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UNIDAD 1
A) El criterio de adscribir el origen a la existencia de Administración Pública y los servicios públicos. (ver)
Frente a la concepción clásica y hasta ahora dominante, no ha faltado autores, en nuestro país y fuera de él, que
han defendido la tesis contraria afirmando que los límites al poder y la división del mismo son anteriores a la
Revolución liberal de 1789, que el Derecho Administrativo existió en tiempo anteriores a la revolución liberal de
1789,que el Derecho Administrativo existió en tiempos anteriores a esta fecha y que, por tanto, la instauración
del denominado Estado de derecho no es más que la continuidad de algo que ya existía.
Consideran que la Administración pública ha existido desde siempre (cualquier organismo estadual daba lugar a la
administración pública).
B) El momento histórico del Estado de Policía y del absolutismo. La Teoría del Fisco.
Esta época es la de las monarquías absolutas dando origen a principios jurídicos idénticos en distintos países y
momentos históricos. El derecho administrativo se agota en un único precepto: un derecho ilimitado para
administrar que no se reconocen derechos del individuo frente al soberano; el particular es un objeto del poder
estatal, no un sujeto que se relaciona con él.
El Estado de Policía.
Durante la Edad Moderna (en Francia hasta el siglo XVIII y en Alemania hasta el siglo XIX) se afianzó en toda su
intensidad la concepción del estado de Policía, basada en la necesidad de concentrar y consolidar el poder del
príncipe, como reacción contra la desmembración y disminución del poder que se operó en el transcurso de la
Edad Media.
En dicho periodo la supremacía del príncipe se apoya en el ius politiae que lo facultaba a ejercer sobre los
administrados el poder necesario a fin de procurar el orden público y el bienestar general y que reconocía su
origen el la pax publica del derecho regio (Ella constituye una práctica para consolidar el poder del príncipe
facultándolo a intervenir en aquellos supuestos en los que su actuación era necesaria para la conservación de la
paz. La idea fue extendiéndose y generó el llamado derecho de policía).
Ese sistema consagró un poder ilimitado, no sujetando la intervención fundada en el ius politiae a ningún
precepto o principio legal o consuetudinario.
Entre las instituciones, hoy contemporáneas que contribuyeron entonces a engrosar el ius politiae se encuentran
entre otras, la expropiación por causa de utilidad pública, la competencia en razón del territorio y las
instrucciones y circulares.
C) El surgimiento del constitucionalismo con la separación de poderes y de los derechos públicos subjetivos. La
doctrina de la separación de poderes y su interpretación en el derecho francés.
La formulación del principio de la división de poderes se debe a MONTESQUIEU.
La estructura y el contenido del estado que postulan Montesquieu, Locke y Rousseau se resume: una sola ley, la
misma para todos los ciudadanos, emanada de la voluntad general y garante de la libertad individual, unos
mismos Tribunales para todos, encargados de hacer cumplir la ley y una Administración pública que empezaba a
formarse, conservadora del orden y de la seguridad y sometida a ala ley.
Los revolucionarios franceses acudieron a la separación de poderes para excluir al ejecutivo del control de los
jueces. La idea fue consagrada por la famosa ley de separación entre la Administración y la justicia (Ley del 16 de
agosto de 1790) que proclamaba que los tribunales no podían molestar de la manera que fuese las operaciones
de los cuerpos administrativos ni citar ante ellos a los administradores por razón de sus funciones.
Con Bonaparte comienzan a esbozárselos rasgos fundamentales de un nuevo proceso evolutivo: se crea, dentro
del propio aparato administrativo, órganos cuya misión especial es estudiar detalladamente los asuntos
contenciosos (Consejos de Prefectura). Y más adelante aparece el Consejo de Estado, a quien se le encomienda la
preparación de los proyectos de resolución para los conflictos en los que fuese parte la administración. Pero,
sustraída a los Tribunales, la administración se veía sustraída también por lo mismo al Derecho Civil.
Así empezaba a cobrar sustantividad un corpus normativo aplicable la Administración Publica que bajo los
principios del estado de Derecho, se conocerá más tarde con el nombre de Derecho Administrativo. El nuevo
ordenamiento de la Administración surgirá como un intento de encauzar a este sujeto privilegiado y poderoso
que asume el encargo de gestionar los intereses colectivos de la moderna sociedad, dentro de unos modelos
jurídicos, ajustados a dicha tarea.
1987: Reforma. Se crean Corte de Apelación por Distritos y en última instancia se crea el Consejo de estado.
Consecuencias. En Inglaterra la ley a la que se somete la Administración va a ser la ley privada, a diferencia de los
que ocurrirá en Francia donde la Administración se encontrará sometida al Derecho Administrativo. El sistema
inglés reducirá su ámbito de aplicación al país en que nace y a aquellos otros en que se habla la lengua inglesa,
mientras que el sistema francés terminará por implementarse en toda la Europa continental. Ello da lugar a lo que
los autores llaman: dos formas posibles de sometimiento total a la Administración al Derecho: el sistema del rle of
law y el del régimen administrativo. La primera es propia de los países anglosajones; la segunda toma cuerpo en la
Europa continental.
Orígenes doctrinales. La existencia de una realidad social no implica necesariamente una elaboración científica
que la ordene reduciéndola al sistema. Esta elaboración científica, va a ser realizada con mayor o menor acierto
pero, desde luego, con extraordinaria repercusión, por dos autores: DICEY, en Inglaterra y HAURIOU, en Francia.
A) LA DOCTRINA DE DICEY: Se ocupó de las analogías y diferencias entre el régimen administrativo y el rule of
law.
El rule of law significa la igualdad ante la ley o la igual sujeción de todas las clases a la ley ordinaria del país,
administrada por los tribunales ordinarios.
El Derecho Administrativo va a constituir la antítesis de tales exigencias.
1. El Gobierno y cada una de las personas que le sirven poseen, una serie de privilegios y prerrogativas respecto
de los particulares, y que la extensión de tales derechos, prerrogativas o privilegios se determina con arreglo a
principios diferentes de aquellos que fijan los derechos y obligaciones de los ciudadanos entre sí.
2. Como consecuencia de la necesidad de mantener la llamada separación de poderes tal y como fue introducida
en la historia francesa, el gobierno y sus funcionarios no se encuentran sometidos, cuando actúan como tañes, ala
jurisdicción de los tribunales ordinarios.
Es un Derecho irreconciliable con el rule of law. Irreconciabilidad que deriva desde luego, del hecho de que las
relaciones entre el ciudadano y el estado se rigen por principios esencialmente diferentes de los que regulan las
que se dan entre los particulares; pero sobre todo, la esencial diferencia entre uno y otro sistema se debe a que el
examen de las cuestiones que se suscitan en la aplicación de los referidos principios y normas no corresponde a
los tribunales ordinarios. Esta circunstancia hace completamente imposible la identificación del Derecho
Administrativo con cualquier rama del Derecho inglés.
B) LA DOCTRINA DE HAURIOU ¿Cuáles son la diferencias que existen entre el régimen administrativo y el rule of
law? Según Hauriou, radican en la organización administrativa, las facultades de la administración y los tribunales
competentes para conocer de los pleitos en que aquélla interviene.
1. En primer sentido afirma que la administración inglesa se encuentra fuertemente descentralizada.
2. Señala que se halla sometida a las mismas leyes que los particulares, por lo que carece de prerrogativas.
3. Advierte que la Administración en Inglaterra se encuentra sometida a los tribunales ordinarios.
La situación existente en los países del régimen administrativo es radicalmente la contraria porque:
1. Las Administración se encuentra fuertemente centralizada.
2. es un poder jurídico revestido por ello de privilegios, entre los que se destacan los de ejecutividad y acción de
oficio. Ésta puede ejecutar sus resoluciones y disposiciones sin necesidad de auxilio de los tribunales.
3. De su actuación conocen los tribunales especiales, lo que da lugar a la existencia de los tribunales de conflicto,
que vienen a resolver los que se plantean entre aquellos y la jurisdicción ordinaria.
La irresponsabilidad del soberano El Rey “no podía dañar,” esto es, no cometía daños desde el punto de vista
jurídico y por lo tanto era irresponsable por los daños materiales que causara; también el Estado constitucional
fue durante mucho tiempo irresponsable por los perjuicios que ocasionara y recién en 1933 la Corte Suprema
aceptó su responsabilidad extracontractual; pero ella todavía hoy dista bastante de ser satisfactoria, máxime
cuando limitaciones económico financieras lo hacen recurrir a soluciones del pasado.
Correlativamente con lo antes recordado, el acto del príncipe era como un acto de Dios, por encima del orden
jurídico; su versión en el Estado constitucional fue la teoría de los “actos de imperio,” primero y de los “actos de
gobierno” o “institucionales,” después. Todavía hoy existen autores que sostienen una o ambas teorías, a pesar
de su obvia desubicación histórica y jurídica.
La doble personalidad del Estado En la época de las monarquías absolutas, en que el rey era indemandable,
irresponsable, etc., se ideó la teoría del “Fisco,” que venía a constituir una especie de manifestación “privada” del
soberano, colocada en un plano de igualdad con los particulares; de este modo se atemperaba en parte el rigor de
la concepción soberana del rey. Suprimido el Estado de policía, abandonada la monarquía absoluta como forma
de gobierno, no cabía sino llegar a la conclusión de que toda la personalidad del Estado era la misma y no
precisamente igual que la del rey, sino que la del “Fisco.” Sin embargo, casi todos los autores hablaron también de
una “doble personalidad” del Estado, como poder soberano y como sujeto de derecho; recién en los últimos años
los autores argentinos han abandonado la distinción, pero todavía resta algún sostenedor de la concepción
antigua.
La “jurisdicción administrativa” En la vieja época monárquica existía la llamada “justicia retenida”: el soberano
decidía por sí las contiendas entre partes; luego se pasa a la “justicia delegada,” en que el rey “delega” la decisión
a un consejo que sigue dependiendo de él, sin tener verdadera independencia como un tribunal de justicia. En el
Estado moderno existen tribunales, como también existieron en algunas monarquías, pero la legislación o los
autores tratan a veces de otorgar a la administración, contra toda lógica, alguna parte del ejercicio de la
jurisdicción, produciéndose así la contradicción de la llamada “jurisdicción administrativa;” es obvio que al
abandonarse el absolutismo y pasarse a un sistema de división de poderes, es inconcebible que la administración
ejerza atribuciones que le corresponden al otro poder. La doctrina argentina está bastante dividida al respecto, si
no en el aspecto teórico, por lo menos en el práctico.
A su vez, la cantidad de jueces es tan exigua en materia administrativa21 como para cuestionarse si en verdad
existe jurisdicción a la cual acudir en procura de justicia contra la administración pública.
Poder de policía En el Estado de policía se hablaba de un “poder de policía,” que era un poder estatal
jurídicamente ilimitado de coaccionar y dictar órdenes para realizar lo que el soberano creyera conveniente; al
pasarse al Estado de Derecho la noción fue recortada, excluyendo el empleo ilimitado de la coacción, pero de
todos modos se mantiene como instrumento jurídico no fundado conceptualmente y que frecuentemente
desemboca en abusos.
Desequilibrio real
Sin embargo, ese equilibrio previsto en la Constitución no es el que funciona en la práctica ni tal vez haya
funcionado nunca realmente así. Por una serie de circunstancias sociales y políticas, el Poder Ejecutivo no está
sometido al Poder Legislativo sino que éste depende de aquél:
a) Dado que los nombramientos de funcionarios públicos los hace el Poder Ejecutivo y que una parte
lamentablemente importante del éxito político de los parlamentarios la hace su habilidad para obtener
retribuciones y puestos para sus afiliados y sostenedores, resulta que cada parlamentario está por lo general
solicitando del Ejecutivo el nombramiento de algún amigo o correligionario, en la administración pública, con lo
cual el legislador se coloca en posición de peticionante más o menos sumiso al Ejecutivo de quien solicita el favor
graciable del caso.
b) Puesto que el Presidente de la República suele ser, formal o informalmente y salvo pocas excepciones, la
cabeza visible del partido gobernante, los diputados y senadores no pueden tampoco tomar una actitud muy
firme de control, con el temor de perjudicar su carrera política.
c) El Ejecutivo, que cuenta con medios de publicidad que no están en igual grado al alcance de los legisladores,
logra usualmente crearse una imagen más popular en la opinión pública que la de los legisladores
individualmente o del Parlamento en conjunto. Esta imagen popular presiona a su vez en favor del Ejecutivo y sus
obras reales o presuntas y en contra del Congreso, destacando siempre más los errores y deficiencias del segundo
que los del primero.
Además, la posición del Poder Judicial se halla por lo general bastante deteriorada, en primer lugar, a nuestro
entender, por su propia culpa: los jueces suelen entender, con desacierto, que tienen una cierta responsabilidad
política en la conducción del gobierno y bajo esa impresión juzgan muy benévolamente los actos del mismo,
entendiendo así cooperar con él. De este modo no sólo dejan de ejercer su función, que no es gobernar sino
juzgar de la aplicación del derecho a los casos concretos, sino que también pierden poco a poco criterio rector en
lo que debiera ser su atribución específica. El Ejecutivo, lejos de agradecerle esa supuesta colaboración, pasa
entonces a suponer que no está sino haciendo lo que debe y se llega así a que en los pocos casos en que el Poder
Judicial se decide finalmente a sentar su criterio jurídico, esto es poco menos que motivo de escándalo público y
el Ejecutivo será el primero en protestar por una supuesta “invasión” de sus “atribuciones,” que desde luego no
es tal. Por si esto fuera poco, el Poder Judicial también limita su propio control de constitucionalidad de las leyes,
inventando principios tales como los de que no puede juzgar en general dicha constitucionalidad, sino sólo en los
casos concretos y con efectos restringidos a esos casos; de que sólo declarará la inconstitucionalidad cuando ésta
sea “clara y manifiesta,” como si no fuera su deber declararla cuando existe, sea o no manifiesta, etc. Como
resultado de todo esto, el equilibrio originariamente contenido en la Constitución para los tres poderes se halla
profundamente alterado, incluso dentro de un gobierno de jure y se pasa de una jerarquía: Poder Judicial–Poder
Legislativo–Poder Ejecutivo, que sería la correcta, a una exacta inversión; el orden de prelación relativa será ahora
Poder Ejecutivo–Poder Legislativo–Poder Judicial.
b) En el terreno político, la democracia, pluralista y abierta, continúa siendo uno de los postulados esenciales del
Estado de derecho, tendiéndose hacia una mayor participación de los ciudadanos en cierta clase de decisiones y
estimulando su colaboración con las funciones públicas, al tiempo que se propicia la más amplia descentralización
posible y adecuada a cada circunstancia.
Se advierte también que mientras se transita hacia una mayor descentralización en el seno de cada Estado,
aparece en el cuadro internacional una nueva forma jurídica que instaura una estructura centralizada de poder
supranacional mediante la asociación en una comunidad, cuyo sistema normativo prevalece sobre los derechos
de los países miembros. Este fenómeno, desarrollado principalmente a través de la Comunidad Económica
Europea, ha comenzado a proyectar su influencia en el proceso de integración a llevarse a cabo entre
Argentina, Brasil y otros países, en un mercado común que tiene por objetivo hacer más libres las respectivas
economías.
Lo novedoso de este proceso desde el punto de vista institucional, no es tanto la unión aduanera como la
instauración del poder de legislar sobre materias comunes inherentes al comercio entre los Estados que integran
la Comunidad, con la mira puesta en la protección de la libre concurrencia.
Pero un derecho común de superior jerarquía que el derecho nacional requiere siempre de un tribunal, de igual
naturaleza, para asegurar la vigencia del sistema, de modo que los particulares puedan reclamar el cumplimiento
efectivo de las normas supranacionales.
De lo contrario, el derecho comunitario tendría un carácter declarativo o se hallaría librado a los criterios de
aplicación e interpretación de las normas que se elaboren en cada Estado, prevaleciendo, como es lógico suponer,
la protección de los intereses nacionales.
c) El principio básico que legitima la intervención del Estado en el plano político, económico y social es el de la
suplencia. Por aplicación de esta regla fundamental el Estado conserva ciertas funciones consideradas, en
principio, indelegables e irrenunciables (justicia, defensa, seguridad, relaciones exteriores), que le son inherentes
en virtud de la soberanía que traduce el bien común que mediante ellas persigue, al par que presta servicios
públicos o realiza actividades en caso de insuficiencia de la iniciativa privada o como complemento de ésta, siendo
ejemplos de la concepción subsidiaria lo que acontece en materia de previsión social, salud, educación y
transporte, para citar los casos más significativos que proporciona el derecho comparado.
e) La política social no es más ilimitada como lo era en el período del Estado benefactor. Ella no sólo debe eliminar
injustas discriminaciones que afecten el principio de igualdad, la libre competencia o la eficiencia del sistema
productivo sino que, al haberse tomado conciencia de los gravísimos males sociales que produce la inflación,
encuentra limitaciones de naturaleza económico-financiera y, en definitiva, se halla cada vez más estrictamente
vinculada al principio de suplencia medido en función de las posibilidades del presupuesto de cada comunidad.
Esta vinculación más estricta entre la política social y el principio de subsidiariedad constituye uno de los rasgos
predominantes del nuevo tipo de Estado y acaso será uno de los principales obstáculos que se opondrá a su plena
realización debido a que, durante el período del llamado Estado social de derecho, se ha consolidado, en los
diversos Estados, un formidable poder sindical cuyos privilegios resultan difíciles de desmontar.
Como resultado de este proceso la política social comienza a enfocarse desde una óptica más global y menos
sectorial, y en vez de tanto Estado o igualdad como sea posible, como predicaba el Estado de bienestar, la
sociedad ha impuesto nuevamente el axioma de tanta libertad como sea posible y conveniente para todos los
componentes de una determinada comunidad con el objeto de aprovechar los beneficios que surgen de la
economía social de mercado y de la actuación supletoria del Estado.
Porque en la base del Estado subsidiario que viene reclamando la sociedad se encuentra la justicia, en todas sus
direcciones, con la idea ínsita de hallar un adecuado equilibrio entre lo social y lo individual, siendo una función
eminente del Estado la de asegurar la realización de la justicia particular (tanto la distributiva como la
conmutativa), dado que, a través de ésta, se protege principalmente la dignidad de la persona humana, que
constituye uno de los principios fundamentales del derecho y que es, en definitiva, el fin esencial que debe
perseguir un Estado que actúe realmente al servicio del hombre, que precisa que la libertad y demás derechos
inherentes, como la propiedad, se encuentren garantizados para su pleno desarrollo personal.