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Por falta menos grave que la de Luzbel, que no alcanzó Aburrido de ver pasar caras desconocidas y gente indiferente, el

proporciones de «caída», un ángel fue condenado a pena de destierro en ángel, la tarde de un día de su castigo, salió de la gran ciudad, se sentó
el mundo. Tenía que cumplirla por espacio de un año o encontrar lo a la orilla del camino, sobre una piedra y alzó los ojos hacia el cielo, que
bonito del mundo en un hogar, lo cual suponía una inmensa suma de se posaba sobre el pasto de un verde luminoso, ligeramente franjeado de
perdida felicidad; un año de beatitud es un infinito de goces y bienes naranja a la parte del Poniente. El desterrado gimió, pensando cómo
que no pueden vislumbrar ni remotamente nuestros sentidos groseros y podría volver a la deleitosa morada de sus hermanos; pero sabía que una
nuestra mezquina imaginación. Sin embargo, el ángel, sumiso y pesaroso orden divina no se revoca fácilmente, y entre la melancolía del
de su destino, no chistó; bajó los ojos, abrió las alas, y con vuelo crepúsculo apoyó la cabeza en las manos, y lloró hermosas lágrimas de
pausado y seguro descendió a nuestro mundo. arrepentimiento. Ya he cuidado de advertir que, a pesar de su desliz,
este ángel tiene un corazón.
¡Eh aquí Lucyf!
Apenas calmó su aflicción, se le ocurrió mirar hacia el suelo, y vio
que donde habían caído gotas de su llanto, nacían, crecían y abrían sus
cálices con increíble celeridad muchas flores blancas, pero que tenían los
pétalos de finas perlas y el corazoncito rojo. El ángel se inclinó, recogió
una por una las maravillosas flores y las guardó cuidadosamente en un
pliegue de su manto. Al bajarse para la recolección distinguió en el suelo
un objeto blanco -Un pedazo de papel, un trozo de periódico-. Lo tomó
también y empezó a leerlo, porque el ángel de mi cuento no era ningún
ignorante; y con gozo profundo vio que ocupaban una columna del
periódico ciertos desiguales renglones, bajo el titular: A un ángel.
Dicho y hecho. El ángel se dirigió hacia la ciudad. No sabía en
qué lugar podría vivir su compañero; pero estaba seguro de acertar
pronto. Hasta suponía que de esa casa se exhalaría un perfume peculiar
que delatase su presencia. Empezó, pues, a recorrer calles y callejuelas.
La luna brillaba, y a su luz clarísima el ángel podía examinar las rejas y
edificios, ver a través de ellas y en cual percibía el olor, tras horas de
vagar por la gran ciudad, el desterrado caminaba por el boulevard
panteón, a tan solo unas cuadras de una imponente estructura, donde
descansan los restos de un libertador.

¡Ahí Lucyf... Encontró su hogar!

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