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Capítulo 1

Kivian

Algunos trabajos son un dolor de culo.


Subo los pies, apoyándolos en el panel de comunicaciones de mi nave, El Idiota
Bailarín, e ignorando la mirada fulminante que me lanza Sentorr. No romperé nada,
por lo que ignoro sus remilgos. Le molestaría mucho más que lo ensuciara, así he
aprendido a ignorar su fastidio.
Es el que está al otro lado del comunicador el que me hace querer colgar y
marcharme.
–Como dije antes, los planes han cambiado –continúa el Senador Bom Th’lek de
los kaskri, hablando calmadamente, como si no estuviese poniendo de cabeza toda
mi cuidadosa operación. –Requerimos el doble de cristales de lethiul de lo que
originalmente habíamos negociado. Las cosas han escalado de nuestro lado. Por
supuesto, estamos dispuestos a pagar.
Resoplo. Por supuesto que están dispuestos a pagar. Me froto la frente,
deseando poder clavarme un dedo y sacarme de mi miseria. –Supongo que está al
tanto de que somos una tripulación de cuatro hombres, ¿correcto? No nado en
trabajadores. El pedirme que duplique el cargamento lo cambia todo. Hay créditos
que considerar, y la reunión en sí, y…
–Confío en que encontraran una manera de resolver –me interrumpe Bom
Th’lek. –Solo háganlo o no recibirán paga –cuelga antes de que pueda contestarle.
Gruño y golpeo el panel de comunicación. –Tres semanas de kef trabajando en
este proyecto, planeando cuidadosamente como reunirnos con nuestros contactos,
¿y ahora decide que quiere el doble?
–Es como si piratear no valiera la pena –comenta Alyvos secamente.
–Silencio –le digo, irritado. He escuchado lo mismo de nuestro navegador una y
otra vez. Los ex-militares son los más fastidiosos, pero Alyvos por lo menos sabe lo
que hace y se le paga bien por piratear. Solo es un hipócrita de kef. Ya estoy de mal
humor: no necesito escuchar más regaños.
–Entonces, ¿ahora qué? –pregunta Tarekh, nuestro médico. –¿Abandonamos la
misión? –se inclina sobre el panel de control, con su feo y enorme ceño fruncido. –
¿Los exponemos? ¿Filtramos la información a su gobierno?
Me froto los lados afeitados de la cabeza, pensando. Los kaskri son hijos de
perra, pero pagan bien y son clientes regulares. No temen hacer cosas desagradables
y pagan bien por ellas. Si los vendemos, tendremos nuestros cinco minutos de
venganza, pero perderemos toda credibilidad. Un corsario que no puede mantener la
boca cerrada es un corsario sin trabajo… o uno muerto. –Seguiremos adelante –le
digo a mi tripulación, musitando sobre los cambios necesarios. –Sigue siendo un
trabajo muy bien pagado, y ya hemos invertido mucho tiempo y dinero.
Sentorr me mira con curiosidad. –¿Y luego?
–Y luego les hacemos pagar el triple si de verdad quieren su carga –le digo con
una sonrisa, levantándome.
–Bien, pero ¿cómo haremos esto? Nos tomó semanas concertar la reunión en la
estación Haal Ui –Alyvos parece preocupado.
–Ya se me ocurrirá algo. Solo necesito pensar un rato y escoger mi traje –miro a
Sentorr de reojo. –Te dejo el puente.
Él resopla al escucharme, pero regresa a sus controles, ya de vuelta al trabajo. Es
por eso que mis chicos son tan buenos en lo que hacen. Peleamos bastante, pero a la
hora de trabajar, trabajamos juntos.
Me voy a mi camarote. No es la primera vez que hemos tenido problemas en un
trabajo y no será la última. Solo necesito pensar las cosas con cuidado. Acaricio las
paredes con el dedo mientras camino, absorto en mis pensamientos. Para ser
sincero, no estoy pensando demasiado en el trabajo y lo embrollado que resultó ser.
Mi mente está a años luz de distancia. No noto las herramientas apiladas en la repisa
adosada al casco, ni me doy cuenta de que pateé una lata de combustible vacía de
camino a mi habitación. Toco el sensor y la puerta se abre. Al cerrar la puerta, se
activa mi reproductor de música, por lo que cierro los ojos y me relajo. El resto de la
nave es una pocilga solo porque Tarekh es el encargado de limpiar, pero aquí todo
está en orden.
Me ayuda a pensar.
Los trabajos vienen y van. Los kaskri siempre están tratando de cambiar los
parámetros de sus misiones, y por eso es que tienen que negociar con piratas en
lugar de mercaderes comunes. Bueno, eso, y que tratan de comprar bienes ilegales.
Eso no es lo que me preocupa. Es algo más.
Miro al techo de metal sin verlo de verdad. Necesito concentrarme en nuestro
destino; la estación Haal Ui, y nuestro problema: el tener que doblar la cantidad de
cristales de lethiul y cómo conseguirlos cuando solo tengo dinero para una sola
carga. Nuestro contacto en la estación es tan arrogante como idiota, así que no
debería ser demasiado difícil engañarlo para que doble la carga. Solo necesito un
plan bueno.
Miro mi armario. Está lleno de intrincados diseños y trajes de alta gama. Nada de
cosas sintéticas para mí. Es todo parte de la imagen que deseo mostrar ante los
demás; que, cómo pirata, soy un idiota que está más interesado en cosas brillantes y
ropa a la moda que en trabajo sucio. Comenzó como un gancho para un cliente
estúpido, y al continuar funcionando varios trabajos después, lo agregué a mi
repertorio permanente. Nadie le teme a un finamente vestido macho mesakkah con
cabello inmaculado y que pilotea una nave con un nombre estúpido.
Eso es exactamente lo que quiero que piensen. Quiero que me subestimen.
Claro, no le he confesado a nadie que me ha empezado a gustar la ropa elegante y la
manera en que se ajusta a mi cuerpo. Incluso yo sé cuándo mantener la boca
cerrada.
Pero no me dirijo a mi armario. En lugar de ello, tomo mi comunicador portátil y
busco el último mensaje recibido. Muestra la fecha en la que fue recibido antes de
reproducirlo. La cara sonriente de mi hermano mayor aparece en pantalla, y casi no
parece él. De joven, Jutari era tranquilo, casi frío. Durante su tiempo como pirata, era
competente y eficiente, bien portado y letal. En la prisión había perdido mucho peso
y su rostro había adquirido una cualidad ansiosa. No se veía en lo absoluto como el
sudoroso y algo enajenado hombre en la pantalla.
–Chloe está embarazada –dice a la pantalla, frotándose la frente y sacudiendo la
cabeza con los ojos muy abiertos. –El doctor vino finalmente y le administró las
inyecciones necesarias. Pareció funcionar al instante. Bueno, puede ser porque
aprovechamos cualquier oportunidad para fertilizar –se echa a reír, un sonido de
pura felicidad. En algún lugar tras él, alguien dice su nombre y su rostro se ilumina de
felicidad. –Allí está ella. La buscaré para que te diga personalmente –la cámara se
bambolea un poco antes de mostrarme a una pálida y sudorosa humana inclinada en
la cama de lo que parece la granja de Jutari en Risda III. Está en el culo del universo,
pero mi hermano parece muy contento al respecto. La hembra (su esposa) murmura
algo, escondiendo su rostro en un tazón. Antes de que pueda preguntarme por qué,
ella deja escapar una arcada y Jutari vuelve la cámara hacia sí con una mueca. –
Ahora no es buen momento. Chloe ha estado un poco enferma desde que el doctor
se marchó y creo que sabemos por qué –sonríe abiertamente, todo dientes. –Vas a
ser tío. ¿Qué te parece?
No le he enviado respuesta a mi hermano todavía. No sé cómo decirle que
realmente no me importa y que probablemente tendrá el bebé más feo del universo.
Todavía me estoy acostumbrando a su extraña esposa humana. No quiero
imaginarme como será un híbrido.
Mi hermano sonríe bobamente a la cámara, pareciendo satisfecho. –De todas
maneras, este mensaje no es solo para darte las buenas nuevas. No recibimos
muchas visitas, pero nos encantaría que pasaras a saludarnos un rato cuando estés
entre trabajos. A Chloe le encantaría verte. También le encantaría que le trajeras
algunos dulces. Le han estado dando antojos –él vacila un momento. –Muchos,
muchos dulces. Te mandaré los créditos. Pero incluso si no le traes los dulces, nos
gustaría verte –mira la cama de soslayo antes de señalar la pantalla con un dedo,
como si pudiera verme. –Es una orden, saco de mierda de gollack. Ven a saludar –la
cámara se aparta, como si Jutari fuese a apagar la grabadora, pero parece
arrepentirse a último minuto. –Oh, Chloe dice que también le gustan las cosas
agridulces. Así que trae de esas también –vuelve a sonreír y entonces el mensaje
termina.
Mi hermano, el ex-asesino. Mi hermano, quien solía ser uno de los mercenarios
más temidos en tres galaxias. Ahora un granjero y pronto a ser padre. Un idiota
sonriente casado y apareado con una extraña humana quien va a dar a luz a su
todavía más extraño bebé.
Es… raro.
No le presté mucha atención cuando fui a rescatar a Jutari al Planeta Prisión. Él
envió la señal y yo solo respondí. Mi propio chip de emergencia sigue escondido en el
tejido suave de mi mejilla, y puedo toquetearlo con la lengua cuando estoy aburrido
o pensando, como ahora. Jamás he tenido ocasión de usarlo. Puedo arrancármelo de
un mordisco, sacarlo y activarlo, y entonces mi hermano vendría por mí, sin importar
dónde o cuando. Sin hacer preguntas. Es como una tradición familiar, como la
piratería. Mi padre fue quién nos hizo implantarnos los chips y con ellos la idea de
que si tu hermano está en apuros, vas por él.
Jamás he necesitado usar mi chip, pero Jutari si.
Cuando lo recogí de la superficie del planeta prisión, no esperaba que trajera
consigo un pasajero, mucho menos una hembra. Mucho menos una hembra
humana, una especie tan primitiva que no se les había invitado a unirse a la
comunidad galáctica. Su planeta está prohibido, y los únicos humanos que he visto
son esclavos en el mercado negro. Como grupo, la tripulación del Idiota Bailarín
jamás toca misiones que tengan que ver con tráfico de esclavos. Es demasiado
complicado. Lo más cerca que he estado de un humano fue cuando mi hermano
subió a bordo con una, anunciando que era suya.
Pienso en mi fiero hermano y en la pequeña y frágil humana, quién parecía muy
fuera de su zona de confort a bordo de mi nave. Se mantenía callada, y muy pegada
al costado de mi hermano, pero supuse que era lo suficientemente valiente. Creí que
quizás la llevaba consigo por gratitud o para tenerla de mascota.
Me sorprendió escuchar que la había tomado como pareja. Me sorprende
todavía más que vayan a tener un bebé. Y mi hermano, el infame asesino, parece…
contento. Feliz.
Con una esposa, una granja y un hijo en camino.
Es todo tan raro.
Quizás ese tiempo en prisión lo cambió más de lo que creí. Quizás crea que la fea
hembra a la que le debe una sea merecedora de su gratitud y protección, y ya que
están viviendo en una remota roca, la empezó a encontrar atractiva.
Quizás.
Recuerdo la expresión de felicidad en el rostro de mi fiero hermano al abrazar a
su esposa y el modo en que apretaba su boca contra la suya como si no fuera nada.
Como si no hubiera docenas de leyes de higiene en la galaxia que previnieran contra
eso.
Me estremezco.
Quizás todo ese tiempo en prisión pervirtió a mi hermano.
Quizás es por eso que todo esto me molesta y me pone los pelos de punta.

***

Una siesta me ayuda a sentar cabeza y para cuando despierto ya tengo un nuevo
plan. Me pongo ropa limpia, anudando las intrincadas mangas, y me dirijo al
comedor de la nave. Tarekh y Sentorr están allí, el primero tragando fideos y el
segundo sorbiendo una taza de té.
–¿Y bien? –pregunta Sentorr. –¿Se te ocurrió un nuevo plan?
Asiento, y le enviamos una alerta por el comunicador a Alyvos para que se nos
una. Cuando llega, empiezo a contar mis cambios. Me siento bien, más como yo
mismo. Me gusta vivir al borde del peligro, y me gustan los retos. Me gusta ser más
listo que nuestros oponentes y probarles lo mucho más inteligentes que somos
robándolos.
Y no voy a pensar en mi hermano y su extraña esposa humana mientras haya
problemas más grandes.
Me froto las manos, listo para empezar. Un cargamento doble de cristales de
lethiul significa el doble de dinero. El plan original era encontrarnos con nuestro
contacto, Jth’Hnai. Es un mercader ooli, nuevo en el negocio del contrabando, y
quiere encontrarse con nosotros en el bar de la estación Haal Ui. Funciona para mí.
Público o no, puedo hacer negocios tranquilamente, y Haal Ui es un lugar no muy
bonito en el confín de la galaxia. Le compraré un par de tragos para tranquilizarlo,
haré la parte del pirata idiota, le pagaré por sus cristales… y robaré nuestros créditos
de vuelta en lo que se vaya del bar.
El plan no ha cambiado demasiado con respecto a eso.
Todavía le compraré unos tragos al contrabandista, pero haré preguntas
cuidadosas sobre los cristales y si tiene más. Su respuesta me lo dirá todo; si se pone
avaro, es que tiene más encima. Si parece interesado quiere decir que no tiene, pero
tiene los contactos. Si se molesta, es que ya no tiene más. Así que ya veremos.
Las apuestas son la mayor parte del plan de esta noche. Es el juego más viejo en
el libro, pero solo porque funciona tan bien en los tontos. Jugaremos unas cuantas
manos y perderé para que se ponga descuidado. Eventualmente haré que apueste
los cristales. Si tiene más, entonces lo obtendremos todo. Puede que signifique tener
que buscar algo de músculo extra, pero lo tenemos bajo control. Mientras
entretengo a nuestro amigo ooli con bebidas, Tarekh se va a esconder entre la
multitud del bar para cubrirme las espaldas. Alyvos y Sentorr se quedarán en el
muelle para transportar los cristales de su zona de carga a la nuestra.
Yo estaré apostando y jugando a ser el pirata tonto y bien vestido con nuestro
contacto.
Es un plan a prueba de tontos, y Jth’Hnai no sospechará nada. El mercader ooli
apenas está haciendo pinitos en el mercado negro y le sacaremos todo el dinero
posible antes de que se dé cuenta de cómo es en verdad trabajar con piratas.
Debería salir sin problemas, siempre y cuando todos se apeguen al plan.
Capítulo 2

Fran

No te han toqueteado de verdad hasta que te toquetea un tentáculo. No hay


nada que te haga sentir más impotencia que un alienígena metiendo sus tentáculos
bajo tu falda y pegando una ventosa a tu trasero.
No es algo que creí que sentiría alguna vez, pero estoy teniendo muchas
primeras veces últimamente.
¿Despertarme para descubrir que me secuestraron de mi casa mientras dormía?
Listo.
¿Ver a un alienígena de verdad por primera vez? Listo.
¿Caer en cuenta de que fui vendida como esclava? Sip. Eso acaba de pasarme.
Decidí ponerle un mote a la vocecita en mi cabeza que se dedica a señalar lo
obvio en los momentos menos apropiados: Fran la Obvia. Porque cada vez que habla
me consigo diciéndole “Obvio, Fran.”
Hoy, Fran la Obvia me señala. Bueno, dijiste que querías tomarte un sabático
luego de la universidad para tener algunas aventuras.
Gracias, Fran la Obvia. Muchas gracias. El universo tiene un sentido del humor
bastante retorcido, porque la verdad no era esto lo que tenía en mente.
El tentáculo se mete bajo mi falda nuevamente y yo me aparto. O por lo menos
lo intento, ya que no hay mucho espacio para escapar en el concurrido bar, y
también está el hecho de que tengo un collar con una muy corta correa que mi
captor tiene en sus manos. Trato de soltarme las esposas, retorciéndome
desesperadamente para liberarme, pero nadie presta atención. Nadie me presta
atención en esta versión infernal de un bar de tetas. Y los que lo hacen no me
prestan la atención que quiero.
Creí que las cosas estaban mal cuando desperté para encontrarme en una jaula,
sin ropa y sin dignidad, y sin idea de lo que pasaba. De alguna manera me habían
raptado de mi cama y llevado al espacio exterior. Me pareció tan ridículo que al
principio no lo creí. Estaba segura de que habían echado algún tipo de droga al
tanque de agua de mi edificio. Algo. Cualquier cosa. Porque esto no tenía sentido.
Pero al pasar los días y no despertar de mi pesadilla tuve que aceptar que este
horrible mundo no era un mal sueño o un mal viaje; era mi nueva realidad.
Estaba enjaulada como un animal. Mi agua venía en algo parecido a la botella de
agua amarrada del hámster que solía tener de niña. Me alimentaban dos veces al día
con unas barras crujientes de algo sin sabor. ¿Ropa? No. ¿Zapatos? Nop.
¿Respuestas? Menos. Se me trató como a un animal, incluyendo una bandeja llena
de una especie de arena plástica que servía de inodoro para todo el “ganado”. Era
humillante y terrible, pero no era la única atrapada. Había seres verdes y uno rojo
brillante, una criatura que parecía una mezcla entre un elefante y un armadillo, y
otra mujer humana a la que vi de refilón mientras se la llevaban. Era claro que iban a
venderme como mascota.
Esa jaula fue mi hogar por unos cuantos días, creo. No tenía reloj, pero las luces
de la nave o estación espacial, lo que sea; se oscurecían de tanto en tanto, así que
conté eso como días. Dos días más tarde, me implantaron un horrible bulbo grisáceo
que funcionaba como traductor. Dos días luego de eso, me sacaron de mi jaula y una
criatura parecida a una anémona marina me estregó y lavó por todas partes. Unas
horas más tarde, alguien se acercó a mi jaula.
Un comprador.
No le presto mucha atención al alienígena mirándome del otro lado de la reja.
Los alienígenas iban y venían todo el tiempo. A veces me daban de comer, a veces se
me quedaban mirando. Ninguno me sacaba de la jaula, así que no valía la pena.
–Si la quieres, es tuya –dice uno de los custodios y eso llama mi atención. Dos
minutos después me dan un trozo de tela que enrollar alrededor de mi cintura y un
enorme collar decorativo que rebota contra mis tetas y no cubre nada. Trato de
taparme con mi largo cabello; aunque es en vano, porque segundos después aparece
mi nuevo “dueño” con un collar y esposas. Amarran la correa a mi cuello y me llevan
fuera de mi jaula como a un cachorro en una tienda de mascotas.
Es tan… humillante.
Cuando me mete una babosa mano bajo la falda y me aprieta la nalga, lo golpeo
en el brazo para que se aleje. Él solo suelta una extraña risita de sapo y jala mi correa
hacia adelante.
Estoy segura que este tipo no busca alguien que le lave la ropa, juzgando por el
numerito que me hizo ponerme y la agarradera de nalgas. Obvio, Fran.
El tipo que me compró jala la correa unida a mi cuello nuevamente. Bueno, no lo
llamaría “tipo”. Parece una cruza entre un enorme dinosaurio de juguete y un sapo
inflado. Sus “manos” son gordos tentáculos cubiertos de ventosas, y su facción más
prominente es su enorme boca. Es por lo menos medio metro más alto que yo, y
bastante más grueso. Me pregunto qué demonios quiere con una esclava humana ya
que estoy segura que nuestras anatomías no calzan, pero juzgando por la enorme
copa que cubre su entrepierna, no creo que “calzar” le preocupe demasiado.
Y entonces me estremezco de miedo al pensar en lo que puede ocultar esa copa.
Que Dios me ayude.
He estado luchando con mi terror durante las últimas horas, pero mientras soy
arrastrada fuera del recinto de las jaulas hacia un pasillo, caigo en cuenta de que el
hombre sapo no tiene intenciones de tratarme con amabilidad.
Me acaban de vender como un juguete sexual para los alienígenas. Soy un
poodle al que te puedes follar. Me asquea el solo pensarlo, y trato
desesperadamente de pensar en una manera de escapar, entre ataques de pánico y
de ira. Tiene que haber una manera de escapar. Esto no puede ser el resto de mi
vida.
El horror incrementa en cada nueva habitación a la que soy arrastrada. Entonces
llegamos a una especie de cápsula que se mece cuando entramos, como si flotara en
agua. Las ventanas solo muestras estrellas y nebulosas, y me mareo cuando vuelve a
bambolearse. Hay otros dos hombres sapo esperando en el panel de control, sus
extraños ojitos negros mirándome de una manera que me hace estremecer. Me
rodeo el torso con las manos, con un frío que me cala los huesos, a pesar del calor
húmedo que permea la nave.
¿Qué hago ahora? Miro detrás de mí, al corredor de metal gris del que me
acaban de sacar. ¿Trato de correr? ¿Espero que otra persona me encuentre y me
trate mejor?
Mi dueño me jala nuevamente hacia adelante. No tengo opción, tengo que
seguirlo. Me monto a regañadientes. Sapito se apoltrona en una silla y le ladra una
orden a sus igualmente saposos secuaces. Vuelve a jalar mi correa y señala el suelo
junto a él.
¿Habla en serio? ¿Se supone que me siente allí junto a él como un perro? Me
siento tentada a orinarme en sus pies como un perro desobediente.
Él se ajusta el cinturón de seguridad y yo miro alrededor buscando mi asiento. –
¿Dónde me siento? –pregunto en inglés.
Sapito croa algo y vuelve a señalar a sus pies. El traductor me lo deja claro. Ese
es mi lugar.
Abro la boca para protestar, pero la nave se bambolea y me hace caer de
rodillas. Casi me ahogo con el collar y termino de rodillas frente a mi captor.
Tosiendo y frotándome el cuello, logro enderezarme.
Sapito me palmea la cabeza.
De cierta forma, el maltrato no es algo malo. Estoy demasiado enfurecida para
temer ser violada. Sé que pasará en algún momento, pero ahora estoy tan molesta
por ser tratada como un perro malo que no puedo pensar en nada más. No me
extraña que los perros huyan de sus amos. En este momento no puedo pensar en
otra cosa.
Estoy cubierta de sudor, que hace que el cabello se me pegue al cuello y los
hombros. El interior de la nave es horriblemente húmedo, pero parece que soy la
única incómoda. Los otros parecen estar bien. Supongo que debería estar feliz de
estar tan ligera de ropa o me estaría deshidratando.
Pero no estoy feliz. Preferiría estar deshidratada.
La pequeña nave-cápsula sigue en curso y Sapito se inclina hacia adelante en su
cómoda silla. –¿Vaashnaamh?
Lo miro con resentimiento, esperando a que el traductor haga su trabajo. Pero
no lo hace.
Él se señala el pecho, y eructa algo que el traductor no comprende, para
señalarme nuevamente y repetir. –¿Vaashnaamh?
Oh, ¿me pregunta mi nombre? Que amable. –Fido –le espeto. –Guau guau, hijo
de puta.
–Fhdo –repite él y se echa a reír como si fuera lo más gracioso que ha escuchado
en su vida. A sus hombres, les dice: –El lenguaje humano es tan estúpido. Suena
como si vomitaran.
Él... sabe que llevo un traductor y que puedo entenderlo, ¿verdad? Lo fulmino
con la mirada, dándome cuenta que la conversación no me incluye. Sus hombres
eructan sus risas de sapo y discuten mi anatomía en términos bastante horribles
mientras la pequeña nave flota en la inmensidad.
Me aterro todavía más cuando aterrizamos, imaginando enormes dormitorios
aterradores y lo que traerá el próximo segmento de este espectáculo de horrores.
Para mi sorpresa, bajamos por la rampa hacia un… lo que parece ser un bar o un
club. Al sentir el jalón en mi collar, caigo en cuenta de que mi dueño me lleva
consigo. Maldición. Lucho contra mis ataduras, pero mi captor es bastante fuerte, a
pesar de su apariencia hinchada.
Veo todo tipo de alienígenas mientras soy arrastrada al concurrido local, de
todos los horrendos tamaños y colores, y trato de apartarme cada vez que intentan
tocarme el cabello o la falda. A todos les fascina la humana. Se apiñan
interesadamente a mi alrededor mientras una aguda música suena por los parlantes
y una nube de humo perfumada nos rodea. Cuerpos de todas las formas posibles se
bambolean en la pista de baile y hay mesitas flotantes en los bordes del salón.
Algunos mordisquean unas burbujitas babosas que salen de una abertura frente a
cada mesa. Es como una versión altamente intoxicada de la cantina de La Guerra de
las Galaxias.
Mi dueño alienígena me lleva al centro de la pista. Todos parecen fascinados con
mi apariencia, y él se ufana, hablando de lo mucho que le costé. Me relajo un poco.
Quizás si soy la versión intergaláctica de un poodle exótico y solo quiera pavonearse
un rato.
Pero entonces Sapito me agarra de la mano y la aprieta contra su hinchada
entrepierna, haciéndome caer en cuenta que mi esperanza era en vano.
Caigo en cuenta de que moriré esta noche. Porque si este tipo trata de violarme,
pelearé hasta el amargo final antes de dejarlo meterse bajo mi falda, que es
obviamente donde quiere estar.
Obvio, Fran.

***

Kivian

Mi contacto ooli trajo una esclava consigo.


Una esclava humana.
Trato de no quedármele mirando a Jth’Hnai cuando se acerca con su andar
cimbreante, típico de su especie en las estaciones con gravedad estándar. Ya estaba
preparado para encontrarme con su rostro baboso y su bocota horrenda. He lidiado
con los ooli antes, y aunque no son mis favoritos, he visto cosas más extrañas.
Tengo días preparado para estar reunión. Repasé varias veces el plan con mi
tripulación. Limpiamos y recargamos todas las armas, cargamos el tanque del Idiota e
incluso escondimos armas extras en lockers alrededor de la estación. Estoy vestido
con mi conjunto más ostentoso, pantalón y abrigo hecho de tela Sashim bordada que
deja claro que tengo dinero y lo gasto de las maneras más ridículas. Llevo anillos en
varios dedos y recubrí mis cuernos con tapas de precioso metal grabado. Parezco
más un don juan que un pirata, y ese es mi propósito. También tomé varios
antídotos, en caso de que traten de envenenar mi trago.
Estoy preparado para esta reunión.
Nada me preparó para la criatura humana que veo caminando tras mi contacto
ooli, una tan parecida a la Chloe de Jutari que tengo que mirarla dos veces. El ooli
ocupa el asiento frente a mí, en la mesa que he seleccionado cuidadosamente en la
parte de atrás del club. Sé que no debería quedarme mirando, pero no puedo
evitarlo. Es la segunda humana que veo tan de cerca.
Es fascinante. Está bastante ligera de ropa. Claramente la ropa no está muy alto
en la lista de prioridades de Jth’Hnai. Los trapos que la cubren violarían las leyes de
decencia en varios planetas y los demás presentes la miran con avariciosa lujuria. No
los culpo. Su piel es de un color dorado cremoso, un par de tonos más oscuro que el
tono rosáceo de Chloe, y carece completamente de escamas o recrecimientos
protectores. Se ve… tan suave. Tan delicada.
Tan digna de acariciar. Los dedos me pican por tocarla.
Tiene el cabello tan suave, oscuro y brillante. Sus pechos se ven
sorprendentemente prominentes bajo el collar decorativo que tiene puesto, tallado
con símbolos del clan ooli. Se bambolea y repiquetea contra su piel, dirigiendo las
miradas allí. Ella lo nota, por la manera en que trata de taparse con el cabello.
Alrededor de su cuello hay un collar más apretado, con una correa atada al mismo.
–¿Miras a mi mascota? –me croa Jth’Hnai. La mira lujuriosamente y la jala hacia
adelante por la correa. –Es nueva. Llegó un nuevo cargamento y me la llevé antes de
que otro llegara. Me costó bastante dinero. ¿Ves lo que puede traerte el éxito,
Kivian?
–Si, lo veo –murmullo, admirándola. Sé que no debería quedármele mirando,
pero no puedo evitarlo. Es completamente extraña, pero a la vez irresistiblemente
hermosa. Sus facciones son delicadas, su cuerpo frágil, y aun así esconde una
ferocidad iracunda que jamás vi en los ojos de Chloe. La esposa de mi hermano
parece ser dulce y amable hasta la médula. Esta echa fuego por los ojos y cuando
Jth’Hnai vuelve a jalar su correa, lo fulmina con la mirada.
Me fascina por completo. Y caigo en cuenta que no puedo dejar que el ooli la
tenga.
Es mía.
Como raza, los mesakkah somos muy posesivos. No somos una cultura que sepa
compartir, y no entendemos el concepto de “corazones abiertos” que he escuchado
usar a otras especies. Somos egoístas con respecto a nuestras hembras.
Reconocemos a nuestras futuras parejas apenas posamos los ojos en ellas, y cuando
decidimos que una hembra nos pertenece, la perseguimos con una determinación
que nos llevaría a la tumba antes de darnos por vencidos. Los mesakkah se
emparejan de por vida, y nos volvemos muy posesivos de nuestra hembra cuando
eso pasa. Y no es que la mayoría de los machos no se diviertan de vez en cuando en
la cama con otras hembras, pero es distinto cuando reconocemos a nuestra pareja.
En ese momento caes en cuenta de que tu vida acaba de cambiar por completo y que
no desearás jamás a otra hembra que no sea ella.
Y es así como me siento ahora.
Ella es mía, no del ooli.
Cada vez que jala su collar, me toma toda mi fuerza de voluntad no retorcerle su
baboso cuello. Lo conozco lo suficiente y conozco bien el lugar de mala muerte en el
que estamos para saber que atacarlo de frente no es una buena idea. Eso llamaría la
atención de la multitud; mercenarios, todos tan bien armados como yo, y nos
atacarían. Ni Jth’Hnai ni yo saldríamos vivos.
Mucho menos mi frágil hembra humana.
Tengo que tranquilizarme, aunque cada fibra de mi ser me suplique que tome la
babosa cabeza del ooli y la estrelle contra la pared hasta que se disculpe por siquiera
tocar su delicada piel. Deslizo mis manos bajo la mesa, frotándolas contra mi costoso
pantalón, sintiéndome sudoroso e incómodo. Esta reunión era solo sobre los cristales
de lethiul hasta que él entró con ella.
Ahora necesito marcharme con el doble de cristales y con mi hembra.
No hay otra opción.
Es bueno para Jth’Hnai que esté acostumbrado a encantar a todos con mi
carisma, incluso al más tonto ooli. Me quedaré con la hembra y los cristales, y para
cuando termine, él estará convencido de que fue su idea desde el principio. –Veo
que trajiste compañía –le dijo, sonriendo e inclinándome para fingir un educado
interés. –Fascinante. ¿Quién es tu amiga?
La vuelve a jalar del collar, y ella suelta un ruidito ahogado, agarrando el collar
con ambas manos. Yo aprieto las manos alrededor de mi cinturón, ya que las ganas
de asesinar a Jth’Hnai se vuelven cada vez más irresistibles.
–Es mía, corsario atrevido, así que no te hagas ideas.
Me fuerzo a alzar las manos y echarme a reír como si fuese todo un gran chiste.
–No me hago ideas, solo me da curiosidad. No se ven humanos por aquí todos los
días.
–Es porque son muy raros y difíciles de conseguir –se ufana el ooli. –Tienes que
conocer a las personas correctas y tener los créditos suficientes para apoderarte de
una rareza así.
–¿Y qué planeas hacer con una rareza así? –no puedo evitar preguntarle.
–Lo que se me venga en gana –me dice y se echa a reír como si fuera lo más
gracioso del mundo.
La hembra solo lo fulmina con una mirada amotinada. Jala en vano sus ataduras,
pero es claro que el ooli, a pesar de lo gordo y rancio que es, es mucho más fuerte
que ella. Él debería ser más cuidadoso con un tesoro de ese calibre. Ella debería estar
mimada y protegida, no arrastrada por este antro de malhechores y malvivientes.
Incluso ahora puedo ver a seres desagradables de planetas distantes mirándola con
demasiado interés. ¿Y por qué no? Tiene muy poca ropa y su deliciosa piel está
expuesta.
Y hay muchos machos pasando junto a nuestra mesa solo para tocarla. Ella lo
detesta, es claro en su rostro. Jamás me había sentido tan orgulloso y tan impotente
a la vez.
Él no se la llevará consigo a casa. Aunque tenga que morir para salvarla.
–¿Y cuánto cuesta una criatura así en el mercado negro estos días? –pregunto
desdeñosamente, apretando un botón del dispensador de burbujas, haciendo ver
que solo estoy aquí por las bebidas. Puede que tenga que comprarle a la hembra si el
encanto no me funciona.
–Más de lo que ganarías con doce cargamentos de cristal, corsario –me sonríe
con suficiencia.
–Vaya, que jactancioso –mantengo mi tono jovial, empujando una de las
refrescantes burbujas hacia mi boca y atrapándola con un chasquear de colmillos. La
hembra se estremece, echándose para atrás asustada, y yo desearía poder
asegurarle de que no hay nada que temer. Pero me veo forzado a ignorarla. –La
piratería paga bien, siempre y cuando sepas lo que haces, amigo mío.
–¿Y supongo que tú crees que lo sabes? –el ooli claramente tiene sus dudas.
Me echo a reír. –Yo resuelvo –me esfuerzo en no mirarla. –¿Así que te interesan
los esclavos? Me temo que ese es un mercado en el que el Idiota Bailarín no se mete.
–Los esclavos son una carga difícil, me imagino. Frágiles, especialmente los
humanos –se inclina hacia ella, pellizcando la piel de su brazo con sus dedos gordos y
babosos. –Mira a esta. Es débil –croa Jth’Hnai, sacudiendo la cabeza en su versión de
un encogimiento de hombros, ya que los ooli no tienen hombros. –Pero mientras
tenga el coño apretado y húmedo, no me interesa.
Aprieto los dientes. Él ni siquiera se acercará a su coño mientras yo respire.
La hembra se sacude hacia atrás. –Puedo oírte –le sisea en su lenguaje crudo y
caigo en cuenta que esa fea bola grisácea en su oído es un traductor barato, no una
decoración barata, como había pensado.
Eso me enfurece de manera irracional. Los chips traductores son baratos y
pueden inyectarse sin problema detrás de la oreja. Es un procedimiento indoloro y
uno al que se somete todo ser que quiera o necesite estar en una estación espacial.
Ese bulbo traductor colgando de su delicada oreja es una opción más barata, pero
dolorosa e incómoda para el que lo usa, y me deja claro la calidad del “cuidado” que
ha recibido desde su llegada. Tengo que forzarme a enfocarme en las burbujas
refrescantes que flotan a mi alrededor o terminaré ahorcando a Jth’Hnai después de
todo.
Viniste por los cristales, me recuerdo. Puedes conseguir a la hembra, pero te
costará una pequeña fortuna si no consigues los cristales. Un buen pirata siempre
mantiene la calma. Mi padre lo decía a menudo y siempre pensé que lo hacía para
recordárnoslo. Ahora pienso que quizás se lo decía a sí mismo, ya que tanto Jutari
como yo éramos bastante revoltosos.
Mantengo mi expresión impávida mientras contemplo al ooli atragantarse de
burbujas y hablar de las montañas de dinero que tiene. Como este idiota ha logrado
permanecer vivo y tener éxito con la bocota que tiene es un misterio. Incluso los que
están a nuestro alrededor están empezando a mostrar interés y eso me pone tenso.
Espero el momento perfecto para cambiar el tema y este llega cuando un mesero
robótico se nos acerca con una bandeja de bocadillos.
Él agarra inmediatamente los dos paquetes de nutrientes y se los traga, sin
ofrecerle nada a su esclava. Es difícil verla ser ignorada, pero me fuerzo a seguir
sonriendo. –¿Un doble?
–Fue un viaje largo –dice Jth’Hnai entre sorbos. –¿Y por qué no? Tú pagas.
–Ciertamente –digo, acomodando las largas mangas de mi abrigo. –Por favor,
toma lo que desees –no tengo apetito, pero no me sorprende verlo tomar varias
latas de nutrientes antes de que el mesero se vaya de regreso al bar. –¿Hablamos de
negocios entonces? ¿Los cristales?
–En un lugar seguro –me dice. –¿Mis créditos?
–Listos para ser intercambiados –me repantigo en mi silla, relajándome y
palmeando mi bolsillo, indicando que tengo su dinero. No lo tengo, pero eso es algo
que él no necesita saber. Pretendo mirar a la multitud, pero en realidad busco a
Tarekh. Allí está, mirándome de lejos, pretendiendo relajarse cerca de la danzante
multitud. Me asiente, dejándome claro que está preparado. Me volteo, ya que no es
hora de darle la señal. No todavía. Ladeo la cabeza, considerando a Jth’Hnai. –
Hablemos de… adquisiciones.
No puedo evitar mirar a la hembra al decirlo.
Ella me mira, con el delicado entrecejo fruncido y los ojos entrecerrados, como si
me estudiara. Es magnifica. Mi pito se estremece al ver su fiera expresión. Eso me
encanta. Me fascina que siga tan desafiante, incluso estando en peligro.
Es mi tipo de hembra.
–¿Qué tipo de adquisiciones? –pregunta Jth’Hnai, claramente aburrido. –Solo
me interesan los créditos.
Bolsa de mierda malcriada. –Eso es exactamente lo que quiero discutir –le digo
amablemente. Me inclino hacia adelante, dejándole saber con mi lenguaje corporal
que tengo algo muy interesante que decirle. –Mis compradores están interesados en
obtener más cristal.
Él mastica más lento, considerando mis palabras. –¿Cuánto más?
Me encojo de hombros. No puedo pedirle una cantidad exacta. Todavía no.
Tengo que fingir calma. Así que sonrió y ladeo la cabeza. –¿Cuánto tienes?
El ooli vacila largo rato, jalando a la hembra hacia su regazo y acariciándola de
una manera que me hace hervir la sangre a pesar de mi expresión relajada.
Me alegra verla apartarle las manos, tan harta de sus toqueteos como yo. –No
me toques, costal de mierda –masculla y el traductor transmite claramente sus
palabras a mis oídos. Pretendo estudiar una burbuja con interés. Es eso o echarme a
reír.
–Tengo más cristales lethiul –dice Jth’Hnai luego de un rato. –Pero te costará.
Abro las manos. –Sabes que mi dinero vale.
–Te costará bastante más –me dice, con una mirada atrevida.
–¿Cuánto?
–El doble.
–¿Doble por el doble de cristales? –asiento graciosamente. –Eso puedo hacerlo.
Él niega con la cabeza. –Doble por cristal.
Ooli de kef. Eso es un robo y él lo sabe. Pretendo considerarlo un momento,
rascándome la barbilla antes de sacudir ligeramente la cabeza. –Creo que es
demasiado para mi –actúo apenado. –A menos que… no sé, ¿juguemos un par de
manos?
El rostro de Jth’Hnai se ilumina. Sabía que lo haría. –¿Palillos?
Me rasco la frente y miento. –No lo sé, no soy bueno con los palillos.
En realidad soy muy bueno. Malditamente bueno. Es el juego por excelencia de
los estafadores y apostadores en todos lados. Un buen estafador sabe exactamente
como mover la muñeca para que el palillo caiga como quiere para quitarle todos los
puntos al oponente y hacerlo ver como un accidente.
Pero la última vez que me reuní con Jth’Hnai, jugamos palillos y perdí
estrepitosamente a propósito. Nunca sabes cuándo te tocará embaucar a un ooli, así
que lo consideré una inversión a futuro.
Además, no jugaba con mi propio dinero la vez pasada.
Finjo renuencia mientras Jth’Hnai presiona el botón de entretenimiento en la
mesa, haciendo aparecer una caja de piezas de juego de un compartimento secreto.
Saca los palillos tallados y comienza a repartirlos. –Jugaremos tú y yo, y quizás me
ganes los suficientes créditos para comprarme más cristales ¿qué te parece?
–No lo sé… –gimoteo.
–Vamos, no seas así –dice el ooli, contento. Espera dejarme limpio como la
última vez, y puedo ver la avaricia brillando en sus ojos. –Juega conmigo. Veamos
cómo te trata la fortuna hoy.
–Quizás una mano –concuerdo a regañadientes, secretamente feliz de que todo
esté saliendo justo como quiero.
Capítulo 3

Kivian

Unas horas después, sacudo los puños y dejo caer mis palillos por lo que parece
ser la doceava mano. –¡Kef, perdí otra vez! –gimoteo, frotándome la frente. –Allá va
el dinero del combustible. Mi tripulación va a matarme.
Jth’Hnai croa felizmente, agarrando la pila de créditos y llevándosela al pecho. A
su lado, su esclava se acomodó en el suelo, halando su collar de vez en cuando.
Parece exhausta, su pálido rostro desencajado. No falta mucho, quiero decirle.
–Es suficiente para mí –le digo, haciendo un gran espectáculo de soltar mis
piezas. –Estoy casi limpio.
El ooli me agarra la mano. –Una ronda más. Quizás tu suerte cambie, ¿eh?
Vacilo. –No estoy seguro.
–Uno más –insiste Jth’Hnai y yo me rindo, recogiendo mis palillos una vez más.
Tres manos más tarde, ya no sonríe. He ganado dos de tres; dándole una victoria
en medio para que no se dé cuenta de que lo estoy embaucando. También he
recuperado el suficiente dinero para asegurarme de que no se pueda echar para
atrás. Ha apostado estúpidamente más de la cuenta en las últimas manos y empieza
a lamentarlo. Bien.
Gano la siguiente mano, pero dejando el suficiente margen para que él crea que
podría haberme ganado.
Y entonces gano la siguiente.
Para entonces, la pila de créditos frente a él comienza a flaquear, y puedo ver el
estrés en su rostro. Sigo fingiendo calmadamente. El fingir demasiada sorpresa
puede hacerlo sospechar, pero demasiado estoicismo también lo hará. Hay que
saber cómo manejar situaciones como esta, y yo lo he hecho una docena de veces.
Sé cómo manipular a mi audiencia.
Varios mirones se han reunido alrededor de nuestra mesa, mirando el juego con
interés. Entre ellos mi tripulante Tarekh, quién aprovecha la multitud para acercarse.
Dejo que mi presa gane la siguiente mano para mantenerlo interesado. Cuando
gano la próxima, Jth’Hnai deja escapar un resoplido frustrado, golpeteando la mesa
con el único crédito que le queda. Sus apuestas han sido ridículas, exactamente lo
que quería. Necesitaba que se pusiera cómodo y apostara descuidadamente,
esperando dejarme limpio. Ahora se ha vuelto temerario, esforzándose por
recuperar su dinero, y ahora está casi quebrado.
–Quizás deberíamos dejarlo hasta aquí –le digo con suavidad.
–Una mano más –me dice el ooli, tirándome su crédito restante. –Recoge tus
palillos.
–No estoy seguro –finjo renuencia.
–Vamos, vamos, una más. Merezco la oportunidad de recuperar mi dinero –
chasquea los dedos, indicándome que es hora de empezar.
Suspiro pesadamente. –Si insistes.
Para cuando termina la primera ronda, él va a la cabeza. Pausamos para apostar
y luego de considerarlo cuidadosamente, apuesto una conservadora cantidad de
créditos.
–Bah, puedes hacerlo mejor –dice Jth’Hnai alegremente. –¡Apuesta más!
–No tienes suficientes créditos, amigo mío –le digo en mi voz más amable. –Sería
tonto apostar más contra lo que ofreces.
–Entonces apostaré algo más –gesticula al juego con manos ansiosas,
presintiendo una victoria fácil. –¿Joyas? ¿Mi nave?
Aquí se supone que tengo que decirle que quiero el resto de los cristales de
lethiul. Ganaré y me marcharé con mi cargamento doble y mi dinero. Trabajo listo.
Eso fue lo que vine a hacer. Ese es el plan.
En lugar de ello, me escucho decir: –¿Por qué no apuestas a tu pequeña mascota
humana?
La chica voltea y me dirige la mirada más fulminante que he visto en mi vida.
Está alerta ahora, y me cuesta no sonreír ante su ira.
Claro, estoy seguro de que si volteo, encontraré que Tarekh me está echando
una mirada parecida. No miraré. Tendrá que entender.
Jth’Hnai piensa un momento antes de asentir. –Bien. Si ganas, podrás llevártela a
la cama.
La hembra sacude violentamente sus amarres. –¿Estás drogado, imbécil? ¡No me
iré a la cama ni contigo ni con él! ¡No soy propiedad de nadie!
Él alza la mano y la cachetea. –¡Deja de chillar!
Ella se tambalea, cayendo de rodillas, apretándose la mano contra la cara. Puedo
ver un rastro de brillante sangre roja en su boca.
Me levanto de un salto, la necesidad de protegerla embargándome. Voy a matar
al bastardo de kef si la vuelve a tocar.
Jth’Hnai me mira, suspicaz. –¿Qué?
Aprieto los dientes, inclinándome y forzándome a sonar casual. –No será un
buen premio si está toda golpeada, ¿no crees?
Él gruñe. –Solo juega.
No miro a la hembra. Si lo hago, me enfureceré nuevamente. Jugueteo con los
puños decorados de mi abrigo antes de volverme a sentar, fingiendo una calma que
no siento. Me hierve la sangre. La lastimó y tengo que quedarme aquí, pretendiendo
que no importa. Un centenar de burbujas envenenadas no es castigo suficiente para
este ooli. A lo mejor un millar de piquetes envenenados si lo sería.
Me contento con sangrientas fantasías sobre la muerte de Jth’Hnai y eso me
calma. Solo un poco. Solo lo suficiente para jugar mi próxima mano con una calma
confiada. Mis colores se alinean por completo, dándome el punto por esa ronda.
Jth’Hnai vuelve a jugar, pero mantengo la ventaja y para cuando se nos acaban los
palillos lo dejo en quiebra. Sabía que lo haría. No tenía duda alguna. He jugado a los
palillos desde que era niño y mi padre me enseñó todas las maneras de hacer trampa
sin que se notara… como he hecho durante toda la noche.
El rostro de Jth’Hnai se hincha de ira. –Hiciste… trampa.
–No, para nada.
Si lo hice. Pero él no necesita saberlo.
Me inclino para agarrar la correa conectada al collar de la hembra. –Me llevaré a
mi premio a casa ahora.
Él golpea mi mano con la suya babosa antes de que pueda alzar la cadena. –No
dije que te la podías quedar. Dije que te la podías llevar a la cama. Solo por una
noche.
Lo miro entrecerrando los ojos, como tratando de recordar exactamente lo que
dijo. –¿Solo por una noche? –repito. –Estoy seguro que no fue eso lo que acordamos.
–Eso no me importa. Si quieres cristal extra; a cualquier precio, seguirás mis
reglas –su rostro se torna verde oscuro, indicando su ira.
Hmm, lo considero. ¿Marcharme con la hembra ahora y perder los cristales? ¿O
fingir un rato más? Supongo que puedo seguir jugando un rato más. Le guiño el ojo a
Jth’Hnai. –La calentaré para ti, entonces.
La hembra suelta un chillido iracundo.

***

Fran
He sido intercambiada. ¿Es que no terminarán nunca las humillaciones de esta
noche?
Aunque debo admitir, si debo follarme a un alíen, prefería follarme a este antes
que al sapo.
Obvio, Fran.
No deseo acostarme con nadie, por supuesto, pero me cuesta mantenerme
enfadada cuando ese gigante azul es tan… rayos. Es extremadamente guapo. Bueno,
es azul y tiene unos enormes cuernos curvados y cubiertos de metal que hacen que
su cabeza se vea enorme. Usa una ropa ornamentada, con mangas sueltas que no
pueden realmente ocultar el ancho sorpresivo de sus hombros. Su corto cabello
negro es brillante y grueso, afeitado a los lados, sus ojos oscuros brillan risueños y su
boca es espectacular.
Lástima que sea un hijo de perra.
No puedo creer que haya negociado una noche conmigo. No importa lo bien que
se vea. Estos alienígenas acaban de apostarme como si no fuera nada. Cualquier
atracción que hubiese podido sentir por ese tipo murió en ese instante. No soy una
persona, ni para él ni para Sapito. Soy un juguete rodeado de alienígenas mucho más
grandes y eso apesta. Cierro los ojos nuevamente, esperando desesperadamente
despertar de esta pesadilla.
Lo único que recibo es otro jalón a mi collar que me hace ahogar. Sapito me da
un último jalón antes de entregarle la correa al tipo azul. –Es tuya… por ahora.
–Maravilloso –la sonrisa en su rostro es puramente traviesa; dejando ver unos
largos y filosos colmillos que no había notado hasta ahora. Toma mi correa y le
dedica una reverencia a Sapito. –Te la regresaré de una pieza.
Será muy Azul, pero no es ningún Príncipe.
–Oh, no dije que los dejaría solos –le dice Sapito antes de que se aleje. –Quiero
ver.
Pues bien, esto está cada vez peor. Jalo mi collar, tratando de liberarme…
aunque no haya a dónde correr. Solo sé que no quiero ir a ninguna parte con estos
dos.
–¿Así que quieres mirar? –dice el gigante azul con una risotada. –No soy fan de
que critiquen mi técnica –sacude la mano, indicándome que lo siga, y cuando no lo
hago, suspira y me agarra por la cintura.
Entonces me echa por encima de su hombro como un saco de papas, dejando mi
trasero en alto.
–¡Bájame, bastardo! –golpeo su espalda con un puño y entonces suelto un
quejido, agitando mi mano lastimada. ¿Acaso tiene armadura bajo la ropa? Porque
creo que acabo de romperme los nudillos.
–Cálmate, pequeña –me dice el enorme alíen azul y me palmea el trasero de una
manera humillante. –Jth’Hnai, no me gusta que te auto invites a nuestra pequeña
fiesta. Te gané justamente y…
–Ella es costosa –le espeta Sapito. –Solo quiero asegurarme de que trates bien
mi propiedad.
–La trataré tan bien que dudo que puedas complacerla cuando termine con ella
–se burla él.
Yo resoplo, frotando mis nudillos lastimados. –Lo dudo, mierda.
El gigante azul se ríe discretamente. Al parecer me escuchó. Vuelve a palmearme
el trasero y entonces empezamos a atravesar bamboleantes la multitud.
Cierro los ojos, esperando que todo esto termine. Manos y tentáculos me rozan
las piernas desnudas, justo como lo han estado haciendo toda la noche. Me
estremezco cuando algo particularmente baboso me roza la planta del pie. ¿Será así
mi vida a partir de ahora? ¿Una multitud de extraños agarrándome y usándome? Me
desespero ante ese pensamiento.
El gigante que me carga vacila. Sus hombros se estremecen y la multitud ahoga
un grito. –¿Acabas de tocar a mi hembra? –le gruñe a alguien cercano.
–¡Fue un accidente! –tartamudea un alienígena fuera de mi campo de visión.
–¿De verdad? Porque creo que te acabo de ver tocándole la pierna. ¿Le
pregunto? –suena feroz, y enfurecido.
¿Acaso… me defiende? Estoy sorprendida.
–No, no –balbucea el desconocido. –Prometo no volverlo a hacer. ¡No me hagas
daño!
–Si no lo hiciste, ¿cómo podrías volverlo a hacer? –dice gigante azul, con un tono
de voz tan amenazante que me estremezco. No sé cómo reaccionar a esto.
Oigo un ruido sordo, y la multitud parece suspirar aliviada.
–¿Alguien más quiere tocar a mi hembra? –los reta el gigante azul.
Todos guardan silencio.
–Es solo tuya por esta noche –comenta Sapito y me dan ganas de cachetearlo.
–Mm –responde gigante azul, continuando por la multitud y regresando su mano
a mi trasero.
Esta vez no pateo al sentirla. No me agrada que me agarre el culo, pero si eso
evita que me toque otro tentáculo, que así sea. Prefiero una mano que dieciocho. La
manera en que me defendió… fue terriblemente amenazante. Me estremezco.
La música se aleja y me meso sobre el hombro del alíen mientras baja por un
largo corredor. El que me carga mantiene una conversación casual con Sapito sobre
cómo ha cambiado la estación desde la última vez que vino, y lo sorprendido que
está de su suerte en el juego. Dice que espera que Sapito no le guarde rencor. Su
larga cola azul se mece tras él al caminar.
Sapito está bastante taciturno, a pesar de lo animada de la conversación, lo que
me dice que probablemente le guarda rencor. Mucho rencor.
Bien. A la mierda con él. A la mierda con ambos.
Bajamos por otro pasillo y Sapito suelta un bufido de protesta. –¿A dónde
vamos?
–A mi nave, por supuesto –dice gigante azul alegremente. –Allí está mi cama.
Aunque admito que te parecerá algo estrecha. No acostumbro entretener tríos,
¿sabes?
–No –dice Sapito. –No te la llevarás a tu nave. No la volveré a ver si lo haces.
–Tanta desconfianza me lastima –dice gigante azul en tono juguetón.
–Eres un pirata –señala Sapito. –Sería tonto pensar lo contrario.
Gigante azul solo se ríe, su cola meneándose lentamente.
–Tengo una habitación –dice Sapito, caminando adelante. –Sígueme.
–Si insistes, aunque prometo tratarla bien si me das algo de privacidad –me
acaricia el trasero con una de sus enormes manos.
Suelto un chillido de protesta y golpeo su espalda con mis puños maniatados. –
Imbécil.
Eso me hace ganarme una segunda palmada.
Recorremos un pasillo tras otro, a veces tropezándonos con otros habitantes de
la estación espacial. Ocasionalmente alguien deja escapar una exclamación de
sorpresa al verme, lo que me deprime. Si les sorprende tanto ver a un humano,
¿quiere decir que mis posibilidades de regresar a casa son nulas? No sé si sea algo
bueno o malo que yo sea tan poco familiar. No me agradaría ver a otros esclavos
yendo por ahí… pero la idea de ser la única me gusta menos. Eso quiere decir que no
puedo contar con nadie ni nada para que me ayude aquí.
–Won, estás en la barriga de la estación, ¿eh, Jth’Hnai? –comenta el alíen que
me carga. Me doy cuenta momentos después que ese enredo de sonidos debe ser el
nombre de Sapito. No puedo pronunciarlo. –¿Puedes contactar aunque sea a tu nave
desde esta pocilga?
–Prefiero mi privacidad –dice Sapito, el del nombre impronunciable.
–Igual yo. Por lo que deberías dejarme a solas con tu mascota –dice Gigante azul.
Este tipo no se rinde.
Sapito gruñe algún tipo de respuesta, y entonces escucho un siseo, el cambio de
presión haciendo que me suenen los oídos. Abrieron una puerta. –Adentro.
–¿Qué, contigo y tus guardias? Vamos a estar hacinados –el gigante azul no
parece preocupado, a pesar de sus palabras.
¿Guardias también? Alzo la vista y veo patas de sapo siguiéndonos. Hay por lo
menos otros dos unos pasos más atrás del alienígena que me carga.
¿Una orgía? Genial. No creí que mi vida pudiese empeorar, pero al parecer
estaba equivocada.
Obvio, Fran.
Me siento… a punto de echarme a llorar. Sé que debería pelear, pero el terror y
el cansancio de los últimos días me han robado mis últimas fuerzas. Lágrimas
calientes se deslizan por mis mejillas y gotean en el suelo mientras Gigante azul entra
a la habitación. Trato de guardar silencio, pero caigo en cuenta de que no importa; a
ellos no les molesta si lloro.
Así que me permito llorar. He tratado de ser fuerte por días y no me ha llevado a
ninguna parte. No hay razón para no permitirme sentir el terror y la desesperación
que me desgarran el alma.
Apenas suelto el primer sollozo me sueltan sobre algo suave. Una cama. Reboto,
asustada, y al alzar la vista veo al gigante azul mirándome desde arriba. Me estudia
con ojos entrecerrados y luego se lleva las manos al cinturón, mirando de soslayo a
Sapito que está a unos pasos. –¿No puedo convencerte de que te vayas? Al Pequeño
Kivian no le gusta tener audiencia.
No creo que “pequeño” sea el término adecuado. Parece estar muy bien dotado
en ese departamento, y eso me hace sollozar con más fuerza, acurrucándome con las
piernas cerradas.
–No me voy –dice Sapito.
Gigante azul suspira. –Bien –presiona algo en su cinturón y avanza en cuatro
hacia mí.
Trato de echarme para atrás apresuradamente, solo para colapsar bajo él.
Él se inclina, apretando su mejilla contra la mía. –Demora –me susurra y se
endereza, pretendiendo estudiarme.
¿Qué demore? ¿Demorar qué? ¿Acaso mi traductor dejó de funcionar?
Parpadeo, sorprendida.
Él toca el collar entre mis pechos desnudos, y yo automáticamente le agarro la
muñeca para detenerlo. Él me sonríe, como si le encantara mi resistencia. –¿Cómo te
llamas?
–Ella se llama Fhdo –dice Sapito.
No sé si reírme o gritar de la frustración. Cuando gigante azul me vuelve a mirar,
expectante, le golpeo las manos. –Vete a la mierda.
–Que nombre tan raro –murmura él. –Soy Kivian.
–No me importa –le espeto.
–Tan poco amigable. Creo que eso me lo busqué –él pone ambas manos en mis
mejillas, tan grandes que me rodean el rostro por completo. –Aunque me dificultará
las cosas en unos minutos.
Entrecierro los ojos. –¿Porque vas a violarme?
Él hace una mueca. –No lo llamaría violación.
–¿Por qué? ¿Crees que lo disfrutaré? –le echo una mirada elocuente que le deja
claro exactamente lo que pienso de eso.
Gigante azul; Kivian, solo se ríe. –Tampoco dije eso –acaricia mis brazos
desnudos con expresión pensativa. –Eres muy suave.
Me lo sacudo. –Y tú eres un bastardo arrastrado. Oh, espera, ¿es esta la parte en
la que reparto mamadas de agradecimiento porque no me estás matando a golpes?
Ándate a la mierda.
La sonrisa de él se torna muy amplia, mostrando sus afilados y brillantes
colmillos. –Tienes una boca sucia. Eso me gusta.
–¿Vas a matarla de aburrimiento o te la vas a follar, Kivian? –demanda Sapito.
–Es parte de mi juego previo –dice Kivian. –La estoy seduciendo.
–Por supuesto que no –respondo.
Kivian se lleva un dedo a los labios, la señal universal para guardar silencio. Actúa
como si todo esto fuese un chiste. ¿Qué demonios le pasa? –Si sigues tratándome
mal, no podré ponerme a gusto –me recuerda, casi regañándome. Abre los ojos y
señala con la cabeza a un costado, como tratando de comunicarme algo en silencio.
¿Qué pasa? ¿Qué trata de decirme? ¿Es parte de la “demora”? ¿O es otra táctica
para hacer que baje la guardia? No confío en él. En lo absoluto. Me aparto
nerviosamente.
Él me agarra la pierna, sonriendo nuevamente y alza mi tobillo. –Debo admitir
que la resistencia es algo nuevo –continúa Kivian, examinando mi pie. –La mayoría
de las hembras se me lanzan encima en lo que llego al pueblo. Oh, cinco dedos,
interesante.
–¡No viniste a contarle los dedos de los pies, imbécil! –le espeta Sapito.
Sacudo la pierna, tratando de liberarme, pero él me sujeta con fuerza. En lugar
de soltarme, me soba la planta del pie con el pulgar, y sorpresivamente me hace
cosquillas. Me inunda una rabia, ira y algo más, algo caliente, y eso me confunde.
–No sé por qué no debería contarle los dedos. Sus pies son adorables –Kivian
vuelve a sobarme la planta del pie y se inclina hacia adelante. –Suaves y rosados,
como el resto de ella –vacila y mira de soslayo a Sapito. –Supongo que no tienes plas-
film encima, ¿verdad? Las leyes de higiene, ya sabes.
Sapito resopla. –Ustedes los mesakkah y sus raras leyes. A los ooli no nos
importa esa clase de cosas.
–No, ¿verdad? –gigante azul se encoge de hombros. –Supongo que como soy tu
invitado, debo seguir tus reglas –se pasa la mano por el pecho, desamarrando
algunos de los intrincados y adornados nudos que mantienen su camisa cerrada. –
Debo admitir que será mi primer contacto piel con piel –me vuelve a mirar y me
sonríe traviesamente. –Me vas a tratar bien, ¿verdad?
–Ándate a la mierda –le espeto, pateándole la mano.
–Lo tomaré como un “si”, a pesar del tono –me dice alegremente. –Dame una
toallita húmeda para limpiarla, amigo mío –le extiende una enorme mano a Sapito,
como si se supusiera que debería atenderlo.
Para mi sorpresa, Sapito obedece. –No sé para qué es todo esto –gruñe en su
extraño lenguaje.
–Bueno, quiero disfrutarla por completo, pero no has sido muy amable con esta
tierna cosita –voltea mi pie delicadamente para mostrarnos mi planta sucia. –Mira lo
sucia que está –chasquea la lengua. –Y dices que mi gente es extraña por usar plas-
film.
Ahogo una exclamación de sorpresa cuando siento la cálida toalla húmeda
contra mi piel. Me hace cosquillas mientras me limpia, y Sapito se aleja unos pasos.
Trato de patear la mano de Gigante azul, pero él me agarra el pie con facilidad y lo
limpia. Su enorme mano me acaricia la pantorrilla.
Casi se siente bien. Casi.
De verdad no entiendo que sucede. Este aterrador alienígena de piel azul y con
cuernos de demonio actúa con tan buena educación. Incluso su ropa es mucho más
intrincada y parece de mejor hechura de la que cualquiera que haya visto en la
estación. Pero la persona que me echó sobre su hombro no es ningún señor mimado.
Pude sentir músculos. Demonios, incluso puedo verlos ahora, hinchados bajo la gasa
de las mangas de su camisa y cubierto de tatuajes.
No tiene sentido. Nada de esto lo tiene, incluida la intensa limpiada de pies que
estoy recibiendo. ¿Es parte de su “demora”?
De verdad no entiendo lo que pasa.
–Listo. Mucho mejor –gigante azul termina de limpiarme los pies y deja caer la
toalla. Se inclina, mordisqueando los dedos de mi pie. Me sorprende tanto que no
puedo hacer más que dejarme caer y ahogar un grito. Pero mi cuerpo responde, y no
sé si es por las cosquillas o el miedo, pero puedo sentir como mis pezones se
endurecen. Es lo último que quiero; sentir algún tipo de atracción por ese alienígena,
por muy forzada que sea.
Cierro los ojos y sacudo la cabeza, tratando de que me suelte el pie. –Deja de
tocarme.
–¿Y perderme la diversión? –murmura él alrededor de mis dedos. Roza mi piel
con la lengua, haciéndome estremecer.
Sé que esto es preludio a la violación. Obvio, Fran. Sé que es horrible y una parte
de mi mente está perdiendo los estribos en silencio. Pero me cuesta enfocarme,
porque no puedo dejar de mirar los firmes labios de Gigante azul apretándose contra
mi piel. Son de un azul un poco más oscuro que el resto y cuando sonríe, sus dientes
parecen extraordinariamente brillantes. Es extrañamente atractivo y me encuentro
esperando volverlos a ver, mientras disfruto de las cosquillas de su lengua. No logro
apartarme. Solo puedo quedármele mirando con un horror mudo mezclado con
fascinación mientras una sensación caliente se empoza en mi vientre.
–Solo termina de meterle el pito y regrésame mi juguete –dice Sapito, y suena
como si estuviera por hacer un berrinche.
–Quizás deberíamos preguntarle a Vetealamierda lo que piensa –responde
Kivian, mirándome con curiosidad. –¿Y bien? ¿O prefieres Fhdo?
Sacudo mi pierna nuevamente. –Ninguno –el corazón se me acelera, y detesto
darme cuenta que no es lo único que me late.
–Mmm, bien. Supongo que puedo dejar de preguntar. Supongo que el nombre
no importa –sostiene mi pie con firmeza en su mano y acaricia el arco antes de posar
sus labios en el talón. –Pero tengo que admitir –murmura. –Que este contacto piel
con piel es positivamente decadente. No me sorprende que tantos rompan la ley por
estos lados –continúa besado mi pierna, arrimando su enorme cuerpo azul contra el
mío en el proceso.
Empiezo a jadear, aterrada y detesto admitirlo algo excitada a la vez. Él frota su
boca; es algo parecido a un beso, pero no igual. No completamente, por detrás de mí
pantorrilla hacia la rodilla… y mi muslo. –Tantas leyes rotas –dice lánguidamente. –
No puedo decir que me molesta. Creo que puedo volverme un hedonista después de
todo. ¿Qué te parece?
Acaricia mi muslo con el dorso de la lengua.
Aspiro con fuerza y me llevo las manos a la falda, tratando de taparme el coño lo
mejor que puedo. Sospecho a dónde va esto y me pone sumamente nerviosa.
Me pone sumamente caliente. Obvio, Fran, pero aun sumamente nerviosa.
Gigante azul vuelve a lamerme el muslo, mirándome largamente, su rostro
enmarcado entre mis muslos. –¿Ya te quedaste sin energías, pequeña?
Lo fulmino con la mirada, mi excitación desapareciendo. –Si me preguntas si
quiero que me violes, la respuesta es no. La respuesta siempre será que no.
–Jamás dije que te violaría –repite gigante azul con su enigmática sonrisa.
Algo pita con suavidad, y el enorme alienígena azul sonríe contra mi piel.
–De hecho, es más como un rescate –murmura Kivian.
No logro comprender de que habla. Antes de que logre abrir la boca, Sapito se
acerca, bamboleante. –¿Qué es ese ruido?
–Ese ruido –dice Kivian, levantándose con un gesto grandioso. –Es mi tripulación
contactándome. Indica que es hora de irnos.
–¿Hora de…? –mi dueño deja la frase sin terminar cuando Kivian se saca algo
que parece una pistola de su abrigo y la apunta a la frente de Sapito.
–Hora. De. Irnos –dice Kivian. –Mis hombres ya terminaron de descargar los
cristales a nuestra nave. Así que nos los llevaremos. También me quedaré con tu
dinero, pero por eso no te puedes quejar ya que te lo gané limpiamente –sonríe y
toma gentilmente la correa conectada a mi collar. –También te quitaré a esta
pequeña de las manos. Vamos, mi pequeña Vetealamierda. Hora de irnos.
Lo miro cautelosamente, preguntándome si es un chiste. Cuando no se ríe ni me
dice que es broma, miro de soslayo a Sapito. Parece enfurecido, su mirada enfocada
en la pistola que le apunta al entrecejo.
Esto… esto fue lo que quiso decir con demora.
Me está rescatando.
Capítulo 4

Kivian

Me beneficia enormemente que Jth’Hnai sea tan tacaño a la hora de pagarle a


sus guardias. Si fueran mercenarios decentes, ya me habrían desarmado y
desparramado mis sesos sobre la chillona alfombra. Pero simplemente se quedan
parados, esperando órdenes de su jefe, y él no les da ninguna.
Funciona para mí.
Halo gentilmente la correa de la humana, tratando en lo posible de no
lastimarla. –Anda y abre la puerta, pequeña –mantengo la mirada fija en Jth’Hnai
porque no confío en que no intente hacer algo. No llegó a ser un ooli rico siguiendo
las reglas, después de todo. –Hazme un favor y ordénale a tus hombres que se paren
junto a ti –le digo al idiota que estoy asaltado. –Para poder vigilarlos a todos.
Jth’Hnai me fulmina con la mirada antes de hacerle un gesto impaciente a los
otros dos. Justo como lo sospeché, mano de obra barata. Lo hace todo tan fácil que
es prácticamente un robo.
Oh, espera. Es un robo. Bueno.
Espero pacientemente a que todos estén en fila y entonces le lanzo unas esposas
al primero. –Ya sabes que hacer.
Este no parece muy preocupado mientras esposa a su compañero, a su jefe y
luego a sí mismo.
Hago girar mi arma. –Ahora voltéense, de cara a la pared –cuando me obedecen,
miro de soslayo a mi hembra, quién me mira con ojos entrecerrados, sin moverse de
la cama. –Vamos, pequeña –le animo. –Nos costará escapar con el botín si no nos
movemos.
Ella parece sorprendida. Entonces se arrima, levantándose de la cama. –¿Me…
llevarás contigo?
Jth’Hnai suelta un bufido de furia, pero lo ignoro. Él ya no importa. –Me temo
que no podré llevarte a ninguna parte si no abres la puerta, mi cielo –señalo la
entrada, aún trancada y aun manteniendo a mi gente afuera.
La hembra asiente lentamente, con los ojos como plato. –¿Y no me vas a dejar
aquí? –mira a los ooli de soslayo. –¿Con ellos?
–Preferiría meterme un tiro en la entrepierna.
Jth’Hnai ruge. –Eso déjamelo a mí –pero no voltea. Cobarde. Es puro ruido, como
lo pensaba.
Mi pequeña humana me lanza una última mirada de aprehensión antes de
dirigirse a la puerta. Estudia el panel antes de mirarme impotente. Me toca explicarle
pacientemente como abrirla, pero momentos después se abre, dejando pasar a
Sentorr y Tarekh. La hembra trastabilla hacia atrás, mirándome aprehensivamente.
–Ya era hora –regaño a Sentorr y Tarekh. –¿Dónde está Alyvos?
–En la nave –me dice Tarekh, mirando a la hembra de soslayo. –¿Por qué el
cambio de planes? –me pregunta el médico, claramente de mal humor. –Hemos
estado esperando que regreses a la nave por unos diez minutos.
–Estaba ocupado seduciendo a mi hembra. ¿Está todo cargado? –evito
responder su pregunta, empujando al ooli junto a sus guardias hacia el cuarto de
baño. Jth’Hnai no parece muy ansioso de entrar, pero un amenazador gesto del
gigante Tarekh; que es gigante incluso para un mesakkah, lo hace entrar corriendo.
Les quitamos todas sus armas y comunicadores antes de encerrarlos. Tarekh le
dispara al panel de control, trancando la puerta y previniendo que salgan en un buen
tiempo.
Al voltearme veo a Sentorr sosteniendo la correa de mi pequeña humana,
manteniéndola atrapada. Ella se cruza los brazos sobre el pecho, temblando
asustada, con el rostro pálido. –¿Y qué quieres hacer con esta?
Por alguna razón, el verlo sosteniendo su correa me hace sentir unos celos
irracionales. Me fuerzo a acercarme lenta y calmadamente. Él no sabe que ella es
mía, así que no hay necesidad de lanzármele encima y retorcerle el pescuezo. –Me
estoy llevando toda la riqueza de Jth’Hnai –les explico. –Y eso la incluye a ella.
Tarekh deja escapar un sonido de frustración al unírsenos. –¿Y qué vamos a
hacer con una cosa como esa? Son ilegales.
–También lo es robar cristales, pero no veo a nadie quejándose al respecto –les
recuerdo con suavidad, y entonces toco la barbilla de ella con amabilidad. –Mira al
techo, por favor.
Ella frunce el ceño, pero obedece, y yo abro el collar con una llave maestra. Un
segundo más tarde cae al suelo, revelando los verdugones en su delicado cuello.
Gruño en voz baja, el impulso de abrir de golpe la puerta del baño y reventar la
babosa cabeza de Jth’Hnai a tiros creciendo en mi interior. Pero me contengo,
lanzando la correa al suelo. –Eres libre.
La humana parpadea confundida y se queda quieta mientras le quito las esposas.
Incluso cuando sus ataduras golpean el piso, ella solo se frota las muñecas y me mira.
–¿Quieres venir con nosotros? –le pregunto a ella.
Sentorr suelta un gruñido de protesta. Sé lo que quiere decir. Perdemos tiempo.
Ella mira el baño donde están encerrados Jth’Hnai y sus secuaces antes de
mirarme a mí. –¿Qué otra opción tengo?
–Hora de irnos –dice Tarekh, impaciente.
No le presto atención. Él puede esperar otro momento. Ella es más importante.
–Puedes quedarte aquí –le respondo. –Pero no habrá muchos que te ayuden.
Aunque te deje ropa y dinero, un humano es considerado contrabando. Otros
tratarían de capturarte y podrías terminar con un dueño peor que el original.
–¿Me llevarías de vuelta a casa? –pregunta ella. –¿A la Tierra?
–Para ser honesto, pequeña, no –me duele decirle la verdad, pero incluso mi
inofensiva nave no se puede acercar sin riesgos a ese sistema estelar.
Ella suspira. –Bueno, por lo menos eres honesto. Bien, iré contigo –me señala
con un dedo. –Nada de violación.
Me divierte como hace demandas, aunque claramente no tiene ninguna ventaja
en esta situación. Que pequeñita tan fiera. Me gusta. –Si quisiera violarte, mi niña,
¿no crees que ya lo habría hecho?
–No si a tu Pequeño Kivian no le gusta tener audiencia –me responde.
Me echo a reír. Así que captó eso.
Sentorr señala la puerta. –Si ya terminamos, ¿podemos irnos antes de que la
seguridad de la estación se nos eche encima?
Asiento, colocando una mano en la espalda baja de la humana para guiarla. –
Ven. Quédate cerca de mí.
Ella se me acerca automáticamente, aferrándose a mi cinturón como si temiera
ser dejada atrás. Eso me llena con una sensación casi sacrosanta de placer.
–¿Así te llamas? –me susurra un segundo más tarde. –¿Kivian?
–Sav Kivian Bakhtavis –le respondo con una sonrisa. –A tu servicio. Ahora es
momento de marcharnos.

***

Fran

La situación se torna cada vez más irreal. Sigo esperando despertar y darme
cuenta de que es un sueño. O quizás solo a medias y despertaré de vuelta en la jaula
con alguien echándome “pienso de humanos” como si fuera un pollo mascota.
Pero ya no soy la esclava de los hombres sapos. Soy… libre… ¿creo?
Es muy extraño.
–Esta es El Idiota Bailarín –me dice Kivian mientras me lleva por la rampa de
embarque hacia la cubierta en penumbra de lo que debe ser su nave. –Es mi nave, y
será tu hogar a partir de ahora y hasta que sea necesario.
–¿Idiota Bailarín, huh? –me froto los brazos, abrazándome el torso porque no
solo hace algo de frío sino que solo tengo puesto el equivalente a un pañal. –No
suena muy de piratas.
–Y ese es precisamente el punto –responde Kivian con una amplia sonrisa.
Empieza inmediatamente a quitarse las capas de su ornamentada ropa, como
cualquier hombre acabado de regresar a casa de un evento formal. –Nadie pararía a
una nave con un nombre tan ridículo ni la acusaría de actos nefarios.
Los otros dos alienígenas dejan sus armas y se apresuran por el pasillo.
–Ven –me dice Kivian, luego de soltarse la camisa alrededor del cuello. –Vamos
al puente para podernos ir.
–Espera –le digo antes de que se adelante. –¿Me puedes dar una camisa? ¿O
algo para cubrirme?
Él se voltea a verme y se frota el mentón. –Claro. Supongo que no acostumbras a
andar con el equivalente a una bufanda en casa, ¿verdad? He escuchado que la
Tierra es primitiva, pero imagino que son exageraciones.
–Si. Lo siento, dejé mi hacha de piedra en mi cueva –le digo sarcásticamente. –
¿Me puedes dar una camisa o no?
Kivian me mira por un largo rato y la piel se me pone de gallina. Quizás estoy
siendo demasiado bocona y está por castigarme. Sonríe lentamente y luego sacude la
cabeza. –Parece que soy bueno encantando a todo el mundo, excepto a ti –se
desabotona la camisa por completo y se la quita de un tirón.
Me estremezco, creyendo que es ahora que vendrá la violación. Me aparto
nerviosamente, pero él solo me tiende su camisa. Oh.
–No te tocaré sin tu permiso –me dice en tono calmo y suave. –Cuando dije que
estarías a salvo conmigo, lo dije en serio. No te haré daño, y tampoco lo hará mi
tripulación.
Estudio su rostro, preguntándome si es un truco. Si trata de engañarme como a
los hombres sapos. Pero no veo más que confiada calma en su expresión. Me toma
un momento darme cuenta de que sus palabras no están siendo filtradas por mi
traductor. –¿Tú… hablas inglés? –agarro la camisa de su mano y me la pongo. Es
como envolverme en una manta de lo grande que es, pero no me importa. Es
abrigada y tapa todo. Eso es lo importante.
Kivian se inclina, y puedo ver con más claridad su pecho desnudo. Tiene unas
cuantas cicatrices en el pecho, su tono blancuzco contrastando con su tono azul
natural. Uno de sus musculosos brazos está cubierto de tatuajes negros, fascinantes
y exóticos. Tiene un cuerpo impresionante, y no solo porque mide tres metros de
alto. Se ve que hace ejercicio. También me queda claro que lo que sentí bajo su ropa
no era armadura. Tiene recrecimientos callosos en los hombros y brazos, y en el
centro de su pecho. Alza sus manos y empieza a abotonarme la camisa como si fuera
una niña pequeña. Tres dedos y un pulgar. Ah, otra rareza.
Es gracioso, pero es el primer tipo que me ha tratado como persona desde que
desperté esclavizada.
–Descargué el lenguaje a través de mi chip desde el momento en que te vi –me
dice. –Creí que sería más fácil comunicarnos así.
–¿Chip?
Él se da un golpecito tras la oreja. –Es un implante. Es lo que se estila estos días.
El tuyo es… barato. Efectivo pero feo e incómodo.
Me toco la oreja, de donde cuelga el horrendo bulbo gris. No se equivoca.
–Ven –me dice al terminar de abotonarme. –Vamos al puente antes de que
alguien me acuse de arrastrarte a mi camarote –Kivian me regala otra sonrisa
coqueta, caminando delante de mí y dándome el espectáculo de su espalda
musculosa y su cola bamboleante.
Muy bien, entonces. Puedo buscarme una esquina oscura para esconderme
como cobarde, o puedo aguantar e ir al puente. Por mucho que quisiera esconderme
o dormir. Dormir sería agradable, me fuerzo a seguirlo por el pasillo. Su camisa es tan
grande que me llega a las rodillas y las mangas me cubren las manos. Trato de
arremangarme mientras camino, tratando de absorber todo a mi alrededor.
Detesto decirlo, pero todo parece salido de un episodio de Viaje a las estrellas, o
alguna película del espacio. Me pregunto si es coincidencia o si alguien de Hollywood
ha estado recibiendo visitas de fuera del planeta. Hay todo tipo de paneles en las
paredes, algunos apagados, otros parpadeando con gráficas, imágenes y luces. Hay
algo que parece un teclado con menos teclas y Kivian le pasa la mano por enfrente,
sin tocarlo; para abrir una puerta. El suelo bajo mis pies está frío y se siente como
metal corrugado, y al entrar en el puente veo varias estaciones con grandes sillas,
todas ocupadas, excepto la del centro, que es claramente la de Kivian.
Uno de los enormes alienígenas azules se voltea a mirarnos y nos fulmina con la
mirada. Tiene el cabello afeitado casi al cero, lo que hace que sus cuernos se vean
tan prominentes como su ganchuda nariz. –Ya era hora –dice. –Es de mala suerte
tener mascotas en la nave, Bakhtavis.
–Ella no es una mascota –responde Kivian. –Es una invitada –me pone la mano
en el hombro y me guía hacia la silla central. –Ven, siéntate en mi silla. Ponte el
cinturón de seguridad.
Bueno, eso es una mejora con respecto a Sapito. Me siento en la silla,
sintiéndome muy pequeña ante la enormidad de la misma. –¿Qué hay de ti?
Él encoge sus enormes hombros, apretando un botón que hace que unas tiras se
amarren alrededor de mi cuerpo. –No me hará mal que me sacudan un poco.
–Espera, ¿nos quedamos con la humana? –el cabeza rapada me mira ceñudo. –
Creí que solo buscábamos cristales lethiul.
–Kivian encontró otra cosa que quería –dice el más grande de los alienígenas.
Alguien gruñe.
–Silencio, todos ustedes –Kivian suena divertido, no molesto. –Solo díganme que
pudieron conseguir el cristal mientras yo distraía a nuestros amigos ooli.
–Obtuvimos el cargamento… y un poco más, pero no demasiado. No es todo lo
que pidieron los kaskri –responde uno de ellos.
–Tendrá que ser suficiente. Nos vamos –Kivian me sonríe y se aferra al posa
brazos. –Agárrate con fuerza, pequeña.
Espera, ¿por qué?
–Surgimos –dice uno de los alienígenas, la única advertencia que recibo antes de
que seamos lanzados como de una catapulta al espacio.
Capítulo 5

Kivian

La frágil humana cierra los ojos y descansa en mi silla de capitán. Se ve más


pequeña embutida en mi camisa, que cubre su extrañamente suave piel de los
hombros a la rodilla.
Quiero apretarla contra mi pecho y protegerla, pero sé que no le sería grato.
Tengo que apretar los puños para no acariciar su redondeada mejilla. Pronto recibirá
con alegría mis caricias. Jamás me ha rechazado ninguna hembra a la que haya
perseguido… aunque no es como si hubiese perseguido muchas. Siempre he
preferido una vida sin complicaciones románticas o de otra índole; pero eso cambió
al momento de posar mis ojos sobre ella.
Ahora entiendo porque mi hermano es tan feliz en su granja de kef perdida en el
confín de la galaxia. Tiene a su pareja para él solo, sin molestias ni preguntas. Eso
parece maravilloso en este momento.
Una vez seguro de que mi hembra está cómoda, me volteo a mirar a mi
tripulación. Puedo sentir que me juzgan antes de siquiera verlos. No les gusta esto.
No puedo culparlos. No estoy seguro de que me guste tampoco; solo sé que no
tengo opción. Es mía.
Sentorr se cruza de brazos y me mira.
Alyvos frunce el ceño y aprieta la mandíbula.
Tarekh solo parece divertido, como si yo aún jugara a los palillos y mi oponente
tuviese la ventaja. Debo admitir que la sensación es parecida. Me siento
completamente perdido pero de una buena manera.
–¿Y bien? –pregunta Sentorr. –¿Alguna explicación?
Vuelvo a mirar a la hembra, pero ella sigue durmiendo. –Él no era bueno con
ella. No podía dejarla allí –todo mi ser se rebela de solo pensarlo.
–No nos incumbe –dice Sentorr.
–Ahora sí. Ella me pertenece.
Tarekh me mira sorprendido. –Entonces ¿tendrás a una humana de mascota?
No me entienden. Me froto la cara, preguntándome exactamente cuánto
debería admitir. –No exactamente. Ella es una persona, no una mascota. Es tan
inteligente como tú o yo y no pretendo poseerla o forzarla como quería hacerlo
Jth’Hnai.
Tarekh se echa a reír. –Entonces quieres decir que…
Me encojo de hombros. No siento necesidad de responderle. No exactamente.
No cuando Alyvos me mira con una expresión tan horrorizada. Tendrá que
acostumbrarse a la idea.
–Pudiste dejarla en la estación –protesta Sentorr.
–¿Para qué otro la capturara y la esclavizara? –resoplo y niego con la cabeza. –
Sabes tan bien como yo que no duraría ni cinco minutos por su cuenta.
–Es bueno que tengas un corazón tan noble –dice Tarekh en tono socarrón.
Le dirijo una mirada mitigante.
–El plan era solo para el cristal –escupe Alyvos, alzando las manos frustrado. –
Ahora tenemos la mayor parte del cristal, enfurecimos a nuestros contactos, y
robamos una mascota de contrabando.
–No es una mascota –lo corrijo con firmeza. Me empiezo a irritar. Sabía que no
sería fácil, pero por amor al kef, no es como si acabara de nombrarla capitán y
ofrecerle una parte de las ganancias.
No todavía.
–Puedo escuchar todo lo que dicen –murmura la hembra en un tono suave y
somnoliento. –Estoy justo aquí y no soy una idiota. Tengo un traductor que me dice
todo mientras trato de tomar una siesta.
Tarekh se echa a reír. Sentorr parece que acabara de chupar algo agrio. Alyvos
me frunce el ceño, como si fuera mi culpa.
–Vuelve a dormir, pequeña –le digo. –Nos tomará algo de tiempo surgir.
–¿Es cómo entrar al hiperespacio? –ella bosteza y parpadea lentamente al
mirarme. Un momento después, curva sus piernas debajo de ella, con una delicada
elegancia que me deja completamente fascinado.
También al Pequeño Kivian.
–¿Hiperespacio? –repite Sentorr desdeñosamente. –Jamás he escuchado de
nada parecido –me mira. –¿Y aun crees que los humanos no son primitivos? ¿Acaso
imagina que volamos por el espacio gracias a combustibles fósiles o alguna otra
tontería parecida?
–A lo mejor piensa que somos dioses –continúa Alyvos, integrándose a la
conversación. –A lo mejor nos rinde pleitesía.
A Tarekh parece divertirle el asunto. –No creo que me agrade que me rindan
pleitesía. A lo mejor…
–Chicos, en serio –la hembra abre los ojos y nos fulmina con la mirada. –Sigo
aquí. Siguen hablando de mí como si fuera el perro de la familia.
Me río, a pesar de que no sé qué es un “perro” o eso de “chicos”. Lo único que
sé es que su indignación es encantadora. –Tendrás que disculparnos, pequeña. Hace
mucho tiempo que no llevamos pasajeros.
–Si, y más aún desde que lo hicimos de gratis –masculla Sentorr.
–Podrían preguntarme mi nombre –responde ella calmadamente. –Sería un
buen comienzo.
Me siento avergonzado de no haberle preguntado nada todavía, pero trato de
disimular. –¿Qué, Vetealamierda no es tu verdadero nombre? Me impresiona.
Los labios le tiemblan como si contuviera una sonrisa, su pequeño cuerpo
apretado contra mi silla. La fuerza del surgimiento nos sacude y empuja mientras
avanzamos por el espacio a altas velocidades. Solo mis largos años de vivir en el
espacio es lo que me permite mantener el equilibrio mientras el suelo bajo mis pies
se estremece y los oídos se me tapan y destapan repetidamente. Solo puedo
imaginar la presión que ejerce sobre su pequeño cuerpo. No es seguro retirarse al
camarote, pero desearía que sí. Parece muy cansada, y yo no puedo esperar a
despertarme junto a ella.
–¿Y bien? –le pregunto cuando ella no responde. –¿Cómo te llamamos?
Ella vuelve a bostezar. –Fran. Me llamo Fran.
Fran. Fran. Un extraño nombre discordante para un ser tan delicado. Lo
memorizo, aunque para mí ella siempre será “pequeña”. –Muy bien –murmullo. –
Fran.

***

Fran

Estoy tan cansada. Por primera vez en mucho tiempo puedo dormir sin
preocuparme de ser toqueteada o abusada. Hay una extraña fuerza, casi centrífuga,
empujándome contra mi silla mientras volamos por el espacio. Lo llaman “surgir”. Lo
que sea, es agotador. Me presiona constantemente, haciendo que mis músculos se
contraigan innecesariamente. A pesar de eso, no puedo evitar amodorrarme. Me
siento extrañamente a salvo a pesar de estar rodeada de cuatro gigantes azules.
Y trato de no pensar demasiado lo que dijo aquel gigante sobre mí, Kivian. Así se
llama. Me dio su camisa y me deja sentarme en su silla, parado a mi lado
semidesnudo y dominante, pero sin ser agobiante. Es una rara combinación, pero
tantas cosas raras han sucedido hoy que no me sorprende. Dormito ligeramente,
pero no puedo dejar de pensar en sus palabras.
Sabes tan bien como yo que no duraría cinco minutos por su cuenta.
No planeo poseerla o forzarla.
Ella me pertenece.
Ella me pertenece.
Ella me pertenece.
Eran las mismas palabras de Sapito, pero sin el tono discreto de amenaza que él
usaba. Las palabras de Kivian tienen un tono afectuoso, y no me trata igual a los
demás. Pero no puedo bajar la guardia por completo, aunque no tengo muchas
opciones. No se equivoca al decir que no duraría ni cinco minutos por mi cuenta.
Estaría atrapada en el espacio exterior sin dinero, sin ropa, y casi sin poder
comunicarme con nadie. Además, si todos me consideran poco más que un cachorro
exótico, no lograré ir muy lejos.
Puede que no me agraden ni confíe en estos tipos, pero de momentos estoy
atrapada con ellos.
Sueño con comida, y en mis sueños me amarran y reprimen. No son buenos
sueños, y me despierto con una sacudida de pánico al creerme apresada
nuevamente, solo para encontrarme aún en la silla de Kivian, la interminable presión
del “surgimiento” aún sacudiéndonos. Se me dificulta relajarme, y lo único que me
calma es el trasero de Kivian frente a mí, apoyado contra la consola frente a su silla,
su cola meneándose lentamente mientras conversa con su tripulación en voz baja.
Despierto nuevamente un rato después ahogando un grito, mis oídos
sintiéndose destapados por primera vez en mucho tiempo. Me froto un lóbulo con
curiosidad, y me doy cuenta de que nos detuvimos. Un bostezo atronador se me
escama al enderezarme. –¿Ya llegamos?
–Define “llegar”, pequeña –Kivian se acerca a la silla, con una expresión divertida
en su rostro azul. Debo admitir que es fascinante de mirar. Jamás había visto un
alienígena antes, pero si tuviera que crear uno y hacerlo ver solo lo suficientemente
“diferente”, probablemente crearía algo como él. Sus facciones son más grandes que
las de un humano, sus pómulos y mentón más pronunciados. Su frente es acanalada
y tiene los mismos recrecimientos que su pecho, pero sus ojos son oscuros, líquidos y
cálidos. Y sus labios… cielos.
Esos labios son injustos. Ni siquiera sé por qué pienso en ellos.
Pero su respuesta hace que me preocupe un poco. ¿A dónde “llegaremos”,
exactamente? Estoy en una nave alienígena con estos tipos y sigo tan ignorante de
mi propio destino como antes. Me enderezo incómoda. –¿A dónde vamos?
–¿En los próximos minutos o en general?
Aprieto los labios y lo fulmino con la mirada. Parece que a Kivian le encanta
bromear. Lástima que no estoy de humor. El ser secuestrada por alienígenas,
vendida a un hombre sapo y ser raptada una segunda vez me han agotado por
completo. –¿Si a ambos?
Él inclina la cabeza, como si aceptara que su respuesta fue mala. –En general,
nos dirigimos al cinturón de asteroides más cercano. Nos esconderemos allí,
protegiendo nuestra nave para que parezca otro pedazo de roca flotante, y entonces
avanzaremos con discreción hasta perder a los ooli. Puede que eso tarde semanas.
Puede tardar un mes. Puede que sean dos días… pero dudo que sean dos días. No
con la cantidad de cristales que robamos –me sonríe traviesamente. –Eso les arderá
por un tiempo.
–Y luego de ello, ¿seguirás sin llevarme a la Tierra?
Kivian se cruza de brazos y sacude la cabeza. –Me temo que no, pequeña. Es un
viaje peligroso, y aunque me agradas mucho, mis hombres no están listos para tomar
un riesgo tan grande. De momento, estás conmigo.
Bueno, por lo menos es honesto. No es la primera vez que me da una versión sin
endulzar de los hechos y eso hace que confíe en él un poco más. Prefiero saber a qué
me enfrento a que me mientan. Me froto mi adolorida cabeza y entonces me doy
cuenta de que la horrible presión desapareció. Miro a mi alrededor, sorprendida. –
¿Dejamos de empujar?
–¿Quisiste decir “surgir”? –me corrige, divertido.
Puedo sentir como se me calientan las mejillas. Dios, ¿dije empujar? Trágame,
tierra. –Eso quise decir.
–Claro –dice él, con suavidad. –Y si, dejamos eso de momento. Ahora vamos a
velocidad de crucero, para poder escapar de cualquiera que se haya atrevido a
seguirnos. Nos tomará un tiempo llegar a nuestro destino.
–El cinturón de asteroides, claro –ahogo un bostezo y para mi vergüenza, el
estómago me gruñe. –Disculpa.
–Debería ser yo quien se disculpara. Debes tener hambre. Ven conmigo –me
extiende una enorme mano y lo estudio. Es tan diferente pero tan similar a los
humanos. Si no fuera por el tono azul de su piel y los tres dedos, pensaría que es una
mano humana.
Desabrocho mi cinturón y lo tomo de la mano… y la textura sedosa de su piel me
sorprende. Es como gamuza. No… la tela suave que usan para pulir autos. Ante. Eso
es. El tocarlo es maravilloso y aguanto las ganas de acariciarlo como a una mascota.
–¿Está todo bien? –él nota mi vacilación.
Quiero apartar mi mano de la suya, avergonzada. –Si. Lo siento. Estoy cansada.
–Y hambrienta –concuerda él, agarrándome con firmeza cuando me levanto y
bamboleo. Parece que el “surgir” cansa mucho, a pesar de que solo estés sentado
todo el tiempo. El cuerpo me duele como si hubiese corrido una maratón en verano.
Estoy exhausta.
Me apoyo de él cuando me rodea la cintura con un brazo. No tengo opción. Las
piernas me tiemblan demasiado.
–Vamos –me dice. –Busquemos algo de comer y luego nos vamos.
¿Nos vamos? Recuerdo que me respondió solo a dónde íbamos en general. No
me dijo lo que pasaría en los próximos minutos. –¿A dónde?
Kivian me sonríe, mostrando sus afilados colmillos blancos. –A mi cama, por
supuesto.
De pronto, el reconfortante brazo alrededor de mi cintura no se siente tan
reconfortante. Me sacudo casi cayendo. –¡Dijiste que no era tu esclava!
–No lo eres –me responde con calma, aun sonriendo.
–Entonces, ¿qué te hace pensar que dormiré contigo?
–Es mejor que dormir en el suelo. Además esta nave es tipo crucero –señala el
angosto pasillo al que entramos. –Tiene espacio para una tripulación básica: capitán,
navegador, médico y mecánico. No hay ningún otro lugar donde puedas dormir –se
lleva una mano al mentón, pensativo. –Y no creo que los demás quieran compartir.
Estoy confundida. Frunzo el ceño, tratando de entender lo que me dijo.
Él ve mi vacilación y me dice con gentileza. –Nada de sexo. Pero hablo en serio
cuando digo que no hay suficientes camas. Los pisos son fríos y duros, y te prometo
no tocarte sin permiso.
–¿Y se supone que confíe en eso? –le respondo débilmente.
–No tienes que confiar en eso –me responde, rodeándome la cintura con el
brazo otra vez. –Pero, míralo de este modo: ya he tenido oportunidades de follarte
empieza a avanzar por el pasillo, medio guiándome, medio empujándome junto a él.
–¿Por qué te llevaría conmigo enfureciendo a mi tripulación en el proceso solo para
aprovecharme de tu coño cuando pude haberlo hecho frente a Jth’Hnai?
No puedo pronunciar el nombre del sapo, a pesar de que lo intente. Pero… él
tiene razón. –Dijiste que no te gustaba tener audiencia –gruño. Sigo sin confiar en
esto, pero no tengo opción.
–Eso es verdad –me responde alegremente. –Soy muchas cosas, pero no un
exhibicionista –señala una depresión en la pared que empiezo a reconocer como las
puertas de las naves espaciales. –Este es nuestro comedor. Vamos. Puedes comer y
yo puedo decirte una y otra vez que no te tocaré sin tu permiso.
–Sigues mencionando “mi permiso” –señalo.
Él me mira con una sonrisa cálida y ojos sonrientes. –Es porque, mi dulce Fran,
planeo obtener tu permiso. Pero no hoy.
Capítulo 6

Kivian

A la pequeña humana claramente le agitan mis palabras. Se sonroja y me mira


de soslayo al tensarse ligeramente. Me fascina mirarla, su redondo y suave rostro tan
expresivo. Es maravilloso el solo mirarla, y quiero ver cuantas expresiones puede
demostrar.
Bueno, no todas. Jamás quiero verla molesta o asustada. Pero, ¿alegre y muerta
de la risa? Si. ¿Deseosa? Si. ¿Esperando ansiosamente a que penetre su húmedo y
delicioso coñito?
Oh si.
Me fuerzo a prestar atención a pesar de esos pensamientos fantasiosos y abro la
puerta al comedor del Idiota. Está tan limpio y ordenado como el camarote de
Sentorr, lo que me deja claro que debe ser él quien está a cargo de la limpieza esta
semana. Si le tocara a Tarekh, estaría todo hecho un desastre. Guío a mi hembra a
uno de los taburetes de la mesa, y entonces me toca alzarla al caer en cuenta de que
sus piernas son demasiado cortas para montarse por sí misma.
–Espera aquí –le digo. –Te prepararé algo de comer. ¿Alguna alergia?
–Si te digo, no sé, “cacahuates”, ¿significaría algo para ti? –me dice Fran
secamente.
Vacilo. Tiene un buen punto. No quiero envenenarla con comida mesakkah, pero
ella necesita comer algo. –¿Qué te daban de comer en la estación? ¿Los ooli?
Ella se encoge de hombros. –El tipo sapo me compró un par de horas antes de
llegar a donde nos encontramos. No me dio nada de comer. Antes de eso, estaba en
una enorme jaula, en otra estación. Me daban una especie de barras –gesticula con
las manos para demostrar el tamaño, y arruga la nariz. –Eran horribles. Dime que tu
comida es mejor que eso.
Suena a que le daban pienso para animales. La furia me quema el estómago. El
pensar que a mi dulce pareja, mi pequeña y frágil humana la trataron como a un
animal salvaje. –No, nuestra comida no es así –le digo, tratando de sonar alegre. –Te
prepararé lo que normalmente comemos y solo dime si sientes algo raro. Si te pica
algo o te quema la garganta, despertaremos a Tarekh para que te haga todas las
pruebas de alergias necesarias –abro uno de los gabinetes, revisando las provisiones.
Como pasamos tanto tiempo en el espacio, y el encargado de las compras es nuestro
ex-militar, la comida tiende a ser algo aburrida. Reviso los ordenadamente apilados
paquetes, tratando de encontrar algo sabroso para un paladar alienígena. –
¿Prefieres dulce o salado?
–Prefiero cualquier cosa –responde Fran. –Muero de hambre.
Elijo un sabroso caldo de carne y encurtidos chski, una especialidad de mi
planeta madre y también uno de mis platillos favoritos. Es del alijo personal de
Alyvos, pero se lo pagaré luego. Mientras espero a que el dispensador caliente la
comida, contemplo el compartir mi camarote con Fran.
No importa que no vayamos a follar todavía. Puedo esperar. Es mía y yo puedo
ser paciente. Cuando deje de sentir miedo podré seducirla con más comodidad.
Hasta entonces, debo hacer que esté lo más cómoda posible. Mi camarote es el
mejor y mi cama es lo suficientemente grande para que duerman dos. No es por eso
que la quiero conmigo, claro. Me rehúso a señalar que podríamos mover algunas
cajas en la zona de carga y acomodar un camastro para ella. Es mi pareja y merece lo
mejor… y la quiero junto a mí. Quiero despertarme y verla. Quiero oler su aroma y
ver su cabello sobre mi almohada. Quiero verla acurrucada junto a mí.
Quiero que se apriete contra mí, frotando sus senos contra mi pecho y me exija
que tengamos sexo.
Una cosa a la vez, me digo. Hay bastante para mantenernos entretenidos por un
buen rato. Sentorr y Alyvos se estarán intercambiando turnos para mantenernos en
un modo de vuelo discreto, cambiando la señal de nuestra nave para no dejar un
rastro obvio. Tarekh se ha estado quejando de que el Idiota necesita algunas
reparaciones, y yo tengo algunas palmas que engrasar y gente a la que asegurarle
que todo va según el plan. Empezando por el departamento de seguridad de la
estación Haal Ui, para que no nos reporten. También los kaskri, que necesitan estar
informados de que su cargamento va en camino, a pesar de que vamos por la ruta
más lenta. Entonces faltaría subir los documentos forjados necesarios para
enmascarar nuestra identidad en el sistema vecino, además de otro montón de
pequeñas tareas.
A veces es agotador ser pirata. No me importa, pues jamás me ha gustado seguir
las reglas demasiado. Prefiero poner mis propias reglas y hacer las cosas a mi
manera. No lastimamos a nadie, por lo menos no físicamente. Sus bolsillos (y orgullo)
es otra cosa. Los ooli estarán furiosos cuando los encuentren y no dudo por un
minuto que pondrán una enorme recompensa por mi cabeza. No por Fran, claro, ya
que ella es contrabando, pero preguntarán por su paradero en los círculos correctos.
Necesito asegurarme de que esté a salvo, y mientras esté conmigo, así lo será.
Claro, eso no quiere decir que no pueda seducirla, encantarla y hacerla sentir
cómoda. Quiero de baje la guardia y que, cuando coquetee con ella, capte mis
indirectas. Quiero verla sonreírme mientras se desnuda descuidadamente,
descubriendo su suave y delicado cuerpo ante mis ojos…
Miro a Fran de soslayo, quién de pronto se quedó callada. Está sentada a la
mesa, meciendo los pies como una niña en el taburete demasiado alto para ella.
Tiene el rostro hundido de cansancio y mientras la miro, se frota la oreja de la cual
guinda el feo bulbo traductor.
Soy un imbécil de kef.
Aquí estoy, pensando en maneras de llevármela a la cama y planeando como
pasar mi tiempo seduciéndola mientras ella está cansada, miserable y con esa cosa
horriblemente incómoda pegada a su oreja. Tomo el plato de sopa y lo poso frente a
ella, palmeándole suavemente el hombro. –Come. Regreso en un minuto.
–¿A dónde vas? –ignora el plato de sopa, mirándome alarmada. Claramente no
desea quedarse sola, no después de llegar a la conclusión de que soy seguro. Decido
que eso me agrada.
–Regresaré en un momento –le prometo. –No te abandonaré.
Me mira por un momento, como si pensara protestar, pero entonces asiente y
toma el plato de sopa, el hambre ganándole a la aprehensión. Fran toma un sorbo, y
la miro cautelosamente, buscando alguna reacción negativa. Cuando la veo soltar un
suspiro de placer y tomar otro poco, me quedo fascinado y complacido por cómo
funciona su garganta. Quiero darle otro plato para poder verla y escucharla más
tiempo… y luego llevarla a mi camarote y quitarle mi camisa de encima.
Todo a su tiempo, me recuerdo. No será placentero si ella no está tan dispuesta
y ansiosa como yo. Y por ahora mi hembra está cansada, hambrienta y adolorida… y
necesita que le quite esa cosa de la oreja. Voy a la enfermería, de la cual se encarga
Tarekh y suspiro al encontrarme con un desorden. Me tomará una hora encontrar
cualquier cosa aquí, mucho más la kef que necesito.
Pero resulta que solo me toma quince minutos encontrar la herramienta
necesaria para remover el bulbo traductor, pero cuando regreso al comedor la
encuentro apoyada sobre la mesa con los ojos cerrados, el plato vacío junto a ella.
Me le acerco lentamente y le pongo una mano en la espalda. –Fran.
Ella despierta de un sacudón, aterrorizada. Le toma un momento enfocar su
mirada en mí y calmarse. –Disculpa. Me quedé dormida.
Me duele el pecho al ver ese momento de terror en sus ojos. Juro que nadie
volverá a tocar a mi humana otra vez. Tendrán que matarme si quieren hacerle daño.
–Eso me llevo más de lo que creía, lo siento –alzo la herramienta médica. –
Necesitaré que te quedes quieta un momento.
Fran me mira cautelosamente. –¿Y eso para qué es?
–Para sacarte esa cosa de la oreja. No es… -lucho para encontrar la palabra
adecuada para describirlo.
–¿Humanitario? –ofrece ella.
No tenemos una palabra parecida en nuestro lenguaje, pero cuando ella la dice,
tiene sentido. –Si. Humanitario. El resto de nosotros puede descargarse tu lenguaje,
y te buscaremos un chip; que no duele en lo absoluto, en el próximo puerto al que
lleguemos –la tomo delicadamente por el mentón. –Ahora, quieta.
Ella cierra los ojos, sus gruesas pestañas cayendo sobre sus mejillas y quedo
momentáneamente fascinado por su belleza y delicadeza. Ah, mi corazón. Y pensar
que hace tan poco era todo mío. Ahora le pertenece por completo, como si lo
hubiese aferrado con sus delicados deditos. No le tomó mucho tiempo. Mi hermano
y yo siempre nos habíamos burlado de nuestro padre cuando nos contaba lo rápido
que se había enamorado de nuestra madre.
Lo entiendo completamente ahora.
Fran se queda completamente quieta, aferrando una de mis muñecas mientras
uso la herramienta. Valiente, pero confía en mí. Me llega de orgullo. –Listo, creo –le
doy un último pero gentil tirón al bulbo y cae de su delicada oreja, dejando un par de
pequeñas cicatrices y algo de enrojecimiento en su lugar. –¿Mejor?
Ella se aparta ligeramente, tocándose la oreja con una discreta sonrisa. –Mucho
mejor. Odiaba esa cosa –algo de incomodidad le cruza el rostro. –¿No hablarán a mis
espaldas, verdad? ¿Solo porque no lo tengo?
–Tienes mi palabra –le juro. En la mañana informaré al resto de la tripulación.
–Gracias. Es hiriente que la gente hable de ti como si fueras una mascota que no
entiende lo que pasa.
Me avergüenza el estar incluido en esa categoría. Tendré que resarcirla por ello.
–Nunca más –le prometo. –¿Quieres comer algo más o quieres dormir? –¿o
preferirías que te abrazara y acariciara hasta que te estremezcas de placer? Me
guardo ese último comentario para mí, porque conozco la respuesta.
–Quiero dormir, creo –los párpados se le cierran solos.
–Claro –la ayudo a bajarse del taburete y mantengo una mano en su hombro
mientras la guío por los estrechos corredores del Idiota hacia mi camarote. El
camarote del capitán está en las profundidades de la nave. El zumbido de los
motores es más claro aquí, pero eso me agrada. Me ayuda a dormir y me despierto
inmediatamente si se detienen o algo suena mal. Mi camarote es el más grande, y
como soy un macho mimado, no he reparado en gastos. Abro la puerta, y espero que
a ella le impresionen mis aposentos. No soy frugal, como Sentorr. Me gusta la
montaña de almohadones rellenos de pluma sobre mi cama, la silla de madera
tallada en la esquina, una antigüedad muy valiosa de Mii, y los sedosos tapices de
Planeta Madre, y por supuesto la delicada mesa de juegos que tengo en una esquina,
importada directamente desde Ooli. Mi armario está abierto y atestado de ropa y
botas caras, porque me gusta lo lujoso.
Ella solo bosteza y se jala algo alrededor del cuello. –¿Esa es la cama?
–Si –miro divertido como ella se dirige hacia la cama, dejando caer algo mientras
camina. Es el pesado collar que le puso Jth’Hnai, con los símbolos de su tribu. Lo
recojo discretamente mientras ella se trepa a la cama, moviendo mis almohadas para
hacerse un nicho. Este collar se va directo al reciclador. Jth’Hnai no le volverá a poner
las manos encima. Ella es mía ahora.
Fran agarra una costosa almohada bordada a mano por monjes y la ahueca con
fuerza antes de ponérsela bajo la cabeza. –¿Tienes una manta extra?
–Tengo las telas más finas de Albaat –le digo, alzando una manta decorativa que
robe en un asalto anterior.
Ella arruga la nariz. –Parece que pica.
–Se supone que es decorativa.
Fran resopla, acurrucándose con las piernas bajo mi camisa. –¿Me puedes dar
una que sea menos decorativa y más útil?
Me rio, señalando la cama. –Puedes usar la mía.
–No pienso compartir –me advierte de inmediato.
–Lo sé –alzo la manta de Albaat en mis manos. –Me toca la que pica.
Ella sonríe discretamente, envolviéndose en mi manta y recostándose. Es la cosa
más hermosa que he visto en mi vida y no puedo evitar quedarme embobado. Es
perfecta. El verla relajada y segura en mi lecho me deja sintiendo la tranquilidad más
perfecta de mi vida… y también la erección más potente que he tenido en meses.
Al parecer me tocará dormir vestido.
Me desamarro las botas y las guardo cuidadosamente, poniéndome una camisa
limpia porque creo que debo estar perdiendo la cabeza. Pero no quiero que me
tema. Quiero que Fran sepa que puede confiar en mí y si para eso tengo que dormir
vestido por un tiempo, que así sea.
Pero no voy a ceder en todo, por supuesto. Dormirá junto a mí. Un macho tiene
que poner límites, después de todo. Me subo a la cama, acostándome y cerrando los
ojos. Puedo sentirla tensándose. Eso es de esperarse. Ya se dará cuenta de que no
voy a hacerle daño y se relajará.
Su tensión continúa durante unos minutos más y yo hago todo lo posible para
relajar mi respiración y demostrarle que solo quiero dormir. Entonces siento que se
voltea, como acomodándose. Un segundo después, una almohada golpea mi brazo.
Me toma toda mi fuerza de voluntad no echarme a reír. Está poniendo una
barrera de almohadas entre nosotros, como si fuera una niña. Como si eso pudiera
protegerla si de verdad tuviera en mente violarla. –¿Sabes que eso no te protegería,
verdad? –le murmuro.
–Si, pero me hace sentir mejor –me dice, empujando otra almohada contra mi
cuerpo.
–Haz lo que creas necesario para sentirte mejor.
La siguiente almohada cae sobre mi rostro y no puedo evitar echarme a reír.
Que fogosa es mi Fran. Eso me gusta.
Capítulo 7

Fran

Duermo por primera vez en lo que se siente como semanas. Me despierto con
un bostezo y me acomodo, mirando al techo. Esta es una cama tan cómoda que no
me quiero levantar. Estoy rodeada de almohadas y la manta en la que estoy
enrollada es una de las más suaves que he tocado en mi vida. Miro al techo,
contemplando adormecida las estrellas y galaxias que parecen derramarse hacia la
habitación en la oscuridad. Sé que no es una ventana, sino una pantalla, pero sigue
siendo bonito. Me podría quedar todo el día en la cama, acurrucada… y segura.
Escucho un ligero ronquido.
Ah, si.
Frunciendo el ceño ligeramente, aparto una de las almohadas de mi “fortaleza”.
Kivian está del otro lado, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta en
sueños. Sus colmillos asoman ligeramente por entre sus labios y parece
completamente relajado. Si está fingiendo, lo hace extremadamente bien. Lo
contemplo por largo rato y cuando lo veo roncar ligeramente otra vez, me convenzo
de que está realmente dormido.
Eso me da la oportunidad de estudiarlo sin que sea realmente obvio.
Es muy interesante porque, a diferencia de los hombres sapo, Kivian podría
pasar por humano… casi. Sus facciones son similares a las mías. Tiene una estructura
ósea bastante humana, solo super-desarrollada. Su frente está acanalada, cubierta
de esas callosidades de piel protectoras que vi en su pecho, y los cuernos le salen
justo del contorno del cuero cabelludo. Son enormes, curvados hacia atrás, y no
estoy completamente segura de cómo logra estar acostado. Noto que las almohadas
son pequeñas y que él tiene una colocada estratégicamente bajo el cuello.
Interesante. Sus pestañas se estremecen en sueños y su boca se mueve ligeramente.
Y entonces vuelve a roncar.
No puedo evitar reírme. Parece tan humano en este momento. Si, sigue siendo
azul, sigue midiendo tres metros y sigue teniendo cuernos y cola. Pero duerme como
cualquier otro, y eso me consuela.
También parece que dormirá un largo rato y yo necesito orinar. Me levanto
silenciosamente, enrollando mi manta alrededor de mi cuerpo y exploro su
camarote, tratando de recordar como operar la puerta al cuarto de baño. La
encuentro, y entonces me toma otro par de minutos recordar cómo funcionan las
instalaciones. Luego de orinar, me inclino sobre lo que creo recordar es el lavamanos
y me lavo la cara y todo lo que puedo alcanzar. Realmente espero que sea un
lavamanos y no la versión alienígena de un bidet. Una vez limpia, me dirijo a su
armario, cansada de estar semidesnuda. Él bien puede donar otra camisa a la causa.
Unos minutos después me pregunto si no estaré buscando en el lugar
equivocado. Hay mucha ropa guindando en lo que pensé que era el armario, pero
ninguna de las piezas parece tener sentido. Nada parece una camisa o un pantalón
normal. Hay enormes bultos de tela con tiras y botones. Tantas tiras y botones. Ni
siquiera sé que estoy mirando y agarro una manga –o por lo menos lo que creo que
es una manga. No se parece en nada a lo que llevo puesto. Pero claro, ahora que
examino más de cerca la camisa que llevo puesta noto que tiene bastantes amarres.
¿Será que la desamarro toda para ver si concuerda con las demás?
Pero, ¿y si termino con solo un enorme pañuelo decorativo para taparme?
Entonces…sería más o menos lo mismo que lo que tenía puesto cuando me
rescató. Incluso llevaba menos entonces. Obvio, Fran.
–Estás escudriñando muy de cerca mis camisas –murmura una voz somnolienta.
–No me digas: detestas mi sentido de la moda.
Miro a la cama de soslayo. Kivian está sentado entre las mantas, un mechón de
cabello cayéndole descuidadamente sobre la frente. Se rasca uno de los lados
afeitados de su cabeza, dándome a entender que no es una persona mañanera, y
luego se frota el pecho. Tiene las mismas callosidades en el pecho y antebrazos.
Fascinante. Y claro, ahora lo estoy mirando alelada. Me fuerzo a hacer contacto
visual con él para que no crea que lo estaba espiando. –Solo trato de ver si tienes
algo que pueda tomar prestado.
–Puedes tomar lo que quieras, por supuesto –me dice con un bostezo. –Eres mi
invitada. Tienes derecho a lo que desees.
–Menos un viaje de regreso a la Tierra –le espeto, pero me arrepiento apenas lo
digo. Ha sido sincero conmigo desde el principio. No puedo odiarlo por no querer
arriesgar su vida por mí.
–Menos eso –concuerda él, aún medio dormido y de buen humor. –Pero mi
armario está a tu completa disposición. Lo que quieras, aunque me toque ir desnudo.
–No, gracias –le digo, en tono jovial. –Voto porque ambos permanezcamos
vestidos.
–Si eso quieres –él vuelve a bostezar, levantándose de la cama. Me echo para
atrás, asustada, pero me alivio al ver que lleva pantalones, aunque no tenga la
camisa con la que se fue a dormir. Pasa junto a mí con pasos pesados en dirección al
cuarto de baño. Miro como su cola se menea al desaparecer por la puerta, y él actúa
más interesado en sus rituales matutinos que en mí.
Eso no es malo. Pero… es raro. Durante la última semana he sido el blanco de
miradas maliciosas, toqueteos y gestos vulgares. Me siento extraña al ser tratada
como una persona normal. Como una compañera de habitación más.
Parece un engaño.
Espero, vigilante, hasta que él emerge del baño. Sus ojos parecen más brillantes
y se peinó el cabello. Se me acerca, haciendo que aferre el cuello de la camisa y me
aparte de golpe… solo para meter la mano en el armario y sacar otra camisa. –Te dije
que no te lastimaría –me recuerda Kivian con calma.
–También dijiste que yo te pertenecía. Se lo dijiste a todos –le recuerdo yo.
–Si lo hice. Somos un grupo bastante codicioso, los mesakkah –se encoge de
hombros. –No hablaba en serio. Solo quería alejarte de Jth’Hnai.
–También se lo dijiste a tus hombres, mentiroso.
–¿De verdad? –sonríe, mesando en su enorme manaza la tela de una camisa. –
Quizás sea cierto, pero permíteme recordarte que no deseo hacerte daño. Estás a
salvo conmigo.
Me cruzo de brazos, escéptica. –¿Y cómo puedo estar segura de que no me
mientes?
–Porque ya te tendría debajo de mí, gritando de placer, si quisiera tomarte por la
fuerza –me echa una mirada que seguramente considera seductora. –¿Crees que no
he conocido hembras que me dicen que no mientras que sus manos ansiosas me
demuestran lo contrario?
–¿Ew? Te digo que no con todo mi ser.
Kivian sonríe, nuevamente lleno de encanto juvenil. –Y es por eso que no te
estoy tocando. Tú y yo somos amigos. Nada más. Te doy mi palabra. Ahora, ¿te
muestro como ponerte correctamente una de estas camisas? Están de moda en seis
sistemas distintos, pero de verdad se necesita un tutorial para aprender a
abrochárselas.
Puedo seguir enfadada con él, o puedo aceptar su oferta amistosa. Vacilo,
aferrando mi camisa. La verdad es que no sé si pueda confiar en él. O en algún otro.
Pero… no se equivoca al decir que ha podido hacerme daño y no lo ha hecho. El
muro de almohadas permaneció en su lugar toda la noche. Incluso cuando tuvo la
oportunidad de violarme en las habitaciones de Sapito, solo coqueteó conmigo… y
demoró.
–Por favor no abuses de mi confianza –le susurro al avanzar, decidiendo aceptar
su oferta. –Necesito poder confiar en alguien.
–Mi querida y dulce Fran –me murmura, dirigiéndome una mirada intensa. –
Preferiría morir antes que defraudarte. Que no se te olvide.
Y de alguna manera, le creo.

***
Kivian

Supongo que es hora de presentarle a Fran a mi tripulación.


Ellos ya saben quién es, por supuesto. Y ella sabe que ellos existen. Pero siento
que una presentación formal les facilitará a ambas partes a acostumbrarse a la
presencia del otro, facilitando la convivencia. Nos espera un largo rato en este
cinturón de asteroides.
Pero es raro. Me siento sorprendentemente posesivo. No quiero presentársela a
la tripulación. Quiero quedármela para mí, en mi camarote, usando mi ropa. Sabía
que me sentiría algo posesivo. Soy un mesakkah, después de todo. Pero ahora solo
quiero rodearla con mi cola y gruñirle a cualquiera que piense siquiera en acercarse a
mi puerta y molestarnos.
Pero es una nave pequeña. Supongo que no puedo hacer eso.
Fran me mira con curiosidad mientras amarro las últimas tiras de sus mangas. –
Parece que estas de mal humor.
–No lo estoy, mi cielo –le aseguro. –Solo pensativo.
–No te hagas daño.
Me río. –Es hora de que conozcas a mi tripulación, ya que estaremos viviendo
juntos por un tiempo.
Ella frunce el ceño. –Ya los conocí, ¿no? Los gigantes azules. A menos que tengas
más escondidos por allí.
–Esos son todos. Somos una tripulación pequeña. Pero deberías aprender sus
nombres. Eso les dará oportunidad de conocerte y todos estarán más cómodos –y
dejará las cosas claras para el resto del viaje. No quiero que la vayan a tratar como
una mascota cuando claramente es tan inteligente como el resto de nosotros.
–¿No puedo solo quedarme aquí contigo?
Ahogo un suspiro de lujuria. Desearía que fuera así. –Esto no tomará demasiado
tiempo. Entonces quedarás libre de hacer lo que quieras.
Ella me estudia por largo rato antes de encogerse de hombros. –Pues bien,
muéstrame el camino.
Le pongo una mano en la espalda y ese mínimo contacto es suficiente para
estremecerme por completo. Dioses, si el rozarla así es tan avasallante, será toda
una agonía controlarme.
Ella da un paso adelante a la vez que yo, y su trasero roza con la parte de delante
de mis pantalones. Ay, kef. Todo mi cuerpo se pone de punta y mi pene se endurece
repentinamente. Fran se aparta ligeramente, mirándome con ojos como platos.
Claramente sintió eso.
Claro que lo sintió. Siento que el pito me mide diez metros, gracias a ella. Decido
hacerme el idiota. –¿Algún problema?
Fran parpadea. Puedo ver como las ideas corren por su mente, pero luego de un
momento ella entrecierra los ojos y niega con la cabeza. –No, ninguno.
Señalo la puerta, sintiéndome como un fraude. –¿Nos vamos?
Ella asiente, caminando delante de mí y noto que se esfuerza por mantener una
distancia cautelosa entre los dos. Mi inteligente y perspicaz Fran.
Durante las próximas horas, le muestro toda la nave, enseñándole que hay
detrás de cada puerta y que no debería tocar para su propia seguridad. Le presento a
la tripulación a la medida en que nos los vamos encontrando. Sentorr está en el
puente y sus respuestas a Fran son secas. Es claro que no aprueba su presencia y ella
lo siente, pero de todas maneras es amable con él. Tarekh es, bueno, es Tarekh. Es
risueño y relajado, pero puedo ver que la intimida. Es un enorme macho, con un
rostro que solo una madre ciega podría amar. Se acostumbrará a él. Solo le tomará
algo de tiempo.
Alyvos es el único que falta y espero que se lleve con él de la misma manera que
el resto de nosotros; apretando los dientes y apenas tolerándolo. El navegador está
en nuestra zona de carga, haciendo inventario del cristal. Alza la vista en cuanto
entramos y nos hace un gesto educado a ambos ante de continuar con su trabajo.
Alyvos es de confianza porque con él todo es trabajo y nada de sentimientos. –
Capitán. Humana.
–Tiene nombre –le digo.
–Sé que lo tiene, pero yo no lo sé –él ni siquiera alza la mirada de su datapad.
Para mi sorpresa, Fran deja escapar una risita encantadora. –No me importa.
“Humana” es mejor que “mascota”.
–Mmm –me pone extrañamente celoso que él haya logrado hacerla reír, cuando
todo lo que yo hago la aterra. –¿Cómo están las cosas, Alyvos?
–Creo que nos harían falta unos cuantos miles de cristales, si mis cálculos no se
equivocan. Estoy catalogando todo para hacer el reporte, pero no sabremos hasta
que termine –me mira de reojo. –Si quieres números, tendrás que esperar un rato.
–Tómate tu tiempo.
Fran da un paso adelante. –¿Puedo ayudar?
Mis celos se apoderan de mí por completo cuando Alyvos alza la mirada con una
expresión complacida. –No –espeto, interponiéndome entre ellos rápidamente. –Ella
es mía.
–¿Qué? –pregunta Fran.
–Mía por hoy, para mostrarte la nave –corrijo lo más rápido que puedo,
fulminando al navegador con la mirada, retándolo a que me contradiga.
Él solo sonríe.
Sé que actúo como un imbécil posesivo. No me importa. Quiero ser al único al
que Fran le sonría. El único que la toque. Si pudiera apartar a todos los que están
cerca de ella, lo haría sin pensarlo, pero eso no sería razonable.
Nunca dije que fuese un macho razonable. Solo sé que ella es mía y que nadie
más se le acercará.
Capítulo 8

Kivian

Toma alrededor de dos días para que el temor abandone por completo el
hermoso rostro de Fran. Toma otros dos días y una hora para que Fran encante a
toda mi tripulación. Sé que nos llevaremos de maravilla desde el momento en que la
encuentro en el comedor discutiendo con Sentorr sobre cuales raciones son más
sabrosas, con las risas de Tarekh de fondo, ya que ella se ha estado comiendo mis
reservas y no las de ellos. Al parecer le gustan los mismos fideos salados que a mí.
–Tiene buen gusto –les digo, orgulloso, aunque solo me deje las sobras para
comer. Pero no me importa. Por Fran, lo que sea.
Han pasado solo unos días y ya no imagino la vida sin ella. Es difícil creer que me
enamorara; no, no es la palabra correcta. Necesito una palabra más fuerte. No hubo
intermedio entre Fran llegando a mi vida y mi enamoramiento. Ella de pronto es
simplemente todo. Pienso en ella antes de dormir y cuando despierto, es en lo
primero que pienso.
Claramente ella no siente lo mismo por mí todavía, pero lo logrará. ¿Cómo
podría no enamorarse de mí? Soy increíblemente encantador. Es testaruda, mi Fran.
Ya se acomodará.
–No entiendo como un pirata puede pasar tanto tiempo tonteando con mangas
de camisa –me dice, con los brazos en jarra mientras fulmina mi armario con la
mirada. Criticar mi guardarropa se ha vuelto uno de sus pasatiempos favoritos. –¿No
tienes otras cosas piratosas que hacer en lugar de pasarte horas amarrándote las
mangas?
–¿Cómo qué? –le pregunto, repantigado en mi silla, ya que cuando lo hago en la
cama la pongo nerviosa.
–No sé. ¿Qué hace un pirata espacial? –me mira por encima del hombro. –
¿Forzar a alguien a caminar por la plancha espacial? ¿Abordar otra nave? ¿Algo?
–Primero que nada, una plancha espacial es algo ridículo –le digo mientras ella
toma una de las camisas menos complicadas de mi armario. –Segundo, ¿por qué
abordaríamos otra nave? Estamos escondidos. No eras muy buena jugando al
“escóndete/encuéntrame” de niña, ¿verdad?
–Los humanos lo llamamos simplemente “jugar al escondite”, y yo era excelente,
para tu información –me dice Fran, llevándose la camisa consigo al cuarto de baño
para cambiarse. Espero a que regrese, unos minutos después, prácticamente
nadando en la tela. –Muéstrame como se hace otra vez.
–Es un nudo raithu –le digo. –El último grito de la moda en Planeta Madre –tomo
varias de las tiras colgando de la tela y cuando ella extiende el brazo, las amarro en
su lugar, formando la manga de las piezas de tela.
–¿Puedo cortarla para hacerme un vestido?
–¿Cortarla? –pretendo horrorizarme. –¿Sabes cuánto cuesta?
–¿No? –parece cabizbaja. –¿Es muy costosa?
–Un año de salario para la mayoría de los trabajadores, creo. No me muevo en
círculos de clase media-baja, así que no estoy seguro de mis cálculos, pero si, es cara.
La pobre Fran parece horrorizada. –Bien, muéstrame como se amarra otra vez.
Lo hago, y para cuando termino ella se retuerce de impaciencia. Es adorable.
Podría mirarla todo el día. De hecho, quizás lo haga, ya que no hay más nada que
hacer… sino esperar. Cuando termino con las mangas, ella toma un cordel trenzado y
se lo amarra alrededor de la cintura, a modo de cinturón. Mis camisas son lo
suficientemente largas como para quedarles de vestido y es erótico y adorable verla
vestida con mi ropa. Sentorr me ofreció algunas de sus camisas viejas, pero le gruñí
hasta que prometió no ofrecérselas a ella directamente.
Me gusta que use mis cosas. Puede destrozarlas si quiere, siempre y cuando eso
la haga feliz.
–Entonces, ¿qué hay para hoy? –me pregunta, peinándose el cabello frente al
espejo y luego volteándose para mirarme.
Me encojo de hombros mientras señalo a mí alrededor. –¿Esto?
Fran deja el peine y frunce el ceño. –¿Quieres decir que tú tampoco tienes nada
que hacer?
Hay cosas que hacer, pero no tengo ganas, no cuando ella me resulta tan
entretenida. –¿Tampoco? ¿Estás aburrida?
Ella ladea la cabeza, con una expresión de suma paciencia. –No tienes ni idea.
–Bueno, ¿qué te gustaría hacer?
La pequeña humana se sienta en la silla frente a mí. –No sé. Una cautiva no tiene
demasiadas opciones.
Frunzo el ceño. –No eres mi prisionera. Eres mi invitada.
–Entonces llévame a casa. A la Tierra.
–Buen intento, pero no.
Fran suelta un ruidito exasperado y se reclina en la silla, con los brazos cruzados.
Noto que también cruza las piernas y ese movimiento elegante me fascina. –
¿Entonces que sueles hacer cuando estás atrapado en una nave silenciosa todo el
día?
Me encojo de hombros. –Adelanto papeleo. Es terriblemente aburrido, lo sé,
pero incluso un pirata tiene correos que responder –pienso en mi hermano, que me
mandó otro mensaje al cual no he respondido. Me envió más imágenes del pequeño
Kivita, mi feo y fascinante tocayo, urgiéndome a visitarlos. Le responderé pronto…
cuando tenga mi respuesta. En este momento estoy más enfocado en la hembra
frente a mí. –A veces leo un libro.
Ella hace una mueca. –Todos tus libros están en un lenguaje que no entiendo.
Me río. –¿Qué tal algo de música? Oh, también practico con mis palillos.
–¿Palillos? –ella frunce el ceño. –Eso es lo que jugabas con Sapito, ¿verdad?
Inclino mi cabeza. –Cierto.
–¿Me muestras cómo jugar? –volteó la silla para quedar frente a la mesa entre
nosotros. –Podemos jugar aquí.
–¿Tu gente tiene juegos de azar? –me sorprendo constantemente con las cosas
que me dice. Los humanos no son tan primitivos como se me ha hecho creer.
–Oh si. Soy bastante buena jugando cartas.
–¿Cartas? –la miro, extrañado. –¿Juegan con cartas? ¿Pequeños trozos de papel?
¿Por qué harían algo tan tonto?
–¿Bromeas? Ustedes juegan con palillos, ¡palillos! ¿Quién es el tonto ahora? –
suena indignada.
Me echo a reír. –Es justo.
Su mirada indignada se vuelve una sonrisa y entonces se ríe. –Creo que ambos
suenan tontos cuando lo desglosas. Bien, muéstrame como se hace.
Toco un panel en la mesa y mi juego favorito de palillos emerge de donde lo
guardo. –Bueno, como me gusta decir: todo está en la muñeca.
Ella arquea una ceja. –Creo que eso lo he escuchado antes.
Le sonrío. –Quizás sí. ¿Te muestro mi técnica?
Espero que me lance una respuesta hiriente, pero ella solo se inclina y me sonríe
seductora. –Muéstrame lo que tienes, muchachón.
Sus palabras hacen que se me resbale la caja de palillos, regando las piezas por la
mesa.
Fran se ríe, divertida y eso hace que las piezas se me resbalen una segunda vez.
Y no me importa.

***
Jugar a los palillos por horas todos los días se vuelve parte de nuestra nueva
rutina. A veces jugamos al despertar, antes de ir al comedor a desayunar. A veces
jugamos antes de dormir, luego de que termino de trabajar. Fran no tiene mucho
que hacer, así que se ocupa tratando de convertir dos camisas que ya no me quedan
bien en un vestido o dos para ella y practicando su técnica en los palillos. La
emocionan nuestros juegos, tanto como a mí. No hay nada que me agrade más que
pasar la velada con Fran, riendo y hablando.
Ella se vuelve rápidamente mi persona favorita con quién hablar. No solo porque
tiene un sentido del humor tan ácido como el mío, sino porque también puede ver
las cosas desde un punto de vista completamente distinto al mío. También me hace
ver rápidamente cuando mi propio ego se interpone en mi camino, cuando las
mismas opiniones podrían haberme hecho enfadar si vinieran de Sentorr o Alyvos.
Fran solo me hace reír al hacerme notar que estoy siendo un idiota.
Me gusta aprender cosas de ella, también. Hay tanto de la sociedad humana que
me resulta fascinante y extraño a la vez, y nuestras conversaciones solo subrayan lo
diferente de nuestras culturas.
–Entonces, ¿la esposa de tu hermano está embarazada? –me pregunta una
noche durante nuestra partida de palillos. –¿Cómo es eso posible?
Me río y la miro travieso. –Bueno, Fran, cuando un macho y una hembra se
quieren mucho…
Ella pone los ojos en blanco. –Muy gracioso.
–…se juntan y compran el mejor plas-útero que los médicos puedan ofrecerles.
Ella me mira con ojos como platos. –Espera, ¿qué? –parece sorprendida. –
¿Compraron un bebé de probeta?
–No. Creo que lo hacen de la manera tradicional –pienso en el vientre hinchado
de Chloe y suprimo un varonil estremecimiento de incomodidad. –Lo está gestando
en su barriga. Imagino que hubo algo de asistencia médica, pero todo es posible, si
tienes los créditos suficientes.
Fran me mira, boquiabierta.
–¿Qué? –dejo mis palillos, esperando a que ella haga su jugada.
–Eso te da un poco de asco, ¿verdad? Que ella vaya a tener un bebé.
Frunzo el ceño y señalo la mesa. –Tu turno. Y no, no me da “un poco de asco”. Es
solo… inusual.
–¿Por las leyes de higiene?
–Entre otras cosas. La mayoría de las hembras mesakkah no se molestan en
tener a sus hijos de manera natural. No cuando tienen a su disposición un útero
artificial perfectamente bueno esperando que lo renten. Donas tu información
biológica, pagas una cuota y vas a buscar a tu bebé cuando esté listo.
–Es… raro.
–Es todo muy limpio, te lo puedo asegurar.
Ella se pone una mano en el vientre, como perturbada. –No creo que quiera
hacer eso si en algún momento quiero tener un bebé. Quisiera llevarlo en mi vientre,
de ser posible. Las leyes de tu planeta madre parecen algo… frías.
–Ciertamente así parecen –murmuro. Pienso en Jutari y en lo feliz que se ve, lo
contento. Es claro que no piensa en leyes sanitarias. Me pregunto si seríamos un
pueblo más feliz si no nos enfocáramos tanto en las enfermedades. Es algo
interesante que pensar.
Fran sacude la cabeza ligeramente y lanza sus palillos. Su técnica es terrible, pero
puedo manipular mi próxima jugada lo suficiente para darle ventaja y que el juego
dure un poco más. Es hacer trampa, de cierta manera, pero lo veo como práctica.
Quién sabe a quién me toque embaucar en un futuro. Es mejor saber cómo jugar
contra cualquiera, incluso contra un mal jugador.
Además, nada hace que Fran se ría más que “ganarme” en un juego. Su risa es
adictiva.
–No puedo imaginarme una sociedad en la que no puedas ni besar a la persona
que amas –me dice ella, estudiando la mesa frente a nosotros.
–¿Besar?
–Un encuentro de bocas. Es una muestra de afecto entre humanos.
–¿Quieres darme un ejemplo? –le sonrío discretamente, aunque mi corazón se
acelera al pensar en sus carnosos labios apretándose contra los míos. Las leyes
sanitarias pueden irse a la kef, quiero probarla.
Pero ella solo dice: –Detestaría romper tus leyes.
–Soy un pirata, mi cielo. Romper la ley es lo que hago. No dejes que eso te
impida lograr tu meta.
Ella solo sacude un dedo, como si yo fuese un niño travieso. –Puede que tú seas
un pirata, pero yo no. Solo soy la cautiva de un pirata.
–Ah, claro, porque no te llevo de regreso a la Tierra. ¿No podrías solo ser una
invitada? –pretendo estudiar la mesa frente a nosotros, pero en realidad me fijo en
Fran y en su expresión.
Mi humana parece pensativa. –Pero un invitado está donde está porque quiere
estar allí, ¿no? Entonces tampoco puedo decir que soy una invitada.
–Entonces, ¿qué eres? –le pregunto. Aparte de mía, porque no te voy a dejar
marchar.
Ella hace un mohín y se queda pensativa. –Te lo diré cuando lo descubra.
Capítulo 9

Fran

Compartir habitación con un enorme hombre azul resulta ser algo más estrecho
de lo que había pensado. Es una nave pequeña, y el camarote del capitán no es
exactamente enorme, por lo que estamos constantemente tropezándonos el uno
con el otro, o rozándonos al pasar.
Una noche, me preparo para acostarme, estirándome con un bostezo. Kivian
está sentado cerca, revisando algo en su datapad cuando se levanta de pronto,
dirigiéndose al cuarto de baño. Mientras camina, puedo ver que el frente de sus
pantalones está abultado con una obvia erección.
Trago saliva, preguntándome que debería decir. ¿Debería hacer algo?
¿Ignorarlo? ¿Pretender que no lo vi? ¿Confrontarlo? Recuerdo la vez que sentí su
erección rozarme el trasero. Él había actuado como si no pasara nada y creí que me
había equivocado.
Pero no hay modo de equivocarse con ese bulto.
Pero, ¿digo algo? Tenemos un balance tan frágil. Me ha tratado como una
invitada desde que llegué, y aunque mis sueños tanto de día como de noche han sido
algo… calenturientos, él se ha portado como un perfecto caballero.
Y aun así…
Me mordisqueo una uña, pensativa. La curiosidad me vence y me deslizo
discretamente hacia la puerta del cuarto de baño, espiando como la pervertida que
soy. Está muy callado allí adentro. Pero claro, probablemente está insonorizado.
Obvio, Fran.
Entonces lo escucho. El inconfundible sonido de piel con piel. Un gruñido suave.
Algo se mueve adentro, como si un enorme cuerpo se apoyara del lavamanos.
Me sonrojo por completo. ¿Se está… tocando allí adentro? ¿Por mí? ¿Solo
porque me estiré?
El solo imaginármelo me deja jadeante. Mi mano se desliza por sí misma al
frente de mi larga camisa. La llevo como vestido. Podría tocarme ahora mismo,
masturbarme como él lo hace.
¿Qué me pasa? Él no ha mostrado ningún interés en mí, solo como amigos. ¿Y si
esto es algo normal para la gente azul? ¿Y si es simplemente otra función corporal y
aquí estoy, espiándolo como una pervertida mientras me imagino su enorme cuerpo
azul sobre el mío? Imaginándomelo tomando uno de mis pezones entre esos
perfectos labios azules…
No debería estar pensando en sexo. No después de lo que me pasó. Quizás eso
me dejó trastocada. Eso me regresa a la realidad, y me voy a la cama, tapándome
hasta la barbilla y cerrando los ojos.
Si él quisiera tocarme, ya lo habría hecho… ¿verdad?
Capítulo 10

Fran
Días después…

Kivian empezó a dormir desnudo.


Me pidió permiso, por supuesto. Es inquieto al dormir, y cuando le pregunté al
respecto, admitió que está acostumbrado a dormir sin ropa. Así que le dije que podía
dormir desnudo. Le di permiso.
Todo ha sido tan amistoso y sencillo que no creí que me sacudiera tanto la
mente.
Obvio, Fran. Es Oooooooooooooobvioooooooooo.
Me muero por echar un vistazo. Quitar una de las almohadas, por solo un
segundo. Me muero. Me muero. Pero no puedo hacerlo.
Se sentiría como una traición a nuestra amistad.
Pero me muero. Como por ejemplo, ¿será tan grande allí abajo como creo que
es? Mide tres metros, así que debería serlo.
Obvio, Fran.
A veces me digo que un vistazo chiquito no arruinaría nada. Pero no puedo
hacerlo.
Solo un pequeño vistazo respondería tantas preguntas.
Pero no puedo. No puedo.
Dios, quisiera poder hacerlo.

Capítulo 11

Fran

Siento que voy a estallar si algo no sucede entre nosotros pronto. Necesito
superarlo, o encontrar lo que sea que usen de vibrador en el espacio.
Lo que sea.
Lo único que sé es que estoy perdiendo la cabeza con ese delicioso pedazo de
hombre azul tan cerca y no sé qué hacer. Él controla mi vida, por lo que no me atrevo
a decir nada. No me ha indicado que quiere ser algo más que amigos.
Jamás me he masturbado tan fuerte, ni tan furtivamente en mi vida.
Algo tiene que cambiar pronto, eso creo, o voy a empezar a frotarme contra su
pierna como el poodle/juguete sexual que se supone que soy.
Capítulo 12

Fran
Tres semanas después…

Me despierto con un bostezo.


Es temprano, la falsa ventana del camarote mostrándome un amanecer. El
camarote de Kivian no tiene ventanas de verdad, solo pantallas, y están programadas
según lo que quiera el usuario. Me encanta despertar al amanecer y a Kivian no lo
despierta nada, así que está ajustada a mis preferencias. Sonrío y miro el “amanecer”
por un minuto, admirando las gruesas nubes. Ni siquiera me perturba que el “cielo”
sea de un tono verde acuoso, en lugar de azul. Es la intención lo que cuenta.
Las mañanas son mis momentos favoritos a bordo del Idiota. Ninguno de estos
tipos se levanta temprano, así que es como un “tiempo para mí”. Me gusta ese
periodo silencioso. Normalmente me levanto y voy directo a hacerme el desayuno
mientras veo videos mesakkah, tratando de aprender lo básico del idioma. Pero esta
mañana, hay un enorme brazo azul rodeando mi muro de almohadas y no puedo
evitar asomarme a mirar a Kivian.
Nada por debajo de la cintura, claro. Todavía no tengo fuerzas para hacerlo,
aunque muero por ver su equipo. El hacerlo me parece que rompería el frágil límite
de nuestra relación.
Kivian tiene el sueño pesado. Tiene la boca medio abierta y el cabello
despeinado sobre su frente rugosa. Anoche se puso una larga camisa para dormir,
pero se le enrolló alrededor del torso mientras dormía, dejando al descubierto sus
definidos abdominales y músculos oblicuos que hacen que me piquen los dedos,
deseosos de tocar.
No mires más, Fran, me digo. Es un límite que no puedes cruzar.
En lugar de aterrarme, me hace sentir… curiosa. Si, esa es la palabra. Curiosa.
Aprieto los muslos con fuerza.
Solo estoy curiosa. Nada más.
Lo estudio un rato más. Han pasado semanas desde que Kivian me rescató y me
trajo al Idiota. Me tomó tres semanas volver a mi estado normal. Pasé de no tener
nada a un estado relativamente normal. Me gusta esta nueva normalidad. Es
diferente, pero no es tan malo. La tripulación es amable, y encuentro que me llevo
bien con todos ellos. Creí que Kivian sería un problema, con sus nada discretas
declaraciones de macho alfa, pero ha sido un perfecto caballero. En todo este tiempo
ha jugado conmigo, ha bromeado, charlado y mangoneado, pero jamás me ha
asustado. Jamás me ha puesto una mano encima ni ha tratado de propasarse. De
hecho, me consciente como a una hermana pequeña.
No estoy segura de cómo me siento al respecto.
Quiero decir, estoy agradecida. Estoy sumamente agradecida que no sea un
violador hijo de perra. Bromea bastante y es un coqueto sin remedio, pero nunca
habla con malicia, y nunca en serio. Tiene una personalidad divertida y disfruto su
compañía. Jamás pensé decir eso de un alienígena, pero se está volviendo
rápidamente uno de mis mejores amigos.
Pero, con el pasar del tiempo, no estoy segura de si lo que yo siento por él es
“amistoso” o algo más. Me encuentro ansiando que me sonría, que se eche a reír.
Anticipo cada noche, esperando que nuestros miembros se rocen por error. Me
encantan nuestros juegos de palillos. Me paseo por el camarote durante el día
porque creo que seguirlo como un cachorrito enamorado sería un poco de mal gusto.
Me he hecho adicta a su olor, e intercambio nuestras almohadas discretamente para
poder respirarlo.
Y me masturbo. Dios, como me masturbo. Todos los días. A veces incluso dos
veces. Una vez incluso lo hice junto a él mientras dormía, bajo las mantas. No puedo
evitarlo.
Me frustra cada vez más el estar firmemente encallada en la “zona de la
hermanita pequeña”. Parte de mí piensa que soy idiota por pensar así, pero no
puedo evitarlo. Me fascina y el hecho de que me haya reclamado tan
vehementemente como suya… para luego no hacer nada me confunde.
Aunque no quiero que haga nada.
Creo.
En realidad no sé qué creer. Solo sé que me encantaría que me tomara entre sus
brazos y me besara apasionadamente. Estoy segura que está mal que piense en ello.
Debería estar agradecida de que Kivian me trate como una invitada de honor.
Si. Agradecida. Siento algo, pero estoy segura de que no es gratitud. Aprieto los
muslos con fuerza nuevamente.
Kivian continúa durmiendo, ignorante al conflicto en mi cabeza mientras yazco
junto a él. Es irónico que soliese molestarme compartir cama con este tipo. Ahora me
molesta que sea tan bueno quedándose de su lado. ¿Por qué no podía ser un
acurrucador crónico?
Tengo problemas.
Obvio, Fran.
Me levanto de la cama, arrastrándome al cuarto de baño en el camarote de
Kivian. Me lavo y me visto con uno de los tres trajes que he reclamado como míos.
Como no hemos ido a ninguna estación a repostar, tengo que hacer lo que puedo
con la ropa que Kivian no usa. Convertí varias de sus camisas en vestidos con
cinturón y a veces uso unos pantalones abombados debajo. Aparentemente hay una
tela capaz de ajustarse al cuerpo del usuario, pero Kivian es sumamente quisquilloso
con su ropa, por lo que todo lo suyo es hecho a mano. Así que me toca vestirme
como una desahuciada en la nave.
La verdad es que no me importa. Sus ropas son cómodas y suaves, y están bien
hechas aunque sean un poco más intrincadas que lo que suelo utilizar. A este tipo le
gustan los detalles, eso es seguro. Amarro todas las tiras zigzagueantes del frente de
mi camisa y las mangas y me amarro el cabello en una cola alta antes de salir del
baño. Lo vuelvo a mirar, preguntándome si solo debería arrastrarme de vuelta a la
cama y darle rienda suelta a mis impulsos. Treparme sobre él, confesar mis
sentimientos y dejar que pase lo que tenga que pasar.
Pero no lo hago. Mi seguridad a bordo del Idiota depende de su buena voluntad,
y no quiero arruinarlo.
Kivian sigue roncando, todavía ignorante de mis problemas matutinos. Ni
siquiera despierta cuando abro la puerta para ir al comedor.
En el comedor, empiezo a prepararme el té de la mañana y el desayuno. No hay
un equivalente al café, pero si hay un té de un planeta impronunciable que sabe
cómo una versión super-concentrada del Earl Grey, y rápidamente se ha vuelto mi
favorito. Me hago una taza y preparo la extraña sopa que les gusta tomar de
desayuno antes de retirarme a la ventana de observación para comer. Estamos en un
cinturón de asteroides, en el medio de la interminable negrura del espacio, pero lo
encuentro fascinante de todas maneras. Hay una nébula distante que colorea la
negrura con tonos rojos y verdosos. Es una vista preciosa. Extraño el amanecer y el
atardecer de la Tierra, pero me estoy acostumbrando rápidamente a ver las estrellas.
Creo que podría ser feliz aquí afuera, si no llego a conseguir pasaje de vuelta a la
Tierra.
Me ha tomado algún tiempo acostumbrarme a la idea de no volver a la Tierra.
Tomo un sorbo de mi té y contemplo las estrellas. Quizás es porque no he tenido
tiempo de guardar el duelo necesario al ser echada a una situación tan alocada.
Kivian y su tripulación me han dejado bastante claro que no es una opción, sin
importar lo mucho que les agrade. Si lo hacen, corren el riesgo de que les confisquen
al Idiota, y los fuercen a pasar el resto de sus días en una prisión intergaláctica. A
nadie le gusta la idea. No puedo dejar que destruyan sus vidas solo para… ¿qué?
¿Regresarme a mi empleo de recepcionista sin futuro? Mi familia es distante, mis
amigos se mudaron luego de terminar la universidad y mi trabajo apesta. He tenido
relaciones, pero ninguna realmente emocionante. Solo he estado flotando luego de
la universidad, sin estar segura de que querer hacer con mi vida. Parece que el
destino intervino y decidió por mí.
Sin importar por dónde lo mire, la Tierra y mi vida allí, no son más que recuerdos
lejanos.
Pero aunque quiera quedarme, no estoy segura de poder. ¿Querrán que me
quede? En este momento soy una invitada interesante que trata de no estorbar.
También voy a eventualmente drenar sus recursos, porque necesito comer, respirar
y usar agua. No hay espacio para otro camarote en el Idiota y no tengo ninguna
habilidad útil.
También pertenezco a una especie altamente ilegal. Todo eso podría ser un
problema si deciden que soy demasiado problema, y no importa lo mucho que Kivian
me considere una hermanita, incluso las hermanitas molestan a la larga.
Mi destino continúa pendiendo de un hilo. Todavía estoy a la merced de otros.
Eso apesta.
Obvio, Fran.
Termino mi desayuno y pongo las tazas a lavar. Salgo del comedor y me dirijo al
puente a ver quién está de turno. La señal que mantiene al Idiota escondido tiene
que ser reiniciada cada cierto tiempo, o al menos eso entendí, por lo que siempre
debe haber alguien en el puente para vigilar las cosas. Parece que incluso en su
sociedad tecnológicamente avanzada, siguen habiendo cosas que no se le puede
confiar a una máquina. Me sorprende encontrarme al médico gigante, Tarekh,
ocupando el asiento de Alyvos en el puente. –¿Estás de turno hoy? –le pregunto,
tomando asiento en la silla de Kivian, no porque me considere importante, sino
porque a él no le importará si me acurruco allí. No sé cómo reaccionarían los demás.
Tarekh niega con la cabeza y se reclina en la silla, con una expresión aburrida y
floja mientras líneas de código flotan por la pantalla. –Solo le doy un descanso a
Alyvos hoy. Está algo estresado. No le gusta esperar.
Sé cómo es eso. Hemos estado en el limbo por semanas y empieza a estresar a
Alyvos y a Sentorr, ya que son los encargados principales del monitoreo de las
señales. Creo que han estado esperando que Kivian de la orden de avanzar en
cualquier momento, pero seguimos esperando. No estoy segura del por qué, pero
Kivian parece esperar por algo y no está listo para continuar. Me preocupa que yo
sea la razón y que los demás vayan a guardarme rencor. Nos llevamos bien, pero sé
lo rápido que pueden cambiar las cosas cuando se pierde el temperamento. –¿Sabes
qué esperamos?
Tarekh se encoje de hombros. –Una señal de que es seguro avanzar e ir a
entregar nuestro cargamento. Tranquila, Kivian tiene una buena intuición para estas
cosas.
Pienso en Kivian, aún dormido en el camarote, y siento como me sonrojo
ligeramente. Si tiene una buena intuición, entonces realmente soy como una
hermanita para él, o ya se habría dado cuenta de lo encantada que estoy con él.
Quizás si lo sepa y esté esperando a que se me pase.
Ugh.
–Pareces triste –me comenta Tarekh mientras me muerdo una uña. –¿Todo
bien?
–Solo estoy pensativa –vacilo al verlo hacerme señas de que continúe, pero
decido soltarlo todo. Necesito hablar con alguien. –¿Ustedes tienen algo como lo que
los humanos llamamos Síndrome de Estocolmo?
–Jamás he escuchado nada parecido.
–Es cuando una mujer se enamora de su captor solo porque él tiene poder sobre
ella. Lo idealiza, a él y al control que él ejerce sobre ella, desviviéndose por
complacerlo.
–Ah –se queda pensativo por un minuto y luego me estudia. –Si, tenemos una
palabra para eso.
–¿De verdad?
–Idiotez.
Frunzo el ceño, aguantando las ganas de tirarle algo pesado en toda su fea y
ancha cara. –Apestas.
–Eso significa en humano que no soy agradable, ¿verdad? –se echa a reír.
–Es un problema serio, ¿sabes?
–Lo sé. Tenemos una enfermedad mental similar en nuestra civilización. En
varias que conozco, para ser sincero. Cuando hay desbalances de poder. Pero no creo
que sea eso lo que te pasa.
Siento un poco de alivio antes de sospechar que está por hacerme otra broma. –
¿Por qué lo dices?
Gesticula hacia mí. –Piensa en tus interacciones con nuestro querido capitán.
Digamos que entra y trata de quitarte tu desayuno mientras comes. ¿Qué haces?
–¿Le golpeo la mano? –eso fue básicamente lo que hice ayer, cuando algo
parecido sucedió. Kivian solo se rió, dándome un golpecito afectuoso en el mentón.
Aunque no deja de hablar de sus leyes higiénicas, le gusta tocarme.
–Mmm. ¿Y si te dice que te cortes el cabello porque solo le gustan las hembras
de pelo corto, lo harías?
Me muerdo el labio. –¿Lo mandaría a la kef, como dicen ustedes, porque a mí no
me gusta tener el pelo corto?
Él suelta una risita divertida. –Entonces, ¿no sientes la necesidad de cambiarte a
ti misma para complacerlo?
Me sorprende que me haga esa pregunta. Como esclava, no soy un ejemplo
modelo a seguir. –Dios, no.
–¿Crees que corres peligro si lo desobedeces?
Niego con la cabeza. A Kivian en realidad le gusta cuando me pongo contestona.
Mis respuestas más ácidas me han ganado las sonrisas más amplias… y admito que
eso hace que me ponga más bocona.
–Exacto. Entonces no tienes ese “síndrome” del que hablas.
–Oh.
–No pareces complacida.
Cruzo los brazos, pensativa. –Era mucho más fácil cuando pensaba que no era
por decisión propia. Siento que no está bien que me guste tanto.
–¿Por qué? ¿Es porque es azul?
–No, porque… –vacilo un rato, buscando una respuesta, pero es en vano. ¿Por
cómo se ve? En realidad me gusta su apariencia. Ansío tocar esa piel sedosa
nuevamente. Quiero acariciar sus cuernos y su cola para ver cómo se siente. Y esos
abdominales… Si, su apariencia no es ningún problema.
–Mi seguridad depende de él –respondo luego de un momento. –Sin la
protección de ustedes, estoy condenada a ser una esclava otra vez. O peor.
Él asiente, considerando mis palabras. –Hay un desbalance de poder,
ciertamente. Quizás deberías hablar con él al respecto.
–Lo pensaré –le digo a Tarekh. Estoy segura de que no le diré tal cosa a Kivian,
pero de verdad lo pensaré.
Capítulo 13

Kivian

Tener un humano a bordo comienza a tornarse más problemático mientras más


tiempo pasa Fran con nosotros.
Estudio las cuatro identificaciones falsas de la “tripulación” del Idiota Bailarín,
ahora temporalmente El Idiota de la Fortuna. Todos tenemos nombres nuevos, pero
no estoy seguro de que hacer con Fran. No puede tener una identificación oficial,
pero necesito tener información de ella en caso de que nos registren. Eventualmente
decido marcarla como “carga” y “mascota”. Estoy seguro de que me regañará más
tarde, y no la culpo.
A mí tampoco me gusta.
Me pregunto si Jutari ha pasado por lo mismo con Chloe, su esposa. ¿Acaso
otros la tratarán como a un animal? Me confunde y enfurece. He aprendido durante
el poco tiempo que he convivido con Fran que no son ni la mitad de atrasados de lo
que creemos. ¡Están experimentando con viajes al espacio, por amor a kef! Quizás en
unos cientos o quizás mil años estén listos para unírsenos en las estrellas.
No es tanto tiempo. Ella debería ser tratada como cualquier otro ser inteligente.
Lo injusto de la situación me carcome. Podríamos esconder a Fran en la zona de
carga cuando pasemos las alcabalas de seguridad, pero entonces no seríamos
mejores que los demás, que la tratan como cargamento en lugar de una persona. Eso
era algo que no me molestaba cuando mi hermano me presentó a su Chloe, y me
siento culpable de que tomara esto para que me diera cuenta de lo mal que estaba.
Todo eso está muy mal. ¿A cuántos humanos he visto en jaulas en el mercado negro,
esperando ser vendidos, y los he ignorado porque no era mi problema? ¿A cuántas
hembras han arrancado de sus hogares como a mi Fran, echándolas de cabeza a un
mundo nuevo y terrible?
Ella no me ha pedido nada, solo que la lleve de vuelta a la Tierra… y yo me
negué. Porque es peligroso para nosotros. No la consideré a ella.
Me levanto de mi escritorio, algo perturbado, y salgo de mi camarote.
Pienso en ir a buscar a Fran, pero años de capitanear la nave me fuerzan a
cumplir mis deberes primero. Me voy al puente, a mi consola, verificando nuestra
posición y los archivos de las últimas horas. Nada nuevo. Solo silencio. Casi
demasiado silencio. Esperaba que los ooli nos dieran caza mucho más pronto. Que
no lo hayan hecho me perturba. ¿Qué están esperando? Seguro que tienen un plan,
pero no logro desentrañarlo. De cierta manera, es algo bueno. Mientras más tiempo
estemos escondidos, menos oportunidades tendrán de encontrarnos. Pero la
tripulación está empezando a ponerse incómoda, y no los culpo. Cuatro semanas es
demasiado tiempo para esperar.
Puede que a mí sea al único que no le importe. Cada día que pasa es otro que
puedo pasar con Fran. Me agrada estar en un espacio tan reducido como nuestra
nave. Quiere decir que, sin importar lo que hagamos, estamos cerca el uno del otro
todo el día y todos los días. Jamás pensé que sería tan agradable tener alguien más
bajo mi comando, pero espero ansioso sus sonrisas, sus carcajadas, incluso sus malas
caras. Usualmente es por algo que dije, pero las disfruto igual.
Aunque todavía no sabe que es mi hembra.
Me ha resultado difícil mantener las manos quietas, especialmente teniéndola
tan cerca. Pero acababa de salir de una situación muy difícil cuando la traje por
primera vez al Idiota y no quería hacerla sentir que tenía que abrir las piernas a
cambio de seguridad. Me enfurezco de solo pensarlo. He esperado, esforzándome
para ser paciente y esperando que ella llegue a apreciar mi encanto y que se
acurruque contra mí en la cama en lugar de irse al otro extremo.
Ha llevado tiempo, pero ya no tiene esa expresión aterrada. No se estremece
con cada movimiento y casi no frunce el ceño. De hecho, creo que le agrada mi
tripulación.
Pero no estoy seguro de lo que piense de mí. A veces se ríe de mis chistes. A
veces sacude la cabeza, como si fuese un idiota al que tiene que soportar. Coqueteo
con ella mientras jugamos. La toco cada vez que puedo.
Incluso duermo desnudo a su lado.
Fran no lo ha notado. Jamás alza la mano para tocarme. Coquetea conmigo
cuando yo le coqueteo, pero deja de hacerlo apenas termina el juego. Incluso a veces
no me presta atención, aunque esté tan cerca que es imposible que no note mi
erección.
Si le interesa algo más que amistad, no lo ha mencionado. Necesita más tiempo.
De cierta forma me alegra tener que pasar más tiempo flotando como una roca
más del firmamento. Significa más tiempo para que Fran note que soy encantador.
Sonrío torcidamente, imaginándome el resoplido desdeñoso de Fran al solo
pensarlo.
–Pareces alegre –me dice Tarekh, girando en la silla de Alyvos.
Me encojo de hombros, fingiendo ver mapas de navegación cuando solo puedo
pensar en Fran. Fran, y su bonita sonrisa, y su caminar sensual. Fran y su suave piel,
de un color tan extraño y aun así tan atrayente. –Estoy de buen humor, ¿por qué no
lo estaría?
–Han pasado treinta y tres días y aún no hay señal de los ooli. Sé que eso está
agriando el humor de Alyvos –se cruza de brazos y me mira sin levantarse. –Y yo no
puedo decir que esté muy tranquilo. No sé si lo has notado, pero el Idiota está en
mejor forma que nunca. Incluso reparé la llave de la cocina que goteaba desde hace
eones. No hay nada más que hacer, ni para tu mecánico, ni para tu médico, ni para
nadie más a bordo.
Le sonrío. –¿Qué, quieres que me corte el dedo con el borde de mi consola para
que tengas algo que hacer? –ajusto la manga de mi camisa. –Solo no me llenes la
camisa de sangre. Es una de mis favoritas.
Tarekh solo sacude la cabeza. –Eres imposible.
–Me han dicho –señalo el puesto que ocupa. –¿Alyvos ya se fue a su camarote?
–Está cansado de mirar la misma kef a todas horas, y lo entiendo. Lo único
realmente entretenido en esta nave es Fran.
Entrecierro los ojos, sintiendo un impulso celoso en mí. –¿Ah? –trato de
mantener mi tono de voz normal.
–Cálmate –me dice Tarekh. –Sería incapaz de mirar con lujuria a la pareja de
otro. Es claro que has decidido que es tuya. Ya nos lo anunciaste, ¿recuerdas? Puede
que tenga la cara fea, pero los oídos me funcionan –se golpea el lóbulo con una
sonrisa traviesa. –Lo que me pregunto es cuando se lo dirás a ella.
–Cuando esté cómoda y se sienta segura. Cuando me diga que está lista –esbozo
mi mejor sonrisa juguetona. –No puedo anunciarle que es mía unos minutos después
de salvarla de la esclavitud.
–No te detuvo antes.
–Entonces no me creía. No sé cómo reaccionaría ahora.
–Estás actuando de manera muy paciente –me admite Tarekh. –Para como
normalmente te comportas.
–Creo que es un cumplido, y lo tomaré como tal.
–Debo decirte que estoy impresionado –una sonrisa atraviesa su nada atractivo
rostro. –Por lo que creo que debería compartir contigo una conversación que tuve
con cierta hembra.
Ese impulso salvaje y celoso vuelve a apoderarse de mí. Lo suprimo, porque es
una estupidez total. Tarekh sabe que es mía. Ciertamente tiene permitido hablar con
ella. De hecho me encanta que se lleve tan bien con el resto de mi tripulación. Pero
el instinto animal que se enciende en mi interior no entiende. Quiere rugir y exigir
que nadie más la mire. Vacilo un minuto, tratando de controlarme. –¿Estabas
hablando con Fran? ¿De qué?
–Una condición médica –me responde calmadamente.
Aferro la consola frente a mí con ambas manos. –¿Está enferma?
–Ella pensaba que si. Creía que tenía una condición mental que la obligaba a
sentir cosas por su captor. Hablé con ella y le hice ver que no era el caso. Tiene
permitido fantasear sobre personas sin que tenga que ser por algo psicológico.
Me sorprendo antes de volver a sentir celos. –¿Con quién fantasea? ¿Sentorr?
Pasa bastante tiempo con él. ¿Alyvos?
–¿De verdad tienes que preguntarme? –Tarekh sacude la cabeza. –Esa hembra
te hizo papilla el cerebro, ¿no?
–¿Conmigo? –puedo sentir la sonrisa curvándome los labios. –Que buenas
noticias.
–Creí que apreciarías eso.
–¿Qué te dijo? –me siento como un chiquillo ansioso al que le prometieron un
dulce.
Él parece divertido. Se voltea en su silla, examinando la pantalla antes de
decirme por encima del hombro. –Dijo que sentía cosas por ti y no estaba segura de
si eran reales. Tenía miedo de admitirlo. Le dije que era lo correcto.
Me levanto tan rápidamente de la silla que chirría contra el suelo. –¿Le dijiste
qué?
Él se echa a reír. –En realidad no recuerdo que le dije. Pero te daré un consejo.
Sabes perfectamente como ser encantador con los ooli y cualquier otro al que
pretendamos robar. Deberías usar algo de ese encanto con ella.
–¿Y crees que eso no lo sé? –me indigna el solo pensarlo. ¿No he sido paciente
por semanas? He sido tan paciente que es casi obsceno.
–¿De veras? Pues en este momento pareces un muchachito ansioso, a punto de
tener relaciones por primera vez.
Lo fulmino con la mirada, frotándome el rostro. Puedo sentir que sonrío tan
abiertamente como el idiota loco tocayo de mi nave. Tiene razón, debo tomarme las
cosas con calma y no caerle encima a Fran con mi propia confesión de amor.
Mantendré la calma, como si jugara a los palillos, donde la mitad del reto es
convencer a tu oponente de que tienes lo que necesitas y sabes cómo usarlo.
Por mi dulce Fran, puedo hacer lo mismo.
Capítulo 14

Kivian

Encuentro a Fran junto a Alyvos en la zona de carga, sentados en sendas cajas


que sé que contienen parte de nuestro botín de cristales. Pero la parafernalia frente
a ellos no tiene nada que ver: son armas. Están descargadas y desarmadas. Veo a
Alyvos alzar una de las piezas; un descargador de materia oscura bastante peligroso,
y mostrársela a mi pareja. –¿Sabes dónde va esto?
–No en sus manos –comento con voz agradable, acercándomeles. –¿Qué pasa?
Fran alza la vista, limpiándose las manos con un trapo lleno de grasa. –Alyvos me
muestra como limpiar las pistolas. Va a dejar que las revise y las mantenga limpias
para ustedes –parece emocionada de encargarse de esta tarea tan baja.
–Emocionante –digo secamente. –Y él es tan amable al “permitirte” encargarte.
Alyvos vuelve a calzar el descargador en la pistola correspondiente y sacude la
cabeza. –Ella se ofreció. Me preguntó si tenía alguna tarea la cual creyera que ella
podría hacer –voltea a mirarme. –Tiene manos pequeñas, varios dedos. Sería buena
en esto.
–También es peligroso –comento. –Tiene que saber exactamente lo que hace o
puede hacerse daño.
–Y por eso le enseño como se hace.
Le dirijo a mi navegador una mirada fulminante. No sé por qué me irrita tanto
que esté con ella. ¿Es porque están demasiado juntos, con las rodillas casi pegadas?
¿O es porque acudió a él en lugar de a mí? –No creo que esto me agrade.
–Entonces es bueno que la decisión sea mía, ¿no crees? –dice Fran
tranquilamente. Frente a mis ojos toma un escáner y lo desliza de manera experta
por el cañón del arma, como si fuera algo cotidiano. Él no se equivoca al decir que
ella tiene las manos perfectas para eso, pero no me gusta. Hay demasiados soldados
a los que les faltan dedos por descuidarse a la hora de limpiar sus armas.
Pero en lugar de bromear, le respondo. –Soy el capitán, ¿no?
Tanto Fran como Alyvos vacilan, mirándome. Fran parece sorprendida con mi
tono seco, pero Alyvos solo sonríe. Se levanta. –Dejaré que ustedes resuelvan esto.
Fran, búscame cuando quieras continuar la lección.
–Gracias –responde ella tranquilamente, dejando las piezas en la caja frente a
ella antes de ponérselas sobre las rodillas.
Espero a que Alyvos se marche antes de sentarme junto a ella. –Deberíamos
hablar.
–Definitivamente –ella parpadea, expectante.
–No quiero que hagas esto.
–Y yo quiero que te saques el palo de escoba que tienes metido en el culo, pero
parece que ninguno de los dos obtendrá lo que quiere hoy.
Su mordaz respuesta me deja sin palabras, y me le quedo mirando sorprendido
por un momento antes de estallar en risas. Me agrada que un segundo después ella
sonría ligeramente.
–Disculpa –me dice. –Supongo que eso fue muy maleducado. No me gusta que
me digan que no puedo hacer algo.
–Lo noté –no puedo evitar reírme.
–No es que me muera por limpiar pistolas –Fran se inclina, limpiando un rastro
de grasa de la caja frente a ella. –Solo necesito algo de oficio. Quiero ser útil. No
puedo vagar todo el día.
–¿Por qué no? Eso es lo que yo hago –le digo, bromeando. –Solo vago y dejo que
la tripulación haga el trabajo.
Ella pone los ojos el blanco. –Solo porque no hagas el mismo tipo de trabajo que
los demás no quiere decir que no trabajes, tonto. Incluso yo puedo ver que estás tan
ocupado como el resto.
Me encojo de hombros, alzando la mano para tomar una de las pistolas. Cuando
alzo el descargador de materia oscura, lo encuentro liviano. Está completamente
descargado. No hay manera en que hubiese podido lastimarse. Debería darle más
crédito a Alyvos. –Esto no es una tarea divertida. Alyvos detesta tener que hacer este
tipo de cosas. Es una ironía que haya dejado la milicia hace tanto tiempo, pero que
todavía se comporte como si estuviese por ir a la guerra en cualquier momento.
–Me imaginé que no era divertido. Por eso me ofrecí a hacerlo. Le dije que me
enseñara a hacer algo que no le gustara.
La miro con curiosidad. –¿Y por qué?
–Para que no me boten –me responde Fran, con sinceridad. –Para ser más que
un parásito en la nave y que no sientan la necesidad de deshacerse de mí en la
estación más cercana.
¿De verdad cree que yo haría algo así? ¿Acaso no tiene idea de las veces que he
alzado la mano en la cama para acariciarla, solo para apartarme al último minuto?
¿Qué daría lo que fuera solo por tocarla, pero no quiero hacerla sentir como si la
toquetearan? Quizás no he sido lo suficientemente claro con ella. Quizás he
disimulado demasiado bien.
La tomo delicadamente por el mentón cuando ella aparta la mirada, forzándola a
verme. –Ah, Fran, mi cielo. Esa es una preocupación sin bases.
–¿De verdad?
–Si. Jamás te botaría en la siguiente estación. Sus tazas de acoplamiento son
terriblemente costosas.
Hace un mohín y no estoy seguro de si va a echarse a reír o a llorar. Entrecierra
los ojos, y entonces sonríe discretamente. –¿Bromeas, verdad?
–Siempre bromeo –le digo con gentileza, rozando su mandíbula con mi pulgar. –
Jamás te abandonaría. ¿No te he dicho varias veces que estás a salvo conmigo?
–Pero no eres solo tú en la nave. Hay otras tres personas. Me gustaría creer que
puedo tener un lugar aquí, si es que no tengo ninguno en el resto de la galaxia.
No le digo que la mayoría de los transportes de carga como por el que ahora
hacemos pasar al Idiota, tienen una tripulación de cuatro personas. Tampoco le digo
que jamás podría camuflarse a causa de su raza. No quiero asustarla. –Algo se nos
ocurrirá.
Me mira, preocupada, antes de asentir, apartándose de mi agarre.
Dejo que mi mano caiga y me arrimo más cerca de ella. –Si quieres aprender, a
mí no me molesta enseñarte a manejar apropiadamente un arma.
Fran parece sorprendida. –Pero espantaste a Alyvos.
–No me gustaba que estuviera sentado tan cerca de ti –le digo, y procedo a
sentarme lo más cerca que puedo de ella. Antes de que pueda decir algo, continúo. –
Me enseñaron que la mejor manera que rearmar una pistola es por la culata.
–¿Oh?
–Si –esbozo para ella una de mis sonrisas más brillantes. –Quieres tener algo
sólido a lo que aferrarte. Un buen agarre no tiene precio.
Ella arquea una ceja y me mira de arriba abajo. A lo mejor nota lo cerca que
estoy de ella. O quizás que mi cola se enroscó alrededor de su cintura y la abraza con
gentileza. Espero que responda pero ella solo me dice. –Continúa.
Estoy bastante seguro de que ella sabe a estas alturas que le estoy coqueteando,
y no parece molestarle. Fran es relativamente rara de leer. –Empieza con la culata –
le digo, ofreciéndosela. –Si comienzas con el cañón, te lo estarás apuntando mientras
armas el resto. Es peligroso. Se te puede disparar.
–¿Sobre mi pecho? –me dice, sus palabras suaves pero con un tono astuto.
El corazón se me acelera. Ah, que hembra. ¿Coquetea conmigo? No puedo evitar
la sonrisa en mi rostro. Es tan amplia como el cinturón de asteroides dónde nos
escondemos. –Exacto. Eso sería malo –espero a que tome la pieza que le ofrecí antes
de rodearle los hombros con el brazo, corrigiendo su agarre colocando mi enorme
mano sobre la suya más pequeña. –Agarra con fuerza. No es como si acariciaras a un
amante. Mientras más firmeza, mejor.
–Claramente no acariciamos a nuestros amantes de la misma manera –me
murmura. –Siempre me han dicho que un agarre firme es lo mejor.
Mi pito se estremece al escucharla. No puedo creer que me esté volteando las
cosas. Es lo más excitante que he experimentado y solo deseo volcarla sobre estas
cajas y que me muestre exactamente qué tan firme es su agarre. –Ciertamente.
Supongo que depende de lo que agarres –me inclino para agarrar otra pieza. –Esto es
un nodo. Hay dos en este modelo particular de arma. Calzan aquí de esta manera –
deslizo uno a su lugar y luego el otro. –Debes asegurarte de que estén bien calzados,
porque el culatazo del arma es tremendo –bajo la voz, hablando con un tono más
suave y seductor. –Tienes que estar preparada para eso.
Fran jadea. Parpadea temblorosa, su mirada enfocada completamente en el
arma en sus manos. –Estaré lista.
–Bien –le respondo. –La pieza más grande es el descargador. Es lo que se ensucia
más rápido y necesita más mantenimiento. La mayoría solo le presta atención a esto
a la hora de limpiar. Lo sacan y se aseguran que esté preparado para continuar
disparando. Yo no.
–¿No? –se me queda mirando con ojos luminosos.
–No –le digo. –Soy un macho concienzudo. Me gusta asegurarme que todo está
lo mejor posible. Si eso significa pasar algo más de tiempo con los… nodos, entonces
eso haré. Un nodo bien cuidado puede ser la diferencia entre un arma potente o una
atascada.
–No lo sabía –responde ella sin aliento.
–Es verdad. Lo cambia todo –me inclino más cerca. Puedo oler sus cabellos, el
aroma florar del champú que usa. Casi puedo rozar su oído con los labios y me
muero por acercarme más, para rozar su piel con mis labios. –Si el nodo no está
limpio, el disparo no será tan certero ni tan limpio como de costumbre. Y nosotros
queremos que todo sea… perfecto.
–Ciertamente –vuelve a mirarme. –Entonces, ¿siempre te aseguras de que el
nodo esté listo antes de… disparar?
–Siempre –le prometo. –No me gusta hacer las cosas a medias.
Ella se estremece. –No, no pareces del tipo descuidado.
–Soy el tipo de macho que cree que si quieres algo bien hecho, te tomas tu
tiempo. Y me gusta tomarme mi tiempo preparando cosas.
Fran alza la mirada, sus labios ligeramente separados. Están húmedos, y caigo en
cuenta de que acaba de lamérselos. Gruño por lo bajo, porque quiero ser yo quien
los lama. La tomo por la mejilla con ternura y le acaricio los labios con el pulgar.
–Kivian –exclama Tarekh por el comunicador, y Fran se sacude, apartándose de
mis brazos y casi dejando caer el arma en sus manos. –¿Adivina qué?
Aprieto la mandíbula mientras ella se levanta, golpeando impacientemente la
caja con mi cola. Demonios. Esos ooli son los peores. No le habrían salido tan bien las
cosas a Jth’Hnai de haberlo planeado. Le respondo a Tarekh entre dientes. –Déjame
adivinar, ¿nuestro viejo amigo apareció?
–Sip. Estamos recibiendo señales de una nave ooli en el cinturón de asteroides –
dice Tarekh, emocionado.
Finalmente. Miro a Fran, quien aferra la pistola a medio armar entre sus manos,
pero me mira fijamente. Su mirada está llena de preocupación y lujuria frustrada.
Me levanto de un salto, quitándole la pistola y terminándola de armar en
segundos. La seducción tendrá que esperar. –Continuaremos esto más tarde,
corazón. Hasta entonces, deberías marcharte a mi camarote. Es más seguro.
Capítulo 15

Fran

¿Qué me retire al camarote… donde es seguro?


Este tipo no me conoce muy bien, ¿verdad? Corro tras él. Espero que vayamos al
puente, así que me sorprendo cuando encontramos al resto de la tripulación en un
pasillo, reunidos alrededor de una compuerta. Los otros tres se colocan unas
armaduras ligeras y empuñan varias pistolas del mismo tipo que aprendía a limpiar
minutos antes. Tarekh enfunda dos en sendas pistoleras en sus muslos y empuña un
objeto que parece un mazo gigante, apoyándolo en su hombro como una suerte de
bateador espacial. A su lado, Alyvos activa algo en su rifle, que se enciende con un
chillido bajo y un brillo luminoso en el cartucho. Sentorr le tiende a Kivian una
pistolera automáticamente, y este se la amarra a la cintura.
Son rápidos y eficientes, por lo cual infiero que han hecho esto docenas; quizás
cientos de veces.
–¿A dónde van? –pregunto cuando caigo en cuenta de que no me han notado. –
¿Qué pasa?
Kivian vacila, mirándome con severidad. –Vete a mi camarote, Fran. Allí estarás a
salvo.
¿Por qué no estoy a salvo aquí afuera? Frunzo el ceño sin moverme, mirándolos
mientras espero respuesta.
Es el severo Sentorr quien me responde. –Los ooli nos localizaron. Estarán
intentando recuperar su carga. Planeamos detenerlos.
Ahogo un grito, una ola de frío terror envolviéndome. –¿Nos abordarán?
Tarekh se echa a reír. –Más bien nosotros a ellos.
Oh. –¿Y eso no es peligroso?
–Oh si –los ojos le brillan de emoción.
Definitivamente es algo que han hecho antes. –¿Van todos? ¿Quién piloteará la
nave? O sea, ¿qué pasará conmigo? ¿Me dejarán sola a bordo? –miro a Kivian,
expectante.
Él termina de ajustarse la pistolera, revisando un último cartucho antes de
voltearse a mí. Me sujeta por el brazo gentilmente, empujándome a un lado. Me doy
cuenta entonces que bloquea a los demás con su cuerpo para inclinarse sobre mí y
acariciarme la mejilla. –Te prometo que estarás a salvo, pequeña. Los ooli son
terribles luchadores, no nos tomará mucho tiempo. El Idiota está en piloto
automático. Esperará unas cuantas horas, y entonces, si pasa algo malo, volará a la
estación más cercana con una señal de emergencia. Estarás bien.
–Si, dices tú que estaré bien, pero ustedes se están armando hasta los dientes –
señalo su pistolera. –No quiero que te hagas daño –le susurro. –¿No puedes
simplemente no ir?
Él sacude la cabeza, una sonrisa lenta curvando sus labios. Estoy segura que
estoy sonrojada de la vergüenza por lo que acabo de decir. “No quiero que te hagas
daño” es casi lo mismo que tatuarme en la frente ESTOY ENAMORADA DE TI. Me
preocuparé por ello más tarde.
–Te juro que estarás a salvo en el Idiota, Fran –me dice en voz baja. –No dejaré
que te lleven. Eres mía ahora.
Una sensación de reconocimiento me recorre todo el cuerpo. No es la primera
vez que me lo dice y me pregunto qué quiere decir exactamente con ello. No me da
la misma sensación de asco que con el tipo sapo. Si acaso, me siento… emocionada
por lo que puede significar. –Este no es momento para coquetear –le digo. Claro,
pero cuando lo digo suena como si yo le coqueteara de vuelta. Dios, soy incorregible.
–Tómalo más bien como una promesa.
–¿Tienes que ir? –me muerdo el labio, porque sé que suena egoísta. ¿Y si se
matan y me dejan sola? Eso no es solo lo que me preocupa. El imaginarme a Kivian
lastimado me retuerce el estómago.
–No arriesgaré a mis hombres quedándome atrás –me dice, acariciándome la
mandíbula nuevamente, de esa forma que me hace desconcentrar. –No te preocupes
por mí, mi dulce Fran. Puede que no te haya mostrado lo realmente bueno que soy
con un arma, pero confía en que tengo buena puntería –me guiña un ojo. –Te daré
una lección privada cuando regrese.
–Eres el tipo más incorregible que he conocido en mi vida –le digo, pero sonrío al
decírselo. –¿Así que van allá a matar a unos cuantos sapos?
–¿Matar? –Kivian me mira sorprendido. –Aunque admito que es lo más fácil, no
es mi estilo. No, vamos a robarles todo el cristal que tengan y borrar todo rastro de
nuestra nave de sus archivos. Entonces los pondremos en híper-sueño. Alyvos puede
programar su computadora para que los lleve a un lugar seguro… –sonríe travieso. –
En un año o dos. Para entonces ya nos habremos marchado, junto con el cristal. No
lo pueden reportar como robado porque es contrabando –me da un golpecito
cariñoso en el mentón. –Como tú, preciosa.
Le aparto la mano. –¿Entonces qué: me quedo aquí como una buena esposita
esperando? Preferiría ir contigo. Puedo ayudar. Puedo disparar un arma –si me
enseñan cómo hacerlo. Señalo el mazo de Tarekh. –O puedo usar uno de esos.
–Eres muy pequeña, y no me arriesgaré a que ninguno de ellos te ponga la mano
encima otra vez –tensa la mandíbula. –Te quedas aquí.
–¿Van a discutir todo el día o podemos abordarlos ya? Ya estamos casi
acoplados –dice Sentorr. –Si esperamos mucho más intentarán abordarnos en lugar
de nosotros a ellos.
Kivian me sonríe, acariciándome la mejilla. –Ve al camarote –me insiste antes de
voltearse, desenfundando su pistola. –Estoy listo. Vamos a saludar.
Alyvos y los demás me lanzan una mirada elocuente, pero entonces siguen a
Kivian por la puerta, que se sella tras ellos. La pantalla se ilumina con algo y la
computadora entona un mensaje que no puedo entender. Desearía tener el feo
traductor todavía para poder saber qué diablos dice.
Estoy sola. Que mierda. Me cruzo de brazos, contemplando la puerta sellada por
la que desaparecieron, deseando que Kivian emerja de ella, o alguno de los demás.
Nadie regresa, por lo que decido que no regresaré al camarote de Kivian a esperar.
Me siento en el suelo. Esperaré aquí mismo.
Me levanto dos segundos después, porque decido que necesito un arma.
Entonces esperaré justo allí.
Encuentro una fea cosa que solo puedo describir como un jarrón sobre una de
las finas mesas de Kivian. Es raro que un tipo tan masculino tenga un gusto tan
estrafalario en ropa y decoración. Es pesado, y parece hecho de metal. Me lo echo al
hombro antes de regresar a la compuerta. No escucho nada del otro lado, lo cual me
frustra. Aprieto mi oreja contra la puerta y oigo algo, pero no son sonidos de lucha o
disparos. Es solo… ruido.
No sé qué hacer. Aferro mi jarrón, aterrada. Dijeron que lo tenían bajo control,
pero ¿Cuánto tiempo tardan estas cosas? ¿Y si están en problemas mientras yo estoy
aquí plantada con una decoración cuando puede que me necesiten?
¿Y si Kivian me necesita?
Trago con fuerza, un enorme nudo en mi garganta. La preocupación me
carcome, y caigo en pánico cuando el Idiota se ladea con un fuerte gruñido metálico.
No quiero quedarme sola en el espacio. No quiero que me dejen atrás.
No quiero estar sin Kivian.
La fuerza de esa verdad me golpea como un martillo. No es simple atracción.
Estoy enamorada con ese enorme idiota, camisas ridículas y todo. Me encanta su risa
y la manera en la que le brillan los ojos cuando lo retan. Me encanta como me mira
antes de irnos a dormir. Estar en el espacio no ha sido tan malo… solo porque él ha
estado junto a mí todo el tiempo.
Si lo pierdo… me quedo sin nada. No cambiaría su seguridad ni por un viaje de
vuelta a la Tierra.
Me muerdo una uña, perdiendo la cabeza silenciosamente. –¿Eh, computadora?
–digo, curiosa de ver si me responde, aunque le hable en inglés. –¿Estás ahí?
–¿Cuál es tu pregunta? –me pregunta la extraña voz monocorde.
–Eh, necesito saber si Kivian y los demás están bien del otro lado.
–Por favor definir parámetros con más claridad –me dice. –Los parámetros que
requieren clarificación a causa de la barrera se lenguaje son: “otros”, “bien” y “otro
lado”.
Oh, mierda. –¿Cuántas formas de vida percibes en la nave enemiga de mierda;
perdón, de kef?
Eso obtiene respuesta. –Los sensores indican cuatro formas de vida.
¡¿Cuatro?!
¡¿Solo cuatro?!
Un sollozo de terror se me escapa de entre los labios. ¿Cuatro? Eso puede
significar que es una batalla a muerte y los demás necesitan mi ayuda para
sobrevivir… dependiendo de cuantos queden. Me imagino a Kivian, tratando
desesperadamente de alcanzar la aldaba para abrir la compuerta y regresar a mí…
mientras que yo espero como una inútil con un jarrón en la mano.
Esperando.
Esperando con un jarrón en la mano.
A la mierda. Jamás he sido el tipo de chica que le guste esperar. Eso lo
demuestra lo mala que soy jugando a los palillos. La paciencia no es una de tus
virtudes, le digo a Fran la Obvia. ¿Entonces por qué esperar?
Es suficiente para convencerme.
–¡Computadora! –grito. –Necesito que abras la puerta de una puta vez, porque
voy a entrar.
–Por favor definir parámetros con más claridad –empieza.
¡Argh!
Para mi sorpresa, un momento después la compuerta sisea y comienza a abrirse
lentamente. Dios. ¿Y si es demasiado tarde? ¿Y si es el enemigo, decidido a llegar a
este lado? Me aferro a mi jarrón con ambas manos.
Una figura entra corriendo, y lo golpeo con el jarrón sin pensar. El jarrón choca
con su estómago, casi rompiéndome las muñecas con la fuerza del impacto.
Kivian cae de bruces, agarrándose el estómago. Me mira sorprendido. –¿Fran?
¿Qu-qué pasa? –jadea, casi sin aire.
–¡Nada! –le grito.
Entonces rompo a llorar.
Capítulo 16

Kivian

–¿Así que tienen todo el cristal? –los ojos de Fran aún están rojos luego del
ataque de llanto, lo que me hace sentir culpable aunque sonría. Me froto el
estómago, no muy seguro si me molesta más que me vaya a doler por unos días o
que Fran estuviese tan asustada que sintiera necesario atacar.
Es lo segundo, claro. Detesto que mi pareja se haya sentido tan aterrada. –El
cristal no importa –le digo, haciéndole señas de que venga a sentarse junto a mí en la
cama.
Estamos en mi camarote. Necesitaba bañarme luego de haber sudado tanto en
la nave ooli: les gusta mantener una temperatura como de pantano caliente,
haciéndome nadar en mis propios jugos segundos después de abordar. Fran me
siguió, aún asustada. Los otros están en el comedor, celebrando nuestra victoria y el
cristal que tomamos, junto al otro botín que encontramos en la otra nave.
Deberíamos unirnos a ellos, pero creo que Fran necesita unos minutos para
recuperarse… y yo necesito estar con ella.
Jamás sentí un miedo parecido al que percibí cuando ella me golpeó en el
estómago con el invaluable jarrón Ilsi. No por el jarrón; aunque me gusta
considerarlo como un plan de retiro de emergencia, sino por el hecho de que
estuviese tan aterrada. Inmediatamente creí que estaba en peligro, y jamás había
sentido una necesidad tal de proteger a alguien. Se ha convertido rápidamente en mi
todo.
Incluso el pensar en que pudiese correr peligro me perturba. Para ser honesto, ni
siquiera estaba en riesgo. La situación estaba controlada. Pero, aun así…
No podemos continuar así.
Obtuvimos los cristales faltantes de los ooli. Eso es verdad. También vaciamos
sus provisiones y los dejamos sin créditos. Me digo que es lo que se merecen por
andar con contrabando. La verdad es que no me molesta robarle a esos tipos. Los
chips de crédito en físico solo se usan para comprar cosas ilegales, como tecnología
prohibida, cristales…
Y esclavos.
Junto a un baúl lleno de chips de crédito, dos contenedores de cristal y suficiente
vino y armas para hacerme preguntar qué clase de fiesta pensaban dar esos ooli,
también recuperamos los archivos de la nave. Incluidos estaban los mensajes
normales… junto a unas sospechosas comunicaciones entre Jth’Hnai y un
comerciante sin nombre. El ooli se quejaba de que le habían robado su juguete en la
Estación Haal Ui y que quería un reemplazo. El comerciante estaba de acuerdo y le
había ofrecido encontrarse en una estación cercana; una con muy mala fama, para
que Jth’Hnai pudiese escoger un juguete nuevo sin cargo adicional, por ser un cliente
tan bueno.
Meses atrás, habría robado a los ooli y al mercader por igual para luego
marcharme sin más. Ahora no puedo dejar de pensar en las hembras humanas,
cautivas justo ahora. ¿Son valientes como mi Fran? ¿O están aterradas?
No puedo abandonarlas, de la misma forma en que no podría abandonar a Fran.
Ella no es mesakkah. Para nuestra raza y docenas más, ella no es más que un
juguete parlanchín que camina en dos patas. Una mascota. No sabe nada de la
galaxia ni de las culturas que la habitan.
Solo me ha pedido regresar a casa.
Hace un mes le había dicho que no. Que no podía hacerle eso a mi tripulación.
Ahora todo ha cambiado. Fran tiene mi corazón en sus delicadas manos y no puedo
soportar la idea de no poder protegerla. Estará más segura en la Tierra, lejos de todo
esto.
La llevaré de vuelta a su planeta. Es un viaje largo y peligroso, pero ella se
merece una vida larga y feliz. Como el juguete de un pirata, no sé si eso será posible.
Eso me duele, pero no puedo sacrificar su comodidad por la mía.
Quiero hablar con mi hermano de inmediato, para preguntarle como protege a
su Chloe. Como lidia con el estrés de tener a alguien así como compañera, pero yo ya
sé la respuesta; ha decidido vivir como granjero en un planeta apartado en el confín
de la galaxia, porque no puede vivir sin ella. Mi hermano, quién fue una vez el
mercenario más temido en seis galaxias, cultiva el suelo con sus propias manos…
todo por el amor de una hembra.
¿Podría hacer lo mismo?
–Lo haría, pero soy un pésimo granjero –murmuro.
–¿Qué? –pregunta Fran, sorbiéndose.
Le doy una palmadita a la cama. –Ven, siéntate –quiero exigírselo, no pedírselo,
pero conozco a mi Fran. También sé que necesito tocarla, simplemente para calmar
mis propias emociones. Su miedo sigue reconcomiéndome el alma.
Fran se acerca cautelosamente, con los ojos brillantes, y se sienta junto a mí.
Nuestras miradas se encuentran, y se ve tan pequeña y frágil que me duele.
Sé que no debería pero lo hago de todas maneras, me la subo al regazo,
apretándola contra mi pecho. Se tensa en mis brazos por un segundo antes de darse
cuenta de que no voy a hacerle daño.
–¿Estás bien, pequeña? –murmuro contra su suave cabello. –¿Quieres contarme
por qué estás tan molesta?
Ella se relaja contra mí antes de cerrar el puño y golpearme suavemente el
hombro. –Ustedes, imbéciles, me dejaron atrás.
Quiero reírme, pero ella está realmente molesta. –Fue por tu seguridad, te lo
prometo.
–¿De verdad? ¿Y qué se supone que haría yo si a ustedes les pasara algo?
Sacudo la cabeza. –Fue una pelea fácil. Cuando abordamos, los ooli se
escondieron. No soltamos ni un tiro. Solo los amarramos y los metimos en las
cámaras de híper-sueño. Fue uno de los abordajes más fáciles de la historia –fue
irrisorio. Sospecho que a ella le habría gustado verlo. La expresión en el feo rostro de
Jth’Hnai al darse cuenta que éramos nosotros abordándolo para robarlo una segunda
vez no tuvo precio. Ese fue un momento maravilloso.
–La computadora me dijo que solo había cuatro formas de vida –su voz suena
dura. Furiosa.
¿Era por eso que tenía tanto miedo? –Mm, si. Cuando la gente está en híper-
sueño, la mayoría de los sistemas no los cuentan como formas de vida. Lo son pero al
mismo tiempo no. Es por eso que solo nos percibió a nosotros.
Ella aprieta la mandíbula, enojada, pero asiente, comprendiendo.
Todavía me sorprende su frustración. –Estás furiosa –le dijo, acariciándole la
mandíbula con un dedo. –¿Por qué?
Para mi sorpresa, le tiembla el labio inferior. –Me dejaste –tiene la voz ronca de
la emoción. –¿Qué haría yo si te pasa algo a ti?
Una simple palabra lo cambia todo. El corazón se me acelera y el cuerpo me
duele de ansias. Pero sé lo que debo hacer. No se puede quedar aquí con nosotros.
Tiene razón, si algo me pasa, ella sería el blanco de todos los pervertidos de este lado
del universo. –Mi dulce Fran –murmuro, acariciándole la mejilla. –No he sido justo
contigo.
–No, no lo has sido –murmura ella, los ojos fijos en mi boca. –Podrías haberme
dejado ir contigo.
No sé si reírme o soltar un quejido. Sus miradas candentes son la peor tortura
posible. Se retuerce en mi regazo, frotando los muslos contra mi pito de la manera
más increíble y frustrante del universo. Si tan solo la hubiese seducido cuando podía.
Pero entonces se me dificultaría todavía más dejarla ir, y eso es algo que debo
hacer. Maldita sea, detesto ser virtuoso, pero no tengo de otra. No me queda bien. –
No podía arriesgarte, pequeña.
–No me arriesgas –me dice en voz suave. Me echa los brazos al cuello,
pegándose más a mí. No puedo resistirme a su suavidad ni a sus labios acercándose.
–Yo me arriesgo sola.
–No te dejaré…
Ella me acalla con un dedo. –No es tu decisión –me susurra, inclinándose para
posar su boca sobre la mía.
Quedo tan fascinado por este extraño movimiento que me olvido de todas la
leyes de higiene y me quedo quieto mientras sus labios rozan los míos. No me
repulsa, en lo absoluto, de hecho, creo que estoy más excitado que nunca, y suelto
un gruñido. Puedo sentir su respiración contra mi piel y un minuto después su lengua
acariciando mis labios con fervor. Se aparta de mi entonces, con una sonrisa discreta.
–¿Acaso tu gente no se besa?
–¿Eso es besar? –lo ha mencionado antes. Ya entiendo por qué me miraba tanto
los labios. No puedo dejar de ver los suyos ahora. Son brillantes y carnosos. Quiero
volver a besarla.
Fran asiente, pegándose más a mi pecho, su boca cerca de la mía, de modo que
nuestros alientos se mezclan. –¿Quieres que te muestre cómo?
No debería hacerlo. Debería hacer lo correcto y apartarla, pero no puedo. Con
un gruñido la aferro por la nuca, atrayéndola contra mí.
No se siente igual cuando la beso, la aprieto con demasiado entusiasmo y ella se
tensa un poco. Me siento como un jovencito inepto que jamás ha tocado una
hembra y me ordeno calmarme. Ella fue muy gentil al explorarme, y trato de imitarla
lo mejor posible.
Eso la hace gemir de una manera tan hermosa y profunda que me eriza los
cabellos… y también me provoca una erección. Ah, que dulce es mi Fran. Sus labios
son maravillosos y no puedo dejar de besarlos. Vaya pasatiempo decadente, eso de
besar. Con razón siguen raptando humanas para volverlas esclavas.
Me aparto de ella de golpe, odiando mis propios pensamientos. Esclavas.
Me mira, confusa. –¿Qué paso?
–No podemos hacer esto. No está bien –le digo, acariciándole el mentón con el
pulgar.
–¿Qué está mal con esto? No hemos llegado al beso con lengua aún.
¿Lengua? Ten piedad de mí. Jamás lo he tenido tan duro. Cierro los ojos,
tratando de controlarme. Ella juguetea con los cabellos de mi nuca y puedo sentir sus
perfectos y redondos pechos apretarse contra mi pecho, y el peso ligero de sus
caderas contra las mías. ¿Por qué tiene que ser tan perfecta?
Escondo la cara en su cuello, inhalando su aroma. No puedo evitar lamerla
ligeramente. Otra ley de higiene rota, pero no me importa. Al juzgar por cómo se
aferra a mí, creo que a ella tampoco.
Pero eso es todo lo que me permito. Me aparto a regañadientes. Puedo sentir la
lujuria latiendo desde mis cuernos hasta mi cola, pero no puedo seguir. No sería
justo para ella. –Debemos hablar, Fran.
Me mira con los ojos muy abiertos, preocupada. –Cuando los humanos decimos
eso, es porque las cosas están mal.
–Esto es bueno, lo prometo –le tomo una de sus manos y la aprieto contra mi
pecho, donde está mi corazón. –¿Recuerdas que me dijiste que querías irte a casa?
¿A tu planeta?
Ella ladea la cabeza, entrecerrando los ojos. –No.
Ignoro el comentario. –Obtuvimos los registros de la nave ooli. Iban a buscar
otra esclava humana para Jth’Hnai. El mercader con el que hablaba mencionó que
tenía variedad. Sé que los demás no están de acuerdo con viajar a la Tierra, pero con
el dinero que hemos ganado con estos cargamentos, tendremos más que suficiente
para tomar la ruta escénica a tu galaxia.
–No.
–Junto con otras amigas que recojamos. Rescataremos a las otras y las
llevaremos de vuelta a la Tierra.
–No –su expresión se torna más testaruda.
–Y será bueno para todos, y podremos regresar a nuestras vidas, sabiendo que
esos ooli no volverán a ponerle las manos encima a ninguna otra hembra humana. Yo
creo que es un buen plan, ¿tú que dices?
–No –me repite con firmeza. Parece furiosa, pero le tiembla el labio inferior. –
¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres regresar a tu vida antes de mí?
Capítulo 17

Kivian

La he lastimado.
Kef, ¿por qué tuve que tratar de ser noble? Soy malísimo en eso. –La verdad te
preferiría desnuda debajo de mí.
Ella parece sorprendida de pronto. –¿De verdad?
–Más que nada –mi voz está ronca de emoción. –No me lo hagas más difícil de lo
que ya me resulta. No soy bueno con esto de la nobleza.
Ella suelta una risa acuosa. –No quiero que seas noble, maldito bastardo. Quiero
que seas el Kivian tramposo y risueño de siempre, al que no le importan las reglas.
No quiero volver a la Tierra; no sin ti.
Gruño. –Me lo haces más difícil.
–¡No quiero que sea fácil, quiero estar contigo! –me agarra la cara con sus
manitas, su mirada fija en la mía. –Idiota, me enamoré de ti y quiero quedarme
contigo. No quiero que me dejes atrás. Quiero aprender a ser útil para la tripulación.
Quiero despertarme en tus brazos, no solo en tu cama. Quiero que rompamos esas
leyes de higiene juntos.
–Fran, pequeña, eso me encantaría, pero no estás segura aquí conmigo.
–¿Por qué?
–¿Cómo que por qué?
–Solo responde –ella se encoge de hombros. –¿Por qué no estoy segura?
–Bueno, esta es una nave pirata. Nos ganamos la vida robando y
contrabandeando.
–¿Y?
–Nos buscan en varias galaxias, y si la ley nos atrapa, pasaremos el resto de
nuestras vidas en la prisión más remota que puedan encontrar.
–Entonces no los dejamos atraparnos. ¿De verdad dejarías que te arrastraran a
prisión? –arquea una ceja. –Eso no suena como tú.
–No, lo más seguro es que peleemos hasta el final.
–Yo haría lo mismo. Y confío en ti para que nos mantengas lejos de las garras de
la ley –me palmea el pecho, como si eso respondiera todas sus dudas. –No eres
ningún novato. ¿Desde cuando eres pirata?
Me encojo de hombros. –Unos treinta años.
Ella se ahoga ligeramente. –Tendremos que tener la discusión sobre las
diferencias de edades entre razas luego. De momento creo que puedo decir que si
obtenemos unos treinta años más de esto, correremos con suerte. La mayoría de los
matrimonios no duran tanto –me recorre la mandíbula con la yema de los dedos,
deslizándose hacia mi cuello, y es la caricia más erótica y cosquillosa que he recibido.
–¿Es tu única preocupación? A mí no me importa. Sé en qué me estoy metiendo.
¿Por qué lo hace sonar tan simple? –No es mi única preocupación. También está
el hecho de que eres una raza de contrabando.
–Más razones para que no te atrapen conmigo –me mira traviesa y se lame los
labios.
Esos malditos y gloriosos labios que quiero probar otra vez. –No me preocupo
por mí, Fran. Son otros los que te piensan una esclava o mascota.
–Tú me protegerás –me susurra, inclinándose hacia adelante. Las puntas de sus
pechos rozan los recrecimientos de mis pectorales y siento un estremecimiento
erótico por todo el cuerpo. Su tentadora boca está peligrosamente cerca de la mía
otra vez. –Y puedes enseñarme a cuidarme sola. Puedes enseñarme a disparar un
arma. Puedes enseñarme a ser parte de tu tripulación.
No le aclaro que la mayoría de estas naves son estrictamente para una
tripulación de cuatro personas. La verdad, hay espacio en mi camarote para ella, y a
los demás no les importa que se nos una. Siempre hay más por hacer, y me
encantaría tenerla a mi lado. No solo porque me muero por probar sus labios otra
vez, o porque deseo meter mi pito profundamente en su coño húmedo y caliente;
amo su mente. Amo que sea lo suficientemente valiente para pincharme el ego
cuando se pone muy grande y que no tema decirme lo que piensa. Me encanta esa
risa profunda y alegre que suelta cuando la dejo ganar en los palillos.
Es mi pareja. Debí estar loco para siquiera pensar dejarla ir.
–¿Y qué hay de la Tierra? –le pregunto solo porque debo.
–¿Qué hay de tu planeta? –me responde. –Si me quedo a tu lado quiero ser tu
compañera, no tu mascota. Supongo que eso significará que no podemos ir a tu
planeta tampoco.
–Ningún planeta civilizado me acepta desde hace tiempo –le digo con una
sonrisa.
–Bueno, nos tocará ir a otro lugar –Fran roza mis labios con los suyos
nuevamente. –Y seremos poco civiles juntos. Si eso es lo que quieres –se echa para
atrás, preocupada. –Tú… no me has dicho lo que quieres.
–¿No? Estoy seguro de que mencioné que te quería debajo de mí –deslizo una
mano hacia abajo para apretar su glorioso trasero.
–Si, pero estoy habla que habla de mis propuestas y tú solo asientes. No es lo
que quiero. Quiero que estemos de acuerdo. Si no me quieres aquí, solo dilo –su
expresión se torna miserable.
¿Cómo puede pensar que no la quiero conmigo?
Quizás sea hora de demostrárselo.
Tomo su rostro entre mis manos y, mirándola a los ojos, la beso. –Te deseo –le
digo entre besos. –Te quiero desnuda contra mí, tu piel contra la mía. Quiero tocarte
en plas-film o cualquier otra cosa. Quiero violar todas las leyes de higiene. Quiero
meterte profundamente mi pito y verte estremecer de placer. Quiero… –vacilo antes
de decidirme. –Quiero llenarte con mis hijos.
–¿Hablas… hablas en serio?
–Si –vuelvo a besarla. Ya me hice adicto a esa caricia tan novedosa y pienso
hacerlo todos los días por el resto de mi vida. –Y si quieres que deje la piratería…
puedo encontrar otra cosa que hacer –recuerdo a Jutari en su granja y lo entiendo,
de verdad lo entiendo. Quizás necesite ayuda con los cultivos. Me estremezco al
pensarlo, pero si eso hace feliz a Fran, entonces lo haré sin duda.
–¿Quién dijo algo de que abandones tu trabajo? –ella frunce el ceño,
acariciándome el rostro. –Quiero quedarme contigo a bordo del Idiota. Quiero ser
pirata contigo.
–No voy a arriesgarte –le advierto.
–No hablamos de lo que quieres, sino de lo que yo quiero –tiene un brillo
travieso en la mirada. –Y si no me dejas ser pirata, me tocará ser… botín de pirata –
agrega, apretándose más contra mí.
Gruño. –¿A qué te refieres?
–Nada, una cosa de la Tierra. Ignórame –aprieta su boca contra la mía
nuevamente, lamiéndome los labios. –¿Podemos decirnos que nos amamos y
besarnos ahora?
–Si, si podemos.
Entonces mi dulce Fran me besa como si quiera devorarme. Vuelve a rozarme los
labios con la lengua y recuerdo su comentario de lenguas. ¿Acaso quiere frotar su
lengua con la mía? El imaginármelo me hace gemir bajo. No creo haber deseado algo
tanto en mi vida. Entreabro los labios para dejarla pasar.
La suavidad y calidez de su lengua se frota contra la mía y me invade un deseo
insoportable. Es la cosa más erótica, y no puedo evitar responder a ella. La imito lo
mejor posible, danzando mi lengua alrededor de la suya, explorando y probando. El
tiempo parece tornarse más lento mientras lo hacemos y puedo sentirla hasta mi
pene, como si lamiera mi espuela.
Esa es otra imagen degenerada que me encanta en demasía.
Cuando nos apartamos para tomar aire, ella jadea tan fuerte como yo, su mirada
alelada por el placer. –Tu lengua… tiene recrecimientos…
–Y la tuya es lisa –le respondo, mordisqueándole el labio inferior. Ya me hice
adicto a los besos. Necesito más.
–Es raro –suspira. –Bueno, pero raro –me acaricia la frente, y las callosidades
que allí hay. –¿Eres igual en todas partes? Sabes que tengo que preguntar.
–Si te refieres a mi pene, la respuesta es sí. Supongo que los humanos son lisos –
la mirada de sorpresa en su rostro me lo confirma. –Ah, será un placer encontrar
todas las diferencias entre nosotros, mi dulce pareja.
–Oh, vaya –susurra ella. –No bromeas.
Me inclino para besarla otra vez, y mientras lo hago, jalo una de las mangas de la
enorme camisa que lleva puesta. –Sé que tendremos que comprarte ropa adecuada
en lo que sea posible, pero te confieso que me gusta verte con mis camisas. Me hace
pensar en quitártelas y tenerte desnuda debajo de mí.
Con un experto jalón, la manga se desbarata, revelando su brazo desnudo.
Acaricio la suave piel, fascinado por la sensación. Ella se desamarra el cinturón,
echándolo a un lado mientras suelto la otra manga. Podría quitársela ahora. Estudio
su rostro para asegurarme de que no hay dudas o preocupación, pero solo veo
lujuria. Aun así, quiero que sea su idea, así que la beso y espero.
Fran suelta un ruidito de impaciencia contra mi boca y entonces se aparta,
arrancándose la camisa; mi camisa, de un tirón. Normalmente protestaría que
trataran así mi ropa, pero ella está desnuda en mis brazos y nada me importa más
que eso.
Toda esa piel suave, descubierta ante mí, no puedo resistir tocarla. Le acaricio un
muslo, mirándole el rostro.
–Entonces –me dice, jadeante. –¿Necesitas que te de indicaciones, ya que soy a
la primera que tocas?
Sonrío ante la altivez de sus palabras. –Pequeña, he tocado hembras antes, solo
que no piel con piel. No así –acaricio su muslo hasta llegar a su intimidad. –Esto es
mucho, mucho mejor.
–No quiero que me hables de otras hembras.
–Bien, porque ni siquiera puedo pensar en ellas. No hubo nada antes que tú.
Solo puedo pensar en Fran, solo en Fran –lo único en mi mente es tocar a Fran,
acariciarla. Hacerla acabar.
–Así me gusta –me dice ella, juguetona, echándome los brazos al cuello mientras
besa mi mandíbula. –¿Puedo lamerte por todas partes?
Gruño. –Dioses, sí.
Mientras ella me mordisquea el cuello, deslizo la mano más hacia su coño. Lo
que creí que era una sombra resulta ser un interesante y sorpresivo manojillo de
pelos entre sus piernas. –Hola, ¿qué es esto? –murmuro. –¿Una sorpresa? Adoro las
sorpresas.
Me encantan los suspiros que suelta cuando la toco. –¿Acaso… tú no tienes pelo
allá abajo?
–No, aunque me hiere que no hayas mirado –le digo con una sonrisa traviesa. –
Allí estaba yo, paseándome desnudo con la esperanza que me notaras y nunca viste.
–Se suponía que éramos amigos –me dice Fran. –Estaba haciendo lo posible por
ser tu amiga. Eso incluye no mirar.
–Nos prefiero así.
–Igual yo –vuelve a mirarme la boca y eso es suficiente para hacerme besarla
nuevamente con un gruñido, explorándola con besos mientras descubro si su coño
es como los demás o si es tan único y encantador como Fran.
Mis dedos resbalan entre sus pétalos y es cálida, suave, y húmeda. Jamás he
tocado algo parecido. La sensación de su carne contra la mía es adictiva y erótica. Los
dedos se me humedecen y puedo sentirla estremecerse con cada caricia. La acaricio
mientras la beso y siento que mi deseo por ella crece. Jamás me ha excitado tanto
tocar a una hembra.
Pero esta es Fran. Claro que es mejor que cualquier otra. Es a la que he estado
esperando.
Mientras la toco, rozo un pequeño bultito de carne cerca de su abertura y Fran
se sacude entre mis brazos, con un sorpresivo ruidito de placer. Me agarra la muñeca
y gime, cerrando los ojos.
¿Qué… fue eso?
Me congelo, pues al parecer la anatomía humana tiene sorpresas. –¿Te lastimé?
–No –suspira ella, jadeante. No aparta mi mano, solo la sujeta. –¿Acaso… tus
mujeres azules no tienen clítoris?
–¿Así se llama? –vuelvo a buscarlo con la yema de los dedos y al encontrarlo ella
vuelve a estremecerse contra mí.
–Es MUY sensible –me dice, jadeando. Su otra mano me aferra por la nuca y
puedo sentir como me aprieta.
Fascinante. –Y bien, ¿me detengo?
–Noooo.
Me rio ligeramente de la vehemencia de su respuesta. –Mi pobre pequeña
humana. Prometo dejar de tocar si es demasiado para ti.
Mi “dulce” humana se aferra a uno de mis cuernos y aprieta. –Si te detienes, no
te vuelvo a hablar.
–Eso es algo con lo que no puedo vivir –la vuelvo a acariciar, con suavidad y me
deleito al verla echar atrás la cabeza para gemir. Al parecer encontré un botón
mágico en el cuerpo de mi Fran.
Oh, esto será divertido. Puedo verlo.
La acaricio una y otra vez, estudiando sus reacciones atentamente. Le gusta más
cuando soy gentil, apenas rozándola con los dedos, pero no responde cuando hago
mucha presión. Describir círculos alrededor del bultito parece ser lo que mejor
funciona, ya que la tiene prácticamente trepando sobre mí.
No me detengo, incluso cuando gime mi nombre como una letanía, o cuando se
aferra a mi muñeca con una fuerza sorpresiva. No me aparta, eso lo entiendo, sino
que busca anclarse a algo y creo saber por qué.
Segundos más tarde, la escucho soltar un sollozo de sorpresa y siento como se
tensa todo su cuerpo. Dice mi nombre y aprieta los muslos alrededor de mi mano, y
puedo sentirla humedecerse cada vez más y más.
Me fascina por completo, y si ya no estuviera enamorado de ella, lo estaría
ahora. Me encanta que tenga mi mano atrapada contra su coño, como si fuese
demasiado pero no estuviese dispuesta a soltarme. Así que sigo acariciando su
clítoris, porque soy un sádico hijo de puta que quiere saber si puede hacerla acabar
inmediatamente otra vez. Jamás he visto a una hembra tan perdida en su propio
placer.
Y ella es mía.
Froto el pequeño clítoris hasta que ella se tensa alrededor de mi mano otra vez.
Esta vez me aparta, jadeando y yo quito la mano. Me fascina lo mojados que están
mis dedos, y no puedo evitarlo. Me los llevo a la boca para probar su sabor. Es fuerte
y delicioso y necesito más.
–Kivian –jadea ella, aferrada a mí mientras lamo mis dedos. –Estas determinado
a romper todas esas leyes ¿no?
–Jamás me ha gustado seguir las reglas –le digo seductoramente. –Acuéstate
para poder probarte otra vez, pequeña.
–No –me dice de pronto, asustándome. Fran mira mi rostro con sus ojos oscuros
y líquidos que parecen querer devorarme. –Yo quiero probarte a ti.
Oh, ¿cómo podría cualquier macho rechazar esa petición? –Soy todo tuyo,
pequeña.
Ella me sonríe antes de bajarse de mi regazo, arrodillándose frente a mí. Jala mi
ropa y frunce el ceño al notar que no se quita, por muchos nudos que desamarre. –
Eh, creo que será mejor que te quites la primera capa tu solo.
Me rio, poniéndome de pie. –Como quiera mi hembra –pienso por un momento
hacerme el duro y tomarme mi tiempo, pero soy ningún idiota, deseo su cálida y
fascinante boquita contra mi piel, probándome como me prometió. Así que me quito
rápidamente la ropa, dejándola caer al suelo y pateándola a un lado.
Ella me mira con ojos como platos. La manera en que mira mi pene me hace
dudar. –Los machos de tu especie… tienen pene, ¿verdad?
–No como ese –murmura ella, sin poder despegar los ojos de mi entrepierna.
Me miro mi equipo, pero todo me parece normal. –¿Cuál parte? No soy peludo
como tú –me sostengo las bolas, para demostrarle.
–Oh, Dios, nunca vuelvas a decir “peludo” –me dice, extendiéndome una mano
para que me acerque. –Kivian, te amo, pero tu pene me preocupa.
–¿De verdad? ¿Por qué? –me acerco para que haga conmigo lo que quiera,
aunque me preocupa su comentario. Quiero que mi Fran se emocione al tocarme, no
que se asuste.
Me acaricia las nalgas y me olvido momentáneamente de su preocupación al
sentir una oleada de placer causada por sus manos acariciando mis músculos. Gruño,
cerrando los ojos.
–Eres tan… grande –murmura.
–Me halagas –murmuro. –Es normal. Soy más grande que tú, pero creo que nos
acoplaremos bien de todas maneras.
–Esa no es la parte que me preocupa –ella acerca la cara, rozando mi muslo con
la yema de los dedos, como si fuera a tocarme finalmente…. pero no lo hace. –¿Qué
es esto? –roza mi espuela con la punta de un dedo.
Casi colapso al sentirla. No estaba preparado para lo bien que se sentiría. –Es mi
espuela. ¿Tus machos no tienen una?
–¿Para qué es?
–Para nada, imagino. Solo está allí, como mi cola. Quizás tuvo algún uso en el
pasado, pero ahora solo sirve para que pequeñas hembras humanas teman poner
sus labios sobre un macho mesakkah.
–Oh, no estoy asustada –me dice Fran, mirándome desafiante. –Solo me aseguro
de que no haya espinas escondidas.
–Nada de eso –le aseguro con voz ronca. –Nada escondido, lo prometo –puedo
sentir su jadeante respiración contra mi bajo vientre y mi pene, lo que me
desconcentra. Deseo suplicarle que se acerque, pero tiene que hacerlo en sus
propios términos.
–Es solo un enorme pito azul con estas callosidades, ¿no? –su voz es tan suave y
seductora que me hace tensar. Quiero agarrarla por el cabello cuando rodea mi
anchura con sus dedos, probándola. –Bueno, un enorme pito azul con espuela.
–La espuela no te lastimará.
–Lo sé –me dice, alzando la mirada para sonreírme traviesamente. –Es solo
sorprendente de ver. ¿Es sensible?
–No demasiado –le digo, pero entonces ella la roza con su dedos y las rodillas me
tiemblan. –Quizás… quizás un poco.
Fran se echa a reír y palmea la cama. –¿Necesitas recostarte mientras te toco?
–No, estoy bien –o por lo menos eso espero. Además, desde este ángulo puedo
verla arrodillada frente a mí, y es como cada sueño erótico que he tenido hasta
ahora. Siento que debería pellizcarme a ver si es cierto.
Pero entonces ella se inclina, rozando mi glande con su lengua y no puedo negar
que es de verdad. Nada de lo que puedo imaginarme se compara. –Fran…
–Dime si hago algo que no te gusta –me dice, besando la coronilla de mi pene.
–Me gusta todo –le aseguro, apretando las manos para contener las ansias de
agarrarla por el cabello. –Haz lo que quieras.
Ella me mira, sonriéndome con picardía mientras vuelve a rozar su lengua contra
mi pito.
Gruño, y ahora estoy jadeando tan fuerte como ella antes. Contemplo fascinado
como chupa la cabeza de mi pito antes de introducirme más profundamente en su
boca, frotando toda mi longitud con su lengua. Mi pito se folla su suculenta boca, y la
sensación de piel contra piel es mejor de lo que pude imaginar en mi vida.
Estoy seguro de que esto viola más leyes de las que he violado durante mis
treinta años de piratería. También estoy seguro de que no me importa. Lo daría todo
por un momento más de esto. Cuando gime al chuparme, puedo sentirlo hasta los
cuernos, y la rodeo con mi cola, desesperado a anclarla a mí de cualquier manera
posible.
Mi hembra. Mi Fran.
Es perfecta.
Le acaricio la mejilla mientras ella continúa lamiéndome y chupándome. Me
mira fijamente y jamás he visto algo tan hermoso. ¿Acaso creía que los humanos
eran raros? Claramente estaba loco, porque adoro la piel suave de Fran y sus
facciones delicadas. Amo sus cinco dedos y que no tenga cola. Me encanta su piel y
ese tono que tiene, parecido a una fruta que vi en un mercado cerca de casa. Amo
todo sobre ella, y lo que más amo es que es mía.
Acaricia mi espuela con una mano, enviando toques eléctricos por todo mi
cuerpo. Me tenso, a punto de perder el control. –No, pequeña –jadeo, a pesar de
que todos mis instintos me dicen que penetre su dulce boca hasta derramarme en
ella. Pero no esta vez. No durante nuestra primera vez junto. Quiero penetrarla
profundamente y mirarla a los ojos mientras la hago mía. –Quiero venirme dentro de
ti, y ya estoy muy cerca.
Ella asiente, con los ojos oscurecidos de pasión y cuando me inclino en la cama
junto a ella, me echa los brazos al cuello para besarme. Es tan adicta a ellos como yo.
Estar desnudo con ella ofrece un nuevo tipo de placer; su piel suave contra la mía,
sus pechos apretados contra mis pectorales. Le lamo los labios coquetamente
mientras mis manos vagan en caricias ligeras hasta llegar a sus nalgas. Es tan suave.
Me arruinó. Nada volverá a saber tan bien o a sentirse tan suave como mi Fran.
Le aprieto un muslo antes de apretarla contra mí, quitándole un mechón de la
frente con la cola. –¿Lista para mí, pequeña?
Ella se muerde el labio antes de asentir. –Te amo, Kivian.
Sus dulces palabras me llenan de un fiero placer. –Yo también te amo, Fran. Solo
lamento no habértelo dicho antes, porque entonces habríamos pasado tres semanas
haciendo el amor en lugar de jugar a los palillos –me inclino para mordisquear uno
de sus pezones erectos.
Fran se ríe, acariciando mi brazo y apretando mis bíceps. –Considéralo nuestro
juego previo. Además, ahora tenemos todo el tiempo del mundo para hacer el amor.
–Mmm –arrastro mi lengua alrededor de sus pezones y me encanto con cómo se
estremece. –Quizás tenga que romper algo para que podamos quedarnos una
semana más aquí y poder tenerte en mi cama.
–Creo que es una excelente idea –me responde ella, retorciéndose debajo de mí.
Me inclino a besarla nuevamente y ella me enrolla una pierna alrededor de la
cintura, abriendo las piernas para mí. Enrollo mi cola alrededor de uno de sus
talones, manteniéndola firme y empujo su otro muslo para acomodarme entre sus
piernas. Ella gime, ansiosamente acariciando mi pecho y brazos, como si no supiera
dónde tocar primero. Tomo una de sus manos y la atrapo contra el colchón mientras
que con mi mano libre guío mi pito a su interior.
Puedo sentir lo húmeda que está. Es increíble. Ella es increíble.
–Kivian –susurra, nuestras miradas encontrándose mientras la penetro con
suavidad.
–Estoy arruinado –le digo. –Me has arruinado.
Nada podría sentirse igual de intenso, de maravilloso, tan… profundamente
conectado. Es como si fuéramos uno y cuando empujo en su interior puedo ver, y
sentir, todo respecto a ella. Me fascina como entreabre los labios, como se le
estremecen las pestañas mientras la penetro. Como sus pezones rozan mi pecho
cuando me inclino.
Me toma un momento penetrarla por completo. Quiero ir despacio, asegurarse
de que pueda conmigo. Su coño es extraordinariamente apretado.
Pero cuando la penetro hasta el fondo, ella ahoga un grito de sorpresa,
apretando los pies contra mis caderas.
–¿Qué? –le pregunto, deteniéndome. –¿Qué sucede? –¿acaso le hice daño? Me
enferma pensarlo.
–La espuela –jadea.
¿La espuela?
Toco entre nuestros cuerpos y efectivamente, mi espuela calza perfectamente
contra su clítoris cuando la penetro por completo. –¿Te duele?
–Dios, no –me dice Fran. –Se siente increíble.
Me echo a reír. –Acabas de hacerme envejecer tres años.
–Entonces tendrías unos novecientos, ¿no? –me rio otra vez y ella gime. –
Cuando te ríes, puedo sentirlo por todo el cuerpo.
–Lo haré más seguido entonces –le digo, y va en serio. Me muevo con más
lentitud, y esta vez puedo sentir exactamente como se acopla mi espuela a su clítoris
y el ligero estremecimiento de placer que me deja claro que le gusta.
Bueno, eso y el grito que acaba de soltar, aparte de que volvió a agarrarme un
cuerno.
Confiado, vuelvo a penetrarla, buscando un ritmo lento y firme, con la intención
de hacerle el amor larga y lánguidamente a mi hembra.
Pero no funciona. Cada vez que la penetro ella ahoga un grito y aprieta,
haciéndome sentir los espasmos de placer en su interior. Se hacen cada vez más
difíciles de ignorar, evitándome encontrar un buen ritmo. Solo puedo seguir,
tratando de hacerlo lo mejor posible para los dos. Puedo sentirla tensarse mientras
la follo, y sus quejidos se hacen cada vez más agudos hasta que chilla en mis oídos,
aferrándose a mi espalda.
–Kiv –susurra. –Kiv. Kiv.
–Mi dulce Fran –le susurro al apartarle un mechón sudado de cabello de la
frente. Es tan hermosa en este momento. –Toda mía.
–Tuya –me promete, incluso mientras la penetro otra vez. Suelta un ruidito
ahogado, arqueando la espalda y con mi último empujón acaba ruidosamente.
Ahora puedo acabar yo. La follo con más fuerza, desesperado por alcanzar el
mismo placer que ella. Ella me murmura sucias promesas al oído mientras sus pechos
rebotan con cada empujón, y eso es suficiente para hacerme perder el control.
Gruño su nombre entre dientes mientras me derramo dentro de ella, soltando mi
esencia y reclamándola por completo para mí.
Fran es mía. Toda mía.
Colapso sobre ella, rodando inmediatamente para no aplastarla con mi peso, y
apretándola enseguida contra mí. Estamos sudados y pegajosos, pero no me
importa. Definitivamente se siente desvergonzado y degenerado, entonces ¿Por qué
no disfrutarlo? Nada de nuestra relación va a tono de la ley, ¿por qué empezar
ahora?
Acaricio el rostro de Fran mientras recupero el aliento. –¿Cómo estás, pequeña?
Ella me sonríe, maravillada. –Mejor que bien –se retuerce sobre mí, arrugando la
nariz. –Tu espuela aún me aprieta en los mejores lugares.
–¿Estás pensando en el round dos? Dale un minuto a un pirata.
Fran se echa a reír, dejándose caer sobre mi pecho y apretando la mejilla contra
mi corazón. –Solo tienes un minuto.
–Eres el alma de la generosidad, amor mío.
Ella sonríe, pero me mira con curiosidad. –¿De verdad ibas a llevarme de vuelta a
la Tierra? –al asentir, ella continúa. –¿Y esas otras chicas? Las otras esclavas humanas
que ibas a rescatar.
Se lo que pregunta realmente. No quiere sacrificarlas a cambio de su felicidad
tampoco. –Que no se te ocurran cosas raras, pequeña. Te quedarás conmigo. Con
respecto a las otras, podemos rescatarlas todavía. Dejaremos que decidan sus
destinos. Pueden probar suerte con nosotros, o quedarse en un sitio seguro que
reciba humanos… o podemos llevarlas a la Tierra.
–¿Y qué dirán los demás? –parece preocupada. –Alyvos detestará la idea.
–Alyvos se queja de todo, pero es el primero en ofrecerse a un trabajo peligroso.
Es un buen hombre. Irá con nosotros –le palmeo el brazo. –¿Y quién sabe? A lo mejor
le encontramos una amiguita humana. O quizás mi hermano necesite ayuda en su
granja.
La sonrisa que me dedica es lo mejor. –Suena como un buen plan.
Es cierto. –He estado pensando en visitar a mi hermano de todas maneras.
Epílogo

Fran
Meses después.

Chloe no es como me la imaginaba. Luego que Kivian me contara que su


hermano estaba casado con una humana y ambos vivían en un planeta agrícola
distante, me había imaginado a una gigantesca y musculosa rubia capaz de echarse
una cabra al hombro y lidiar con alguien tan enorme (y sobreprotector) como un
mesakkah. La chica frente a mí es delicada, de cabello oscuro y no puede ser mucho
mayor que yo.
También está enormemente emocionada por conocerme. –¡Kivian no nos dijo
que se había casado! –me rodea en un abrazo tipo pulpo, apretándome con fuerza. –
¡Estoy tan emocionada de conocerte! ¡Tengo tanto tiempo sin ver a otro humano!
–Yo igual –le respondo con sinceridad. No porque sea humana, hemos estado
ocupados rescatando humanos entre trabajos y me ha tocado ver bastantes; sino
porque es mi cuñada y está preñada con un bebé mitad mesakkah.
Es algo de lo que Kivian y yo hemos hablado. No estamos listos todavía; sobre
todo porque no hay espacio en la nave. Pero lo pensamos, y quiero hacerle todas las
preguntas posibles a Chloe. –Te traje algo. Espero te guste.
Se lleva una mano a la boca, con los ojos como platos. –¿Comida terrestre?
Hago una mueca. –No exactamente. Pero lo probé todo para asegurarme de que
tiene sabores familiares. Los antojos te deben estar matando. Sabes que si fuera por
Kiv, solo te traería esos fideos de desayuno que come como loco.
Chloe se ríe y junta las manos. –Eres muy detallista. ¡Gracias!
–Está en la nave. Iré a buscarlo –le sonrío, tratando de no mirar su pequeño
hogar. Parece como una primitiva cabaña humana, con tapices tejidos y cocina
básica. Está limpia y es bonita, pero no se parece a la nave.
–Voy contigo –dice Chloe, tomándome del brazo con cariño.
No puedo evitar reírme ante su entusiasmo. –Kivian me había dicho que eras
tímida y callada.
Ella vuelve a reírse. –Quizás debería pasar más tiempo aquí. Estoy segura que
Jutari no me describiría de esa manera.
Lo que es gracioso, porque al salir nos encontramos a los dos hermanos parados
junto a uno de los campos. Jutari señala sus cultivos que se bambolean gentilmente
con la brisa de Risda III mientras que Kivian los contempla con las manos en la
cintura. Es fácil diferenciarlos, por lo menos para mí. Tienen una actitud parecida,
pero solo uno lleva la camisa más fina y ornamentada de este lado de la galaxia. Mi
Kivian tiene debilidad por las cosas bonitas, aunque prefiera pretender que es solo
un frente. Lo conozco lo suficiente como para no meterme demasiado con eso.
Creo que es lindo.
Es interesante verlos uno junto al otro. Son del mismo tono de azul, de
musculatura parecida, aunque Jutari es más ancho de espaldas y tiene el cabello
largo. También tiene más tatuajes que mi Kivian y se ve más feroz. Me parece que
infunde más miedo, mientras que mi Kivian es un coqueto sin remedio.
–¿Se quedarán algo de tiempo? –me pregunta Chloe, sacándome de mis
pensamientos.
–Una semana, al menos –le respondo. –Kivian quería ayudar a Jutari con algunas
provisiones, y el resto de la tripulación está descansando en una estación cercana.
Seremos nosotros solos por un tiempo antes de irlos a buscar para marcharnos a otra
redada.
–¿Redada? –me pregunta mientras abordamos el Idiota.
–Mejor no preguntes –le digo de buen humor. –Así no te metes en problemas si
algo sale mal.
Ella abre mucho los ojos. –¿Piratería? ¿Kivian no cambió de profesión al casarse?
–No, y tampoco se lo pedí. Solo le pedí una pistola porque no quería quedarme
atrás.
Chloe se ve impresionada. –¿Los ayudas?
Asiento y la llevo a la zona de carga, dirigiéndome a mi lockers sellado personal,
donde tengo guardadas las golosinas para Chloe. Si no, Tarekh y su estómago
interminable se las habrían acabado. –Me agrada hacerlo. Además es emocionante
que jamás piensen que una hembra humana esté armada y peligrosa.
La verdad nos ha facilitado un par de trabajos. Me disfrazo de “mascota” con un
par de armas escondidas. Nadie sospecha nunca y debo admitir que la emoción de
ser pirata me es adictiva. Y no hay nada mejor como el sexo post-trabajo cumplido.
–Wow. Bueno, yo pensaba… pues, pensaba que se quedarían más tiempo.
Cuando escuché que Kivian se había casado, pensé que les gustaría asentarse aquí en
Risda. Comprar una granja cercana –me mira esperanzada.
Saco una caja de galletas trentii de mi lockers. Sabía que ella preguntaría. Kivian
me preguntó lo mismo antes de llegar acá. ¿Quería una vida más segura?
¿Asentarme como lo había hecho su hermano? ¿Tener una vida pacífica entre
cultivos y lo que aquí pasa por ganado?
Pero amo a mi pirata. Amo sus sonrisitas coquetas y tontas. Amo su
personalidad relajada. Amo como es capaz de estrechar la mano de alguien y robarle
hasta el último centavo al minuto siguiente. Es travieso y divertido y tiene un lado
secreto que ama la tela fina y la ropa ornamentada, logrando ser completamente
masculino y sexual a la vez. Amo que no le importe en absoluto lo que piensen los
demás… solo yo.
No le cambiaría nada. –Me casé con un pirata –le respondo simplemente. –No
creo que esta sea la vida para él.
Y no es la vida para mí tampoco. Mi vida es junto a Kivian, siendo su compañera.
Nos quedaremos un rato con Jutari y Chloe y luego regresaremos a las estrellas a
romper leyes y arriesgar nuestras vidas. Engañaremos a algún usurero para que nos
dé todo su dinero y le robaremos el cargamento para vendérselo a alguien más.
Entonces regresaremos a nuestro camarote para jugar a los palillos desnudos y
haremos el amor hasta el amanecer.
No cambiaría nada, porque ahora también soy un pirata. Soy más que la mascota
humana de Kivian. Soy su esposa y su amante. Soy su compañera.
Y estoy más que feliz por todo eso.

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