Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Kivian
***
Una siesta me ayuda a sentar cabeza y para cuando despierto ya tengo un nuevo
plan. Me pongo ropa limpia, anudando las intrincadas mangas, y me dirijo al
comedor de la nave. Tarekh y Sentorr están allí, el primero tragando fideos y el
segundo sorbiendo una taza de té.
–¿Y bien? –pregunta Sentorr. –¿Se te ocurrió un nuevo plan?
Asiento, y le enviamos una alerta por el comunicador a Alyvos para que se nos
una. Cuando llega, empiezo a contar mis cambios. Me siento bien, más como yo
mismo. Me gusta vivir al borde del peligro, y me gustan los retos. Me gusta ser más
listo que nuestros oponentes y probarles lo mucho más inteligentes que somos
robándolos.
Y no voy a pensar en mi hermano y su extraña esposa humana mientras haya
problemas más grandes.
Me froto las manos, listo para empezar. Un cargamento doble de cristales de
lethiul significa el doble de dinero. El plan original era encontrarnos con nuestro
contacto, Jth’Hnai. Es un mercader ooli, nuevo en el negocio del contrabando, y
quiere encontrarse con nosotros en el bar de la estación Haal Ui. Funciona para mí.
Público o no, puedo hacer negocios tranquilamente, y Haal Ui es un lugar no muy
bonito en el confín de la galaxia. Le compraré un par de tragos para tranquilizarlo,
haré la parte del pirata idiota, le pagaré por sus cristales… y robaré nuestros créditos
de vuelta en lo que se vaya del bar.
El plan no ha cambiado demasiado con respecto a eso.
Todavía le compraré unos tragos al contrabandista, pero haré preguntas
cuidadosas sobre los cristales y si tiene más. Su respuesta me lo dirá todo; si se pone
avaro, es que tiene más encima. Si parece interesado quiere decir que no tiene, pero
tiene los contactos. Si se molesta, es que ya no tiene más. Así que ya veremos.
Las apuestas son la mayor parte del plan de esta noche. Es el juego más viejo en
el libro, pero solo porque funciona tan bien en los tontos. Jugaremos unas cuantas
manos y perderé para que se ponga descuidado. Eventualmente haré que apueste
los cristales. Si tiene más, entonces lo obtendremos todo. Puede que signifique tener
que buscar algo de músculo extra, pero lo tenemos bajo control. Mientras
entretengo a nuestro amigo ooli con bebidas, Tarekh se va a esconder entre la
multitud del bar para cubrirme las espaldas. Alyvos y Sentorr se quedarán en el
muelle para transportar los cristales de su zona de carga a la nuestra.
Yo estaré apostando y jugando a ser el pirata tonto y bien vestido con nuestro
contacto.
Es un plan a prueba de tontos, y Jth’Hnai no sospechará nada. El mercader ooli
apenas está haciendo pinitos en el mercado negro y le sacaremos todo el dinero
posible antes de que se dé cuenta de cómo es en verdad trabajar con piratas.
Debería salir sin problemas, siempre y cuando todos se apeguen al plan.
Capítulo 2
Fran
***
Kivian
Kivian
Unas horas después, sacudo los puños y dejo caer mis palillos por lo que parece
ser la doceava mano. –¡Kef, perdí otra vez! –gimoteo, frotándome la frente. –Allá va
el dinero del combustible. Mi tripulación va a matarme.
Jth’Hnai croa felizmente, agarrando la pila de créditos y llevándosela al pecho. A
su lado, su esclava se acomodó en el suelo, halando su collar de vez en cuando.
Parece exhausta, su pálido rostro desencajado. No falta mucho, quiero decirle.
–Es suficiente para mí –le digo, haciendo un gran espectáculo de soltar mis
piezas. –Estoy casi limpio.
El ooli me agarra la mano. –Una ronda más. Quizás tu suerte cambie, ¿eh?
Vacilo. –No estoy seguro.
–Uno más –insiste Jth’Hnai y yo me rindo, recogiendo mis palillos una vez más.
Tres manos más tarde, ya no sonríe. He ganado dos de tres; dándole una victoria
en medio para que no se dé cuenta de que lo estoy embaucando. También he
recuperado el suficiente dinero para asegurarme de que no se pueda echar para
atrás. Ha apostado estúpidamente más de la cuenta en las últimas manos y empieza
a lamentarlo. Bien.
Gano la siguiente mano, pero dejando el suficiente margen para que él crea que
podría haberme ganado.
Y entonces gano la siguiente.
Para entonces, la pila de créditos frente a él comienza a flaquear, y puedo ver el
estrés en su rostro. Sigo fingiendo calmadamente. El fingir demasiada sorpresa
puede hacerlo sospechar, pero demasiado estoicismo también lo hará. Hay que
saber cómo manejar situaciones como esta, y yo lo he hecho una docena de veces.
Sé cómo manipular a mi audiencia.
Varios mirones se han reunido alrededor de nuestra mesa, mirando el juego con
interés. Entre ellos mi tripulante Tarekh, quién aprovecha la multitud para acercarse.
Dejo que mi presa gane la siguiente mano para mantenerlo interesado. Cuando
gano la próxima, Jth’Hnai deja escapar un resoplido frustrado, golpeteando la mesa
con el único crédito que le queda. Sus apuestas han sido ridículas, exactamente lo
que quería. Necesitaba que se pusiera cómodo y apostara descuidadamente,
esperando dejarme limpio. Ahora se ha vuelto temerario, esforzándose por
recuperar su dinero, y ahora está casi quebrado.
–Quizás deberíamos dejarlo hasta aquí –le digo con suavidad.
–Una mano más –me dice el ooli, tirándome su crédito restante. –Recoge tus
palillos.
–No estoy seguro –finjo renuencia.
–Vamos, vamos, una más. Merezco la oportunidad de recuperar mi dinero –
chasquea los dedos, indicándome que es hora de empezar.
Suspiro pesadamente. –Si insistes.
Para cuando termina la primera ronda, él va a la cabeza. Pausamos para apostar
y luego de considerarlo cuidadosamente, apuesto una conservadora cantidad de
créditos.
–Bah, puedes hacerlo mejor –dice Jth’Hnai alegremente. –¡Apuesta más!
–No tienes suficientes créditos, amigo mío –le digo en mi voz más amable. –Sería
tonto apostar más contra lo que ofreces.
–Entonces apostaré algo más –gesticula al juego con manos ansiosas,
presintiendo una victoria fácil. –¿Joyas? ¿Mi nave?
Aquí se supone que tengo que decirle que quiero el resto de los cristales de
lethiul. Ganaré y me marcharé con mi cargamento doble y mi dinero. Trabajo listo.
Eso fue lo que vine a hacer. Ese es el plan.
En lugar de ello, me escucho decir: –¿Por qué no apuestas a tu pequeña mascota
humana?
La chica voltea y me dirige la mirada más fulminante que he visto en mi vida.
Está alerta ahora, y me cuesta no sonreír ante su ira.
Claro, estoy seguro de que si volteo, encontraré que Tarekh me está echando
una mirada parecida. No miraré. Tendrá que entender.
Jth’Hnai piensa un momento antes de asentir. –Bien. Si ganas, podrás llevártela a
la cama.
La hembra sacude violentamente sus amarres. –¿Estás drogado, imbécil? ¡No me
iré a la cama ni contigo ni con él! ¡No soy propiedad de nadie!
Él alza la mano y la cachetea. –¡Deja de chillar!
Ella se tambalea, cayendo de rodillas, apretándose la mano contra la cara. Puedo
ver un rastro de brillante sangre roja en su boca.
Me levanto de un salto, la necesidad de protegerla embargándome. Voy a matar
al bastardo de kef si la vuelve a tocar.
Jth’Hnai me mira, suspicaz. –¿Qué?
Aprieto los dientes, inclinándome y forzándome a sonar casual. –No será un
buen premio si está toda golpeada, ¿no crees?
Él gruñe. –Solo juega.
No miro a la hembra. Si lo hago, me enfureceré nuevamente. Jugueteo con los
puños decorados de mi abrigo antes de volverme a sentar, fingiendo una calma que
no siento. Me hierve la sangre. La lastimó y tengo que quedarme aquí, pretendiendo
que no importa. Un centenar de burbujas envenenadas no es castigo suficiente para
este ooli. A lo mejor un millar de piquetes envenenados si lo sería.
Me contento con sangrientas fantasías sobre la muerte de Jth’Hnai y eso me
calma. Solo un poco. Solo lo suficiente para jugar mi próxima mano con una calma
confiada. Mis colores se alinean por completo, dándome el punto por esa ronda.
Jth’Hnai vuelve a jugar, pero mantengo la ventaja y para cuando se nos acaban los
palillos lo dejo en quiebra. Sabía que lo haría. No tenía duda alguna. He jugado a los
palillos desde que era niño y mi padre me enseñó todas las maneras de hacer trampa
sin que se notara… como he hecho durante toda la noche.
El rostro de Jth’Hnai se hincha de ira. –Hiciste… trampa.
–No, para nada.
Si lo hice. Pero él no necesita saberlo.
Me inclino para agarrar la correa conectada al collar de la hembra. –Me llevaré a
mi premio a casa ahora.
Él golpea mi mano con la suya babosa antes de que pueda alzar la cadena. –No
dije que te la podías quedar. Dije que te la podías llevar a la cama. Solo por una
noche.
Lo miro entrecerrando los ojos, como tratando de recordar exactamente lo que
dijo. –¿Solo por una noche? –repito. –Estoy seguro que no fue eso lo que acordamos.
–Eso no me importa. Si quieres cristal extra; a cualquier precio, seguirás mis
reglas –su rostro se torna verde oscuro, indicando su ira.
Hmm, lo considero. ¿Marcharme con la hembra ahora y perder los cristales? ¿O
fingir un rato más? Supongo que puedo seguir jugando un rato más. Le guiño el ojo a
Jth’Hnai. –La calentaré para ti, entonces.
La hembra suelta un chillido iracundo.
***
Fran
He sido intercambiada. ¿Es que no terminarán nunca las humillaciones de esta
noche?
Aunque debo admitir, si debo follarme a un alíen, prefería follarme a este antes
que al sapo.
Obvio, Fran.
No deseo acostarme con nadie, por supuesto, pero me cuesta mantenerme
enfadada cuando ese gigante azul es tan… rayos. Es extremadamente guapo. Bueno,
es azul y tiene unos enormes cuernos curvados y cubiertos de metal que hacen que
su cabeza se vea enorme. Usa una ropa ornamentada, con mangas sueltas que no
pueden realmente ocultar el ancho sorpresivo de sus hombros. Su corto cabello
negro es brillante y grueso, afeitado a los lados, sus ojos oscuros brillan risueños y su
boca es espectacular.
Lástima que sea un hijo de perra.
No puedo creer que haya negociado una noche conmigo. No importa lo bien que
se vea. Estos alienígenas acaban de apostarme como si no fuera nada. Cualquier
atracción que hubiese podido sentir por ese tipo murió en ese instante. No soy una
persona, ni para él ni para Sapito. Soy un juguete rodeado de alienígenas mucho más
grandes y eso apesta. Cierro los ojos nuevamente, esperando desesperadamente
despertar de esta pesadilla.
Lo único que recibo es otro jalón a mi collar que me hace ahogar. Sapito me da
un último jalón antes de entregarle la correa al tipo azul. –Es tuya… por ahora.
–Maravilloso –la sonrisa en su rostro es puramente traviesa; dejando ver unos
largos y filosos colmillos que no había notado hasta ahora. Toma mi correa y le
dedica una reverencia a Sapito. –Te la regresaré de una pieza.
Será muy Azul, pero no es ningún Príncipe.
–Oh, no dije que los dejaría solos –le dice Sapito antes de que se aleje. –Quiero
ver.
Pues bien, esto está cada vez peor. Jalo mi collar, tratando de liberarme…
aunque no haya a dónde correr. Solo sé que no quiero ir a ninguna parte con estos
dos.
–¿Así que quieres mirar? –dice el gigante azul con una risotada. –No soy fan de
que critiquen mi técnica –sacude la mano, indicándome que lo siga, y cuando no lo
hago, suspira y me agarra por la cintura.
Entonces me echa por encima de su hombro como un saco de papas, dejando mi
trasero en alto.
–¡Bájame, bastardo! –golpeo su espalda con un puño y entonces suelto un
quejido, agitando mi mano lastimada. ¿Acaso tiene armadura bajo la ropa? Porque
creo que acabo de romperme los nudillos.
–Cálmate, pequeña –me dice el enorme alíen azul y me palmea el trasero de una
manera humillante. –Jth’Hnai, no me gusta que te auto invites a nuestra pequeña
fiesta. Te gané justamente y…
–Ella es costosa –le espeta Sapito. –Solo quiero asegurarme de que trates bien
mi propiedad.
–La trataré tan bien que dudo que puedas complacerla cuando termine con ella
–se burla él.
Yo resoplo, frotando mis nudillos lastimados. –Lo dudo, mierda.
El gigante azul se ríe discretamente. Al parecer me escuchó. Vuelve a palmearme
el trasero y entonces empezamos a atravesar bamboleantes la multitud.
Cierro los ojos, esperando que todo esto termine. Manos y tentáculos me rozan
las piernas desnudas, justo como lo han estado haciendo toda la noche. Me
estremezco cuando algo particularmente baboso me roza la planta del pie. ¿Será así
mi vida a partir de ahora? ¿Una multitud de extraños agarrándome y usándome? Me
desespero ante ese pensamiento.
El gigante que me carga vacila. Sus hombros se estremecen y la multitud ahoga
un grito. –¿Acabas de tocar a mi hembra? –le gruñe a alguien cercano.
–¡Fue un accidente! –tartamudea un alienígena fuera de mi campo de visión.
–¿De verdad? Porque creo que te acabo de ver tocándole la pierna. ¿Le
pregunto? –suena feroz, y enfurecido.
¿Acaso… me defiende? Estoy sorprendida.
–No, no –balbucea el desconocido. –Prometo no volverlo a hacer. ¡No me hagas
daño!
–Si no lo hiciste, ¿cómo podrías volverlo a hacer? –dice gigante azul, con un tono
de voz tan amenazante que me estremezco. No sé cómo reaccionar a esto.
Oigo un ruido sordo, y la multitud parece suspirar aliviada.
–¿Alguien más quiere tocar a mi hembra? –los reta el gigante azul.
Todos guardan silencio.
–Es solo tuya por esta noche –comenta Sapito y me dan ganas de cachetearlo.
–Mm –responde gigante azul, continuando por la multitud y regresando su mano
a mi trasero.
Esta vez no pateo al sentirla. No me agrada que me agarre el culo, pero si eso
evita que me toque otro tentáculo, que así sea. Prefiero una mano que dieciocho. La
manera en que me defendió… fue terriblemente amenazante. Me estremezco.
La música se aleja y me meso sobre el hombro del alíen mientras baja por un
largo corredor. El que me carga mantiene una conversación casual con Sapito sobre
cómo ha cambiado la estación desde la última vez que vino, y lo sorprendido que
está de su suerte en el juego. Dice que espera que Sapito no le guarde rencor. Su
larga cola azul se mece tras él al caminar.
Sapito está bastante taciturno, a pesar de lo animada de la conversación, lo que
me dice que probablemente le guarda rencor. Mucho rencor.
Bien. A la mierda con él. A la mierda con ambos.
Bajamos por otro pasillo y Sapito suelta un bufido de protesta. –¿A dónde
vamos?
–A mi nave, por supuesto –dice gigante azul alegremente. –Allí está mi cama.
Aunque admito que te parecerá algo estrecha. No acostumbro entretener tríos,
¿sabes?
–No –dice Sapito. –No te la llevarás a tu nave. No la volveré a ver si lo haces.
–Tanta desconfianza me lastima –dice gigante azul en tono juguetón.
–Eres un pirata –señala Sapito. –Sería tonto pensar lo contrario.
Gigante azul solo se ríe, su cola meneándose lentamente.
–Tengo una habitación –dice Sapito, caminando adelante. –Sígueme.
–Si insistes, aunque prometo tratarla bien si me das algo de privacidad –me
acaricia el trasero con una de sus enormes manos.
Suelto un chillido de protesta y golpeo su espalda con mis puños maniatados. –
Imbécil.
Eso me hace ganarme una segunda palmada.
Recorremos un pasillo tras otro, a veces tropezándonos con otros habitantes de
la estación espacial. Ocasionalmente alguien deja escapar una exclamación de
sorpresa al verme, lo que me deprime. Si les sorprende tanto ver a un humano,
¿quiere decir que mis posibilidades de regresar a casa son nulas? No sé si sea algo
bueno o malo que yo sea tan poco familiar. No me agradaría ver a otros esclavos
yendo por ahí… pero la idea de ser la única me gusta menos. Eso quiere decir que no
puedo contar con nadie ni nada para que me ayude aquí.
–Won, estás en la barriga de la estación, ¿eh, Jth’Hnai? –comenta el alíen que
me carga. Me doy cuenta momentos después que ese enredo de sonidos debe ser el
nombre de Sapito. No puedo pronunciarlo. –¿Puedes contactar aunque sea a tu nave
desde esta pocilga?
–Prefiero mi privacidad –dice Sapito, el del nombre impronunciable.
–Igual yo. Por lo que deberías dejarme a solas con tu mascota –dice Gigante azul.
Este tipo no se rinde.
Sapito gruñe algún tipo de respuesta, y entonces escucho un siseo, el cambio de
presión haciendo que me suenen los oídos. Abrieron una puerta. –Adentro.
–¿Qué, contigo y tus guardias? Vamos a estar hacinados –el gigante azul no
parece preocupado, a pesar de sus palabras.
¿Guardias también? Alzo la vista y veo patas de sapo siguiéndonos. Hay por lo
menos otros dos unos pasos más atrás del alienígena que me carga.
¿Una orgía? Genial. No creí que mi vida pudiese empeorar, pero al parecer
estaba equivocada.
Obvio, Fran.
Me siento… a punto de echarme a llorar. Sé que debería pelear, pero el terror y
el cansancio de los últimos días me han robado mis últimas fuerzas. Lágrimas
calientes se deslizan por mis mejillas y gotean en el suelo mientras Gigante azul entra
a la habitación. Trato de guardar silencio, pero caigo en cuenta de que no importa; a
ellos no les molesta si lloro.
Así que me permito llorar. He tratado de ser fuerte por días y no me ha llevado a
ninguna parte. No hay razón para no permitirme sentir el terror y la desesperación
que me desgarran el alma.
Apenas suelto el primer sollozo me sueltan sobre algo suave. Una cama. Reboto,
asustada, y al alzar la vista veo al gigante azul mirándome desde arriba. Me estudia
con ojos entrecerrados y luego se lleva las manos al cinturón, mirando de soslayo a
Sapito que está a unos pasos. –¿No puedo convencerte de que te vayas? Al Pequeño
Kivian no le gusta tener audiencia.
No creo que “pequeño” sea el término adecuado. Parece estar muy bien dotado
en ese departamento, y eso me hace sollozar con más fuerza, acurrucándome con las
piernas cerradas.
–No me voy –dice Sapito.
Gigante azul suspira. –Bien –presiona algo en su cinturón y avanza en cuatro
hacia mí.
Trato de echarme para atrás apresuradamente, solo para colapsar bajo él.
Él se inclina, apretando su mejilla contra la mía. –Demora –me susurra y se
endereza, pretendiendo estudiarme.
¿Qué demore? ¿Demorar qué? ¿Acaso mi traductor dejó de funcionar?
Parpadeo, sorprendida.
Él toca el collar entre mis pechos desnudos, y yo automáticamente le agarro la
muñeca para detenerlo. Él me sonríe, como si le encantara mi resistencia. –¿Cómo te
llamas?
–Ella se llama Fhdo –dice Sapito.
No sé si reírme o gritar de la frustración. Cuando gigante azul me vuelve a mirar,
expectante, le golpeo las manos. –Vete a la mierda.
–Que nombre tan raro –murmura él. –Soy Kivian.
–No me importa –le espeto.
–Tan poco amigable. Creo que eso me lo busqué –él pone ambas manos en mis
mejillas, tan grandes que me rodean el rostro por completo. –Aunque me dificultará
las cosas en unos minutos.
Entrecierro los ojos. –¿Porque vas a violarme?
Él hace una mueca. –No lo llamaría violación.
–¿Por qué? ¿Crees que lo disfrutaré? –le echo una mirada elocuente que le deja
claro exactamente lo que pienso de eso.
Gigante azul; Kivian, solo se ríe. –Tampoco dije eso –acaricia mis brazos
desnudos con expresión pensativa. –Eres muy suave.
Me lo sacudo. –Y tú eres un bastardo arrastrado. Oh, espera, ¿es esta la parte en
la que reparto mamadas de agradecimiento porque no me estás matando a golpes?
Ándate a la mierda.
La sonrisa de él se torna muy amplia, mostrando sus afilados y brillantes
colmillos. –Tienes una boca sucia. Eso me gusta.
–¿Vas a matarla de aburrimiento o te la vas a follar, Kivian? –demanda Sapito.
–Es parte de mi juego previo –dice Kivian. –La estoy seduciendo.
–Por supuesto que no –respondo.
Kivian se lleva un dedo a los labios, la señal universal para guardar silencio. Actúa
como si todo esto fuese un chiste. ¿Qué demonios le pasa? –Si sigues tratándome
mal, no podré ponerme a gusto –me recuerda, casi regañándome. Abre los ojos y
señala con la cabeza a un costado, como tratando de comunicarme algo en silencio.
¿Qué pasa? ¿Qué trata de decirme? ¿Es parte de la “demora”? ¿O es otra táctica
para hacer que baje la guardia? No confío en él. En lo absoluto. Me aparto
nerviosamente.
Él me agarra la pierna, sonriendo nuevamente y alza mi tobillo. –Debo admitir
que la resistencia es algo nuevo –continúa Kivian, examinando mi pie. –La mayoría
de las hembras se me lanzan encima en lo que llego al pueblo. Oh, cinco dedos,
interesante.
–¡No viniste a contarle los dedos de los pies, imbécil! –le espeta Sapito.
Sacudo la pierna, tratando de liberarme, pero él me sujeta con fuerza. En lugar
de soltarme, me soba la planta del pie con el pulgar, y sorpresivamente me hace
cosquillas. Me inunda una rabia, ira y algo más, algo caliente, y eso me confunde.
–No sé por qué no debería contarle los dedos. Sus pies son adorables –Kivian
vuelve a sobarme la planta del pie y se inclina hacia adelante. –Suaves y rosados,
como el resto de ella –vacila y mira de soslayo a Sapito. –Supongo que no tienes plas-
film encima, ¿verdad? Las leyes de higiene, ya sabes.
Sapito resopla. –Ustedes los mesakkah y sus raras leyes. A los ooli no nos
importa esa clase de cosas.
–No, ¿verdad? –gigante azul se encoge de hombros. –Supongo que como soy tu
invitado, debo seguir tus reglas –se pasa la mano por el pecho, desamarrando
algunos de los intrincados y adornados nudos que mantienen su camisa cerrada. –
Debo admitir que será mi primer contacto piel con piel –me vuelve a mirar y me
sonríe traviesamente. –Me vas a tratar bien, ¿verdad?
–Ándate a la mierda –le espeto, pateándole la mano.
–Lo tomaré como un “si”, a pesar del tono –me dice alegremente. –Dame una
toallita húmeda para limpiarla, amigo mío –le extiende una enorme mano a Sapito,
como si se supusiera que debería atenderlo.
Para mi sorpresa, Sapito obedece. –No sé para qué es todo esto –gruñe en su
extraño lenguaje.
–Bueno, quiero disfrutarla por completo, pero no has sido muy amable con esta
tierna cosita –voltea mi pie delicadamente para mostrarnos mi planta sucia. –Mira lo
sucia que está –chasquea la lengua. –Y dices que mi gente es extraña por usar plas-
film.
Ahogo una exclamación de sorpresa cuando siento la cálida toalla húmeda
contra mi piel. Me hace cosquillas mientras me limpia, y Sapito se aleja unos pasos.
Trato de patear la mano de Gigante azul, pero él me agarra el pie con facilidad y lo
limpia. Su enorme mano me acaricia la pantorrilla.
Casi se siente bien. Casi.
De verdad no entiendo que sucede. Este aterrador alienígena de piel azul y con
cuernos de demonio actúa con tan buena educación. Incluso su ropa es mucho más
intrincada y parece de mejor hechura de la que cualquiera que haya visto en la
estación. Pero la persona que me echó sobre su hombro no es ningún señor mimado.
Pude sentir músculos. Demonios, incluso puedo verlos ahora, hinchados bajo la gasa
de las mangas de su camisa y cubierto de tatuajes.
No tiene sentido. Nada de esto lo tiene, incluida la intensa limpiada de pies que
estoy recibiendo. ¿Es parte de su “demora”?
De verdad no entiendo lo que pasa.
–Listo. Mucho mejor –gigante azul termina de limpiarme los pies y deja caer la
toalla. Se inclina, mordisqueando los dedos de mi pie. Me sorprende tanto que no
puedo hacer más que dejarme caer y ahogar un grito. Pero mi cuerpo responde, y no
sé si es por las cosquillas o el miedo, pero puedo sentir como mis pezones se
endurecen. Es lo último que quiero; sentir algún tipo de atracción por ese alienígena,
por muy forzada que sea.
Cierro los ojos y sacudo la cabeza, tratando de que me suelte el pie. –Deja de
tocarme.
–¿Y perderme la diversión? –murmura él alrededor de mis dedos. Roza mi piel
con la lengua, haciéndome estremecer.
Sé que esto es preludio a la violación. Obvio, Fran. Sé que es horrible y una parte
de mi mente está perdiendo los estribos en silencio. Pero me cuesta enfocarme,
porque no puedo dejar de mirar los firmes labios de Gigante azul apretándose contra
mi piel. Son de un azul un poco más oscuro que el resto y cuando sonríe, sus dientes
parecen extraordinariamente brillantes. Es extrañamente atractivo y me encuentro
esperando volverlos a ver, mientras disfruto de las cosquillas de su lengua. No logro
apartarme. Solo puedo quedármele mirando con un horror mudo mezclado con
fascinación mientras una sensación caliente se empoza en mi vientre.
–Solo termina de meterle el pito y regrésame mi juguete –dice Sapito, y suena
como si estuviera por hacer un berrinche.
–Quizás deberíamos preguntarle a Vetealamierda lo que piensa –responde
Kivian, mirándome con curiosidad. –¿Y bien? ¿O prefieres Fhdo?
Sacudo mi pierna nuevamente. –Ninguno –el corazón se me acelera, y detesto
darme cuenta que no es lo único que me late.
–Mmm, bien. Supongo que puedo dejar de preguntar. Supongo que el nombre
no importa –sostiene mi pie con firmeza en su mano y acaricia el arco antes de posar
sus labios en el talón. –Pero tengo que admitir –murmura. –Que este contacto piel
con piel es positivamente decadente. No me sorprende que tantos rompan la ley por
estos lados –continúa besado mi pierna, arrimando su enorme cuerpo azul contra el
mío en el proceso.
Empiezo a jadear, aterrada y detesto admitirlo algo excitada a la vez. Él frota su
boca; es algo parecido a un beso, pero no igual. No completamente, por detrás de mí
pantorrilla hacia la rodilla… y mi muslo. –Tantas leyes rotas –dice lánguidamente. –
No puedo decir que me molesta. Creo que puedo volverme un hedonista después de
todo. ¿Qué te parece?
Acaricia mi muslo con el dorso de la lengua.
Aspiro con fuerza y me llevo las manos a la falda, tratando de taparme el coño lo
mejor que puedo. Sospecho a dónde va esto y me pone sumamente nerviosa.
Me pone sumamente caliente. Obvio, Fran, pero aun sumamente nerviosa.
Gigante azul vuelve a lamerme el muslo, mirándome largamente, su rostro
enmarcado entre mis muslos. –¿Ya te quedaste sin energías, pequeña?
Lo fulmino con la mirada, mi excitación desapareciendo. –Si me preguntas si
quiero que me violes, la respuesta es no. La respuesta siempre será que no.
–Jamás dije que te violaría –repite gigante azul con su enigmática sonrisa.
Algo pita con suavidad, y el enorme alienígena azul sonríe contra mi piel.
–De hecho, es más como un rescate –murmura Kivian.
No logro comprender de que habla. Antes de que logre abrir la boca, Sapito se
acerca, bamboleante. –¿Qué es ese ruido?
–Ese ruido –dice Kivian, levantándose con un gesto grandioso. –Es mi tripulación
contactándome. Indica que es hora de irnos.
–¿Hora de…? –mi dueño deja la frase sin terminar cuando Kivian se saca algo
que parece una pistola de su abrigo y la apunta a la frente de Sapito.
–Hora. De. Irnos –dice Kivian. –Mis hombres ya terminaron de descargar los
cristales a nuestra nave. Así que nos los llevaremos. También me quedaré con tu
dinero, pero por eso no te puedes quejar ya que te lo gané limpiamente –sonríe y
toma gentilmente la correa conectada a mi collar. –También te quitaré a esta
pequeña de las manos. Vamos, mi pequeña Vetealamierda. Hora de irnos.
Lo miro cautelosamente, preguntándome si es un chiste. Cuando no se ríe ni me
dice que es broma, miro de soslayo a Sapito. Parece enfurecido, su mirada enfocada
en la pistola que le apunta al entrecejo.
Esto… esto fue lo que quiso decir con demora.
Me está rescatando.
Capítulo 4
Kivian
***
Fran
La situación se torna cada vez más irreal. Sigo esperando despertar y darme
cuenta de que es un sueño. O quizás solo a medias y despertaré de vuelta en la jaula
con alguien echándome “pienso de humanos” como si fuera un pollo mascota.
Pero ya no soy la esclava de los hombres sapos. Soy… libre… ¿creo?
Es muy extraño.
–Esta es El Idiota Bailarín –me dice Kivian mientras me lleva por la rampa de
embarque hacia la cubierta en penumbra de lo que debe ser su nave. –Es mi nave, y
será tu hogar a partir de ahora y hasta que sea necesario.
–¿Idiota Bailarín, huh? –me froto los brazos, abrazándome el torso porque no
solo hace algo de frío sino que solo tengo puesto el equivalente a un pañal. –No
suena muy de piratas.
–Y ese es precisamente el punto –responde Kivian con una amplia sonrisa.
Empieza inmediatamente a quitarse las capas de su ornamentada ropa, como
cualquier hombre acabado de regresar a casa de un evento formal. –Nadie pararía a
una nave con un nombre tan ridículo ni la acusaría de actos nefarios.
Los otros dos alienígenas dejan sus armas y se apresuran por el pasillo.
–Ven –me dice Kivian, luego de soltarse la camisa alrededor del cuello. –Vamos
al puente para podernos ir.
–Espera –le digo antes de que se adelante. –¿Me puedes dar una camisa? ¿O
algo para cubrirme?
Él se voltea a verme y se frota el mentón. –Claro. Supongo que no acostumbras a
andar con el equivalente a una bufanda en casa, ¿verdad? He escuchado que la
Tierra es primitiva, pero imagino que son exageraciones.
–Si. Lo siento, dejé mi hacha de piedra en mi cueva –le digo sarcásticamente. –
¿Me puedes dar una camisa o no?
Kivian me mira por un largo rato y la piel se me pone de gallina. Quizás estoy
siendo demasiado bocona y está por castigarme. Sonríe lentamente y luego sacude la
cabeza. –Parece que soy bueno encantando a todo el mundo, excepto a ti –se
desabotona la camisa por completo y se la quita de un tirón.
Me estremezco, creyendo que es ahora que vendrá la violación. Me aparto
nerviosamente, pero él solo me tiende su camisa. Oh.
–No te tocaré sin tu permiso –me dice en tono calmo y suave. –Cuando dije que
estarías a salvo conmigo, lo dije en serio. No te haré daño, y tampoco lo hará mi
tripulación.
Estudio su rostro, preguntándome si es un truco. Si trata de engañarme como a
los hombres sapos. Pero no veo más que confiada calma en su expresión. Me toma
un momento darme cuenta de que sus palabras no están siendo filtradas por mi
traductor. –¿Tú… hablas inglés? –agarro la camisa de su mano y me la pongo. Es
como envolverme en una manta de lo grande que es, pero no me importa. Es
abrigada y tapa todo. Eso es lo importante.
Kivian se inclina, y puedo ver con más claridad su pecho desnudo. Tiene unas
cuantas cicatrices en el pecho, su tono blancuzco contrastando con su tono azul
natural. Uno de sus musculosos brazos está cubierto de tatuajes negros, fascinantes
y exóticos. Tiene un cuerpo impresionante, y no solo porque mide tres metros de
alto. Se ve que hace ejercicio. También me queda claro que lo que sentí bajo su ropa
no era armadura. Tiene recrecimientos callosos en los hombros y brazos, y en el
centro de su pecho. Alza sus manos y empieza a abotonarme la camisa como si fuera
una niña pequeña. Tres dedos y un pulgar. Ah, otra rareza.
Es gracioso, pero es el primer tipo que me ha tratado como persona desde que
desperté esclavizada.
–Descargué el lenguaje a través de mi chip desde el momento en que te vi –me
dice. –Creí que sería más fácil comunicarnos así.
–¿Chip?
Él se da un golpecito tras la oreja. –Es un implante. Es lo que se estila estos días.
El tuyo es… barato. Efectivo pero feo e incómodo.
Me toco la oreja, de donde cuelga el horrendo bulbo gris. No se equivoca.
–Ven –me dice al terminar de abotonarme. –Vamos al puente antes de que
alguien me acuse de arrastrarte a mi camarote –Kivian me regala otra sonrisa
coqueta, caminando delante de mí y dándome el espectáculo de su espalda
musculosa y su cola bamboleante.
Muy bien, entonces. Puedo buscarme una esquina oscura para esconderme
como cobarde, o puedo aguantar e ir al puente. Por mucho que quisiera esconderme
o dormir. Dormir sería agradable, me fuerzo a seguirlo por el pasillo. Su camisa es tan
grande que me llega a las rodillas y las mangas me cubren las manos. Trato de
arremangarme mientras camino, tratando de absorber todo a mi alrededor.
Detesto decirlo, pero todo parece salido de un episodio de Viaje a las estrellas, o
alguna película del espacio. Me pregunto si es coincidencia o si alguien de Hollywood
ha estado recibiendo visitas de fuera del planeta. Hay todo tipo de paneles en las
paredes, algunos apagados, otros parpadeando con gráficas, imágenes y luces. Hay
algo que parece un teclado con menos teclas y Kivian le pasa la mano por enfrente,
sin tocarlo; para abrir una puerta. El suelo bajo mis pies está frío y se siente como
metal corrugado, y al entrar en el puente veo varias estaciones con grandes sillas,
todas ocupadas, excepto la del centro, que es claramente la de Kivian.
Uno de los enormes alienígenas azules se voltea a mirarnos y nos fulmina con la
mirada. Tiene el cabello afeitado casi al cero, lo que hace que sus cuernos se vean
tan prominentes como su ganchuda nariz. –Ya era hora –dice. –Es de mala suerte
tener mascotas en la nave, Bakhtavis.
–Ella no es una mascota –responde Kivian. –Es una invitada –me pone la mano
en el hombro y me guía hacia la silla central. –Ven, siéntate en mi silla. Ponte el
cinturón de seguridad.
Bueno, eso es una mejora con respecto a Sapito. Me siento en la silla,
sintiéndome muy pequeña ante la enormidad de la misma. –¿Qué hay de ti?
Él encoge sus enormes hombros, apretando un botón que hace que unas tiras se
amarren alrededor de mi cuerpo. –No me hará mal que me sacudan un poco.
–Espera, ¿nos quedamos con la humana? –el cabeza rapada me mira ceñudo. –
Creí que solo buscábamos cristales lethiul.
–Kivian encontró otra cosa que quería –dice el más grande de los alienígenas.
Alguien gruñe.
–Silencio, todos ustedes –Kivian suena divertido, no molesto. –Solo díganme que
pudieron conseguir el cristal mientras yo distraía a nuestros amigos ooli.
–Obtuvimos el cargamento… y un poco más, pero no demasiado. No es todo lo
que pidieron los kaskri –responde uno de ellos.
–Tendrá que ser suficiente. Nos vamos –Kivian me sonríe y se aferra al posa
brazos. –Agárrate con fuerza, pequeña.
Espera, ¿por qué?
–Surgimos –dice uno de los alienígenas, la única advertencia que recibo antes de
que seamos lanzados como de una catapulta al espacio.
Capítulo 5
Kivian
***
Fran
Estoy tan cansada. Por primera vez en mucho tiempo puedo dormir sin
preocuparme de ser toqueteada o abusada. Hay una extraña fuerza, casi centrífuga,
empujándome contra mi silla mientras volamos por el espacio. Lo llaman “surgir”. Lo
que sea, es agotador. Me presiona constantemente, haciendo que mis músculos se
contraigan innecesariamente. A pesar de eso, no puedo evitar amodorrarme. Me
siento extrañamente a salvo a pesar de estar rodeada de cuatro gigantes azules.
Y trato de no pensar demasiado lo que dijo aquel gigante sobre mí, Kivian. Así se
llama. Me dio su camisa y me deja sentarme en su silla, parado a mi lado
semidesnudo y dominante, pero sin ser agobiante. Es una rara combinación, pero
tantas cosas raras han sucedido hoy que no me sorprende. Dormito ligeramente,
pero no puedo dejar de pensar en sus palabras.
Sabes tan bien como yo que no duraría cinco minutos por su cuenta.
No planeo poseerla o forzarla.
Ella me pertenece.
Ella me pertenece.
Ella me pertenece.
Eran las mismas palabras de Sapito, pero sin el tono discreto de amenaza que él
usaba. Las palabras de Kivian tienen un tono afectuoso, y no me trata igual a los
demás. Pero no puedo bajar la guardia por completo, aunque no tengo muchas
opciones. No se equivoca al decir que no duraría ni cinco minutos por mi cuenta.
Estaría atrapada en el espacio exterior sin dinero, sin ropa, y casi sin poder
comunicarme con nadie. Además, si todos me consideran poco más que un cachorro
exótico, no lograré ir muy lejos.
Puede que no me agraden ni confíe en estos tipos, pero de momentos estoy
atrapada con ellos.
Sueño con comida, y en mis sueños me amarran y reprimen. No son buenos
sueños, y me despierto con una sacudida de pánico al creerme apresada
nuevamente, solo para encontrarme aún en la silla de Kivian, la interminable presión
del “surgimiento” aún sacudiéndonos. Se me dificulta relajarme, y lo único que me
calma es el trasero de Kivian frente a mí, apoyado contra la consola frente a su silla,
su cola meneándose lentamente mientras conversa con su tripulación en voz baja.
Despierto nuevamente un rato después ahogando un grito, mis oídos
sintiéndose destapados por primera vez en mucho tiempo. Me froto un lóbulo con
curiosidad, y me doy cuenta de que nos detuvimos. Un bostezo atronador se me
escama al enderezarme. –¿Ya llegamos?
–Define “llegar”, pequeña –Kivian se acerca a la silla, con una expresión divertida
en su rostro azul. Debo admitir que es fascinante de mirar. Jamás había visto un
alienígena antes, pero si tuviera que crear uno y hacerlo ver solo lo suficientemente
“diferente”, probablemente crearía algo como él. Sus facciones son más grandes que
las de un humano, sus pómulos y mentón más pronunciados. Su frente es acanalada
y tiene los mismos recrecimientos que su pecho, pero sus ojos son oscuros, líquidos y
cálidos. Y sus labios… cielos.
Esos labios son injustos. Ni siquiera sé por qué pienso en ellos.
Pero su respuesta hace que me preocupe un poco. ¿A dónde “llegaremos”,
exactamente? Estoy en una nave alienígena con estos tipos y sigo tan ignorante de
mi propio destino como antes. Me enderezo incómoda. –¿A dónde vamos?
–¿En los próximos minutos o en general?
Aprieto los labios y lo fulmino con la mirada. Parece que a Kivian le encanta
bromear. Lástima que no estoy de humor. El ser secuestrada por alienígenas,
vendida a un hombre sapo y ser raptada una segunda vez me han agotado por
completo. –¿Si a ambos?
Él inclina la cabeza, como si aceptara que su respuesta fue mala. –En general,
nos dirigimos al cinturón de asteroides más cercano. Nos esconderemos allí,
protegiendo nuestra nave para que parezca otro pedazo de roca flotante, y entonces
avanzaremos con discreción hasta perder a los ooli. Puede que eso tarde semanas.
Puede tardar un mes. Puede que sean dos días… pero dudo que sean dos días. No
con la cantidad de cristales que robamos –me sonríe traviesamente. –Eso les arderá
por un tiempo.
–Y luego de ello, ¿seguirás sin llevarme a la Tierra?
Kivian se cruza de brazos y sacude la cabeza. –Me temo que no, pequeña. Es un
viaje peligroso, y aunque me agradas mucho, mis hombres no están listos para tomar
un riesgo tan grande. De momento, estás conmigo.
Bueno, por lo menos es honesto. No es la primera vez que me da una versión sin
endulzar de los hechos y eso hace que confíe en él un poco más. Prefiero saber a qué
me enfrento a que me mientan. Me froto mi adolorida cabeza y entonces me doy
cuenta de que la horrible presión desapareció. Miro a mi alrededor, sorprendida. –
¿Dejamos de empujar?
–¿Quisiste decir “surgir”? –me corrige, divertido.
Puedo sentir como se me calientan las mejillas. Dios, ¿dije empujar? Trágame,
tierra. –Eso quise decir.
–Claro –dice él, con suavidad. –Y si, dejamos eso de momento. Ahora vamos a
velocidad de crucero, para poder escapar de cualquiera que se haya atrevido a
seguirnos. Nos tomará un tiempo llegar a nuestro destino.
–El cinturón de asteroides, claro –ahogo un bostezo y para mi vergüenza, el
estómago me gruñe. –Disculpa.
–Debería ser yo quien se disculpara. Debes tener hambre. Ven conmigo –me
extiende una enorme mano y lo estudio. Es tan diferente pero tan similar a los
humanos. Si no fuera por el tono azul de su piel y los tres dedos, pensaría que es una
mano humana.
Desabrocho mi cinturón y lo tomo de la mano… y la textura sedosa de su piel me
sorprende. Es como gamuza. No… la tela suave que usan para pulir autos. Ante. Eso
es. El tocarlo es maravilloso y aguanto las ganas de acariciarlo como a una mascota.
–¿Está todo bien? –él nota mi vacilación.
Quiero apartar mi mano de la suya, avergonzada. –Si. Lo siento. Estoy cansada.
–Y hambrienta –concuerda él, agarrándome con firmeza cuando me levanto y
bamboleo. Parece que el “surgir” cansa mucho, a pesar de que solo estés sentado
todo el tiempo. El cuerpo me duele como si hubiese corrido una maratón en verano.
Estoy exhausta.
Me apoyo de él cuando me rodea la cintura con un brazo. No tengo opción. Las
piernas me tiemblan demasiado.
–Vamos –me dice. –Busquemos algo de comer y luego nos vamos.
¿Nos vamos? Recuerdo que me respondió solo a dónde íbamos en general. No
me dijo lo que pasaría en los próximos minutos. –¿A dónde?
Kivian me sonríe, mostrando sus afilados colmillos blancos. –A mi cama, por
supuesto.
De pronto, el reconfortante brazo alrededor de mi cintura no se siente tan
reconfortante. Me sacudo casi cayendo. –¡Dijiste que no era tu esclava!
–No lo eres –me responde con calma, aun sonriendo.
–Entonces, ¿qué te hace pensar que dormiré contigo?
–Es mejor que dormir en el suelo. Además esta nave es tipo crucero –señala el
angosto pasillo al que entramos. –Tiene espacio para una tripulación básica: capitán,
navegador, médico y mecánico. No hay ningún otro lugar donde puedas dormir –se
lleva una mano al mentón, pensativo. –Y no creo que los demás quieran compartir.
Estoy confundida. Frunzo el ceño, tratando de entender lo que me dijo.
Él ve mi vacilación y me dice con gentileza. –Nada de sexo. Pero hablo en serio
cuando digo que no hay suficientes camas. Los pisos son fríos y duros, y te prometo
no tocarte sin permiso.
–¿Y se supone que confíe en eso? –le respondo débilmente.
–No tienes que confiar en eso –me responde, rodeándome la cintura con el
brazo otra vez. –Pero, míralo de este modo: ya he tenido oportunidades de follarte
empieza a avanzar por el pasillo, medio guiándome, medio empujándome junto a él.
–¿Por qué te llevaría conmigo enfureciendo a mi tripulación en el proceso solo para
aprovecharme de tu coño cuando pude haberlo hecho frente a Jth’Hnai?
No puedo pronunciar el nombre del sapo, a pesar de que lo intente. Pero… él
tiene razón. –Dijiste que no te gustaba tener audiencia –gruño. Sigo sin confiar en
esto, pero no tengo opción.
–Eso es verdad –me responde alegremente. –Soy muchas cosas, pero no un
exhibicionista –señala una depresión en la pared que empiezo a reconocer como las
puertas de las naves espaciales. –Este es nuestro comedor. Vamos. Puedes comer y
yo puedo decirte una y otra vez que no te tocaré sin tu permiso.
–Sigues mencionando “mi permiso” –señalo.
Él me mira con una sonrisa cálida y ojos sonrientes. –Es porque, mi dulce Fran,
planeo obtener tu permiso. Pero no hoy.
Capítulo 6
Kivian
Fran
Duermo por primera vez en lo que se siente como semanas. Me despierto con
un bostezo y me acomodo, mirando al techo. Esta es una cama tan cómoda que no
me quiero levantar. Estoy rodeada de almohadas y la manta en la que estoy
enrollada es una de las más suaves que he tocado en mi vida. Miro al techo,
contemplando adormecida las estrellas y galaxias que parecen derramarse hacia la
habitación en la oscuridad. Sé que no es una ventana, sino una pantalla, pero sigue
siendo bonito. Me podría quedar todo el día en la cama, acurrucada… y segura.
Escucho un ligero ronquido.
Ah, si.
Frunciendo el ceño ligeramente, aparto una de las almohadas de mi “fortaleza”.
Kivian está del otro lado, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta en
sueños. Sus colmillos asoman ligeramente por entre sus labios y parece
completamente relajado. Si está fingiendo, lo hace extremadamente bien. Lo
contemplo por largo rato y cuando lo veo roncar ligeramente otra vez, me convenzo
de que está realmente dormido.
Eso me da la oportunidad de estudiarlo sin que sea realmente obvio.
Es muy interesante porque, a diferencia de los hombres sapo, Kivian podría
pasar por humano… casi. Sus facciones son similares a las mías. Tiene una estructura
ósea bastante humana, solo super-desarrollada. Su frente está acanalada, cubierta
de esas callosidades de piel protectoras que vi en su pecho, y los cuernos le salen
justo del contorno del cuero cabelludo. Son enormes, curvados hacia atrás, y no
estoy completamente segura de cómo logra estar acostado. Noto que las almohadas
son pequeñas y que él tiene una colocada estratégicamente bajo el cuello.
Interesante. Sus pestañas se estremecen en sueños y su boca se mueve ligeramente.
Y entonces vuelve a roncar.
No puedo evitar reírme. Parece tan humano en este momento. Si, sigue siendo
azul, sigue midiendo tres metros y sigue teniendo cuernos y cola. Pero duerme como
cualquier otro, y eso me consuela.
También parece que dormirá un largo rato y yo necesito orinar. Me levanto
silenciosamente, enrollando mi manta alrededor de mi cuerpo y exploro su
camarote, tratando de recordar como operar la puerta al cuarto de baño. La
encuentro, y entonces me toma otro par de minutos recordar cómo funcionan las
instalaciones. Luego de orinar, me inclino sobre lo que creo recordar es el lavamanos
y me lavo la cara y todo lo que puedo alcanzar. Realmente espero que sea un
lavamanos y no la versión alienígena de un bidet. Una vez limpia, me dirijo a su
armario, cansada de estar semidesnuda. Él bien puede donar otra camisa a la causa.
Unos minutos después me pregunto si no estaré buscando en el lugar
equivocado. Hay mucha ropa guindando en lo que pensé que era el armario, pero
ninguna de las piezas parece tener sentido. Nada parece una camisa o un pantalón
normal. Hay enormes bultos de tela con tiras y botones. Tantas tiras y botones. Ni
siquiera sé que estoy mirando y agarro una manga –o por lo menos lo que creo que
es una manga. No se parece en nada a lo que llevo puesto. Pero claro, ahora que
examino más de cerca la camisa que llevo puesta noto que tiene bastantes amarres.
¿Será que la desamarro toda para ver si concuerda con las demás?
Pero, ¿y si termino con solo un enorme pañuelo decorativo para taparme?
Entonces…sería más o menos lo mismo que lo que tenía puesto cuando me
rescató. Incluso llevaba menos entonces. Obvio, Fran.
–Estás escudriñando muy de cerca mis camisas –murmura una voz somnolienta.
–No me digas: detestas mi sentido de la moda.
Miro a la cama de soslayo. Kivian está sentado entre las mantas, un mechón de
cabello cayéndole descuidadamente sobre la frente. Se rasca uno de los lados
afeitados de su cabeza, dándome a entender que no es una persona mañanera, y
luego se frota el pecho. Tiene las mismas callosidades en el pecho y antebrazos.
Fascinante. Y claro, ahora lo estoy mirando alelada. Me fuerzo a hacer contacto
visual con él para que no crea que lo estaba espiando. –Solo trato de ver si tienes
algo que pueda tomar prestado.
–Puedes tomar lo que quieras, por supuesto –me dice con un bostezo. –Eres mi
invitada. Tienes derecho a lo que desees.
–Menos un viaje de regreso a la Tierra –le espeto, pero me arrepiento apenas lo
digo. Ha sido sincero conmigo desde el principio. No puedo odiarlo por no querer
arriesgar su vida por mí.
–Menos eso –concuerda él, aún medio dormido y de buen humor. –Pero mi
armario está a tu completa disposición. Lo que quieras, aunque me toque ir desnudo.
–No, gracias –le digo, en tono jovial. –Voto porque ambos permanezcamos
vestidos.
–Si eso quieres –él vuelve a bostezar, levantándose de la cama. Me echo para
atrás, asustada, pero me alivio al ver que lleva pantalones, aunque no tenga la
camisa con la que se fue a dormir. Pasa junto a mí con pasos pesados en dirección al
cuarto de baño. Miro como su cola se menea al desaparecer por la puerta, y él actúa
más interesado en sus rituales matutinos que en mí.
Eso no es malo. Pero… es raro. Durante la última semana he sido el blanco de
miradas maliciosas, toqueteos y gestos vulgares. Me siento extraña al ser tratada
como una persona normal. Como una compañera de habitación más.
Parece un engaño.
Espero, vigilante, hasta que él emerge del baño. Sus ojos parecen más brillantes
y se peinó el cabello. Se me acerca, haciendo que aferre el cuello de la camisa y me
aparte de golpe… solo para meter la mano en el armario y sacar otra camisa. –Te dije
que no te lastimaría –me recuerda Kivian con calma.
–También dijiste que yo te pertenecía. Se lo dijiste a todos –le recuerdo yo.
–Si lo hice. Somos un grupo bastante codicioso, los mesakkah –se encoge de
hombros. –No hablaba en serio. Solo quería alejarte de Jth’Hnai.
–También se lo dijiste a tus hombres, mentiroso.
–¿De verdad? –sonríe, mesando en su enorme manaza la tela de una camisa. –
Quizás sea cierto, pero permíteme recordarte que no deseo hacerte daño. Estás a
salvo conmigo.
Me cruzo de brazos, escéptica. –¿Y cómo puedo estar segura de que no me
mientes?
–Porque ya te tendría debajo de mí, gritando de placer, si quisiera tomarte por la
fuerza –me echa una mirada que seguramente considera seductora. –¿Crees que no
he conocido hembras que me dicen que no mientras que sus manos ansiosas me
demuestran lo contrario?
–¿Ew? Te digo que no con todo mi ser.
Kivian sonríe, nuevamente lleno de encanto juvenil. –Y es por eso que no te
estoy tocando. Tú y yo somos amigos. Nada más. Te doy mi palabra. Ahora, ¿te
muestro como ponerte correctamente una de estas camisas? Están de moda en seis
sistemas distintos, pero de verdad se necesita un tutorial para aprender a
abrochárselas.
Puedo seguir enfadada con él, o puedo aceptar su oferta amistosa. Vacilo,
aferrando mi camisa. La verdad es que no sé si pueda confiar en él. O en algún otro.
Pero… no se equivoca al decir que ha podido hacerme daño y no lo ha hecho. El
muro de almohadas permaneció en su lugar toda la noche. Incluso cuando tuvo la
oportunidad de violarme en las habitaciones de Sapito, solo coqueteó conmigo… y
demoró.
–Por favor no abuses de mi confianza –le susurro al avanzar, decidiendo aceptar
su oferta. –Necesito poder confiar en alguien.
–Mi querida y dulce Fran –me murmura, dirigiéndome una mirada intensa. –
Preferiría morir antes que defraudarte. Que no se te olvide.
Y de alguna manera, le creo.
***
Kivian
Kivian
Toma alrededor de dos días para que el temor abandone por completo el
hermoso rostro de Fran. Toma otros dos días y una hora para que Fran encante a
toda mi tripulación. Sé que nos llevaremos de maravilla desde el momento en que la
encuentro en el comedor discutiendo con Sentorr sobre cuales raciones son más
sabrosas, con las risas de Tarekh de fondo, ya que ella se ha estado comiendo mis
reservas y no las de ellos. Al parecer le gustan los mismos fideos salados que a mí.
–Tiene buen gusto –les digo, orgulloso, aunque solo me deje las sobras para
comer. Pero no me importa. Por Fran, lo que sea.
Han pasado solo unos días y ya no imagino la vida sin ella. Es difícil creer que me
enamorara; no, no es la palabra correcta. Necesito una palabra más fuerte. No hubo
intermedio entre Fran llegando a mi vida y mi enamoramiento. Ella de pronto es
simplemente todo. Pienso en ella antes de dormir y cuando despierto, es en lo
primero que pienso.
Claramente ella no siente lo mismo por mí todavía, pero lo logrará. ¿Cómo
podría no enamorarse de mí? Soy increíblemente encantador. Es testaruda, mi Fran.
Ya se acomodará.
–No entiendo como un pirata puede pasar tanto tiempo tonteando con mangas
de camisa –me dice, con los brazos en jarra mientras fulmina mi armario con la
mirada. Criticar mi guardarropa se ha vuelto uno de sus pasatiempos favoritos. –¿No
tienes otras cosas piratosas que hacer en lugar de pasarte horas amarrándote las
mangas?
–¿Cómo qué? –le pregunto, repantigado en mi silla, ya que cuando lo hago en la
cama la pongo nerviosa.
–No sé. ¿Qué hace un pirata espacial? –me mira por encima del hombro. –
¿Forzar a alguien a caminar por la plancha espacial? ¿Abordar otra nave? ¿Algo?
–Primero que nada, una plancha espacial es algo ridículo –le digo mientras ella
toma una de las camisas menos complicadas de mi armario. –Segundo, ¿por qué
abordaríamos otra nave? Estamos escondidos. No eras muy buena jugando al
“escóndete/encuéntrame” de niña, ¿verdad?
–Los humanos lo llamamos simplemente “jugar al escondite”, y yo era excelente,
para tu información –me dice Fran, llevándose la camisa consigo al cuarto de baño
para cambiarse. Espero a que regrese, unos minutos después, prácticamente
nadando en la tela. –Muéstrame como se hace otra vez.
–Es un nudo raithu –le digo. –El último grito de la moda en Planeta Madre –tomo
varias de las tiras colgando de la tela y cuando ella extiende el brazo, las amarro en
su lugar, formando la manga de las piezas de tela.
–¿Puedo cortarla para hacerme un vestido?
–¿Cortarla? –pretendo horrorizarme. –¿Sabes cuánto cuesta?
–¿No? –parece cabizbaja. –¿Es muy costosa?
–Un año de salario para la mayoría de los trabajadores, creo. No me muevo en
círculos de clase media-baja, así que no estoy seguro de mis cálculos, pero si, es cara.
La pobre Fran parece horrorizada. –Bien, muéstrame como se amarra otra vez.
Lo hago, y para cuando termino ella se retuerce de impaciencia. Es adorable.
Podría mirarla todo el día. De hecho, quizás lo haga, ya que no hay más nada que
hacer… sino esperar. Cuando termino con las mangas, ella toma un cordel trenzado y
se lo amarra alrededor de la cintura, a modo de cinturón. Mis camisas son lo
suficientemente largas como para quedarles de vestido y es erótico y adorable verla
vestida con mi ropa. Sentorr me ofreció algunas de sus camisas viejas, pero le gruñí
hasta que prometió no ofrecérselas a ella directamente.
Me gusta que use mis cosas. Puede destrozarlas si quiere, siempre y cuando eso
la haga feliz.
–Entonces, ¿qué hay para hoy? –me pregunta, peinándose el cabello frente al
espejo y luego volteándose para mirarme.
Me encojo de hombros mientras señalo a mí alrededor. –¿Esto?
Fran deja el peine y frunce el ceño. –¿Quieres decir que tú tampoco tienes nada
que hacer?
Hay cosas que hacer, pero no tengo ganas, no cuando ella me resulta tan
entretenida. –¿Tampoco? ¿Estás aburrida?
Ella ladea la cabeza, con una expresión de suma paciencia. –No tienes ni idea.
–Bueno, ¿qué te gustaría hacer?
La pequeña humana se sienta en la silla frente a mí. –No sé. Una cautiva no tiene
demasiadas opciones.
Frunzo el ceño. –No eres mi prisionera. Eres mi invitada.
–Entonces llévame a casa. A la Tierra.
–Buen intento, pero no.
Fran suelta un ruidito exasperado y se reclina en la silla, con los brazos cruzados.
Noto que también cruza las piernas y ese movimiento elegante me fascina. –
¿Entonces que sueles hacer cuando estás atrapado en una nave silenciosa todo el
día?
Me encojo de hombros. –Adelanto papeleo. Es terriblemente aburrido, lo sé,
pero incluso un pirata tiene correos que responder –pienso en mi hermano, que me
mandó otro mensaje al cual no he respondido. Me envió más imágenes del pequeño
Kivita, mi feo y fascinante tocayo, urgiéndome a visitarlos. Le responderé pronto…
cuando tenga mi respuesta. En este momento estoy más enfocado en la hembra
frente a mí. –A veces leo un libro.
Ella hace una mueca. –Todos tus libros están en un lenguaje que no entiendo.
Me río. –¿Qué tal algo de música? Oh, también practico con mis palillos.
–¿Palillos? –ella frunce el ceño. –Eso es lo que jugabas con Sapito, ¿verdad?
Inclino mi cabeza. –Cierto.
–¿Me muestras cómo jugar? –volteó la silla para quedar frente a la mesa entre
nosotros. –Podemos jugar aquí.
–¿Tu gente tiene juegos de azar? –me sorprendo constantemente con las cosas
que me dice. Los humanos no son tan primitivos como se me ha hecho creer.
–Oh si. Soy bastante buena jugando cartas.
–¿Cartas? –la miro, extrañado. –¿Juegan con cartas? ¿Pequeños trozos de papel?
¿Por qué harían algo tan tonto?
–¿Bromeas? Ustedes juegan con palillos, ¡palillos! ¿Quién es el tonto ahora? –
suena indignada.
Me echo a reír. –Es justo.
Su mirada indignada se vuelve una sonrisa y entonces se ríe. –Creo que ambos
suenan tontos cuando lo desglosas. Bien, muéstrame como se hace.
Toco un panel en la mesa y mi juego favorito de palillos emerge de donde lo
guardo. –Bueno, como me gusta decir: todo está en la muñeca.
Ella arquea una ceja. –Creo que eso lo he escuchado antes.
Le sonrío. –Quizás sí. ¿Te muestro mi técnica?
Espero que me lance una respuesta hiriente, pero ella solo se inclina y me sonríe
seductora. –Muéstrame lo que tienes, muchachón.
Sus palabras hacen que se me resbale la caja de palillos, regando las piezas por la
mesa.
Fran se ríe, divertida y eso hace que las piezas se me resbalen una segunda vez.
Y no me importa.
***
Jugar a los palillos por horas todos los días se vuelve parte de nuestra nueva
rutina. A veces jugamos al despertar, antes de ir al comedor a desayunar. A veces
jugamos antes de dormir, luego de que termino de trabajar. Fran no tiene mucho
que hacer, así que se ocupa tratando de convertir dos camisas que ya no me quedan
bien en un vestido o dos para ella y practicando su técnica en los palillos. La
emocionan nuestros juegos, tanto como a mí. No hay nada que me agrade más que
pasar la velada con Fran, riendo y hablando.
Ella se vuelve rápidamente mi persona favorita con quién hablar. No solo porque
tiene un sentido del humor tan ácido como el mío, sino porque también puede ver
las cosas desde un punto de vista completamente distinto al mío. También me hace
ver rápidamente cuando mi propio ego se interpone en mi camino, cuando las
mismas opiniones podrían haberme hecho enfadar si vinieran de Sentorr o Alyvos.
Fran solo me hace reír al hacerme notar que estoy siendo un idiota.
Me gusta aprender cosas de ella, también. Hay tanto de la sociedad humana que
me resulta fascinante y extraño a la vez, y nuestras conversaciones solo subrayan lo
diferente de nuestras culturas.
–Entonces, ¿la esposa de tu hermano está embarazada? –me pregunta una
noche durante nuestra partida de palillos. –¿Cómo es eso posible?
Me río y la miro travieso. –Bueno, Fran, cuando un macho y una hembra se
quieren mucho…
Ella pone los ojos en blanco. –Muy gracioso.
–…se juntan y compran el mejor plas-útero que los médicos puedan ofrecerles.
Ella me mira con ojos como platos. –Espera, ¿qué? –parece sorprendida. –
¿Compraron un bebé de probeta?
–No. Creo que lo hacen de la manera tradicional –pienso en el vientre hinchado
de Chloe y suprimo un varonil estremecimiento de incomodidad. –Lo está gestando
en su barriga. Imagino que hubo algo de asistencia médica, pero todo es posible, si
tienes los créditos suficientes.
Fran me mira, boquiabierta.
–¿Qué? –dejo mis palillos, esperando a que ella haga su jugada.
–Eso te da un poco de asco, ¿verdad? Que ella vaya a tener un bebé.
Frunzo el ceño y señalo la mesa. –Tu turno. Y no, no me da “un poco de asco”. Es
solo… inusual.
–¿Por las leyes de higiene?
–Entre otras cosas. La mayoría de las hembras mesakkah no se molestan en
tener a sus hijos de manera natural. No cuando tienen a su disposición un útero
artificial perfectamente bueno esperando que lo renten. Donas tu información
biológica, pagas una cuota y vas a buscar a tu bebé cuando esté listo.
–Es… raro.
–Es todo muy limpio, te lo puedo asegurar.
Ella se pone una mano en el vientre, como perturbada. –No creo que quiera
hacer eso si en algún momento quiero tener un bebé. Quisiera llevarlo en mi vientre,
de ser posible. Las leyes de tu planeta madre parecen algo… frías.
–Ciertamente así parecen –murmuro. Pienso en Jutari y en lo feliz que se ve, lo
contento. Es claro que no piensa en leyes sanitarias. Me pregunto si seríamos un
pueblo más feliz si no nos enfocáramos tanto en las enfermedades. Es algo
interesante que pensar.
Fran sacude la cabeza ligeramente y lanza sus palillos. Su técnica es terrible, pero
puedo manipular mi próxima jugada lo suficiente para darle ventaja y que el juego
dure un poco más. Es hacer trampa, de cierta manera, pero lo veo como práctica.
Quién sabe a quién me toque embaucar en un futuro. Es mejor saber cómo jugar
contra cualquiera, incluso contra un mal jugador.
Además, nada hace que Fran se ría más que “ganarme” en un juego. Su risa es
adictiva.
–No puedo imaginarme una sociedad en la que no puedas ni besar a la persona
que amas –me dice ella, estudiando la mesa frente a nosotros.
–¿Besar?
–Un encuentro de bocas. Es una muestra de afecto entre humanos.
–¿Quieres darme un ejemplo? –le sonrío discretamente, aunque mi corazón se
acelera al pensar en sus carnosos labios apretándose contra los míos. Las leyes
sanitarias pueden irse a la kef, quiero probarla.
Pero ella solo dice: –Detestaría romper tus leyes.
–Soy un pirata, mi cielo. Romper la ley es lo que hago. No dejes que eso te
impida lograr tu meta.
Ella solo sacude un dedo, como si yo fuese un niño travieso. –Puede que tú seas
un pirata, pero yo no. Solo soy la cautiva de un pirata.
–Ah, claro, porque no te llevo de regreso a la Tierra. ¿No podrías solo ser una
invitada? –pretendo estudiar la mesa frente a nosotros, pero en realidad me fijo en
Fran y en su expresión.
Mi humana parece pensativa. –Pero un invitado está donde está porque quiere
estar allí, ¿no? Entonces tampoco puedo decir que soy una invitada.
–Entonces, ¿qué eres? –le pregunto. Aparte de mía, porque no te voy a dejar
marchar.
Ella hace un mohín y se queda pensativa. –Te lo diré cuando lo descubra.
Capítulo 9
Fran
Compartir habitación con un enorme hombre azul resulta ser algo más estrecho
de lo que había pensado. Es una nave pequeña, y el camarote del capitán no es
exactamente enorme, por lo que estamos constantemente tropezándonos el uno
con el otro, o rozándonos al pasar.
Una noche, me preparo para acostarme, estirándome con un bostezo. Kivian
está sentado cerca, revisando algo en su datapad cuando se levanta de pronto,
dirigiéndose al cuarto de baño. Mientras camina, puedo ver que el frente de sus
pantalones está abultado con una obvia erección.
Trago saliva, preguntándome que debería decir. ¿Debería hacer algo?
¿Ignorarlo? ¿Pretender que no lo vi? ¿Confrontarlo? Recuerdo la vez que sentí su
erección rozarme el trasero. Él había actuado como si no pasara nada y creí que me
había equivocado.
Pero no hay modo de equivocarse con ese bulto.
Pero, ¿digo algo? Tenemos un balance tan frágil. Me ha tratado como una
invitada desde que llegué, y aunque mis sueños tanto de día como de noche han sido
algo… calenturientos, él se ha portado como un perfecto caballero.
Y aun así…
Me mordisqueo una uña, pensativa. La curiosidad me vence y me deslizo
discretamente hacia la puerta del cuarto de baño, espiando como la pervertida que
soy. Está muy callado allí adentro. Pero claro, probablemente está insonorizado.
Obvio, Fran.
Entonces lo escucho. El inconfundible sonido de piel con piel. Un gruñido suave.
Algo se mueve adentro, como si un enorme cuerpo se apoyara del lavamanos.
Me sonrojo por completo. ¿Se está… tocando allí adentro? ¿Por mí? ¿Solo
porque me estiré?
El solo imaginármelo me deja jadeante. Mi mano se desliza por sí misma al
frente de mi larga camisa. La llevo como vestido. Podría tocarme ahora mismo,
masturbarme como él lo hace.
¿Qué me pasa? Él no ha mostrado ningún interés en mí, solo como amigos. ¿Y si
esto es algo normal para la gente azul? ¿Y si es simplemente otra función corporal y
aquí estoy, espiándolo como una pervertida mientras me imagino su enorme cuerpo
azul sobre el mío? Imaginándomelo tomando uno de mis pezones entre esos
perfectos labios azules…
No debería estar pensando en sexo. No después de lo que me pasó. Quizás eso
me dejó trastocada. Eso me regresa a la realidad, y me voy a la cama, tapándome
hasta la barbilla y cerrando los ojos.
Si él quisiera tocarme, ya lo habría hecho… ¿verdad?
Capítulo 10
Fran
Días después…
Capítulo 11
Fran
Siento que voy a estallar si algo no sucede entre nosotros pronto. Necesito
superarlo, o encontrar lo que sea que usen de vibrador en el espacio.
Lo que sea.
Lo único que sé es que estoy perdiendo la cabeza con ese delicioso pedazo de
hombre azul tan cerca y no sé qué hacer. Él controla mi vida, por lo que no me atrevo
a decir nada. No me ha indicado que quiere ser algo más que amigos.
Jamás me he masturbado tan fuerte, ni tan furtivamente en mi vida.
Algo tiene que cambiar pronto, eso creo, o voy a empezar a frotarme contra su
pierna como el poodle/juguete sexual que se supone que soy.
Capítulo 12
Fran
Tres semanas después…
Kivian
Kivian
Fran
Kivian
–¿Así que tienen todo el cristal? –los ojos de Fran aún están rojos luego del
ataque de llanto, lo que me hace sentir culpable aunque sonría. Me froto el
estómago, no muy seguro si me molesta más que me vaya a doler por unos días o
que Fran estuviese tan asustada que sintiera necesario atacar.
Es lo segundo, claro. Detesto que mi pareja se haya sentido tan aterrada. –El
cristal no importa –le digo, haciéndole señas de que venga a sentarse junto a mí en la
cama.
Estamos en mi camarote. Necesitaba bañarme luego de haber sudado tanto en
la nave ooli: les gusta mantener una temperatura como de pantano caliente,
haciéndome nadar en mis propios jugos segundos después de abordar. Fran me
siguió, aún asustada. Los otros están en el comedor, celebrando nuestra victoria y el
cristal que tomamos, junto al otro botín que encontramos en la otra nave.
Deberíamos unirnos a ellos, pero creo que Fran necesita unos minutos para
recuperarse… y yo necesito estar con ella.
Jamás sentí un miedo parecido al que percibí cuando ella me golpeó en el
estómago con el invaluable jarrón Ilsi. No por el jarrón; aunque me gusta
considerarlo como un plan de retiro de emergencia, sino por el hecho de que
estuviese tan aterrada. Inmediatamente creí que estaba en peligro, y jamás había
sentido una necesidad tal de proteger a alguien. Se ha convertido rápidamente en mi
todo.
Incluso el pensar en que pudiese correr peligro me perturba. Para ser honesto, ni
siquiera estaba en riesgo. La situación estaba controlada. Pero, aun así…
No podemos continuar así.
Obtuvimos los cristales faltantes de los ooli. Eso es verdad. También vaciamos
sus provisiones y los dejamos sin créditos. Me digo que es lo que se merecen por
andar con contrabando. La verdad es que no me molesta robarle a esos tipos. Los
chips de crédito en físico solo se usan para comprar cosas ilegales, como tecnología
prohibida, cristales…
Y esclavos.
Junto a un baúl lleno de chips de crédito, dos contenedores de cristal y suficiente
vino y armas para hacerme preguntar qué clase de fiesta pensaban dar esos ooli,
también recuperamos los archivos de la nave. Incluidos estaban los mensajes
normales… junto a unas sospechosas comunicaciones entre Jth’Hnai y un
comerciante sin nombre. El ooli se quejaba de que le habían robado su juguete en la
Estación Haal Ui y que quería un reemplazo. El comerciante estaba de acuerdo y le
había ofrecido encontrarse en una estación cercana; una con muy mala fama, para
que Jth’Hnai pudiese escoger un juguete nuevo sin cargo adicional, por ser un cliente
tan bueno.
Meses atrás, habría robado a los ooli y al mercader por igual para luego
marcharme sin más. Ahora no puedo dejar de pensar en las hembras humanas,
cautivas justo ahora. ¿Son valientes como mi Fran? ¿O están aterradas?
No puedo abandonarlas, de la misma forma en que no podría abandonar a Fran.
Ella no es mesakkah. Para nuestra raza y docenas más, ella no es más que un
juguete parlanchín que camina en dos patas. Una mascota. No sabe nada de la
galaxia ni de las culturas que la habitan.
Solo me ha pedido regresar a casa.
Hace un mes le había dicho que no. Que no podía hacerle eso a mi tripulación.
Ahora todo ha cambiado. Fran tiene mi corazón en sus delicadas manos y no puedo
soportar la idea de no poder protegerla. Estará más segura en la Tierra, lejos de todo
esto.
La llevaré de vuelta a su planeta. Es un viaje largo y peligroso, pero ella se
merece una vida larga y feliz. Como el juguete de un pirata, no sé si eso será posible.
Eso me duele, pero no puedo sacrificar su comodidad por la mía.
Quiero hablar con mi hermano de inmediato, para preguntarle como protege a
su Chloe. Como lidia con el estrés de tener a alguien así como compañera, pero yo ya
sé la respuesta; ha decidido vivir como granjero en un planeta apartado en el confín
de la galaxia, porque no puede vivir sin ella. Mi hermano, quién fue una vez el
mercenario más temido en seis galaxias, cultiva el suelo con sus propias manos…
todo por el amor de una hembra.
¿Podría hacer lo mismo?
–Lo haría, pero soy un pésimo granjero –murmuro.
–¿Qué? –pregunta Fran, sorbiéndose.
Le doy una palmadita a la cama. –Ven, siéntate –quiero exigírselo, no pedírselo,
pero conozco a mi Fran. También sé que necesito tocarla, simplemente para calmar
mis propias emociones. Su miedo sigue reconcomiéndome el alma.
Fran se acerca cautelosamente, con los ojos brillantes, y se sienta junto a mí.
Nuestras miradas se encuentran, y se ve tan pequeña y frágil que me duele.
Sé que no debería pero lo hago de todas maneras, me la subo al regazo,
apretándola contra mi pecho. Se tensa en mis brazos por un segundo antes de darse
cuenta de que no voy a hacerle daño.
–¿Estás bien, pequeña? –murmuro contra su suave cabello. –¿Quieres contarme
por qué estás tan molesta?
Ella se relaja contra mí antes de cerrar el puño y golpearme suavemente el
hombro. –Ustedes, imbéciles, me dejaron atrás.
Quiero reírme, pero ella está realmente molesta. –Fue por tu seguridad, te lo
prometo.
–¿De verdad? ¿Y qué se supone que haría yo si a ustedes les pasara algo?
Sacudo la cabeza. –Fue una pelea fácil. Cuando abordamos, los ooli se
escondieron. No soltamos ni un tiro. Solo los amarramos y los metimos en las
cámaras de híper-sueño. Fue uno de los abordajes más fáciles de la historia –fue
irrisorio. Sospecho que a ella le habría gustado verlo. La expresión en el feo rostro de
Jth’Hnai al darse cuenta que éramos nosotros abordándolo para robarlo una segunda
vez no tuvo precio. Ese fue un momento maravilloso.
–La computadora me dijo que solo había cuatro formas de vida –su voz suena
dura. Furiosa.
¿Era por eso que tenía tanto miedo? –Mm, si. Cuando la gente está en híper-
sueño, la mayoría de los sistemas no los cuentan como formas de vida. Lo son pero al
mismo tiempo no. Es por eso que solo nos percibió a nosotros.
Ella aprieta la mandíbula, enojada, pero asiente, comprendiendo.
Todavía me sorprende su frustración. –Estás furiosa –le dijo, acariciándole la
mandíbula con un dedo. –¿Por qué?
Para mi sorpresa, le tiembla el labio inferior. –Me dejaste –tiene la voz ronca de
la emoción. –¿Qué haría yo si te pasa algo a ti?
Una simple palabra lo cambia todo. El corazón se me acelera y el cuerpo me
duele de ansias. Pero sé lo que debo hacer. No se puede quedar aquí con nosotros.
Tiene razón, si algo me pasa, ella sería el blanco de todos los pervertidos de este lado
del universo. –Mi dulce Fran –murmuro, acariciándole la mejilla. –No he sido justo
contigo.
–No, no lo has sido –murmura ella, los ojos fijos en mi boca. –Podrías haberme
dejado ir contigo.
No sé si reírme o soltar un quejido. Sus miradas candentes son la peor tortura
posible. Se retuerce en mi regazo, frotando los muslos contra mi pito de la manera
más increíble y frustrante del universo. Si tan solo la hubiese seducido cuando podía.
Pero entonces se me dificultaría todavía más dejarla ir, y eso es algo que debo
hacer. Maldita sea, detesto ser virtuoso, pero no tengo de otra. No me queda bien. –
No podía arriesgarte, pequeña.
–No me arriesgas –me dice en voz suave. Me echa los brazos al cuello,
pegándose más a mí. No puedo resistirme a su suavidad ni a sus labios acercándose.
–Yo me arriesgo sola.
–No te dejaré…
Ella me acalla con un dedo. –No es tu decisión –me susurra, inclinándose para
posar su boca sobre la mía.
Quedo tan fascinado por este extraño movimiento que me olvido de todas la
leyes de higiene y me quedo quieto mientras sus labios rozan los míos. No me
repulsa, en lo absoluto, de hecho, creo que estoy más excitado que nunca, y suelto
un gruñido. Puedo sentir su respiración contra mi piel y un minuto después su lengua
acariciando mis labios con fervor. Se aparta de mi entonces, con una sonrisa discreta.
–¿Acaso tu gente no se besa?
–¿Eso es besar? –lo ha mencionado antes. Ya entiendo por qué me miraba tanto
los labios. No puedo dejar de ver los suyos ahora. Son brillantes y carnosos. Quiero
volver a besarla.
Fran asiente, pegándose más a mi pecho, su boca cerca de la mía, de modo que
nuestros alientos se mezclan. –¿Quieres que te muestre cómo?
No debería hacerlo. Debería hacer lo correcto y apartarla, pero no puedo. Con
un gruñido la aferro por la nuca, atrayéndola contra mí.
No se siente igual cuando la beso, la aprieto con demasiado entusiasmo y ella se
tensa un poco. Me siento como un jovencito inepto que jamás ha tocado una
hembra y me ordeno calmarme. Ella fue muy gentil al explorarme, y trato de imitarla
lo mejor posible.
Eso la hace gemir de una manera tan hermosa y profunda que me eriza los
cabellos… y también me provoca una erección. Ah, que dulce es mi Fran. Sus labios
son maravillosos y no puedo dejar de besarlos. Vaya pasatiempo decadente, eso de
besar. Con razón siguen raptando humanas para volverlas esclavas.
Me aparto de ella de golpe, odiando mis propios pensamientos. Esclavas.
Me mira, confusa. –¿Qué paso?
–No podemos hacer esto. No está bien –le digo, acariciándole el mentón con el
pulgar.
–¿Qué está mal con esto? No hemos llegado al beso con lengua aún.
¿Lengua? Ten piedad de mí. Jamás lo he tenido tan duro. Cierro los ojos,
tratando de controlarme. Ella juguetea con los cabellos de mi nuca y puedo sentir sus
perfectos y redondos pechos apretarse contra mi pecho, y el peso ligero de sus
caderas contra las mías. ¿Por qué tiene que ser tan perfecta?
Escondo la cara en su cuello, inhalando su aroma. No puedo evitar lamerla
ligeramente. Otra ley de higiene rota, pero no me importa. Al juzgar por cómo se
aferra a mí, creo que a ella tampoco.
Pero eso es todo lo que me permito. Me aparto a regañadientes. Puedo sentir la
lujuria latiendo desde mis cuernos hasta mi cola, pero no puedo seguir. No sería
justo para ella. –Debemos hablar, Fran.
Me mira con los ojos muy abiertos, preocupada. –Cuando los humanos decimos
eso, es porque las cosas están mal.
–Esto es bueno, lo prometo –le tomo una de sus manos y la aprieto contra mi
pecho, donde está mi corazón. –¿Recuerdas que me dijiste que querías irte a casa?
¿A tu planeta?
Ella ladea la cabeza, entrecerrando los ojos. –No.
Ignoro el comentario. –Obtuvimos los registros de la nave ooli. Iban a buscar
otra esclava humana para Jth’Hnai. El mercader con el que hablaba mencionó que
tenía variedad. Sé que los demás no están de acuerdo con viajar a la Tierra, pero con
el dinero que hemos ganado con estos cargamentos, tendremos más que suficiente
para tomar la ruta escénica a tu galaxia.
–No.
–Junto con otras amigas que recojamos. Rescataremos a las otras y las
llevaremos de vuelta a la Tierra.
–No –su expresión se torna más testaruda.
–Y será bueno para todos, y podremos regresar a nuestras vidas, sabiendo que
esos ooli no volverán a ponerle las manos encima a ninguna otra hembra humana. Yo
creo que es un buen plan, ¿tú que dices?
–No –me repite con firmeza. Parece furiosa, pero le tiembla el labio inferior. –
¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres regresar a tu vida antes de mí?
Capítulo 17
Kivian
La he lastimado.
Kef, ¿por qué tuve que tratar de ser noble? Soy malísimo en eso. –La verdad te
preferiría desnuda debajo de mí.
Ella parece sorprendida de pronto. –¿De verdad?
–Más que nada –mi voz está ronca de emoción. –No me lo hagas más difícil de lo
que ya me resulta. No soy bueno con esto de la nobleza.
Ella suelta una risa acuosa. –No quiero que seas noble, maldito bastardo. Quiero
que seas el Kivian tramposo y risueño de siempre, al que no le importan las reglas.
No quiero volver a la Tierra; no sin ti.
Gruño. –Me lo haces más difícil.
–¡No quiero que sea fácil, quiero estar contigo! –me agarra la cara con sus
manitas, su mirada fija en la mía. –Idiota, me enamoré de ti y quiero quedarme
contigo. No quiero que me dejes atrás. Quiero aprender a ser útil para la tripulación.
Quiero despertarme en tus brazos, no solo en tu cama. Quiero que rompamos esas
leyes de higiene juntos.
–Fran, pequeña, eso me encantaría, pero no estás segura aquí conmigo.
–¿Por qué?
–¿Cómo que por qué?
–Solo responde –ella se encoge de hombros. –¿Por qué no estoy segura?
–Bueno, esta es una nave pirata. Nos ganamos la vida robando y
contrabandeando.
–¿Y?
–Nos buscan en varias galaxias, y si la ley nos atrapa, pasaremos el resto de
nuestras vidas en la prisión más remota que puedan encontrar.
–Entonces no los dejamos atraparnos. ¿De verdad dejarías que te arrastraran a
prisión? –arquea una ceja. –Eso no suena como tú.
–No, lo más seguro es que peleemos hasta el final.
–Yo haría lo mismo. Y confío en ti para que nos mantengas lejos de las garras de
la ley –me palmea el pecho, como si eso respondiera todas sus dudas. –No eres
ningún novato. ¿Desde cuando eres pirata?
Me encojo de hombros. –Unos treinta años.
Ella se ahoga ligeramente. –Tendremos que tener la discusión sobre las
diferencias de edades entre razas luego. De momento creo que puedo decir que si
obtenemos unos treinta años más de esto, correremos con suerte. La mayoría de los
matrimonios no duran tanto –me recorre la mandíbula con la yema de los dedos,
deslizándose hacia mi cuello, y es la caricia más erótica y cosquillosa que he recibido.
–¿Es tu única preocupación? A mí no me importa. Sé en qué me estoy metiendo.
¿Por qué lo hace sonar tan simple? –No es mi única preocupación. También está
el hecho de que eres una raza de contrabando.
–Más razones para que no te atrapen conmigo –me mira traviesa y se lame los
labios.
Esos malditos y gloriosos labios que quiero probar otra vez. –No me preocupo
por mí, Fran. Son otros los que te piensan una esclava o mascota.
–Tú me protegerás –me susurra, inclinándose hacia adelante. Las puntas de sus
pechos rozan los recrecimientos de mis pectorales y siento un estremecimiento
erótico por todo el cuerpo. Su tentadora boca está peligrosamente cerca de la mía
otra vez. –Y puedes enseñarme a cuidarme sola. Puedes enseñarme a disparar un
arma. Puedes enseñarme a ser parte de tu tripulación.
No le aclaro que la mayoría de estas naves son estrictamente para una
tripulación de cuatro personas. La verdad, hay espacio en mi camarote para ella, y a
los demás no les importa que se nos una. Siempre hay más por hacer, y me
encantaría tenerla a mi lado. No solo porque me muero por probar sus labios otra
vez, o porque deseo meter mi pito profundamente en su coño húmedo y caliente;
amo su mente. Amo que sea lo suficientemente valiente para pincharme el ego
cuando se pone muy grande y que no tema decirme lo que piensa. Me encanta esa
risa profunda y alegre que suelta cuando la dejo ganar en los palillos.
Es mi pareja. Debí estar loco para siquiera pensar dejarla ir.
–¿Y qué hay de la Tierra? –le pregunto solo porque debo.
–¿Qué hay de tu planeta? –me responde. –Si me quedo a tu lado quiero ser tu
compañera, no tu mascota. Supongo que eso significará que no podemos ir a tu
planeta tampoco.
–Ningún planeta civilizado me acepta desde hace tiempo –le digo con una
sonrisa.
–Bueno, nos tocará ir a otro lugar –Fran roza mis labios con los suyos
nuevamente. –Y seremos poco civiles juntos. Si eso es lo que quieres –se echa para
atrás, preocupada. –Tú… no me has dicho lo que quieres.
–¿No? Estoy seguro de que mencioné que te quería debajo de mí –deslizo una
mano hacia abajo para apretar su glorioso trasero.
–Si, pero estoy habla que habla de mis propuestas y tú solo asientes. No es lo
que quiero. Quiero que estemos de acuerdo. Si no me quieres aquí, solo dilo –su
expresión se torna miserable.
¿Cómo puede pensar que no la quiero conmigo?
Quizás sea hora de demostrárselo.
Tomo su rostro entre mis manos y, mirándola a los ojos, la beso. –Te deseo –le
digo entre besos. –Te quiero desnuda contra mí, tu piel contra la mía. Quiero tocarte
en plas-film o cualquier otra cosa. Quiero violar todas las leyes de higiene. Quiero
meterte profundamente mi pito y verte estremecer de placer. Quiero… –vacilo antes
de decidirme. –Quiero llenarte con mis hijos.
–¿Hablas… hablas en serio?
–Si –vuelvo a besarla. Ya me hice adicto a esa caricia tan novedosa y pienso
hacerlo todos los días por el resto de mi vida. –Y si quieres que deje la piratería…
puedo encontrar otra cosa que hacer –recuerdo a Jutari en su granja y lo entiendo,
de verdad lo entiendo. Quizás necesite ayuda con los cultivos. Me estremezco al
pensarlo, pero si eso hace feliz a Fran, entonces lo haré sin duda.
–¿Quién dijo algo de que abandones tu trabajo? –ella frunce el ceño,
acariciándome el rostro. –Quiero quedarme contigo a bordo del Idiota. Quiero ser
pirata contigo.
–No voy a arriesgarte –le advierto.
–No hablamos de lo que quieres, sino de lo que yo quiero –tiene un brillo
travieso en la mirada. –Y si no me dejas ser pirata, me tocará ser… botín de pirata –
agrega, apretándose más contra mí.
Gruño. –¿A qué te refieres?
–Nada, una cosa de la Tierra. Ignórame –aprieta su boca contra la mía
nuevamente, lamiéndome los labios. –¿Podemos decirnos que nos amamos y
besarnos ahora?
–Si, si podemos.
Entonces mi dulce Fran me besa como si quiera devorarme. Vuelve a rozarme los
labios con la lengua y recuerdo su comentario de lenguas. ¿Acaso quiere frotar su
lengua con la mía? El imaginármelo me hace gemir bajo. No creo haber deseado algo
tanto en mi vida. Entreabro los labios para dejarla pasar.
La suavidad y calidez de su lengua se frota contra la mía y me invade un deseo
insoportable. Es la cosa más erótica, y no puedo evitar responder a ella. La imito lo
mejor posible, danzando mi lengua alrededor de la suya, explorando y probando. El
tiempo parece tornarse más lento mientras lo hacemos y puedo sentirla hasta mi
pene, como si lamiera mi espuela.
Esa es otra imagen degenerada que me encanta en demasía.
Cuando nos apartamos para tomar aire, ella jadea tan fuerte como yo, su mirada
alelada por el placer. –Tu lengua… tiene recrecimientos…
–Y la tuya es lisa –le respondo, mordisqueándole el labio inferior. Ya me hice
adicto a los besos. Necesito más.
–Es raro –suspira. –Bueno, pero raro –me acaricia la frente, y las callosidades
que allí hay. –¿Eres igual en todas partes? Sabes que tengo que preguntar.
–Si te refieres a mi pene, la respuesta es sí. Supongo que los humanos son lisos –
la mirada de sorpresa en su rostro me lo confirma. –Ah, será un placer encontrar
todas las diferencias entre nosotros, mi dulce pareja.
–Oh, vaya –susurra ella. –No bromeas.
Me inclino para besarla otra vez, y mientras lo hago, jalo una de las mangas de la
enorme camisa que lleva puesta. –Sé que tendremos que comprarte ropa adecuada
en lo que sea posible, pero te confieso que me gusta verte con mis camisas. Me hace
pensar en quitártelas y tenerte desnuda debajo de mí.
Con un experto jalón, la manga se desbarata, revelando su brazo desnudo.
Acaricio la suave piel, fascinado por la sensación. Ella se desamarra el cinturón,
echándolo a un lado mientras suelto la otra manga. Podría quitársela ahora. Estudio
su rostro para asegurarme de que no hay dudas o preocupación, pero solo veo
lujuria. Aun así, quiero que sea su idea, así que la beso y espero.
Fran suelta un ruidito de impaciencia contra mi boca y entonces se aparta,
arrancándose la camisa; mi camisa, de un tirón. Normalmente protestaría que
trataran así mi ropa, pero ella está desnuda en mis brazos y nada me importa más
que eso.
Toda esa piel suave, descubierta ante mí, no puedo resistir tocarla. Le acaricio un
muslo, mirándole el rostro.
–Entonces –me dice, jadeante. –¿Necesitas que te de indicaciones, ya que soy a
la primera que tocas?
Sonrío ante la altivez de sus palabras. –Pequeña, he tocado hembras antes, solo
que no piel con piel. No así –acaricio su muslo hasta llegar a su intimidad. –Esto es
mucho, mucho mejor.
–No quiero que me hables de otras hembras.
–Bien, porque ni siquiera puedo pensar en ellas. No hubo nada antes que tú.
Solo puedo pensar en Fran, solo en Fran –lo único en mi mente es tocar a Fran,
acariciarla. Hacerla acabar.
–Así me gusta –me dice ella, juguetona, echándome los brazos al cuello mientras
besa mi mandíbula. –¿Puedo lamerte por todas partes?
Gruño. –Dioses, sí.
Mientras ella me mordisquea el cuello, deslizo la mano más hacia su coño. Lo
que creí que era una sombra resulta ser un interesante y sorpresivo manojillo de
pelos entre sus piernas. –Hola, ¿qué es esto? –murmuro. –¿Una sorpresa? Adoro las
sorpresas.
Me encantan los suspiros que suelta cuando la toco. –¿Acaso… tú no tienes pelo
allá abajo?
–No, aunque me hiere que no hayas mirado –le digo con una sonrisa traviesa. –
Allí estaba yo, paseándome desnudo con la esperanza que me notaras y nunca viste.
–Se suponía que éramos amigos –me dice Fran. –Estaba haciendo lo posible por
ser tu amiga. Eso incluye no mirar.
–Nos prefiero así.
–Igual yo –vuelve a mirarme la boca y eso es suficiente para hacerme besarla
nuevamente con un gruñido, explorándola con besos mientras descubro si su coño
es como los demás o si es tan único y encantador como Fran.
Mis dedos resbalan entre sus pétalos y es cálida, suave, y húmeda. Jamás he
tocado algo parecido. La sensación de su carne contra la mía es adictiva y erótica. Los
dedos se me humedecen y puedo sentirla estremecerse con cada caricia. La acaricio
mientras la beso y siento que mi deseo por ella crece. Jamás me ha excitado tanto
tocar a una hembra.
Pero esta es Fran. Claro que es mejor que cualquier otra. Es a la que he estado
esperando.
Mientras la toco, rozo un pequeño bultito de carne cerca de su abertura y Fran
se sacude entre mis brazos, con un sorpresivo ruidito de placer. Me agarra la muñeca
y gime, cerrando los ojos.
¿Qué… fue eso?
Me congelo, pues al parecer la anatomía humana tiene sorpresas. –¿Te lastimé?
–No –suspira ella, jadeante. No aparta mi mano, solo la sujeta. –¿Acaso… tus
mujeres azules no tienen clítoris?
–¿Así se llama? –vuelvo a buscarlo con la yema de los dedos y al encontrarlo ella
vuelve a estremecerse contra mí.
–Es MUY sensible –me dice, jadeando. Su otra mano me aferra por la nuca y
puedo sentir como me aprieta.
Fascinante. –Y bien, ¿me detengo?
–Noooo.
Me rio ligeramente de la vehemencia de su respuesta. –Mi pobre pequeña
humana. Prometo dejar de tocar si es demasiado para ti.
Mi “dulce” humana se aferra a uno de mis cuernos y aprieta. –Si te detienes, no
te vuelvo a hablar.
–Eso es algo con lo que no puedo vivir –la vuelvo a acariciar, con suavidad y me
deleito al verla echar atrás la cabeza para gemir. Al parecer encontré un botón
mágico en el cuerpo de mi Fran.
Oh, esto será divertido. Puedo verlo.
La acaricio una y otra vez, estudiando sus reacciones atentamente. Le gusta más
cuando soy gentil, apenas rozándola con los dedos, pero no responde cuando hago
mucha presión. Describir círculos alrededor del bultito parece ser lo que mejor
funciona, ya que la tiene prácticamente trepando sobre mí.
No me detengo, incluso cuando gime mi nombre como una letanía, o cuando se
aferra a mi muñeca con una fuerza sorpresiva. No me aparta, eso lo entiendo, sino
que busca anclarse a algo y creo saber por qué.
Segundos más tarde, la escucho soltar un sollozo de sorpresa y siento como se
tensa todo su cuerpo. Dice mi nombre y aprieta los muslos alrededor de mi mano, y
puedo sentirla humedecerse cada vez más y más.
Me fascina por completo, y si ya no estuviera enamorado de ella, lo estaría
ahora. Me encanta que tenga mi mano atrapada contra su coño, como si fuese
demasiado pero no estuviese dispuesta a soltarme. Así que sigo acariciando su
clítoris, porque soy un sádico hijo de puta que quiere saber si puede hacerla acabar
inmediatamente otra vez. Jamás he visto a una hembra tan perdida en su propio
placer.
Y ella es mía.
Froto el pequeño clítoris hasta que ella se tensa alrededor de mi mano otra vez.
Esta vez me aparta, jadeando y yo quito la mano. Me fascina lo mojados que están
mis dedos, y no puedo evitarlo. Me los llevo a la boca para probar su sabor. Es fuerte
y delicioso y necesito más.
–Kivian –jadea ella, aferrada a mí mientras lamo mis dedos. –Estas determinado
a romper todas esas leyes ¿no?
–Jamás me ha gustado seguir las reglas –le digo seductoramente. –Acuéstate
para poder probarte otra vez, pequeña.
–No –me dice de pronto, asustándome. Fran mira mi rostro con sus ojos oscuros
y líquidos que parecen querer devorarme. –Yo quiero probarte a ti.
Oh, ¿cómo podría cualquier macho rechazar esa petición? –Soy todo tuyo,
pequeña.
Ella me sonríe antes de bajarse de mi regazo, arrodillándose frente a mí. Jala mi
ropa y frunce el ceño al notar que no se quita, por muchos nudos que desamarre. –
Eh, creo que será mejor que te quites la primera capa tu solo.
Me rio, poniéndome de pie. –Como quiera mi hembra –pienso por un momento
hacerme el duro y tomarme mi tiempo, pero soy ningún idiota, deseo su cálida y
fascinante boquita contra mi piel, probándome como me prometió. Así que me quito
rápidamente la ropa, dejándola caer al suelo y pateándola a un lado.
Ella me mira con ojos como platos. La manera en que mira mi pene me hace
dudar. –Los machos de tu especie… tienen pene, ¿verdad?
–No como ese –murmura ella, sin poder despegar los ojos de mi entrepierna.
Me miro mi equipo, pero todo me parece normal. –¿Cuál parte? No soy peludo
como tú –me sostengo las bolas, para demostrarle.
–Oh, Dios, nunca vuelvas a decir “peludo” –me dice, extendiéndome una mano
para que me acerque. –Kivian, te amo, pero tu pene me preocupa.
–¿De verdad? ¿Por qué? –me acerco para que haga conmigo lo que quiera,
aunque me preocupa su comentario. Quiero que mi Fran se emocione al tocarme, no
que se asuste.
Me acaricia las nalgas y me olvido momentáneamente de su preocupación al
sentir una oleada de placer causada por sus manos acariciando mis músculos. Gruño,
cerrando los ojos.
–Eres tan… grande –murmura.
–Me halagas –murmuro. –Es normal. Soy más grande que tú, pero creo que nos
acoplaremos bien de todas maneras.
–Esa no es la parte que me preocupa –ella acerca la cara, rozando mi muslo con
la yema de los dedos, como si fuera a tocarme finalmente…. pero no lo hace. –¿Qué
es esto? –roza mi espuela con la punta de un dedo.
Casi colapso al sentirla. No estaba preparado para lo bien que se sentiría. –Es mi
espuela. ¿Tus machos no tienen una?
–¿Para qué es?
–Para nada, imagino. Solo está allí, como mi cola. Quizás tuvo algún uso en el
pasado, pero ahora solo sirve para que pequeñas hembras humanas teman poner
sus labios sobre un macho mesakkah.
–Oh, no estoy asustada –me dice Fran, mirándome desafiante. –Solo me aseguro
de que no haya espinas escondidas.
–Nada de eso –le aseguro con voz ronca. –Nada escondido, lo prometo –puedo
sentir su jadeante respiración contra mi bajo vientre y mi pene, lo que me
desconcentra. Deseo suplicarle que se acerque, pero tiene que hacerlo en sus
propios términos.
–Es solo un enorme pito azul con estas callosidades, ¿no? –su voz es tan suave y
seductora que me hace tensar. Quiero agarrarla por el cabello cuando rodea mi
anchura con sus dedos, probándola. –Bueno, un enorme pito azul con espuela.
–La espuela no te lastimará.
–Lo sé –me dice, alzando la mirada para sonreírme traviesamente. –Es solo
sorprendente de ver. ¿Es sensible?
–No demasiado –le digo, pero entonces ella la roza con su dedos y las rodillas me
tiemblan. –Quizás… quizás un poco.
Fran se echa a reír y palmea la cama. –¿Necesitas recostarte mientras te toco?
–No, estoy bien –o por lo menos eso espero. Además, desde este ángulo puedo
verla arrodillada frente a mí, y es como cada sueño erótico que he tenido hasta
ahora. Siento que debería pellizcarme a ver si es cierto.
Pero entonces ella se inclina, rozando mi glande con su lengua y no puedo negar
que es de verdad. Nada de lo que puedo imaginarme se compara. –Fran…
–Dime si hago algo que no te gusta –me dice, besando la coronilla de mi pene.
–Me gusta todo –le aseguro, apretando las manos para contener las ansias de
agarrarla por el cabello. –Haz lo que quieras.
Ella me mira, sonriéndome con picardía mientras vuelve a rozar su lengua contra
mi pito.
Gruño, y ahora estoy jadeando tan fuerte como ella antes. Contemplo fascinado
como chupa la cabeza de mi pito antes de introducirme más profundamente en su
boca, frotando toda mi longitud con su lengua. Mi pito se folla su suculenta boca, y la
sensación de piel contra piel es mejor de lo que pude imaginar en mi vida.
Estoy seguro de que esto viola más leyes de las que he violado durante mis
treinta años de piratería. También estoy seguro de que no me importa. Lo daría todo
por un momento más de esto. Cuando gime al chuparme, puedo sentirlo hasta los
cuernos, y la rodeo con mi cola, desesperado a anclarla a mí de cualquier manera
posible.
Mi hembra. Mi Fran.
Es perfecta.
Le acaricio la mejilla mientras ella continúa lamiéndome y chupándome. Me
mira fijamente y jamás he visto algo tan hermoso. ¿Acaso creía que los humanos
eran raros? Claramente estaba loco, porque adoro la piel suave de Fran y sus
facciones delicadas. Amo sus cinco dedos y que no tenga cola. Me encanta su piel y
ese tono que tiene, parecido a una fruta que vi en un mercado cerca de casa. Amo
todo sobre ella, y lo que más amo es que es mía.
Acaricia mi espuela con una mano, enviando toques eléctricos por todo mi
cuerpo. Me tenso, a punto de perder el control. –No, pequeña –jadeo, a pesar de
que todos mis instintos me dicen que penetre su dulce boca hasta derramarme en
ella. Pero no esta vez. No durante nuestra primera vez junto. Quiero penetrarla
profundamente y mirarla a los ojos mientras la hago mía. –Quiero venirme dentro de
ti, y ya estoy muy cerca.
Ella asiente, con los ojos oscurecidos de pasión y cuando me inclino en la cama
junto a ella, me echa los brazos al cuello para besarme. Es tan adicta a ellos como yo.
Estar desnudo con ella ofrece un nuevo tipo de placer; su piel suave contra la mía,
sus pechos apretados contra mis pectorales. Le lamo los labios coquetamente
mientras mis manos vagan en caricias ligeras hasta llegar a sus nalgas. Es tan suave.
Me arruinó. Nada volverá a saber tan bien o a sentirse tan suave como mi Fran.
Le aprieto un muslo antes de apretarla contra mí, quitándole un mechón de la
frente con la cola. –¿Lista para mí, pequeña?
Ella se muerde el labio antes de asentir. –Te amo, Kivian.
Sus dulces palabras me llenan de un fiero placer. –Yo también te amo, Fran. Solo
lamento no habértelo dicho antes, porque entonces habríamos pasado tres semanas
haciendo el amor en lugar de jugar a los palillos –me inclino para mordisquear uno
de sus pezones erectos.
Fran se ríe, acariciando mi brazo y apretando mis bíceps. –Considéralo nuestro
juego previo. Además, ahora tenemos todo el tiempo del mundo para hacer el amor.
–Mmm –arrastro mi lengua alrededor de sus pezones y me encanto con cómo se
estremece. –Quizás tenga que romper algo para que podamos quedarnos una
semana más aquí y poder tenerte en mi cama.
–Creo que es una excelente idea –me responde ella, retorciéndose debajo de mí.
Me inclino a besarla nuevamente y ella me enrolla una pierna alrededor de la
cintura, abriendo las piernas para mí. Enrollo mi cola alrededor de uno de sus
talones, manteniéndola firme y empujo su otro muslo para acomodarme entre sus
piernas. Ella gime, ansiosamente acariciando mi pecho y brazos, como si no supiera
dónde tocar primero. Tomo una de sus manos y la atrapo contra el colchón mientras
que con mi mano libre guío mi pito a su interior.
Puedo sentir lo húmeda que está. Es increíble. Ella es increíble.
–Kivian –susurra, nuestras miradas encontrándose mientras la penetro con
suavidad.
–Estoy arruinado –le digo. –Me has arruinado.
Nada podría sentirse igual de intenso, de maravilloso, tan… profundamente
conectado. Es como si fuéramos uno y cuando empujo en su interior puedo ver, y
sentir, todo respecto a ella. Me fascina como entreabre los labios, como se le
estremecen las pestañas mientras la penetro. Como sus pezones rozan mi pecho
cuando me inclino.
Me toma un momento penetrarla por completo. Quiero ir despacio, asegurarse
de que pueda conmigo. Su coño es extraordinariamente apretado.
Pero cuando la penetro hasta el fondo, ella ahoga un grito de sorpresa,
apretando los pies contra mis caderas.
–¿Qué? –le pregunto, deteniéndome. –¿Qué sucede? –¿acaso le hice daño? Me
enferma pensarlo.
–La espuela –jadea.
¿La espuela?
Toco entre nuestros cuerpos y efectivamente, mi espuela calza perfectamente
contra su clítoris cuando la penetro por completo. –¿Te duele?
–Dios, no –me dice Fran. –Se siente increíble.
Me echo a reír. –Acabas de hacerme envejecer tres años.
–Entonces tendrías unos novecientos, ¿no? –me rio otra vez y ella gime. –
Cuando te ríes, puedo sentirlo por todo el cuerpo.
–Lo haré más seguido entonces –le digo, y va en serio. Me muevo con más
lentitud, y esta vez puedo sentir exactamente como se acopla mi espuela a su clítoris
y el ligero estremecimiento de placer que me deja claro que le gusta.
Bueno, eso y el grito que acaba de soltar, aparte de que volvió a agarrarme un
cuerno.
Confiado, vuelvo a penetrarla, buscando un ritmo lento y firme, con la intención
de hacerle el amor larga y lánguidamente a mi hembra.
Pero no funciona. Cada vez que la penetro ella ahoga un grito y aprieta,
haciéndome sentir los espasmos de placer en su interior. Se hacen cada vez más
difíciles de ignorar, evitándome encontrar un buen ritmo. Solo puedo seguir,
tratando de hacerlo lo mejor posible para los dos. Puedo sentirla tensarse mientras
la follo, y sus quejidos se hacen cada vez más agudos hasta que chilla en mis oídos,
aferrándose a mi espalda.
–Kiv –susurra. –Kiv. Kiv.
–Mi dulce Fran –le susurro al apartarle un mechón sudado de cabello de la
frente. Es tan hermosa en este momento. –Toda mía.
–Tuya –me promete, incluso mientras la penetro otra vez. Suelta un ruidito
ahogado, arqueando la espalda y con mi último empujón acaba ruidosamente.
Ahora puedo acabar yo. La follo con más fuerza, desesperado por alcanzar el
mismo placer que ella. Ella me murmura sucias promesas al oído mientras sus pechos
rebotan con cada empujón, y eso es suficiente para hacerme perder el control.
Gruño su nombre entre dientes mientras me derramo dentro de ella, soltando mi
esencia y reclamándola por completo para mí.
Fran es mía. Toda mía.
Colapso sobre ella, rodando inmediatamente para no aplastarla con mi peso, y
apretándola enseguida contra mí. Estamos sudados y pegajosos, pero no me
importa. Definitivamente se siente desvergonzado y degenerado, entonces ¿Por qué
no disfrutarlo? Nada de nuestra relación va a tono de la ley, ¿por qué empezar
ahora?
Acaricio el rostro de Fran mientras recupero el aliento. –¿Cómo estás, pequeña?
Ella me sonríe, maravillada. –Mejor que bien –se retuerce sobre mí, arrugando la
nariz. –Tu espuela aún me aprieta en los mejores lugares.
–¿Estás pensando en el round dos? Dale un minuto a un pirata.
Fran se echa a reír, dejándose caer sobre mi pecho y apretando la mejilla contra
mi corazón. –Solo tienes un minuto.
–Eres el alma de la generosidad, amor mío.
Ella sonríe, pero me mira con curiosidad. –¿De verdad ibas a llevarme de vuelta a
la Tierra? –al asentir, ella continúa. –¿Y esas otras chicas? Las otras esclavas humanas
que ibas a rescatar.
Se lo que pregunta realmente. No quiere sacrificarlas a cambio de su felicidad
tampoco. –Que no se te ocurran cosas raras, pequeña. Te quedarás conmigo. Con
respecto a las otras, podemos rescatarlas todavía. Dejaremos que decidan sus
destinos. Pueden probar suerte con nosotros, o quedarse en un sitio seguro que
reciba humanos… o podemos llevarlas a la Tierra.
–¿Y qué dirán los demás? –parece preocupada. –Alyvos detestará la idea.
–Alyvos se queja de todo, pero es el primero en ofrecerse a un trabajo peligroso.
Es un buen hombre. Irá con nosotros –le palmeo el brazo. –¿Y quién sabe? A lo mejor
le encontramos una amiguita humana. O quizás mi hermano necesite ayuda en su
granja.
La sonrisa que me dedica es lo mejor. –Suena como un buen plan.
Es cierto. –He estado pensando en visitar a mi hermano de todas maneras.
Epílogo
Fran
Meses después.