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LA RELACIÓN DELMARXISMO CON LA ARQUITECTURA Y EL ARTE DE LATINOAMÉRICA

Arquitectura de la RevoluciónCubana

En 1959 Cuba contaba con seis provincias, división heredada de 1878, cuando aún
era una posesión española y La Habana mantenía la condición de capital,
adquirida a inicios del siglo XVII. El más importante de sus municipios por cantidad
de población y las funciones que albergaba era llamado también La Habana y le
seguía Marianao, al oeste del río Almendares, cuyo territorio había sido urbanizado
en su mayoría durante el siglo XX. La vocación policéntrica de la capital cubana,
puesta de manifiesto desde su etapa más temprana en las cinco grandes plazas
de intramuros, se acentuó en su desarrollo posterior pues fue gestando nuevos
centros según crecía.

A inicios del siglo XX el Paseo del Prado acogió los principales edificios públicos y
privados y su protagonismo se prolongó por el litoral con la construcción del
Malecón, a la vez que las calzadas se consolidaron como ejes lineales comerciales.
Poco más tarde las grandes fortunas emigraron hacia el oeste, primero hacia el
Vedado y cruzando el río Almendares continuaron hacia Miramar y sus sucesivas
prolongaciones a lo largo de la costa. En la mayoría de los barrios habaneros
existían parques arbolados que ocupaban manzanas completas, unos mayores y
suntuosos y otros más discretos en función de la zona, pero en general constituían
espacios públicos de esparcimiento y encuentro de las respectivas comunidades.

En la década de los años cincuenta se dotó al país de un nuevo centro político


administrativo de carácter monumental, que nació con el nombre de Plaza Cívica.
Al mismo tiempo en La Habana se construyó el Jardín Zoológico y Forestal y las
instalaciones deportivas más completas de Cuba entre las que se destacan el
Estadio de béisbol en el Cerro y el nuevo Palacio de los Deportes, instalado en la
avenida Rancho Boyeros. El auge del automóvil favoreció la conectividad de La
Habana con otros territorios. A las antiguas calzadas que enlazaban la capital
cubana con el sur y el oeste, se sumó Vía Blanca para facilitar el acceso a Matanzas
y a Varadero, que ya despegaba como un importante polo turístico y poco tiempo
después se amplió la avenida Rancho Boyeros, vía expedita hacia el aeropuerto,
principal punto de arribo a Cuba desde entonces.

Esas sendas beneficiaron la aparición de un anillo de repartos suburbanos,


conformados bajo el espíritu de la ciudad jardín, mientras la construcción de un
túnel que atravesó la bahía a finales de los años cincuenta propició el inicio de la
ocupación del territorio hacia el este. Asimismo, el perfil de la ciudad en su zona
más próxima al litoral del Vedado se modificó sustancialmente con la erección de
torres dedicadas a oficinas, a apartamentos de alto estándar y sobre todo, a
nuevos hoteles para un turismo que crecía en forma vertiginosa.
La Gran Habana, como comenzó a llamársele desde los años 20, fue el resultado
de la conurbación de núcleos nacidos de forma independiente, los que
conectados a partir del relleno de las zonas intermedias, llegaron a funcionar de
forma integrada. Pero a pesar de la variedad de morfologías, La Habana mantuvo
un espíritu colectivo de ciudad, entre otras razones, por lo dispuesto en las
Ordenanzas de Construcción, que indujeron a mantener un tejido continuo, con
una homogénea alineación de las fachadas a lo largo de calles y avenidas de
diferente rango, reglamento que se adecuó en cada reparto según sus
condicionales específicas, lo que garantizó la unidad y diversidad que distingue a
La Habana aún hasta hoy. En esa variada ciudad, variada fue también su
arquitectura. Al iniciarse el siglo XX Cuba nació como República independiente y
La Habana albergó las principales sedes gubernamentales de la nación, el Palacio
Presidencial y el Capitolio Nacional. De igual forma y transitando por los diferentes
lenguajes utilizados en el período republicano (1902-1959), desde el eclecticismo
hasta el Movimiento Moderno, acogió suntuosos palacios representativos de las
sociedades regionales españolas, grandes iglesias, grandes hoteles, grandes
hospitales, grandes colegios, grandes clubes privados, grandes teatros, grandes y
pequeñas salas de cine, grandes industrias, entre otras muchas nuevas funciones
que inundaron la ciudad, junto a una gran pluralidad de alternativas de viviendas
unifamiliares y colectivas.

La arquitectura de la Revolución comprendio un largo período de casi seis décadas


durante el cual, si bien han existido lineamientos políticos continuos, se han
producido diferencias notables en cómo han sido materializados en el ámbito
urbano y arquitectónico, dependiendo tanto de los escenarios internacionales,
como de las circunstancias económicas y culturales nacionales, propias de cada
momento. Asimismo, hay una historia común posterior al triunfo de la Revolución en
1959 y a la vez, adecuaciones específicas en cada una de las regiones del país, en
función de sus características.

En esta visión general que se detiene en La Habana es necesario diferenciar


acciones que dieron respuestas a demandas generales, los llamados Programas de
la Revolución, de obras o conjuntos destinados a satisfacer necesidades singulares
devenidas en obras únicas. Entre esos Programas, dos en particular han
permanecido como preocupaciones perennes: la Vivienda Social y la Educación,
por lo que están abordados con mayor profundidad en otros textos del presente
volumen.
Muralismo mexicano

El muralismo mexicano es un movimiento pictórico iniciado en la década de 1920,


como parte de las políticas de modernización del estado de méxico tras la
revolución de 1910. Se trata de un movimiento inspirado por un propósito: construir
una identidad nacional para aglutinar a los diferentes sectores de la sociedad
mexicana, dadas las profundas desigualdades sociales de la época,
especialmente educativas y culturales.

El presidente álvaro obregón, elegido para el período de 1920 a 1924, nombró a


josé vasconcelos como secretario de educación pública. Este desarrolló el primer
programa cultural del estado mexicano después de la revolución. Con el propósito
de crear un sentimiento de unidad nacional y promover los valores del estado
moderno, vasconcelos impulsó, por un lado, la educación pública nacional,
concentrando esfuerzos en la lengua castellana como punto de unificación en un
méxico pluricultural y multilingüístico. Por el otro, desarrolló un programa de arte
público para construir y reforzar la identidad y la memoria colectiva.

Según claudia mandel en su ensayo "muralismo mexicano: arte público, identidad,


memoria colectiva", vasconcelos se inspiró para ello en las ideas de los intelectuales
rusos anatoli lunacharsky y máximo gorki, promotores del arte público para la
edificación social, así como en las campañas de alfabetización y creación de
bibliotecas públicas del gobierno norteamericano.

De este modo, vasconcelos pretendía asegurarse también la integración de la


población indígena, tradicionalmente discriminada por los sectores dominantes. En
este sentido, javier ocampo lópez, en su ensayo "josé vasconcelos y la educación
mexicana", sostiene que este "nacionalismo cultural artístico" era toda una cruzada
nacional en la que no solo hubo mucho dinero del estado, sino la resuelta acogida
de la población.

El muralismo mexicano seguía un programa para lograr los propósitos del estado
revolucionario: en primer lugar, la valoración y recuperación de la historia, fuente
de la identidad nacional, y, en segundo lugar, el reconocimiento de que los
descendientes de esa historia seguían presentes en la contemporaneidad. Si bien
el muralismo era un arte concebido por el estado para una estrategia social, es
claro que debía tener un alcance público, lo que solo podía lograrse mediante el
muro o la escultura monumental. Así, el soporte esencial de muralismo mexicano
fue, evidentemente, el muro, lo que le daría monumentalidad al concepto artístico.
Estos muros estaban dispuestos en edificios del estado, en escuelas, universidades
o iglesias.

Con muro, no solo es referido a las paredes planas, sino también a techos
abovedados, pechinas, bóvedas de cañón y tableros. Así lo hace ver elise mijando
de jesús en su ensayo "una aproximación a las técnicas de la pintura mural
siqueiriana".

Mijando de jesús analiza los frescos de la escuela nacional preparatoria (antiguo


convento de san ildefonso), un proyecto mural iniciado en 1922 por iniciativa de
vasconcelos, en el que participaron diego rivera, josé clemente orozco y david
alfaro siqueiros, junto a jean charlot, ramón alva de la canal, fernando leal y fermín
revueltas.

El muro, además, garantizaba que el arte cumpliera con su propósito público al no


ser coleccionable, asestando un golpe contra el concepto elitista del mercado del
arte. Así, el soporte elegido era coherente con los valores de la revolución
triunfante.

En el muralismo mexicano se usaron dos técnicas predominantes: el fresco, que es


una técnica pictórica que consiste en pintar sobre una capa húmeda de cal con
pigmentos minerales disueltos en agua. El proceso de secado de la cal hace que
los pigmentos se aglutinen y se fijen, aumentando su durabilidad y la encáustica,
que es un material aglutinante es cera caliente mezclada con pigmentos. Se
puede aplicar con un pincel o una espátula igualmente caliente. Luego de
aplicarse, se pule con trapos de lino bien secos.

El muralismo volvía sobre el contenido, pero un contenido nuevo, con nuevas


mitologías, relatos y propósitos, gracias a lo cual superaba la mirada eurocéntrica
y se constituía como un movimiento realmente latinoamericano. El proceso de
conceptualización de estos contenidos generó formas plásticas únicas, gracias a
la observación de la estética prehispánica e indígena.

El arte del muralismo, de este modo, rechaza la absolutización de la autonomía del


arte y devuelve a este a su función social amplia, esencialmente educativa y
propagandística, al mejor estilo del arte sacro medieval. La vocación política y
social con que nació el muralismo mexicano fue el marco de referencia para la
selección de temas, los cuales estuvieron al servicio de estado; como lo fueron:
valores republicanos universales y propaganda política, progreso, ciencia,
tecnología y conocimiento, pasado prehispánico, historia de México, etc.

Entre sus principales participes son bastante conocidos como david alfaro siqueiros,
diego rivera y josé clemente orozco quienes fueron los artistas de renombrados del
muralismo gracias a su relación con josé vasconcelos.
Introducción

Como clave para la introducción, es de gran relevancia presentar dos


problematizaciones en torno al marxismo latinoamericano, por un lado,
consideramos relevante detenernos en su historiada, enfatizando particularmente
en el trabajo teórico-conceptual y político de algunos/as de sus intelectuales, de
problematización que se realizó sin el afán de reproducir o construir cánones, sino
más bien, con el propósito de perfilar que permitió hacer énfasis del desarrollo de
esta corriente emancipatoria, donde es completamente el caso de México, ya que
gracias a que la pintura mural era la primera y más valiosa manifestación del
movimiento revolucionario en el arte: “protesta y mensaje, estímulo y exaltación de
las masas”, expresión que superó el modernismo y el romanticismo del siglo XIX y en
la que el tema principal es el torrente humano en marcha que combate por sus
derechos de clase y por la emancipación de México”.

Mientras que, por otro lado, creemos pertinente reflexionar en torno a Cuba que se
desarrollaron estrategias muy propias en el manejo del espacio en todas las escalas
relevantes desde el punto de vista de la planificación física y de la arquitectura. Las
metas tanto de la planificación nacional y regional como a escala urbana y
arquitectónica fueron definidas dentro de una perspectiva general y con metas
diferentes a aquellas prevalecientes tanto en el período histórico anterior como en
el contexto latinoamericano.
Conclusión

Inicialmente y como primer momento, me percate de comprender que existe un


extenso debate teórico, historiográfico y político, asociado a los orígenes históricos
del marxismo latinoamericano. Una cantidad considerable de investigaciones se
han focalizado en el proceso de recepción de la obra de Karl Marx, Friedrich Engels
y de los marxistas europeos en Latinoamérica, período que abordaría los años que
transcurren entre 1870 y 1910, y que además se caracterizaría por la organización
de las primeras seccionales de la Internacional y el surgimiento de los primeros
programas socialistas1. De acuerdo con la bibliografía, durante este primer período
serán relevantes las interpretaciones y contribuciones realizadas por Juan B. Justo
en Argentina, José Martí, Julio Antonio Mella en Cuba y Luis Emilio Recabarren en
Chile.

Con respecto a este primer momento que, podríamos denominar como recepción
del marxismo en América Latina, es importante señalar la enorme influencia en la
región del marxismo pregonado por el Partido Social Demócrata Alemán y el
Partido Socialista Español. Las influencias se presentaron en diferentes campos: la
noción de progreso histórico, la relevancia de la industrialización, la necesidad de
desarrollar las fuerzas productivas para abrir un proceso revolucionario, etc. A su
vez, el influjo también se pudo apreciar en las reflexiones de las nacientes ciencias
sociales donde la centralidad de la clase obrera como sujeto político, relegaba a
segundo plano la dimensión cultural, la cuestión campesina4 y la cuestión
indígena. Todo lo anterior permite explicar, por ejemplo, la irrelevancia asignada
durante las primeras décadas del siglo XX por el marxismo latinoamericano a la
experiencia de la revolución mexicana de 1910 o la revolución de cuba en 1956.

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