Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. INTRODUCCIÓN
Sin embargo, cuando se aborda específicamente el trastorno paranoide de la personalidad destaca una
limitación fundamental: la ausencia de líneas de investigación sólidas en este campo y los escasos
estudios realizados en las últimas décadas. Basta con realizar una búsqueda bibliográfica para observar
la falta de estudios sobre este trastorno, si exceptuamos los epidemiológicos sobre los trastornos de la
personalidad en general. Sin duda, el hecho de que los sujetos que lo padecen no suelan solicitar
asistencia psiquiátrica por su trastorno de personalidad primario y la actual ausencia de alternativas
terapéuticas claramente eficaces dificultan la investigación del mismo. Por tanto, a la hora de abordar
este complejo trastorno hay que basarse en revisiones clásicas que centran su interés, principalmente,
en la descripción fenomenológica.
En algunos textos, anteriores incluso a los hipocráticos, hay referencias a estados paranoides. Traducido
literalmente, el término griego “paranoia” significa “fuera de la propia mente” y se utilizaba como
denominación general de toda forma de alteración mental grave. Las referencias médicas a los estados
paranoides desaparecieron en el siglo II y no reaparecieron hasta el XVIII, para representar una
variedad de trastornos.
En 1863, Kahlbaum sugirió la voz “paranoia” para designar exclusivamente los estados delirantes, y en
1895 Kraepelin acotó el término restringiéndolo a los delirios más sistematizados y bien construidos sin
otro deterioro de la personalidad. Posteriormente, este investigador abordó el carácter premórbido de las
personas predispuestas a los estado paranoides nombrándolas explícitamente "personalidades
paranoides”. Observó en ellas características como la desconfianza, los sentimientos de ser tratado
injustamente y de sufrir interferencias, y una valoración excesiva de sí mismo. Sin embargo, siguió
considerando que la personalidad paranoide estaba en un continuum con las psicosis paranoides más
graves.
En las primeras décadas del siglo XX, varios autores propusieron conceptos similares para describir los
estados paranoides. Birnbaum describió a los paranoides como personas que presentaban ideas
Otros teóricos modernos formularon asimismo propuestas en este campo. Schneider describió dos tipos
de “psicópata fanático”. El tipo combativo, agresivo y peleón suele quejarse amargamente de las
injusticias pasadas y es litigante. Por el contrario, el tipo excéntrico es suspicaz y saca conclusiones
ocultas sobre los motivos de los demás. Más adelante revisaremos las variantes actuales del trastorno
propuestas por Millon.
2. DE LA NORMALIDAD A LA PATOLOGÍA
Aunque los paranoides parecen muy patológicos, la mayor parte de los lectores que no sean
excesivamente mentirosos encontrarán aspectos del trastorno profundamente ocultos en sí mismos. Es
innegable que un cierto grado de pensamiento paranoide es saludable. Muchos lectores estarán de
acuerdo en que el mundo suele ser un lugar peligroso y que la desconfianza, si no se lleva al extremo,
es claramente valiosa para la supervivencia. De hecho, el programa del desarrollo humano incluye un
período de desconfianza: los niños pequeños pasan por una fase de miedo a los extraños genéticamente
programada, durante la cual experimentan ansiedad cuando se encuentran frente a gente desconocida y
buscan la seguridad de las caras familiares. Por tanto, este miedo a los extraños sirve para mantener a
los niños cerca de la tribu, o al menos cerca de sus progenitores, y lejos de aquellos que les puedan
hacer daño, quizá miembros de otras tribus compitiendo por el escaso territorio o los recursos
alimentarios de una misma área. La naturaleza proporciona un sistema para mantener a los niños a
salvo antes de que puedan entender o se les pueda explicar qué deben y qué no deben hacer.
Por supuesto, el miedo a los extraños no es más que uno de muchos ejemplos. En general, la evolución
favorece a los que pueden reconocer más fácilmente el peligro que a quienes no pueden. Los individuos
que estaban alerta frente a las amenazas dejaron más descendencia que los que olvidaron tales
cuestiones, los crédulos e ingenuos (la confianza extrema también es desadaptativa). Además, las
amenazas no eran sólo físicas, sino también sociales y económicas, y requerían la vigilancia de
cualquiera que mintiera o engañara para robar o controlar los preciados recursos o conseguir cualquier
otra ventaja, todo lo cual ha influido en el número de descendientes y en su salud evolutiva, quizá
durante generaciones. Por tanto, los mecanismos paranoides son una parte natural de nuestra matriz
psicoevolutiva, una extensión adaptativa y necesaria de nuestro instinto más básico, la supervivencia. En
Oldham y Morris (1995) han propuesto una variante normal del paranoide, el estilo vigilante. Las
personas vigilantes son muy independientes. Valoran su libertad y son sensibles a las cuestiones de
poder, autoridad y dominación. Son cautelosos y reservados cuando tratan con los demás y solamente
entablan relaciones después de una cuidadosa consideración. Según estos autores, no sólo escuchan lo
que los otros dicen, sino que captan significados sutiles y expectativas a múltiples niveles. Cuando son
atacados, se defienden con presteza y sin manías. Además, encajan más las críticas pero no se dejan
intimidar con facilidad, y defienden a ultranza lo que consideran sus derechos inalienables. La fidelidad y
lealtad están entre sus más altos valores y prefieren la comunicación directa y no amenazadora. Muchas
de estas personas encuentran un valioso nicho en algún lugar de la sociedad, donde les es muy útil su
agudo olfato para la conspiración.
3. EPIDEMIOLOGÍA
Son obvias las dificultades metodológicas que supone estudiar la epidemiología de los trastornos de la
personalidad. Los problemas para definir claramente las características clínicas de cada trastorno, los
diferentes criterios de clasificación categoriales que se ha ido redefiniendo y modificando en los últimos
años, los distintos instrumentos de evaluación y los sesgos culturales han dificultado notablemente el
progreso en este campo.
Se calcula que la prevalencia media del trastorno paranoide de la personalidad según los estudios
realizados, sería del 1,1 %. Basándose en los criterios de la tercera edición del Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales (DSM-III), la prevalencia oscilaría entre el 0,5 y el 2,7% y la
media de 1,6%. En cambio, si partimos de los estudios basados en los criterios DSM-IV, la prevalencia
oscilaría entre el 0,4% y el 1,8 %, y la media sería del 1 % (tabla 1).
Sin embargo, si nos basamos en los estudios sobre el trastorno paranoide en poblaciones clínicas, estos
porcentajes aumentan de forma considerable, ya que a menudo es un trastorno comórbido tanto con
otros trastornos de la personalidad como con otras alteraciones psiquiátricas o médicas. Según datos del
DSM-IV, la prevalencia del trastorno paranoide de la personalidad en la población psiquiátrica
hospitalizada oscilaría entre el 10 y el 30 %, y en pacientes psiquiátricos ambulatorios estaría entre un 2
y un 10%.
Estudios Porcentaje
*DSM-III
**DSM-IV
Tabla 1
Asimismo, aunque se han publicado prevalencias mucho mayores del trastorno paranoide de la
personalidad en familiares de pacientes con esquizofrenia o trastorno delirante de tipo persecutorio, los
datos al respecto no muestran resultados concluyentes.
No cabe duda de que los trastornos paranoides de la personalidad obligan a los sujetos que los padecen
a estar en un estado de alerta permanente, y hacen que gasten mucha energía en mantenerse
preparados frente a posibles amenazas. La mayoría de ellos están tensos, son cautelosos y están
apercibidos para luchar o huir y, además, frecuentemente se muestran irritables y hostiles. Es probable
que una fuente biológica mantenga este estado de alerta y que exista alguna relación entre una base
temperamental y el trastorno paranoide. Aunque no es probable que haya un “temperamento paranoide”
específico, un niño con un temperamento irritable y agresivo puede desarrollar con más facilidad una
personalidad paranoide, antisocial o límite, en función de factores ambientales.
Otra cuestión que apoyaría la influencia de una base biológica en el desarrollo del trastorno paranoide es
su relación genética con otros trastornos del llamado “espectro esquizofrénico”. Sin embargo, como ya
señalara Kraepelin, la posible conexión entre la personalidad paranoide, el trastorno delirante y la
esquizofrenia paranoide en un mismo continuum es una cuestión todavía por aclarar. Algunos autores
han indicado una posible relación genética entre estos tres trastornos, pero al analizar todos los estudios
sobre este campo, sólo dos de los cinco trabajos realizados han encontrado una relación positiva entre el
trastorno paranoide y la esquizofrenia. Los estudios sobre familiares de niños adoptados que
desarrollaron trastornos esquizofrénicos mostraron que el trastorno paranoide de la personalidad era
más común en los familiares biológicos que en los adoptivos, lo que sugería una relación genética. Por el
contrario, otros estudios indican una relación débil o nula comparable a otros trastornos, como la
depresión unipolar o el trastorno esquizoafectivo.
Otras facetas evolutivas de la personalidad paranoide suelen reflejar variaciones en la cuestión del abuso
sádico en la infancia o son una consecuencia comprensible del abuso temprano. Searles (1956) hace
hincapié en el deseo de venganza que se encuentra a menudo en los paranoides. Cameron (1963)
destaca que como resultado de ese tipo de trato, los niños adquieren una gran sensibilidad frente a los
indicios sutiles de hostilidad, desprecio, crítica y acusación. La hipervigilancia les permite protegerse
contra el engaño y el ataque súbito. Dado que los paranoides no discriminan en sus proyecciones, su
mundo entero se convierte en una “seudocomunidad” poblada por perseguidores. La grandeza puede ser
vista como una compensación del abuso, así como un modo de reforzar los límites del sí mismo contra la
disolución. Auchincloss y Weiss (1994) consideran el carácter paranoide necesitado de una conexión
mágica con los padres, en términos de intolerancia a la indiferencia: mejor sufrir y mantener el contacto
que ser ignorado.
Por otra parte, tanto el compulsivo como el paranoide presentan patologías del superyó que eliminan la
capacidad de disfrutar de la vida. Sin embargo, mientras que los compulsivos se convierten en personas
hiperacomodaticias, los paranoides se convierten en observadores extremadamente suspicaces frente a
los motivos ajenos. El constante miedo a pasar por alto algún peligro les obliga a escrutar los mínimos
detalles de cualquiera de sus interacciones. Todas las comunicaciones son analizadas en busca de
matices, dobles sentidos y sus implicaciones en cuanto al poder, el status y la amenaza a la propia
autonomía. Todo debe ser concretado porque lo abstracto es inherentemente engañoso. La ambigüedad
es intolerable.
La suspicacia no es sólo una característica, sino un tipo de cognición; no es sólo la consecuencia sino
también la causa, una “expectativa preocupante”, de la cual la hipervigilancia constituye una parte
importante. En otras palabras, la suspicacia no es la curiosidad ingenua del científico, sino la inversión de
energía en el descubrimiento de evidencias que confirmen la sospecha original. Los paranoides no
intentan poner a prueba la realidad, sino encontrar bases empíricas que confirmen las construcciones
autorreferenciales sobre, por ejemplo, conspiraciones e influencias externas. Ya desde su mismo origen,
la misión es el descubrimiento, no la comprobación de hipótesis.
Por tanto, el problema cognitivo fundamental del paranoide no es de tipo perceptivo, sino de
interpretación. Los inputs básicos de estímulos son recibidos con gran precisión, pero la información es
procesada con el propósito explícito de identificar maquinaciones, persecuciones, deslices y críticas. Por
ejemplo, el paranoide no está interesado en descubrir las limitaciones de sus ideas y cómo podrían ser
adaptadas para servir mejor a sus propósitos: cuando se enfrenta a críticas constructivas, únicamente
percibe las críticas y nunca lo constructivo.
Dado que el pensamiento paranoide es distinto al normal, posee sus propios criterios para evaluar el
éxito. Todos aplicamos nuestros propios filtros a los hechos, sin embargo, ponemos a prueba la realidad
con un cierto grado de distanciamiento científico. Cuando aparecen inconsistencias, se convierten en
5. MANIFESTACIONES CLÍNICAS
Las personas con este trastorno sienten la necesidad de distanciarse de los demás y son reacias a
confiar o intimar con ellos, porque temen que la información que compartan se utilice en su contra. En
las observaciones o los hechos más inocentes vislumbran significados ocultos amenazantes. Suelen
albergar rencores y son incapaces de olvidar los insultos o desprecios que crean haber sufrido.
Contraatacan con rapidez y reaccionan con ira ante los ultrajes que perciben. Los sujetos con trastorno
paranoide pueden ser patológicamente celosos, sin justificación sólida, y reunir “pruebas” triviales para
confirmar sus sospechas. Quieren mantener un control total de las personas con las que tienen
relaciones íntimas para evitar que les traicionen, y pueden constantemente hacer preguntas y cuestionar
los movimientos, los actos, las intenciones y la fidelidad de la pareja.
Son individuos con los que, generalmente, es difícil llevarse bien y que suelen tener problemas en las
relaciones personales. Su suspicacia y hostilidad excesivas pueden expresarse mediante protestas y
quejas recurrentes o con un distanciamiento silencioso claramente hostil. Puesto que están demasiado
Los afectados por el trastorno paranoide no confían en los demás, tienen una necesidad excesiva de
autosuficiencia, un gran sentido de la autonomía y precisan un alto grado de control sobre quienes les
rodean. A menudo son rígidos, críticos con los demás e incapaces de colaborar, tienen dificultades para
aceptar las críticas y culpan a otros de los errores propios. Debido a su rapidez para contraatacar en
respuesta a las amenazas que perciben a su alrededor, pueden ser litigantes y frecuentemente se ven
envueltos en pleitos legales. Los sujetos con este trastorno intentan confirmar sus ideas negativas
preconcebidas respecto a la gente. Pueden mostrar fantasías de grandiosidad irrealistas y escasamente
disimuladas, acostumbran a estar pendientes de los temas del poder y la jerarquía y tienden a
desarrollar estereotipos negativos de los demás.
1. Nivel comportamental. En este nivel se observa una conducta defensiva: la persona esta tensa,
alerta y tiende a fijar la mirada en aquello que llama su atención. Presenta una tensión aguda,
irritabilidad y una predisposición a pasar a la acción a la más mínima ofensa. Su comportamiento
en las relaciones interpersonales se caracteriza por la provocación y la hostilidad. Es rencorosa,
no olvida los agravios pasados y presenta una actitud pendenciera y problemática ante los recién
conocidos.
2. Nivel fenomenológico. El sujeto muestra un estilo cognoscitivo marcado por la suspicacia, el
escepticismo y la desconfianza ante las intenciones de los demás. Busca significados ocultos en
los temas más neutros, que acaban dístorsionando la realidad y confirmando sus expectativas.
Suele tener ideas de autorreferencia y se siente demasiado importante. Asimismo, intenta
mantenerse invulnerable y orgulloso de su independencia. Suele asumir una actitud de
invencibilidad y de orgullo, y hasta se convence de que tiene capacidades extraordinarias. Se
guía por convicciones inflexibles que constituyen una jerarquía de presupuestos, temores y
conjeturas fijas.
3. Nivel intrapsíquico. En este nivel destacan los mecanismos de defensa de proyección y fantasía.
La persona afectada no reconoce sus rasgos y los atribuye a los demás. Mediante la proyección,
va más allá de la negación, afirmando que los malévolos y vengativos son “ellos», y que él es
una víctima inocente y desgraciada. Para subsanar su sentido de autonomía utiliza como recurso
la fantasía, fabricando una imagen de mayor autoestima.
4. Nivel biofísico. En este último nivel destaca un temperamento frío y sin sentido del humor. El
trastornado intenta parecer que es objetivo y poco emotivo, pero, a la vez, se ofende
Finalmente, los delirios de grandeza son su mecanismo de afrontamiento primario. Al asumir una
identidad grandiosa, los paranoides fanáticos compensan el colapso de su autoestima producido por la
realidad objetiva. Pueden considerarse santos, grandes líderes o genios. Pueden construir esquemas
elaborados para librar al mundo de pecados, conducir el planeta hacia la paz mundial, resolver antiguos
problemas científicos o crear sociedades utópicas. A menudo, sus planes son suficientemente detallados
para crear al menos un interés pasajero. Cuando sus ideas son rechazadas por los demás, pueden
atribuir la interferencia a poderes intangibles, quizás a agencias gubernamentales secretas que han
conspirado para preservar las cosas tal como están. En este subtipo se combinan la proyección, la
indignación y un sentido de omnipotencia para crear una armadura defensiva.
Maligno Querulante
(rasgos depresivos) (características negativistas)
Beligerante, intimidatorio, vengativo, cruel Discutidor, cavilador, pone inconvenientes,
y tiránico; hostilidad descargada irritable; quisquilloso, poco amable,
primariamente mediante la fantasía; resentido, colérico, celoso, malhumorado,
proyecta su venenoso punto de vista en hosco, peleón, mordaz, gruñón.
los demás; delirios de persecución.
Obstinado Fanático
(rasgos compulsivos) (rasgos narcisistas)
Egoísta, inflexible, duro, implacable, Delirios de grandeza irracionales y débiles;
despiadado, dispéptico, malhumorado y pretencioso, expansivo; desprecia a los
con posturas excéntricas: legalista y demás y es arrogante; restablece el
justiciero; descarga la hostilidad orgullo perdido con reclamaciones
previamente reprimida; renuncia al extravagantes y fantasías.
conflicto sí mismo-otros.
Insular
(rasgos evitadores)
Recluido, autosecuestrado, hermético; se
repliega para protegerse de amenazas y
fuerzas destructivas omnipresentes;
hipervigilante y defensivo contra peligros
imaginados.
Los paranoides insulares también padecen un miedo inusualmente intenso a ser controlados. No sólo
intentan evitar la influencia externa, sino que desean confiar únicamente en sus propias conclusiones y
creencias. Poco dispuestos a contrastar sus pensamientos con la realidad consensuada, cada vez pierden
más contacto con el mundo que les rodea, y pueden llegar a perder la capacidad para diferenciar entre
realidad y fantasía. El miedo a la vergüenza y la humillación, un componente importante tanto de los
patrones paranoides como de los evitadores, exagera las conspiraciones auténticas. Finalmente, sus
pensamientos pueden resultar tan dolorosos y aterradores que empiezan a interrumpir
intencionadamente la continuidad y el objeto de sus percepciones, lo cual les distrae de sus propios
pensamientos. Al abandonarse, su mundo interno se convierte en una mezcla caótica de ideas
deformadas, coyunturales y desconectadas, la antesala de un estado paranoide descompensado.
7. DIAGNÓSTICO
8. DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
A. Desconfianza y suspicacia general desde el inicio de la edad adulta (de forma que las
intenciones de los demás se interpretan como maliciosas), que aparecen en diversos contextos,
como indican cuatro (o más) de los siguientes puntos:
1. Sospecha, sin base suficiente, de que los demás se van a aprovechar del sujeto, le van a
hacer daño o le van a engañar.
2. Preocupación por dudas no justificadas sobre la lealtad o la fidelidad de los amigos y
socios.
3. Reticencia a confiar en los demás por un temor injustificado a que la información que
comparta se vaya a utilizar en su contra.
4. En las observaciones o los hechos más inocentes vislumbra significados ocultos
degradantes o amenazadores.
5. Alberga rencores durante mucho tiempo; por ejemplo, no olvida los insultos, injurias o
desprecios.
6. Percibe ataques a su persona o a su reputación que no son claros para los demás, y está
dispuesto a reaccionar con ira o contraatacar.
7. Sospecha repetida e injustificadamente que el cónyuge o la pareja le es infiel.
B. Estas características no aparecen exclusivamente en el transcurso de una esquizofrenia, un
trastorno del estado de ánimo con síntomas psicóticos y otro trastorno psicótico, y no se deben
a los efectos fisiológicos directos de una enfermedad médica.
Nota: si se cumplen los criterios antes del inicio de una esquizofrenia, añádase “premórbido”; por
ejemplo, “trastorno paranoide de la personalidad (premórbido)”.
Tabla 2
9. COMORBILIDAD
También son frecuentes los trastornos por ansiedad generalizada. Pueden adoptar la forma de
aprensiones y temores difusos a lo desconocido, problemas de concentración e incapacidad para
disfrutar de actividades antes placenteras. Algunos se vuelven irritables y tensos y, a veces, pueden
aparecer manifestaciones clínicas de ansiedad intensa y llegarse al trastorno por angustia y la
agorafobia.
Es frecuente que se dé además un cuadro clínico de depresión intensa como reacción natural ante una
situación en que los demás están contra el sujeto de forma injustificada. La infidelidad de la pareja, la
deslealtad de los amigos y la situación insultante y degradante que vive pueden afectar su autoestima, y
aparecer el citado cuadro depresivo.
Dado que los pacientes con trastorno paranoide presentan sentimientos crónicos de ansiedad, existe un
mayor peligro de automedicación y son más frecuentes las complicaciones por uso y abuso de
sustancias. El abuso o la dependencia del alcohol, la cocaína y otras sustancias aparece a menudo como
mecanismo de escape a una relación problemática con el medio. Sin embargo, el alcohol también puede
provocar un efecto desinhibidor y un autocontrol menor de la agresividad.
10. TRATAMIENTO
10.1 Psicoterapia
La personalidad paranoide es un verdadero desafío terapéutico. La mayoría de los paranoides pueden
presentar delirios graves encubiertos, y se ponen en contacto con los servicios psicológicos sólo a
petición de otros. Una esposa puede insistir tanto en la terapia como en el divorcio, o un jefe puede
insistir en la terapia o el despido. La mayoría de los paranoides son considerados suspicaces,
malhumorados y emocionalmente cerrados. Es probable que se dé una mayor mejoría en los sujetos que
están más cerca de la normalidad, donde la expectativa de un tratamiento sádico por parte del terapeuta
no está arraigada tan profundamente y las ideas de persecución están más abiertas al contraste con la
Los paranoides no se presentan diciendo: “Necesito ayuda, soy un paranoide”, sino que se presentan
buscando el alivio del síntoma de la zona de irradiación de sus hostiles círculos viciosos. Una persona
puede quejarse de incapacidad para relajarse, otro puede querer ser más enérgico porque los demás
son demasiado provocadores, y otro puede quejarse de que le hayan postergado en un ascenso laboral.
Dado que el tratamiento centrado en el síntoma pierde de vista el problema real, los terapeutas deberían
ser sensibles a la posibilidad de que estos síntomas sean provocados por un trastorno de personalidad
subyacente y preguntar: “¿Por qué esta persona está teniendo estos problemas?”. Las preguntas tienen
que efectuarse en un contexto de apoyo, ya que los paranoides son de por sí cautelosos y no se expo-
La relación terapéutica requiere un estilo que no sea excesivamente cálido o íntimo, pues el sujeto con
trastorno paranoide tiende a percibir el trato amistoso como un engaño. Asimismo, el terapeuta debe
evitar la confrontación directa con las creencias y fomentar que el paciente explique las razones de su
suspicacia en ciertas situaciones, dentro de un marco no evaluativo.
Dada las dificultades que tiene para establecer relaciones interpersonales, se considera al paranoide un
mal candidato a intervenciones grupales. La desconfianza intrínseca del paranoide, la rigidez y el rechazo
a examinar las distorsiones interpersonales hacen desaconsejables los métodos grupales, ya que la
probable interpretación errónea de la retroalimentación que proporciona el grupo puede generar
hostilidad, obstaculizar la cohesión de éste y propiciar que el paranoide abandone prematuramente la
terapia. Aun habiendo conseguido una relación de confianza, el paciente con trastorno paranoide de la
El mero hecho de empezar la terapia es muy estresante para la mayoría de los paranoides. Dado que el
miedo al ataque y la culpa promueve el trastorno, la confianza y la alianza terapéutica se convierten en
una prioridad crítica. Muchos terapeutas presionan para progresar rápidamente, antes de que se haya
podido establecer un buen nivel de confianza. Otros pueden afirmar directamente que se puede confiar
en ellos, una estrategia que los paranoides suelen percibir como tortuosa. Una vez se ha establecido una
alianza, sigue siendo frágil; una equivocación ambigua puede ser interpretada como despectiva y dañina,
destruyendo cualquier fundamento y haciendo retroceder la terapia varios meses. Stone (1993) distingue
entre los paranoides cuyos padres eran ofensivos y aquellos cuyos padres eran ofensivos y falsos. Los
segundos, sugiere, temen constantemente que los demás les estén mintiendo y a veces tardan muchos
meses o años en confiar en el terapeuta.
Además, dado que la intimidad hace que los paranoides se sientan expuestos y vulnerables, a menudo
reaccionan contra las percepciones de cercanía y calor refugiándose en el caparazón seguro del
aislamiento emocional. Algunos incluso pueden dejar la terapia. El afecto incondicional es una
experiencia nueva para los individuos perpetuamente movilizados por inesperados ataques perniciosos.
Los esfuerzos entusiastas de intentar hacer volver al paranoide a la consulta suelen intensificar los
sentimientos de incomodidad. Durante este tiempo, la paciencia es una virtud. Los terapeutas no
tendrían que necesitar más bienestar transferencial que el que el paranoide puede dar. Por consiguiente,
el tiempo, la consistencia y una actitud de “yo estoy bien, tú estás bien” que respete la necesidad de
distancia son probablemente el mejor curso de acción. La distancia, al menos, devuelve el control al
paranoide; cualquier otro camino requiere que el sujeto se someta a alguien en quien todavía no confía,
lo que es una contradicción.
Dado que los paranoides suelen ser culpabilizadores y abrasivos, provocan las mismas reacciones
contratransferenciales. Rara vez son pacientes gratificantes. Sin embargo, el progreso requiere que no
El enfoque interpersonal permite establecer una relación de colaboración entre el paciente paranoide y el
terapeuta. Benjamin sostiene que los pacientes con trastorno paranoide vacilan ante la expresión de
historias personales, probablemente debido al temor a ser castigados por hablar de la familia, ya que los
patrones de abuso y acoso, que pueden perpetuarse en sus hijos, son habituales en sus familias. Es por
ello que la sustitución de los patrones desadaptativos requiere que el sujeto pase de la identificación a la
diferenciación de los progenitores.
Objetivos iniciales
Los objetivos iniciales de la terapia cognitiva se centrarán en liberar al paciente de la desconfianza, lo
que le permitirá compartir la ansiedad sin temor a la humillación o el maltrato y reducir los estímulos
irritantes ambientales.
Generalmente, los pacientes son muy conscientes de sus cogniciones y están haciendo continuamente
atribuciones sobre quienes les rodean, por lo que la comprensión del modelo cognitivo y los objetivos de
la intervención suelen resultar sencillos.
Una intervención inicial poco ambiciosa en cuanto a los objetivos terapéuticos puede minimizar el
impacto del trastorno en áreas específicas del funcionamiento del sujeto, sin interferir radicalmente en
las estrategias de afrontamiento del trastorno.
El modelo propuesto por Beck y Freeman de terapia cognitiva de los trastornos de la personalidad se
basa en una forma de procesamiento de la información cuyo aspecto nuclear es el concepto de
esquema. El esquema es una profunda estructura cognitiva inconsciente, almacenada en la memoria a
largo plazo, que da sentido a las situaciones. Los esquemas se usan para interpretar y comprender a uno
mismo y el mundo, dan significado a las situaciones y controlan las respuestas de los sistemas
conductual, motivacional, emocional, de la atención y la memoria.
1. Esquemas cognitivos. Almacenan postulados y asunciones básicas que se utiliza para interpretar
la información. En el caso de los trastornos de la personalidad, estos esquemas suelen ser desa-
daptativos y tendrían su origen en relaciones interpersonales desadaptativas. Los esquemas
influyen en la información que selecciona la atención, por lo que sólo se procesa de forma
completa la información congruente con el esquema.
2. Procesos cognitivos u operaciones. Es el nivel de las distorsiones cognitivas: inferencias
arbitrarias, personalización, sobregeneralización, y abstracción selectiva. En él predomina la
asimilación de la experiencia en función del contenido, y no la acomodación del esquema a los
hechos de la experiencia.
Mantente en guardia
Comprometerse es rendirse
Tabla 3
En los trastornos paranoides de la personalidad (tabla 3), las cogniciones disfuncionales sobre la
desconfianza que presentan tienden a conllevar represalias de las otras personas del entorno del
paciente, que confirman el esquema de desconfianza y el postulado general: “Todas las personas son
enemigos potenciales; si no voy a por ellos, ellos irán a por mí tarde o temprano”. Este esquema pudo
adquirirse en experiencias tempranas de engaño o abuso, de aislamiento familiar, paranoia intrafamiliar,
adaptación a desafíos a la supervivencia, etc., pero es mantenido por la forma en que afecta a la
atención, cómo se interpreta la información y las respuestas dadas con base en ésta, que acaban
reforzando el bucle que mantiene el esquema.
Por tanto, desde el modelo de la terapia cognitiva el objetivo es reestructurar el esquema, sin que sea
una reestructuración esquemática global, ya que no todos los esquemas son disfuncionales o pueden
La intervención en el caso del trastorno paranoide no se centrará en modificar los supuestos básicos del
individuo, pues la vigilancia y su posición defensiva paranoide no lo permitirían, sino que deberá dirigirse
precisamente a aumentar el sentimiento de capacidad del paciente, de modo que la vigilancia y la
posición defensiva sean menos necesarias. El primer paso será establecer una relación terapéutica
colaboradora, algo que no es fácil con quien cree que los demás son malvados y mentirosos. El
terapeuta debe poner énfasis en demostrar su propia confiabilidad y ser paciente, pues conseguir esta
alianza puede requerir bastante tiempo. La intervención debe moverse desde los problemas más
periféricos (estrés, problemática de pareja y relaciones sociales), hacia los problemas más centrales del
trastorno, a medida que el paciente cobre conciencia de cómo inciden sus esquemas paranoides en
estos problemas “periféricos”. En la tabla 4 hay algunos puntos relevantes de la intervención cognitiva
en pacientes del grupo A.
Tabla 4
Antipsicóticos típicos
No obstante, hay algunas experiencias con otros trastornos de la personalidad, como el esquizotípico y el
límite, cuyos resultados dada la similitud clínica de algunos de sus síntomas, se podrían trasladar al
trastorno paranoide. En los años 80, algunos estudios no controlados con placebo demostraron mejorías
en los pacientes con este trastorno de las alteraciones cognitivas, la hostilidad y la suspicacia, con dosis
bajas de antipsicóticos típicos. En 1984 Serban y Siegel, probaron la eficacia del tiotixeno (con dosis
medias de 2-40 mg/día) y el haloperidol (1,6-4 mg/día) en pacientes con trastornos de la personalidad
que hubieran tenido algún trastorno psicótico transitorio.
Posteriormente se realizaron ensayos clínicos a doble ciego y controlados con placebo, que demostraron
la eficacia de los antipsicóticos clásicos en dosis bajas en estos pacientes. Goldberg y cols. confirmaron
la eficacia del tiotixeno (dosis media de 8,7 mg/día) frente al placebo sobre los síntomas de la esfera
psicótica en pacientes esquizotípicos y límite con algún episodio psicótico previo. Más tarde, Soloff y cols.
Antipsicóticos atípicos
Con la aparición de los nuevos antipsicóticos, que conllevan menos riesgo de efectos indeseables, se ha
renovado el interés por tratar a los pacientes con trastornos de la personalidad con estos fármacos.
Existe un estudio sobre el trastorno límite de la personalidad con “manifestaciones clínicas psicóticas”
(psychotic-like), que muestra una mejoría global, y en especial de los síntomas psicóticos, con clozapina
en dosis bajas (43,8 mg/día de media). Asímismo, aunque con otros antipsicóticos atípicos no haya
evidencia científicas, sí algunos datos indirectos en otro trastornos de la personalidad que hacen
sospechar una posible eficacia en los trastornos paranoides. A pesar de que hay poco publicado al
respecto, en las guías de la American Psychiatric Association (APA) se comenta la posibilidad de usar
estos fármacos en la práctica clínica con pacientes con trastorno de la personalidad.
Ansiolíticos y antidepresivos
Además de los antipsicóticos en dosis bajas, también puede estar indicado el tratamiento sintomático
con ansiolíticos o antidepresivos, cuando acompaña al trastorno paranoide un intenso cuadro clínico
ansioso o depresivo. Un tratamiento de mantenimiento con ansiolíticos podría incluso disminuir el estado
de hipervigilancia y el estado de continua alerta, y mejorar de forma indirecta las manifestaciones
clínicas de los pacientes con este trastorno.
Los datos hallados en la literatura sobre el curso y el pronóstico del trastorno paranoide de la
personalidad son insuficientes. La experiencia clínica indica que la evolución es crónica y las perspectivas
sin tratamiento son desfavorables. Este diagnóstico suele conllevar un pronóstico reservado y el
tratamiento se contempla habitualmente con escepticismo. El problema estriba en que pocos sujetos
llegan voluntariamente al tratamiento y, cuando lo hacen, la labor terapéutica se complica por la
desconfianza y la suspicacia del paciente. Es muy difícil examinar los procesos internos, ya que su recelo
no le permite revelar los problemas emocionales e interpersonales.
Otro problema frecuente es que el paciente con trastorno paranoide acude a la terapia por situaciones
de crisis secundaria a su trastorno de base. Una vez ha mejorado la situación aguda, suele abandonar la
terapia debido a que no es lo bastante consciente de su trastorno caracterial de base. Aun así, hay
pruebas de que la terapia de apoyo a largo plazo puede producir cambios y beneficios.