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En el siguiente trabajo, analizaré la construcción de lo fantástico en el relato

“Cefalea”, de Julio Cortázar.

En “Cefalea”, el componente principal fantástico sobre el cual gira el relato, está


constituido por los seres llamados mancuspias. Como lectores, sabemos que estos
animales son ficticios puesto que es una especie inexistente, pero que el autor del
relato, construye tomando características de animales reales, y mezclándolas entre sí:
físicamente, sabemos que los “pichones” lactan. Cuando un pichón es la cría de un
ave, y las aves no son mamíferos. Pero estos seres también tienen características de
mamífero: pelo en el lomo, que mudan al pasar a adultos, tienen orejas, patas,
duermen estirados porque no pueden replegar las patas. Aunque también parecieran
herbívoros: comen avena con leche (de bebés) y avena con vino blanco (de adultos)
ambas características que lo identificarían más con el desarrollo alimenticio de un
humano (al igual que el “parloteo” de las mancuspias adultas, se lo podría comparar al
lenguaje humano). Sin embargo, estos seres trepan reptando, lo que los acerca a los
reptiles. Y en cuanto a características peculiares de la especie, ésta se singulariza al
indicar el narrador que no les gusta el calor del verano, ni que los bañen, los adultos
de noche corren en círculo. Claramente en la construcción ficcional de las mancuspias,
como en todo proceso creativo y/o ficcional, se toman elementos conocidos para el
lector, y de esa mezcla surge un producto nuevo; en este caso, lo fantástico de las
mancuspias.

Sin embargo, la construcción de lo fantástico no se da solamente por medio de la


presencia de las mancuspias, sino que necesita de un entorno real para que contraste
con lo fantástico: “La mezcla de los dos órdenes produce generalmente, por su mera
aparición, un fuerte contraste, y presenta la ruptura del orden habitual como la
preocupación primordial del relato”1.

Si partimos del título del cuento, la intensión autoral de darle un carácter científico al
relato al llamarlo “cefalea”, ya que este término no es de uso tan cotidiano y remite a
un lenguaje científico. Esto también se observa en el epígrafe donde se cita el poema
Síntomas orientadores hacia los remedios más comunes del vértigo y cefaleas, en
agradecimiento por haber inspirado las imágenes del relato. El hecho de que el autor
agradezca la inspiración a la autora de este poema, pone en evidencia que el siguiente
relato es una construcción ficcional, donde si se quiere, se parte de un sistema
ficcional dentro de otro, como si de cajas chinas se tratara. De un poema ficcional
surge un cuento ficcional. Por otra parte, el poema pertenece a una autora, no a una
autora cualquiera, sino a la doctora Margaret Tyler, y ha aparecido en la revista
Homeopatía, en el año XIV, nº 32, abril de 1946, p. 33 as; y publicado por la
Asociación Médica Homeopática Argentina. Todos estos datos referentes a una revista
científica, una asociación que avala la publicación, un volumen determinado, hasta la
página citada, y cuya autora es médica, le da un corte de realidad al relato. Corte que
permite el contraste con los componentes ficcionales. A su vez, este primer epígrafe
es seguido por otro agradecimiento a Ireneo Fernando Cruz, “por habernos iniciado
durante un viaje a San Juan, en el conocimiento de las mancuspias”. Se remite a una
persona que puede existir en la realidad, a un lugar físico de la Argentina, pero ya
desde estos dos epígrafes se evidencia este doble juego de lo real – ficcional; así
como también se introduce el “nosotros” como narrador – protagonista en primera
1
Barrenechea, Ana María. “Ensayos sobre una tipología de la literatura fantástica”, pág. 95.
persona del plural, lo cual genera una ambigüedad que se mantiene en el desarrollo
de todo el relato, creando una confusión en cuanto al género de los protagonistas de la
historia, puesto que nunca aparecen identificados particularmente, ni descriptos en su
singularidad como personajes. Esta ambigüedad también favorece la duda en el lector,
de si se trata de dos o más personas protagonistas narradores de la historia, o si se
trata de un solo protagonista – narrador, con problemas de identidad (avalado esto
último en el hecho de la cefalea, interpretada como síntoma de otra enfermedad).
“Esta ruptura produce una tensión en la que se encuentran involucrados los
personajes, el narrador y el lector, ya que coinciden en no poder resolver la naturaleza
de los hechos relatados”2. Si bien en el cuento “William Williamson”, de E.A. Poe, el
personaje no tiene una identidad definida (ya de entrada dice que William Williamson
es un pseudónimo), la ambigüedad en la existencia de su doble, pone en duda la
palabra del narrador, construyendo el relato en base a la confusión generada en el
lector.

Lo fantástico está construido y reforzado por las enfermedades extraordinarias que


sufre el protagonista/narrador3 de la historia. Acá también se observa la ambigüedad
como constructiva de la ficción: si bien los nombres de las enfermedades parecieran
estar en latín y la descripción remite a sintomatología de enfermedades existentes;
sabemos como lectores que por la sumatoria del nombre más los síntomas, no se trata
de enfermedades reales. Sin embargo, la verosimilitud está dada por la manera del
narrador de hablar de las mismas de una manera tan científica. Verosimilitud apoyada
en que el relato está construido como un informe de los protagonistas para el doctor
Herbin El relato se inicia con la rutina del trabajo agotador – expresado en un tono
sereno -, lo cual genera sensaciones opuestas en el lector. Esta rutina del cuidado de
las mancuspias es quebrantada en el transcurso de la historia.

La puerta de la casa puede ser considerada como el umbral que delimita lo real con
lo fantástico, ya que cuando los personajes la traspasan, se cruza del mundo del
“nosotros” al mundo de las mancuspias. El adentro de la casa, es el lugar del nosotros,
pacífico, donde se refugian los personajes; mientras que el afuera, es el caos de las
mancuspias y el trabajo que conlleva criarlas. A su vez, el “nosotros”, alude a los
protagonistas y el narrador (entendido en ese plural ambiguo), y el “ellos” al resto que
compone el mundo exterior (los vecinos que nunca se acercan, las mancuspias). Los
protagonistas se aíslan de las interacciones sociales, viviendo en su propio mundo de
crianza de las mancuspias, cuya crianza genera temor al resto de la sociedad por el
contagio. Sin embargo, hacia el final del relato, estos dos mundos se terminan
mezclando, ya que el narrador se atrinchera dentro de la casa pero “algo viviente
camina en círculo dentro de la cabeza”, la enfermedad lo invade, en un paréntesis que
intenta aislar pero cuyo contenido termina siendo invasor: “(Entonces la casa es
nuestra cabeza, la sentimos rondada, cada ventana es una oreja contra el aullar de las
mancuspias ahí afuera)”, generando en el lector la duda eterna, característica de la
ficción: “No estamos inquietos, peor es afuera, si hay afuera”. Inclusive el “no estamos
inquietos” puede interpretarse como una negación de la enfermedad del personaje, o
en un sentido metafórico, que no está inquieto externamente, pero sí su suceder
psíquico. Esto se refuerza en el hecho de que es más importante en el relato el tiempo
2
Gaggero, A., y Condines, J. Ficha: “La literatura fantástica”, pág. 1.
3
Cuando indico “narrador”, entiéndase que está tomado, no como una sola persona, sino en la
singularidad de este relato, que remite a un narrador en tercera persona del plural, a un “nosotros”.
subjetivo de los personajes, si bien existe un tiempo real ficcional (están en verano y a
las mancuspias les molesta el calor, los animales se venden en mayo). Es tan
importante el peso del tiempo psicológico que el lector tiene la sensación de que el
tiempo real se diluye en el relato y se detiene en el acontecer psíquico de los
personajes.

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