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Copyright © 2021 por Naomi Lucas

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en
forma alguna sin el permiso por escrito de la autora.

Todas las referencias a nombres, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación de la


autora o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, sitios o acontecimientos reales
es pura coincidencia.

Mapa por Naomi Lucas


Editado por Mandy B., y LY
Creado con Vellum
A todos a los que les gustan los libros un poco… diferentes.
CORAL AZUL

En cuanto la veo, tengo que tenerla.


A esa a la que llaman Shelby.
Pero los humanos no nos la han entregado. Permanece tras los muros de
las instalaciones que han recuperado. Sigue con un macho que no la
MERECE.
Esta hermosa y encantadora criatura de largas trenzas negras y ojos
brillantes necesita un macho de verdad, un amo, un verdadero protector. Me
necesita a mí.
Haré lo que haga falta para reclamarla.
Mataré.
Engañaré.
Robaré.
Ningún humano, naga u otro nos separará. Esta noche, Shelby estará en
mis brazos, lo quiera o no.
Al carajo con lo demás.
NOMBRES Y CLANES NAGA

Vruksha — Víbora
Azsote — Culebra
Zhallaix — Víbora de la Muerte
Syasku — Boca de Algodón
Jyarka — Cascabel
Zaku — Rey Cobra
Vagan — Coral Azul
Krellix — Cabeza de Cobre
Lukys — Mamba Negra
Xenos — Crótalo Cornudo
UNO

FALSO POSITIVO

Shelby

—¿P OR qué no se te nota?


Frunzo los labios y desconecto la luz que tengo en mis implantes
oculares. Me vuelvo hacia Peter, mientras me seco el sudor acumulado en la
frente. Mi Capitán. Excepto que ya no es mi Capitán. Es el cabrón que me
está haciendo trabajar hasta la extenuación.
—Aún estoy en el primer trimestre, Capitán. A la mayoría de las
mujeres no se les nota hasta el segundo. Tu pregunta está fuera de lugar —
digo, incapaz de evitar que mi voz destile odio.
Miro a los centinelas que están detrás de él, a ambos lados, y a los que
ahora me rodean, e intento no estremecerme. Peter los tiene vigilándome
día y noche. Desde que se llegó a un acuerdo con los lugareños, los cuales
no deberían estar aquí, y se les entregó a Gemma, la Oficial Jefe de
Comunicaciones de El Temible y enlace del equipo, y a la Suboficial Daisy.
Daisy, la piloto de nuestra nave de transporte. La única que teníamos.
Es un maldito psicópata. ¿Cómo vamos a volver a la nave principal
ahora que ya no está?
Él también quería entregarme a los lugareños a cambio de su valiosa
tecnología, y así complacer a sus jefes, pero Collins, su segundo al mando,
no lo permitió.
Peter me mira de arriba abajo.
—Quiero que te hagas otra prueba.
—Ya me he hecho tres. No voy a hacerme otra.
—Esta noche, vuelve a la nave y que te la hagan.
Apretando los puños, evito golpearle.
—¿Eso es todo, Capitán?
Peter frunce el ceño. Tiene la cara quemada por el sol, los ojos
enrojecidos y unas ojeras oscuras. Lleva semanas sin afeitarse y se le está
formando barba en la mandíbula, que antes lucía impecable. Su pelo,
habitualmente corto, está despeinado, rebelde y grasiento. Lleva días, quizá
semanas, sin ducharse, y eso se nota. Aunque yo tampoco me he duchado.
No lleva correctamente el uniforme de Capitán. No lleva la chaqueta y la
parte superior de la camisa está abierta, dejando al descubierto el vello de la
parte superior del pecho.
Si la Central de Mando lo viera, le descontarían del sueldo esa
infracción, tal vez incluso lo sustituirían. Parece cansado y débil y no
parece en absoluto un líder.
No lo es, ya no. Al menos no para mí. Es un criminal de mierda al que
le espera un mal karma y, por lo que sé, él es consciente de ello. Eso espero.
Una parte de mí quiere empatizar, otra quiere ayudar, pero entonces me
vienen a la mente Gemma y Daisy y lo único que quiero es ver arder a
Peter. Pienso en lo que he hecho y en lo que me van a costar mis mentiras, y
le odio aún más.
Porque no estoy embarazada. Ni siquiera puedo quedarme embarazada.
Fue parte del procedimiento que me hicieron, un sacrificio que hice por mi
trabajo. Sin embargo, nadie parece saberlo, y me alegro. Me ha salvado la
vida. Por ahora.
O eso creo.
No ha ayudado en nada a la culpa que me atormenta. La culpa que no
me deja dormir. La culpa que me habla al oído y susurra, diciéndome que
debería estar en el bosque como las demás. Debería estar sufriendo como
ellas, como Gemma aún podría estar sufriendo.
—¿Qué has descubierto? —pregunta Peter—. ¿Algo más sobre la fuente
de los impulsos eléctricos?
—Todavía no. Los robots excavadores están trabajando ahora más
despacio, así que creo que estamos cerca de algo. Aparte de eso, no he
descubierto nada nuevo.
—Me dijiste que pronto tendríamos algo.
—No puedo descifrar los datos que nos dio tu amigo. No sin acceso al
terminal de la nave. Y tú me has quitado el acceso a la nave —le respondo
con el ceño fruncido—. No puedo aumentar las excavaciones sin poner en
peligro lo que podamos encontrar bajo tierra. Si es lo que estamos
buscando, la Central de Mando nos matará a todos si les entregamos la
tecnología dañada —enciendo la luz de mis ojos y la luz azul que proyectan
ilumina el rostro de Peter—. Dime que aumente el número de excavadores.
Vamos.
Frunce el ceño.
—Tu insubordinación es irritante. Si sigues así, harás turnos dobles
hasta que tu bebé nazca.
—Eso no cambia la realidad.
Peter da un paso hacia mí. Me pongo en guardia. ¿Va a pegarme?
—Esta noche quiero un informe y esa prueba —dice, manteniendo las
manos a los lados—. La Central de Mando quiere un informe y lo quiere ya.
Mantén el nivel de los excavadores, les haré saber que confío en tu pericia
—escupe—. Por algo te pusieron en mi equipo. Pero recuerda, Shelby, tus
circunstancias solo empeorarán si no cumples. Si crees que soy el malo, no
tienes ni idea de lo que te pueden hacer. Intento ser amable, incluso
comprensivo.
Claro. ¿Como entregarme a uno de los lugareños para que me coma, o
algo peor?
—¿Eso es todo? —le pregunto.
Hablar con él me cansa. Y ya estoy bastante agotada.
—Esta noche, Shelby —advierte, mirándome una vez más—. Esta
noche quiero darle algo a la Central de Mando. ¿Me has oído? Será mejor
que se te ocurra algo.
Se da la vuelta y sale del foso, llevándose consigo a algunos de los
robots centinela. Ha empezado a hacer que le escolten desde el regreso de
Daisy y su gran huida. Estoy orgullosa de mi chica por atacarle, por
romperle la nariz. Ella hizo lo que yo no pude. Lo que ninguno de nosotros
pudo.
Ojalá hubiera podido detenerla antes de que robara la aeronave. Ver
cómo se estrellaba contra la montaña destruyó una parte de mí. La culpa me
persigue desde entonces.
No tenías que morir. Ni por él, ni por mí, ni por nada de esto. Le dije
que nos salvara, no debí hacerlo.
No a costa de su vida…
Al oír que los pasos de Peter se alejan, me desplomo, estremeciéndome.
Cierro los ojos con fuerza. Soy yo quien se supone que debía salvarlas. Soy
quien mintió para hacerlo. ¿Y a dónde me ha llevado eso? A ninguna parte.
Ahora, Daisy está muerta. Y Gemma puede que también.
Solo tienes que sobrevivir a él. Cuando la Central de Mando sepa lo
que ha hecho, te librarás de él. Te librarás de él y encontrarán a Gemma y
la devolverán antes de que nadie más muera.
Sigo pensando eso, pero a medida que pasan los días, cada vez me
cuesta más creerlo. Peter me tiene vigilada en todo momento para que no
cuente lo que pasa aquí abajo y para que siga trabajando. Pero alguien tiene
que haber dicho algo ya, ¿no? El resto del equipo está formado por
hombres. Gemma, Daisy y yo éramos las únicas mujeres en esta misión, ¡y
menos mal! Y no a todos ellos les gusta lo que él ha hecho. Frunzo el ceño.
Collins odia a Peter.
Pero sigue sin querer delatarlo.
Conozco a Collins desde hace años, ya que me encontré con él una y
otra vez durante el entrenamiento en la academia. Él es la verdadera razón
por la que estoy aquí. Y, sin embargo, es leal hasta la médula a su Capitán.
Él fue quien me recomendó para la primera misión a la Tierra. Tuvimos una
breve relación contractual antes de la misión, pero rescindimos el contrato
cuando se supo que ambos iríamos a tierra. Al fin y al cabo, el trabajo es lo
primero. Más aún para él. Y este trabajo era importante, extremadamente
importante. Un trabajo de ensueño para mí. Y para él, el camino a
convertirse en Capitán. Terminamos en buenos términos, entre risas e
incluso coqueteando, tomando una copa.
No iba a dejar que nuestro contrato arruinara el trabajo de nuestra vida,
y él tampoco.
De todas formas, pasar horas escuchando a Collins hablar de su trabajo
acababa con cualquier posible romanticismo que hubiéramos podido tener,
sobre todo porque nunca me escuchaba cuando yo quería hablar del mío.
—Eh, ¿qué pasa? ¿Te encuentras bien? ¿Qué quería el Capitán?
Hablando de Collins…
Levanto la vista cuando baja al foso. Me froto la cara y cuando se
acerca me levanto.
—Peter. Llámale Peter, o cabrón. No Capitán. No se merece el título.
No le llames Capitán cuando solo estamos tú y yo.
—Cabrón, entonces —sus ojos se suavizan al mirarme—. ¿Estás bien?
Te he traído comida.
Me tiende un bote y se lo arrebato, girando la tapa. El olor a avena me
llega a la nariz y me lo tomo, dejando que el mejunje caliente se deslice por
mi garganta. Me lo trago todo, sintiéndome un poco mejor después de tener
el estómago lleno.
Cuando acabo, lo encuentro estudiándome.
—Pareces cansado —le digo, entregándole el bote vacío—. Gracias.
—Ojalá hubiera traído más. Odio verte así.
—¿Peter sigue tacañeando con la comida? —le pregunto.
Suspira.
—Ahora que la Central de Mando quiere mantener al equipo aquí un
mes más, sí. Están racionando la comida.
Se me hunde el estómago.
—¿Espera? ¿Un mes más? ¿No hablarás en serio?
—Sí, por desgracia. He venido a decírtelo. Podemos superarlo. Puedes
conseguirlo —Collins alarga la mano y me pasa una de las trenzas por
detrás de la oreja—. Eres fuerte, por eso me gustas tanto. ¿Qué quería
Peter?
Aparto su mano, incómoda por el afecto que sigue mostrándome. Más
aún ahora que fingimos que vamos a tener un hijo… Un hijo falso por el
que Collins parece casi mareado.
¿Pero otro mes así? Intento no desmayarme.
Me giro, agachándome bajo la lona. Mostrar cualquier vulnerabilidad es
malo en nuestra profesión. Collins me sigue como sabía que haría. Dentro
están mis herramientas y equipo de excavación, incluso un catre porque no
se me permite volver a la nave a menos que lo solicite. Los radares,
rastreadores, escáneres y los productos químicos están organizados
ordenadamente sobre rocas con superficies planas. He montado un
laboratorio y una estación de trabajo improvisados.
Todo lo necesario para recopilar, examinar y estudiar cualquier
tecnología Lurker que pueda encontrar. La mayoría son artilugios que he
creado o en cuya creación he participado. La tecnología alienígena puede
ser muy volátil, y para manejarla hace falta alguien con conocimientos,
cuidado y un profundo respeto por ella.
Los Lurkers casi borraron a la humanidad de su existencia, ¿quién sabe
lo que podrían hacer las piezas que han dejado atrás?
A mi izquierda, está el profundo agujero del foso. Alrededor de las
partes más profundas están los excavadores. Están excavando
cuidadosamente a través de tuberías, tierra y piedra. También están mis
escáneres láser recogiendo datos, examinando el agujero continuamente,
enviándoselos a los excavadores, y a mi tablet.
—¿Shelby?
Compruebo los datos actuales, las nuevas lecturas dicen que el suelo se
está calentando, y los impulsos eléctricos son más altos. Entrecierro los
ojos. Me acerco al agujero, miro hacia abajo y veo… Entrecierro aún más
los ojos. ¿Cemento? ¿Acero?
¿Por qué habría unos cimientos a nueve metros bajo las instalaciones?
Una punzada de excitación me recorre.
Como yo suponía, ¡Realmente hay un subnivel!
—¿Shelby? —Collins me toca el hombro y me gira para que le mire—.
El Temible llamando a Shelby, ¿qué quería ese cabrón?
Parpadeo.
—¿Qué?
Suspira.
—Peter. Shelby, préstame atención.
—Lo siento, me he distraído…
—Lo sé.
Frunzo los labios.
—Quiere que me haga otra prueba de embarazo.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Sospecha algo.
Collins se gira y se pasa los dedos por el pelo, echando la cabeza hacia
atrás, exasperado.
—Pues joder, me alegro de haber venido a ver cómo estabas. Ahora voy
a tener que volver a entrar en el maldito laboratorio sin que se den cuenta,
joder. ¿Una cuarta puta prueba? —empieza a caminar—. ¿Qué le pasa a ese
tío? ¿No sabe que entregarte a unos salvajes alienígenas no le acercará a lo
que quiere? Tus conocimientos no tienen precio.
Collins es guapo, incluso tal y como está ahora, sus rasgos definidos son
atractivos. Y sus ojos grises claros, hipnotizantes. Siempre ha sido
atractivo. A diferencia de Peter, hoy se ha preocupado por su aspecto. Sus
gruesos bíceps tensan su chaqueta, su pelo castaño oscuro permanece
pegado a su cabeza con el corte militar estándar, y no hay ni una sola arruga
en su traje. Le he visto perseguido por multitud de mujeres, solo para
ignorarlas. ¿Por qué ha firmado un contrato conmigo? Sacudo la cabeza.
—Sí —coincido—. Podrías decírselo a la Central de Mando —añado,
murmurando en voz baja.
Vuelvo a mirar hacia el foso. Sabía que habría un subnivel. Lo sabía.
—Al menos eso significa que volverás a bordo por la noche —Collins
deja de pasearse y me mira—. Te dejaré mi hueco semanal para la ducha.
—¿Tan mal huelo? —gruño distraídamente, devolviéndole la mirada.
Él sonríe.
—Como a tierra.
—Gracias.
Su mano me acaricia la mejilla. Me pongo rígida cuando aprieta su
frente contra la mía.
—Me gusta el olor a tierra —dice, bajando la voz—. Podemos probar
de verdad, ¿sabes?
Me aparto.
—Sabes que no es posible. No quiero hijos, no a menos que derrotemos
a los Ketts. Si ocurre ese milagro, me extraerán los implantes oculares y me
reemplazarán el útero.
Tal vez.
—Derrotaré a los Ketts por ti…
El suelo tiembla. Collins y yo nos separamos.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta.
—No lo sé…
Mis máquinas tiemblan y se deslizan cascotes en el agujero, arrastrando
piedras y escombros. Arrugo la frente. Sujetando con fuerza mi tablet, el
temblor se detiene. Pasan unos segundos y el polvo se asienta. Respiro.
—¿Qué demonios ha sido eso? —gruñe Collins, alejándose y
levantando la lona para comprobar el exterior.
Con el corazón desbocado, vuelvo a encender los ojos y levanto la tablet
para escanear las lecturas.
—Puede que una onda sísmica…
—¿Una qué?
De repente, el suelo se sacude bajo mis pies. Caigo de rodillas sobre la
lona y se me cae la tablet.
—¡Collins! —grito, luchando por levantarme—. ¡Tenemos que salir del
foso! ¡Ahora!
Incorporándome, intento ponerme en pie de nuevo, pero me veo
obligada a volver a arrodillarme cuando el estruendo empeora. El aleteo del
plástico inunda mis oídos cuando la lona se agita. A lo lejos, alguien grita.
—Shelby, ¿dónde coño estás? —grita a mi izquierda—. Algo está
pasando.
El suelo cede bajo mis pies y empiezo a deslizarme hacia el agujero.
—¡Aquí! —grito.
Me desplazo hacia mi izquierda, agarrándome al suelo, evitando a duras
penas que mi cuerpo caiga dentro.
—¡Shelby, están disparando!
Al arrastrarme lejos del agujero, la lona me envuelve, cubriendo mi
visión. Saltan chispas. Un sonido retumba en el aire desde todas
direcciones. Jadeando, corro hacia la voz de Collins, viéndole de rodillas a
unos metros, intentando levantarse. Sus ojos amplios y temerosos se
encuentran con los míos en el último segundo, cuando el suelo cede bajo él.
—¡Collins! —grito mientras él desaparece de mi vista—. ¡Collins!
La lona se desliza sobre mí. Corro hacia donde estaba Collins y las
paredes de las instalaciones se desmoronan. Me agarro a una roca y me
cubro la cabeza mientras se forman hoyos a mi alrededor.
—¡Socorro!—grito. Al ver un centinela sobre mí, lo cojo, rezando para
que aguante mi peso.
—¡Socorro! —grito más fuerte—. ¡Que alguien me ayude!
Entonces lo oigo, a través de los choques, crujidos y violentas
sacudidas. Mi nombre, profundo y apresurado, siseado a través de unas
ásperas cuerdas vocales.
—Mi Ssssshelby.
Un destello azul brillante me fulmina, acercándose a mí a través del
polvo. El suelo cede bajo mis rodillas justo en el momento en que unos
brazos me rodean el cuerpo.
Y caemos.
DOS

FALSO POSITIVO

Vagan

M E INCLINO hacia delante y cambio mi postura sobre la rama. Ante mí se


extienden las instalaciones, y desde donde estoy colocado puedo ver la
mayor parte de las ruinas.
Las hojas se mueven y una brisa se cuela entre mis escamas. Aprieto la
mano contra el estómago y cierro los ojos. Llevo aquí demasiado tiempo.
Necesito volver al agua y descansar.
He puesto a prueba mis límites y he forzado a mi cuerpo a ir aún más
lejos. Nunca había pasado tanto tiempo fuera del agua, y eso me está
debilitando. Mi cabeza da vueltas mientras pienso esto. Debería estar
muerto. La compañera de Zaku me apuñaló en el estómago varias veces.
Aun así, me desperté, siendo arrastrado por un robot a través de unos
cristales destrozados, mientras un fuego ardía cerca.
Apartando la mano de mis heridas, abro los ojos y miro fijamente las
instalaciones.
No va a salir.
No ha salido ni una sola vez en las semanas siguientes a la caza.
Shelby. Su nombre ilumina mi mente como un faro en la oscuridad.
Miro hacia el último lugar donde la vi hace semanas y siseo, exigiendo que
reaparezca. Pero a medida que pasa el tiempo y la brisa se va, ella no
aparece. Como ayer, y como anteayer. Es como si nunca hubiera existido.
La tensión en mis entrañas y el dolor de mis heridas me demuestran lo
contrario. Trago con dificultad, pues la sed me oprime la garganta. No
puedo quedarme mucho más tiempo, no en este estado.
Tendré que dejarla de nuevo… Tuerzo los labios.
Los pensamientos sobre el traicionero Zaku y su hembra, acurrucados
en el nido de su castillo, me atormentan. No tendría que irme si él tuviera
honor. Me duelen los colmillos por su traición. Aun así, no debería haber
atacado su casa y amenazado a su compañera. No pensaba con claridad,
estaba enloquecido por la lujuria y la necesidad.
¿Qué es la cordura? Eestys se avergonzaría de mí. No he pensado con
claridad desde hace semanas, meses. ¿Han pasado meses? ¿O días?
¿Horas?
Echo un vistazo al bosque que me rodea, aún estamos en verano.
Apenas he pensado en otra cosa más que en ella. Incluso el tiempo se me
escapa.
La visión de una gigantesca estructura robótica que descendía de los
cielos me sacó de mi nido. Creí que los monstruos habían vuelto al bosque.
Supe que otros nagas se reunirían para atacarlos y destrozar la extraña
estructura voladora, y yo estaba ansioso por unirme a ellos. Pero mientras
acechaba a mi presa, recorriendo las partes más profundas del bosque, no
fue un monstruo con lo que me topé. Fue una nave.
Mi orbe verificó que era una nave.
De él surgió un enjambre de robots que penetraron en las ruinas de las
instalaciones junto a las que había aterrizado. Levantaron un muro a su
alrededor, aislando las instalaciones del bosque y de todo cuanto habitaba
en él. Como yo.
Al igual que los demás nagas y sus clanes.
No nos habíamos enfrentado entre nosotros ni contra la nave, sino que
habíamos explorado el bosque alrededor del muro y nos habíamos quedado
vigilando. Si había conocimiento que obtener, o poder que tomar, no quería
volver a mi guarida sin él. Si estos nuevos robots tenían algo que pudiera
utilizar para tener ventaja en esta tierra, iba a conseguirlo para mí.
Ahora me veo condenado a mirar fijamente las sombras de las
instalaciones, con la intención de que Shelby se muestre. Que se enfrente a
mí. Que venga a mí y tranquilice mi mente atormentada. Lo he repetido en
mi cabeza miles de veces.
Pero ella no aparece.
Nunca aparece.
Mi siseo se intensifica con rabia.
Aquellas primeras semanas tras el aterrizaje de la nave, únicamente
habían salido robots de la nave. Robots que podían volar, otros que podían
cavar, levantar, arrastrar y coger cosas… Derribaron hectáreas de bosque
para construir su muro, devastando la tierra que una vez conocí y, sin
embargo, nadie les detuvo. Ni siquiera yo.
Tenía curiosidad. ¿Para qué querían los robots las ruinas de un edificio
viejo y vacío? Un edificio que había sido limpiado muchos, muchos años
atrás. Casi había perdido todo interés, sintiendo la necesidad de ir a
empapar mis escamas en agua, cuando apareció el primer humano.
Aquel día se hizo el silencio entre los nagas. No se oyó ni un siseo. Los
que, como yo, se habían quedado, contemplaron asombrados cómo un
macho humano salía de la nave y entraba en el nuevo terreno que habían
creado los robots. Otros humanos le habían acompañado poco después, una
mujer pelirroja, más hombres, y entonces… salió ella…
Shelby.
En ese momento no sabía su nombre. Solamente sabía que era pura luz,
como un faro fascinante. Ella representaba todo lo que yo buscaba, aquello
para lo que había nacido. No sabía por qué, solo que era hermosa y que la
deseaba en lo más profundo de mi ser.
Al principio lo había negado, ya que había aceptado que nunca iba a
tener una compañera de nido. Mi padre me abandonó después de que su
compañera muriera al darnos a luz a mí y a mis hermanos. Mi primer
recuerdo es de él arrastrando su cadáver mientras yo me lamentaba. Se
fueron al agua y nunca volví a ver a ninguno de los dos.
Mis hermanos murieron a mi lado, pereciendo de hambre, a merced de
los elementos, hasta que yo fui el último que quedó. Éramos bebés, con los
músculos inmaduros y la mente nublada por las sensaciones. Mis hermanos
tardaron en morir… es la maldición de poder curarse rápidamente…
Si Eestys no me hubiera encontrado, habría muerto con ellos en aquella
orilla. Me salvó la vida, me crio junto al agua, donde pude prosperar, y
cuando el resto de hembras naga se unieron para huir hacia el oeste, ella se
quedó.
Durante un tiempo.
Hasta que me convertí en el macho salvaje que soy ahora y juré mi vida
por ella. Le debía la vida. Pero aquella misma noche desapareció. No la he
vuelto a ver, y ahora sé que lo hizo para salvar la vida de ambos. De eso
hace ya muchos años, y me alegro de que se haya ido porque me la habría
llevado a mi nido. O lo habría intentado, al menos. Ahora apenas recuerdo
su aspecto. No era un naga como yo, una serpiente acuática.
Tenía el patrón y los rasgos de una Culebra.
Aun así, le debo la vida y juré que nunca tomaría una compañera de
nido en su nombre. Que nunca me convertiría en un naga malvado como
esos violadores que la obligaron a ella y a las demás hembras a marcharse.
Aprieto fuerte los puños.
Voy a romper ese juramento. Al menos uno de ellos. Ya he intentado
romperlo y he estado a punto de morir dos veces por ello. Eestys se
avergonzaría.
¿Dónde estás, Shelby?
Siseo, frustrado cuando veo a los dos machos de siempre ir y venir de la
nave a las instalaciones. Aprieto más fuerte los puños.
Al observarlos, mi juramento a Eestys se debilita cada vez más.
La tensión me recorre cuando el macho, el que me negó a Shelby en la
meseta, se adentra en las ruinas. Lamo el aire, deseando que su sangre se
derrame en mi boca.
Es él quien la reclama, diciendo que es su prole la que está gestando.
Me bañaré en su sangre y llenaré su cuerpo con mi veneno por sus
mentiras. Veré cómo se le escapa la vida de los ojos mientras se la arrebato.
Ella no sabe que existo, pero pronto lo sabrá, una vez que se me ocurra un
nuevo plan.
Cuando la capture.
Cuando me la lleve a mi guarida.
Cuando le haga ver que siempre me ha pertenecido a mí y únicamente a
mí. Ella es la luz de mis ojos. Un gruñido desgarra mi garganta. Esté
gestando o no. Tomaré todo lo suyo y lo haré mío.
Aunque sea con un trocito de él.
Un siseo profundo se une a mis gruñidos. Mi cuerpo ya no es mío por
culpa de esta hembra humana, y la maldigo tanto como la deseo. Intenté
negarlo, intenté volver a mi nido. No pude, esperando echar un vistazo más.
Un último vistazo. Eso es todo lo que quiero… Un vistazo.
Suplico a las fuerzas de la naturaleza por tal regalo, desviando mis ojos
hacia los cielos.
Así que, me quedé. La estudié, aprendí sus hábitos y descubrí que se
adentra en las ruinas cada día y regresa a la nave por las noches. Descubrí
que quería saber qué hacía entre los viejos muros de piedra y por qué. En
un momento de negación, me di cuenta de que ella era lo único que tenía en
la cabeza.
El día en que sentí su olor, hacía mucho viento.
Mi cuerpo no ha vuelto a ser el mismo desde entonces.
Ya cautivado, sentí que la adrenalina corría por mis venas cuando la
aspiré por primera vez. La sangre recorrió cada parte de mí. Mi cuerpo se
tensó, listo para atacar, y caí en un ataque de celos cuando ella desapareció
en las ruinas por un día, dejándome en mi miserable estado de
desesperación. Durante todo ese día, mi miembro permaneció hinchado,
formándose un bulto en medio de él.
Un nudo que nunca había tenido ahí.
Tuve una fiebre terrible, apenas podía ver con claridad.
Cuando ella salió de las ruinas aquella noche, aquello se agrandó
dolorosamente, y me vi obligado a derramarme con pensamientos sobre su
larga cabellera negra, sus trenzas como colas de serpiente, y su piel morena.
Eso fue días antes de la caza. Por eso estoy casi seguro de que no está
gestando la prole del macho humano.
Presiono con la mano las heridas de mi estómago y me bajo de mi
posición.
Esta noche no aparecerá.
Elevándome sobre mi cola, aprieto los dientes, desesperado por
conseguir agua. Me dirijo al río y me deslizo entre las sombras cada vez
más profundas bajo los árboles. Si alguno de los otros nagas me encuentra
ahora mismo, será fácil que me maten. Llevo demasiado tiempo sin
preocuparme de nada más que de Shelby. Le muestro mis colmillos a los
árboles, ella consigue volverme débil.
Salir de las instalaciones resulta difícil. Las preguntas atormentan mis
pensamientos. ¿Y si otro macho la roba mientras estoy fuera? ¿Y si esta es
la noche en que aparece y pierdo la oportunidad de verla? Las dudas me
asaltan mientras me alejo. Comeré, me refrescaré y volveré enseguida.
Volveré de inmediato.
Un grito atraviesa el bosque. Me detengo y me giro para mirar a los
árboles que hay detrás de mí. Parecía el grito de un macho.
Ladeo la cabeza.
Estallan ruidos atronadores y el suelo tiembla. Me agarro a una rama,
los temblores empeoran rápidamente, y mi mirada se dirige al suelo del
bosque. Este se estremece, y las ramas tiemblan. Enrosco la cola hacia mi
cuerpo.
Hacía mucho tiempo que el suelo no temblaba.
Solo los monstruos hacen temblar el suelo…
Los monstruos están muertos. Hace años que lo están.
Al oír otro grito, retrocedo hacia las instalaciones y descubro que el
muro se está cayendo a pedazos contra el suelo. Nubes de polvo y humo se
elevan en el aire a causa de los impactos. Más allá, las paredes de las
instalaciones se derrumban. Se me hace un nudo en la garganta ante este
repentino cambio de los acontecimientos.
Shelby podría estar dentro.
Me abro paso entre los escombros y el caos.
—¡Ve a la nave! —grita alguien, corriendo por el terreno.
Me ve y se sobresalta.
No es Shelby.
—¡Las instalaciones se derrumban! —grita otro humano—. ¡Poneos
todos a salvo!
—¡Los nagas nos invaden! —grita el primer humano.
¿Dónde está? Miro frenéticamente a mi alrededor, buscándola, sin
encontrar nada más que un enjambre de robots y unos cuantos humanos
corriendo hacia la nave. Al oír un fuerte gemido, mi mirada se dirige a las
ruinas.
—¡Socorro!
El grito de una hembra surge de las profundidades.
El terror se apodera de mí.
Atravesando el edificio que se derrumba, sigo los gritos de Shelby.
—¡Que alguien me ayude!
Me detengo al borde de un gran agujero y la veo. El suelo se derrumba a
su alrededor. No hay salida. Se va a caer.
—Mi Ssssshelby —siseo, lanzándome hacia delante.
El suelo se abre y nos traga a los dos.
TRES

OSCURIDAD Y DESEO

Shelby

U N TERRIBLE DOLOR estalla en mi cabeza y gimo agitando los brazos. Pero


mis brazos no se mueven y, en su lugar, escucho el ruido de rocas
moviéndose. Intento levantar la mano para tantear el terreno, pero choca
contra una superficie dura antes de que pueda levantarla unos centímetros.
Algo me inmoviliza la parte inferior del cuerpo contra el suelo.
El corazón me da un vuelco.
Suelto un grito ahogado y el aire plagado de partículas de polvo me
impregna la lengua. Toso y vuelvo a levantar los brazos, intento girar sobre
un costado, pero no lo consigo. Cubierta de tierra y con la frente empapada
de sudor, abro los párpados de golpe. La oscuridad me recibe, completa e
impenetrable, todo lo que veo es negro.
—Socorro —balbuceo suavemente, intentando volver a llevarme las
manos a la cara—. Socorro —musito un poco más alto.
Mis manos topan con un cálido y tenso… ¿Cuerpo? Lo que está justo
encima de mí es de carne y está vivo.
No lo entiendo.
Oigo un gemido profundo mientras deslizo las manos por el pecho,
apretando los codos contra los costados.
Caí.
¿Estoy viva?
—Collins —murmuro—. ¿Eres tú?
Parpadeo rápidamente, aclarándome el polvo de los ojos, sintiendo
cómo se me forma un nudo de terror en el estómago. Si estoy viva… estoy…
bajo tierra.
Oigo otro gemido.
—¿Collins? —digo un poco más rápido, llevándome la mano a la frente.
Enciendo mis ojos. La luz azul destierra la oscuridad agobiante.
Mientras gimo por el dolor de cabeza, con la visión empañada. El sudor, la
suciedad y un inusual aroma como a especias me acompañan,
provocándome una sobrecarga sensorial.
Lo primero que consigo enfocar no son las rocas, ni la tierra, ni nada de
lo que me rodea, sino el gran macho de colores brillantes que hay sobre mí.
Sin moverme, inhalo, encogiendo el estómago. Un rostro ajeno, tenso por el
dolor, está a centímetros por encima de mi cara.
No… Es… Collins…
Mi respiración se acelera. Un rostro escamoso, con unas arrugas tensas
y profundas, y unos ojos cerrados se apodera de mi mente, haciendo que
todo lo demás se detenga de golpe. Espero a que ocurra algo, a que mi
mente vuelva a funcionar, pero a medida que los instantes se alargan y el
miedo recorre mi subconsciente, me atrevo a moverme, a empujar al
alienígena. Un gemido emana de él cuando aprieto mis manos contra sus
hombros y empujo.
No se mueve.
Giro la cabeza, mis respiraciones se convierten en jadeos y lanzo
miradas a derecha e izquierda.
No hay más que rocas y piedras ceñidas a mi alrededor. Sacudo las
piernas, encontrándolas aprisionadas bajo el macho que tengo encima.
Esto no es real. Es solo una pesadilla.
Mi pánico se intensifica.
Aterrorizada, me agito y lloro. La adrenalina y el instinto se apoderan
de mí. ¡Estoy atrapada! Bajo tierra, rodeada de rocas, sin escapatoria. Me
olvido por completo del macho que tengo encima y grito. Cada miembro
que me queda libre golpea las rocas, buscando desesperadamente la salida.
No hay salida, nada salvo roca y piedra.
Oigo tierra que se mueve y rocas que se mueven, y arqueo la espalda
emitiendo un fuerte aullido.
—¡Socorro! —grito con todas mis fuerzas.
Enterrada viva. Estoy enterrada viva.
¡Estoy enterrada viva!
—Ssssshhh.
Enterrada viva.
—¡Socorro! —vuelvo a gritar.
¡Estoy enterrada viva!
Temblando sin control, aprieto los brazos contra el macho que tengo
encima, empujándole de nuevo. Cuando no se mueve, las lágrimas se
agolpan en mis ojos y jadeo. Intento acurrucarme de nuevo en posición
fetal, pero soy completamente incapaz.
—Ssssshhh, hembra.
Un suave siseo se abre paso entre mis gemidos aterrorizados y suelto
otro sollozo.
Esto es una pesadilla. Solo una pesadilla. Despertarás en cualquier
momento, Shelby. Estás cenando con esa escoria.
Peter no puede verte llorar. No le dejes ganar.
—Hembra… —dice una voz afligida, abriéndose paso a través de mi
pánico, y de mis pensamientos caóticos.
El suave silencio continúa.
Poco a poco, mis pensamientos se vuelven menos erráticos y me calmo.
Pienso en otra cosa, esperando a que termine el horror. Pasan minutos, tal
vez horas, y mis jadeos se calman. Mi corazón acelerado se ralentiza.
Tanteo mis extremidades para ver si me duele algo más que la nuca. Solo
siento algunas agujetas y un dolor leve, y el alivio me invade al ver que no
me he roto nada. La parte inferior de mis piernas está atascada y la presión
es extremadamente incómoda, pero no hay dolor.
Al menos, no de momento.
Inspirando de nuevo entrecortadamente, me atrevo a volver a abrir los
ojos. El individuo aparece sobre mí, igual que antes, con el rostro crispado
por la tensión. Noto sus brazos a ambos lados de mi cabeza, doblados por el
codo, y el temblor de sus músculos. Tiene escamas en ellos, en la cara, y
están cubiertos de suciedad.
Está evitando que las rocas me aplasten. Cerrando los ojos una vez
más, dejo que ese terrible pensamiento fluya por mi mente.
Voy a morir. Dejando escapar las lágrimas, vuelvo a encararme al
macho.
—¿Por qué? —susurro, saboreando el polvo en mis labios.
No responde. Al buscar su rostro, la tristeza me obstruye la garganta.
Por mí y por él, sea quien sea. Debe de estar sufriendo mucho.
Se estremece y las rocas que nos rodean gimen. Temblando, me preparo
para la muerte.
Pero el macho logra sujetarse y las levanta.
—¿Por qué? —vuelvo a sollozar.
Vamos a morir, pero, aun así, necesito saberlo.
Su ceño se frunce y sus labios se entreabren. Tiene los dientes
apretados, la mandíbula bloqueada. Tiene dos colmillos afilados. Del
extremo de uno de ellos gotea un líquido que cae sobre mi mejilla. Tiene la
cara… naranja, aunque los brazos y la parte superior del pecho son de un
azul brillante. Está cubierto de escamas de muchos tamaños, y no solo a los
lados de la cara y los brazos. Están por todas partes. Tiene el pelo medio
largo, empapado de sudor, pegado a la frente. Respira entrecortadamente y
asoma una lengua bífida. Sus ojos permanecen cerrados.
Analizo su rostro, añadiéndolo inconscientemente a él y a estos datos a
la nube de mis ojos biónicos.
—No respondas si es de-demasiado —le susurro mientras mis pestañas
se llenan de lágrimas.
—Tú… —pronuncia y se detiene.
Intento no sobresaltarme ante su voz. Es áspera y profunda. Su bíceps se
sacude a mi derecha, y me sobresalto.
—Tú… —jadea, y vuelve a apretar los dientes, gimiendo.
—No, por favor —grito—. No hables si te duele.
No quiero verle sufrir. No quiero distraerle más de lo que lo he hecho.
Calmándome aún más, intento relajar mi cuerpo, lo que me resulta
increíblemente difícil sabiendo que en cualquier momento la fuerza del
macho cederá y quedaremos aplastados. Yo seré aplastada, bajo él.
Me matará él antes que las rocas.
Al observarle, la culpa me golpea con fuerza. Me agité y le empujé.
Estaba fuera de sí, y aún lo estoy, apenas entiendo por qué está encima de
mí. Su aliento me calienta la cara, y su sudor me empapa el cuerpo. Ahora
sé por qué me siento como en un horno.
Debería estar preparándome para morir, para tener mis pensamientos en
orden, pero lo único que puedo hacer es mirarle fijamente.
Concentrarme en él me impide perder la cabeza. Y entonces recuerdo el
foso, el suelo temblando, las rocas cayendo e intentando arrastrarme con
ellas. Recuerdo un destello azul que venía hacia mí, justo al final.
Y los fuertes brazos que se enroscaron a mi alrededor mientras caía.
Me agarró cuando el suelo cedió. Me envolvió en su abrazo y me
protegió de las rocas, del aterrizaje. Rodamos, y me golpeé la nuca antes de
que todo se oscureciera.
Me salvó la vida. O lo intentó, al menos.
Matándose en el proceso.
Tiemblo violentamente, y las náuseas me revuelven el estómago.
—Gracias —exhalo, sabiendo que las palabras son insuficientes en
nuestras circunstancias.
Pero no decir nada parece peor.
Sus ojos se abren de golpe. Son orbes oscuros, de ébano, que brillan con
la luz azul de los míos, brillantes y falsos. Con lo coloridos que son, sus
ojos son cualquier cosa menos… Están embrujados, son devastadores y
reflejan mi triste realidad.
Esta criatura es hermosa, y sé exactamente quién es.
—Vagan —digo, pronunciando su nombre.
Sus pupilas negro azabache se estrechan cuando lo digo, y su cuerpo
desciende un milímetro. Jadeo cuando su pecho se aprieta contra el mío.
Las rocas se mueven a nuestro alrededor. Sisea furiosamente y suelta un
gemido gutural, deteniéndose una vez más antes de aplastarme por
completo. Su corazón retumba contra mi pecho, donde estamos apretados.
Mis latidos coinciden con los suyos, golpeando salvajemente juntos.
Mantén la calma, Shelby. Tienes que estar lo más tranquila posible.
Cierro los ojos y me estremezco, abriéndolos hacia sus oscuros ojos en
cuanto recupero algo de compostura.
—Tú… sabes —gruñe entre dientes apretados—. Cómo me llamo.
¿Por qué me entristecen sus palabras?
—Sí —susurro.
Es inconfundiblemente el naga azul del que me advirtió Daisy. El naga
rabioso que me perseguía a mí y solo a mí. Él es la razón por la que Daisy
volvió a las instalaciones, para advertirme, para salvar a mi… bebé. La
atacó, la asustó. Por su culpa ella murió.
No… Yo soy la razón de que esté muerta.
Le dije que nos salvara.
La envié corriendo hacia la aeronave, no hacia él.
Mis dedos se contraen debajo de mi barbilla. No importa. Pronto
moriremos los dos. Cuando llegamos, había sentido mucha curiosidad por
los alienígenas que habitaban la Tierra y había planeado entablar
conversación con ellos para averiguar por qué estaban aquí y de dónde
habían venido, y qué sabían, pero nunca tuve la oportunidad.
No formaban parte de la misión. A pesar de lo revolucionario que fue su
descubrimiento, nos enviaron aquí para asuntos más importantes.
Después de que Peter hiciera un trato con ellos… con esos nagas, mi
investigación se detuvo prácticamente por completo. Y además, perdí el
acceso a mi laboratorio en la nave. Por mucho que quisiera investigar sobre
los Lurkers y lo que había ocurrido en los últimos días de la Tierra, no
merecía la pena hacerlo por esa escoria. Peter no es merecedor de nada de
mi trabajo.
Lo que he descubierto, me lo llevaré a la tumba.
Los ojos de Vagan no se apartan de los míos. En cualquier otra
situación, me pondría nerviosa. Le devuelvo la mirada, recorriendo sus
profundidades.
—¿Cómo…? —gruñe.
—Daisy —murmuro—. Daisy… —vuelvo a pronunciar su nombre con
rotunda tristeza.
La confusión aparece en sus rasgos, pero no dura. Su expresión dice lo
suficiente. Sabe de quién hablo, y eso no hace más que confirmar que lo
que ella me dijo era cierto. Solo puedo suponer que también sabe mi
nombre gracias a ella.
Excepto que… Ha sacrificado su vida por una completa desconocida.
Porque ambos vamos a morir, y vamos a morir juntos.
Los alienígenas que he estudiado nunca habrían hecho algo así, y menos
por una humana. Y estos machos alienígenas quieren mujeres humanas con
las que procrear… No tiene sentido. Este me quería a mí. Una gota de su
sudor resbala por el puente de su nariz, y mis ojos la siguen. Cuando llega a
la punta, gotea sobre la mía.
Se desliza por el lateral de mi nariz.
Por un momento, el olor a especias exóticas me invade. Lo aspiro,
encontrando consuelo en el aroma. Mis pechos empujan contra su pecho
cuando inhalo. Me duele.
Mi cara se sonroja.
Volvemos a mirarnos fijamente. Es fuerte, increíblemente fuerte, pero el
temblor de sus músculos tensos va en aumento. Solo nos quedan unos
minutos, quizá menos. No podrá sostener las rocas durante mucho más
tiempo.
Retiro los dedos con cautela y le acaricio la cara. Sus ojos se desorbitan,
buscando los míos.
—¿Qué estás…? —empieza, y se corta.
Me inclino y aprieto suavemente mis labios contra los suyos. Gracias.
Gracias por no dejarme morir sola. Se me llenan los ojos de lágrimas y
lloro.
Saboreando la sal de su sudor, recorro sus labios, presionándolos. Su
boca, abierta por el esfuerzo, tiembla. Su respiración se vuelve superficial y
nos respiramos mutuamente. Nuestros ojos permanecen fijos mientras las
lágrimas resbalan por mis mejillas.
—Gracias —digo contra sus labios.
—Ssshelby…
Responde con mi nombre, y en él se refleja mi remordimiento,
pronunciado con el pesar de toda una vida de recuerdos perdidos.
Mi corazón se acelera y la emoción me invade. Me caen más lágrimas
sabiendo que lo único que nos queda en la existencia son unos minutos el
uno con el otro. Pensé que mi vida pasaría por mis ojos, pero no es así, solo
está él. Él y únicamente él.
Estoy tan agradecida y a la vez tan profundamente triste.
Solo está él, y una vida que podríamos haber tenido juntos si las cosas
hubieran sido diferentes.
—¡Shelby!
Oigo gritar mi nombre de repente a través de las rocas. Giro la cabeza
hacia arriba.
—Collins —jadeo—. ¡Es Collins! —la emoción me invade—. ¡Collins!
Aquí. ¡Estoy aquí! —grito, parpadeando para contener las lágrimas.
—¿Shelby? —me llama vacilante—. ¡Aguanta! Voy a sacarte de ahí! —
grita.
—¡Rápido! —le suplico—. No tenemos mucho tiempo. ¡Date prisa!
Oigo piedras que se mueven y gruñidos de fondo. ¡Vamos a sobrevivir!
Voy a sobrevivir. Y estaba segura de que solo me quedaban unos minutos de
vida. Los gruñidos de Collins llenan mis oídos, y es demasiado. Tanta
esperanza de nuevo. Tengo esperanza. Mucha. Con los nervios de punta por
otro subidón de adrenalina, oigo un profundo siseo y me vuelvo hacia
Vagan.
El macho al que he estado mirando ha desaparecido, sustituido por
otra… cosa. Mis manos se apartan de sus mejillas como si quemaran.
Únicamente veo frustración, ira y sorpresa.
No hay alivio. Ni siquiera hay un ápice de emoción por saber que
vamos a vivir. Frunzo el ceño.
Macho salvaje. Las palabras de Daisy vuelven otra vez a mi mente.
Está pegado a mi cuerpo por todas partes. Su pecho empuja el mío, su…
cola… mantiene mis piernas atrapadas en el suelo. Su cuerpo es cálido y
duro, y siento cada espasmo de sus músculos. Y tiene músculos, muchos,
muchos músculos. Sus bíceps, tensos a ambos lados de mi cara, están
apretados y temblorosos.
Está impidiendo que lo que imagino que son toneladas de rocas me
aplasten… Una fuerza como la suya no debería existir.
Trago con fuerza mientras mis pensamientos dan un giro. Sus ojos se
desvían hacia mis labios, y veo que sus pensamientos también se
transforman.
¿Dónde está el héroe con el que estaba a punto de morir?
Oigo que se mueven más rocas, con más gruñidos y palabrotas
procedentes de Collins, en algún lugar por encima de mi cabeza, pero se
desvanecen en el fondo. El olor a especias brota y yo lo aspiro, inhalando
bocanadas cálidas. Mi nariz se retuerce.
Es su olor.
Tiene que serlo. Me recuerda a la cocina de mi madre.
—Shelby, ¿sigues bien? —grita Collins—. ¡Dime algo!
Separo los labios para responder.
Una boca áspera se abalanza sobre la mía. Unos labios duros,
desesperados. Aturdida, empujo las palmas de las manos hacia los hombros
apretados de Vagan. Jadeando, su lengua se introduce en mi boca. Aturdida,
vacilo, sintiendo cómo se desliza por mis encías, dientes y lengua.
Gime, e invade cada fibra de mi cuerpo atrapado.
Arrastrada por la súbita esperanza de que ambos sobrevivamos, mi
lengua se enreda con la suya a pesar del miedo que me atenaza. Un
delicioso sabor me cubre la boca mientras él desliza su lengua, algo más
fina y exigente, alrededor de la mía, atrapándola en una espiral. Mi corazón
retumba desbocado, palpitando desde mi piel hasta la suya y viceversa,
donde nuestros pechos se oprimen.
—¡Shelby! ¡Responde!
La voz preocupada de Collins me sobresalta.
Al darme cuenta de lo que estoy haciendo, intento girar la cara, detener
el beso, responderle. Vagan me besa con más fuerza, manteniéndome
cautiva de los caprichos de su boca.
La tensión de su brazo disminuye ligeramente, pero no me deja más
espacio. Sigo inmovilizada.
—¡Shelby, aguanta! —gruñe Collins, moviendo más rocas—. ¡Aguanta!
Por favor, Dios, no te mueras. No te mueras. No te mueras —repite.
Sus súplicas desesperadas me hacen llorar más.
Una corriente de aire golpea mi mejilla y mis ojos se desvían hacia los
lados. Vagan me suelta la boca y desliza sus labios por mi mejilla. Giro la
cara mientras se retira la última roca junto a mi cabeza.
Vagan sigue sin apartarse de mí, en lugar de eso me acaricia la oreja con
los labios.
—Eres mía —susurra.
Veo el rostro de Collins, iluminado por el resplandor azul de mis ojos, y
su preocupación se transforma en conmoción cuando descubre a Vagan.
CUATRO

UN RIESGO QUE MERECE LA PENA CORRER

Shelby

—C ÓGEME DE LAS MANOS —ordena Collins, agarrándome y ayudándome a


salir de debajo de Vagan.
Esta vez, Vagan se levanta, cerrando los ojos por el esfuerzo, y se separa
de mí lo suficiente para dejarme espacio para poder moverme.
Collins desplaza más rocas y peñascos a una velocidad que agradezco
enormemente. Apartando de un puntapié las rocas que yacen sobre mi
cabeza, me saca de un tirón.
No se me escapa que tengo las piernas atrapadas bajo Vagan, ni la forma
en que tengo que contonearme y retorcerme para liberarlas. Tampoco se me
escapa que Vagan se levanta todo lo que puede para ayudarme, con los
rasgos aún marcados por el dolor, mientras me mira fijamente como si
quisiera volver a meterme debajo de él o besarme de nuevo.
Collins me pasa el brazo por el hombro mientras yo me arrodillo y
agacho la cabeza, temblando violentamente por haber estado a punto de
morir aplastada. Clavo los dedos en el suelo roto y los presiono contra las
rocas. Me duelen, pero es un buen dolor. Me ayuda a tranquilizarme.
Significa que aún estoy viva.
Me giro para ayudar a Vagan.
Alargo la mano hacia él mientras me apartan de un empujón.
Pistola en mano, Collins apunta a la cabeza de Vagan. Vagan ladea la
cabeza para mirar a Collins. De su garganta emana un siseo entrecortado.
El sonido me estremece. Es profundo y penetrante, me eriza el vello de
la nuca.
—Quédate quieto —amenaza Collins—. Te volaré la puta cabeza si
haces cualquier movimiento brusco.
Cojo a Collins del brazo y le obligo a mirarme.
—¿Qué estás haciendo? ¡Acaba de salvarme la vida! Tenemos que
sacarle de ahí.
Collins me da un codazo con el brazo, sin dejar de mirar a Vagan.
—¿Ah, sí? ¿O solo ha salvado la suya?
—Baja el arma, Collins. Si no fuera por él, yo sería un montón de piel y
huesos aplastados —vuelvo a tirar de su brazo, esta vez con más fuerza—.
Tenemos que ayudarle. ¡Morirá si no lo hacemos!
Collins se aleja, empujándome con él, y su mirada solo se aparta de
Vagan cuando estamos a unos pasos de su alcance. Me mira de frente.
—¿Ayudarle? ¿Estás loca? Shelby, es una de esas criaturas que nos
están acosando desde que aterrizamos en este maldito planeta. ¿Qué crees
que pasará si le liberamos? ¡Piénsalo!
Frunzo el ceño, pero Collins me hace dudar.
—Él es… —miro a Vagan, tragando saliva—. No va a hacerme daño.
No lo hará. Vi cómo sus ojos oscuros se estremecían de emoción, su
voluntad de mantenerme viva a pesar del dolor, y el beso…
Me toco los labios con la punta de los dedos sin querer.
—¿Y qué pasa conmigo? Los de su especie quieren mujeres, sabrá Dios
para qué, pero no necesitan hombres, Shelby. Odian a los hombres
humanos. ¿Y si lo liberamos? Me atacará, me matará y podrá hacer lo que
le plazca contigo. No voy a permitir que eso ocurra. No le conocemos ni a
él ni a los de su clase. Es demasiado peligroso.
Frunzo el ceño. Tiene razón. Vagan podría hacer algo así. Podría atacar
y matar a Collins. Se me revuelve el estómago y me froto los ojos.
—Piensa en Daisy y en lo que te dijo —Collins me coge de la nuca y
me obliga a mirarle—. Lo que sufrió.
Temblando, vuelvo a mirar a Vagan de nuevo. Ahora mira a Collins con
una expresión que no consigo identificar. Ya no solo es ira… es algo más.
Algo salvaje y aterrador. Eso confirma lo que Collins teme.
Vagan le atacará, puede que incluso le mate.
Vuelvo a mirar a Collins, y sé que no se puede confiar en Vagan.
Pero tampoco puedo dejarle morir. No después de… Dejo de rozarme
los labios con los dedos y de sentir el cosquilleo de nuestro beso.
Joder.
Me libero del agarre de Collins y me froto la cara con fuerza.
—No puedo —digo, dándome la vuelta—. No puedo dejarle. Estaría
muerta ahora mismo sin él.
Collins baja el brazo, enfundando el arma con un gruñido.
—Tú también estarías muerta sin mí, no lo olvides. Supongo que tendré
que obligarte.
Confundida, vuelvo a fruncir el ceño en el momento en que Collins gira
hacia mí, me atrapa y me tira sobre su hombro. Grito, agarrándome a su
espalda mientras se da la vuelta y camina en dirección contraria.
Vagan gruñe y sisea al mismo tiempo, haciendo que los escalofríos
vuelvan. Al intentar mirarle, le veo esforzarse por liberar su cuerpo y
mantener las rocas levantadas al mismo tiempo.
—¡Va a morir si le abandonamos! Collins, ¡déjame bajar! —grito.
Collins me agarra con más fuerza, y por una vez odio lo fuerte que es.
El oscuro siseo de Vagan se desvanece cuanto más se aleja Collins.
—No estás pensando con claridad —me dice con voz casi serena.
—No puedo pensar con claridad porque tengo la cabeza al revés
¡Bájame! —le ordeno, golpeándole la espalda un poco más.
Exhausta, me levanto para ver a Vagan por última vez antes de perderlo
tras un muro de cemento roto y en ruinas. Inspiro bruscamente.
—¡Collins, por favor! No podemos dejarle morir, ¡no así! Es cruel.
¡Nosotros no somos así!
No responde. Las náuseas aumentan en mi estómago y me sujeto a su
chaqueta, sujetando la parte superior de mi cuerpo entre gemidos. A cada
paso que da, su hombro me presiona el estómago, haciéndome flaquear.
Pienso en dar una patada, pero no quiero hacerle más daño a Collins que el
que le haría a Vagan.
Collins sigue caminando y la cabeza me da unas vueltas terribles por los
empujones. Levanto la mano y busco el origen del dolor detrás de la cabeza.
Al encontrarla húmeda por la sangre, gimo.
—Collins, por favor, bájame. Estoy herida.
Me baja al instante. Collins me sujeta por los hombros y me sostiene.
—¿Dónde?
Levanto la mano.
—En la nuca.
Me aparta la mano.
—Déjame ver.
Me doy la vuelta y sus dedos se mueven entre mis trenzas. Temblando,
vislumbro mi entorno por primera vez. El olor a metal quemado, cobre y
tierra mohosa llena mi nariz. El humo se agita en el aire sobre mí, surcado
por las chispas de un techo parcialmente oculto y agrietado. Las luces
parpadean desde fuentes ocultas tras el humo, iluminando lo suficiente de
mi entorno como para no necesitar la luz que proyectan mis ojos.
Aun así, los mantengo encendidos, registrándolo todo.
Caímos. Caímos al subnivel que yo estaba segura de que había bajo el
foso. Llevaba semanas recibiendo lecturas inusuales de la zona. Por eso
había sido elegida para la excavación. Había tantos escombros
amontonados que parecía como si alguien hubiera intentado cerrar algo.
Cuanto más profundo era el foso, más fuertes eran las lecturas. Estaba
recibiendo impulsos eléctricos. Sabía que por aquel entonces aún había
tecnología en funcionamiento aquí en la Tierra, ¿pero tecnología que aún
estuviera activa bajo las instalaciones?
No tenía ningún sentido.
A menos que hubiera un subnivel, o por lo menos un sótano. Me
inclinaría por cualquiera de los dos. Puesto que este lugar estaba a la
vanguardia del desarrollo de la tecnología alienígena, y además era una
antigua base militar, estaba segura de que encontraría algo aquí, al menos
algo que me indicara la dirección correcta hacia lo que busca la Central de
Mando.
Una forma de derrotar a los Ketts. Un arma.
Una llave.
Tecnología perdida. La salvación.
Al oír caer rocas lejos de mi alcance, giro la cabeza en la dirección del
ruido, provocando un gruñido molesto de Collins. El polvo impregna el
aire, espesando el humo en lo más profundo de este lugar, y me relamo los
labios.
Estamos en una especie de gran pasillo. No hay puertas ni habitaciones,
solamente un pasillo hacia delante y hacia atrás. Detrás, secciones enteras
del techo están derrumbadas y aún siguen cayendo rocas.
Es espeluznante, me recuerda a una nave espacial después de un ataque.
Mis ojos se dirigen al suelo.
—Parece que tienes un pequeño corte. Tendremos que limpiarlo a la
primera oportunidad que tengamos y mantenerlo así para que no se infecte
—dice Collins, dejando que mis trenzas vuelvan a su sitio, mientras se
limpia los dedos en el abrigo, manchándolo de sangre—. Intenta no tocarlo
hasta entonces.
—Gracias —le digo.
Él asiente y suspira, frotándose la frente con el brazo.
—Mira, lo siento. Pero es demasiado arriesgado liberarlo. No me gusta
más que a ti…
Me doy la vuelta y empiezo a caminar de vuelta por donde hemos
venido.
—¡Shelby, para! —me grita Collins.
Al oír su voz, echo a correr, esquivando tuberías rotas que pierden
fluidos, chispas y polvo. Veo varios pisos más a través de los grandes
agujeros que hay sobre mí.
Lo que no veo es el cielo, ni una salida.
—¡Shelby!
Los dedos de Collins me rozan el brazo y me lanzo hacia un lado,
corriendo hacia delante. Veo a Vagan delante de mí, que ya no se sostiene,
sino que intenta arrastrarse para salir de las rocas, con la cara tensa por el
dolor. La sorpresa relampaguea en sus ojos cuando me ve.
—¡Shelby, no!
Ignorando a Collins, caigo de rodillas junto a Vagan. Miro a Collins
cuando se detiene detrás de mí. Me coge del brazo y yo le aparto.
—No voy a dejarle. Tendrás que luchar contra mí y sabes lo difícil que
será. No me rindo fácilmente.
—Yo tampoco, Shelby —me advierte.
Nos miramos fijamente, ninguno de los dos está dispuesto a ceder. Así
ha sido lo nuestro, nuestra relación, durante mucho tiempo. Collins y yo,
nos hemos encontrado una y otra vez a lo largo de los años. La primera vez
que nos encontramos, fue en los primeros años de desarrollo, cuando
nuestros cuidadores nos enseñaron a comportarnos, a manejar nuestras
emociones y a enterrarlas. Me había raspado la rodilla y me esforzaba por
no mostrar mi dolor. Cuando sus pies calzados entraron en mi campo de
visión, levanté la vista justo cuando una lágrima perdida resbalaba por mi
mejilla.
Collins frunció el ceño y me ofreció la mano, sin mencionar la lágrima.
Podría haberlo hecho. Era mayor que yo y entrenaba a los más jóvenes.
Podría haberme delatado a nuestros cuidadores o, peor aún, a los otros
niños. Podría haber convertido mi vida en un infierno. Pero no lo hizo, sino
que me tomó bajo su protección.
Ahora también tiene la mano extendida, solo que en ella hay una
pistola.
Una roca cae detrás de mí y Vagan gruñe, rompiendo el tenso momento.
—Joder, estupendo —suelta Collins, alejándose—. ¡Libéralo, a ver qué
pasa! Pero no pienso ayudarte —se aleja y apunta a Vagan con su arma—.
Estaré demasiado ocupado vigilando cada uno de sus putos movimientos.
Giro de nuevo hacia Vagan.
Collins maldice en voz baja.
Bajo hasta quedar cara a cara con Vagan y nuestras miradas se cruzan.
Se me acelera el corazón al verme tan cerca de él de nuevo. Un escalofrío
recorre mi cuerpo, reviviendo el terror de ser enterrada viva, de saber que la
muerte es inminente. Sacudo la cabeza, conteniendo el pánico.
—Necesito que me lo prometas —le digo con toda la calma posible—.
Prométeme que si te ayudo, no le harás daño —señalo a Collins—. Ni a mí
tampoco.
Sus ojos se oscurecen, pero no se apartan de los míos.
Cuando no contesta, se me encoge el estómago.
—Por favor, déjame ayudarte como me has ayudado a mí. Por favor, no
me hagas tomar una mala decisión.
Sus ojos brillan.
—No puedo ayudarte si pones a mi amigo en peligro —le suplico—.
Déjame ayudarte.
Si estuviéramos solos Vagan y yo, le ayudaría a pesar de las
circunstancias. Mi corazón está desbocado por la emoción, una emoción
que compartimos. Ha visto más de mí que nadie en nuestra experiencia
compartida de estar enterrados. Vio a la chica que había ocultado bajo capas
de dolor y sacrificio.
Y en esos momentos, yo le vi, le sentí.
Sus palabras se agolpan en mi mente.
Eres mía.
Ahora, más que nunca, necesito verlo sano y salvo lejos de esa tonelada
de rocas y peñascos.
Cuando Vagan no me responde, me pregunto si no entiende lo que le
pregunto… aunque sé que eso no puede ser.
—Sssí. Te lo prometo —sisea, pillándome por sorpresa.
Mis labios esbozan una sonrisa de satisfacción.
—Claro que sí, joder —resopla Collins detrás de mí.
—Basta, Collins —digo, escrutando los ojos oscuros de Vagan en busca
de una mentira, con mi pecho subiendo y bajando por la emoción—. De
acuerdo —digo, limpiándome las manos e inclinándome hacia atrás.
Tardo un poco en liberarlo, pues los pedruscos caen en cascada y se
derrumban con cada desplazamiento. No hay un lugar sencillo donde
colocarlos, ya que esta parte del pasillo es más estrecha debido a los
escombros del techo agujereado. Apartar las rocas me acaba pasando
factura. El dolor de cabeza aumenta con cada movimiento, y pronto Collins
me ayuda a regañadientes.
Sabía que lo haría. Es un buen tipo a pesar de todo lo que ha pasado
últimamente.
Cuando conseguimos liberar la parte superior de Vagan, sisea y me
empuja hacia atrás con el brazo.
—Para —ronca, obligándome a detenerme y retroceder.
Collins frunce el ceño.
—Te estoy apuntando con mi pistola —amenaza.
Vagan le ignora mientras clava las palmas de las manos en el suelo y se
desplaza hacia arriba. Collins y yo retrocedemos unos pasos más cuando las
rocas se desmoronan. Vagan arrastra su cuerpo fuera. Con los músculos
tensos y marcados, aprieto los puños y mantengo la boca cerrada,
intentando no fijarme en la sangre que veo en sus escamas. Las rocas siguen
cayendo y moviéndose mientras emerge una cola parcialmente flácida. Es
larga y gruesa. Es más gruesa en la cintura, y de color azul como su pecho y
sus brazos, y va estrechándose poco a poco.
—Collins, ayúdame —digo, avanzando y cogiendo una de las muñecas
de Vagan con ambas manos.
Vagan se detiene cuando lo hago, mirando hacia donde le sujeto.
Maldiciendo enfadado, Collins coge el otro brazo de Vagan. Vagan
aparta la mano de Collins con un gruñido, y su expresión se vuelve letal.
—¿Quieres liberarte o no? —le responde Collins con un gruñido—.
Dame el gustazo y dime que me vaya. Por favor.
—¡Parad! Los dos —resoplo—. ¡Por el amor de Dios! Aquí no está en
juego la masculinidad de nadie. Tenemos mayores problemas ahora mismo.
Reprimiéndose, Collins agarra la muñeca de Vagan. Vagan,
repentinamente más tenso que cuando sostenía varias toneladas de piedras,
la acepta.
Maldiciendo mucho, lo arrastramos el resto del camino.
Apoyándome en mis rodillas, jadeo, sin aliento. La cabeza me da
vueltas y cierro los ojos. Cuando los abro poco después, Collins está
sentado contra la pared con la cabeza inclinada hacia atrás, con la cara
bañada en sudor, y Vagan me mira fijamente con las manos pegadas al
estómago y la cola colgando de las rocas.
Su cola es mucho más larga de lo que esperaba.
De un azul intenso, con manchas de un naranja vibrante cerca del final.
Únicamente había visto antes a otro naga, y su aspecto era muy distinto al
de Vagan. El otro era literalmente un gigante, grande e imponente, marrón y
beige con rayas negras y con una capucha en la cabeza. Aquel naga había
hecho un intercambio por Gemma, Daisy y por mí, viniendo a las
instalaciones sin ningún miedo. Le había visto bien mientras conversaba
con Peter.
Vagan es grande e imponente, aunque comparado con el otro, al menos
parece… ¿Menos intimidante? ¿Quizá más salvaje, incluso algo exótico?
La curiosidad me corroe, preguntándome por qué él es tan diferente del
otro. Hay mucha variedad entre los humanos, oscilando entre todas las
tonalidades del blanco al negro. Ciertas colonias han hecho evolucionar a
mi especie para adoptar apariencias más exóticas. ¿Será por eso que Vagan
y el otro naga tienen un aspecto diferente? ¿Vienen de lugares distintos y
ambos han acabado en la Tierra?
Miro fijamente sus ojos de serpiente y frunzo el ceño. Mi pulso se
acelera.
Otra vez.
Me incorporo.
—¿Estás… bien? —pregunto, rompiendo el efecto que su mirada ejerce
sobre mí y observando su cola sucia.
Asiente débilmente.
Collins se levanta con un resoplido.
—¿Y ahora qué?
Miro a mi alrededor, sintiendo los ojos del alienígena clavados en mí
todo el tiempo, agujereándome la espalda. Mi cuerpo se acalora y hago todo
lo posible por ignorarlo.
Es grande. Es fuerte. Huele bien.
Me está afectando.
Nos besamos. Dos veces. Mientras esperábamos la muerte.
Sus palabras se cuelan en mi mente una vez más.
Eres mía.
Me abrazo el cuerpo.
—Ahora… encontraremos la forma de salir de aquí —anuncio.
CINCO

EL ARGUMENTO

Vagan

A HORA MISMO SOY DÉBIL .


Pero no tanto como él.
Pone las manos sobre Shelby y ella le deja, aceptando su tacto cuando
se lo ofrece, sin inmutarse cuando sus dedos le rozan los hombros. La
acaricia cuando puede, mirándome fijamente, intentando reclamar su
derecho.
Ella lo ignora. ¿Se da cuenta siquiera de lo que está haciendo?
El macho humano saca su pequeña arma y me amenaza con ella. Mi
hembra le detiene cuando lo hace. Si la usara contra mí, tendría motivos
para devolverle el golpe. Ella lo sabe. Lo veo cuando me mira y luego
aparta rápidamente la mirada. Lo veo cuando se lame los labios y mira mi
cola. Podría clavar mis dientes en la carne mugrienta de este macho humano
e inundarlo de veneno. Podría matarlo, romperle el cuello y arrojarlo a un
lado, eliminarlo de mi vida. Y de la suya.
Podría ser fácil. Muy fácil.
Ella lo sabe.
Sin embargo, ella le permite acercarse, amenazando su vida. Nadie toca
lo que es mío. Les dejaré jugar a su juego, pero cuando decida que el juego
ha terminado…
Se acabó. Con o sin promesas.
Shelby tiene razón. Ahora tenemos cosas más importantes de las que
preocuparnos.
Pero yo no comparto nada. No me gustan los otros machos, sean
humanos o naga. Son molestos. Cuando sepa que está a salvo, la llevaré a
mi nido, donde no verá a nadie más que a mí, olvidando que todo lo demás
existe.
No habrá otros machos para ella. Puede que ahora no lo sepa, pero
pronto lo sabrá.
Por desgracia, el macho humano no utiliza su arma. Se resiste y la
guarda cuando ella se lo suplica.
¡Se lo suplica!
Mi hembra nunca debería tener que suplicar nada, y menos a otro
macho. Su única súplica debería ser para mí, para que yo la reclame.
Incorporándome, evito golpear al macho humano y pongo fin a mi
frustración. Le hice una promesa y pienso cumplirla. No tengo otra opción.
Ella me teme.
Lo veo en su mirada, entre la curiosidad, la duda, y las preguntas. Me
mira y no deja que su mirada se detenga. Ya no. No ahora que somos libres.
Está claro que no confía en mí, de lo contrario no trataría de ocultarlo.
Puede que acabe de salvarle la vida y, sin embargo, duda… de mí.
Sabe cómo me llamo, y aún no lo he asimilado. ¿Me ha visto antes de
hoy? ¿Me ha visto observándola desde los árboles? ¿O ha sido por la otra
hembra? ¿La hembra de Zaku?
Aprieto más mi mano contra el estómago, no puedo hacer nada contra
su miedo, excepto demostrarle que no tiene por qué sentirse así.
Y ese desgraciado macho humano está aquí. Mis ojos se fijan en él, y
me acomodo contra la pared más cercana, con el ansia homicida en mi
mente.
A cada movimiento que hago, mi cuerpo amenaza con derrumbarse. Mi
columna vertebral irradia dolor, las profundas heridas de mi estómago son
agonizantes, y algunas partes de mi cola… Tiene huesos astillados y rotos.
Estos me apuñalan y desgarran por dentro, impidiendo que mis heridas se
regeneren. El colapso entona su hermosa canción, atrayéndome a
desplomarme sobre las piedras y buscar el olvido. Lucharé hasta el amargo
final.
Necesito ser fuerte por ella.
Trago saliva para contener un gemido. Necesito agua.
—¿Qué es este lugar? ¿Parte de las instalaciones? —pregunta el macho,
entrecerrando los ojos—. No recuerdo haberlo visto en los planos.
—No puede estar en los planos. Los robots de mantenimiento nunca lo
encontraron —dice Shelby.
Vuelve a mirarme, pero no me sostiene la mirada. La tensión invade mis
miembros.
Se lleva las manos a la nuca mientras pasa por encima de las rocas e
intenta asomarse al nivel que hay sobre nosotros. Quiero detenerla, atraerla
hacia mí y recordarle quién manda. Pero aprieto los puños. No es el
momento ni el lugar para reclamarla. Hay un agujero en el techo por nuestra
caída, y otro más arriba. ¿Y después? Únicamente hay tuberías rotas y
escombros que impiden que la estructura se derrumbe aún más.
Todo podría caer sobre nosotros en cualquier momento.
—Creía que los robots podían sentir las irregularidades bajo el suelo —
dice el macho, apartando una roca de su camino de una patada.
—Sí que pueden. Pero este sitio, sea lo que sea, es profundo. Puede que
no lo hayan detectado. Mira, Collins, hemos atravesado varios pisos. Mis
robots excavadores ya estaban a casi diez metros por debajo de las
instalaciones cuando caímos —tensa la cabeza, sin dejar de mirar hacia
arriba—. Ahora estamos… mucho más profundo. No veo ninguna luz.
Puede que el sol de la Tierra se haya puesto.
—Sé que estamos a varios pisos de profundidad. Caí y tuve que
esquivar las paredes que cayeron después. La única opción era ir a mayor
profundidad. Espera… —dice Collins, entrecerrando los ojos—. Las
lecturas que recibías, ¿se debían a este lugar?
Shelby me mira antes de mirarle a él. Mis dedos se crispan cuando lo
hace.
No me gusta que aparte la mirada de mí, sobre todo hacia otro macho.
Tiene los ojos más preciosos, tan brillantes como las aguas profundas cerca
de mi guarida, y su luz no debería desperdiciarse con aquellos que están por
debajo de ella.
—Creo que sí —murmura—. Sospechaba que había un subnivel…
—¿Sospechabas? —se burla el macho.
Collins. Lo recuerdo, su nombre es Collins.
—¿Y no me lo dijiste?
—Quería estar segura. Y no quería darle ninguna maldita esperanza a
esa escoria.
Collins suspira largo y tendido.
—Así que dejaste avanzar a los excavadores, cavando el suelo, sabiendo
perfectamente que podría haber algo debajo, perturbando Dios sabe qué —
levanta la voz—. Y casi matándote en el proceso. Joder, Shelby, ¡al menos
podrías habérmelo dicho! ¡Podríamos haber escaneado en busca de fallos en
la infraestructura, haber explorado en busca de una entrada subterránea!
¡Podríamos haber perforado la capa superior de tierra con la aguja de
asteroides de la nave!
Separo los labios y muestro los colmillos. El macho mira fijamente a
Shelby, ignorando mi advertencia de que se aleje. Ella comienza a caminar,
salvándole la vida, de nuevo, y atrayendo mi mirada.
—No sabía que iba a haber un subnivel. Seguí el protocolo y me reservé
la información. No podía confiar en que le dieras la información a Peter. ¿Y
si hacíamos lo que dices y perforábamos el núcleo exterior, solo para
destruir nuestra única pista para encontrar la tecnología? Era demasiado
arriesgado. Hay demasiado en juego en esta misión, y ya es lo bastante
peligrosa con Peter desquiciado.
—¡Esa decisión no te corresponde a ti!
Shelby vacila y yo deslizo la punta de mi cola alrededor de su bota
cuando se detiene, reclamándola sin que ninguno de los dos se dé cuenta.
Quiero acariciarla, asegurarle que no tiene por qué sufrir este trato.
Pero también siento una gran curiosidad por ella. Verla interactuar sin
preámbulos con otro es… interesante.
—Claro que se lo habría dicho a Peter —Collins agita el brazo que tiene
libre—. ¡Podría haberte presionado menos, joder, y haberte dejado volver a
la nave, donde estás a salvo! Quienquiera que le esté presionando desde la
Central de Mando podría haberle tocado los cojones.
Collins me lanza una mirada furiosa y yo muestro los colmillos. Frunce
el ceño y desvía la mirada.
Bien. Me subestima. Aparta la mirada.
Está bajando la guardia. Me lamo el paladar.
No sabe lo rápido que me regenero cuando descanso. Ninguno de los
dos lo sabe.
Esta jugada… ya la he hecho muchas veces. Lo mejor es esperar y
escuchar. Soy una criatura acuática, no terrestre. Cuando se trataba de lidiar
con los de mi especie que habitaban en la tierra, la paciencia era la clave.
Todo el mundo subestima a la serpiente acuática hasta que es demasiado
tarde. Zaku fue inteligente al arrojarme de la montaña al principio de la
caza. Habría matado a muchos.
—¿Para pasarme todo el tiempo pudriéndome en una celda de cinco por
cinco? Por supuesto que tomé la decisión correcta —argumenta Shelby—.
Aunque odio a ese hombre con cada fibra de mi ser, y me da igual que
alguien le esté tocando los cojones, prefiero hacer lo que pueda por nuestro
pueblo que quedarme de brazos cruzados mientras mueren. Mientras
mueren niños inocentes.
—Taaanto sacrificio. Tú siempre sacrificándote. Si te quedaras de
brazos cruzados, quizá Peter no sospecharía que no estás embarazada —
ruge Collins—. Te guardaste esa información para ti, donde no le sirviera a
nadie. Reconócelo. Podríamos haber muerto por tus decisiones. ¡El resto del
equipo podría haber muerto ya!
La cara de Shelby se desencaja y sus labios se entreabren. La furia
relampaguea en sus ojos brillantes. Mi pecho se contrae, cautivado por
ellos.
¿No sospecharía… que no está embarazada?
Mi hembra no está gestando. Ha mentido.
Lo sabía. Llevaba semanas estudiándola. Al mirarme la cola, recuerdo
cómo reaccioné ante ella…
—Que te jodan, Collins. No me eches la culpa de todo esto. Guardé este
secreto para salvaros el pellejo. Si no hubiera algo aquí abajo, ¿qué pasaría?
La Central de Mando quiere hechos, no esperanzas. Si les dijeras que
descubrimos un subnivel y no lo hubiera… ¿Te imaginas que pasaría?
Mi oído se agudiza. Hay más humanos que los que hay aquí en la
Tierra. Algo llamado Central de Mando, a quien parecen respetar y temer a
la vez. Están aquí en una misión, y ella no confía en Collins. Al menos no
lo suficiente como para compartir sus secretos con él.
¿Por eso querían tecnología antigua y ofrecían a sus hembras a
cambio? No pude comprender a estos humanos cuando llegaron.
Ahora empiezo a hacerlo.
—Bueno, pues había un subnivel secreto, y ahora estamos dando
vueltas al mismo tema, ¿y si…? Tendrías que habérmelo dicho —repite
Collins.
—No vas a hacerme cambiar de opinión —dice Shelby mientras sale del
cerco protector de mi cola, tropezando con las rocas y con el suelo, donde el
camino está casi despejado—. Podemos discutir sobre ello todo el día o
podemos movernos. Yo digo que nos movamos —baja la voz—. El techo
no parece…
De repente, deja caer sus manos, le tiemblan las rodillas y apoya el
cuerpo contra la pared, deslizándose hasta el suelo.
El espacio se oscurece por la súbita pérdida de la luz de sus ojos.
Siseo, levantándome para sujetarla.
Collins saca su pistola y me apunta antes de que lo consiga, dejándola
en el suelo.
—No te muevas, joder —se acerca a Shelby y la sujeta del brazo, sin
dejar de mirarme—. ¿Estás bien? ¿Te duele la cabeza? —le pregunta,
suavizando la voz.
Gruño, cerrando los puños con fuerza.
Él va a morir.
Trago el veneno que se acumula en mi boca y le dejo fingir que está al
mando un poco más.
Shelby se estabiliza y se endereza lentamente, frotándose la nuca y
apartando rápidamente la mano.
—Sí —dice—. Solo estoy un poco mareada. Me duele un poco la
cabeza.
Se da la vuelta hasta apoyar la espalda en la pared y las manos en las
rodillas. En su frente se dibujan profundas arrugas, y tiene los ojos cerrados
con fuerza.
Collins enfunda su arma.
—¿Puedes moverte? —pregunta.
—Sí, dame un minuto.
Shelby abre los ojos y ya no brillan de color azul. Se posan en mí.
—¿Tú puedes? —me pregunta.
Ladeo la cabeza. ¿Por qué ya no brillan tus ojos, pequeña hembra?
—No tienes que preocuparte por mí —le digo, dándole mi cola para que
la utilice como muleta y evite que vuelva a caerse—. Lo importante eres tú.
—Él no viene con nosotros —suelta Collins—. Es una suerte que este
lugar aún tenga algunas luces que funcionen.
Ignorándole, me levanto para unirme a ellos.
—Sssí —siseo, respondiendo a la pregunta de Shelby—. Puedo
moverme.
Es la única pregunta que vale la pena responder. Collins no es más que
una mota de polvo en mi cola.
—A la mierda con esto. Le hemos salvado y ya está —Collins frunce el
ceño—. No va a venir con nosotros. Ni de coña.
—Puede que necesitemos su ayuda —susurra Shelby—. Es fuerte, más
fuerte que nosotros dos. Le necesitamos.
Me necesita.
Ella me necesita.
Sus palabras me llenan de entusiasmo. Y con ellas, la determinación.
Parte de mi agonía interna se desvanece. Todo el dolor que soporto, es por
ella. Puedo soportarlo, si no es por ella.
Collins se queda boquiabierto.
—No…
Oigo que algo cede y luego un estruendo. Shelby salta de la pared.
Collins se vuelve hacia el agujero. Me preparo para agarrar a Shelby y huir.
—Vamos —le susurro, ignorando al macho—. Antes de que volvamos
al mismo sssitio donde empezamos.
Una expresión de complicidad se dibuja en su rostro cuando me mira.
Se forma un atisbo de pánico.
Eres mía.
Mía.
Me aseguro de que lo vea en mi expresión. Es mejor que verla entrar en
pánico.
Y entonces los tres nos ponemos en marcha mientras las rocas se
mueven peligrosamente sobre nosotros.
SEIS

MÁS Y MÁS PROFUNDO

Shelby

C ONSEGUIMOS SALIR DE LA ZONA , justo a tiempo.


Algo detrás de nosotros hace retumbar y reverberar el suelo de cemento.
Los estruendos de las paredes derrumbándose y el estampido de los
escombros cayendo llegan a mis oídos poco después. Una oleada de polvo
golpea mi espalda, y caigo de rodillas, apoyando mi cuerpo en la cola de
Vagan.
Unas escamas elegantes, pero aterciopeladas se deslizan bajo las yemas
de mis dedos, y él enrosca la punta de su cola en mi brazo como respuesta.
Ahora está frío, no como antes que estábamos juntos. Tras pensar en eso, le
quito las manos de encima y alzo la vista, encontrándome con sus ojos.
Collins me agarra del otro brazo mientras Vagan me levanta suavemente
con su cola.
—Lo siento —digo, con la cabeza dándome vueltas.
Retiro mis brazos de ambos y me froto la frente.
—¿Seguro que estás bien? —pregunta Collins—. ¿Cómo tienes la
herida?
Cuando suelto los brazos, Vagan sigue mirándome. La punta de su cola
roza mis botas.
Dentro de ellas, los dedos de mis pies se enroscan como si los hubiera
tocado directamente. Me alegro de que nadie me vea hacerlo.
—Sí, sí —digo un poco deprisa, alejándome de los dos—. Sigamos
avanzando. Podré descansar cuando sepamos a qué nos enfrentamos.
Collins intenta volver a cogerme del brazo, pero niego con la cabeza.
Suspira y retrocede un paso, volviendo a la retaguardia.
Vagan va delante, y yo entre ellos. A Collins no le entusiasma la
posición, pues quiere mantenerme lo más lejos posible de Vagan. Salvo que
al hacerlo me hubiera puesto la primera. Prefiere tenerme en medio y cerca
de Vagan que expuesta de cualquier forma.
Lo que me deja en medio de ellos.
Ahora mismo, solo podemos ir en una dirección, y el pasadizo en el que
nos hemos metido no es lo bastante grande para el gusto de Collins.
—En cuanto volvamos a la superficie nos separamos, joder. No es uno
de los nuestros y no se puede confiar en él —gruñó Collins.
Eso fue hace un rato, y mi dolor de cabeza no ha hecho más que
empeorar.
Miro a Vagan y frunzo el ceño. Está herido. Intenta ocultarlo, pero es
fácil verlo. El dolor se refleja en su expresión cuando cree que nadie le está
mirando.
Nadie podría sostener cientos, tal vez miles, de kilos de escombros sin
sufrir heridas.
Al limpiarme la cara con el dorso de la mano, aún siento su sudor
goteando sobre mí. Aunque sea tan fuerte, no es invencible. Nadie lo es.
Los dos estábamos seguros de que íbamos a morir. Nos íbamos a morir,
mirándonos a los ojos…
Me estremezco.
Necesito hablar con él. Quiero hablar con él. Quiero preguntarle por
Daisy y si sabe algo de Gemma. Tengo curiosidad por saber cómo llegaron
los de su especie a la Tierra. Mi mirada se desplaza del suelo a la espalda de
Vagan.
Mantiene una mano apretada contra el estómago.
No he podido ver bien lo que se cubre, pero supongo que es una herida.
Quiero preguntarle. Quiero examinarle, ayudarle. Solo que Collins también
está herido. No confía en Vagan y con razón.
Mostrar a cualquiera de los dos una atención extra enfurecerá al otro.
Solamente llevamos juntos una hora, tal vez, y ya sé que se odian
profundamente. La tensión entre ellos es más pesada que las rocas que hay
sobre nosotros.
Aparto los ojos de Vagan y miro a mi alrededor. El pasillo, si es ahí
donde estamos, es grande y no hemos pasado por ninguna puerta ni
bifurcación en nuestro camino. El camino parece más bien una especie de
carretera. Y cuanto más caminamos, más creo que es exactamente eso, un
túnel subterráneo para vehículos. Es curvo, lo que nos impide ver a lo lejos.
Las luces no parpadean tanto a esta distancia de la cueva. Están empotradas
en las paredes de cemento en largas tiras tubulares, recibiendo energía de
una fuente oculta.
Por mucho que anhele la seguridad de estar en la superficie, también
deseo explorar estos túneles. He pasado semanas investigando una fuente de
energía bajo las instalaciones, y ahora la he encontrado. Más o menos.
¿Qué hacían aquí abajo los antiguos militares de la Tierra? ¿Y por qué
tan profundo? Las instalaciones militares se extienden a lo largo de un
kilómetro y medio, aunque gran parte de ellas se han perdido con el paso de
los años, invadidas por el bosque. Todo lo que queda son restos de edificios,
viejas máquinas y carreteras destruidas.
Nada de eso nos ayudará a buscar la tecnología perdida ni ninguna otra
tecnología.
Únicamente aquí habían encontrado lecturas inusuales los centinelas y
los robots escáner.
Vagan se detiene.
—¿Qué ocurre? —grita Collins cuando yo también me detengo.
—Ssshhh —dice Vagan, levantando la mano y mirando hacia la
penumbra poco iluminada que hay delante de nosotros.
Está mirando algo.
Me quedo quieta, miro hacia delante y luego vuelvo a mirarle, y no veo
nada excepto el mismo túnel, que se curva hasta perderse de vista. Me
detengo a escuchar, pero solo hay silencio. Collins se pone a mi lado, con la
pistola en la mano.
—¿Qué pasa? —susurro cuando Vagan sigue mirando al frente.
—Vamos hacia abajo —sisea.
Frunzo el ceño.
Collins da un paso adelante.
—¿Qué quieres decir?
Vagan ladea la cabeza sin volverse.
—El túnel está en pendiente hacia abajo. Cada vez hace más frío.
Vamos más profundo.
Mirando de nuevo hacia delante, el suelo parece llano.
—¿Estás seguro?
—Sssí.
Collins enfunda su arma.
—Estupendo. Entonces deberíamos regresar y probar suerte escalando.
—El suelo es inestable. Si retrocedemos, podríamos ser aplastados. Y
está demasiado alto para escalar —miro hacia arriba.
Incluso aquí, el techo debe medir cuatro metros.
—Si seguimos avanzando, esto tiene que llevar a alguna parte, ¿no? —
pregunto.
Vagan me mira, sus ojos oscuros me clavan en el sitio. Su mirada me
hace estremecer, la forma en que trazan mi rostro. Como si no hubiera nada
más en el universo que… yo.
Collins da un giro en redondo y suelta otro suspiro. Está enfadado
conmigo y entiendo por qué.
Es culpa mía. Al menos lo ha hecho evidente.
—Mira —le digo—. Solo tenemos dos direcciones. Una es claramente
peligrosa, y la otra…
—¿Va hacia abajo? —interviene Collins.
—Sí —respondo secamente—. Podemos seguir adelante y esperar que
cambie o arriesgarnos a volver atrás. Yo digo que avancemos. Este túnel
tiene que llevar a alguna parte, ¿no?
—¿Y si no?
—Entonces volvemos atrás e intentamos salir escalando. Si eso es lo
que pasa, al menos dará tiempo a que el suelo se asiente.
Collins mira a Vagan.
—¿Qué opinas, chico serpiente?
Vagan no responde, mantiene la mirada fija en mí.
Incómoda por la ferocidad que hay en ellos, me doy la vuelta.
—Estamos perdiendo el tiempo. Vámonos.
Empiezo a caminar de nuevo, dejando que decidan seguirme o no.
No tengo fuerzas para discutir. La cabeza me está matando. Oigo los
pasos de Collins poco después, mientras Vagan se desliza delante de mí,
con su cola rozando el costado de mi pierna.
Los ruidos de los escombros que caen continúan durante un rato detrás
de nosotros, reemplazando a los intervalos de inquietante silencio. El eco de
los ruidos recorre el túnel y, durante un tiempo, nadie dice una palabra,
escuchando la trampa mortal de la que apenas hemos escapado. Pasan
horas, tal vez minutos, y los ojos se me cierran cada vez más. Dejo de mirar
por dónde camino y vuelvo a tropezar.
Vagan se enrosca y me atrapa antes de que caiga.
—¿Estás bien? —pregunta, con los ojos nublados por la preocupación.
—Tenemos que parar, descansar y comprobar tu herida —ordena
Collins, cogiéndome del brazo y ayudándome a enderezarme.
—No —les hago un gesto para que se vayan y sigo caminando—. Solo
un poco más.
Vuelvo a masajearme la frente, sintiendo que ambos me observan,
analizando cada uno de mis movimientos. Mi cabeza empeora rápidamente
y me toco suavemente la herida, sintiendo sangre fresca.
—Puedo ir un poco más lejos. Todos los túneles se acaban, siempre lo
hacen.
—Esto no me gusta, Shelby. Estoy preocupado por ti.
—Sé que lo estás, pero para esto me he entrenado, Collins. El final no
puede estar mucho más lejos. Habrá máquinas, tal vez incluso una radio, un
botiquín de primeros auxilios. Estaré bien —le aseguro.
—No puedes estar segura.
—Estamos en unas instalaciones militares —refunfuño—. Nunca he
estado tan segura.
Collins se queda a mi lado y, al hacerlo, Vagan aminora la marcha para
unirse a mí al otro lado, aprisionándome como un sándwich entre ellos.
Otra vez. Mi mundo gira un poco más mientras camino con más rapidez,
intentando escapar de la tensión masculina que irradian ambos. Eso lo
empeora todo.
Necesito espacio. Jadeo en silencio, son casi peores que una tonelada de
rocas aplastándome…
Al ver algo delante, de repente puedo volver a respirar.
—¡Mirad! —digo, acelerando el paso.
Y me detengo, descubriendo huesos. Montones y montones de huesos
humanos.
El vértigo me golpea con fuerza y me derrumbo, mirando fijamente la
hendidura del túnel y los cadáveres apilados ante ella.
—Shelby, vuelve —me dice Collins.
—Una puerta —murmuro, señalando, mirando atónita, negándome a
aceptar la existencia de los huesos—. Mirad…
Mi mundo se ennegrece cuando noto como un amarre duro como el
acero se enrolla a mi alrededor, apartándome.
SIETE

EL PRIMER CÍRCULO DEL INFIERNO

Vagan

C OJO A S HELBY y la estrecho entre mis brazos antes de que caiga de lado,
fría como la muerte entre mis brazos. Collins grita algo, pero no le presto
atención y pongo la oreja en los labios de Shelby. Su respiración
entrecortada me acaricia la piel y la abrazo con más fuerza.
—¿Qué estás haciendo? —gruñe Collins, agarrándome del hombro—.
¿Qué pasa?
—Abre la puerta —le digo bruscamente, y me quita la mano de encima.
Levanto a Shelby en brazos y me dirijo a la entrada que me ha señalado,
esparciendo los huesos de los antiguos humanos a mi paso.
El túnel sigue serpenteando, pero hay mucho más que la puerta ante la
que se desplomó Shelby. El túnel se abre a una sala mucho más grande con
vehículos, rampas y grandes cajas. Entre ellas hay máquinas y paredes con
grandes rejas con cuerpos de humanos muertos hace mucho tiempo. No veo
más puertas que las puertas dobles que Shelby me indicó. Al oír que Collins
me sigue, acelero el paso.
—Suéltala o te disparo —me amenaza, presionándome con algo en la
espalda cuando me alcanza—. Juro por los veloces vientos de la Colonia 8
que lo haré.
—Está inconsssciente —siseo, deteniéndome ante las puertas. Son
macizas, y tienen unas franjas de metal.— Huele a sangre. No tenemos
tiempo para tus estúpidas amenazas, humano. Tenemos que llevarla a un
lugar seguro. Necesita agua.
Los dos la necesitamos.
—Que te den… joder —maldice, frunce el ceño y mira a Shelby. Odio
ver la preocupación cruzar su rostro—. Sabía que era peor de lo que me
estaba contando.
Collins me lanza una mirada de advertencia, aparta de su camino a
patadas los cuerpos que hay delante de una de las puertas y tira de ella. La
puerta no se abre.
—Antiguos sistemas de seguridad —murmura.
Hay un panel parpadeante en la pared junto a las puertas, que golpea
con el puño.
Noto que Shelby tiembla y me enrosco a su alrededor todo lo que
puedo, dándole el calor que mi cuerpo puede ofrecer, que es muy poco.
—Retrocede —advierte Collins, sacando algo del cinturón que lleva
enganchado a la cintura, y pegando esa cosa a la puerta—. Voy a reventarla.
¿Reventarla?
Gruñendo de frustración, retrocedo, pero no lo hago hasta que él
retrocede, y le sigo hasta donde se agacha detrás de uno de los vehículos
más grandes.
—Protégela —me advierte, echándonos un vistazo a Shelby y a mí—.
Está embarazada y no necesita que la hieran más de lo que está. Ya ha
sufrido bastante. Esto podría complicarse.
Pulsa un botón de la cosa que tiene en la mano y se cubre la cabeza.
¿Embarazada? Se me oprime el pecho de rabia ante las mentiras
descaradas de este macho.
No está embarazada.
El túnel estalla y los escombros llueven por todas partes. La explosión
me hace estremecer y despierta a Shelby. Me agacho y enrosco mi cola
alrededor de ella. Suena una sirena y de donde antes había luces ahora
parpadean luces rojas. Shelby se resiste a que la sujete y me empuja el
pecho y mis heridas. Aprieto los dientes y me enrosco aún más alrededor de
ella mientras en el túnel aún suena la sirena, y el hedor de las sales
corrosivas llena mis fosas nasales.
Al cabo de un momento se tranquiliza y nos quedamos así hasta que el
polvo se disipa y solo queda la sirena y las luces rojas.
—¿Qué está pasando? —exclama, mirando a su alrededor, tratando de
ver por encima de mi brazo.
Me despego de ella.
—El macho la está “reventando” —le digo.
Ella frunce el ceño y vuelve a estremecerse al asentir.
—¡Vamos! —grita Collins, poniéndose en pie y dirigiéndose al lugar
donde estaba la puerta.
Levantándome con Shelby, mi curiosidad por aquello de “reventarla” se
desvanece cuando Collins vuelve a sacar su enclenque arma y se acerca al
agujero. Su espalda choca contra la pared contigua y echa un vistazo a su
interior.
—Despejado —ladra mientras me uno a él.
Enfunda su arma.
Qué raro. Este macho es muy raro.
Ha hecho que caigan más piedras cuando nosotros escapábamos de las
otras piedras que caían. Es muy ruidoso. No sobreviviría en mi bosque. No
por mucho tiempo, eso seguro. Las cosas ruidosas atraen a los animales, a
los de mi especie y a los robots malvados. Las cosas ruidosas no duran
mucho siendo ruidosas.
Y también es un mentiroso.
Shelby no está embarazada de su prole. Pero pronto lo estará de la mía.
Es inevitable entre compañeros.
De todos modos, le sigo hasta el espacio que hay más allá. Es otro
pasillo, más pequeño que el anterior, y al final hay otro par de puertas
dobles con otro panel. Collins intenta abrir las puertas, pero no se mueven.
Maldice un poco más.
Maldice mucho, haciendo más ruido. Me debato entre dejarle solo y
llevarme a Shelby a otro sitio para que descanse.
Pero entonces nos mira a mí y a ella, pasándose la mano por la cara.
—Solo tenía una granada. ¿Tienes alguna idea de cómo atravesar esto?
Si no, vamos a tener que idear un nuevo plan pronto —dice.
Shelby gime.
—Déjame bajar. Podría…
Aprieto los brazos.
—La romperé.
Él se echa a reír.
—¿Romperla? —Collins mueve el brazo hacia atrás, indicando las
puertas—. Son puertas de seguridad de acero macizo construidas por los
militares. No están hechas para romperse. Se pueden reventar, pero no
romper.
Su risa provoca mi ira. No hay nada gracioso en nuestra situación.
—Parece que hayas salido cavando de los siete círculos del infierno,
chico serpiente. No estás como para romper nada —continúa, volviéndose
hacia las puertas.
Coloco suavemente a Shelby en el suelo, donde puede apoyarse en la
pared. Prefiero que esté en el suelo a que esté en brazos de este macho,
aunque esté dispuesto a protegerla. Poniéndome de cara a Collins y a las
puertas, me deslizo hacia ellos. Él retrocede cuando apoyo las palmas de las
manos en el metal y se acerca a Shelby, agachándose a su lado.
Mi ira aumenta.
Me está poniendo de los nervios. Si fuera un naga, ya habríamos
luchado y decidido quién es el alfa. Está claro que soy yo, pero él actúa
como si no lo fuera. Tendré que vigilarle de cerca para que no ponga a
Shelby en más peligro.
Presionando las palmas de las manos contra el metal, empujo, probando
a qué me enfrento.
—Ya te lo he dicho. Es metal sólido. Nada lo atraviesa —se burla.
Me enfurezco y enrosco la cola debajo de mí, aguantando el dolor.
Imaginando a Collins en lugar de la puerta, tenso mis miembros y me
preparo. Al golpear con todas mis fuerzas, las puertas se hunden hacia
dentro, doblándose por el impacto. Vuelvo a golpear varias veces más, y las
puertas salen volando de la pared. Apartándolas de nuestro camino, me
apoyo contra la pared antes de desplomarme, reprimiendo un gemido
agónico cuando los huesos de la cola me destrozan las entrañas.
Collins guarda silencio mientras ayuda a Shelby a levantarse. La rodea
con el brazo y la conduce a través de la entrada rota, lanzándome una
mirada cautelosa. Ya no se ríe.
Me tomo un minuto antes de seguirles, dejando que mi ira se calme. Ver
su brazo alrededor de ella, verla aceptar su contacto con tanta facilidad, me
molesta. Los celos vuelven a burbujear en mi cabeza, imaginándomelos
juntos en… su nido.
Me levanto de la pared y voy tras ellos.
Al otro lado hay otro pasillo, con más puertas a ambos lados y muchos
más cadáveres. A mi derecha hay una pequeña alcoba con viejos muebles
humanos. Encuentro a Shelby sentada en un sofá polvoriento, mirando
hacia un lado, y a Collins revisando detrás de ella entre sus trenzas oscuras.
El pelo le cuelga por los hombros hasta la mitad de la espalda. Ella tiembla
con la cara entre las manos.
—Por favor, haz que paren las sirenas —gime entre las palmas de sus
manos—. Me va a estallar la cabeza.
Sus palabras me hacen contenerme.
—Yo las detendré.
Collins se vuelve para buscar su origen y me llama.
—Espera, chico serpiente. Si encuentras agua, vendas, un botiquín, algo
que pueda ayudarla, cógelo y tráelo contigo. Tiene un corte que hay que
limpiar. Si se infecta, está jodida.
¡No me digas cómo cuidar a una hembra! ¡Mi hembra!
Me clavo las garras en las palmas de las manos.
Hará falta mucho más que eso para no estrangularlo y arrojarlo lejos de
mí. Elijo las puertas de mi derecha y las abro. Al principio, no encuentro
nada, solo habitaciones con muebles, escritorios y sillas. Algunos tienen
cadáveres en su interior.
Dejando atrás estas habitaciones, descubro otras con máquinas. A mitad
del pasillo, encuentro la fuente de las sirenas y rompo el altavoz. El ruido se
detiene y me dirijo al siguiente altavoz, destruyéndolo también.
Los destruyo todos.
Después, llego a una sala con mostradores y grandes recipientes de
líquido. Algo que parece agua chapotea dentro de uno de ellos, y mis
nervios rugen. Rompo uno y empapo mis miembros con el líquido rancio.
Agua. Todo mi cuerpo jadea, absorbiéndola.
Empapado y cogiendo algunas ropas humanas desechadas de un
perchero, arrastro uno de los recipientes hasta donde me esperan Shelby y
Collins.
Ya no tiene las manos sobre ella cuando vuelvo.
Trabajamos juntos para limpiar la herida de Shelby, secándole la sangre
y haciendo vendas con la ropa. Ambos humanos me observan tragar un
poco de agua antes de beber ellos también.
—Mejor esto que nada —murmura Collins—. Descansaremos aquí esta
noche y continuaremos después.
Se acomoda en el polvoriento sofá y cierra los ojos mientras Shelby
recoge las piernas y se tumba a su lado, apoyando la cabeza en el
reposabrazos. Me mira a los ojos.
—Gracias —dice, pasándose una trenza por detrás—. Por el agua y por
parar las sirenas. Gracias —bosteza—. Por todo.
Asiento con la cabeza.
—Ahora descansa. El olor de tu sangre es denso en el aire. No me gusta
ese olor.
Me mira fijamente un momento más antes de cerrar los ojos y dejarse
caer sobre los cojines. Al cabo de unos minutos, la tensión de su rostro
disminuye.
Es un espectáculo hermoso de contemplar.
Me acomodo contra la pared opuesta para observarla y descubro que
Collins me está estudiando. Levanta los pies de Shelby, le quita las botas y
los coloca en su regazo.
Reclamándola.
Le sostengo la mirada mientras vuelve a sacar el arma y la coloca sobre
su muslo.
—Puede que le hayas salvado la vida, pero yo también. Y es conmigo
con quien tiene una larga historia —me advierte—. Inténtalo todo lo que
quieras, pero al final de todo esto, ella abandonará este planeta conmigo. La
Tierra no es su hogar. Nunca lo será. Yo soy su hogar.
Mantengo mis rasgos inexpresivos, sin darle nada, aunque la rabia
hierve a fuego lento en mis venas. Al final, se da cuenta de que no le
atacaré ni le hablaré, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.
Durante un rato, lo estudio, dejando que mi mente divague por lugares
oscuros, buscando maneras de deshacerme de él sin que ella se entere.
Puede quedarse con su historia. Yo me quedo con el resto. Shelby tiene
un nuevo hogar esperándola.
OCHO

HUESOS, SANGRE Y AGUA

Vagan

L AS HORAS PASAN Y , con el tiempo, las sirenas en lo más profundo de este


lugar dejan de sonar. Vuelve el silencio y los únicos ruidos que quedan son
las tranquilas respiraciones de los dos humanos que duermen frente a mí.
Son pequeños en comparación conmigo. No tienen armadura natural. Se les
puede herir fácilmente. Tenso mi cola, un aliento áspero resopla entre mis
dientes.
Acerco mi cola y palpo el lugar donde tengo los huesos rotos. Una vez
encontrados, araño mis escamas y abro mi piel para desenterrarlos.
—¿Qué estás haciendo?
Mi mirada se dirige a Shelby, que está apoyada en el codo,
observándome con ojos sombríos.
—Extraigo algunos huesos —le digo, manteniendo la voz baja—.
Vuelve a dormirte.
La sangre se escurre por mis dedos mientras hurgo.
Ella no me hace caso. En lugar de eso, saca los pies del regazo de
Collins y vuelve a calzarse las botas.
—Déjame ayudarte.
Viene hacia mí antes de que pueda detenerla. No quiero detenerla. Su
olor invade mi nariz cuando se acerca y me coge la mano.
Me pongo rígido cuando me toca. Está caliente. Tan, tan caliente.
—Perdón. ¿Puedo echar un vistazo? —pregunta vacilando—. ¿Te
parece bien?
Intenta soltarme, pero la sujeto por el dorso, encerrando su mano en la
mía, ensangrentada. Deslizo el pulgar hasta su muñeca y bajo él palpita su
pulso. Lo acaricio en círculos con el pulgar.
—¿Vagan? —susurra—. ¿Qué haces?
Tarareo, complacido.
—Otra vez —le ordeno.
Intenta soltarme la mano.
—¿Qué?
—Di mi nombre otra vez.
Atrapándola con una mirada, se echa hacia atrás desde donde está
agachada a mi lado, con una pequeña arruga profundizándose en su ceño.
—Yo no…
—Repite mi nombre —le exijo.
—¿Vagan…?
Cierro los ojos al oírlo y exhalo.
—Shelby —respondo.
Vuelve a tirar de su mano y la suelto.
—Puedes mirar —digo.
La confusión invade sus facciones, pero desaparece rápidamente. Se
limpia la mano en los pantalones y mira hacia abajo, donde me estaba
abriendo la cola, jadeando en voz baja.
—No estabas de broma.
—¿Broma?
Niega con la cabeza, tocándome suavemente las escamas alrededor del
corte.
—Que estabas… extrayendo huesos. Necesitamos más luz para eso.
De repente, una luz surge de sus ojos, centelleando en mi cola mientras
parpadea. Su luz ilumina mi herida.
—¿Cómo lo haces? —pregunto, asombrado por su magia humana.
Me tira suavemente de las escamas.
—¿Mis ojos? Todo el mundo me lo pregunta cuando me conoce. Me
sorprende que hayas tardado tanto.
Frunzo el ceño.
—Supongo que dadas las circunstancias actuales, tiene sentido. No es
que hayamos tenido tiempo de hablar —tantea mi carne tierna—. Me los
instalaron cuando terminé mi formación en xenoarqueología. Y no, no fue
porque me estuviera quedando ciega. Me extirparon mis ojos naturales —
me mira y mis pupilas se dilatan por su brillo—. Lo siento —dice, y sus
ojos se apagan—. Necesitamos más agua, quizá un bisturí y material para
ver qué te pasa en la cola —se toca la nuca—. Los dos lo necesitamos.
—¿Por qué?
Me mira.
—¿Por qué…?
Examino su cara, sus rasgos suaves, sus labios carnosos. ¿Siempre ha
tenido los labios tan carnosos?
—¿Por qué te extirparon los ojos?
Su mirada se vuelve distante.
—Porque soy la mejor, y la mejor utiliza el mejor equipo. Algunos no
pensaban que yo debía tener estos ojos cuando había otros… —menea la
cabeza—. No importa. Les demostré que iba en serio, y eso es lo único que
importa. Ahora todo es agua pasada.
Sus palabras me dejan con más preguntas, pero se levanta y mira a su
alrededor antes de que pueda detenerla.
—Voy a rebuscar en algunas de estas habitaciones a ver qué encuentro
que pueda ayudarnos a nosotros y a esa cola tuya mientras Collins duerme.
Quizá encuentre un mapa de este lugar o una radio antigua. Algo aparte de
todo este polvo y podredumbre.
Empieza a alejarse y yo me levanto de golpe, la cojo del brazo y la hago
girar hacia mí.
—No estás sola. Nunca estarás sola.
Unos ojos grandes y sin luz se encuentran con los míos. Vuelven a ser
oscuros, de color marrón bajo la luz directa. Me he dado cuenta de que la
luz azul proviene del interior de su ojo, no del exterior. Al sentir su pulso
bajo mis dedos, los escruto, esperando a que vuelva su luz. Sus labios se
separan con sorpresa y la suelto.
¿Por qué? ¿Por qué sus ojos son tan diferentes de los de los demás
humanos? Marrones o azules, son hipnóticos.
—¿Te he hecho daño? —pregunto, mirando hacia donde la sujeté.
—N-No.
Acerca el brazo, pasándolo por encima de su pecho.
—Entonces, ¿vienes conmigo? No voy muy lejos. Quizá puedas
responder a algunas de mis preguntas mientras buscamos —me indica la
cola—. Pero quizá sea mejor que te quedes aquí, sobre todo si tienes la cola
rota.
Siseo, deslizándome a su lado.
—No te preocupes por mí. Estoy bien, hembra.
—Vale —la oigo suspirar—. Por cierto, en mi cultura me llaman mujer.
Me alegro de que esté de acuerdo.
En las primeras dos habitaciones, mira dentro y pasa a la siguiente,
igual que había hecho yo antes, sin encontrar nada de utilidad. Rebusca en
armarios y cajones, resoplando cuando todo lo que hay dentro se desmorona
o se convierte en polvo.
—Vaya, ¿esto es… una grapadora? —murmura, acercándose un
pequeño objeto a la cara únicamente para desecharlo.
Cuando llegamos a la habitación de las cápsulas de agua, se le ilumina
la cara.
—Provisiones.
Rompo otra y ella se echa un poco de agua en las manos, limpiándolas
de mi sangre. Los dos bebemos hasta saciarnos y ella se acerca al
mostrador. Rebusca entre las cosas que hay encima, luego entre las que hay
dentro, y ya le han vuelto a brillar los ojos.
Fascinante. Nunca había pensado que fuera posible sustituir los órganos.
—¡Sí! —exclama y saca un maletín. Lo deja en el suelo y lo abre—. Un
botiquín. Parece que no es muy bueno. No hay potenciadores ni siquiera un
bisturí, pero hay pinzas y… —levanta algo—. Hilo y tijeras. Déjame ver tu
cola.
Deslizo mi herida abierta junto a ella, bajando mi mitad superior al
suelo. Ella arrastra la gran cápsula de agua a su lado y la coloca sobre mi
cola.
—Esto va a doler —me advierte.
Me clava el dedo en la cola y se me crispan las manos. Es su tacto, me
recuerdo. Soportaré su contacto aunque me duela. Me está tocando…
voluntariamente. Mis manos se abren y siento sus dedos dentro de mí.
—Lo siento —murmura, arrancando un fragmento—. Cuanto antes lo
haga, más fácil será para ti. Me ayudaste con la cabeza, déjame ayudarte
con la cola.
Dejando caer la barbilla sobre el pecho, no discuto su lógica.
Le cuesta arrancar los trozos más grandes, ya que tiene que luchar
contra mis músculos fibrosos. Pero se las arregla y, al cabo de un rato, con
su constante mantra de “lo siento” cantando en mis oídos, me relajo.
Cuando disminuyen las punzadas, aparto sus manos y termino de
desenterrar los trozos más pequeños que ella sigue sin encontrar.
Trae otra cápsula de agua, abre la tapa y la vierte sobre la herida.
Cuando terminamos, ambos estamos empapados y en un charco de agua
sanguinolenta. La humedad me sienta bien en la piel. Disfruto de este
momento, porque había olvidado lo que es que te cuiden.
Lo que se siente al ser tocado por otro voluntariamente, sin intención de
causar dolor, sino de evitarlo.
Quiero saborear cada segundo mientras Shelby cose mi herida.
Cuando termina, resopla y su sudor perfuma el aire.
Inhalo. Deliciossso.
—A ver, ¿qué te pasa en el estómago? —pregunta, bajando la mirada
hacia mi parte media.
Tenso, retiro el brazo que tengo encima.
—Nada.
—Lo has estado apretando desde las rocas —me acusa—. No harías eso
si no le pasara nada. ¿Hay alguna herida? ¿Estabas… herido antes de la
caída?
Empieza a acercarse a mí.
—Fue un error —siseo.
Ella aparta la mano.
—¿Tus heridas?
—Dejar que otro sacara lo peor de mí —corrijo—. No estaba en mis
cabales cuando me hirieron.
Su cabeza se inclina y entrecierra los ojos.
—¿Fue Daisy?
Me calmo y miro hacia otro lado.
—Será mejor que me lo digas. Ya he oído su versión de la historia.
—No es una historia, y mientes, pequeña hembra. Zaku nunca dejaría
que Daisy saliera de su guarida.
—Zaku… —Shelby pronuncia el nombre del otro naga y mira algo
detrás de mí, sus ojos se vuelven distantes—. Ella dijo que su guarida es
segura.
Mi humor se ensombrece.
—Hasta que alguien como yo demostró lo contrario.
Los ojos de Shelby vuelven a clavarse en los míos.
—Le hiciste daño.
—No estaba bien de la cabeza.
—Eso no es excusa. ¿Qué pasó entre vosotros dos? Ella te tenía miedo,
estaba preocupada por mí, por… —se interrumpe.
—¿Por tu prole? —espeto.
—¿Qué? ¿Prole? ¿De qué estás hablando?
Frunzo el ceño.
—De tus crías. Las crías que no llevas.
Se endereza y se pone en pie.
—¿Cómo lo sabes?
—Tú misma lo has dicho, discutiendo con ese ridículo macho humano.
Es muy ruidoso. No te escucha como yo.
—Yo no…
—¿Estás con él?
—Yo…
La ira y los celos me recorren, tensando mis miembros en busca de
combate.
—¿Estás con él? —vuelvo a preguntar, elevándome sobre ella.
Necesito saberlo. Tengo que saberlo. Cómo ella conteste…
—Lo estuve, una vez.
Muestro los colmillos.
—Ya n-no estoy con él —balbucea, dando un paso atrás.
¿Estuvo con él? ¿Una vez? Una vez es demasiado. La ira nubla mi
visión. El macho no la merece, es ruidoso e imprudente. ¡No escucha!
¡No es fuerte, no como yo!
—Por favor, no le hagas daño, Vagan —suplica de repente,
pronunciando de nuevo mi nombre, regresando a ella el miedo que quiero
vencer—. Ya no estamos juntos, y eso no debería importar, pero Collins es
mi amigo. Es un buen tipo a pesar de lo que hayas podido ver. Es solo
que… —se detiene, dando un pequeño paso atrás—. Ha pasado por muchas
cosas. Más que la mayoría de la gente que conozco, y sigue intentando
hacer del universo un lugar mejor. Es… —se interrumpe, dando otro paso
atrás—. Me lo prometiste.
La estoy asustando.
No asustes a la hembra con la que deseas anidar.
—Lo prometí —digo, frunciendo el ceño.
No me importa el pasado de este macho, solo el de Shelby. Alargo la
mano, me deslizo hacia delante y recojo una de sus largas trenzas,
llevándomela a la nariz, aspirando su aroma.
—Ahora eres mía, pequeña humana. Mía. No suya. Perteneces a mi
nido, no al de nadie más. Únicamente lo tolero por ti.
Su boca se separa y lo único que deseo es deslizar mi lengua entre sus
labios y hundirme en su interior.
—No soy de nadie —susurra, viéndome oler su pelo, con los ojos muy
abiertos por la sorpresa—. Nadie me dice lo que tengo que hacer ni toma
mis decisiones por mí. No tienes forma de saber si estoy embarazada o no
—aprieta los labios—. Solo porque no tengamos un contrato…
—Sé que no estás gestando, hembra. Siempre lo he sabido.
—Eso no es posible —retira la mano, obligándome a soltarla—. ¡Si
acabamos de conocernos! ¡Y para de interrumpirme!
—¿Conocernos? Llevo semanas estudiándote. No ves a ese macho
como tu pareja, ni intentaste anidar para proteger a tu prole. De vez en
cuando captaba tu olor en la brisa cuando ibas y venías de las ruinas a tu
nave. No hace mucho que olí la ovulación, y la sangre. Con un ciclo lunar
de diferencia. A Eestys le pasaba lo mismo.
—¿Eestys? Eso es absurdo.
—¿Absurdo? Esa palabra no tiene sentido para mí, hembra. Aunque tu
tono sugiere que no me crees. He cambiado para siempre gracias a ti. Que
esa sea la respuesta a cualquier pregunta que sientas que necesitas hacerme.
Eso, y quién te ha reclamado, porque ese amigo tuyo piensa que eres sssuya
—gruño.
A cada minuto, siento que recupero la fuerza y, con ella, la claridad. Mi
miembro se hincha con nueva semilla, endureciéndose por primera vez
desde lo de Zaku. El dolor de la necesidad de procrear vuelve con él, dolor
que creía haber dejado atrás. Con la hidratación, mis emociones aumentan
rápidamente. Y también mi necesidad de celo.
De aparearme.
Soy un naga paciente hasta que dejo de serlo.
La ira cruza las facciones de Shelby.
—¡No soy un trozo de carne que pueda reclamar cualquier macho
alienígena a su antojo! Hay leyes, y códigos, y mucho más. No sabes nada
de mí.
Es hipnotizante cuando se enfada.
—Si quieres saber la respuesta a tu pregunta —le digo, bajando la voz
—. Tienes razón. La otra mujer, tu Daisy, me apuñaló repetidamente
mientras yacía inconsciente y paralizado. Y no le faltaba razón. Había
intentado utilizarla para controlar a Zaku y les había atacado.
Los hombros de mi hembra se desploman.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque no te llevaron a la meseta. Porque mi necesidad de ti es difícil
de controlar.
Sus bonitos ojos marrones vuelven a posarse en los míos, y vuelvo a
quedarme embelesado. Fue el brillo que desprendían lo que me atrajo de
ella en un principio, eso y mi curiosidad por saber qué tramaba, pero verlos
ahora, de nuevo, hace que se me haga la boca agua.
—Vagan… —susurra mi nombre y se estremece, diciéndolo con tanta
dulzura que podría caer esclavizado a todos sus caprichos—. No puedes
reclamarme sin más —murmura, frotándose la cara—. Ni siquiera te
conozco. No puedes reclamar a la gente sin más, Vagan. No funciona así.
Cojo una trenza con el dedo y la hago girar.
—Puedes pensar lo que quieras.
Ella gime y desvía sus preciosos ojos.
Algo me toca el estómago y mis ojos se clavan en los suyos. Las yemas
de sus dedos se deslizan suavemente sobre las heridas que cicatrizan allí.
—No es tan fácil.
Le cojo la mano.
—No lo hagas.
No quiero que toque esas heridas. No se lo merecen.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Shelby se sobresalta y me suelta la mano, apartándose. Gruñendo,
encuentro a Collins de pie en la puerta. Sucio y despeinado, su mirada arde
de furia. Está preparado para luchar.
—Le estaba ayudando a coser la cola —dice Shelby, alejándose otro
paso con un resoplido.
Deslizo mi cola tras ella y la rodeo alrededor de sus pies. Sigues siendo
mía, pequeña hembra.
—Ya, claro —exclama Collins, y le tiende la mano—. Ven aquí, Shelby.
Un siseo sale de mi garganta. Enrosco mi cola más fuerte alrededor de
ella.
Shelby levanta las manos. Se aparta de mí, y se dirige furiosa hacia
Collins, empujándole para salir de la habitación.
—Ya estoy harta de vosotros dos, joder. Voy a encontrar la forma de
salir de aquí yo sola —gruñe, con la voz alejándose por el pasillo—. ¡Yo
sola!
Collins y yo nos fulminamos con la mirada.
Solamente uno de nosotros puede tenerla.
Y voy a ser yo.
NUEVE

EL CAMINO ES INCIERTO

Shelby

C ABREADA , atravieso furiosa el pasillo, asomándome a una habitación tras


otra, sin encontrar más que despachos y armarios. Me siento aliviada
cuando escucho que ni Vagan ni Collins me persiguen.
Le toqué los abdominales. ¿Por qué se los toqué?
¿Ahora estoy casada con él? Él cree que sí.
Habla de reclamos, nidos, y… proles.
¿He roto alguna norma cultural? Mis dedos se contraen, recordando la
reprimenda que me darían mis profesores por hacerle algo así a un
alienígena sintiente.
Dirían que es un error mío, típico de una mujer.
Pero Vagan no es tan alienígena como parece. Parece casi humano. A
veces. Hay atisbos de humanidad que me hacen reflexionar, solo para que
rápidamente vuelva a ser el extraño ser que es.
Todos los alienígenas son extraños, Shelby.
Todos.
Refunfuñando entre dientes, me limpio las manos en los pantalones. No
es propio de mí tocar a otro, y menos sin un motivo, sea alienígena o no.
Ayudar a Vagan con su cola era necesario. Eso fue suficiente para romper
las normas culturales. Normas que ya se han roto docenas de veces desde
que llegué aquí.
Sabía que le dolía, pero ¿tener fragmentos de hueso rotos dentro? ¿Y
ocultárselo a todo el mundo? Sacudo la cabeza. Nunca entenderé la mente
masculina. De ninguna especie, por lo visto.
Ahora mismo, son todos exasperantes.
Y mi difunta amiga lo había apuñalado repetidamente, probablemente
con la esperanza de matarlo.
Daisy no haría eso…
¿A quién pretendo engañar? Solo conocía a Daisy desde hacía un par de
meses, quizá menos, por las pocas veces que nos vimos durante la misión.
No conocía tan bien a Daisy. Apuñalar hasta la muerte a un alienígena
inconsciente podría ser algo habitual para ella. Era una soldado, una piloto,
que luchaba en la guerra contra los Ketts, antes de terminar siendo la piloto
de Peter.
Y ella había atacado a Peter.
Me agacho en una habitación vacía para recuperar el aliento. De todos
modos, ya nada de eso importa. Está claro que Vagan no es un violador loco
y salvaje, y Daisy sigue muerta.
Lo único que importa es salir de este lugar con vida. Preferiblemente,
antes de que la Central de Mando nos declare muertos a Collins y a mí y
nos abandone aquí en la Tierra. Abandono mi escondite y vuelvo al pasillo.
Y me detengo en seco cuando veo los restos de varios humanos contra
la pared delante de mí.
Estos humanos murieron hace mucho, mucho tiempo, me recuerdo.
Me acerco a ellos lentamente, y Daisy, Vagan y Collins desaparecen de
mis pensamientos.
Los cuerpos están sentados uno junto al otro, como si una vez hubieran
sido amigos. Uno está apoyado contra la pared, mientras que el otro ha
caído de lado. ¿Habían sido amigos? ¿O solo compañeros de trabajo?
¿Sabían lo que ocurría arriba y estaban atrapados aquí abajo, esperando
estar a salvo? ¿O estaban esperando su inevitable final?
Me abrazo el pecho.
Todos murieron tras la marcha de los Lurkers. Incluso los que estaban
bajo tierra.
Como yo en este momento. Abrazo mi cuerpo con más fuerza.
He revisado miles de registros, he escuchado miles de señales perdidas
que se habían enviado desde la Tierra durante aquellas horas finales.
Cientos de personas lo habían hecho antes que yo, y cientos lo harán
después, todas tratando de obtener información sobre lo que realmente
ocurrió entonces y por qué los Lurkers decidieron hacer lo que nos hicieron.
No solo eso, sino también adónde habían ido después.
Hay muchas teorías, pero ninguna puede probarse.
Los Lurkers desaparecieron con la misma certeza con que murió todo en
la Tierra. Mil quinientos años después, seguimos buscándolos.
Me agacho ante los cadáveres.
El que sigue sentado lleva un cordón con tarjetas colgando del extremo.
Una tarjeta llave.
Le quito el cordón con cuidado y la calavera cae al suelo.
—Lo siento —le digo—. Lo necesito.
Le quito el polvo a la tarjeta. El plástico se ha descolorido, pero las
palabras que contiene siguen siendo claras. En el reverso hay un código de
barras y una banda magnética, mientras que en el anverso hay un número de
identificación de empleado y un nombre.

—G RACIAS , Omar Hal —digo en voz baja, limpiándome la tarjeta en la


camisa y pasándome el cordón por la cabeza.
Me dirijo a una de las puertas cerradas cercanas y paso la tarjeta. La
puerta hace clic y consigo empujarla para abrirla. Al encontrar otro
despacho vacío, vuelvo a buscar una salida.
Los pasillos cambian a medida que avanzo. Ahora están repletos de
muebles rotos, puertas arrancadas, y la mitad de las luces parpadean. Me
encuentro con más cadáveres, pero estos cuerpos están desperdigados o se
encuentran en las esquinas, como si hubiera estallado una pelea o una
multitud se hubiera abalanzado sobre ellos. Hay paneles de seguridad
enteros destrozados, las rejas del techo han sido arrancadas y las puertas
cuelgan de sus goznes. Dirigiéndome a la pared de mi derecha, frunzo el
ceño al levantar el dedo hacia los agujeros que hay en ella. Golpeo algo con
la bota y sale rodando.
¿Casquillos de bala?
Trago con fuerza, sintiendo que mi corazón se acelera. Delante de mí
hay muchos más cadáveres. Y muchos más huesos. Están amontonados
frente a un conjunto de puertas dobles, igual que la puerta que da acceso a
este lugar.
Al dar un paso atrás, dos manos me agarran los brazos cuando mi
espalda choca contra algo duro.
Me doy la vuelta y la forma azul y escamosa de Vagan llena mi visión.
—Me has asustado —jadeo.
—No deberías vagar sola. Jamás. Ninguna hembra debería hacerlo.
—Bueno, esta hembra puede arreglárselas sola —trago saliva, muy
consciente de sus manos todavía están sobre mis brazos y de lo cálidas que
están, de lo grandes que son—. Aquí ya no hay nada vivo. Solo es un
edificio muy viejo —añado—. Creo que estaré bien.
—¿Estás sssegura de eso?
Su mirada se posa en los cadáveres y me suelto de su agarre.
—Sí, estoy segura.
—Ahí estás —oigo decir a Collins cuando aparece, pasando por encima
de los escombros y mirando mal a Vagan cuando llega a mi lado—. No
deberías vagar sola, Shelby.
Suspiro. Hombres.
—Mientras vosotros dos estabais por ahí viendo quien la tiene más
grande… —digo bruscamente—. He encontrado una llave. Y creo que
tenemos que ir por ahí —señalo las puertas dobles—. Es… —miro a mi
alrededor con un escalofrío—. Por donde todos los demás intentaban pasar,
al parecer. Quizá encontremos nuestra salida, o al menos alguna radio.
—No creas que una llave va a funcionar. Si lo hubiera hecho, aquí no
habría cadáveres —murmura Collins, dispersando casquillos de bala
mientras se dirige hacia las puertas, abriendo camino—. Pero podemos
intentarlo. Podría ser otra tarea para el chico serpiente.
Vagan sisea y mi carne se estremece. Deseando tener aún la chaqueta
del uniforme, me froto los brazos. Consciente de lo cerca que estoy de
Vagan, sigo a Collins, abriéndome paso entre los huesos.
—Vagan está herido. No debería atravesar más puertas de acero.
Collins coge el respaldo de una silla y aparta el resto de los cuerpos de
la puerta. Paso la tarjeta por la cerradura, donde hay surcos profundos,
como si alguien hubiera intentado arañarla, y no ocurre nada. Lo intento
una vez más y niego con la cabeza.
—No funciona.
—Ya me lo imaginaba. Vale, alienígena, te toca. Veamos si puedes
atravesar el metal dos veces —me incita Collins.
—Está herido…
—A mí no me parece que esté tan herido —dice Collins, mirándole
detrás de mí.
—Ssshelby, apártate —me susurra Vagan al oído, sobresaltándome.
Su aliento me pone los nervios de punta. Me relamo los labios y
retrocedo, volviendo a oler su delicioso aroma a especias. Antes de que
pueda reaccionar, Collins me agarra de la mano y me lleva por encima de
los huesos, empujándome detrás de él.
—Todo despejado —le lanza a Vagan otra mirada mordaz—. A menos
que te duela demasiado.
Al instante siguiente, un fuerte ruido retumba en mis oídos y las puertas
desaparecen. Vagan echa la cola hacia atrás mientras oigo el ruido sordo de
las puertas al otro lado del pasillo.
Abro la boca, con ganas de decir algo, asombrada por su fuerza.
Collins refunfuña y me sujeta con más fuerza, tirando de mí tras él. Con
Vagan ahora a mi espalda, entramos en otro pasillo más corto. Un cadáver
mira hacia donde habían estado las puertas, apuntándolas con un arma.
Detrás del cadáver hay un gran ascensor cuadrado con puertas y paredes de
cristal.
—¿Qué coño crees que ha pasado aquí? —Collins se agacha delante del
cadáver con la pistola.
—No lo sé.
Sintiéndome cada vez más inquieta, me dirijo al ascensor y pulso el
botón para llamarlo. Las puertas se abren de inmediato, entro y compruebo
los botones, y veo que necesito una tarjeta de acceso para utilizarlo.
—Este tipo era soldado —dice Collins, tirando de una placa en el pecho
del cadáver—. También tiene una tarjeta llave.
Escuchando a medias, mi corazón se encoge cuando miro los botones.
El número de la pared de enfrente hace que mi corazón se encoja aún más.
—Estamos en el primer piso —murmuro—. No queda más remedio que
no ir hacia abajo…
Collins se levanta.
—No puede ser en serio. Ya estamos bajo tierra.
Mi inquietud aumenta y vuelvo a mirar la pila de cadáveres.
—Esta gente no intentaba salir. Intentaba entrar.
Ahora tiene sentido. También había cadáveres fuera de la otra puerta…
Los Lurkers se marchaban, matando todo lo que encontraban a su paso.
Claro que intentaban entrar.
Cuando siento la cola de Vagan rozar mi pierna, sus ojos oscuros me
miran con una expresión ilegible y otro escalofrío me recorre.
Quiero salir de este lugar. Quiero que atraviese las paredes y la suciedad
y me saque de aquí.
No quiero seguir aquí.
Collins se levanta y se pasa la mano por la boca, observando el ascensor
y los cadáveres que hay detrás de nosotros.
—Quizá deberíamos volver —le digo—. ¿Revisamos las otras puertas
que están cerradas?
—Son callejones sin salida.
—¿Cómo lo sabes?
—Hay un plano de esta planta en una de las paredes por donde
entramos. Entramos por una cubierta de embarque subterránea. Si
retrocedemos, encontraremos las naves, pero no parece que haya otro túnel
de acceso, salvo aquel en el que caímos. Este es el único ascensor de este
nivel.
Empiezo a caminar.
—Así que o intentamos trepar por los escombros o bajamos. ¿Bajamos
y esperamos que haya otra forma de salir de este lugar, o nos arriesgamos a
que nos aplasten las rocas que caen?
—Eso parece.
—¿Qué puede haber ahí abajo?
Ni Vagan ni Collins responden.
Me vuelvo hacia Collins.
—¿Qué probabilidades hay de que Peter y los demás nos busquen?
—Si han sobrevivido, las probabilidades son bastante buenas. Al menos
harán que los centinelas busquen cadáveres, pero si buscas un rescate
inmediato, está claro que no.
—¿Qué quieres decir?
—Piénsalo, Shelby, las instalaciones se derrumbaban a nuestro
alrededor. Hay muchos escombros que atravesar. Aunque puedan localizar
con exactitud nuestra última ubicación, solo revisar los restos llevará
tiempo, por no hablar de lo que pueda haber en el suelo. No le dijiste a
nadie que podría haber algo bajo las instalaciones. Puede que no sepan
buscar más a fondo.
La cara de Collins se suaviza cuando la mía decae. Se acerca justo
cuando las lágrimas brotan de mis ojos y me toma por los hombros.
—Mira, tomaste una decisión, una equivocada, pero eso nos pasa hasta
a los mejores. Yo también he tomado muchas decisiones de mierda. Tantas
que he perdido la cuenta. No debería haberte gritado antes porque entiendo
por qué hiciste lo que hiciste. Probablemente, yo habría hecho lo mismo si
estuviera en tu lugar.
—No quería que pasara nada de esto —susurro.
—Ninguno de nosotros quiere cuando todo se va al garete —el consuelo
de Collins me tranquiliza un poco. Siempre está ahí cuando necesito que me
tranquilicen—. Por suerte, estoy entrenado para arreglar las cosas cuando
todo se pone feo —se ríe y me guiña un ojo, intentando hacerme sonreír—.
Además, se me da bastante bien.
Se inclina y me besa suavemente la frente mientras mis labios se tensan.
Sus suaves labios apenas rozan mi piel, suaves y delicados.
De repente, desaparece, arrastrado por un torbellino de extremidades.
Tropiezo hacia atrás cuando sus manos desaparecen de mis hombros.
Collins choca contra la pared frente a mí con la cola de Vagan enroscada
con fuerza alrededor de su pecho y cuello.
Vagan se levanta sobre su cola por encima de él.
—¿Te atreves a ponerle la boca encima? —sisea, con los músculos
contraídos y la cara contraída por la furia—. ¿Te atreves a poner tu boca
sobre mi hembra?
La voz de Vagan es profunda y grave, aterradora e intensa.
—Maldito alienígena salvaje —se atraganta Collins—. Lo sabía…
sabía… que no se podía confiar en ti.
Vagan lo arrastra por la pared cogiéndolo del cuello.
Me abalanzo sobre él y le agarro del brazo.
—¡Vagan, para! —grito. Unos músculos de acero chocan con mis dedos
—. ¡Lo estás matando! ¡Para!
—Te ha puesto la boca encima.
—¡Lo prometiste! ¿Recuerdas? —suplico—. ¡Me lo prometiste!
—Te puso la boca encima.
—¡Esa no es razón para matar a alguien! En ninguna cultura —continúo
suplicando, cada vez más frenética ante la falta de respuesta de Vagan.
Collins le da una patada.
—Hazlo, serpiente —ronca, esforzándose—. Mátame. Seguirá sin ser
tuya.
El rostro de Vagan se ensombrece.
—¡Para! —grito—. ¡Por favor, por favor, no lo mates!
Las mejillas de Collins se enrojecen, se le escapa una lágrima de los
ojos.
—Hazlo —jadea, con la voz entrecortada—. Haz que te odie. Ya has
matado a su amiga.
Envuelvo a Vagan con los brazos y tiro de él, poniendo toda mi fuerza
en intentar detenerlo.
—¡Por favor, Vagan, no! —grito con todas mis fuerzas—. ¡Para!
Algo me empuja y me aleja dando tumbos, hacia el ascensor. Extiendo
los brazos y golpeo los botones del ascensor. Una luz procedente de arriba
me escanea, reconociendo la tarjeta que llevo colgando en el pecho. El
ascensor se sacude. Choco contra la pared y me giro justo cuando las
puertas empiezan a cerrarse. Me precipito hacia delante, golpeando con los
puños el cristal justo cuando se cierran.
—¡No! —grito, viendo que Collins se lleva la mano a la pistola que
lleva en el cinturón.
Pulso todos los botones, rezando para que las puertas vuelvan a abrirse.
Paso la tarjeta por el lector.
—Ábrete, ábrete, ábrete…
El ascensor desciende.
—¡No! —gimo, cayendo de rodillas cuando desaparecen de mi vista,
oyendo un disparo instantes después.
DIEZ

UNA EXTRAÑA EN TIERRA EXTRAÑA

Shelby

C ONMOCIONADA , me apoyo contra la pared, mirando fijamente el muro de


cemento al otro lado del cristal, con el sonido del disparo resonando en mis
oídos.
Daisy tenía razón.
Temblando, retrocedo hasta situarme en la esquina, rodeándome la
cintura con los brazos. Demasiado aturdida para seguir avanzando, observo
cómo la pared de cemento se desliza a través del cristal, llevándome más
abajo. Cuando me acuerdo de respirar, solo me salen breves jadeos.
Los dos siguen vivos. Tienen que estarlo.
O los dos están ya muertos.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Me rozo la frente con los dedos en el
lugar donde Collins me besó. Ese punto me produce un cosquilleo. Sus
labios apenas rozaron mi piel. Ya me había besado así una vez, cuando me
prometió que me mantendría a salvo de los nagas, de Peter…
Se me oprime el corazón.
Malditos hombres. Malditos estúpidos.
Nunca les di ni la hora, no hasta que Collins quiso firmar un contrato
conmigo. De eso hacía ya más de un año y medio. Sentí que tenía que decir
que sí, pues sentía muchas cosas por él.
Collins solo quería protegerme. Y Vagan… Me estremezco. Debería
haber escuchado a Daisy. ¡Pero él me salvó! Y estuvimos hablando. Me
dijo que era suya, pero no le di mucha importancia. Estaba convencida de
que era más humano de lo que realmente era, demasiado centrada en la
situación y en la conexión que sentía con él. Me había dicho que era suya,
dos veces, y yo… lo ignoré.
Siento como mi dolor de cabeza vuelve con fuerza, obligo a mis pies a
ponerse en marcha y me dirijo a los botones del ascensor, limpiándome las
estúpidas lágrimas.
Tengo que volver con ellos. Ahora mismo. No quiero que nadie salga
herido por mi culpa, ni que nadie muera. Sin embargo, por mucho que
intente hacer lo correcto, la gente sale herida igualmente. Son los demás los
que siempre salen heridos.
Todo esto es culpa mía. Me centro en los botones, y apenas los veo.
Concéntrate, Shelby. Están bien. Tienen que estarlo. Casi me convenzo
a mí misma.
A pesar de que hay muchos botones, solo hay tres niveles, incluido el
que acabo de abandonar. Tres no son tantos. Me tiemblan los dedos. Me
aparto del panel y se pone en marcha. No tardaré más de un par de minutos
y volveré con ellos. Solo un par de minutos…
A medida que veo pasar más y más cemento, aprieto los dientes.
El ascensor no va rápido, y es muy grande, como si estuviera pensado
para maquinaria, aunque eso no explica las paredes de cristal. Me vuelvo
hacia las puertas y paso la mano por ellas, quitando una capa de polvo.
Ya debería haber llegado a otro nivel, ¿no? Vuelvo a pasearme, con
ganas de gritar cuanto más tarda el ascensor.
Vagan también me ha besado. Apretando los dedos contra mis labios,
los acaricio, recordándolo. El calor sube a mis mejillas, odiándome por no
detener a Vagan, y por besarle. Había creído que estábamos a punto de
morir. En aquel momento me sentí bien, agradecida. Quería besarle. ¿A
quién quiero engañar? Estaba atrapada debajo de él, y él era lo único que
me impedía perder la cabeza. En aquel momento le amé, sin saber
absolutamente nada de él. ¿Cómo podía no sentir nada, pensando que
estábamos a punto de morir juntos?
Él había intentado salvarme, y también había sacrificado su vida en el
proceso.
Pero me salvó y ambos sobrevivimos.
Ese frenesí, cálido y caótico que provoca el pánico, lo siento incluso
ahora, oprimiéndome la garganta y quemándome por dentro. Maldiciendo,
golpeo el cristal, frustrada porque todas mis elecciones, por pequeñas que
me parezcan, acaban siendo errores horribles.
Esto no es culpa mía. Es culpa de ellos. Si hubieran podido dejar atrás
su masculinidad tóxica durante cinco minutos y trabajar juntos… Vuelvo a
secarme los ojos.
Algo aparece, captando mi atención. El cemento desaparece de mi vista,
y debajo aparece un mundo completamente nuevo.
—¿Pero qué…?
Al girarme, todavía veo cemento, pero el espacio se ha abierto en todas
direcciones.
—¿Pero qué demonios…? —resoplo.
Ante mí hay una gigantesca cúpula circular por la que estoy
descendiendo. Y debajo hay un bosque salvaje. Es tan espeso que las lianas
crecen por los lados. Aunque es grande, puedo ver fácilmente el otro lado
de la cúpula, y la pared de cemento que la atraviesa, y veo que no hay otros
ascensores que entren o salgan de aquí.
Al desviar la mirada del bosque, que cada vez está más cerca, mis ojos
se desvían hacia el centro de la cúpula, donde una gran estructura mecánica
se eleva sobre los árboles.
La estructura está salpicada por todas partes de deslumbrantes luces
rojas y azules, que emiten luz suficiente para iluminar toda la cúpula. Las
luces suben y bajan como ondas eléctricas, aunque sé que eso no tiene
ningún sentido. Ráfagas de luz blanca iluminan las tiras cuando los colores
se tocan, haciéndome estremecer. Nunca he visto nada parecido, ni en
persona ni en mis estudios sobre alienígenas y la antigua tecnología
humana. Algo me hace pensar que no es de fabricación humana, no del
todo.
¿Tecnología Lurkawathiana? Apenas puedo hacerme a la idea.
Parpadeo con fuerza y enciendo los ojos.
Incluso desde donde estoy, a cierta distancia, el poder de la máquina me
envuelve. Los árboles más cercanos son más grandes y voluptuosos que los
más alejados.
Al acercarme a las copas de los árboles más altos, observo rápidamente
el resto de la cúpula, captando todo lo que puedo. Hay grandes conductos y
tuberías por todas las paredes, con etiquetas descoloridas que no puedo leer
desde lejos. Echo un vistazo al techo, que es sólido, con lo que parece ser
una gran pantalla, ahora apagada, o que ya no funciona, no lo sé. Tiene
varias grietas grandes.
Al descender bajo la arboleda, el ascensor se engancha y da un tirón.
Me agarro a la pared con la mano y cuanto más bajo, más brusco se vuelve.
Oigo un crujido y un chasquido debajo de mí. Al asomarme al exterior, las
gruesas ramas y las plantas se empotran contra el cristal.
El ascensor se bloquea. Pero entonces atraviesa lo que sea que haya
debajo de nosotros y se detiene definitivamente. El ascensor vuelve a
temblar y espero a que se abran las puertas. Lo intentan, pero se detienen a
mitad de camino. Al mirar hacia fuera, veo que todavía estoy muy por
encima del suelo.
Miro los botones y sigue diciendo que estoy en la primera planta.
Vuelvo a pulsarlos todos, pero no pasa nada.
El pánico vuelve a apoderarse de mí.
Me niego a esperar un milagro. Meto los dedos entre las puertas de
cristal y las abro. Separándolas todo lo que puedo, me agacho para ver más
lo que tengo ante mí.
Al principio, solo hay follaje cubierto de maleza, aunque, a través de él,
veo el suelo. Está agrietado por las raíces. Retiro las ramas con el brazo
izquierdo y agacho la cabeza para ver qué detiene el ascensor.
El ascensor se sacude y me alejo de la puerta. Oigo más crujidos y
chasquidos y vuelvo a mirar los botones.
Hace señales como si quisiera volver al primer piso.
¡Están vivos! Una angustiosa esperanza se aferra a mi garganta. Luego
se desvanece, sabiendo que quizá no lo estén los dos. El ascensor intenta
regresar y oigo cómo se rompen más ramas de los árboles.
Voy a tener que quitarlas para poder volver a subir.
Arrastrándome de nuevo hasta la abertura, es lo bastante grande para
que me cuele por ella. Me pongo en posición con las piernas por delante y
me deslizo fuera. Unos palos y unas hojas me rozan mientras me oriento,
llegando al suelo con los pies.
Enseguida veo lo que impide que el ascensor aterrice, parte de un árbol.
Uno parcialmente aplastado, que se astilla con cada temblor del ascensor al
intentar descender sobre él. Cojo una rama rota y tiro de ella para sacarla
del hueco, me muevo hacia atrás para dejarla caer sobre el suelo sucio y me
doy cuenta de que voy a tardar horas en despejar el camino de bajada.
Me pongo manos a la obra.
Rompiendo, estirando, y maldiciendo en voz baja, vacío poco a poco
todo lo que puedo.
Cuando solo queda una rama grande, el ascensor se tambalea sobre ella,
incapaz de atravesarla. Me giro para buscar algo que arranque o resquebraje
la madera.
El ascensor se encuentra en una cristalera octogonal que está casi
despejada. Hay tres juegos de puertas dobles, dos firmemente cerradas con
paneles junto a ellas, y unos túneles de cristal redondeados que salen de
ellas a través de los árboles.
Al oír el eco de un crujido detrás de mí, me vuelvo hacia el ascensor
justo cuando atraviesa la rama.
—Sí —jadeo, secándome el sudor de la frente.
El ascensor cae con un tintineo mientras vuelvo rápidamente hacia él.
Las puertas que he forzado empiezan a cerrarse. Introduzco el brazo y
siguen cerrándose, pellizcándome la piel.
—¡No! —gruño, luchando contra ellas.
Saco el brazo con otro grito ahogado y veo cómo el cristal se cierra ante
mí y el ascensor desciende por el hueco, hasta la siguiente planta.
—¡Joder! —grito, mientras desaparece de mi vista—. No me hagas esto.
Por favor, ¡no me hagas esto! Joder —grito, golpeando con el puño las
puertas que cierran el hueco del ascensor.
Apago los ojos, no quiero grabar lo que ocurre a continuación.
Me doy la vuelta y grito con todas mis fuerzas.
Lo expulso todo de mí. El estrés, el agotamiento, Peter, los nagas…
Inclinándome hacia delante, grito hasta que siento la garganta como si
estuviera llena de agujas y no puedo más. Mis gritos me devuelven el eco,
animándome a seguir.
No sé cuándo me detengo, solo que estoy sujetándome la cabeza, de
rodillas, cuando las ramas a mi lado se mueven y un olor acre y agrio
invade mi nariz.
Al levantar la cabeza para ver si el ascensor ha vuelto milagrosamente
hacia mí, mis ojos se posan en algo que hay en las sombras, a través de una
parte rota del cristal que muestra el bosque que hay más allá.
¿Qué puede ser? Mi corazón se para, dándome cuenta demasiado tarde
de que podría haber algo vivo aquí abajo conmigo.
Vuelvo a encender lentamente los ojos y atravieso las sombras con una
suave luz azul.
El destello de unas pupilas verticales de color rojo oscuro se encuentra
con las mías, situadas en lo alto y profundo de un rostro perfectamente
dibujado. Por encima de los ojos de la criatura, en la parte posterior de su
cabeza angulosa, sobresalen espinas negras de pelo grueso, o cartílago. Su
piel, de color verde parduzco y textura rugosa, asoma entre el follaje, medio
camuflada.
No puedo ver nada más.
Me tiemblan los dedos y busco la pistola que sé que no llevo en la
cadera desde hace más de un mes.
Oigo el tintineo del ascensor y me sobresalto, mis ojos se dirigen hacia
las puertas.
Huir… Esa palabra atraviesa mi mente en un susurro.
Con el miedo estrangulándome la garganta, la criatura gruñe mientras
me meto en el ascensor a mi lado. Vuelvo a mirarlo y me tambaleo.
Su cabeza se ha desplazado hacia delante y, mientras la miro fijamente,
se le abre la boca, y de un lado a otro de la cara aparecen dientes afilados
como cuchillas formando una mueca.
Y sé exactamente lo que estoy viendo.
Me apresuro hacia la parte trasera del ascensor.
—Cierra, cierra, cierra, cierra —ruego a las puertas—. Cierra, cierra,
por favor, cierra, joder.
Al oír cómo se mueven las ramas y crujen las hojas, me levanto de un
salto, corro hacia los botones y los golpeo con las manos.
—¡Cierra!
La criatura aparece en la puerta, y vuelvo a dejarme caer hasta que mi
espalda queda pegada a la pared. Un cuerpo larguirucho, ágil y correoso
aparece tras una cabeza reptiliana de pesadilla erguida hacia fuera y hacia
delante, con una gruesa cola balanceándose de un lado a otro tras ella.
Un Lurker.
El primero que se ve desde el día en que abandonaron la Tierra y
asesinaron a miles de millones de humanos.
—Humano —retumba, amenazador y lleno de odio.
Unas manos con garras agarran el marco de la apertura del ascensor
cuando se acerca a mí.
—No —susurro, rogándole.
Me agarra de la pierna y me arrastra hacia la cúpula.
ONCE

EL LURKAWATHIANO

Vagan

—L A HAS BESSSADO —siseo, deseando mancharme las manos con la sangre


de Collins—. Es mía.
Las palabras salen de mi garganta, furiosas y tensas.
Al oír un tintineo, un gemido ahogado y un golpe a mi lado, no miro,
incapaz de apartar los ojos del macho humano que se asfixia bajo mi agarre.
Es lo único que me importa. Una locura punzante me recorre en
oleadas, encendiendo nervios que han estado dormidos durante semanas
mientras me curaba. Con mi eje hinchado, se me ha acabado la paciencia.
Este macho ha puesto sus labios sobre mi hembra. Labios que le
arrancaré de la cara.
Furioso, la boca del macho se abre más para intentar aspirar el aire que
me niego a dejarle, y un sentimiento primitivo de justicia corre por mis
venas ante sus esfuerzos inútiles. Luchar por una hembra es una cuestión de
instinto.
Soy más fuerte, más grande y más letal que esta criatura.
No hay comparación. Pero él cree que sí. Me aseguraré de que no lo
piense más.
Sus ojos se humedecen, su cara se enrojece, y lo deslizo más alto sobre
la pared, viendo cómo le abandona lo que le queda de vida, viendo cómo
cruza por su cara la comprensión de que ha perdido.
—Cabrón —escupe, y la saliva me salpica la cara.
Un fuerte ruido corta el aire, sobresaltándome. El dolor me recorre todo
el cuerpo. Caigo hacia atrás cuando el dolor punzante se agolpa en mi
abdomen. Collins se deja caer al suelo con un gruñido ahogado mientras yo
miro lentamente hacia abajo, hacia mi abdomen.
Veo sangre. Mucha sangre. Alargo la mano hacia abajo y las yemas de
mis garras se deslizan por ella, encontrándose con una herida nueva. Siseo y
me llevo los dedos a los ojos.
¿Cómo?
Caigo hacia atrás y mi agonía aumenta. La sangre rezuma de la herida y
busco desesperadamente lo que me ha herido, para asegurarme de que no
me vuelva a hacer daño. Mi mirada se posa en el macho desplomado en el
suelo. Veo el arma enclenque que lleva en la mano, que se le escurre de los
dedos.
Lo miro atónito.
Shelby… Me doy cuenta de que no está. Estaría gritando, luchando,
interponiendo su cuerpo entre nosotros. Mi mirada se dirige al ascensor.
No está.
Me mareo intentando comprender cómo es posible, agarrándome el
estómago. Me debilito y caigo al suelo. Intento levantarme, pero me doy
cuenta de que no puedo, de que me debilito aún más. Mi visión vacila y
todo se vuelve negro.
Me despierto al oír un tintineo, cuando se abren dos puertas de cristal y
la cabina del ascensor vuelve a su sitio. Pero no está Shelby esperándome
tras ellas. No hay nada. Gimiendo, meto la cola debajo de mí y me levanto
apoyándome en las manos.
—Shelby —ronco.
¿Dónde está? ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
Cuando miro hacia atrás, veo que Collins sigue en el suelo. Su pecho se
mueve y sé que no está muerto. La sangre fresca gotea de mi nueva herida
mientras atrapo su arma con la punta de la cola y la traigo hacia mí.
Aplasto el arma y la arrojo lejos, asegurándome de que no volverá a
hacerme daño.
Volviendo la vista hacia la forma de Collins, me debato entre terminar la
ejecución y acabar con mi rival de una vez por todas.
No es tan débil como yo creía. No volveré a cometer ese error.
Me lo prometiste. La voz de Shelby me retumba en la cabeza.
Me doy la vuelta. Mi rabia ha disminuido un poco.
Arrastro mi cuerpo hasta este ascensor, recuerdo a Shelby y a Collins
hablando de los botones y los pisos de este lugar, que va a más profundidad.
Al inhalar, me llega su olor, pero ya no es fresco. Y con él el hedor del
miedo, la sal y sus lágrimas. También hay un aroma agrio y rancio que me
pone los nervios de punta. Suelto un siseo dolorido y frustrado. No soy un
naga de tierra, ni un naga de bosque, soy una serpiente acuática, y estas
miserables ruinas humanas no son para alguien como yo.
Levanto la mano de mi herida y la sangre me brota con fuerza.
Te encontraré.
El fuerte olor de su miedo me produce un escalofrío. Sigo sin entender
por qué no está aquí. Le dije que no fuera sola a ninguna parte. Las hembras
siempre deben escuchar a sus machos.
Al pulsar todos los botones y meter el resto de mi cola cuando se cierran
las puertas, un cadáver se precipita conmigo en la cabina, haciéndose
pedazos por el suelo. Una luz surge de arriba y escanea algo unido al
cadáver.
La cabina desciende y pierdo de vista la forma de Collins.
Al sentir algo extraño dentro de mi cuerpo, me miro el estómago
perforado. Algo extraño que no es un hueso. Me meto los dedos en la herida
y busco, encontrando piedras duras. Resollando de dolor, desentierro tres de
ellas y me desplomo contra la pared, cerrando los ojos.
Oigo otro ruido y abro los ojos.
Estoy frente a un bosque, con montones de ramas y hojas rotas, pero es
el hedor pútrido del aire lo que me hace reflexionar. Penetra en el ascensor
y en las paredes, llevándose todo olor de Shelby.
Me pongo en pie y salgo de la cabina antes de que se cierren las puertas,
encontrándome cara a cara con cristales rotos y restos de árboles. El olor de
Shelby es más fuerte aquí. Las plantas se aprietan contra las paredes de
cristal que me separan parcialmente del bosque exterior, y junto a esas
plantas hay árboles con extrañas hojas y enredaderas. Trepan por las
paredes de dentro y fuera del espacio en el que me encuentro.
¿Hay bosques bajo la tierra?
Oigo cerrarse las puertas del ascensor, y luego nada de nada.
Todo está quieto. No hay brisa que agite las ramas, ni gorjeo de
insectos, ni siquiera el canto de los pájaros.
Arranco las hojas de una rama, y las junto a mi herida, pasándolas por
mis escamas para que se peguen, y me deslizo por el montón de ramas. El
olor acre se intensifica.
Huele como el cadáver putrefacto de un naga.
Al deslizarme por el espacio despejado, me doy cuenta de que no estoy
en un bosque, no exactamente. Estoy en una sala de cristal con túneles que
conducen al exterior. Parte del cristal está roto por donde han atravesado los
árboles. Hay luz, pero es tenue y parpadea a través del espeso follaje.
Frunzo el ceño.
—¡Suéltame!
Al girarme, oigo el grito de Shelby procedente del exterior de la
estancia. Avanzo hacia la abertura rota y me adentro en el bosque.
—¡Shelby! —grito, esperando que vuelva a gritar.
Ella vuelve a gritar, y mi mente bloquea todo lo demás.
Al oír un ruido delante de mí, arranco las ramas, arrastrando la maleza,
necesitando llegar hasta ella como si fuera mi último aliento. Las espinas
rozan mis escamas y las flores se pegan a mi piel. Un áspero chasquido me
llega a los oídos, seguido de gritos ahogados y gruñidos.
Golpeo la parte trasera de una bestia, haciéndola chocar contra el árbol
más cercano, enroscando rápidamente mi cola a su alrededor. Una carne
dura se encuentra con la mía, y sus miembros son grandes y voluminosos.
Al ver que la criatura aún tiene agarrada a Shelby mientras lucha, hundo
profundamente mis colmillos en el músculo fibroso.
El monstruo suelta la pierna de Shelby y ella se escabulle de debajo de
él. Se echa hacia atrás con un rugido y me atrapa. Aprieto más fuerte a su
alrededor mientras tira de mi cola.
—¡Vagan! —grita Shelby a mi lado.
Unos pinchos salen disparados de la espalda de la criatura, clavándose
en mis escamas, obligando a mis colmillos a aflojarse y a soltar su hombro.
Gira sobre sí misma y me estampa contra el tronco del árbol más cercano.
Le golpeo. Rodeándole el cuello con el brazo, aprieto, intentando asfixiar a
la criatura como hice con Collins. Mis oídos están saturados de ruidos
guturales, procedentes de ambos.
Los pinchos de su espalda rasgan mis escamas y se clavan en mi.
Mi agarre vacila.
Por el rabillo del ojo, veo a Shelby acercarse.
El terror me invade.
Levanta una gran rama y le golpea en la espalda. La criatura deja de
golpearme y yo salgo de entre ella y el tronco del árbol, apartando mis
miembros de su voluminosa forma. Ella levanta de nuevo la rama y le
golpea en la cara.
Se tambalea hacia atrás y luego adelanta la cabeza en dirección a ella,
mostrando una gran boca con hileras de dientes afilados.
—¡Corre! —grita, cayendo de culo.
Retrocede por el camino de vuelta a la primera estancia. Golpeo de
nuevo con mi cola la cara del monstruo y salgo tras ella. Cuando la alcanzo,
está trepando por la abertura rota. Al ayudarla a salir, oigo cómo las ramas
crujen y se agitan detrás de nosotros.
—¿Dónde está el ascensor? —grita, golpeando un panel de una pared
cubierta de enredaderas cuando estamos al otro lado.
La cabina del ascensor ha desaparecido.
La sujeto y la hago retroceder.
—Tenemos que escondernos —ronco, mientras se le desencaja la cara
cuando ve sangre en mi estómago—. Ya —le insisto.
No sé qué criatura es, no sé a qué nos enfrentamos.
El miedo se dibuja en su rostro, se da la vuelta y corre hacia una de las
puertas dobles. Coge el picaporte y tira. No se abre.
—Joder, joder, joder. ¿Dónde está la tarjeta?
Sus dedos aferran el cordón de su cuello, haciéndola girar.
—No eres humano —gruñe una voz grave detrás de mí.
Me giro para encontrar al ser monstruoso trepando por la abertura.
Lo golpeo con la cola, empujándolo hacia el bosque. Sus ojos rojos se
encuentran con los míos y se endereza de inmediato.
—¡Vagan! Se ha abierto. ¡Vamos! —grita Shelby.
Atraviesa las puertas y las cierra detrás de mí con un golpe seco. Shelby
retrocede varios pasos y yo la atraigo hacia mí. Enroscando mi cola a su
alrededor, la retengo detrás de mí. Las puertas se sacuden y la criatura grita.
Me preparo para que las puertas se abran de golpe, cubriéndome el
estómago con un brazo.
Los golpes se vuelven frenéticos. Mis músculos se tensan. El rugido se
transforma en un veloz traqueteo.
Las puertas resisten.
Desplazando a Shelby hacia atrás, nos adentramos en el túnel de cristal.
—Hay otra puerta —jadea.
Mantengo la mirada fija en el traqueteo de las puertas mientras ella se
aparta de mi cola.
—Vagan, vamos —me llama. Retrocedo hacia su voz, cruzando este
segundo umbral.
Clic clic clic clic clic…
Las nuevas puertas se cierran, interrumpiendo mi visión, y el chasquido
desaparece. Los brazos de Shelby me rodean y por fin desvío la mirada.
Aprieta la cara contra mi costado y solloza.
La rodeo con el brazo para protegerla y estrecho su pequeño cuerpo
contra mí.
—No passsa nada —le digo débilmente.
Es lo último que hago antes de desplomarme.
DOCE

MOJADOS

Shelby

V AGAN SE DESLIZA hacia abajo y yo aprieto más mi cara contra él.


Cuando el Lurker me sacó del ascensor, me di por muerta. El alienígena
arrastró mi cuerpo dando tumbos hasta lo más profundo del bosque de la
cúpula, hasta una arboleda circular donde claramente vivía. El hedor de los
excrementos aún permanece en mis fosas nasales, provocándome náuseas
junto con todo lo demás que siento.
Solamente había conseguido escapar porque el Lurker me había soltado
para encontrar algo con lo que atarme. Corrí, rezando para poder llegar de
nuevo al ascensor, pero me alcanzó primero, inmovilizando mi cuerpo
contra el suelo.
Si Vagan no hubiera llegado en ese momento…
Su mano se desliza por mi cuerpo mientras tiemblo intensamente,
imaginando lo que habría ocurrido si no me hubiera encontrado. ¿Cómo
puede ser que haya llegado a confiar tanto en él tan rápido? ¿Por qué todo
lo que quiero hacer es llorar porque él está aquí?
Las manos de Vagan se separan de mí, y alzo la cabeza para
encontrarme con su boca entreabierta y los ojos entornados.
—¿Vagan?—digo, apartándome de él.
Se deja caer y se desploma por el suelo. Le cubre mucha sangre, y a mí
también.
—¿Vagan? —digo más alto, arrodillándome a su lado.
No responde. Me inclino sobre él y le tomo la cara por las mejillas.
—¡Vagan, despierta! ¡Despierta ahora mismo, joder! —grito, con voz
chillona.
Le suelto la cara y su cabeza cae de lado.
—¡Mierda!
Me pongo en pie a trompicones y miro frenéticamente a mi alrededor.
La habitación en la que estamos está justo fuera de un vestíbulo que da
a otro lleno de mostradores blancos, armarios de cristal, maquinaria
elegante que no reconozco y somieres de cama. Me doy cuenta de que
estamos en una especie de laboratorio de investigación, y Vagan y yo
estamos en una sala estéril que conduce a él.
El laboratorio es amplio y circular, con otra sala cerrada frente a
nosotros, y solo algunas partes de las paredes exteriores son de cristal. La
espesura del bosque las presiona desde el otro lado. El techo está cubierto
de tuberías y conductos que desaparecen en las paredes.
El espacio está débilmente iluminado, como si todo el mundo acabara
de salir por la noche y fuera a volver mañana. Algunas máquinas zumban
mientras otras están apagadas. Aparte de algunos cristales rotos en el suelo,
el laboratorio parece casi intacto.
Me pongo en pie y paso la tarjeta para acceder al espacio más grande.
Una ráfaga de aire me golpea y empiezo a abrir armarios, a buscar
suministros y a coger el botiquín de primeros auxilios que cuelga de una de
las paredes. Hay una habitación más pequeña a mi derecha con asientos y
una mesa ovalada, y una vieja pantalla de televisión en una pared. Hay dos
cuerpos encorvados ante la mesa, cada uno con una pistola en la mano.
Tienen la parte posterior del cráneo destrozada.
Les arranco las pistolas de las manos, activo sus seguros y las guardo en
la cinturilla de mis pantalones.
Vuelvo al laboratorio y me apresuro hacia el fregadero. El agua sale a
borbotones con chorros marrones. La dejo correr y vuelvo hacia Vagan y la
“sala estéril”, donde hay batas de laboratorio y trajes protectores colgados
de las paredes, y coloco el botiquín a su lado. A continuación, cojo algunas
de las batas de las paredes, me dirijo al lavabo y las empapo.
Dos minutos después, estoy limpiando la sangre de sus heridas y
rezando para que el esparadrapo médico del botiquín aún tenga suficiente
pegamento en buen estado para sellarlas.
—No te me mueras… —murmuro en voz baja, con las manos
temblorosas. Cuando por fin tengo el esparadrapo en su sitio, coloco las
primeras tiras al azar—. Has sobrevivido hasta aquí. Saldrás de esta,
maldita sea.
Hablar me mantiene centrada. Sigue sin responder.
—No te atrevas a dejarme sola aquí abajo —gruño, cerrando bien la
herida de bala.
Collins le ha disparado. La sangre mana sobre mis dedos, haciendo que
resbalen.
—Agua —ronca.
Le miro a la cara y veo sus labios entreabiertos y resecos.
—Agua —susurro, medio aturdida—. Quieres agua.
Vuelvo corriendo al grifo y cojo el vaso más limpio que tengo cerca y lo
lleno. Al volver junto a Vagan, el agua salpica y la vierto suavemente entre
sus labios.
—Más —dice, tragando débilmente.
Inclino el vaso. Su garganta se sacude y le doy el resto.
—Más —exige, esta vez más alto.
Me voy y vuelvo con un vaso lleno.
—Más…
—Pero tus heridas…
—Déjalas…
Sacudo la cabeza, entusiasmada por el hecho de que sea capaz de
hablar, vuelvo corriendo al laboratorio y busco un cubo, llenándolo hasta
arriba. Lo arrastro de vuelta y relleno el vaso justo cuando Vagan se
abalanza sobre el cubo y sumerge la cara en él.
Confundida y tal vez un poco conmocionada, me quedo mirando cómo
se lo traga, cómo levanta el cubo y se empapa el cuerpo, y cómo sus heridas
dejan de sangrar visiblemente poco después, con las escamas apretándose a
su alrededor.
—¿Eres… un ser acuático? —tartamudeo.
—Sssí —balbucea—. Un naga de agua.
Vuelvo al laboratorio y empiezo a llenar todos los recipientes que
encuentro, volviendo a empaparle. Después de mi quinto viaje, sus ojos
empañados empiezan a recuperarse.
Me dejo caer a su lado, exhausta, y le pongo el resto del esparadrapo
médico, cerrando el resto de su herida mientras él me observa. Cuando
termino, me apoyo en la pared junto a él, jadeando.
Aún no he recuperado el aliento. Me duele la cabeza como si tuviera un
martillo clavándose en mi cráneo. Deslizo el botiquín hacia mí, rebusco un
analgésico y encuentro varias pastillas selladas. Me las trago, sabiendo que
probablemente no funcionarán.
Permanecemos un rato sentados en silencio. Vagan se pone de lado y me
pasa el brazo por encima de las piernas, como si necesitara asegurarse de
que no me iré de su lado.
Físicamente, es muy fuerte, pero verle hacer algo así, un gesto tan
vulnerable, me oprime el pecho.
Alargo la mano y le devuelvo el apretón.
—No me iré a ninguna parte —susurro—. Te lo prometo.
Empapada, dolorida y sola, con un Lurker cazándonos, me dejo vencer
sin querer. Los latidos de mi corazón se ralentizan y la opresión de mi
garganta se afloja. Temblando, el agotamiento invade mis miembros y un
profundo y silencioso temor se instala en mi mente. Estoy herida, no he
comido casi nada en días… Mis pensamientos se nublan solo por el
esfuerzo de tenerlos.
Ahora estamos vivos, pero ¿durante cuánto tiempo más?
Las estadísticas y los análisis no son mi fuerte, aunque nuestras
posibilidades de supervivencia son fáciles de ver. Empeoran por momentos.
Ya no estamos atrapados por las rocas, pero esta desesperación me
recuerda lo mismo. Al menos no estoy sola. Aprieto con más fuerza a
Vagan.
—Desapareciste —ronca—. No quiero volver a oírte gritar.
Se me escapa una risa absurda ante sus palabras.
—Lo mismo te digo.
No menciono a Collins.
Volvemos a callarnos y el tiempo pasa. Vagan cierra los ojos y yo
vuelvo a apoyar la cabeza contra la pared. Está gravemente herido, y temo
que si me muevo, solo lo empeore. Y no quiero moverme. Me duele todo el
cuerpo.
Observo su cuerpo, parcialmente enroscado a mi alrededor, con la cola
en un amplio arco bajo mis pies. La mayor parte de sus escamas zafiro
brillan con el agua, atrayendo mi mirada hacia arriba y hacia abajo a lo
largo de su larga y gruesa cola. Su cara y la punta de su cola anaranjadas,
compensan el azul de su cuerpo de tal forma que es imposible apartar la
mirada una vez que la tienes atrapada en él.
A pesar de la herida y de la sangre que aún gotea de sus pequeños
cortes, diría que nunca he visto nada en el universo ni remotamente
parecido a él. Vagan es único. E incluso mientras descansa a mi lado, es
muy, muy masculino.
Tiene músculos turgentes y una complexión larga y ágil, delicadamente
acolchada con escamas fuertes, pero lisas y puntiagudas. Toco la más
cercana, una en el lateral del cuello, y la recorro con la punta del dedo. Es
lisa, y suave, pero cuando la aprieto ligeramente se percibe en su interior
una firmeza que ofrece una armadura natural.
Mientras inspecciono su escama, la punta de su cola rodea suavemente
mi tobillo, deslizándose por mi pierna. Retiro el dedo cuando llega al
muslo.
Él detiene su ascenso, y yo miro fijamente la punta anaranjada que
apunta hacia el centro de mis muslos, apretando inconscientemente mi sexo.
Aprieto las piernas todo lo que puedo, y un rubor sube a mis mejillas.
El sofoco me recuerda que también me estoy enfriando por momentos,
que si no me caliento pronto, voy a ponerme enferma. Me inclino sobre la
espalda de Vagan para entrar en calor, y él gime.
Me aparto de él.
—Lo siento —digo, con los dientes castañeando—. No quería hacerte
daño.
Se levanta apoyándose en las manos y me mira a los ojos. El dolor
moldea sus rasgos y con él una fiereza que debería hacerme huir de nuevo.
Sus pupilas son tan oscuras que resultan perturbadoras. En lugar de eso, lo
único que deseo es apretarme contra él y buscar consuelo, y calor.
—Tienes frío —dice.
Se me escapa otra risa nerviosa.
—Se me está acabando la adrenalina. No sé si eso es algo bueno…
Vagan sigue escrutándome, lo que me inquieta cada vez más, sobre todo
porque la punta de su cola sigue apoyada en mi muslo. No toco a los demás,
sean humanos o no. Esta cantidad de caricias me inquieta.
—¿Te gusta tener frío? —me pregunta ásperamente.
Frunzo el ceño.
—No.
Se endereza con una mueca de dolor y yo me incorporo tras él.
—¿Qué haces? Se te va a abrir la herida. No deberías moverte.
Aun así, Vagan me estrecha en sus brazos. Cuando me atrae hacia él, me
quejo por su bien.
—Vagan, por favor, ten cuidado.
No me quedan fuerzas para luchar. Aprieto la cara contra su pecho. Si
nos atacan de nuevo ahora mismo soy un peso muerto.
Me saca de la húmeda sala estéril y me lleva al laboratorio, cogiendo
algunas de las batas mientras echa un vistazo por el laboratorio. Entramos
en una sala de conferencias más oscura, donde están los cadáveres. Se
dirige al rincón del fondo, me deja en el suelo y me cubre con las batas de
laboratorio.
—¿Qué haces? —pregunto, cuando empieza a arrastrar hacia nosotros
las sillas vacías de alrededor de la mesa.
—Nuessstro nido —resopla con un débil siseo—. Construyendo… un
nido para nosotros.
Nosotros…
Cubriéndome con las batas hasta la barbilla, observo cómo coloca las
sillas formando un arco a mi alrededor, aprisionándome contra la pared.
Cuando termina con eso, voltea la mesa de lado, desparramando los huesos
y creando una barrera entre nosotros y la puerta. Meto la mano en la cintura
de mis pantalones empapados y saco las pistolas, colocándolas a mi lado.
Vagan regresa y enrosca su cola entre las sillas y yo, formando así la
última barrera.
Su herida, todas sus cicatrices, y sus hermosas escamas vibrantes están
ahora expuestas para que las estudie de nuevo a mi antojo, con su figura
ágil y masculina extendida en un arco a mi alrededor.
Siento una oleada de calor en el pecho. Incluso con el dolor que siente,
que no puedo ni siquiera imaginar, está pensando en mí.
Nadie en su sano juicio pensaría en otro en el estado en que él se
encuentra.
Ni sería capaz de hacer las cosas que hace con una herida como la suya.
Puede resistir muchísimo, más que cualquier humano, y eso hace que
sienta aún más curiosidad por él y por los de su especie.
El rostro de Collins se cuela en mi mente, recordando la última vez que
lo vi, y mi repentina calidez se enfría. No me atrevo a hablar de él, no
puedo aceptar la idea de que podría estar muerto. Sobre todo asesinado por
el ser que me está dando el consuelo que tanto necesito sin siquiera
pedírselo.
Vagan me lo prometió.
Ahora mismo, tengo que confiar en esa promesa. Cierro los ojos con
fuerza y rezo para que Collins se quede donde está.
Vagan se apoya en la pared a mi lado y aprieta su larga cola contra mi
otro costado.
Abro los ojos.
—¿Crees que aquí estamos a salvo?
—Por ahora.
—Esa criatura…
—No es una criatura, es un monstruo.
—¿Un monstruo? —pregunto indecisa—. Es un Lurker. Uno de los
alienígenas que perpetraron el genocidio contra mi pueblo.
—A las bestias así las llamamos monstruos.
—Los has visto antes —afirmo, en lugar de preguntar.
—Sssí.
No soportando esa información mejor que la posibilidad de que Collins
esté muerto, me aprieto contra el hombro de Vagan. ¿Cómo es posible que
haya Lurkers aquí, después de tanto tiempo?
¿Y eso qué significa para nosotros?
Temblando, me quito las batas de laboratorio de encima y empiezo a
quitarme la ropa mojada. Quitarme las botas es la mejor decisión que he
tomado en mucho tiempo, pero quitarme los calcetines sucios y empapados
es aún mejor. Muevo los dedos de los pies y suspiro. El pequeño acto de
autoplacer solo hace que me canse más.
Cuando empiezo a quitarme los pantalones, Vagan se pone rígido a mi
lado.
—¿Qué haces?
—Quitándome la ropa mojada para que se seque y no tenga tanto frío.
Si me pongo enferma, no seré de mucha ayuda —digo, arrojando los
pantalones a una de las sillas y quitándome luego la camisa. La tiro en la
silla junto con los pantalones.
Estoy corriendo un gran riesgo. Podrían atacarnos de nuevo, y yo estaría
prácticamente desnuda si eso pasa. No tendría tiempo de vestirme.
También estoy en un planeta alienígena, y mi sistema inmunitario no
puede soportar que enferme sin los recursos de la nave de transporte. He
oído hablar de esos “resfriados” de la Tierra y decido que estoy dispuesta a
correr el riesgo.
Cuando únicamente me queda la ropa interior y el cordón con la tarjeta
de acceso, vuelvo a ponerme las batas de laboratorio alrededor, colocando
una sobre Vagan. Me observa, su mirada oscura se desliza por mis hombros
y piernas desnudas, acariciándome el tobillo desnudo con la punta de la
cola. Por extraño que parezca, confío en que no hará nada. Al menos no en
el estado en que se encuentra. Me coge la mano antes de que pueda
acomodarme.
Se la lleva a los labios y me besa los dedos.
—¿Ya tienes calor, pequeña compañera?
La punta de su cola se enrosca en la parte inferior de mi pierna.
—Pronto lo tendré —digo, insegura de lo que está pasando y demasiado
cansada para preocuparme realmente—. Y no soy tu compañera —susurro
—. Llámame de otra forma.
Aunque quisiera ser su “pequeña compañera”, no podría. Intentando no
pensar en ello, me ajusto las vendas que milagrosamente permanecen sobre
la herida de mi cabeza y me las quito.
Supongo que es una especie de prueba. Si intenta algo, conoceré su
verdadera naturaleza y si no lo hace, entonces sabré que puedo confiar
plenamente en él.
Alarga la otra mano y entrelaza suavemente sus dedos en mi pelo.
—Tus trenzas se están deshaciendo. Hay agua en ellas que te mantendrá
fría.
Miro hacia abajo y veo que más de la mitad de las trenzas están
deshechas. Me toco una. El gel fijador está desapareciendo. No me he
permitido el lujo de llevar un pañuelo desde la traición de Peter, y el fijador
era lo único que las mantenía intactas.
La bata de laboratorio se abre y rápidamente me la cierro sobre el
pecho. Aún llevo puesto el andrajoso sujetador, pero mis pechos se
presionan contra él, y Vagan no tiene por qué verlo.
Retiro las trenzas de las manos de Vagan y me echo el pelo hacia atrás.
—No me pasará nada. Las batas me abrigarán lo suficiente.
—Permíteme —dice, moviéndose hacia arriba.
Antes de que pueda negarme, me recoge el pelo y me gira para que mire
hacia otro lado.
—¿Qué haces? Tienes que descansar —le digo. Intento girarme,
limitándome a mirar por encima del hombro—. Tenemos que descansar
mientras… —me detengo cuando me tira suavemente del pelo y me saca
unas gotas de agua de las trenzas.
No llega a gotear por el escaso espacio que hay entre nosotros… Vagan
se mete las puntas de mis trenzas en la boca y chupa las gotas que suelta.
Aturdida, lo único que hago es mirar.
Trenza tras trenza, va sacando el agua, llevándosela a la boca. Siento
una sensación de calidez en el pecho cuando sus ojos se fijan en los míos.
Su voz es grave y envolvente cuando se lleva una trenza a los labios.
—Llevas el pelo como mi cola. Largo y esbelto, somos semejantes.
Somos iguales —murmura.
¿Qué está ocurriendo? Mis labios se entreabren.
Vagan retuerce y recorre porciones de mis mechones, chupando sus
puntas, asegurándose de que no quede ni una sola gota que no acabe en su
lengua. Sus colmillos se enganchan en mis apretados mechones de vez en
cuando, provocándome punzadas en el cuero cabelludo por los tirones.
Varias trenzas más se me deshacen y los mechones sueltos empiezan a
crisparse.
—Hasta que mis trenzas se deshagan por completo —murmuro porque
no sé qué más decir—. Y entonces desaparecerá cualquier parecido con tu
cola —sonrío ligeramente, a pesar de ver cómo se suelta mi alborotada
melena—. No pasa nada si se sueltan. Mi pelo necesita un descanso.
—Me gustaría ver tu pelo suelto. ¿Por qué llevas el pelo como una cola?
Solamente Collins me ha visto alguna vez sin el pelo trenzado… Hago
una mueca de dolor y alejo el pensamiento. Calmada por los cuidados de
Vagan, mi mirada se posa en él.
Normalmente, la gente solo me pregunta por mis ojos, o cuestiona mi
formación académica.
—Trenzarme el pelo hace que sea más fácil de manejar —digo—.
También me gusta cómo queda.
Antes de lo que me gustaría, deja de beber el agua sobrante, y me
desplazo hasta el suelo para apoyarme en su brazo. Mueve una parte de su
cola bajo mi cabeza, acolchándola, y me rodea con el brazo por encima de
la cabeza. Me doy cuenta de que echo de menos los tirones, las caricias y la
atención.
—Uno de nosotros debería vigilar —bostezo.
—Uno de los dosss lo hará.
—Debería ser yo.
No me contesta, sino que se quita la bata de laboratorio que le he puesto
y me la pone por encima. Me acurruco en ella y me duermo.
TRECE

MONSTRUO

Vagan

S HELBY SE QUEDA DORMIDA a mi lado, mientras yo intento mantenerla lo


más caliente que puedo. Debería haberme dado cuenta de que los humanos
son criaturas de sangre caliente, porque yo no lo soy. Por mis venas corre
sangre fría. Busco el calor a menudo, siendo como soy, pero ¿una criatura
como un humano también busca el calor?
Debería haberme dado cuenta de que incluso las criaturas de sangre
caliente pueden tener frío.
Ella sigue tiritando y yo maldigo, sintiéndome incapaz de
proporcionarle los cuidados básicos. Echo un vistazo a la habitación, casi
vacía, y no hay nada a mi alcance que pueda utilizar para que esté más
cómoda. Ya está envuelta con todas las batas que quedaban en la otra
estancia.
Me asaltan las preocupaciones cuando acurruca las piernas contra el
pecho y se lleva las manos a los labios temblorosos.
¿Permitirá que la lleve a mi nido? Mi nido está en la superficie, cerca
del agua, y puedo proporcionarle muchas pieles para que esté cómoda. Pero
la cueva es fría y el agua también.
Hacer mi nido más cálido y confortable será lo primero que haga
cuando salgamos de este lugar, y si tengo suerte, a ella le gustará ayudarme
para no equivocarme.
Me acerco uno de sus mechones a la nariz y mis pensamientos van a la
deriva con su aroma tan fresco en mi interior. La he vuelto a salvar. Pero no
es suficiente. Aún está herida, cansada y desconfía de mí. Lo sé. Sus ojos
reflejan un brillo de desconfianza cuando los miro. Mis dedos pellizcan su
trenza. No he hecho lo suficiente para mantenerla a salvo.
Si hubiera estado en la meseta como debía…
Vuelvo a echar un vistazo a la habitación, a la barrera de mala calidad
que he levantado, y me irrito. Estaría a salvo en mi guarida, en mi nido, y
no aquí, en este foso hecho por humanos. Estaría en mis brazos, donde
nadie podría arrebatármela, completamente curada y sin sufrir ningún
dolor.
No nos esconderíamos de un monstruo.
Por fin la tengo en mis brazos, aunque estamos lejos de lo que podría
llamarse un entorno seguro.
Presiono con la mano la herida cerrada de mi estómago y gimo,
sentándome más erguido. Veo la ventana de la otra habitación por encima
de la barrera. Un extraño follaje se aprieta contra ella, con tanta fuerza que
no puedo ver nada más. El monstruo está ahí fuera. Está merodeando,
buscándonos y planeando su próximo movimiento.
Es un cazador.
Nunca he visto un monstruo como él, aunque es parecido a muchas de
las bestias que he encontrado en el pasado. Todos son agresivos, rabiosos,
violentos… Malvados.
Pero este habla.
Dice palabras que entiendo.
No me gusta entenderlo, sobre todo después de haber matado a tantos en
el pasado. Han pasado muchos años desde la última vez que vi uno.
¿Habrán evolucionado? ¿Podrían haberse retirado bajo tierra y hacerse más
fuertes?
Si hay bosques bajo tierra, es posible.
Sacudo la cabeza, sin apartar los ojos de la ventana. Los otros nagas que
los cazaban lo habrían sabido. Habrían compartido esa información con sus
clanes y con los pocos nagas en los que confiaban. La información sobre los
monstruos se habría acabado difundiendo porque los monstruos necesitaban
morir. Era algo en lo que todos estábamos de acuerdo, como en matar a los
nagas malvados que ahuyentaban a nuestras hembras, todos los monstruos
debían morir.
Aparte de su maldad, nunca supe por qué eran así, y nunca lo cuestioné.
Pero eso fue antes de que uno de ellos me hablara… Nunca habían
hablado.
No solo eso, ninguno de los otros monstruos se parecía a esta criatura de
fuera. Esta es más humanoide, y menos… desestructurada. Los otros apenas
tenían simetría en sus cuerpos, con piernas, brazos y cabezas de formas y
tamaños inusuales. Solo que todos tenían escamas y a veces se parecían a
mí.
Mi cola se pone rígida al pensarlo.
Las hojas sobre el cristal se agitan, y mis ojos se entrecierran. Está ahí
fuera.
Sabe que saldremos en algún momento.
No tengo intención de quedarme aquí con mi compañera mucho tiempo.
Cuando nos hayamos recuperado y tenga la certeza de que puedo resistir un
combate, saldremos de aquí.
Pasan las horas y Shelby sigue durmiendo. Sus escalofríos del principio
se han calmado. Con cuidado, me separo de ella y entro en la habitación
más grande para comprobar si hay algo que pueda ser útil o que pueda
hacerle daño.
Ha encontrado dos armas insignificantes como la que tenía Collins, y
que yo destruí, pero le permito que se las quede, sabiendo que podrían
salvarle la vida.
Me dirijo al fregadero del que Shelby recogió agua, giro las manillas y
bebo hasta que mi cuerpo está hidratado y mi herida se alivia por la
humedad. Vierto un poco de agua en un recipiente transparente para
llevársela a mi hembra.
Después, encuentro telas y prendas de vestir humanas, y las recojo en
mis brazos. Vuelvo junto a Shelby con mis hallazgos y me acomodo a su
lado. Han pasado horas, en silencio, y ahora que sé lo que es volver a tener
compañía, alguien a quien cuidar, alguien a quien proteger y con quien
conversar, la soledad me asalta.
Apretando a su alrededor las prendas y ropa sobrantes, hago más
cómodo nuestro nido temporal. Es lo mejor que puedo hacer con lo que hay.
No hay mucho más que pueda ofrecerle.
Se despierta brevemente, gimiendo, y luego vuelve a acomodarse en el
acolchado para dormirse de nuevo.
Durante un rato, acaricio distraídamente las trenzas como colas de
serpiente que le quedan a mi hembra. El monstruo no puede llegar hasta
nosotros. Si pudiera, ya me habría enfrentado a él. Por ahora, Shelby está
tan a salvo como es posible. Ahora solo necesito recuperar toda mi fuerza y
que se cure mi herida.
Cerrando los ojos, siento que mi mente se tranquiliza.
Unos mechones rebeldes se enredan en mis garras y los cepillo. Me
gusta su pelo. Me gustan sus trenzas de serpiente. Ahora que las tengo entre
mis dedos, no quiero dejar de tocarlas. La siento viva, y mi cola se enrosca
a su alrededor. Está en un nido que hice para ella, con toda la seguridad que
puedo proporcionarle en nuestra situación actual. Todo esto me reconforta.
Durante un rato, paso mis garras por sus mechones y me dejo llevar.
Su olor florece en el aire e inhalo con avidez, apretando mi cola
alrededor de su pequeña forma.
Debo ganármela.
Mis fosas nasales se agitan. Sssí.
Este lugar infernal es mi prueba. Si voy a aparearme con una hembra
humana excepcional, primero debo demostrar que soy digno. Sssí. Ahora
tiene sentido.
Esto es una prueba.
Siseo.
Con esta revelación, me siento vigorizado. Ya no es mi desesperación lo
que me impulsa, sino la sangre, el agua y mi propia necesidad perseverante.
Aumenta con cada bocanada del aroma de Shelby que aspiro. Nuevos
fluidos recorren mis miembros y se me hace la boca agua. Mi siseo se
intensifica. Mis entrañas se agitan y mi miembro se hincha.
Se llena y se hincha aún más. Mostrando los dientes, me sale un gemido
sibilante. Las escamas que cierran mi abertura se retraen y mi eje emerge,
duro y grueso.
Ella cuidó de mí, de mis heridas. Descansa a mi lado, buscando mi
protección…
Me acaricio el eje con la mano libre y gimo de nuevo, acariciando un
poco más su pelo.
Hacía tiempo que no me sentía así, ni una sola vez en semanas. Derramé
toda mi semilla y no tenía sustento para crear más después de la pelea en
casa de Zaku. Drené mi cuerpo hasta dejarlo seco, abrumado por los
cambios a los que me vi forzado cuando Shelby entró en mi vida.
La había deseado más que a nada, al habérseme negado, me convertí en
un monstruo rabioso como todos los que habían sido cazados tiempo atrás.
Aprieto mi miembro.
Ella gime suavemente, y yo me quedo quieto. Agarro mi eje con más
fuerza y respiro tranquilamente, esperando no despertarla. Mis garras
acarician sus mechones con un estremecimiento.
No pierdas el control. Otra vez no. Se me contrae el pecho y, por mucho
que lo intento, no puedo apartar la mano de mi eje ni de su pelo. Cierro los
ojos con fuerza y recuerdo todos los malos sucesos de mi vida con la
esperanza de que mi miembro se afloje y vuelva a introducirse en mi. No
puedo proteger a Shelby si estoy concentrado en el celo, en reclamarla…
Si me derramo…
Maldigo entre dientes mientras empiezo a tirar de mi miembro con
fuerza y rapidez. La punta de mi cola se enrosca en la pierna de Shelby,
buscando su calor femenino y la necesidad de conquistar su lugar más
oculto. El lugar en el que anhelo enterrarme profundamente. No necesito
tocarla, solamente estar cerca. Mi mente hará el resto.
Necesito ser el único macho al que le permita estar tan cerca.
Tan cerca que si se llegara a reclamarme, estaría a un paso de dejarme
caer sobre ella y tomarla por completo. De todas las formas que más deseo.
Se me hace la boca agua ante la idea. Húmeda, fresca y agradable.
Podría tomarla ahora que no hay nadie que me lo impida… Aquí no hay
ningún otro macho, ni naga ni de ninguna otra clase.
Estamos solos, en un nido. No uno muy bueno, pero un nido creado por
mí. Los nidos solo se comparten entre parejas y sus proles. Es un lugar
sagrado para cualquier naga, especialmente para un macho que busca
cortejar a una compañera.
Las escamas de mi cola se erizan a medida que acerco la punta de mi
cola al punto crucial entre sus piernas, deslizándome bajo las solapas de las
batas que la cubren. Mi mano se acelera y dejo caer la cabeza contra la
pared. Paso la lengua por mis colmillos.
Ella se estremece y yo me quedo quieto, sabiendo perfectamente que lo
que hago está mal.
Mi mano se detiene en mi eje mientras mis ojos se abren y se posan
sobre ella, que yace a mi lado. Su piel oscura resalta el zafiro de mis
escamas y, mientras mi corazón se sobresalta, preguntándome si se está
despertando, si es culpa mía, mi mano se desliza sobre mi nudo hinchado y
la semilla brota por todas partes antes de que pueda detenerla.
Cae un poco sobre su mejilla.
Abre los ojos y se lleva una mano a la cara para limpiársela. Bosteza y
se mancha los dedos con la bata de laboratorio, cubierta de semilla, y
mientras, yo la miro horrorizado, de que se dé cuenta de que no es agua lo
que ha caído sobre su piel.
El resto de mi derrame resbala por mi eje y sobre mi mano.
Eestys me destriparía vivo por ser tan perverso.
Shelby gira la cabeza para mirarme. Frunce el ceño y me aparto de un
tirón, retirando los dedos de su pelo.
—¿Vagan? ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —pregunta rápidamente mientras
trato de volver a introducir mi miembro en mí, ocultándolo bajo la punta de
la cola—. ¿Qué tengo en la cara?
Se levanta y se limpia el resto de mi semilla, llevándose los dedos a los
ojos.
—No quiero asustarte —siseo.
Me inclino y mi eje vuelve a salir de mi abertura antes de que mis
escamas puedan cerrarla.
—¿Asustarme? —agudiza su voz al incorporarse—. ¿Hay algún
problema? ¿Has oído algo? ¿Qué es esto?
Mira a su alrededor con desenfreno y vuelve a echar un vistazo a la
crema acuosa que tiene entre los dedos.
Levanta la ropa y yo giro para detenerla cuando trata de levantarse,
atrapándola justo antes de que retire los pantalones de la silla. Le arranco
los pantalones de su mano y vuelvo a ponerlos en su sitio.
Mis ojos se dirigen directamente a su mejilla brillante.
—No quería despertarte. Vuelve a dormirte —insisto, cogiéndole los
hombros y mirándola fijamente a los ojos—. No pasa nada.
Ella se frota de nuevo la mejilla.
—No lo entiendo… —dice, frotándose las yemas de los dedos—. ¿Qué
me pasa?
Retrocedo y desenrollo mi cola de ella. No espero a que se dé cuenta de
lo que tiene encima, de lo que he desperdiciado.
—Voy a echar un vistazo. Duerme, hembra.
—Mujer —exclama, aún estudiando mi semilla con curiosidad—.
Shelby. Me llamo Shelby, no hembra. Y soy una mujer.
Ladeo la cabeza. Sí, lo sé.
Sus ojos se dirigen a los míos.
Luego se posan en mi pecho, sobre mi herida, y en mi gran miembro
goteante que sobresale de mí. Su respiración se entrecorta y aprieto la
mandíbula. Me agarro el eje y me lo vuelvo a meter.
—No pretendía despertarte…
Mi miembro vuelve a salir.
Sus labios se abren y se cierran.
—Tú…
Me enderezo e intento volver a introducir mi miembro dentro.
—Tú… —se pone de rodillas—. Sí que tienes polla.
De nuevo, mi miembro se sale.
Dejo de intentar ocultarlo y frunzo el ceño ante sus palabras. ¿Polla?
¿Mi miembro, querrá decir?
Se pasa el extremo de la bata por la mejilla mientras me estudia. Sus
ojos recorren mi eje dolorido. No hay horror ni miedo en su mirada, como
yo había imaginado. Como la mirada de las otras mujeres de la meseta
cuando vieron miembros colgando. Tampoco oigo la voz de Eestys
avergonzándome por tener la mía a la vista.
A veces no puedo evitarlo.
Y ahora, desde que mi cuerpo ha cambiado, se ha tensado, y puedo
evitarlo aún menos.
¿Pero no tener una?
—Sí… tengo… polla —digo, pensando que la palabra polla se refiere a
mi eje, ya que ella lo mira fascinada.
Shelby se arrastra de rodillas hacia mí y yo me enderezo aún más.
—Daisy dijo que casi la violan, pero todos los que he visto no había
genitales a simple vista. Supuse que se refería a otra cosa, como la forma en
que los Gentri manipulan las mentes.
Avanza otra rodilla y su bata de laboratorio se abre, dejando al
descubierto gran parte de su cuerpo.
Aprieto los puños, clavándome las garras en las palmas de las manos.
Somos diferentes, pero sus atributos me resultan más atractivos que los
de cualquier naga. He visto más mujeres humanas en fotos y pantallas
antiguas que hembras de mi propia especie. Es difícil no tener alguna
preferencia.
Y con sus ojos curiosos, inteligentes, su pelo en forma de cola, su piel
más oscura, de un tono como la mía, nunca había visto una hembra más
seductora.
Continúa acercándose sin saber el peligroso juego que está jugando, al
pronunciar sus palabras.
—Y ese olor que desprendes ahora mismo —dice sin aliento, con los
ojos entornados—. Lo olí bajo las rocas. Es especiado y delicioso, como la
comida de mi casa, la que cocinaba mi madre. Diferente y, sin embargo, tan
parecido —inhala con fuerza, con las fosas nasales dilatadas, mirando
fijamente mi miembro—. Parece que no me sacie —dice entrecortadamente
—. Me… da hambre.
De pie, a poca distancia de mí, deslizo mi cola para que se curve a su
alrededor mientras ella sigue concentrándose en mi miembro, intentando no
herirla con mi creciente necesidad. Hundo los colmillos profundamente en
mi lengua.
Su mirada se eleva lentamente para atrapar la mía, igualmente
hambrienta.
—Vagan, tu olor… —parpadea, sus ojos se encienden y se apagan
rápidamente—. Me… me está poniendo el pecho… —baja la cara mientras
coloca la mano entre los pechos—. Caliente. ¿Qué me está pasando? —
susurra.
Sus palabras me hacen detenerme cuando levanta la cabeza y vuelve a
mirarme el miembro.
Y entonces yo también lo huelo.
Dulce, delicioso, un aroma tan exquisito que no debería existir. Se me
retuerce la lengua al intentar saborearlo, sabiendo perfectamente lo que es y
de dónde procede. De ella. Es su excitación.
Mis entrañas se tensan. ¡Está excitada!
Las pupilas de Shelby se agrandan. Sus labios se entreabren. Se inclina
hacia delante, con la cabeza a la altura de mi miembro, y respira hondo. Yo
también me inclino. Ella levanta las manos como si fuera a tocarme, y mi
interior se retuerce. Le tiemblan los dedos cuando se acerca a mí.
Es demasiado.
Necesito que me toque. Sus dedos se acercan.
El aire que se cuela entre nuestros cuerpos es una sensación que no
puedo soportar.
—Hazlo —le insto entre siseos, casi suplicándole. Nunca había
suplicado, hasta que llegó ella—. Soy tuyo. Es todo tuyo.
La punta me gotea.
Sus dedos se detienen justo antes de tocarme.
—Vagan —dice jadeando—. ¿Qué está pasando? No puedo, no puedo…
Hay miedo en su voz.
—Sí puedes —le digo.
Sus dedos siguen temblando justo encima de mi miembro tenso y
sensible.
—M-mi cuerpo… actúa de forma extraña… tu olor…
—Estás cambiando —le digo, comprendiendo.
Sus ojos se vuelven hacia los míos.
—¿Cambiando?
Incapaz de soportar que sigamos sin tocarnos, la sujeto por la nuca y la
mantengo así, inclinada hacia delante.
—Cambié por ti, la primera vez que percibí tu aroma en la brisa. Ahora,
parece que tú estásss cambiando por mí, pequeña.
Sabía que estábamos predestinados. Esto lo demuestra.
Su ceño se frunce, sus ojos buscan los míos y aumento la presión de mi
mano sobre su cuello. Su excitación perfuma el aire que hay entre nosotros,
haciendo que mi nudo se derrame aún más.
De repente, se echa hacia atrás, zafándose de mi agarre. Se da la vuelta
y se restriega las manos por la cara.
—Esto no está pasando. Esto no puede estar pasando. Nunca ha habido
una especie alienígena compatible con los humanos. Casi morimos, joder,
dos veces en el último día… ¿O días? —levanta la vista, pero no me mira a
mí—. ¿Han pasado varios días aquí abajo? No lo sé… ¡Ni siquiera lo sé! —
sus palabras se apresuran, llenas de preocupación—. ¡Estamos atrapados,
perdidos, y nadie sabe siquiera que estamos vivos! ¿Cómo está ocurriendo
esto? ¿Por qué? ¿Y precisamente ahora? —se coge el pelo y lo estira.
Su rechazo me duele. Sin embargo, lo entiendo. Levanto la palma
ensangrentada donde mis garras se clavaban profundamente hasta mis
labios y me lamo la herida.
—Yo tampoco tuve elección.
Se gira para mirarme.
—¡Elección! Sí —dice—. Todavía tengo elección, ¿verdad?
Dejo caer la mano.
—Tus feromonas, eso es lo que son, eso es lo que huelo. Son fuertes,
pero puedo… —asiente con la cabeza y vuelve a mirar mi miembro—.
Puedo luchar contra eso. Yo… solo… —vuelve a pasarse las manos por la
cara—. ¿Por qué me afectan? No soy una naga.
¿Luchar contra esto?
—Eres mía —le advierto—. Ya te lo he dicho. No quiero que luches
contra mí.
El rostro de Shelby se desencaja. Se lleva las manos a la nariz, se la
tapa, y el miedo vuelve a centellear en su rostro.
Me invade la ira y la agarro por las muñecas, acercándola a mí.
—Respírame, hembra —gruño—. Yo no tuve elección. No hay elección,
solo yo. Soy el único macho aquí. El viento de esta tierra empujó tu olor
hacia mí, a pesar de la barrera tras la que te escondías. Nunca te dejaré
marchar. Jamás. Soy tu elección, tu única elección.
Ella gime, y algo en mí se rompe. La suelto. Se hunde en el suelo ante
mí, temblando, rodeándose la cintura con los brazos.
—Vagan, por favor —exhala y luego gime.
Maldiciendo, me alejo. Cada centímetro de espacio entre nosotros me
marca como el fuego.
—Pero tienes razón —vuelvo a gruñir, apenas capaz de contener mi mal
humor, deseando que no se hubiera resistido y me explorara tanto como yo
deseo explorarla a ella—. Tenemos que salir de aquí y llegar a mi nido. No
pondré en peligro tu vida —me abro paso entre las sillas, la mesa y hacia la
puerta—. Termina de descansar —me dirijo hacia la salida—. Eliminaré mi
olor si es eso lo que te causa miedo.
Mi olor la afecta tanto como el suyo a mí.
—Vagan…
Me detengo, pero no vuelvo a mirarla. No puedo arriesgarme.
—¿Has matado a Collins? —susurra.
La furia estalla en mí ante la mención del otro hombre.
—Lo prometí —siseo furioso.
Un gemido de alivio me contesta. Mi furia aumenta.
—Una promesssa que ojalá no hubiera hecho —añado.
Salgo del nido antes de que pueda decir nada más, golpeo con la cola y
rompo todo lo que encuentro a mi paso.
CATORCE

EL LABORATORIO

Shelby

S IGO A V AGAN CON LA MIRADA , escuchando cómo golpea y destroza todo.


La destrucción se detiene enseguida, y después oigo el chorro de agua del
grifo. Debatiéndome entre ir tras él y rogarle que haga desaparecer este
calor de mi interior, me quedo quieta, contrayendo y relajando todos mis
músculos una y otra vez.
No sé qué me está pasando. Frunzo el ceño, a pesar del hormigueo entre
mis piernas.
Me dormí inquieta y pero un poco cómoda a su lado, y ahora soy
totalmente consciente de la poca ropa que llevo, de cómo se habrá movido
mi bata de laboratorio mientras daba vueltas durmiendo, y de lo que eso le
habrá hecho a un macho como Vagan.
Eres mía.
Hasta ahora me había tomado esas palabras demasiado a la ligera,
ignorándolas por no tener sentido. Ni siquiera pensé que tuviera genitales
compatibles. Pero ahora, el recuerdo de su miembro azul y abultado está
grabado a fuego en mi mente.
O algo peor, mi cuerpo rindiéndose a él. Lo cual no tiene ningún
sentido. Pero al llevarme la mano a la frente, mi piel está caliente y febril.
Mis pezones están erectos. Al verle junto al lavabo, con el sonido del agua
entre nosotros, mi cuerpo no desea otra cosa que ir hacia él y…
Refrescarme.
Él podría refrescarme…
Joder.
Mis ojos recorren su columna vertebral, en busca de sus hermosas
escamas, y bajan hasta sus caderas. Deseando más que nada que me
embistan firmemente entre las piernas. Hace veinte minutos, mi cuerpo
estaba demasiado agotado para sentir otra cosa que no fuera puro
agotamiento y estrés.
El sexo invade mi mente. No debería pensar en el sexo. Rara vez lo
hago. Me recorren demasiadas sensaciones como para hacer otra cosa que
no sea sentir lo que su olor me está provocando.
Tiene que ser su olor. No hay nada más irresistible, nada excepto… Al
volver a recorrer con la mirada el cuerpo ágil y musculoso de Vagan, me
estremezco y evito por todos los medios meter la mano entre mis piernas y
frotarme el clítoris.
A cada contracción de mis músculos internos, el poder de sus potentes
feromonas se debilita y, al cabo de un tiempo, puedo respirar normalmente
sin que me influya más. Afortunadamente, como este lugar aún tiene
electricidad, los sistemas de ventilación siguen funcionando. Mis ojos se
desvían lentamente hacia el techo y los conductos que vibran ahí.
Collins está vivo.
Acto seguido, desaparece de mi mente en un suspiro, porque apenas
consigo concentrarme en otra cosa que no sea lo cerca que está Vagan y lo
profundamente sola que me siento de repente.
Me llevo las manos al pecho, sintiendo como si acabara de entrar en
celo, o lo que se deba sentir al entrar en celo. Los humanos no entramos en
celo, ni nada por el estilo. Las mujeres ovulamos cuando somos más
fértiles, pero no nos desplomamos en un charco de deseo cuando olemos las
feromonas de un macho humano…
O las feromonas de cualquier especie.
Y no puedo ovular… no como debería. Puedo, pero nunca podré
quedarme embarazada. Renuncié a la posibilidad de tener hijos para
demostrar a decenas de hombres de mi gremio que no iba a huir con una
tecnología carísima y rara solo para firmar un contrato y tener hijos.
Hombres que querían mantenerme oprimida solo por ser mujer.
Habría sido más gratificante ponerlos en su sitio. A veces me pregunto
si ha merecido la pena.
Como no me gusta hacia dónde se dirigen mis pensamientos, los alejo,
aunque me cuesta.
¿Qué demonios me pasa? Enciendo los ojos para examinar mi cuerpo.
Compruebo si hay mordeduras o pinchazos en mi carne, o cualquier otra
cosa que me dé una idea de lo que pasa, pero no encuentro nada raro. Solo
el dolor agudo en el lugar donde me golpeé la cabeza, y algunos arañazos y
moratones de la pelea contra el Lurker. O los analgésicos del botiquín están
haciendo efecto o el sueño me ha ayudado.
Vagan no me ha mordido ni inyectado nada. Lo que confirma aún más
que es el olor que desprende. Estoy segura de que habría notado si me
hubiera administrado algo. Tras suspirar, vuelvo a ponerme la bata de
laboratorio en su sitio, cubriéndome el cuerpo.
Con el pensamiento cada vez menos nublado, miro a mi alrededor en
busca de mi ropa, encontrando un vaso lleno de agua cerca de mí, y más
prendas y telas acolchando el “nido” de Vagan. Al beberme el agua, se
enfría parte del calor de mi pecho.
Incluso mientras dormía, se preocupaba por mí, por mi comodidad.
Incluso mientras sufría. Miro el vaso vacío que tengo en la mano, un poco
estupefacta.
Recojo mi ropa, aún húmeda, aunque a punto de secarse. Debo de llevar
horas durmiendo. Estrujándola con las manos, la ayudo a secarse. No tengo
nada más que hacer.
No estoy preparada para enfrentarme a Vagan aún. No me atrevo.
Lo que acaba de ocurrir entre nosotros me atormenta, hago una mueca
de disgusto. Me huelo los dedos, percibiendo otra pizca de su olor, y me
estremezco aún más cuando mi sexo se contrae.
Esto va a ser un problema.
Con el resto del agua que queda en el vaso, mojo un paño y me limpio
la mejilla y los dedos.
Después, observo al fondo del laboratorio, viendo aún a Vagan en el
lavabo, observando la parte delantera de su cuerpo.
¿Está lavándose el miembro?
Trago saliva, sin saber por qué mi mente sigue tan concentrada en él en
este momento, aunque ya no pueda olerle.
Los músculos de su espalda son tan tentadores como los de su pecho,
simétricos y firmes, cubiertos con elegancia por sus escamas.
Mordiéndome la lengua, me doy cuenta de que estoy atrapada, y aún
estoy sonrojada. No puedo arriesgarme a acercarme a él ahora mismo, sobre
todo si está esparciendo su aroma por el lugar.
Siento que se me contrae mi sexo solo de pensar en su olor, en ese
miembro que me he pasado demasiado tiempo memorizando porque estaba
desesperada por olerlo, lamerlo, acariciarlo… Gimo y me dejo caer,
apoyando la espalda en la pared.
¿Qué voy a hacer ahora?
Me vienen a la mente pensamientos del derrumbamiento, de él
impidiendo que las rocas me aplastasen. La fuerza indomable que ha
demostrado… El calor vuelve a mis mejillas cuando su beso se apodera de
mis pensamientos. Duro, desesperado, exigente, era su marca. Dejo que mi
mente divague, imaginando cómo sería estar con él a nivel sexual. Vi su
alma en aquellos terribles momentos, y no era oscura. No como Daisy me
hizo creer.
Levanto la cabeza para echarle un vistazo y lo encuentro quieto junto al
lavabo, echándose agua sobre las escamas, claramente tenso, negándose a
mirarme.
Me pregunto si estará sufriendo tanto como yo en este momento.
Dijo que su cuerpo cambió cuando me olió. ¿Quizás haya algo en sus
feromonas que provoque la excitación de las mujeres humanas?
Si es así, es porque debemos de ser compatibles. Frunzo el ceño y trago
saliva.
Su olor me recuerda a la inocencia y a los campos de cereales de Luntra.
A los bosques dorados y al gran sol de Luntra. De los días felices jugando
con los otros niños en el centro de maternidad. Algunos eran mis hermanos,
aunque la mayoría no. Mamá y las demás mujeres nos trataban a todos
como a sus hijos, así que nunca importó quién pertenecía a quién. Había
reinado la paz en el centro, y cuando llegué a las cinco vueltas al sol y me
obligaron a marcharme para empezar mis pruebas y mi posterior formación,
se me rompió el corazón.
Desde entonces solo he visto a mi verdadera madre un par de veces. Ya
no tiene un contrato de reproducción, sino que ahora es matrona en el
centro, y solo sale cada dos años para visitar a sus hijos mayores. Volvería a
visitarla, pero el lugar tiene una finalidad, y alguien como yo ya no es
bienvenida allí.
No podría unirme al programa, ni siquiera reúno los requisitos para ello.
Nunca quise tener un contrato de reproducción. De todos modos, es casi
imposible firmar un contrato de reproducción en el centro. Las mujeres de
clase social más alta van allí. Las mujeres que no querían un hombre cerca,
pero que también querían hijos y un lugar tranquilo donde vivir, también
iban ahí.
¿Cómo puedo ser feliz dando a luz a niños inocentes en un universo que
no hará más que masticarlos y escupirlos?
Estamos en guerra.
Es ese razonamiento lo que me tranquiliza.
Extendiendo mi ropa, me pongo los pantalones, las botas y dejo caer la
bata de laboratorio para volver a ponerme la camiseta interior, volviendo a
ponérmela después. El olor de Vagan es un problema, pero es manejable.
Levantándome, meto las pistolas en el bolsillo de la bata, me tapo la cara
con uno de los paños más largos para taparme la nariz y la boca, y salgo de
la habitación. Me detengo en el umbral.
Vagan deja de chapotear y se vuelve. Unos ojos negros y brillantes me
examinan de pies a cabeza.
Me pongo rígida, aspiro sin querer y una ráfaga de lo que sentí antes me
atraviesa.
—Voy a echar un vistazo —digo, aunque me sale la voz ronca a través
de la tela—. Voy a ver si puedo averiguar qué es este lugar y cómo salimos
de aquí.
No menciono lo que acaba de ocurrir entre nosotros, pero igualmente
mis mejillas se ruborizan.
También necesito encontrar un lugar donde limpiarme y encontrar
alguna clase de alimento, pero no le digo nada.
Él sigue mirándome de forma intimidatoria, sin decir una palabra para
aliviar la horrible tensión que hay entre nosotros.
La furia en la expresión de Vagan ha desaparecido, pero su
comportamiento me hace pensar que está a punto de atacar a algo, puede
que a mí. Mi corazón late con fuerza y contengo la respiración.
¿Va a dejarme explorar?
No me atrevo a mirar hacia abajo para ver si su miembro sigue
sobresaliendo de su cola. Me parece ver su forma en la periferia de mi vista.
—Tus ojos vuelven a brillar —dice, sobresaltándome.
—Es-estaba buscando heridas en mi cuerpo —susurro.
Estoy nerviosa. ¿Por qué estoy nerviosa? Los hombres, humanos o no,
nunca me han puesto nerviosa. ¿Por qué Vagan hace que se me pongan los
nervios de punta?
Me cruzo de brazos y me protejo todo lo que puedo de su mirada.
¿Qué habría pasado si le hubiera cogido el miembro cuando tuve la
oportunidad?
Mi cuerpo vuelve a encenderse.
—¿Te duele algo? —me pregunta, volviéndose completamente hacia
mí.
—No. Solo tengo un poco de dolor… —miro a mi alrededor inquieta—.
Por lo demás, estoy bien, creo.
Le oigo sisear y se me eriza la piel.
—Deberíasss descansar mientras puedas. Te ayudará con el corte de la
cabeza.
—Podría decirte lo mismo —replico—. Creo que aún no te he visto
dormir. No sé cómo eres capaz de hablar, y mucho menos de moverte
después de recibir un disparo en el estómago.
—No necesito dormir, al menos no como tú.
—¿Y eso? Porque parece que a tu herida le vendría bien —frunce el
ceño y niego con la cabeza—. No te preocupes. Ya me he dado cuenta de
que puedes resistir mucho, mucho dolor… —me detengo, no quiero
empeorar las cosas—. No voy lejos. Quiero echar un vistazo en busca de
algo que pueda ayudarnos.
Miro más allá de él y hacia el gran espacio circular cerrado.
—Quizá ver si puedo llegar al reactor de fuera y averiguar cómo sigue
funcionando —murmuro—. Y ver si eso es lo que hace que este lugar tenga
energía. De todas maneras, ya no puedo dormir.
Es una idea de mierda, pero es mejor que no hacer nada. Si no hago
nada, mi mente vagará por lugares peligrosos. Lugares turbios. Lugares a
los que mi mente no suele vagar porque siempre hay algo urgente de lo que
ocuparse.
Vuelvo la vista hacia Vagan, que sigue mirándome fijamente. Aprieto
los dedos de los pies.
—No saldré de esta zona —añado cuando no responde.
—No te acerques a las ventanas.
Asiento con la cabeza.
—Haré el menor ruido posible. Tengo sentido común, Vagan. Solo te lo
digo para tranquilizarte, porque empiezo a ver que tienes la necesidad de
protegerme. Yo también sé protegerme.
—No salgas de esta habitación ni vayasss adonde no pueda verte —su
cola golpea y barre el suelo. Los cristales y los escombros de todas las cosas
que ha roto salen volando hacia las paredes—. Te estaré vigilando.
Con los pelos de punta, empiezo a caminar hacia la habitación estéril y
el charco de agua ensangrentada que sigue ahí.
—Genial, hazme sentir como si volviera a ser una prisionera. Primero
Peter, ¿y ahora tú? ¿Ahora eres mi guardián? Solo voy a coger el botiquín
—añado, mientras un profundo siseo me sigue cuando entro en la
habitación más pequeña—. Deberías saber que ahora también estoy armada.
Tengo una puntería bastante decente y sé defenderme —sigo hablando
únicamente para luchar contra la tensión entre nosotros que empieza a
apoderarse de mí. Entro en la habitación, y cojo el botiquín. Cierro la tapa y
lo llevo al laboratorio—. Mira…
Un muro de músculos y escamas eclipsa mi vista. Mis ojos suben
lentamente por la montaña de músculo azul lleno de cicatrices que tengo
ante mí.
—Ssshelby —Vagan gruñe mi nombre—. Haré lo que sea necesario.
Me sujeta de ambos brazos, me levanta del suelo y me planta detrás de
él. Veo que hace una mueca de dolor, casi imperceptible. Aún está herido,
todavía está sufriendo…
Se me encoge el corazón y oigo cómo se cierran las puertas de la
habitación estéril.
Los ojos de Vagan se encuentran con los míos mientras retrocede hacia
el grifo, con la cabeza gacha y la mirada amenazadora. La punta de su cola
se queda atrás para enroscarse alrededor de mis botas y ceñirse a mis
tobillos.
—Curiosea si es necesario, pero estaré alerta hasta que acabes —
advierte—. El monstruo está al acecho.
Su mirada se desplaza hacia una de las ventanas. Esta vez, se me eriza
la piel por un motivo completamente distinto.
—Tendré cuidado —digo muy seria—. Te lo prometo.
Hemos tenido suerte. Mucha suerte. Me olvidaba… que nuestra suerte
puede acabarse en cualquier momento.
—Pero tienes que hacer algo por mí —añado, frunciendo el ceño—.
Tienes que intentar descansar. Ahora que estoy despierta y consciente,
puedo vigilar mientras tú descansas.
Sisea, y lo detengo con la mano.
—Tenemos que salir de aquí, y para ello puede que tengamos que
enfrentarnos de nuevo a ese Lurker. No voy a poder hacerlo sola —trago
saliva—. Te necesito. También necesito que te cuides.
Por un momento creo que va a discutir conmigo, pero entonces ladea la
cabeza y asiente, su mirada se suaviza.
—Descansaré —murmura—. Pero me quedaré aquí contigo mientras lo
hago.
Me relamo los labios.
—Gracias. Yo… me preocupo por ti.
Lo hago. ¿Cómo no voy a hacerlo? Observo su estómago y su pecho,
con los dedos retorciéndose por tocarlo, por sentir sus escamas.
Vagan se inclina hacia mí, acercando su cara a la mía, y dejo de respirar,
pensando que podría besarme. Me recorre la cara con el dorso de los dedos.
—No dejaré que te preocupes por mí, hembra.
—Shelby —susurro, corrigiéndole, apoyándome inconscientemente en
su mano.
—Lo sé.
Se aparta.
—Vagan —digo, haciendo que se detenga—. Necesito que dejes de
producir ese olor, si es posible. Será mucho más seguro para nosotros si…
—trago con dificultad, sintiendo que se me sonrojan las mejillas—. No creo
que debamos irnos hasta que lo controles.
Su miembro sigue sobresaliendo de su cola, atrayendo mi mirada,
poniéndome cada vez más nerviosa.
Me relamo los labios de forma nerviosa.
—Solo… haz lo que puedas.
Apenas puedo formar las palabras, queriendo desaparecer por lo
avergonzada que estoy. Porque tiene un gran nudo en su miembro, y la
punta de su eje sigue goteando esperma como si necesitara liberar esa
acumulación.
No responde, solo se mueve hacia el lavabo. Me quedo mirándole
mientras escucho correr de nuevo el agua. Pero cuando oigo un gemido
áspero y un rápido golpeteo, inhalo bruscamente y deseo haber
desaparecido de verdad.
Apartando la mirada de las curvas de su trasero y de lo que sé que está
haciendo, y comienzo a buscar por el laboratorio, un poco optimista,
aunque algo asustada.
Porque una parte de mí quiere darse la vuelta, ir hacia él a pesar de que
se está masturbando, y exigir más respuestas sobre lo que ocurre entre
nosotros, pero temo que, si lo hago, no estaré preparada ni para las
respuestas ni para lo que pueda ocurrir después.
Los Ketts nos están masacrando, arrasan colonias humanas enteras y
nos persiguen. Es un problema que intento ayudar a resolver
desesperadamente. No estoy capacitada para luchar, ni para alistarme en el
ejército, pero tengo una mente brillante. Arriesgué mi vida al venir a la
Tierra, a sabiendas de su pasado, y seguiré arriesgándome porque, al fin y al
cabo, mi mundo natal, Luntra, nunca estará a salvo hasta que la humanidad
haga retroceder a los Ketts, y hasta entonces, no habrá paz para mí, ni para
nadie.
Mis ojos se desvían hacia Vagan, y mi garganta se estrecha. Algo surgió
entre nosotros bajo aquellas rocas. Él vio mi alma al descubierto. Algo que
nunca he dejado ver a nadie más.
Ojalá fuera tan fácil.
Aparto la mirada. No soy su destino, ni él es el mío. No es posible.
No hay nada “mío” en mi futuro.
QUINCE

UNA HISTORIA BREVE

Shelby

P OCO DESPUÉS , Vagan se instala en un lugar junto a una de las paredes


exteriores y se deja caer sobre su cola, chorreando agua fresca. Se recuesta
contra la pared y cierra los ojos. Tiene el pelo anaranjado y húmedo pegado
a la cara. Su miembro sigue fuera, y por lo que puedo ver, su nudo es más
pequeño, pero no lo miro con disimulo por mucho tiempo, demasiado
avergonzada aún por todo esto.
Se acaricia el bulto mientras vuelvo a mirarlo con disimulo, y desvío la
mirada cuando mueve la mano arriba y abajo.
A pesar de lo bien que se comunica, sigo olvidando lo primitivo que
sigue siendo. Lo diferente que es.
De lo extraño que resulta que nuestras horribles circunstancias hayan
tomado un rumbo aún más peligroso.
Sé que no va a dormirse, y sé que me está vigilando a pesar de tener los
ojos cerrados. Puedo sentirlo. Incluso puedo sentir cómo se da placer a sí
mismo en cierto modo, porque lo que queda de este calor dentro de mí
quiere llorar porque no me está dando placer a mí también.
Pero lo dejo pasar porque nos necesitamos el uno al otro, y tener su
protección, a pesar de lo alarmante y dominante que puede ser, es…
Aleja parte de mi miedo.
Una de las máquinas emite un pitido y mis ojos se fijan en la ventana.
Hay un Lurker fuera de estas habitaciones.
Aprieto los puños. Tener un auténtico Lurkawathiano al que estudiar e
interrogar sería crucial para la Central de Mando, podría salvarnos, o acabar
con nosotros. Pero el que está fuera es muy agresivo y no se parece en nada
a los Lurkers sobre los que he leído en mis estudios. Esta especie, aunque
reptiliana, es extremadamente inteligente e increíblemente antigua. Existen
desde mucho antes que los humanos.
También han dominado el espacio, los viajes intergalácticos, la
medicina moderna y mucho más.
El hecho de que parezcan monstruos terroríficos con dientes afilados
como cuchillas y enormes bocas no significa que su camino evolutivo sea
diferente del de un humano. Cuando contactaron por primera vez con la
Tierra, querían la paz. Recurrieron a la diplomacia. Los humanos, en
cambio, desconfiaron.
El tratado de paz que la Tierra firmó con ellos había tardado años en
crearse. Las condiciones eran que no se realizarían pruebas con ninguna de
las dos especies sin la presencia de delegados de ambas.
Me masajeo la nuca mientras encuentro un rincón privado para hacer
mis necesidades, y después me dirijo al lavabo para lavar lo que pueda de
mi cuerpo, como hizo Vagan.
Sin quitarme la ropa, me limpio todo lo que puedo, metiendo la mano
bajo el agua para limpiarme el sudor o la suciedad que aún tengo encima.
Agarrando algunos de los trapos de nuestro “nido”, limpio también
alrededor de la herida de mi cabeza y cambio las vendas.
Esperaba que todas mis emociones hacia Vagan hubieran sido un
engaño, que el golpe de mi cabeza fuera mucho peor de lo que es en
realidad, pero estoy decepcionada. La herida está cicatrizando, es más
pequeña que antes. Cuando termino, me dirijo a la mesa de laboratorio más
cercana, rebusco en el botiquín y cojo los analgésicos, las gasas y el
esparadrapo que me queda antes de metérmelos en el bolsillo y dirigirme a
los ordenadores que hay junto a la entrada del repetidor interior.
Me siento en una de las sillas giratorias, toco la pantalla y enciendo mis
ojos. Al deslizar el dedo por la pantalla, esta cobra vida. Parpadea, crepita,
como si intentara recordar cómo funcionar. En la mesa de al lado hay una
vieja tablet y varios orbes blancos sobre plataformas de carga. Ya había
visto los orbes antes, porque desenterré varios rotos en el foso.
Al coger uno, se enciende.
—¿Cómo puedo ayudarte? —pregunta con voz clara y femenina.
El orbe salta de mi mano, haciéndome retroceder, y se queda flotando a
mi lado.
Miro a Vagan, que sigue tumbado contra la pared, con los ojos cerrados.
Su miembro, por suerte, ha desaparecido, y vuelve a estar dentro de su cola.
—¿Qué es este sitio? —pregunto al orbe un poco indecisa.
—Este lugar es la Base Militar de Reposo del Águila.
La conozco. Estaba en los documentos de la misión que ayudé a crear
para incorporar al resto del equipo de Peter.
—¿En qué zona de la base estoy? —pregunto, tranquila ahora que sé
que estoy utilizando un sistema de comunicación antiguo y emocionada
porque funciona.
El orbe da una vuelta antes de responderme.
—En estos momentos te encuentras dentro de la colmena de
investigación de la base.
¿Colmena de investigación?
—¿Qué tipo de investigación? —pregunto, para comprobar si la Central
de Mando había acertado al decir que este lugar tenía las respuestas que
necesitábamos.
—Investigación de formas de vida extraterrestres y biotecnología.
—Espera, ¿no se trata de investigación tecnológica y armamentística?
—No entiendo tu pregunta —responde el orbe.
Arrugo la frente. Los que organizaron esta misión nos habían dicho que
según el tratado, esta base se utilizaba para la investigación de tecnología
Lurkawathiana, pero también para algo más. Echo un vistazo al exterior y
un escalofrío me recorre la espalda. Un biodomo, bajo tierra, en una base
militar donde supuestamente se desarrollaban y probaban armas, podría
verse fácilmente corrompido por el miedo a que apareciera por arte de
magia una especie más grande y más fuerte.
Que los humanos no somos los alfas del universo ha sido solo uno de
los problemas que hemos tenido que superar en los últimos mil quinientos
años. Otro es nuestra mortalidad.
A veces estas debilidades nos dan miedo.
Tengo una teoría desde hace mucho tiempo. Una teoría que muchos de
mis colegas se niegan a reconocer…
¿Y si fue algo que hicimos lo que provocó que los Lurkers cometieran
un genocidio contra nosotros? ¿Y si fue culpa nuestra?
—Orbe —digo convencida—. ¿Qué sabes sobre los… Lurkawathianos?
—Los Lurkawathianos, la primera forma de vida alienígena sensible
que contactó con la humanidad, llegaron fuera de la exosfera de la Tierra en
el año 2132. En busca de la paz, se firmó el primer gran tratado
extraplanetario y extraterrestre entre dos especies en el año 2138, y ese
mismo año los Lurkawathianos pisaron la Tierra por primera vez. Desde
entonces, los Lurkawathianos, también conocidos como Lurkers, han sido
una parte integral de los sistemas económicos, agrícolas, ecológicos,
astronómicos y tecnológicos de la Tierra. Como especie que ha conquistado
los viajes espaciales y tiene conocimiento de otras formas de vida
alienígenas y de la ley espacial extraterrestre, se convirtieron en nuestros
mentores, proporcionándonos acceso a otros mundos y galaxias, y
ampliando nuestro conocimiento del vasto universo en el que vivimos.
Se me escapa la respiración que no sabía que estaba conteniendo. Me
he pasado toda la vida diciendo que los Lurkers eran malvados y asesinos,
que solo venían a la Tierra para destruirnos. Oír a la vieja tecnología
humana recitar su historia en este planeta con respeto me resulta extraño.
Era una posibilidad remota, pero valía la pena intentarlo. Interrogar al
orbe solo me servirá hasta cierto punto. Únicamente me dará información
básica.
—Orbe, ¿cuál es tu función aquí?
—Repetidor de información entre las diferentes áreas del Reposo del
Águila.
—¿Como un dispositivo de comunicación?
—Un dispositivo de comunicación alimentado específicamente por los
repetidores del Reposo del Águila.
—No lo entiendo.
—Soy un elemento individual perteneciente a uno mucho mayor. Más
que un dispositivo de comunicación, estoy dotado de tecnología de
inteligencia artificial.
Humedeciéndome los labios, presto toda mi atención al orbe.
—¿Puedes establecer conexiones con otros dispositivos? ¿Dispositivos
que no pertenezcan a estos repetidores?
¿Podría el orbe contactar con el equipo o con El Temible?
—Solamente puedo conectarme a otros dispositivos conectados
directamente a los repetidores.
—¿Y cuáles son los otros repetidores?
—Los tres repetidores de la base de Reposo del Águila son centros de
energía nuclear controlados por Estigma, una inteligencia artificial
construida por el gobierno para proteger y supervisar el más alto nivel de
confidencialidad. Suministran energía a todo lo que se encuentra cerca,
abarcando kilómetros en cada dirección, tanto si la tecnología está
directamente conectada como si no. Utilizando materia oscura
microscópica, los repetidores reaccionan a la vez como un sistema de
seguridad, así como un seguro contra fallos para todos los datos digitales en
sus proximidades.
Miro fijamente el orbe, intentando procesar lo que me está diciendo.
—¿Puedes conectarte a otros orbes conectados a… Estigma?
Si puede hacer eso, aún podría contactar con alguien en la superficie.
Podría pedir ayuda.
Echo un vistazo a Vagan, que sigue descansando junto a la pared.
Aunque tiene los ojos cerrados, sé que está escuchando.
—Si el orbe está encendido y tengo un código de contacto directo,
puedo conectarme a él.
—¿Puedo enviar un mensaje? ¿Hablar con alguien? —mi emoción
aumenta.
—Sí.
—¿Pero necesito un código?
—Sí.
Con el corazón a mil por hora, aprieto el orbe con las palmas de las
manos y lo ilumino con la luz azul de mis ojos.
Mis ojos centellean, escanean el orbe y envían señales para conectar con
él. Los datos se desplazan por mi visión mientras mis ojos se llenan de
información útil. Mis ojos también llevan incorporados elementos de
inteligencia artificial. Además de registrar todo lo que veo cuando están
encendidos, son expertos en antigua tecnología humana y alienígena.
Aparecen números y códigos. Al conectar directamente con el orbe, veo
señales de conexiones eléctricas que salen de él, hacia otros dispositivos
dentro y fuera de esta habitación.
Sin saber que señal es y esperando lo mejor, envío una señal de socorro
a todas.
Al principio no pasa nada.
—¿Hay alguien ahí? —pregunto al orbe en voz baja. Nada. Vuelvo a
intentarlo—. ¿Hay alguien ahí?
Con los nervios a flor de piel, rezo por una conexión, una respuesta,
cualquier cosa, mirando hacia la ventana donde sé que espera el Lurker.
Con las palmas de las manos sudorosas, pido un milagro.
Pasan los minutos y sigo sin obtener respuesta. Estoy a punto de
rendirme e intentar otra cosa cuando decido intentarlo una vez más.
—Por favor, responde. Soy Shelby, de El Temible, y tengo problemas.
Espero otro minuto, pero sigo sin obtener respuesta. Desesperada, suelto
las manos del orbe.
—¿Shelby? —una voz familiar sale de repente de él—. Soy Gemma.
¿Qué ocurre? Estoy aquí. ¿Estás bien?
¿Gemma?
¡Gemma!
Salto de mi silla, sin creer que la voz que responde es realmente ella. A
duras penas comprendo lo que está pasando.
—¡Gemma! Oh, joder. ¡Estás viva! Gracias a Dios que estás viva. Me
alegro de oír tu voz, cualquier voz.
—¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—Estoy atrapada —digo, sujetando el orbe contra mí con brusquedad
—. Bajo las instalaciones. Estoy atrapada con él.
—¿Con quién…?
—Hay algo que debes saber —le digo, con los ojos clavados en la
ventana—. He encontrado algo… —escucho un chasquido y el orbe se
apaga.
—¡No!
Lo agito, escuchando un traqueteo en su interior. Intento volver a
encenderlo, pero no funciona. Intento buscar otro cuando una mano cubre la
mía.
—Estás haciendo demasiado ruido —sisea Vagan.
Casi salto de mi asiento.
—He localizado a Gemma. Está viva —jadeo, volviéndome hacia él—.
Es una de las mujeres que estaban en la meseta —añado—. Necesito volver
a conectar con ella —intento apartar la mano de Vagan, pero no me suelta
—. ¿Por qué me lo estás impidiendo?
—Si la traes aquí, ¿podrá salvarnosss? —pregunta con dureza—. ¿Será
capaz? ¿Más que yo? ¿Más que ese otro macho? ¿O vendrá aquí solamente
a morir?
—Yo…
Cualquier argumento que tuviese desaparece. Gemma ya habría vuelto a
las instalaciones si fuera capaz. La culpa se apodera de mí, dándome cuenta
de que debería haberle preguntado dónde estaba y cómo podía salvarla.
—Pondrás en peligro su vida —continúa Vagan.
—Puedo intentar contactar con otra persona —digo.
—Solo los nagas usan los orbes —su mano aprieta la mía en señal de
advertencia—. No permitiré que traigas aquí a todos los machos del bosque
para que luchen entre sí con la esperanza de reclamarte. Cuando cierre mi
herida, volveremos al ascensor y encontraremos una salida más segura —
gruñe. Vagan suelta mi mano para enroscar su dedo alrededor de una de mis
trenzas—. Podría haber otros escuchando.
Otros.
Monstruos, alienígenas, Lurkers. No tiene que decir nada más para que
lo entienda.
Cierro los ojos.
—Tienes razón. No volveré a hacerlo.
Al menos no de momento. Por ahora nos las arreglaremos, y pronto
Vagan estará lo bastante bien como para que podamos volver con seguridad
al ascensor. A partir de ahí… no tengo ni idea, pero no toda la esperanza
está perdida.
Coge uno de los otros orbes de la mesa.
—¿Cómo salimos de aquí? —pregunta Vagan una vez que lo ha
encendido.
La punta de su cola se enrosca alrededor de mi tobillo y sube por mi
pierna como si me estuviera reclamando, incluso advirtiendo a los orbes…
Ahora solo puedo respirar por la boca, y entrecierro los muslos, con los
músculos en tensión, porque su naturaleza excesivamente protectora me
resulta tan inquietante como reconfortante.
—La base militar de El Reposo del Águila está conectada a dos…
—¿Cómo podemos salir a la superficie si el camino principal está
bloqueado? —exclama Vagan, interrumpiéndolo.
El orbe parpadea, hace una pausa y responde.
—Hay dos puntos de acceso a esta planta —dice el orbe, captando mi
atención—. Uno es el ascensor del punto de entrada principal que lleva a la
superficie y el otro a través del ascensor de mantenimiento fuera del
repetidor en el biodomo.
—¿Y ese nos llevará a la superficie? —pregunta Vagan.
—Hay un ascensor fuera del repetidor que os llevará al espacio
principal de investigación, equipamiento y almacenamiento del biodomo,
bajo nosotros. Desde ahí, podéis acceder al ascensor del punto de entrada
principal y subir a la superficie.
Vagan y yo nos miramos. No es la respuesta que buscábamos, pero es
útil.
Podemos volver por donde hemos venido, con la posibilidad de
encontrarnos con una emboscada, o podemos adentrarnos más y llegar al
ascensor del piso de abajo. En cualquier caso, tendremos que arriesgarnos a
encontrarnos de nuevo con el Lurker.
Vagan suelta el orbe y lo deposita sobre la base de carga. Mis ojos
descienden y veo el enorme miembro, completamente erecto de nuevo, en
posición firme fuera de su cola. Doy un grito ahogado y me sobresalto
cuando una gota cae de su punta.
—Vagan —digo su nombre en señal de advertencia, conteniendo la
respiración, oliendo su aroma de todas maneras—. ¡Creía que lo habías
solucionado! Pensaba…
Se me hace la boca agua y se me encienden las mejillas.
Sisea y se aparta bruscamente para volver a su rincón. Le sigo con la
mirada, deseando seguirle y apretarme contra él. Clavo los pies en el suelo
y aprieto los puños. Cuando vuelve a su rincón, sus ojos permanecen
abiertos.
Su mano vuelve a agarrar su miembro y esta vez, mientras se toca, me
mira.
Espero a que pase la oleada de calor, presa de una fiebre y una
vergüenza repentinas, mirando fijamente mientras se aprieta el nudo.
Pasan minutos u horas, no lo sé, mirándonos el uno al otro todo el
tiempo, escuchando el suave zumbido de los conductos de ventilación que
hay sobre nosotros y el siseo cada vez más profundo y penetrante que sale
de su garganta.
DIECISÉIS

DIGNO DE UNA COMPAÑERA

Vagan

S HELBY no se mueve de donde la he dejado.


Intento darle el espacio que necesita. El aire que necesita.
Pero es difícil.
Mi mirada recorre su silueta y mi boca se abre para mostrar mis
colmillos. Las escamas de mi cola se deslizan hacia atrás y mi miembro
palpita, endureciéndose aún más, expandiéndose en el centro. Intento
ocultarlo con la mano porque se niega a mantenerse dentro de mi cola. He
intentado guardarlo, para no asustarla, pero tiene razón.
Si salimos de aquí y reacciona ante mí como cuando la desperté, la
montaré como el miserable que soy, sabiendo que no podré resistirme.
Aunque nos persigan, aunque otros machos nos vean.
No soy un naga malvado.
Jamás lo he sido.
Por mucho que desee que se venga a mí, que me toque, que me reclame,
sé que está nerviosa y asustada. En cambio, me mira con los ojos muy
abiertos como si me equivocase, como si me equivocase en todo lo que
importa.
Eestys estaría avergonzada por haber rechazado a otros machos naga
que intentaron herirla. Me vería con el eje hinchado, desesperado por cazar,
y se apartaría con repugnancia. Aprieto el nudo con frustración, deseando
que vuelva a ser pequeño para poder esconderlo.
El líquido gotea de la punta sobre mi mano, y los ojos de Shelby se
dirigen directos a eso. Me he derramado, me he lavado, me he vuelto a
derramar y enseguida se ha hinchado. Qué desperdicio de semilla.
A pesar de querer que venga a mí y acepte que soy su pareja, y acabar
con mi miseria, tampoco quiero que Shelby me vea como siempre temí que
lo haría Eestys.
Aprieto la mano con más fuerza alrededor de mi eje, reprimiendo el
dolor, tratando de obligar a Shelby a apartarse de mí y de mi vergüenza.
Porque si no lo hace, podría perder el control. Si sigue allí de pie,
mirándome, podría convertirme en todo lo que siempre he intentado no
ser…
Malvado y lleno de rabia.
Como los Víboras de la Muerte o los Mambas Negras.
Lo único que quiero es enroscar mi cola alrededor de su cintura y
arrastrar el cuerpo de Shelby por el suelo y colocarla bajo el mío. ¿Fue así
siempre entre machos y hembras naga? ¿Era por esto por lo que las hembras
se iban, porque resistirse, a esto… a esta tensión, era demasiado? Molesto,
me pongo rígido. Mis oídos se agudizan.
Shelby da un paso hacia mí.
Siseo con frustración, liberando mi hinchada longitud. Era más fácil
cuando tenía dolor, sed y estaba a punto de morir.
Siseo de nuevo y da un paso atrás.
—No tienes por qué temerme —gruño—. No soy un violador.
Apuñálame si es necesario, desángrame y vuelve a debilitarme si tienes
miedo, pero eso no cambiará nada.
Empiezo a despegar una de las tiras que puso sobre mi herida para
reabrirla con mi garra.
—Vagan —dice mi nombre, y la luz azul de sus ojos atraviesa el
espacio que nos separa.
Su ceño se arruga y parte de su miedo desaparece.
—No dejaré que me tengas miedo —gruño, abriendo más la herida.
Si esto es lo que funciona, derramaré sangre en lugar de semilla. Puedo
soportar la sed y la pérdida de sangre y seguir siendo fuerte. Si no quiere
aparearse conmigo, solamente nos queda otra opción antes de escapar…
Seré el cebo.
La sangre huele, especialmente la sangre fresca.
—¡Vagan! ¡Para! —ordena, corriendo de repente hacia mí y apartando
mi mano—. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?
Se calla, y yo la miro, y veo que me mira el pecho.
—Ssshelby —ronco, agarrándola por la barbilla—. Si no te apartas, me
olerás.
Le sujeto la barbilla con más fuerza, haciéndole ver que no quiero que
se vaya a pesar de todo. Abre la boca y se humedece los labios con la
lengua. Respira entrecortadamente y apoya las manos en mi pecho. Sus
dedos se enroscan, cierra los puños y tiembla, inclinándose hacia mí. El
aroma de su excitación inunda mi nariz.
Espeso y delicioso.
Mis músculos se tensan y mi cola se enrolla hacia fuera, rodeándola,
eliminando su posibilidad de escape. Su aliento aviva mis escamas. Inhala
de nuevo y sus ojos se cierran.
—Hueles… hueles a mi hogar. A todo lo que siempre he querido. Todo
lo que no me permito querer —susurra.
—¿Por qué? —le levanto la barbilla mientras sus palabras me
confunden—. ¿Por qué nos niegas?
—No… no lo hago. Estoy… muy confundida.
¿Confundida?
Busco en su cara, en sus ojos brillantes.
—¿Por qué estás confundida?
Sus manos se apoyan en mi pecho.
—Necesito demostrar…
Entrecierro los ojos.
—¿El qué?
Su mirada se entrecierra mientras considera mi pregunta y, al hacerlo, se
arrodilla y aprieta su cuerpo contra el mío. Tenso, la agarro por los
hombros, apartándola, antes de que atrape mi dolorido miembro entre los
dos. Cada fibra de mi cuerpo se paraliza, porque si me muevo, me
derramaré. Estaré apretado contra su cuerpo y me derramaré.
Ella me aprieta de todos modos, y un gemido sale de mi garganta.
No tiene nada que demostrarme.
—Intento… —empieza lentamente, estremeciéndose—. Demostrar a los
que creen que soy incapaz de hacer este trabajo que lo soy. Que merezco la
inversión que han hecho en mí —baja la mirada y le suelto la barbilla—.
Que… las decisiones que he tomado no han sido un error.
Aún más confundido por sus palabras, acaricio las mejillas de Shelby.
Sus ojos brillan con lágrimas. Lágrimas que me dan sed.
—Estás aquí, ¿no? —pregunto suavemente—. ¿No has demostrado ya
lo que necesitabas?
No sé de qué habla, solo que no tiene nada que demostrarme. Está claro
que estar en este planeta da poder a los que han sido elegidos para dejar los
cielos. Algún humano le dio esta oportunidad. Alguien a quien ella debe
considerar importante.
No puedo evitar pensar que otro macho busca conquistarla. Un macho
que ronda por su mente, incluso ahora, mientras está conmigo. Porque ella
no tiene nada que probarme… Si lo que la detiene es otra posible pareja…
Aprieto los dientes, y los celos surgen.
Por supuesto que habrá otros machos humanos que quieran a Shelby
como compañera. No solo los nagas de afuera. Collins no puede ser el
único. Ella es demasiado hermosa para estar sola. Demasiado valiente.
Demasiado interesante. Al examinar su rostro, una lágrima se forma,
resbala por sus pestañas y queda atrapada en la punta de mi pulgar. La
limpio porque no es para mí.
—No he demostrado nada. Cada vez es más difícil —dice mientras cae
otra lágrima que atrapo—. Tú lo haces más difícil. No es justo que estés
aquí, que huelas a hogar, que confíe en ti, porque no puedo… ¡No puedo!
—brotan más lágrimas y gotean hasta cubrirme las manos—. ¡Me he
equivocado! —solloza, apartándose de mí y tapándose la cara—. Tu olor
me está trastornando la cabeza.
Shelby se aleja a trompicones. Atónito, veo cómo se frota la cara
furiosamente contra las mangas de su bata.
—Venir aquí fue un error —continúa entrecortadamente—. Quizá mis
instructores tenían razón. Quizá deberían haberle dado estos ojos a un
hombre.
¿Todo esto es por sus ojos?
—Joder —dice, limpiándose la nariz—. No debería estar llorando en un
momento así. Y no delante de ti —ella traga saliva, se endereza y se dirige a
donde dejó sus armas—. No es que vayas a entenderlo —se tambalea de
nuevo—. Debería estar pensando en Gemma, en Collins, y en encontrar la
tecnología que nos salvará a todos. No en esto.
Me levanto rápidamente y la estrecho entre mis brazos. Jadea, pero no
se resiste cuando la giro para que me mire.
—¿Por qué tienes que demostrar algo a tus ojos? Explícamelo.
Se abren, brillantes y azules ante mí.
—Vagan…
—¿No hay ningún macho esperándote en los cielos? ¿Ningún otro con
el que tenga que luchar?
Arruga el ceño.
—Dime —gruño—. Dime que no hay ningún macho esperándote.
Si es así, esperará mucho, mucho tiempo. Solamente un macho demente
dejaría que su hembra se fuera de su lado para ser reclamada por otro.
—N-No hay ningún macho esperándome.
Mi abrazo se afloja.
—No tengo a nadie esperándome —susurra.
Siento un gran alivio.
—Entonces soy el único.
He ganado mi batalla contra Collins, he capturado a Shelby lejos de
todos los demás nagas. Solo estoy yo. La atrapo hacia mí, la rodeo con mis
brazos y la abrazo.
—Compañera —murmuro, apoyando la mejilla en la parte superior de
su cabeza.
Al principio está rígida, y entiendo por qué. Puedo hacerle daño
fácilmente. Pero si está empezando a confiar en mí, sabe que yo nunca lo
haría. Shelby se acomoda en mis brazos y se inclina hacia mí. Incluso con
mi miembro duro entre nosotros, ella se apoya.
Durante un rato, ninguno de los dos se atreve a moverse.
Pero a medida que pasan los minutos, crece la tensión en mí, mucho
peor que antes. Su respiración se hace más pesada, y el dolor en mis
entrañas aumenta. La deseo tanto que me duele. Me frota la mejilla en
suaves círculos sobre las escamas, sus dedos juegan con sus contornos.
Consciente de cada pequeño movimiento que hace, mis pensamientos se
nublan.
Aprieto las manos y me pongo rígido.
La única forma de hacer que piense en mí, y solo en mí, es reclamarla.
Reclamarla… Reclamarla.
Sssí.
Y, como si leyera mis pensamientos, aprieta su boca contra mi pecho. El
cálido y húmedo latigazo de su lengua se desliza por la sensible piel entre
mis escamas, y me vuelvo loco.
Capturando su rostro con mis manos una vez más, tomo su boca con la
mía. Tragando saliva, mi lengua se introduce entre sus labios antes de que
pueda cerrarlos.
Hace fuerza contra mí, clavándome las uñas en los hombros, y yo me
hundo en su boca todo lo que puedo. Su excitación crece en el aire,
invadiendo mis sentidos. Me empuja una vez y luego se detiene, perdiendo
la batalla.
No vuelve a apartarse de mí. Sssí.
Sus labios bailan con los míos. Besarla, probar su delicioso sabor
humano, hace que mi cola se enrolle alrededor de nuestros cuerpos. Busco
su calor, empujando la punta de mi cola entre sus piernas, buscando el calor
entre ellas. Ella es cálida donde yo soy frío, y quiero enterrarme en ella y
arder en llamas. Estoy hambriento de su humedad.
Mi cuerpo está listo para arder.
No hay nada que me apetezca más que darme un festín con su esencia y
bañarme en su excitación, mojando mis escamas, mi lengua, mi miembro.
Pero lleva unas ridículas ropas humanas.
Aparto la boca, la cojo en brazos y la llevo hasta una de las mesas,
barriendo todo lo que hay sobre ella. Unos ojos entornados encuentran los
míos mientras me inclino hacia delante, la coloco encima y abro sus
piernas, atrapándola entre mi cuerpo.
Reclámala.
¡Ahora mismo!
—Vagan —gime, arqueando el pecho—. Ayúdame —se frota la nariz,
jadeando salvajemente.
“Reclámame” es todo lo que oigo.
Sí. Por fin. Sssí.
Temblando, mi miembro se expande, rebosante de tanta semilla que se
derrama por encima de sus pantalones. Empujo contra ella, y sale más, y mi
boca se seca. Ahora necesito su humedad, le sujeto por la cabeza y vuelvo a
acercar mi boca a la suya, lamiéndole los dientes y lamiéndole la lengua.
Se arquea contra mí.
—¡Vagan… para! —jadea, apartando la cabeza.
Arañándome la espalda, tocándome por todas partes, me levanto para
mirarla. Cuando lo hago, apoya los talones en el borde de la mesa y empuja
su sexo contra mi miembro.
—No deberíamos hacer esto. Tienes que alejarte de mí. Por Dios.
—¿Te estoy haciendo daño? —ronco, confuso.
Está temblando y tiene miedo grabado en la expresión. ¿Tiene miedo?
¿Otra vez?
—Yo… necesito…
—¿Qué necesitas?
Que no me diga que me aparte. No de la manera en que está abierta
para mí, con su sexo a la altura perfecta para mi eje, no creo que pueda. No
sin saborearlo.
No sin un sorbo.
Gimiendo, Shelby deja caer la cabeza sobre la mesa.
¿Estoy siendo demasiado duro? ¿Voy demasiado rápido? Creía que los
humanos se besaban durante el apareamiento, pero quizá me equivoque.
—Dime —gruño, pasando las garras por la mesa a ambos lados de su
cuerpo—. ¡Dime qué tengo que hacer!
Suelta un grito de frustración y se incorpora, obligándome a retroceder.
Se quita las botas de una patada, se sujeta del borde de los pantalones y se
los baja de un tirón. Me mira tímidamente mientras se quita el trozo de tela
que cubre su sexo.
Su dulce aroma inunda el aire mientras vuelve a separar lentamente las
piernas.
Me echo hacia atrás y miro hacia abajo para ver el regalo que me está
haciendo. Unos labios mojados y húmedos eclipsan mi visión, su carne
oscura rodeando una franja de brillante color rosa. Aquí está igual de
desprovista de vello y mis dedos se esfuerzan por sentirla, por deslizarlos
sobre ella, por abrirla y ver dónde irá mi eje, dónde se asentará mi nudo.
Ante mí está el lugar más sagrado y secreto de mi hembra, y lo está
mostrando para que mis ojos se den un festín. El hambre me revuelve las
tripas, y la sed me oprime la garganta. Mi cola se desliza por la mesa para
rodearla.
Mis garras arañan la mesa a ambos lados de ella, clavándose en el metal
y dejando su marca.
Me desea tanto como yo a ella.
Pero cuando veo su cara, no me mira. Tiene los ojos cerrados y el
cuerpo sonrojado y tembloroso, como si estuviera enferma. Se ha abierto la
bata y sigue con la camisa puesta. ¿Me enseña su sexo antes de dejarme
verla entera? ¿Oculta su cara pero no su sexo?
Ella ha visto todo de mí. La quiero a ella entera.
—Mírame —le exijo.
—Por favor —su voz es apenas un jadeo forzado—. Es demasiado. No
puedo soportarlo.
Le acaricio suavemente los muslos y me inclino sobre ella.
—¿Soportar el qué? ¿Que tu cuerpo cambie por mí?
—Tu olor —jadea—. ¡No puedo! —grita bruscamente, echando la
cabeza hacia atrás—. ¡No puedo! —empuja sus caderas hacia mí y su sexo
caliente se desliza por mis escamas—. Necesitas hacer esto, y rápido.
Tenemos que salir de aquí. Por favor, ¡hazlo rápido! No puedo quedarme
embarazada.
—Aparearnos —corrijo, levantándome—. ¿Por qué tienes miedo?
—¡Vagan!
Aprieto sus piernas con más fuerza.
—¿Por qué? —exijo.
¿Por qué estoy tan confundido? ¿Los humanos no se aparean como los
de mi especie?
Actúa como si no tuviera elección…
—Porque no sé qué coño me pasa ahora mismo y si no… —se sienta,
me empuja el pecho y me toma el miembro con las dos manos—. Joder, voy
a gritar con todas mis fuerzas y hacer que ese alienígena acabe con
nosotros. ¡No tenemos tiempo para esto! —exclama. Me aprieta el nudo y
me derramo por todo su pecho, y ella se lamenta—. ¡Sobre mi camisa no!
Está en mi camisa, ahora sí que vamos a morir —solloza.
Le quito las manos de encima antes de derramar aún más sobre su
cuerpo y su ropa, sintiéndome inquieto por lo que está ocurriendo.
—Eso no resssponde a mi pregunta, pequeña compañera.
¿Los humanos no cambian por sus parejas?
¿Lo que está experimentando es tan nuevo para ella como lo es para mí?
¿No sabe lo que está pasando?
—El destino quiere que nuestros cuerpos se unan —digo cuando ella no
responde.
Ella se mueve y se revuelve, empujando contra mí y, al mismo tiempo,
apretándome más fuerte.
—¿El destino? Los humanos no se comportan así. Como si entráramos
en celo. ¡No tenemos celo, Vagan! Me está pasando algo extraño y estoy
asustada —solloza de nuevo.
Agarrándola por los hombros, la inmovilizo contra la mesa.
—No permitiré que me temas —le digo.
Pienso en lo que está sucediendo, por lo que está pasando. Quiere ceder,
necesita ceder, como si fuera a morir si no lo hace. Necesita desahogarse.
Necesita desahogarse como yo necesité desahogarme hace semanas, más
allá de la desesperación, confundido y perdido.
Porque es su cuerpo el que la obliga, y no su mente.
Debo enseñárselo, y tranquilizarla.
—Yo tampoco quería que mi cuerpo reaccionara así —digo, suavizando
la voz—. No me aparearé contigo mientras tengas miedo. Puedes luchar
contra esto.
Deja de agitarse y sus ojos vidriosos encuentran los míos.
—¿No quieres tener sexo conmigo?
—No. —la palabra sale de mi garganta, más dolorosa que cualquier
herida.
—Pero necesito…
—¿Derramarte?
—¿D-Derramarme? —tartamudea.
Hasta ahora, había sido testaruda, atrevida y había dicho lo que pensaba.
Ahora no era nada de eso y, a pesar de mi necesidad de ella, mi malestar era
cada vez mayor.
—Aliviar el malestar —digo, acariciando sus muslos—. Hacerlo más
llevadero —digo, mientras tomo mi miembro y lo levanto para mostrárselo,
tirando de él una vez para que suelte un poco de semilla—. Ayuda. No tanto
como me ha ayudado estar enfermo y débil, pero ayuda. Desangrarse
también ayuda.
Sus ojos se posan en mi eje.
—¿Quieres que me vaya? —le pregunto, casi en un gemido.
—¡No! —se incorpora sobre los codos—. Dime cómo funciona.
Su firmeza me llena de calidez, pero luego aumenta mi propio terror.
Apenas puedo contenerme, inspirándola y viéndola en ese estado. ¿Y ahora
quiere que hablemos?
—¿Cómo? —gruño con fuerza, recordando que me está poniendo a
prueba—. Solo ayuda el dolor y el agotamiento, o derramarse. Dime cómo
puedo ayudarte a derramarte, porque no te haré daño. Eso, o deja que me
vaya.
Ella es mucho más pequeña que yo, mucho más débil en general. Mis
fantasías de celo con ella son brutales y viciosas, pero no puedo ser así con
ella. Ella no sobreviviría. Puede que yo no sobreviva. Por favor, déjame
irme.
Se lame los labios y casi me desato.
—Tócame —exhala—. Entre mis piernas. N-no puedo aliviarme sin
ayuda —dice, haciendo un gesto de dolor.
Con las fosas nasales dilatadas, nos miramos fijamente. Sabe lo que me
está pidiendo. Puede ver que mi cuerpo tiembla por la contención. Pero
confía en mí lo suficiente como para mantener mi palabra. Se vuelve a
tumbar en la mesa, sosteniéndome la mirada, y coloca las piernas abiertas.
Sssí, confía en mí. Estamos hechos el uno para el otro.
Mis ojos se posan al instante en su sexo y me abalanzo sobre ella,
deslizando la lengua a lo largo de su abertura. Grita mi nombre y me agarra
la cabeza.
La azoto con más fuerza, sobrecogido por su sabor. Su esencia cubre
rápidamente mi lengua, haciendo que mi eje se sacuda en respuesta. Sus
dedos se enredan en mi pelo. Siento punzadas en el cuero cabelludo que me
erizan las escamas de mi cola.
Gime mi nombre.
Me invade una extraña emoción… ¿De gozo?
Deslizo la lengua por su abertura. La lamo más deprisa. Cada vez más
hambriento, más ansioso, y con más ganas. Si tiene que derramarse, tendrá
que derramar mucho más de lo que ofrece su sexo reluciente.
Cuando mi cuerpo reaccionó a su aroma, me derramé durante horas, y
aún tenía más que dar. Hubo poco alivio incluso después de haberme
vaciado, solo era locura y sed. Me sentía como si estuviera ardiendo.
Y por esa locura casi me matan. No puedo dejar que mi hembra pase
por el mismo tormento, no cuando estoy aquí para ayudarla a superarlo. No
con otros machos y monstruos acechando cerca. Muevo mis manos entre
sus muslos, separo sus labios inferiores y aparece su pequeña abertura
humana. Se estremece cuando la pongo delante de mi. Es pequeño, como
ella, y tendré que ensancharla para que me acepte.
Alargo la mano hacia abajo y acaricio la cabeza de mi eje.
La mano de Shelby se desliza por su cuerpo hasta rozar un pequeño
nódulo sobre su abertura. Curioso, aparto su mano.
—¿Qué es eso? —le pregunto.
—Mi clítoris —jadea, volviendo a poner los dedos sobre la
protuberancia—. Me gusta frotármelo.
Vuelvo a apartarle los dedos y se lo pellizco suavemente.
Sus caderas se sacuden.
—Oh, Dios, sí.
Complacido por su reacción, me inclino y le paso la lengua por encima.
Cuando sus caderas se levantan de la mesa, las agarro y las fuerzo a bajar.
—No te muevas —gruño—. Deja que te ayude a derramarte.
Se arquea una vez y se queda quieta debajo de mí.
Le rozo con más fuerza el punto sensible y le acaricio la abertura con
los dedos de la mano que tengo libre.
Inclinándome hacia ella, la lamo más rápido, más fuerte.
Las uñas de Shelby se clavan en mi cuero cabelludo.
Todavía… No se ha derramado…
¿Por qué no se derrama?
Moviendo los pulgares, masajeo su sexo, instándola a que se libere.
Desesperado, se me contrae la garganta, dispuesto a bebérmela, dispuesto a
llenarme el vientre y a conocerla de una forma que no había imaginado. Mi
cola se enrolla alrededor de su pierna izquierda, apretándola suavemente.
Deslizo la punta de mi cola hacia mi miembro para estrujarlo.
—¡Más! —grita cuando vacilo.
Gruño.
Aparto la boca de su nódulo e introduzco mi lengua en su interior.
Grita mi nombre y mis pensamientos se revuelven.
Buceo, lamo, tanteo y saboreo, conozco cada centímetro de su apretada
envoltura y descubro que el lugar más irregular de su interior es mi favorito.
Su sabor me inunda cuando la acaricio.
—Necesito… necesito… —introduzco mi lengua con fuerza en su zona
sensible y su cuerpo se pone rígido. Intenta apartar mi cabeza—. ¡Me corro!
—jadea.
¿Cómo que corre? ¿Adónde?
El cuerpo de Shelby se estremece y se queda en silencio, apretando
todos sus miembros contra mí. Su envoltura me aprieta la lengua y la
humedad me resbala por la barbilla y las mejillas. Ensancho la boca
alrededor de su pequeño agujero y me preparo para tragar cada gota que me
va a dar.
Se me hace la boca agua de excitación. Nunca había estado tan
desesperado por un sorbo. Podría volverme loco si no hay suficiente.
Pero no se derrama.
Su envoltura se agita, estrechándose a mi alrededor, e imagino cómo
sería tener mi miembro acunado de forma tan perfecta.
Me derramo por todo el suelo antes de terminar mi fantasía, empujando
mi miembro con fuerza contra el lateral de la mesa. Sus miembros ceden y
se desploma debajo de mí. Con el corazón desbocado, sus brazos caen a los
lados como si acabara de ser abatida por el enemigo.
—Gracias —suspira—. Gracias —vuelve a susurrar justo después.
Paso la lengua por su apretada envoltura y busco su derrame.
—V-Vagan —tartamudea al cabo de un momento, y se levanta sobre los
codos—. Yo…
Sin apartar la boca de ella, miro hacia arriba cuando ella me mira. Los
ojos, entornados y vidriosos, salvajes y sombríos, se ensanchan y dejan de
ser azules.
Lentamente, sus miembros se tensan y vuelven a cerrarse en torno a mí.
Sus ojos se posan en la semilla que he derramado y sus fosas nasales se
agitan.
No voy a parar hasta que ella también lo haya hecho, y se está dando
cuenta. Su respiración se hace más pesada y el ligero enrojecimiento de sus
mejillas se acentúa.
Me despego de ella y sustituyo la lengua por mi dedo.
—No te hasss derramado —siseo, agitándolo, explorando su estrecho
interior, deseando que fuera mi eje.
—Si —gime—. Me corrí…
Otra vez esa palabra.
Deslizo parte de mi cola bajo su cabeza para que se apoye en ella. Como
me gusta la sensación de su estrecho orificio, introduzco un segundo dedo
para explorarla, excitarla, y para estirarla.
—No te hasss derramado.
Menea la cabeza.
—Cuando me derramo, lo hago por todas partes, empapando todo —le
digo.
Echa la cabeza hacia atrás cuando bajo y le acaricio el nódulo con la
lengua.
—¡Vagan! Eso no es…
—No pararé hasta que lo hagas. Esta locura es peligrosa —debería
saberlo—. La presión es insoportable.
—¡Vagan, no puedo derramarme como tú! Las mujeres, las mujeres
humanas, no se derraman así. Normalmente no. No como tú —sus caderas
se sobresaltan cuando sondeo su punto sensible con ambos dedos—. En
realidad, no deberíamos hacer esto conociéndonos tan poco —añade con un
rápido tirón.
—¿Las hembras humanas no se derraman?
—¡No!
Detengo mis caricias, intentando entenderlo. ¿Las hembras no se
derraman?
¿Cómo se alivian?
Ella se retuerce y maldice ante mi inacción, engancha las piernas a mi
cintura, rodeándome. Luego mira alrededor de la habitación, su mirada se
dirige a la semilla esparcida por su muslo y luego me mira a mí.
Espero su indicación, con los músculos tensos y las caderas
sacudiéndose. Acaricio su zona con fuerza y prácticamente le suplico que
ceda a mi dominio, que termine la reclamación.
Hay un calor en sus ojos que me enciende el cuerpo. La locura se ha
apoderado de ella. Muevo las caderas con más fuerza, excitado.
Un siseo resuena entre mis colmillos. No puedo evitar el salvaje
regocijo que me invade… y la culpa que lo acompaña.
DIECISIETE

UN JUEGO PELIGROSO

Shelby

Q UIERO LLORAR .
Golpear.
Gritar.
Quiero golpearle con los puños por haberme hecho caer tan bajo.
Pero, más que nada, necesito que esté dentro de mí, apretando sus
caderas contra mis muslos.
Por un breve momento, hubo felicidad. Verdadera dicha, alcanzando el
clímax con sus dedos y su boca. Nunca había conocido una sensación así, ni
siquiera el par de veces que había estado con Collins. Excitación,
vergüenza, y euforia por algo que no fuera mi trabajo… Nunca había sabido
que otra cosa pudiera hacerme sentir así. Como si tuviera sol sobre mi piel,
el viento golpeando mi pelo y estuviera en los dorados campos de grano.
Un instante de paz. Del tipo que la gente persigue toda su vida para poder
experimentarlo, para que luego termine demasiado pronto y las feromonas
de Vagan vuelvan a hacer efecto en mí.
El placer, especialmente el placer propio, no es algo en lo que me haya
centrado nunca, viviendo en el mundo en el que he vivido. El deber es lo
primero.
No debería centrarme en ello ahora mismo.
Al tocarme los muslos, mi piel se calienta y enrojece, mi sexo se aprieta
alrededor de un horrible vacío. Me había satisfecho ese momento de
felicidad para que luego me lo arrancara y me dejara aún más vacía.
La evidente confusión de Vagan sobre cómo me afecta su olor es lo
único que me mantiene con los pies en la tierra. No conoce a los de su
especie. Es obvio por nuestras interacciones. Está solo. No ha mencionado a
ningún pariente. No ha mencionado su cultura en absoluto.
Porque no tiene. Nunca lo ha tenido. Empiezo a darme cuenta de esto.
Los nagas son muy primitivos a pesar de su conocimiento de la lengua
común y de las ruinas de la Tierra.
En el fondo de mi mente, la realidad intenta por todos los medios volver
al primer plano.
Empujo a Vagan un poco más hacia atrás, me deslizo fuera de la mesa y
me apoyo en él, mis rodillas ceden. Su miembro me roza el estómago y la
boca se me llena de saliva. Me arde la piel, incluso estando pegada a su
cuerpo frío.
Deslizo mis manos por su pecho, pasando mis dedos por su herida, y
cojo su miembro con las dos manos. Mi sexo se aprieta, feliz por mi
imprudente decisión.
Es de otra especie.
Es gruesa, con un bulto cada vez mayor que ensancha su centro.
Mojadas por la semilla, mis manos se deslizan hasta la base, acariciando el
nudo mientras suben hasta la punta. Es grande, más grande de lo que
cualquier hombre humano podría llegar a tener. Pero también es largo y
puntiagudo, lo que hace que el enorme nudo del centro sea un poco menos
aterrador.
Los pensamientos atrapados en el fondo de mi mente gritan. Pero un
profundo siseo me invade los oídos y me produce un delicioso escalofrío.
Vagan mueve las caderas y, sin querer, me tira hacia atrás contra la mesa.
Si esto ocurre, podría estar apareándome con él, vinculándolo a mí de
por vida.
“No te tomaré, sino que me uniré a ti.”
Sus palabras vuelven a mí.
Ocurre en otras especies alienígenas, y a veces en animales. Mis ojos se
abren de par en par. ¿Compañeros de por vida? ¿Con humanos? ¿Es eso
posible? Vagan inclina la cara hacia el pliegue de mi cuello y desliza la
lengua desde la clavícula hasta la oreja.
Si dejo que esto ocurra, habrá consecuencias. Aun así, mi cuerpo se
estremece de placer a pesar de mi ansiedad.
Sujeto su miembro con más fuerza y desvío la mirada de su miembro a
su cuerpo exuberante para encontrarme con sus ojos. Un hambre oscuro y
animal me devuelve la mirada. Separo los labios.
Ya está conmigo.
Lo ha estado desde el principio.
Es… mi héroe.
—Vagan —digo, más allá del miedo y completamente aterrorizada.
Aunque me gustaría decir lo que siento, no puedo evitar cerrar los
labios. El hambre en su expresión se vuelve más feroz mientras le acaricio
el miembro con vacilación. Me asusta aún más porque su expresión salvaje
me deja sin aliento y me pone a cien.
Lo suelto y vuelvo a sentarme en la mesa. Su mirada se posa en mi sexo
y la vergüenza se apodera de mi valentía. Empiezo a cerrar las piernas, pero
sus caderas se interponen entre ellas.
—No me obligues a suplicar.
¿Suplicar? ¿Suplicarle que pare? ¿Suplicar por más? Si se lo suplico, no
sé por qué se lo estaría haciendo.
Vagan me sujeta la cintura con las manos mientras acerca su punta a mi
abertura. Su semilla salpica inmediatamente mi interior. Tiemblo, la siento
empapada y me caliento aún más mientras él se aparta. Aprieto las rodillas
contra sus costados para detenerlo.
Sisea, se desliza hacia atrás y luego hacia delante.
Vagan me acerca de nuevo su enorme punta y empuja. Me estremezco
por el fuerte golpe de la penetración y me contraigo alrededor de su punta.
—Qué grande… —apenas me salen las palabras. Y que extraña, pienso,
mirando fijamente los azules zafiro y añil de su miembro alienígena.
—Compañera —vuelve a tararear esa palabra, manteniendo el cuerpo
inclinado.
Empiezo a temblar.
Me aprieta aún más.
Mi cabeza cae hacia atrás mientras un grito se desgarra en mi garganta.
—Mi pequeña hembra eres… más pequeña que yo —dice—. Y, sin
embargo, tu cuerpo da másss de sí.
Mis piernas se tensan contra él. El escozor se intensifica y Vagan se
inclina y me lame el cuello, y la oreja. El movimiento de su lengua me
relaja y el escozor disminuye. El placer se arremolina y aumenta.
—Dulce compañera, te abriré y acabaré con tu locura. Sssí. Te abriré
como el raro regalo que eres —ronronea, acariciándome la garganta—. Soy
digno.
Sus palabras revolotean y flotan en mi cabeza sin solidificarse. Nada de
lo que está pasando entre nosotros se materializa.
Caigo hacia atrás y aterrizo sobre su cola, ligeramente acolchada. La
punta de su cola se enrolla sobre mi hombro y se desliza por la parte
delantera de mi cuerpo. Se hunde más en mí, estirándome incluso más.
—Despacio —jadeo.
Sus dedos se posan en mi clítoris y empiezan a jugar con él, apretándolo
con fuerza como un botón. Mis caderas saltan en el aire y el miembro de
Vagan sale.
Suelta un gruñido y me sujeta las caderas con fuerza contra la mesa. Y
entonces vuelve a penetrarme, esta vez hasta el nudo. Grito y me aprieto
contra él, intentando expulsarlo.
—Deja de moverte —me ordena—. O volveré a derramarme por toda tu
carne. No quiero que se desperdicie más de mi semilla.
¿Desperdicie?
¿Que se desperdicie?
Vagan mueve las caderas y las palabras se desvanecen con todo lo
demás. Empuja, presionando su bulto contra mi abertura. Mis caderas se
estremecen contra la dura pared de un macho que intenta conquistarme. Mi
frente se llena de sudor y su lengua sale a lamerlo. Empuja un poco más, y
sus movimientos se vuelven más bruscos.
Intento relajarme. Ya no hay dolor, solo presión. Una presión que me
despeja la mente, pero solo un poco, porque significa que ya no estoy vacía.
Reconfortada, mi cuerpo se acomoda contra la mesa mientras cierro los ojos
y me dejo llevar por las sensaciones.
Si esto va a pasar sí o sí, será más fácil si participo de buen grado.
—Sssí —me anima, deslizándose parcialmente fuera de mí.
Empuja hacia delante e introduce su gran nudo.
Un grito ahogado me desgarra la garganta. Tirando de mis piernas,
Vagan me atrapa contra la mesa. Mis músculos internos se ponen a trabajar
para intentar sacarlo. Se detiene, completamente dentro de mí, sujetándome.
Retorciéndome, con mis miembros agarrotados, me preparo para el dolor,
para la singularidad de su miembro alienígena invadiéndome. Empujo, me
agito y me retuerzo, apretando y aflojando, intentando adaptarme a su
tamaño. Veo estrellitas a medida que aumenta la presión.
Y continúa aumentando.
Tartamudeo su nombre. Vagan me sisea al oído mientras mi mente se
hace pedazos.
—Sssssshhhhh…
Sus manos suben por mi cuerpo, pasan por encima de mi camisa y
vuelven a bajar. Sus siseos se convierten en un zumbido aún más profundo.
Las vibraciones hacen que mis nervios empiecen a moverse.
Mis músculos se desbloquean. Ahora tararea junto a mi oído.
El frescor de sus escamas absorbe el calor de mi piel. El dolor que temía
nunca llega. El poder de su cuerpo me encierra por todas partes, y solo lo
veo a él mire donde mire. Escamas azules y destellos de naranja brillante
me protegen del mundo.
Hace que sea fácil olvidar todo lo demás.
Respiro de nuevo mientras acomodo su miembro y mi mirada se posa
en él, que está sobre mí. Sus ojos oscuros se clavan en mí, y jadeo mientras
mi mente se desplaza involuntariamente a un lugar horrible. Un lugar donde
estoy atrapada.
Mis ojos se desvían a derecha e izquierda hacia los tensos brazos de
Vagan, a ambos lados de mí, y es como si volviéramos a estar bajo las
rocas. Un hilillo de sudor resbala desde su frente hasta la punta de su nariz
anaranjada.
Si me cae encima como en aquel momento…
—Shelby —gruñe, obligándome a volver a mirarle. La oscuridad que
había en ellos desaparece y lo único que queda es una suavidad que me
desconcierta aún más. Sus dedos se enredan en mis trenzas mientras baja y
roza con sus labios mi boca entreabierta—. Estás a salvo conmigo —gruñe.
Como si percibiera mi pánico.
Estoy a salvo. Unas lágrimas amenazan con brotar de mis ojos. Estoy a
salvo con él.
¿Verdad?
No estamos a punto de enfrentarnos a nuestra condena.
No estamos siendo aplastados lentamente. Aprieto las piernas a su
alrededor. Son libres, y nosotros también. Aprieto mi pecho contra el suyo,
inhalo su dulce aroma antes de que las rejillas de ventilación me lo roben
todo, y lo disfruto.
Es como si nunca hubiéramos salido del derrumbe.
Esto está mejor.
—Eres mía —gruñe, diciendo lo mismo que antes, y el calor estalla en
lo más profundo de mi ser—. Mía… Mía… Mía —gruñe con fuerza.
Su miembro se sacude con fuerza y sale disparado contra mí, arquea la
espalda y se levanta sobre los brazos. Su lengua acaricia el aire mientras sus
caderas se estremecen. La presión aumenta. Su nudo crece, abriéndome aún
más, obligando a mis músculos internos a ceder ante él.
Me estremezco.
El éxtasis vuelve, caliente y rápido, recorriendo todas mis terminaciones
nerviosas. Temblando, levanto los brazos y tiro de él hacia mí, y nuestros
brazos se unen. Su semilla me inunda, devolviendo el incómodo calor a mi
cuerpo, pero sigue agitándose, moviéndome de un lado a otro las caderas,
frotando su nudo directamente contra mi punto más íntimo. Separo la boca
en un gemido apresurado y aprieto con los labios su barbilla.
Gritando silenciosamente de placer, se corre y mi envoltura recoge su
semilla.
Su cola se mueve hacia delante y mis piernas se tensan contra sus
brutales caderas.
Vagan sisea mi nombre una y otra vez mientras empuja, y cada vez que
lo hace, hay más presión, y más semilla.
Demasiada semilla.
Lo saca con fuerza y yo jadeo, contrayéndome desesperadamente. Su
semilla salpica mi sexo. Vuelvo a apoyarme en la mesa y levanto las
caderas, suplicándole que vuelva. Mi cuerpo ansía de nuevo el éxtasis,
desea la presión de su miembro que me obliga a complacerlo.
—Otra vez —grito.
Vuelve a metérmela.
Levantándome sobre los codos, veo cómo entra en mí, cómo mi cuerpo
acepta a un macho tan viril. Hunde su nudo en mi interior y echo la cabeza
hacia atrás con un grito de placer.
Se retira y vuelve a penetrarme.
Esta vez, me dejo caer mientras me sujeta por la cintura y me folla
salvajemente.
Mi cuerpo se desplaza sobre la mesa, es arrastrado de nuevo y vuelto a
empalar una y otra vez en rápida sucesión. Con presión a la vez que alivio,
arrastra su cola fuera de la mesa hacia atrás, sacudiéndola con fuerza. Al
sentir mi sexo abrasado por el placer, mis gemidos se convierten en gritos
agudos. Me araña la piel con las uñas mientras sigue gruñendo mi nombre
con cada embestida. Consumida por su aroma, me abrazo a él en mitad de
una embestida y empalo mis caderas contra él, deshaciéndome.
Vagan me coge por las piernas, embistiéndome mientras mi mente se
descontrola. Veo puntitos en mi visión y me aferro a él mientras me sacude
un violento orgasmo.
No es suficiente. Muevo las caderas en medio del éxtasis.
Cuando vuelve a penetrarme, le suplico, meciéndome más deprisa.
Empapados y resbaladizos, nos baja al suelo y yo me subo a horcajadas
sobre él, moviéndome como un animal rabioso. No tengo suficiente. Me
sujeta el pelo y me lo pasa por detrás de los hombros mientras me muevo
frenéticamente. Siento un dolor agudo en la herida, pero enseguida
desaparece.
—Reclámame, compañera —me ordena, y consigo mirarlo a través de
mis ojos entornados, y veo su lengua deslizándose por sus colmillos.
Esa visión perversa me estremece. Le tomo de la cara y aprieto mi boca
contra la suya. Su lengua invade y azota cada rincón de mi boca.
Cuando su nudo vuelve a hincharse y no puedo soportar más su presión,
me dejo caer sobre su pecho con un grito y siento cómo una oleada de
placer aún mayor brota de mi cuerpo. Casi arañándole, repentinamente
alterada por el exceso de sensaciones, me rodea la espalda con la cola y me
aprieta contra su garganta. Le muerdo en el cuello.
Y cuando creo que estoy a punto de perder la cabeza, me golpea el
agotamiento, completamente satisfecha.
Me estremezco y me contorsiono, temblando sobre su miembro, y cierro
los ojos. Abrazándome contra su pecho, me acaricia la espalda por encima
de la ropa mientras la punta de su cola acaricia mi pie izquierdo. Se derrama
una vez más, atrapando su semilla dentro de mí.
El tiempo pasa mientras su olor se desvanece y es absorbido por los
conductos de ventilación. Acurrucada en su pecho, calentita y feliz, no me
quiero mover. El calor que me atormenta desde dentro empieza a enfriarse,
y los pensamientos negativos se abren paso de nuevo en mi mente.
Intento expulsarlos… pero no puedo. Inhalo profundamente y aún
puedo oler las feromonas de Vagan. Y con ellas, la vergüenza me recorre
roja y caliente.
Acabo de…
Acabo de acostarme con él.
Es de otra especie.
Me doy cuenta de que acabo de quebrantar tantas leyes, normas y
principios morales que mi cuerpo se pone rígido. Lo hice aún sabiendo que
habría consecuencias. Incluso después de atacar a Daisy. Incluso sabiendo
que podíamos ser atacados en cualquier momento.
Abro los ojos y me estrecho aún más contra su pecho.
Él parece saber que algo ha cambiado porque también se pone rígido.
—¿Qué te pasa? —pregunta.
Me estremezco, ya que es lo último que quiero oírle decir. Me aparto de
su pecho y desvío la mirada.
—Nada —digo, dándome cuenta de que aún llevo la bata, la camiseta y
el sujetador.
Ni siquiera me había quitado toda la ropa…
—¿Shelby? —Vagan intenta que le mire, pero lo único que quiero es
mirar donde estoy desnuda, a horcajadas sobre su cuerpo y con su semilla
por todas partes.
Tal vez si miro lo suficientemente, el tiempo suficiente, consigo
desaparecer.
—Tenemos que limpiarnos —murmuro con rapidez, apartándolo—.
Tenemos que… —resoplo cuando no sale de mí. Empujo su pecho e intento
levantarme de su miembro otra vez. La presión de su hinchazón me detiene
—. Vagan, ¿por qué no sales? —me inclino hacia atrás y miro hacia abajo,
donde estamos unidos.
—Mi nudo está lleno de semilla.
—¿Aún? —chillo—. ¿En serio?
—¿Por qué no tendría que estarlo? —gruñe.
Me levanto con más fuerza y me sobresalto al ver que estoy atrapada.
Es como si su bulto aumentara con cada intento.
—¡Ayúdame! —digo, cogiéndole de la base, sintiendo ya cómo sus
feromonas vuelven a afectarme.
Otra vez no. Por favor, otra vez no. Al mirar a mi alrededor en busca de
algo que me ayude, únicamente veo un laboratorio antiguo, y mi corazón se
detiene recordando dónde estamos.
Vagan gime cuando aprieto su base.
—Córrete otra vez —digo rápidamente, apretando.
—¿Que me corra? —pregunta él, recorriendo mis muslos con las
manos.
—¡Derrámate!
Sisea y me tumba. Inmovilizada debajo de él, me muerdo el labio
inferior con fuerza mientras vuelve a empujar dentro de mí. Más allá del
pudor, la vergüenza me golpea con fuerza a pesar de la oleada de placer. Su
cola me rodea por debajo y por encima, estrechándome con fuerza.
Me golpea con fuerza.
—¡Vagan!
Me aprieta los dedos contra la boca y me embiste con fuerza,
abriéndome más que antes. Incapaz de soportar su presión, vuelvo a
empujar hacia él e intento mantener la cordura.
A pesar de mis esfuerzos, no puedo evitar gemir cada vez que su nudo
roza mi punto más íntimo.
Vagan inunda mi interior con su semilla, presionando mis caderas contra
el suelo por el esfuerzo.
Me deslizo por debajo de él, consigo sacarla y un suspiro de alivio se
apodera de mí. Todavía está chorreando cuando me separo y me alejo. Me
atrapa y yo le sujeto la mano antes de que vuelva a meterme debajo de él.
—¿Por qué? —gime.
Contrayéndome, necesitada de otro asalto, aprieto los muslos.
—Lo siento —susurro mientras él sigue derramándose por el suelo,
igual que se ha derramado dentro de mí.
Me siento fatal por lo que estoy haciendo, pero a la vez me siento
superada.
No tengo experiencia, la verdad. He estado con hombres, pero nunca
así. Nunca de una forma en la que todo el horror y el dolor desaparecen y
puedo ser feliz.
No puedo.
Inconscientemente, me llevo la mano a los ojos. Se me hace un nudo en
la garganta cuando Vagan me mira como si intentara comprenderme.
No puedo…
Nunca dos palabras me habían dolido tanto, y ni siquiera las digo en voz
alta. Separo los labios para decírselo cuando algo se mueve en el rabillo del
ojo y desvío la mirada, viendo cómo varias hojas se mueven sobre el cristal
de la ventana. Vuelvo a mirar a Vagan y me doy cuenta de que aquí abajo
no hay viento.
Vuelvo a mirar hacia la ventana.
Se me pone la piel de gallina.
—Vagan… —empiezo a decir y me quedo sin palabras.
Las hojas han dejado de moverse y me lo pienso dos veces. Sin
embargo, se me eriza el vello de la nuca.
—¿Qué pasa? —pregunta Vagan, moviendo y enroscando su cola.
—Las hojas… —murmuro, mirándolas fijamente, demasiado asustada
para apartar la vista.
Vuelven a moverse, tan ligeramente que apenas se nota, y aparece una
forma. La silueta de una gran bestia que se camufla entre el follaje. Mi
corazón se detiene.
—¡Vagan! —grito cuando los ojos rojos del Lurker parpadean y su
camuflaje desaparece. Me escabullo hacia atrás y resbalo en la semilla de
Vagan—. ¡Detrás de ti!
DIECIOCHO

EL ASCENSOR

Shelby

M I ESPALDA choca contra la pared del otro extremo de la habitación. Busco


las pistolas en mis bolsillos y recuerdo que aún están sobre el escritorio.
Vagan se levanta de golpe y golpea la ventana con la cola. El Lurker ni
se inmuta.
Apretando los dientes, mojada y cubierta de semilla, desvío la mirada de
Vagan hacia los pantalones y las botas que están en el suelo junto a él. Al
oír un ruido fuerte procedente de la ventana, todo mi cuerpo se estremece.
Me paso una mano por la cara y me apresuro a coger mi ropa,
escabulléndome detrás de la mesa para ponérmela.
Los golpes en la ventana se intensifican.
—¿Puede entrar? —grito, con el corazón desbocado por el miedo.
Al asomarme por la esquina, Vagan sigue en la ventana, de espaldas a
mí. El golpeteo se detiene y luego se oye un chirrido largo y fuerte. Me tapo
los oídos y cierro los ojos cuando el Lurker clava sus garras en el cristal.
—¡Aléjate de ahí! —grito cuando Vagan no se aparta.
A pesar de todo, su olor sigue invadiéndome, haciendo que mis nervios
vibren incómodamente.
Esto es lo que no quería que pasara.
Los golpes vuelven a sonar. Me pongo en pie, corro hacia el escritorio y
cojo una de las pistolas. Me enderezo y miro a Vagan para gritarle de
nuevo, mientras veo al Lurker al otro lado. Con la boca entreabierta para
mostrar sus afilados dientes, parece sonreír. Sus ojos profundamente
rasgados y sus rasgos reptilianos dan paso a un interés depredador cuando
se dirigen a mí.
Mi miedo se dispara.
—Vagan —digo, nerviosa, dando un paso hacia él—. Mírame.
¿Por qué no me responde?
—Habla —murmura Vagan—. Nunca habían hablado.
—¿Quiénes? —pregunto, oyendo al Lurker arañar de nuevo la ventana.
—Los otros monstruos. Eran bestias. Incluso los que se parecían a mí…
—Mírame —alargo la mano y le toco la espalda—. Los Lurkers son una
especie completamente diferente a la tuya. No sois iguales.
Su cuerpo se sobresalta como si saliera de un trance, gruñe y estira el
brazo para impedir que me acerque más. Se gira para mirarme.
—Ssshelby —sisea mi nombre, y la confusión de sus ojos casi me
rompe el corazón—. ¿Estás segura de eso?
—No eres un monstruo…
El Lurker golpea el cristal con los puños y ambos nos sobresaltamos. La
cola de Vagan se enrosca a mi alrededor.
—El cristal aguantará, ¿ve-verdad? —tartamudeo—. ¿No?
—Lo romperá. Puede hacerlo, si quiere.
—¿Qué? No es eso lo que quería oír.
Los golpes en la ventana se hacen más fuertes.
—Si está tan desesperado por pasar… —murmura Vagan distante,
volviéndose a mirar al Lurker—. Yo conseguí pasar.
Sacudo la cabeza, sin tener ni idea de qué está hablando.
—¿A dónde?
No vuelve a girarse para mirarme. Retrocedo un par de pasos y salgo de
su cola.
—Vagan —digo, llena de preocupación—. Tenemos que irnos antes de
que eso ocurra.
Tenemos que irnos ahora mismo.
La sonrisa del Lurker ha vuelto. El cristal tiembla y el ruido hueco que
reverbera en él me recuerda al de los cañones de una nave espacial justo
antes de que salgan gases disparados por los tubos de escape. Doy un
respingo.
—El cristal de Zaku —dice por fin Vagan.
—¡Esta no es el cristal de Zaku! Vagan, ¡despierta! —grito—. ¡Tenemos
que irnos!
Se vuelve hacia mí, justo cuando un crujido ensordecedor atraviesa la
habitación. Vuelve a centrarse en mí y se aleja de la ventana.
Detrás de él, el cristal se quiebra.
El Lurker retrocede y golpea el cristal con el hombro. Se forman más
grietas.
—¡Cuidado! —grito, quitando el seguro de mi pistola.
Con las manos temblorosas, apunto mientras el alienígena vuelve a
golpear el cristal. Lanza su cuerpo contra el cristal, provocando grietas en
forma de telaraña. Retrocede mientras yo intento mantener firme el arma.
Al siguiente golpe, se estrella contra el cristal y yo disparo, rezando para
que la bala impacte. Vagan me atrapa y corre hacia las puertas centrales
mientras yo sigo apretando el gatillo. El Lurker se sacude y yo grito
mientras cae al suelo con un gruñido agónico.
Pero no permanece allí mucho tiempo.
—La llave —gruñe Vagan, agarrando el cordón que me rodea la
garganta.
Me da un tirón mientras el alienígena se levanta y avanza hacia
nosotros. Oigo un pitido y entonces la cola de Vagan se enrosca a mi
alrededor, empujándome a través de las puertas que se abren.
El Lurker corre hacia nosotros mientras Vagan cierra las puertas con su
cola.
Se abren de un golpe antes de que pueda llegar a cerrarlas. Vagan me
suelta para apoyar su cuerpo contra ellas, y el Lurker ruge al chocar contra
las puertas.
—¡Corre! —grita Vagan mientras me pongo de pie.
Tiro el arma descargada y busco el ascensor.
—Joder, joder, joder, joder —maldigo, mirando las espesas lianas y
árboles que nos rodean.
Estamos de nuevo en el bosque, no dentro de otro laboratorio o pasillo.
Aquí el túnel de cristal está completamente destrozado. La maleza nos
rodea por todas partes. Veo luces rojas y azules a través de algunas ramas y
me abro paso hacia ellas.
El reactor se alza ante mí y de él emana energía estática.
Vagan gruñe con fuerza mientras los golpes del Lurker se vuelven
frenéticos y feroces.
Oigo otro crujido y mis ojos se separan del reactor.
—¡No veo el ascensor! ¡Solo hay árboles!
—¡Escóndete! —ruge.
El Lurker cruza y se estrella contra la maleza a mi izquierda. Gira y me
ve mientras le alcanza Vagan. Su cola sale disparada y envuelve el torso del
Lurker, derribándolo al suelo del bosque antes de que pueda atacar. Vagan
arrastra al alienígena hacia él mientras este rasga el suelo, tratando de
alcanzarme.
El Lurker se da la vuelta y clava sus largas garras en la cola de Vagan.
Al ver que Vagan intenta saltar sobre su espalda, enseña los colmillos y
apunta a la carne del hombro del Lurker.
Este se levanta y derriba a Vagan.
Vagan no puede ganar, no estando herido. Necesito crear una
distracción.
Se oyen disparos a mi derecha. Mientras me tapo los oídos, Collins sale
de entre los árboles con un rifle en las manos.
—¡Por aquí! —me grita mientras apunta a Vagan y al Lurker.
Se me hace un nudo en la garganta al verle, pero cuando se dirige
directamente hacia mí, mi mirada se desvía hacia su arma.
—No dispares a Vagan —grito.
—Hay un ascensor detrás de las enredaderas, a mi derecha —grita, me
agarra del brazo y me pone en pie—. Vete —ordena, indicando la zona. Me
empuja hacia él.
Avanzo dando tumbos hasta llegar a una pared. Cojo las lianas que hay
en ella, las empujo a un lado y busco el mecanismo que tenía el último
ascensor. Arranco un matojo y encuentro un panel parcialmente destruido
con algunos cables rotos y oxidados. Las paredes de ambos lados están
llenas de marcas de garras.
El mecanismo ha desaparecido.
Suenan más disparos y me sobresalto, dejando caer las lianas que tengo
en las manos.
Cierro los ojos con fuerza, rezo una pequeña plegaria y vuelvo a
abrirlos, encendiéndolos. La luz azul parpadea mientras escaneo el panel.
En unos segundos, mis ojos empiezan a darme instrucciones para reparar el
mecanismo.
Conecta los cables. Cogiendo los extremos de varios, me preparo para
recibir la descarga y empiezo a retorcer los extremos. Collins grita y hace
otro disparo. Me tiemblan los dedos, raspo el óxido con las uñas y espero
que la conexión sea buena, retorciendo los últimos extremos.
—¡Shelby, date prisa, joder!
El panel echa chispas y oigo un zumbido. Veo que el botón de llamada
parpadea y le doy un manotazo.
Las puertas del ascensor se abren.
—¡Vamos! —grito.
Collins retrocede hacia mí. Me empuja hacia el ascensor antes de que
pueda detenerle.
—¡No podemos irnos sin Vagan!
Collins baja su rifle y me coge del brazo.
—Tenemos que hacerlo. Esa criatura no se detendrá.
Tirando de mi brazo, Collins me sujeta con más fuerza.
—¡Vagan! —grito, pidiéndole que venga antes de que se cierre el
ascensor, mientras una luz roja lee mi tarjeta.
Los árboles se mueven fuera, y Collins golpea botones con el codo.
—¡No!
Las puertas empiezan a cerrarse.
Collins me empuja contra su pecho mientras intento evitar que se
cierren.
Vagan aparece a través de las enredaderas, atravesando las puertas que
se cierran y atrapando su cola en ellas. Cae contra la pared y las puertas
empiezan a abrirse. El Lurker corre hacia nosotros. Vagan le hace retroceder
antes de enroscar su cola en el pequeño espacio. Collins me suelta y dispara
al Lurker hasta que las puertas se cierran.
El golpeteo del metal retumba cuando el ascensor da una sacudida y
baja. Me desplomo por la pared y aprieto mi cara contra las manos.
DIECINUEVE

LA RUPTURA

Shelby

L EVANTO LA VISTA y me encuentro con Vagan y Collins mirándome


fijamente.
Maltrechos, sucios y heridos, parece que han pasado por un infierno, y
yo también. Vagan tiene heridas recientes en la parte superior del pecho y
en el brazo, marcas de las uñas del Lurker, y el uniforme de Collins está
rasgado, con la suciedad cubriendo gran parte de la piel expuesta y el
pecho. Ya no lleva chaqueta.
Agotada, mi mirada pasa de uno a otro, mientras ellos hacen lo mismo
conmigo y entre sí. Durante un largo rato, todos nos miramos fijamente.
La punta de la cola de Vagan se enrosca en mi espalda, alrededor de mi
pelo, tirando de él por detrás de mis hombros.
—¿Estás herida? —pregunta, rompiendo primero el silencio.
—No, pero parece que tú vuelves a estarlo —digo con tristeza.
Se toca el brazo.
—Sssí.
Me giro para mirar a Collins, y está estudiando a Vagan.
—Estás vivo —susurro, poniéndome en pie.
El ascensor se detiene y todos miramos hacia las puertas cuando se
abren. Collins levanta el arma. Me preparo, lista para correr.
Pero no hay nada esperando para matarnos y todos nos relajamos,
aliviados. Collins me mira y se mete entre las puertas del ascensor antes de
que se cierren. Detrás de él hay un pasillo largo y poco iluminado con
paredes blancas. Está vacío, salvo por unas tuberías en el techo y algunas
motas de polvo flotantes.
—No gracias a él —suelta Collins, ladeando la cabeza hacia Vagan, y
por fin me responde—. Si no le hubiera disparado, estaría muerto.
Miro a Vagan y veo la verdad de las palabras de Collins en su expresión
furiosa. Se me encoge el corazón.
—Parece que sobreviviste aún teniendo una bala alojada en las tripas —
continúa Collins, frunciéndole el ceño—. Menudo puto desperdicio de
munición.
Los labios de Vagan se tuercen, mostrando unos colmillos chorreantes.
Todo mi cuerpo reacciona con una sacudida.
—¡Parad! —les grito—. ¡Por el bien de todos, parad los dos! Ese Lurker
sigue vivo y apenas hemos podido escapar de él. Tenemos que trabajar
juntos o nunca saldremos de aquí con vida, ¿entendido? Parad los dos.
Miro fijamente a Collins y le digo sin rodeos.
—Sé que no confías en Vagan, pero yo sí. Sé que te atacó, y si vuelve a
hacerlo, lo mataré yo misma —los amenazo a ambos, fijando la mirada en
Collins—. No eres mi padre, ni mi hermano, ni siquiera eres ya mi
compañero de contrato, no necesito que me protejas de él. Puedo hacerlo yo
misma porque hay cosas más importantes de las que preocuparse. Y Vagan
—le digo, encarándome con él—. Collins es mi mejor amigo. No quiere
robarme, así que tienes que calmarte… —me paso los dedos por el pelo—.
No puedo permitir que os hagáis daño por mi culpa —ya está, ya lo he
dicho—. No puedo. Apenas hemos sobrevivido…
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero no permito que caigan.
Nunca había tenido problemas con un chico. Nunca. Y menos mal,
porque es agotador y no tiene nada que ver con el alienígena que nos
persigue.
—Así que así son las cosas —gruñe Collins.
—Sí —gruño—. Así son las cosas.
Collins da un paso hacia mí, y Vagan golpea su cola entre nosotros.
Collins y yo nos sobresaltamos.
—¡Para! —grito, empujando la cola de Vagan a un lado—. Parad los
dos. No soy una cosa que os pertenezca a ninguno.
—Yo no lo veo así, Shelby. Los de su clase quieren poseerte. Vi cómo
querían a Gemma y Daisy, cómo las miraban. Le hice un puto agujero de
bala en el estómago, ¿y tú sigues con él? ¿Cómo me hace sentir eso? —
Collins frunce el ceño—. ¿Por qué ambos oléis a sexo?
Me estremezco.
—Me salvó la vida. Me ha salvado la vida más veces de las que puedo
contar.
—¡Joder! ¿Has tenido sexo con él? —Collins grita.
—No es lo que crees…
—¡Maldita sea, lo has hecho! Y justo después de que intentara
asesinarme, ¿no? ¿O sea perdonar y olvidar? ¿O es follar y olvidar?
Mi culpabilidad vuelve rápida y con fuerza. La prueba está ahí, a la
vista de todos, empapando la parte superior de mis pantalones. Nunca tuve
la oportunidad de limpiarme. Nunca tuve la oportunidad de procesarlo. Mis
pensamientos siguen confusos. Miro a Vagan, sintiéndome mal.
—Me dijo que estabas vivo —digo en voz baja, respondiendo a Collins
—. Yo…
Collins se enfurece y levanta las manos.
—Por los pelos casi no lo consigo. Dime, ¿al menos fue jodidamente
bueno? ¿Te hizo volar la cabeza?
Se me desencaja la cara y me doy la vuelta.
—La estás molestando —ruge Vagan, con un tono lleno de advertencia
—. Aléjate, humano.
—Bien. Debería estar molesta… ¡Yo estoy jodidamente molesto! Me
despierto solo, pensando que me han aplastado la tráquea, ante un ascensor
vacío y cubierto de sangre. ¡De la sangre de Shelby! Y no solo me tropiezo
con una puta jungla subterránea, ¡sino con un maldito Lurkawathiano que
quiere descuartizarme! Gracias al guardia de las narices que me dejó un
rifle porque ambos estaríais muertos sin mí. Esa maldita cosa me cazó sin
descanso, y casi me había atrapado hasta que se calló. Entonces os oí a los
dos… ¡Os había dado por muertos, joder! —Collins se pasa los dedos por el
pelo—. ¡El bosque no es tan jodidamente grande!
—Lo siento mucho —susurro—. No lo sabía. Nos escapamos por los
pasillos.
Collins me mira y baja la voz.
—Creí que habías muerto. Pensé que esa sangre era tuya y que él te
había hecho daño —dice, señalando a Vagan—. Y que tenía razón. Iba a
matarlo por alejarte de mí, por casi matarme y por ser una maldita serpiente,
pero ahora veo que eso no fue lo que pasó en absoluto —Collins se acerca a
mí, pero baja la mano—. Porque entonces las puertas se abrieron y un puto
Lurkawathiano atacó. Joder —vocifera, dándose la vuelta y saliendo furioso
del ascensor—. Y va y tenéis sexo. ¡Sexo!
—Collins… —le digo.
Da media vuelta y vuelve.
—¿Qué? ¿Quieres decirme que pare otra vez? Estás viva, y no puedo
lidiar con esto ahora —nos señala a Vagan y a mí—. Si es por él, bien,
estupendo. Te felicito, maldito alienígena. Pero significas más para mí de lo
que quieres aceptar, Shelby. Puede que me hayas dejado, pero yo no te he
olvidado. Eres mi maldita chica, y no voy a renunciar hasta que te des
cuenta —Collins se aleja—. Y ahora me voy a dar un puto paseo antes de
matar a este hijo de puta.
Le sigo con la mirada hasta que dobla una esquina. Está furioso. Nunca
le había visto perder la cabeza así. Debería haber sabido que no se quedaría
quieto, debería haber sabido que vendría a por mí.
¿Su chica?
Mi corazón se desploma.
Quiere estar conmigo. Lo sospeché cuando se tomó en serio nuestra
mentira sobre el embarazo. Solo esperaba que fuera un flechazo, nada más.
La culpa me golpea de todas formas. Sabía que había algo más… solo que
no quería reconocerlo.
Nunca le dejé las cosas claras cuando me protegía de Peter, o de los
nagas.
Se me oprime el pecho.
—Iba a matarle.
Cierro los ojos un momento, inspiro y miro a Vagan.
—¿Por qué soy tuya? —pregunto en voz baja.
El calor se arremolina dentro de mí cuando digo las palabras y también
otra oleada de tremenda culpa. Solo que la culpa se desvanece un poco.
Tendré que averiguar cómo arreglar las cosas con Collins, sin que nadie
muera.
Vagan me acaricia la mejilla.
—Te besó.
—¿Estabas dispuesto a romper nuestra promesa porque… me besó?
Sus ojos se oscurecen.
—Sssí.
Me aparto. ¿Qué se supone que debo decir a eso?
—No está bien matar a la gente por un beso —le digo—. ¿Me prometes
que no volverás a intentar matarle? Necesito que me lo prometas.
—No haré otra promesa que tal vez no sea capaz de cumplir.
Suspiro profundamente, sintiendo un cansancio espantoso, y le miro de
frente.
—Gracias por tu sinceridad, pero no puedo aceptarlo. Conozco a
Collins desde que era una niña, es mi amigo, la persona más cercana a una
familia que tengo. No lo conoces como yo. Ha sufrido mucho. No puedo
dejar que le hagas daño, Vagan. Porque cuando lo haces, me haces daño a
mí.
Le miro a los ojos, rezando para que me entienda. Intento tragar saliva,
pero se me hace un nudo en la garganta. ¿Cómo puedo hacerle entender
algo a alguien que no es humano?
—Nunca te haré daño.
—Entonces tienes que cumplir tu promesa, si no…
¿Qué se supone que debo decir? ¿Si no, no podremos volver a vernos?
¿No podemos ser amigos? ¿No podemos estar juntos? ¿No podemos
trabajar juntos para sobrevivir? Interrumpo el contacto visual con él. Si no,
¿qué? ¿No podremos seguir juntos?
¿Es eso posible? El calor que quiere hacer un molesto regreso entre mis
piernas aumenta.
Mañana a estas horas podríamos estar los dos muertos.
Vagan me coge de los brazos y me obliga a mirarle. No tengo fuerzas
para detenerle.
—Prometo que nunca te haré daño —dice.
—Entonces no hagas daño a Collins. ¿Por qué te cuesta tanto
entenderlo?
Me suelta los brazos con un gruñido y golpea con la cola la pared de
enfrente. Me sobresalto.
—Acaba de salvarnos la vida —digo.
—Es un macho que quiere aparearse contigo —aprieta los puños y de
sus heridas brota sangre fresca—. Te desea. ¿Cómo puedes pedirme que
vaya en contra de mis instintos? Yo soy el único digno de ti. No un pequeño
humano que ni siquiera puede mantenerte a salvo. Si hubieras estado en la
meseta, serías mía ahora mismo, ilesa y a sssalvo en mi nido. Él te apartó de
mí, y ahora busssca apartarte de mí de nuevo. ¡No volveré a hacer tal
promesa!
—Te olvidas de algo —le digo bruscamente—. No he elegido estar
contigo de ninguna manera. No soy tu pareja. ¿Por qué no buscas una
hembra de tu especie? —le digo mordazmente.
En el fondo de mi cabeza, necesito saber por qué yo. ¿Por qué no buscar
a alguna disponible? ¿Una de su especie?
—¿Por qué yo, Vagan? ¿Por qué no ir tras alguien a quien no tengas que
hacerle una promesa si es tanto problema?
Su siseo se intensifica.
—No puedo.
—¿No puedes?
—Se fueron hace muchos años.
Genial. Otra cosa más de la que preocuparme. Esto ya empieza a ser
demasiado.
—¿Así que soy como una especie de premio de consolación? ¿Solo una
mujer que está en el lugar adecuado en el momento adecuado? ¿O es el
lugar equivocado en el momento equivocado? ¿Es eso? —me siento herida
y engañada, mi pecho se agita conmovido—. ¿Me quieres porque no hay
otra opción? Estupendo. Es bueno saberlo.
Su semilla sobre mi piel y mis pantalones empieza a hacerme sentir
como una puta de primera. Una zorra que ha sido manipulada y de la que se
han aprovechado.
—Eres la única que queda —dice.
Siento el calor en mi interior, la forma en que reaccioné ante Vagan,
pensando que había algo especial entre nosotros, nuestros momentos juntos,
nuestros besos, todo lo que hemos pasado juntos en los últimos días, y
ahora… Sacudo la cabeza y me froto los brazos para quitarme el frío. Las
náuseas me revuelven el estómago y, con ellas, la vergüenza. Cómo
reaccioné a su olor…
Vagan no me quiere. Quiere una hembra, cualquier hembra.
Porque no hay más opciones, las únicas dos eran Daisy y Gemma, y una
de ellas está desaparecida, y la otra muerta.
Aparentemente, soy todo lo que queda.
Como me cuesta estar en presencia de Vagan, me alejo y salgo al
pasillo. Porque duele. Duele mucho más de lo que debería, y no quiero que
él lo vea. No quiero ser vulnerable delante de él. No así.
No dejo que las emociones se apoderen de mí. Y ninguna cantidad de
feromonas alienígenas mágicas debería haber cambiado eso. Soy más fuerte
que esto. Al menos… pensé que lo era.
—Ssshelby —sisea Vagan, deslizando su cola tras de mí.
—No —sigo caminando. Collins tiene razón—. Necesito estar sola un
rato. No me sigas. Puede que te mate si lo haces.
Vagan me coge del brazo antes de que dé un paso más. Me gira para que
le mire.
—Eres la única a la que quiero —dice, clavando sus ojos oscuros en los
míos.
Sus palabras me hacen estremecer.
Trago saliva y siento un vuelco en el estómago a pesar de saber por fin
la verdad.
Soy un premio de consolación.
—Pero, ¿de verdad lo soy? —digo, odiando la vulnerabilidad que
muestro.
Sus ojos se clavan en mí y no puedo apartar la mirada, presa de su
intensidad. Podría quedarme atrapada aquí para siempre con su mirada
desolada. Hay soledad y algo más en ellos… ¿Honestidad tal vez? Tal vez
solo sean ilusiones mías.
Inhalo, corriendo el riesgo de aspirar más de su aroma, pero lo hago de
todos modos. Su esencia me inunda y siento que mis ojos se dilatan, que mi
sexo se aprieta sin querer, suplicando ser saciado. Su mano en mi brazo me
quema a medida que aumenta mi conciencia de él. Del sexo que tuvimos, de
su semilla secándose en mis piernas, y de las ganas que tengo de repetirlo a
pesar del Lurker, de Collins y de las mentiras.
Masculino. Fuerte. Seguro…
Difícil de matar.
Atractivo.
Mi cuerpo envía estas señales directamente a mi núcleo. Vuelvo a
respirar hondo. Esta vez por la boca y no por la nariz.
Y vuelvo a respirar.
Empiezo a inclinarme hacia él y me detengo antes de hacerlo, porque
necesito demostrar que puedo resistir a su encanto. También necesito
demostrar que no todo lo que hemos pasado ha sido una simple
manipulación química. No hace falta ser un genio para entender mi reacción
ante él, con feromonas o sin ellas. Me he sentido conectada a Vagan desde
que desperté debajo de él, y su olor no era tan fuerte entonces. Estaba ahí,
lo sé, pero no me afectó.
No me sentí afectada hasta que estuvimos en el laboratorio… cuando
estábamos solos y relativamente a salvo.
Respiro hondo otra vez por la boca y el calor que brota dentro de mí se
calma.
Todo lo que pasó entre nosotros antes de esto fue real. Flaqueo cuando
mi vergüenza y el calor se disipan. Él no tenía por qué lanzarse al foso y
salvarme, y aun así, lo hizo de todos modos.
El agotamiento me golpea y me alejo de Vagan. Ya no sé qué pensar ni
qué hacer.
—Voy a buscar algún sitio donde pueda asearme —digo,
escabulléndome, soltando mi brazo de su agarre—. Y quizá buscar algo de
comer.
Y poder procesar todo, poner la cabeza en su sitio, y tratar de no llorar.
—Tú también deberías descansar. Tus heridas sanarán más rápido si
duermes —le digo aturdida, dándome la vuelta y alejándome.
Me detengo y le miro por encima del hombro.
—Tendré cuidado. Si creo que algo va mal, gritaré, no iré muy lejos —
añado—. Y Vagan, lo digo en serio. No me sigas. Tu olor es demasiado
poderoso. Necesito pensar con claridad. Si… si lo que dices va en serio, me
darás espacio.
Esta vez, no me detiene cuando me alejo.
He demostrado que puedo resistir el efecto.
VEINTE

VILLANOS

Vagan

V EO CÓMO SE MARCHA S HELBY , y el ruego de su voz me hiere directamente


en el corazón.
Ahora que sé lo que es estar dentro de ella, lo que es saborearla,
explorarla y ser la persona a la que se aferra cuando pierde la cabeza,
cuando está más vulnerable, permitir que se marche me pasa una factura
terrible.
Quería desangrar al Lurker por haberla asustado y alejado de mis
brazos, pero entonces recuerdo que ella ya estaba intentando alejarse de mí
antes de que la criatura atacara.
¿Había hecho yo algo? ¿Le hice daño? Está enfadada porque le mentí,
aunque en realidad no lo hice. Al final no maté a Collins. Podría haberlo
hecho, pero no lo hice.
Intento mantener mi palabra y demostrarle que no soy un naga malvado
como los otros… Aprieto los puños y me clavo las garras en las palmas de
las manos.
Ella dobla una esquina y se dirige en dirección opuesta a Collins. Aflojo
la cola y la enrosco debajo de mí, ya que estaba preparado para detenerla si
hubiera ido en dirección contraria. A pesar de lo que ha dicho, no quiero
que esté con él, y menos sola. Puede que ella no quiera ser su pareja, pero él
piensa de otra manera. No le importan sus deseos.
¿No se da cuenta?
Collins no es más fuerte que yo, pero sí que es más fuerte que ella. Él
podría llevársela como yo había planeado hacer desde el principio. Si
encontrara una forma de salir de este agujero y se llevara a Shelby con él,
podría enterrarme aquí y ganar. No puedo dejar que eso suceda. Ella no le
quiere. Eso dijo.
Ella no le desea. Un gruñido desgarra mi garganta.
Porque lo que esperaba hacer yo era llevármela.
Quizás soy… malvado.
Si no puedo matar a Collins, lo atraparé en un lugar donde no pueda
seguirnos. Si puedo salirme con la mía, esta opción es aún válida. Collins
está pensando lo mismo de mí. No me gustan los machos humanos, y él
menos que nadie. Ambos salvamos a Shelby de ser aplastada, salvo que fui
yo quien estuvo dispuesto a dar la vida por ella.
Ella me perdonará si sospecha que atrapé a Collins a propósito… Nunca
tiene que enterarse.
Shelby le perdonará a él igualmente. Otro gruñido sale de mí, dándome
cuenta de la verdad de ese pensamiento. Está unida al macho humano de
una forma que no entiendo, especialmente por no querer aparearse con él.
Como nos unimos Eestys y yo.
No sé por qué me viene a la mente.
Eestys vino a mí, primero como madre, luego como amiga, y casi como
compañera si me hubiera salido con la mía. Excepto que yo no quería a
Eestys, no como quiero a Shelby. Pensé que sí, pero habría ido tras Eestys si
lo hubiera hecho. La habría perseguido hasta los confines de esta tierra si la
hubiera querido tanto como a Shelby.
¿Por qué?
Shelby me preguntó por qué…
Mis ojos se posan en mi hendidura, que apenas sostiene mi miembro, en
la ingle de mi cola. Me he derramado una y otra vez dentro de ella, y lo
único que quiero es seguir derramándome.
¿Por qué?
Con Eestys, parecía el siguiente paso natural para nosotros. Hacía
tiempo que había dejado de cuidarme, y el aspecto maternal de nuestra
relación había quedado tan en el pasado que nunca se me ocurrió que
hubiera algo malo en lo que sentía por ella. Ella era una hembra, y yo, un
macho. Estaba sola, sin pareja, sin anidar y sin protección.
Pero Eestys nunca necesitó protección. Era del clan Culebra y podía
desaparecer en el bosque tan fácilmente como si fuera parte de él. Como
serpiente acuática, no había forma de atraparla.
Ella era mi secreto, una de las últimas hembras de la tierra. Cuando
llegué a ser un macho adulto y arrogante, me había acercado sigilosamente
a escuchar a las otras nagas mientras buscaban agua para beber, y supe que
yo era su único contacto con los otros. Ella me visitaba, compartía sus
tesoros, su comida, su información, y yo, a cambio, hacía lo mismo.
Excepto que nunca reaccioné a ella como lo he hecho con Shelby. Mi
cuerpo nunca se volvió contra mí. Esperaba con impaciencia las visitas de
Eestys, aunque nunca se unía a mí en el agua, y yo rara vez me aventuraba
en el bosque por aquel entonces.
Ella me enseñó que el conocimiento es poder y que la tecnología
terrestre era la que más conocimientos tenía. Que necesitaba la tecnología
para sobrevivir. Me enseñó a ser un macho bueno e inteligente, y por eso le
era leal a ella y a nadie más.
Aun así, mi cuerpo nunca reaccionó a ella.
Los nagas que buscaban pareja, a pesar de saber que al aparearse las
hembras morían, venían a mi nido porque corría el rumor de que había una
hembra viviendo cerca de mí.
Entonces maté a muchos, muchos machos. La existencia de Eestys era
mi secreto. Solo mío.
Robé lo que pude de estos jóvenes buscadores. Robaba sus armas, su
tecnología y todo lo que llevaban encima, lo que otros tenían que rebuscar.
Me entusiasmaba cuando otro macho me buscaba y revelaba sus secretos
con la esperanza de que yo revelara los míos, sabiendo que al final, si
realmente buscaban a Eestys, lucharíamos entre nosotros hasta que uno de
los dos muriera.
Un macho Coral Azul no comparte.
¿Y Eestys? Odiaba que los machos vinieran a mí tanto como a ella.
Incluso odiaba aún más que yo los matara. Yo era su primera defensa, y ella
me utilizaba tanto como yo a ella.
Me rogó que fuera misericordioso.
Pero nunca la quise. Nunca. Ni siquiera sabía dónde estaba su nido.
Nunca me había llevado a él, ni se había ofrecido a mostrarme dónde podía
encontrarla.
Frunzo el ceño. Ahora me doy cuenta…
No confiaba en mí.
Cuando intenté atraerla para que fuera mía, no fue por lujuria o amistad,
sino por poder. No había tensión, no había una necesidad rabiosa de
derramarme, no desprendía ningún olor de mi cuerpo. Solo se trataba de
mantener la ventaja en nuestra relación. Si ella estaba en mi nido, no estaba
en el de otro. Estaría a salvo conmigo, y seríamos compañeros en todos los
sentidos excepto ese en el que podía matarla.
Aparearme con Eestys, y poner a mi prole en su vientre, nunca fue mi
deseo. La sola idea siempre me traía recuerdos del cadáver de mi madre y
los lamentos de mis hermanos.
Shelby no me trae esos horribles recuerdos. Cuando la veo, cuando
pienso en ella, siento la esperanza de que mi futuro será algo más que
sobrevivir.
Que hay un futuro.
Shelby confía en mí. Maldigo en voz baja, sabiendo que perderé su
confianza si hiero a Collins. Ella nunca estará dispuesta a unirse a mí en mi
guarida, en mi nido, si lo hago. Puede que no quiera aparearse con él, pero
siempre podría elegir a otro, uno en quien confíe.
Tendré que tomarla contra su voluntad o dejarla ir.
Recorro con los dedos las marcas de las garras del Lurker y me doy
cuenta de que hace tiempo que no oigo los pasos de Shelby.
Siseando, voy tras ella. Malditos sean sus deseos.
Algo va mal, muy mal, frunzo el ceño, odiando la presión en mi
entrepierna, al mismo tiempo que necesito encontrarla, montarla y
dominarla de nuevo. De la manera salvaje que mi cuerpo necesita. No
esperaba poseerla, y eso me ha alterado. A ella también, puedo sentirlo. No
tiene nada que ver con Collins.
Ella no quería aparearse, pero luego me lo suplicó. Dice que es por mi
olor.
¿Todavía me tiene miedo? ¿Incluso cuando intenté tranquilizarla y
ayudarla?
Hay algo en este sitio que no me gusta. El monstruo sigue vivo. Un
monstruo que ha mostrado inteligencia y que habla.
Una criatura con lengua bífida, garras afiladas y cola como yo. Cuando
miré a la bestia al otro lado de la ventana, era a mí a quien miraba. Me vi
fuera de casa de Zaku, golpeando su cristal, fuera de mí por la
desesperación y la lujuria.
El monstruo y yo éramos iguales.
Frunzo el ceño con más fuerza, doblo la esquina y veo a Shelby
mirando algo. Me mira, con el pecho subiendo y bajando rápidamente, y
luego aparta la mirada, desliza la tarjeta contra algo en la pared y abre de un
tirón una puerta.
—Sshelby —siseo en señal de advertencia.
Pasa y me cierra la puerta en las narices justo cuando llego a ella.
Golpeo la puerta con el puño y un fuerte golpe resuena en el pasillo. Puede
que yo también sea una bestia. Mis escamas se erizan. Intento abrir la
puerta, pero está cerrada.
¿Y si no está a salvo?
A mi lado hay una serie de ventanas que dan a las habitaciones.
Siseando, me desplazo a la que está junto a la puerta y la busco dentro. La
sala se parece mucho a aquella de la que acabamos de escapar, con
máquinas y mesas por todas partes. Pero también hay tubos de cristal
gigantes y una neblina que me hace pensar que dentro hace frío. Hay cosas
en varios de los tubos que no puedo distinguir. Están suspendidas en agua
turbia.
Se me hace un nudo en la garganta y trago saliva, envidiando su agua.
Veo a Shelby mirándome fijamente a través del otro lado y alzo el puño
para golpear la ventana cuando me detengo a medio camino. Dejo caer el
puño y nos miramos fijamente. Ella cruza los brazos y mira hacia otro lado.
No lo hagas.
Me mira y se adentra en la habitación. Golpeo el cristal con los puños y
ella salta. Veo cómo se escabulle hacia el interior y retrocedo, furioso por
haberla asustado.
¿Cómo se supone que debo actuar después de reclamar a mi hembra?
Debería estar descansando en mi nido… Me alejo con un gruñido frustrado
porque estoy volviendo a perder la cabeza.
Ella tiene razón. Necesito descansar. Beber agua. Y dormir.
También necesito cazar, reclamar y conquistar. Y hacer que estos
pensamientos e instintos furiosos desaparezcan.
Pero no hasta que me asegure de que está a salvo.
Vuelvo por donde he venido. Los pasillos no son muy diferentes de los
anteriores. Aparte de las ventanas que me permiten ver muchas de las
habitaciones, son iguales salvo que cada puerta requiere una llave para
entrar.
Todo está en silencio, salvo por un leve zumbido.
Al doblar una esquina, encuentro otro pasillo largo con ventanas. Unas
luces parpadeantes y medio apagadas hacen brillar los cristales. Al ver
varias puertas abiertas, me dirijo hacia ellas y el zumbido se hace más
fuerte.
Esperando otra sala como las demás, llego a una gran sala con filas y
filas de pasillos frente a un núcleo central de máquinas y viejos objetos
humanos. En el centro hay una gran jaula vacía con barrotes metálicos, una
larga mesa de madera y orbes rotos esparcidos por el suelo. En el centro
está arrodillado Collins, pendiente de un orbe parpadeante.
Muestro los colmillos, libero mi veneno y avanzo.
Collins no levanta la vista. Ni siquiera se da cuenta de que estoy detrás
de él.
El orbe dice algo que no puedo oír, y yo silencio aún más mis
movimientos, acechándole. Estoy listo para golpear a Collins y acabar con
él, cuando empiezo a distinguir las palabras del orbe.
—El espécimen A106 de la sección 4, clase reptil 36, ha sido sedado. Se
le administrará Génesis 8.
Hay una pausa.
—Al espécimen A106 se le está administrando Génesis 8. Si responde
favorablemente, aumentará su tamaño y empezará a desarrollar órganos
sexuales compatibles con un Lurkawathiano. Si no lo hace, morirá.
Hay otra pausa. Algo brilla en el suelo delante de Collins y veo una
pequeña pantalla. Muestra una imagen en el centro de la habitación. Un
hombre con bata blanca, como la que lleva Shelby, está clavando una aguja
larga y fina en una criatura pequeña.
Una criatura parecida a una serpiente. Larga y delgada, sin un patrón o
color distintivo. Su única característica es que es marrón.
—Al espécimen A106 se le ha administrado Génesis 8. Está
reaccionando favorablemente.
El hombre retira la aguja.
Al principio no ocurre nada y pierdo el interés, pero entonces la criatura
se estremece y vuelve a llamar mi atención. Empezando por la punta de la
cola, el escalofrío va de un extremo al otro. Todo el cuerpo se convulsiona
cuando partes de su carne se estiran. Su piel se alarga y se estremece. Se
produce un crujido y su cola sale disparada hacia fuera.
Se despierta con un siseo chillón y la voz de fondo maldice. Lo último
que veo es una roca aplastando la cabeza de la criatura. Saco la lengua con
asco. La pantalla parpadea y aparece otra criatura diferente en el mismo
lugar donde estaba la otra.
Un nuevo espécimen.
Una naga. Una naga hembra.
VEINTIUNO

LA VERDAD

Vagan

E S MUY PEQUEÑA , apenas más grande que el brazo del macho. Las nagas
hembras no son tan pequeñas…
Y no es una cría. Parece una hembra adulta con una adecuada
proporción de sus extremidades.
Confundido y desconcertado por lo que se ve en la pantalla, vuelvo a
cerrar la boca. Ni una sola vez, en todos estos años, he visto a otro de mi
especie tal y como eran en el pasado. El bosque está lleno de reliquias
humanas, pero no de nagas.
Ni siquiera sé por qué nos llaman nagas. Fue un término que me enseñó
Eestys.
Collins se pone de rodillas y oigo cómo se le escapa un suspiro.
—El espécimen A208 de la sección 6, clase reptil 81, está siendo
sometido a Génesis 8. Se ha demostrado que este espécimen responde a los
Lurkawathianos y a los humanos. Si reacciona favorablemente, se hará más
grande, más inteligente, y su genoma bifurcará potencialmente ambas
especies. Podrá procrear con ambas. Como todavía es parcialmente un
reptil, se necesita algo de intelecto para comunicarse con ella. Por
desgracia, esta será nuestra última prueba, pues es la última de las crías.
El macho la pincha con una aguja. Ella se estremece ligeramente, y
luego su piel se levanta y burbujea como la de la criatura anterior. Mis oídos
se llenan de crujidos cuando sus huesos se expanden, estirando su carne, y
empieza a crecer. Cuando duplica aproximadamente su tamaño original, se
despierta chillando y su cabeza crece mucho más rápido que su cuerpo. La
pantalla se apaga justo cuando abre los ojos.
Doy un tirón para salvar a la hembra, pero entonces recuerdo que no
está aquí. Miro alrededor del escenario y siento que el corazón me late con
fuerza. Hace mucho, mucho tiempo de eso.
Collins maldice, pasándose la mano por la boca, y casi me alejo de él
cuando aparece una nueva imagen del orbe.
Esta vez es un hombre parcialmente desnudo.
Hay máquinas y pantallas a su alrededor. Está atado a la mesa y tiene la
cabeza sujeta por una especie de aparato.
—Como todos ustedes saben, hemos dejado de lado los especímenes
femeninos debido a su incapacidad para sobrevivir a la gestación después
de copular con un Lurkawathiano. En cambio, los machos que hemos
creado a partir de nuestros genomas combinados pueden reproducirse con
ambas especies sin morir porque no tienen crías. A través de muchas
pruebas, hemos eliminado los fallos. Hemos descubierto que compartimos
cadenas de ADN con los Lurkawathianos, pero seguimos siendo
incompatibles. Hoy, llevaremos a cabo nuestra primera prueba en un varón
humano sano, completamente desarrollado, al que se le ha administrado
Génesis 8. El Oficial Patrick ha tenido la amabilidad de tomar la primera
dosis.
El macho de la mesa tiene los ojos cerrados. Está durmiendo o
inconsciente. El otro humano que habla camina a su alrededor, señalando al
macho humano que llaman Patrick.
—¿Y qué hay de las hembras híbridas que han creado? —pregunta
alguien fuera de la pantalla—. ¿De los cruces de ADN entre humanos,
reptiles y Lurkawathianos?
El hombre al mando sonríe.
—Seguimos trabajando con ellas para superar las diferencias en las
relaciones sexuales entre especies. Se adaptan mejor al Génesis 8 que los
machos, son más sumisas y menos propensas a atacar. Son cualidades que
queremos para nuestros híbridos, ya que los hacen más fáciles de controlar.
—¿Eso significa que los machos que han creado no son así?
El humano de la bata vacila.
—No… exactamente. Los machos híbridos tienden a mostrar otras…
cualidades. Son fuertes, eficientes y depredadores, con un intelecto
perspicaz unido a una despiadada astucia animal. Después de recibir
Génesis 8, crecen rápidamente de tamaño, pero tienden a virar hacia sus
atributos más, ¿cómo decirlo?, animal y alienígena. Son posesivos con las
hembras de sus proles, producen veneno en función de la especie de
serpiente utilizada y son difíciles de controlar. Sus cuerpos reaccionan a la
tecnología Lurkawathiana, pero no son lo suficientemente estables como
para usarla.
—¿Así que lo que está diciendo es que su investigación ha sido un
fracaso hasta ahora?
—¿Un fracaso? No exactamente. Es cierto que nuestros híbridos son
pequeños y que Génesis 8 no funciona como esperábamos en lo que
respecta al tamaño, pero mantiene sus cuerpos y mentes intactos. Pero eso
es con crías creadas en nuestro laboratorio. Estos híbridos más pequeños
todavía son capaces de emplear tecnología Lurkawathiana. Hemos
empalmado con éxito nuestro ADN con el Lurkawathiano empleando
reptiles, pero todavía no somos capaces de cruzarnos con ellos. Somos
incapaces de usurpar sus rasgos, y a su vez su tecnología, y aprovecharnos
de ella.
Los ojos del macho se iluminan.
—Lo que hagamos hoy cambiará esta situación. Durante las dos
últimas décadas, se han infiltrado entre nosotros, han tomado el control y
nos han hecho conscientes de nuestras carencias en cuanto a fuerza,
inteligencia y resistencia como especie. A partir de hoy, eso se acabó.
Ahora que estamos listos para nuestra primera prueba humana, estoy
seguro de que todos estarán de acuerdo conmigo. Después de hoy, el
Oficial Patrick será el primer humano capaz de usar tecnología
Lurkawathiana, y transmitirá estos rasgos de forma natural.
—¿Y la creación de una subespecie a partir de nuestras dos especies lo
logrará? —pregunta alguien con sorna.
Otros ríen entre dientes. Enrosco mi cola debajo de mí.
—Parece éticamente cuestionable por el mero hecho de poder utilizar
su tecnología.
—No es una subespecie, es un híbrido. Una quimera —responde el
hombre de la pantalla—. Un puente temporal de la humanidad hacia las
estrellas. El verdadero fracaso moral es dejar que una forma de vida
alienígena se apodere de nuestro planeta, de nuestra tecnología, de nuestra
forma de vida, sin darnos nada más que el mínimo atisbo de los secretos
que guardan. Nos ocultan sus conocimientos, los ponen sobre nuestras
cabezas como trozos de carne ante un perro hambriento, presumiendo de
ser nuestros amos. Somos físicamente incapaces de emplear sus armas o su
tecnología. ¿Qué les impedirá conquistarnos mañana? ¿O el mes que
viene? ¿O el año que viene? ¿Y si entramos en guerra? Génesis 8 eliminará
este obstáculo.
—¿Espera que haya una guerra?
—Solo un necio espera la paz eterna.
La sala se queda en silencio mientras el macho dominante se acerca
junto al que está inconsciente y prepara una jeringuilla.
—Como todos saben, no podemos procrear con ellos, a pesar de lo que
hemos logrado, pero con Génesis 8, administrado a un humano adulto, y no
a un híbrido, podemos fecundar a una mujer de nuestra propia especie
usando un varón que ha sido… reforzado con ADN alienígena. La
descendencia resultante tendrá aspecto humano, pero en realidad será un
híbrido perfecto nacido del vientre materno. Tendrán las cualidades de
ambas especies, podrán reproducirse con ambas…
—No se precipite, Moseley.
La mano de Moseley se aprieta contra su cuerpo, pero continúa.
—No solo crearemos una generación de humanos híbridos con
atributos físicos y mentales mejorados, sino que estos humanos serán
capaces de sintetizar Génesis 8 de forma natural por sí mismos y
transmitirlo. Pero lo más importante, y por lo que estamos todos aquí hoy,
es que podremos interactuar con tecnología alienígena Lurkawathiana y
utilizarla. No olvidemos lo que podemos conseguir.
—¿Y si el ensayo de hoy es un fracaso y el Oficial Patrick no sobrevive
a la transformación? ¿Tiene a una voluntaria a la que fecundar con el
esperma de Patrick? Sería una pena si se desperdiciara.
Moseley vuelve a sonreír.
—No fracasará, y sí, tenemos una.
—¿Quién, si puedo preguntar, se ofreció a ser la candidata? ¿La
esposa del Oficial Patrick?
—Su nombre está clasificado. ¿Alguna otra pregunta antes de
empezar?
Se hace un silencio absoluto, Moseley y varios humanos más rodean al
hombre de la camilla y comprueban sus ataduras. Las luces de las máquinas
parpadean y el hombre inconsciente es reclinado hacia arriba. Alguien
coloca una correa en su boca. Cuando terminan, los demás se retiran hasta
que solo queda Moseley y el hombre inconsciente.
—Si el Oficial Patrick reacciona favorablemente, crecerá ligeramente
de tamaño, desarrollará síntomas temporales parecidos a los de la gripe
durante el periodo de transición, y tiene la posibilidad de desarrollar
algunos atributos de un Lurkawathiano. Por ejemplo, una rápida
regeneración, mayor intelecto y fuerza. A continuación, procedo a
administrar Génesis 8.
Desconcertado, miro la pantalla mientras una gran aguja se clava en el
brazo del hombre y su veneno se inyecta directamente en él sin oponer
resistencia.
Al principio no ocurre nada, y mi mirada se desvía hacia Collins, que
sigue agachado frente a mí. Tiene tanta curiosidad como yo por lo que está
pasando.
No puede ser real, ¿verdad?
La tensión en mis miembros dice lo contrario. Me tiemblan las manos.
La mayor parte de lo que se dice no lo entiendo, pero entiendo una cosa…
Había una naga hembra en la pantalla. Y un macho humano le machacó
la cabeza.
—¿Qué está pasando? —una voz rompe el silencio.
Mis ojos vuelven a la pantalla.
El cuerpo del macho se levanta bruscamente, haciendo presión contra
las correas. Su piel se vuelve de un blanco pálido a medida que todo el
color de su piel desaparece. Su cuerpo se sacude de nuevo y vuelve a
reposar sobre la camilla, para sacudirse y tensarse contra las correas una vez
más. Los oscuros surcos de sus venas destacan sobre su piel pálida.
—No pasa nada —dice Moseley—. El suero se está extendiendo por su
sistema.
Pero el cuerpo sigue sacudiéndose, con espasmos cada vez más fuertes.
El orbe está en silencio, salvo por los gemidos incontrolados del macho.
Está bajo un foco, por lo que es fácil ver cada detalle de su reacción. Vuelve
a quedarse quieto y cae sobre la camilla como si eso fuera el final.
Una extraña tensión me recorre, sintiéndome aliviado por el macho.
Y entonces sus ojos se abren de golpe, negros y brillantes, demasiado
familiares.
—¡Mierda! Chrisy, pulsa el interruptor de seguridad. ¡Ya! Trae los
tranquilizantes.
El macho grita, liberándose de sus ataduras, rasgándose el pecho. Se
arranca la piel, hurgando en ella como si intentara liberar algo. Su piel se
estremece como olas sobre sus articulaciones, para detenerse y expandirse a
medida que se desprenden. Oigo crujidos y algo se rompe, haciendo que el
macho gima más fuerte.
Lucha contra sus ataduras mientras la gente le rodea.
De repente, todos retroceden al oír un grito agónico que atraviesa el
orbe. Tiene las piernas dobladas en un ángulo extraño, los brazos retorcidos
a los lados y la piel hecha jirones.
Se oyen gritos, y un auténtico caos de fondo, mientras los humanos más
valientes sujetan al macho. De sus manos se desprenden tiras de piel
ensangrentadas.
Debajo aparecen escamas de cuero húmedas, recién formadas, que se
abren paso a través de lo que no se ha caído. Se pueden ver músculos
formándose.
—¡Disparadle! ¡Disparadle rápido!
Moseley se lanza hacia él.
—¡No! Está funcionando. No lo matéis.
El macho se libera de sus ataduras y ataca al humano más cercano,
lanzándolo por la habitación. De la cara del macho caen una serie de gotas
de sangre y trozos de hueso, y tardo un momento en reconocer que se trata
de dientes humanos.
En su lugar emergen unos afilados incisivos.
El macho se vuelve hacia Moseley justo cuando sus dedos se expanden
y se ponen rígidos, formando unas garras.
—Cálmese, Oficial Patrick, se le pasará…
La pantalla parpadea y la imagen desaparece. Con la mirada fija en el
suelo polvoriento, espero a que la pantalla vuelva a encenderse.
Pero no se enciende.
—¿Qué cojones? —dice Collins, también con la mirada fija en el lugar
donde estaba la pantalla holográfica. Levanta la mano y se la lleva a la
boca.
Todavía inseguro de lo que acabo de presenciar, alarmado por la imagen
de una hembra indefensa siendo asesinada, le agarro la nuca y aprieto.
Collins se tensa y se quita la mano de la boca.
—¿Volvemos a lo mismo? —murmura, sin moverse—. ¿Vas a
romperme el cuello o vamos a enfrentarnos, de hombre a hombre?
—No soy un hombre.
—No. Solo eres un bebé probeta que salió arrastrándose del cubo de
basura. Un experimento fallido.
—Soy un naga, no un experimento —gruño.
Nací aquí, junto al agua. ¿Cómo podría olvidarlo?
—Eso no es lo que me pareció a mí, joder.
Lo arrojo a un lado, liberando mi veneno. Él rueda por el suelo y se
levanta. Mirándome de frente, separa los pies y se prepara para que lo
ataque.
—¡De hombre a hombre!
Golpeo sus piernas con mi cola y él la esquiva, saltando por encima. Al
mover mi cola hacia atrás, lo derribo. Collins cae de espaldas con un
quejido. Me pongo a su lado, me inclino sobre él y dejo que el veneno de
mis colmillos le caiga en la cara.
—No puedesss ganar contra mí —me burlo—. ¿Por qué lo intentas?
Se limpia el veneno.
—Un soldado no se rinde nunca. Sobre todo si por lo que lucha es
importante.
—Ella nunca será tuya. No renunciaré a ella.
—Sigue repitiéndote eso —se burla—. Solo le interesas porque eres un
medio para un fin.
Sus palabras me llenan de furia, pero me hacen reflexionar.
—¿Cómo que para un fin?
Collins se ríe, y mis escamas se erizan.
—Una vez que salgamos de aquí, volverá a El Temible, conmigo, con el
resto del equipo con el que vino, con su gente. Gente que conoce y a la que
quiere. Conseguirá un ascenso, mucho dinero y fama. Será una gran
experta, consultora de todas las divisiones militares y solicitada por todas
las corporaciones de aquí a la Colonia 42. La gente escribirá libros sobre
ella. Pasará a la historia como la mujer que luchó contra un Lurker y
sobrevivió. No tendrá tiempo para ti. Estará demasiado ocupada viajando
por el universo, reuniéndose con gente importante, y haciendo todo lo
posible para ayudar a la humanidad a tener un futuro mejor. ¿De verdad
crees que se quedará aquí? ¿En este planeta muerto? ¿Que va a renunciar a
su trabajo? ¿Por ti? No hay sitio en una nave espacial para una mascota
serpiente. Shelby es mía. Lo ha sido desde el momento en que puse mis
ojos en ella. La he protegido desde entonces. Ningún alienígena se va a
interponer entre nosotros.
Frunzo el ceño.
Collins se levanta sobre los codos y vuelve a reír.
—¡Sí que piensas eso de verdad! ¿Sabes siquiera por qué está aquí?
No me da tiempo a responder.
Pero, de nuevo, no tengo respuesta, sintiendo como algo perverso se
cuela en mi mente.
La paranoia.
—Está aquí para ayudar a localizar y estudiar la tecnología
Lurkawathiana. Tecnología avanzada más allá de nuestra imaginación,
tecnología que podría cambiar el rumbo de la guerra. Joder, ya la hemos
encontrado, o lo más parecido a ella. Un alienígena. A ti. Tú y todo eso del
Génesis 8.
Collins inclina la cabeza hacia la habitación y las máquinas polvorientas
que le rodean.
—Este lugar es el hallazgo del siglo. Aunque ella sienta algo por ti,
nunca podrá quedarse. Necesita demostrar su valía, necesita marcar la
diferencia. Ella no va a hacer eso follándose a una serpiente. Ya ha
sacrificado demasiado. ¿Vas a seguirla al espacio, a través del universo? Si
a mí me odias, no tienes ni idea de lo que te espera. Los humanos no son
amables. Estamos en guerra. ¿Estás dispuesto a pelear por ella?
Mientras habla, Collins permanece quieto y yo aprovecho para
enroscarle mi cola alrededor del cuello.
Cuando termina, jadea, me coge de la cola y me la arranca de un tirón.
Después se limpia el uniforme como si quisiera quitársela de encima. La
conmoción que siento se expande y se apodera de todos los rincones de mi
mente.
Puedo imaginarlo, incluso puedo percibir la verdad en la voz de Collins.
La imagen de la pequeña hembra naga hace que el pavor se una a mi
paranoia. Intento alejarla, pero me invade de nuevo.
Al inhalar, el aroma de Shelby llena mis fosas nasales, pequeños
zarcillos que aún se aferran a mí desde que nos apareamos. La paranoia se
desvanece.
Soy digno de ella.
Lo soy.
Lo merezco.
Un insignificante macho humano en el que no confío no cambiará eso.
Está celoso.
—Lo mejor que puedes hacer por ella ahora es dejarla ir. No puedes
sobrevivir en nuestro mundo, serpiente. No durarías ni un día. Pregúntale tú
mismo si no quieres creerme, y te dirá la puta verdad.
—Y tú no podrásss sobrevivir en el mío —siseo, clavándole los ojos.
Enrosco mi cola hacia atrás, preparándome para golpearle por última vez—.
Prefiero pelear por ella.
VEINTIDÓS

JUNTOS PERO SEPARADOS

Shelby

E SPERO A QUE SE VAYA V AGAN , con las manos ocupadas en el ordenador


que hay en este lugar tan frío. Haciendo lo que sea para no levantar la vista
y mirarle.
Apenas me fijo en la pantalla cuando me ilumina la cara. En cuanto veo
movimiento por el rabillo del ojo, me precipito hacia la ventana cuando él
se aleja. Cuento hasta cien y abro la puerta para asomarme.
Me estremezco al respirar una bocanada de aire limpio de feromonas, y
descubro que el pasillo está vacío.
—Realizando diagnóstico —dice una voz robótica sobresaltándome.
Miro hacia atrás y veo máquinas zumbando por toda la sala. En las
paredes hay grandes tubos con criaturas en su interior. Doy un paso hacia
uno de ellos y lo estudio.
Rápidamente, me doy cuenta de lo que estoy viendo. Criaturas
reptilianas sumergidas en agua, parcialmente descompuestas, que apenas
puedo distinguir a través de la nauseabunda turbiedad del líquido en el que
flotan.
Serpientes, con las mandíbulas torcidas, y tenues escamas. Animales de
la antigua Tierra que encontraron un triste final, olvidados en sus tubos
hasta perecer.
Criaturas que me recuerdan al Lurker del que acabamos de escapar.
Dirigiéndome al ordenador, enciendo mis ojos, rezando por hallar una
respuesta a todo esto. Es posible que muera aquí abajo, y si es así, por lo
menos quiero tener algunas respuestas. Llevo toda la vida buscando
respuestas.
Un archivo me llama la atención y me hace detenerme. Me inclino hacia
delante y lo leo una docena de veces para asegurarme de que lo que veo es
real.
Naga.
Esa palabra exacta. El nombre de la especie-pueblo de Vagan. Delante
de mí, sin ninguna razón. No es un archivo sobre los Lurkers, o su
tecnología, es sobre Vagan. Vagan y los suyos.
Frunzo el ceño, me estoy perdiendo algo. Algo importante.
Naga.
Hago clic en el archivo y permanece bloqueado. Encriptado.
Maldita sea.
Acciono mis ojos para que extraigan el archivo de su fuente original y
lo añadan a la nube de datos de mi cabeza, poniendo a la IA que hay en
ellos a trabajar para desencriptarlo. Una matriz de números y pantallas
aparece frente a mí, todo lo que mis ojos han grabado está a mi disposición
en cualquier momento.
Algo en uno de los viales se mueve y me lanzo hacia la puerta, tratando
de escapar. No puedo salir lo bastante rápido, de lo nerviosa que estoy por
lo que hay dentro.
Me relamo los labios y muevo los ojos en todas las direcciones del
pasillo mientras una sensación nauseabunda me revuelve el estómago.
Además, no puedo evitar lo frustrantemente excitada que estoy.
Necesito quitarme el olor de Vagan de encima, ya.
Desde hace al menos dos horas.
Me restriego ambas manos por la cara. Si salgo viva de esta, voy a tener
que destruir al menos la mitad de los datos que han registrado mis ojos. En
términos de investigación, comprensión y ciencia, me enferma. Por Vagan,
y por mí, es lo mejor para mantenerlo a salvo.
No me importa lo que me pase a mí, pero el archivo podría destruir a su
especie, sea cual sea… No sé qué papel tiene su especie en todo esto, pero
no puede ser bueno. Sea lo que sea, él y los otros han sobrevivido a la
muerte de este planeta. No solo eso, ahora que estoy segura de que se
crearon aquí, va a hacer que la Central de Mando se interese.
Al ver el símbolo de un baño de mujeres en la pared de mi derecha, me
dirijo directamente hacia él, esperando que signifique lo que creo que
significa. Al descubrir un lavabo con retretes, casi lloro de alegría y cierro
la puerta tras de mí. Cuando entro, se enciende una luz parpadeante.
Sin esperar ni un momento más, me quito la ropa hasta quedar
completamente desnuda, conservando solo la tarjeta colgada del cuello, y
giro los mandos de todos los grifos. Se oye un gemido en las paredes y sale
agua marrón a chorros. Al cabo de un par de minutos, el agua se va
aclarando.
Tengo que asegurarme de que Vagan se rehidrate.
Me froto la ropa, la piel e incluso me mojo la cabeza y el pelo, decidida
a limpiar todo lo que pueda. Las vendas de mi herida hace tiempo que han
desaparecido. Pronto, no huelo nada y mi piel se enfría hasta el punto de
que tiemblo violentamente. Sacudo los brazos, pulso el botón del secador de
manos y sale un zumbido de aire caliente.
Casi vuelvo a echarme a llorar mientras arrastro mi cuerpo y mi ropa
bajo el secador para que se sequen, levanto la mano y pulso el botón
repetidamente. Con el calor golpeándome el cuero cabelludo, junto las
rodillas contra el pecho y disfruto de este precioso momento. Lo único que
importa ahora es quitarme de encima el olor de Vagan y mantener mis
pensamientos en orden.
Pero tengo poco tiempo, y cuanto más deambulo, más probabilidades
hay de que Vagan y Collins se encuentren. O que vengan a buscarme.
Enciendo mis ojos, abro el fichero naga y empiezo a hojearlo. Puede que no
tenga otra oportunidad.
Necesito saber qué me está pasando a mí, a él, a los Lurkers… y a todos
nosotros.
Aparecen archivos dentro de archivos, cada uno encabezado por una
serie de letras y números. Hay documentos antiguos, impresiones de datos,
programas de pruebas y más información de la que podría revisar en un
mes.
Un hormigueo y una duda aterradora se abren paso en mi cabeza
mientras recorro la enorme cantidad de información.
Si los nagas tienen alguna relación con los Lurkers… Casi no quiero
terminar de pensarlo. Todos serían capturados, estudiados, sometidos a
pruebas, interrogados o algo peor. Rezo una pequeña plegaria para que no
sean más que otra especie alienígena que no tiene ninguna relación con lo
que quiere la Central de Mando. Que tal vez sean parecidos o estén aliados
con los Lurkers y nada más. Tal vez los Lurkers los trajeron a la Tierra.
Pulso el botón del secador de manos para volver a encenderlo, elijo una
pestaña al azar y me sale un reportaje académico.
Empiezo por el principio.
E inmediatamente palidezco al encontrarme con la palabra híbrido. Se
me corta la respiración. Maldita sea.
Los nagas son híbridos de humanos y Lurkawathianos.
Eso es imposible.
O ¿no?
Alguien debería saber ya, que los humanos y los Lurkers pueden
reproducirse… ¡Alguien, seguro! Hemos estado investigándolos durante los
últimos mil quinientos años. Algo tan importante y extraordinario como un
híbrido humano-alienígena estaría en todas partes. Es difícil de creer.
Nunca hemos estado cerca de reproducirnos con ningún alienígena, ni
hemos querido hacerlo.
Los Naga sapiens, un emparejamiento genético de Lurkawathianos y
Homo sapiens, son el resultado de utilizar ADN reptiliano de ciertas
especies de la Tierra para salvar la brecha existente en el genoma de cada
especie. Tras años de cruces de reptilianos con el ADN correspondiente de
ambos, los Naga sapiens son los menos inestables de los híbridos creados.
Sin embargo, la mayoría son un fracaso.
Aunque tienen características tanto de Lurkawathianos como de reptiles
con forma de serpiente, los Naga sapiens conservan muchos rasgos
humanos. Tienen mayor fuerza e inteligencia, y pueden portar Génesis 8 de
forma natural.
¿Qué es el Génesis 8?
Aunque son difíciles de controlar, los machos pueden transmitir el
Génesis 8 a su descendencia, lo que permite a las futuras generaciones de
híbridos utilizar la tecnología Lurkawathiana. Las hembras, aunque más
fáciles de controlar, también son portadoras de Génesis 8, pero son
incapaces de sobrevivir a la gestación. Es un proceso muy complicado.
Al oír un ruido, echo un vistazo a la puerta del baño. Cuando estoy
segura de que no ha sido nada, vuelvo a la carpeta y sigo investigando.
Génesis 8 es difícil de producir de forma natural y, cuando se
administra a un humano adulto, puede tanto matarlo como transformarlo y
aumentar su agresividad. Solo un hombre humano ha recibido Génesis 8, el
Oficial Patrick Holds. Durante su transformación, asesinó a ocho hombres
y mujeres, escapando de sus ataduras. Aunque puede transferir Génesis 8
de forma natural y manejar la tecnología Lurkawathiana, aunque no muy
bien, en última instancia es incapaz de procrear con una hembra humana
sin matarla.
Se me hace un nudo en la garganta. Pero, ¿y las feromonas? Sigo
leyendo.
Lo anterior nos deja una solución posible, utilizar su esperma para
inseminar artificialmente a mujeres humanas. Creando así el primer
auténtico Naga sapiens del que se tiene constancia. La primera gestación
dio como resultado el nacimiento de unos ejemplares completamente
híbridos que responden todos a la tecnología Lurker, lo que nos permite por
fin usar y probar su tecnología de primera mano. Por desgracia, la
gestación es dura para la hembra, y es poco probable que las hembras
humanas en cuestión se ofrezcan voluntarias para acoger futuras
gestaciones.
Ante la imposibilidad de atraer parejas sexuales viables, hemos resuelto
este problema incorporando feromonas creadas de forma natural en las
glándulas sexuales del macho. Como un virus, las feromonas atacan el
sistema inmunitario de la hembra, de forma muy parecida a la naturaleza
agresiva de Génesis 8, reformando su composición a la de un olor que
atraería tanto a las hembras humanas como incluso a los machos humanos.
Una vez que el macho Naga sapiens entra en celo, libera las feromonas
recién formadas para atraer a su pareja elegida, contagiándola. Si el virus
se ha adaptado correctamente, la hembra humana entrará en un ciclo de
celo más allá de lo que podría suceder de forma natural.
Será portadora del virus de por vida.
Y cualquier feromona procedente de otros machos Naga sapiens será
percibida como una amenaza y será atacada y destruida al entrar en su
organismo, lo que provocará nuevos síntomas gripales mientras dure la
infección. Desafortunadamente, las mujeres con sistemas inmunológicos
fuertes pueden combatir el virus y solo experimentar una forma leve de
celo. Si el sistema inmunitario de la mujer elegida se debilita más adelante,
el Naga sapiens macho puede iniciar el apareamiento con ella en ese
momento.
Trago con fuerza y vuelvo a golpear el botón con el puño, enfadada, y
jodidamente furiosa.
Una vez que las feromonas abandonan su organismo y el macho ya no
está en celo para procrear con ella, el ciclo de celo finaliza. El virus se
inactiva cuando la hembra está gestando o ya no es capaz de procrear. Esto
ha aumentado enormemente nuestras posibilidades de crear una nueva
generación de humanos que tengan Génesis 8 de forma natural.
Salgo de los archivos, me levanto y me dirijo al lavabo más cercano,
inclinando la cara para tragar agua y lavarme el sabor agrio de la boca. Los
hombres siempre jodiendo a las mujeres. Nosotras siempre nos llevamos la
peor parte. Dios, ¿por qué no me sorprende? Tengo un virus corriendo por
mi sistema, uno que me han contagiado unos antiguos humanos gilipollas,
un virus que voy a tener el resto de mi vida.
Joder.
Al menos los hombres también pueden verse afectados.
Y ese Génesis 8…
El Génesis 8 es necesario para usar la tecnología Lurker. ¿Vagan y los
suyos lo tienen de forma natural?
La poca tecnología Lurker que he estudiado de primera mano se había
declarado toda rota e inservible. Tal vez eso no sea cierto. Quizás solo era
incapaz de utilizarla correctamente.
Miro mi cuerpo y la cicatriz descolorida de mi abdomen y frunzo el
ceño.
¿Qué voy a hacer?
¿Vagan sabe algo de esto?
Según nuestras conversaciones, me temo que él está igual de perdido
que yo y eso me alivia un poco. Si me hizo enfermar a propósito, si todo lo
que pasó entre nosotros fue una manipulación de su parte, nunca se lo
podría perdonar. Le odiaría el resto de mi vida. Pero no es así, y estoy
segura de que lo que ha ocurrido ha sido sincero.
Lo que realmente me asusta es lo que significará para nosotros la
información que ahora tengo almacenada en mi cabeza.
Porque si salgo de esta, solo tengo dos opciones.
Volver a El Temible y sincronizar los datos con los sistemas para que la
Central de Mando los descargue y los lea, o quedarse aquí en la Tierra y
esconderlos.
Podría borrarlo todo, pero eso aún me deja a mí. Lo único que tendría
que hacer el Central de Mando es administrarme un suero psicoactivo en
cuanto sospechen que les oculto algo. Lo contaré todo. Y si eso ocurre,
igualmente bajarán a la Tierra y capturarán a todos los naga que puedan
para estudiarlos.
Incómoda por el rumbo que toman mis pensamientos, tiro de mi ropa
húmeda y me la pongo. Saco un pedazo de tela del bolsillo de la bata, me
recojo el pelo rebelde de la cara y respiro hondo mientras las trenzas medio
deshechas y los tirabuzones ondulados caen hasta enmarcarme el rostro.
El estómago me gruñe con fuerza. Llevo días sin comer. Al menos, creo
que han sido días.
Salgo del baño y me dirijo de nuevo hacia el ascensor y sigo caminando
hasta que lo veo vacío. Entro en otra sala de estar y encuentro unas barritas
de cereales viejas envueltas en plástico, me las meto en los bolsillos
mientras abro una y la pruebo. Está dura como una piedra y salada, y me
estremezco al masticarla.
Los siguientes pasillos están vacíos y silenciosos. Me asomo a las
ventanas de otras habitaciones a medida que avanzo. Como los momentos
se alargan y no me cruzo ni con Vagan ni con Collins, acelero el paso.
¿Dónde estarán?
Se me eriza el vello de la nuca y miro detrás de mí, pero encuentro el
pasillo vacío.
Unos momentos después, siento que se me desploman los hombros
cuando oigo sus voces. Entonces corro hacia ellos, entrando en un gran
auditorio.
Por favor, ¡no os matéis el uno al otro! Ahora mismo no puedo fiarme
de nadie, ni de ellos ni, sobre todo, de mí.
Por debajo de mí, en un escenario cubierto de aparatos y máquinas de
laboratorio, Vagan y Collins están cara a cara, con posturas agresivas.
Vagan tiene la cola levantada detrás de él.
—¿Qué está pasando? —digo rápidamente, con la esperanza de haber
llegado a tiempo para calmar la situación.
Ninguno de los dos me mira.
El único indicio de que me han oído es que ambos guardan silencio.
Me apresuro a bajar los escalones y me interpongo entre ellos.
—¿Qué está pasando? —pregunto de nuevo, más despacio esta vez—.
¿Qué ocurre? ¿Por qué no me contestáis?
Collins es el primero en mirarme.
—Nada nuevo. Solo le estoy dando a tu serpiente un baño de realidad
—me mira de arriba abajo, probablemente notando que estoy mojada—. La
planta está vacía, así que a menos que el Lurker pueda hacer funcionar el
ascensor sin llave, deberíamos estar a salvo. Por ahora.
Aún en tensión, vuelvo a mirar entre Vagan y Collins. La furia de Vagan
es palpable. Su cola permanece por encima y por detrás de su cabeza, lista
para atacar.
—Eso es bueno… —digo, metiendo lentamente la mano en el bolsillo y
entregándole a Collins un par de barritas, mirando fijamente a Vagan—.
Encontré comida, y hay un baño que funciona con agua cerca del ascensor.
Vagan, ¿estás bien?
No aparta los ojos de Collins.
—Él es muy amable —dice Collins irónicamente, rompiendo una
barrita—. Hemos tenido una buena charla, él y yo. Hemos resuelto más o
menos nuestros problemas a golpes.
Me vuelvo hacia Collins.
—¿Qué significa eso?
—Exactamente, a lo que suena. Él y yo hemos resuelto nuestros
problemas. Tenemos que montar un campamento e idear un plan para salir
de este infierno y volver a la superficie. ¿Cómo está tu cabeza? —Collins
baja la voz cuando señala mi chichón—. ¿Todavía te duele?
Desconfiada y nerviosa, sigo mirando entre ellos, preparándome para lo
peor.
—Encontré algunos analgésicos en un botiquín y tengo más en el
bolsillo, por si quieres uno. Por ahora, estoy bien.
Sus ojos se suavizan y mi espalda se endereza cuando se interpone entre
Vagan y yo.
—Quédatelos. Siento mucho los gritos de antes —dice Collins, y su voz
se vuelve seria—. De verdad creía que estabas muerta. Ese cabrón de arriba
me persiguió durante horas, y pasé cada segundo pensando que en cualquier
momento iba a tropezar con tu cuerpo. No puedo volver a pasar por eso,
Shelby. No puedo volver a ver a alguien a quien quiero muerto delante de
mí.
Sus ojos parecen cansados, muy cansados.
Nunca había visto a Collins tan cansado.
Me muerdo la lengua, no sé cómo tomarme sus palabras. Está hablando
de su madre, lo que no puede ser bueno.
—Collins… lo siento —le digo, mirándole a los ojos, intentando que
entienda lo que intento decirle sin hacerle más daño—. Lo digo en serio.
Nunca lo había sentido tanto. No solo lo siento por lo que pasó en la
cúpula, y por lo que hice durante ese tiempo, sino por no quererle como él
desea. Por saber que, por mucho que lo desee, nunca seré suya.
—Te voy a sacar de aquí —me advierte, ignorando lo que intento
transmitirle—. Tu sacrificio no será en vano —me mira el estómago y mi
columna se pone rígida—. Por mi vida, me aseguraré de ello.
—Collins…
—¿Todavía confías en mí?
Arrugo la frente.
—Sí, claro que confío.
—Bien. Voy al baño a asearme —se aleja y se dirige hacia las escaleras,
negándose a mirarme—. No quiero que estos rasguños en mis brazos
contraigan algún tipo de infección alienígena.
—¿Te vas? —pregunto, siguiéndole con la mirada—. ¿Y si primero
trazamos un plan?
—Estoy cubierto de sudor, sangre y fluidos alienígenas —refunfuña por
encima del hombro—. Y puede que ya tenga un plan. Pero primero tenemos
que descansar —se detiene en el umbral y me mira—. Mañana a esta hora
verás el sol de la Tierra, Shelby —se aparta de mí y se va.
Lo sigo con la mirada, confusa, y no oigo a Vagan acercarse hasta que
me rodea la espalda con sus brazos. Me hundo en su abrazo antes de
recordar que estar cerca de él es peligroso. Me aparto, pero me aprieta con
más fuerza. Me giro y me empujo contra su pecho.
—Vagan —digo, con la voz temblorosa, negándome a respirar por la
nariz—. Tenemos que hablar.
VEINTITRÉS

EL SACRIFICIO

Shelby

—S SSÍ —dice, dándome la razón.


Pero su mirada me hace tragar saliva y me acelera el corazón. Al sentir
sus manos deslizarse por mi espalda hasta acariciarme el cuello, me
recorren escalofríos. No siento su olor tan fuerte al respirar
entrecortadamente. Resistirse es más difícil de lo que esperaba.
Quiero olerlo, inspirarlo. Me gusta cómo me hacen sentir él y sus
feromonas.
Su olor me hace sentir que forma parte de mi pasado. Que es un trozo
de mi mundo natal, Luntra.
Se me hace un nudo en la garganta mientras lo observo, estudiándome.
¿Cuánto tiempo nos queda? Porque si Collins tiene razón y su plan
funciona, pronto estaremos en la superficie y tendré que tomar una decisión.
Por mucho que quiera superar esto, no estoy preparada para decirle
adiós. He tenido tantas despedidas en mi vida que pensar en hacerlo de
nuevo me hace querer ponerme a gritar. Les tengo pánico.
Ahora las despedidas me aterrorizan.
—¿De qué hablabais Collins y tú? —le pregunto.
Su mirada se endurece y la tensión de hace unos minutos vuelve a
inundar sus miembros.
—De ti —sisea.
Me aparto de él y doy un paso atrás.
—¿De mí? ¿Qué pasa conmigo?
Me clava la mirada y mueve la lengua.
—Me ha dicho que has sacrificado mucho viniendo aquí y que estás
luchando en una guerra.
Hago una mueca.
—Sí.
Eso es…
—Una guerra es cuando dos bandos diferentes luchan hasta que uno
gana, como una batalla, excepto que más grande. ¿Verdad?
—Sí —me pongo la mano en el pecho—. Los humanos luchamos por
conservar nuestros hogares y todo lo que hemos construido y conseguido
desde que perdimos la Tierra a manos de una raza alienígena conocida
como los Ketts. Al menos ese es el nombre que les hemos dado.
—¿Vendrán aquí?
—No lo sé. Hay muchas colonias entre este lugar y donde atacaron por
última vez, pero si no les hacemos retroceder, si no hacemos algo pronto,
puede que al final vengan aquí.
Sus ojos se entrecierran.
—No lo entiendo.
Trago con fuerza.
—Estamos perdiendo, Vagan. Los humanos estamos perdiendo. Si hay
otras especies luchando contra los Ketts, aún no nos hemos topado con
ellas. Los Ketts… no son como nosotros, como tú o como yo, son…
malvados. Malvados y voraces. No se puede razonar con ellos, no se puede
luchar uno contra uno. Son voluminosos y grandes y envuelven todo a su
alrededor en su deseo de comer y conquistar. Consumen materia orgánica
sensible avanzada para sobrevivir, y los humanos procreamos rápidamente,
lo que nos hace más deseables. Cuanto más comen, más fuertes se hacen.
Podemos derribar sus naves, si tenemos suerte, pero eso es todo. Sus
cuerpos son como esponjas, y nuestras armas no les afectan una vez que
invaden un planeta. Invaden, devoran y se van. Roban nuestro conocimiento
y lo usan contra nosotros. Creemos que tienen un… ser que los controla,
pero no estamos seguros. Y si así fuera, no tenemos ni idea de dónde está.
—¿Crees que algo de aquí te ayudará a ganarles? ¿Algo por lo que estás
dispuesta a hacer sacrificios para encontrarlo?
Vagan me mira, pero no me ve, estudiando mis ojos como un objeto.
¿Qué le habrá dicho Collins?
Pero es más que eso.
—Sí —digo, sintiendo que se me hace un nudo en la garganta al hablar.
A ti.
Mi cara se desencaja. La expresión de Vagan se suaviza y se acerca para
retorcer uno de mis rizos.
—Lo encontraremos, hembra, pero se acabaron los sacrificios. No me
gusta pensar en ti sacrificándote. Descubriremos lo que tu pueblo necesita
para ganar y ganaremos.
Sus palabras estallan como un incendio dentro de mí, y una tristeza
abrumadora se apodera de mí. Ojalá fuera tan fácil.
No se trata de ganar o perder. Sí, los humanos queremos ganar, pero
también necesitamos que los Ketts nos teman, nos rehúyan y que
desarrollemos un sistema de defensa contra futuros ataques e invasiones. La
guerra en el espacio exterior no es fácil porque no hay fronteras, ni límites
en absoluto.
Sabemos poco de los Ketts, de dónde proceden o hasta dónde llega su
dominio. Siempre existirán debido a ello y, por tanto, siempre serán una
amenaza.
Frunzo el ceño. Los destruiríamos de raíz si eso fuera posible… ¿No?
¿Es eso lo que nos hicieron los Lurkers? ¿Ver en lo que nos estábamos
convirtiendo?
Y hemos sobrevivido de todos modos, nos hemos hecho más fuertes,
hemos construido nuevas ciudades, nuevas naves. En la guerra ya no se
gana…
Como no me gusta hacia dónde van mis pensamientos, me aprieto
contra Vagan y entierro la cara contra sus escamas, deseando no haber
salido nunca de la cueva. Que solo estuviéramos él y yo enterrados bajo las
rocas, sin nadie más que nosotros hasta el final. Sus brazos me rodean,
atrapándome contra él, y su cola se desliza por mis piernas.
Debería contárselo. Debería contarle todo lo que he aprendido sobre
él…
Pero en cuanto las palabras se forman en mi boca, me las trago. Sus
dedos se enredan en mi pelo, aflojando la tela. Se me sueltan más
mechones.
—Me iré contigo cuando te vayas —dice, apoyando su mejilla en mi
cabeza—. Te seguiré dondequiera que vayas. Eso es lo que le dije al macho
humano.
Cierro los ojos y solo siento más tristeza ante la declaración de Vagan.
Me alejo, le acaricio las mejillas y le beso.
Se queda quieto.
Al principio, sus labios son suaves, dóciles bajo los míos y ligeramente
agrietados. Froto los míos sobre los suyos, acariciándolos de un lado a otro,
incapaz de ir más allá, necesitando su respuesta, simplemente necesitando
consuelo. Esta conexión. Este extraño vínculo que tenemos, deseando que
vaya a más. Su olor sigue siendo tenue, y cuanto más tiempo rozo mis
labios con los suyos, más envalentonada me siento.
He demostrado que puedo resistirme a sus feromonas. Me relajo en sus
brazos. La emoción que me inunda el pecho no es una manipulación
humana, es real.
Confío en mí misma lo suficiente como para saberlo.
Lentamente, los dedos de Vagan se enroscan en mi pelo y sus garras me
rozan el cuero cabelludo. Me echa la cabeza hacia atrás y hace que mis
labios se abran para él, dándome lo que necesito.
Silencio, caricias suaves y toda la ternura del mundo.
Saco la lengua para lamerle el labio, y él se queda a mitad camino,
deslizando el extremo bífido de su lengua por la mía y metiéndomela en la
boca. Abriéndome para él, Vagan me aprieta más contra su pecho con un
gemido.
Siento que su miembro sale de su interior y se aprieta contra mí.
Inspiro bruscamente y retrocedo.
—No podemos.
Se pone rígido y retira los dedos de mi pelo.
—Me dejarás en cuanto salgamos de aquí —dice con tanta naturalidad
que no tengo fuerzas para mantener el rostro inexpresivo—. Aunque te siga,
te irás sin mí.
—Vagan…
Su mirada se endurece.
—Harás más sacrificios aunque yo no quiera.
Desvío la mirada, intentando contener las lágrimas.
—No es así. Lo estás simplificando demasiado.
—¿Ah, sí? Entonces deja de mirarme con tristeza en los ojos.
Los cierro de golpe y los vuelvo a abrir para mirarle de frente, sabiendo
que seguirá viendo mi dolor.
—No voy a mentirte.
—¿Entonces por qué? —pregunta casi gruñendo.
Me alejo un poco más y salgo de la espiral de su cola.
—Aún no he tomado ninguna decisión. No puedo. No quiero —miro a
mi alrededor, a todas las sillas vacías—. Tengo miedo.
Sus dedos me toman de la barbilla y me obligan a mirarle.
—¿Por cómo me tratarán?
—¿De qué habéis hablado Collins y tú? —le digo.
—De cómo es tu mundo, de lo que te espera a ti y a mí. No me tratarán
con amabilidad, siendo lo que soy.
—Los humanos no admiten a otras especies sensibles en sus naves a
menos que sean embajadores autorizados de sus pueblos y vayan
acompañados de un embajador nuestro. Un experto. No es porque seas un
alienígena y parezcas diferente…
—Un experimento, querrás decir.
Mi columna se endereza.
—¿Qué… qué has dicho?
Vagan enrosca su cola debajo de él, poniendo un orbe entre nosotros con
la punta de su cola.
—Soy un experimento.
Miro entre él y el orbe.
—¿Cómo lo sabes?
Sisea y deja caer el orbe en la palma de la mano.
—Los humanos nos crearon porque eran incapaces de utilizar cierta
tecnología. Mataron a una hembra, pequeña, porque no cumplía sus
requisitos.
—¿Está todo en ese orbe? —pregunto con cuidado.
—Sssí, Shelby, aquí está todo. Viniste aquí por esta tecnología
alienígena, tecnología que no podrás usar. Puede que yo sí pueda.
—Eso no lo sabes, no con certeza. No podemos saberlo.
—¿Por qué si no estoy aquí? Tiene sentido. He vivido entre las ruinas
de un mundo antiguo toda mi vida, un mundo que fue gobernado por
vosotros. No es mi especie la que aparece en libros y vídeos. Siempre es la
tuya, nunca la mía.
—Vagan…
—¡No me digas que no! Nunca lo había pensado a fondo, pero tiene
sentido. Soy en parte humano, en parte serpiente y en parte Lurkawathiano.
Dime que no lo soy.
Le arrebato el orbe de la mano y lo arrojo contra el suelo, haciéndolo
añicos. Pisoteo los trozos que quedan hasta dejarlos irreconocibles. Incluso
entonces, aplasto lo que queda con el talón.
—Shelby —la mano de Vagan me aprieta el hombro—. Para.
Resoplando, miro los trozos esparcidos por el suelo.
—No estamos seguros.
Cuando por fin levanto los ojos para mirarle, me observa con
curiosidad.
—Destruir el orbe no cambia nada.
—No. No lo cambia. Pero me hace sentir mejor.
—Estás aquí buscando algo que os salve, has hecho sacrificios por ello,
y sin embargo, no has encontrado lo que buscas, excepto a mí.
—No, Vagan, por favor.
—Sé dónde essstá.
Sorprendida, vuelvo a mirarle.
—¿Sabes dónde está la tecnología Lurkawathiana? ¿Tecnología de
verdad? ¿Armas, naves, servidores?
Asiente.
—¿Y cuándo ibas a decírmelo?
—¿Acaso importa?
—¡Sí!
—Te lo mostraré cuando seamos libres. Cuando aceptes que vaya
contigo.
Me doy la vuelta y gruño.
—No vendrás conmigo. No puedes. Collins puede haberte dicho cómo
sería, pero ¿te dijo que casi no hay agua? No hay bosques, ni ríos, ni lagos.
Solo hay interminables paredes frías de acero y zumbidos constantes. Ni
siquiera cabrás en la mitad de los espacios, y cualquier espacio que se te
permita tener es pequeño o compartido. Estarás rodeado de humanos, todo
el tiempo, si es que te dejan quedarte conmigo…
—Tú eres mía.
—A la Central de Mando le importará un bledo lo que quieras, pienses
o digas. En cuanto sepan lo que eres, te separarán de mí, te diseccionarán, te
coserán y te utilizarán hasta que no quede nada. Si lo que dices es cierto y
los humanos no pueden utilizar la tecnología Lurker, tú… —vuelvo a echar
un vistazo a la habitación y un escalofrío me recorre la espalda—. Tú…
—¿Qué?
Señalo con la mano el espacio que nos rodea.
—Todo esto volverá a ocurrir. ¿No lo entiendes? Aunque te unas a mí,
nunca podrás quedarte conmigo. No podré protegerte. En el momento en
que alguien vea que nos preocupamos el uno por el otro, nos usarán el uno
contra el otro. Te matarán por dentro y por fuera.
—Eresss tú quien no lo entiende —sisea.
Me vuelvo contra él, frustrada, aterrorizada.
—¿Entender qué? Creo que eres tú el que no lo entiende, Vagan. Lo que
me pides, lo que implicaría que te ofrecieras…
Solo de imaginar lo que pasaría si alguien de arriba se enterara de las
feromonas que Vagan y los de su especie pueden crear de forma natural…
Solo ese pensamiento me aterroriza.
—No lo entiendes, Shelby, porque en el momento en que te vayas, ya
estaré muerto.
Vagan enrosca su cola a mi alrededor y me arrastra contra su pecho.
Tenso y nervioso, me recorre la espalda con las manos, intentando
consolarme.
Pero ya no hay consuelo, solo miedo.
No puedo dejar que se una a mí. No puedo dejar que me siga hacia las
estrellas y de vuelta a El Temible. No puedo. Me está pidiendo demasiado.
Ni siquiera lo había considerado, y me negué a seguir haciéndolo. Me duele
demasiado.
Él ya sabe que es un híbrido, que lleva en su cuerpo los genes del mayor
enemigo de la humanidad de antaño. La Central de Mando lo destruirá.
Destruirán a todos los nagas.
Y si de verdad es cierto, y este Génesis 8 es lo que se necesita para
utilizar la tecnología que busco, no importaría si terminamos la guerra
contra los Ketts. Una nueva, una peor, ocupará su lugar.
Esta vez, cuando me alejo de él, solo hay convicción en mis ojos.
—No vas a morir, Vagan. Tuvimos sexo. Eso fue todo. E incluso eso fue
forzado por las sustancias químicas que tu cuerpo crea de forma natural. No
hay nada entre nosotros. Lo que Collins te ha contado, es cierto. Una vez
que salgamos de aquí, esto —muevo el dedo de uno al otro— se acaba. Mis
compañeros nunca me respetarían si supieran que me acosté con un
extraterrestre.
—Ssshelby —sisea mi nombre como advertencia.
Me dirijo a las escaleras.
—Es ridículo que pienses que puedes poseerme —me río entre dientes
—. Es de risa. Tienes que dormir un poco. Voy a buscar a Collins y contarle
lo que descubrimos arriba…
De repente, me tiran de los pies y me aprisionan en una jaula de brazos
musculosos. Vagan me empuja contra la pared metálica de una de las
máquinas más grandes. Apretada contra ella, mis pies cuelgan mientras él
golpea su pelvis contra la mía. Con el metal detrás de mí y Vagan por todas
partes, no hay escapatoria. Me quedo inmóvil.
La rabia en el rostro brillante de Vagan solo podría describirse como un
fuego abrasador, el naranja de su cara incendiando sus ojos como chispas al
rojo vivo.
—Te olvidas, hembra —dice con brusquedad, acercando su cara a la
mía, usando la palabra que le dije que no usara—. No me importa lo que me
pase.
Pega su boca a la mía y me atrapa por completo. Incapaz de respirar,
jadeo y aspiro bruscamente cuando me obliga a abrir los labios.
Su olor me inunda y me olvido.
De todo.
De todo, menos de él.
VEINTICUATRO

RESISTIRSE ES INÚTIL

Vagan

M ETO mi lengua en su boca y lucho con la suya. Al principio, ella intenta


cerrar la boca, mordiéndola, pero yo atravieso sus defensas y la obligo a
abrirla. Sus dientes inferiores rozan mi labio y la desesperación aumenta en
mis miembros.
Lucha como una bestia rabiosa, sus dientes me muerden, me pellizcan,
me atrapan la lengua. Frunce los labios y me aprieta el pecho. Gimo y
permito que me ataque, sin dejar de probar su dulce sabor.
Cuando ella empieza a devorarme, dándome rienda suelta a su dulce
boca, me retiro, sabiendo que he ganado.
—No me dejarás como hizo Eestys. No lo permitiré. Eres mía —gruño,
apartando mi boca de la suya—. ¡Mía! —rujo, haciéndola estremecerse y
empujando mis caderas entre sus piernas, obligándola a sentir la
circunferencia hinchada de mi nudo, toda mi longitud—. ¡Puedo sobrevivir
a lo que se ponga en mi camino, hembra, pero no soportaré que te alejes de
mí!
No sé por qué menciono a Eestys, pero me vino a la cabeza en el
momento en que Shelby intentó abandonarme. Me invadieron pensamientos
homicidas, de resentimiento y de pérdida, como una tempestad, y lo
siguiente que recuerdo es que tenía a Shelby contra la pared metálica de una
de las máquinas.
—¿Crees que ahora que te tengo te dejaré marchar tan fácilmente? —
gruño, lamiendo el aire que nos separa—. Te he reclamado y, mientras sigas
viva, nunca dejaré de perseguirte, dondequiera que vayas.
Mi lengua roza su mejilla y el sabor fresco de su piel llena mi boca.
No tengo miedo a la guerra.
Sintiendo cómo mi miembro se alarga y crece cada vez más, lo clavo en
ella, dejándole muy claro que si alguna vez quiere volver al cielo no solo
tendrá que escapar de este lugar, sino también de mí.
—Has venido aquí en busca de respuestas, y yo te ayudaré a
encontrarlas, ¡pero a cambio te tendré a ti! ¡Eso es lo que hemos pactado
con vuestro líder humano!
Zaku y los demás sabían qué hacer. Ellos sabían cómo enfocar mejor
esta situación. Ahora me doy cuenta. ¡Si no, las hembras se marcharían!
—Vagan —jadea Shelby, con sus manos en mis hombros, y las uñas
clavadas en mis escamas—. ¿Qué estás haciendo?
Le cojo la barbilla, deslizo la mano libre por su frente y le agarro uno de
los pechos.
—Te estoy recordando quién es el alfa aquí. Y que te he capturado. Que
eres mía.
Sus ojos brillan y luego se cierran, y sé que se está convirtiendo en la
hembra lujuriosa que tuve antes entre mis brazos. La que no era la Shelby
que conozco.
Pero sí que es ella, y este soy yo.
Sujetando mi miembro, aprieto mi nudo y me derramo contra sus
piernas, ensuciando la ropa que acaba de lavar. Puede discutir todo lo que
quiera, pero siempre llevará mi marca.
—Vagan, mírame —jadea, empujando sus caderas para dejar que la
tome.
Respiro, oliendo la excitación fresca que empieza a florecer en el aire
entre nosotros.
El sudor le empapa la frente, tiene los labios en carne viva e hinchados
por nuestro beso, y sus ojos están llenos de emoción. Sus reacciones,
incluso las más simples, me excitan.
—Intento salvarte la vida —gimotea, con el dolor y el deseo marcando
sus rasgos—. Como tú has salvado la mía.
Lo dice tan bajo que apenas la oigo. Y de ese modo, mi rabia
desaparece.
—Para —siseo—. Para —vuelvo a atrapar su boca en un beso
desesperado.
Esta vez no se resiste y me devuelve el beso. Sus manos se aferran a mi
cuello y me empuja mientras aprieto su cuerpo contra la pared. Me coge del
pelo y tira de él. Vuelvo a introducir mi lengua en la suya y ella me recibe y
me devuelve el beso, enredándose.
Me aferra a ella y yo me ablando, conmovido por su cariño.
Nunca esperé que mi hembra se preocupara por mí o por mi bienestar.
Ahora que sé que Shelby lo hace, mi necesidad de ella, de conservarla, se
vuelve monstruosa.
No renunciaré a ella.
Bajando mis manos por su cuerpo, agarro el borde de sus pantalones y
tiro de ellos hacia abajo, pero no llegan muy lejos. Ella gime y se golpea la
cabeza contra la pared. Me ayuda a desabrochar la parte delantera y a
bajárselos por las piernas. Me agarro a sus botas, le levanto el pie con una
mano y le arranco una bota con la punta de la cola, y el otro pie a
continuación.
Me atrae hacia ella cuando está desnuda de cintura para abajo, y yo la
dejo, balanceando mi palpitante longitud sobre su piel, ensuciándola con
más semilla desperdiciada. Marca… Marca… Marca…
Luego la separo de mí y la aprieto contra la pared.
—Vagan —jadea, tratando de abrazarme.
Deja de mirarme a la cara para fijarse en mi miembro. Erguido y listo
para ser cabalgado, la semilla que obliga dolorosamente a mi nudo a
expandirse empieza a oprimirlo.
—Quiero verte —ronroneo, tirando de su bata blanca por los brazos.
Los nagas no llevan ropa, así que ¿por qué ella sí?
No dice nada, la hago girar, le quito el resto de la ropa y me deleito con
la visión de su cuerpo.
Piel suave, oscura y unas curvas que me hacen detenerme porque parece
que su cuerpo está hecho para tener una cola como la mía… El veneno se
escapa de mis colmillos mientras la acaricio, imaginándola con mis
escamas. Coloco mis manos en la parte superior de su espalda y ella empuja
su trasero con un gemido suplicante, mostrándome su sexo. Su abertura
rosada atrae mi atención y el aroma de su excitación me invade. Gimo con
fuerza y aprieto la cabeza de mi eje contra su sexo.
Húmedo, me derramo sobre ella también ahí, incapaz de controlar mis
impulsos.
Ella se estremece y empuja aún más el culo. Presa de mis instintos,
deslizo las manos por la curva de su espalda, la agarro por las caderas y tiro
de ella contra mí.
—Vagan, por favor —grita mientras recorro su abertura con la longitud
de mi nudo.
Su cuerpo tiembla bajo mis manos, y empujo mi cola delante de ella
para sostenerla.
—No puedo hacer que te derrames, pero tú harás que me derrame,
compañera —le advierto, frotándola—. Quieres lo que hay aquí dentro.
Quieres tenerlo.
¿No es por eso por lo que está aquí?
—Me han engendrado para esssto —gruño, poniéndola a cuatro patas y
acercando mi punta a la abertura que se abre sobre su sexo.
—Vagan —chilla, poniéndose rígida debajo de mí—. ¡Agujero
equivocado!
Me inclino hacia atrás mientras ella me mira por encima del hombro, a
través de su salvaje pelo rizado.
Deslizo los dedos por su abertura, encuentro rápidamente el correcto y
los introduzco para asegurarme. Se me hace la boca agua cuando mis dedos
salen mojados. La miro y los lamo. Luego vuelvo a introducirlos en su
estrecho canal y lo vuelvo a hacer para probarlos otra vez.
Se estremece y se vuelve, presionando su frente contra mi cola.
Enroscando mi cola bajo su parte media, empujo su trasero hacia arriba
y presiono mi punta contra la abertura correcta. Vuelvo a agarrarla por la
cadera con la mano libre y la obligo a quedarse quieta. Esta vez, cuando
empujo dentro de ella, jadea.
Como antes, su carne tensa se resiste a mi penetración e intenta
expulsarme. Tengo que abrirme paso a la fuerza, luchando contra sus
músculos contraídos. Con pequeños empujones, la obligo a someterse,
abriéndola un poco más con cada pequeño empujón. Muevo la punta de mi
cola para acariciarle la columna y ella mete la mano entre nosotros para
frotarse el clítoris.
Excitado, la contemplo, empujando poco a poco, viendo cómo separa
los labios de placer, cómo me ayuda a asentar mi miembro en su interior.
Mi dulce compañera…
Y cuando un gemido ahogado me llega a los oídos, con su trasero
completamente abierto y expuesto a mi vista, introduzco mi nudo hinchado
en su interior.
Suelta la mano y vuelve a abrazarse a mi cola, apretándose contra mí.
—Quiero que lo sientas —gruño, empujando lentamente mi nudo hacia
dentro, dilatando su estrecha abertura—. Siente quién te reclama.
Es hora de que tome el control de ahora en adelante.
—Vagan —susurra mi nombre.
Suelta otro gemido ahogado. Presiono un poco más dentro de ella, se
sacude y grita.
—Es demasiado… demasiado… —mueve la cabeza y agita las piernas.
—¡Quédate quieta! —le advierto.
No quiero hacerle daño.
—Vagan, no puedo —respira contra mis escamas—. No puedo.
Untando mis dedos en la semilla que derramé sobre su carne, se los
acerco a la nariz.
—Sí que puedes. Respírame, pequeña.
Inhala bruscamente, me coge de la muñeca y se mete los dedos en la
boca.
Se pone tensa, su lengua se desliza por ellos y mi mente flaquea.
Cuando estoy a medio camino, le meto hasta el fondo el bulto que me
queda. Mi mano atrapa su grito mientras me muerde los dedos. Totalmente
dentro, enloquezco, lleno por el deseo, siento que la pasión se apodera de
mi cabeza y me pongo a rugir. Rujo esperando que Collins me oiga.
La saco y la vuelvo a meter, empiezo a penetrarla como siempre he
querido.
Los gemidos de Shelby se convierten rápidamente en aullidos. Retiro
los dedos y golpeo con las manos la pared metálica a ambos lados de ella,
inclinándome, manteniéndola boca abajo con mi cola. El golpeteo de la
carne me invade los oídos, sus uñas me desgarran la piel, y me invade un
placer abrumador. La carne apretada y constrictiva calienta mi eje hasta
convertirlo en un horno, y siseo guturalmente, frenético en mi necesidad de
liberarme.
Sé cuándo se está corriendo porque su cuerpo se tensa bajo el mío, sus
piernas se doblan, se enderezan, sus pies empujan contra el suelo mientras
su trasero se levanta simultáneamente. Su sexo estrangula mi doloroso nudo
y le extrae la semilla.
Vuelve a correrse en cuanto termina. Tiene razón, no se derrama.
Empujo salvajemente mientras el exceso de semilla se desliza entre
nosotros, con las palmas de las manos pegadas a la pared. Miro su pequeño
y suave cuerpo y me deleito en la perversa excitación que me produce.
La tendré así todas las noches. Desnuda y preciosa y toda mía porque
me la he ganado. No importa dónde estemos, ella me aceptará. Lo sé. Veo
cómo su columna se arquea y se balancea, cómo su desordenado pelo
oscuro resbala por todas partes, y mi cola se tensa.
La semilla bombea a través de mis entrañas hacia ella, pequeñas ráfagas
que llenan su vientre.
Qué alivio tan dulce.
Al sentir que la presión aumenta en mi cola, mis músculos se ponen
rígidos, su sexo se aprieta y se agita sin cesar, y la punta de mi cola se
enrosca alrededor de ella con más fuerza, levantándola ligeramente. Ella
rodea con los brazos la parte que la sostiene y grita mientras su cuerpo
vuelve a sufrir espasmos.
Veo algo moverse por el rabillo del ojo y veo a Collins de pie en la
puerta, observándonos.
Empujo a Shelby contra mi pecho y me libero, reclamándola,
advirtiéndole que no interrumpa y marcando la satisfacción en mis
facciones.
No es a él con quien ella se está emparejando, abriendo sus piernas
suaves y humanas para recibir un nudo hinchado. Es conmigo. Y por eso es
la hembra más hermosa del universo.
Apretándome contra su cuerpo flexible, escupo veneno en dirección a
Collins y derramo hasta la última gota de mi semilla dentro de Shelby. Ella
grita mi nombre, haciendo enrojecer la cara de Collins. Si ha de llevar la
prole de alguien, será la mía.
—Vagan —gime, sus gritos de placer disminuyen con el agotamiento.
Aun así, ondula su cuerpo cansadamente sobre mí. La miro y le aparto
el pelo de la cara, acariciándole suavemente la mejilla. Es tan hermosa…
Cuando vuelvo a levantar la vista, Collins se ha ido.
Levanto a Shelby en mis brazos, la acaricio, tranquilizo su temblorosa
figura y busco un lugar donde llevarla a descansar. Recojo su ropa y sus
botas con la cola, salgo de aquel espacio miserable y encuentro un rincón
tranquilo donde hay un lavabo y armarios.
La rodeo y dejo caer la cola delante de la puerta para que nadie nos
sorprenda, y me duermo mientras ella se acurruca entre mis brazos.
VEINTICINCO

EL FONDO DEL FOSO

Shelby

M E DESPIERTO sobresaltada y me incorporo, sorprendida de haberme


quedado dormida. Respiro con fuerza y echo un vistazo a la habitación,
donde veo la cola de Vagan enroscada a mi alrededor y en el suelo. Mis
hombros se relajan al ver que estamos solos y en silencio. Únicamente el
tenue resplandor de una luz ilumina el espacio.
La habitación es pequeña comparada con las otras en las que he estado,
pero la recuerdo, recuerdo que Vagan me trajo aquí después de…
Después del sexo.
Me meto la mano entre las piernas, me rozo mi abertura con los dedos y
trago saliva. Está húmeda y pegajosa por la semilla de Vagan, y me duele
por su brusca penetración. Me ruborizo porque lo estaba deseando. Me ha
gustado mucho.
Me froto la frente y le miro.
Está durmiendo, con la espalda apoyada en la pared y la barbilla contra
el pecho. Su respiración es profunda y uniforme, y yo trato de calmar la mía
para no molestarle.
No voy a poder alejarme de él. No es tan fácil. Vuelvo a frotarme la
cara.
El aroma a feromonas y sexo me inunda las fosas nasales y me tenso,
esperando a que mi cuerpo reaccione. Cuando solo hay una ligera agitación,
me relajo y me pongo en pie, apartándome de Vagan lo más suavemente
posible.
Me dirijo al lavabo, donde veo mi ropa y mis botas amontonadas junto a
él, preguntándome cuánto tiempo llevamos así y cuánto hemos dormido.
No puede haber pasado mucho tiempo si Collins no está aquí…
Pero entonces miro mi cuerpo desnudo, la semilla seca de Vagan en mis
piernas y muslos, y me estremezco, negándome a reconocer la terrible idea
de que Collins sabe exactamente dónde estamos y lo que hemos hecho. Al
abrir el grifo, las paredes chirrían y vuelvo a mirar a Vagan.
Se revuelve justo cuando el agua sale a chorros y sus ojos cansados y
entornados encuentran los míos.
—No quería despertarte —susurro, esperando a que el agua se aclare.
Levanta una mano y se pasa los dedos por el pelo despeinado, alisándolo—.
¿Cómo están tus heridas? —le pregunto, mirándole el estómago.
Se agacha y se toca la venda que sella el agujero de bala.
—Mejor.
Me vuelvo hacia el fregadero justo cuando el agua se aclara.
—Me alegro. Tenemos que encontrar a Collins y salir de aquí —digo
rápidamente antes de que aumente sus ganas de sexo, salpicando agua sobre
mi cuerpo.
Un siseo llena el pequeño espacio y oigo a Vagan acercarse detrás de
mí. Tensa, espero a que me apriete la espalda o me empuje contra él. En
lugar de eso, me rodea y se moja una mano. Se me hace un nudo en la
garganta cuando su enorme presencia amenaza con tragarme entera. Espero
a que vuelva a decirme que soy suya. Espero a que me toque, a que me
acaricie el cuello, a que juegue con mi pelo, a que confunda mis
pensamientos y llene la habitación con sus feromonas.
Aparta la mano mojada.
No sé si es alivio o decepción lo que siento al ver su mano desaparecer
detrás de mí.
Vuelvo a sobresaltarme cuando la presiona entre mis piernas.
—Va-Vagan —tartamudeo, girándome hacia él—. No podemos.
—Sssssh… —me calla y sisea suavemente, colocando de nuevo su
mano húmeda sobre mí—. Estoy ayudando a limpiarte.
Sus palabras me ponen la piel de gallina.
Me quedo rígida sin moverme mientras me sujeta al lavabo y me moja
el cuerpo con las palmas de las manos. Los siguientes minutos flotan entre
nosotros como un sueño.
Me lava por todas partes. Sus grandes manos y sus largos dedos
limpian, acarician, exploran y recorren cada curva y cada rincón de mi
cuerpo. De forma metódica y cuidadosa, como si lavarme fuera un ritual
sagrado que hay que hacer a placer, me quita toda la suciedad, su semilla y
la mugre, provocándome un calor inquietante.
Cuando presiona un dedo dentro de mí, abro las piernas y me inclino
hacia atrás, incapaz de resistirme. Lo hace girar en suaves círculos y sus
ojos negros me clavan en el sitio. Su lengua bífida se desliza para lamerme
la mejilla.
—Tus ojos no se han puesto azules desde hace un tiempo —dice en voz
baja y ronca, introduciendo un dedo en mi interior para masajear mi punto
sensible.
Apretando con fuerza, jadeo.
—No hay nada que quiera grabar.
Su pulgar me presiona el clítoris.
—¿Grabar?
—Graban cuando los tengo encendidos.
—¿Por qué no quieres grabar? —pregunta ladeando la cabeza.
Sus rasgos sorprendentemente definidos y atractivos se vuelven
repentinamente aniñados y curiosos.
Sacudo la cabeza y muevo las caderas.
—No quiero que nadie te vea como yo te veo.
Se inclina hacia mí y apoya la cara en el pliegue de mi cuello y mi
hombro.
—¿Por qué?
Porque eres mío. Las palabras me suben a la punta de la lengua y estoy
a punto de pronunciarlas. Enroscando los dedos de los pies, las detengo
antes de que puedan salir.
Vuelvo a sacudir la cabeza y gimo cuando sus dedos me acarician con
más fuerza.
—No lo sé.
—¿Te gusta esto, Ssshelby? —pregunta.
Muevo las caderas y me chupo los labios.
—Sí.
Su mano se detiene bruscamente.
—¿Estás lo bastante limpia?
Me horroriza la repentina pérdida de placer y presión.
—No —jadeo rápidamente, empujando su mano.
—¿Esto hará que… te corras?
Que raro, no ha dicho derrame.
—Sí.
Aprieta su cuerpo contra el mío.
Sus dedos se mueven con rapidez y vuelven a su exploración juguetona
pero intencionada. Su olor se intensifica, pero no me invade, mucho más
débil que antes. Su miembro no sale de su cola y me pregunto por qué.
Pero entonces me mete un segundo dedo y me roza el hombro con los
colmillos.
Grito y mi cuerpo se tensa mientras un orgasmo me recorre súbita y
brutalmente. Cabalgando sobre su mano como una loca, me retuerzo y
contraigo sobre sus dedos, buscando el placer que irradian sus dedos,
deseando que se pongan duros y empiecen a moverse. Sujetándome a sus
hombros, me balanceo en su mano mientras las oleadas de felicidad
erradican la tensión que aún mantengo de los últimos días.
Cuando ya es demasiado, aparto su mano.
Se la lleva a la boca y la lame, mirándome con disimulo.
Jadeando, lo único que hago es mirar.
Estoy jodida.
Ni siquiera me dedica una sonrisa cómplice y malvada, como yo
esperaba. Como haría cualquier hombre que sabe que ha ganado. Se limita a
mirarme oscura y posesivamente, lamiendo mi esencia de sus dedos.
Antes de perder aún más la cabeza, me doy la vuelta, me mojo la cara y
cojo mi ropa. Me alejo y empiezo a vestirme. Al subirme los pantalones por
las piernas, Vagan me coge la mano.
—¿Qué es eso? —pregunta, agachándose para mirarme la parte baja del
vientre.
Me cubro la cicatriz e intento apartarme de nuevo. No me deja.
—Es una vieja cicatriz.
—¿Quién te ha hecho eso? —sisea.
Tiro de mi brazo.
—No fue nadie. Fue una máquina.
Me mira.
—¿Una máquina te cortó?
—Sí. —intento liberar mi brazo de nuevo, pero su agarre se hace más
fuerte—. Vagan, no es nada. Solo es una vieja cicatriz.
Sigue mirándome fijamente.
—No es nada…
Sisea.
—Es preciso, como si lo hubiera hecho una garra.
—Un bisturí —corrijo.
—¿Por qué?
—Eso no importa. ¿Puedes soltarme para que podamos encontrar a
Collins y salir de aquí?
—¿Por qué? —exige.
Aprieto los labios.
Vagan se desliza hacia arriba para elevarse sobre mí, enrollando su cola
debajo de él, retándome a que no se lo diga. El corazón me late con más
fuerza en el pecho a medida que pasan los segundos y él no me suelta.
—Tengo moratones por todo el cuerpo, además de arañazos. ¿Por qué te
importa una vieja cicatriz?
—Porque es intencionada.
—Me hicieron una histerectomía, ¿vale? Ya puedes soltarme.
Y eso hace. Su agarre en mi brazo se suaviza.
—¿Histerectomía?
—Fue el precio por mis ojos.
Las palabras salen de mi boca como papel de lija. Aliso la camisa que
tengo en la mano y me la pongo por encima de la cabeza, ocultando la vieja
cicatriz.
—¿Te abrieron por… tus ojos?
—Sí —digo.
—Ssshelby —dice mi nombre como advertencia cuando me pongo la
bata de laboratorio después de sacar unos analgésicos del bolsillo.
—No puedo tener hijos, ¿vale? —le digo—. No iban a implantarme
estos ojos si fuese a ser un estorbo, si no se pudiese confiar en mí para
dedicar mi vida al trabajo. Hay muchos académicos que los querían,
muchos hombres utilizaron mi sexo como excusa para que no pudiera optar
a ellos. ¿Por qué dárselos a una mujer si lo único que va a hacer es quedarse
embarazada y no darles un buen uso? No importaba si yo era mejor que
ellos en el trabajo o si era más inteligente, no con una Central de Mando
dirigida predominantemente por hombres. Así que hice que me extirparan el
útero para demostrar que estoy comprometida con mi trabajo, que es lo
primero y que el futuro de la raza humana es mi prioridad —grito, incapaz
de evitar levantar la voz y tirar de mis botas—. Los recursos son limitados,
¿sabes? Ahí arriba —señalo al techo—. Agua, comida, ropa, incluso el
espacio. ¿De qué otra forma iba a demostrarles que soy la mejor persona
para esta operación?
Me alejo furiosa por haber sacado el tema y dolida porque ahora Vagan
lo sabe. Sigo siendo una mujer como cualquier otra, solo que soy una mujer
que no puede tener hijos.
Hijos que su anatomía obviamente le impulsa a crear, si la fuerza de sus
feromonas tiene algo que ver.
—¿Ya eres feliz? —gruño, volviendo a comprobar que mi tarjeta sigue
colgada de mi cuello.
Abro de un tirón la puerta y entro de nuevo en el auditorio médico.
No dice nada mientras subo las escaleras, dispuesta a salir de este
horrible lugar. El único indicio de que me sigue es el silencioso movimiento
de su cola.
Escogiste cazar a la hembra equivocada.
Frunzo el ceño cuando el pensamiento surge en mi mente.
La equivocada a la que infectar con un virus. Cierro los ojos
brevemente y entro en el pasillo. La equivocada a la que salvar.
Paso una ventana tras otra, una puerta tras otra, mientras busco a
Collins. Vagan sigue en silencio detrás de mí.
Supongo que es lo mejor, me río para mis adentros. Ahora me dejará
abandonar la Tierra sin pelear.
Al ver una luz brillante que sale de una habitación, paso por encima de
los huesos de un humano muerto hace mucho. Poco después, la cola de
Vagan los dispersa.
Acelero el paso.
Siento cómo se me llenan los ojos de lágrimas, pero parpadeo antes de
que caigan. Inhalo bruscamente y me detengo en la puerta abierta de la
habitación iluminada, donde encuentro a Collins, de pie ante un gran
armario parcialmente congelado.
—¿Collins? —digo su nombre y entro en la habitación—. Vamos a
hablar sobre ese plan tuyo.
Me mira, con el rostro pálido, los ojos inyectados en sangre e hinchados
por la falta de sueño, los labios secos y torcidos en un gesto serio y
receloso.
Me detengo en seco.
En su mano tiene la aguja más grande que he visto en mi vida.
—Por ti —dice aturdido, clavándosela en el pecho—. Por nosotros.
VEINTISÉIS

CORDERO SACRIFICADO

Shelby

ME LANZO HACIA ÉL .
—¡No! —cojo la aguja, se la arranco del pecho y la tiro al otro lado de
la habitación. Le golpeo con fuerza en la camiseta blanca empapada de
sudor que lleva puesta—. ¿Qué has hecho? —grito—. ¿Qué has hecho?
La cola de Vagan se enrosca a mi alrededor y me tira hacia atrás.
Collins se dobla, apoyando la mano en la mesa, con el pelo cayéndole
sobre la cara.
—¡Collins! —me retuerzo contra la cola de Vagan, horrorizada y
confusa—. ¿Qué coño has hecho?
—Por ti —ronca, cayendo de rodillas—. Por ti. Ahora seré yo quien te
salve, quien te dé todo lo que deseas —tose y escupe sangre—. Tendré todo
lo que necesitas, lo que necesitamos, para… para…
Arrugo la frente y dejo de luchar contra Vagan mientras me arrastra
hacia la puerta. Abro y cierro la boca y sacudo la cabeza.
—Tenemos que irnos. Ahora —me gruñe Vagan al oído cuando clavo
los talones en el suelo.
Collins levanta la cabeza.
—¡No te la llevarás a ninguna parte, serpiente! —suelta, con los ojos
aún más enrojecidos y el sudor corriéndole por la cara.
Vagan me empuja detrás de él mientras aumenta mi confusión. No sé
qué se ha inyectado Collins en el pecho. No sé qué está diciendo. Miro la
aguja en el rincón y la sangre que gotea de su extremo puntiagudo.
—Has cavado tu propia tumba, humano —le advierte Vagan—. Ya
sabes lo que pasará a continuación.
—¡Soy más fuerte que él! Más fuerte que tú —grita Collins.
Temblando, miro a Vagan mientras Collins se pone en pie, con todo el
cuerpo temblando por el esfuerzo.
—Collins, ¿qué has hecho…?
Sus ojos desorbitados se clavan en los míos.
—Te he visto.
Vuelvo a sacudir la cabeza. Intento ir hacia él, pero Vagan me sujeta con
más fuerza.
—¡Te he visto con él! —ruge, dando un paso hacia mí para volver a
arrodillarse. Me sobresalto—. He hecho esto por ti, Shelby. Por nosotros.
Ahora no hay nadie que… pueda—se le quiebra la voz—. Apartarte… de
mí. Puedo salvarte.
—¿Qué has hecho? —gimoteo. Por más que intento llegar hasta él,
Vagan me mantiene sujeta entre sus extremidades—. ¡Vagan, tenemos que
ayudarle! —grito—. ¡Busca un botiquín, rápido! —tiro violentamente de su
agarre, recupero la razón de forma rápida y enérgica, pero vuelve a
sujetarme cuando empiezo a buscar frenéticamente un botiquín—. Para —
grito—. ¡Tenemos que ayudarle!
—Suéltala —ordena Collins, arrastrando su cuerpo hacia nosotros.
Vagan nos ignora a él y a mí. En lugar de eso me levanta y me lleva
fuera de la habitación.
—No podemos ayudarle.
—¡Déjala! —grita Collins, con voz carrasposa y gutural, y con el brazo
extendido hacia mí—. ¡Shelby!
—¡No! —grito, luchando contra Vagan mientras me aleja—. No
podemos dejarle. Tenemos que volver. ¡Por favor!
—Ya está muerto.
—¡No está muerto! —me subo al pecho de Vagan, arañándole para
mirar por encima de su hombro mientras se aleja de la habitación—. No ha
dormido —suplico—. Está enfermo, puede que incluso herido. Tenemos
que volver. ¿Por qué ha hecho eso? ¿Por qué?
Veo a Collins arrastrarse fuera de la habitación justo cuando Vagan
dobla una esquina.
—¡Collins! —grito cuando vuelvo a perderlo de vista.
Centrando mi atención de nuevo en Vagan, le golpeo el pecho.
—¡Suéltame! ¡Suéltame!
Le doy patadas, presa del miedo por mi amigo. Por los pensamientos
que sé que le están destrozando. Pero Vagan no me suelta, ni siquiera afloja
su agarre. La lucha me abandona rápidamente, y jadeo por la falta de
comida y de un adecuado descanso.
—Por favor —suplico, bajando la voz—. Por favor… No se trata de mí
—grito—. Necesita ayuda.
En algún lugar detrás de nosotros, oigo un grito terrible. Oigo rugir mi
nombre. Y escucho amenazas.
—¡Te mataré, serpiente! —la voz de Collins se quiebra, haciendo que
me quede inmóvil de miedo en brazos de Vagan—. ¡Te arrancaré la cola y
te la daré de comer! ¡Te destriparé y dejaré que las moscas se den un festín!
Vagan se detiene y me baja al suelo.
—¿Dónde tienes la llave?
Miro fijamente el pasillo, escuchando las amenazas y los gritos de
Collins, con las manos temblorosas.
—¡Ssshelby, la llave! —me incita Vagan.
—Y-Yo…
Coge el cordón que me rodea el cuello y saca la llave de debajo de mi
camisa. Algo pita detrás de mí.
—Shelby, mírame —ordena Vagan.
Apenas le presto atención, escuchando a Collins, mirando por el pasillo.
Hay huesos y cadáveres por todas partes, algunos rotos y desparramados
por el paso de Vagan.
—¡Te arrancaré la columna vertebral y clavaré tu cabeza en una pica!
Las manos de Vagan me sujetan por los brazos y me giran para que le
mire.
—Mírame —vuelve a ordenar.
Mi mirada se desvía hacia la suya y sus ojos negros inundan mi visión.
Me tapa la cara para que no mire por encima del hombro.
—Tenemos que ayudarle —murmuro, oyendo más amenazas horribles
rugir y retumbar en mis oídos.
Amenazas que Collins nunca diría. Parpadeo para quitarme las lágrimas
que se acumulan en mis ojos.
—Se está transformando.
Parpadeo de nuevo, esta vez viendo realmente a Vagan.
—¿Qué?
—Como en la pantalla, se está transformando.
—No lo entiendo. ¿Qué pantalla? ¿Transformándose en qué?
—Se ha inyectado Genesisss en el cuerpo —dice Vagan, chasqueando la
lengua.
Me sobresalto cuando oigo esa palabra.
—Génesis 8 —le corrijo, encendiendo inmediatamente los ojos y
sacando el archivo.
“Génesis 8 es difícil de producir de forma natural y, cuando se
administra a un humano adulto, puede matarlo tan fácilmente como
transformarlo, al tiempo que aumenta su agresividad. Solo un varón
humano ha recibido Génesis 8, el agente Patrick Holds. Durante su
transformación, asesinó a ocho hombres y mujeres, escapando de sus
ataduras.”
Los ojos de Vagan se entrecierran ligeramente y asiente.
Los bramidos de Collins se hacen más fuertes.
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Por qué iba a hacer algo así?
—Lo transformará en uno de esos monstruos, esos Lurkers… Hará que
sea más… como yo.
La mención de los Lurkers me sobresalta aún más, pero Vagan sigue
aferrándose a mí y no me deja apartar la mirada.
—Como tú no —susurro.
—Es un macho humano débil, es por eso.
—No es débil —suelto y me estremezco por el grito que suelta Collins
en ese momento.
—Ahora mismo sí —gruñe Vagan—. Pero cambiará pronto. Necesito
que te quedes aquí —dice cuando dejo de intentar separarme de él—.
¿Podrás hacerlo? —no respondo—. ¿Podrás? —vuelve a preguntar, incapaz
de dejar de escuchar los gritos de Collins.
Ya no lanza amenazas. Únicamente escucho sus gritos. Gritos agónicos,
horribles, salvajes.
Vagan me sacude, obligándome a concentrarme.
—Tenemos que ayudarle.
—Lo haré, pero necesito que te quedes aquí y esperes a que llegue el
ascensor. Prométemelo, Ssshelby.
Sobresaltándome de nuevo, trago saliva.
—¿Le ayudarás?
Él asiente.
—Pero tendrás que esperar aquí a que llegue el ascensor. Es un trayecto
largo. Tardará un poco.
Me zafo de su agarre y me suelta para que pueda mirar el ascensor que
tenemos al lado y darme cuenta de dónde estamos. Vagan me ha llevado al
ascensor principal, por el que bajamos a la cúpula. El que nos llevará de
vuelta a la planta superior.
Tiene que ser este. Según el orbe, solamente había dos.
—¿Y el Lurker? —murmuro.
—Si nos lo volvemos a encontrar, me encargaré de él.
—Creía que…
—¡Shelby! —Collins ruge mi nombre bruscamente, haciéndome dar un
respingo y girarme.
Aparece por la esquina, arañando y arrastrando hacia nosotros un
cuerpo encorvado que no reconozco. El siseo de Vagan se intensifica
mientras me empuja detrás de él.
—¿Qué le está pasando? —gimoteo, medio llorando.
—Se está convirtiendo en la criatura de la cúpula.
—No es un Lurker, Vagan. Es humano. El archivo dice que solo lo
volverá agresivo.
—También lo era el otro en la pantalla. Pero igualmente lo cambió.
Esa pantalla que no deja de mencionar… Recuerdo como destrocé el
orbe contra el suelo.
Cómo me gustaría haber visto lo que había en ella.
La espalda de Collins se arquea, sacándome de mis horribles
pensamientos, doblándolo en dos. Sus huesos chasquean y crujen mientras
su boca se abre de par en par en un grito escalofriante, sus ojos se estrechan
y luego se desorbitan. Sus brazos desnudos están repletos de venas
abultadas, como telarañas, que emergen de su carne. Le falta la mitad de los
dientes y la sangre mana de su boca hasta empapar la ropa que aún lleva
puesta.
Sus dedos crujen, y me dan ganas de vomitar por el sonido que
producen. Sus dedos se extienden desde sus manos, convirtiéndose en
garras.
—Shelby —gime Collins mientras más crujidos terribles invaden mis
oídos.
Mientras sollozo con fuerza, veo cómo se retuerce y gira, dirigiéndose
directamente hacia mí, sabiendo que si me lanzo a intentar ayudarlo, lo más
probable es que me mate.
“Solo un varón humano ha recibido Génesis 8, el agente Patrick Holds.
Durante su transformación, asesinó a ocho hombres y mujeres, escapando
de sus ataduras.”
Vagan se aleja de mí y se dirige hacia Collins.
Va a matarlo. Mi visión se nubla por las lágrimas. No hay otra forma de
salvarle.
Va a romper nuestra promesa.
Una gran lengua emerge de la boca de Collins, tensando sus labios.
—Vagan —le advierto mientras avanza lentamente hacia Collins.
Se detiene, pero no me mira.
Collins cae al suelo con un gemido agónico.
—Por favor…
Es lo único que logro decir.
Por favor, que sea rápido.
Por favor, no le hagas más daño del que ya está padeciendo.
Por favor…
Ten piedad.
Vagan ataca y golpea con su cola la cabeza de Collins, y yo grito ante
semejante brutalidad
VEINTISIETE

LA SUBIDA

Vagan

O IGO cómo se abren las puertas del ascensor justo cuando mi cola golpea la
figura deformada de Collins. Shelby grita, y su grito está roto de dolor.
Collins gruñe y luego cae al suelo. Sus músculos se tensan bajo mi cola,
pero no se levanta.
Retiro mi larga cola y me dispongo a golpear de nuevo, deteniéndome
brevemente para contemplar su cuerpo retorcido. Mis labios se tuercen.
¿Dónde está tu arma ahora?
Siempre tuve claro que iba a ganar. Siempre lo hago. Las promesas no
significan nada cuando uno es lo bastante paciente para esperar…
Pero al mirarle solo siento lástima. La ira, la posesividad, los celos,
incluso el odio que tenía por él se han ido. Todo lo que queda es esta
lástima, y… cierto alivio. Ya no es un macho, solo una pobre criatura
tratando desesperadamente de apoderarse de algo que nunca fue suyo para
poseerlo. Ni siquiera hay lucha.
Nunca la hubo.
Golpeo mi cola hacia abajo para acabar con él, su brazo sale disparado y
la atrapa con su mano. Con sus afiladas garras clavándose en mis escamas,
la retiro, siseando molesto.
Levanta la cabeza y me mira.
Sus ojos ya no son humanos, son rasgados y amarillos. Lo que le queda
de piel está tensa y húmeda, con escamas surgiendo por debajo.
—Serpiente —jadea entre sus dientes humanos rotos.
Le arranco mi cola de sus garras.
Se levanta y arrastra las garras por la pared.
—¿Collins? —exclama Shelby detrás de mí.
Me enrosco para impedir que se acerque más, pero sigue de pie junto al
ascensor. Miro hacia las puertas, que están arañadas y dobladas, y no están
a ras del suelo. Oigo un chirrido y un crujido, como si la pequeña cabina en
movimiento empujara contra algo que hay debajo.
—¡Ssserpiente! —ladra Collins, con la voz convertida en un graznido,
arrastrando su cuerpo destrozado más cerca.
—Shelby, el ascensor —le siseo cuando ella se limita a mirarlo con
expresión horrorizada—. ¡Shelby! —exclamo.
Ella salta y se gira para mirarlo.
—¡Mírame a la cara! —grita Collins, oyendo como se acerca.
Shelby mira entre los paneles de las puertas del ascensor y da un brinco
hacia atrás.
—Hay unas ramas de un árbol —dice sin aliento—. Tuve que romper
algunas, pero otras se cayeron…
Algo me apuñala la cola y me doy la vuelta, sin oír sus palabras. Las
garras de Collins se clavan en mi cola. Gruñendo, la estampo contra su
pecho, tirándolo al suelo y descargo mi puño contra su cara alargada. Se ríe.
Sus dientes se rompen y salen otros más afilados para ocupar el lugar de los
antiguos.
Me lanza un gruñido, despreocupado por el daño que le estoy causando.
Le respondo apretando con fuerza mi antebrazo contra su garganta.
Algo húmedo y duro se enrosca en mi cuello cuando le agarro la cabeza
y la golpeo contra el suelo. Se queda en el suelo y agarro lo que sea que me
estrangula. Con las manos resbaladizas, intento quitármelo de encima.
—¡Vagan, cuidado! —grita Shelby.
De repente, Collins se me echa encima. Tiro con más fuerza de lo que
aprisiona mi garganta. Una gruesa y musculosa cola desgarra la ropa de
Collins, saliendo de la parte inferior de su columna vertebral.
Me rasga el pecho con las uñas, buscando mis vendas, y le escupo
veneno a los ojos. Se echa hacia atrás y se limpia la cara con un grito. La
piel se le cae a jirones.
Le golpeo el costado, lo arrojo por el pasillo y me levanto cuando
aterriza con fuerza contra una pared, para recuperarse casi al instante. Está
desnudo excepto por los pantalones, incluso sus botas están desgarradas por
los nuevos miembros que se forman en su interior, y apenas se parece a
aquel macho que odiaba.
Ahora solamente es un despojo asqueroso.
Me preparo, limpiándome la boca de la sangre que me había salpicado.
Shelby suelta un sollozo y Collins la mira por encima de mi hombro.
—Tendrás que pasar por encima de mí para llegar a ella —gruño,
soltando más veneno.
Se lanza hacia delante, me golpea y me tira por el pasillo. Me estrello
contra una puerta.
Sorprendido, enrollo mi cola debajo de mí para llegar a su pierna.
Pero ya no está a mi lado. Está donde yo estaba hace un segundo,
acercándose a Shelby.
Siseo, dando un puñetazo al aire.
Ella se da la vuelta para huir justo cuando Collins la atrapa. Tiene una
rama rota en la mano, a medio sacar de debajo del ascensor.
—¡No! —grita ella cuando él la arrastra contra su pecho.
Le golpeo la espalda y su cola me aparta. Levanta la cabeza y muerde el
brazo de Shelby, arrancándole un trozo de carne. Alarga sus garras y las
extiende por la parte delantera de Shelby, destrozando su ropa y su carne.
Sus gritos me destrozan los oídos.
Me abalanzo sobre las piernas de Collins y las aprisiono con mis brazos.
Suelta a Shelby y ella cae al suelo con un gemido.
Hundo mis colmillos en el cuello de Collins. Intenta quitarme de
encima, haciendo chocar su nueva cola contra cualquier cosa que pueda
golpear. Le inyecto todo el veneno que puedo.
Tengo que conseguir paralizarlo.
Su cuerpo se agarrota y sus miembros se contraen contra los míos. Se
golpea contra la pared, intentando librarse de mí. Clavo mis garras en él y
aguanto.
Al final, cae de rodillas, sucumbiendo, y enrosco mi cola alrededor de él
como un cepo.
Siempre pasa lo mismo. Siempre.
Ahora debo acabar con él.
Aun así, intenta luchar contra el efecto, con sus dedos retorcidos y su
cola tensa a mi lado.
Me despego de él cuando se queda completamente quieto.
Golpeo mi cola una vez más y su cuerpo finalmente se afloja.
Los gritos de Shelby invaden mis oídos y mi mirada se clava en ella.
Está sentada con la espalda apoyada en la pared junto al ascensor, con la
mano sujetándose el brazo y el rostro bañado en lágrimas. Su cuerpo
tiembla, tiene el pelo pegado a su rostro, que está aturdido, marcado por la
agonía.
Se me rompe el corazón.
Corro a su lado.
—Ssse acabó —le digo.
Tiene los ojos desorbitados y la mirada perdida.
—Déjame que lo vea —le exijo, intentando que me mire.
Como no responde, me pongo más nervioso y le quito la mano del
brazo. Solamente encuentro sangre y tela desgarrada, así que le arranco la
bata con las garras y se la quito de un tirón para ver las heridas. Veo un
mordisco en la parte superior del brazo, así que le sujeto el brazo y aprieto
mi boca contra ella.
Ella grita y yo succiono, metiéndome toda su herida en la boca. Trago
su sangre, su sabor, su miedo, y sigo en busca de veneno.
—Vagan —grita, agitándose entre la pared y yo—. Me duele. ¡Duele
mucho! —grita.
Sus palabras me causan un gran dolor. Me separo de ella y cojo lo que
queda de la bata. Intenta ocultarme el brazo, pero yo se lo sujeto de
igualmente y lo envuelvo con fuerza con la tela.
—Mantén esto sujeto mientras puedas —le ordeno.
Se oye un gemido detrás de mí.
Miro hacia atrás y atraigo a Shelby hacia mí. Los dedos de Collins
arañan el suelo, intentando levantarse. Vuelvo a golpearle la cabeza con mi
cola y se queda quieto.
—Tenemos que irnos —digo, girándome hacia el ascensor.
Al ver que las ramas impiden que pueda posarse en el suelo, suelto a
Shelby y las arranco de un tirón. El ascensor baja con un sonoro crujido y
las puertas se abren.
Ella no se resiste cuando la levanto en brazos y la llevo dentro. No hace
más que temblar y gemir. Dentro hay sangre seca, suciedad, cristales rotos,
hojas y ramas esparcidas, y las aparto a un lado mientras cojo la tarjeta que
lleva Shelby colgada del cuello. La uso, y acciono los botones. Las puertas
empiezan a cerrarse.
Oigo a Collins gemir de nuevo.
—No.
Una mano escamosa y ensangrentada aparece entre las puertas justo
antes de que se cierren. La golpeo con furia. La otra mano se aferra al
lateral. El cristal está turbio y manchado.
—No —vuelve a farfullar—. Lo sssiento —aúlla.
Aparece su rostro, con una expresión entre asesina y desolada, y vuelvo
a golpearle.
Las puertas vuelven a cerrarse en el momento en que él empieza a
levantarse.
—¡No! —ruge—. ¡Nooo! Lo siento…
El ascensor se sacude y asciende mientras Collins golpea salvajemente
al otro lado. Se oye un fuerte gemido, un golpe seco, y aprieto a Shelby más
cerca cuando sus temblores empeoran. La siento debilitarse mientras la
sangre empapa la tela que rodea su brazo.
Está sangrando demasiado. Tengo que llevarla pronto a un lugar seguro.
No sé cuánta sangre puede perder un humano antes de morir, y no quiero
averiguarlo.
No con ella. Jamás.
Algo golpea el suelo debajo de nosotros, y enrosco mi cola debajo de mí
para levantar a Shelby del suelo. El golpeteo se detiene y vuelve a empezar.
El ascensor emite un pitido y miro hacia las puertas cuando empiezan a
abrirse. El golpeteo debajo de mí se hace más fuerte.
Me enderezo, sujetando el cuerpo de Shelby.
Al otro lado aparece el Lurker.
VEINTIOCHO

REENCUENTRO

Vagan

N OS MIRAMOS FIJAMENTE .
Ni él ni yo nos movemos.
Tiene los brazos extendidos y el ruido que se oye debajo es cada vez
más caótico, más frenético. Collins está subiendo por el túnel de la sala del
ascensor. Eso es lo único que podría estar provocando el ruido. Los ojos del
Lurker se clavan en el suelo, y yo me desenrosco, advirtiéndole que se
aleje.
Cuando las puertas empiezan a cerrarse, el Lurker se aferra al borde de
una de ellas y la detiene. Su gran boca se abre para mostrar unos dientes
afilados. Muevo a Shelby entre mis brazos, sabiendo que tendré que soltarla
si ataca.
—Humano —gruñe el Lurker, dirigiendo su mirada hacia ella.
Pronuncia la palabra con asco.
Shelby vuelve la cara hacia mi pecho. Su respiración es cada vez más
superficial. No le queda mucho tiempo. Lo único que huelo ahora es el olor
cobrizo de su sangre, y de la sangre de Collins.
—Es mía —anuncio, amenazando al Lurker.
El Lurker ladea la cabeza.
—Lucharé por ella —gruño.
Su mirada regresa a mí, y su boca se ensancha en una sonrisa grotesca.
—Eres como yo —dice, escudriñando mi cuerpo.
—No soy como tú —le respondo, siseando.
Su sonrisa crece mientras su gran cola se balancea de un lado a otro. Me
señala con un largo dedo extendido.
—La llave —ruge—. Dámelaaa.
Aprieto con fuerza el cordón que tengo en la mano.
Hace un chasquido con la lengua cuando lo hago y se levanta sobre sus
patas traseras, mostrando sus enormes músculos. Yo golpeo el suelo con la
cola, haciendo lo mismo.
—Los humanos deben morir —gruñe—. No hay otra solución.
—Esta humana no.
Agita la nariz e inclina la cabeza de nuevo.
—Cumplo órdenes…
El ruido bajo el ascensor pasa de un golpeteo a un ruido roto y
chirriante.
—Debo obedecer órdenes… —continúa el Lurker—. La llave…
escala… —indica—. Y vivirás… Vivirás.
Solamente escucho mentiras.
Acunada por mi cola, dejo que Shelby caiga lentamente al suelo, y la
cara del Lurker se ilumina de triunfo. Luego la deslizo lo más suavemente
posible hasta la esquina más alejada detrás de mí.
—No puedo vivir sin ella —digo—. La necesito. Moriré por ella —
advierto—. Lucharé por ella.
—Entonces has perdido la cabeza. No se puede confiar en ti.
—¿Cómo?
—Han envenenado tu mente.
El Lurker se abalanza sobre mí, golpeándome. Con sus garras desgarra
mi piel, apuntando a la hendidura que oculta mi miembro.
—¡Tu olor apesta a apareamiento! —grita—. ¡Qué asco! ¡Repugnante!
Le hago retroceder, protegiendo a Shelby de él.
Nos atacamos mutuamente, defendiéndonos al mismo tiempo que
causamos el mayor daño posible. Lo rodeo con mi cola y aprieto. Me
desgarra el pecho. Aguanto la agonía sintiendo cómo mis pensamientos se
confunden.
Todo lo que sé es que Shelby ya no hace ningún ruido. Ni siquiera un
gemido.
La desesperación se apodera de mis miembros y retuerzo las manos
alrededor del cuello carnoso del Lurker, apretando con todas mis fuerzas.
Me hunde los dientes en el brazo, mordiéndolo a gran velocidad. El dolor
agónico se apodera de mí y mi cola cae de golpe.
Grito de dolor y las fuerzas que me quedaban me abandonan. El Lurker
me da la vuelta y se sube a mi pecho. Mis manos se resbalan de su cuello y
me caen a los lados. Se sienta a horcajadas sobre mí, clavando sus garras y
destrozando la carne de mi pecho.
Shelby…
—¡No! —grita Shelby de repente y arroja su cuerpo sobre el Lurker.
Me horrorizo cuando se la quita de encima como si no fuera más que un
mero estorbo. Ella choca contra la pared y cae, inmóvil.
Un estruendo profundo y aterrador sale de mi garganta.
Alargo el brazo para detener al Lurker, le cojo por la garganta y la
atravieso con mis garras.
Ruge y me arranca la mano de encima, escupiendo sangre.
El suelo se resquebraja justo cuando él se recupera. Rodamos hacia un
lado mientras Collins se abre paso.
—¡Lo siento! —solloza, entrecortadamente.
Con la visión borrosa, observo que el ser que aparece ya no es Collins,
sino algo totalmente diferente, que hace pedazos el cemento y el metal. Ve
al Lurker sobre mí, y a Shelby inmóvil, desplomada contra la pared junto a
nosotros. Grita, y el estruendo hace que mi cabeza estalle con una presión
abrumadora. Shelby cae de lado con un grito, tapándose los oídos.
Collins se abalanza sobre la espalda del Lurker y me lo quita de encima,
lanzándolo de nuevo a través de las puertas abiertas del ascensor.
Temblando, recojo mi cola, levantándome sobre mis brazos.
Collins salta y aterriza directamente sobre el pecho del Lurker, que le
lanza un zarpazo. Collins le abre la mandíbula y le arranca la garganta,
esparciendo sangre por la habitación y matándolo al instante.
Va a intentar atacar de nuevo, y yo le golpeo una vez más,
retorciéndome hasta que oigo cómo se le rompe el cuello. Cae encima del
Lurker.
No se mueven. Un charco de sangre se forma a su alrededor.
Incapaz de moverme, me aprieto el pecho y me quedo mirando,
esperando a que uno de ellos se mueva de nuevo.
No es hasta que oigo el traqueteo de las puertas del ascensor que
empiezan a cerrarse que me giro y caigo al lado de Shelby, tirando de mi
cola hacia dentro de los confines del pequeño espacio. Acuno su temblorosa
figura entre mis brazos y veo cómo las puertas se cierran con fuerza,
aprisionando a Collins y al Lurker.
El ascensor da una sacudida y comienza a terminar de subir.
—Ssssshhhh —susurro tranquilamente, siseando y ronroneando contra
la oreja de Shelby—. Quédate conmigo, hembra —le ruego, temblando
junto a ella—. Quédate conmigo. No me dejes.
Cuando las puertas del ascensor vuelven a abrirse unos minutos
después, recojo a Shelby en mis brazos, con cuidado de no dañarle el brazo
ni las heridas de la parte delantera, y la llevo de vuelta por donde hemos
venido. Con mis últimas fuerzas, me deslizo por los pasillos vacíos, entre
los huesos de humanos muertos hace tiempo, y salgo al túnel. El aroma de
la suciedad y la oscuridad invade mi nariz, disipando parte del olor pútrido
de la sangre.
—Ssshelby —digo su nombre en voz baja—. Quédate… —continúo
suplicándole—. Quédate conmigo.
Pero ella sigue sin responder, y la tela que rodea su brazo se afloja por
la humedad y se suelta.
Sigo adelante, con los ojos nublados por mis propias heridas, las nuevas
y las viejas. Al sentir que mi cuerpo se rinde, otro tipo de frío se apodera de
mis escamas. Mucho más allá del punto de agotamiento, la regeneración
constante a la que suelen someterse mi carne y mi cuerpo no se está
produciendo. Resbalo y me precipito hacia delante, casi perdiendo el
control sobre Shelby antes de recuperar el equilibrio.
Exhalo y sigo adelante.
Ya no hay nubes de polvo ni ruidos de rocas. El túnel está silencioso y
quieto, como si el derrumbe nunca hubiera ocurrido. Todo lo que caía, ya ha
caído del todo, y el camino está despejado hasta llegado un punto en el que
deja de estarlo.
Al llegar al lugar donde salvé a Shelby de ser aplastada, la primera vez
que la tuve en mis brazos, hay muchas más rocas y cantos rodados, tuberías
y escombros que antes, que cayeron después de nuestra huida.
Parpadeando a través de la polvorienta penumbra, casi en completa
oscuridad, hay una pequeña franja de luz solar que desciende desde muy
arriba.
El resto del túnel está completamente bloqueado. Mirando hacia arriba,
el camino es empinado y escarpado y no sería una subida fácil para un naga
del bosque, y menos aún para una serpiente acuática moribunda que lleva a
su compañera herida.
Parpadeando ante la luz del sol, me desplomo, apretando contra mí la
fría figura de Shelby.
Con mis últimas fuerzas, enrosco la mayor parte de mi cola alrededor de
su cuerpo y sujeto con fuerza la herida de su brazo con la punta de la cola.
Aparto un rizo húmedo de su mejilla, aprieto la cara contra su pelo y cierro
los ojos.
Mi cuerpo se estremece cuando algo le provoca un hormigueo.
Gimoteo y abro los ojos para encontrarme con polvo y piedras que caen
sobre mí desde arriba. La luz se ha atenuado y levanto la mano para
frotarme la cara. Levanto la vista y me tapo los ojos con la otra mano.
—¡Sigue cavando! —dice una voz claramente femenina—. ¡Hay algo
ahí abajo!
—Gemma, quédate atrásss. El suelo se está moviendo.
Cae más polvo y piedras, y me muevo hacia el centro del agujero para
evitar lo peor.
—Ella está ahí. Tiene que estarlo. Dijo que se había caído… ¿Adónde
podría haber ido?
—Hembra, ha pasado una semana desde que la oímos en el orbe. Si se
ha caído, está muerta.
—Para, Vruksha, no podemos saberlo con seguridad —suelta la hembra
sin aliento—. Shelby estaba viva entonces, y podría estar viva ahora. No
volveré a irme hasta que lo sepa con seguridad.
Vruksha… Conozco a Vruksha…
—Entonces quédate atrás y déjame cavar —refunfuña—. Así no
tendremos dos hembras que salvar. Está oscureciendo.
Inseguro de lo que estoy oyendo, miro sin comprender la luz que
penetra desde arriba. Arena, tierra y rocas siguen cayendo mientras el
agujero se ensancha lentamente. Miro a Shelby en mis brazos y recuerdo
todo lo que hemos pasado, preguntándome si ha sido real o no.
Pero entonces quito la punta de la cola de su brazo para comprobar si
tiene alguna herida. Siseo entre dientes y vuelvo a cubrirla rápidamente
cuando descubro la marca del mordisco y el gran trozo de carne que aún
falta.
—Se ha movido algo.
Vuelvo a levantar la mirada. Hay una forma oscura inclinada sobre la
abertura, y detrás está el cielo. Blanco y brillante, parpadeo, tratando de
distinguir quién es.
Y si es otro enemigo.
Aparece otra forma oscura y luego una tercera.
—¿Hola? —llama la mujer.
Shelby se estremece en mis brazos al oír la voz de la mujer.
—¿Hola? —dice de nuevo—. ¿Hay alguien ahí?
—¿Gemma? —murmura Shelby.
Es la primera respuesta que da desde el ascensor y yo la aprieto contra
mí.
—Hay alguien ahí abajo. Veo movimiento —jadea la mujer.
Una mirada a Shelby y su fragilidad me hace reaccionar.
—Está herida —grito.
Hay un revuelo y cae más polvo. Las voces se filtran hacia mí, hacia
Shelby, y la debilidad que me recorre las extremidades aumenta. La luz se
desvanece, y no puedo estar seguro de si es porque es de noche o solo soy
yo.
—Te sacaremos de ahí… ¡Aguanta! —grita la mujer.
Aguanta. Acaricio a Shelby y vuelvo a caer al suelo.
Aguanta.
VEINTINUEVE

VIEJOS AMIGOS Y NUEVOS MIEDOS

Shelby

U NA LUZ PARPADEA tras mis párpados y me saca de la oscuridad. Se oyen


ruidos a mi alrededor y conversaciones en voz baja. Me pongo rígida y el
miedo me oprime la garganta. En los últimos días, cada vez que me
despierto, los acontecimientos de los últimos días me invaden de golpe.
Pero no hay miedo en las voces que oigo. No hay sensación de urgencia.
Poco a poco, mi mente y mis miembros excesivamente tensos se relajan.
Suspiro cuando me calmo del todo y el alivio me golpea como una
suave brisa. Vagan esta vivo. Collins debe estar vivo.
Yo estoy viva.
Y entonces llega el dolor. La agonía invade mi cuerpo y me hace gritar.
Unas manos me sujetan el brazo y el pecho al mismo tiempo y me
inmovilizan contra el suelo.
—¡Que no se mueva! —ordena alguien.
Abro los ojos y miro a mi alrededor. Un grito silencioso me desgarra la
garganta y me arqueo hacia arriba, luchando contra el tormento mientras
intento comprender qué está pasando.
Hay una hoguera a mi lado, brillante y oscilante, que me nubla la vista.
Me llega humo a la nariz, que rápidamente se disipa con una pequeña
ráfaga de aire gélido. Y luego está Vagan, mirándome desde arriba.
Reconocería su rostro en cualquier parte.
Parte de mi miedo disminuye. Pero el dolor… el dolor permanece.
Él me acaricia las mejillas con una expresión angustiada, repitiendo una
y otra vez que estoy a salvo, que estoy en la superficie y que él está
conmigo. Le miro fijamente a los ojos, resoplando con los dientes apretados
hasta que el intenso dolor solo acapara la mitad de mis pensamientos.
La cara de Vagan está cubierta de mugre. Tiene suciedad y sangre seca
en la mayor parte del cuello, los brazos y el pecho, y su intenso colorido
disminuye a la luz del fuego a pesar del resplandor de su rostro anaranjado.
—Vagan —gimoteo—. Mi brazo.
Siento como si alguien me lo estuviera cercenando.
—¡Súbele la cabeza! Tenemos que darle agua. Intenta quedarte quieta,
Shelby —oigo una voz familiar mientras alguien me mueve. Llorando,
desvío mi mirada porque no es Collins.
—Gemma —ronco, viéndola aparecer en el tono dorado de la luz del
fuego.
La miro fijamente hasta que me convenzo de que realmente es ella la
que está a mi lado. Me tiemblan los labios.
Parece agotada, pero no tanto como Vagan. Lleva el pelo rojo
alborotado retirado de la cara. Me mira el brazo, de donde viene el intenso
dolor, y no a mí, mientras sus labios se contraen en una línea.
—Gemma —vuelvo a gritar, casi sin creer que esté aquí.
—Aguanta, Shelby. Has perdido mucha sangre. Cauterizamos la herida
mientras estabas inconsciente, pero necesitas beber. ¿Puedes hacerlo? Ya
casi he terminado.
—¿Terminado?
—De coserte —dice, sin tomarse ni un momento para mirarme a los
ojos—. Algunas de tus heridas son demasiado profundas.
Algo empuja mi cabeza hacia arriba, es la cola de Vagan, que coge algo
de otra silueta a su lado. Apenas consigo separar los labios cuando me
acerca una taza a la boca. Bebo un sorbo, balbuceo y bebo otro. Me cuesta
tragar, pero me esfuerzo por tragar todo lo que me echa a la boca.
Cuando se acaba el agua, Vagan me tumba en el suelo. Intento no gritar
cuando Gemma me mueve el brazo y se inclina para hacerme algo en los
cortes del pecho.
—¿Qué está pasando? —jadeo.
—Te caíste, estabas bajo tierra y te… atacaron —dice Gemma, mirando
a Vagan antes de encontrarse con mis ojos—. Te sacamos y ahora te
llevamos a un lugar seguro, un lugar donde puedas curarte y descansar.
—¿A la nave?
—No. La nave ya no está.
Me lamo el labio inferior. Es todo lo que puedo hacer.
¿Ya no está?
—Intenta descansar si puedes. Mañana será un día duro —dice en lugar
de añadir nada más, con una expresión de preocupación en el rostro.
Me alegro de verla. Verla me da esperanza. Es evidente que está viva,
sana y salva.
Me hace sentir menos… sola.
Mi mirada se desliza hacia Vagan, que está observando a Gemma
mientras me atiende y luego hacia las figuras que hay detrás de él. Otros
dos nagas. Uno rojo, creo, y otro marrón. Concentrarme en ellos me ayuda a
distraerme del dolor. La luz del fuego lame sus rasgos y me duele la cabeza.
Vuelvo a mirar a Vagan.
La preocupación en su rostro no hace más que aumentar. Quiero estirar
el brazo, atraerlo hacia mí, apretarme contra él y respirarlo, pero no puedo.
Todo lo que me ha pasado desde que me hirieron en el brazo regresa de
golpe y un terrible dolor me oprime el pecho.
Vagan se inclina y presiona su frente contra la mía.
—Duerme… —sisea.
—¿Dónde estamos? —ronco, viendo formas oscuras y sombras por
todos lados.
—En el bosque, cerca del río, al borde de las montañas —dice.
—¿Cómo… cómo conseguimos salir?
—Por el mismo camino por el que entramos.
Por el foso, a través de las rocas, las tuberías y los pedruscos. De alguna
manera, su respuesta solo llena mi cabeza de más preguntas.
Pero mis ojos empiezan a ceder y me pregunto si Gemma habrá puesto
algo en mi agua. En este planeta también hay plantas medicinales…
—¿Estarás aquí cuando me despierte? —pregunto, en cambio.
—Sssí, hembra. Lo estaré. Siempre estaré aquí.
Hundo los dedos en la hierba.
—Busca un poco de agua —le digo, escudriñando su expresión
exhausta—. La necesitas.
Sisea suavemente en respuesta.
Se me cierran los ojos y caigo rendida. El rostro de Vagan es lo último
que veo antes de que la oscuridad me arrastre.
Vuelvo a despertar a la luz del sol, acunada en los brazos de Vagan. Nos
movemos cuesta arriba, y hay acantilados a un lado de mí. Ladeo la cabeza
para ver un vasto paisaje y al otro lado un lago.
Vagan tararea al verme despierta. Levanto la vista hacia él, su cuello y
sus hombros, la suciedad y la sangre de sus escamas han desaparecido. Yo
también estoy limpia, y me pregunto si él o Gemma me lavaron mientras
dormía. Lo habrán hecho para evitar infecciones.
—Te he molestado —dice en voz baja.
—No me has molestado.
Entorno los ojos hacia él, la preocupación de su rostro se desvanece y
me acomodo en el hueco de sus brazos.
Tiene el pelo limpio, suave y despeinado. Sus ojos negros brillan con la
luz del sol, y el colorido de su forma única es casi suficiente para robarme
el aliento. Era hermoso en las sombras y bajo las luces parpadeantes bajo
tierra, pero es absolutamente impresionante a plena luz del día. El naranja
de su rostro ilumina el azul de sus hombros y su pecho, y viceversa.
Ahora veo que tiene cicatrices, aunque no muchas. Las heridas de su
pecho están cicatrizando.
Está hidratado.
De repente deseo verlo nadando en el lago que hay más abajo. ¿Lo
cruzaría como un rayo? ¿Sería aterrador e hipnotizante a la vez?
Me empujan cuando subimos por un saliente y hago una mueca de
dolor.
Compruebo mi brazo. Está colocado encima de mi pecho y cubierto de
vendas. Igual que mi pecho, y me doy cuenta de que estaría desnuda de
cintura para arriba si mis pechos no estuvieran envueltos en vendas.
Al oír el crujido de unos pasos, miro a mi alrededor.
Delante de nosotros están Gemma y un naga rojo. Ha tomado la
delantera, pero mantiene la punta de la cola detrás, junto a ella. Ella la
sujeta mientras sube.
¿Ellos son…?
No importa. Está claro que está a salvo y bien, y eso me basta ahora
mismo.
Al oír alguien detrás de Vagan, agacho la cabeza para ver quién es.
¿Collins? ¿Alguien del equipo? ¿Cuántos sobrevivieron al derrumbe?
Encuentro otro naga. El marrón de la noche anterior. Tiene extrañas
rayas en tonos beige sobre su cuerpo. Pero es su cara la que me hace
reflexionar. Es impresionante. Sorprendente humano, a pesar de lo
alienígena que es. Con su pelo castaño dorado, parece el propio sol.
Sus ojos se cruzan con los míos y le sostengo la mirada. El corazón me
retumba en el pecho cuanto más nos miramos. Sus ojos son de un marrón
suave, el mismo color que el beige claro de sus escamas. Tiene un patrón
distinto al de Vagan y al del naga rojo que está con Gemma. Cuando su cola
se mueve hacia un lado, es más corta que la de ambos, pero más gruesa, con
un patrón de rayas marrón oscuro intercaladas hasta la punta de la cola.
Es musculoso y me recuerda a uno de los soldados de las tropas de
tierra de nuestro ejército. Una lengua bífida que me resulta familiar sale
para probar el aire mientras nos miramos, acompañada de un único siseo.
Soy la primera en apartar la mirada, buscando a los demás.
—¿Dónde…? —empiezo a decir, notando mi garganta un poco irritada
—. ¿Dónde está Collins, y los demás?
Vagan me sujeta con fuerza al mencionar a Collins. Pero es Gemma la
que se detiene y deja que la alcancemos. Mis ojos se dirigen a ella mientras
camina junto a Vagan. Noto que el naga rojo también aminora la marcha
para que su cola permanezca a su lado.
El rojo tiene crestas, a diferencia de Vagan y el marrón. Y tiene unas
facciones siniestras.
—Estás despierta —dice—. ¿Cómo te sientes?
Tiene la frente perlada de sudor. Entonces me doy cuenta de que ya no
está pálida, sino bronceada por el sol, con la piel más oscura que antes. Está
radiante.
—Cansada —respondo con sinceridad—. Confundida. No me gusta no
saber qué está pasando —me apresuro a decir—. O hacia dónde me dirijo.
Con cualquier otra persona, me guardaría mis preocupaciones, pero con
Gemma…
Hemos ido mucho más allá. No hay nadie vigilando todos nuestros
movimientos.
Ella me dirige una sonrisa tensa y luego abre la boca para hablar.
—Collins ha muerto —retumba Vagan, y mi mirada se vuelve hacia él
—. Vino a por nosotros, a por ti, en el ascensor. Atacó al Lurker y…
Se interrumpe.
Siento una terrible presión en la cabeza y el pecho.
—¿Y? —le pregunto.
—Y nos salvó la vida —Vagan me mira con indiferencia y luego se le
escapa una lágrima—. Mató al Lurker y le rompí el cuello antes de que
viniera a por vosotros otra vez. Aproveché mi oportunidad para acabar con
él rápidamente.
Sus palabras son como un estruendo en mis oídos.
—Lo siento, Shelby —susurra Gemma—. Lo siento mucho.
El silencio se adueña de nosotros. Apenas puedo abrir la boca para
hablar, tragándome la opresión de la garganta. Los recuerdos invaden mi
cabeza, los buenos y los malos, de Collins y de nuestro tiempo juntos. Y de
cómo acabó todo horriblemente.
Estoy enfadada con Vagan. Y luego ya no. Algo confuso y triste se
instala en mi corazón porque sé que nunca lo sabré con certeza. Mis ojos
han estado “apagados” durante mucho tiempo. Pienso en esos últimos
minutos de Collins en el laboratorio, justo antes de que se pinchara con una
aguja llena de Génesis 8 —me estremezco— y en cómo me arrancó un
trozo del brazo.
Cómo estaba ahí cuando lloraba de niña y cómo guardábamos los
secretos el uno al otro. Me cubro la herida con la mano y se me saltan las
lágrimas. Ojalá hubiera podido verle brillar como Gemma lo hace ahora.
Al cabo de un rato, Gemma se adelanta de nuevo al lado del naga rojo,
nos adentramos brevemente en el bosque y nos detenemos en la orilla del
lago. El sol de la Tierra se está poniendo y las sombras se hacen más
profundas cuando Vagan por fin me posa en el suelo.
El naga marrón y el rojo salen a explorar los alrededores mientras
Gemma saca algo que llama linterna de la mochila que lleva a la espalda y
enciende algo de leña en un montón que hay entre nosotros.
—Acamparemos aquí esta noche —me dice—. Mañana subiremos a esa
montaña —señala la montaña más grande de la cordillera que nos rodea.
Apenas puedo ver su cima entre los árboles.
Vagan me quita las botas y me ayuda a tumbarme en un montón de
hierba. Los profundos cortes de mi pecho me escuecen terriblemente por
haber estado en brazos todo el día. Gemma se acerca a mi lado, trayendo
consigo su mochila.
—Me alegro mucho de verte —le digo mientras me quita las vendas.
—Yo también me alegro de verte. Me preocupé mucho cuando oí tu
voz. Creí que no llegaría a tiempo.
—Lo siento.
—No lo sientas. Toma, muerde. Esto puede doler —me da un paño
enrollado y me ayuda a metérmelo en la boca—. Vagan, sujétala.
En silencio, me sujeta de los brazos, me enrolla la cola en el medio y
cierro los ojos.
Gemma me quita las vendas, parcialmente adheridas a la piel, y yo
muerdo la tela por el dolor intenso. Me arde la carne por la cauterización y
quiero suplicar a alguien que me golpee en la cabeza para que quede
inconsciente ante lo que está a punto de ocurrir.
Y entonces Gemma empieza a limpiarme las heridas con agua del lago.
Para cuando termina, ha caído la noche y los otros nagas han vuelto.
Sonrojada, con mocos y lágrimas de dolor, Gemma me ofrece agua y
algunos analgésicos de su bolsa, y yo los tomo sin rechistar. Acepto todo lo
que me administra con facilidad, y me doy cuenta de que ahora confío más
en ella, en esta mujer en la que se ha convertido, que cuando estábamos en
El Temible.
Vagan, que ha permanecido en el más absoluto silencio todo este
tiempo, se aleja brevemente hacia la orilla y desaparece en su interior.
Vuelve a mi lado menos de un minuto después.
Gemma y los otros nagas hablan en voz baja sobre el viaje de mañana.
Me ofrece una barrita, envuelta en plástico, y niego con la cabeza.
—Tienes que comer.
—Por la mañana —le ruego—. Ahora mismo no tengo estómago para
otra cosa que no sea agua.
Me mira con dureza y espero que se enfade, pero no lo hace y vuelve a
guardar la barrita en la mochila.
—Entonces, por la mañana —accede.
El naga rojo enrosca su cola alrededor de ella mientras se acomoda en el
lado opuesto al mío y al de Vagan. Con la mirada clavada en el fuego, se
apoya en el naga rojo cuando este llega a su lado. Los estudio durante un
rato, rezando por no ver ninguna señal de alarma.
—¿Estáis juntos? —pregunto en voz baja.
—Sí —responden los dos a la vez.
Se me dibuja una sonrisa en los labios.
—¿Te… ha cazado?
Gemma sonríe.
—Se puede decir que sí.
Exhalo un suspiro de cansancio, buscando a Vagan con mi brazo bueno.
Observo al tercer naga, el que está solo, y lo encuentro mirando tenso hacia
las sombras del bosque.
Vigilando.
—Ese es Krellix —dice Gemma, respondiendo a la pregunta que no he
tenido que hacer. Krellix mantiene la mirada en las sombras—. Su nido fue
destruido cuando ocupamos las instalaciones hace meses.
—Tenemos mucho de lo que hablar —le susurro a Gemma.
Ella se gira y nuestras miradas se cruzan, y veo como mi agotamiento se
refleja en ella.
—Sí, de un montón de cosas.
—Gracias —digo, mientras escucho el crepitar del fuego.
—No me lo agradezcas a mí, agradéceselo a él —ladea la cabeza hacia
Vagan—. Él te sacó de ese foso. Solo tuvimos que echarle un bidón de agua
—sacude la cabeza.
—Ya vale —ordena el rojo, con un rostro temible cuando observa a
Gemma—. Necesitas dormir, hembra, o mañana también te llevaré a
cuestas.
Gemma gruñe, pero asiente con la cabeza y se acomoda en la espiral de
su larga cola roja.
—Está bien —pero entonces levanta la cabeza—. ¿Krellix va a hacer de
nuevo guardia esta noche?
—Sssí —responde el rojo—. No tiene una hembra que duerma sobre él.
—Deja de hacer el idiota, Vruksha, o me robará de tus brazos.
Vruksha, así que ese es el nombre del rojo.
—Si lo intenta, no quedará nada de su cadáver para alimentar a los
cerdos.
Vruksha y Vagan sisean profundamente en señal de aprobación, y mi
mirada se dirige a Krellix, que parece completamente indiferente a la
amenaza o a que hablen de él.
Vuelvo a centrarme en Vagan y aprieto la cara contra el dorso de su cola
húmeda, respirándolo. Un leve rastro de su olor llena mis fosas nasales,
mezclado con el humo del fuego.
Tenemos mucho de lo que hablar, él y yo.
Mucho.
Y me da miedo.
Al atardecer del día siguiente, paramos en un acantilado en la cima de la
montaña. Un sendero oculto en la montaña que al parecer solo Vruksha y
Gemma conocían reduce el tiempo de ascenso a la mitad, y lo agradezco.
El dolor ha ido remitiendo. Entre la comida de esta mañana, varias
noches de descanso y el agua, he recuperado parte de mis fuerzas.
Vagan permanece inusualmente callado, y no sé si es por los demás, por
mí o por algo completamente diferente. No hemos tenido tiempo de estar
solos.
Actúa de forma diferente a cuando estábamos bajo tierra. Es igual de
atento, tal vez más, pero no es tan agresivo con los otros nagas como lo era
con Collins. Me inquietaba que en cualquier momento estallara una pelea
entre los machos. Aparte de algunos siseos de advertencia y un golpe de
cola en dirección a Krellix, no ha habido ningún tipo de violencia, ni
tensión. En general, Vagan y Vruksha han estado de acuerdo en todas las
decisiones tomadas.
¿Es por Gemma? Vruksha claramente protege a Gemma, casi hasta un
grado escalofriante, aunque le permite estar a mi lado, y a su vez, al lado de
Vagan. Es como si tuvieran un pacto silencioso, o un acuerdo.
Siento una terrible curiosidad por su relación.
Pero entre el dolor y el agotamiento, no tengo energía para hacer nada
más que observar lo que me rodea e intentar no ser una carga mayor de lo
que ya soy.
Lo único que sé es que nos alejamos cada vez más de las instalaciones.
Más lejos de Collins, del Lurker, y de todo lo que conozco.
—La guarida de Zaku —dice Gemma casi con un suspiro de emoción
—. Estoy deseando darme un baño.
Vagan se vuelve y entonces la veo, hay una pila de huesos apilados en lo
alto, en un césped salpicado de cráneos de muchas formas, y una imponente
ventana de cristal que me refleja la luz del sol en los ojos. Gemma camina
hacia la puerta con Vruksha justo detrás.
Krellix ha desaparecido misteriosamente, y Vagan, Vagan no se mueve.
—¿Vagan? —digo, cuando se queda mirando el cristal—. ¿Qué pasa?
—No soy bienvenido aquí.
La guarida de Zaku.
Daisy.
¿Gemma y Vruksha nos han traído aquí?
Me retuerzo en su abrazo, y él me suelta a regañadientes. Trago con
fuerza y me sujeto el brazo herido. Se oyen ruidos donde han ido Gemma y
Vruksha, y voy en su busca.
Ahí está el naga más grande que he visto nunca, y la capucha de su
cabeza me devuelve al día en que lo vi por primera vez abriéndose paso a
través del muro que rodea las instalaciones.
Sisea, levantando una larga cola, justo cuando Gemma grita.
El macho pasa a mi lado y se dirige hacia Vagan. Zaku arrastra por la
cola a Vagan y lo tira al suelo.
Grito.
De repente se oyen gritos por todas partes e intento intervenir, pero
Gemma me tira hacia atrás. Grito de dolor por el empujón. Vagan
finalmente responde al ataque de Zaku y hunde sus colmillos en la capucha
de Zaku.
—¡Para! ¡Zaku, para!
Vruksha aparta a Gemma de un tirón, y a su vez me aparta a mí
también, haciéndome caer de rodillas, haciendo que el dolor de las heridas
de mi pecho y brazo se intensifique. Los dos nagas se enroscan uno
alrededor del otro, peleándose con saña.
No es hasta que se oye otra voz que Zaku interrumpe su ataque.
Mi cabeza se gira y veo a Daisy, con el vientre redondeado, de pie junto
a la puerta, sollozando.
—Zaku, para —vuelve a gritar Gemma—. Daisy te necesita.
Atónitos, Zaku y Vagan se separan y Zaku corre al lado de Daisy. Ella
lo rodea con sus brazos mientras él se tambalea ligeramente por el veneno
de Vagan.
No es hasta que Vagan desaparece entre los árboles sin mirarme cuando
me doy cuenta de que me llevan hacia la casa. Que todos los demás ya han
entrado y que ahora solo estamos Gemma y yo.
—¿Qué pasa con Vagan? —pregunto.
—Estará bien —dice Gemma, empujándome a través de las puertas de
cristal abiertas de la casa de Zaku.
Sigo buscando a Vagan entre los árboles, temblando, con el ceño
fruncido. Quiero ir tras él, rechazar cualquier seguridad que se me ofrezca a
menos que él esté conmigo, pero cuando grito, las puertas se cierran,
encerrándome dentro con un sonoro golpe. Él ha sido lo único constante en
todo esto. Él es lo único que me mantiene con los pies en la tierra y en
marcha. No quiero estar sola. Y sin él, estoy sola.
No puedo perderlo, no después de perder a Collins. No quiero estar
atrapada en la casa de un extraño. No sin Vagan.
Sacudo la cabeza cuando la pena me golpea de nuevo al pensar en
Collins y mi confusión aumenta. Entonces la inquietud me invade mientras
vuelvo a escudriñar los huesos del exterior y la vieja pira que hay cerca de
ellos.
Gemma me rodea con el brazo y me aparta del cristal.
—Debería haberte avisado.
Intento que no cunda el pánico.
—¿Avisarme?
—Vagan atacó a Daisy y a Zaku.
—Ya lo sabía… Pero pensé…
Gemma me estudia, con la confusión cruzando su rostro.
Mis ojos se posan en Daisy, al otro lado del espacio. Está sentada en un
sofá, secándose los ojos.
—Daisy —digo en silencio, aún incapaz de creer que esté viva.
Que haya sobrevivido al accidente. Las lágrimas me inundan los ojos al
ver sus cicatrices.
—Por favor, perdóname —le ruego.
TREINTA

EL CASTILLO DE ZAKU

Vagan

H AN PASADO días desde que llegamos a la guarida de Zaku, y ni una sola


vez se ha ido nadie. Ni siquiera Vruksha. Los veo a todos sentados juntos en
los asientos tras el cristal, hablando, pero no puedo oírlos. No sé de qué
hablan. Ni lo que deciden.
Permanezco en las sombras de los escasos árboles cercanos, vigilando,
manteniendo a Shelby a la vista en la medida de lo posible. Siempre me doy
cuenta cuando hablan de mí. Zaku de vez en cuando me sisea desde dentro,
y yo lo acepto, sabiendo que tiene derecho a hacerlo.
Cuando Vruksha y su hembra, Gemma, sugirieron venir aquí, cada
músculo de mi cuerpo se tensó. La guarida de Zaku se consideraba antes un
lugar impenetrable, donde nadie había podido entrar, hasta que mi
necesidad de Shelby se volvió tan desesperada que derribé sus muros y
ataqué a su hembra.
Intenté arrebatársela, utilizarla como un elemento de presión.
Pero la hembra de Vruksha insistió en que era el lugar más seguro para
Shelby. No solo para curarse, descansar y recuperarse, sino también para
estar protegida de otros nagas, animales y monstruos desagradables
mientras se recuperaba. Que Shelby estaría mejor estando con otras
hembras de su especie y que Zaku tenía un dispositivo médico humano que
podía garantizar que las heridas de Shelby no se infectaran, incluso podría
curarlas.
Casi no la creí hasta que Vruksha estuvo de acuerdo con ella. Vruksha
no es de los que se conforman.
Si estoy dispuesto a seguir a Shelby a los cielos, puedo enfrentarme a
Zaku y hacer lo que sea para ayudarla a curarse. Aunque al final muera.
Ver a la hembra de Zaku sana y salva, y que sin duda está gestando, no
me ha aliviado nada de la culpa que me corroe. Pensando en ese momento,
sabiendo que si no me hubieran golpeado ella podría haber muerto por mi
culpa, me duele en lo más profundo de mi ser. No me perdonaría si
estuviera en el lugar de Zaku.
Zaku no me debe nada, a pesar de mi participación en la negociación
por las hembras. Y por eso, Zaku puede desconfiar de mí por lo que he
hecho, pero ¿Shelby? Me preocupa.
De vez en cuando me busca a través de la ventana, con la preocupación
grabada en el rostro. A veces dejo que me busque cuando sus ojos se
vuelven distantes y perdidos.
Otras veces me quedo mirándola durante horas, incluso después de que
se haya alejado.
¿Está pensando en volver a su nave con su gente? ¿Va a abandonarme?
El último lugar donde quiero que esté mi hembra es cerca de esa guerra,
donde se libran grandes batallas. Podría perderla. Ya he estado a punto de
perderla varias veces.
Aprieto los puños. Puedo mantenerla a salvo.
He matado a muchos, muchos monstruos. Puedo matar a muchos más.
Una repentina sed de sangre recorre mis venas y aflojo las manos.
Shelby está de nuevo junto al cristal, mirándome. Ahora lleva ropa
nueva, aunque las botas son las mismas. Se ha trenzado el pelo y se lo ha
apartado de la cara. Su piel oscura está radiante. Está limpia, bien
alimentada y está descansando lo que necesita.
Se está recuperando.
Me inquieta no ser yo quien le dé todo eso, que ni siquiera haya tenido
la oportunidad de hacerlo. Que sea Zaku, con su generosidad, y las otras
hembras humanas quienes le den a Shelby lo que necesita para recuperarse.
Me inquieta tanto como me emociona que se esté recuperando de los
ataques de Collins y del Lurker.
Me paso las garras por las heridas que cicatrizan en mi estómago, ese es
mi castigo.
Quedarme a oscuras, en la cima de una montaña fría, con poco acceso al
agua, mientras vigilo a mi hembra desde el exterior… ese es mi castigo. Es
un infierno. Siempre acabo volviendo a las sombras, al agua, lejos de los
demás.
Lejos, observando…
Que Shelby venga a visitarme me mantiene con los pies en la tierra. A
última hora de la noche, cuando todos duermen, viene a verme, pegada al
cristal, mirando en la oscuridad, como está haciendo ahora. No se ha
olvidado de mí.
Su rostro se ilumina ligeramente cuando salgo de las sombras y voy
hacia ella.
Nos sentamos juntos en silencio, a veces hasta el amanecer, cuando ella
se escabulle antes de que los demás se despierten.
No puedo olerla. No puedo saborearla. No puedo hablar con ella. Pero
puedo verla.
Y ella puede verme a mí.
Con eso basta. Tiene que ser así.
Ella no puede gestar crías…
Es la última conversación seria que tuvimos, y se repite en mi cabeza
cada vez que ella se aleja. Nunca he oído hablar de una hembra que no
pueda gestar crías.
Nunca tendré que preocuparme por su seguridad durante la gestación,
nunca tendré que experimentar lo que mi padre tuvo con mi madre, y eso
me alivia. Observo a la otra hembra, Daisy, y su enorme vientre, y me
estremezco de miedo por ella, por Zaku, y luego agradezco que no sea
Shelby. Más agradecido de lo que jamás imaginé.
Más agradecido que cuando me dijeron que estaba gestando a la cría de
Collins…
Me doy cuenta de que Shelby no estaría aquí si no se hubiera sometido
a esta hisssterectomía. Estaría lejos de mí, en algún lugar del cielo.
Pero a medida que pasan los días y ella no regresa a mí, aumenta mi
frustración por nuestra separación.
Mis heridas están cicatrizando, el ardor y los dolores profundos son
cada vez más fáciles de soportar. Ya no tengo que apretar los dientes y
ahuyentar el dolor.
Estoy listo para tenerla de nuevo en mis brazos, y para llevarla a mi
nido.
Sé que Zaku no la dejará quedarse en su guarida mucho tiempo, a
menos que la lleve a su nido para aparearse, y si eso ocurre…
Mi cola se enrosca, y un gruñido abrasador recorre mi garganta.
Aceptaré este castigo de Zaku, pero no aceptaré eso.
Al quinto día, cuando hay un ligero movimiento en el interior,
desenrosco mis tensas extremidades cuando Vruksha y Gemma se dirigen a
la puerta, junto a Shelby y Daisy. Las hembras se reúnen y se abrazan, con
las lágrimas resbalando por sus mejillas…
Shelby sostiene varios “orbes” mientras sus ojos brillan de color azul.
Se reúnen a su alrededor mientras ella hace algo con cada orbe y se los
entrega después a las otras dos hembras. Ellas los cogen y se los aprietan
contra el pecho. Se abrazan de nuevo, y entonces Vruksha y Gemma se
dirigen a la puerta.
Tenso, con mi emoción a flor de piel, veo que la gruesa puerta de cristal
se abre y la atraviesan.
Shelby permanece al otro lado. No los sigue.
Siseando, me dirijo hacia Vruksha y le corto el paso. Nuestras miradas
se cruzan y los músculos de sus brazos se tensan, y sus escamas se erizan en
señal de advertencia. Tira de su lanza hacia delante.
—¿Cómo está? —pregunto.
Es Gemma quien responde, deteniéndose junto a Vruksha.
—Hola, Vagan. Shelby está bien. Tuvo fiebre los dos primeros días,
pero ya se le ha pasado —me mira de arriba abajo—. Tú… parece que estás
mejor.
—Apártate de nuestro camino, Vagan. Me llevo a Gemma a casa.
A casa.
Gemma suspira y mira hacia el cielo.
—Está preocupado, Vruksha. Podemos detenernos un par de minutos
antes de seguir —le dice—. Es lo menos que podemos hacer por haber
salvado la vida de mi amiga.
—¿Aunque haya atacado a la otra? —gruñe Vruksha.
Las mejillas de Gemma enrojecen.
—Sí.
Vruksha no baja la lanza ni se tranquiliza ante las palabras de Gemma.
No puedo culparle. Puede que no sepa hasta qué punto he reclamado a
Shelby, o si mi atención se desviará hacia otra hembra. Mi atención jamás
se desviará.
Trago saliva, con la garganta seca.
—¿Está a salvo con Zaku?
Gemma mueve los labios hacia arriba.
—Zaku tiene agua corriente, electricidad y casi todo lo que una chica
puede desear. Está a salvo. Está con Daisy.
—¿Y… Zaku? —vuelvo a preguntar.
—No te quiere en sus tierras —responde Vruksha.
—No me iré sin ella —replico.
—Eso es decisión de Shelby —interviene Gemma con severidad—. No
tuya. —suspira de nuevo y da un paso adelante. La cola de Vruksha se
alarga inmediatamente para envolverla en señal de advertencia—. Dale
tiempo, Vagan —baja la voz—. Ha sufrido mucho. Todos lo hemos hecho.
Tiene mucho en lo que pensar.
Mis ojos se desvían hacia la guarida de Zaku.
—Saldrá cuando esté preparada —susurra.
Tras mirar a Gemma a los ojos, asiento una vez con la cabeza y vuelvo a
escabullirme entre los árboles. Oigo cómo ella y Vruksha descienden por el
sendero de la montaña, y luego ya no les oigo más.
Encuentro mi sombrío refugio, donde hay humedad en el suelo que mi
cuerpo puede absorber, dejo que sus palabras se arremolinen en mi cabeza
mientras mi mirada se posa en Shelby, que está junto al cristal,
observándome.
Vuelvo a ponerme en tensión y aprieto las manos mientras ella me
estudia con expresión inexpresiva. Hermosa tanto en la luz como en la
oscuridad, no puedo apartar los ojos de ella. Olvido cómo respirar.
Pasan los minutos, quizá horas, antes de que me dé cuenta de que lleva
las botas puestas.
Y de que está sola.
No está sola. Están esos robots delgados como palos alrededor de ella,
por toda la habitación, limpiándola y pasando unos rayos láser. Cuando se
dirige lentamente hacia la salida, sigo sin respirar, nervioso porque si
respiro, ella lo notará y huirá de mi vista.
Sus labios se mueven y uno de los robots se acerca a ella. Abre la puerta
y ella sale.
Me dirijo hacia ella antes de que pueda recapacitar y me detengo justo
delante, elevándome sobre mi cola hasta que tiene que estirar el cuello para
mirarme. Su olor me invade. Dulce y satisfactorio, y… limpio. Demasiado
limpio para mí. Floral e intenso, con las flores inundando mi nariz, y no hay
nada de su aroma puro y femenino. Su sudor, su sangre, o sus lágrimas
saladas. Todo ha desaparecido.
Igualmente, inhalo hondo, hasta que huelo su verdadero yo bajo el
jabón. El olor de Shelby.
Mi Shelby.
Su ceño se frunce ligeramente mientras nos miramos y su garganta se
agita. Abre y cierra la boca, y vuelve a abrirla, como si quisiera decir algo,
pero no encontrase las palabras.
—Ssshelby —digo al fin, apretando las manos para no atraparla y
llevarla a mi nido.
Haría justamente eso si supiera cómo están sus heridas…
—Vagan —susurra.
Casi gimo al oír mi nombre en sus labios.
—Quería darte las gracias —continúa.
¿Darme las gracias?
Se rodea la cintura con los brazos y aparta la mirada.
—Por salvarme… allí. Por sacarme viva de aquel lugar.
Alargo la mano hacia delante, sujeto una de sus trenzas con el dedo y
tiro de ella. Se tensa y su mirada se desvía hacia mi mano.
—No me des las gracias por eso —digo, inclinándome para oler su
trenza.
Ahí está.
—He decidido n-no volver.
Nuestros ojos se cruzan brevemente.
—¿Volver? ¿Adónde?
Se mueve sobre sus pies, claramente incómoda, sin responderme
inmediatamente. Mis ojos se entrecierran. Detrás de ella, en lo más
profundo de la casa, veo que Zaku y Daisy nos observan.
—A… El Temible.
Mi mirada se dirige de nuevo a Shelby. Ella vuelve a apartar los ojos.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Bueno, que la nave de transporte haya desaparecido cambia las cosas
—traga saliva y sigue evitando mi mirada—. Y Gemma y Daisy se van a
quedar aquí, con sus… —se aclara la garganta—. Daisy está embarazada,
quizá de los primeros verdaderos híbridos humano-alienígenas de nuestro
tiempo. Y sabiendo lo que sé ahora… —se estremece—. No puedo dejarla,
no la dejaré, no después de todo…
Se interrumpe.
—Shelby…
—Eres un híbrido, Vagan —dice rápidamente—. Tú y Vruksha y Zaku,
y el resto de nagas. Todos sois híbridos. Tenéis la sangre de nuestro
enemigo corriendo por vosotros, ADN Lurker, además de humano. Sois
portadores de Génesis 8, y ahora también Daisy, en cierto modo. Tu olor,
cuando te excitas, crea un virus que infecta a la hembra que deseas,
alterando su composición para atraerla a aparearse contigo. Zaku y Daisy
vigilan un… reactor-repetidor que manipula la vida en este planeta y… es
lo mismo que vimos en la cúpula, lo mismo que le da energía. Gemma y
Vruksha son conscientes de la existencia de un ejército de algún tipo, de
armas, de monstruosidades desconocidas, en lo más profundo de las
montañas. Tengo miedo, Vagan, mucho miedo —las palabras brotan de ella
a borbotones. Se mueve e inspira, abriendo y cerrando los ojos—. El
conocimiento que tengo en la cabeza… te destruirá, nos destruirá —termina
en un susurro—. Pero también puede marcar la diferencia, aquí en la Tierra,
antes de que sea demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde? —digo lentamente, asimilando lo que me está
diciendo.
—Alguien descubrirá todo esto, alguien a quien no le importe a cuántas
personas o nagas haga daño al apoderarse de todo. Por eso estamos aquí,
Gemma, Daisy y yo, todas con motivos diferentes, pero todas aquí. Los
Lurkers están, o estaban, tan avanzados respecto a los humanos, que
probablemente no solamente podrían contraatacar a los Ketts, sino
destruirlos por completo, como intentaron hacer con nosotros. Ese poder…
—sacude la cabeza—. Necesitamos Génesis 8 para usarlo. Está todo aquí
—se da un golpecito en la sien—. Lo sé todo sobre ti, de dónde vienes, por
qué estás aquí. Quiero decir, no en este mismo momento, sino por qué
existes.
—Ssshelby —siseo, cuando aumenta la preocupación en su rostro.
Le suelto la trenza y le acaricio la mejilla. Quiero decirle que no me
importa nada de esto, pero ella sigue.
—Hemos hablado mucho las tres estos últimos días. Si vuelvo, lo que
hay en mi cabeza se transferirá a los sistemas de El Temible, al alcance de
mis superiores. Todo lo que grabaron mis ojos, el archivo, parte de lo que
ocurrió allí abajo, todo lo que pasó con Peter y Collins. Tú y los nagas…
Seréis cazados. Todos vosotros. Se apoderarán hasta del último metro
cuadrado de este bosque y de estas montañas, y eso… No puedo permitir
que ocurra. Ni a ti, ni a Daisy, ni a nadie. No hay nada que yo pueda hacer
para convencerles de que esto —agita la mano— no es la respuesta que
buscamos. Esto es peligroso.
—¿Y tu guerra?
Por fin me mira.
—Nunca ganaremos la guerra, Vagan. Si no son los Ketts, será otra
cosa. Seremos… nosotros.
Inhala y se frota la nariz con el dorso de la mano, guardando silencio.
Rodeo sus pies con mi cola y le acaricio la cara cuando vuelve a intentar
apartar la mirada.
—¿Nosotros?
Sus ojos centellean, y las lágrimas brotan a borbotones.
—No quiero ser yo —dice en voz tan baja que apenas la oigo.
Aprieto mi frente contra la suya.
Me caen algunas lágrimas.
—Pero no sé adónde ir a partir de ahora.
—A casa —le digo—. Nos vamos a casa.
Deja escapar un sollozo silencioso y la aprieto contra mi pecho,
enroscándome a su alrededor.
Le recuerdo que está a salvo y que si alguien viene a por nosotros,
tendrá que pasar antes por encima de mí.
TREINTA Y UNO

LA DECISIÓN

Shelby

V AGAN me abraza hasta que dejo de llorar y me aparto de sus brazos.


Intento mirarle, pero me cuesta demasiado hacerlo. Está siendo amable, está
aquí, mirándome, dedicándome tiempo, pero no sé si es porque realmente
me quiere, ya no.
Es una estupidez. Sé que me quiere. Sé que le importo. Hay algo
inquietante, ardiente y poderoso entre nosotros, lo que hemos compartido,
por lo que hemos pasado juntos. Hemos arriesgado nuestras vidas el uno
por el otro.
Pero, ¿es suficiente para comprometerse conmigo durante más de un par
de meses? ¿Para el resto de nuestras vidas? Los contratos matrimoniales son
permanentes. No se pueden deshacer. Y él es un alienígena, primitivo y
mitad Lurker.
Además de todo eso, una pareja casi nunca firma un contrato
matrimonial sin tener hijos. Él sabe que no puedo tenerlos. Es el único que
lo sabe, al menos aquí en la Tierra.
El trabajo lo era todo. ¿Pero entre él y yo? No tengo ni idea de qué
pasará.
Soy capaz de contarle todas las razones por las que he decidido
quedarme, a pesar de todo lo que he pasado en mi búsqueda de paz para la
humanidad, pero no le he contado la razón principal.
Él.
Quiero quedarme por él, para estar con él. Para no tener que afrontar
nunca otra elección o decisión sola, sino hacerlo siempre con él. Dice que
me llevará a casa. Su casa, supongo, pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Está
dispuesto a vivir conmigo para siempre?
¿Asumirá esa carga?
Él es mi paz.
Él simplemente no pertenece a nadie ni a nada.
No como Collins, y eso está bien. Cuando las cosas se hayan calmado,
Gemma prometió venir conmigo para ayudar a recuperar el cadáver de
Collins y darle un entierro digno. Pero eso solo si no bajan más naves. Y
tendríamos que volver a descender bajo tierra, a una catacumba de
cadáveres. La probabilidad de que eso ocurra es tan escasa que no tengo
ninguna esperanza en ello.
Collins me salvó la vida y… le echo de menos. Aquí no hay nadie que
lo entienda, y eso hace que la soledad que se acumula en mi pecho sea
mucho peor. Me froto el brazo distraídamente, trago saliva y miro la cola de
Vagan enroscada a mi alrededor en el suelo. Se desplaza ante mí, y no
puedo evitar echar un vistazo a la ingle de Vagan. Con la boca cerrada,
trago con fuerza otro nudo en la garganta.
No lo huelo, al menos no sus feromonas.
Dios, cómo echo de menos su olor.
—Ssshelby —sisea mi nombre con una pregunta—. ¿Qué te pasa?
—No has bebido suficiente agua, ¿verdad? —intento desviar la atención
de la pregunta.
—La tierra está suficientemente húmeda.
—No es ni de lejos suficiente…
—¿Qué te pasa, hembra? —exige esta vez, claramente no dejándome
cambiar de tema.
—Para siempre —exclamo—. ¿Tu casa será mi casa para siempre? —le
miro fijamente, de repente intimidada por mirar demasiado de cerca sus
profundos ojos.
Su ceño se frunce y vuelve a acercarse a mí. Me escabullo antes de que
me estreche entre sus brazos.
—Sssí.
—A pesar de… —me llevo las manos al vientre— ¿esto?
Su mirada baja y un destello de furia cruza su rostro. Respiro y doy un
paso atrás.
—Te seguiré a las estrellas —gruñe—. A tu guerra. ¿Por qué sientes
tanto miedo y preocupación?
—¿No quieres lo que tienen Daisy y Zaku? —susurro.
—¿Lo que tienen ellos? —golpea la cola—. ¿Vivir entre muros, con
miedo? Yo te quiero a ti. Nunca querré lo que ellos tienen.
La dureza de su voz hace que mis ojos se abran de par en par.
—Niños —corrijo—. ¿Por qué? —frunzo el ceño.
Sus ojos se fijan en algo por encima de mi hombro, y me giro para
descubrir que Daisy y Zaku nos observan desde dentro.
—Niños… —Vagan se queda pensativo y sacude la cabeza—. Vi morir
a mi madre al tenerme —dice, bajando la voz— y a mis hermanos poco
después. No quiero volver a experimentar eso. El miedo a perderte como mi
padre perdió a mi madre… me volvería loco.
Me sorprenden sus palabras.
—Lo siento mucho.
—Fue hace mucho tiempo.
—Aun así, lo siento —susurro—. Nadie debería tener que pasar por eso.
Ladea la cabeza en dirección a Daisy.
—¿Se pondrá bien?
Le dirijo una mirada y agradezco el cambio de tema.
—Se encuentra bien. El dispositivo médico que tiene Zaku dice que está
sana y que los fetos se desarrollan bien. Las hembras naga son las únicas
que no pueden… sobrevivir —me callo el resto.
Me devuelve la mirada.
—Bien. Ahora quiero llevarte a casa —afirma.
Vuelvo a mirarle la entrepierna y me ruborizo, mis dudas se disipan.
—Me encantaría, de verdad.
Mueve la cola a mi alrededor, incitándome a hacer algo más que mirarle
fijamente y perderme en mis preocupaciones. Pero llevo tanto tiempo
perdida en ellas que no sé cómo hacerlo. Apartándolas a la fuerza, al menos
por ahora, me dirijo al interior para coger las pocas cosas que me han dado.
Zaku se mueve para impedirme el paso.
Pero no me mira a mí, sino a Vagan, que está fuera.
—No eres bienvenido aquí —exclama—. Somos enemigos.
Vagan sisea en respuesta.
—Me voy con él —le digo a Zaku, pasando a su lado para coger mi
bolsa, que espero que me haga falta más adelante.
Daisy viene corriendo hacia mí, envolviéndome en sus brazos.
Ha perdonado mis mentiras. Tanto ella como Gemma.
—¿Tienes que irte? —me pregunta pegada a la oreja—. Por favor,
quédate. Quiero que te quedes.
—No puedo. Sabes que no puedo. Lo mejor, lo más seguro, para todos
nosotros es que estemos separados —le recuerdo—. No sabemos quién o
qué sigue ahí fuera, ni dónde está la nave de transporte. Dónde está Peter, ni
los demás. No sabemos lo que ellos saben…
Si tenemos suerte, sabrán muy poco.
—¿Pero con él? ¿Por qué tiene que ser él?
Daisy tiene miedo de Vagan. Arriesgó su vida para salvar la mía,
temiendo que Vagan me hiciera daño a mí y al “bebé” que fingía llevar.
Estuvo a punto de morir por nuestra culpa, varias veces.
Verla cubierta de cicatrices me revuelve el estómago, y aun así, me ha
perdonado. Si pudiera perdonarme a mí misma…
Lo menos que puedo hacer es protegerla a ella y a sus bebés con todo lo
que tengo. Voy a enmendar mi error.
—Sí. Con él —digo suavemente, soltándola y alejándome de sus brazos.
Le indico el orbe que aún sujeta con una mano. Había reconfigurado
varios de ellos para que pudiéramos comunicarnos a larga distancia. Con
suerte, será la última vez que tenga que utilizar los ojos.
—Háblame todos los días —le digo—. Mantenme informada de tus
progresos y —miro a Vagan detrás de mí— cuando creas que ha llegado el
momento, estaré aquí.
—¿Lo prometes?
La palabra me hace reflexionar.
Duele.
—Te lo prometo por mi vida.
Con mi mochila al hombro, Zaku se aparta de mi camino para dejarme
pasar. Sé que se alegra de librarse de mí. Él y Vruksha saben todo lo que he
averiguado. Sobre su especie y por qué existen.
Y Zaku…
No se había sorprendido demasiado. Lo que me hace pensar que
algunos nagas saben más que otros.
Me interpongo entre él y Vagan, y Vagan coge mi bolsa. Oigo cerrarse
la puerta de cristal tras de mí y doy un paso hacia Vagan. Aparta los ojos de
Zaku, que está al otro lado, y me enrosca en su cola.
Me rodea de escamas azul zafiro y añil, y la punta de su impresionante
cola naranja se desliza por mi columna vertebral. Temblando por la
sensación, alarga la mano y me empuja, atrayéndome hacia él.
Una extraña sensación me recorre. Una que hacía tanto tiempo que no
sentía, que casi olvido la palabra para designarla. Me oprime el pecho y me
tiemblan los dedos. Me entreabre la boca y me sonroja la cara. Me llena de
excitación y regocijo.
Vagan me aleja de todo lo que conozco.
Y soy libre.
TREINTA Y DOS

UNA GUARIDA ACUÁTICA

Shelby

L A CAMINATA nos lleva dos días, descendiendo la montaña por el camino


inverso al que subimos. Después, nos dirigimos hacia el sur y atravesamos
un denso desfiladero, donde nos cruzamos con osos, lobos y numerosos
animales terrestres.
Vagan los espanta a todos, golpeando con la cola en señal de
advertencia, mientras me repite lo peligrosos que pueden ser. Captura un
animal pequeño, algo que llama conejo, y lo limpia para que me lo coma.
Yo me encargo de hacer fuego, y agradezco mucho las provisiones que
Zaku me ha dejado, pues de lo contrario no creo que pudiera digerir la
extraña carne cruda sin cocinar.
Nuestra primera noche a solas en la selva hace aflorar algo en mí, algo
que creía haber perdido hace mucho tiempo.
Mi imaginación.
No hay murallas ni armas, robots u otros que ofrezcan alguna
protección, solo estamos Vagan y yo, la pequeña hoguera que encendí e
intento mantener encendida, el orbe que brilla bajo la luz de la luna de la
Tierra, y los sonidos de la noche. Vagan se ha pasado la caminata
respondiendo a todas mis preguntas sobre esta tierra y su mundo,
alimentando mi deseo de conocimiento, pero ahora que el sol se ha puesto,
mi curiosidad ha disminuido con él y mi mente divaga hacia las cosas que
viven en la oscuridad.
Sintiéndome terriblemente expuesta, me dirijo a un árbol cercano y pido
a Vagan que me ayude a arrancar una rama de él. Con la navaja de mis
provisiones, empiezo a cortarla para mantener la mente ocupada,
diseñándola a semejanza de la lanza de Vruksha.
Me dejó examinar la suya detenidamente, y por mucho que me hubiera
gustado escudriñarla con mis ojos, no lo hice. Ya sabía lo que estaba
viendo.
Tecnología Lurker muy primitiva. Un arma básica que había sido
diseñada claramente por humanos, utilizando recursos de la Tierra,
copiando los de los Lurkers. Un Lurker no necesitaría una lanza tan ligera
como la de Vruksha, no con sus garras, sus dientes y su velocidad. No con
sus habilidades regenerativas y su inteligencia. Tenían formas mucho más
avanzadas de destruir a sus enemigos.
Pero fue fascinante ver la lanza, y sostenerla, aunque no me funcionase.
También me vino a la mente una teoría sobre la razón por la que había un
Lurkawathiano vivo en las profundidades…
¿Habían desertado algunos de ellos y habían ayudado a los humanos
más allá de sus órdenes? ¿O se trataba de algo más perverso? ¿Habían
cautivado al Lurker y lo habían utilizado para hacer experimentos? ¿Los
Lurker ayudaron a la humanidad antes de acabar con el mundo, pero
también con la creación de armas? No hay nada en mi expediente sobre él,
ni sobre esas armas como la que tiene Vruksha. De hecho, no había casi
nada sobre los Lurker.
Aún hay muchas cosas que desconozco.
Y si encuentro el camino de vuelta para recuperar el cuerpo de
Collins… Sacudo la cabeza. Hay demasiados “Y si…”. Pensar en lo que
pasó allí abajo, o en lo que hay, hace que mi corazón palpite con fuerza.
Así que afilo mi lanza de madera hasta que mis ojos se entrecierran y
Vagan me la arranca de las manos.
Me pongo tensa cuando la agarra, y me doy cuenta de que aún estoy
nerviosa a su lado. Sin embargo, enrosca su cola a mi alrededor y me atrae
suavemente contra su pecho y cerca de un denso bosquecito de arbustos,
lejos de la luz del fuego. No hace nada más que eso, y rápidamente me
duermo en su abrazo.
Al final del segundo día, llegamos a un lago oculto en lo más espeso del
desfiladero. Es más pequeño que el anterior, que puede verse desde algunas
ventanas de Zaku. Vagan despeja la maleza que conduce a la orilla y deja
caer mi mochila. Observo cómo se desliza en el agua y desaparece
rápidamente bajo ella.
Encuentro una roca en la que sentarme y descansar, me quito las botas y
meto los pies en el agua. Vagan emerge a cierta distancia de mí, mojado y
despampanante, con el pelo cubriéndole los rasgos afilados de la cara. Se
desliza hacia mí, con la cola balanceándose de un lado a otro en el agua tras
él.
Se detiene a mis pies, los coge con las manos y me mira desde abajo.
Me roza el arco del pie con la garra y yo aspiro bruscamente, curvando
los dedos.
—Estamos cerca de nuestro hogar —dice, y vuelve a hacerlo, pero con
mi otro pie.
Me estremezco cuando la sensación recorre mis nervios y se me pone la
piel de gallina.
Miro más allá de sus ojos brillantes y hacia el agua ondulante que hay
detrás de él.
—Vives en tierra, ¿verdad?
Nunca se me había ocurrido preguntárselo.
Me masajea las plantas de los pies con los pulgares.
—Vivo en ambas.
—¿En ambas?
—Ya lo verás —me tira de los pies—. Pronto.
—No se me da bien el agua. No sé nadar —le digo—. Probablemente,
debería habértelo dicho, ya que eres una criatura acuática y todo eso, pero
lo olvidé.
Ladea la cabeza y me dirige una expresión curiosamente socarrona.
—Te enseñaré.
—¿A nadar?
—Sssí.
—Me encantaría.
Sonrío, me recojo las trenzas y las anudo sobre mi cabeza. Se endereza
cuando me bajo de la roca y me meto en el agua con él.
—Tus heridas —dice, impidiéndome avanzar.
—Estarán bien. Se están curando bien. Lo que no está bien es lo sudada
que estoy tras dos días de duro viaje —echo un vistazo a las sombras cada
vez más oscuras del bosque y a la sombra dorada del sol poniente sobre el
agua—. Quiero estar en el agua contigo.
Si él está en el agua, entonces sé que es seguro. Esa es la confianza que
he depositado en él. Nunca he confiado en nadie tanto como en Vagan.
Me observa un momento antes de apartarse, dejándome adentrarme en
el lago.
Su cola se desliza contra mi pantorrilla mientras paso junto a él.
—Es seguro, ¿verdad? —pregunto de todos modos, casi con sorna—.
¿No hay nada que salga de las profundidades para comerme?
—Solo yo.
Con un escalofrío por mi parte y una expresión acalorada por la suya,
trago fuerte y me deslizo hacia las aguas más profundas. Sí, ahí está él.
Él…
Me muerdo el labio inferior.
A veces olvido que somos diferentes. Que él no es del todo humano.
Ahora solo veo a Vagan cuando le miro, y no las partes de él que son
completamente diferentes de mí. Veo azul y naranja, veo escamas y una
cola, veo una lengua bífida, orejas puntiagudas y ojos centelleantes, pero
luego se desvanecen, se desvanecen y solo es… él.
Justo antes de que mis pies pierdan el fondo, él está a mi lado,
manteniéndome a flote. Me coge del brazo bueno y me aleja de la orilla.
—Mis botas —jadeo, intentando mantener la cabeza por encima del
agua—. La mochila.
—Volveré mañana y las recuperaré.
—¿Mañana?
Atravesando las aguas tranquilas, me aleja cada vez más, siguiendo la
orilla.
—Esta noche dormirásss en mi nido —sisea, sumergiendo la cabeza
bajo el agua y volviéndola a sacar.
Su nido.
Hilos dorados de agua resbalan por su cara, sobre sus labios. Me lamo
los míos en respuesta.
Sus ojos se posan en ellos. Durante un momento de tensión, me mira
fijamente.
Vuelvo a enroscar los dedos de los pies y aprieto entre las piernas,
acalorándome allí a pesar del frío del agua. Aferrándome a Vagan con más
fuerza aún, aparta sus ojos de mí y nos lleva nadando más allá del bosque,
hasta otro desfiladero donde el lago se convierte en río. A contracorriente,
nunca pierde velocidad mientras altas rocas dentadas se elevan a ambos
lados de nosotros. Es un saliente demasiado escarpado para escalarlo.
Entonces el sonido de un estruendo de truenos, fuerte y sordo, llena mis
oídos, y lo confundo con los rápidos. Lo agarro con fuerza, doblamos una
ligera esquina y aparece una cascada.
—Vagan —le digo advirtiéndole mientras apunta directamente hacia
ella, presa de su belleza—. ¡Vagan! —grito justo antes de que me coja por
la cintura y nos sumerja bajo el agua. Cuando salimos, tiritando de frío,
chillo con rabia—. ¡Podrías haberme avisado! —me limpio el agua de los
ojos mientras él sigue tirando de mí y se adentra en una cueva oculta.
Pero no reina la oscuridad que yo me esperaba. En su lugar, hay una
corriente de agua, y en las paredes a ambos lados y en el techo hay criaturas
bioluminiscentes. Emiten un tenue resplandor blanco.
Vagan se desliza hasta un saliente y me ayuda a salir del agua.
—¿Qué es este lugar? —pregunto, girándome mientras él levanta
después su largo cuerpo.
—Mi hogar —dice.
Casi perdida en la forma en que el agua se desliza sobre su cuerpo ágil y
sus músculos tensos, desvío la mirada para observar lo que nos rodea,
adentrándome en el espacio.
Donde estamos la cueva es estrecha, pero justo delante hay una gran
caverna abierta y un estanque de agua donde termina el arroyo. Y alrededor
del estanque hay salientes, algunos altos, otros bajos, que lo rodean. Frente
a mí, al otro lado del agua, hay lo que parece ser una antigua pasarela con
barras metálicas a modo de barandilla. La pasarela se adentra en la caverna,
pero también sale hacia la cascada y conduce a una escalera tallada.
Una forma de entrar y salir, construida por los humanos hace mucho
tiempo.
Vagan me rodea la cintura con la punta de la cola y me coge de la mano,
guiándome hacia la caverna. El camino está seco, aunque en algunas partes
hay agua goteando por las paredes, y al estar descalza, me alegro de la
ayuda.
Nunca había visto nada igual. En una gruta. Un lugar fantástico para
alguien que ha pasado la mayor parte de su vida en una nave espacial.
En la caverna, hay pieles cubriendo las paredes de todas las formas y
tamaños, y objetos, muebles y demás, colocados ordenadamente por todas
partes. Hay montones de piezas y cosas que no puedo identificar, aunque la
disposición en sí es ordenada. El techo es alto, y empiezo a buscar un lugar
donde pueda hacer una hoguera en condiciones.
—No tengo comida para ti, así que tendré que pescar para nosotros —
empieza a decirme Vagan mientras me conduce hacia uno de los salientes
más altos—. No he vuelto aquí desde que tu nave descendió de los cielos.
—Eso fue hace meses —digo mirándole.
Lo único que hace es mover la cola en respuesta.
—¿Has estado… observándome? —le pregunto—. ¿Todo ese tiempo?
Pienso en los meses que llevo aquí, en lo que he hecho, y me pregunto
durante cuánto tiempo y cuánto ha visto. ¿Desde cuándo me desea?
—Solo después de verte la primera vez —responde con indiferencia—.
Antes de eso, fue por curiosidad.
—¿Y cuándo fue eso?
Se gira y me mira a los ojos.
—La primera vez que saliste de la nave, creo.
Meses. Lleva meses observándome. Me estremezco, y no estoy segura
de si es por la humedad y el frío o por lo determinado que estaba por
tenerme. Me abrazo a mi cintura. Ahora mismo, estoy muy agradecida de
que lo estuviera. Si no lo hubiera estado, yo estaría pudriéndome y
aplastada bajo una tonelada de rocas.
Aparto la vista.
—Me gusta. Tu hogar, quiero decir —añado.
—Nuestro hogar.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.
—Yo… nunca había tenido un hogar, no de verdad. No desde que era
muy joven. Desde entonces, solo he tenido una pequeña habitación tras
otra.
Se coloca frente a mí y desliza un dedo bajo mi barbilla.
—Ahora esta es tu casa, Shelby.
—Es preciosa —susurro, atraída de nuevo por su mirada—. ¿Es segura?
—Sssí. Nadie conoce su existencia salvo yo, y ahora tú. Los que lo
sabían hace tiempo que se fueron.
Trago saliva.
—¿Y tu nido?
Suelta el dedo de debajo de mi barbilla y retrocede. Las escamas de la
región inguinal de su cola se separan y su miembro cae, puntiagudo,
anudado y duro. Su punta está llena de semilla e inhalo profundamente,
sintiendo su olor por primera vez en días.
—Tienes frío —murmura.
Temblando más que antes, afirmo rígidamente con la cabeza.
—Deja que te caliente, hembra —gruñe por lo bajo.
Al inspirar, su olor me inunda de repente y mis labios se entreabren en
un grito ahogado. Mis mejillas se calientan furiosamente.
—Shelby —digo en voz baja, recordándoselo.
Retrocede ante mí, obligándome a apartar la mirada de su miembro, y
me acaricia las mejillas.
—Ssshelby —repite.
Incapaz de moverme, incapaz de hacer otra cosa que respirarle, me
empuja hacia el fondo de la caverna.
Aparecen montones de rocas, dispuestas en patrones en una formación
redondeada en el borde. El agua goteante de una de las paredes del fondo se
desliza por el montón, manteniéndolo frío y húmedo, antes de gotear en el
estanque de abajo.
Su nido.
Vagan me suelta mientras lo recorro, viendo profundos surcos donde
estoy segura de que son sus lugares favoritos para dormir.
Pero toda la formación rocosa no está mojada, solo lo está el centro, y a
los lados hay pieles gruesas y tupidas. Al tocar una, está afelpada y seca,
aunque desgastada por el uso.
—Tendrás que ayudarme a hacer uno nuevo —dice—. Uno que
podamos compartir. Uno que te mantenga caliente y cómoda.
—¿Te parece bien?
—Sssí —dice, rozándome—. Que sea digno de ti.
Inclino la cabeza para mirarle, pero me atrae hacia su pecho antes de
que pueda responder.
—Déjame calentarte, de la única forma que sé hacerlo.
Un calor húmedo me salpica la pierna, y sé que se ha derramado.
Jadeando por una nueva oleada de sus feromonas, dejo que me quite la ropa
empapada y la tire a un lado. Su olor me envuelve y lo aspiro, sabiendo lo
que me hará. Ahora que conozco a Vagan, no tengo miedo y no me resisto.
Le doy la bienvenida.
Las llamas estallan en mi pecho, más duras, más pesadas, más
hambrientas que antes. El frío del agua desaparece y tomo su miembro con
ambas manos, tirando de él.
Más de su vertido se libera, cayendo sobre mí, y me deleito. En su olor,
en el calor creciente, en todo.
Mi estrés desaparece, y por fin, por fin volvemos a ser solo Vagan y yo,
solo nosotros, nosotros y la suave oscuridad, ocultos del universo en nuestro
pequeño paraíso, lejos de todo lo que quiere destrozarlo. Rodeados de roca,
al borde de algo más, solos, pero juntos. Siempre juntos.
Aprieto su eje con fuerza, queriendo más.
¿Es egoísta desearlo todo?
De repente me arranca los pantalones, me quita la camisa y me empuja
hacia la formación rocosa y hacia un colchón de pieles que hay al lado.
—Las voy a mojar —murmuro, con el pelo chorreando agua por mis
curvas desnudas.
Él sisea y se zambulle detrás de mí, pasándome la lengua por el cuerpo.
—Me gustas mojada, compañera —me lame el pelo, me levanta las
trenzas y las aprieta con las manos para que el agua se derrame por todas
partes—. Siempre tengo sed. Siempre. Si pudiera, bebería hasta saciarme de
tu cuerpo, o de su interior.
Lo dice mientras se agacha para dejar caer el agua de mis trenzas en su
boca abierta.
Lo miro, paralizada, mientras se mete las puntas en la boca,
asegurándose de que le cae hasta la última gota de agua.
Temblando por la mirada penetrante de sus ojos, me empuja hacia
abajo, entre los surcos de varias rocas lisas, y me hace caer suavemente de
espaldas. Sin apartar los ojos, baja y desliza la lengua por mis pliegues,
sobre mi clítoris, subiendo por mi vientre, para terminar en mi boca, donde
me penetra con la lengua.
Me abre las piernas al máximo y me cubre por completo, presionando
contra mi abertura. Resbaladiza y preparada para él desde el momento en
que sus feromonas entraron en mí, me agarro a su cuello con las manos y
aprieto la cara contra su pecho.
Su dulzura solo dura hasta que su punta se entierra, estirándome.
Mantiene su cuerpo por encima de mí para no perturbar mis heridas,
sosteniéndose sobre mí con las dos manos agarrando las rocas a ambos
lados. Apretando su circunferencia, Vagan gime y empuja su enorme nudo
dentro de mí, obligándome a absorberlo todo de un solo y brutal empujón.
Me estiro, arqueándome, apretando los dientes. Mis pies resbalan en las
rocas y caen sobre un montón de piel suave. Se derrama dentro de mí
mientras intento adaptarme de nuevo a su tamaño. La tensa presión da paso
poco después al placer. Un placer dulce y primitivo.
Le seguí a su guarida, incluso a su nido, por esta misma razón. Para que
me reclamara de todas las formas posibles.
Jadeo su nombre cuando mueve las caderas, frotando deliciosamente su
nudo hinchado contra el punto que más placer me produce. Últimamente,
sufro tanto que necesito placer, todo el placer que él pueda obligarme a
soportar.
Vagan mantiene sus ojos oscuros y alienígenas clavados en mí mientras
le exprimo, haciéndole temblar con cada chorro de semilla que me salpica
profundo y caliente. Me clava los ojos, estudiándome de un modo que hace
que las mariposas de mi estómago vuelen de miedo. Calentándome de
dentro a fuera, cualquier resto de frío del agua se desvanece. Aferrándome a
él con fuerza, empujo mi pelvis hacia la suya, necesitando más.
—No me harás daño —resoplo entre gemidos—. No lo harás —le
susurro al oído, deslizando las manos desde su cuello hasta enredarlas en su
pelo mojado.
Como respuesta, se retira y vuelve a embestirme.
Un grito ahogado sale de mi garganta. Lo hace de nuevo, con más
intensidad. Mucho más fuerte.
—Más —le insto, deslizándome ya por la roca que hay detrás de mí por
la fuerza.
Quiero su salvajismo. Quiero al macho que me acechó durante meses,
que amenazó a otros por mí, que arriesgó su vida una y otra vez, por mí.
Quiero que toda su fascinante extrañeza y su silencio melancólico me
conquisten mientras rozo su espalda escamosa con mis uñas, tomándolo
todo. No quiero que tenga cuidado.
Necesito que me recuerde que hemos sobrevivido.
Y vamos a sobrevivir, siempre, porque estamos juntos.
—Yo… —gruñe, empujando sus caderas con fuerza—. Quiero ser digno
de ti.
Vuelve a decirlo, haciendo volar mi mente con esas palabras.
—Lo eres —grito cuando empuja como si intentara meter todo su
cuerpo dentro de mí—. ¡Ya lo eres!
Atrayendo su cabeza hacia la mía, lo beso, introduciendo mi lengua en
su boca, barriendo sus colmillos. Saliva, sangre y punzadas estallan entre
nosotros y él me empuja hacia atrás, atrapándome por todos lados,
hundiéndome.
Soporto su peso. Su peso brutal y contundente.
Nuestras bocas se enredan y él pierde el control, haciendo chocar sus
caderas en rápida sucesión, golpeando su nudo contra mi punto más dulce.
Enredando mis piernas alrededor de su cola, me desgarra, llenando todo mi
cuerpo con él, amplificando la presión que me tortura, obligándome a
olvidar.
Su celo es cada vez más rápido, más desesperado, más apresurado,
como si corriéramos por nuestras vidas, e incluso después de que haya
gritado, suplicado y alcanzado el clímax más veces de las que mi mente
puede contar, deslizándome de una sensación a otra, no cesa. Me mima
como si solo tuviera una oportunidad de hacerlo.
Abrazándole, le recuerdo que no me voy a ninguna parte.
Que no voy a volver a El Temible.
Que le elijo a él, y a esta vida aquí en la Tierra. La decisión ha sido la
más fácil de mi vida.
Cuando el calor abrasador casi me asfixia, se levanta y me ve
deshacerme, golpeándome, apretando sus caderas mientras aspiro aire frío
en mis pulmones. En un momento dado, deja caer la cola y nos rocía agua
desde arriba. Es el único atisbo de conciencia que tengo, las motas de ese
breve escalofrío sobre mi piel.
Aun así, sé que se está conteniendo.
Conociendo lo que corre por sus venas…
Miro fijamente sus ojos oscuros mientras sus caderas chocan con fuerza
y de forma devastadora contra las mías, avivando de nuevo la presión en mi
interior. Mi naga es un macho ardiente. Temblando, su mirada es lo que
necesito, su salvajismo alienígena, lo que me hace alcanzar de nuevo el
clímax con gritos desgarradores, que resuenan por toda la cueva.
Cuando esta vez me revuelvo, es una lucha. Se hunde, tapándome la
boca, inmovilizándome mientras lucho, araño y pierdo la cabeza. El placer
me recorre todos los nervios, impulsado continuamente por su punzante y
necesitado miembro.
Me habló de su derrame. Siempre está produciendo más…
Jadeo, pensando en mi pobre cuerpo y en el entrenamiento continuo que
va a recibir hasta que termine esta tensión entre nosotros.
Me sujeta hasta que termina, hasta que ambos estamos agotados. Y con
él aún profundamente enterrado, me cambia de sitio para que descanse en el
pliegue de su brazo, y dormimos.
Me despierto cuando vuelve a derramarse dentro de mí, con más
embestidas bruscas, su cola sujetándome las piernas, y con otro orgasmo.
Después vuelvo a dormirme, y me despierto de nuevo cuando él se
desliza fuera. Me levanta en brazos, me recoge el pelo y me lleva a la
piscina. Me baña, y me empala con la punta de su miembro por detrás
mientras yo me agarro al borde, y mientras él bebe el agua que se acumula
en mi piel y en mi pelo.
El placer y las emociones dominan mi mente. Dos cosas que eran casi
tabú en mi antigua vida.
Y le quiero por ello.
TREINTA Y TRES

UN NUEVO COMIENZO

Shelby

C OMEMOS , dormimos, y nos amamos.


Nadamos.
Apenas hablamos, solo charlamos sobre nuestras necesidades y deseos
actuales, evitando por completo cualquier otro tema. Los días pasan, y
cuando hablamos, es sobre su mundo y el mío, y sobre nuestras muchas
diferencias.
Todo lo que me cuenta me fascina.
Cumpliendo su palabra, estamos a salvo, nadie viene a salvarme, y
aunque eso me duele mucho a su manera, me siento mejor cuando me
acurruco alrededor de la cola de Vagan y él me rodea con sus extremidades,
protegiéndome en todo lo que necesito. Prefiero estar con él y ser libre que
estar en deuda con unos hombres malvados.
La siguiente vez que me duermo, me despierto y encuentro mis botas y
mi mochila entre las provisiones. Me levanto, me cubro los hombros con
una piel y me pongo a ello. Me duelen todos los músculos del cuerpo, pero
es un dolor agradable.
Vagan me ha demostrado debidamente que somos compatibles, en su
mayoría, ya que a su gran miembro le gusta recordarme que soy mucho más
pequeña que él.
En el interior está mi orbe y lo saco, comprobando si Gemma o Daisy
me han llamado. Ninguna de las dos lo ha hecho, y respiro aliviada.
Al oír a Vagan deslizarse detrás de mí, me inclino hacia él cuando me
coge del pelo y me lo empuja hacia delante por encima del hombro,
trenzando uno de mis mechones en el proceso. Me lame la nuca.
Temblando por el roce y retorciéndome entre sus brazos, me fijo en un
montón de leña que hay en un rincón. Le miro y una sonrisa se dibuja en
mis labios.
—Has estado ocupado. ¿Seguro que aún me quieres aquí? —bromeo—.
¿Ahora que sabes lo que te espera? ¿Puedes soportar incluso que haya una
hoguera aquí?
Su expresión sigue siendo rígida.
—Te estás escondiendo —me reprocha bruscamente—. Ya es hora de
que pares.
Mi cara se desencaja.
—Yo no…
—Sí, lo haces.
Mis labios se separan, se cierran y vuelven a separarse, intentando
encontrar una excusa, cualquier cosa para permanecer más tiempo en
nuestra burbuja de felicidad. No se me ocurre nada. Alargo la mano hacia
su miembro para sacárselo de la cola, pero me sujeta la mano y me detiene.
—Ya lo sé —susurro por fin—. Me estoy escondiendo. Aquí es… fácil
esconderse, en fin.
Me mira a la cara.
—¿Quieres que me vaya? —pregunta al cabo de un momento,
suavizando la voz.
¿Quiero que se vaya? ¿Que se quede? ¿Acaso él querría? Aprieto la cara
contra su pecho.
—Quiero que te quedes. Si te parece bien. Por favor.
—Me quedaré.
Me suelta y miro a mi alrededor, dejando que la tristeza me invada. Ha
sido fácil mantenerla fuera, evitar que me molestara teniendo a Vagan cerca
para distraerme, pero tiene razón, sigue ahí. Está ahí y se agrava,
acechándome en las horas más oscuras de la noche y durante los primeros
rayos de sol de la mañana, iluminando las cataratas en la entrada de la
gruta.
Collins me dijo que volvería a ver el sol. Que tenía un plan.
Si hubiera sabido en ese momento que no vería el sol conmigo…
Inspiro entrecortadamente.
Apretando los puños, me muevo alrededor del estanque, hacia el otro
lado del arroyo, donde se ven unas viejas barandillas metálicas, y tomo el
camino hacia las cataratas. Vagan me sigue, dejándome avanzar a mi ritmo.
Al encontrarme con una roca redondeada y lisa, la cojo y la limpio con
las manos, dejando que parte del rocío de las cataratas la moje. Avanzo
arrastrando los pies por el resto del túnel y salgo al otro lado de la cascada,
donde hay un camino roto que sube por la empinada cornisa rocosa de mi
izquierda. Está tan destrozado que ni siquiera parece una escalera tallada
desde la distancia.
Ajustándome bien los bordes de la manta sobre mis hombros y
atándomela al cuerpo, subo la escalera.
Me recibe un bosque frondoso, y suspiro al ver una amplia vista del
barranco por el que nadamos días antes. Más allá está el lago. El sol de
primera hora de la mañana hace brillar su suave superficie.
Camino por la orilla, buscando el lugar perfecto.
Más cerca del lago, hay un saliente donde el sol incide directamente
sobre las piedras, y elijo ese lugar nada más verlo.
Está cerca de mí, aunque lo suficientemente lejos como para que tenga
que ir hasta allí. Reúno todas las rocas y piedras sueltas cercanas y las llevo
hasta allí.
Vagan me da una mientras empiezo con la construcción.
Tardo todo el día en hacerlo bien.
Y mientras el sol se pone a lo lejos y el lago adquiere un tono dorado,
rayo el nombre de Collins en la primera piedra.
Cuando está terminada, la coloco encima de la lápida funeraria.
—Gracias —digo, frotándome el brazo—. Gracias —exhalo, sabiendo
que las palabras son superficiales en estas circunstancias. Peor sería no
decir nada…
¿Quién sabe si alguna vez tendré la oportunidad de volver y recuperar
su cuerpo, si es que siquiera es posible? Le quería. Era lo más parecido que
tenía a una familia. Y a pesar de lo que pasó entre nosotros, también
confiaba en él. Siempre confié en él.
Pero también le fallé, y tendré que vivir con ello el resto de mi vida.
Merece ver la luz del sol todos los días.
No caen lágrimas de mis ojos, aunque me quito un peso del pecho
mientras Vagan me guía de vuelta a casa en la oscuridad.
Una vez dentro de la gruta, me dirijo a la pila de leña y cojo un poco
para crear una fogata provisional, sin querer despedirme aún de la luz. De
momento, la hoguera definitiva tendrá que esperar a otro día.
Vagan se marcha y regresa con varios peces justo cuando consigo
encender el fuego.
Le observo destripar el pescado con sus garras, intentando memorizar
cómo hacerlo en el futuro, y me doy cuenta de que no hemos hablado desde
esta mañana.
—Sigues diciendo que quieres ser digno de mí —digo rompiendo el
silencio, escuchando el crujido y el chasquido de la madera. Me levanto y
me acerco a Vagan, cayendo de rodillas ante él—. Pero, ¿yo soy digna de ti?
Deja de hacer lo que está haciendo y me mira a los ojos.
Contengo la respiración mientras escruta mi rostro, con una expresión
ilegible.
Suelta el pez.
—¿Lo eres? —pregunta, devolviéndome la pregunta.
Miro alrededor de nuestro hogar, la piscina, nuestro nido y finalmente
vuelvo a él.
—Quiero serlo —le digo—. Por favor, ayúdame a serlo. ¿Me enseñarás?
Su mirada se suaviza y sus labios se tuercen en una sonrisa.
La primera sonrisa que he visto en él. Le devuelvo la sonrisa. No puedo
evitarlo. Vagan es… encantador cuando sonríe.
Me coge por las mejillas y presiona su frente contra la mía.
—Ya lo eres —murmura—. Mi pequeña valiente. Yo no podría hacer lo
que has hecho hoy, yo también he perdido a alguien, hace mucho tiempo.
—¿A tus padres?
—A mis padres no. Nunca los conocí, pero sssí, he perdido a alguien.
Se fue al oeste para unirse a las otras hembras. Era… como mi madre. Mi
amiga. Ella me salvó la vida. Era la única familia que he conocido. Me
encontró allí, en la orilla, al borde de la muerte, y me salvó la vida.
Las otras mujeres, de las que me hablaron Gemma y Daisy. Las mujeres
naga.
—Parece maravillosa —digo en voz baja—. Ojalá hubiera podido
conocerla. ¿Cómo se llamaba?
—Eestys. Le habrías caído bien.
Eestys. Recuerdo ese nombre.
—Eso espero —Vagan empieza a apartarse, y yo le cojo de las manos,
manteniéndolas sobre mí, sin querer que su tacto desaparezca—. Te quiero,
Vagan. Necesito que lo sepas. Te quiero, y creo que te he querido desde…
desde…
Me detengo, no quiero volver a hablar de aquel primer momento.
Ladea la cabeza como si nunca hubiera oído esa frase. Entonces sus ojos
se iluminan, en lugar de oscurecerse.
—Yo también te quiero, Ssshelby —enrosca la cola a mi alrededor y
luego se da golpecitos en el pecho con la punta de la cola—. Toma.
Yo también me presiono el pecho con la palma de la mano, sonriendo.
—Lo mismo digo —pero entonces huelo tripas de pescado y se me
arruga la nariz, y me limpio las mejillas—. Me has manchado de pescado
—jadeo, manchándome la cara de babas—. ¡Dios, qué asco! —grito,
corriendo hacia la piscina.
Y él se ríe.

S E RÍE , y es el mejor sonido que he oído en mi vida, y por primera vez en


más meses, o años, de los que puedo contar, hay esperanza en mi corazón.
Esperanza real, verdadera. De la que te pasas la vida persiguiendo,
buscando, y sangrando por ella.
Sacrificándote por…
La esperanza.
Es lo último que oigo cuando se zambulle en la piscina y me arrastra
tras él.
Esperanza.
EPÍLOGO: CAPÍTULO UNO

¿QUÉ ES LA PAZ?

Shelby

UN MES DESPUÉS …
—¡Empuja! —le apremio—. ¡Respira y empuja!
Daisy grita, con las piernas abiertas, y conmigo entre ellas, esperando a
que termine. Gruñe y gime, amenazando a Zaku todo el rato, pero solo
estamos ella, yo y el dispositivo médico sobre el que está tumbada.
Tumbada y sujeta.
Tuve que echar a Zaku al pasillo porque nos estresaba a Daisy y a mí
más de lo que ayudaba. Está claro que no soporta ver a Daisy sufriendo, y
su actitud tensa y aterrorizada era más agobiante que divertida.
Y era realmente divertido ver al gigantesco presunto rey de estas tierras,
incapaz de hacer otra cosa que mirar con horror mientras Daisy le gritaba,
ordenándole que añadiese su cráneo a los que había en el césped de fuera.
—Shelby, no puedo —grita Daisy.
—Puedes y lo harás. Vamos, ¡empuja!
Tengo las manos manchadas de sangre y los ojos encendidos, fijos entre
sus piernas. Por mucho que he intentado no utilizarlos, y no grabar nada
más que pudiera ponernos a todos en peligro, ha habido veces en que ha
sido imprescindible.
Como en este caso. No pude mantener vivo a Collins, pero moriré
intentando mantener a Daisy y a sus bebés sanos y felices. Como sea, joder.
Soy médica, solo que no el tipo de médica que necesita Daisy, y los
datos que tengo en mis ojos, por suerte, tienen información sobre el parto, o
al menos sobre el parto alienígena. Como el parto Gestri, incluso la cópula
y la gestación de los Kett.
Con eso basta. O debería serlo.
Pero las cicatrices de Daisy le impiden abrir más las piernas, tensando
su piel, y al empujar sufre más dolor e incomodidad de lo que puedo
imaginar. Tiene la cara enrojecida, el sudor nos empapa la frente a las dos y
tiene los ojos tan cerrados que no se le saltarían las lágrimas aunque
estuviera llorando.
—Puedes hacerlo, Daisy —la animo—. Si alguien puede hacerlo, eres
tú.
Tiene que hacerlo.
—Escapaste, recorriste este bosque, te enfrentaste a Peter y le partiste la
cara. Sobreviviste al accidente —le digo—. Puedes hacerlo. ¡Puedes
sobrevivir a esto!
Tiene que sobrevivir. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para
asegurarme de que así sea. En el pasado ya habían nacido híbridos de
mujeres humanas, al menos por lo que yo había descubierto, así que sé que
puede sobrevivir…
Al parecer, la multitud reunida frente a la casa de Zaku quiere pruebas.
Quieren ver a Daisy viva. Quieren ver a sus bebés.
—¿Dónde está Gemma? —grita.
—Ya viene, cariño. Está de camino. Pronto estará aquí.
Sin embargo, conseguir que Gemma atraviese los nagas del exterior es
harina de otro costal. Vagan esta ahí fuera, listo para interceptarla a ella y a
Vruksha y ayudarles a llegar a casa de Zaku sin derramamiento de sangre,
pero estoy preocupada. No puedo evitarlo.
De algún modo, la noticia del embarazo y el parto de Daisy ha corrido
como la pólvora.
Vaya si lo ha hecho.
Me basta con echar un vistazo a las ventanas del exterior de la
habitación para mantener la cabeza gacha y ser todo lo que Daisy necesita
que sea porque, de lo contrario, seré yo quien mire un montón de caras
horripilantes.
Hay muchos machos alienígenas aterradores ahí fuera, y de repente
estoy muy agradecida por no haber tenido que enfrentarme a lo que Gemma
y Daisy se enfrentaron en la meseta. Aunque la investigadora que hay en mí
quiere hablar y analizar a cada uno de los que se han reunido, interrogarlos
hasta que sea yo quien los persiga por el bosque.
Porque está claro que no escaparon de las instalaciones.
Entonces, ¿cómo han sobrevivido al colapso de la Tierra y de dónde han
salido? ¿De dónde han salido los nagas, los animales y las plantas?
Al ver surgir una cabeza entre las piernas de Daisy, muevo sus piernas,
ayudando al bebé a desplazarse por la pelvis.
—¡Empuja! —grito, cuando ella se hunde bruscamente, agotada—. ¡Ya
están saliendo!
Daisy grita y empuja.
El primer bebé sale de ella y lo tomo en mis brazos. El gemido que da el
pequeño inunda mi pecho de amor, y lo envuelvo rápidamente,
entregándoselo a Daisy. Ella llora y aprieta a su hijo contra su pecho justo
cuando aparece otro.
—Otra vez —le ordeno—. ¡Empuja!
El segundo se desliza hacia fuera, sin la tensión del primero. Los
envuelvo y llamo a Zaku para que vuelva a la habitación.
Está a mi lado al momento.
—Ayuda a Daisy con los bebés —le digo—. Ahora tengo que cortar los
cordones umbilicales y hacer salir la placenta. Daisy, sigue empujando o
tendrás una hemorragia.
Veo a Zaku tomar a los bebés en brazos, quedándose junto a Daisy.
Los siguientes minutos son los más estresantes de mi vida. Si no fuera
por el dispositivo médico que mantiene a Daisy hidratada y me informa de
sus constantes vitales, no sé qué haría. Hay mucha sangre.
Vagan y yo vinimos corriendo como si nos estuvieran cazando de
nuevo. Llevo sin dormir desde entonces.
Pero cuando todo termina, y los robots domésticos de Zaku vienen y
empiezan a limpiarlo todo, me siento de nuevo en mi taburete y rezo una
oración en silencio.
Oír risas suaves, suspiros ahogados y grititos que dan paso a arrullos, lo
es todo. Después de enjuagarme las manos con una toalla, me tomo un
momento para observar a Daisy, Zaku y sus dos bebés acurrucados juntos al
frente de la camilla médica.
Ambos bebés son varones y sin escamas, imagino que por ahora, y,
curiosamente, uno tiene cola mientras que el otro tiene piernas. Ambos
tienen unas capuchas que salen de la cabeza y están pegadas a la espalda,
como su padre. Con cuidado, me deslizo entre la maquinaria a la izquierda
de Daisy y me reúno con ellos a su otro lado.
—¿Puedo? —pregunto, indicando a los bebés.
Daisy sonríe y asiente. Con la mirada atenta de Zaku todo el tiempo,
retiro los labios de cada uno de los pequeños para comprobar si tienen
colmillos.
—Gracias a Dios —murmuro—. Podrás amamantarlos.
Daisy tarda un momento en comprender lo que quiero decir.
—Gracias a Dios.
—¿Se pondrá bien? —interviene Zaku.
Asiento con la cabeza.
—Sí. La placenta ha salido intacta y la he suturado. Seguirá sangrando
durante varias semanas más mientras se desprende de los loquios. Nada de
sexo durante mucho tiempo —le ordeno, dirigiéndole una mirada severa—.
Si tu asunto es tan grande como tú, Zaku, querrás esperar un año.
—¿Un año? —espetan ambos.
—Tres meses como mínimo, y tómatelo con calma la primera vez —
hago un gesto con la mano, no quiero ni imaginarme cómo son sus juegos
íntimos—. De hecho, tómatelo con calma cada vez. Asegúrate de que
descansa mucho en cama. No sé qué… —me entrecorto y me muerdo el
labio, no quiero decir algo equivocado—. No sé exactamente cómo serán
los próximos meses para ella, teniendo híbridos. Cada mujer es diferente,
pero tómatelo con calma, mantén a Daisy cerca del dispositivo médico y
mantenla alimentada e hidratada. Además, mantenme informada. Los
embarazos humanos completos tardan al menos nueve meses de gestación
y, bueno, han pasado cuánto, ¿seis semanas, ocho semanas quizá? El
próximo par podría ser igual de inesperado…
Daisy me mira, arrugando el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Según lo que he leído, los nagas híbridos crecen rápido, mucho más
rápido que los niños humanos. Y según Vagan, él tiene recuerdos nítidos del
primer día que vino a este mundo —acaricio la parte superior de una de las
suaves cabezas del bebé—. Puede que ahora nos estén escuchando. ¿Tú te
acuerdas, Zaku?
Su mirada se entrecierra y luego niega con la cabeza.
—Solo recuerdo a mi padre.
—No digas nada que pueda… molestarles —digo de todos modos,
sonriendo—. Ya vas a tener bastante con lo tuyo.
—Gracias, Shelby —dice Daisy, volviéndose hacia sus bebés.
Me dirijo a la puerta.
—Es lo menos que puedo hacer —digo en voz baja—. Os daré un poco
de tiempo para que estrechéis lazos, pero volveré enseguida para
examinaros a ti y a los bebés. Creo que…
Se oye un ruido fuerte y luego unos pasos que se acercan a toda
velocidad. Antes de que pueda reaccionar, oigo la voz de Gemma gritando
justo cuando choca contra mí.
—¿Dónde está?
Manteniéndome en pie, me aparto del camino de Gemma cuando
empuja a Zaku a un lado.
—Siento mucho llegar tarde —se queja—. Hemos venido tan rápido
como hemos podido. Vruksha tuvo que llevarme a cuestas por la montaña.
Está completamente despeinada, sucia y sudorosa.
—¡Lávate las manos antes de tocarlos! —grito justo antes de que
Gemma abrace a Daisy.
Ella salta hacia atrás, con los ojos desorbitados por la adrenalina.
—Mierda, sí. Joder. Ahora vuelvo.
Daisy, Zaku y yo compartimos una mirada sin aliento.
—Voy a dar… a vuestros invitados… la noticia por la que han venido y
a decirles que se larguen de aquí y os dejen en paz —concluyo.
Casi consigo salir por la puerta cuando Daisy me detiene.
—Shelby, ¿te quedarás al menos unos días?
Me detengo y la miro, apoyándome en el marco de la puerta.
—Claro que me quedo. Llevo un mes comiendo únicamente pescado y
me muero por un baño caliente en una de vuestras bañeras.
—Bien —dice.
Salgo al pasillo y respiro hondo, por fin puedo relajarme un poco. Los
últimos días han sido infernales, y no se los desearía ni a mi peor enemigo.
Preocuparme por Daisy y por llegar hasta ella a tiempo ha sido peor que
todo el tormento bajo las instalaciones… o casi peor.
Al volverme, mis ojos se posan inmediatamente en Vagan, que está en
el acantilado. A su lado está Vruksha.
Él también me cargó hasta aquí; fue más rápido así. Me dirijo a la
cocina y busco un cuenco grande, llenándolo de agua. Con el acceso a la
casa de Zaku, concedido únicamente a Gemma y a mí, me dirijo a la puerta
con los ojos de al menos una docena de machos que siguen todos mis
movimientos. Reconozco a uno de ellos… Krellix, creo, que espera al
fondo. A su lado hay un macho verde claro con grandes ojos negros.
Vagan y Vruksha se reúnen conmigo en la puerta, y Vruksha se dirige a
la casa.
—Está bien, los bebés y ella están bien y ahora descansan con Zaku —
digo lo bastante alto para que todos me oigan.
Hay conmoción entre los machos, siseos de todo tipo y miradas de
alivio en los rostros de varios de ellos. Por el rabillo del ojo, veo un rayo
negro y morado justo cuando desaparece en las sombras del bosque más
allá del césped.
Volviéndome hacia Vagan, le doy el cuenco de agua, que engulle. Me
voy y vuelvo con otro, deteniéndome en el umbral. La mitad de los machos
se han ido cuando regreso.
—¿Seguro que no son un problema? —pregunto, mirando a los que
quedan.
—No —Vagan me acaricia la mejilla con el dorso de la garra—. Son
curiosos. Nada más.
—Bien.
—¿Estás bien?
Apoyando la cara en su mano, asiento con la cabeza.
—Solo estoy cansada. Voy a quedarme unos días para asegurarme de
que todo va bien.
—Te echaré de menosss.
No puedo evitar sonreír.
—¿Me echarás de menos? No tienes por qué.
Tararea.
—Te echo de menos siempre.
Le miro a los ojos.
—Yo también.
Cuando uno de los bebés empieza a llorar, doy un brinco y miro detrás
de mí.
—Debería…
Esta vez, asiente.
—Vete.
—¿Te quedarás aquí?
—Observando. Esperando. Siempre.
—Eres muy bueno en eso —me burlo.
Vagan retrocede, sin dejar de mirarme.
—Lo sé.
Se desliza hacia las sombras de los árboles, y una parte de mí quiere
seguirlo, estrecharlo contra mí y decirle que siempre he sentido sus ojos
puestos en mí.
Ya habrá tiempo de sobra para eso más tarde. Vagan y yo solo acabamos
de empezar nuestro viaje. Me doy la vuelta y me dirijo a la habitación
donde me espera mi nueva familia. Costará trabajo, necesitará tiempo,
perdón y mucha confianza, pero algún día sé que Vagan se redimirá y será
bienvenido.
Pero esa es otra lucha, para otro momento.
Veo a Gemma acurrucada en la camilla médica junto a Daisy, está
limpia, con el pelo húmedo. Voy al otro lado y me abro paso a la fuerza
hasta la camilla con ellas.
—Arrímate.
—¡No hay sitio!
—Pues haz sitio —resoplo—. Quiero entrar.
Al apretarme contra ella, Zaku se queda acunando a uno de sus hijos
mientras Daisy se afana en ayudar al otro a engancharse.
—Es como si consiguiera un harén sin siquiera pedirlo —se burla
Gemma de Zaku.
—No quiero un harén —murmura secamente.
—No me importaría teneros siempre cerca —ríe Daisy—. ¿Por qué no
se engancha, Shelby?
Me meto entre ellas y enrosco los dedos alrededor del pezón de Daisy.
—Podría tener problemas con las cicatrices. Empieza por el labio
inferior. Lo solucionaremos —bostezo, ayudándola distraídamente a
exprimir el calostro en la boca del bebé. La lengua del bebé se bifurca y me
hace cosquillas en el dedo cuando se desliza para explorarlo.
—¿Cómo sabes tanto? —pregunta Gemma, ahogando su propio
bostezo.
—No lo sé, la verdad. Le hice muchas preguntas al orbe, y el resto…
Supongo que lo recuerdo de haber estado rodeada de tantos bebés cuando
era niña. Mi madre era matrona.
Daisy se acomoda.
—¿Matrona? ¿En una colonia?
—Sí.
—Qué suerte.
—Sí.
Al oír un suave ronquido, me levanto para ver a Gemma desmayada al
otro lado de ella. Daisy me dedica su propia sonrisa cansada.
—Creo que está cansada.
Me vuelvo a tumbar, acurrucándome en el costado de Daisy.
—Yo también. ¿Tú no?
Ella asiente.
No podré tumbarme mucho tiempo; tengo demasiadas cosas que hacer,
pero durante unos minutos descanso junto a mis hermanas. Como con
Vagan, moriría por ellas, lucharía por ellas y las protegeré con todo lo que
tenga. Puede que no eligiéramos nuestros destinos, pero los hicimos
nuestros a pesar de todo.
Y en el proceso encontramos el amor.
Y eso…
Eso lo es todo.
EPÍLOGO: CAPÍTULO DOS

MONSTRUOSO

Collins

M E DESPIERTO , notando que la cabeza me mata. La habitación me da


vueltas, me tranquilizo y calmo mi respiración, consciente inmediatamente
de quién soy y de lo que he hecho. Mis instintos de entrenamiento entran en
acción y vuelvo a acomodarme en la posición en la que estoy.
Luego espero y escucho, tanteando mi cuerpo sin hacer ruido,
aprendiendo lo que puedo de lo que me rodea.
Silencio.
Solo hay silencio.
No percibo a nadie a mi alrededor, vigilándome, esperando a ver si me
despierto. Al cabo de un rato, me doy cuenta de que estoy completamente
solo.
Y eso significa que estoy a salvo, por ahora, y que Shelby se ha ido. No
sé si está muerta o se ha ido, pero puedo moverme sin alertar a nada de que
estoy vivo.
Tanteo mis extremidades, me duelen todas las articulaciones, solo que
no hay un dolor insoportable. Debería haber dolor. Lo último que recuerdo
son unas manos alrededor de mi cuello, rompiéndolo, quebrándome la
columna vertebral. También recuerdo un impulso abrumador de luchar, de
destruir todo a mi paso, y de comer.
Estaba hambriento. Todavía lo estoy.
Es esta hambre la que me hace mandar la cautela a paseo y levantarme
sobre los brazos para mirar a mi alrededor.
E inmediatamente me arrepiento de haberlo hecho, al ver el cadáver
sobre el que estoy tumbado.
Tieso por el rigor mortis, el Lurker es tan jodidamente feo como la
primera vez que lo vi. Salvo que ahora le han arrancado la garganta.
Escupo, aún tengo parte de ella en la boca.
Me quito de encima al alienígena muerto y ruedo por el suelo junto a él,
mirando al techo, masticando distraídamente el cartílago que me queda
entre los dientes. Mi hambre crece y trato de luchar contra ella, contra este
dolor vacío y constante en el estómago, sabiendo que es una batalla perdida.
Con la peste en mis fosas nasales, me doy la vuelta y doy un mordisco al
cuerpo del alienígena.
A cada bocado, a cada desgarro de carne, me estremezco, escupo y
gimo ante lo que estoy haciendo. Del horrible acto que estoy cometiendo.
La carne correosa y dura se encoge entre mis dientes, desgarrándose en mis
afilados incisivos. El Lurker lleva tiempo muerto.
El cadáver ha perdido todo su calor.
Haciéndome más fuerte con cada bocado repugnante, y con menos
hambre, mi mente se agudiza. Los acontecimientos que me han conducido a
este momento golpean mi cabeza como balas.
Me administré una dosis de Génesis 8 “grado A”, sin preocuparme de
sus efectos inmediatos ni de su duración. Sabía lo que me esperaba. Solo
que no era consciente… del hambre… Lo único que me importaba era ser
fuerte, fuerte para Shelby, desesperado por ser su héroe, porque me mirara
como siempre había soñado que lo haría.
No había pasado años orquestando mi vida para ajustarme a la suya,
solo para perderla tan fácilmente a manos de otro.
Pero ahora se ha ido, ella ha tomado una decisión y yo he tomado la
mía.
Puedo saborear su sangre en mi boca, incluso ahora, incluso entre la
peste. Nunca olvidaré su sabor. Nunca olvidaré esa fracción de segundo en
la que no pude contenerme. Estaba tan loco, tan cansado, tan… enamorado.
Ella hizo bien en huir.
Intenté comérmela, sabiendo en todo momento lo mucho que
significaba para mí.
Por lo visto, transformarse produce mucha hambre. La maldita serpiente
hizo bien en acabar conmigo. No sé qué habría hecho si no…
Se me escapa un gemido de remordimiento.
Al acabar con el cadáver del Lurker, sintiendo cómo se desvanecen el
dolor de cabeza y los dolores en las articulaciones, me levanto y por fin
miro bien a mi alrededor.
Estoy en el vestíbulo fuera del primer ascensor, en la entrada de la
cúpula. Un maldito bosque subterráneo. Un bosque que conozco demasiado
bien después de haber sido perseguido a través de él durante horas por el
cabrón que tengo a mis pies.
Me los miro y separo los dedos de los pies.
Mis pies… ya no son pies humanos. Alargo la mano hacia abajo y me
arranco lo que me queda de las botas militares, revelando unos dedos en
forma de garras con escamas. A partir de ahí, me doy cuenta de que todo mi
cuerpo está cubierto de unas escamas resistentes. Me arranco lo que queda
de los pantalones, deslizando los dedos por la pierna.
Son más largas, musculosas y ya no se parecen a nada humano. Me
cuesta ponerme de pie, pero cuando encuentro de nuevo el equilibrio y me
adapto a él, mis piernas emanan fuerza. Estoy acorazado por naturaleza.
Inhalo bruscamente, mis hombros se doblan y mi espalda cruje.
Me acerco a una de las ventanas de la cúpula y estudio mi forma en el
débil y tembloroso reflejo de las luces lejanas que emanan del repetidor
central de la cúpula.
Envuelta en reflejos rojos y azules, veo mi cara por primera vez y me
relamo los labios.
Soy yo.
Sigo aquí.
Puede que mi cara sea más ancha, más afilada, quizá un poco más larga,
pero me reconozco entre mis nuevos rasgos. Mi pelo ha desaparecido y
también mis cejas. Mis ojos son más oscuros, casi inyectados en tinta negra,
y las lágrimas que no me había dado cuenta de que me caían, están creando
huellas oscuras por mis mejillas correosas.
Pruebo una de ellas y la encuentro salada, como una lágrima humana.
Mmm.
Mis dedos son más largos, mi pecho más ancho, y mis músculos más
marcados. Lo que queda de mi uniforme cuelga de mi cuerpo hecho jirones.
Y mi miembro…
Lo cojo, molesto al verlo fuera de mi ropa, ropa que no podría ocultarlo
aunque quisiera a estas alturas, y lo compruebo con un apretón.
Cuando la agarro, mi miembro está duro como el acero, y ese es un
cambio que puedo aceptar. También ha crecido, y su grosor se ajusta al
mayor tamaño de mi nuevo cuerpo, que ya no es tan delicado. Mis
testículos han desaparecido, y gruño, apartando de mi mente por el
momento este preocupante cambio anatómico.
Necesito salir de este lugar y volver a la superficie.
Ahora que se me ha quitado el hambre, sé que no puedo quedarme aquí.
No voy a morir, no tan fácilmente, y acabar como el alienígena muerto,
atrapado en una cúpula, no es precisamente un destino que esté dispuesto a
sufrir.
Al girarme hacia las puertas del ascensor, una nueva emoción me
invade.
Furia.
Furia pura y simple.
Shelby se ha ido.
Mi vida ha desaparecido.
Todo lo que siempre he querido, por lo que he trabajado sin descanso, se
ha ido. El entrenamiento, los rangos, la sangre, el sudor y las lágrimas para
algún día probar lo que valgo ante la Central de Mando y ser ascendido a
Capitán, se acabó. Firmar un contrato matrimonial con Shelby, tener hijos
con ella, todo se acabó.
¿Y para qué?
Me miro las manos y las aprieto.
Alguien va a pagar por ello, y sé exactamente lo que tengo que hacer.
Me dirijo al ascensor, abro de un tirón las puertas metálicas y subo por
el eje hasta arriba, trepando por el agujero que hice cuando perseguía a
Shelby. El olor de su sangre inunda mis fosas nasales y siseo, con una
lengua larga y gruesa saliendo de mi boca, saboreando el aroma en el aire.
Es viejo. Su sabor es viejo. ¿Días? ¿Semanas? No lo sé. A trompicones
contra la pared, miro a mi alrededor, temiendo tropezar con su cadáver.
Únicamente hay sangre, mucha sangre, marrón, seca y costrosa. Abro
las puertas y salgo a empujones del pequeño espacio cubierto de sangre, y
encuentro el pasillo con los viejos huesos del guardia de seguridad. Me
dirijo de nuevo hacia los túneles y sigo el rastro de Shelby hasta el lugar
donde caímos.
Observando un único haz de luz, miro hacia arriba y veo un túnel largo
y dentado, ligeramente oculto por rocas y tuberías sobre mí.
Se me abren las fosas nasales y cierro los ojos.
Ha conseguido salir.
La maldita serpiente la sacó.
Ojalá pudiera decir que le odio por hacer lo que yo nunca habría sido
capaz de hacer, aunque la hubiera llevado tan lejos, pero no lo hago. Ella
nos necesitaba a los dos para sobrevivir. Él la sacó cuando yo le había
fallado horriblemente.
Y estaba ahí cuando ella más me necesitaba…
Estará a salvo con él. Más segura con él que conmigo.
Olfateo el suelo donde sé que estaban, prácticamente los veo
acurrucados juntos sobre las rocas, y aprieto los dientes.
Empiezo a trepar.
Mi furia vuelve mientras me arrastro hacia arriba y atravieso el
pasadizo, sabiendo que me acerco cada vez más a mi objetivo.
Sabiendo que pronto lo tendré gritando por piedad.
Sufrirá por lo que ha hecho, y por lo que ha causado. Si no es por mí, o
por Shelby, será por los demás compañeros que han muerto o han resultado
heridos por su culpa. Sufrirá.
Peter pagará por ello.
Si tengo que darle caza por todo el universo, lo haré.
NOTA DE LA AUTORA

Gracias por leer Coral Azul, Libro III de Las Novias de los Naga. ¡El final
de esta primera parte de la serie! Si te ha gustado la historia o tienes algún
comentario, por favor, deja una valoración o una reseña. Continúa con
Víbora de la Muerte si quieres saber más sobre los feroces machos naga que
gobiernan la Tierra y todos sus secretos, y sobre las poderosas mujeres que
los aman.
Si adoras los cíborgs, los alienígenas, los antihéroes y la aventura,
sígueme en Facebook o a través de mi blog para recibir información sobre
nuevos lanzamientos y actualizaciones.
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Naomi Lucas

¡Pasa la página para conocer Víbora de la Muerte, Libro IV de Las Novias


de los Naga!
VÍBORA DE LA MUERTE

Las hembras han regresado a la Tierra, traídas por tecnología en la que no


confío. Han sido reclamadas, han anidado y las han mantenido lejos de mí.
El roto. El oscuro.
Siempre estaré solo.
Cuando una de esas cápsulas cae del cielo y aparece una hembra
humana vestida de negro, me asombro. La NECESITO.
Pero ella está rodeada de hombres.
Por lo tanto, me acercaré a ella sigilosamente.
La acecharé, aprenderé todo sobre ella y esperaré el momento oportuno.
Y cuando llegue el momento, tenderé mi trampa.
La atraparé.
Entonces la reclamaré.
Nadie más que YO.

Haz clic aquí para ver la historia de Zhallaix…


CAPÍTULO UNO

ATERRIZAJE

Celeste

—Entrar y salir, muchachos. Esa es la misión. Conseguimos el objetivo y


salimos. Esto no son prácticas de campo. Este planeta es peligroso, e
informes anteriores indican que los lugareños son muy agresivos.
—Venga ya, Capitán. No es como si estuviéramos aterrizando en
Hellion. Esto es la Tierra. Todos sabemos que ahí abajo solo hay polvo y
huesos.
No presto atención a Roger. Le encantan las bromas y los comentarios,
y siempre siente la necesidad de aligerar el ánimo de mi equipo. Suele
hacerlo cuando está nervioso.
—Kyle, ajústate las correas. Hasta que no soltemos la cápsula, el
descenso será mucho más duro de lo que estás acostumbrado —le digo.
Roger sonríe desde donde está sentado frente a mí.
—Nadie quiere oler a vómito en su primera misión.
Una vez que nuestra nave esté lo suficientemente cerca del planeta,
descenderemos en picado en una cápsula de combate. El piloto de la nave
dejará caer el contenedor en el que estamos, apuntando hacia la ubicación
de nuestro objetivo. Hasta que hagamos contacto, estaremos en caída libre.
El descenso será duro. Siempre lo son en las cápsulas de combate. Algunos
soldados han muerto porque sus correas no estaban lo bastante apretadas.
A veces morían de todas formas.
Los que están al mando no nos van a dar una nave. Ya hay una
esperándonos en la Tierra, la misma que trajo aquí al equipo de Peter.
Solamente tenemos que encontrarla, averiguar qué les ha pasado al Capitán
Peter y a su equipo, y traerlos a todos a casa.
Mientras mis hombres se acomodan en sus asientos, compruebo el mapa
satélite de Punto del Águila. La nave se encuentra actualmente varios
kilómetros al norte del emplazamiento original de la misión y se asienta en
la base de una montaña. La nave de Peter no se ha movido en varios meses,
no desde el despegue de emergencia.
Y su posterior accidente.
La nave de Peter nunca llegó a salir de la Tierra y, poco después, se
perdió todo contacto. Desde entonces, la Central de Mando está a oscuras.
Y a la Central de Mando no le gusta estar a oscuras.
—La cuenta atrás empieza en un minuto.
Bajo el mapa y me coloco las gafas.
Se suponía que la misión de Peter era fácil, encontrar el paradero de la
tecnología enemiga y llevarla a El Temible con la esperanza de que
podamos descubrir una forma de luchar contra los Ketts. Necesitamos
cualquier cosa que nos dé ventaja. Porque nos estamos quedando sin
opciones.
—Tranquilos —le recuerdo a mi equipo—. Respirad hondo y con
calma. Esto terminará antes de empezar.
El silencio de Stoney me responde mientras escaneo a mi escuadrón por
última vez. Están centrados y alerta.
Bien.
La cápsula tiembla y se levanta de su base, desconectándose de la nave
de transporte. Alzo los brazos, me sujeto las correas sobre el pecho y me
uno a mis hombres.
Ya estamos cerca de la Tierra.
Nuestro mundo.
¿Cómo he podido acabar aquí?
La voz del piloto por el intercomunicador empieza la cuenta atrás desde
treinta. Mis dedos se contraen y los cojines que tengo a ambos lados de la
cabeza se tensan, inmovilizándome la cabeza. La luz que hay sobre nosotros
parpadea cuando la cápsula se tambalea. Luego la luz se apaga por
completo.
Mis hombres guardan silencio durante todo esto, probablemente con el
estómago encogido y tragándose la bola de ansiedad alojada en la garganta.
A nadie le gusta que le dejen caer, sobre todo en la oscuridad. Inhalo y
le pido a Dios que aterricemos en terreno llano.
—Cinco. Cuatro. Tres —se me cierran los ojos— Dos. Uno.
Nos sacudimos mientras un sonido sordo y estremecedor lo envuelve
todo. Siento el vacío en las tripas y en la cabeza, que me marea y me hace
temblar. Aprieto los dientes.
El zumbido del aire, de la presión cortante, abarca el espacio interior de
la cápsula, y mis botas se levantan del suelo. Las aprieto hacia abajo a
medida que aumenta la sensación de ingravidez, a medida que un segundo
se vuelve eterno.
Mi cuerpo se sacude hacia arriba, empujando mi alma fuera de mi
cuerpo, y nos detenemos mientras me sacudo con la misma violencia hacia
abajo. La presión desaparece. Las luces parpadean y hay un momento de
tensión mientras todos abren los ojos.
Saco los dedos de las correas.
—Ya estamos.
Roger maldice.
—Creo que me he meado en los pantalones.
El Oficial Ashton es el primero en levantarse de su asiento. Es el que
lleva más tiempo conmigo y es el analista del equipo, además de mi
copiloto.
—¿Y cuándo no te meas encima?
Siguen discutiendo mientras me aliso el uniforme y me subo las gafas.
Desengancho mis pertenencias de debajo del asiento, tiro de las correas de
mis armas y me dirijo a la parte trasera de la cápsula para coger mi fusil del
armario. Cuando estoy segura de que no está atascado, me pongo la
riñonera.
Mi mano se detiene sobre el bulto de mi bolsillo derecho, comprobando
la pequeña grabadora que me dio la Dra. Laura una hora antes del despegue.
Está intacta. Suspiro y me dirijo a la parte delantera, donde Ashton está
arrodillado junto a la compuerta y mirando su tablet.
Miro la pantalla por encima de su hombro.
—¿Qué ves?
—La temperatura es de 24 grados centígrados, el aire está limpio de
partículas de radiación, los niveles de oxígeno e hidrógeno son buenos y
estamos en terreno llano. El Capitán Briars ha hecho bien las cuentas.
—¿Y la nave?
Mueve la pantalla y aparece otra.
—La nave de Peter está al sureste de nosotros a unos cinco kilómetros.
—Bien. No está muy lejos.
—Como he dicho, Briars ha hecho bien las cuentas.
—¡Capitán, a Liam le pasa algo!
Josef se para junto al Suboficial Liam, que está encorvado y tose saliva.
Saca su escáner médico y empieza a examinarlo.
Abro mi cantimplora de agua y me dirijo hacia ellos.
—Bebe —ordeno.
Liam se limpia la boca y toma mi agua.
—Gracias, Capitán.
—Sus constantes vitales son normales pero elevadas. Está bien —
murmura Josef y guarda el aparato—. Solo está verde.
Liam vuelve a limpiarse la boca y me devuelve la cantimplora.
—Claro que estoy bien.
—Es tu primer descenso. Suele pasar.
—Siempre hay alguien que vomita —bromea Roger.
Vuelvo a la parte delantera y aseguro el resto de mi equipo. Liam y
Josef me siguen y hacen lo mismo.
Poniendo mi fusil por delante, me dirijo a mis hombres.
—Se supone que no debemos interferir con la vida alienígena local a
menos que sea absolutamente necesario. No debemos llamar la atención en
ningún caso —les recuerdo—. Según los informes del Capitán Peter, estos
nagas son sensibles y muy inteligentes. Si ves uno, lo reconoceréis. Se
parecen a nosotros, solo que no son bípedos. Hagamos esto de forma rápida,
y directa. Iremos directos a la nave.
—¿Qué pasa si llegamos y están todos muertos?
Me encuentro con los ojos de Liam al fondo. Tiene la cara blanca como
un fantasma y está claro que no se encuentra bien. Quizá el agua no haya
sido suficiente.
—Esperemos que no sea así. Nos cubriremos las espaldas mutuamente,
¿entendido? —miro a cada uno de ellos mientras lo digo—. Esto es la
Tierra, recordadlo, no es un campo de guerra. ¿Cuál es nuestro lema?
—La vida es demasiado corta para cagarla.
—Exacto.
Mis hombres saben lo que hacen y confío en sus habilidades. Aunque
Liam y Kyle son nuevos, me sirven principalmente como refuerzo en esta
misión. Josef, es el médico de mi equipo, y Roger, mi segundo al mando,
ambos son Oficiales y han estado conmigo desde que me trasladaron del
frente para servir en El Temible. Ambos son unos excelentes soldados, pero
Ashton y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo.
Yo había sido la única soldado superviviente tras la toma del espacio
aéreo de la Colonia 4 por los Ketts. Mi nave se estrelló en las afueras de
Ciudad Huryanta justo cuando los alienígenas dirigían su atención hacia el
planeta y la gente que aún estaba atrapada en él. Conseguí entrar en la
ciudad, llegar a la base local y ayudar a los ciudadanos a contener a los
Ketts el tiempo suficiente para reparar una de las pocas naves que les
quedaban.
Gracias a la presencia de un piloto, el pueblo recuperó la esperanza.
Sacar aquella nave del planeta debería haber sido imposible, pero el
destino se puso de mi lado, y no solo pude salvar mi vida, sino también la
de Ashton, que es hermano de un Coronel del ejército de El Temible.
Cuando me trasladaron a El Temible, me acompañó. Me condecoraron, me
ascendieron de clase social y rango, y me dieron mi propio equipo.
El Coronel dijo que una mujer con un gran sentido de la supervivencia
no debía desperdiciarse en los Ketts. Ahora era una heroína. Se me podía
dar mejor uso, y estuve de acuerdo porque si volvía a enfrentarme a un
Kett, sabía que sería lo último que vería.
Tuve suerte, y miedo. Acepté y me convertí en Capitán.
Pero nadie tiene esa misma suerte dos veces.
Al cruzar por última vez nuestras miradas, Roger me devuelve una
pequeña sonrisa.
Tecleo el código de autorización en el panel de la cápsula de combate.
La presión satura mis oídos cuando la puerta cede y desaparece en el
interior de las paredes de la cápsula.
En medio de la oscuridad, me rodea un desierto alienígena.
Respira, dice la voz de Laura en el fondo de mi mente.
Inhalo bruscamente, enciendo mi visión nocturna y salgo a tierra
sagrada.
LIBROS DE NAOMI LUCAS

Cyborg Shifters
Wild Blood
Storm Surge
Shark Bite
Mutt
Ashes and Metal
Chaos Croc
Ursa Major
Dark Hysteria
Wings and Teeth

The Bestial Tribe


Minotaur: Blooded
Minotaur: Prayer

Venys Needs Men: Tropical Dragons


To Touch a Dragon
To Mate a Dragon
To Wake a Dragon

Naga Brides
Viper
King Cobra
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Boomslang
Cottonmouth (Coming Soon!)

Valos of Sonhadra
Radiant

Stranded in the Stars


Last Call
Collector of Souls
Star Navigator

Standalones
Submitting to Cerberus
Cyborg Pool Boy

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