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Mateo Alejandro Rodríguez

Parcial Platón

Sócrates – Apreciado Fedro, ya sabía yo que mis palabras bien poco pueden frente a la
fortaleza de tus convicciones, pero fíjate bien en lo que dije y en lo que a partir de ahí se
puede derivar. En efecto, mi intención no ha sido despreciar o injuriar a tan venerable
daímon, pues es Eros, cómo tanto se ha dicho en esta velada, una relevante entidad. He
tratado de mostraros las variadas virtudes de Eros. Más cometes un error al usar mis palabras
en mi contra, pues, al enunciar que éste busca el bien no he dicho que obre mal. Al enunciar
las virtudes heredadas de su noble origen menciono, como has de recordar, un amante del
conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. Virtudes
dignas de una divinidad, pues la magia que le atribuyo le es justa, pues bajo su inmenso y
profundo impulso hace real lo que no existía, crea nuevas y maravillosas obras donde antes
no había nada ¿Cómo hemos de llamar a esta virtud? ¿Hemos de juzgar como injusta sus
virtudes de inspirador?
Me acusas de sugerir que Eros obra mal ante el bien al apropiarse de él, cuando he
dicho que inspira al amante a crear bellos y afinados discursos, hacerse mejor y más bello en
virtud de su amado. He de volver a exponeros nueva y plácidamente, pues quién ha de
extasiarse y cansarse ante tal elevado y justo tema.
Eros no es bello, bueno o justo, sin embargo, como Agatón ha aceptado
anteriormente, esto no lo hace feo, malo u hostil. Siendo pobre y descalzado, también es
valiente, audaz y activo. Tiene un origen noble y humilde; divino y mundano. No es mortal ni
inmortal. Unas veces desaparece otras reaviva con fuerza. Todo esto por la naturaleza de su
ser.
Lo anterior nos permite derivar, que siempre está en búsqueda de aquello que no
posee. Pues como ya se ha dicho ¿quién acaso busca lo que ya tiene? Pues he escuchado que
la satisfacción mata el deseo. Así, pues, Eros busca la belleza, la justicia y el bien. Es el
impulso a lo divino. El buscador de la belleza. ¡Ah! La belleza, la que me acusas de usar
impíamente como ánfora. Pues he de aclararte esto, Fedro. Es el bien, la sabiduría y la
filosofía las ánforas de la belleza, pues ellas y todo lo que hemos de considerar bello son
partícipes de la belleza. La belleza no está contenida plenamente en ellas. Estas son partícipes
y es justamente por esta causa, por la que decimos que son bellas, que tienen algo bello.
Permitidme, pues, continuar con la exposición. Dices que desde jóvenes es imposible
perseguir el fin, esto a causa de ignorancia, lo cual te concedo. Sin embargo, has de recordar
mis palabras cuando enuncie que los jóvenes deben ser guiados por un maestro, por lo tanto,
recibir educación estética. Esta educación consiste en ver lo bello que hay en las distintas
cosas, es decir, ver como participan de la belleza los rostros, las obras de Homero y Sófocles;
las comedias de Aristófanes y las armonías de las liras, ampliamente reconocidas como
necesarias en una justa y recta educación.
De esta manera, Eros impulsa a los jóvenes a los cuerpos bellos, al admirar los bellos
y formados cuerpos y rostros, el joven tendrá un primer contacto con lo que es bello. Eros
impulsa al bien, busca el bien, así como a lo bello. ¿Quién ha de ser temeroso o endeble
frente al amado? ¿Quién ha de ser cobarde y débil frente al que ama? Así como se ha dicho
en esta velada, no habrá pues ejército o nación más fuerte y justa que aquella que se
componga de amantes y amados, pues los unos no desfallecerán frente a los otros, así mismo,
los jóvenes buscarán ser mejores y evitaran los actos injustos e impíos en busca de atraer para
sí lo bello.
Has admitido, Fedro, que nos dirigimos a los rostros o cuerpos bellos, y he de
concederte, que es terco e impropio creer que lo hacemos en busca de la belleza en sí, más
has de concederme que sí hemos de buscar lo bello en que participa aquel dulce rostro o
cuerpo. Es justo antes de continuar aclara un par de tus justas objeciones querido Fedro, pues
has dicho también que digo falazmente que es una gran necedad no considerar una y la
misma la belleza que hay en todos los cuerpos, pues, dices que no vemos lo mismo en todos
los cuerpos. He de concederte esto, Fedro. No vemos lo mismo en todos los cuerpos, pero sin
duda aquello que vemos lo tenemos por partícipe de lo bello.
Belleza hay solo una, aunque se manifieste en los cuerpos, los bellos razonamientos,
las leyes o en sí. Ésta es siempre una. Eros nos impulsa a lo que tenemos por bello en busca
de la belleza, en busca de tener aquello que le hace falta. Esto se da por la afinidad que
tenemos con lo que tenemos por bello. Pues todos los rostros y cuerpos son bellos, sin
embargo, la afinidad es, pues, nuestra inclinación por unos que por otros.
Eros nos hace ser mejores y buscar lo bello. Así mismo eros nos impulsa a elevarnos y
buscar belleza que no se vea sometida a los cambios y mudanzas de la carne. Es así, como
hemos de ser impulsados por Eros a la belleza de almas. Solo basta, querido Fedro, en
remitirse a lo que te he dicho hace un momento y has de concederme, pues, te he dicho que se
debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, puesto que, hemos
aceptado que es una belleza y que ésta no es contaminada con los cambios de lo humano. O
es acaso, Fedro, que has de tener por más bello al cuerpo de un joven que a las virtudes y
bondades.
Recordad que Eros nos ha de impulsar a lo mejor y más bello. Hace que pasamos de la
contemplación de los rostros y cuerpos bellos, a las almas bellas y buenas, a los
razonamientos bellos y justos. Una vez llegado a este punto se está frente a un mar de belleza,
que contrario a como sugieres, Fedro, no se debe a que nada este fijo, sino, más bien, ha su
vastedad e imponencia.
Eros nos impulsa a la creación de lo bello, a hacer grande y nobles obras. Es así, pues
como de la contemplación de los cuerpos y rostros bellos, se da al impulso de la procreación,
de nueva belleza. Es en virtud de esta contemplación que se da la procreación. Así mismo,
después de contemplar los bellos razonamientos, se da el impulso de crear belleza, de
producir nuevos razonamientos. Es, entonces, cuando en la contemplación de lo bello, se
engendran muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en ilimitado amor por la
sabiduría.
No soy sofista, como me acusas Fedro. Pues es por medio de los rostros bellos que
nos hemos elevado con Eros a lo divino de la sabiduría. Pensad, pues, cuantos magníficos y
nobles poemas y obras no se han hecho por la belleza, cuantas guerras no se han librado en
virtud de las leyes o cuantos nobles y bellos tratados no se han gestado por amor.
Me acusas de tratar a las personas, normas y las ciencias como medios y no fines. Es
pues justo decir, que esto se debe a que por medio de las personas bellas eros se eleva a la
búsqueda de las normas bellas y es por medio de estas normas, por lo cual se buscan los
bellos razonamientos y las ciencias. Cada vez Eros nos impulsa a aquello que participa de la
belleza de forma más elevada. Todo es un camino, que una vez completado en ordenada y
correcta sucesión, descubrirá la belleza en sí.
Aquí debo, lamentablemente, contrariarte, Fedro. Pues dices que miento al decir que
este fin es inalcanzable. La belleza en sí es alcanzable, después del curso ordenado de
admiración y educación, sin embargo, ésta no es aprehensible. Por eso os he dicho que solo
puede ser contemplada en este periodo de la vida y es cuando más le merece la pena vivir,
pues contempla la belleza en sí. Ve ese grandioso y profundo mar de lo bello, de donde todo
aquello que ha tenido por bello participa. Esto no es inalcanzable, pero de seguro
inaprehensible.
Por todo lo anterior, Fedro, ya no podrás tener por injusto lo que he dicho de buscar
inicialmente la belleza en los cuerpos y rostros bellos, y que posteriormente enuncie que la
belleza no puede ser hallada en ningún objeto en esta tierra ni en el cielo. Pues como ya te he
mostrado, los rostros y cuerpos participan de la belleza en sí, que no participa ni está
contenida en ningún otro.
Podemos concluir, con plena seguridad, que la belleza participa en todo lo que
podemos conocer ya admirad, pues todo es bello, aunque la afinidad nos incline más a unas
cosas que a otras. No es, pues, válido concluir que, enunciar, como lo haces tu querido Fedro,
que la belleza no tiene nada que ver con lo que tenemos por bello es un sinsentido.
Por lo demás, querido Fedro, he de mostrarte que están infundadas tus acusaciones
sobre un injusto tratamiento mío a la filosofía. Bien tú has dicho, que la nobleza de la
filosofía mora en el saber, nada más justo que eso. Pues hemos de retomar donde dejamos a
nuestro valeroso y divino Eros, que impulsa a los bellos razonamientos, teniéndolos por la
más alta participación de la belleza. En otras palabras, los razonamientos justos y nobles son
lo más bello. La sabiduría es, entonces, lo más bello, puesto que, no se ve alterada por lo
mudable de lo humano o varía según la ciudad como las normas, es universal y absoluta. Es
pues justo preguntarnos, por la ciencia de la sabiduría. También hemos de admitir, que, según
lo dicho por nosotros, no hay más noble y buen amor que el amor a la sabiduría, el eros por
ella. Es entonces, cuando gustosos podemos ver con claridad, que es de la filosofía de la que
hablamos.
Podemos admitir, en virtud de lo anterior, que Eros se padece (πάθος). Padecemos sus
impulsos y guías, búsquedas y ascensos, es el que direcciona nuestra vida hacia lo bueno, lo
bello y lo justo. Padecemos sus encantos, somos guiados por su mano, somos víctimas de su
búsqueda. Solo nos queda decir con verdad ¡Qué gran maestro!
Esto, Fedro, y demás amigos, nos exige aclarar una última cuestión. Me has sugerido
amistosamente, querido Fedro, que me aleje de soñar con la eternidad, más no soy yo el que
nos impulsa a ello, es el mismo Eros. Como ya os he mencionado anteriormente, ascendemos
progresivamente de los rostros y cuerpos bellos a las normas y leyes buenas y bellas y,
finalmente, a los razonamientos bellos. También hemos visto que desde los primeros
instantes Eros nos impulsa a crear cosas bellas y justas; a ser mejores y buenos.
También has dicho tú, Fedro amigo, que son argucias y sofismas llevar a pensar que
es posible ser inmortales. Más podrás ver que repudio a los sofistas, pues me desagrada y no
manejo con propiedad ni soltura su arte. No he de negarte, que nuestra naturaleza es
vulnerable a Cronos, que el hombre es finito y está condenado a la muerte, sin embargo, Eros
y su fuerte y valeroso impulso nos hace librarnos de las garras de Cronos.
Al inspirarnos a crear los muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en
ilimitado amor por la sabiduría Eros nos hace partícipes de algo superior. En su impulso
creador, hemos visto como Eros nos insta a procrear en amor a los cuerpos y rostros bellos,
aunque nadie celebre y premie la creación de otro hombre con gran hincapié y profundidad,
naturalmente, se ha de alargar la vida por medio del recuerdo de quien hemos creado. Así
mismo, los bellos y magníficos discursos alargarán la vida defendiendo el recuerdo de aquel
que los creo en amor a la sabiduría. En el primer caso por una chispa en el abrazador flujo del
tiempo, en el segundo, una marca latente e imborrable.
Es, pues, por medio de nuestras creaciones, de nuestros hijos, en amor a la sabiduría
por medio de los cuales se vence la tiranía del tiempo. Es, entonces, justo decir, que lo que
hacemos en vida, resuena en la eternidad. Por lo tanto, por medio las creaciones bellas y
justas que, realizadas en impulso de Eros, seremos herramientas para el ascenso a la belleza,
que tanto buscamos. Hemos de admitir que somos afectados por Eros, más que frente a otra
divinidad. Que, por medio de su arrollador flujo y padecimiento, nos impulsa a lo bello.
Incluso, siguiendo su guía firmemente, nos lleva a la inmortalidad que él también busca.
Así, amigos y querido Fedro, considero pertinente terminar este humilde discurso con
un texto, que, inspirado por Eros, de seguro resonara en la eternidad.

Amor invencible en la batalla, amor que sobre tus siervos te abates y te refugias en
las tiernas mejillas de una muchacha. Sobre el mar vas y vienes y llegas a las guaridas de
los animales del campo. De ti ningún dios puede escapar ni ningún hombre en su corta vida.
Y el que te posee, enloquece.1

1
Sófocles, Antígona; Coro (Estrofa primera), pag.202, Círculo de lectores, S.A. Barcelona

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