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)f.6'"d7Y~C~
SIMONE DE
BEAUVOIR
OBRAS
COMPLETAS
Prólogo de
J. L. SU AR EZ

TOMOI
LA INVITADA / LA SANGRE DE LOS OTROS
TQ)OS LOS HOMBRES SON MORTALES
LAS BOCAS INUTILES

BIBLIOTECA UCM

1111111111111
5305510308

AGUILAR
biblioteca de autores modernos
asesor arturo del hoyo

edición española
© aguilar s a de ediciones 1972 1978 juan bravo 38 madrid
depósito legal m 3879/1978
segunda edición 1978 e
1s0N 84-03-04988-9 (obra completa)
ISBN 8~-04121!:-4 Ctomo 1)
printéd1ñ spain impreso en españa por gráficas halar s 1
andrés de la cuerda 4 madrid

edición original
© simone de beauvoir 1943 1944 1947 1945 respectivamente
l'invitée traducción de juan garcía-puente
le sang des autres traducción de luis hernández alfonso
tous les hommes sont mortels traducción de boris bureba
les bouches inutiles traducción de juan gómez casas
editions gallimard paris
PROLOGO
A MI MADRE
PERSONAJES

Lou1s D'AVESNES ..................... . Lucien Blondeau


JACQUES VAN DER WELDE .......... . Roger Bontemps
FRANl;OIS RoseoURG ................ . Georges Vitsori
JEAN-PIERRE GAUIBIBR ............. . lean Berger
GEORGES o'AVESNES, hijo de Louis Jean-Roger Caussimon
El CAPITÁN .... ' ............... ''' ..... ' X.X.
El JEFE DE LAS OBRAS ............. . X. X.
CATHERINE, mujer de Louis ....... . Jacqueline Morane
CLARICE, hija de ambos ............. . Oiga Dominique
JEANNE ................................... . Marise-Manuel
Mujeres del pueblo, Soldados, Albañiles, Fabricantes de tejido~.
Diputados, gente del pueblo

La escena se desarrolla en el siglo XIV, en Vaucelles. ciudad de


Flandes

Esta obra fue representada por primera vez en noviembre de 1945,


y puesta en escena por Michel Vitold, en el Théátf'e
des Carrefours
ACTO PRIMERO

CUADRO I

Un puesto de guardia bajo las fortificaciones de Vaucelles,


al pie de una torre

Tres SOLDADOS alrededor de un fuego

SOLDADO l.º-¡Qué frío!


SOLDADO 2.º-Tengo hambre. ¿Tardará mucho en tocar
el Angelus?
SOLDADO 1.°-Cuando se ha comido es aún peor. Se si-
gue teniendo hambre, pero ya no se espera nada.
SOLDADO 2.º-Si al menos ocurriera alguna cosa, eso
distraería.
(llega una MUJER acompañada por un niño y se
acerca al muro.)
SOLDADO 3.º-Estamos aquí, sin movernos. Los borgo-
ñones tampoco se mueven. ¡ Este sitio dura ya un año!
Esto no va a terminar nunca.
SOi.DADO !.º-Terminará. No se puede vivir largo tiem-
po con hierba y salvado.
(Un CENTINELA baja del recinto fortificado empu-
jando ante sí a JEAN-PIERRE GAUTHIER.)
CENTINELA.-¿Dónde está el capitán? Hemos captura-
do a un espía borgoñón.
GAUTHIER.-El espía soy yo.
SOLDADO 3.º-¡ Gauthier!
SOLDADO 2.º-¡ Es Jean-Pierre Gauthier!

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GAU'IlUER.- ¡ Me alegro infinito de veros! Hacía frío
de veras en ese foso. Dadme en seguida una sopa bien
caliente.
SOLDADO l.º-Ven a sentarte junto al fuego. Estás ate-
rido.
CENTINELA.-Quiero entregar este hombre al capitán.
SoLDADO l.º-¿No se te ha dicho que es Gauthier?
CENTINELA.-Nadie tiene derecho a franquear los muros.
SOLDADO 3.º-Cabeza de mulo.
SOLDADO 2.º-Bien. Voy a buscar al capitán.
(Entra en la torre. Llega una ANCIANA y se sitúa
junto a la MUJER l.")
SOLDADO l.°-¿Has visto al rey de Francia?
SOLDADO 2.º-¿Cuándo vendrá a combatir al duque?
GAUTHIER.-Eso se lo diré al señor D'Avesnes. Servid-
me sopa.
SOLDADO l.°-El caso es que ... no tenemos sopa.
GAUTHIER.-Dadme cualquier cosa que pueda tomarse
con un buen trago de vino.
(Los SOLDADOS se miran, incómC1dos.)
SOLDADO 2.º-No tenemos vino.
CENTJNELA.-Pero ¿de dónde llega este?
SOi.DADO l.º-Hay que esperar al Angelus.
GAUTHIER.-¡Cómo! ¿No hay nada que comer aquí?
¿Nada que beber?
CENTINELA.-No comprende nada.
SOLDADO l.º-Dos veces por día nos dan salvado her-
vido y pan hecho de hojas secas.
(Pasan dos MUJERES, que se reúnen con las ante-
riores.)
GAUTHIER.-¿A ese extremo hemos llegado?
SOi.DADO 2.º-Sí, convendría que el rey de Francia se
apresurase.
GAUTHIER.-¿Qué hacen esas mujeres?
SOLDADO 2.º-Vienen todos los días a mendigar algo
de comida. ¡Ah! Me desagrada verlas. (Se vuelve de es-
paldas.)
CAPITÁN.-Efectivamente, es Gauthier. (Al CENTINELA.)

1168
Ve a prevenir al señor D'Avesnes. (El CENTINELA sale.)
¿Conseguiste entrar sin excesiva dificultad 7
JEAN-PIERRE.-No fue difícil atravesar el campo borgo-
ñón, pero nuestra ciudad está bien guardada.
CAPITÁN.-¿Qué se dice de nosotros en París?
GAUTHIER.-Los burgueses nos admiran, pero carece-
rían de audacia para prescindir de su rey y gobernarse
a sí mismos. Son demasiado aturdidos y demasiado pru-
dentes.
CAPITÁN.-¡Ah! Lo que hemos hecho aquí no todo el
mundo es capaz de hacerlo.
SOLDADO 3.º-Para esto había que ser audaces. Si hu-
biéramos fracasado, nos hubieran colgado a todos.
SOLDADO 2.º-¡En cambio, lo fue el bailía del duque!
(Ríen.) ¡Qué hermosa jornada!
GAUTHIER.- ¡ Conoceremos otras tan hermosas como
aquella!
SOLDADO 2.º-¿Lo crees así?
SOLDADO !.º-¿Llegaremos algún día al fin de nuestras
tribulaciones?
GAUTHIER.-Sí, ese día llegará. Pronto seremos hom-
bres libres y felices. Trabajaremos para nosotros, vivire-
mos para nosotros.
CAPITÁN.-Las demás ciudades envidiarán nuestro des-
tino. Daremos al mundo un gran ejemplo. Tened con-
fianza: no habremos sufrido en balde.
SOLDADO !.º-Si no se confiara, no se podría soportar
lo que se soporta.
(Entra Loms D'AvESNES. GAUTIUER va a su en-
cuentro. El CAPITÁN se retira.)
GAUTHIER.-¡Maestre D'Avesnes! Ya veis que no he
perdido el tiempo.
Loms.-Es cierto. Has ido deprisa. ¿ Qué noticias hay?
GAUTHIER.-EI rey de Francia vendrá en nuestro so-
corro. Ha dicho: "Tengo en ello tanto interés como vos-
otros." Mas no llegará hasta la primavera.
Loms.- ¡ Hasta la primavera!
GAUlHIER.-Ante todo necesita arrojar a los borgoño-

1169
nes de sus dominios. Y su ejército no puede hacer en
invierno este largo viaje: no hallarían ni abastecimientos
ni forraje.
Lours.- ¡ Hasta la primavera!
( Resuena el Angelus. Dos CANTINEROS traen ww
gaveta de sopa y un cesto con pan. Empiezan a ser-
vir a los SOLDADOS. Las MUJERES se les acercan.)
MUJER l.&-¡Por compasión! ¡Un poco de sopa para
mi pequeño, que muere de inanición!
ANCIANA l.ª-¡Por compasión! ¡Un pequeño trozo d(•
pan!
(Uno de los CANTINEROS toma un pan, y V<tcila.J
MUJER 3.ª-No he comido desde hace tres días.
SOLDADO 2.º-Estás loco. Es nuestro pan.
SOLDADO l.º-¿ Crees que nuestra ración es tan gl·m••
rosa?
(Las MUJERES empiezan a llorar.)
MUJER 3.ª-¡Tengo hambre! ¡Tengo tanta hambre!
(Los SOLDADOS comen sin mirarlas, con expresi,l11
hosca.)
GAUTHIER.-¿Las dejaréis morir de hambre? (Sile11d11.
Los SOLDADOS siguen comiendo.) Camaradas, ¿ tanto se•
han endurecido vuestros corazones?
Lours.-(Acercándose.) Déjalos. No tienen bastante t·o11
lo que reciben.
GAUTHIER.-¿ Qué puede hacerse por estas mujerl'S l
Lours.-Nada.

CUADRO II

Al pie de la atalaya en construcción. Plaza en que las ticmln·,


aparecen cerradas. Ruido de martillos y sierras. Algunos Ohrc1 "'
trabajan. En un rincón, frente a la sede del Ayuntamiento. 11111
jeres. niños y ancianos guardan cola con recipientes en la mano

ANCIANA U-¿Qué estás comiendo?


ANCIANA 2.ª-Está comiendo.
ANCIANA 3.ª-¿Qué come?

1170
ANCIANA 4.ª-¿Qué sucede?
ANCIANA 5.ª-Mathieu está comiendo.
MATHIEU.-Es paja.
ANCIANA l.ª-¿Dónde has encontrado paja?
(Pasan JEANNE y }EAN-PIERRE.)
JEANNE.-¿Has visto cómo ha crecido la atalaya desde
tu partida?
}EAN-PIERRE,-Cierto. Pero ¡ qué delgada y pálida es-
tás, hermanita!
JEANNE.-¿Estoy pálida? No me siento enferma. ¿Has
comido pan blanco en París?
JEAN-PIERRE.-Sí, pan blanco. ¿ Qué espera aquí esta
gente?
JEANNE.-Distribuyen cada día algo de comida a los
menesterosos.
JEAN-PIERRE.-¡Hierbas secas! ¡Y esperan por espacio
de horas! (Pausa.) Cuando dejé Vaucelles había todavía
niños que jugaban en las calles, y en ocasiones una mu-
jer cantaba.
JEANNE.-Han pasado tres meses.
JEAN-PIERRE.- ¡ Tres siglos! ¡Ah! Quisiera huir lejos
de aquí: desde que he franqueado vuestros muros, cada
bocanada de aire que respiro tiene un regusto de remor-
dimiento. Sin embargo, nada de cuanto sucede es culpa
mía.
JEANNE.-No te atormentes.
JEAN-PIERRE.-Todas las miradas que me salen al en-
cuentro parecen reproches u oraciones. Ya no hay más
que mendigos en esta ciudad. Yo nunca he pedido nada
a nadie. Quisiera que me dejaran en paz, en paz con-
migo mismo.
JEANNE.-Descuida, te acostumbrarás.
}EAN-PIERRE.-¿Lo crees así? ¡ Qué admirable resul-
taba galopar solitario por los caminos! (Pausa.) ¿ Cómo
está Clarice?
JEANNE.-Desabrida.
JEAN-PIERRE.-¿ Y Georges?
JEANNE.-Ya le conoces.

1171
JEAN-PIERRE.-Dímelo francamente: ¿Le amas?
JEANNE.-¿Es necesario que le ame?
(Entra CtARICE corriendo, ve a JEAN-PIERRE, se
detiene y at)anza con expresión indiferente.)
JEAN-PIERRE.-¡ Clarice !
CtARICE.-Buenos días, Jean-Pierre.
JEAN-PIERRE.-¿Me buscabas?
CtARICE.-No, me estaba paseando.
JEAN-PIERRE.-Me hace feliz el verte.
CtARICE.-¿De verdad?
JEAN-PIERRE.-¿Lo dudas? Desde que he franqueado
estas fortificaciones no deseaba otra cosa. (El toma SIi.\
manos. Se miran.)
CLARICE.-Desde que has franqueado estas fortificacio-
nes ... ¿Has pensado en mí estos tres meses?
JEAN-PIERRE.-Con frecuencia.
CLARICE.-Pero ¿no me echabas de menos?
JEAN-PIERRE.-¿Por qué había de hacerlo? Me b:ista-
ba saber que en alguna parte del mundo existían eso!-.
ojos azules, esa sonrisa.
CtARlCE.---{Separándose.) Yo no he pensado en ti. Nun-
ca pienso en los muertos ni en los ausentes. No me gustan
los espectros.
JEAN-PIERRE.-Ya no soy un espectro. (Hace ade111,í11
de avanzar. Ella retrocede.) ¿Por qué te alejas de mí?
CLARICE.-Durante tres meses hemos vivido como ex-
traños, y no hemos sufrido por ello. ¿ Qué objeto tie1ll'
volvernos a ver?
JEAN-PIERRE.-Es bueno que no hayamos sufrido. Si
tu ausencia crease en mí un vacío; si mi imagen te ta-
pase el mundo, entonces es cuando no deberíamos volv1.•r
a vernos.
CLARICE.-Tienes razón. Odio el sufrimiento.
JEAN-PIERRE.---{Tomándola en los brazos.) Estás aquí,
te veo, te respiro: no hay nada más que desear. Me han·
feliz que no hayas pensado en mí.
CLARICE.-¿Eso te hace feliz?

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LAS BOCAS INUTILES
(Les bouches inutiles)

COMEDIA EN DOS ACTOS Y OCHO CUADROS

TRADUCCION DEL FRANCES POR


JUAN GOMEZ CASAS
JEAN-PIERRE.-¡Ah! Si pensase que por mi culpa esos
ojos pudieran ensuciarse de lágrimas ...
CLARICE.-¿ Qué harías?
JEAN-PIERRE.-Me asfixiaría a tu lado, como me asfixio
en esta ciudad.
CLARICE.-{Después de una pausa.) ¿Por qué has
vuelto?
JEAN-PIERRE.-Me había marchado para volver.
CLARICE.-Yo no hubiera vuelto.
JEAN-PIERRE.-¿Habrías olvidado tu ciudad?
CLARICE.-Lo habría olvidado todo. Habría vivido sola
y libre. Habría vivido.
JEAN-PIERRE.-¿ Y no habrías pensado en mí jamás?
CLARICE.-Acaso hubiera pensado que en algún lugar
del mundo existían esos ojos verdes, esa sonrisa. (JEAN-
PIERRE la mira en silencio, sonriendo.) ¿Por qué me mi-
ras de ese modo?
JEAN-PIERRE.-Me gustas, Clarice. Eres auténtica, pura
y solitaria.
CLARICE.-{Con un impulso.) ¡ Jean-Pierre! ...
JEAN-PIERRE.-{lnquieto y conmovido.) ¿Qué quieres?
CLARICE.-No temas. No deseo nada. Había olvidado
decirte que mi padre necesita hablarte lo antes posible.
Puede que esté en casa aún. Ve en seguida.
JEAN-PIERRE.-¿No vienes conmigo?
CLARICE.-Es preferible que no nos vea juntos.
JEAN-PIERRE.-Hasta la noche, mi bello y negro dia-
mante. (Sale, y ella le sigue con los oios.)
CLARICE.- ¡Imbécil! ¡Ciego! (Se sienta en un ángulo
de la escena y permanece inmóvil. Dos ALBAÑILES llevan
una piedra.)
ALBAÑIL l.º-Esto no avanza.
ALBAÑIL 2.º-Me siento débil como una mujer.
ALBAÑIL l.º-Echame una mano. No puedo levantar
esta piedra. No me quedan músculos.
ALBAÑIL 2.º-¿ Cómo quieren que trabajemos con solo
esa pasta de hierbas en el estómago?

1173
JEFE DE OBRAS.--No tenéis más que decir una palabra:
el Consejo hará suspender los trabajos.
ALBAÑIL l.º-¿ Y qué ganaremos con pasearnos con las
manos vacías y el hambre en las entrañas, en esta ciudad
donde ya no queda para tejer ni una brizna de lana?
ALBAÑIL 2.º-Sería insólito que la atalaya no estuviera
terminada para la visita del rey de Francia.
JEFE.-Entonces, dejad de quejaros.
ALBAÑIL l.º-No nos quejamos. Decíamos que haría-
mos mejor obra si estuviéramos mejor alimentados.
MUJER l.ª:__No se apresuran.
ANCIANO !.º-Jamás lo hacen.
N1Ño.-Mamá, me aburro. ¿No puedo ir a jugar?
MUJER 2.ª-No, hijo mío; debes estar aquí cuando dis-
tribuyan el pan.
N1Ño.-Me aburro.
MUJER 2.ª-Sé bueno. Dentro de muy poco podrás ver
pasar a los diputados de las tres artes con sus bellos es-
tandartes borbados.
ANCIANO l."-Me gustaría mucho saber lo que van a
decidir.
ANCIANO 2.º-Sin duda, van a disminuir más aún las
raciones.
( Entra JACQUES VAN DER WELDE. CLARICE se da
cuenta de ello y se levanta para marcharse.)
JACQUEs.-¿Os hago huir?
CLARICE.-Debo volver a casa.
}ACQUEs.-¿Sin concederme la merced de un rato dl•
charla?
CLARICE.-Si lo deseáis.
(Silenci, ,.)
JACQUEs.-¿ Conocéis la noticia?
CLARICE.-¿ Qué noticia?
JACQUEs.-EI rey de Francia ha prometido acudir en
nuestra ayuda para la primavera.
CLARICE.-Sí, ya lo sé. (Se echa bruscamente a reír.)
¡ Para la primavera! Entonces hará mucho tiempo q m·

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todos habremos muerto. Sé que no quedan en los gra-
neros sino víveres para seis semanas escasas.
J ACQUEs.-El Consejo va a reunirse dentro de un ins-
tante. Tomaremos medidas.
CLARICE.-¿Puede hacer crecer trigo sobre el empedra-
do? ¿ Qué va a decidir?
JACQUEs.-¿Cómo podría yo saberlo?
CLARICE.-Sois un hombre sin ambición, Jacques Van
der Welde. Si yo estuviese en vuestro lugar, o en el de
mi padre, no permitiría que treinta artesanos me dictasen
la ley.
JACQUES.-Hemos derrocado al duque para que Vau-
celles sea libre. (Pausa.) Pronto tendremos la más her-
mosa atalaya de toda Flandes.
CLARICE.-Esas piedras me enojan.
JACQUEs.-También yo temo enojaros. (Pausa.) Clari-
ce, ¿ no me amaréis nunca?
CLARICE.-No creo en el amor.
JACQUEs.-Si consintierais, yo sabría amaros.
CLARICE.-Me tomaríais en vuestros brazos, me estre-
charíais sobre vuestro corazón sonriendo con vuestros
grandes ojos verdes, y luego partiríais hacia vuestros pla-
ceres.
JACQUEs.-Mis ojos son grises.
C1.ARICE.-¡ Grises! (Ríe.) Eso nada cambia.
JACQUEs.-Jamás me apartaré de vos. No me agradan
los placeres.
CLARICE.-Yo los amo. (Pausa.) No soy la mujer que
conviene a un concejal. No me parezco a mi madre.
(Gritos de horror. Gran confusión. Un hombre
pasa corriendo y grita: ¡Un médico! Algunos hom-
bres atraviesan las obras. Transportan un cuerpo.)
JACQUES.-No miréis.
CLARICE.-¿Por qué?
(JACQUES detiene a dos ALBAÑIi.ES que pasan a su
altura.)
JACQUES.-¿Qué ha sucedido?
ALBAÑIL l.º-Se ha caído del andamio.

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ALBAÑIL 2.º-Ha caído de debilidad. A todos nos su-
cederá otro tanto. (Salen.)
CLARICE.-Me alegro.
JACQUES.-¿Qué decís?
CLARICE.-Me alegro. Son más obstinados que hormi-
gas. Los gusanos les roerán pronto el corazón, y se di-
vierten acumulando piedras.
(Entran LOUIS n'AVESNES y FRANc;<)IS RosBOllRG.)
Loms.-¿Qué vestido es ese, Clarice? ¿No te aver-
güenzas de llevarlo? Dos soldados podrían ser vestidos
con el paño de tu falda. Y te he prohibido llevar tus al-
hajas mientras dure el cerco.
Ct.ARICE.-¿Habré de esperar a estar muerta para t¡Ul'
me permitan vivir?
Loms.-Vete a casa. Te encerraré en tu habitación y
no saldrás de ella hasta que los borgoñones levanten l'l
campo. (CLARICE sale.) ¿Le habéis hablado?
JACQUEs.-No quiere escucharme.
Loms.-Juro que no tendrá otro marido que vos. (Pm,-
sa.) ¿Por qué están abandonadas las obras?
JACQUES,-Un albañil, desfallecido, ha caído desde lo
alto de un andamio.
Loms.-Es el tercer accidente desde el domingo. Esos
trabajos son demasiado duros para hombres mal nu-
tridos.
FRAN-;01s.-Duros e inútiles. ¿ Tenemos realmente ne-
cesidad de una atalaya?
JACQUES.-Esos hombres aceptan sus sufrimientos so-
lamente porque tienen los ojos fijos en el porvenir. No
los obliguemos a vivir en el presente.
FRAN-;01s.-Hay que detener estos trabajos. No es l'I
momento de dilapidar nuestras energías.
Loms.-No podemos tomar a la ligera una decisión tan
grave. Convocaré al jefe de las obras y a los maestros
albañiles, a fin de deliberar con ellos. (Se callan y esc11-
chan las voces.)
UNA voz.-¿Vienen? No veo a nadie.
N1Ño.- ¡ Cuánta tardanza! Tengo hambre.

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MADRE.-Todo el mundo tiene hambre.
UNA MuJER.-No van a venir.
ÜTRA.-¡Ah! Ya no puedo más.
JACQUES .-¿Oís?
Lours.-Oigo.
JACQUEs.-¿Qué podemos hacer?
Lours.-Lo ignoro.
FRAN<;:ms.-Es necesario que de aquí a dos horas se
haya tomado una decisión.
Lours.-Sí, es necesario.
FRANc;:01s.-Es preciso que de aquí a dos horas haya-
mos encontrado el medio de resistir aún tres meses.
Lours.-Es preciso. (Largo silencio.) No veo medio al-
guno.
JACQUES.-Ni yo.
FRAN<;:01s.-Ni yo.
(Entra JEAN-PIERRE.)
JEAN-PIERRE.-Maestre d'Avesnes, me ha sido comuni-
cado que deseabais verme.
Lours.-Sí, tenemos que hablar contigo. Has prestado
a la ciudad excepcionales servicios. Por consiguiente, he-
mos decidido ofrecerte una recompensa igualmente excep-
cional.
JEAN-PIERRE.-¿Una recompensa? Yo nada deseo.
Lours.-Es nuestro deseo que gobiernes esta comuna
en nuestra compañía.
JEAN-PIERRE.-¿Que gobierne yo?
Lours.-Pediremos a los diputados que creen para ti
el cargo de prefecto de víveres. Lo aceptarán, pues saben
que tu ayuda puede sernos útil. Ven al Consejo con nos-
otros.
JEAN-PIERRE.-No puedo aceptar.
Lours.-Sé que siempre te has negado a participar en
el poder, mas hoy debes aceptar. La victoria jamás ha
aparecido más segura, ni más imposible. Seremos libera-
dos al llegar la primavera. Pero ¿ cómo resistir por es-
pacio de tres meses cuando en nuestros graneros solo

1177
quedan víveres para seis semanas? No puedes negarte
a deliberar junto a nosotros.
JEAN-PIERRE.-No sé nada de negocios públicos.
Loms.-Afirmo que sacaremos provecho de escuchar
tus juicios. Y además ...
JEAN-PIERRE.-¿Además?
Loms.-lgnoro aún qué medidas nos veremos obliga-
dos a tomar, pero serán duras. El pueblo tiene confü,nza
en ti, te ama; aceptará de ti, mejor que de cualquier otro,
una agravación de sus males.
JEAN-PIERRE.-Pedirme que cruce nuevamente el campo
borgoñón. Pedidme que pase el mar a nado, o que vuelva
a París a pie; pero no me pidáis que comparta con vos-
otros el poder.
Loms.-¿Por qué?
JEAN-PIERRE.-Si tuviera que pensar: "Soy yo quirn
condena a estos ancianos y a estas mujeres a mendigar su
pan; soy el responsable de sus sufrimientos", mi coraz{m
se destrozaría. No quiero medir cada día su ración lk
hierba. No seré cómplice de un destino que los aplasta.
Loms.-Si me hubiese cruzado de brazos y humillado
la cabeza ante el bailía del duque, ¿no hubieran sido aún
más grandes las desgracias de esta ciudad?
JEAN-PIERRE.-¿Cómo medir el sufrimiento y el gozo?
¿Pueden compararse el peso de una lágrima y el de una
gota de sangre? Deseo que mañana los hombres de Vau-
celles sean libres y prósperos; mas a estos niños que han
muerto hoy de hambre, nadie ya les devolverá la vida.
Mantendré mis manos limpias.
Loms.-¿ Y qué importa el color de nuestras manos y
la paz de nuestros corazones? Antes de nuestra rebelión
los hombres se arrastraban como bestias en medio de la
miseria y el dolor. No resulta excesivo sacrificar algunas
vidas para que en el futuro la vida tenga otro sentido.
JEAN-PIERRE.-No quiero pagar con sangre las lágrimas
y el esfuerzo de los demás.
Loms.-Sea. Prescindiremos de ti.
(JEAN-PIERRE se aleja. Un cortejo con banderas

1178
aparece al fondo y sube las escaleras del Ayunta-
miento.)
MADRE.-Observa los hermosos estandartes bordados.
Mu¡ER l.ª-¡Ah! ¡He aquí los maestros tejedores!
ANCIANO.-¿ Qué van a decidir?
MUJER J ."-Puede que nos distribuyan las reservas se-
cretas.
MUJER 2."-No hay reservas secretas.
MUJER 3.ª-Entonces, ¿qué pueden hacer?
Loms.-Vamos. Los diputados de los Tres Gremios
han llegado.
JACQUES.- ¡ Que Dios nos inspire! (Se dirigen hacia el
edificio del Ayuntamiento.)
NIÑO.-¡ Helos aquí! ¡ Helos aquí!
VARIAS VOCES.
-¡Helos aquí! ¡Helos aquí!
- ¡ Traen el pan!
-¡ Vamos a comer!
-¡Por fin!
-¡Ah!
-¡ Ya no podía más!
(Dos Hombres que transportan panes atraviesan
la escena.)
NIÑO.-¡ Helos aquí!
ALBAÑIL l.º-¿ Qué llevan?
ALBAÑIL 2.º-Diríase que pan.
ALBAÑIL l.º-¿Qué lleváis ahí? (Los hombres prosiguen
su camino.) ¡Eh! ¿No oís? ¿ Qué lleváis ahí? (Los ALBA-
ÑIi.ES rodean a los hombres y tocan los sacos.)
AcARREADOR.--Dejadme pasar. Es el pan de los indi-
gentes.
UN ALBAÑIL.-¡Nos morimos de hambre y se nutre a
los indigentes!
ALBAÑIL !.º-Entréganos ese pan. Los que no trabajan
no tienen necesidad de comer.
ACARREADOR.-¡ Ayuda! ¡ Socorro! ( Luchan.)
Lours.- ¡ Quietas las manos! ¿ Robaríais el pan de los
viejos, de los niños, de las mujeres?

1179
ALBAÑIL ] .º-Necesitamos estar fuertes. En cuanto a
ellos, ¿para qué sirven?
(Silencio. FRAN<;:01s desliza la mano bajo el brazo
de Loms.)
FRAN<;:01s.-Sí, ¿para qué sirven? (Se miran en sile11cio.)

CUADRO III

En la casa de Louis d'Avesnes. Sala espaciosa en la planta h:1ja


CATHE.RINE, JEANNE, ÜEORGES, CLARICE
Grandes calderos al fondo de la sala
Por la puerta entreabierta, CATHERINE arroja afuera a una
ANCIANA

CATHERINE.-No hay nada que comer. Os digo que ya


no hay nada que comer. (Cierra de nuevo la puerta t'l4'·
lentamente.)
VOCES EN EL EXTERIOR.
-¡Abrid! ¡Abrid!
--No hemos comido desde hace dos días.
-Tened piedad de nosotros.
-¡Abrid! No podemos más.
-No somos bestias.
- ¡Abrid! ¡ Reventaremos todos!
(Ruido de golpes sobre la puerta.)
GEORGES.- ¡ Que revienten, pues! ¡ Una complicaci{m
menos!
CATHERINE.-Marchaos. No tengo ya nada que daros.
Voz.-Queremos comer. Por compasión. Queremos
comer.
CATHERINE.-¿Por qué no entra Louis?
}EANNE.-Tía Kate, ¿qué van a decidir?
CATHERINE.-¿Acaso lo sé?
GEORGES.- ¡ Hacen falta actos!
CATHERINE.-Bien, pero ¿qué actos?
GEORGEs.-Actos.
UNA voz.-Abrid. Queremos comer.

1180
CLARICE.-¡Hazlos callar! ¿Es que no pueden pensar
en otra cosa que en comer?
J EANNE.- i Clarice !
CLARICE.- ¡ Hazlos callar!
CATHERINE.-¿Qué puedo decirles? Hay que esperar a
que tu padre esté de regreso.
CLARICE.- ¡ Esperar! ¡ Siempre esperar!
CArnERINE.-Esperar, eso debería ser fácil. Permanecer
simplemente ahí. Dejar transcurrir el tiempo abstenién-
dose de vivir. (Hace un movimiento de cansancio, pero
se recobra, va hacia el fondo de la sala y toma un caldero.)
Ayúdame, Clarice.
(Salen ambas llevando el caldero.)
GEORGES.- ¡ Pobres estúpidas! Es preciso arreglar esos
calderos antes que queden vacíos.
JEANNE.-¿Se puede dejar que esas pobres gentes mue-
ran de hambre?
GEORGEs.-Si yo fuera el dueño, hace largo tiempo que
habría barrido toda esta peste. (Pausa.) ¿Es cierto que mi
padre ha propuesto esta mañana a tu hermano el cargo
de prefecto de víveres?
JEANNE.-Es cierto. Pero Jean-Pierre lo ha rechazado.
GE0RGEs.-¡ Entonces se lo ha propuesto! ¿No soy yo
su hijo?
JEANNE.-Ciertamente. No podéis gobernar ambos al
mismo tiempo.
GEORGEs.-¿ Osaría alguien quejarse de ello?
JEANNE.-Ten paciencia. Dentro de un aña, el Consejo
nombrará nuevos consejeros. Tú sucederás a tu padre.
GEORGEs.-¡Un año! ¡Mi hora habrá pasado! Vaucel-
les se habrá perdido o salvado. Es hoy, en medio del
hambre, del temor, cuando es necesario conquistarla.
¡Ah! Sentir toda esta fuerza dentro de mí y no poder
utilizarla. Voy a morir de cólera.
JEANNE.-¿Por qué no haces nada?
GEORGEs.-Monto la guardia cuando me corresponde.
JEANNE.-Puedes trabajar en la atalaya.
GEORGEs.-No tengo alma de albañil. Construir, tejer,

11~1
¿eso es actuar? Yo quiero conmover al mundo hasta en
sus cimientos. (Pausa.) ¡Bien! ¡ Di algo!
JEANNE.-¿Qué puedo decir?
GEORGEs.-No me amas, ¿ verdad?
JEANNE.-¿Es que te importa algo mi amor?
GEORGEs.-Puede ser. (Pausa.) ¿Ha vuelto Jean-Picrn·
a ver a mi hermana?
JEANNE.-Sí, esta mañana.
GEORGEs.-¿Han permanecido algún tiempo solos?
JEANNE.-¿Por qué me haces esas preguntas?
GEORGES.- ¡ Clarice está muy bella hoy! Se ha com•
puesto como una imagen, y sus ojos jamás han aparecido
tan brillantes.
JEANNE.-Es muy bella.
GEORGES.-Ama a Jean-Pierre, ¿no es cierto?
JEANNE.-Pues ... no lo sé.
GEORGEs.-¿Qué hay entre ellos?
JEANNE.-No lo sé.
GEORGEs.-¡ Mientes!
JEANNE.-No te diré nada.
GEORGEs.-Te obligaré a hablar. (Le retuerce las 11111-
ñecas.)
JEANNE.-Me haces daño.
GEORGEs.-Te obligaré a hablar.
JEANNE.-No te diré nada. ¡Oh!
(Profiere un grito ahogado. Entra JEAN-PIERRE, !I
algunas MUJERES intentan hacer otro tanto.)
MUJERES.-¡ Dadnos algo que comer!
GEORGEs.--{Desenvaina la espada y se precipita.)
¡Atrás! ¡ Atrás todos! ¡ Desalojad el sitio o tendré que ha•
cerio con la espada! (Cierra de nuevo la puerta y se vuel-
ve hacia JEAN-PIERRE.) ¿Qué vienes a buscar aquí? ¿lln
uniforme de concejal?
JEAN-PIERRE.-Me han dicho que tía Kate deseah;1
verme.
JEANNE.-Voy a advertirla. (Sale.)
GEORGES.-j Hete, pues, convertido en salvador de Va11•
celles !

1182
JEAN-PIERRE.-He hecho lo que tenía que hacer.
GEORGES.-Parece que ninguna recompensa te parece
digna de tus servicios.
JEAN-PIERRE.-No necesitas odiarme: no soy ambicioso.
GEORGES.-Guárdate de llegar a serlo.
(Pausa. Entra CATHF.RINE.)
CATHERINE.-(A GEORGES.) Déjanos solos, te lo ruego.
(GEORGES sale. A JEAN-PIERRE.) Siéntate. ¿Es cierto que
esta mañana has rechazado el cargo de prefecto de ví-
veres?
JEAN-PIERRE.-Cierto.
CATHERINE.-¿ Tan perezoso eres, o tan cobarde?
JEAN-PIERRE.-No soy ni tan inconsciente ni tan pre-
suntuoso como para aceptar gobernar a hombres.
CATHERINE.-¿Quieres continuar siendo un aventurero?
¿ Para eso te he educado con tanto esmero?
JEAN-PIERRE.-Sé cuánto os debo. Habéis sido para mi
hermana y para mí más que una madre. Pero permitid
que actualmente dirija mi propia vida sin respaldo de
nadie.
CATHERINE.-¿ Quién podría verte, sin impaciencia, de-
rrochar tus dones? Posees una cabeza, un corazón, dos
manos. ¿No quieres servirte de ellos para nada?
JEAN-PIERRE.-Antes bien, desearía poder cortar esas
manos, arrancar ese corazón. Vivo, respiro, y esto basta
ya para que me sienta como un criminal. ¡Ah! Si pu-
diera desaparecer del mundo ...
CATHERINE.-Pero no puedes.
JEAN-PIERRE.-Cuando menos, puedo tratar de no pe-
sar sobre la tierra.
(CATHERINE se levanta y conduce a JEAN-PIFRRE
a la ventana.)
CATHERINE.-Mira. ¿Qué ves?
JEAN-PIERRE.-Veo la atalaya, una parte del Ayunta-
miento, tejados.
CATHERINE.-He puesto la primera piedra de esa ata-
laya. He cosido con mis propias manos el estandarte que
flota sobre el Ayuntamiento. ¿No conocerás nunca ta-

1183
maña alegría? ¿Dirigir los ojos en torno tuyo y pensar:
"Esto es obra mía"?
JEAN-PIERRE.-Me admira que oséis tallar, cortar, cons-
truir sobre materiales de carne viva.
CATHERINE.-Quiero construir felicidad.
JEAN-PIERRE.-Sí, lo queréis. ¿ Y sabéis lo que hacéis?
Hay tantas amenazas ocultas en cada uno de nue~t ros
gestos, en cada una de nuestras palabras. Nuestros actos
van a estallar lejos de nosotros, bajo figuras desconoci-
das. Jamás tendré la osadía de arrojar en medio de una
vida extraña el peso de mi voluntad. (Pausa.) Jeanne no
ama a vuestro hijo.
CATHERINE.-Es una niña. Más tarde comprenderá qm·
he obrado por su bien. (Se sienta.) Tienes tanto temor a
arriesgar un gesto o una palabra que dejas que la dich.i
se marchite junto a ti, en lugar de gozarla. ¿ Te han dicho
que Jacques Van der Welde desea a Clarice como esposa?
JEAN-PIERRE.-No.
CATHERINE.-Su padre ve ese casamiento con bueno!-,
ojos. (Pausa.) ¿Por qué no quieres ocupar en la ciudad l'I
lugar que mereces? Yo te daría a Clarice, a ti.
JEAN-PIERRE.--¿Dármela? Pensáis que yo consentiría
encerrarla en mi casa y decirle: "Heme aqaí, soy cuanto
tiene en la tierra." No tengo alma de carcelero.
CATHERINE.-El amor no es una cárcel.
JEAN-PIERRE.-Cualquier juramento es una prisión.
CATHERINE.-Te crees libre, tú, que no eres capaz ni
de amar ni de actuar.
JEAN-PIERRE.-No quiero mentir a Clarice, ni mentirnw
a mí mismo. Cada uno vive solo, y muere solo.
CATHERINE.-No, si un hombre y una mujer se han lan-
zado de un mismo impulso hacia un mismo porvenir, Sl'
hallan confundidos de modo indisoluble en la obra com1í11
que han construido, en los hijos que han engendrado, l'II
todo ese mundo modelado por su voluntad compartida.
JEAN-PIERRE.-Clarice no es de vuestra especie. Es ex-
traña a este mundo y nada espera del porvenir. Le has-

1184
ta con ser ella misma. Nada espero recibir de ella, y nada
tengo que ofrecerle.
CATHERINE.-¿Estás seguro de lo que piensa Clarice?
(CLARICE entra con vive=a.)
CLARICE.-¿Quién habla de mí? ¿Qué tramáis? Os pro-
híbo que me mezcléis en vuestras disputas.
CATHERINE.-Advertía a Jean-Pierre que en lo sucesivo
te prohíbo que Je recibas y le veas. No es tu prometido
ni tu hermano, y ya no sois niños.
(Gritos en el exterior.)
UNA voz.---¡No queremos reventar como perros!
¡Abrid! ¡Abrid!
(JEANNE y GEORGES entran co"iendo.)
JEANNE.-¡Han vuelto de nuevo!
GEORGES.-Voy a meterles los gritos en la garganta.
(Descuelga un arco, abre la ventana, y apunta.)
JEANNE.-¡No tires! (Se lanza sobre él y desvía su
bra=o.)
GEORGES.-¡ Ah! ¡Zorra! Me has hecho fallar el blanco.
CATHERINE.-Deja ese arco.
GEORGEs.-¿Hay que dejar que derriben la puerta y
saqueen la casa?
CATHERINE.--Deja ese arco.
(GEORGES apunta. JEANNE oculta el rostro en el
hombro de CATHERINE. JEAN-PIERRE adelanta un
paso hacia GEORGES, pero CLARICE le detiene.)
CLARICE.- ¡ Qué repulsivo resulta un hombre con
miedo!
GEORGES.-(Vvlviéndose hacia ella.) ¿Yo tengo miedo?
CLARICE.-Tienes miedo de un rebaño de mujeres y
ancianos.
GEORGEs.-Está bien. ¡ Que ladren cuanto quieran! (Se
dirige hacia la puerta. CLARICE rfe.) ¿Por qué te ríes?
CLARICE.--Río porque has arrojado tu arco.
GEORGEs.-Me has pedido que lo hiciera.
CLARICE.-No te he pedido nada.
GEORGES.-Te prohíbo que rías.

1185
BEAUVOIR, 1.-38
CLARICE.-No grites. Cuando gritas se te hinchan las
venas de la frente y te pones rojo.
GEORGES.- ¡ Cualquier día te estrangularé! (Sale cl,111-
do un portazo.)
]EANNE.--¡Los hubiera matado!
CATHERINE.-No llores. Es joven aún. Cambiará. Tú ll'
cambiarás.
]EANNE.-No me ama.
CAlHERINE.-Necesita a su lado una mujer como tú.
]EANNE.--No soy suficientemente fuerte.
CATHERINE.-Eres fuerte. ¿ Crees que, de lo contrario,
te hubiera elegido para ocupar un día mi Jugar en é~la
casa y en esta ciudad?
]EANNE.-Tía Kate, no seré dichosa con él.
CAIBERINE.-Hay diversas clases de dicha.
JEAN-PIERRE.-A vos no corresponde elegir la suya. ( A
JEANNE.) No escuches sino a tu corazón, hermanita. Nin-
gún juramento te obliga.
CATHERINE.--(Separándose de ]EANNE.) Ningún jura-
mento. ( J EANNE vacila. Pausa.) Eres libre, Jeanne.
]EANNE.-Ya sabéis de sobra que haré lo que esper,íi-,
de mí.
GRITOS.-¡ Pan! ¡Abrid! ¡Abrid!
(Golpes en la puerta. CATHERINE se dirige a la
puerta.)
JEANNE.--¿ Qué hacéis?
CATHERINE.-Quieren entrar. ¡ Que entren! ( Abre. En-
tran MUJERES, ANCIANOS, N1Ños.) Entrad, registrad l.1
casa desde la bodega al granero. No hallaréis ni un grano
de trigo ni un puñado de salvado. (los intrusos se detie-
nen, intimidados.)
UNA MUJER.-¿Es que nos van a dejar morir d1•
hambre?
ANCIANO.--¿Por qué no se abre el almacén de víverl!s7
CATHERINE.-Ciertas medidas están a punto de s1•r
adoptadas.
UNA MUJER.-¿Qué medidas?
ÜTRA.-Que se nos dé pan.

1186
CATHERINE.-¿Sabéis la suerte que os aguarda si el
duque entra en la ciudad? (Silencio.) Entonces, aceptad
el sufrimiento. Volved a vuestras casas. El Consejo está
deliberando. Esperad con paciencia sus decisiones.
ANCIANO.-¿Qué van a decidir?
CATHERINE.-Lo sabréis bien pronto.
UNA MUJER.-¿ Van a terminar nuestras desdichas?
CATHERINE.-Terminarán. Paciencia. Si sabéis esperar,
la liberación llegará. (Cierra la puerta.) ¡Esperar! ¡Ah!
¡ Si se pudiera dormir! ... (Desfallece. JEANNE y JEAN-PIE-
RRE se precipitan a sostenerla.)
JEANNE.-Tía Kate, estáis en el límite de vuestras fuer-
zas. No habéis comido nada desde ayer.
(Salen los tres. CLARICE los sigue con los o;os.)
CLARICE.- ¡ Comer, siempre c~er ! (Se dirige a un es-
pe;o, acerca la cara, y se contempla largo tiempo. Entra
JEAN-PIERRE, se aproxima a CLARICE y la abraza.)
JEAN-PIERRE.- ¡ Qué bella eres! Todas las mujeres han
desmejorado mucho. ¿ Qué haces para permanecer igual
a ti misma?
CLARICE.-No conseguirán terminar conmigo.
JEAN-PIERRE.--¡ Maravillosa Clarice ! ¡ Cómo me gusta
que existas! (Toma su mano. Ella la retira. GEORGES en-
tra sin ser visto y se oculta para espiar.)
CtARICE.-Pero no sientes amor por mí. ¿No es cierto,
Jcan-Pierre?
JEAN-PIERRE.-¿No hemos convenido en que esa pa-
labra carece de sentido?
CLARICE.---{Sentándose.) No temas. Tampoco yo te amo.
Planteaba esta cuestión por mero escrúpulo. ¿ Qué opinas
de Jacques Van der Welde?
JEAN-PIERRE.--¿Es cierto que tu padre quiere casarte
con él?
CLARICE.-Es verdad. También lo es que voy a acep-
tarle.
JEAN-PIERRE.-Jacques Van der Welde. Se trata de la
profesión de tejedores, pero no de un hombre.
CLARICE.-Es un hombre que osa amarme.

1187
JEAN-PIERRE.-Osa prometer y mentir. ¿Desde cu.in-
do crees las palabras? Apoyabas tu mano sobre mi boca
y me mirabas con ese rostro mudo y expresivo que tanto
representa para mí...
CLARICE.-Cállate.
JEAN-PIERRE.-¿Has olvidado nuestros silencios? ¿Prl'-
fieres a estos la palabrería de los juramentos?
CLARICE.-Me hará su mujer, y su vida será mi vida.
JEAN-PIERRE.-Pondrá una alianza en tu dedo y hahrü
un solo tejado sobre vuestras cabezas. Pero tu corazón
seguirá encerrado en tu pecho, y en su cabeza continua-
rán sus propios pensamientos, sus pensamientos de pañero
y concejal.
CLARICE. -Y de ti, ¿qué puedo esperar?
}EAN-PIERRE.-Nada.
CLARICE.-Entonces, márchate.
)EAN-PIERRE.-Adiós, Clarice. (Sale. Ella prorrumpe <'11
llanto. Entra CATHERINE, seguida de JEANNE.)
CATHERINE.-¿Lloras? (Silencio.) Te había prohibido
que le hablaras.
C1.ARICE.--Dejadme.
CATHERINE.-¿ Crees que no te he oído gemir todas es-
tas noches? Se ha marchado: lloras. ¿Es hija mía esla
carne de sufrimiento?
Ct.ARICE.-No sufro. No lloro. No volveré jamás a ver-
le. (Pausa.) Voy a tener un hijo suyo.
GEORGES.- ¡Perra! ¡Zorra!
CAIBERINE.-j Clarice ! ¿Es que te ama?
C1.ARICE.-Le detesto.
GEORGES.--¡Esto me lo pagarás! (La toma por los
hombros.)
CLARICE.-No me toques.
GEORGES.-Con él no eras tan esquiva. Ha levantado
tu vestido, ha acariciado tu cuerpo con sus manos, y este
rostro arrogante reía de placer.
CATHERINE.-Cállate.
GEORGEs.-Tú cerrabas los ojos, deslizabas tu lengua
en su boca y gemías bajo sus caricias. ¡Zorra!

1188
CLARICE.-Suéltame. Hueles a soldado. No puedo so-
portar ese olor.
GEORGEs.-¿Desde cuándo es tu amante? ¿Cuántas no-
ches has pasado en sus brazos? (La sacude.) Contesta.
CLARICE.--No te contestaré.
CATHERINE.-Te ordeno que la dejes. No tiene por qué
rendirte cuentas.
(Pausa. La suelta.)
GEORGEs.-Tenéis razón. Es mi padre quien debe re-
solver esta cuestión. Sabrá hacerle hablar.
CATHERINE.-¡Georges! No digas nada a tu padre.
GEORGEs.-No llevarás la cabeza tan alta. Te oiremos
cantar, hermosa mía.
CATHERINE.-Te prohíbo decirle nada.
JEANNE.- ¡ Georges ! ¡ Por mi amor! La matará.
CtARICE.- ¡ Que me pegue! ¡ Que me expulse de su
lado! ¡ Que me mate! Me he burlado bien de todos vos-
otros.
GEORGEs.-Te ríes, zorra. Pero él te volverá amargo
el gusto de la risa. (La zarandea violentamente.)
JEANNE.- ¡Suéltala! Le haces daño. ¡Suéltala!
(Se abre la puerta y entra Loms o'AvESNES.)
Loms.-¡ Cuánto ruido!
CATHERINE.--¡ Al fin llegaste! ¡ Pareces muy cansado!
(Le abraza.)
Louis.-¿Por qué tanto ruido?
JEANNE.--Georges, cállate.
GEORGES.-- ¡ Vuestra hija está encinta de Jean-Pierre
Gauthier!
(Silencio.)
Louis.-- ¡Bien! No tienen más que casarse. (Se sienta.)
CtARICE.-No quiero casarme con él. Arrojaré su hijo
al río.
Lou1s.-Entonces, no te cases con él. ¿Por qué lloras?
GEORGEs.-¿En qué pensáis, padre mío? Hay que en-
cerrarla en un convento.
Loms.---No quiero que la atormenten.
(Silencio.)

1189
CATHERINE.-Me das miedo. (le mira. Pausa.) ¿_Qué
ha decidido el Consejo? (Silencio.) ¿No rendís la ciudad?
Loms.-No.
CATHERINE.-¿Qué haréis?
Loms.-Pediremos socorro a Brujas.
CATHERINE.-Brujas nos ha negado siempre su ayuda.
Lou1s.-Lo sé.
CATHERINE.-¿Entonces?
Lou1s.--¿Por qué te inquietas? ¿ Y por qué llora Cla-
rice? ¿Por qué tenéis todos una expresión tan triste?
CATHERINE.-(A los tres hijos.) Dejadnos solos. (Sa-
len.) Dime la verdad. (Silencio.) Sabes bien qde ningún
socorro llegará antes de la primavera.
Loms.-No me preguntes nada, Catherine.
CATHERINE.-¿Hubo alguna vez algún secreto entre nos-
otros? (Silencio.) Sí todo está perdido, si es necesario
morir intentando una salida sin esperanza, no temas decír-
melo: estoy preparada.
Loms.-Resultaría muy fácil morir estrechándote en-
tre mis brazos.
CATHERINE.-¿Por qué desvías la mirada? Diríase que
sientes temor de verme.
Lou1s.-Déjame. No me hagas preguntas.
CATHERINE.-Cualquiera que fuere el porvenir, quiero
afrontarlo contigo.
Lou1s.-Si hablo, quedaremos separados para siempre.
(Silencio.) El Consejo ha decidido desembarazarse de las
bocas inútiles. Mañana, antes de la puesta del sol, serán
expulsados a los fosos los inválidos, los viejos, los niños
y las mujeres.

TELÓN
ACTO SEGUNDO

CUADRO IV

Los tres CONCEJALES. El JEFE DE LAS OBRAS. Tres ALBAÑILES

Loms.- -De manera que estos hombres murmuran por-


que tienen hambre, no porque se nieguen a trabajar.
¿Murmurarían con más intensidad aún si los condenára-
mos a una espera inútil?
JEFE DE LAS OBRAs.-Es eso, precisamente eso.
MAESTRO ALBAÑIL l."--¡ Sería demasiado duro haber pe-
nado tanto, haber dado nuestro sudor y nuestra sangre,
para que la atalaya no esté terminada a la llegada del rey
de Francia!
MAESTRO ALBAÑIL 2.''-Si se desea que la atalaya no
se termine, más hubiera valido no pedir que la empezá-
ramos.
Loms.-Creo, pues, que la cuestión está zanjada.
JACQUEs.-Sin duda alguna.
FRANC,:OIS.--Perdonadme. Haría falta saber si estos hom-
bres son los mejores jueces acerca de lo que les con-
viene.
}ACQUES.--¿Quién podría juzgar, de no ser ellos?
FRAN<;:Ois.-El pueblo se ha puesto en nuestras manos.
Nos corresponde guiarle y no obedecerle ciegamente.
JACQUES.-Conoce la situación tan bien como nosotros,
e incluso mejor, puesto que la sufre en su propia carne.
Nada nos queda sino respetar su decisión.

1191
FRANc;:Ois.--¿Creéis que estos hombres sean infalibles?
No conocen dónde está su bien.
Lou1s.-Lo saben. No hay posibilidad alguna de error,
puesto que su bien es precisamente lo que eligen como
tal bien. No existe ningún otro.
FRANc;:01s.-¿ Cuál es la utilidad de esta atalaya? Si
hemos expulsado al duque, si hemos tomado el poder, es
para administrar nuestra ciudad con sabia economía. No
debemos permitir por más tiempo que los hombres con-
suman sus vidas en vanas empresas. Mercados, almacenes,
talleres: he ahí lo que debemos construir. De ahora en
adelante es necesario que cada gesto preste un servicio,
y así mismo cada anhelo, y cada latido del corazón.
Loms.-Vaucelles no está hecha para servir. Nada hay
que sea más elevado que ella misma. Si desea construir
esta atalaya, que la· construya. Su voluntad es la qul'
manda.
(Entra CATHERINE.)
CATHERINE.-¿ Es cierto? ¿ Os preocupáis hoy por un
edificio de piedra?
JACQUES.--Oiríamos con sumo gusto vuestro criterio.
CATHERINE.-¿Qué clase de hombres sois, pues?
Loms.--Retiraos. (Los ALBAÑILES salen.) Lo sabe.
CATHERINE.-Lo sé. No bajéis los ojos. Sería demasiado
fácil. Soy yo quien está aquí, y lo sé. (Silencio.) Yo me
sentaba en esta silla y me pedíais consejo: buscabais la
esperanza en mis ojos: idéntica esperanza en vosotros y
en mí. Decíamos: nuestros sufrimientos, nuestra victoria.
Teníamos un solo porvenir. Y, súbitamente, heme sola,
enfrente de vosotros. Me arrojáis a un foso donde se arro-
jan las frías cenizas, los desperdicios, los huesos, los tra-
pos viejos. No obstante, ¡ miradme a la cara!
Lours.-Yo te miro, Catherine. Esta comuna representa
tu obra tanto como la nuestra, y tú, como nosotros, de-
seas su triunfo. Podemos pedirte tu vida por ella.
CATHERINE.-Vosotros no pedís nada. Me habéis con-
denado.

1192
Lou1s.-¿Por qué nos guardas rencor? Cuando sea ne-
cesario aceptaremos la muerte.
CATHERINE.-¿Soy libre de aceptar o no? ¿Qué haréis
conmigo si me niego? (Silencio.) Ya no me está permi-
tido desealf alguna cosa. Era una mujer y ahora no soy
sino una boca inútil. Me habéis tomado algo más que la
vida. Ahora solamente me queda el rencor.
}ACQUES.-¿Es necesario, pues, abrir nuestras puertas
a quienes nos cercan?
CATHERINE.-Podríamos arrojarnos contra el ejército del
duque, incendiar nuestras casas y morir todos juntos.
Loms.- ¡ Vaucelles debe vivir! (Pausa.) Algo ha acon-
tecido aquí que jamás había ocurrido en parte alguna. Una
ciudad ha expulsado a su príncipe. Unos hombres han
decidido ser libres y asumir su felicidad. Y las restantes
ciudades de Flandes, Francia y Borgoña fij,m en ella sus
ojos esperanzados. Necesitamos vencer.
CATHERINE.-¿Podrá vivir Vaucelles cuando vue!'"tras
mujeres, padres e hijos hayan muerto? ¿No éramos la
carne y la sangre de la ciudad? ¿Se nos puede cercenar
como se cercena una mano gangrenada? (Llamando.)
¡ Jeanne, Clarice! (Entran )EANNE y CJ.ARICE.) Aproxi-
maos. Mirad a esos hombres. Se han reunido con otros
treinta hombres y han dicho: "Somos el presente y el
porvenir, somos la ciudad entera. Solo nosotros existimos.
Decidimos que las mujeres, los ancianos y los niños de
Vaucelles no son otra cosa que bocas inútiles. Mañana
serán conducidos fuera de la ciudad y condenados a mo-
rir de hambre y frío en los fosos."
(Silencio. JEANNE se arroja en los brazos de CA-
THERINE.)
Cr.ARICE.-¿Eso es, pues, lo que habéis hallado? ¡Que-
réis asesinarnos a fin de comer hasta saciaros! (Pausa.
A JACQUEs.) ¿Eso es lo que llamabais amar?
(Silencio.)
Lours.-Cierto es que nos hemos convertido en verdu-
gos. Cierto que el hierro de las lanzas, las llamas de la
desolación, serían con nosotros más clementes que el

1193
horror que en lo sucesivo nos acompañará. Mas, puesto
que hay que morir inocentes o vivir en el crimen, esco-
geremos este porque escogeremos la vida.
CATHERINE.-Escogéis la vida para vosotros; para nos-
otros, la muerte.
Lou1s.-No se trata de vosotros ni de nosotros; se
trata del porvenir de nuestra comuna y del porvenir de
todo el mundo.
CATHERINE.-¿Los hombres de mañana no serán de
nuestra misma carne? Si a vuestros ojos no somos sino
voraz ganado, ¿qué son ellos? ¿Por qué nos sacrificáis
a ellos?
Loms.-Elegir la vida es siempre elegir el porvenir. Sin
este impulso que nos lleva hacia adelante solo seríamos
algo enmohecido en la superficie de la tierra. En este caso
carece de importancia que nuestros corazones latan o en-
mudezcan. Reducir Vaucelles a ceniza, convertir en ce-
niza el porvenir, supondría destruir todo nuestro pasado
y renegar de cuanto fue esencial a nosotros mismos.
(Pausa.)
JEANNE.-¡ No, no! Es demasiado injusto.
CATHERINE.--No mendigaremos su piedad. (Se la lleva.
CLARICE las sigue lentamente.)
JACQUES.-- i Clarice ! (CLARICE se detiene.) Quisiera ha-
blarle.
Loms.-Sea. Háblale.
(Salen Loms y FRANc;:01s. JACQUES se acerca a
CLARICE.)
JACQUES.-Esta noche, cuando todos duerman, deslizaos
fuera de vuestra habitación. Venid y llamad a la puerta
de mi casa, la puerta pequeña que da sobre la callejuela.
Dad dos golpes. Mañana los guardias registrarán la ciu-
dad, pero nadie osará sospechar de mí. Estaréis segura
hasta el fin del cerco. (Silencio.) Juro ante la Virgen res-
petaros como a una hermana bien amada. (Silencio.) ¡Bien!
¿ Por qué no contestáis nada?
CLARICE.-¿Esperáis que caiga de rodillas ante vos be-
sándoos las manos? Guardad vuestros regalos.

1194
JACQUEs.-¿Preferís morir de frío y hambre?
CLARICE.-Puedo escoger mi muerte. Marchaos. (Movi-
miento de 1ACQUES,)
JACQUES.-Os esperaré toda la noche. (Sale. Ella cierra
la puerta detrás de JACQUES, descuelga un puñal de la
pared, lo examina y, al oír ruido de pasos, lo vuelve a de-
jar rápidamente en su sitio. Eutra GEORGEs.)
GEORGEs.-¿Estás sola?
CLARICE.-Sí.
GEORGES.-Jeanne y madre están orando. Me han in-
formado de la decisión del Consejo. ¿ Tú no vas a orar?
CLARICE.--No.
GEORGES.-¿No sientes temor?
CLARICE.-¿Qué temes tú?
GE0RGEs.--{Aproximándose a ella.) Durante la noche
hace frío en los fosos. Hay animales viscosos que se des-
lizan bajo las hierbas.
CLARICE.-(Retrocediendo un poco.) No tengo miedo.
GEORGEs.-Eres bella, Clarice. Vivaz y ardiente. Y
pronto te pudrirás en el seno de la tierra. Los gusanos
devorarán esos dulces labios. (La ciiie por el talle.)
CLARICE.- ¡ Georges ! ¡ Eres mi hermano!
GEoRGEs.-Soy un hombre que te desea, Clarice.
CJ.ARICE.- i Cállate!
GEORGEs.-¿Por qué callar? Te deseo y tú lo sabes.
CLARICE.-Sí, lo sé. He sentido deslizarse sobre mí tu
mirada turbia y tus sucios pensamientos. Sé también que
el hambre, la sed y la muerte me serán más fáciles de
soportar que ese beso que me has dado. (Se limpia la
boca.)
GEORGES.- ¡Insúltame! ¡ Fulmíname con esos ojos lle-
nos de odio! Esta mañana aún me avergonzaba, pero aho-
ra vas a morir. Tu lengua ya no es otra cosa que un trozo
de roja carne que ennegrecerá y caerá a jirones. Esos ojos
van a derretirse en agua, y su mirar ya no me quema.
CtARICE.-¿Tendré que escupirte al rostro? (l.e es-
cupe.)
GE0RGEs.-¿ Y eso qué significa? Solamente un poco

1195
de saliva en mi mejilla. (La toma en sus hrazos.) Vas a
morir, y todos tus pensamientos morirán contigo. Ya están
muertos. Estoy solo con tu cuerpo, solo con mi desen.
CtARICE.- ¡ Georges !
( Entra Loms. GEORGES suelta a Cr.ARICE, que huye.)
Lou1s.--Vete de esta casa. Ya no eres mi hijo.
GEORGES.---¡Bueno!, ¿y qué? ¿No vais a asesinarla?
Loms.-¿Osas mirarme a la cara? ¡ Vete o te mato
como un perro!
GEORGES.-- ¿Por qué esos reproches hipócritas? Vos-
otros mismos habéis pulverizado el viejo yugo. De ahora
en adelante, ya no habrá ni bien ni mal. La fuerza manda.
Loms.- ¡Cállate! (Pausa.) He puesto la fuerza al ser-
vicio del bien, el bien de mi ciudad y el bien del mundo.
GEORGES.--Habéis servido vuestros propios deseos.
Lou1s.-¡ Mis deseos! He sacrificado más que mi vida.
GEORGES.-Vosotros mismos habéis elegido vuestros sa-
crificios. Yo elijo mi placer.
Loms.-¡ Cómo! ¿Soy yo quien debe justificarse ante
ti? Vete.
(GEORGES sale. Lou1s se pasea a lo largo de la es-
tancia y llama en voz muy baja: "jCatherine!" ... Ua-
ma más fuerte, con angustia: "¡Catherine!" ... )
CATHERINE.-(Entrcmdo.) ¿Me llamabas:' (Se miran.
Pausa.)
LOUIS.--¡No!

CUADRO V

El mismo decorado que en el segundo Cuadro


Las obras están desiertas. Es de mañana
La gente se dirige hacia el edificio del Ayuntamiento
Pasan tres ANCIANOS

ANCIANO l."-¿ Qué pueden haber imaginado aún?


ANCIANO 2.º-Nada bueno, nada bueno.

]·]96
ANCIANO 3.º-Id más deprisa. Todos los sitios buenos
quedarán ocupados. No oiremos nada.
(Pasan dos COMERCIANTES.)
Co11rnRCIANTE l.º-No queremo!> rendir la ciudad; por
tanto, no la rendiremos. Y los borgoñones no pueden to-
marla; por tanto, no la tomarán.
(Pasa una pare;a.)
LA MUJER.-Tengo miedo.
EL H0MBRE.-¿De qué tienes miedo?
LA MUJER.-¿Qué nos dirán? ¿Por qué están las calles
llenas de hombres armados?
(CATHERINE ha entrado durante las zíltimas frases.
Contempla la atalaya, toca las piedras.)
CATHERINE.----No, es inútil. Las cosas ya no tienen voz.
O soy yo quien ya no comprende su lenguaje. Me han
cercenado del mundo. Nada me pertenece ya. (Se sienta.)
Estoy cansada. (Pausa.) Y para él, todo esto seguirá te•
niendo existencia. La atalaya será acabada: los rosales
volverán a florecer para él.
(JEAN·PIERRE entra corriendo.)
JEAN·PIERRE.-Os he buscado por toda la ciudad.
C.UHERINE.- i Márchate!
JEAN-PIERRE.-Una palabra solamente.
C\THERINE.---Márchate. No puedo soportar la vista de
un hombre.
JEAN-PIERRE.--¿ Qué van a hacer?
CATHERINE.--Lo sabrás dentro de un instante.
JE.\N-PJERRE.· --Será demasiado tarde.
CATHERINE.-¿Demasiado tarde?
JEAN·PIERRE.-Demasiado tarde para salvaros. Corren
horribles rumores.
CATHERINE.-Lo más horrible es verdad.
(Pausa.)
JEAN-PIERRE.-El pueblo no permitirá este crimen. Voy
a hablarle.
CATHERn.E.-- Pierdes el tiempo. El pueblo está orgu-
lloso de los jefes que ha elegido y los obedecerá. (Pausa.)
¿ Por qué te preocupas por nosotros?

1197
JEAN-PIERRE.-¿Es por vosotros por quienes me pre-
ocupo, o de mí mismo? El aire ha cambiado de olor y la
saliva de mi boca ha tomado un gusto amargo. ¡Ah! No
puedo soportar el color de este cielo. ¿Dónde están los
concejales?
CATI-IERINE.-Entrarán aquí. Pero no esperes disuadir-
los. Están ciegos y sordos.
JEAN-PIERRE.-Hablaré a los hombres de Vaucelles. Sa-
bré convencerlos.
CATHERINE.-¡No! Es demasiado tarde. Era ayer cuan-
do debiste tomar el destino de la ciudad entre tus manos;
ayer, los miembros del Consejo hubieran escuchado tu
voz y los habrías desviado del crimen. Pero querías con-
servarte puro.
JEAN-PIERRE.~ ¿Podía prever que mi silencio me con-
vertiría en un asesino?
CATI-IERINE.-Un asesino. Un verdugo. Al callarte acep-
tabas cualquier destino.
(Pausa.)
JEAN-PIERRE.-¿Dónde está Clarice?
CATHERINE.-No sé. (Se levanta.) Vienen. Que Dio'.:> no
te deje de su mano. (Sale. Los concejales entran.)
jEAN-PIERRE.-¡Un instante, por favor! Quiero hablaros.
Loms.-No podemos escucharte en este momento. El
pueblo nos espera.
JEAN-PIERRE.-Que espere. Sé lo que os disponéis a de-
cirle. ¡ Tened cuidado! Los hombres de Vaucelles se rebe-
larán contra tan bárbara decisión.
JACQUEs.-Aman su ciudad, y obedecerán a la ley.
FRAN<;:01s.-Apártate o te hago prender por los guar-
dias.
JEAN-PrERRE.--¡ Se rebelarán! Vosotros mismos habéis
reconocido que tengo predicamento entre ellos. Ahora no
vacilaré en servirme de él. Los levantaré contra vosotros.
JACQUES.-No harás tal cosa. No traicionarás a tu
ciudad.
JEAN-PIERRE.-Aquí ya no hay ciudad, sino los verdu-
gos y sus víctimas. No me convertiré en vuestro cómplice.

ll98
FRANc;:ms.-Hay que encerrar a este hombre en la
cárcel.
Lours.-- ¡Márchate!
JEAN-PIERRE.-Impediré que se cometa este crimen.
(Salen. Gente apresurada atraviesa la escena. Sue-
nan algunas campanas.)
fRANc;:ms.- ¡Cómo! ¿Le dejáis marchar?
JACQUES.-¿Qué crimen ha cometido? ¿Qué ley nos
autoriza a castigarle?
fRANc;:ms.--¿Es, acaso, el momento de preocuparnos
por la justicia? ¿Es justo lo que vamos a hacer dentro
de un instante?
Lours.-Todo decreto votado por el Consejo es justo.
Pero no tenemos el derecho de tomar una medida arbi-
traria.
FRANc;:01s.--¡ Corazones tímidos! Dejaréis que Vaucel-
les se pierda por temor a que vuestros espejos reflejen
la imagen de un tirano.
JACQUEs.-Temo que Vaucelles no os interese tanto
como el poder en sí mismo. Bajo pretexto de salvarla no
vacilaríais en reducirla a la esclavitud.
UNA MUJER.-{A otra.) ¡Apresúrate! Están sonando las
campanas.
OTRA MuJER.-¿Ha empezado ya?
UN ANCIAN0.-¿Ha empezado ya?
UN HoMBRE.--Ya ha empezado.
UNA voz.-¡ Ha empezado! ¡ Ha empezado!
(Salen corriendo. CLARICE y JEANNE han entrado al
pronunciarse estas exclamaciones.)
CLARICE.---{Que empuia a JEANNE.) Ven por aquí.
JEANNE.-¿No has visto a Jean-Pierre? Estoy segura
de que te buscaba.
CLARICE.-Cierto. Pero no deseo verle.
JEANNE.-Si permanecemos aquí no oiremos nada.
C1.ARICE.-No tardará mucho sin que sepas cómo acoge
el pueblo las palabras de los concejales. '
JEANNE.-Al dirigirse hacia la plaza, las mujeres se apo-

1199
yaban en el brazo de sus maridos, los hijos sostenían a
sus padres ancianos. Van a rebelarse.
CLARICE.-¿Es preciso que nuestro destino dependa de
los caprichos de sus corazones?
JEANNE.-Hablan. Es tu padre quien habla. Le esc111:han.
¿ Qué está diciendo? (Pausa.) ¡ Qué silencio! ¡ Ni una pa-
labra! ¡ Ni un grito! ( Pausa.) ¡ Se callan! ¡ Se callan!
¡ Ah, qué frío hará esta noche en los fosos!
C1.ARICE.-Hay animales viscosos que reptan bajo la
hierba.
JEANNE.- ¡ Clarice !
C1.ARICE.-No temas. Podemos huir de ellos.
JEANNE.-¿Cómo? ¿Adónde huir?
(C!.ARICE saca de su cintura w1 pwial.J
Ct.ARICE.-Quiero que mi padre me halle muerta sobre
estos peldaños.
}EANNE.--Yo no quiero morir.
(Entra CATHERINE.)
CATHERINE.---¿Qué hacéis? ¿ Vais a ofrecerles el espec-
táculo de vuestras plegarias y vuestras lágrimas?
JEANNE.-¿No queda ya ninguna esperanza?
CATHERINE.--AI tocar las vísperas, los niños, las mu-
jeres y los ancianos se reunirán en la Gran Plaza, y los
guardias los arrojarán a la otra parte de las fortificaciones.
}EANNE.-¡ De modo que los hombres de \'aucelles han
aceptado esta condena!
CATHERINE.-En primer lugar, han mirado a sus mu-
jeres, les han tomado la mano; mas luego han desviado
los ojos y sus dedos se han abierto.
f''ANNE.-¡Oh, Dios mío!
CATHERINE.--No le resultará tan fácil soltar mi mano.
(Sale.)
CI.ARICE.-(Tomando el puñal.) ¡Adiós!
fEANNE.-Detente. Mientras estemos vivas nos quedará
una esperanza.
CLARICE.--¿Qué puedo esperar? Nada me pertenece,
excepto esta pequeña vida que se mueve en mi vientre
y que mañana se arrancará de él.

1200
JEANNE.- ¡ Clarice, no me dejes sola!
CLARICE.-Estás sola, yo estoy sola. ¡ Adiós!
JEANNE.-No, permanece conmigo. La noche será me-
nos fría si duermo en tus brazos. Esto, al menos, nos será
permitido. Hasta el último aliento aún podremos sonreír,
amarnos, llorar juntas.
CLARICE.-No sé sonreír ni llorar. No sé amar. No me
han permitido vivir, pero no me robarán mi muerte. ( Le-
vanta el puñal. Luchan.)
)EANNE.-¡ Jean-Pierre ! ¡Jean-Pierre! (Siguen luchando.)
CLARICE.- ¡Devuélvemelo!
JEANNE.-No. ¡ Jean-Pierre ! ¡ Jean-Pierre !
(Entra JEAN-PIERRE corriendo. JEANNE le da el ¡>u-
1ial. Pausa.)
CLARICE.-Devuélvemelo, o me arrojo desde la atalaya.
}EAN-PIERRE.-¿ Crees que te dejaré morir sola? (JEAN-
NE se aleja y va a sentarse entre las piedras de las obras,)
Voy a hablar a los hombres de Vaucelles. Los persuadiré
para que intenten una salida.
CLARICE.-La salida fracasará y todos seremos asesi-
nados.
}EAN-PIERRE.-AI menos, pereceremos juntos.
C1.ARICE.-¡ Perecer juntos! (Pausa.) No quiero tu com-
pasión.
JEAN-PIERRE.-¿Compasión? ¿Quién osaría compade-
cerse de ti? Me resulta insoportable vivir y que tú estés
muerta. Te amo, Clarice.
CLARICE.--Decías ayer que esa palabra carecía de sen-
tido.
JEAN-PIERRE.--¿ Era ayer? ¡ Qué lejano me parece todo!
CLARfCE.--Era ayer, y tú no me amabas.
}EAN-PIERRE.-No me atrevía a amarte porque no me
atrevía a vivir. Esta tierra me parecía impura y yo no que-
ría ensuciarme en ella. ¡ Qué estúpido orgullo!
Cu.RICE.-¿ Te parece más pura hoy?
JEAN-PIERRE.--Pertenecemos a la tierra. Ahora lo veo
claro. Trataba de aislarme de! mundo, y es aquí donde
huía de mis deberes de hombre, aquí donde era un ('o-

1201
barde y te condenaba a muerte con mi silencio. Te amo
en la tierra. Amame tú.
CLARICE.-¿ Y cómo hay que amarse en la tierra?
JEAN-PIERRE.-Luchando juntos.
(Pausa.)
CLARICE.-Pero tú decías: "Estamos todos solos."
JEAN-PIERRE.-Este sufrimiento de mi corazón ere!'> tú,
Clarice, y, sin embargo, también yo. Tú eres mi vida, pues-
to que moriría de tu muerte.
CLARICE.-Este gozo que acaba de nacer en mí, enton-
ces, ¿eres tú mismo? ()EAN-PIERRE la toma en sus brazos.)
JEAN-PIERRE.- -Dime que me amas.
CLARICE.- ¡ Amor mío! ¡ Cómo he sufrido de no amar-
te! (Se abrazan. Salen. La multitud vuelve a la plaza del
Ayuntamiento. Las MUJERES y los ANCIANOS forman un
grupo; los HOMBRES, otro.)
MUJER l."--Me esconderé.
MUJER 2.'- ¿Dónde nos esconderemos? Los gendarmes
registrarán todas las casas.
UN ANCIANO.-¡ Dios mío! ¡ Tened piedad de nosotros!
¡ Dios mío! ¡ Tened piedad de nosotros!
MUJER 1.3-Nadie tendrá piedad de nosotros. ¡ Dios es
sordo!
MUJER 3."-Asesinos, ¿por qué no nos degolláis en se-
guida?
MUJER 4/'--(Dirigiéndose a uno de los hombres.) Eres
mi marido, y vas a dejarme morir. (Los dos grupos se de-
tienen.) ¡Contéstame! ¡Háblame! ¿ Os habéis vuelto to-
dos sordos?
HOMBRE l.º---EI Consejo ha decidido, María; nada pue-
do objetar.
(JEAN-PIERRE at•anza hacia los hombres.)
JEAN-PIERRE.--¡EI Consejo ha decidido! Yo creía que
actualmente erais hombres libres. El duque jamás habría
osado exigir de vosotros lo que esos hombres exigen. ¡ Y
vosotros doblegáis la cabeza!
HOMBRE 2.º-Queremos salvar nuestra ciudad.

1202
JEAN-PIERRE.-Podéis intentar una salida. ¿Tenéis
miedo?
HOMBRE 3.º-No tenemos miedo.
JEAN-PIERRE.-¿Entonces? Corramos a las armas y arro-
jémonos sobre el campo borgoñón.
(Silencio.)
HOMBRE l.º-No es eso lo que el Consejo ha acordado.
JEAN-PIERRE.-¡Despertad! ¿No lucháis por vuestras
mujeres e hijos?
HOMBRE 3."-Luchamos por nuestra comuna.
JEAN-PIERRE.-¿ Vais a hacer de la ciudad una guarida
de asesinos?
HoMRE !.º-Haremos lo que se nos ordene hacer.
JEAN-PIERRE.- ¡ Habláis como esclavos!
(Entran FRAN<;OIS y GEORGES.)
FRANC,:Ois.-Nada de reuniones en las calles. Disper-
saos.
( La multitud se dispersa.)
JEAN-PIERRE.--{A CLARICE.) Aún no se ha dicho la úl-
tima palabra. Acabaré por convencerlos.
(Salen. GEORGES los sigue con los ojos y se vuelve
hacia FRANC,:01S,)
GEORGES.-¿Qué escrúpulo os contiene? Mi padre y
Jacques Van der Welde nos han dado el ejemplo. No
han vacilado en golpear a los débiles e inútiles. ¿ Seréis
más tímidos que ellos?
FRANC,:OIS.-¡ Al fin seré el amo! ¡ Nada se opondrá ya
a mis designios!
GEORGES.-Decid una palabra y los hago aniquilar.
¿ Vaciláis? Solo vivimos una vez, y esta vida es nuestra
única oportunidad. Lo que dejamos escapar ya no vol-
verá a nuestras manos. Vaucelles espera dueño. Hay que
conquistarla.
FRANC,:OIS.- ¡ Vaucelles será mía! Todos estos hombres
que crecen al azar como plantas locas, los haré reunir en
una sola especie rígida y dura. No permitiré que un gesto
o una palabra se pierdan inútilmente en el aire. ¡ Qué
grandes cosas me sería dado hacer!

1203
GEORG ES.- -No. existirá otra ley que nuestra vol untad.
Nadie nos pedirá cuentas, ni osará ya juzgarnos. Cada
movimiento de nuestro corazón se inscribirá en la faz ele
la Tierra. ¡ Por fin seré yo mismo y volveré a hallar mi
imagen en el mundo entero!
FRANc;:Ois.-Haremos venir de los vecinos países mu-
jeres de anchas caderas que nos darán hijos capaces th·
conquistar Flandes y el mundo entero. Reconstruiré nue-
vamente el universo. Haré de él algo tan perfecto que ni
siquiera quedará a los hombres la posibilidad de soñar.
GEORGES.--Hay que actuar en seguida. Quiero apro-
vechar la confusión que seguirá al éxodo de las mujeres
y los niños.
FRANc;:01s.--Venid a buscarme nuevamente, antes del
toque de vísperas.
GEORGES.---(Pretende su/ir por la otra parte, ¡,ero se
detiene.) ¿ Quién está ahí? (Silencio.) ¡ Hay alguien aquí!
(Silencio.) ¡ Me espiabas! (Se precipita hacia el fondo y
trae a JEANNE.)
JEANNE.-- ¡Ah! ¡ Qué feliz me siento! Durante todos es-
tos años no osaba creer a mi corazón. Por fin sé que tenía
razón al odiarte.
GEORGES.-j Sí, ángel mío! Y todavía más de lo que
imaginabas.

CUADRO VI

Casa de Louis d'Avesnes


Entra C\HIERINE, seguida de MUJERES que la asedian

MUJERES.-¡ Salvadnos! ¡Salvad a nuestros hijos! Sois


nuestra última esperanza.
CATHERINE.-Dejadme, os lo ruego. Dejadme sola.
Mu¡EREs.-Maestre d'Avesnes ha escuchado siempre
vuestra voz. Suplicadle. Persuadidle. El es bueno y justo.
Cederá a vuestros ruegos. Salvadme. Salvadnos.
CATHERINE.-Ya nada más puedo hacer por vosotros.

1204
MuJERES.--No nos abandonéis.
CATHERINE.--Nada puedo hacer. Dejadme.
UNA MuJER.-¿Para qué ha servido darnos a diario
sopa y pan? Yo hubiera preferido morir de hambre en
mi casa que ser arrojada a los borgoñones.
ÜTRA.-Cállate.
ÜTRA.-Tiene razón. ¿Por qué nos han impedido mo-
rir? Ya hubiéramos acabado nuestras cuitas.
CATHERINE.-¡ Oh Dios! ¡ Me reprocháis haber querido
socorreros!
UNA MuJER.---{A otra.) ¡Cállate! ¿No te da vergüenza?
OTRA MUJER.-(A CATHERINE.) No os reprochamos
nada.
CATHERINE.-También yo seré arrojada a los borgo-
ñones.
(Pausa.)
UNA MUJER.- Perdonadnos.
( Empiezan a salir.)
CATHERINE.-Cuanto pueda hacer por vosotras, lo haré.
(Salen.) En verdad, más hubiera valido dejarlas morir de
hambre. (Se dirige a la t•entcma y obsen•a.) Ya no puedo
nada, ya no soy nadie.
(Pausa. Entra CI.ARICE.)
CtARICE.--- ¡ Madre querida! (CATHERINE la mira.) Ma-
dre, cuán triste parecéis. ¿ Qué os sucede?
CATHERINE.----¿Qué me sucede, dices, Clarice?
CLARICE.--Sí, ya sé. No estéis triste. Jean-Pierre nos
salvará.
CATHERINE.-¿Ha hablado a los hombres de Vaucelles?
CLARICE. Les ha hablado, y no han querido oírle. El
Consejo ha decidido, y eso les basta. Pero nos salvare-
mos. Jean-Pierre conoce un pasaje a través del campo
borgoñón. Esta noche se deslizará al foso y nos facilitará
la huida. Llegaremos a Francia.
CATHERINE.- ¡ A Francia!
CLARICE.-¡ Y si somos capturados, moriremos al mis-
mo tiempo! ¡Ah! Ahora ya no siento temor ni de la
muerte ni de la vida.

1205
CATHERINE.-Entonces, ¿le amabas?
CLARICE.-También él me ama.
CATHERINE.-Parte con él para Francia, Clarice, y sé
feliz.
CLARICE.-Madre, me causáis terror. ¿No vais a sal-
varos con nosotros?
CATHERINE.-Nada puede ya salvarme. Todo ha ter--
minado para mí.
CLARICE.-No habléis de ese modo. ¿Acaso no empie-
za la vida cada día? (Pausa.) Mi hijo nacerá. ¿No que-
rréis sonreírle?
CATHERINE.-Será tu hijo, Clarice. Tu porvenir, tu fe-
licidad.
CLARICE.-Compartiré todo con vos.
CATHERINE.-No, yo deseo mi vida, mi porvenir. Nues-
tra vida, nuestro porvenir. O si ninguna otra cosa no es
preservada, nuestra muerte.
CLARICE.-¿ Qué queréis decir?
CATHERINE.-No te preocupes por mí. Piensa en Jean-
Pierre, piensa en tu hijo y en ti. Sé dichosa y mi vida no
habrá sido totalmente estéril. (Pausa.) Ahora, es necesario
que me dejes. Tengo necesidad de silencio. (CLARICE sale.
CA1HERINE cuelga su puñal de la cintura.) No, eso no será.
No habrá tal separación entre nosotros. Es preciso que
todo se detenga antes. (Pausa. Loms entra por la puerta
del fondo. Larga pausa. Louis y CA'IHERINE se miran.)
¿Eres tú? Preciso es que te mire. Estabas tan metido en
mí que apenas ya distinguía tu rostro: y ahora hete ahí
delante de mí con esos dos frunces en las comisuras de los
labios y esos ojos empavorecidos.
Lorns.-{En voz muy baja.) Catherinc, mujer mía.
CATHERINE.-No; tu mujer, no. Un instrumento que se
rompe y se arroja como desperdicio después de utilizado.
Loms.-Tú estás ahí, y yo estoy solo.
CATHERINE.- ¡ Me has traicionado! Morir no es nada,
pero tú me has borrado del mundo. Todas las promesas
del pasado las has cambiado en embustes. Mentira ese
día que nació Clarice, y también la mañana soleada en

1206
que puse la primera piedra de la atalaya. Mentiras nues-
tros besos y nuestras noches. Nuestro amor no era otra
cosa que mentira.
Lours.-Tú puedes salvar nuestro amor, Catherine.
Puedes salvar el pasado y el porvenir. Di solamente una
palabra: ¡acepta!
CATHERINE.-¿Puedo negarme a mí misma? (Pausa.)
Tú me hablabas, yo respondía, y era ante ti una mujer vi-
viente y libre. Y yo te hablaba y tü respondías libremente.
Jamás uno de nosotros cometió un ac.to en que el otro
no reconociese su propia voluntad. Y ahora has dispuesto
de mí como se hace con una piedra. Ya no eres sino esa
fuerza ciega que me tritura.
Lours.--Aún te hablo, y tú aún puedes responderme.
Acepta nuestro decreto. Reconoce en él tu propia volun-
tad: nuestra común voluntad de salvar Yaucelles a cual-
quier precio.
CAlHERINE.-Es demasiado tarde. Has decidido sin mí,
y todas las palabras que te dirigiera no serían sino pala-
bras de esclava. Soy tu víctima, tú eres mi verdugo. (Pau-
sa, y luego, muy tristemente.) Somos dos extraños. (Lla-
man a la puerta. Entran JACQUES y JEAN-PIERRE en
compaiiía de JEANNE.) ¡ Jeanne ! ¿ Qué ha sucedido?
JACQUEs.-Nuestros criados la han hallado al pie de la
atalaya bañada en sangre. Dice cosas extrañas.
(Sale }EAN-PIERRE llevando a }EANNE. Sigue CA-
THERINE que, no obstante, se detiene junto a la puer-
ta y escucha.)
Lours.-¿Qué dice?
JACQUES.-Vuestro hijo conspira contra nosotros. Quie-
re matarnos y tomar el poder.
(Silencio. Loms se sienta, abrumado.)
Lours.--¡ Georges quiere matarme! (Pausa.) ¿Es nues-
tra culpa?
JACQUES.-¿Nuestra culpa?
Lou1s.-Ya no sé.
JACQUES.-Llamad al capitán de guardias. Dadle la or-

1207
den de detener a vuestro hijo. Es él quien va a atentar
contra nosotros.
Lou1s.-Ya no hay bien ni mal: la fuerza impera.
JACQUES.-¿Qué decís?
Loms.-Esas eran sus palabras. ¿Estaba equivocado?
JACQUES.--Despertaos. Haced venir al capitán.
LOUIS.-¿Para qué?
)ACQUES.-Despertaos. (Pausa.) Ya sé, es vuestro hijo.
Lou1s.-¿Qué importa mi hijo?
)ACQUEs.--Pero se trata de vuestra vida.
Loms.- ¡ Qué importa mi vida!
)ACQUEs.-Se trata de Vaucelles.
Loms.-¿Existe aún Vaucelles? Queríamos salvarla y
me parece que hemos matado su alma.
JACQUEs.-No es hora de preguntas ni remordimientos.
Hay que actuar.
Lou1s.-Perdonadme. Tengo necesidad de permanecer
solo un momento.
(Sale JACQUES. Pausa.)
CATHERINE.---¿Por qué estás triste? Ya habías perdido
a tu mujer y a tu hija. Ahora ya no tienes hijo. ¡ Qué res-
plandeciente porvenir delante de tus ojos!
Loms.-¿Me odias, Catherine?
CATHERINE.-No ... Ven junto a mí.
(El se levanta.)
Lou1s.-¿Te separarás de mí sin haberme perdonado?
CATHERINE.--¿Puedo perdonarte? ¿O puedo maldecir-
te? ¿No somos de una misma carne? Toma mi mano.
(Ella le da su mano izquierda y se estrecha contra él.) Una
misma carne, un mismo destino. Nada podrá separarnos.
¡ Ni la muerte ni la vida! (Quiere herirle. El sujeta su
puño. El arma cae al suelo.)
Lou1s.--¡ Amor mío! ¿Me amas todavía?
CATHERINE.-¡ Vivirás! ¡Te he perdido!
Loms.--He aquí que vuelves a mí, querida mía. Nin-
gún beso, ninguna promesa nos ha ligado tan estrecha-
mente como ese puñal. Me amas, y yo puedo estrecharte
en mis brazos. (La toma en sus brazos.)

1208
CATHERINE.-Te he perdido.
Lours.-¡ No! ¿No sientes latir mi corazón contra tu
corazón, como en otro tiempo? No soy tu verdugo, tü no
eres mi víctima. Para ti y para mí, el mismo destino. Y
su crueldad nada puede contra nuestro amor. Henos re-
unidos, para siempre.
CATI-IERINE.-¿ Por qué has detenido mi mano? (Silen-
cio.) Aún es tiempo.
(Pausa.)
Lours.-No tengo derecho a huir.
CATHERINE.-- ¡ Me amas y me dejarás morir sola!
(Prolongado silencio. Entra CLARICE.)
CLARICE.---Está muerta.
CATI-IERINE.-¿Ha dicho quién la ha herido?
CLARICE.--Georges.
CATHERINE.- ¡ Georges ! ¡ Desgraciada de mí! (Silencio.)
¿ Quién devolverá a Jeanne el amor y el gozo que yo le
he frustrado? ¡ Ah criminal! Yo pensaba: al fin será
feliz. Pero su vida se ha detenido aquí, en el sufrimiento
y en el odio. Ha muerto con ese peso aplastante sobre el
corazón: el peso de mi estúpida voluntad. (Silencio. Se
vuelve hacia Lours.) Puedes sacrificarme sin remordimien-
to. ¿ Cómo he podido creer que el mundo era una pasta
dúctil que me correspondía moldear a voluntad? Sigue
también tu camino. He hecho méritos para ser arrojada
a un foso y morir sola y perdida.
Lours.-¡No!
CATHERINE.-¿Qué dices?
Lours.-He renegado de la mitad de mi pueblo y la
ciudad entera se ha convertido en una horda sin ley y
sin amor. ¿ Cómo accederíamos a una vida más elevada
si empezamos por matar todas nuestras razones para vi-
vir? (La toma en sus brazos.) ¡ Una sola carne, un solo
destino! Triunfaremos juntos, o juntos seremos sepulta-
dos bajo tierra.
CATHERINE.-¿ Qué vas a hacer?
Lours.-Voy a reunir al Consejo.

1209
CUADRO VII

La sala del Consejo


Los DIPUTADOS. Los tres CONCEJALES. GUARDIAS

Loms.-¿Habéis dormido esta noche?


Voz.-¿Qué dice? ¡Extraña pregunta! ¿Para qué nos
ha reunido?
Loms.-Si habéis dormido, sois afortunados. (Pausa.)
Nos hemos equivocado. Lo que hemos decidido ayer no
debe realizarse.
(Movimiento de sorpresa.)
FRAN<;:Ois.-Cuidad lo que decís. Hay palabras que sig-
nifican inmediatamente la muerte.
Loms.-¿Pensáis que deseo proponeros la rendición
de Vaucelles? ¡ Antes me mataría! (Pausa.) No obtendre-
mos la victoria por medio de un crimen. Armemos a los
hombres, a los ancianos, a las mujeres, e incluso a los ni-
ños, y, amparados por la noche, lancémonos impetuosa-
mente sobre el campo borgoñón. Todos juntos triunfare-
mos o moriremos.
FRAN<;:ors.-Todos sabemos que sois un buen marido
y un buen padre, mas ¿no olvidáis que sois, ante todo,
el jefe de esta ciudad? Habéis reconocido ayer que ha-
ría falta un milagro para obtener éxito en una salida.
Loms.-Gante estaba al límite de sus fuerzas. El ene-
migo prometió respetarla si le entregaban a todos los
jóvenes de la ciudad. Pero los habitantes prefirieron la
muerte al ludibrio. Atacaron sin esperanza al ejército de
sitiadores y lo barrieron.
JACQUES.-¿Hemos de correr ese riesgo insensato cuan-
do la victoria es segura si resistimos hasta la primavera?
DIPUTADO l .º-Desde ayer, cada uno de nosotros ha
oído llorar en su casa a una esposa, a una madre querida.
Cuando nuestros hijos pequeños sonreían, volvíamos la
cabeza para enjugar las lágrimas. Hemos dormido mal.

1210
Pero no tenemos el derecho de perder Vaucelles para ali-
viar nuestros corazones.
UNA voz.-No nos asiste ese derecho.
Loms.-¿El derecho? ¿Quién lo determina sino nos-
otros? La cuestión que se nos plantea nadie la ha resuelto
antes de nosotros, y nadie puede responder en nuestro
nombre. Solo a nosotros toca elegir: ¿Qué deseamos?
JACQUES.- ¡ Queremos la victoria!
U NA voz.-¡ La victoria! ¡ Queremos la victoria !
Lou1s.-¿ Qué victoria? (Pausa.) Los habitantes de Vau-
celles se arrastraban en la miseria y en la esclavitud. Nos-
otros hemos dicho: haremos hombres de estos esclavos,
y tan pronto como estas palabras han sido pronunciadas,
la pobreza, el hambre, la muerte, han cambiado de rostro.
Por espacio de dieciocho meses hemos luchado hombro
con hombro, y, pese a los sufrimientos, la alegría vivía
en nosotros. Desde ayer, esta ha muerto. ¿ De dónde ex-
traíamos la fuerza de ser hombres, sino de esas miradas
que se elevaban confiadas a nosotros? Ahora todas las
miradas huyen. Cada uno está solo como una bestia. ¿ Qué
importa nuestro triunfo o nuestra ruina, si no somos ya
otra cosa que una jauría salvaje? No. No pondremos fin
a esta lucha arrojando a nuestros pies todas las razones
que nos han mantenido en ella. Esto representaría la peor
de las derrotas.
FRANt;:01s.-Solo hay una derrota: la de no alcanzar el
objetivo previsto. No hemos expulsado al duque para
morir, sino para vivir. Y viviremos.
Lou1s.-Hemos combatido al duque para conquistar la
libertad y la justicia.
DIPUTADO l.º ---Por amor de la libertad y la justicia osa-
mos conducirnos hoy como tiranos. De lo contrario, se-
remos vencidos y las perderemos para siempre.
DIPUTADO 2.º-Dice verdad. Necesitamos ante todo la
fuerza. El tiempo de la justicia vendrá.
UNA voz.-Nada de debilidades. No es hora de permi-
tir que nos estorben los escrúpulos. ¡ Es útil para la co-
muna que esta gente muera, y morirá!

1211
FRANCOIS.--¿ Qué significado tiene proseguir esta in-
sulsa charla? Nuestras decisiones están tomadas. Pido
que el Consejo vote.
Voz.--Sí, al voto. Terminemos de una vez.
( J EAN-PIERRE hace irrupción en la sala.)
JEAN-PIERRE.-j Un momento!
VARIAS VOCES :
- -¿ Qué quiere?
-¿Qué viene a hacer aquí?
- ¡ Es una inconveniencia!
-- ¿Quién le ha dejado entrar?
- -¡ Qué audacia!
- ¿ Cómo se ha atrevido?
Loms.--¿No sabes que está prohibido franquear esa
puerta durante el Consejo?
JEAN-PIERRE.-Por amor de Vaucelles, en nombre de
los servicios que me ha sido dado rendir a esta comuna,
escuchadme. Si después consideráis que he infringido
vuestras leyes a la ligera, llegará el momento de casti-
garme. Las revelaciones que tengo que haceros no admi-
ten dilación alguna.
FRAN<;:01s.-¡Tu audacia será castigada de manera ejem-
plar! (A los guardias.) Llevadle.
JACQUES.--No. Dejadle hablar. Es preciso que tenga algo
importante que decirnos.
Los DIPUTADOs.-¡Que hable! ¡Queremos escucharle!
No correría tal riesgo sin importantes motivos.
FRAN<:;'.OIS.--Eso es ilegal.
]ACQUEs.-Somos nosotros quienes hacemos la ley.
Loms.-Habla, pues.
JEAN-PIERRE.--En primer lugar, os haré una pregunta:
¿No exige nuestra Constitución que nuestras leyes sean
votadas por tres concejales, asistidos por el Consejo?
LoUI s.--Cierto.
JEAN-PIERRE.-- ¡ Pues bien! Yo os digo que ninguna de
las decisiones que toméis hoy tendrá fuerza de ley, por-
que aquí no hay más que dos concejales y un traidor.
(Señala a FRAN<:;'.OIS.)

1212
UNA voz.-¡Cómo! ¿Qué dice? ¿Es horrible? ¿Qué
quiere decir? ¿De qué traición está hablando? ¿Acusa
a Fran¡;ois Rosbourg?
FRAN~0is.-Esto excede el límite.
Lou1s.-Explícate.
JEAN-PIERRE.-Mi hermana acaba de morir asesinada.
¿Sabéis quién la ha asesinado?
Lorns.-Yo lo sé. Ha sido mi hijo.
(Movimiento.)
jEAN-PIERRE.-¿Y sabéis por qué? Conspiraba contra
nuestra comuna y ella ha sorprendido sus propósitos. No
conspiraba solo. Antes de morir, Jeanne ha revelado el
nombre de su cómplice: Fran~ois Rosbourg.
FRAN~Ois.-¿Permitiréis que en pleno Consejo se in-
sulte impunemente a uno de vuestros concejales? Exijo
que se encarcele a este hombre.
JEAN-PIERRE.--Quería desembarazarse de maestre Van
der Welde y de maestre d' Avesnes y reinar solo. Mi her-
mana ha oído esas palabras.
FRAN~OIS.--Es fácil invocar el testimonio de muertos.
Os ruego, una vez más, que hagáis cesar este escándalo.
JEAN-PIERRE.-He conseguido apresar otro testigo. (A
Lorns.) Permitid que entre.
Lorns.--( A los gzwrdias.) Que entre.
(Los GUARDIAS abren la puerta. Entra GE0RGES,
rodeado por tres jóvenes que le amena-::.an con sus
espadas.)
JEAN-PIERRE.-No te pediré que repitas aquí las con-
fesiones que te hemos arrancado. Dinos solamente: este
hombre te acusa de haber intentado sobornarle, y él pre-
tende haber rechazado con horror tus ofrecimientos. ¿ Es
cierto?
GEORGES.-¿Sobornarle? ¿De veras? Ha prestado rá-
pida atención a mis razones. Incluso me pregunto si no
será él mismo quien me las ha dictado.
UNA voz.-¿Es posible? ¿Fran~ois Rosbourg? ¡ Qué ho-
rrible traición!
FRAN<;:01S.-¡ Miente!

1213
GEORGES.-¿Pensabais que iba a aceptar pagar por vos?
No; si he de balancearme en lo alto del torreón, me place
que me hagáis compañía. Sé perfectamente que si nuestra
empresa hubiera tenido éxito, hubierais intentado des-
embarazaros de mí.
FRANc;'.OIS.- ¡ Es un complot! Han montado esta ma-
quinación al objeto de apartarme del poder.
JEAN-PIERRE.--Hemos obtenido de Georges el nombre
de vuestros cómplices, y hay varios que hemos podido
detener. ¿ Quiere el Consejo oír esos nombres?
(Los amigos de JEAN-PIERRE abren la puerta e in-
troducen a varios hombres.)
DIPUTADO l.º-¡ Ah traidor! Utilizabas nuestras des-
gracias para servir tu ambición.
DIPUTADO 3."--¡ Y osabas hablarnos de Vaucelles, hipó-
crita!
FRAN<;:ors.-Es cierto, he deseado el poder; pero tam-
bién es cierto que era en bien de Vaucelles. Vuestros dé-
biles corazones jamás serán capaces de darle el destino
que yo soñaba para ella. En mis manos se habría conver-
tido en la reina de Flandes y del mundo.
JACQUEs.-Habría sido el dócil instrumento de tu or-
gullo: el bien de esta ciudad es el que ella misma elige
como su bien. Aunque le fuere ofrecido el imperio del
mundo, no sería más que una esclava si lo recibía de mano
extranjera.
Loms.- ¡ Su confesión basta! ( A u.n guardia.) Llevadle.
(FRAN<;:ors desciende de la tribuna. l.os GUARDIAS
le conducen, así como a GEORGES y a los testigos.)
JACQUES.-Has salvado a Vaucelles. Propongo que el
Consejo designe a Jean-Pierre Gauthier para ocupar este
sitial vacío a nuestro lado.
VOCES:
- ¡ Sí, lo merece! ¡ Que sea concejal!
-- ¡ Que sea concejal!
Loms.-¿Ningún miembro del Consejo se opone a esta
decisión? (Pausa.) Por consiguiente, el cargo de concejal
te es ofrecido. ¿Lo aceptarás?

1214
JEAN-PIERRE.-Lo acepto. (Sube a la tribuna.) Puesto
que ahora me está permitido participar en vuestros de-
bates, os preguntaré: ¿No es un criminal este hombre
que acabáis de expulsar de vuestro seno?
UNA voz.-Sí, es cierto. Es un criminal.
JEAN-PIERRE.-¡Pues bien: no ha hecho otra cosa que
seguir nuestro ejemplo! (Movimiento.) Vosotros habíais
decidido: los ancianos, los inválidos, son bocas inútiles.
Entonces, ¿por qué razón un tirano no juzgaría inútiles
vuestras libertades e importunas vuestras vidas? Si un
solo hombre puede ser considerado como un desecho, cien
mil hombres juntos no representan más que un montón
de basura.
(Silencio.)
JACQUEs.-¿Es preciso condenar a muerte a toda la ciu-
dad para salvar a la mitad?
Lou1s.- ¡ No condenaremos a nadie! Los hombres de
Vaucelles son libres y apelaremos a su libertad. Han acep-
tado obedeceros porque confían en nuestro buen sentido,
mas decidles que les permitís arriesgar sus vidas para sal-
var las de sus hijos y mujeres, y la arriesgarán con gozo.
DIPUTADO l .º-La arriesgarán y perecerán todos.
Lou1s.-Una muerte libremente elegida no es un mal.
Pero a esas mujeres y ancianos que arrojaréis al foso no
se les permite ninguna elección. Y les robaréis la muerte,
al mismo tiempo que la vida. ¡ No cometeremos tal ac-
ción! Que esta noche, unido en una sola voluntad, un
pueblo libre afronte su destino.
DIPUTADO 2.º-¡Vaucelles debe vivir!
Louis.-¿Quién es Vaucelles? Entre cada uno de nos-
otros y todos los demás hay un pacto: si lo quebranta-
mos, nuestra comuna quedará aniquilada.
DIPUTADO 2.º-Vaucelles no dejará de existir porque
nuestras mujeres e hijos hayan muerto. Encontraremos
otras esposas que nos darán otros hijos.
JEAN-PIERRE.-¿Otras esposas? ¿Otros hijos? Pero ¿con

1215
qué ojos nos mirarán? ¿ Y qué palabras osaremos de-
cirles?
(Pausa.)
DIPUTADO 4.º-Dice la verdad. Desde ayer no me atre-
vo a levantar los ojos por temor a encontrarme con la
mirada de una víctima o de un cómplice. Nuestras bocas
ya no podrán sonreír jamás.
DIPUTADO 3."---¿Imagináis la entrada del rey de Fran-
cia en esta ciudad de asesinos? ¿Qué otra cosa podrán
tocar las campanas de nuestra atalaya sino el toque de
difuntos?
DIPUTADO l.º-¿ Y os es dado imaginar nuestra atalaya
derruida, nuestros muros reducidos a ceniza?
Louis.-No lucharemos por piedras.
DIPUTADO 2.º-Vaucelles debe vivir.
Louis.-¿Puede considerarse vivo un pueblo corroído
por la desgracia y la vergüenza?
DIPUTADO 2.º-¿Puede considerársele vivo cuando sus
huesos sirven de abono a la tierra?
Louis.-Puede vivir en los corazones de modo pC'rdu-
rable. Sí, Vaucelles debe vivir. No matemos su alma.
JEAN-PIERRE.-¿Sois capaces de contemplar de frente
ese porvenir que habéis construido sobre el crimen y la
traición? Unos, corroídos por el remordimiento, huirán
de la ciudad. Otros se consumirán en la soledad y el si-
lencio. Habremos sacrificado nuestra carne, nuestra san-
gre, y en mitad de la llanura solo habrá un sepulcro vacío.
¿ Os sentiréis satisfechos de una victoria semejante? (Si-
lencio.) ¡ Contestad!
DIPUTADO 3.º--Ya no sé.
DIPUTADO 5.º--Ya no sé.
DIPUTADO 4.º---Tiene razón, seremos malditos.
JEAN-PIERRE.-¿ Qué mujer franqueará nuestros muros?
¿ Qué amigo nos dará la mano?
JACQUEs.-Tiene razón. Habremos matado la confianza
y el amor. No seremos ya una ciudad, sino una horda.
Queríamos servir de ejemplo al mundo y nos convertiría-
mos en objeto de horror para él.

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DIPUTADO l.º-Llegamos al objetivo final: ¿Hemos de
renunciar?
Loms.-¿Cuál es el objetivo? Hemos combatido al du-
que para ser hombres libres. Digamos solamente una pa-
labra, hagamos un gesto, y ese objetivo será alcanzado.
Ningún fracaso habrá ya que temer. Tanto si obtenemos
éxito en la salida como si somos aniquilados, de hecho
triunfamos. (Pausa.) Votaremos a mano alzada.
(En silencio, todos levantan las manos.)

CUADRO VIII

Noche bajo las fortificaciones. frente a una puerta


A la derecha. un CAPITÁN distribuye armas. A la izquierda, CATHE·
RINE y CLARICE distribuyen ~opa y pan. Gran concentración de
HOMBRES, MUJERES, NIÑOS y ANCIANOS

CATHERINE.-¿ Quién quiere más sopa?


HOMBRE 1.º-Ya no tengo hambre.
HOMBRE 2.º-Ni yo.
HOMBRE 3.º-Ni yo.
ANCIANO.-¡ Ah! ¡ Había soñado tanto de comer hasta
la saciedad antes de morir!
MUJER.-Acaso sea nuestra última comida.
HOMBRE l.º-¡Vamos, vamos! ¡Mañana beberemos el
vino de los borgoñones y degollaremos sus cerdos!
HOMBRE 2.º-¡Qué festín!
HOMBRE 3.0 -Les haremos pagar estos meses de hambre.
CATHERINE.-j Mañana! Habrá el mismo cielo negro so-
bre la tierra, el mismo viento helado barrerá la llanura.
¿ Veremos aún ese cielo, o nuestros ojos estarán cerrados
para siempre?
CLARICE.-¡Qué importa! Habremos vivido. He tenido
mi parte sobre la tierra.
(Por ambos lados de la escena entran Loms y
JACQUES.)
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BEAUVOIR, 1,-3!>
Loms.-¿Está todo listo?
}ACQUES.-Bastará una chispa para prender fuego a la
atalaya, a las fortificaciones, a las casas. Los impedidos,
los ancianos, están en su puesto. Antes que los borgoño-
nes hayan franqueado nuestras puertas, la ciudad arderá.
Loms.-(Al CAPITÁN.) ¿Están todos armados?
CAPITÁN.-Sí.
Loms.-¿Han comido bastante?
CATHERINE.-Se les ha distribuido la ración de dos se-
manas. (Entra JEAN-PIERRE corriendo.) ¿Qué sucede?
JEAN-PIERRE.-Lo mismo que la otra noche. Duermen,
y en esta parte del campo los centinelas juegan a los da-
dos. Me he aproximado a menos de cien pies sin ser
visto.
Loms.--Nos pondremos en marcha al dar las dos. (Una
pausa.) La puerta se cerrará detrás de nosotros.
Voz.-No retrocederemos.
(LOUIS y }ACQUES se alejan.)
CAPITÁN.-¡Cada uno en su sitio! Los hombres, delan-
te. Detrás, las mujeres y los niños.
(Se precipitan todos empujándose.)
C1.ARICE.-¿Son las mismas gentes que ayer?
JEAN-PIERRE.-Hoy, su destino está en sus propias ma-
nos. (A CATHERINE.) Vaucelles os debe su salvación.
CATHERINE.-¡Ah! Acaso hubiera sido preferible que
me dejara arrojar al foso sin oponer resistencia. ¿He sal-
vado a estos niños y a estas mujeres? ¿He condenado a
muerte a estos hombres?
JEAN-PIERRE.-Vuestro silencio acaso hubiera salvado a
estos hombres, pero perdía con toda seguridad a estos
niños y a estas mujeres. Siempre influimos sobre la tierra.
CATHERINE.-¿ Cómo saberlo?
JEAN-PIERRE.-No se puede saber. Ahora lo veo claro:
nuestra parte es precisamente este riesgo y esta angustia.
Mas ¿por qué desearíamos la paz?
CAPITÁN.-A vuestros sitios.
(JEAN-PIERRE abraza a CLARICE. Los tres vuelren
a sus sitios. Loms vuelve hacia CATHERINE.)

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Lours.-¡Adiós, Catherine !
CATHERINE.-N o; adiós, no. Ahora estamos reunidos
para siempre.
(Se abrazan. Dan las dos.)
Lours.-jQue la alegría sea con nosotros! Luchamos
por la libertad; es ella quien triunfa por nuestro libre sa-
crificio. Vivos o muertos, somos los triunfadores. (Dan las
dos por segunda vez. Va a situarse en cabeza de la colum-
na.) ¡ Abrid la puerta!
(La puerta empieza a abrirse.)

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