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las ciencias, para que vea también la belleza de éstas y, fijando ya su mirada en
esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia , mediocre y corto de
espíritu, apegándose como un esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un
muchacho, un hombre o una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar
de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y
pensamientos en ilimitado amor por la sabiduría, hasta que fortalecido entonces
y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de la belleza…La belleza
en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas
las otras cosas bellas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y
muerte de éstas no le causa aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente
nada…Y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente…
y terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de
aquella belleza absoluta, para que al fin conozca lo que es la belleza en sí…¿O
no crees –dijo- que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le
será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con
una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y
al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible
hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo,
inmortal también él?...” 1
Respecto del arte, Platón la considera una mímesis de la realidad concreta, producto de
la imaginación. Su carácter de imitación de las cosas sensibles tiene una connotación
peyorativa.
Aristóteles, en cambio, desde una concepción metafísica que revaloriza la sustancia
individual y concreta, considera al arte en una doble perspectiva: en tanto acción humana y en
cuanto producto.
En el primer sentido, el arte se corresponde con una virtud del intelecto práctico, por el
cual el hombre transforma y recrea la naturaleza al producir una obra. La poiesis posibilita la
catarsis del artista: la purificación de su afectividad por la manifestación de su interioridad en el
hacer transeúnte.
La obra, es considerada una mímesis de la naturaleza, pero sin la significación negativa
que ésta tenía en la filosofía platónica.
El surgimiento del neoplatonismo y, en particular, la especulación de Plotino aportarán
una perspectiva de profundas proyecciones en el medioevo.
En efecto, para Plotino la belleza es un modo de participación en el Uno y se identifica
con la luz. Lo bello es claro y luminoso, frente a la materia:
1
PLATÓN; (1997), Banquete. Madrid, Gredos, 207-212
2
PLATÓN; (1996), Fedro. Madrid, Gredos, 250
3
La palabra griega καλέω fue traducida al latín como ‘claritas’: lo claro, lo luminoso, el
fulgor o brillo de lo gratuito.
Ahora bien, la luminosidad proviene de la ‘forma’ -del latín ‘formosus’ deriva el
español ‘hermoso’-. Así, lo bello es lo que posee una forma que resplandece sobre la materia.
En la etapa patrística san Basilio (330-379) sostiene:
Por su parte, san Agustín de Hipona (354-430), máximo exponente de la patrística latina
define lo bello como armonía:
“… ¿Qué es la hermosura del cuerpo? Es la armonía de las partes
acompañada por cierta suavidad de color...”5
3
PLOTINO; (1969), Enéadas. Buenos Aires, Aguilar, I.2, V.1
4
Citado por BRUYNE, Edgar de; (1959) Estudios de estética medieval. Madrid, Gredos, T. III, pág. 143
5
AGUSTÍN, San; (1953), Obras Completas., Madrid, B.A.C. , T. XI, pág. 38
4
movimiento hacia las cosas, tiene razón de fin. En cambio, lo bello se refiere
al poder cognoscitivo, pues se llama bello aquello cuya vista agrada...” 6
Ahora bien, tres condiciones deben darse en el ente para que su conocimiento produzca
goce estético:
El conocimiento estético es inferior al lógico en tanto que es una percepción oscura del
conocimiento intelectual.
Benedetto Croce, al analizar el caso de la estética baumgarteniana, afirma con
contundencia:
“...Ninguna conciencia de revolucionario hay en él, y si, efectivamente,
estallan a lo mejor revoluciones sin que se tenga conciencia de ellas, tal fue su caso.
La obra es aún una voz del problema estético que pide su solución; una voz tanto
más fuerte cuanto que pronuncia una consigna: proclama una nueva ciencia, que
presenta con perfecto arreglo escolástico; da a lo que nazca un bautismo prematuro
y lo llama ‘Estética’ con un nombre que quedará. Pero el nombre nuevo está vacío
de contenido verdaderamente nuevo; la armadura filosófica carece de cuerpo que la
revista...”9
6
TOMÁS de AQUINO, Santo; (1958), Suma Teológica. Madrid, BAC, I, 5, 4, ad 1
7
Ibid., I, 39, 8
8
BAUMGARTEN, Alexander; (2000), Belleza y verdad. Barcelona, Alba, pág. 87
9
CROCE, Benedetto; (1949), Breviario de Estética. Buenos Aires, Espasa-Calpe, pág. 249
5
El interés por la indagación estética se intensificó durante el transcurso del siglo XVIII,
alcanzando uso común y generalizado distintas palabras y conceptos, de las que repasaremos
dos: la capacidad de juicio y el gusto.
El desarrollo del concepto de sentido común, en el siglo XVIII alemán, está en estrecha
relación con el concepto de la capacidad de juicio. El sentido común se caracteriza de una
manera decisiva por la capacidad de juzgar. Lo que constituye la diferencia entre el idiota y el
discreto es que aquél carece de capacidad de juicio, es decir, no está en condiciones de subsumir
correctamente ni en consecuencia de aplicar correctamente lo que ha aprendido y lo que sabe.
La introducción del término capacidad de juicio en el siglo XVIII intenta reproducir
adecuadamente el concepto de judicium, que debe considerarse como una virtud espiritual
fundamental. En este mismo sentido destacan los filósofos moralistas ingleses que los juicios
morales y estéticos no obedecen a la reason sino que tienen el carácter de sentiment. La
actividad del juicio, consistente en subsumir algo particular bajo una generalidad, en reconocer
algo de una regla, no es lógicamente demostrable.
En consecuencia, la filosofía ilustrada alemana no incluye la capacidad de juicio entre
las capacidades superiores del espíritu, sino en la inferior del conocimiento. Para la estética esto
puede revestir una significación muy particular. Baumgarten, por ejemplo, sostiene que lo que
conoce la capacidad de juicio es lo individual-sensible, la cosa aislada, y lo que esta capacidad
juzga en ella es su perfección o imperfección. Debemos subrayar que en esta determinación del
juzgar no se aplica simplemente un concepto previo de la cosa, sino que lo individual-sensible
accede por sí mismo a la aprehensión en cuanto que se aprecia en ello la congruencia de muchas
cosas en una. En consecuencia, lo decisivo no es aquí la aplicación de una generalidad sino la
congruencia interna. Es evidente que en este punto nos encontramos ante lo que luego
estudiaremos con Kant, y que él denominará capacidad de juicio reflexiva. No está dado ningún
concepto: lo individual es juzgado inmanentemente. Kant llamará a esto enjuiciamiento
estético.
El giro estético del concepto de judicium alcanza en Kant un significado sistemático, al
punto de transformarse aquel concepto en sinónimo de juicio estético del gusto.
La larga historia del concepto de ‘gusto’ precede a su utilización por Kant como
fundamento de su crítica de la capacidad de juicio permite reconocer que originalmente el
concepto de gusto es más moral que estético. Describe un ideal de humanidad auténtica, y debe
su acuñación a los esfuerzos por separarse críticamente de los dogmatismos de las escolásticas
decadentes.
Por su esencia más propia el gusto no es cosa privada sino un fenómeno social de
primer rango. Incluso puede oponerse a las inclinaciones privadas de un individuo como
instancia arbitral en nombre de una generalidad que él representa y a la que él se refiere.
El gusto es algo parecido a un sentido. No dispone de un conocimiento razonado previo.
Un fenómeno muy estrechamente conectado con el gusto es la moda. En ella el
momento de generalización social que contiene el concepto del gusto se convierte en una
realidad determinante. Sin embargo, en el destacarse frente a la moda se hace muy patente que
la generalización que conviene al gusto tiene un fundamento muy distinto y no se refiere sólo a
una generalidad empírica. Para la moda es constitutiva de hecho la generalidad empírica, la
atención a los demás, el comparar, incluso el desplazarse a un punto de vista general.
El fenómeno del gusto, en cambio, debe determinarse como una capacidad de
discernimiento espiritual. El buen gusto se caracteriza precisamente porque sabe adaptarse a la
línea del gusto que representa cada moda, o, a la inversa, que sabe adaptar las exigencias de la
moda al propio buen gusto.
6
Esta es la razón por la que lo propio del gusto no es sólo reconocer como bella tal o cual
cosa que es efectivamente bella, sino también tener puesta la mirada en un todo con el que debe
concordar cuanto sea bello. El gusto no es un sentido comunitario, en cuanto que dependa de la
generalidad empírica, de la evidencia constante de los juicios de los demás.
Lo que le confiere su amplitud al concepto de gusto es que con él se designa una manera
propia de conocer. Pertenece al ámbito de lo que, bajo el modo de la capacidad de juicio
reflexiva, comprende en lo individual lo general bajo lo cual debe subsumirse. Tanto el gusto
como la capacidad de juicio son maneras de juzgar lo individual por referencia a un todo.
Hacia fines del siglo XIX, uno de los máximos exponentes del nihilismo, Friedrich
Nietzsche (1844-1900), reivindica el valor del arte y de la belleza como contrapartida del
conocimiento de la verdad.
En efecto, la filosofía nihilista propone la vivencia de lo artístico como contrapartida, o
nuevo sentido, al ser que carece absolutamente de todo sentido.
Nietzsche considera que el arte es la única vía legítima para vincularse con una realidad
fundamental y fundante que es la vida en puro devenir.
Rechaza la inteligencia –y con ella la verdad- y la moral –y con ella el bien- como
instancias absolutas y supremas para conocer y amar la realidad. Sólo el artista dionisíaco –
aquel que se identifica plenamente con esa fuerza en continuo movimiento que es la vida, sin
miedo a ser arrastrado a la nada- es el hombre que capta la realidad.
Con Nietzsche se produce una estetización del mundo que da paso a las concepciones
del siglo XX.
Michel Foucault (1926-1984) plantea en Historia de la sexualidad la necesidad de hacer
de la propia existencia una ‘obra de arte’. A esto se denomina estética de la existencia. Según
este autor, el hombre deviene sujeto –en cuanto está atado, sometido- por prácticas de saber y de
poder; sin embargo, queda en él un resquicio de libertad para vivir su vida como si fuese una
‘obra de arte’.
La estetización de la vida cobra amplitud e intensidad y a esto ayudan la publicidad, el
cine, la técnica y la comunicación en general. Ya no es posible siquiera la identificación del arte
10
NIETZSCHE, Friedrich; (1991), Fragmentos póstumos. Barcelona, Aguilar, pág. 87
11
NIETZSCHE, Friedrich; (2001), Humano, demasiado humano. Buenos Aires, Plantín, pág. 149
7
con la belleza. Los dos fundamentos del arte –mimesis y verosimilitud- han sufrido una
profunda crisis tanto en el orden práctico como en el teórico.
Esto se refleja claramente en la proclamación de la ‘muerte del arte’ que realiza el
filósofo italiano Gianni Vattimo (1936):
Por su parte, Hans Georg Gadamer (1900-2002), quien propone realizar una
hermenéutica filosófica, dedica gran parte de su obra Verdad y Método I a la crítica de la
estética moderna y la recuperación del ser de la obra de arte como susceptible de verdad y de
belleza.
12
VATTIMO, Gianni; El museo y la experiencia del arte en la postmodernidad. En: RAVERA, Rosa;
(1998), (comp.), Estética y crítica. Buenos Aires, Eudeba, pág. 103
13
VATTIMO, Gianni; (1990), El fin de la modernidad. Barcelona, Gedisa, págs. 51-54
8
14
GADAMER, Hans-Georg., (1997). Verdad y Método I. págs. 125-126
9
15
Gadamer expone el lento desarrollo de la estética kantiana partiendo del legado de conceptos que dejó
el humanismo. A partir de la herencia de estos conceptos se fueron forjando las ciencias del espíritu. Dos
de estos conceptos son la capacidad de juicio y el gusto. Gadamer realiza un estudio detallado de cada
uno de ellos y muestra cómo Kant los reinterpreta en un sentido radicalmente subjetivo. Cfr. Verdad y
Método I., págs. 75-120
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jugador, cuando representa el rol asignado, alcanza sus propios objetivos y, al hacerlo, el juego
alcanza su perfección, su acabamiento; el juego sólo existe jugando a algo: el ser del juego sólo
cobra actualidad cuando los jugadores ponen en marcha sus papeles; el juego sólo es
representación para alguien: gracias a esto el espectador se vuelve partícipe.
El juego así descripto alcanza su perfección en el arte. Cuando el juego se hace arte, se
produce lo que Gadamer llama ‘transformación en una construcción’.
La ‘transformación en una construcción’ inherente al juego artístico es un concepto
ontológico: designa el modo de ser de lo artístico, el estatuto ontológico de lo que se pone en
juego en la obra de arte. Alude al tipo de realidad que el artista produce al crear. Mediante la
transformación el artista produce una metamorfosis de la realidad dada, y en esta metamorfosis
lo dado se manifiesta en su verdadero ser, se plenifica.
El sentido ontológico de esta transformación le permite mostrar a Gadamer que la
experiencia estética es una experiencia sui generis, en la que se hallan implicados la verdad y el
conocimiento.
En la obra de arte hay un ‘plus ontológico’, una novedad, en la medida en que se la
comprende como superación.
El valor cognoscitivo del arte se manifiesta evidente cuando se vincula su concepto de
transformación con la mímesis griega: ésta implica un momento de reconocimiento por el que el
espectador advierte, que lo que ya conocía, aparece ahora en la obra con una nueva luz.
Esta transformación es un acontecimiento unitario en el que es imposible abstraer,
separar, la representación de la obra misma. La obra es una unidad de sentido que cobra
actualidad y existencia en la representación.
La crítica de la conciencia estética, y la consecuente redescripción de la experiencia de
la obra de arte, arrojan como resultado que la estética debe recurrir a la hermenéutica para
justificar la originalidad de su experiencia. Si la obra se presenta como un juego en el que la
realidad aparece resignificada bajo una nueva luz, la tarea de comprensión es insoslayable.
En relación con esto, Gadamer sostiene que la obra de arte debe entenderse como un
texto; lo que requiere una profundización del concepto de comprensión.
La intervención de la comprensión en la experiencia artística adquiere una modalidad
peculiar que anuncia el problema de la historia.
La obra de arte siempre implica al mismo tiempo una mediación histórica y la
superación de esa distancia temporal. Hay mediación histórica porque la obra pertenece a un
mundo pasado que le dio origen y sentido, pero supera la brecha temporal en cuanto que la
totalidad de significado –que es la esencia misma de la obra- se hace presente y tiene algo que
decir aquí y ahora para alguien.
Frente a esta peculiaridad de la comprensión estética Gadamer presenta dos modelos
interpretativos: la reconstrucción del mundo original al cual perteneció la obra
11
(Schleiermacher) y la integración de ese mundo pasado al presente por mediación del saber
absoluto de la filosofía (Hegel). Estas dos posturas frente a la verdad del arte marcan el punto de
inflexión en que experiencia estética y experiencia histórica se unen.
PALUMBO, Cecilia; (2001), La belleza como camino hacia la unidad. En Studium. Buenos
Aires, CEI, Tomo IV, Fascículo VIII, pág. 248
BALTHASAR, Hans Urs von; (1986), Gloria I. Madrid, Encuentro, págs. 216-224
“…Ante lo bello –mejor dicho, no ante ello, sino en ello- vibra el hombre todo. No se
limita a ‘encontrarlo’ y a aferrarse, se siente también aferrado y poseído. Cuanto más total es
esta experiencia, tanto menos se inclina el hombre a contentarse con el goce sensible y
puramente actualista y tanto menos reflexiona sobre su propio acto o estado, porque lo
arrebata la realidad de lo bello, a la que se entrega entusiasmado. En la medida en que estas
experiencias son los momentos y los impulsos más elevados de la existencia y se valoran y viven
como tales, lo bello desempeña su función totalizadora, puede comprenderse sólo como
culminación de las propiedades trascendentales del ser y desemboca de un modo natural en lo
religioso.
…En la experiencia de la belleza mundana, el instante es eternidad, ya que la forma
eterna del objeto bello comunica algo de su supra-temporalidad al estado del que experimenta
contemplando. Sin embargo, alrededor de la forma bella flota una ‘tristeza divina’. La forma
bella ha de morir, y el estado de aquel que ha sido dichosamente arrebatado es conciente de la
trágica contradicción que lo habita: acto y objeto encierran en sí la muerte que contradice su
contenido.
…Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza, última palabra a la que puede
llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la
estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión. La belleza desinteresada, sin la cual no
12