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EL TRASTORNO ANTISOCIAL DE PERSONALIDAD

1. INTRODUCCIÓN

Examinaremos ahora, en detalle, el primero de los trastornos de la personalidad de tipo independiente: el


trastorno de la personalidad antisocial activo-independiente.

Comenzaremos con un caso ejemplo de trastorno de la personalidad antisocial. Aconsejamos al lector que a
medida que vaya leyendo el caso de Juan W. tome nota de cada ejemplo importante de los criterios
descriptivos siguientes:

1. Conducta aparente (cómo aparece el individuo ante los demás).

2. Conducta interpersonal (cómo interactúa el individuo con los demás).

3. Estilo cognitivo (la naturaleza característica del proceso de pensamiento del individuo).

4. Expresión afectiva (cómo el individuo muestra sus emociones).

5. Percepción de sí mismo (la manera en que el individuo se ve a sí mismo).

6. Mecanismos de defensa primarios.

Caso clínico
Juan W, 42 años, director de producción, casado, dos hijos.

La compañía para la que trabaja el señor W. contrató un servicio de consulta para que sus ejecutivos de
nivel medio y alto “hablen sobre sus problemas personales” de forma regular con psicólogos. Al señor W. se
le aconsejó la utilización de este servicio debido a sus repetidas dificultades con sus subordinados. Había
sido acusado de ser “rudo” con sus secretarias y excesivamente exigente con los ingenieros y técnicos
directamente responsables ante él. La validez de estas acusaciones fue atestiguada por el rápido cambio de
personal en su departamento y por las frecuentes solicitudes de traslado entre su personal.

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El señor W. era un hombre alto, fornido, musculoso pero con algo de barriga, la facies alargada y con rasgos
duros, manos gruesas y modales bruscos. Era el tercer hijo de una familia de cuatro. La mayor de los
hermanos era mujer, el resto hombres. Recordaba que su madre se refería a él como un niño voluntarioso y
enérgico, que lucharía por tener un camino recto desde el principio. Vivía con su familia en una finca de
Toledo hasta que fue a la Universidad a los 18 años. Su padre se esforzaba en “hacer funcionar las cosas”
durante la depresión económica de la postguerra y murió cuando “todo comenzaba a salir adelante”. El
señor W. se refería a su padre como un hombre fuerte y temeroso de Dios. Dominaba en el hogar, era
disciplinado “como todo el mundo” y no se mostraba cordial ni gentil. Hasta el final de su vida, cuando el
señor W. era adolescente, su padre “llegaba bebido dos o tres veces por semana” y a menudo venía a casa
y trataba de “golpear a los niños y a mamá”. Aborrecía a su padre, pero reconocía que le sirvió de modelo
para su propia actitud fuerte y testaruda.

La madre era una figura secundaria, cocinaba, limpiaba y ayudaba en la casa cuando el padre le decía que
lo hiciera. Ella nunca intervino en los asuntos y problemas de su marido, dejándole todas las decisiones y
responsabilidades a él. La hermana mayor del señor W. era igual a su madre. Ambas eran “una especie de
sombra en la pared”. Los tres hermanos eran muy diferentes. Ellos luchaban con “uñas y dientes” desde que
eran jóvenes. El señor W. se jactaba orgullosamente de que “cuando tenía diez años podía con mi hermano
y él tenía doce”. Desde entonces fue el hermano dominante.

Después de su graduación en C. Económicas se incorporó, como ayudante de producción de campo, a la


empresa química en la cual sigue estando empleado. Se casó con una mujer que había “escogido” algunos
meses antes y se trasladaba de una localidad a otra, adonde lo asignase la compañía.

En el trabajo, el señor W. era conocido como un “jefe duro”; era respetado por los trabajadores de campo,
pero no se llevaba demasiado bien con los técnicos de alto nivel por su “insistencia en que ningún céntimo
fuera malgastado y que nadie eludiera su trabajo”. Era un infatigable trabajador y pedía que todos
estuvieran a su misma altura. Era muy crítico con otros jefes de producción que según él eran “blandos con
sus hombres”. El señor W. pensaba que “no podía aguantar a la gente perezosa y tramposa”; “la amabilidad
y la ternura son para los trabajadores sociales”; “hay un trabajo que realizar y la gente válida ha de hacerlo
como es debido”. El señor W. temía a “los socialistas, que eran los que iban a arruinar al país”. Tenía la
misma aversión hacia la minoría inmigrante “perezosa y tramposa” y los sindicatos.

El señor W. fue asignado a la oficina central de su compañía en base a su excelente nivel de producción. Por
primera vez en su vida laboral tenía un “trabajo de oficina”. Su superior inmediato estaba satisfecho de la
forma en que “abordaba los problemas”, pero le preocupaba que alienase a los demás en la oficina por su
brusquedad y franqueza. Fue después de considerables problemas dentro del departamento cuando se

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advirtió al señor W., como él mismo decía, de que debía “descargar sobre alguien más aparte de en sus
secretarias y sus ingenieros de pacotilla”.

2. ANTECEDENTES HISTÓRICOS

El conocimiento de la personalidad antisocial remite al menos a los antiguos griegos. A principios del siglo
XIX, el origen del comportamiento antisocial se relacionaba con la polémica filosófica entre la libre voluntad
y el determinismo. En ese contexto, los médicos del siglo XIX se preguntaban si las personas antisociales
eran capaces de comprender las consecuencias de sus actos. Philippe Pinel hizo referencia a una forma de
locura conocida como la folie raisonnante, una tendencia de los pacientes a realizar actos impulsivos y
autopunitivos, con una capacidad de razonamiento intacta y una conciencia total de sus actos. Las
observaciones de Pinel pretendían ser descriptivas, y no cargadas de valor. La idea de que pudiera existir
psicopatología en ausencia de confusión mental se extendió por Europa, pero siguió siendo una fuente de
polémica.

Otros médicos consideraban que los antisociales presentaban defectos de carácter y que, por tanto,
merecían la condena moral. El término locura moral, utilizado por primera vez por Prichard, cristalizaba esta
idea. Prichard sostenía que pese a entender las opciones previas a ellas, su comportamiento estaba
dominado por compulsiones invencibles. A su vez amplió el síndrome para incluir diversos estados
emocionales y mentales, que compartían la incapacidad de guiarse según un sentido interno de rectitud,
bondad y responsabilidad. Pese a no ser científica, la idea de la locura moral sigue teniendo cierto atractivo,
aunque sólo sea porque la persona normal a menudo no tiene manera de identificarse con los actos más
patológicos de los antisociales y los psicópatas.

Autores posteriores sugieren coincidencias entre los defectos anatómicos y los defectos caracteriológicos,
aunque en la actualidad esta idea suscite la sonrisa. Por ejemplo, algunos pensaban que un centro cerebral
específico controlaba la moralidad. De la misma forma que algunos individuos son ciegos para los colores, se
consideraban ciegos morales. Otros autores defendían que los antisociales eran delincuentes de nacimiento,
que poseían características físicas comunes, como una mandíbula prominente y proyectada hacia delante,
orejas alargadas y frente despejada, eran zurdos y físicamente robustos, su desarrollo sexual era precoz,
presentaban también insensibilidad táctil y agilidad muscular. Stone sugiere que la sociedad necesita la
tranquilidad de creer que los delincuentes se diferencian en alguna cosa para aseguramos de que estamos
protegidos de los verdaderos psicópatas, que se ocultan tras lo cotidiano.

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A finales del siglo XIX, la psiquiatría comenzó a apartarse de la clasificación moral para acercarse a la
investigación observacional. Koch propuso que el término locura moral fuera sustituido por el de inferioridad
psicopática, que consideraba el síndrome como una “inferioridad de la constitución cerebral”. Aunque sus
intenciones eran las mismas que las de Pinel, efectuar clasificaciones científicas en lugar de morales, la
elección de los términos resultó muy pobre. El término inferioridad acabó desapareciendo finalmente,
después de llegar a Estados Unidos. El término psicopático, que significaba literalmente “patología
psicológica”, se mantuvo durante las tres primeras décadas del siglo XX, para hacer referencia a un amplio
margen de estados que iban más allá de la idea contemporánea de personalidad antisocial.

3. MANIFESTACIONES CLÍNICAS

El trastorno de personalidad antisocial representa un trastorno de personalidad activo-independiente en


términos de la matriz de refuerzo descrita en capítulos anteriores. Esto simplemente significa que los
individuos que poseen el trastorno antisocial buscan activamente el refuerzo a través de su realización
personal. Este trastorno de la personalidad se caracteriza por ambición, persistencia, conducta dirigida hacia
un objetivo, una aparente necesidad de control del ambiente y una dificultad en confiar en las habilidades de
los demás.

La personalidad antisocial puede ser considerada como una extensión sindrómica de una personalidad
enérgica no patológica. Como tal, esta definición es mucho más amplia que la formulación actual del DSM de
este trastorno. La personalidad antisocial se caracteriza sobre todo como un tipo de personalidad agresiva,
con diferentes grados a lo largo de un continuum sintomatológico desde formas leves hasta formas
extremadamente graves. En estas formas leves, la personalidad antisocial frecuentemente encaja dentro de
las normas de nuestra sociedad. Estas manifestaciones leves son a menudo no solamente recomendadas,
sino estimuladas y cultivadas en nuestra sociedad competitiva, donde la dureza y la astucia realmente son
atributos admirados. A menudo, tales características de la personalidad son consideradas necesarias para
sobrevivir en el frío y cruel mundo de los negocios, en las arenas políticas y en las organizaciones militares y
paramilitares, tales como el departamento de policía.

La personalidad antisocial, según la definición actual y más restrictiva del DSM -IV, comienza a manifestarse
antes de los 15 años. El trastorno de la personalidad es más común entre las clases socio económicas más
bajas y es tres veces más prevalente entre los hombres que entre las mujeres. En sus formas extremas,
cerca del 3% de los hombres estadounidenses muestra estas características de personalidad y menos del

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1% de las mujeres estadounidenses muestra estas características de personalidad. No disponemos de datos
fiables de prevalencia en la población española.

En nuestra presentación del cuadro clínico de este trastorno de la personalidad, hemos elegido emplear un
formato estandarizado de siete secciones:

1. Conducta aparente.
2. Conducta interpersonal.
3. Estilo cognitivo.
4. Expresión afectiva.
5. Percepción de sí mismo.
6. Mecanismos de defensa primarios.
7. Diagnóstico diferencial de la personalidad.

Este formato estandarizado se utiliza para facilitar las comparaciones entre los diversos trastornos de la
personalidad en base a los criterios clínicos seleccionados. La tabla 1 resume cómo se relacionan estos
criterios en el trastorno de la personalidad antisocial.

EVALUCIÓN MULTIDIMENSIONAL DEL T. ANTISOCIAL

1. Conducta aparente : valiente a temeraria


2. Conducta interpersonal: antagonista a beligerante
3. Estilo cognitivo: personalista a fanático.
4. Expresión afectiva: hostil a malévola.
5. Percepción de sí mismo: competitivo a dominante.
6. Mecanismo de defensa: acting out.
7. Diagnóstico diferencial de la personalidad: trastorno esquizoide de la
personalidad

Tabla 1

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3.1 Conducta aparente
La conducta aparente consiste en la forma como es percibido el individuo por los demás. Esta conducta
aparente en el trastorno de la personalidad antisocial hace que sean percibidos como valientes en las formas
leves del trastorno y como temerarios en las formas más graves.

Los antisociales tienden a ser impulsivos y eficaces en sus actividades. Rara vez se inhiben ante el peligro o
temen al castigo y pueden ser considerados como imprudentes. A menudo, las conductas de riesgo les
proporcionan estimulación. Sin embargo, estas conductas también pueden ser consideradas por otros como
agresividad e irresponsabilidad, debido a la aparente falta de consideración por los derechos de los demás
por parte de los antisociales.

En el caso del señor W., él disfrutaba arriesgándose. Disfrutaba luchando, ya sea con sus hermanos o en la
empresa. Era considerado por sus compañeros de trabajo como un hombre vigoroso, enérgico y dominante.
Con estas características se ganó el respeto de sus trabajadores pero atrajo el desprecio y resentimiento de
sus ingenieros y secretarias.

En una variedad extrema del trastorno antisocial, la conducta arriesgada se convierte en un descuido
temerario para los derechos y bienestar de sí mismo y de los demás. Las normas sociales, la ética y las
costumbres son gravemente descuidadas y pueden convertirse en una andanada de conductas agresivas e
irresponsables, las cuales pueden incluir numerosas confrontaciones con la ley y la adquisición de un
historial criminal.

3.2 Conducta interpersonal


El comportamiento interpersonal consiste en la forma en que el antisocial se relaciona e interactúa con los
demás. El comportamiento interpersonal de la personalidad antisocial va desde ser oposicionista en las
formas leves a ser beligerante en las formas más graves. Los antisociales han aprendido a confiar en sí
mismos y desconfiar de los demás. Tienen pocos sentimientos de lealtad interpersonal y sienten escasos
remordimientos al usar a los demás para conseguir los objetivos deseados.

A veces, los individuos antisociales parecen ser toscos, fríos y no perceptivos a nivel interpersonal, incluso
oposicionistas. Como resultado, muchas personas huyen de ellos, se sienten intimidadas por sus formas
agresivas y a veces arrogantes. La gente a menudo siente que el individuo antisocial es frío, duro e
insensible con los sentimientos de los demás. Sin embargo, en realidad muchos están perceptualmente
alertas y finalmente armonizan con los elementos de la interacción humana. Simplemente, eligen proyectar
esa imagen para aprovecharse de esta percepción y ser intencionalmente duros si surge la necesidad.

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Los individuos antisociales casi invariablemente tienen dificultades para mantener durante un período de
tiempo largo responsabilidades o relaciones íntimas con sus compañeros de trabajo, amigos, parejas
sexuales o miembros de su familia debido a su conducta oposicionista. Esta característica se presenta
claramente en el caso de Juan W. Él “lucha con uñas y dientes” con sus hermanos y finalmente se convierte
en el dominante. Era dominante con sus secretarias e ingenieros, creaba resentimiento en sus compañeros y
generalmente alienaba al personal de la oficina. En general, las personalidades antisociales son desconfiadas
y temen que los dañen de alguna forma.

Los individuos con personalidad antisocial tienden a ser agresivos. Pueden ser discutidores, abusivos y
crueles. A menudo, insisten en ser “rectos”. Son altamente competitivos y tienden a ser malos perdedores.
Subyacente a estas conductas interpersonales está la necesidad de control. Parece servirles como un
mecanismo de defensa. Su estilo activo-independiente de buscar refuerzo no deriva tanto de su confianza en
su propio valor como de su temor general y desconfianza de los demás. Por tanto son inseguros en su
relación interpersonal. Estos individuos están seguros solamente cuando controlan la situación y son
independientes de la voluntad de quienes podrían amenazar su seguridad.

En casos extremos, las personalidades antisociales son beligerantes y vengativas. Puede parecer que
obtienen satisfacción de los errores y humillaciones de los demás, particularmente si aquellos individuos
representan una amenaza potencial o competencia o si de alguna manera los han perjudicado en el pasado.
En muchos de ellos, los aspectos vengativos y punitivos hacia los demás pueden derivar de los malos tratos
en la infancia. Los individuos antisociales extremos pierden la compasión interpersonal y las cualidades
humanas. A menudo desprecian la contemporización y el compromiso, asimilando tales estrategias
interpersonales a signos de debilidad. Como indicaba Juan W., “solamente a través de la fortaleza se haría el
trabajo”

No es infrecuente ver que estos individuos adoptan la mentalidad de una selva donde podrían hacer justicia
y su conducta refleja tal actitud. Característicamente los derechos de los demás son ignorados o usurpados
por medio del fraude y la agresión por la fuerza. Esta conducta se racionaliza por la actitud de que el fin
justifica los medios. Los casos extremos de personalidad antisocial son muy resistentes a la autoridad. La
anticipación del castigo no tiende a impedir su conducta. A menudo esta conducta es la que lleva a
numerosas confrontaciones con la ley y al posible desarrollo de un expediente criminal.

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3.3 Estilo cognitivo
Nos referiremos a la naturaleza y estructura del proceso cognitivo característico desarrollado dentro de la
personalidad antisocial. El estilo cognitivo de la personalidad antisocial va desde el individualismo en las
formas leves al fanatismo en las formas graves.

Las personalidades antisociales suelen poseer patrones cognitivos rígidos e inflexibles orientados
externamente. La flexibilidad cognitiva y la introspección tienden a ser evitadas porque representan
inconsistencia y esfuerzo inútil, respectivamente. Habitualmente, estos patrones cognitivos dirigidos
externamente están caracterizados por una naturaleza controladora y unas formas tortuosas.

En las formas leves de la personalidad antisocial, el estilo cognitivo puede ser considerado como muy
asertivo y realista. Tales características son a menudo deseables en el mundo de los negocios y la industria.

En el caso de Juan W., nos encontramos a un individuo con resultados eficientes en su expediente de
producción, probablemente por sus actitudes asertivas. Proclama que “hay un trabajo que realizar y la gente
válida ha de hacerlo como es debido”.

En los casos extremos, las personalidades antisociales se caracterizan por un estilo cognitivo externalizado y
a menudo fanático. Comúnmente perciben el medio externo como amenazante y por tanto permanecen
vigilantes. Atribuyen su hostilidad y características vengativas a la acción de los demás. Consideran a los
demás como más desviados y punitivos que ellos mismos. Así, piensan que actúan simplemente de acuerdo
con las normas y en defensa propia. Juan W. es contrario a inmigrantes y grupos étnicos porque cree que
“son la ruina del país”.

3.4 Expresión afectiva


El término expresión afectiva se refiere a la forma en la que los individuos muestran o expresan su emoción.
La expresión afectiva que caracteriza a la personalidad antisocial puede ir desde la hostilidad a la
malevolencia.

En general, las personalidades antisociales tienden a vigilar cuidadosamente sus emociones cuando ceden a
las emociones “tiernas”. Los sentimentalismos, la cordialidad y la intimidad suelen ser evitadas como signos
de debilidad. En muchos casos, las personalidades antisociales tenderán a ser suspicaces ante la compasión
y altruismo de los demás. A menudo las emociones humanas son consideradas como amenazantes y como
barreras para el éxito. Como Juan W. ha expresado, “la amabilidad y la ternura son para los trabajadores
sociales”. Para los individuos antisociales, la negación de estas emociones los protege contra recuerdos
dolorosos, habitualmente de la infancia.

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Mientras los individuos que presentan la personalidad antisocial están inclinados a vigilar sus emociones
“tiernas”, al mismo tiempo están inclinados a mostrar sus emociones más agresivas, que van desde el enojo
a la hostilidad. Cuando las cosas van como ellos quieren, la gente con personalidades antisociales pueden
parecer afables, corteses e incluso simpáticos. Sin embargo, cuando las cosas no van como ellos querrían o
cuando se han frustrado (generalmente indicativo de una pérdida de control), tienden a enojarse. Si el
problema es suficientemente grave, rápidamente se ponen furiosos, resentidos y reivindicativos. Las
personalidades antisociales pueden mostrar un humor irascible que acaba en discusiones verbales y, en
ocasiones, en violencia física. En resumen, las personalidades antisociales tienen una baja tolerancia a la
frustración y tienden a ser fácilmente provocados a atacar, despreciar, humillar y dominar a otros con poca
o ninguna muestra de remordimiento al recordar estas acciones.

3.5 Percepción de sí mismo


Por percepción de sí mismo se entiende la forma característica como los individuos antisociales se ven a sí
mismos. La percepción de sí mismo del trastorno antisocial va desde competitivo en las formas leves a
dominante en las formas más graves.

Las personalidades antisociales típicamente se ven a sí mismas como competitivas, enérgicas,


autorrealizadas y obstinadas, todos ellos rasgos que tienen en alta consideración. El concepto de sí mismos
de los individuos antisociales se construye alrededor de una consideración de sí mismos como fuertes,
realistas y duros. Este punto se ejemplifica en el caso de Juan W., quien relata su infancia combativa, sus
experiencias en la Universidad y su rígido estilo de administrar con un orgullo considerable. Está claro que
las personalidades antisociales valoran el estilo de vida competitivo y orientado hacia el poder. Hay pocos
sentimientos tan recompensadores como la emoción de la victoria y pocos sentimientos como el dolor de la
agonía de la derrota.

En los casos extremos, los antisociales tienden a verse a sí mismos como una fuerza dominante. Esto es
claro en el caso de Juan W., que dominaba a su familia, secretarias e ingenieros subordinados. Los
individuos antisociales no solamente desean dominar a las personas, sino también los acontecimientos. Este
aspecto de la personalidad antisocial puede ser considerado como una extensión de la necesidad de tener el
control sobre el ambiente. En estos casos, también vemos que estos individuos se consideran por encima de
las reglas y normas e incluso por encima de las leyes.

3.6 Mecanismos de defensa principales


Bajo un estrés persistente o extraordinario, los antisociales pueden verse forzados a engañarse a sí mismos
o a distorsionar la realidad para reducir la tensión o ansiedad que experimentan en ese momento. En algún
grado, todos nosotros evitamos los conflictos, nos tomamos a nosotros mismos a broma e intentamos

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ablandar las caídas de nuestro yo para mantener nuestra autoimagen. Los mecanismos que seleccionamos
son a menudo llamados mecanismos de defensa del yo. Algunas veces los mecanismos que elegimos para
cumplir estos objetivos pueden ser desadaptativos.

El mecanismo de defensa más comúnmente empleado por los individuos agresivos y antisociales es el acting
out.

El acting out se refiere a la tendencia impulsiva a mostrar pensamientos, emociones y acciones


(abiertamente ofensivas) socialmente. Por ejemplo, un berrinche es un ejemplo característico de acting out.
El objetivo deseado de tales conductas es desahogar, por medio de la discusión, cualquier tensión interna
que haya surgido y que pueda continuar aumentando si no es descargada. En lugar de transformar esta
conducta socialmente indeseable en una forma socialmente aceptable, estas tensiones son descargadas
directamente y a menudo indiscriminadamente con poca o ninguna preocupación por las consecuencias
interpersonales de tales descargas. Rara vez hay algún sentimiento de culpa o remordimiento por los
problemas causados a los demás por estas descargas.

En el caso de Juan W., se recordará que se le recomendó la consulta por su tendencia a ser “rudo” con sus
secretarias y excesivamente “exigente” con sus otros subordinados. Una revisión del caso de Juan revela
una historia completa de violencia verbal y física, iniciada en la infancia. En general, los enfrentamientos con
sus hermanos terminaban en violencia física. A los diez años de edad Juan pasó a dominar a sus hermanos
al demostrar su superioridad física. A lo largo del desarrollo de su historia, Juan tenía propensión hacia
actividades que no solamente le permitían, sino que promovían, conductas impulsivas y violentas, por
ejemplo, el fútbol y el servicio militar.

Cuando se le indicaron a Juan sus tendencias a ser muy agresivo, no presentó ninguna culpa o
remordimiento; incluso le ofendió la sugerencia de que debía actuar menos agresivamente con sus
secretarias y sus ingenieros. Por tanto, consideramos a Juan W. como una persona que a lo largo de su vida
frecuente e impulsivamente exteriorizó sus frustraciones y hostilidades no solamente en forma verbal, sino
también física. Este acting out servía como un mecanismo de defensa porque prevenía la aparición de
tensión o malestar, que debían ser consideradas intolerables para Juan.

3.7 Diagnóstico diferencial de la personalidad antisocial


Debe tenerse en cuenta que, en la práctica, la cuestión del diagnóstico diferencial ya no es el problema
clínico que había sido históricamente. El DSM no solamente permite un diagnóstico multiaxial, sino que
también permite un diagnóstico múltiple dentro del mismo eje. No obstante, es posible registrar múltiples
trastornos de la personalidad, cuando los trastornos parecen solaparse o coexistir en un mismo individuo.

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Por este motivo, las discusiones posteriores sobre el diagnóstico diferencial de la personalidad se hacen en
mayor medida con propósitos pedagógicos que clínicos.

Como veremos más tarde, la personalidad antisocial a menudo puede encontrarse combinada o en
coexistencia con el trastorno de personalidad paranoide. Vamos a describir brevemente las diferencias más
importantes.

El trastorno de personalidad antisocial puede ser considerado como una variante sindrómica menos grave
del trastorno paranoide. Del mismo modo, el trastorno paranoide puede ser considerado una continuación
más grave del trastorno antisocial. En general, el paciente antisocial agresivo exhibe un mayor control
emocional y se inclina menos hacia una conducta irracional que el paranoide. Los pacientes antisociales
tienden a ser menos recelosos y menos suspicaces cuando se comparan con los pacientes paranoides. Los
paranoides esperan ser engañados y defraudados por los demás. Esta cualidad tensa, inquieta y
extremadamente suspicaz suele faltar en los antisociales agresivos, que tienden a ser más arrogantes y
seguros de sí mismos, a pesar de su recelo y desconfianza. Finalmente, los antisociales extremos están
mucho más inclinados a enzarzarse en conductas obviamente ilegales cuando se comparan con los pacientes
paranoides.

4. ETIOLOGÍA Y DESARROLLO

4.1 Factores biogenéticos


La alta frecuencia de personalidades antisociales dentro de una misma constelación familiar sugiere la
presencia de factores hereditarios en la etiología de este trastorno de la personalidad. Por supuesto, las
similitudes que se observan en la conducta familiar son tanto función del aprendizaje como función de la
herencia. Sin embargo, se ha visto que los estudios que intentan separar las influencias genéticas de las
ambientales dentro de la familia sugieren que ambas son importantes, porque parece existir una herencia de
los padres biológicos separados de sus hijos tempranamente, así como una influencia social de los padres
adoptivos. Por lo tanto, parecen existir algunas pruebas de que algunos aspectos de la personalidad
antisocial pueden tener una base biológica y una transmisión genética. Los bajos umbrales de estimulación
del sistema límbico, especialmente del núcleo amigdalino, han sido implicados en los patrones conductuales
de estas personas.

4.2 Factores ambientales


Aunque las conductas antisociales, especialmente la hostilidad, pueden ser atribuidas, en parte, a los
factores genéticos, los factores ambientales tenderán a modelar el contenido y la dirección de estas

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disposiciones. No obstante, pensamos que los factores ambientales registrados más abajo pueden ser, en y
por sí mismos, suficientes para dar como resultado la manifestación del trastorno antisocial.

1) Hostilidad parental. La historia del desarrollo en la personalidad antisocial puede caracterizarse por
hostilidad parental. A veces el niño se convierte en el blanco de la hostilidad parental. Tal hostilidad puede
derivar del hecho de que el niño alterase la relación del padre y la madre. También puede derivar del hecho
de que el niño fuera un problema para uno o ambos padres o para otro niño de la familia. La hostilidad
dirigida hacia un niño también puede derivar de la percepción de que el niño tiene mal genio. Finalmente, la
hostilidad parental puede ser dirigida hacia un niño si esto puede ser usado como válvula de escape de la
frustración de los padres o de la familia en general. Sea cual sea el origen, la principal causa para desarrollar
un trastorno de personalidad antisocial es la exposición a la hostilidad, crueldad o dominación parental.

Está claro que la hostilidad genera hostilidad. En el niño, esto sucede no sólo por la ira y resentimiento que
desarrolla probablemente como resultado de ser receptor de la hostilidad y abuso parental, sino que el niño
aprende a ser hostil simplemente por observación del modelo parental. Por lo tanto, los padres hostiles o
impulsivos tienen el potencial de estimular y liberar fuertes sentimientos de hostilidad en sus hijos, ya sea
iniciando la respuesta hostil desde el blanco de la hostilidad (en este caso, el niño), sirviendo como modelo,
o simplemente actuando de tal manera que suponga una aprobación de la conducta hostil por parte del
niño. En el caso de Juan W., su padre no solamente aprobaba la conducta hostil, sino que servía también
como modelo.

Es probable que los niños que están expuestos a la hostilidad parental adquieran ellos mismos tales rasgos.
Aun así, este factor de desarrollo, aunque esté entre los más habituales, no es el único factor ambiental que
puede contribuir al desarrollo de una personalidad antisocial.

2) Modelos parentales deficientes. Otro factor ambiental que conduce a desarrollar una personalidad
antisocial es la falta de un modelo parental apropiado. En los casos de modelos parentales deficientes, el
niño recibe una orientación escasa o nula. Como resultado, el niño buscará donde sea los modelos que
pueda. Familias separadas, especialmente en aquellas en que el padre u otra figura de autoridad ha
abandonado a la familia, caracterizan este estado ambiental.

Sin una figura de autoridad y a menudo sintiéndose rechazados y abandonados, estos niños frecuentemente
se vuelven duros con el mundo que los rodea. Tienden a volverse callejeros y se involucran en una conducta
socialmente inapropiada como una manera de sobrevivir. Bajo condiciones como éstas, aprenden a usar
racionalizaciones tales como: “Es un mundo en el que el pez grande se come al chico”, “Sólo sobreviven los
fuertes” y “El fin justifica los medios”. Tales conductas inapropiadas usualmente provocan una condena

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social que tiende a fomentar el endurecimiento del individuo y refuerza la necesidad de confiar en sí mismo,
como es característico de la personalidad antisocial.

3) Conducta vengativa aprendida. El hecho de ser el blanco de la hostilidad parental, la percepción de haber
sido abandonado figurada o literalmente y la condena social por las conductas socialmente inapropiadas
probablemente tienen un fuerte impacto sobre muchos individuos. El resultado más común es que esos
sujetos aprenden a no confiar en los demás por temor a que los exploten o humillen. Es igualmente
frecuente que se produzca un patrón de interacción interpersonal vengativo y rencoroso. En efecto, tales
conductas pueden ser consideradas no solamente como una forma de protegerse a sí mismos, sino como
una manera de relacionarse con los individuos, sistemas o la sociedad en general que lo han maltratado.

4.3 Factores bioambientales


Parece claro que tanto factores biogénicos como factores ambientales pueden ejercer efectos directos sobre
el desarrollo de la personalidad antisocial. No obstante, también es probable que los factores biogénicos y
ambientales interactúen para contribuir al desarrollo de la personalidad antisocial. Para examinar cómo
interactúan los factores biogénicos y los factores ambientales, analizaremos los efectos de un ambiente
hostil sobre el desarrollo neuropsicológico. Utilizaremos las tres etapas del desarrollo neuropsicológico
propuestas por Millon (1969):

1. La etapa sensoriomotora del desarrollo neuropsicológico de la personalidad antisocial está


caracterizada no tanto por la cantidad de estimulación recibida, sino por la calidad de la estimulación
recibida por el niño. Recordemos que la etapa de fijación sensorial (desde el nacimiento hasta los 18
meses) se caracteriza por un importante crecimiento acelerado dentro del sistema neurológico
sensorial del niño y también es importante para poner los fundamentos psicológicos de las
conductas de relación. El trato duro y rudo durante esta etapa ciertamente proporciona una
adecuada estimulación, siempre que no sea excesiva. Sin embargo, el trato duro también comunica
al niño un tono, o “sentimiento”, de que el mundo es un lugar nada amistoso, de sufrimiento y
potencialmente peligroso. El niño aprende rápidamente que no se puede confiar en el entorno y que
debe observarse al mundo con suspicacia.
2. Una vez ha aprendido que el mundo le va a tratar con dureza, el niño entra en la etapa de
autonomía sensoriomotora. Esta etapa abarca desde alrededor de los 12 meses hasta los 4 o 6
años. Aquí se refinan las habilidades verbal, locomotora y los movimientos finos del niño. A medida
que estas habilidades se van desarrollando, el niño va extendiendo sus dominios, explorando el
ambiente y desarrollando un sentido de autonomía. Así, el niño antisocial va aprendiendo a
desconfiar, dudar y confiar en sí mismo porque no parece importarle a nadie más.

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3. Siendo suspicaces con los demás y confiando solamente en sí mismos, estos jóvenes entran en la
etapa de iniciativa intracortical. Esta etapa abarca desde los 4 años hasta la adolescencia y es la
época en que se desarrollan las habilidades mentales superiores. Los jóvenes antisociales se vuelven
resueltos a rechazar directivas y restricciones parentales y sociales. Estos individuos están ahora
convencidos de sus habilidades para sobrevivir y no ven la necesidad de tener que depender de los
demás; especialmente si los demás no pueden ser de confianza. Así, la desconfianza y el desprecio
hacia los demás cultivados en la etapa de autonomía sensoriomotora se combina con el refinamiento
de la confianza en sí mismo y las conductas autónomas que ocurren en la etapa de iniciativa-
intracortical, y es el fundamento de la personalidad desconfiada, vengativa, agresiva y segura de sí
misma que hemos referido como personalidad antisocial.

En los casos donde la interacción de los factores biogénicos y ambientales modelan el desarrollo de la
personalidad antisocial, vemos niños que han aprendido a cuestionar, oponerse y a menudo rechazar
muchos de los valores de la mayor parte de la sociedad. De este modo, el individuo se embarca en dirección
a la independencia y desconfianza con una necesidad de modelar su propio destino por medio de un control
intrapersonal, interpersonal y ambiental. Esta necesidad de control motiva al individuo antisocial a ser
rígidamente realista, insensible y agresivo en defensa del mantenimiento del control. Si el individuo percibe
que puede ocurrir una pérdida del control, pueden surgir variaciones extremas de la personalidad antisocial
básica, caracterizada por psicopatología extrema.

5. AUTOPERPETUACIÓN DEL TRASTORNO

Hemos descrito el cuadro clínico de la personalidad antisocial y los procesos importantes para entender los
aspectos etiológicos y del desarrollo de esta personalidad. Ahora discutiremos los principales procesos por
los cuales actúa la personalidad antisocial para perpetuar su propio patrón patológico.

5.1 Distorsiones perceptual y cognitiva


Mucho de lo que entendemos acerca de nuestro ambiente se basa en información fragmentada. Tenemos
trozos y fragmentos de información y los encajamos juntos en una realidad que podamos entender.
Frecuentemente, tendemos a pensar en fragmentos perdidos de información basados en nuestras
expectativas de cómo creemos que deben ser las cosas. Así, nuestras percepciones de la realidad consisten
en datos que son fragmentos de información del ambiente, además de nuestras inferencias, que son
creencias acerca de cómo esperamos que sea el ambiente.

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En las personalidades activo-independientes antisociales siempre está presente un fondo de ira y
resentimiento. Hay una suspicacia persistente en el sentido de que los demás son taimados y hostiles.
Debido a estas expectativas sobre el ambiente de las personas que los rodean, las personalidades
antisociales han aprendido a distorsionar los comentarios incidentales y las acciones de los demás para que
aparezcan como intentos de injuria hacia ellos. Malinterpretan lo que ven y escuchan y magnifican los
menores incidentes en insultos graves y calumnias.

Por percibir hostilidad donde no existe, las personalidades antisociales están incapacitadas para reconocer
las buenas intenciones de los demás, aun cuando ocurran realmente. Por lo tanto, vemos que para la
personalidad antisocial, la realidad verdaderamente se encuentra en el punto de vista del sujeto, no
necesariamente en lo que existe “de facto”.

5.2 Degradación del afecto y la conducta cooperadora


Las personalidades antisociales son suspicaces con el sentimentalismo, la ternura y la conducta cooperadora.
Carecen de simpatía por el débil y oprimido. Como decía Juan W.: “La amabilidad y la ternura son para los
trabajadores sociales”.

Negando los sentimientos de ternura, estos individuos se protegen a sí mismos del dolor del rechazo
parental o de la sociedad. Por lo tanto, tales sentimientos, así como la conducta cooperadora, pueden ser
considerados como formas de debilidad. Para la personalidad antisocial, solamente se sobrevive por medio
de la fuerza. Juan W. creía sinceramente que siendo duro y fuerte sería la única manera de sobrevivir.

5.3 Creación de enemigos reales


Las personalidades antisociales evocan hostilidad en los demás. Su agresividad, insensibilidad y conducta
vengativa pueden llegar a provocar respuestas hostiles de los demás; al mismo tiempo, pueden provocar
intencionadamente la ira de otros individuos. A menudo parecen ser arrogantes e hipersensibles. Esta
tendencia a enemistarse con los demás a menudo resulta en una conducta agresiva que revierte en el
individuo antisocial. Por lo tanto, el resultado es una validación objetiva de su asunción de que el mundo es
un lugar hostil y peligroso. En efecto, vemos la creación de una profecía autorrealizada. Si uno espera que el
mundo sea hostil y actúa en el mundo como si éste fuera hostil, es probable que se vuelva hostil.

5.4 Condicionamiento operante


De acuerdo con los teóricos del aprendizaje, tales como E. L. Thorndike, las conductas que son mantenidas
o perpetuadas de alguna manera, pueden ser refuerzos para que los individuos muestren estas conductas.
Esto ha sido denominado como la “ley del efecto”. En el caso de los trastornos de personalidad, las

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conductas manifestadas abiertamente pueden ser sólo síntomas de disfunciones encubiertas más
fundamentales y pueden interpretarse en el contexto del refuerzo que proporcionan.

¿Cómo puede ser un refuerzo la conducta hostil, vengativa, antagonista, intrépida y desconfiada? La
respuesta se encuentra en el hecho de que tales conductas son negativamente reforzadas. El refuerzo
negativo se define como la eliminación de la amenaza, el castigo o de otro estímulo aversivo. Así pues, las
conductas antisociales pueden servir para reducir la probabilidad de que los individuos antisociales
experimenten algo aversivo. Los individuos antisociales comúnmente experimentan un temor crónico a ser
utilizados por los demás, ser públicamente humillados, ser explotados o degradados de alguna forma. Es
este temor lo que motiva a muchos antisociales. Cuando se examina en este contexto, la conducta antisocial
se vuelve una poderosa fuente de refuerzo negativo, esto es, una forma de evitación de lo que los
antisociales temen desesperadamente. Mirar el mundo a través de los ojos de un individuo antisocial y ver
“un lugar cargado de frustración y peligro, un lugar donde hay que evitar la maldad y crueldad de los
demás” nos brinda una mejor comprensión de por qué se autoperpetúan las características de la persona-
lidad antisocial.

En resumen, por medio de distorsiones cognitivas, un desprecio hacia el afecto, una tendencia a provocar ira
en los demás y los aspectos de refuerzo negativo de la conducta antisocial por sí misma, la personalidad
antisocial actúa perpetuando su propio trastorno patológico.

6. TRASTORNOS ASOCIADOS

Los trastornos de personalidad tratados en este Curso han sido descritos en sus formas teóricamente
“puras” de acuerdo con la teoría del aprendizaje biosocial discutido anteriormente. A pesar de todo, no
creemos que uno encuentre frecuentemente trastornos de personalidad en formas teóricamente puras. Más
bien, podemos esperar ver varios solapados con otros trastornos de la personalidad tanto como con otros
síndromes clínicos (Eje I). Basados en el trabajo de Millon, se ha visto que ciertos trastornos de la
personalidad parecen, en efecto, estar generalmente combinados, coexistiendo o solapados con otros
estados psicopatológicos en el mismo individuo.

En nuestra discusión sobre trastornos asociados describiremos brevemente:

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1. Otros trastornos de la personalidad (DSM-IV, Eje II) que parezcan mezclarse frecuentemente con el
trastorno de personalidad que se está discutiendo (aunque puede haber combinaciones con aquellos
ya descritos)
2. El trastorno DSM-IV, Eje I, que coexiste más comúnmente con el trastorno de personalidad que se
está discutiendo.

6.1 Trastornos de personalidad mixtos


En el caso del trastorno antisocial de personalidad, probablemente veremos combinaciones con
personalidades narcisista, histriónica y paranoide. En otros capítulos ilustraremos las primeras dos
combinaciones.

1) Trastorno de la personalidad mixto antisocial-paranoide. El trastorno combinado antisocial-paranoide es el


compendio de los rasgos graves y menos atractivos del trastorno antisocial. Estos individuos son hostiles y
vengativos. Son altamente impulsivos y muestran un patrón de conducta hostil y desafiante que apunta
contra las reglas sociales convencionales, la ética e incluso la ley.

Los individuos antisociales-paranoides son desconfiados. Anticipan la traición y el castigo. Suelen tener una
sangre fría despiadada y un intenso deseo de conseguir vengarse de los desprecios reales o imaginados a
los que piensan que fueron sometidos durante algún período de su vida, normalmente la infancia.

Estos individuos temen la idea de que los demás puedan verlos como débiles o que los demás puedan
manipularles. Como resultado, los individuos antisocial-paranoides mantienen rígidamente una imagen de
duros, fuertes, activos, insensibles y valientes. Para “probar” su coraje se exponen a situaciones arriesgadas
y antisociales que a menudo provocan un castigo. Pero el castigo, si ocurre, no logra actuar como un
impedimento para que tales conductas no se repitan en el futuro. Más bien sirven para verificar sus
expectativas de tratamiento “injusto” y además sirven para reforzar ulteriores rebeliones y conseguir lo que
desean.

Cuando estos individuos se encuentran en situaciones de poder tienden a ser dominantes y aun brutales con
aquellos sobre los cuales tienen control. Por lo general, muestran un desprecio arrogante con los derechos
de los demás y están exentos de culpa o remordimiento por las injurias cometidas.

En suma, la personalidad mixta antisocial-paranoide puede ser considerada como una continuación
sindrómica más grave del trastorno antisocial, moviéndose cerca del trastorno de la personalidad paranoide
completo que se discute más adelante.

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6.2 Trastornos asociados en el Eje I
El trastorno de la personalidad antisocial se caracteriza por una tendencia impulsiva a descargar su malestar
psicológico. Como resultado, la descompensación en un trastorno asociado del Eje I no es muy prevalente.
Los dos que aparecen con alguna frecuencia son los trastornos por ansiedad y los trastornos paranoides.

1) Trastornos por ansiedad. A pesar de su infrecuencia general, realmente las personalidades agresivas
experimentan períodos breves de ansiedad previos a la descarga o conducta acting out. Habitualmente, la
mayor causa de esta ansiedad es el temor a perder el control o a ser controlados.

Así, es raro encontrar ansiedad generalizada o ansiedad flotante; más bien la ansiedad está muy ligada a
una persona, lugar o cosa particular. Igualmente, es raro encontrar ansiedad crónica. La razón es que es
raro que la ansiedad se deje ir creciendo durante un período de tiempo largo. Es natural en estos individuos
relajar las tensiones, descargar hostilidad y actuar asertivamente, si no dominantemente, así como evitar el
dolor de la ansiedad psicológica prolongada y el temor a perder el control.

2) Trastornos paranoides. Bajo presión ambiental prolongada o extrema, es común ver la aparición de
síntomas paranoides que surgen de una personalidad agresiva y antisocial. De acuerdo con el DSM-IV, las
características esenciales de los trastornos paranoides son “delirios persecutorios persistentes o delirio
celotípico, no debido a cualquier otro trastorno mental... Los delirios de persecución pueden ser simples o
elaborados y suelen incluir un tema único o series de temas relacionados, tales como estar ante una
conspiración, ser engañado, espiado, seguido, envenenado o drogado, calumniado maliciosamente, acosado
u obstruido en la consecución de metas a largo plazo” (American Psychiatric Association). Con el tiempo,
puede darse un maltrato verbal o físico hacia otras personas.

Las personalidades antisociales están particularmente inclinadas hacia estos trastornos como resultado de
una descompensación del patrón antisocial básico. Los trastornos paranoides de Eje I, cuando ocurren,
representan una de las más graves descompensaciones entre las variantes del patrón antisocial básico. Una
vez están plenamente desarrollados, estos episodios pueden estar caracterizados por estados salvajes,
violentos y delirantes.

7. VARIANTES DE LA PERSONALIDAD ANTISOCIAL

Durante un siglo, los científicos sociales se han dedicado a clasificar a los individuos antisociales, a los
psicópatas y a los criminales. Algunos esquemas conceptuales se basan en los crímenes cometidos o en la

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gravedad del crimen, en lugar de hacer agrupaciones de rasgos característicos. Otros esquemas parten de
abordajes basados en la metodología, como el análisis de grupos (cluster analysis). Todos estos esquemas
no permiten considerar otras características de la personalidad además de las del patrón principal. Por el
contrario, las variantes antisociales que se mencionan a continuación, y que tomamos de Millon, (se
resumen en la Figura 1) están descritas como combinaciones de constructos derivados directamente de la
teoría evolutiva. Obsérvese que pueden existir otros subtipos, y que no todos los antisociales pueden
ajustarse perfectamente a una de las siguientes categorías.

7.1 El antisocial codicioso


En este tipo de personalidad se combina la personalidad antisocial con rasgos narcisistas. En este caso, la
grandeza y el deseo de dominar y poseer se aprecian en forma depurada. Estos individuos sienten que la
vida no les ha ofrecido “lo que se merecen”, que han sido privados del apoyo emocional y las recompensas
materiales que merecían, que otros han recibido mucho más. Lo que mueve a estas personalidades es la
envidia y el deseo de ser recompensados por los agravios que han recibido. Sea mediante engaño o
destrucción, su objetivo es compensar la sensación de vacío que experimentan, que justifican afirmando que
ellos solos pueden restaurar el desequilibrio de que son víctimas. Ardiendo en cólera y resentimiento, su
mayor placer reside en apropiarse de lo que los otros poseen. Algunos manifiestan una criminalidad patente.
Muchos se mueven por un impulso de venganza, manipulando a los demás como si fuesen posesiones en
sus juegos de poder.

Independientemente de su éxito, los antisociales codiciosos normalmente siguen estando inseguros de su


poder y de sus posesiones, y nunca tienen suficiente para resarcirse de las privaciones que sufrieron.
Siempre celosos y envidiosos, agresivos y voraces, pueden mostrar ostentación o despilfarro y poner de
manifiesto un consumo notable como manera de exhibir su poder y sus logros ante los demás. Muchos
sienten un profundo vacío junto a ideas difusas de cómo podría haber sido si la vida les hubiera tratado de
una manera diferente, como a otras muchas personas. Algunos son ladrones comunes, otros se convierten
en empresarios de éxito, que explotan a los demás para satisfacer sus deseos.

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Personalidad antisocial

Nómada Malevolente
(características esquizoides o evitadoras) (características sádicas o paranoides)
Se sienten malditos, predestinados a la Beligerantes, mordaces, rencorosos,
enfermedad, condenados por la vida; se despiadados, malevolentes, brutales,
instalan en la periferia de la sociedad; vengativos; anticipan la traición y el
vagabundos, inadaptados y marginados; castigo; desean venganza; truculentos,
nómadas; impulsivamente no benignos insensibles, intrépidos; libres de culpa

Codicioso Arriesgado
(variante del prototipo) (características histriónicas)
Sienten que han sido privados Arrojado, arriesgado, intrépido, temerario,
intencionalmente; voraces, escatimadores, audaz, osado; imprudente, aventurero,
insatisfechos crónicos; envidiosos, buscan impulsivo, incauto; desequilibrado en
ser resarcidos, y son codiciosos, avaros; cualquier momento; persigue empresas
sienten mayor placer en conseguir que en arriesgadas.
el hecho de poseer.

Defensor de su reputación
(características narcisistas)
Necesita que se le considere intachable,
infranqueable, invencible, indomable;
formidable, inviolable; intransigente
cuando se pone en entredicho su status;
reacciona de forma airada a los desprecios

Figura 1. Variantes de la personalidad antisocial

Son ofensivos y ávidos y, si pierden lo que han conseguido, experimentan ansiedad. Aunque no tienen casi
en cuenta las consecuencias de su comportamiento y sienten poca o ninguna culpa por sus actos, nunca
llegan a considerar que poseen lo suficiente, no consiguen tener un sentimiento profundo de satisfacción y
siempre se sienten incompletos a pesar de los éxitos que hayan podido alcanzar.

7.2 El antisocial que defiende su reputación


No todos los antisociales desean llenar su sentimiento de vacío con posesiones materiales o poder. La
motivación de los antisociales que presentan rasgos de la personalidad sádica es defender o potenciar su
reputación de fuerza e invulnerabilidad. Las acciones de los antisociales están diseñadas para asegurarse de
que los demás les reconozcan el respeto que merecen. Como tales, están en guardia permanente contra la
posibilidad de que les menosprecien. La sociedad debe saber que el antisocial que defiende su reputación es

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alguien importante, alguien a quien no se puede mantener al margen fácilmente, ni a quien se pueda tratar
con indiferencia, tomarse a la ligera o usurparle su posición. Si alguien llega a menospreciar su status o
capacidad, reaccionan con gran intensidad, alardeando y amenazando hasta que consiguen reducir a sus
rivales. Algunos antisociales pertenecientes a esta variante rehuyen la compañía de los demás, otros se
implican en actividades de pandillas de adolescentes, y otros simplemente tratan de impresionar a sus
compañeros con acciones agresivas de liderazgo o violencia que aseguran su status de varón estrella, el
miembro dominante del grupo. Ser duro y asertivo es básicamente un acto defensivo que pretende
demostrar su solidez y garantizar una reputación de coraje indomable.

7.3 El antisocial arriesgado


El comportamiento arriesgado en un entorno controlado proporciona excitación y la búsqueda de
sensaciones; por ejemplo, mucha gente disfruta con las montañas rusas. Sin embargo, existen individuos
para los que el riesgo consiste en impresionar a los demás mostrando una actitud de indiferencia intrépida
de consecuencias potencialmente negativas. La principal motivación de los antisociales arriesgados, que
combinan rasgos antisociales e histriónicos, es que los demás les vean impasibles ante experiencias que
para la mayoría de las personas serían peligrosas o amenazadoras. Mientras que los demás se morirían de
miedo, ellos se mantienen impertérritos ante la posibilidad de jugar con la muerte o de padecer serios
daños. El riesgo es la propia recompensa, y es una manera de sentir excitación y sentirse vivo, más que la
consecución de una ganancia material. Aunque pretenden ser audaces, intrépidos e imprudentes, su
búsqueda hiperactiva de desafíos peligrosos es vista por los normales como temeraria, cuando no insensata.
En efecto, son buscadores de excitación enamorados ante la oportunidad de comprobar su valor reclamando
la atención, el aplauso y el asombro del público. De no ser así, se verían atrapados por las responsabilidades
y el tedio de la rutina de la vida cotidiana. El principal factor que les convierte en antisociales es la
irresponsabilidad de sus actos y el desdén por las consecuencias que éstos puedan tener en los demás o en
ellos mismos, con la aceptación de desafíos cada vez más caprichosos.

7.4 El antisocial nómada


Es común la creencia de que los antisociales son criminales incorregibles que dinamitan los valores de la
sociedad, pero algunos simplemente tratan de huir de una sociedad por la que se sienten despreciados,
aislados y abandonados. En vez de reaccionar de un modo beligerante a este rechazo buscando el
resarcimiento por haberles sido negados los beneficios de la vida social, estos individuos se instalan en la
periferia de la sociedad para recoger todo lo que no podrían haber conseguido utilizando medios socialmente
aceptables. Muchos se sienten malditos y predestinados al fracaso, y sólo desean situarse en el límite de un
mundo que seguramente les rechazaría. Enredados en la autocompasión, se marginan socialmente para
convertirse en itinerantes, vagabundos o nómadas. Con pocas preocupaciones por su seguridad o bienestar

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personal, vagan de un lugar a otro: se trata de personas sin hogar que suelen hacer de la prostitución y el
alcoholismo su forma de vida.

Algunos niños adoptados que no saben muy bien cuál es su lugar en el mundo, siguen el camino del
antisocial nómada, yendo de un lugar a otro en una supuesta búsqueda simbólica de lo que ellos esperan
que pueda ser su verdadero hogar o sus padres naturales. Su sentido de no pertenecer a lugar alguno
implica marginarse de uno mismo y de los demás. Por esta razón, los nómadas a menudo parecen estar
vagamente desconectados de la realidad y carecen de un sentido claro de sí mismos. Comparados con otros
antisociales, su actitud de indiferencia y su desarraigo vital suelen hacerlos menos peligrosos. Algunos son
además indiferentes y temerosos, pero otros son profundamente irascibles y resentidos. Bajo la influencia
del alcohol o de otras sustancias, pueden convertirse en personas brutales o tener comportamientos
sexuales criminales, como ataques a las personas más débiles. La variante nómada combina características
antisociales con esquizoides y evitadoras.

7.5 El antisocial malevolente


Como combinación de personalidad antisocial y personalidad paranoide o sádica, este subtipo personifica la
variante antisocial menos atractiva. Beligerantes, rencorosos, malevolentes, brutales, insensibles, truculentos
y vengativos, llevan a cabo acciones cargadas de un desafío odioso y destructivo hacia la vida social
convencional. Al igual que los paranoides, suelen anticipar y suponer la traición y el castigo que les causarán
los otros. En lugar de emplear amenazas verbales, tratan de asegurar sus límites con sangre fría y un deseo
intenso de venganza por los malos tratos recibidos en el pasado en realidad o en su fantasía. Para ellos, las
emociones tiernas son un signo de debilidad. Desconfían de la buena voluntad de los demás, quienes, a su
entender, la utilizan simplemente para despreciarles y mantenerles al margen, y siempre deben estar alerta.
Cuando los rasgos sádicos son prominentes, pueden asumir la actitud de echárselo todo al hombro, con un
deseo de confirmar su imagen de dureza haciendo víctimas a los que son demasiado débiles para vengarse
o a los que se horrorizan de una manera que les divierte. En cuanto a dar muestras de fortaleza, los
malevolentes son expertos en el arte de pavonearse y disfrutan presionando cada vez más a sus oponentes
hasta que sucumben y abandonan. La mayoría hacen muy pocas concesiones, son proclives a llegar tan
lejos como sea necesario, sin dejar de luchar hasta que los otros se rinden.

8. MODELOS EXPLICATIVOS

8.1 Perspectiva psicodinámica


El psicoanálisis clásico afirma que el individuo está atrapado constantemente en los conflictos inexorables
entre los instintos del ello y las fuerzas de socialización. Freud propuso tres estructuras mentales: el ello, el

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yo y el superyó. El ello, la parte más primitiva de la personalidad y la única que está presente al nacer,
opera sobre el principio del placer. Los impulsos sexuales y agresivos deben ser gratificados inmediata y
directamente: si alguien te enoja, le matas; si una persona te excita, te acuestas con ella.

Esta estrategia, efectivamente, es muy atractiva, pero la vida real requiere canalizar o posponer estos
impulsos. Desde la perspectiva psicodinámica, el desarrollo normal va encaminado a demorar la gratificación
inmediata y centrada en uno mismo. En primer lugar, la propia realidad impone ciertas limitaciones a la
acción libre que hace necesario este retraso. Algunas veces se puede conseguir una recompensa siguiendo
una secuencia determinada de comportamientos; por ejemplo, un coche nuevo implica ganar bastante
dinero que, a su vez, requiere tener un trabajo decente que, normalmente, requiere algún tipo de
experiencia. El trabajo de relacionar las necesidades del organismo con las limitaciones prácticas y las
oportunidades del mundo real pertenece al yo, que opera según el principio de realidad.

En segundo lugar, las limitaciones a la gratificación inmediata están impuestas por el superyó. La
socialización es un proceso largo y complejo que se inicia en las primeras experiencias de apego y que
prosigue hasta las primeras etapas de la edad adulta. Mediante modelos firmes pero cariñosos, los niños
normales aprenden que los otros son seres diferentes que tienen su propia vida, sentimientos y potenciales,
que pueden ser diferentes a los de uno mismo, pero que también son valiosos. En las personas normales, el
superyó madura a medida que son internalizados los valores y las prohibiciones a partir de los propios
padres como conciencia e ideal del yo. La conciencia consiste en restricciones y prohibiciones, lo que uno no
debería hacer, y el ideal del yo consiste en los valores que dirigen la propia realización, lo que uno debe
hacer para tener autoestima y cumplir su potencial idiosincrásico como ser humano. El proceso a través del
cual se forma el superyó se denomina introyección, que significa literalmente “poner dentro”. Dado que el
superyó funciona según lo que Freud denominó principio moral, romper los códigos morales provoca
sentimientos de culpa, y el hecho de satisfacer el ideal del yo provoca sentimientos de afirmación y de
respeto hacia uno mismo.

La personalidad antisocial se puede entender fácilmente desde este esquema psicoanalítico clásico. De una
manera clara, el yo se desarrolla, pero no así el superyó. Es más, toda la personalidad sigue dominada por el
ello infantil y su principio del placer. Dado que las funciones intelectuales y las pruebas de realidad siguen
intactas, dichos individuos parecen, en palabras de Prichard, “locos morales”. Como la teoría psicoanalítica
clásica establece que el ello está completamente centrado en sus propias necesidades inmediatas, los
antisociales violan impulsiva y egocéntricamente las normas convencionales de la vida social. El ello está
dominado por el sexo y la agresividad, y lo mismo ocurre con el comportamiento de la mayoría de antiso-
ciales. Dado que el ello exige una gratificación inmediata, los antisociales se centran a corto plazo, sin poder
pensar o anticipar las consecuencias de sus actos. Como el ello está apartado del mundo externo, los

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antisociales son egocéntricos, incapaces de apreciar la entidad de los seres humanos. Al igual que el ello
sólo conoce sus propios impulsos, los antisociales sólo saben de la persecución egoísta de su propia
satisfacción, actuando sin reflexionar, sin remordimientos o sin tener en cuenta a los demás. Dado que el
principio moral es irrelevante para el ello, las convenciones sociales e ideales no tienen un valor intrínseco
para la personalidad antisocial. El ello no puede tolerar la frustración y los antisociales tampoco, ya que son
incapaces de posponer la acción ante una recompensa, a menos que se vean frenados por la amenaza de
castigos concretos.

En efecto, la falta de conciencia probablemente sea la característica más sobresaliente de la personalidad


antisocial, aunque sólo sea porque los controles inhibitorios que suele proporcionar el superyó parecen
necesarios para su desarrollo. Aunque Freud no se ocupó demasiado de estos individuos, reconoció que
entre los criminales se encuentran “los que cometen crímenes sin ningún tipo de culpa, los que no han
desarrollado inhibiciones morales o los que, en su conflicto con la sociedad, justifican ellos mismos sus
actos”. Los antisociales no tienen una voz interna o un censor interno que modere sus actos. En
comparación con la inmediatez de sus propios impulsos, instintos y deseos, las limitaciones sociales parecen
abstractas, nebulosas, distantes e irrelevantes, apenas lo suficientemente prominentes como para
interrumpir o inhibir los comportamientos impulsivos, destructivos y temerarios. Al no tener conciencia, los
demás se convierten en el crudo material para obtener gratificación. Un antisocial condenado por violación
afirmaba: “Ella tenía un bonito culo, por lo que me hice un favor a mí mismo”. En efecto, la consecuencia
social y legal de las enormes violaciones de los derechos humanos fundamentales nunca puede entrar en la
conciencia. Cuando las reglas sociales irrumpen en el comportamiento, básicamente son obstáculos
insistentes que deben sortearse de alguna manera que resulte satisfactoria.

Si bien parece que todos los antisociales y psicópatas tienen una conciencia deficitaria, existen diferencias
individuales en cuanto al grado de desarrollo del principio de realidad, diferencias que afectan claramente en
su manifestación. Algunos son muy inteligentes en sortear las limitaciones sociales para explotar a los demás
y satisfacer así sus propias necesidades. De la misma manera que los antisociales más impulsivos son
personas sin remordimientos y egocéntricas, estos individuos son más sutiles y, por tanto, más deshonestos
y peligrosos: llevan puesta “la máscara de la cordura”. Sin una conciencia que lo limite, el yo es libre de
seguir cualquier camino de gratificación que el intelecto pueda imaginar. Los otros seres humanos forman
parte de los accesorios de la existencia para poder manipularlos, utilizarlos de forma egoísta y, finalmente,
abandonarlos. Respetar las reglas sociales constituye una necesidad práctica relacionada con la evitación del
castigo, pero no una consideración ética.

Aunque la mayoría de personalidades antisociales y psicópatas consideran incomprensibles las emociones de


ternura, estos individuos aprenden a adaptarse a un mundo en el que la expresión emocional es el pilar

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básico de la comunicación, y desarrollan una conciencia intelectual sensible de convenciones sociales y una
capacidad para juzgar las situaciones interpersonales. Su conocimiento de las relaciones humanas les
permite simular empatía cuando es necesario, engañar y manipular a sus víctimas con un encanto
camaleónico, incluso para hacerse un sitio en las profesiones más respetadas de la sociedad. Fríos y
calculadores, su existencia nos demuestra lo que ocurre cuando el ello se empareja con la astucia
intelectual. Es más, también nos demuestra que la capacidad de razonamiento no puede por sí sola definir lo
que significa ser humano.

En cuanto a los mecanismos de defensa, en los antisociales son especialmente dispersos. Debido a que su
personalidad funciona básicamente a partir del principio de realidad, tienen poco de lo que defenderse.
Muchas personas experimentan ansiedad y culpa relacionadas con las expectativas de los demás. Tememos
decepcionar a alguien o que otras personas queden desilusionadas con nosotros, que piensen que no hemos
hecho un buen trabajo, etc. Éstas son nuestras introyecciones paternas, la voz internalizada socializadora de
la madre y del padre y otros modelos de rol. Cuando las personas normales presentan sentimientos hostiles,
éstos son reprimidos, desplazados, transformados o convertidos en excesiva conformidad, tal como hace la
personalidad compulsiva. La ansiedad, por tanto, requiere la capacidad de empatía, una capacidad para
adoptar la perspectiva de los demás y evaluar cómo puede ser percibido el sí mismo. Muchos antisociales
son impermeables a la vergüenza o al desconcierto, afectos que asumen la capacidad de entender cómo
pueden considerar los demás algún aspecto poco atractivo de uno mismo en comparación con el ideal del
propio yo. Cabe destacar que muchos se jactan de sus crímenes violentos para impresionar a quienes les
escuchan, pero no revelan las agresiones más simples. Estos antisociales disfrutan de “estar por encima de
los demás” como una manera de complacer el sentimiento de grandiosidad narcisista.

Sin objetivos vitales y sin capacidad para apreciar la opinión de los demás, los antisociales buscan una vida
de indulgencia sin problemas. La preocupación neurótica no forma parte de su existencia. Cuando
experimentan ansiedad, está relacionada principalmente con el miedo a ser atrapados y castigados: la
ansiedad real del yo, no la ansiedad moral del superyó. Por ejemplo, cuando se les coge en una mentira, los
antisociales aprenden a mentir mejor, si es que pueden aprender alguna cosa. Las personas normales
reflexionan acerca de sus propios comportamientos; los antisociales, en cambio, reflexionan para dar
explicaciones de su comportamiento que sean plausibles para los demás. Cuando no pueden explicar sus
actos, suelen minimizar las importantes violaciones de las normas sociales. De ahí que un caso de violencia
doméstica se convierta en una “diferencia de opiniones” y un robo se convierta en un caso de “juicio
erróneo”. Cuando se frustran, los antisociales no se contienen, actúan impulsivamente transformando el
conflicto en acción. En ocasiones, la proyección acompaña a la acción impulsiva para poder justificar la
agresividad. Así, los antisociales interpretan de forma malévola, los motivos de los demás y entonces “se

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defienden” contraatacando. La necesidad de reparación justifica los actos que realiza el antisocial, que acaba
considerándose la víctima perseguida.

8.2 Perspectiva interpersonal


Mientras que la perspectiva psicodinámica se centraba clásicamente en el conflicto interno, la tradición
interpersonal subraya las relaciones entre las personas y el impacto que tienen sus comunicaciones, tanto
desde un punto de vista evolutivo como en el aquí y ahora. En la tradición interpersonal, los
comportamientos suelen estar organizados en términos del círculo interpersonal. Según Kiesler, la
personalidad antisocial representa la hostilidad interpersonal casi pura. Mediante descripciones de dos
niveles de gravedad, considera que las acciones de la forma moderadamente patológica son hostiles,
irritables y rudas. Además, son personas que discuten con facilidad, ignoran los sentimientos de los demás,
se resisten a cooperar y provocan peleas. En su forma más extrema son rebeldes, viciosos y vulgares. Es
más, muestran un desafío flagrante, agresiones crueles y atormentan y abusan de los que obstaculizan sus
intenciones.

Empleando su Análisis Estructural del Comportamiento Social, Benjamín describe un cuadro parecido. A
diferencia de Kiesler, su modelo sugiere que los antisociales también tratan de controlar a los demás
resistiéndose vigorosamente ante cualquier intento que éstos hagan por controlarles. Por ejemplo, pueden
negarse a pagar el sustento de los niños, básicamente porque les obliga a hacerlo una autoridad externa.
Según Benjamin, ésta es una importante diferencia entre el comportamiento antisocial y el criminal. Los
comportamientos criminales son antisociales sólo cuando contienen un elemento interpersonal adicional que
consiste en establecer y perpetuar alguna forma de control sobre los demás, sin tener en cuenta las
consecuencias de sus actos. Por tanto, los actos criminales encaminados exclusivamente a obtener
beneficios personales, por ejemplo, no se consideran una evidencia de personalidad antisocial.

Según Benjamin, los antisociales no sólo tratan de controlar, sino que lo hacen con orgullo. Por ejemplo, la
explotación de los demás, sea mediante control o coacción, les hace sentir orgullosos, independientemente
de cómo se vean afectadas las vidas de los otros. Por tanto, pueden abusar físicamente de los demás sin
sentir culpa, e incluso causarles daños importantes, para asegurar el control sobre la relación o expresar su
propia autonomía. Por ejemplo, es posible que una esposa que se enfrenta a su marido antisocial por una
infidelidad, acabe llegando en ambulancia a una sala de urgencias. La motivación que tienen los antisociales
de atacar violentamente a los demás, llegando incluso a poner en peligro la vida, tiene un importante
objetivo instrumental: hacer que los demás se lo piensen dos veces antes de intentar tomar el control o
antes incluso de exigir que se respeten sus derechos o su bienestar. A su vez, los antisociales piensan que
los demás deben adoptar automáticamente una posición de sumisión.

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¿Cómo se desarrolla la personalidad antisocial desde la perspectiva interpersonal? Los niños expuestos a
negligencia, indiferencia, hostilidad y abuso físico probablemente aprenderán que el mundo es un lugar frío
e inclemente. Estos niños no tienen modelos normales de afecto empático. En lugar de aprender cómo ser
sensibles a los estados emocionales de los demás, desarrollan resentimientos prolongados y no desean tener
en cuenta las consecuencias de sus propios actos. Sin los controles paternos adecuados, los antisociales
futuros nunca aprenderán a controlar la agresividad de una manera adecuada. En efecto, normalmente
aprenden que la intimidación y la violencia físicas pueden utilizarse instrumentalmente con los compañeros y
hermanos para coaccionar su comportamiento. Es más, un progenitor violento proporciona un modelo
violento. Los niños que ven a un progenitor que amenaza verbalmente o que golpea para someter pueden
imitar este patrón en sus relaciones posteriores.

Benjamin hace una distinción importante: el abuso a edades tempranas explica la agresividad antisocial pero
no la necesidad de autonomía, ni la resistencia, ni resentimientos generados por el control. La negligencia y
el abuso son factores inespecíficos, implicados en la infancia temprana de muchos trastornos de la
personalidad, quizá especialmente en la límite. ¿Qué cambios padece el niño para llegar a entrar en el
camino específicamente antisocial? Para Benjamin, la respuesta reside en el contexto de la educación.
Aunque suelen ser negligentes, los padres de los futuros antisociales esporádicamente se convierten en
educadores rigurosos. Una madre que abusa de la cocaína o un padre alcohólico, por ejemplo, pueden
decidir de repente “poner orden en su hogar”. Como déspotas no esclarecedores, compensan en exceso sus
negligencias previas convirtiéndose en personas muy autoritarias que controlan, menosprecian y culpan, en
lugar de persuadir con amor o proteger con firmeza. Una educación cruel genera resentimiento, y como se
aplica de una manera inconsistente hace que parezca una educación arbitraria que se ejerce desde la
dominación. En consecuencia, los antisociales desarrollan un resentimiento desbordante ante cualquier,
intromisión mientras que dan un valor enorme a la independencia. Cuando los progenitores tratan de
demostrar interés, normalmente muestran poca conciencia por el verdadero bienestar del sujeto. Un
ejemplo es el caso de la madre de una prostituta de 14 años de edad, que afirmaba que la ocupación de su
hija probablemente fuera sólo una fase.

Cuando los antisociales jóvenes llegan a la adolescencia y entran en la delincuencia, sobreviven


desarrollando una autoimagen de independencia y dureza. Al manifestarse contra el telón de fondo de la
sociedad, se recrean en comportamientos no convencionales que no sólo expresan individualidad, sino
también desdén hacia las normas sociales, de las que se mofan, y socavan los valores socialmente
admirables en favor de la idealización de la falta de respeto, la desviación y la autosuficiencia. El deseo
fundamental es liberarse de todas las limitaciones, incluyendo los vínculos personales, las responsabilidades
y las rutinas. Lo que otros pueden denominar irresponsabilidad, ellos lo denominan libertad y autonomía.

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8.3 Perspectiva cognitiva
Si bien la perspectiva dinámica y la interpersonal subrayan los modelos internos del sí mismo y de los
demás, la perspectiva cognitiva se centra a su vez en las creencias, expectativas, atribuciones, supuestos y
en la manera única y muy subjetiva con que los individuos construyen su mundo.

Al igual que todas las personalidades, los antisociales recorren todo el intervalo de la capacidad intelectual.
Algunos presentan un cociente de inteligencia característico de un genio, mientras que otros padecen
retraso mental. Muchos individuos antisociales y psicópatas tienen capacidad de lucidez y lógica, observación
realizada ya en los primeros escritos de Pinel. Sin embargo, su fracaso para planificar el futuro, para
anticipar las consecuencias de sus actos, suele revelar un punto de mira mucho más estrecho del que cabría
esperar si se tiene en cuenta únicamente su capacidad intelectual. Para ellos, lo correcto y lo incorrecto son
abstracciones irrelevantes. La moralidad es un tema tedioso y aburrido que complica y limita su libertad de
acción. Shapiro expone el tema de la impulsividad considerándola un estilo cognitivo, y presta especial
atención a la falta de sinceridad y a las mentiras de los psicópatas. El estilo cognitivo del antisocial es
desviado, egocéntrico e impulsivo, características que se derivan de la arquitectura mental de su
maduración.

En los sujetos normales, los acontecimientos vitales suelen sugerir posibilidades que requieren de una mayor
deliberación. Por ejemplo, a la hora de decidir si uno se matricula o no en un curso, hace falta valorar si esa
formación podrá influir a la hora de buscar trabajo en el futuro y si afectará en el horario general de estudio,
además de tener en cuenta si será una clase interesante o aburrida, y qué cantidad de trabajo deberá
realizarse para llevarla al día. Dado que el corto plazo se alimenta del largo plazo, es necesario evaluar estas
posibilidades en el contexto de un sistema global de objetivos de autorrealización más intangibles y de orden
superior, como “sentirse económicamente seguro y formar una familia”, incluso aunque su cumplimiento
descanse en un punto indeterminado del futuro.

Por tanto, los objetivos de orden superior desempeñan una función importante: guían la acción a corto plazo
y ayudan a que el organismo controle lo que de otra forma sería una cantidad indefinida de posibilidades de
orden inferior que están en pugna. Cuando se emprende una reflexión consciente, la atención se dirige hacia
delante y hacia atrás pasando por consideraciones de nivel superior y por consideraciones prácticas del
contexto inmediato, seleccionando, ordenando, y ajustando los objetivos más pequeños y las posibles
acciones a fin de optimizar un conjunto de propósitos. En lugar de matricularse ahora en ese interesante
curso, sería preferible esperar al siguiente semestre ya que, por ejemplo, en ese momento uno no tendrá
tanto trabajo y el profesor que imparta la clase no exigirá que se le presenten los trabajos en un plazo
concreto de tiempo. Cuando se tienen en cuenta todos los elementos, la gratificación inmediata puede ser
demorada. En el mundo laboral, por ejemplo, el hecho de enviar un catálogo de productos a empresas

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importantes puede generar pedidos muy rentables para la propia empresa, de manera que uno pudiera
promocionarse y recibir así un sueldo superior, con lo cual la familia dispondría de mayor cantidad de dinero
y se podría plantear la posibilidad de tener otro hijo.

Sin embargo, en los antisociales estos niveles de objetivos de orden superior y las limitaciones éticas, que
son los contenidos de lo que la perspectiva psicodinámica denominaría el yo ideal y la conciencia, sólo se
desarrollan de forma vaga, o incluso no llegan a existir. Después de todo, dependen de la internalización de
los valores derivados de los modelos parentales. Como tales, es la relevancia egocéntrica del momento lo
que absorbe la mente del antisocial.

Al no tener objetivos de autorrealización ni valores éticos, su curso de pensamiento está plagado


básicamente de asociaciones y fantasías relacionadas con posibles gratificaciones inmediatas y con posibles
frustraciones de estas gratificaciones inmediatas.

Otros dos rasgos cardinales de los antisociales, la intolerancia al tedio y la necesidad de excitación, pueden
entenderse también desde este esquema conceptual. Para las personas normales, gran parte de su vida
consiste en actividades que en última instancia sirven a objetivos de orden superior, pero los antisociales
sólo conocen sus circunstancias inmediatas y sus deseos inmediatos. Si el momento está vacío, la vida está
vacía. En las personas normales, el tedio se instaura después de haber explorado los parámetros de una
situación determinada, sea una carrera, una relación o un nuevo videojuego. En los antisociales, el tedio
hace referencia a aquellos períodos de tiempo en los que no existe estimulación a corto plazo. Esto puede
explicar por qué el consumo de sustancias es tan atractivo para la mente de los antisociales. Un “buen
chute” es relativamente instantáneo y proporciona fuentes de estimulación de generación interna que, o
bien les distrae del vacío del presente, o bien llena el presente con percepciones de origen artificial.

No debe sorprender entonces que muchos antisociales consideren que la mejor manera de salir del
aburrimiento sea fomentar algo excitante por ellos mismos. Los actos insensibles y predatorios, la violación
flagrante de las normas sociales y los engaños atroces son diversiones que les ayudan a generar un
sentimiento de excitación que llena de sensaciones el momento. Los demás consideran que estos actos son
irresponsables y moralmente reprobables, pero para los antisociales son lo único que da sentido a su vida, o
al menos tanto sentido como pueda tener para ellos. De no ser así, el momento estaría vacío, y la vida no
sería nada.

Aunque la tradición del estilo cognitivo estudia la interacción entre la arquitectura cognitiva y el estilo de
pensamiento, la tradición de la terapia cognitiva sostiene que el comportamiento está mediado por el
pensamiento. Para explicar el comportamiento, es necesario atender a las verdaderas creencias de una

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persona. Beck y Freeman diferencian tres tipos de creencias: básicas, condicionales e instrumentales. Las
creencias básicas normalmente funcionan por debajo del nivel de conciencia con una validez absoluta y
duradera, intervienen en las consideraciones de sí mismo, del mundo y del futuro. Las creencias básicas
tienen una gran influencia en la organización de las otras creencias, sobre todo en la predicción de las
consecuencias de varios cursos de acción, denominadas creencias condicionales. Las afirmaciones “si...
entonces” relacionan el comportamiento con resultados probables. Las creencias instrumentales, a su vez, se
refieren a la acción que debería llevarse a cabo a partir de las creencias básicas y condicionales. Las
creencias instrumentales son creencias acerca de lo que la persona debería hacer.

Coincidiendo con la perspectiva interpersonal expuesta con anterioridad, Beck y Freeman afirman que las
creencias básicas de los antisociales están organizadas en torno a la necesidad de verse a sí mismos como
fuertes e independientes. Debido a que consideran que el mundo es un lugar intrínsecamente hostil, la
supervivencia exige creencias básicas centradas en la supervivencia, tales como “tengo que estar preparado”
y “no soy el agresor, por tanto seré la víctima”. Para justificar sus actos, los antisociales apelan a un sentido
hábil de moralidad, un ojo por ojo, diente por diente. Si alguien te hace daño, hazle daño también; si
alguien entra en tu campo, tendrá una guerra de campos. La represalia se convierte en un imperativo moral.
Las personas normales pueden ser consideradas por los antisociales como enclenques que piden ser
explotados. Las creencias básicas en este caso son del tipo: “Está bien que te aproveches de alguien que te
lo permite”.

9. MANEJO TERAPÉUTICO

El deseo de destrozar la vida de los demás convierte este trastorno de la personalidad en el más
repugnante. Los individuos límite pueden ser más molestos o agotadores, pero los antisociales suelen
suscitar más reacciones de rechazo moral. Normalmente, se ven obligados a solicitar tratamiento como
consecuencia de un ultimátum. Suele ser la elección alternativa a ser expulsado de la escuela, a perder el
trabajo, a finalizar un matrimonio o a un posible encarcelamiento. La mayoría de sujetos son refractarios al
cambio, aunque afirmen una y otra vez que por fin “han aprendido la lección”. Dado que los antisociales no
tienen conciencia o ésta es defectuosa, las fuerzas externas deben ponerles límite. Las consecuencias de sus
actos sobre los demás no son de su incumbencia. Los antisociales carecen de empatía y de introspección y
su conciencia es deficitaria. Posiblemente, las formas habituales de terapia, sobre todo la terapia individual,
serán de escasa utilidad. En realidad, la mayoría de intervenciones están dirigidas implícitamente a
contenerlos, y se plantean objetivos modestos de cambio. Hay que ser prácticos; dado que los antisociales

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carecen de conciencia, la sociedad sólo puede hacer dos cosas: actuar como si fuera su conciencia o
padecerlos.

Con todo, algunos clínicos creen que la posibilidad de una mejora real se incrementa con la edad del
individuo antisocial. A medida que el trastorno comienza a apagarse por el declive físico y el deterioro
(acelerado por los años de abuso de sustancias y de vivir al límite), algunos antisociales pueden acaban
agotándose por sus continuos rozamientos con las fuerzas de la sociedad.

9.1 Trampas terapéuticas


Para los antisociales, la terapia es otro juego, otro tropiezo molesto con las fuerzas limitadoras de la
sociedad. Desde su punto de vista, el objetivo es simplemente convertirles en una persona diferente. Dado
que la principal preocupación del antisocial es saltarse las limitaciones externas, en terapia tendrá que hacer
ver que desarrolla un sentido de conciencia, expresar culpa y arrepentimiento, y manifestar el deseo sincero
de enmienda. Los antisociales saben además que el cambio tiene que ser moderado, ya que una mejoría
rápida podría levantar sospechas. Por eso es necesario cambiar lentamente y, a poder ser, cuando el
terapeuta haga preguntas escrutadoras y de confrontación.

Por tanto, parecerá que el antisocial ha vuelto al rebaño, siendo el terapeuta el pastor orgulloso. Es posible
que los terapeutas que trabajen con individuos antisociales se vean embaucados muchas veces por
expresiones de arrepentimiento aparentemente sinceras, que pueden ir desde la culpa por haber destruido
la vida y la propiedad hasta la desesperación casi existencial por haber despilfarrado su propia vida. Los
terapeutas noveles pueden ser especialmente crédulos ante las estratagemas de los antisociales, ya que
“necesitan” curar a los sujetos y deben competir con terapeutas expertos a los que desearían mostrar cómo
un psicópata adquiere conciencia.

Los terapeutas suelen presentar diversas reacciones de intensa contratransferencia ante los antisociales.
Algunos se muestran tan suspicaces, enojados y resentidos que pueden llegar a obstaculizar cambios reales
en los pocos sujetos con los que se ha conseguido establecer una verdadera alianza terapéutica. Muchos
antisociales han sido rechazados por los demás a lo largo de su vida, y un terapeuta cínico simplemente se
convierte en otro más. Otro problema es que los antisociales suelen sentirse amenazados por el terapeuta, y
los terapeutas suelen sentirse amenazados por ellos. En concreto, cuando ambos son varones, pueden llegar
a desafiarse el uno al otro en busca del dominio. Muchos sujetos se deleitan sádicamente saboteando su
propia mejoría, y algunos terapeutas pueden llegar incluso a deleitarse sádicamente al permitirlo, porque
cualquier victoria acaba siendo finalmente una pérdida. Frances recomienda que el terapeuta reconozca
abiertamente la vulnerabilidad de la terapia estableciendo la posibilidad de manipulación, ya que la mayoría
de los individuos aprecian este tipo de franqueza.

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Los terapeutas con rasgos compulsivos pueden presentarse a sí mismos como símbolos dogmáticos de
acatamiento de las normas. Los compulsivos acatan las normas sociales de una manera rígida, mientras que
los antisociales las violan concienzudamente; ambos acabarán despreciándose. Cuando el antisocial actúa
para poner a prueba a un terapeuta compulsivo, el terapeuta puede convertirse en una persona
desaprobadora, con lo cual la terapia acabará siendo saboteada. Estas reacciones de contratransferencia
indican aspectos del terapeuta y es necesario evaluarlos de la manera más objetiva posible. Beck y Freeman
sugieren que las siguientes características del terapeuta son las más adecuadas para trabajar con un
individuo antisocial:

1. Seguridad en sí mismo.
2. Una objetividad fiable pero no infalible.
3. Un estilo interpersonal relajado pero no defensivo.
4. Un sentido claro de los límites personales.
5. Un gran sentido del humor.

9.2 Estrategias y técnicas


El objetivo final de la terapia con personas antisociales consiste en conseguir un sentimiento de apego.
Desde un punto de vista técnico, el objeto de apego es irrelevante. Sin embargo, el primer objetivo de la
terapia es encontrar la manera de afianzar al antisocial para desarrollar una alianza terapéutica que
supuestamente trascienda el deseo de estafar al clínico. Al estar coaccionados por la terapia, muchos
antisociales sienten una hostilidad muy intensa que debe elaborarse antes de poder desarrollar confianza.
Asimismo, si el terapeuta es percibido como un policía, será imposible que algo llegue a ser auténtico en la
terapia. En consecuencia, el terapeuta puede señalar que la terapia ha sido obligada por fuerzas externas,
que sería conveniente aprovechar el tiempo de una manera constructiva, incluso aunque el terapeuta no se
halle implicado en el resultado. No se hace referencia a los tratamientos psicodinámicos, dado que los
antisociales no pueden cambiar mediante introspección.

Desde el punto de vista interpersonal, Benjamín sugiere que los antisociales no han tenido una historia de
aprendizajes en la que hayan estado presentes figuras que les proporcionasen el calor y los cuidados
necesarios para acceder a experiencias de unión y apego. Los individuos antisociales aprenden enseguida
que es mejor anticiparse y reaccionar ante la indiferencia y escasa fiabilidad del entorno con autonomía
defensiva, cuando no con suspicacia y hostilidad. Haciendo una extrapolación de Benjamin, el tratamiento
desde una posición de poder benévolo, supuesto básico de una educación efectiva, probablemente implica
un ambiente muy estructurado en el cual se conocen de antemano las recompensas y los castigos de los
comportamientos erróneos habituales.

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Ante las transgresiones es necesario aplicar un castigo de manera consistente. El disgusto modela la
atención continuada y los cuidados por el bienestar del sujeto, y la consistencia demuestra que el sistema no
puede ser explotado al servicio de los objetivos vergonzosos de este tipo de sujetos ni tampoco permiten su
impulsividad. Benjamin sugiere además algunos métodos que facilita la internalización de valores. Un
método particularmente eficaz en niños y adolescentes consiste en utilizar figuras del deporte a fin de
modelar actitudes cordiales y benévolas. Otra estrategia consiste en utilizar al individuo antisocial como
educador, al tener que hacerse cargo de una mascota o tener que enseñar alguna habilidad o deporte a
niños en un contexto supervisado. La idea subyacente, según Benjamin, es que la dependencia permita
educar al antisocial.

D. Davis describe el uso de la terapia cognitiva en la personalidad antisocial. En lugar de intentar inducir
vergüenza y ansiedad, estos autores defienden una estrategia que ayuda al paciente a pasar de las
operaciones concretas al pensamiento abstracto. La mayoría de los antisociales funcionan a un nivel inferior,
y construyen el mundo a partir de sus propios intereses inmediatos. El objetivo de la terapia es pasar al
siguiente nivel, caracterizado por un interés a más largo plazo que incluya el reconocimiento limitado de las
consecuencias que tienen en los otros los propios actos. Las áreas específicas de problemas pueden
identificarse revisando exhaustivamente la vida de cada sujeto. Deben identificarse las distorsiones
cognitivas relacionadas con cada área problemática. Los antisociales piensan que el mero hecho de desear
alguna cosa justifica su comportamiento posterior, consideran que sus pensamientos y sentimientos son
completamente correctos, que sus acciones son correctas porque ellos las consideran adecuadas, y que la
perspectiva que tienen los otros de las cosas es irrelevante. El objetivo de la terapia es que el paciente
reconozca las implicaciones de su comportamiento y que éste también tiene consecuencias para ellos
mismos.

Es más, estos autores sugieren que el comportamiento antisocial puede describirse como un trastorno
caracterizado por causar consecuencias negativas a largo plazo, como la reclusión en la cárcel, los ataques
físicos de los demás y la ruptura del contacto con los amigos y la familia.

De esta manera se reduce la posibilidad de que estos individuos se sientan detestables y, por tanto, es más
probable que sigan en terapia. La intervención terapéutica consiste en ayudar al paciente a clarificar las
prioridades y examinar todo el abanico de posibilidades y consecuencias antes de elaborar una conclusión
sobre cuál es el comportamiento más adecuado. Estos métodos demoran la gratificación y enseñan
habilidades necesarias para que se haga realidad la consideración de los demás.

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