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forma alguna sin el permiso por escrito de la autora.
Vruksha — Víbora
Azsote — Culebra
Zhallaix — Víbora de la Muerte
Syasku — Boca de Algodón
Jyarka — Cascabel
Zaku — Rey Cobra
Vagan — Coral Azul
Krellix — Cabeza de Cobre
Lukys — Mamba Negra
Xenos — Crótalo Cornudo
UNO
FALSO POSITIVO
Shelby
FALSO POSITIVO
Vagan
OSCURIDAD Y DESEO
Shelby
Shelby
EL ARGUMENTO
Vagan
Shelby
Vagan
C OJO A S HELBY y la estrecho entre mis brazos antes de que caiga de lado,
fría como la muerte entre mis brazos. Collins grita algo, pero no le presto
atención y pongo la oreja en los labios de Shelby. Su respiración
entrecortada me acaricia la piel y la abrazo con más fuerza.
—¿Qué estás haciendo? —gruñe Collins, agarrándome del hombro—.
¿Qué pasa?
—Abre la puerta —le digo bruscamente, y me quita la mano de encima.
Levanto a Shelby en brazos y me dirijo a la entrada que me ha señalado,
esparciendo los huesos de los antiguos humanos a mi paso.
El túnel sigue serpenteando, pero hay mucho más que la puerta ante la
que se desplomó Shelby. El túnel se abre a una sala mucho más grande con
vehículos, rampas y grandes cajas. Entre ellas hay máquinas y paredes con
grandes rejas con cuerpos de humanos muertos hace mucho tiempo. No veo
más puertas que las puertas dobles que Shelby me indicó. Al oír que Collins
me sigue, acelero el paso.
—Suéltala o te disparo —me amenaza, presionándome con algo en la
espalda cuando me alcanza—. Juro por los veloces vientos de la Colonia 8
que lo haré.
—Está inconsssciente —siseo, deteniéndome ante las puertas. Son
macizas, y tienen unas franjas de metal.— Huele a sangre. No tenemos
tiempo para tus estúpidas amenazas, humano. Tenemos que llevarla a un
lugar seguro. Necesita agua.
Los dos la necesitamos.
—Que te den… joder —maldice, frunce el ceño y mira a Shelby. Odio
ver la preocupación cruzar su rostro—. Sabía que era peor de lo que me
estaba contando.
Collins me lanza una mirada de advertencia, aparta de su camino a
patadas los cuerpos que hay delante de una de las puertas y tira de ella. La
puerta no se abre.
—Antiguos sistemas de seguridad —murmura.
Hay un panel parpadeante en la pared junto a las puertas, que golpea
con el puño.
Noto que Shelby tiembla y me enrosco a su alrededor todo lo que
puedo, dándole el calor que mi cuerpo puede ofrecer, que es muy poco.
—Retrocede —advierte Collins, sacando algo del cinturón que lleva
enganchado a la cintura, y pegando esa cosa a la puerta—. Voy a reventarla.
¿Reventarla?
Gruñendo de frustración, retrocedo, pero no lo hago hasta que él
retrocede, y le sigo hasta donde se agacha detrás de uno de los vehículos
más grandes.
—Protégela —me advierte, echándonos un vistazo a Shelby y a mí—.
Está embarazada y no necesita que la hieran más de lo que está. Ya ha
sufrido bastante. Esto podría complicarse.
Pulsa un botón de la cosa que tiene en la mano y se cubre la cabeza.
¿Embarazada? Se me oprime el pecho de rabia ante las mentiras
descaradas de este macho.
No está embarazada.
El túnel estalla y los escombros llueven por todas partes. La explosión
me hace estremecer y despierta a Shelby. Me agacho y enrosco mi cola
alrededor de ella. Suena una sirena y de donde antes había luces ahora
parpadean luces rojas. Shelby se resiste a que la sujete y me empuja el
pecho y mis heridas. Aprieto los dientes y me enrosco aún más alrededor de
ella mientras en el túnel aún suena la sirena, y el hedor de las sales
corrosivas llena mis fosas nasales.
Al cabo de un momento se tranquiliza y nos quedamos así hasta que el
polvo se disipa y solo queda la sirena y las luces rojas.
—¿Qué está pasando? —exclama, mirando a su alrededor, tratando de
ver por encima de mi brazo.
Me despego de ella.
—El macho la está “reventando” —le digo.
Ella frunce el ceño y vuelve a estremecerse al asentir.
—¡Vamos! —grita Collins, poniéndose en pie y dirigiéndose al lugar
donde estaba la puerta.
Levantándome con Shelby, mi curiosidad por aquello de “reventarla” se
desvanece cuando Collins vuelve a sacar su enclenque arma y se acerca al
agujero. Su espalda choca contra la pared contigua y echa un vistazo a su
interior.
—Despejado —ladra mientras me uno a él.
Enfunda su arma.
Qué raro. Este macho es muy raro.
Ha hecho que caigan más piedras cuando nosotros escapábamos de las
otras piedras que caían. Es muy ruidoso. No sobreviviría en mi bosque. No
por mucho tiempo, eso seguro. Las cosas ruidosas atraen a los animales, a
los de mi especie y a los robots malvados. Las cosas ruidosas no duran
mucho siendo ruidosas.
Y también es un mentiroso.
Shelby no está embarazada de su prole. Pero pronto lo estará de la mía.
Es inevitable entre compañeros.
De todos modos, le sigo hasta el espacio que hay más allá. Es otro
pasillo, más pequeño que el anterior, y al final hay otro par de puertas
dobles con otro panel. Collins intenta abrir las puertas, pero no se mueven.
Maldice un poco más.
Maldice mucho, haciendo más ruido. Me debato entre dejarle solo y
llevarme a Shelby a otro sitio para que descanse.
Pero entonces nos mira a mí y a ella, pasándose la mano por la cara.
—Solo tenía una granada. ¿Tienes alguna idea de cómo atravesar esto?
Si no, vamos a tener que idear un nuevo plan pronto —dice.
Shelby gime.
—Déjame bajar. Podría…
Aprieto los brazos.
—La romperé.
Él se echa a reír.
—¿Romperla? —Collins mueve el brazo hacia atrás, indicando las
puertas—. Son puertas de seguridad de acero macizo construidas por los
militares. No están hechas para romperse. Se pueden reventar, pero no
romper.
Su risa provoca mi ira. No hay nada gracioso en nuestra situación.
—Parece que hayas salido cavando de los siete círculos del infierno,
chico serpiente. No estás como para romper nada —continúa, volviéndose
hacia las puertas.
Coloco suavemente a Shelby en el suelo, donde puede apoyarse en la
pared. Prefiero que esté en el suelo a que esté en brazos de este macho,
aunque esté dispuesto a protegerla. Poniéndome de cara a Collins y a las
puertas, me deslizo hacia ellos. Él retrocede cuando apoyo las palmas de las
manos en el metal y se acerca a Shelby, agachándose a su lado.
Mi ira aumenta.
Me está poniendo de los nervios. Si fuera un naga, ya habríamos
luchado y decidido quién es el alfa. Está claro que soy yo, pero él actúa
como si no lo fuera. Tendré que vigilarle de cerca para que no ponga a
Shelby en más peligro.
Presionando las palmas de las manos contra el metal, empujo, probando
a qué me enfrento.
—Ya te lo he dicho. Es metal sólido. Nada lo atraviesa —se burla.
Me enfurezco y enrosco la cola debajo de mí, aguantando el dolor.
Imaginando a Collins en lugar de la puerta, tenso mis miembros y me
preparo. Al golpear con todas mis fuerzas, las puertas se hunden hacia
dentro, doblándose por el impacto. Vuelvo a golpear varias veces más, y las
puertas salen volando de la pared. Apartándolas de nuestro camino, me
apoyo contra la pared antes de desplomarme, reprimiendo un gemido
agónico cuando los huesos de la cola me destrozan las entrañas.
Collins guarda silencio mientras ayuda a Shelby a levantarse. La rodea
con el brazo y la conduce a través de la entrada rota, lanzándome una
mirada cautelosa. Ya no se ríe.
Me tomo un minuto antes de seguirles, dejando que mi ira se calme. Ver
su brazo alrededor de ella, verla aceptar su contacto con tanta facilidad, me
molesta. Los celos vuelven a burbujear en mi cabeza, imaginándomelos
juntos en… su nido.
Me levanto de la pared y voy tras ellos.
Al otro lado hay otro pasillo, con más puertas a ambos lados y muchos
más cadáveres. A mi derecha hay una pequeña alcoba con viejos muebles
humanos. Encuentro a Shelby sentada en un sofá polvoriento, mirando
hacia un lado, y a Collins revisando detrás de ella entre sus trenzas oscuras.
El pelo le cuelga por los hombros hasta la mitad de la espalda. Ella tiembla
con la cara entre las manos.
—Por favor, haz que paren las sirenas —gime entre las palmas de sus
manos—. Me va a estallar la cabeza.
Sus palabras me hacen contenerme.
—Yo las detendré.
Collins se vuelve para buscar su origen y me llama.
—Espera, chico serpiente. Si encuentras agua, vendas, un botiquín, algo
que pueda ayudarla, cógelo y tráelo contigo. Tiene un corte que hay que
limpiar. Si se infecta, está jodida.
¡No me digas cómo cuidar a una hembra! ¡Mi hembra!
Me clavo las garras en las palmas de las manos.
Hará falta mucho más que eso para no estrangularlo y arrojarlo lejos de
mí. Elijo las puertas de mi derecha y las abro. Al principio, no encuentro
nada, solo habitaciones con muebles, escritorios y sillas. Algunos tienen
cadáveres en su interior.
Dejando atrás estas habitaciones, descubro otras con máquinas. A mitad
del pasillo, encuentro la fuente de las sirenas y rompo el altavoz. El ruido se
detiene y me dirijo al siguiente altavoz, destruyéndolo también.
Los destruyo todos.
Después, llego a una sala con mostradores y grandes recipientes de
líquido. Algo que parece agua chapotea dentro de uno de ellos, y mis
nervios rugen. Rompo uno y empapo mis miembros con el líquido rancio.
Agua. Todo mi cuerpo jadea, absorbiéndola.
Empapado y cogiendo algunas ropas humanas desechadas de un
perchero, arrastro uno de los recipientes hasta donde me esperan Shelby y
Collins.
Ya no tiene las manos sobre ella cuando vuelvo.
Trabajamos juntos para limpiar la herida de Shelby, secándole la sangre
y haciendo vendas con la ropa. Ambos humanos me observan tragar un
poco de agua antes de beber ellos también.
—Mejor esto que nada —murmura Collins—. Descansaremos aquí esta
noche y continuaremos después.
Se acomoda en el polvoriento sofá y cierra los ojos mientras Shelby
recoge las piernas y se tumba a su lado, apoyando la cabeza en el
reposabrazos. Me mira a los ojos.
—Gracias —dice, pasándose una trenza por detrás—. Por el agua y por
parar las sirenas. Gracias —bosteza—. Por todo.
Asiento con la cabeza.
—Ahora descansa. El olor de tu sangre es denso en el aire. No me gusta
ese olor.
Me mira fijamente un momento más antes de cerrar los ojos y dejarse
caer sobre los cojines. Al cabo de unos minutos, la tensión de su rostro
disminuye.
Es un espectáculo hermoso de contemplar.
Me acomodo contra la pared opuesta para observarla y descubro que
Collins me está estudiando. Levanta los pies de Shelby, le quita las botas y
los coloca en su regazo.
Reclamándola.
Le sostengo la mirada mientras vuelve a sacar el arma y la coloca sobre
su muslo.
—Puede que le hayas salvado la vida, pero yo también. Y es conmigo
con quien tiene una larga historia —me advierte—. Inténtalo todo lo que
quieras, pero al final de todo esto, ella abandonará este planeta conmigo. La
Tierra no es su hogar. Nunca lo será. Yo soy su hogar.
Mantengo mis rasgos inexpresivos, sin darle nada, aunque la rabia
hierve a fuego lento en mis venas. Al final, se da cuenta de que no le
atacaré ni le hablaré, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.
Durante un rato, lo estudio, dejando que mi mente divague por lugares
oscuros, buscando maneras de deshacerme de él sin que ella se entere.
Puede quedarse con su historia. Yo me quedo con el resto. Shelby tiene
un nuevo hogar esperándola.
OCHO
Vagan
EL CAMINO ES INCIERTO
Shelby
Shelby
EL LURKAWATHIANO
Vagan
MOJADOS
Shelby
MONSTRUO
Vagan
EL LABORATORIO
Shelby
Shelby
Vagan
UN JUEGO PELIGROSO
Shelby
Q UIERO LLORAR .
Golpear.
Gritar.
Quiero golpearle con los puños por haberme hecho caer tan bajo.
Pero, más que nada, necesito que esté dentro de mí, apretando sus
caderas contra mis muslos.
Por un breve momento, hubo felicidad. Verdadera dicha, alcanzando el
clímax con sus dedos y su boca. Nunca había conocido una sensación así, ni
siquiera el par de veces que había estado con Collins. Excitación,
vergüenza, y euforia por algo que no fuera mi trabajo… Nunca había sabido
que otra cosa pudiera hacerme sentir así. Como si tuviera sol sobre mi piel,
el viento golpeando mi pelo y estuviera en los dorados campos de grano.
Un instante de paz. Del tipo que la gente persigue toda su vida para poder
experimentarlo, para que luego termine demasiado pronto y las feromonas
de Vagan vuelvan a hacer efecto en mí.
El placer, especialmente el placer propio, no es algo en lo que me haya
centrado nunca, viviendo en el mundo en el que he vivido. El deber es lo
primero.
No debería centrarme en ello ahora mismo.
Al tocarme los muslos, mi piel se calienta y enrojece, mi sexo se aprieta
alrededor de un horrible vacío. Me había satisfecho ese momento de
felicidad para que luego me lo arrancara y me dejara aún más vacía.
La evidente confusión de Vagan sobre cómo me afecta su olor es lo
único que me mantiene con los pies en la tierra. No conoce a los de su
especie. Es obvio por nuestras interacciones. Está solo. No ha mencionado a
ningún pariente. No ha mencionado su cultura en absoluto.
Porque no tiene. Nunca lo ha tenido. Empiezo a darme cuenta de esto.
Los nagas son muy primitivos a pesar de su conocimiento de la lengua
común y de las ruinas de la Tierra.
En el fondo de mi mente, la realidad intenta por todos los medios volver
al primer plano.
Empujo a Vagan un poco más hacia atrás, me deslizo fuera de la mesa y
me apoyo en él, mis rodillas ceden. Su miembro me roza el estómago y la
boca se me llena de saliva. Me arde la piel, incluso estando pegada a su
cuerpo frío.
Deslizo mis manos por su pecho, pasando mis dedos por su herida, y
cojo su miembro con las dos manos. Mi sexo se aprieta, feliz por mi
imprudente decisión.
Es de otra especie.
Es gruesa, con un bulto cada vez mayor que ensancha su centro.
Mojadas por la semilla, mis manos se deslizan hasta la base, acariciando el
nudo mientras suben hasta la punta. Es grande, más grande de lo que
cualquier hombre humano podría llegar a tener. Pero también es largo y
puntiagudo, lo que hace que el enorme nudo del centro sea un poco menos
aterrador.
Los pensamientos atrapados en el fondo de mi mente gritan. Pero un
profundo siseo me invade los oídos y me produce un delicioso escalofrío.
Vagan mueve las caderas y, sin querer, me tira hacia atrás contra la mesa.
Si esto ocurre, podría estar apareándome con él, vinculándolo a mí de
por vida.
“No te tomaré, sino que me uniré a ti.”
Sus palabras vuelven a mí.
Ocurre en otras especies alienígenas, y a veces en animales. Mis ojos se
abren de par en par. ¿Compañeros de por vida? ¿Con humanos? ¿Es eso
posible? Vagan inclina la cara hacia el pliegue de mi cuello y desliza la
lengua desde la clavícula hasta la oreja.
Si dejo que esto ocurra, habrá consecuencias. Aun así, mi cuerpo se
estremece de placer a pesar de mi ansiedad.
Sujeto su miembro con más fuerza y desvío la mirada de su miembro a
su cuerpo exuberante para encontrarme con sus ojos. Un hambre oscuro y
animal me devuelve la mirada. Separo los labios.
Ya está conmigo.
Lo ha estado desde el principio.
Es… mi héroe.
—Vagan —digo, más allá del miedo y completamente aterrorizada.
Aunque me gustaría decir lo que siento, no puedo evitar cerrar los
labios. El hambre en su expresión se vuelve más feroz mientras le acaricio
el miembro con vacilación. Me asusta aún más porque su expresión salvaje
me deja sin aliento y me pone a cien.
Lo suelto y vuelvo a sentarme en la mesa. Su mirada se posa en mi sexo
y la vergüenza se apodera de mi valentía. Empiezo a cerrar las piernas, pero
sus caderas se interponen entre ellas.
—No me obligues a suplicar.
¿Suplicar? ¿Suplicarle que pare? ¿Suplicar por más? Si se lo suplico, no
sé por qué se lo estaría haciendo.
Vagan me sujeta la cintura con las manos mientras acerca su punta a mi
abertura. Su semilla salpica inmediatamente mi interior. Tiemblo, la siento
empapada y me caliento aún más mientras él se aparta. Aprieto las rodillas
contra sus costados para detenerlo.
Sisea, se desliza hacia atrás y luego hacia delante.
Vagan me acerca de nuevo su enorme punta y empuja. Me estremezco
por el fuerte golpe de la penetración y me contraigo alrededor de su punta.
—Qué grande… —apenas me salen las palabras. Y que extraña, pienso,
mirando fijamente los azules zafiro y añil de su miembro alienígena.
—Compañera —vuelve a tararear esa palabra, manteniendo el cuerpo
inclinado.
Empiezo a temblar.
Me aprieta aún más.
Mi cabeza cae hacia atrás mientras un grito se desgarra en mi garganta.
—Mi pequeña hembra eres… más pequeña que yo —dice—. Y, sin
embargo, tu cuerpo da másss de sí.
Mis piernas se tensan contra él. El escozor se intensifica y Vagan se
inclina y me lame el cuello, y la oreja. El movimiento de su lengua me
relaja y el escozor disminuye. El placer se arremolina y aumenta.
—Dulce compañera, te abriré y acabaré con tu locura. Sssí. Te abriré
como el raro regalo que eres —ronronea, acariciándome la garganta—. Soy
digno.
Sus palabras revolotean y flotan en mi cabeza sin solidificarse. Nada de
lo que está pasando entre nosotros se materializa.
Caigo hacia atrás y aterrizo sobre su cola, ligeramente acolchada. La
punta de su cola se enrolla sobre mi hombro y se desliza por la parte
delantera de mi cuerpo. Se hunde más en mí, estirándome incluso más.
—Despacio —jadeo.
Sus dedos se posan en mi clítoris y empiezan a jugar con él, apretándolo
con fuerza como un botón. Mis caderas saltan en el aire y el miembro de
Vagan sale.
Suelta un gruñido y me sujeta las caderas con fuerza contra la mesa. Y
entonces vuelve a penetrarme, esta vez hasta el nudo. Grito y me aprieto
contra él, intentando expulsarlo.
—Deja de moverte —me ordena—. O volveré a derramarme por toda tu
carne. No quiero que se desperdicie más de mi semilla.
¿Desperdicie?
¿Que se desperdicie?
Vagan mueve las caderas y las palabras se desvanecen con todo lo
demás. Empuja, presionando su bulto contra mi abertura. Mis caderas se
estremecen contra la dura pared de un macho que intenta conquistarme. Mi
frente se llena de sudor y su lengua sale a lamerlo. Empuja un poco más, y
sus movimientos se vuelven más bruscos.
Intento relajarme. Ya no hay dolor, solo presión. Una presión que me
despeja la mente, pero solo un poco, porque significa que ya no estoy vacía.
Reconfortada, mi cuerpo se acomoda contra la mesa mientras cierro los ojos
y me dejo llevar por las sensaciones.
Si esto va a pasar sí o sí, será más fácil si participo de buen grado.
—Sssí —me anima, deslizándose parcialmente fuera de mí.
Empuja hacia delante e introduce su gran nudo.
Un grito ahogado me desgarra la garganta. Tirando de mis piernas,
Vagan me atrapa contra la mesa. Mis músculos internos se ponen a trabajar
para intentar sacarlo. Se detiene, completamente dentro de mí, sujetándome.
Retorciéndome, con mis miembros agarrotados, me preparo para el dolor,
para la singularidad de su miembro alienígena invadiéndome. Empujo, me
agito y me retuerzo, apretando y aflojando, intentando adaptarme a su
tamaño. Veo estrellitas a medida que aumenta la presión.
Y continúa aumentando.
Tartamudeo su nombre. Vagan me sisea al oído mientras mi mente se
hace pedazos.
—Sssssshhhhh…
Sus manos suben por mi cuerpo, pasan por encima de mi camisa y
vuelven a bajar. Sus siseos se convierten en un zumbido aún más profundo.
Las vibraciones hacen que mis nervios empiecen a moverse.
Mis músculos se desbloquean. Ahora tararea junto a mi oído.
El frescor de sus escamas absorbe el calor de mi piel. El dolor que temía
nunca llega. El poder de su cuerpo me encierra por todas partes, y solo lo
veo a él mire donde mire. Escamas azules y destellos de naranja brillante
me protegen del mundo.
Hace que sea fácil olvidar todo lo demás.
Respiro de nuevo mientras acomodo su miembro y mi mirada se posa
en él, que está sobre mí. Sus ojos oscuros se clavan en mí, y jadeo mientras
mi mente se desplaza involuntariamente a un lugar horrible. Un lugar donde
estoy atrapada.
Mis ojos se desvían a derecha e izquierda hacia los tensos brazos de
Vagan, a ambos lados de mí, y es como si volviéramos a estar bajo las
rocas. Un hilillo de sudor resbala desde su frente hasta la punta de su nariz
anaranjada.
Si me cae encima como en aquel momento…
—Shelby —gruñe, obligándome a volver a mirarle. La oscuridad que
había en ellos desaparece y lo único que queda es una suavidad que me
desconcierta aún más. Sus dedos se enredan en mis trenzas mientras baja y
roza con sus labios mi boca entreabierta—. Estás a salvo conmigo —gruñe.
Como si percibiera mi pánico.
Estoy a salvo. Unas lágrimas amenazan con brotar de mis ojos. Estoy a
salvo con él.
¿Verdad?
No estamos a punto de enfrentarnos a nuestra condena.
No estamos siendo aplastados lentamente. Aprieto las piernas a su
alrededor. Son libres, y nosotros también. Aprieto mi pecho contra el suyo,
inhalo su dulce aroma antes de que las rejillas de ventilación me lo roben
todo, y lo disfruto.
Es como si nunca hubiéramos salido del derrumbe.
Esto está mejor.
—Eres mía —gruñe, diciendo lo mismo que antes, y el calor estalla en
lo más profundo de mi ser—. Mía… Mía… Mía —gruñe con fuerza.
Su miembro se sacude con fuerza y sale disparado contra mí, arquea la
espalda y se levanta sobre los brazos. Su lengua acaricia el aire mientras sus
caderas se estremecen. La presión aumenta. Su nudo crece, abriéndome aún
más, obligando a mis músculos internos a ceder ante él.
Me estremezco.
El éxtasis vuelve, caliente y rápido, recorriendo todas mis terminaciones
nerviosas. Temblando, levanto los brazos y tiro de él hacia mí, y nuestros
brazos se unen. Su semilla me inunda, devolviendo el incómodo calor a mi
cuerpo, pero sigue agitándose, moviéndome de un lado a otro las caderas,
frotando su nudo directamente contra mi punto más íntimo. Separo la boca
en un gemido apresurado y aprieto con los labios su barbilla.
Gritando silenciosamente de placer, se corre y mi envoltura recoge su
semilla.
Su cola se mueve hacia delante y mis piernas se tensan contra sus
brutales caderas.
Vagan sisea mi nombre una y otra vez mientras empuja, y cada vez que
lo hace, hay más presión, y más semilla.
Demasiada semilla.
Lo saca con fuerza y yo jadeo, contrayéndome desesperadamente. Su
semilla salpica mi sexo. Vuelvo a apoyarme en la mesa y levanto las
caderas, suplicándole que vuelva. Mi cuerpo ansía de nuevo el éxtasis,
desea la presión de su miembro que me obliga a complacerlo.
—Otra vez —grito.
Vuelve a metérmela.
Levantándome sobre los codos, veo cómo entra en mí, cómo mi cuerpo
acepta a un macho tan viril. Hunde su nudo en mi interior y echo la cabeza
hacia atrás con un grito de placer.
Se retira y vuelve a penetrarme.
Esta vez, me dejo caer mientras me sujeta por la cintura y me folla
salvajemente.
Mi cuerpo se desplaza sobre la mesa, es arrastrado de nuevo y vuelto a
empalar una y otra vez en rápida sucesión. Con presión a la vez que alivio,
arrastra su cola fuera de la mesa hacia atrás, sacudiéndola con fuerza. Al
sentir mi sexo abrasado por el placer, mis gemidos se convierten en gritos
agudos. Me araña la piel con las uñas mientras sigue gruñendo mi nombre
con cada embestida. Consumida por su aroma, me abrazo a él en mitad de
una embestida y empalo mis caderas contra él, deshaciéndome.
Vagan me coge por las piernas, embistiéndome mientras mi mente se
descontrola. Veo puntitos en mi visión y me aferro a él mientras me sacude
un violento orgasmo.
No es suficiente. Muevo las caderas en medio del éxtasis.
Cuando vuelve a penetrarme, le suplico, meciéndome más deprisa.
Empapados y resbaladizos, nos baja al suelo y yo me subo a horcajadas
sobre él, moviéndome como un animal rabioso. No tengo suficiente. Me
sujeta el pelo y me lo pasa por detrás de los hombros mientras me muevo
frenéticamente. Siento un dolor agudo en la herida, pero enseguida
desaparece.
—Reclámame, compañera —me ordena, y consigo mirarlo a través de
mis ojos entornados, y veo su lengua deslizándose por sus colmillos.
Esa visión perversa me estremece. Le tomo de la cara y aprieto mi boca
contra la suya. Su lengua invade y azota cada rincón de mi boca.
Cuando su nudo vuelve a hincharse y no puedo soportar más su presión,
me dejo caer sobre su pecho con un grito y siento cómo una oleada de
placer aún mayor brota de mi cuerpo. Casi arañándole, repentinamente
alterada por el exceso de sensaciones, me rodea la espalda con la cola y me
aprieta contra su garganta. Le muerdo en el cuello.
Y cuando creo que estoy a punto de perder la cabeza, me golpea el
agotamiento, completamente satisfecha.
Me estremezco y me contorsiono, temblando sobre su miembro, y cierro
los ojos. Abrazándome contra su pecho, me acaricia la espalda por encima
de la ropa mientras la punta de su cola acaricia mi pie izquierdo. Se derrama
una vez más, atrapando su semilla dentro de mí.
El tiempo pasa mientras su olor se desvanece y es absorbido por los
conductos de ventilación. Acurrucada en su pecho, calentita y feliz, no me
quiero mover. El calor que me atormenta desde dentro empieza a enfriarse,
y los pensamientos negativos se abren paso de nuevo en mi mente.
Intento expulsarlos… pero no puedo. Inhalo profundamente y aún
puedo oler las feromonas de Vagan. Y con ellas, la vergüenza me recorre
roja y caliente.
Acabo de…
Acabo de acostarme con él.
Es de otra especie.
Me doy cuenta de que acabo de quebrantar tantas leyes, normas y
principios morales que mi cuerpo se pone rígido. Lo hice aún sabiendo que
habría consecuencias. Incluso después de atacar a Daisy. Incluso sabiendo
que podíamos ser atacados en cualquier momento.
Abro los ojos y me estrecho aún más contra su pecho.
Él parece saber que algo ha cambiado porque también se pone rígido.
—¿Qué te pasa? —pregunta.
Me estremezco, ya que es lo último que quiero oírle decir. Me aparto de
su pecho y desvío la mirada.
—Nada —digo, dándome cuenta de que aún llevo la bata, la camiseta y
el sujetador.
Ni siquiera me había quitado toda la ropa…
—¿Shelby? —Vagan intenta que le mire, pero lo único que quiero es
mirar donde estoy desnuda, a horcajadas sobre su cuerpo y con su semilla
por todas partes.
Tal vez si miro lo suficientemente, el tiempo suficiente, consigo
desaparecer.
—Tenemos que limpiarnos —murmuro con rapidez, apartándolo—.
Tenemos que… —resoplo cuando no sale de mí. Empujo su pecho e intento
levantarme de su miembro otra vez. La presión de su hinchazón me detiene
—. Vagan, ¿por qué no sales? —me inclino hacia atrás y miro hacia abajo,
donde estamos unidos.
—Mi nudo está lleno de semilla.
—¿Aún? —chillo—. ¿En serio?
—¿Por qué no tendría que estarlo? —gruñe.
Me levanto con más fuerza y me sobresalto al ver que estoy atrapada.
Es como si su bulto aumentara con cada intento.
—¡Ayúdame! —digo, cogiéndole de la base, sintiendo ya cómo sus
feromonas vuelven a afectarme.
Otra vez no. Por favor, otra vez no. Al mirar a mi alrededor en busca de
algo que me ayude, únicamente veo un laboratorio antiguo, y mi corazón se
detiene recordando dónde estamos.
Vagan gime cuando aprieto su base.
—Córrete otra vez —digo rápidamente, apretando.
—¿Que me corra? —pregunta él, recorriendo mis muslos con las
manos.
—¡Derrámate!
Sisea y me tumba. Inmovilizada debajo de él, me muerdo el labio
inferior con fuerza mientras vuelve a empujar dentro de mí. Más allá del
pudor, la vergüenza me golpea con fuerza a pesar de la oleada de placer. Su
cola me rodea por debajo y por encima, estrechándome con fuerza.
Me golpea con fuerza.
—¡Vagan!
Me aprieta los dedos contra la boca y me embiste con fuerza,
abriéndome más que antes. Incapaz de soportar su presión, vuelvo a
empujar hacia él e intento mantener la cordura.
A pesar de mis esfuerzos, no puedo evitar gemir cada vez que su nudo
roza mi punto más íntimo.
Vagan inunda mi interior con su semilla, presionando mis caderas contra
el suelo por el esfuerzo.
Me deslizo por debajo de él, consigo sacarla y un suspiro de alivio se
apodera de mí. Todavía está chorreando cuando me separo y me alejo. Me
atrapa y yo le sujeto la mano antes de que vuelva a meterme debajo de él.
—¿Por qué? —gime.
Contrayéndome, necesitada de otro asalto, aprieto los muslos.
—Lo siento —susurro mientras él sigue derramándose por el suelo,
igual que se ha derramado dentro de mí.
Me siento fatal por lo que estoy haciendo, pero a la vez me siento
superada.
No tengo experiencia, la verdad. He estado con hombres, pero nunca
así. Nunca de una forma en la que todo el horror y el dolor desaparecen y
puedo ser feliz.
No puedo.
Inconscientemente, me llevo la mano a los ojos. Se me hace un nudo en
la garganta cuando Vagan me mira como si intentara comprenderme.
No puedo…
Nunca dos palabras me habían dolido tanto, y ni siquiera las digo en voz
alta. Separo los labios para decírselo cuando algo se mueve en el rabillo del
ojo y desvío la mirada, viendo cómo varias hojas se mueven sobre el cristal
de la ventana. Vuelvo a mirar a Vagan y me doy cuenta de que aquí abajo
no hay viento.
Vuelvo a mirar hacia la ventana.
Se me pone la piel de gallina.
—Vagan… —empiezo a decir y me quedo sin palabras.
Las hojas han dejado de moverse y me lo pienso dos veces. Sin
embargo, se me eriza el vello de la nuca.
—¿Qué pasa? —pregunta Vagan, moviendo y enroscando su cola.
—Las hojas… —murmuro, mirándolas fijamente, demasiado asustada
para apartar la vista.
Vuelven a moverse, tan ligeramente que apenas se nota, y aparece una
forma. La silueta de una gran bestia que se camufla entre el follaje. Mi
corazón se detiene.
—¡Vagan! —grito cuando los ojos rojos del Lurker parpadean y su
camuflaje desaparece. Me escabullo hacia atrás y resbalo en la semilla de
Vagan—. ¡Detrás de ti!
DIECIOCHO
EL ASCENSOR
Shelby
LA RUPTURA
Shelby
VILLANOS
Vagan
LA VERDAD
Vagan
E S MUY PEQUEÑA , apenas más grande que el brazo del macho. Las nagas
hembras no son tan pequeñas…
Y no es una cría. Parece una hembra adulta con una adecuada
proporción de sus extremidades.
Confundido y desconcertado por lo que se ve en la pantalla, vuelvo a
cerrar la boca. Ni una sola vez, en todos estos años, he visto a otro de mi
especie tal y como eran en el pasado. El bosque está lleno de reliquias
humanas, pero no de nagas.
Ni siquiera sé por qué nos llaman nagas. Fue un término que me enseñó
Eestys.
Collins se pone de rodillas y oigo cómo se le escapa un suspiro.
—El espécimen A208 de la sección 6, clase reptil 81, está siendo
sometido a Génesis 8. Se ha demostrado que este espécimen responde a los
Lurkawathianos y a los humanos. Si reacciona favorablemente, se hará más
grande, más inteligente, y su genoma bifurcará potencialmente ambas
especies. Podrá procrear con ambas. Como todavía es parcialmente un
reptil, se necesita algo de intelecto para comunicarse con ella. Por
desgracia, esta será nuestra última prueba, pues es la última de las crías.
El macho la pincha con una aguja. Ella se estremece ligeramente, y
luego su piel se levanta y burbujea como la de la criatura anterior. Mis oídos
se llenan de crujidos cuando sus huesos se expanden, estirando su carne, y
empieza a crecer. Cuando duplica aproximadamente su tamaño original, se
despierta chillando y su cabeza crece mucho más rápido que su cuerpo. La
pantalla se apaga justo cuando abre los ojos.
Doy un tirón para salvar a la hembra, pero entonces recuerdo que no
está aquí. Miro alrededor del escenario y siento que el corazón me late con
fuerza. Hace mucho, mucho tiempo de eso.
Collins maldice, pasándose la mano por la boca, y casi me alejo de él
cuando aparece una nueva imagen del orbe.
Esta vez es un hombre parcialmente desnudo.
Hay máquinas y pantallas a su alrededor. Está atado a la mesa y tiene la
cabeza sujeta por una especie de aparato.
—Como todos ustedes saben, hemos dejado de lado los especímenes
femeninos debido a su incapacidad para sobrevivir a la gestación después
de copular con un Lurkawathiano. En cambio, los machos que hemos
creado a partir de nuestros genomas combinados pueden reproducirse con
ambas especies sin morir porque no tienen crías. A través de muchas
pruebas, hemos eliminado los fallos. Hemos descubierto que compartimos
cadenas de ADN con los Lurkawathianos, pero seguimos siendo
incompatibles. Hoy, llevaremos a cabo nuestra primera prueba en un varón
humano sano, completamente desarrollado, al que se le ha administrado
Génesis 8. El Oficial Patrick ha tenido la amabilidad de tomar la primera
dosis.
El macho de la mesa tiene los ojos cerrados. Está durmiendo o
inconsciente. El otro humano que habla camina a su alrededor, señalando al
macho humano que llaman Patrick.
—¿Y qué hay de las hembras híbridas que han creado? —pregunta
alguien fuera de la pantalla—. ¿De los cruces de ADN entre humanos,
reptiles y Lurkawathianos?
El hombre al mando sonríe.
—Seguimos trabajando con ellas para superar las diferencias en las
relaciones sexuales entre especies. Se adaptan mejor al Génesis 8 que los
machos, son más sumisas y menos propensas a atacar. Son cualidades que
queremos para nuestros híbridos, ya que los hacen más fáciles de controlar.
—¿Eso significa que los machos que han creado no son así?
El humano de la bata vacila.
—No… exactamente. Los machos híbridos tienden a mostrar otras…
cualidades. Son fuertes, eficientes y depredadores, con un intelecto
perspicaz unido a una despiadada astucia animal. Después de recibir
Génesis 8, crecen rápidamente de tamaño, pero tienden a virar hacia sus
atributos más, ¿cómo decirlo?, animal y alienígena. Son posesivos con las
hembras de sus proles, producen veneno en función de la especie de
serpiente utilizada y son difíciles de controlar. Sus cuerpos reaccionan a la
tecnología Lurkawathiana, pero no son lo suficientemente estables como
para usarla.
—¿Así que lo que está diciendo es que su investigación ha sido un
fracaso hasta ahora?
—¿Un fracaso? No exactamente. Es cierto que nuestros híbridos son
pequeños y que Génesis 8 no funciona como esperábamos en lo que
respecta al tamaño, pero mantiene sus cuerpos y mentes intactos. Pero eso
es con crías creadas en nuestro laboratorio. Estos híbridos más pequeños
todavía son capaces de emplear tecnología Lurkawathiana. Hemos
empalmado con éxito nuestro ADN con el Lurkawathiano empleando
reptiles, pero todavía no somos capaces de cruzarnos con ellos. Somos
incapaces de usurpar sus rasgos, y a su vez su tecnología, y aprovecharnos
de ella.
Los ojos del macho se iluminan.
—Lo que hagamos hoy cambiará esta situación. Durante las dos
últimas décadas, se han infiltrado entre nosotros, han tomado el control y
nos han hecho conscientes de nuestras carencias en cuanto a fuerza,
inteligencia y resistencia como especie. A partir de hoy, eso se acabó.
Ahora que estamos listos para nuestra primera prueba humana, estoy
seguro de que todos estarán de acuerdo conmigo. Después de hoy, el
Oficial Patrick será el primer humano capaz de usar tecnología
Lurkawathiana, y transmitirá estos rasgos de forma natural.
—¿Y la creación de una subespecie a partir de nuestras dos especies lo
logrará? —pregunta alguien con sorna.
Otros ríen entre dientes. Enrosco mi cola debajo de mí.
—Parece éticamente cuestionable por el mero hecho de poder utilizar
su tecnología.
—No es una subespecie, es un híbrido. Una quimera —responde el
hombre de la pantalla—. Un puente temporal de la humanidad hacia las
estrellas. El verdadero fracaso moral es dejar que una forma de vida
alienígena se apodere de nuestro planeta, de nuestra tecnología, de nuestra
forma de vida, sin darnos nada más que el mínimo atisbo de los secretos
que guardan. Nos ocultan sus conocimientos, los ponen sobre nuestras
cabezas como trozos de carne ante un perro hambriento, presumiendo de
ser nuestros amos. Somos físicamente incapaces de emplear sus armas o su
tecnología. ¿Qué les impedirá conquistarnos mañana? ¿O el mes que
viene? ¿O el año que viene? ¿Y si entramos en guerra? Génesis 8 eliminará
este obstáculo.
—¿Espera que haya una guerra?
—Solo un necio espera la paz eterna.
La sala se queda en silencio mientras el macho dominante se acerca
junto al que está inconsciente y prepara una jeringuilla.
—Como todos saben, no podemos procrear con ellos, a pesar de lo que
hemos logrado, pero con Génesis 8, administrado a un humano adulto, y no
a un híbrido, podemos fecundar a una mujer de nuestra propia especie
usando un varón que ha sido… reforzado con ADN alienígena. La
descendencia resultante tendrá aspecto humano, pero en realidad será un
híbrido perfecto nacido del vientre materno. Tendrán las cualidades de
ambas especies, podrán reproducirse con ambas…
—No se precipite, Moseley.
La mano de Moseley se aprieta contra su cuerpo, pero continúa.
—No solo crearemos una generación de humanos híbridos con
atributos físicos y mentales mejorados, sino que estos humanos serán
capaces de sintetizar Génesis 8 de forma natural por sí mismos y
transmitirlo. Pero lo más importante, y por lo que estamos todos aquí hoy,
es que podremos interactuar con tecnología alienígena Lurkawathiana y
utilizarla. No olvidemos lo que podemos conseguir.
—¿Y si el ensayo de hoy es un fracaso y el Oficial Patrick no sobrevive
a la transformación? ¿Tiene a una voluntaria a la que fecundar con el
esperma de Patrick? Sería una pena si se desperdiciara.
Moseley vuelve a sonreír.
—No fracasará, y sí, tenemos una.
—¿Quién, si puedo preguntar, se ofreció a ser la candidata? ¿La
esposa del Oficial Patrick?
—Su nombre está clasificado. ¿Alguna otra pregunta antes de
empezar?
Se hace un silencio absoluto, Moseley y varios humanos más rodean al
hombre de la camilla y comprueban sus ataduras. Las luces de las máquinas
parpadean y el hombre inconsciente es reclinado hacia arriba. Alguien
coloca una correa en su boca. Cuando terminan, los demás se retiran hasta
que solo queda Moseley y el hombre inconsciente.
—Si el Oficial Patrick reacciona favorablemente, crecerá ligeramente
de tamaño, desarrollará síntomas temporales parecidos a los de la gripe
durante el periodo de transición, y tiene la posibilidad de desarrollar
algunos atributos de un Lurkawathiano. Por ejemplo, una rápida
regeneración, mayor intelecto y fuerza. A continuación, procedo a
administrar Génesis 8.
Desconcertado, miro la pantalla mientras una gran aguja se clava en el
brazo del hombre y su veneno se inyecta directamente en él sin oponer
resistencia.
Al principio no ocurre nada, y mi mirada se desvía hacia Collins, que
sigue agachado frente a mí. Tiene tanta curiosidad como yo por lo que está
pasando.
No puede ser real, ¿verdad?
La tensión en mis miembros dice lo contrario. Me tiemblan las manos.
La mayor parte de lo que se dice no lo entiendo, pero entiendo una cosa…
Había una naga hembra en la pantalla. Y un macho humano le machacó
la cabeza.
—¿Qué está pasando? —una voz rompe el silencio.
Mis ojos vuelven a la pantalla.
El cuerpo del macho se levanta bruscamente, haciendo presión contra
las correas. Su piel se vuelve de un blanco pálido a medida que todo el
color de su piel desaparece. Su cuerpo se sacude de nuevo y vuelve a
reposar sobre la camilla, para sacudirse y tensarse contra las correas una vez
más. Los oscuros surcos de sus venas destacan sobre su piel pálida.
—No pasa nada —dice Moseley—. El suero se está extendiendo por su
sistema.
Pero el cuerpo sigue sacudiéndose, con espasmos cada vez más fuertes.
El orbe está en silencio, salvo por los gemidos incontrolados del macho.
Está bajo un foco, por lo que es fácil ver cada detalle de su reacción. Vuelve
a quedarse quieto y cae sobre la camilla como si eso fuera el final.
Una extraña tensión me recorre, sintiéndome aliviado por el macho.
Y entonces sus ojos se abren de golpe, negros y brillantes, demasiado
familiares.
—¡Mierda! Chrisy, pulsa el interruptor de seguridad. ¡Ya! Trae los
tranquilizantes.
El macho grita, liberándose de sus ataduras, rasgándose el pecho. Se
arranca la piel, hurgando en ella como si intentara liberar algo. Su piel se
estremece como olas sobre sus articulaciones, para detenerse y expandirse a
medida que se desprenden. Oigo crujidos y algo se rompe, haciendo que el
macho gima más fuerte.
Lucha contra sus ataduras mientras la gente le rodea.
De repente, todos retroceden al oír un grito agónico que atraviesa el
orbe. Tiene las piernas dobladas en un ángulo extraño, los brazos retorcidos
a los lados y la piel hecha jirones.
Se oyen gritos, y un auténtico caos de fondo, mientras los humanos más
valientes sujetan al macho. De sus manos se desprenden tiras de piel
ensangrentadas.
Debajo aparecen escamas de cuero húmedas, recién formadas, que se
abren paso a través de lo que no se ha caído. Se pueden ver músculos
formándose.
—¡Disparadle! ¡Disparadle rápido!
Moseley se lanza hacia él.
—¡No! Está funcionando. No lo matéis.
El macho se libera de sus ataduras y ataca al humano más cercano,
lanzándolo por la habitación. De la cara del macho caen una serie de gotas
de sangre y trozos de hueso, y tardo un momento en reconocer que se trata
de dientes humanos.
En su lugar emergen unos afilados incisivos.
El macho se vuelve hacia Moseley justo cuando sus dedos se expanden
y se ponen rígidos, formando unas garras.
—Cálmese, Oficial Patrick, se le pasará…
La pantalla parpadea y la imagen desaparece. Con la mirada fija en el
suelo polvoriento, espero a que la pantalla vuelva a encenderse.
Pero no se enciende.
—¿Qué cojones? —dice Collins, también con la mirada fija en el lugar
donde estaba la pantalla holográfica. Levanta la mano y se la lleva a la
boca.
Todavía inseguro de lo que acabo de presenciar, alarmado por la imagen
de una hembra indefensa siendo asesinada, le agarro la nuca y aprieto.
Collins se tensa y se quita la mano de la boca.
—¿Volvemos a lo mismo? —murmura, sin moverse—. ¿Vas a
romperme el cuello o vamos a enfrentarnos, de hombre a hombre?
—No soy un hombre.
—No. Solo eres un bebé probeta que salió arrastrándose del cubo de
basura. Un experimento fallido.
—Soy un naga, no un experimento —gruño.
Nací aquí, junto al agua. ¿Cómo podría olvidarlo?
—Eso no es lo que me pareció a mí, joder.
Lo arrojo a un lado, liberando mi veneno. Él rueda por el suelo y se
levanta. Mirándome de frente, separa los pies y se prepara para que lo
ataque.
—¡De hombre a hombre!
Golpeo sus piernas con mi cola y él la esquiva, saltando por encima. Al
mover mi cola hacia atrás, lo derribo. Collins cae de espaldas con un
quejido. Me pongo a su lado, me inclino sobre él y dejo que el veneno de
mis colmillos le caiga en la cara.
—No puedesss ganar contra mí —me burlo—. ¿Por qué lo intentas?
Se limpia el veneno.
—Un soldado no se rinde nunca. Sobre todo si por lo que lucha es
importante.
—Ella nunca será tuya. No renunciaré a ella.
—Sigue repitiéndote eso —se burla—. Solo le interesas porque eres un
medio para un fin.
Sus palabras me llenan de furia, pero me hacen reflexionar.
—¿Cómo que para un fin?
Collins se ríe, y mis escamas se erizan.
—Una vez que salgamos de aquí, volverá a El Temible, conmigo, con el
resto del equipo con el que vino, con su gente. Gente que conoce y a la que
quiere. Conseguirá un ascenso, mucho dinero y fama. Será una gran
experta, consultora de todas las divisiones militares y solicitada por todas
las corporaciones de aquí a la Colonia 42. La gente escribirá libros sobre
ella. Pasará a la historia como la mujer que luchó contra un Lurker y
sobrevivió. No tendrá tiempo para ti. Estará demasiado ocupada viajando
por el universo, reuniéndose con gente importante, y haciendo todo lo
posible para ayudar a la humanidad a tener un futuro mejor. ¿De verdad
crees que se quedará aquí? ¿En este planeta muerto? ¿Que va a renunciar a
su trabajo? ¿Por ti? No hay sitio en una nave espacial para una mascota
serpiente. Shelby es mía. Lo ha sido desde el momento en que puse mis
ojos en ella. La he protegido desde entonces. Ningún alienígena se va a
interponer entre nosotros.
Frunzo el ceño.
Collins se levanta sobre los codos y vuelve a reír.
—¡Sí que piensas eso de verdad! ¿Sabes siquiera por qué está aquí?
No me da tiempo a responder.
Pero, de nuevo, no tengo respuesta, sintiendo como algo perverso se
cuela en mi mente.
La paranoia.
—Está aquí para ayudar a localizar y estudiar la tecnología
Lurkawathiana. Tecnología avanzada más allá de nuestra imaginación,
tecnología que podría cambiar el rumbo de la guerra. Joder, ya la hemos
encontrado, o lo más parecido a ella. Un alienígena. A ti. Tú y todo eso del
Génesis 8.
Collins inclina la cabeza hacia la habitación y las máquinas polvorientas
que le rodean.
—Este lugar es el hallazgo del siglo. Aunque ella sienta algo por ti,
nunca podrá quedarse. Necesita demostrar su valía, necesita marcar la
diferencia. Ella no va a hacer eso follándose a una serpiente. Ya ha
sacrificado demasiado. ¿Vas a seguirla al espacio, a través del universo? Si
a mí me odias, no tienes ni idea de lo que te espera. Los humanos no son
amables. Estamos en guerra. ¿Estás dispuesto a pelear por ella?
Mientras habla, Collins permanece quieto y yo aprovecho para
enroscarle mi cola alrededor del cuello.
Cuando termina, jadea, me coge de la cola y me la arranca de un tirón.
Después se limpia el uniforme como si quisiera quitársela de encima. La
conmoción que siento se expande y se apodera de todos los rincones de mi
mente.
Puedo imaginarlo, incluso puedo percibir la verdad en la voz de Collins.
La imagen de la pequeña hembra naga hace que el pavor se una a mi
paranoia. Intento alejarla, pero me invade de nuevo.
Al inhalar, el aroma de Shelby llena mis fosas nasales, pequeños
zarcillos que aún se aferran a mí desde que nos apareamos. La paranoia se
desvanece.
Soy digno de ella.
Lo soy.
Lo merezco.
Un insignificante macho humano en el que no confío no cambiará eso.
Está celoso.
—Lo mejor que puedes hacer por ella ahora es dejarla ir. No puedes
sobrevivir en nuestro mundo, serpiente. No durarías ni un día. Pregúntale tú
mismo si no quieres creerme, y te dirá la puta verdad.
—Y tú no podrásss sobrevivir en el mío —siseo, clavándole los ojos.
Enrosco mi cola hacia atrás, preparándome para golpearle por última vez—.
Prefiero pelear por ella.
VEINTIDÓS
Shelby
EL SACRIFICIO
Shelby
RESISTIRSE ES INÚTIL
Vagan
Shelby
CORDERO SACRIFICADO
Shelby
ME LANZO HACIA ÉL .
—¡No! —cojo la aguja, se la arranco del pecho y la tiro al otro lado de
la habitación. Le golpeo con fuerza en la camiseta blanca empapada de
sudor que lleva puesta—. ¿Qué has hecho? —grito—. ¿Qué has hecho?
La cola de Vagan se enrosca a mi alrededor y me tira hacia atrás.
Collins se dobla, apoyando la mano en la mesa, con el pelo cayéndole
sobre la cara.
—¡Collins! —me retuerzo contra la cola de Vagan, horrorizada y
confusa—. ¿Qué coño has hecho?
—Por ti —ronca, cayendo de rodillas—. Por ti. Ahora seré yo quien te
salve, quien te dé todo lo que deseas —tose y escupe sangre—. Tendré todo
lo que necesitas, lo que necesitamos, para… para…
Arrugo la frente y dejo de luchar contra Vagan mientras me arrastra
hacia la puerta. Abro y cierro la boca y sacudo la cabeza.
—Tenemos que irnos. Ahora —me gruñe Vagan al oído cuando clavo
los talones en el suelo.
Collins levanta la cabeza.
—¡No te la llevarás a ninguna parte, serpiente! —suelta, con los ojos
aún más enrojecidos y el sudor corriéndole por la cara.
Vagan me empuja detrás de él mientras aumenta mi confusión. No sé
qué se ha inyectado Collins en el pecho. No sé qué está diciendo. Miro la
aguja en el rincón y la sangre que gotea de su extremo puntiagudo.
—Has cavado tu propia tumba, humano —le advierte Vagan—. Ya
sabes lo que pasará a continuación.
—¡Soy más fuerte que él! Más fuerte que tú —grita Collins.
Temblando, miro a Vagan mientras Collins se pone en pie, con todo el
cuerpo temblando por el esfuerzo.
—Collins, ¿qué has hecho…?
Sus ojos desorbitados se clavan en los míos.
—Te he visto.
Vuelvo a sacudir la cabeza. Intento ir hacia él, pero Vagan me sujeta con
más fuerza.
—¡Te he visto con él! —ruge, dando un paso hacia mí para volver a
arrodillarse. Me sobresalto—. He hecho esto por ti, Shelby. Por nosotros.
Ahora no hay nadie que… pueda—se le quiebra la voz—. Apartarte… de
mí. Puedo salvarte.
—¿Qué has hecho? —gimoteo. Por más que intento llegar hasta él,
Vagan me mantiene sujeta entre sus extremidades—. ¡Vagan, tenemos que
ayudarle! —grito—. ¡Busca un botiquín, rápido! —tiro violentamente de su
agarre, recupero la razón de forma rápida y enérgica, pero vuelve a
sujetarme cuando empiezo a buscar frenéticamente un botiquín—. Para —
grito—. ¡Tenemos que ayudarle!
—Suéltala —ordena Collins, arrastrando su cuerpo hacia nosotros.
Vagan nos ignora a él y a mí. En lugar de eso me levanta y me lleva
fuera de la habitación.
—No podemos ayudarle.
—¡Déjala! —grita Collins, con voz carrasposa y gutural, y con el brazo
extendido hacia mí—. ¡Shelby!
—¡No! —grito, luchando contra Vagan mientras me aleja—. No
podemos dejarle. Tenemos que volver. ¡Por favor!
—Ya está muerto.
—¡No está muerto! —me subo al pecho de Vagan, arañándole para
mirar por encima de su hombro mientras se aleja de la habitación—. No ha
dormido —suplico—. Está enfermo, puede que incluso herido. Tenemos
que volver. ¿Por qué ha hecho eso? ¿Por qué?
Veo a Collins arrastrarse fuera de la habitación justo cuando Vagan
dobla una esquina.
—¡Collins! —grito cuando vuelvo a perderlo de vista.
Centrando mi atención de nuevo en Vagan, le golpeo el pecho.
—¡Suéltame! ¡Suéltame!
Le doy patadas, presa del miedo por mi amigo. Por los pensamientos
que sé que le están destrozando. Pero Vagan no me suelta, ni siquiera afloja
su agarre. La lucha me abandona rápidamente, y jadeo por la falta de
comida y de un adecuado descanso.
—Por favor —suplico, bajando la voz—. Por favor… No se trata de mí
—grito—. Necesita ayuda.
En algún lugar detrás de nosotros, oigo un grito terrible. Oigo rugir mi
nombre. Y escucho amenazas.
—¡Te mataré, serpiente! —la voz de Collins se quiebra, haciendo que
me quede inmóvil de miedo en brazos de Vagan—. ¡Te arrancaré la cola y
te la daré de comer! ¡Te destriparé y dejaré que las moscas se den un festín!
Vagan se detiene y me baja al suelo.
—¿Dónde tienes la llave?
Miro fijamente el pasillo, escuchando las amenazas y los gritos de
Collins, con las manos temblorosas.
—¡Ssshelby, la llave! —me incita Vagan.
—Y-Yo…
Coge el cordón que me rodea el cuello y saca la llave de debajo de mi
camisa. Algo pita detrás de mí.
—Shelby, mírame —ordena Vagan.
Apenas le presto atención, escuchando a Collins, mirando por el pasillo.
Hay huesos y cadáveres por todas partes, algunos rotos y desparramados
por el paso de Vagan.
—¡Te arrancaré la columna vertebral y clavaré tu cabeza en una pica!
Las manos de Vagan me sujetan por los brazos y me giran para que le
mire.
—Mírame —vuelve a ordenar.
Mi mirada se desvía hacia la suya y sus ojos negros inundan mi visión.
Me tapa la cara para que no mire por encima del hombro.
—Tenemos que ayudarle —murmuro, oyendo más amenazas horribles
rugir y retumbar en mis oídos.
Amenazas que Collins nunca diría. Parpadeo para quitarme las lágrimas
que se acumulan en mis ojos.
—Se está transformando.
Parpadeo de nuevo, esta vez viendo realmente a Vagan.
—¿Qué?
—Como en la pantalla, se está transformando.
—No lo entiendo. ¿Qué pantalla? ¿Transformándose en qué?
—Se ha inyectado Genesisss en el cuerpo —dice Vagan, chasqueando la
lengua.
Me sobresalto cuando oigo esa palabra.
—Génesis 8 —le corrijo, encendiendo inmediatamente los ojos y
sacando el archivo.
“Génesis 8 es difícil de producir de forma natural y, cuando se
administra a un humano adulto, puede matarlo tan fácilmente como
transformarlo, al tiempo que aumenta su agresividad. Solo un varón
humano ha recibido Génesis 8, el agente Patrick Holds. Durante su
transformación, asesinó a ocho hombres y mujeres, escapando de sus
ataduras.”
Los ojos de Vagan se entrecierran ligeramente y asiente.
Los bramidos de Collins se hacen más fuertes.
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Por qué iba a hacer algo así?
—Lo transformará en uno de esos monstruos, esos Lurkers… Hará que
sea más… como yo.
La mención de los Lurkers me sobresalta aún más, pero Vagan sigue
aferrándose a mí y no me deja apartar la mirada.
—Como tú no —susurro.
—Es un macho humano débil, es por eso.
—No es débil —suelto y me estremezco por el grito que suelta Collins
en ese momento.
—Ahora mismo sí —gruñe Vagan—. Pero cambiará pronto. Necesito
que te quedes aquí —dice cuando dejo de intentar separarme de él—.
¿Podrás hacerlo? —no respondo—. ¿Podrás? —vuelve a preguntar, incapaz
de dejar de escuchar los gritos de Collins.
Ya no lanza amenazas. Únicamente escucho sus gritos. Gritos agónicos,
horribles, salvajes.
Vagan me sacude, obligándome a concentrarme.
—Tenemos que ayudarle.
—Lo haré, pero necesito que te quedes aquí y esperes a que llegue el
ascensor. Prométemelo, Ssshelby.
Sobresaltándome de nuevo, trago saliva.
—¿Le ayudarás?
Él asiente.
—Pero tendrás que esperar aquí a que llegue el ascensor. Es un trayecto
largo. Tardará un poco.
Me zafo de su agarre y me suelta para que pueda mirar el ascensor que
tenemos al lado y darme cuenta de dónde estamos. Vagan me ha llevado al
ascensor principal, por el que bajamos a la cúpula. El que nos llevará de
vuelta a la planta superior.
Tiene que ser este. Según el orbe, solamente había dos.
—¿Y el Lurker? —murmuro.
—Si nos lo volvemos a encontrar, me encargaré de él.
—Creía que…
—¡Shelby! —Collins ruge mi nombre bruscamente, haciéndome dar un
respingo y girarme.
Aparece por la esquina, arañando y arrastrando hacia nosotros un
cuerpo encorvado que no reconozco. El siseo de Vagan se intensifica
mientras me empuja detrás de él.
—¿Qué le está pasando? —gimoteo, medio llorando.
—Se está convirtiendo en la criatura de la cúpula.
—No es un Lurker, Vagan. Es humano. El archivo dice que solo lo
volverá agresivo.
—También lo era el otro en la pantalla. Pero igualmente lo cambió.
Esa pantalla que no deja de mencionar… Recuerdo como destrocé el
orbe contra el suelo.
Cómo me gustaría haber visto lo que había en ella.
La espalda de Collins se arquea, sacándome de mis horribles
pensamientos, doblándolo en dos. Sus huesos chasquean y crujen mientras
su boca se abre de par en par en un grito escalofriante, sus ojos se estrechan
y luego se desorbitan. Sus brazos desnudos están repletos de venas
abultadas, como telarañas, que emergen de su carne. Le falta la mitad de los
dientes y la sangre mana de su boca hasta empapar la ropa que aún lleva
puesta.
Sus dedos crujen, y me dan ganas de vomitar por el sonido que
producen. Sus dedos se extienden desde sus manos, convirtiéndose en
garras.
—Shelby —gime Collins mientras más crujidos terribles invaden mis
oídos.
Mientras sollozo con fuerza, veo cómo se retuerce y gira, dirigiéndose
directamente hacia mí, sabiendo que si me lanzo a intentar ayudarlo, lo más
probable es que me mate.
“Solo un varón humano ha recibido Génesis 8, el agente Patrick Holds.
Durante su transformación, asesinó a ocho hombres y mujeres, escapando
de sus ataduras.”
Vagan se aleja de mí y se dirige hacia Collins.
Va a matarlo. Mi visión se nubla por las lágrimas. No hay otra forma de
salvarle.
Va a romper nuestra promesa.
Una gran lengua emerge de la boca de Collins, tensando sus labios.
—Vagan —le advierto mientras avanza lentamente hacia Collins.
Se detiene, pero no me mira.
Collins cae al suelo con un gemido agónico.
—Por favor…
Es lo único que logro decir.
Por favor, que sea rápido.
Por favor, no le hagas más daño del que ya está padeciendo.
Por favor…
Ten piedad.
Vagan ataca y golpea con su cola la cabeza de Collins, y yo grito ante
semejante brutalidad
VEINTISIETE
LA SUBIDA
Vagan
O IGO cómo se abren las puertas del ascensor justo cuando mi cola golpea la
figura deformada de Collins. Shelby grita, y su grito está roto de dolor.
Collins gruñe y luego cae al suelo. Sus músculos se tensan bajo mi cola,
pero no se levanta.
Retiro mi larga cola y me dispongo a golpear de nuevo, deteniéndome
brevemente para contemplar su cuerpo retorcido. Mis labios se tuercen.
¿Dónde está tu arma ahora?
Siempre tuve claro que iba a ganar. Siempre lo hago. Las promesas no
significan nada cuando uno es lo bastante paciente para esperar…
Pero al mirarle solo siento lástima. La ira, la posesividad, los celos,
incluso el odio que tenía por él se han ido. Todo lo que queda es esta
lástima, y… cierto alivio. Ya no es un macho, solo una pobre criatura
tratando desesperadamente de apoderarse de algo que nunca fue suyo para
poseerlo. Ni siquiera hay lucha.
Nunca la hubo.
Golpeo mi cola hacia abajo para acabar con él, su brazo sale disparado y
la atrapa con su mano. Con sus afiladas garras clavándose en mis escamas,
la retiro, siseando molesto.
Levanta la cabeza y me mira.
Sus ojos ya no son humanos, son rasgados y amarillos. Lo que le queda
de piel está tensa y húmeda, con escamas surgiendo por debajo.
—Serpiente —jadea entre sus dientes humanos rotos.
Le arranco mi cola de sus garras.
Se levanta y arrastra las garras por la pared.
—¿Collins? —exclama Shelby detrás de mí.
Me enrosco para impedir que se acerque más, pero sigue de pie junto al
ascensor. Miro hacia las puertas, que están arañadas y dobladas, y no están
a ras del suelo. Oigo un chirrido y un crujido, como si la pequeña cabina en
movimiento empujara contra algo que hay debajo.
—¡Ssserpiente! —ladra Collins, con la voz convertida en un graznido,
arrastrando su cuerpo destrozado más cerca.
—Shelby, el ascensor —le siseo cuando ella se limita a mirarlo con
expresión horrorizada—. ¡Shelby! —exclamo.
Ella salta y se gira para mirarlo.
—¡Mírame a la cara! —grita Collins, oyendo como se acerca.
Shelby mira entre los paneles de las puertas del ascensor y da un brinco
hacia atrás.
—Hay unas ramas de un árbol —dice sin aliento—. Tuve que romper
algunas, pero otras se cayeron…
Algo me apuñala la cola y me doy la vuelta, sin oír sus palabras. Las
garras de Collins se clavan en mi cola. Gruñendo, la estampo contra su
pecho, tirándolo al suelo y descargo mi puño contra su cara alargada. Se ríe.
Sus dientes se rompen y salen otros más afilados para ocupar el lugar de los
antiguos.
Me lanza un gruñido, despreocupado por el daño que le estoy causando.
Le respondo apretando con fuerza mi antebrazo contra su garganta.
Algo húmedo y duro se enrosca en mi cuello cuando le agarro la cabeza
y la golpeo contra el suelo. Se queda en el suelo y agarro lo que sea que me
estrangula. Con las manos resbaladizas, intento quitármelo de encima.
—¡Vagan, cuidado! —grita Shelby.
De repente, Collins se me echa encima. Tiro con más fuerza de lo que
aprisiona mi garganta. Una gruesa y musculosa cola desgarra la ropa de
Collins, saliendo de la parte inferior de su columna vertebral.
Me rasga el pecho con las uñas, buscando mis vendas, y le escupo
veneno a los ojos. Se echa hacia atrás y se limpia la cara con un grito. La
piel se le cae a jirones.
Le golpeo el costado, lo arrojo por el pasillo y me levanto cuando
aterriza con fuerza contra una pared, para recuperarse casi al instante. Está
desnudo excepto por los pantalones, incluso sus botas están desgarradas por
los nuevos miembros que se forman en su interior, y apenas se parece a
aquel macho que odiaba.
Ahora solamente es un despojo asqueroso.
Me preparo, limpiándome la boca de la sangre que me había salpicado.
Shelby suelta un sollozo y Collins la mira por encima de mi hombro.
—Tendrás que pasar por encima de mí para llegar a ella —gruño,
soltando más veneno.
Se lanza hacia delante, me golpea y me tira por el pasillo. Me estrello
contra una puerta.
Sorprendido, enrollo mi cola debajo de mí para llegar a su pierna.
Pero ya no está a mi lado. Está donde yo estaba hace un segundo,
acercándose a Shelby.
Siseo, dando un puñetazo al aire.
Ella se da la vuelta para huir justo cuando Collins la atrapa. Tiene una
rama rota en la mano, a medio sacar de debajo del ascensor.
—¡No! —grita ella cuando él la arrastra contra su pecho.
Le golpeo la espalda y su cola me aparta. Levanta la cabeza y muerde el
brazo de Shelby, arrancándole un trozo de carne. Alarga sus garras y las
extiende por la parte delantera de Shelby, destrozando su ropa y su carne.
Sus gritos me destrozan los oídos.
Me abalanzo sobre las piernas de Collins y las aprisiono con mis brazos.
Suelta a Shelby y ella cae al suelo con un gemido.
Hundo mis colmillos en el cuello de Collins. Intenta quitarme de
encima, haciendo chocar su nueva cola contra cualquier cosa que pueda
golpear. Le inyecto todo el veneno que puedo.
Tengo que conseguir paralizarlo.
Su cuerpo se agarrota y sus miembros se contraen contra los míos. Se
golpea contra la pared, intentando librarse de mí. Clavo mis garras en él y
aguanto.
Al final, cae de rodillas, sucumbiendo, y enrosco mi cola alrededor de él
como un cepo.
Siempre pasa lo mismo. Siempre.
Ahora debo acabar con él.
Aun así, intenta luchar contra el efecto, con sus dedos retorcidos y su
cola tensa a mi lado.
Me despego de él cuando se queda completamente quieto.
Golpeo mi cola una vez más y su cuerpo finalmente se afloja.
Los gritos de Shelby invaden mis oídos y mi mirada se clava en ella.
Está sentada con la espalda apoyada en la pared junto al ascensor, con la
mano sujetándose el brazo y el rostro bañado en lágrimas. Su cuerpo
tiembla, tiene el pelo pegado a su rostro, que está aturdido, marcado por la
agonía.
Se me rompe el corazón.
Corro a su lado.
—Ssse acabó —le digo.
Tiene los ojos desorbitados y la mirada perdida.
—Déjame que lo vea —le exijo, intentando que me mire.
Como no responde, me pongo más nervioso y le quito la mano del
brazo. Solamente encuentro sangre y tela desgarrada, así que le arranco la
bata con las garras y se la quito de un tirón para ver las heridas. Veo un
mordisco en la parte superior del brazo, así que le sujeto el brazo y aprieto
mi boca contra ella.
Ella grita y yo succiono, metiéndome toda su herida en la boca. Trago
su sangre, su sabor, su miedo, y sigo en busca de veneno.
—Vagan —grita, agitándose entre la pared y yo—. Me duele. ¡Duele
mucho! —grita.
Sus palabras me causan un gran dolor. Me separo de ella y cojo lo que
queda de la bata. Intenta ocultarme el brazo, pero yo se lo sujeto de
igualmente y lo envuelvo con fuerza con la tela.
—Mantén esto sujeto mientras puedas —le ordeno.
Se oye un gemido detrás de mí.
Miro hacia atrás y atraigo a Shelby hacia mí. Los dedos de Collins
arañan el suelo, intentando levantarse. Vuelvo a golpearle la cabeza con mi
cola y se queda quieto.
—Tenemos que irnos —digo, girándome hacia el ascensor.
Al ver que las ramas impiden que pueda posarse en el suelo, suelto a
Shelby y las arranco de un tirón. El ascensor baja con un sonoro crujido y
las puertas se abren.
Ella no se resiste cuando la levanto en brazos y la llevo dentro. No hace
más que temblar y gemir. Dentro hay sangre seca, suciedad, cristales rotos,
hojas y ramas esparcidas, y las aparto a un lado mientras cojo la tarjeta que
lleva Shelby colgada del cuello. La uso, y acciono los botones. Las puertas
empiezan a cerrarse.
Oigo a Collins gemir de nuevo.
—No.
Una mano escamosa y ensangrentada aparece entre las puertas justo
antes de que se cierren. La golpeo con furia. La otra mano se aferra al
lateral. El cristal está turbio y manchado.
—No —vuelve a farfullar—. Lo sssiento —aúlla.
Aparece su rostro, con una expresión entre asesina y desolada, y vuelvo
a golpearle.
Las puertas vuelven a cerrarse en el momento en que él empieza a
levantarse.
—¡No! —ruge—. ¡Nooo! Lo siento…
El ascensor se sacude y asciende mientras Collins golpea salvajemente
al otro lado. Se oye un fuerte gemido, un golpe seco, y aprieto a Shelby más
cerca cuando sus temblores empeoran. La siento debilitarse mientras la
sangre empapa la tela que rodea su brazo.
Está sangrando demasiado. Tengo que llevarla pronto a un lugar seguro.
No sé cuánta sangre puede perder un humano antes de morir, y no quiero
averiguarlo.
No con ella. Jamás.
Algo golpea el suelo debajo de nosotros, y enrosco mi cola debajo de mí
para levantar a Shelby del suelo. El golpeteo se detiene y vuelve a empezar.
El ascensor emite un pitido y miro hacia las puertas cuando empiezan a
abrirse. El golpeteo debajo de mí se hace más fuerte.
Me enderezo, sujetando el cuerpo de Shelby.
Al otro lado aparece el Lurker.
VEINTIOCHO
REENCUENTRO
Vagan
N OS MIRAMOS FIJAMENTE .
Ni él ni yo nos movemos.
Tiene los brazos extendidos y el ruido que se oye debajo es cada vez
más caótico, más frenético. Collins está subiendo por el túnel de la sala del
ascensor. Eso es lo único que podría estar provocando el ruido. Los ojos del
Lurker se clavan en el suelo, y yo me desenrosco, advirtiéndole que se
aleje.
Cuando las puertas empiezan a cerrarse, el Lurker se aferra al borde de
una de ellas y la detiene. Su gran boca se abre para mostrar unos dientes
afilados. Muevo a Shelby entre mis brazos, sabiendo que tendré que soltarla
si ataca.
—Humano —gruñe el Lurker, dirigiendo su mirada hacia ella.
Pronuncia la palabra con asco.
Shelby vuelve la cara hacia mi pecho. Su respiración es cada vez más
superficial. No le queda mucho tiempo. Lo único que huelo ahora es el olor
cobrizo de su sangre, y de la sangre de Collins.
—Es mía —anuncio, amenazando al Lurker.
El Lurker ladea la cabeza.
—Lucharé por ella —gruño.
Su mirada regresa a mí, y su boca se ensancha en una sonrisa grotesca.
—Eres como yo —dice, escudriñando mi cuerpo.
—No soy como tú —le respondo, siseando.
Su sonrisa crece mientras su gran cola se balancea de un lado a otro. Me
señala con un largo dedo extendido.
—La llave —ruge—. Dámelaaa.
Aprieto con fuerza el cordón que tengo en la mano.
Hace un chasquido con la lengua cuando lo hago y se levanta sobre sus
patas traseras, mostrando sus enormes músculos. Yo golpeo el suelo con la
cola, haciendo lo mismo.
—Los humanos deben morir —gruñe—. No hay otra solución.
—Esta humana no.
Agita la nariz e inclina la cabeza de nuevo.
—Cumplo órdenes…
El ruido bajo el ascensor pasa de un golpeteo a un ruido roto y
chirriante.
—Debo obedecer órdenes… —continúa el Lurker—. La llave…
escala… —indica—. Y vivirás… Vivirás.
Solamente escucho mentiras.
Acunada por mi cola, dejo que Shelby caiga lentamente al suelo, y la
cara del Lurker se ilumina de triunfo. Luego la deslizo lo más suavemente
posible hasta la esquina más alejada detrás de mí.
—No puedo vivir sin ella —digo—. La necesito. Moriré por ella —
advierto—. Lucharé por ella.
—Entonces has perdido la cabeza. No se puede confiar en ti.
—¿Cómo?
—Han envenenado tu mente.
El Lurker se abalanza sobre mí, golpeándome. Con sus garras desgarra
mi piel, apuntando a la hendidura que oculta mi miembro.
—¡Tu olor apesta a apareamiento! —grita—. ¡Qué asco! ¡Repugnante!
Le hago retroceder, protegiendo a Shelby de él.
Nos atacamos mutuamente, defendiéndonos al mismo tiempo que
causamos el mayor daño posible. Lo rodeo con mi cola y aprieto. Me
desgarra el pecho. Aguanto la agonía sintiendo cómo mis pensamientos se
confunden.
Todo lo que sé es que Shelby ya no hace ningún ruido. Ni siquiera un
gemido.
La desesperación se apodera de mis miembros y retuerzo las manos
alrededor del cuello carnoso del Lurker, apretando con todas mis fuerzas.
Me hunde los dientes en el brazo, mordiéndolo a gran velocidad. El dolor
agónico se apodera de mí y mi cola cae de golpe.
Grito de dolor y las fuerzas que me quedaban me abandonan. El Lurker
me da la vuelta y se sube a mi pecho. Mis manos se resbalan de su cuello y
me caen a los lados. Se sienta a horcajadas sobre mí, clavando sus garras y
destrozando la carne de mi pecho.
Shelby…
—¡No! —grita Shelby de repente y arroja su cuerpo sobre el Lurker.
Me horrorizo cuando se la quita de encima como si no fuera más que un
mero estorbo. Ella choca contra la pared y cae, inmóvil.
Un estruendo profundo y aterrador sale de mi garganta.
Alargo el brazo para detener al Lurker, le cojo por la garganta y la
atravieso con mis garras.
Ruge y me arranca la mano de encima, escupiendo sangre.
El suelo se resquebraja justo cuando él se recupera. Rodamos hacia un
lado mientras Collins se abre paso.
—¡Lo siento! —solloza, entrecortadamente.
Con la visión borrosa, observo que el ser que aparece ya no es Collins,
sino algo totalmente diferente, que hace pedazos el cemento y el metal. Ve
al Lurker sobre mí, y a Shelby inmóvil, desplomada contra la pared junto a
nosotros. Grita, y el estruendo hace que mi cabeza estalle con una presión
abrumadora. Shelby cae de lado con un grito, tapándose los oídos.
Collins se abalanza sobre la espalda del Lurker y me lo quita de encima,
lanzándolo de nuevo a través de las puertas abiertas del ascensor.
Temblando, recojo mi cola, levantándome sobre mis brazos.
Collins salta y aterriza directamente sobre el pecho del Lurker, que le
lanza un zarpazo. Collins le abre la mandíbula y le arranca la garganta,
esparciendo sangre por la habitación y matándolo al instante.
Va a intentar atacar de nuevo, y yo le golpeo una vez más,
retorciéndome hasta que oigo cómo se le rompe el cuello. Cae encima del
Lurker.
No se mueven. Un charco de sangre se forma a su alrededor.
Incapaz de moverme, me aprieto el pecho y me quedo mirando,
esperando a que uno de ellos se mueva de nuevo.
No es hasta que oigo el traqueteo de las puertas del ascensor que
empiezan a cerrarse que me giro y caigo al lado de Shelby, tirando de mi
cola hacia dentro de los confines del pequeño espacio. Acuno su temblorosa
figura entre mis brazos y veo cómo las puertas se cierran con fuerza,
aprisionando a Collins y al Lurker.
El ascensor da una sacudida y comienza a terminar de subir.
—Ssssshhhh —susurro tranquilamente, siseando y ronroneando contra
la oreja de Shelby—. Quédate conmigo, hembra —le ruego, temblando
junto a ella—. Quédate conmigo. No me dejes.
Cuando las puertas del ascensor vuelven a abrirse unos minutos
después, recojo a Shelby en mis brazos, con cuidado de no dañarle el brazo
ni las heridas de la parte delantera, y la llevo de vuelta por donde hemos
venido. Con mis últimas fuerzas, me deslizo por los pasillos vacíos, entre
los huesos de humanos muertos hace tiempo, y salgo al túnel. El aroma de
la suciedad y la oscuridad invade mi nariz, disipando parte del olor pútrido
de la sangre.
—Ssshelby —digo su nombre en voz baja—. Quédate… —continúo
suplicándole—. Quédate conmigo.
Pero ella sigue sin responder, y la tela que rodea su brazo se afloja por
la humedad y se suelta.
Sigo adelante, con los ojos nublados por mis propias heridas, las nuevas
y las viejas. Al sentir que mi cuerpo se rinde, otro tipo de frío se apodera de
mis escamas. Mucho más allá del punto de agotamiento, la regeneración
constante a la que suelen someterse mi carne y mi cuerpo no se está
produciendo. Resbalo y me precipito hacia delante, casi perdiendo el
control sobre Shelby antes de recuperar el equilibrio.
Exhalo y sigo adelante.
Ya no hay nubes de polvo ni ruidos de rocas. El túnel está silencioso y
quieto, como si el derrumbe nunca hubiera ocurrido. Todo lo que caía, ya ha
caído del todo, y el camino está despejado hasta llegado un punto en el que
deja de estarlo.
Al llegar al lugar donde salvé a Shelby de ser aplastada, la primera vez
que la tuve en mis brazos, hay muchas más rocas y cantos rodados, tuberías
y escombros que antes, que cayeron después de nuestra huida.
Parpadeando a través de la polvorienta penumbra, casi en completa
oscuridad, hay una pequeña franja de luz solar que desciende desde muy
arriba.
El resto del túnel está completamente bloqueado. Mirando hacia arriba,
el camino es empinado y escarpado y no sería una subida fácil para un naga
del bosque, y menos aún para una serpiente acuática moribunda que lleva a
su compañera herida.
Parpadeando ante la luz del sol, me desplomo, apretando contra mí la
fría figura de Shelby.
Con mis últimas fuerzas, enrosco la mayor parte de mi cola alrededor de
su cuerpo y sujeto con fuerza la herida de su brazo con la punta de la cola.
Aparto un rizo húmedo de su mejilla, aprieto la cara contra su pelo y cierro
los ojos.
Mi cuerpo se estremece cuando algo le provoca un hormigueo.
Gimoteo y abro los ojos para encontrarme con polvo y piedras que caen
sobre mí desde arriba. La luz se ha atenuado y levanto la mano para
frotarme la cara. Levanto la vista y me tapo los ojos con la otra mano.
—¡Sigue cavando! —dice una voz claramente femenina—. ¡Hay algo
ahí abajo!
—Gemma, quédate atrásss. El suelo se está moviendo.
Cae más polvo y piedras, y me muevo hacia el centro del agujero para
evitar lo peor.
—Ella está ahí. Tiene que estarlo. Dijo que se había caído… ¿Adónde
podría haber ido?
—Hembra, ha pasado una semana desde que la oímos en el orbe. Si se
ha caído, está muerta.
—Para, Vruksha, no podemos saberlo con seguridad —suelta la hembra
sin aliento—. Shelby estaba viva entonces, y podría estar viva ahora. No
volveré a irme hasta que lo sepa con seguridad.
Vruksha… Conozco a Vruksha…
—Entonces quédate atrás y déjame cavar —refunfuña—. Así no
tendremos dos hembras que salvar. Está oscureciendo.
Inseguro de lo que estoy oyendo, miro sin comprender la luz que
penetra desde arriba. Arena, tierra y rocas siguen cayendo mientras el
agujero se ensancha lentamente. Miro a Shelby en mis brazos y recuerdo
todo lo que hemos pasado, preguntándome si ha sido real o no.
Pero entonces quito la punta de la cola de su brazo para comprobar si
tiene alguna herida. Siseo entre dientes y vuelvo a cubrirla rápidamente
cuando descubro la marca del mordisco y el gran trozo de carne que aún
falta.
—Se ha movido algo.
Vuelvo a levantar la mirada. Hay una forma oscura inclinada sobre la
abertura, y detrás está el cielo. Blanco y brillante, parpadeo, tratando de
distinguir quién es.
Y si es otro enemigo.
Aparece otra forma oscura y luego una tercera.
—¿Hola? —llama la mujer.
Shelby se estremece en mis brazos al oír la voz de la mujer.
—¿Hola? —dice de nuevo—. ¿Hay alguien ahí?
—¿Gemma? —murmura Shelby.
Es la primera respuesta que da desde el ascensor y yo la aprieto contra
mí.
—Hay alguien ahí abajo. Veo movimiento —jadea la mujer.
Una mirada a Shelby y su fragilidad me hace reaccionar.
—Está herida —grito.
Hay un revuelo y cae más polvo. Las voces se filtran hacia mí, hacia
Shelby, y la debilidad que me recorre las extremidades aumenta. La luz se
desvanece, y no puedo estar seguro de si es porque es de noche o solo soy
yo.
—Te sacaremos de ahí… ¡Aguanta! —grita la mujer.
Aguanta. Acaricio a Shelby y vuelvo a caer al suelo.
Aguanta.
VEINTINUEVE
Shelby
EL CASTILLO DE ZAKU
Vagan
LA DECISIÓN
Shelby
Shelby
UN NUEVO COMIENZO
Shelby
¿QUÉ ES LA PAZ?
Shelby
UN MES DESPUÉS …
—¡Empuja! —le apremio—. ¡Respira y empuja!
Daisy grita, con las piernas abiertas, y conmigo entre ellas, esperando a
que termine. Gruñe y gime, amenazando a Zaku todo el rato, pero solo
estamos ella, yo y el dispositivo médico sobre el que está tumbada.
Tumbada y sujeta.
Tuve que echar a Zaku al pasillo porque nos estresaba a Daisy y a mí
más de lo que ayudaba. Está claro que no soporta ver a Daisy sufriendo, y
su actitud tensa y aterrorizada era más agobiante que divertida.
Y era realmente divertido ver al gigantesco presunto rey de estas tierras,
incapaz de hacer otra cosa que mirar con horror mientras Daisy le gritaba,
ordenándole que añadiese su cráneo a los que había en el césped de fuera.
—Shelby, no puedo —grita Daisy.
—Puedes y lo harás. Vamos, ¡empuja!
Tengo las manos manchadas de sangre y los ojos encendidos, fijos entre
sus piernas. Por mucho que he intentado no utilizarlos, y no grabar nada
más que pudiera ponernos a todos en peligro, ha habido veces en que ha
sido imprescindible.
Como en este caso. No pude mantener vivo a Collins, pero moriré
intentando mantener a Daisy y a sus bebés sanos y felices. Como sea, joder.
Soy médica, solo que no el tipo de médica que necesita Daisy, y los
datos que tengo en mis ojos, por suerte, tienen información sobre el parto, o
al menos sobre el parto alienígena. Como el parto Gestri, incluso la cópula
y la gestación de los Kett.
Con eso basta. O debería serlo.
Pero las cicatrices de Daisy le impiden abrir más las piernas, tensando
su piel, y al empujar sufre más dolor e incomodidad de lo que puedo
imaginar. Tiene la cara enrojecida, el sudor nos empapa la frente a las dos y
tiene los ojos tan cerrados que no se le saltarían las lágrimas aunque
estuviera llorando.
—Puedes hacerlo, Daisy —la animo—. Si alguien puede hacerlo, eres
tú.
Tiene que hacerlo.
—Escapaste, recorriste este bosque, te enfrentaste a Peter y le partiste la
cara. Sobreviviste al accidente —le digo—. Puedes hacerlo. ¡Puedes
sobrevivir a esto!
Tiene que sobrevivir. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para
asegurarme de que así sea. En el pasado ya habían nacido híbridos de
mujeres humanas, al menos por lo que yo había descubierto, así que sé que
puede sobrevivir…
Al parecer, la multitud reunida frente a la casa de Zaku quiere pruebas.
Quieren ver a Daisy viva. Quieren ver a sus bebés.
—¿Dónde está Gemma? —grita.
—Ya viene, cariño. Está de camino. Pronto estará aquí.
Sin embargo, conseguir que Gemma atraviese los nagas del exterior es
harina de otro costal. Vagan esta ahí fuera, listo para interceptarla a ella y a
Vruksha y ayudarles a llegar a casa de Zaku sin derramamiento de sangre,
pero estoy preocupada. No puedo evitarlo.
De algún modo, la noticia del embarazo y el parto de Daisy ha corrido
como la pólvora.
Vaya si lo ha hecho.
Me basta con echar un vistazo a las ventanas del exterior de la
habitación para mantener la cabeza gacha y ser todo lo que Daisy necesita
que sea porque, de lo contrario, seré yo quien mire un montón de caras
horripilantes.
Hay muchos machos alienígenas aterradores ahí fuera, y de repente
estoy muy agradecida por no haber tenido que enfrentarme a lo que Gemma
y Daisy se enfrentaron en la meseta. Aunque la investigadora que hay en mí
quiere hablar y analizar a cada uno de los que se han reunido, interrogarlos
hasta que sea yo quien los persiga por el bosque.
Porque está claro que no escaparon de las instalaciones.
Entonces, ¿cómo han sobrevivido al colapso de la Tierra y de dónde han
salido? ¿De dónde han salido los nagas, los animales y las plantas?
Al ver surgir una cabeza entre las piernas de Daisy, muevo sus piernas,
ayudando al bebé a desplazarse por la pelvis.
—¡Empuja! —grito, cuando ella se hunde bruscamente, agotada—. ¡Ya
están saliendo!
Daisy grita y empuja.
El primer bebé sale de ella y lo tomo en mis brazos. El gemido que da el
pequeño inunda mi pecho de amor, y lo envuelvo rápidamente,
entregándoselo a Daisy. Ella llora y aprieta a su hijo contra su pecho justo
cuando aparece otro.
—Otra vez —le ordeno—. ¡Empuja!
El segundo se desliza hacia fuera, sin la tensión del primero. Los
envuelvo y llamo a Zaku para que vuelva a la habitación.
Está a mi lado al momento.
—Ayuda a Daisy con los bebés —le digo—. Ahora tengo que cortar los
cordones umbilicales y hacer salir la placenta. Daisy, sigue empujando o
tendrás una hemorragia.
Veo a Zaku tomar a los bebés en brazos, quedándose junto a Daisy.
Los siguientes minutos son los más estresantes de mi vida. Si no fuera
por el dispositivo médico que mantiene a Daisy hidratada y me informa de
sus constantes vitales, no sé qué haría. Hay mucha sangre.
Vagan y yo vinimos corriendo como si nos estuvieran cazando de
nuevo. Llevo sin dormir desde entonces.
Pero cuando todo termina, y los robots domésticos de Zaku vienen y
empiezan a limpiarlo todo, me siento de nuevo en mi taburete y rezo una
oración en silencio.
Oír risas suaves, suspiros ahogados y grititos que dan paso a arrullos, lo
es todo. Después de enjuagarme las manos con una toalla, me tomo un
momento para observar a Daisy, Zaku y sus dos bebés acurrucados juntos al
frente de la camilla médica.
Ambos bebés son varones y sin escamas, imagino que por ahora, y,
curiosamente, uno tiene cola mientras que el otro tiene piernas. Ambos
tienen unas capuchas que salen de la cabeza y están pegadas a la espalda,
como su padre. Con cuidado, me deslizo entre la maquinaria a la izquierda
de Daisy y me reúno con ellos a su otro lado.
—¿Puedo? —pregunto, indicando a los bebés.
Daisy sonríe y asiente. Con la mirada atenta de Zaku todo el tiempo,
retiro los labios de cada uno de los pequeños para comprobar si tienen
colmillos.
—Gracias a Dios —murmuro—. Podrás amamantarlos.
Daisy tarda un momento en comprender lo que quiero decir.
—Gracias a Dios.
—¿Se pondrá bien? —interviene Zaku.
Asiento con la cabeza.
—Sí. La placenta ha salido intacta y la he suturado. Seguirá sangrando
durante varias semanas más mientras se desprende de los loquios. Nada de
sexo durante mucho tiempo —le ordeno, dirigiéndole una mirada severa—.
Si tu asunto es tan grande como tú, Zaku, querrás esperar un año.
—¿Un año? —espetan ambos.
—Tres meses como mínimo, y tómatelo con calma la primera vez —
hago un gesto con la mano, no quiero ni imaginarme cómo son sus juegos
íntimos—. De hecho, tómatelo con calma cada vez. Asegúrate de que
descansa mucho en cama. No sé qué… —me entrecorto y me muerdo el
labio, no quiero decir algo equivocado—. No sé exactamente cómo serán
los próximos meses para ella, teniendo híbridos. Cada mujer es diferente,
pero tómatelo con calma, mantén a Daisy cerca del dispositivo médico y
mantenla alimentada e hidratada. Además, mantenme informada. Los
embarazos humanos completos tardan al menos nueve meses de gestación
y, bueno, han pasado cuánto, ¿seis semanas, ocho semanas quizá? El
próximo par podría ser igual de inesperado…
Daisy me mira, arrugando el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Según lo que he leído, los nagas híbridos crecen rápido, mucho más
rápido que los niños humanos. Y según Vagan, él tiene recuerdos nítidos del
primer día que vino a este mundo —acaricio la parte superior de una de las
suaves cabezas del bebé—. Puede que ahora nos estén escuchando. ¿Tú te
acuerdas, Zaku?
Su mirada se entrecierra y luego niega con la cabeza.
—Solo recuerdo a mi padre.
—No digas nada que pueda… molestarles —digo de todos modos,
sonriendo—. Ya vas a tener bastante con lo tuyo.
—Gracias, Shelby —dice Daisy, volviéndose hacia sus bebés.
Me dirijo a la puerta.
—Es lo menos que puedo hacer —digo en voz baja—. Os daré un poco
de tiempo para que estrechéis lazos, pero volveré enseguida para
examinaros a ti y a los bebés. Creo que…
Se oye un ruido fuerte y luego unos pasos que se acercan a toda
velocidad. Antes de que pueda reaccionar, oigo la voz de Gemma gritando
justo cuando choca contra mí.
—¿Dónde está?
Manteniéndome en pie, me aparto del camino de Gemma cuando
empuja a Zaku a un lado.
—Siento mucho llegar tarde —se queja—. Hemos venido tan rápido
como hemos podido. Vruksha tuvo que llevarme a cuestas por la montaña.
Está completamente despeinada, sucia y sudorosa.
—¡Lávate las manos antes de tocarlos! —grito justo antes de que
Gemma abrace a Daisy.
Ella salta hacia atrás, con los ojos desorbitados por la adrenalina.
—Mierda, sí. Joder. Ahora vuelvo.
Daisy, Zaku y yo compartimos una mirada sin aliento.
—Voy a dar… a vuestros invitados… la noticia por la que han venido y
a decirles que se larguen de aquí y os dejen en paz —concluyo.
Casi consigo salir por la puerta cuando Daisy me detiene.
—Shelby, ¿te quedarás al menos unos días?
Me detengo y la miro, apoyándome en el marco de la puerta.
—Claro que me quedo. Llevo un mes comiendo únicamente pescado y
me muero por un baño caliente en una de vuestras bañeras.
—Bien —dice.
Salgo al pasillo y respiro hondo, por fin puedo relajarme un poco. Los
últimos días han sido infernales, y no se los desearía ni a mi peor enemigo.
Preocuparme por Daisy y por llegar hasta ella a tiempo ha sido peor que
todo el tormento bajo las instalaciones… o casi peor.
Al volverme, mis ojos se posan inmediatamente en Vagan, que está en
el acantilado. A su lado está Vruksha.
Él también me cargó hasta aquí; fue más rápido así. Me dirijo a la
cocina y busco un cuenco grande, llenándolo de agua. Con el acceso a la
casa de Zaku, concedido únicamente a Gemma y a mí, me dirijo a la puerta
con los ojos de al menos una docena de machos que siguen todos mis
movimientos. Reconozco a uno de ellos… Krellix, creo, que espera al
fondo. A su lado hay un macho verde claro con grandes ojos negros.
Vagan y Vruksha se reúnen conmigo en la puerta, y Vruksha se dirige a
la casa.
—Está bien, los bebés y ella están bien y ahora descansan con Zaku —
digo lo bastante alto para que todos me oigan.
Hay conmoción entre los machos, siseos de todo tipo y miradas de
alivio en los rostros de varios de ellos. Por el rabillo del ojo, veo un rayo
negro y morado justo cuando desaparece en las sombras del bosque más
allá del césped.
Volviéndome hacia Vagan, le doy el cuenco de agua, que engulle. Me
voy y vuelvo con otro, deteniéndome en el umbral. La mitad de los machos
se han ido cuando regreso.
—¿Seguro que no son un problema? —pregunto, mirando a los que
quedan.
—No —Vagan me acaricia la mejilla con el dorso de la garra—. Son
curiosos. Nada más.
—Bien.
—¿Estás bien?
Apoyando la cara en su mano, asiento con la cabeza.
—Solo estoy cansada. Voy a quedarme unos días para asegurarme de
que todo va bien.
—Te echaré de menosss.
No puedo evitar sonreír.
—¿Me echarás de menos? No tienes por qué.
Tararea.
—Te echo de menos siempre.
Le miro a los ojos.
—Yo también.
Cuando uno de los bebés empieza a llorar, doy un brinco y miro detrás
de mí.
—Debería…
Esta vez, asiente.
—Vete.
—¿Te quedarás aquí?
—Observando. Esperando. Siempre.
—Eres muy bueno en eso —me burlo.
Vagan retrocede, sin dejar de mirarme.
—Lo sé.
Se desliza hacia las sombras de los árboles, y una parte de mí quiere
seguirlo, estrecharlo contra mí y decirle que siempre he sentido sus ojos
puestos en mí.
Ya habrá tiempo de sobra para eso más tarde. Vagan y yo solo acabamos
de empezar nuestro viaje. Me doy la vuelta y me dirijo a la habitación
donde me espera mi nueva familia. Costará trabajo, necesitará tiempo,
perdón y mucha confianza, pero algún día sé que Vagan se redimirá y será
bienvenido.
Pero esa es otra lucha, para otro momento.
Veo a Gemma acurrucada en la camilla médica junto a Daisy, está
limpia, con el pelo húmedo. Voy al otro lado y me abro paso a la fuerza
hasta la camilla con ellas.
—Arrímate.
—¡No hay sitio!
—Pues haz sitio —resoplo—. Quiero entrar.
Al apretarme contra ella, Zaku se queda acunando a uno de sus hijos
mientras Daisy se afana en ayudar al otro a engancharse.
—Es como si consiguiera un harén sin siquiera pedirlo —se burla
Gemma de Zaku.
—No quiero un harén —murmura secamente.
—No me importaría teneros siempre cerca —ríe Daisy—. ¿Por qué no
se engancha, Shelby?
Me meto entre ellas y enrosco los dedos alrededor del pezón de Daisy.
—Podría tener problemas con las cicatrices. Empieza por el labio
inferior. Lo solucionaremos —bostezo, ayudándola distraídamente a
exprimir el calostro en la boca del bebé. La lengua del bebé se bifurca y me
hace cosquillas en el dedo cuando se desliza para explorarlo.
—¿Cómo sabes tanto? —pregunta Gemma, ahogando su propio
bostezo.
—No lo sé, la verdad. Le hice muchas preguntas al orbe, y el resto…
Supongo que lo recuerdo de haber estado rodeada de tantos bebés cuando
era niña. Mi madre era matrona.
Daisy se acomoda.
—¿Matrona? ¿En una colonia?
—Sí.
—Qué suerte.
—Sí.
Al oír un suave ronquido, me levanto para ver a Gemma desmayada al
otro lado de ella. Daisy me dedica su propia sonrisa cansada.
—Creo que está cansada.
Me vuelvo a tumbar, acurrucándome en el costado de Daisy.
—Yo también. ¿Tú no?
Ella asiente.
No podré tumbarme mucho tiempo; tengo demasiadas cosas que hacer,
pero durante unos minutos descanso junto a mis hermanas. Como con
Vagan, moriría por ellas, lucharía por ellas y las protegeré con todo lo que
tenga. Puede que no eligiéramos nuestros destinos, pero los hicimos
nuestros a pesar de todo.
Y en el proceso encontramos el amor.
Y eso…
Eso lo es todo.
EPÍLOGO: CAPÍTULO DOS
MONSTRUOSO
Collins
Gracias por leer Coral Azul, Libro III de Las Novias de los Naga. ¡El final
de esta primera parte de la serie! Si te ha gustado la historia o tienes algún
comentario, por favor, deja una valoración o una reseña. Continúa con
Víbora de la Muerte si quieres saber más sobre los feroces machos naga que
gobiernan la Tierra y todos sus secretos, y sobre las poderosas mujeres que
los aman.
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Naomi Lucas
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