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LAS VIRTUDES SOCIALES DE LA FAMILIA

Pierpaolo Donati

Donati, P., Le virtù sociali della familia. Lectio doctoralis en la concesión del doctorado honoris causa al prof.
Pierpaolo Donati por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia,
Pontificia Universidad Lateranense. Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 2009.

1. El tema

La familia está bajo asedio, está en la tempestad, porque se le imputa del hecho de impedir el desarrollo
humano de la persona y además se le acusa de ser fuente de injusticias y discriminación social entre sexos y
generaciones. Brevemente, se niega que la familia tenga un rol social y público positivo. A la familia se le
reconoce el ser por excelencia la esfera de los afectos “privados”, porque estos afectos carecen de
relevancia social y pública. Se imputa al matrimonio, y por tanto a la familia, el hecho de “enclaustrar” a la
persona en relaciones particularistas y vinculantes que no favorecen la solidaridad social ni los
comportamientos prosociales. Parece que la familia no genere ninguna virtud, ni pública ni privada, sino solo
problemas sociales y vicios públicos.

Una difusa cultura de la negación y de la sospecha ve la familia como disfuncional para el desarrollo social.
En vez de ser considerada como el seminarium rei publicae y como la célula fundamental de una sociedad
buena y justa, la familia, al contrario, se juzga como un obstáculo al progreso social, a la difusión de los
derechos civiles, a la instauración de una sociedad democrática, abierta e igualitaria.

¿Cómo respondemos a estas tendencias culturales?

Es cierto que en la sociedad actual asistimos a una fuerte pérdida de virtud social, tanto en la esfera privada
como en la pública. Pero esta tendencia no se puede imputar solamente a la familia, sino a procesos de
modernización que han desviado el sentido y las funciones sociales de la familia. Se trata de aquellos
procesos que han privatizado la familia y han erosionado o anulado su rol de sujeto social. Es necesario re-
conocer (conocer ex novo) aquello que “es” y aquello que “hace” familia. Si conseguimos a ver los efectos
negativos, de disgregación social, que la privatización de las relaciones familiares comporta, podemos
observar a contraluz cuanto la familia, la auténtica, hace de virtuoso y positivo todos los días para remediar
desastres, malestares y patologías sociales.

En esta lectio no me limito simplemente a rebatir las acusaciones que se hacen a la familia. Propongo algo
más. Avanzo la tesis por la cual la familia no es solo el lugar en el que se cultivan las virtudes personales, sino
sobre todo es el operador social, primario e infungible, que transforma las virtudes personales en virtudes
sociales. La familia, basada en la plena reciprocidad entre sexos (matrimonio) y generaciones (transmisión
del patrimonio de civilidad adquirido), es el mayor recurso social que la sociedad pueda tener. Si una
sociedad determinada consume este recurso, o incluso lo pierde, va al encuentro de tantas y tales
dificultades que, a la larga, no podrá sobrevivir.
2. Es necesario distinguir entre virtud personal y social, y reconocer a la familia su propio valor social
añadido: ser capaz de producir virtud social.

¿Qué es la virtud? La entenderé simplemente como una disposición estable que tiene un sujeto a perseguir
el bien moral a pesar de las dificultades que pueda encontrar. La virtud se ejercita mediante deliberaciones
que siguen un modus vivendi inspirado en un fin éticamente bueno.

Virtuosa es la persona humana, que no el sujeto. Pero la virtud puede ser referida también a las relaciones
sociales, más en general a todo el sistema intencional de acción (está en una escuela, por ejemplo, respecto
de su proyecto educativo, lo está en un servicio sanitario respecto del modo de tratar a los pacientes).
Decimos que una relación es virtuosa si, de hecho, favorece la virtud personal que está en relación. Por
ejemplo, un matrimonio es virtuoso no porque los esposos estén enamorados (que obviamente es una cosa
buena), sino porque la relación que el matrimonio implica comporta el bien de los esposos: son felices
aquellos novios que no se casan principalmente porque están enamorados sino sobre todo porque miran el
bien de su relación esponsal y los bienes que se derivan de dicha relación.

El bien puede ser propio y/o ajeno, pero comúnmente no existe un bien “no relacional”, es decir un bien que
prescinda de la relación que el sujeto agente tiene con los otros significativos. El bien puede,
indudablemente, hacer referencia a criterios abstractos, pero en todo caso se debe contextualizar por
ser/llegar a ser concreto. El carácter concreto de un bien puede ser realizado solo dentro de un coro de
virtudes que se relacionan históricamente. Ninguna virtud nace y crece como una flor solitaria.

Es útil distinguir entre virtudes personales y sociales.

La distinción entre virtudes personales y sociales tiene un carácter relacional.

Las virtudes personales se refieren a la persona como tal, su centro de imputación es la conciencia
individual. Su fin es el perfeccionamiento de la persona, su plena humanización.

Las virtudes sociales se refieren a las relaciones entre las personas. Aunque el centro de imputación sea
siempre la conciencia personal, podemos aplicar el acto individual en cuanto que genera un bien relacional o
un mal relacional. Su fin es el perfeccionamiento de la vida social, que consiste en la producción de bienes
relacionales, que son los bienes comunes, la justicia, la solidaridad, la subsidiariedad, la paz.

Las virtudes sociales son aquellos modos de vivir según el bien moral que surge en las relaciones con los
otros. Son modos de relacionarse con los otros. Los otros pueden ser personas con quienes tengamos
vínculos particulares y recíprocos, o pueden ser personas extrañas, es decir “el otro generalizado”.

Las virtudes personales llevan a la felicidad personal, las virtudes sociales llevan a la felicidad pública, de la
comunidad civil y política. Es evidente que una felicidad depende de la otra. LA felicidad personal no puede
minusvalorar a la pública, aquella que se aplica a las relaciones no familiares. Dado que la familia no puede
ser una isla, la felicidad personal puede disfrutarse de manera plena en un contexto relacional feliz, y
viceversa. Es necesario todavía poner en relevancia, tanto al continuidad como la discontinuidad éntrela
felicidad personal y la felicidad social.

Las virtudes personales ponen en cuestión la reflexividad de la conciencia personal y de su conversación


interior. Las virtudes sociales ponen en cuestión la reflexividad de las relaciones sociales en cuanto
actuación de las personas y/o de otros sujetos sociales. Existe de hecho “personas sociales”, en el caso que
Tomás de Aquino llamaba persona moralis. La familia es precisamente una de estas, es una “persona moral”,
y por este motivo es razonablemente sensato imputar la virtud a la familia como tal.

Las relaciones familiares son virtuosas cuando distinguen el amor auténtico del amor no auténtico. El amor
auténtico es oblativo y abierto al misterio, el no auténtico es posesivo y mágico. La familia es la primera
escuela del amor auténtico porque es naturaliter el lugar primario (el paradigma) del don, a partir del don
de la vida.

Debemos saber ver la virtud social de la familia en cuanto distinta de las virtudes personales. Muchos ven las
virtudes humanas (capital social) que una buena familia puede generar cuando tiene hijos sanos,
inteligentes, honestos y dotados de espíritu religioso. Pero no ven las virtudes sociales que la familia puede
generar. Piensan las virtudes sociales como un reflejo de las virtudes personales. El punto es que no son de
hecho un “reflejo”, y mucho menos automático. Los padres no son a menudo conscientes, a causa de que la
sociedad no le ayuda a ver estas relaciones, incluso hace de todo para inmunizar a los individuos de estas
relaciones. No la ve en la escuela, ni en el mercado de trabajo, y mucho menos en la política.

Las virtudes sociales se colocan sobre las virtudes personales, convergiendo con ellas, pero están en otro
plano. Los dos órdenes de realidad están entrelazadas, pero sus conexiones no lo están por descontado.
Padre y madre pueden ser dos personas estupendas consideradas individualmente, pero no se dice, por esa
razón, que el clima familiar sea eficaz en la educación de los hijos. A menudo los hijos abandonan las
virtudes de los padres. ¿Por qué sucede esto? La razón está en que la socialización de los hijos no depende
de los progenitores singulares, sino de cómo los dos progenitores viven en la práctica su relación: el hijo
observa y decide su modo de vida en cuanto se regula desde las relaciones entre sus padres, no en base a lo
que cada uno de ellos dice. En esta situación constatamos el hecho de que la familia educadora es una
relación, no un agregado de individuos.

Ambos tipos de virtudes, personales y sociales, se forman a través de relaciones. La familia es una relación
particular que, mientras custodia todas las virtudes, ni aparta ni exalta ninguna en modo particular. La
riqueza de las naciones, de todas, no está en los bienes materiales, ni en el PIB producido, sino en la calidad
de las relaciones humanas, en cuyo centro está la familia.

3. ¿Cuáles son las virtudes sociales que dependen de la familia?

Si intentamos explicitar cuánta y cuáles son las virtudes sociales que provienen de una auténtica vida
familiar, la respuesta no es sencilla. Hay que plantear una premisa. La dificultad de enumerar las virtudes no
está en el observador. Está en quela naturaleza misma de las relaciones familiares no permiten reducir las
virtudes sociales que ella genera a un número discreto, limitado, por así decirlo, “especializado” de virtudes.
Quien ha probado siempre ha sido desmentido, tarde o temprano.

Las virtudes que nacen de la relación familiar no se dejan encuadrar en un elenco porque ésta abarca la
totalidad de la vida de la persona. La sociología expresa esta realidad diciendo que la familia es el único lugar
de la sociedad donde la persona se considera en su integridad o totalidad. No hay otro lugar que dispute a la
familia esta realidad y sea legitimado.

Es necesario, por tanto, llegar al sentido profundo, que, en la familia y solo en ella, acumula todas las
virtudes. Este sentido, que impide atribuir a la familia un número limitado y discreto de virtudes (o
funciones), reclama del carácter supra-funcional de la familia, cuya naturaleza es la de ser un hecho social
total que envuelve todos los niveles de la existencia humana. La familia, de hecho, es el único lugar de la
sociedad donde la persona se considera en su totalidad. Si por tanto, es la familia la que abraza todas las
dimensiones de la vida humana, es ella el lugar donde se forman, o no se forman o incluso se desvían, todas
las virtudes, las personales y las sociales juntas, las privadas y las públicas.

Yo traduzco este dato empírico en la afirmación según la cual la familia es la relación más suprafuncional que
existe en la sociedad. Es precisamente este hecho el que la distingue de todas las otras formas de relación,
incluso de las formas primarias de amistad y mutualidad en las que la persona es indudablemente
considerada y apreciada como tal, y no solo en un aspecto o rol funcional, pero nunca completamente en
todos los aspectos de su vida. La mera convivencia se distingue de la familia simplemente porque los
convivientes mantienen la “reserva” recíproca, y no empeñan su futuro con la totalidad de su persona. En
estas formas parafamiliares, o como decimos comúnmente no familiares, de vida en común falta lo propio
de la suprafuncionalidad de las relaciones interpersonales, las cuales se limitan a la esfera de las
gratificaciones individuales, sin una verdadera y propia responsabilidad social.

Brevemente, la familia genera virtudes sociales porque el carácter suprafuncional de la familia implica todo
el coro de virtudes, personales y sociales. Este “coro” no se configura según el caso concreto, sino que está
ordenado y articulado: se construye sobre una virtud de la cual dependen todas las restantes, y esta virtud
es el amor (el primado del don) porque ésta es la virtud según la categoría relacional de la totalidad.

Si miramos el coro de las virtudes, no solo las “grandes” –las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y las
cardinales (Prudencia, fortaleza, justicia, templanza)-, sino toda la multitud de “pequeñas” virtudes de la vida
cotidiana (orden, puntualidad, laboriosidad, atención al otro, disponibilidad a la escucha, sinceridad,
gratitud, reconocimiento, etc.), vemos que la base humana de tales virtudes reside en el humus de una vida
familiar en la que cada uno se orienta al Otro de cierto modo, lo que llamamos “familiar”. La virtud no se
aplica necesariamente a grandes cosas, impactantes, a eventos extraordinarios y portentosos, sino y sobre
todo a cosas “pequeñas”, a las pequeñas dificultades, desilusiones, contradicciones de la vida cotidiana.

La relación familiar genera un clima caracterizado por la confianza, la cooperación, la reciprocidad, dentro
del que crecen las virtudes personales y sociales. Sin el clima propio de la familia, las virtudes personales y
sociales resultan más difíciles, y a veces imposibles, de aprender y poner en práctica.

Cuando la confianza, la cooperación y la reciprocidad están estrechamente ligadas entre sí y crecen juntas, la
familia se convierte en escuela de fraternidad. Se ve en el juego de quien prepara la mesa, en quien limpia u
ordena la habitación, en quien lava los platos: si un miembro de la familia se siente siempre en crédito
respecto a los otros, quiere decir que en las relaciones familiares no hay virtud social; la virtud social se da
cuando cada miembro se siente siempre en deuda de hacerlo primero y sin reservas hacia el otro.

Podemos resumir el cuadro de las virtudes sociales inherentes a la vida familiar y que derivan de ella
diciendo que la vida familiar educa la generosidad a través del prójimo, lleva al reconocimiento del Otro,
estimula las virtudes que tienen que ver con la capacidad de perseguir un proyecto sensato junto con los
otros, exige un continuo entrenamiento en la virtud que sirve como medio para realizar los fines de la vida
(como la paciencia, la constancia, el justo cálculo en el uso de los recursos, etc. en cuanto requieren de la
interacción familiar).
Vivir en las relaciones familiares significa aceptar todos los días el desafío de descubrir que estos
comportamientos son necesarios para ser felices. Pueden ser refutados, se puede tratar de evitarlos, o de
evadirlos, pero eso no dala misma felicidad. Estar en familia quiere decir descubrir que “somos aquello que
nos importa”. Implica descubrir que nuestros comportamientos revelan nuestras atenciones fundamentales
y que no podemos huir de las responsabilidades que se derivan.

En la familia valen normas que no existen en otro lugar, porque en familia “no se puede no responder” y “no
se puede no comunicar”. Cualquier gesto siempre es percibido por los otros como una comunicación,
aunque aquel que lleva a cabo el gesto no tuviera esa intención. Estas son las normas propias de la familia.
Ella educa de modo especial el aprendizaje de la interacción humana. Son normas vinculantes cuyo sentido
no descansa en la represión de la persona, sino en abrirla al Otro distinto de sí con un sentido de
responsabilidad y atención sin reservas.

La diferencia cristiana está en el añadir “otra cosa” más a esta base humana. En la familia cristiana la
reciprocidad resulta en fraternidad, en el sentido de quela norma de la reciprocidad da como resultado el
amor vivido como virtud, tanto social como personal, que actualiza la copresencia, sin confusión, de eros,
philia y agape.

4. La virtud como hábito y como reflexividad.

La filosofía moral clásica, desde Aristóteles, siempre ha considerado la virtud como hábito. No hay duda de
que esta visión mantiene su validez. Pero los procesos de modernización hacen siempre menos probable una
educación concebida como fruto de una simple repetición de actos buenos orientados a consolidar en la
persona una predisposición permanente al bien. Confiar solo en este modo de entender la virtud lleva a
crecientes desilusiones y fracasos. Esto es debido al hecho de que el hábito debe ser siempre sostenido por
esa actividad que llamamos reflexividad.

La reflexividad humana es el diálogo o conversación interior de la cual la persona y la familia tienen siempre
necesidad para aprender y vivir la virtud que llevan a la vida feliz, tanto personal como social.

Esta cualidad se manifiesta de modo particular en la familia donde hay miembros débiles o discapacitados,
porque se activan exigencias especiales de gestión de las personas con dificultades. Estas familias desarrollas
unas virtudes “especiales” que podemos llamar de capacitación (empowermwnt) y de resiliencia (resilience).
La virtud de la capacitación consiste en desarrollar la capacidad, que la familia tiene en potencia, de crecer
en la consciencia de sí y de sus propias capacidades de organización y determinación ene l actuar como
grupo de sostenimiento para las personas con dificultades. La virtud de la resiliencia es aquella fuerza
espiritual y práctica que permite a la misma familia con discapacidad de salir reforzada y más motivada
frente a las adversidades que la asedian, a través de procesos de resistencia activa que transforman el
evento negativo, teóricamente paralizante, en una fuerza propulsiva y propositiva que supera los confines
familiares y se vuelve hacia la sociedad circundante. De tales virtudes se derivan las “ventajas sociales” que
la familia con discapacitados ofrece a la sociedad: el empeño que la familia pone en la rehabilitación e
inclusión social de la persona con dificultades en todas las esferas sociales, de la escuela al trabajo, significa
creer en la posibilidad de recuperación social de los más débiles y marginados; en particular, la asistencia
domiciliaria para los discapacitados más graves pone en marcha las virtudes potenciales que los miembros
de la familia tienen de ser sujetos de cuidado (care) que se deben dar a cada uno en función de sus
necesidades específicas.

Otro ejemplo de la familia particularmente “reflexiva” que genera beneficios para toda la sociedad es el de la
familias adoptantes y de la familias de acogida.

El hecho de que la sociedad globalizada requiera cada vez menos del hábito y una necesidad siempre mayor
de la reflexividad, sea personal (en la conversación interior) sea social (en las relaciones), hace más evidente
el múltiple rol de mediación que la familia está llamada a desempeñar en el florecimiento de las virtudes
sociales y personales.

5. Para concluir.

En la familia permanece la fuerza vital de la sociedad que es portadora de futuro. La razón de esto es simple:
es de la familia de donde proviene el capital humano, espiritual y social primario de la sociedad. El capital
civil de la sociedad se genera propiamente en la virtud única e insustituible de la familia. La sociedad
globalizada podrá encontrar un futuro de civilidad en la medida en que sea capaz de promover una cultura
de la familia que la repiense como nexo vital entre la felicidad privada y la felicidad pública. La investigación
empírica muestra que la familia es siempre más y más, y nunca menos y menos, el factor decisivo para el
bienestar material y espiritual de las personas. En estas dinámicas podemos entender porqué y cómo la
familia alimenta las virtudes personales y sociales, que llevan a la felicidad a una sociedad.

Necesitamos una nueva cultura de la familia. Para que las familias puedan desarrollar sus competencias, y
crear confianza social, es necesario que goce de sus propios derechos. Tales derechos la resguardan como
grupo y como institución social, es decir como relación intersubjetiva y como institución de sentido. En la
práctica, esto significa reconocer el derecho de ciudadanía de la familia. La familia es un sujeto social que
tiene un complejo propio de derechos-deberes en la comunidad política y civil en razón de la mediación
insustituible que de hecho ejerce.

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