meros adornos, sino
llamados silenciosos que invitan a los fieles a adentrarse en la contemplación de la magnificencia
de la creación, la protección que emana de lo divino y la trascendencia espiritual inherente a los
elementos fundamentales de la fe cristiana. Esta intrincada simbología, cuidadosamente
entrelazado con la iconografía religiosa cristiana, no solo se muestra como una expresión artística,
sino como un medio para cultivar la trascendencia espiritual y enriquecer la experiencia simbólica
en la vida religiosa y práctica de quienes se sumergen en la profundidad de este espacio sacro.

1
Hani. “CAPÍTULO IX PILA DE AGUA BENDITA Y BAPTISTERIO”. 52.
2
Hani. “CAPÍTULO III TEMPLO Y COSMOS”. 20.
3
Hani. “CAPÍTULO XIV ESPACIO Y TIEMPO, TEMPLO Y LITURGIA”. 112-113.

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