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La historia de toda ciencia incluye una fase precientífica de historia natural en la que las cuestiones
principales son: ¿cuáles son los fenómenos esenciales de nuestro campo? y ¿cómo podemos conocerlos?
Lo ideal es que a medida que se vayan obteniendo nuevos datos, fruto de metodologías cada vez más
sofisticadas, el sentido común empiece a dar paso a explicaciones teóricas que no sólo integren y
unifiquen las observaciones dispares, sino que también sugieran nuevas direcciones para la investigación
futura. La teoría de la relatividad, por ejemplo, predijo la existencia de agujeros negros. En la actualidad,
las evidencias acumuladas durante varias décadas sugieren la existencia de uno o más agujeros negros
en el centro de cada galaxia. Por supuesto, nadie puede oler, saborear, tocar, oír, ni siquiera ver un
agujero negro. Dado que ni tan sólo la luz puede escapar del poder de su gravedad, siempre
permanecerán ocultos a la observación directa. Los científicos deben inferir la existencia de agujeros
negros a partir de las predicciones de la teoría de la relatividad y de los efectos observables en su
entorno espacio-tiempo. Los avances tecnológicos también han permitido poner a prueba muchas otras
predicciones de la teoría de la relatividad.
A partir de este breve ejemplo, es fácil ver la función de la teoría en la ciencia. Las teorías nos
representan el mundo de una forma que explica las observaciones existentes. No obstante, también van
más allá de la experiencia directa, una característica conocida como significado excedente. Las teorías
aprovechan las evidencias disponibles, pero también nos permiten realizar nuevas predicciones,
precisamente porque exceden a la evidencia. Así, las operaciones matemáticas de la teoría de la
relatividad pueden ser utilizadas para predecir exactamente qué sucedería si alguien se cayera en un
agujero negro, aunque nunca volviera para explicárnoslo.
En las ciencias naturales como, por ejemplo, la física y la química, la teoría y la experimentación son
igualmente importantes. Algunas veces en la historia de la ciencia, como en el caso de la teoría de la
relatividad, la teoría sobrepasa a la capacidad de la ciencia para realizar observaciones. Los agujeros
negros eran una conocida consecuencia matemática de la teoría de la relatividad mucho antes de que los
científicos empezaran a diseñar procedimientos para observar sus efectos. Por otra parte, las nuevas
tecnologías pueden permitir observaciones más detalladas, precisas y abundantes que desafíen a las
teorías existentes, hasta el punto de que áreas enteras de conocimiento pueden entrar en crisis. A su
vez, la rápida disponibilidad de nuevas observaciones permite la experimentación a fin de progresar sin
trabas y acelerar la formulación de la teoría. Así, la ciencia madura. Por ejemplo, el alcance del telescopio
Hubble es tan amplio que los cosmólogos todavía no pueden asimilar todo lo que les ofrece esta nueva
herramienta. Dado que para cada fenómeno suele haber varias teorías que compiten entre sí, la
determinación de cuál es la correcta depende de la construcción de un paradigma experimental diseñado
para producir resultados consistentes con una teoría e inconsistentes con otra. De esta forma, la
No obstante, las ciencias sociales son fundamentalmente diferentes. Mientras que la investigación en las
ciencias naturales puede llegar a completarse a partir de la interacción entre la teoría y la investigación,
las ciencias sociales son abiertas. En este caso, el progreso se produce cuando surge repentinamente un
nuevo e interesante punto de vista. Lejos de sustituir a los paradigmas establecidos, la nueva perspectiva
coexiste con sus predecesoras, lo que permite el estudio de la materia en cuestión desde un nuevo
ángulo. Una perspectiva es, por definición, una forma de ver las cosas. En consecuencia, los
experimentos sobre el paradigma son tanto imposibles como innecesarios, ya que se sobreentiende que
ninguna perspectiva es, por sí misma, capaz de contener completamente el área de estudio. Por tanto, la
tolerancia se convierte en un valor científico y el eclecticismo en una norma. En el estudio de la
personalidad, las perspectivas dominantes son la psicodinámica, la biológica, la interpersonal y la
cognitiva. También podrían incluirse otras concepciones marginales, quizás existenciales o culturales.
Algunas de ellas solamente ofrecen un grupo de conceptos y principios, y otras generan sistemas
completos de constructos de personalidad que suelen ser muy distintos de los del DSM. Por suerte, ya
conocemos las concepciones más importantes en este campo, aunque siempre es posible que queden por
descubrir teorías alternativas. Los capítulos que explican cada trastorno de la personalidad abordan estas
perspectivas: por ejemplo, la visión cognitiva, psicodinámica, biológica e interpersonal del trastorno
antisocial de la personalidad.
La naturaleza abierta de las ciencias sociales genera consecuencias importantes en cuanto a la forma en
que son estudiadas. La historia de la física como ciencia es interesante, pero con relación a la forma de
estudio de sus materias es meramente incidental. Las leyes universales son relaciones universales. Si
Einstein no hubiera nacido, las relaciones que describen las relaciones entre la energía y la materia, entre
el espacio y el tiempo, seguirían siendo las mismas.
Podemos estar en desacuerdo en cuanto a cuestiones políticas y religiosas, pero todos vivimos en el
mismo universo físico y las operaciones matemáticas que describen ese universo constituyen una única
verdad sobre su naturaleza.
Sin embargo, en las ciencias sociales las distintas perspectivas se van descubriendo de una forma no
necesariamente ordenada. Las últimas perspectivas tienden a aparecer como reacciones a las
precedentes. Las ciencias sociales poseen lo que los filósofos denominarían una estructura contingente: si
Freud no hubiera nacido, la historia y el contenido de la psicología habrían sido distintos. De hecho, es
probable que la única razón de la influencia de los trabajos de Freud sea la primacía. Simplemente, Freud
fue el primero. Una vez que el psicoanálisis se hubo establecido, la única perspectiva realmente
competitiva era la biológica. El psicoanálisis era tan dominante que llegó a ser sinónimo de estudio de la
Independientemente del campo de estudio, las perspectivas raras veces aparecen completamente
formadas. Las ideas nuevas se funden lentamente y tardan un tiempo en formar un nuevo punto de
vista. En ese momento, muchos autores que pertenecían a la antigua escuela pasan a ser figuras de
transición, difíciles de clasificar. Harry Stack Sullivan, de quien hablaremos más adelante, reaccionó tan
intensamente contra el psicoanálisis que en la actualidad es considerado el padre de la perspectiva
interpersonal. Sin embargo, muchas de las nociones de Sullivan fueron anticipadas por Alfred Adler, que
también reaccionó contra Freud. No obstante, Adler es considerado psicodinámico y Sullivan
interpersonal. En cualquier caso, la teoría interpersonal contemporánea ha avanzado tanto que algunas
veces, desde la perspectiva actual, Sullivan parece analítico.
Entre otras cosas, estas perspectivas han aportado importantes unidades de análisis (el temperamento y
el carácter, respectivamente) que, en ocasiones, han intentado reemplazar a la propia personalidad como
objetivo del estudio clínico.
El Eje III del DSM contempla una importante dimensión de la naturaleza humana: todos somos criaturas
biológicas, el resultado de cinco mil millones de años de evolución química en el planeta Tierra. En el
transcurso de nuestra vida cotidiana no solemos pensar en el vínculo entre mente y cuerpo. Nuestro
físico suele desplegar, sobre todo cuando somos jóvenes, una gran actividad de forma tan sincronizada
que sus funciones son completamente transparentes. Subjetivamente, nuestra existencia parece la de un
alma capturada o encerrada en un cuerpo, no la de un ente global que emerge de una compleja
organización física de neuronas que se comunican químicamente mediante sinapsis. La ilusión es tan
potente que, durante siglos, los filósofos han debatido si el universo está compuesto por mente, por
materia o por ambas. Todos tenemos la impresión de que nuestras mentes son independientes y nuestra
voluntad libre. Dado que nuestras decisiones parecen ser siempre propias, no podemos imaginar que
nuestros organismos sean algo más que meros recipientes. Por tanto, no es extraño que muchas
religiones sostengan que cada uno de nosotros posee un alma inmortal que escapa tras la muerte del
cuerpo. Sin embargo, desde el punto de vista de la ciencia, los humanos somos seres sociales,
psicológicos y biológicos. Como tales, nuestra voluntad no está ni totalmente determinada ni es
totalmente libre, sino sometida a las influencias de cada nivel de organización de la naturaleza.
Las influencias biológicas sobre la personalidad pueden ser entendidas como proximales o distales,
cercanas o lejanas. Las influencias distales se originan en el código genético e incluyen características
heredadas que son transmitidas como parte de la historia evolutiva de nuestra especie. Muchas de estas
características son sociobiológicas. Existen porque la recombinación genética no es posible en ausencia
de la sexualidad. Como prerrequisito de la evolución, somos seres con un sexo determinado que intentan
maximizar la representación de sus propios genes en el mercado común genético. La mayoría de estas
características ejercen una influencia sutil, pero incluso entre los seres humanos los machos tienden a ser
más agresivos, dominantes y territoriales, y las hembras suelen ser más sociales, amorosas y maternales.
Entre las personalidades normales estas tendencias se expresan de forma débil, pero algunos trastornos
de la personalidad caricaturizan sus estereotipos sexuales, especialmente las personalidades antisocial y
narcisista entre los varones y las personalidades histriónica y dependiente entre las mujeres.
Existen otras influencias biológicas sobre la personalidad que se centran en causas proximales. Son
influencias que deben su existencia al hecho de que somos sistemas biológicos complejos. Cuando las
estructuras que subyacen a la conducta discrepan entre sí, la propia conducta se ve afectada. Los dos
conceptos de este estilo que son relevantes para la personalidad son el temperamento y la constitución.
1.1 Temperamento
Todo el mundo posee una personalidad. Asimismo, cada persona posee unos patrones vitales y de
comportamiento característicos que, en gran medida, vienen impuestos por la biología. Cada niño nace
La palabra temperamento apareció en inglés durante la Edad Media para reflejar la base biológica de la
personalidad. Por tanto, el temperamento debe ser entendido como un potencial biológico o subyacente
para la conducta, que se aprecia claramente en el estado de ánimo o emotividad predominante de las
personas y en la intensidad de sus ciclos de actividad. Aunque Buss y Plomin (1984) refieren que el
temperamento consiste en «rasgos de personalidad heredados, presentes ya en la primera infancia»,
podemos sostener que el temperamento es la suma de las influencias biológicas heredadas en la
personalidad que aparecen de forma continua a lo largo de la vida. Es posible que en ciertos casos el
temperamento sea más importante que otros aspectos de la personalidad, y que ejerza una influencia
más global. Dado que nuestro sustrato físico existe antes de que emerjan otras áreas de la personalidad,
las tendencias conductuales de raigambre biológica preceden y pueden excluir la aparición de otras
posibles vías de desarrollo. Así pues, aunque un niño irritable y consentido puede madurar para
convertirse en un diplomático famoso capaz de entender las razones de dos partes en discordia, lo más
probable es que no sea así. Asimismo, es poco probable que un niño cuyo ritmo de actividad personal sea
menor del promedio desarrolle un estilo histriónico, o que un niño inusualmente aquiescente desarrolle
una personalidad antisocial. Por tanto, aunque la biología no determina completamente nuestra
personalidad adulta, limita el desarrollo y canaliza, junto a factores sociales y familiares, ciertas vías en
favor de otras.
La doctrina de los humores corporales, postulada por los griegos hace unos veinticinco siglos, fue uno de
los primeros sistemas utilizados para explicar las diferencias en la personalidad. En el siglo IV a. c.,
Hipócrates llegó a la conclusión de que toda enfermedad procede de un exceso o desequilibrio entre
cuatro humores corporales: la bilis amarilla, la bilis negra, la sangre y la flema. Estos humores eran la
expresión de la tierra, el agua, el fuego y el aire, los cuatro elementos básicos del universo según el
filósofo Empédocles. Hipócrates identificó cuatro temperamentos básicos: el colérico, el melancólico, el
sanguíneo y el flemático. Siglos más tarde, Galeno asociaría cada temperamento con un rasgo particular
de personalidad: el colérico estaba relacionado con la irritabilidad, el sanguíneo con el optimismo, el
melancólico con la tristeza y el flemático con la apatía. Aunque la doctrina de los humores ya no está
vigente y ha dado paso al estudio de la neuroquímica como su análogo contemporáneo, el viejo estilo de
1.2 Constitución
La constitución se refiere al plan global o a la filosofía sobre la que se construye alguna cosa. El primer
exponente destacado de esta visión fue Ernst Kretschmer (1926), que desarrolló un sistema de
clasificación basado en tres tipos corporales (delgado, musculoso y obeso) que se relacionaban con
determinados rasgos de personalidad y ciertos tipos de psicopatología. Según Kretschmer, el obeso
estaba predispuesto al desarrollo de la enfermedad maníaco-depresiva y el delgado hacia el desarrollo de
la esquizofrenia. Kretschmer también pensaba que estos tipos estaban asociados a la expresión de rasgos
normales. Los tipos delgados eran introvertidos, tímidos y carentes de calidez personal, una versión
menos extrema de los síntomas negativos que presentaban los esquizofrénicos más retraídos. Las
personas obesas eran gregarias, amistosas e interpersonalmente dependientes, una versión menos
extrema del eufórico y socialmente excitable maníaco-depresivo.
El trabajo de Kretschmer fue continuado por Sheldon (1942), que observó similitudes entre los tres tipos
corporales y tres tipos básicos de tejido que componen el embrión: el ectodermo, el mesodermo y el
endodermo. El endodermo se convierte en las partes blandas del cuerpo, el mesodermo forma los
músculos y el esqueleto, y el ectodermo forma el sistema nervioso. Cada capa embrionaria se
corresponde con un tipo corporal particular y se asocia a la expresión de ciertas características normales
de personalidad. Así pues, los endomorfos, que tienden a la obesidad, serían amantes de lo confortable y
socialmente cálidos y bienintencionados. Los mesomorfos, con una tipología atlética, serían competitivos,
enérgicos, asertivos y audaces. Finalmente, los ectomorfos, que tienden a la delgadez, serían
introvertidos y constreñidos, pero también mentalmente activados e inquietos. Aunque interesante, la
idea de los tipos corporales ya no está vigente en la teoría de la personalidad. En vez de estudiar la
organización total del cuerpo, los investigadores han empezado a examinar detalladamente el papel de
cada estructura anatómica en particular, la mayoría de las cuales residen en el cerebro.
El modelo psicobiológico propuesto por Siever y Davis (1991) consiste en cuatro dimensiones
(organización cognitivo/perceptual, impulsividad/agresividad, inestabilidad afectiva y ansiedad/inhibición)
que conllevan diversas manifestaciones tanto en el Eje I como en el Eje II. La organización
cognitivo/perceptual aparece en el Eje I en forma de esquizofrenia y en el Eje II como trastorno
esquizotípico de personalidad, aunque también como trastorno paranoide y esquizoide. Todos ellos
presentan una desorganización del pensamiento que afrontan mediante el aislamiento y la desvinculación
social, así como con una actitud defensiva. La impulsividad/agresividad aparece en el Eje I como
trastornos del control de los impulsos y en el Eje II como trastornos límite y antisocial de la personalidad.
Los trastornos límite son propensos a los estallidos repentinos de ira y a los intentos de suicidio, y los
antisociales son incapaces de inhibir el impulso de violar las normas sociales robando y mintiendo, por
ejemplo. La inestabilidad afectiva, es decir, la tendencia a las variaciones rápidas del estado de ánimo, se
manifiesta en los trastornos afectivos del Eje I y en el trastorno límite, y posiblemente el histriónico, del
Eje II. La ansiedad/inhibición, asociada a la evitación social, la compulsividad y la hipersensibilidad a la
posibilidad de peligro y castigo, se manifiesta en los trastornos de ansiedad del Eje I y en el trastorno de
personalidad por evitación, en especial, aunque también en los trastornos obsesivo-compulsivo y por
dependencia.
1.4 Herencia
La influencia más remota en la personalidad es la genética. Los investigadores estudian la influencia de
los genes sobre la conducta explorando la presencia de psicopatologías similares en hermanos y
parientes de la persona afectada, estudiando los patrones familiares de transmisión y comparando la
correlación de las puntuaciones obtenidas en los cuestionarios de personalidad entre grupos de gemelos
homocigóticos y dicigóticos educados en la misma familia o en familias distintas.
Alto
Obsesivo- Pasivo-
compulsivo dependiente;
por evitación
Alto
Antisocial Histriónico
Búsqueda
Evitación del daño
de
novedad
Esquizoide
imperturbable Ciclotímico
Los estudios sobre la heredabilidad de los trastornos de personalidad son menos concluyentes. Los
investigadores que estudian los rasgos de personalidad disponen de amplias muestras de personas
normales, pero las pequeñas muestras de personas con un trastorno de personalidad son muy reducidas
y patológicas respecto a las muestras normales, lo cual puede distorsionar los índices de correlación. Por
otra parte, dado que los trastornos de la personalidad constituyen conjuntos de rasgos de personalidad
que se solapan, las interacciones herencia-ambiente son mucho más complejas que las relacionadas
únicamente con los estudios sobre rasgos de personalidad únicos. En una reciente revisión de las
evidencias disponibles, Thapar y McGuffin (1993) sostienen que las pruebas más sólidas a favor de la
heredabilidad aparecen en los trastornos antisocial y esquizotípico. En otra revisión, Nigg y Goldsmith
(1994) sugieren que los trastornos paranoide y esquizoide pueden estar relacionados genéticamente con
la esquizofrenia. Otra popular hipótesis genética sostiene que los abruptos cambios emocionales de los
trastornos límite constituyen una evidencia de su relación con los trastornos afectivos, que incluyen la
depresión y el trastorno bipolar.
De todas las grandes perspectivas sobre la personalidad, el psicoanálisis es quizás la más rica desde el
punto de vista conceptual y, no obstante, la peor comprendida. Sigmund Freud, el padre del
psicoanálisis, nació en 1856. Como hijo mayor de una madre que lo adoraba y que nunca desfalleció en
las esperanzas puestas en su hijo, Freud sabía que sería famoso. Instintivamente atraído por la ciencia e
influido por Darwin, cursó la carrera de medicina y pasó un tiempo dedicado a la investigación pura. Más
tarde, las necesidades materiales le impulsaron a empezar una carrera más aplicada, especializándose en
Neurología y Psiquiatría. En 1885, viajó a Francia y fue testigo de la curación por parte de Jean Charcot
de un caso de parálisis histérica mediante regresión. Dado que los tratamientos psiquiátricos de la época
eran muy poco efectivos, Freud quedó gratamente impresionado y empezó a experimentar por su
cuenta; ello dio lugar a las ideas fundacionales del psicoanálisis.
Freud articuló sus ideas en lo que se conoce como el “modelo topográfico”, es decir, la hipótesis de que
la mente posee una organización o arquitectura que rebasa la consciencia y puede ser definida en
función de distintos niveles o compartimientos. En el fondo se encuentra el inconsciente, un reino
misterioso formado por todo aquello a lo que no podemos acceder de forma consciente por simple
reflexión. Según la teoría psicoanalítica clásica, el inconsciente es la única parte de la mente que existe
desde el nacimiento. En el nivel inmediatamente superior al inconsciente se encuentra el preconsciente,
que está formado por todo aquello que puede acceder a la consciencia a voluntad, por ejemplo, un
número de teléfono. Finalmente, existe la parte de la mente que forma nuestra vida en estado de vigilia,
Para aliviar esta frustración y garantizar una mayor adaptabilidad del organismo, se desarrolla una
segunda parte de la personalidad, el yo, que media entre las demandas del ello y las limitaciones que
impone la realidad externa. El ello es fundamentalmente irracional, pero el yo es básicamente racional y
planificador, y opera basándose en el principio de realidad. A fin de ser efectivo, el yo debe realizar
operaciones intelectuales tan complejas como el cálculo de riesgos y beneficios, los análisis de medios y
objetivos, la anticipación de las consecuencias de los distintos cursos de acción y determinar el rango de
posibles resultados y el coste y las recompensas de cada uno de ellos, todo ello modificando los planes y
elaborando alternativas a medida que las circunstancias lo requieren.
Sin embargo, no todos los cursos de acción que el yo puede llegar a imaginar son aceptables. Por tanto,
aparece posteriormente una tercera parte de la personalidad que internaliza los valores sociales de los
educadores, el superyó. El proceso que da lugar a la formación del superego se denomina introyección,
que literalmente significa «poner dentro». El superyó está formado por dos partes, la conciencia y el ego
ideal: lo que no se debe hacer, y lo que se debe hacer y se debería llegar a ser. La conciencia ser rige por
el principio de moralidad, lo correcto y lo incorrecto de cada comportamiento. Por el contrario, el yo ideal
nos impulsa a la realización de nuestros exclusivos potenciales humanos. La ruptura de los códigos
Para Freud, la personalidad es como una guerra de desgaste entre tres generales. Como brazo ejecutivo
de la personalidad, el yo debe equilibrar y mediar entre las imposiciones de los otros dos contendientes.
Por una parte, el ello presiona desde lo más profundo, ansiando gratificación. Por la otra, las
prohibiciones del superyó evitan que estos deseos sean satisfechos directamente. Por este motivo, a la
perspectiva psicoanalítica se le atribuye un tono pesimista: los seres humanos viven en un estado de
perpetuo conflicto entre las necesidades y las limitaciones de las distintas partes de la personalidad.
Podemos sobrellevarlo, pero no podemos escapar.
¿Cómo se protege el yo del peligro de verse desbordado? Hace ya años que Freud y sus discípulos
descubrieron los mecanismos de defensa. A partir de sus estudios sobre la histeria, Freud ya había
descubierto la existencia del inconsciente y que la culpa puede transformarse en un síntoma. Descubrió,
por ejemplo, que los impulsos agresivos incontrolables pueden provocar una parálisis histérica en la
mano que puede ser utilizada para golpear a alguien. Aunque el objetivo siempre es el mismo (proteger
la inviolabilidad de la consciencia reduciendo el nivel de ansiedad o amenaza percibidas) cada mecanismo
de defensa actúa de una forma radicalmente distinta a los demás. Algunos de ellos parecen simples. Por
ejemplo, la negación no es más que dejar a un lado las realidades desagradables. La represión es similar,
pero intenta que los pensamientos desagradables ni siquiera alcancen la consciencia. Si la represión tiene
éxito, la negación no es necesaria porque no hay nada que negar. Los histriónicos, por ejemplo, utilizan
la represión para mantener su mundo afable y simple; simplemente, no pueden permitirse el ser
molestados por las profundas miserias de la existencia humana, ni tampoco quieren ser conscientes de la
manipulación erótica que ejercen sobre los demás.
Existen otros mecanismos de defensa que, a diferencia de la negación y la represión, son más complejos
o sofisticados. La racionalización, por ejemplo, suele utilizarse para justificar una acción después de la
ocurrencia de un hecho. En efecto, el yo observa su propia conducta y la posible percepción de la
situación por parte de los demás y se pregunta: ¿cómo puedo hacer que mis actos parezcan razonables?
Este mecanismo de defensa es el preferido por los narcisistas, cuyo egocentrismo suele provocar que
actúen sin pensar en las consecuencias sobre los demás ni en cómo sus acciones serán evaluadas por
éstos. Otros mecanismos de defensa son más complicados. Por ejemplo, en la proyección los motivos
inaceptables son transferidos desde uno mismo a los demás. Los paranoides utilizan la proyección para
librarse de la culpa debida a sus impulsos agresivos; al atribuir esas amenazas a los demás, el propio
paranoide se convierte en una víctima perseguida, en peligro y digna de compasión.
Hoy en día, los mecanismos de defensa son tan importantes que constituyen un eje para posteriores
investigaciones que permitan su inclusión en un futuro DSM-V. Aunque cada persona utiliza distintos
mecanismos de defensa, cada trastorno de la personalidad parece preferir un subgrupo de ellos en
particular. Este subgrupo de mecanismos de defensa puede ser utilizado para construir un perfil
defensivo que ilustra cómo el trastorno de la personalidad se protege de las fuentes externas e internas
de ansiedad, estrés y desafío a las propias capacidades. La personalidad obsesiva, por ejemplo, debe
enfrentarse con intensos impulsos agresivos generados por unos padres que fueron excesivamente
controladores y perfeccionistas. Mediante la formación reactiva, el obsesivo transforma estos impulsos en
su opuesto. Asimismo, al ajustarse meticulosamente a las estrictas reglas internalizadas del superyó, el
obsesivo parece muy controlado y contenido, aunque en su interior suelen bullir intensos sentimientos de
rebelión. Su necesidad de sofocar las fuerzas agresivas es tan profunda que suele utilizar excesivamente
otro mecanismo de defensa: el aislamiento afectivo. Al separar las emociones de las ideas, el obsesivo
crea un entorno mental de trabajo que está esterilizado frente a la desorganizadora influencia de los
afectos desagradables, a la vez que mantiene los aspectos meramente intelectuales de las ideas. De esta
forma, el obsesivo es capaz de dedicarse a trabajar en sus asuntos.
Fálico-narcisista (Reich)
Narcisista
Narcisista-libidinal (Freud)
Histérico (Wittels)
Histriónico
Erótico (Freud)
Tabla 1
Karl Abraham inició la caracterología analítica sobre la base de los estadios psicosexuales del desarrollo
de Freud descritos anteriormente. Freud creía que tanto la indulgencia como la privación podían resultar
en la fijación de la energía libidinal a un estadio, lo cual determinaba el talante del desarrollo posterior.
Por ejemplo, el período oral se diferenciaba en una fase oral de succión y una fase oral-mordiente. Un
estadio de succión excesivamente indulgente daría lugar a un tipo oral-dependiente imperturbablemente
optimista, ingenuamente seguro de sí mismo, despreocupado y emocionalmente inmaduro. Las
cuestiones serias no afectan a este tipo de persona. Por el contrario, un período de succión poco
gratificante da lugar a una excesiva dependencia y credulidad, ya que el niño privado aprende a tragarse
cualquier cosa para asegurarse de que recibe algo. Las frustraciones en el estadio oral-mordiente
provocan tendencias orales agresivas como el sarcasmo y la hostilidad verbal en la edad adulta. Estos
caracteres orales-sádicos tienden a la desconfianza pesimista, al malhumor y la petulancia.
En el estadio anal el niño aprende autonomía y control. El incremento de sus capacidades cognitivas le
permite comprender las expectativas de sus padres y dispone de la posibilidad de complacerlas o de
desafiarlas. Los caracteres anales adoptan diferentes actitudes hacia la autoridad según si la resolución
El concepto de carácter se expandió gracias a los escritos de Wilhelm Reich en 1933. Reich sostenía que
la solución neurótica de los conflictos psicosexuales se alcanzaba mediante una reestructuración total del
estilo defensivo que, en último término, cristalizaba en una formación total denominada “armadura del
carácter”. Así, la aparición de síntomas psicopatológicos específicos asumía una importancia secundaria.
Los síntomas debían ser entendidos en el contexto de esta configuración defensiva, de forma parecida al
modelo multiaxial contemporáneo, que sostiene que los síntomas deben ser entendidos en el contexto de
la personalidad global. Reich también amplió la caracterología de Abraham a los estadios fálico y genital
del desarrollo. En el estadio fálico, la frustración puede conducir al esfuerzo por conseguir el liderazgo, a
la necesidad de sobresalir en el grupo y a tolerar mal incluso las más mínimas derrotas. Estos caracteres
fálicos narcisistas eran descritos como vanidosos, presuntuosos, arrogantes, seguros de ellos mismos,
vigorosos, fríos, reservados y defensivamente agresivos.
Posteriormente, los detractores de la «psicología sexual» de Freud variaron el foco de interés del ello al
yo. Estos autores descubrieron nuevas fuerzas en la personalidad, de manera que el área de estudio pasó
a denominarse psicodinámica en vez de psicoanalítica. Jung, por ejemplo, desarrolló numerosas y
La teoría moderna de las relaciones objetales es cognitiva e interpersonal, ya que, en primer lugar,
sostiene que el mundo externo se conoce a partir de representaciones mentales o modelos operativos
internos (Bowlby, 1969). Y, en segundo lugar, indica que el contenido de estos modelos es interpersonal
y se desarrolla durante la primera infancia a partir de las experiencias con los progenitores y otras
personas significativas, incluso antes del desarrollo de la consciencia del sí mismo (self). En efecto, las
relaciones objetales son para la persona lo que los paradigmas para las teorías científicas: la mayoría de
ellas existen como estructuras mentales inconscientes que organizan la experiencia y que solamente son
parcialmente accesibles a la reflexión consciente.
Las relaciones objetales, como fase más reciente en el desarrollo de la teoría psicodinámica, podrían ser
denominadas psicología del superyó, ya que se ocupan explícitamente de lo introyectado, de los aspectos
e imágenes de los demás que han sido intemalizados en el curso del desarrollo. Sin embargo, la teoría de
las relaciones objetales no sólo se ocupa de la condenación y el principio de moralidad, sino que también
El principal autor de la teoría de las relaciones objetales es Kernberg (1967). Kernberg defiende la
clasificación de las distintas personalidades, algunas del DSM y otras de la tradición psicoanalítica, en
función de tres niveles de organización (estructural-psicótico, límite y neurótico) que representan
distintos grados de organización o cohesión de la personalidad. Las personalidades normales poseen un
sentido del sí mismo cohesionado e integrado que los psicoanalistas denominan identidad del yo. En
pocas palabras, la mayoría de nosotros sabemos quiénes somos y nuestro sentido del sí mismo
permanece constante al cabo del tiempo y en distintas situaciones. Sabemos lo que nos gusta y lo que
nos disgusta, somos conscientes de ciertos principios fundamentales y sabemos en qué nos parecemos y
en qué nos diferenciamos de los demás. De las personas con una identidad del yo bien integrada se dice
que poseen fortaleza del yo; es decir, la capacidad de mantenerse integradas en situaciones de presión o
estrés. Asimismo, las personas normales también poseen un sistema internalizado de valores sociales o
morales maduro, el superyó, que incluye las características de responsabilidad personal y de capacidad
adecuada de autocrítica.
Por el contrario, el nivel neurótico se caracteriza por una identidad del yo bien desarrollada, aunque
complicada por «sentimientos de culpa inconscientes que se reflejan en patrones patológicos de
interacción en cuanto a la intimidad sexual» (Kernberg, 1996). En otras palabras, las personalidades
neuróticas están preocupadas por cuestiones sexuales, lo que afecta a sus relaciones interpersonales y
crea sentimientos de culpa que afectan a la conducta. Los tipos caracteriales descritos por Kernberg
varían algo de los del DSM-IV. El nivel neurótico incluye las personalidades depresivo-masoquista,
obsesivo-compulsiva e histérica. El carácter depresivo-masoquista, por ejemplo, deriva básicamente de la
formación reactiva, es decir, de la tendencia a hacer lo opuesto a los deseos inconscientes. Por tanto,
tiende a privarse o sabotearse en vez de permitir lo que de otra manera sería placentero o satisfactorio.
Por el contrario, la personalidad histérica es más sexual de forma manifiesta y exhibe conductas
provocativas superficiales a las que, no obstante, subyacen inhibiciones sexuales. Tanto el masoquista-
depresivo como el histérico reflejan niveles más integrados de estructuras caracteriales primitivas. La
personalidad histérica, por ejemplo, se sitúa en el nivel neurótico, pero también está relacionada con la
denominada personalidad infantil, que tiende a ser más demandante, impulsiva y agresiva. Ambas se
sitúan en un mismo espectro, un término que se suele utilizar para expresar la relación entre tipos
caracteriales de alto y bajo nivel de actividad.
El nivel límite de la actividad de la personalidad se sitúa entre las neurosis y las psicosis.
Superficialmente, quienes poseen una personalidad del nivel límite parecen similares a los neuróticos,
aunque no tan integrados. Al igual que los neuróticos, mantienen el contacto con la realidad, pero
El nivel psicótico de la personalidad no necesita ser descrito en detalle ya que en este caso se ha perdido
casi todo lo que entendemos normalmente como personalidad. En lugar de integración y organización
solamente podemos encontrar piezas rotas al azar, con poca o ninguna integración de la identidad. En
lugar de diferenciación solemos encontrar una fusión entre el sí mismo y los otros o incluso entre el sí
mismo y el entorno físico. El nivel psicótico se caracteriza especialmente por una agresividad intensa e
inapropiada. El DSM-IV no describe ningún trastorno de la personalidad que se sitúe en el nivel psicótico.
3. PERSPECTIVA PSICOCULTURAL
Vamos a revisar ahora, para concluir, aquellos vectores que pueden tener un mayor impacto a la hora de
analizar la génesis psicocultural de los trastorno de personalidad:
1. Aumento de la velocidad y movilidad en todos los ámbitos, incluido el de las relaciones personales.
Esto favorece un modo de relación humano basado en el desarraigo y en la superficialidad del
contacto con el otro. Más aún, este fenómeno genera de suyo más desajustes y una mayor carga de
estrés, frente a lo cual conductas excéntricas, evitativas u obsesivas pueden ser un medio de hacer
frente a la mayor demanda psicológica.
3. La situación de cambio permanente afecta a múltiples facetas de la vida personal. Esto, unido a la
anomia de la vida moderna, difumina identidades y roles, lo que contribuye al desarrollo del trastorno
límite con pérdida de identidad, sentimientos de vacío, subjetivismo…
6. Paralelamente a la mayor intromisión del Estado en la vida, incluso íntima, de los ciudadanos, se ha
dado una relajación no sólo de costumbres sino también de leyes más permisivas que favorecen
conductas antisociales antes severamente condenadas y penalizadas.
8. Reducción de la vida humana a ejes economicistas (máximo beneficio en el mínimo tiempo) con el
primado de la máxima eficiencia posible. Esto genera un marco de muy alta competitividad (alto
estrés) donde, unido a lo anterior, afloran fácilmente sentimientos de victimismo y conductas
dependientes o anancásticas como estrategia de supervivencia. Adviértase otra nueva contradicción:
la realidad de la competitividad desaforada aquí descrita con el leit-motiv de solidaridad –heredero de
la fraternidad de la Revolución Francesa- que ha calado hondo en la sociedad postmoderna ( y cuya
mejor prueba de ello es el auge y relevancia de las ONGs o el destacado movimiento en pro del
Tercer Mundo). Esta, por el momento, insalvable dicotomía predispone a la ansiedad, la agresividad,
las posturas esquizoides, antisociales e incluso paranoicas.
10. Paso de una era comunitaria y estratificada (de base cristiana y paradigma geocéntrico) a una de
corte más individualista y homogénea (de raíz postcristiana y antropocéntrica).
11. El peligro real de destrucción masiva, que desde 1945 ofrecen las armas atómicas y otras
permanentemente invocadas, puede provocar actitudes hedonistas, nihilistas, paranoides,
antisociales, ante la duda sobre las perspectivas de futuro que se plantean. Este tipo de actitudes son
respuestas a situaciones que, si bien menos dantescas, tienen un gran impacto en la psique
individual y colectiva, tales como la inestabilidad laboral, la inestabilidad económica y, desde tiempos
más recientes, la inestabilidad familiar. En todas ellas puede haber un germen de destrucción de la
vida individual, no tanto como la desintegración por los medios militares modernos como de
destrucción individual de situaciones y relaciones (objetos psíquicos) plenos de significado. Esto ha
sido reflejado muy bien por la filosofía existencialista, por ejemplo Sastre y Camus. Se puede decir
que ha sido incluso anticipado en la literatura, como en Kafka.
12. Incluso la relación inter-sexos ha experimentado fuertes cambios que, en algunas ocasiones, han
llegado a la competición abierta. En cualquier caso la sociedad postmoderna atraviesa un momento
donde los roles de ambos sexos se están redefiniendo, pues los roles previos no son admitidos hoy
día. La lección que se desprende es la necesidad de una menor hostilidad y mayor cooperación como
mecanismo para hacer frente a esta era de cambios. Estos movimientos en la familia tienen múltiples
consecuencias en la amplificación de los trastornos de la personalidad.
Los mecanismos de defensa son procesos psíquicos inconscientes, automáticos, que tienden a evitar el
conocimiento consciente de ideas y afectos que resultan displacenteros para el individuo. El término
defensa fue introducido por Freud en 1894 en el trabajo Las neuropsicosis de defensa y, a partir de
entonces, el concepto por él aludido se ha convertido en piedra angular de cualquier explicación de la
dinámica psíquica.
Habitualmente se tiende a asociar mecanismos de defensa con patología, pero dejándose de ver que
también desempeñan un papel importante en el mantenimiento de la salud mental al evitar una excesiva
tensión para el psiquismo, permitiendo de esta manera su funcionamiento sin que sea inundado por
representaciones angustiantes. Si no fuera por la existencia de una represión normal, todo el contenido
de la fantasmática inconsciente, tal como se revela en las pesadillas por ejemplo, precipitaría al sujeto en
la psicosis al emerger en la conciencia en forma continua. O si no existiera la disociación, sería difícil,
para tomar un ejemplo simple y directo, ser un cirujano en contacto con la sangre y la muerte y después
sentarse a comer con toda tranquilidad un trozo de carne. La disociación impide determinadas
conexiones entre ideas o emociones incompatibles y, por lo mismo, potencialmente dañinas.
Las situaciones frente a las cuales actúan los mecanismos de defensa son especialmente aquellas cuyo
contenido temático gira alrededor de la defensa de la autoestima. Difícilmente se pueda sobreestimar,
pues, el papel central que desempeña el narcisismo como motor motivacional de los mecanismos de
defensa.
Represión
El término represión no tiene un significado unívoco en la bibliografía psiquiátrica y psicoanalítica. La
ambigüedad de su empleo refleja la variación que el concepto ha sufrido en la obra de Freud. Fue
introducido en 1893 para designar el olvido (por exclusión de la conciencia) de situaciones desagradables
para el individuo. En este trabajo y en los que le siguieron hasta 1900, represión y defensa se utilizaron
como términos equivalentes. A partir de La interpretación de los sueños en 1900, la palabra represión
tendió a reemplazar a defensa y se usó cada vez con más frecuencia para englobar a los diferentes
mecanismos de defensa.
Sin embargo, años más tarde, en Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud propuso el uso del término
defensa “como una designación general para todas las técnicas de que dispone el yo en los conflictos…”
y restringir el uso del término represión a una clase especial de defensa. Ateniéndonos a esta
formulación, se puede caracterizar a la represión como el proceso de expulsión de la conciencia de una
idea que provoca una vivencia penosa, expulsión que puede tener como manifestación un olvido (laguna
Al analizar la dinámica de la represión, Freud la entendió como el resultado de dos fuerzas que actúan en
el mismo sentido. Por un lado, contenidos previamente reprimidos al entrar en conexión asociativa con
nuevas ideas atraerían a éstas hacia el inconsciente. Por el otro, desde los estratos superiores (sistema
preconsciente-conciencia) se rechazaría el contenido a reprimir hacia el inconsciente. La atracción que lo
reprimido ejercería sobre otras ideas ayuda a entender que tales ideas sean también objeto de la
represión. Ejemplifiquemos: una persona reprime el recuerdo de la muerte de un familiar; en sus
pensamientos éste no aparece para nada. En medio de un discurso en que el recuerdo sería pertinente,
éste falta. Poco después tiene que mencionar un nombre y no lo recuerda. El nombre tiene un parecido
por similicadencia con el de la calle donde se realizó el velatorio. La represión se extendió de la
representación original a otra ligada con ella. Decir que la atrajo es una forma de describir el proceso,
pero no debe entenderse como explicándolo. En efecto, ¿cómo lo reprimido podía atraer hacia el
inconsciente, si al mismo tiempo en la teoría freudiana se insiste constantemente en que lo reprimido
pugna por hacerse consciente, es decir, por des-reprimirse? Más bien debe pensarse que, al entrar la
nueva representación en contacto con la que provocó la repulsa inicial, y por lo tanto la represión, ambas
representaciones forman una nueva estructura, y que el rechazo que se ejercía sobre la primera se
realizará ahora sobre la estructura de la que es parte.
Negación
Es común englobar en psicoanálisis dos conceptos que en Freud están conceptual y terminológicamente
discriminados: negación (Verneinung) y renegación (Verleugnung). Se dice que niega tanto el paciente
que afirma: “No, yo no siento odio hacia mi hermano”, cuando nadie le ha atribuido previamente tal
sentimiento, como aquel que ante una realidad dolorosa se comporta como si no existiera. Tratemos de
precisar los conceptos. Freud, en el artículo La negación en 1925, da algunos ejemplos que caracteriza
como de negación. El paciente dice: “va usted a creer que quiero decir algo ofensivo para usted, pero le
aseguro que no es ésa mi intención” o “me pregunta usted quién puede ser esa persona de mi sueño. No
es mi madre” y agrega Freud: “Nosotros rectificamos: por lo tanto, es su madre”. El argumento de Freud
es que para tener que hacer un desmentido de tal naturaleza es necesario que previamente el paciente
se haya formulado la afirmación de que tenía tal intención ofensiva, o que la persona en cuestión era la
madre, y que luego, por serle desagradable, tuvo que rechazar tal afirmación. O, en otros términos,
negar algo implica necesariamente un juicio afirmativo previo al que se refuta mediante la negación. Si
nadie ha hecho tal juicio afirmativo, resulta obvio que éste fue previamente elaborado por el propio
sujeto. La negación freudiana consiste, por lo tanto, en afirmar mediante un juicio que algo no existe o
no tiene tal atributo. Freud insiste en el papel del signo lingüístico “no" en la negación, con lo que
destaca que ésta debe ser formulada como expresión lingüística para que se la pueda reconocer. Hay,
La negación puede, entonces, ser definida como la afirmación mediante una expresión lingüística de que
algo no existe o no tiene determinado atributo, afirmación ocasionada por el sufrimiento que originaría su
reconocimiento. El signo lingüístico “no”, en forma explícita o implícita, forma parte de la afirmación en
que se pronuncia la negación. Mediante la negación, el contenido de una idea reprimida puede hacerse
consciente con la condición de que sea aceptado como no existente. Implica, por lo tanto, un cierto
levantamiento de la represión, ya que, ante el retorno de lo reprimido, se tiene que hacer un nuevo
movimiento defensivo. Se diferencia claramente de la represión en el hecho de que en ésta la idea
reprimida no tiene acceso a la conciencia. En la negación, por el contrario, se sabe de la idea pero no se
la acepta.
Renegación
A partir de 1923, el concepto de renegación adquiere importancia en los escritos de Freud. Tomando
como modelo el rechazo de la percepción de la carencia de pene en la mujer, Freud designa como
renegación a la ansiedad de castración por parte del niño, rechazo debido al rechazo del conocimiento de
un aspecto displacentero de la realidad.
Podemos caracterizar entonces a la renegación como el rechazo del conocimiento de una realidad que
contraría una creencia. Freud recalca que la renegación lo es de una percepción, aun cuando esto no
debe ser entendido en sentido literal. Además del hecho de que en todo acto perceptivo está involucrada
la cognición, no todo conocimiento de la realidad tiene como base una percepción. Existe también
renegación cuando ésta se aplica sobre un juicio que se formula sobre la realidad. La razón del énfasis
freudiano en la percepción está dada por su concepción del juicio en tanto que derivado de las
percepciones.
La renegación se puede realizar a través de diversas modalidades. Anna Freud señala en El yo y los
mecanismos de defensa la existencia de la renegación a través de la fantasía, de las palabras y de los
actos. En la renegación, mediante la fantasía, la palabra o los actos, al crearse una situación opuesta a la
realidad, se contrarresta el carácter no aceptable de ésta. Pero la renegación puede consistir, no en una
compensación, sino simplemente en hacer como si la realidad no existiera.
Desplazamiento
En el sueño, los elementos que aparecen como importantes en el contenido manifiesto, una vez realizado
el análisis, se muestran poseyendo un valor totalmente secundario en las ideas latentes; y viceversa,
aquello que constituye el centro de las ideas latentes puede aparecer simplemente aludido o aun excluido
En las fobias y en las obsesiones es donde el mecanismo del desplazamiento desempeña un papel
principal. En el historial de Juanito, Freud explica la fobia al caballo como el producto de un
desplazamiento del miedo reprimido al padre. Gracias a que teme al primero puede estar libre de
angustia ante el segundo. Entre el objeto sobre el que se produjo el desplazamiento (el caballo) y el
objeto original (el padre), existen relaciones que pueden ser de analogía o de simple contigüidad
temporoespacial (la coincidencia de dos objetos en el tiempo puede facilitar que el afecto que despertaría
uno de ellos quede en cambio evocado por el otro). Con todo, esto no debe hacer equiparar el
desplazamiento defensivo con el fenómeno de la generalización del estímulo en la teoría del aprendizaje.
En este último caso, la reacción la provocan tanto el estímulo incondicionado como el condicionado,
mientras que, para que haya verdadero desplazamiento, la reacción se debe manifestar frente al sustituto
y no frente al objeto original, y ello por razones de la defensa. El desplazamiento implica la existencia de
la represión.
Melanie Klein, describe numerosos tipos de clivaje en base a aquello de lo que se defendería el yo, a qué
es lo que se cliva, así como también según si aquél interviene en la posición esquizoparanoide o en la
depresiva. Por otra parte, y esto es esencial en el desarrollo kleiniano, el clivaje de los objetos implica un
clivaje correlativo del yo. Esquemáticamente, el yo que siente odio hacia el objeto frustrador,
perseguidor, es separado del que siente amor hacia el objeto gratificador.
A partir del clivaje del objeto y del yo se pondrían en marcha los otros mecanismos defensivos. Así, la
imagen parental persecutoria puede ser desplazada hacia otro objeto con la finalidad de preservar una
imagen idealizada, evitando la persecución y el conflicto de ambivalencia. Un yo que vivencie odio es
identificado proyectivamente en un objeto, con lo que la imagen que se conserva de sí mismo puede
permanecer idealizada.
Teniendo como base este concepto freudiano, Melanie Klein desarrolló el de identificación proyectiva.
Dado que en la teoría kleiniana todo mecanismo de defensa no es sino una abstracción, una construcción
teórica que el investigador utiliza para dar cuenta de lo que el individuo vivencia como fantasía
inconsciente, es a un tipo particular de ésta a la que se designa como identificación proyectiva. En
esencia, consiste en la fantasía de que partes de la propia persona (self) son escindidas y así casi
forzadas a penetrar en el objeto. Aquí la palabra fantasía tiene toda la fuerza del uso kleiniano, o sea, el
individuo imagina que una parte de sí entra en el objeto. Esto permite establecer que la identificación
proyectiva kleiniana y la proyección de Freud no se corresponden exactamente. En la proyección, el
En la clínica existe otro empleo del término identificación proyectiva. Mientras que en lo que hemos
considerado hasta aquí se refiere a una fantasía que opera modificaciones de las representaciones que el
individuo se hace de sí y del mundo, en algunos casos la identificación proyectiva es considerada una
maniobra realizada sobre el objeto externo real. Ejemplo de ello es cuando el sujeto para elevar su
autoestima desvaloriza al otro, haciéndole sentir que no vale nada (modificación del objeto externo real)
y luego, por contraste, puede sentirse él valorizado. En este caso, la identificación proyectiva es un
mecanismo defensivo interpersonal, en que el otro sufre el efecto de lo que se identifica proyectivamente
en él. La identificación proyectiva ya no es algo que ocurre sólo dentro del psiquismo de un individuo,
sino que se produce en el seno de una relación intersubjetiva.
En ocasiones, especialmente en las personalidades narcisistas con rasgos paranoides, lo que se proyecta
en el otro no es simplemente tal idea o sentimiento en particular, sino una identidad global, la del yo
denigrado, de modo que pase a ser visto como incompetente, inmoral, horrible, o cualquier otro atributo
que sirva para mantener el propio sujeto en la posición del yo ideal, poseedor de todas las perfecciones.
A diferencia de la proyección simple, en que lo atribuido al otro es una idea ya constituida y repudiada,
en estos casos poco importa el argumento que se tome, se lo elige ad hoc con la única finalidad de
conservar la ubicación del yo ideal.
Idealización
Es la exaltación de la perfección del objeto o de sí mismo mediante la atribución exagerada de
propiedades positivas y la concomitante exclusión de las negativas. Fue descrito por Freud en
Introducción al narcisismo (1914). En los últimos años Kohut y su escuela han sostenido que la
idealización es una etapa normal y necesaria en la evolución del niño para poder construir un sentimiento
de autoestima.
Defensas maníacas
Según Melanie Klein los mecanismos de defensa no actúan aisladamente sino formando estructuras. Una
de estas constelaciones la constituyen las defensas maníacas. Se caracterizan por el clivaje, la negación,
la idealización y el control omnipotente de los objetos. Las vivencias en el individuo son de euforia, de
triunfo sobre el objeto de desprecio y de control sobre éste. Si el objeto es desvalorizado, no importa
perderlo. Si se lo domina omnipotentemente, tampoco se corre el riesgo de no tenerlo o de que pueda
Aislamiento
Fue descrito por Freud en Inhibición, síntoma y angustia (1926) como propio de la neurosis obsesiva. En
ésta desempeñaría un papel equivalente al que la represión tiene en la histeria. El obsesivo no olvida los
sucesos, pero no los liga entre sí. El aislamiento se podría caracterizar entonces como la separación entre
dos pensamientos o dos actos que están naturalmente relacionados. En el nivel manifiesto de la conducta
puede presentarse como una pausa entre dos pensamientos, como una interrupción motriz de un acto,
como una intercalación de una idea estereotipada entre dos ideas que deben estar encadenadas, como
un ritual en el curso de una acción, como el no concluir el sentido que tendrían dos ideas vinculadas. La
finalidad del aislamiento es, por una parte, eliminar el sentido que emergería si se relacionasen dos
pensamientos, por ejemplo el recuerdo de que se golpeó a alguien y que éste murió. En la memoria del
sujeto están ambas ideas, a diferencia del histérico que las habría olvidado, pero se las trata como
elementos separados, evitando así la aparición de un sentimiento de culpabilidad. En ocasiones se habla
también de aislamiento para señalar la no emergencia de afectos que parecen tener que estar
lógicamente presentes ante determinadas ideas; en este uso laxo del término se lo tiende a homologar a
bloqueo, a neutralización de afecto, a supresión de afecto, a desplazamiento o, incluso a disociación
ideoafectiva.
Racionalización
Es la justificación, mediante razones lógicas aceptables para los valores de la cultura, de sentimientos,
pensamientos o conductas que en realidad son determinadas por motivaciones inconscientes repudiables
para el sujeto. Ejemplo de ello son el juez que, para justificar su forma particularmente severa de aplicar
la ley y su ensañamiento con el encausado, se dice así mismo que lo hace en defensa de la sociedad; o la
mujer que, ante temores de destrucción de su cuerpo durante las relaciones sexuales, justifica su
evitación del contacto con el hombre diciendo que no tiene tiempo para pensar en eso, que debe cuidar
de su madre que es vieja y enferma.
Intelectualización
Es la utilización del pensamiento abstracto con la finalidad de impedir el surgimiento de ideas específicas
que tendrían una repercusión emocional desagradable. El pensamiento se caracteriza por el alto grado de
generalidad y por estar alejado de situaciones particulares. Utiliza este mecanismo, por ejemplo, el
individuo que ante un problema sexual, en vez de abordarlo directamente, habla de cuál es la relación
más armoniosa que debiera existir entre la biología del cuerpo humano y el espíritu.
1. Colocar a otro en el lugar que él ocupó originalmente (el de agredido), reproduciendo así
activamente lo que sufrió pasivamente. En este caso la finalidad defensiva es clara, ya que no es
él el que sufre sino el otro.
2. Atacarse a sí mismo como el otro lo atacaba, interiorizando así un tipo de vínculo: una parte de sí
(el superyó) ataca a otra (el yo).
Externalización
Es la transformación de un conflicto intrapsíquico en interpersonal, mediante la ubicación en el otro de
uno de los términos de conflicto, quedando identificado el propio sujeto con aquel término aceptable o
compatible con su ideal del yo. Es el caso de una mujer embarazada que tiene ambivalencia respecto del
hecho de abortar o no, deseándolo por un lado, pues le evita inconvenientes, y rechazándolo por otro,
pues la hace sentirse culpable. Entonces acusa a su compañero de que él desea que aborte, quedando
así colocada ante sus propios ojos en el papel aceptado por su ideal del yo, o sea el de madre buena. La
externalización puede ser explicada en palabras de clivaje e identificación proyectiva.
No es necesario que lo externalizado sea el contenido específico del conflicto que promueve esta defensa.
Un individuo con un determinado tipo de conflicto puede aprovecharse de los objetos insatisfactorios de
la realidad para protestar. De tal modo es la realidad la que lo estaría poniendo malhumorado, y no es él
quien, debido a su conflicto, se relaciona malhumoradamente con la realidad.
Este capítulo está basado en el trabajo de Th. Millon “Trastornos de la personalidad en la vida
moderna”. Barcelona: Masson