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Off Balance Series


Balance
Execution
Release
Twist
Dismount
Introducción
Estimado lector:

La serie Off Balance es una serie de continuación. Las novelas


deben ser leídas para seguir la historia.
Esta historia es puramente ficticia y no refleja acontecimientos
de la vida real.
Cada novela de esta serie de cinco partes sigue un intenso
romance de mayo a diciembre entre una gimnasta y un entrenador.
Si considera que este tema y cualquier contenido relacionado con
él es perturbador, la serie Off Balance no es para ti.
La gimnasia es un deporte práctico que implica horas de contacto
estrecho con un entrenador. Mi objetivo era centrarme en la belleza
del deporte en detalle, mostrar el aspecto emocional de la
dedicación que hace un atleta y mostrar cómo dos personas son
capaces de cruzar límites prohibidos y evolucionar juntos.
Esta historia te empujará, te cuestionará y te llevará fuera de tu
zona de confort.
La serie Off Balance está dirigida únicamente a lectores mayores
de 18 años. Se recomienda la discreción del lector.

Lucia
Índice
COLABORACIÓN 2

NOTA 3

MAS TÍTULOS DE LUCIA FRANCO 4

INTRODUCCIÓN 5

ÍNDICE 6

GLOSARIO 12

SINOPSIS 16

INTRODUCCIÓN 17

CAPÍTULO 01 19

CAPÍTULO 02 30

CAPÍTULO 03 37

CAPÍTULO 04 45

CAPÍTULO 05 52

CAPÍTULO 06 62

CAPÍTULO 07 70
CAPÍTULO 08 77

CAPÍTULO 09 85

CAPÍTULO 10 95

CAPÍTULO 11 103

CAPÍTULO 12 112

CAPÍTULO 13 121

CAPÍTULO 14 128

CAPÍTULO 15 135

CAPÍTULO 16 144

CAPÍTULO 17 152

CAPÍTULO 18 163

CAPÍTULO 19 172

CAPÍTULO 20 185

CAPÍTULO 21 192

CAPÍTULO 22 201

CAPÍTULO 23 207

CAPÍTULO 24 215

CAPÍTULO 25 222

CAPÍTULO 26 229
CAPÍTULO 27 237

CAPÍTULO 28 244

CAPÍTULO 29 251

CAPÍTULO 30 258

CAPÍTULO 31 268

CAPÍTULO 32 276

CAPÍTULO 33 286

CAPÍTULO 34 297

CAPÍTULO 35 306

CAPÍTULO 36 313

CAPÍTULO 37 320

CAPÍTULO 38 328

CAPÍTULO 39 336

CAPÍTULO 40 344

CAPÍTULO 41 352

CAPÍTULO 42 361

CAPÍTULO 43 369

CAPÍTULO 44 376
CAPÍTULO 45 386

CAPÍTULO 46 393

CAPÍTULO 47 401

CAPÍTULO 48 408

CAPÍTULO 49 415

CAPÍTULO 50 423

CAPÍTULO 51 432

CAPÍTULO 52 442

CAPÍTULO 53 452

CAPÍTULO 54 460

CAPÍTULO 55 466

CAPÍTULO 56 472

CAPÍTULO 57 479

CAPÍTULO 58 486

CAPÍTULO 59 495

CAPÍTULO 60 504

CAPÍTULO 61 511

CAPÍTULO 62 518
CAPÍTULO 63 526

CAPÍTULO 64 541

CAPÍTULO 65 548

CAPÍTULO 66 555

CAPÍTULO 67 563

CAPÍTULO 68 574

CAPÍTULO 69 583

ACERCA DE LUCIA FRANCO 595


“Cualquier entrenador que lleve diez años entrenando y diga
que nunca se ha enamorado de un atleta o viceversa, miente”.

Anónimo
Glosario
All-Around: Categoría de gimnasia que incluye todas las
pruebas. El campeón de All-Around es el que obtiene la mayor
puntuación total de todas las pruebas combinadas.

Amanar: Un salto al estilo de Yurchenko, lo que significa que el


gimnasta realiza un giro sobre la tabla, un salto de manos hacia
atrás sobre la barra con un giro de dos y medio hacia atrás.

Cast: Un empuje de la barra con las caderas y eleva el cuerpo


para enderezar los hombros y terminar en parada de manos.

Deduction: Se restan puntos de la calificación de una gimnasta


por errores. La mayoría de las deducciones están predeterminadas,
como una deducción de 0,5 por una caída de un aparato o una
deducción de 0,1 por salirse de los límites en el ejercicio de suelo.

Dismount: Es la última habilidad de una rutina de gimnasia. En


la mayoría de las pruebas, es el método utilizado para bajar del
aparato de la prueba.

Elite: Élite internacional, el nivel más alto de la gimnasia.

Execución: La realización de una rutina. La forma, el estilo y la


técnica utilizados para completar las habilidades constituyen el
nivel de ejecución de un ejercicio. Las rodillas dobladas, una mala
punta de los pies y una posición del cuerpo arqueada o poco firme
son ejemplos de una mala ejecución.

Giant: Realizado en barras, un balanceo en el que el cuerpo está


completamente extendido y se mueve a través de una rotación de
360 grados alrededor de la barra.
Full-In: Un doble giro de espalda completo, en el que el giro se
produce en la primera vuelta de espalda. Se puede realizar en
posición replegada, con puntas o en disposición y se utiliza tanto
en la gimnasia masculina como en la femenina.

Free Hip Circle: Realizado en las barras asimétricas o en la barra


alta, el cuerpo da vueltas alrededor de la barra sin que el cuerpo
toque la barra. Existen círculos de cadera delanteros y círculos de
cadera traseros.

Handspring: Salto de las manos apoyando el peso en los brazos


y utilizando un fuerte impulso desde los hombros. Puede realizarse
hacia adelante o hacia atrás, normalmente es un movimiento de
conexión. Esta habilidad puede realizarse en suelo, bóveda y viga.

Heel Drive: Un término utilizado por los entrenadores para


informar a las gimnastas que quieren que impulsen sus talones
más fuerte hacia arriba y sobre el lado frontal de un salto de manos
o un handspring frontal en suelo. Un impulso de talón más fuerte
crea más rotación y potencial para el bloqueo y la potencia.

Hecht Mount: Un montaje en el que el gimnasta salta desde un


trampolín mientras mantiene los brazos rectos, se empuja desde la
barra baja y atrapa la barra alta.

Inverted Cross: Realizada por los hombres en los anillos, es una


cruz al revés.

Iron Cross: Movimiento de fuerza realizado por los hombres en


los anillos. El gimnasta sostiene los anillos rectos a ambos lados de
su cuerpo mientras se sostiene. Los brazos están perpendiculares
al cuerpo.

Jaeger: Realizado en barras, un gimnasta pasa de un Giant


frontal y suelta la barra, a una voltereta frontal y vuelve a agarrar
la barra. El Jaeger se puede realizar en la posición de straddle, pike
y layout, y ocasionalmente se realiza en una posición replegada.

Kip: El montaje más comúnmente utilizado para las barras, el


gimnasta se desliza hacia adelante, tira de sus pies a la barra, luego
empuja hasta el apoyo frontal, apoyando sus caderas en la barra.

Layout: Una posición de cuerpo estirado.


Layout Timers: Un ejercicio que simula la sensación de una
habilidad, o el set para una habilidad sin el riesgo de completar la
habilidad.

Lines: Recta, líneas perfectas del cuerpo.

Overshoot: También conocido como Bail. Una transición desde


la barra alta hacia la barra baja. El gimnasta se balancea hacia
arriba y sobre la barra baja con un medio giro para agarrar la barra
baja terminando en una parada de manos.

Pike: El cuerpo doblado hacia adelante en la cintura con las


piernas mantenidas rectas, una posición en L.

Pirouette: Se utiliza tanto en gimnasia como en danza para


referirse a un giro alrededor del eje longitudinal del cuerpo. Se
utiliza para referirse a los movimientos de giro de una parada de
manos en las barras.

Rips: En la gimnasia, un rip ocurre cuando un gimnasta trabaja


tan duro en las barras o anillos que arranca un trozo de piel de su
mano. La lesión es como una ampolla que se abre.

Release: Dejar la barra para realizar una habilidad antes de


volver a agarrarla.

Relevé: Es un término de danza que se utiliza a menudo en la


gimnasia. En un relevé, el gimnasta está de puntillas y tiene las
piernas rectas.

Reverse Grip: Un giro alrededor de la barra de espaldas con los


brazos girados hacia adentro y las manos hacia arriba.

Round-off: Un movimiento de giro, con un empuje en una pierna,


mientras se balancean las piernas hacia arriba en un movimiento
rápido de voltereta en un giro de noventa grados donde las piernas
se juntan antes de aterrizar en ambos pies. Es el inicio de una serie
de habilidades que se utilizan en el salto, la viga y el suelo.

Salto Flip o salto mortal: Con los pies subiendo por encima de
la cabeza y el cuerpo girando alrededor del eje de la cintura.
Sequence: Dos o más habilidades realizadas juntas, creando una
habilidad o actividad diferente.

Stick: Aterrizar y permanecer de pie sin necesidad de dar un


paso. Una posición correcta del stick es con las piernas flexionadas,
los hombros por encima de las caderas y los brazos hacia delante.

Straddle Back: Una transición de barra desigual realizada desde


un balanceo hacia atrás en la barra alta sobre la barra baja,
mientras se atrapa la barra baja en una parada de manos.

Tap Swing: Realizado en las barras, un toque agresivo hacia el


techo en un movimiento de balanceo. Esto le da al gimnasta el
impulso necesario para balancearse alrededor de la barra para
realizar un Giant o pasar a un movimiento de liberación.

Toe On: Girar alrededor de la barra con el cuerpo en punta de


manera que los pies estén sobre la barra.

Tsavdaridou: Se realiza en la barra, un salto hacia atrás con giro


completo para bajar.

Tuck: Las rodillas y las caderas se doblan y se meten en el pecho,


el cuerpo se dobla en la cintura.

Twist: La gimnasta gira alrededor del eje longitudinal del cuerpo,


definido por la columna vertebral. Se realiza en todos los aparatos.

Yurchenko: Un Round-off sobre la tabla, salto de manos hacia


atrás sobre la tabla de salto y salto sobre la misma tabla. El
gimnasta puede girar en la salida.
Sinopsis
Adrianna Rossi no es ajena a las rigurosas demandas exigidas a
su cuerpo. Años de dolor y determinación la han convertido en
una de las mejores. La meta final es la victoria olímpica, y está
dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirla. Incluso si eso
significa dejar su casa para asistir a la Academia de Gimnasia de
la World Cup, un centro de entrenamiento que tiene un solo
propósito: producir campeones.

La perfección, la precisión y la dedicación se exigen a sus


atletas. Cuando Konstantin Kournakova, dos veces campeón
olímpico, es convencido para que entrene a la joven promesa, se
arrepiente inmediatamente. Ella no se acerca a sus elevados
estándares. Mientras la persecución incesante de ella por su
sueño hace que se esfuerse, una pasión se enciende dentro de él.

El poder y la dominación de Kova, junto con la feroz tenacidad


de Adrianna, revelan que hay más cosas que su cuerpo debe
aprender. Cada interacción puede ser malinterpretada, pero no
hay que confundir el oscurecimiento de su mirada, la persistencia
de su tacto, o la imagen ilícita de su piel desnuda presionada
contra la de ella. La integridad está en juego. Un dedo del pie
fuera de la viga y sus deseos prohibidos podrían arruinar todo por
lo que han trabajado, desequilibrando todo.
Introducción
Estimado lector,

La serie Off Balance es una serie de continuación. Las novelas


tienen que ser leídas en orden para seguir la historia.

Esta historia es puramente ficticia y no refleja acontecimientos


de la vida real.

Cada novela de esta serie de cinco partes sigue un intenso


romance de mayo a diciembre entre una gimnasta y un
entrenador. Si considera que este tema y cualquier contenido
relacionado con él es perturbador, entonces la serie Off Balance
no es para usted.

La gimnasia es un deporte práctico que implica horas de


contacto estrecho con un entrenador. Mi objetivo era centrarme en
la belleza del deporte en detalle, mostrar el aspecto emocional de
la dedicación que hace un atleta y mostrar cómo dos personas son
capaces de cruzar límites prohibidos y evolucionar juntos.

Esta historia te empujará, te cuestionará y te llevará fuera de tu


zona de confort.

La serie Off Balance está dirigida solo a lectores mayores de 18


años. Se recomienda la discreción del lector.

-Lucia
"Cualquier entrenador que lleve diez años entrenando y diga
que nunca se ha enamorado de un atleta o viceversa, miente".

-Anónimo
Capítulo 01
—¡Absolutamente no!

La voz áspera de mi padre retumbó en el estudio de la casa.

—Ni siquiera has escuchado lo que tengo que decir —argumenté


mi punto de vista, sin conformarme con nada menos que su total
atención.

—No me importa lo que tengas que decir. Puedes hablar hasta


que se te ponga la cara azul. No te vas a mudar a New Hampshire.
Fin de la discusión.

—Papá, solo escucha. La gimnasia...

—He tomado mi decisión y no va a cambiar. —Tomó su bolígrafo


y se concentró en los papeles que tenía delante—. Ahora, por favor,
tengo trabajo que hacer.

La devastación me golpeó en las tripas. Me sorprendió lo poco


razonable que estaba siendo al no dejarme hablar. New Hampshire
albergaba una de las mejores instalaciones de gimnasia del país y
se lo demostraría. Mis semanas de investigación no serían en vano.
No me rendiría, solo tenía que esforzarme más.

—Es famosa por sus entrenadores y atletas —insistí.

—No. —Me dirigió su infame mirada, la que es capaz de hacer


que un hombre adulto se estremezca.

Mi futuro estaba en juego y tenía que luchar por él. Por mucho
que echara de menos mi actual gimnasio, ya no me era útil. No
había muchas horas extra de acondicionamiento y clases
particulares que pudiera tomar. Avanzar en este deporte requería
el entrenamiento adecuado, y no podía conseguirlo en mi antiguo
gimnasio.

—El traslado a otro gimnasio no es algo inaudito. Muchas


familias envían a sus gimnastas a entrenar en mejores
instalaciones. —Me mantuve firme.

—¡Adrianna Francesca Rossi! —Su tono y su enfado se mezclaron


con mi frustración, pero no me detuvieron.

—¡Solo escúchame! Por favor —supliqué, al borde de las lágrimas.


Mi madre, sin duda, las olería en el aire y estaría sobre mí como un
sabueso en cuestión de segundos. Las lágrimas mostraban
debilidad, y un Rossi nunca era débil, al menos según ella.

Papá no respondió. En cambio, me miró fijamente.

Exhalando un fuerte y agravado aliento, me levanté y miré a


través del gran ventanal de su despacho, que daba al extenso y
frondoso césped de nuestro patio trasero. Mi mirada se desvió hacia
la derecha, captando los hermosos colores del sol de la tarde que se
reflejaban en la piscina. Vivíamos en uno de los barrios más
selectos de la prestigiosa Amelia Island. Teníamos todo lo que el
dinero podía comprar. Todo, excepto un gran entrenador de
gimnasia excepcional que podría ayudar a acercarme a la
consecución de mi sueño.

Volviéndome hacia mi padre, observé la dilatación de sus fosas


nasales y la rigidez de su mandíbula. Se había quedado
inquietantemente quieto. La habitación se enfrió y se me puso la
piel de gallina. Conocía este lado de él, y no era bonito. Era un lado
que nadie se atrevía a probar.

Había ido demasiado lejos.

—Vete —dijo—. Ahora. —Su voz era tranquila y calmada,


despidiéndome para volver a su trabajo.

Hui de su estudio y me retiré a mi dormitorio, dando un portazo


justo cuando las lágrimas empezaron a caer.

La gimnasia lo era todo para mí... era mi corazón y mi alma, el


aire que respiraba. Era lo único que me permitía ser yo. Expresarme
de forma creativa de la manera que yo elegía, no como alguien más
decidiera por mí. Desde que tengo uso de razón, he alternado entre
comer, dormir y hacer volteretas. La competitividad, el reto de
dominar una nueva habilidad. La forma en que desafiaba la
gravedad, el corazón disparado, el sonido de los aplausos, el jadeo
del público, hacían que el sacrificio valiera la pena por todo el dolor
y la manipulación que sufría mi cuerpo. Nada podía quitarme esa
sensación.

Era el único lugar en el que podía liberarme de las ataduras que


me imponía el nombre de mi familia.

Me llamo Adrianna Rossi. Tengo dieciséis años y soy gimnasta de


competición. Gimnasta de élite, para ser exactos. O lo sería, en
cuanto tuviera el entrenador adecuado.

Había completado todos los niveles requeridos según la gimnasia


de EE.UU. para avanzar y hacer la prueba de élite. Era solo cuestión
de tiempo que tuviera el codiciado rango. Me entrenaba día tras día
para eso. Mis días consistían en sesiones de entrenamiento de
cuatro horas en el gimnasio, un tutor que me educaba en casa y un
chef privado que me preparaba mis calculadas comidas calóricas.

Al caer en mi cama, la devastación me golpeó con fuerza. El


rechazo me destrozó el corazón y sentí como si me arrancaran poco
a poco mis sueños.

Como la mayoría de los gimnastas hambrientos, mi objetivo final


eran los Juegos Olímpicos.

Si calculaba el entrenamiento junto con mi edad, posiblemente


podría competir en mis primeros Juegos Olímpicos a los veinte
años. La palabra clave es posiblemente. Aunque los veinte años
todavía se consideraban jóvenes para los estándares normales, eran
viejos en el mundo de la gimnasia. Sin embargo, no era inaudito
competir en los Juegos a esa edad. Una de mis favoritas, Svetlana
Khorkina, compitió en tres Olimpiadas a los veinticinco años, la
primera a los diecisiete. Oksana Chusovitina, que compitió en seis
Juegos Olímpicos, también empezó a los diecisiete años. Así que mi
objetivo no era del todo descabellado, solo necesitaba el
entrenamiento adecuado. Era buena, pero quería ser grande. Y la
única manera de ser grande era entrenar con los mejores.
Aunque era joven, no era ingenua. Sabía el tipo de abuso mental
y físico al que se sometería mi cuerpo para alcanzar el nivel
profesional. Necesitaba un instructor sargento con una mirada
aguda.

Lo necesitaba y lo quería.

No entendía del todo por qué mi padre se oponía a que me fuera.


Sabía que consideraba la gimnasia como un hobby, pero siempre
había hecho cualquier cosa para aplacarme. Nunca me decía que
no y solía invertir dinero en lo que mi corazón deseaba. No era como
si pasara mucho tiempo en casa de todos modos. Frank Rossi
estaba demasiado ocupado con la expansión y el mantenimiento de
su imperio inmobiliario. Rossi Enterprises era uno de los
principales promotores, con propiedades en todo el mundo. Dejó a
mi madre a cargo de la crianza de mi hermano y mía, lo cual era
una broma.

Cuando empecé a hacer gimnasia a los tres años, mi madre solía


sentarse en mis entrenamientos y asistir a mis encuentros. Por
aquel entonces, todo era cuestión de apariencias, pero yo era joven,
así que ella no tenía muchas opciones. Sin embargo, cuanto más
crecía, menos se esforzaba. Creo que la última vez que vino a verme
tenía doce años. Mamá solía estar demasiado ocupada con sus
obras de caridad o tratando de mantener a mi hermano mayor,
Xavier, fuera de los medios de comunicación.

Al principio su falta de interés me molestaba. Deseaba que


quisieran estar allí, que me vieran dar volteretas y hacer equilibrios
en la barra. Para verme pasar a otro nivel o realizar un stick sin
tambalearme. Ansiaba la atención de mis padres como todos los
niños, pero tras años de rogar, acabé por rendirme y aprender a
adaptarme a su indiferencia. En la actualidad, mamá rara vez viene
a los entrenamientos y ninguno de mis padres asistía a muchas
competiciones.

Sus acciones me obligaron a ser independiente, algo que


rápidamente aprendí a valorar. Dicho esto, me negaba a rendirme.
No dejaría que nada, ni nadie, me arrebatara mi objetivo final.
NO ESTABA SEGURA DE CUÁNTO TIEMPO HABÍA PASADO
CUANDO ESCUCHÉ UN DÉBIL GOLPE EN MI PUERTA. Abrí los
ojos y me sorprendió la oscuridad que me rodeaba. Sonó otro golpe
más fuerte y recé para que no fuera mi madre.

—¿Sí?

—¿Ana? —El alivio me recorrió al oír la voz de mi padre—. ¿Puedo


entrar?

Un suspiro de fatiga salió de mis labios, mientras me sentaba en


el borde de mi cama.

—Pasa.

Papá abrió la puerta y encendió el interruptor de la luz al entrar.


Un rápido vistazo a mi reflejo en el espejo de la pared adyacente me
hizo retroceder en shock. Mi rostro estaba manchado e hinchado de
tanto llorar. El cabello estaba pegado y enmarañado a mi rostro.
Estaba hecha un desastre.

Entrecerré los ojos para ver a mi padre, intentando adaptarme a


la luz. Se notaba la tristeza en sus pesados ojos. Era evidente que
estaba arrepentido de su decisión y de la forma en que había
reaccionado. La última vez que lo había visto, estaba vestido con
una camisa y una corbata impecables. Ahora la corbata había
desaparecido, tenía algunos botones desabrochados y las mangas
remangadas. Estaba desaliñado y agotado, y sabía que yo era la
razón. Me había comportado como una mocosa malcriada y había
discutido con él, algo que siempre intentaba evitar. Por lo general,
era mi hermano mayor el que causaba tanta confusión a mis
padres, no yo.
—¿Sí, papá? —Intenté aligerar la tensión. Una suave sonrisa le
encantó el rostro. Yo era una chica de papá hasta la médula, y él lo
sabía.

—¿Puedo sentarme contigo?

Asentí y se sentó a mi lado, con el colchón un poco inclinado. Me


apartó el cabello enmarañado de las mejillas y me miró con
atención.

—Parece que has estado llorando, lo que solo puede significar que
tengo la culpa.

Apreté los labios y bajé la mirada.

—Puede que lo haya hecho.

—Te pido disculpas, cariño. —Se pasó una mano cansada por el
rostro—. Sobre la gimnasia...

—¿Sí?

—Escucha, no es que no quiera que lo hagas, es que no quiero


que te vayas tan lejos sola. Todavía eres joven y el mundo es un
lugar peligroso. ¿Y si te pasara algo? No podría llegar a ti lo
suficientemente rápido.

Mi voz se suavizó ante su preocupación:

—Papá, siempre estás viajando por trabajo. —Mis palabras le


hicieron hacer una mueca de dolor, y al instante me sentí fatal por
haberlo dicho. Pero era la verdad, y tenía que dejar claro mi punto
de vista—. ¿Cuál sería la diferencia?

Se pasó una mano por el cabello salpicado de canas.

—Tienes razón. Viajo mucho por trabajo, y siento no estar lo


suficientemente cerca, pero la diferencia es que soy un adulto con
experiencia y tú no.

Me encorvé en señal de derrota.


—Lo sé. Solo esperaba que lo pensaras un poco. No es que vaya
a estar completamente sola. Viviría en un piso compartido con una
mamá de la academia y otras gimnastas.

—Pero no con tu madre. Ni siquiera conozco a esas mujeres,


Adrianna. Tú eres mi hija. No puedo confiar en ellas sobre ti.

Le dirigí una mirada seria.

—Papá, ambos sabemos que mamá no es el tipo de madre que


haría algo así por mí. —La clase de madre que da y hace cualquier
cosa por sus hijos para verlos prosperar. Joy Rossi tenía cosas más
importantes en su agenda.

Mi padre suspiró.

—Has dado un buen argumento y he pensado en eso. —Me


animé—. Puede que tenga un acuerdo. Tengo un socio en Cape
Coral que resulta que es entrenador de gimnasia. Déjame llamarlo
y ver qué dice.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Dónde está eso?

—Al sur. A unas dos horas más o menos de aquí. Está a las
afueras de Florida, cerca del agua.

Hice una pausa, frunciendo los labios.

—¿Tienes un amigo que es entrenador? ¿Cómo no lo sabía?

—Lo conociste cuando eras más joven, aunque probablemente no


lo recuerdes. Me compró unos inmuebles hace muchos años y
hemos seguido en contacto. De vez en cuando compramos una casa
juntos, o me pide consejo sobre una propiedad. Se llama
Konstantin.

El nombre no me sonaba de nada.

—¿A qué nivel entrena?

—Eso no lo sé. Solo sé que es un ex olímpico ruso y que es bueno


en lo que hace.
La esperanza brotó en mi interior hasta el punto de no poder
contener la sonrisa. Los rusos estaban locos, y sus entrenamientos
de gimnasia aún más, lo que hizo que mi estómago se revolviera de
ansiedad. No me quejaría, tomaría lo que pudiera.

Los mendigos no podían elegir.

—No puedo creer que no me hayas dicho esto antes.

—Su pasado no aparece en nuestras transacciones inmobiliarias.


No sabía que no eras feliz en tu actual gimnasio —contraatacó—. Si
me hubieras dicho que tus entrenadores no daban la talla,
Konstantin podría haber intervenido antes.

Touché.

—¿Cuándo vas a llamarlo? ¿Puedes llamarlo ahora? Por


favor. —Con entusiasmo, le agité el brazo y salté, balanceándome
sobre mis rodillas—. ¡Papá!

Se rio ante mi impaciencia, y la luz de sus ojos volvió a brillar. Mi


padre y yo teníamos el mismo tono de ojos verdes. Era la que más
se parecía a él. Por mi cabello oscuro, mi nariz fina y recta y mi tono
de piel, éramos muy parecidos. Y al igual que mi padre, cuando me
emocionaba por algo, mis ojos se volvían de un brillante color jade.
Aunque no estaba segura de dónde provenían los tonos carmesí
profundos de mi cabello o mis pecas.

Fingió un suspiro, conteniendo una sonrisa.

—Ven a mi estudio y lo llamaré.

—¿De verdad? —chillé. Cuando asintió, le eché los brazos por los
hombros y lo abracé con fuerza—. ¡Oh, gracias, papá! ¡Gracias!
¡Gracias! Gracias.

Me acarició la espalda con cariño. Salté de la cama y lo seguí de


cerca. Cuando volvimos a su oficina, me senté en una silla de cuero
frente a su escritorio. Puse las manos debajo de los muslos para no
inquietarme mientras mi padre se situaba.

Y por situarse, me refiero a servirse un trago de bourbon.


—Muy bien, recuérdame otra vez qué nivel tienes. ¿Cuál es la
meta que quieres alcanzar?

La tristeza se deslizó dentro de mí. Me gustaría que lo supiera sin


que tuviera que recordárselo. El hombre podía recitar veinte
transacciones comerciales diferentes de la cabeza, pero no podía
retener unos pocos datos sobre su hija.

—Soy de nivel diez, pero quiero hacer una prueba de élite.


Averigua primero si entrena a ese nivel y si tiene un programa de
élite.

Asintió y marcó un número, activando el altavoz. El teléfono sonó


unas cuantas veces hasta que una voz grave respondió:

—¿Allo?

Mis cejas se arrugaron. ¿A-low?

—Konstantin, mi amigo, Frank Rossi aquí. ¿Cómo estás?

—Frank, es bueno escuchar tu voz. Eres justo el hombre con el


que quería hablar en realidad. —Papá mencionó que era ruso, y su
fuerte acento lo confirmó.

—¿Es así? Entonces, es el momento perfecto. ¿Recibiste por


casualidad mi regalo de Navidad? Te envié una botella de mi vodka
favorito para ti y esa bonita novia tuya.

Konstantin hizo una pausa y se rio ligeramente.

—Tendré que preguntarle a Katja cuando llegue a casa. Su afición


por el vodka es tan voraz como la mía. Espero que no se lo haya
bebido todo sin mí. —Se rio, al igual que mi padre—. Gracias por
adelantado. Ha sido muy amable.

—¿Cómo está Katja? ¿Ya han decidido sentar cabeza? —preguntó


papá, dando vueltas a su vaso de bourbon. Por mucho que me
gustara oírle ponerse al día con su amigo, estaba ansiosa por que
fuera al grano.

—Ah, todavía no —respondió con un profundo suspiro—. No es


por su falta de intento. Todo a su tiempo.
Papá se rio y mi corazón empezó a latir más rápido por sus
siguientes palabras:

—Tengo una pregunta para ti. ¿Sigues siendo entrenador de


gimnasia?

—Es curioso que lo preguntes. Lo soy, y casualmente compré


World Cup a los anteriores propietarios hace un año. Estaba
pensando en ampliarlo, pero quería saber según tu experiencia
sobre si merece la pena o no.

—Ah... —Las cejas de papá se levantaron, un brillo en sus ojos.


Conocía esa mirada. Era su oportunidad de incursionar en algo—.
Qué perfecto es el momento, entonces. ¿Recuerdas que me dijiste
que cuando mi preciosa hija estuviera lista para cambiar te
llamara?

Hizo una pausa. El silencio llenó el aire. Mi corazón se detuvo.

—Sí, lo recuerdo.

—Ella vino antes a pedirme que la transfiriera a algún gimnasio


en New Hampshire. ¿Conoces algún gimnasio de allí?

—Ninguno que merezca la pena recordar.

Los ojos de papá se clavaron en los míos. Levantó una ceja.

—Bueno, dijo que es uno de los mejores gimnasios de la Costa


Este. —Dejó escapar un resoplido—. No me imagino a nadie mejor
que tú.

Konstantin se rio.

—Me halagas. No tenía ni idea que tu hija siguiera entrenando.


Dime, ¿en qué nivel está?

Levanté las dos manos para recordárselo.

—Es un nivel diez, pero dijo que su gimnasio no tiene un...

—Entrenador de élite —susurré.


—Entrenador de élite, que es lo que ella me dice que necesita —
dijo papá—. ¿Eres de élite? —Me estremecí ante la pregunta de mi
padre. No sería si él era élite, sino entrenador de élite.

—Sí, tengo un programa de élite y un equipo de chicas de élite.


¿Qué edad tiene ella?

—Dieciséis.

—Hmm. Ella no puede ser solo un nivel diez a los dieciséis años.
Es bastante mayor para una élite. ¿Está entrenando para la
universidad ahora?

—Para ser honesto, no estoy seguro de lo que planea hacer, o


puede hacer. Solo sé que quiere entrenar en un gimnasio exclusivo.

Eso me dolió en el corazón, como un cuchillo en el pecho.


Acababa de decirle unas horas antes cuáles eran mis planes para
el futuro.

—Muy bien. —Se aclaró la garganta—. Tengo una reunión para


cenar a la que tengo que llegar, así que ¿puedo llamarte por la
mañana y podemos repasar esto?

—Perfecto, parece un plan. Estoy deseando saber de ti. Ya que


hablamos, también podemos discutir tu idea de expansión en tu
nuevo gimnasio.

—Mejor aún.

Cuando papá colgó el teléfono, no me sentí mejor. Fruncí el ceño.


No parecía algo seguro una vez que escuchó mi edad. Casi deseé
que no hubiera estado en el altavoz.

—No te preocupes, cariño. No hay nada que no pueda hacer


ahora.
Capítulo 02
Mirando por la ventanilla, sin poder ver más allá de mi reflejo
transparente mientras pasábamos otro marcador de kilómetros.

Mi corazón se agitó y una pequeña sonrisa curvó mis labios al


pensar en el tiempo que había esperado este momento. De hecho,
no recordaba ningún momento en el que hubiera estado tan feliz...
o impaciente, nerviosa e inquieta. Era una rueda de emociones. Los
nudos de mi estómago se tensaban mientras la ansiedad se
arremolinaba en mí a una velocidad vertiginosa.

Respiré profundamente y me apoyé en el frío asiento de cuero,


rezando para que no fuera mucho más lejos.

Hacía dos meses, papá había conseguido que me inscribiera en


la Academia de Gimnasia de World Cup, que resultaba ser uno de
los centros de entrenamiento gimnástico mejor valorados de
Georgia. Con mi corazón puesto en encontrar el mejor gimnasio,
tuve una visión de túnel después que un compañero de equipo me
mencionara el de New Hampshire. Nunca se me ocurrió buscar en
otro sitio. Por lo que deduje, papá hizo una generosa donación a
World Cup, lo que me permitió la oportunidad de entrenar en las
instalaciones. Siendo una atleta con dificultades, estaba
desesperada por alcanzar el siguiente nivel. No quería depender de
mi padre y de sus relaciones comerciales, pero si eso ayudaba a
acercarme a mi sueño, que así fuera.

Como mi padre siempre había dicho: "Usa tus contactos". Estaba


dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Esta era la primera -y
única- vez que me sentía realmente feliz por venir de una familia
acomodada.

Había investigado un poco y descubrí que World Cup no era un


gimnasio cualquiera. Propiedad de antiguos entrenadores de alto
nivel de todo el mundo, era famoso por su entrenamiento y su
capacidad para llevar a los atletas a un nuevo nivel. Los
entrenadores eran muy particulares, los gimnastas de élite eran
elegidos a dedo, y se requería un talento innato y dedicación para
ser uno de sus miembros. Algunos de los mejores gimnastas habían
salido de este gimnasio, adiestrado por un grupo de entrenadores
intensos que empujaban sus límites con su nivel de entrenamiento.

Parecía que habían pasado horas cuando giramos a la derecha,


saliendo por fin de la autopista. Al dar la vuelta y seguir la curva en
forma de serpiente por la calle, nos detuvimos ante un edificio gris
con ventanas tintadas oscuras un par de minutos después.

—¿Así que esto es lo que quieres? —preguntó mi padre, mientras


rodeaba el Escalade. Metió las manos en los bolsillos de sus caros
pantalones a medida y observó el lugar mientras el viento soplaba
contra él.

—Más que nada —respondí, sin poder ocultar la sonrisa en mi


rostro. Me había quedado sin palabras mientras miraba la gran
estructura que tenía ante mí. Esto era lo que había deseado durante
el último año, y ahora era mío. La felicidad me invadió rápidamente
y mi sonrisa se hizo más grande.

Mi madre salió con unos tacones rojos brillantes y un vestido rojo


a juego. Joy Rossi se vestía como la Primera Dama. Se ceñía la
chaqueta blanca a la cintura, con los ojos brillando, sin un cabello
rubio fuera de lugar a pesar del esfuerzo del viento. A juzgar por el
ceño fruncido de su rostro, se diría que estábamos en el lugar más
sucio del mundo.

—Aquí es probablemente donde los asaltantes se esconden por la


noche y los vagabundos vienen a dormir. De todos los gimnasios,
no puedo creer que Konstantin haya elegido este lugar. Parece...
asqueroso.

No pude saber si su escalofrío se debía a la brisa o al hecho que


pensaba que yo había elegido a propósito un remoto pueblo de
asesinos en serie sin agua corriente ni electricidad.

—Joy —advirtió mi padre.


Negué con la cabeza, sin estar de acuerdo con su actitud
sentenciosa. No entiendo cómo ha llegado a esa conclusión en dos
minutos. En el fondo, sabía que papá nunca habría accedido a esto
si no hubiera investigado por su cuenta y pensado que no era
seguro.

Mirando a mi alrededor, todo lo que podía ver eran edificios


comerciales cercanos y contenedores verdes de basura colocados
esporádicamente en el exterior. Evidentemente, se trataba de una
zona de la ciudad en la que había negocios industriales -una zona
comercial- y no de restaurantes de lujo de cinco estrellas, donde mi
madre estaba acostumbrada a cenar, o de boutiques lujosas en las
que no se vendía nada que no fuera de alta costura o de temporada.
Por desgracia, ella no veía las cosas como yo. Lo que vio fueron
colores tenues sin vida y, sobre todo, un lugar donde no ganaría
nada.

Yo vi mi futuro. Vi mi sueño mirándome fijamente desde atrás de


las paredes de concreto, retándome a que moviera mi trasero.

Papá extendió su brazo, haciéndome un gesto para que guiara el


camino, y me dirigí hacia la entrada. Agarrando el frío pomo de la
puerta, tiré de ella y entré en World Cup con mis padres
siguiéndome de cerca.

El olor a tiza impregnó el aire y mi estómago se estremeció al


sentir el primer aroma en mis pulmones. Era un olor distinto, y un
sabor, para un gimnasta, prácticamente parte de nuestros grupos
de alimentos, difícil de explicar a cualquiera que no esté involucrado
en el deporte. Similar al talco para bebés, pero con un olor más
fuerte. La música apagada que sonaba en los altavoces, el rebote de
un trampolín y el sonido de las barras asimétricas que rebotaban
al soltarse, captaron mi atención. Era música para mis oídos. El
tipo de sonido que hace que mi adrenalina se mueva y mi pulso se
acelere, invitándome a dejarlo todo y a rodear las barras con las
manos o a sentir el suelo de madera bajo mis pies descalzos.

Volví a respirar profundamente y exhalé, sin poder ocultar mi


sonrisa de oreja a oreja. Mi corazón estaba a punto de explotar. Por
fin estaba donde debía estar.
Mirando el vestíbulo vacío, no estaba segura de a dónde ir, pero
la ventana a mi derecha mostraba una vista de las enormes
instalaciones. Desde el exterior era completamente engañoso... y la
ansiedad se apoderó de mí. La intimidación definitivamente golpeó
fuerte en ese momento.

Los gimnastas, tanto masculinos como femeninos, estaban


dispersos, con tiza blanca espolvoreando su piel. Pude ver no solo
uno, sino dos pisos, tres juegos de barras asimétricas y siete vigas
de equilibrio, junto con dos saltos. También había una pista de
volteretas, varios equipos para hombres y una barra alta con un
foso de espuma y una ResiMat 1, una enorme colchoneta sobre un
foso de espuma utilizada para practicar aterrizajes más suaves.
Más atrás había un montón de puertas. No tenía ni idea de para
qué servían, pero tenía curiosidad por saber a qué conducían.

Incluso mis padres parecían estar asombrados por el gimnasio,


si sus ojos abiertos eran una indicación. Un escalofrío me recorrió
la columna vertebral y la piel de gallina cubrió mis brazos de
entusiasmo, mientras un torrente de adrenalina comenzaba a latir
por mis venas ante el espectáculo que tenía frente a mí.

El sonido de un portazo detrás de mí me sacó del trance,


obligándome a mirar por encima del hombro. Mis padres siguieron
el sonido y vi a un hombre alto y en forma. Con las manos en la
cadera, sus ojos recorrieron el vestíbulo y se conectaron con los de
mis padres antes de seguir y fijarse en los míos, su mirada estrecha
me retuvo. Todo el aire abandonó mis pulmones. Su poderosa
presencia exigía atención y, sin duda, tenía toda la mía.

Nunca en mi vida había visto a alguien tan increíblemente guapo.


No había otra palabra que pudiera utilizar para describirlo. Sus ojos
imponentes me hicieron pensar que era posible que fuera un
entrenador, pero ningún entrenador que hubiera visto había sido
tan atractivo. Ahora que lo pienso, ninguno de ellos había tenido
menos de cuarenta años sin barriga y entradas. Este hombre era
de constitución sólida y estaba lleno de músculos.

1 ResiMat. Bloque de aterrizaje super suave. La parte superior de PVC, brinda poca
resistencia al aire en el aterrizaje.
Se me escapó un suspiro silencioso cuando se acercó a nosotros
con fuerza y aplomo. El corazón casi se me subió a la garganta
mientras lo miraba como si fuera una especie de Adonis. Una
incipiente barba oscura cubría su mandíbula cuadrada, unos
labios carnosos que pedían atención y una nariz recta como una
flecha. Combinado con su cabello negro y su piel aceitunada con
matices dorados, el hombre era perfecto.

Cruzando la habitación, extendió una mano.

—Frank, me alegro de volver a verte. —Su antebrazo se flexionó,


las venas indicando la fuerza muscular que ejercía. Fue
increíblemente difícil apartar la mirada cuando le dio a mi padre un
firme apretón de manos. Era absolutamente, increíblemente
hermoso. Avery lo llamaría “jodidamente sexy”. A mi mejor amiga le
encantaba añadir “jodido” al principio de todo.

—Kova.

Este era el amigo de mi padre, y era el dueño de este lugar.


Interesante. Parecía recién salido de la universidad, no más de
veinticinco años como máximo. Papá no tenía muchos amigos
jóvenes que yo supiera; podía contar con una mano los amigos que
había conocido que eran más jóvenes que él. Normalmente tenían
el cabello encanecido, patas de gallo y una piel envejecida y
sobrecargada. Todo lo contrario de lo que tenía delante de mí.

Así que Kova era Konstantin. El origen del apodo se me escapaba,


pero cuanto más hablaban y más me gustaba la camaradería, más
me daba cuenta que se trataba del hombre del que me había
hablado mi padre.

Recordaba haber oído el nombre de Konstantin hace años en el


círculo de la gimnasia. Era uno de los gimnastas más condecorados
hasta la fecha, y había traído a casa más medallas para Rusia que
cualquier otro atleta masculino. Había competido en dos Juegos
Olímpicos y dominado cada uno de ellos. Se suponía que iba a
intentar participar en una tercera Olimpiada, pero se retiró en el
último momento debido a circunstancias imprevistas. Circularon
rumores, algunos incluso dijeron que el uso de esteroides era la
razón por la que no compitió, pero que yo recuerde nunca dio
públicamente una razón para su ausencia.
—Bienvenidos a la Academia de Gimnasia World Cup.

Ese acento era definitivamente ruso. Para ser un gimnasta, Kova


era alto. Por lo menos 1,80 metros. Junto con sus hombros
profundamente musculosos y su pecho firme, evidenciado por lo
ajustado de su camiseta, parecía el paquete perfecto, si es que
alguna vez lo hubo.

Mis ojos bajaron y mis mejillas se calentaron. Oh, Dios mío.


Ahora, ¡estaba comprobando su paquete!

—Recuerdas a mi esposa, Joy, y a nuestra hija, Adrianna. O Ana,


como la llamamos.

Puse los ojos en blanco. Mi nombre era Adrianna, no Ana.


Siempre odié el apodo. Me hacía sentir como una niña a la que
regañan, pero seguían usándolo, sabiendo lo mucho que lo
detestaba. Sonríe y sopórtalo, me dije a mí misma. Sonríe... y
aguanta.

Cuando Konstantin estrechó la mano de mi madre, me reí por


dentro. La mano de ella estaba envuelta en la de él y apuesto a que
le preocupaba que le rompiera el esmalte de uñas. Era un maldito
apretón de manos, por el amor de Dios, y sin embargo, ella actuaba
como si fuera tan frágil. No había nada más molesto que cuando mi
madre actuaba como si fuera de porcelana. Le garantizo que sus
delicados y fríos dedos descansaban en su mano como si estuvieran
muertos, lo que solo parecía coincidir con su gélida conducta.

—Hola de nuevo, Kova. Tienes unas bonitas...


instalaciones. —Intentó decirlo con sofisticación, pero pude ver a
través de sus dientes blanqueados y su personalidad pretenciosa.
Un aire de dinero la rodeaba y lo llevaba como una segunda piel. Mi
madre y yo no podríamos ser más opuestas.

Konstantin se volvió hacia mí y casi perdí todo el sentido común.


Sus ojos esmeralda estaban rodeados por un grueso anillo negro
con tenues líneas como de telaraña en el iris. Hipnotizante. Me
recordaban a una selva tropical... un territorio bellamente seductor
e inexplorado, sin saber realmente lo que acecha. Enmarcada entre
gruesas pestañas, su mirada era penetrante, como si pudiera leer
mis más profundos y oscuros secretos.
—Ana, es un placer volver a verte. La última vez que te vi, apenas
me llegabas a las rodillas y corrías con coletas. Has crecido mucho
—dijo.

¿Coletas? Creo que dejé de tener coletas a los cinco años. Si ese
era el caso, estaba claro que tenía más de veinticinco.

—Adrianna. —Acentué mi nombre completo. Las puntas de sus


labios se curvaron hacia arriba solo un poco y mi estómago se
tensó. Me acomodé un mechón de cabello detrás de la oreja con
recato y le devolví la sonrisa.

—¿Estás segura que estás preparada para esto? El programa de


élite es completamente diferente al nivel diez. Es mucho más
intenso. Ya se lo he explicado a tu padre, pero quiero asegurarte
que esto no se va a parecer en nada a tu antiguo gimnasio. Vas a
estar agotada, y probablemente magullada y dolorida hasta que tu
cuerpo se adapte al entrenamiento. Solo porque tu padre y yo nos
conocemos desde hace tiempo, no pienses ni por un minuto que
será fácil. Espero que estés preparada para ese tipo de
condicionamiento.

Las ganas de repetir su marcado acento me golpearon con fuerza.


Quería levantar las manos y hablar en voz alta como una italiana
bulliciosa y repetir cada palabra que Konstantin acababa de decir.
Su forma de hablar era muy sexy, y todo ese comportamiento
intenso que tenía jugaba a su favor.

—Lo estoy —respondí con seguridad.

Mirando a mis padres, Kova dijo:

—¿Qué tal si vamos a mi oficina y repasamos el papeleo antes de


dar una vuelta por el gimnasio, sí?
Capítulo 03
Los siguientes treinta minutos los pasé revisando toda la letra
pequeña y firmando formularios de autorización médica.

Mi madre parecía sufrir de estreñimiento por mucho que se


esforzara en parecer serena. La gimnasia, junto con los documentos
legales, estaba tan fuera de su elemento. Fingir ser una madre
preocupada no estaba en su zona de confort. Los actos benéficos
para recaudar fondos eran más bien lo suyo, donde podía
disfrazarse, poner una sonrisa falsa y actuar como si le importara
algo. Era difícil culparla, ya que mis propios pensamientos vagaban
por la sala, observando las distintas medallas y trofeos, y perdiendo
rápidamente el interés por el tema.

El papeleo no me interesaba. Todo lo que quería hacer era


ponerme en el suelo y sentir la alfombra bajo mis pies. El suelo era
mi prueba favorita, aunque destacaba en el salto. Era donde me
sentía libre y podía dejarme llevar, volando por el aire a mi antojo.
Me encantaban las volteretas, me encantaba desafiar la gravedad y
rezaba en secreto a Dios para no caer de culo cada vez.

Despreciaba la barra con odio puro. Pero esa era otra historia.

Miré a mi padre en una profunda conversación con Konstantin.


Le interesaba saber más sobre mi entrenamiento, pero también le
gustaba leer la letra pequeña y saber exactamente lo que estaba
pagando. Por eso le había ido tan bien con su propia empresa. Nadie
podía engañarlo. Le encantaba el dinero y se aseguraba de saber a
dónde iba cada céntimo que ganaba. Y no importaba que se tratara
de un amigo en el que probablemente pudiera confiar, seguiría
cubriendo sus bases. Sin embargo, no era estúpida. Sabía que se
trataba más del lado comercial de las cosas para él que de darme
algo que amaba y me apasionaba. Esto era solo otro trato para que
analizara y negociara, en lugar de mi futuro.

En medio de la explicación de los formularios y el repaso de mi


estricto régimen de entrenamiento, oí las palabras "clase de baile"
y mi atención volvió a la conversación.

—¿Clase de baile? —intervine.

Konstantin levantó una ceja perfectamente arqueada, sus ojos se


entrecerraron como si acabara de darse cuenta que yo estaba en la
habitación.

—Le estaba mencionando a Frank que vas a tomar clases de


ballet, además de jazz.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Ballet? —pregunté, con un tono molesto. Por favor, dime que


es una broma. De ninguna manera tomaría clases de ballet. Odiaba
el ballet.

—Sí, Adrianna. Ballet. Ayuda con la postura y la gracia en el


suelo. Sin mencionar, la flexibilidad y el fortalecimiento del núcleo.

—Ya tengo gracia y fluidez en el suelo. No necesito clases de baile


adicionales.

Nunca tuve que tomar clases de ballet en mi antiguo gimnasio,


así que estaba segura que no necesitaba tomarlas aquí. Todas esas
clases extras me quitarían lo único que había venido a hacer aquí,
y me negaba a que eso sucediera.

Konstantin dejó lentamente su bolígrafo brillante y de aspecto


caro. Era desconcertante cómo me miraba fijamente y yo quería
apartar la mirada, pero me mantuve firme. Mantuve la mirada fija
en él, concentrándome en los destellos negros que brillaban en sus
ojos, demostrándole que no era débil.

—Te lo voy a poner fácil. Vas a jugar con mis reglas. O tomas las
clases o no entrenarás en el World Cup.
Fácil. Como si yo fuera una imbécil que no comprendiera
palabras complejas. Mis padres no habían gastado miles de dólares
al año en un tutor privado para nada. Había sacado sobresalientes
desde el quinto grado. Ya estaba tomando cursos de Pre-Cal y de
nivel universitario, y él me trataba como si no supiera deletrear P-
O-L-L-A.

Con una sonrisa falsa, dije con voz azucarada:

—El ballet no es necesario. Sería una completa pérdida de


tiempo. Nunca lo he necesitado antes y no lo necesito ahora. —
Terminé con un parpadeo rápido y esperé su respuesta. Esto era lo
que me gustaba llamar mi "cara de evento social", una habilidad
que me enseñó mi madre. Dulce, inocente y llena de mierda, y si
vivías en Palm Bay, se consideraba un accesorio de moda estándar.

Konstantin hizo una pausa y se quedó mirándome durante unos


cuantos latidos. Justo cuando pensé que había ganado, retiró los
papeles que mi padre tenía en sus manos. Mirando a mi padre, dijo:

—Veo que Ana no está preparada para este tipo de compromiso,


Frank. Se necesita dedicación, trabajo duro y, sobre todo, saber
escuchar. Y hasta que ella no entienda que es mi manera...

Mi pecho se agitó, la sangre bombeó rápidamente por mi corazón.


Me estaba rechazando, diciendo que no podía entrenar aquí, pero
me negaba a que eso fuera una opción. Así que interrumpí antes
que pudiera decir otra palabra con ese estúpido acento ruso que me
encantaba hace unos momentos.

—¿Cuántas de esas clases tengo que tomar?

Me miró de nuevo.

—Todas las que necesites.

Apreté los dientes y bajé la cabeza lentamente en señal de


rendición. A pesar de su buen aspecto, se comportaba como un
completo imbécil, y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada.

Konstantin le devolvió los papeles a papá, pero su mirada no se


apartó de la mía.
—He hablado con tu antiguo entrenador y le he preguntado por
tu entrenamiento actual, dónde podrías mejorar. Me dijo que te
faltaba flexibilidad, que es donde entra en juego el ballet... ayuda a
abrir las caderas, a estirar las piernas y da líneas de cuerpo largas
y delgadas que la gimnasia suele endurecer. Al contrario de lo que
crees, también mencionó que podrías usar más gracia. La danza es
un elemento importante para la viga de equilibrio y el suelo.
Queremos que fluyas, no que parezcas un robot. Dicho esto, una
evaluación determinará cuáles son tus necesidades específicas.

Me subió la tensión y tuve que hacer todo lo posible para no


refutar su afirmación. Justo cuando pensaba que estaba
avanzando, en realidad di diez pasos atrás. No era un robot rígido
en el suelo como él insinuaba. Sabía cómo moverme, por el amor
de Dios.

—¿Y todas esas clases extras de baile... ballet y jazz... están


incluidas en su nuevo horario de gimnasio? —Mi padre intervino, y
menos mal que lo hizo. Estaba a punto de estallar un fusible—.
¿Hará dos al día, además de entrenar un total de cuarenta horas a
la semana?

Konstantin se volvió hacia mi padre.

—Sí, tendrá dos días libres. Lo que decida hacer con esos días
depende de ella, pero cuando esté aquí, estará bajo mi supervisión
y el control de World Cup, junto con los demás entrenadores. Por
mucho que quiera dar prioridad a la gimnasia, la escuela es más
importante, así que trabajamos en torno a un horario para todas
las gimnastas. Una vez establecido, ella tendrá que asumir la
responsabilidad y equilibrarlo. Por lo general, habrá un
entrenamiento por la mañana en el que nos centraremos en la
fuerza y el acondicionamiento, un descanso para la escuela y luego
la gimnasia por la tarde. La danza será rotativa. —Tomó aire y
continuó—: La mayoría de las gimnastas aquí están en la escuela
pública, por lo que sus horas son siempre consistentes. Algunas
chicas comparten un apartamento para ayudar a mantener sus
gastos bajos. Tengo entendido que has alquilado un apartamento
para ella.

Papá se aclaró la garganta.


—Me he adelantado y he conseguido una de las unidades del
último piso en Cape Harbor para ella. Es un condominio de dos
dormitorios al otro lado de la ciudad en una de mis comunidades
cerradas. También he comprado una camioneta para cuando esté
preparada para conducir. Mi esposa y yo tenemos la regla de que
los chicos no tienen su licencia hasta los diecisiete años. Ana tendrá
el suyo dentro de unos meses.

«Como sabes, ser un Rossi conlleva mucha publicidad, y tengo


que asegurarme que Ana esté segura. Parece mucho mayor de lo
que es y tiene una cabeza fuerte sobre los hombros, a diferencia de
la mayoría de las chicas de su edad. Sé que estarás cerca si ocurre
algo, pero me sigue preocupando que esté tan lejos. Tomé las
precauciones necesarias antes de permitir que se mudara aquí. A
Ana no le falta nada, y todo lo que necesite lo tendrá para poder
concentrarse en la gimnasia. Mi esposa incluso ha hecho lo
necesario para que le lleven la comida a su piso y le pongan un
tutor.

Sofocando un gemido de vergüenza, me mordí el interior del labio.

Papá siempre encontraba la manera de mencionar el dinero y la


cantidad que tenía. Era humillante y detestaba la manera pomposa
en que hablaba de ello, fuera o no amigo. Era mortificante, sobre
todo si compartía el hecho de que él pedía las comidas para mí.
Sabía que yo era lo suficientemente responsable como para tomar
decisiones acertadas, a diferencia de mi hermano, que se deleitaba
con el apellido Rossi y el dinero.

Miré fijamente a Konstantin, tratando de calibrar su reacción


ante la mierda innecesaria que mi padre explicó, pero su rostro no
reveló nada. Su fría mirada... la cara de polla en reposo... podía
rivalizar con la de mi madre. Reprimí una risa. La forma en que su
presencia exigía atención hizo que mi corazón martilleara contra
mis costillas. Mientras no abriera la boca para soltar más ridículas
sugerencias de ballet, no podía evitar sentirme atraída por él.

—Muy bien, Adrianna, no solo tienen que firmar tus padres, sino
también tú. —¿Otro formulario? Ya no era suficiente. Mándame a
China, allí tienen buenos entrenadores de gimnasia. Y qué si
mienten sobre sus edades.
Konstantin me entregó un montón de papeles.

—El primero es tu compromiso con el gimnasio, tu juramento de


entrenar duro y dar el ciento cincuenta por ciento, y de no
abandonar, aunque no espero que lo hagas. Sin embargo, si decides
poner fin a tu estancia aquí en World Cup antes que acabe el año,
se le cobrará una fuerte cuota a tus padres, al igual que hago con
todos los compañeros de equipo. Estoy seguro que sabes que este
no es un gimnasio fácil de ingresar, de ahí la necesidad de esta
obligación. Este acuerdo se renueva cada año.

Justo cuando estaba a punto de apretar el bolígrafo para firmar


con mi nombre, naturalmente mamá tuvo que aportar su granito
de arena.

—Ana, esto es un esfuerzo muy caro. Seguro que más de lo que


la mayoría de los padres estarían dispuestos a gastar. Sabemos que
eres responsable y confiamos en que harás lo correcto, pero a tu
padre y a mí nos disgustaría mucho que tuviéramos que pagar una
cuota innecesaria por encima de todo —advirtió con ojos
fulminantes—. ¿Segura que estás comprometida con esto?

—Más que nada en el mundo —murmuré en voz baja. Si quería


poner a prueba mi determinación a última hora, podía tirar
cualquier duda por la ventana. Estaba mirando mi sueño
directamente a la cara, y unos cuantos documentos más para
firmar no se interpondrían entre mis objetivos y yo.

—¿Segura? —Su voz acentuó su pregunta. No tenía ni idea de lo


que significaba para mí, ni de lo dedicada que estaba a la gimnasia.

—Ella lo entiende, Joy —dijo papá, y luego me dio una sonrisa de


satisfacción.

Por alguna razón, mi madre me presionaba mucho en casi todo.


Era desconcertante y deseaba que se apartara y me animara en su
lugar.

Papá entendía mi dedicación porque a él le pasaba lo mismo. Una


vez que encontrábamos algo en lo que vertíamos todo nuestro sudor
y sangre, no había vuelta atrás. Nuestra devoción nos impulsaba.
—Muy bien, el siguiente documento establece que no saldrás con
nadie mientras estés bajo mi autoridad y entrenamiento —dice
Konstantin, mirándome mientras lo deslizaba por su escritorio. No
podía hablar en serio. Nunca había oído que un entrenador hiciera
esto.

—Sé que suena infantil, pero en realidad es un papel muy


importante que tendrás que firmar. No necesito que pierdas la
concentración. Acabarás saltándote los entrenamientos y
enfadándome. Podría arruinar tu carrera y solo me hará perder el
tiempo. Mi tiempo es precioso. Espero, y merezco, tu concentración
y determinación, no la de nadie más.

—Lo entiendo.

Garabateé mi nombre sin leer y lo empujé hacia atrás. Konstantin


me sostuvo la mirada.

—Deberías leer siempre la letra pequeña antes de firmar —dijo


en voz baja, sonando decepcionado.

Miró mi firma, moviendo los ojos mientras leía.

—Aquí dice —dijo señalando—. Estarás bajo mi supervisión


durante el tiempo de gimnasio. —Konstantin entregó un papel a mi
padre y dijo—: Este es básicamente el mismo acuerdo que le di a su
hija. Como tiene dieciséis años y no tiene una verdadera orientación
paterna, estará bajo la supervisión de World Cup mientras se
entrena aquí. Cualquier cosa que haga después de salir del
gimnasio no es mi responsabilidad; por lo tanto, ni yo ni World Cup
seremos responsables de sus acciones. Todas las gimnastas que
viven solas mientras entrenan aquí deben firmarlo.

Papá lo leyó por encima en silencio y luego me miró y dijo, con


voz inflexible:

—Espero que te des cuenta de la fe y la confianza que estamos


depositando en ti para que seas responsable, jovencita. Esto no es
una broma.

Con los ojos muy abiertos, asentí.

—Lo entiendo perfectamente, papá.


Papá firmó el acuerdo y Konstantin apiló los papeles, los unió con
un clip y los dejó a un lado. Kova cruzó los brazos con firmeza sobre
el pecho, se recostó en su silla de cuero y me miró directamente.

—Mi entrenamiento no es convencional, es duro y brutal. Habrá


días en los que no podrás soportar mi mirada. Es intenso y
agotador. No estoy aquí para ser tu amigo, no estoy aquí para darte
palmaditas en la espalda cuando los tiempos se ponen difíciles, no
estoy aquí para mimarte. Estoy aquí para ser tu entrenador y
ayudarte a alcanzar el siguiente nivel. Vengo de Rusia, donde existe
uno de los entrenamientos más estrictos. He aprendido de los
mejores, y el hecho que seas la hija de tu padre no significa que
vaya a ser fácil para ti. Olvidarás todo lo que te enseñaron en el
pasado y volverás a aprender a través de mí. Te daré todos los
medios posibles que necesites, pero depende de ti profundizar y ser
la atleta que quieres llegar a ser. Debes tener el empuje y la pasión
para llegar a lo más alto. Yo solo estoy aquí para guiarte por ese
camino y mostrarte tu capacidad. —Hizo una pausa—. Esta,
Adrianna, es tu oportunidad de irte. Puedo romper estos papeles y
puedes irte a casa.

Miré a Konstantin y me di cuenta de dos cosas: Que estaba a


punto de recibir una paliza, y que él no aceptaba expresiones de
protesta.
Capítulo 04
De acuerdo, todavía estaba un poco obsesionada con lo que
salía de su boca.

No podía evitarlo. Ese acento era muy sexy.

Miré fijamente a Konstantin con confianza. Él respondió a mi


mirada. Con toda la pasión y el empuje que respiraba por mis venas
por mi amor a la gimnasia, lo volqué en mi siguiente frase:

—No me voy.

La sonrisa perversa que se deslizó por su rostro casi me deja


sin aliento.

—Bueno, con esto se acaban las formalidades necesarias. Si


quieres, ahora puedo enseñarte el gimnasio.

Konstantin abrió la puerta que conducía al impresionante


gimnasio.

Lo seguimos de cerca, observando cada centímetro cuadrado


que nos rodeaba. No pude evitar los saltos de adrenalina en mi
estómago.

Me recordaba a cuando entraba en el aula el primer día de


clase. Hacía tiempo que no tenía esa sensación, ya que el año
anterior había sido educada en casa, pero lo recordaba como si
fuera ayer. Todo el mundo odiaba el primer día.

Las gimnastas de los aparatos cercanos miraban hacia


nosotros, observándonos de pies a cabeza. Mamá no perdía el ritmo
con sus tacones Christian Louboutin de cinco centímetros mientras
mi padre se pavoneaba como si fuera el dueño del lugar. Y aquí
estaba yo, con unos pantalones de jeans oscuros cortos, una
camiseta y unas sandalias, sintiéndome tan relajada como estaba.

Konstantin nos enseñó todas las partes del gimnasio,


incluidas las salas de la parte de atrás por las que sentía curiosidad.
Supuse que eran para el entrenamiento de fuerza, pero en realidad
se utilizaban para varias clases de baile y técnicas de estiramiento.

—Holly, ten cuidado con ese dismount. Recuerda que hasta el


paso más pequeño es una décima de deduction. Chicas, me
gustaría que conocieran a Adrianna. Ella es de nivel diez, pero
planea hacer una prueba de élite. Será su nueva compañera de
equipo.

Se dirigió a las barras asimétricas y presentó a las chicas.

—Esta es Reagan. —La señaló con la cabeza, con los brazos


cruzados contra el pecho—. Es una gimnasta de último año y ha
estado entrenando en el programa de élite durante un par de años.
Si tienes alguna pregunta sobre lo que ocurre aquí, estoy seguro
que estará más que feliz de ayudarte. —Señalando a otra chica,
dijo—: Esta es Holly. Ha estado en World Cup desde que era una
niña, y su hermano gemelo también entrena aquí.

—¿Ella va a entrenar con nosotros? —Reagan se burló.

—Eso es lo que he dicho —dijo con severidad.

La fea mirada en el rostro demacrado de Reagan avivó el fuego


dentro de mí. Era difícil no mirarla. Sus rasgos se agruparon,
dándole una expresión excesivamente dramática. El hecho que aún
no estuviera en el programa de élite no significaba que no pudiera
entrenar con ellos. Los gimnasios de todo el mundo tenían clases
mixtas, y la mayoría de los gimnastas se beneficiaban de observar
la técnica de sus compañeros mientras estaban en un aparato.

Podía ver que definitivamente era un problema. Vivir entre los


ricos me había enseñado a ver los verdaderos colores de la gente
rápidamente, nadie podía hacer de perra mejor que los de sangre
azul, y yo había sido condicionada por algunos de los mejores.

—Entrenador, ¿por qué no está entrenando con su nivel


entonces?
¿Entrenador? ¡Entrenador!

—¡Tú eres el entrenador! ¿Mi entrenador?

—¡Adrianna! —jadeó mi madre, mortificada por mi arrebato.

—Hasta la última vez que lo comprobé. ¿Quién creías que era?

Las chicas del equipo se rieron. El calor subió por mi pecho y


golpeó mis mejillas y orejas por mi arrebato.

—Quieres decir que no lo sabías, Adrianna —dijo mamá,


echando más leña al fuego. Qué conveniente es que ahora preste
atención.

Levantando un hombro, dije con franqueza:

—Está vestido para una reunión de negocios, no está


preparado para estar cubierto de tiza durante las próximas ocho
horas. ¿Cómo iba a identificarlo con esa ropa y zapatos de vestir?
Supuse que... —Me interrumpí, mordiéndome el labio inferior. Mis
hombros cayeron—. No sé lo que supuse, sinceramente. Solo pensé
que era el dueño del gimnasio y que no entrenaba. Muchos
propietarios no entrenan.

Mis mejillas se calentaron cuando miré a mi nuevo


entrenador. La sonrisa velada que lucía hacía juego con el brillo de
sus ojos. Nunca había tenido un entrenador joven, y mucho menos
alguien tan atractivo como Kova. Intimidante era un eufemismo.
¿Cómo diablos iba a concentrarme si él era el entrenador, por el
amor de Dios?

—En cuanto al resto de ustedes, yo decido con quién


entrenan, y desde ahora, ella está con nosotros. —Kova se giró
hacia mí y me dirigió una mirada mordaz—. ¿Esto va a ser un
problema para ti?

—En absoluto —mentí.

Sí... Esto definitivamente iba a ser un gran problema. Como


cuando tu ginecólogo está caliente, ese tipo de problema.
—Bien, continuemos y terminemos el recorrido para que tus
padres puedan instalarte. Te espero aquí el lunes temprano.

Asentí y nos dirigimos al equipo masculino, donde estaban


afinando sus habilidades a la perfección. Justo cuando pensaba
que la gimnasia no podía ser más dura, observé la fuerza bruta que
necesitaba un gimnasta masculino para equilibrarse en los anillos
y mantenerlos firmes con muy poco movimiento. Era bastante
impresionante ver cómo sus brazos se extendían lentamente hacia
los lados, perpendiculares a su cuerpo, mientras sus piernas
estaban rectas y juntas para realizar un Iron Cross. El control junto
con la musculatura de la parte superior del cuerpo que requería era
totalmente asombroso y probablemente por eso las mujeres eran
incapaces de hacerlo.

—Caballeros, esta es Adrianna Rossi. Ella es de nivel diez pero


se unirá a las chicas mayores para entrenar.

Había tres gimnastas senior que el entrenador presentó.


Cuerpos sólidos con brazos impecablemente esculpidos y
vasculares. Sus hombros estaban cincelados y contorneados, la piel
suave como la seda se curvaba alrededor del tejido y abrazaba el
músculo por debajo de un modo hermoso. Y lo mejor de todo era
que se trataba de músculo natural, fruto de años de entrenamiento,
y no de esa mierda inducida por los esteroides.

Había algo en el cuerpo de un gimnasta masculino que lo


hacía por mí. Ofrecían tanta potencia y control. Era una belleza que
se escondía a la vista.

Saludé con la mano.

—Hola —dije tímidamente, y me dedicaron unas sonrisas


amables.

Llevaban pantalones cortos de baloncesto y camisetas


ajustadas que se les pegaban al cuerpo por el esfuerzo. Uno de ellos,
creo que se llamaba Hayden, no llevaba camiseta y tenía ese
encanto de chico de al lado escrito por todas partes. Abdominales,
hoyuelos en ambas mejillas y dientes blancos y perfectamente
rectos. Lo tenía todo. Este tipo podía cortar acero en sus
abdominales, que estaban cubiertos de tiza blanca. Y la V por la
que todas las chicas se vuelven locas... afilada como un cuchillo y
apuntando hasta la ingle. No pude evitar admirarlo. Pero lo mejor
de él, con diferencia, eran sus brazos. Desde sus anchos hombros
hasta sus muñecas, su piel color miel brillaba con vitalidad.

Sabía que mi objetivo principal era entrenar con los mejores,


pero ellos iban a dificultar la concentración. Definitivamente no se
criaban así en casa. Al menos no en mi antiguo gimnasio, eso era
seguro. Eso de no tener novio ya no sonaba tan fácil como había
pensado en un principio.

—Suelo hacer que los equipos senior masculino y femenino


entrenen a la misma hora a primera hora de la mañana —dijo el
entrenador.

Mi entrenador. Todavía no podía superar el hecho que fuera


el entrenador. O que mi boca me metiera en problemas una vez
más. Nunca sabía cuándo mantenerla cerrada.

—Se tomarán un descanso para comer o ir a la escuela y luego


los más jóvenes vienen a media tarde para practicar. Después, los
mayores vuelven y entrenan otro par de horas.

Konstantin nos condujo por el pasillo hasta el vestíbulo. Sus


hombros eran enormemente anchos, la camisa de vestir que llevaba
se extendía sobre su espalda. Estaba muy apretado, y ahora era
evidente que había sido gimnasta. A primera vista, parecía un tipo
normal con ropa de negocios casual.

Bromeo. Eso era una mentira. Definitivamente, no se parecía


a ningún otro tipo… los demás tipos no tenían la misma
constitución. Ningún cuerpo de gimnasta podría considerarse
normal.

Al darse la vuelta, la barbilla de Konstantin se inclinó


lentamente, mirándonos fijamente.

—Ahora que lo hemos aclarado todo, los dejaré irse. Mis


gimnastas me necesitan —dijo a mis padres antes de volverse hacia
mí—. Adrianna, ha sido un placer. Estoy deseando que llegue
nuestro primer entrenamiento en el que te evaluaremos para ver
para qué eres apta.
Se me cayó la mandíbula por milésima vez desde que entré en
World Cup. Esperaba que esto no fuera un precursor de lo que
estaba por venir. El corazón me latía con fuerza, un calor espinoso
me cubría los brazos y estaba segura de que mi presión sanguínea
no dejaba de aumentar. Esto tenía que ser una puta broma.

—¿Qué quieres decir con evaluarme? Soy apta para la élite.


Solo con mi edad, tienes que entrenarme para la élite senior. No
puedo estar en ningún otro nivel. Se supone que tengo que empezar
el programa para poder hacer una prueba esta temporada. Por eso
estoy aquí. —Tenía que estar en la élite por las reglas establecidas
por USA Gymnastics2. No es lo que él quería.

Levantó una ceja, sus ojos verdes me regañaron una vez más.
Con la cantidad de miradas que había hecho desde que entré por la
puerta, sentí que tenía que descifrar sus pensamientos a través de
sus ojos, como si fuera demasiado perezoso para abrir la boca y
decir lo que pensaba.

—Soy muy consciente de cuáles son las directrices. Sin


embargo, ahora soy tu entrenador, así que tomaré la decisión de
ver para qué nivel creo que eres apta, qué habilidades aprenderás
y dominarás —afirmó—. Por ahora entrenarás con los mayores y
harás tus rutinas anteriores hasta que haga mi evaluación, junto
con los otros entrenadores. Decidiremos si, y cuándo, puedes
practicar para la élite senior.

—Ana —dijo mi padre, reclamando mi atención. Papá leyó la


expresión de mi rostro y supo que estaba dispuesta a rebatir su
comentario.

Frunciendo los labios, rechiné los dientes. No estaba segura


de lo que creía que podía hacer. No era como si pudiera cambiar las
reglas que todos los que entrenaban en Estados Unidos tenían que
seguir solo para adaptarse a él. La única razón por la que había
venido a World Cup era para estar en el programa de élite, y me
aseguraría de hacerlo.

2
USA Gymnastics. Es la federación deportiva estadounidense para la gimnasia, fundada
en 1963.
Ni siquiera había empezado a entrenar oficialmente y ya
estaba frustrada con mi nuevo entrenador.
Capítulo 05
Como la mayoría de las noches, la cena era rígida e incómoda.

Mamá miraba mi plato mientras removía su comida, tratando de


aparentar que estaba comiendo, cosa que apenas hacía. Tenía una
imagen que mantener, lo que significaba que yo también lo hacía.
Tenía que tener cuidado con el consumo cuando ella estaba cerca.
Era cautelosa en general debido a la gimnasia, pero ella lo hacía
mucho más estresante.

—¿Así que tienes todo lo que necesitas, Ana? —Papá afirmó más
que hacer la pregunta. Acompañó su filete con un vaso de bourbon.
Se estaban preparando para volver a casa.

Mis padres habían ido mejorando con el hecho de soltar un poco


de la cuerda en los últimos años, cada vez con menos restricciones.
Tenía tres reglas que debía cumplir: no ser arrestada, no consumir
drogas y estar en casa antes del toque de queda. Todavía era una
adolescente, pero vivir el estilo de vida de Palm Bay era como crecer
en Hollywood... madurabas mucho más rápido y te valías por ti
misma. Así que esas reglas no siempre eran fáciles de cumplir para
mi hermano. Tenías trece años, y pasabas a tener dieciocho. Los
padres apenas estaban presentes y el dinero se tiraba a diestra y
siniestra para cualquier cosa que quisieran sus hijos. Dinero viejo,
dinero nuevo. La alta burguesía con los chicos de la cuadrilla de
Gucci. Para los jóvenes de afuera, era lo que todo adolescente
soñaba tener... dinero, fama y fortuna. Pero todo tenía un precio.

—Sí, lo tengo.

—Usa tu tarjeta Centurion para lo que necesites.

Confundida, pregunté:
—¿Mi qué?

—La tarjeta negra de American Express. Te la di la semana


pasada.

Oh. No sabía que tenía un nombre especial.

—Lo haré.

—Vamos, Frank, nuestro conductor está esperando. —Los ojos


distantes de mamá miraban alrededor a lo desconocido.

Inclinándose, mi padre me besó la parte superior de la cabeza y


dijo:

—Mantenme al tanto de todo, ¿de acuerdo?

Asentí, apretándolo en un abrazo tan fuerte como pude.

—Gracias, papá.

—Por supuesto, cariño.

—Compórtate, Ana. Concéntrate —añadió mamá.

Apreté la mandíbula. Quise replicar, siempre me he concentrado


y me he comportado. Pero no lo hice.

—Lo haré, mamá.

—¿Nos avisarás cuando sea tu primer encuentro?

El desconcierto con retazos de esperanza se apoderó de mí.

—¿Quieres saberlo?

Joy sacó la cadera y apoyó la mano.

—Por supuesto que sí.

Esto era nuevo para mí. Mamá no había ido a uno de mis
encuentros en años, y no por falta de intentos por mi parte,
tampoco.
—Ana, estamos pagando mucho dinero por esta ridícula afición
tuya. No hagas que nos arrepintamos.

Mis hombros cayeron. Debí haberlo sabido.

—Te lo haré saber en cuanto me entere.

Su tono condescendiente sobre mi “ridícula afición” era


desgarrador. Por una fracción de segundo, pensé que realmente
quería verme hacer lo que me gusta. Qué tonta fui al pensar lo
contrario.

Entonces hizo algo sorprendente.

—Por favor, ten cuidado. Sé que eres autosuficiente, pero todavía


me preocupo. —Se inclinó y me besó la mejilla. No sabía cómo
reaccionar. Forcé una sonrisa suave y me alegré de eso.

Mamá se apartó y vi el amor en sus ojos que tan raramente


mostraba. Todavía no había entendido por qué se mostraba de esa
manera. Lo odiaba, pero aceptaba las pequeñas muestras de afecto
que podía recibir de ella. Después de todo, seguía siendo mi madre
y la amaba.

CUANDO LLEGÓ EL DOMINGO, INTENTÉ INSTALARME LO MÁS


rápido posible. No tenía muchas cosas que desempaquetar, ya que
mi piso estaba completamente amueblado antes de llegar, pero
quería que todo estuviera bien. No quería lidiar con el caos de las
cajas desempacadas y revolverlas para encontrar las cosas. Estaba
acostumbrada a la estructura y la necesitaba en todos los aspectos
de mi vida. El lunes era el primer día de mi nuevo horario de
actividades y sabía que no tendría mucho tiempo para nada una
vez que empezara. Me levanté temprano y empecé a vaciar cajas, a
buscar lugares para las fotos enmarcadas que tenía con Avery, de
mi familia y de los buenos momentos en casa. Incluso colgué
algunas de mis medallas más preciadas.

Mis nervios aumentaban a medida que avanzaba el día, ansiosa


por que llegara el día de mañana. Estaba ansiosa por pasar las
manos por el cuenco de tiza, por sentir el trampolín bajo mis pies
mientras daba vueltas hacia atrás en la rampa. Me moría de ganas
de conocer mejor a mis compañeros de equipo y de estrechar lazos
con ellos.

Por la tarde, me tomé un descanso y elegí una comida de la


empresa de reparto de comida casera favorita de mi madre. Mi
teléfono móvil sonó y sonreí al ver el nombre en la pantalla.

—¡Hola, chica!

—¡Hola! —respondió Avery—. ¿Qué tal va todo? Ya te echo de


menos.

—Ave... no he estado ni siquiera una semana afuera.

—Lo sé —se quejó ella—. ¡Pero eres mi mejor amiga y te has


mudado a miles de kilómetros!

Me reí de su exageración.

—Actúas como si me hubiera mudado a China. No está a miles


de kilómetros. No me mudé al otro lado del mundo, estoy
literalmente a tres horas de distancia... como máximo.

—Cierto, pero ¿con quién voy a mirar a la gente y cotillear ahora


en Ocean Boulevard? Necesito a mi chica.

Una sonrisa se extendió por mi cara, recordando los tiempos


divertidos con Avery. Ocean Boulevard era el equivalente a la 5ª
Avenida de Nueva York, tenía todas las tiendas de diseño y los
restaurantes más importantes. Altas palmeras bordeaban las
calles, arbustos de flores con los colores más vibrantes que jamás
había visto florecían bajo el alto sol trepando por los edificios. Ocean
Boulevard era un lugar pintoresco.
Avery y yo éramos las mejores amigas desde que éramos niñas.
Nuestros padres estaban muy unidos... su padre era socio de Rossi
Enterprises, así que éramos prácticamente inseparables. Dejarla
fue más difícil de lo que esperaba. Sabía que no sería nada para
nosotras ir en auto a vernos para una visita rápida, nuestros padres
no pestañearían, pero ese no era el punto. Dejé atrás a mi única y
verdadera mejor amiga. Era lo más parecido a una hermana, mi
confidente y mi línea de vida.

—Deja de ser tan dramática. Todavía podemos hacerlo por


teléfono. Además, estaré en casa para las vacaciones y eso.

—Lo que sea, ¿entonces qué vas a hacer ahora?

—Sacando todas las comidas que mi encantadora madre ha


“encargado para mí”, —dije sarcásticamente. Después de todos
estos años, Avery sabía cómo le gustaba a mi madre microgestionar
ciertos aspectos de mi vida. Ni siquiera sé qué es la mitad de estas
cosas.

—Tienes que estar bromeando. ¿Todavía te controla desde tres


horas de distancia?

—Seguro que sí. Ella tenía ese servicio de entrega de comida


dietética para mí, el mismo que usa tu madre. Todo son comidas
preparadas de forma natural. Aunque, nunca me he tomado el
tiempo de ver la comida, ¿y tú?

—No, tampoco he comido nunca esa porquería.

—Ugh. Qué suerte. —Tomé una bandeja y la inspeccioné—. Esta


parece... —me interrumpí, mirando el nombre, incapaz de
distinguir lo que era—. Tienes que estar bromeando. ¿Tofu? ¿Me
está haciendo comer tofu? ¿Con crotones sin gluten? —Me revolví
para mirar el resto de las comidas en la bolsa de malla verde
vibrante—. ¡Dios mío, todas son comidas sin gluten! ¿Por qué
demonios me pide comida sin gluten? No soy alérgica a nada. —Se
me revolvió el estómago mientras revisaba el resto del contenido.
Estas cosas tendrían un sabor horrible.

Riéndose, Avery dijo:


—El gluten provoca grasa en la barriga y ella quiere que estés en
forma, idiota.

—Gracias, Capitán Obvio. Lo sé, pero no me queda grasa en la


barriga para perderla. Ella actúa como si tuviera un maldito
sobrepeso.

—Solo puedo imaginar lo que ella piensa de mí.

—No voy a comer esta mierda —dije, tirando una de las bandejas
a la basura.

—La última vez que lo comprobé, hay un montón de sal y azúcar


en las dietas sin gluten. El azúcar se convierte en grasa y la sal te
va a hinchar. ¿Qué más hay ahí?

—Déjame ver... Hay toda una semana de comidas y aperitivos de


aspecto terrible. —Hice una mueca ante las espantosas opciones de
comida—. ¿Albóndigas de cordero? ¿Cómo puede la gente comer
estas cosas? Esto parece carne misteriosa unida con palillos. No
puedo creer que espere que me coma esta mierda. No se ve para
nada apetitoso, se ve asqueroso.

—Toma una foto y envíamela ahora mismo. Tengo que ver esto.

Saqué otra bandeja y murmuré para mis adentros:

—¿Qué demonios me ha pedido? —La giré hacia un lado para


examinarla—. Bueno, esto no tiene tan mala pinta. Es pavo y judías
verdes en un envoltorio sin gluten. —Abrí el envase de plástico y
probé un bocado—. El envoltorio sabe a cartón, pero lo tomaré antes
que el tofu —dije con la boca llena. Antes de darme cuenta, el
pequeño envoltorio del tamaño de un bocadillo se había acabado y
yo seguía teniendo hambre.

Avery pasó a otro tema y empezó a charlar sobre el deporte que


le gustaba, hablando a cien kilómetros por minuto sobre sus
pruebas.

—Seguro que entras en el equipo de animadoras. Me


sorprendería que no lo hicieras.
—¡Eso espero! Quiero entrar en el equipo de competición All-Star.
Debería ser capaz después de todas las clases particulares que he
tenido.

—No tengo ninguna duda que lo harás. He visto a esas chicas y


tú eres mucho mejor. Oh, mierda, nunca vas a creer esto. He
conocido a mi entrenador.

—¿Sí? —dijo ella, sin impresionarse—. ¿Y?

Le di un sorbo a mi agua y le conté cómo había hecho el ridículo.

—Es muy joven, un ex olímpico, pero no me lo imagino


entrenándonos. Es raro.

—¿Cómo de joven?

—No tengo ni idea, no he preguntado, pero diría que alrededor de


los veinticinco años... ¿Treinta? No tengo ni idea. —Fruncí mi ceño,
mis labios se juntaron—. Me parece un poco joven para ser amigo
de mi padre.

—No sabía que había que tener cierta edad para ser amigo de
alguien.

—No es así, obviamente. Es que no me lo esperaba.

—¿Está bueno?

Mis mejillas se sonrojaron.

—¡Avery! ¡Es mi entrenador!

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Está caliente?

Caliente era un eufemismo. Su cabello negro azabache


complementaba perfectamente sus impresionantes ojos verdes.
Una mandíbula cuadrada con las mejillas hundidas pero con
pómulos profundos. Me encantaba que fuera alto y tuviera los
hombros anchos. Todos mis otros entrenadores habían sido bajos
y rechonchos.

—Bueno... Quiero decir, sí, está bueno, pero no puedo pensar en


él así. Vamos a trabajar estrechamente como cuarenta horas a la
semana.

—Mándame una foto.

Me eché a reír.

—¡Avery! ¿Y cómo demonios se supone que voy a hacer eso? No


puedo llevar mi teléfono y decir: “Oye, entrenador, déjame hacerte
una foto”.

—Bien. Lo buscaré en Google. Es un atleta olímpico, así que


seguro que hay una foto suya por ahí. Espera, ¿cómo se llama?

Me detuve un momento, con las cejas fruncidas.

—Bueno, se dirigió a sí mismo como Konstantin, pero busca


Konstantin Kournakov. Es decir, Kournakova. O Kova. Mi padre lo
llamaba Kova. Aunque creo que se cambió el apellido.

—De acuerdo. Hagamos un nombre a la vez porque acabas de


lanzarme como treinta. Core... ne...

—Konstantin Kournakova —dije con un acento ruso


terriblemente falso.

—¿Cómo se escribe eso? Tiene demasiadas vocales.

Poniendo los ojos en blanco, me reí en voz baja por su exageración


y luego lo deletreé. Hubo un silencio absoluto durante diez
segundos, y luego...

—Joderrrrrrrrr, Adrianna, en serio.

Me reí en el teléfono.

—¿Qué? —dije con suavidad. Sabía a qué se refería.

—Con labios de pez y todo, ¡está buenísimo!


—¿Labios de pez? No acabas de decir eso. Definitivamente no
tiene labios de pez.

—Así que admites haberle echado el ojo —respondió


rápidamente.

—¡No!

—¡Admítelo!

—¿Y qué? Ya he dicho que está bueno.

Avery volvió a reírse.

—De acuerdo... no los llamaré labios de pez, pero son bonitos y


llenos. Se pueden besar. —Hizo una pausa y luego gritó—: ¡Dios
mío! Entrenador besable.

Gemí con fuerza. Lo último en lo que quería pensar era en los


labios llenos y besables de mi entrenador.

—Y parece que tiene... en realidad treinta y dos años.

—Vaya. Si lo vieras en persona, nunca lo adivinarías.

—En serio. Sin embargo, es jodidamente guapo. Diviértete con


eso. No me importaría tener un entrenador de animadoras que se
pareciera a él. Mierda, no me importaría tener un maldito equipo
mixto en general. ¿Todos esos tipos fuertes para levantarme y luego
acunarme contra su pecho con sus enormes brazos? ¿Y te has dado
cuenta de lo buenos que están los chicos? ¿Qué demonios están
comiendo para aumentar de volumen de la forma en que lo hacen?

—Estás loca, Ave —reí, cortándola. Avery codiciaba a todos los


chicos que se cruzaban en su camino. Llevaba la locura por los
chicos a un nuevo nivel.

Suspirando, miré a mi alrededor las cajas que aún debían ser


desempacadas.

—Tengo que terminar de desempaquetar y acostarme pronto.


Tengo práctica a las 6:30 a.m., lo que significa que necesito estar
despierta a las 5:30 para estar lista y llegar a tiempo.
—Uy. ¿Por qué tan temprano?

—Práctica, comida, escuela, práctica de nuevo. No termino hasta


cerca de las seis, creo. No estoy muy segura.

—Vaya. Bueno, intenta llamarme mañana si puedes.

—Lo haré.

—¡Diviértete! Y recuerda... saca una foto para mí.

—Haré lo que pueda.

—Hasta luego, chica.

La sonrisa que escuché en su voz me hizo extrañar mucho a mi


mejor amiga. Mudarme a la costa sur de Georgia fue mi elección y
algo que deseaba desesperadamente. Me había preparado para eso
y estaba preparada para el día en que finalmente llegara, pero no
había previsto extrañar tanto a mi amiga tan pronto.

Tenía que concentrarme en mi objetivo, todos estos sacrificios


valdrían la pena al final.
Capítulo 06
El sol ni siquiera había empezado a asomar por el horizonte,
mientras las nubes grises se deslizaban por el cielo de color carbón
cuando llegamos a World Cup.

Thomas, mi chófer, sabía exactamente a dónde ir.

Tenía los ojos hinchados e inflamados por la agitada noche de


sueño que había tenido. Estaba tan ansiosa por la mañana
siguiente que di vueltas en la cama toda la noche, pensando en
cómo sería mi primer día. Por fin iba a comenzar la siguiente fase
de mi carrera como gimnasta, y era lo único en lo que podía pensar.
Justo cuando estaba a punto de volver a dormirme, sonó el
despertador y me levanté de golpe. Si tuviera que adivinar, diría que
había dormido unas tres horas en total.

Al salir a la calle con mi bolsa de viaje, la humedad del aire me


golpeó el rostro.

—Adiós, Alfred. No estoy segura de cuántas horas estaré aquí, así


que te enviaré un mensaje cuando salga. —Alfred era un apodo
personal que usaba para Thomas. No le gustaba mucho, a juzgar
por su expresión cada vez que salía de mi boca. De hecho, creo que
lo detestaba, pero lo aceptaba para apaciguarme.

—Estaré a la espera, señorita Rossi.

Un suspiro exasperado escapó de mi garganta.

—Alfred. ¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames


Adrianna? —Últimamente se lo recordaba más. Odiaba el rollo ese
de señorita.

—¿Cuántas veces te he dicho que me llamo Thomas? —replicó.


Mis ojos se entrecerraron, tratando de parecer mezquina, pero
sabía que era un trabajo muy pobre.

—Viejos hábitos.

—Me esforzaré más —dijo con un guiño.

Al cerrar la puerta, el sonido de las hojas caídas agitadas por el


viento llamó mi atención. Miré por encima del hombro, pero no pude
ver nada en la oscuridad y seguí adelante.

Subiendo a la acera, me puse delante de la camioneta. Gracias a


los faros que brillaban a través de la ventanilla, pude ver el interior
de World Cup. Cuando llegamos el primer día, no había podido ver
a través de los cristales tintados, pero las primeras horas de la
mañana junto con las luces brillantes iluminaban una gran parte
del gimnasio.

Mis ojos se fijaron en una gimnasta que lanzaba una voltereta.


Debía de estar calentando, ya que lo único que hizo fue una
voltereta, una voltereta hacia atrás, un giro y medio, y luego se alejó
como si nada. Realmente no era mucho en nuestro nivel, pero ella
lo hizo parecer sin esfuerzo. Como una cinta flotando en el viento.
Realmente, hermoso. Solo podía rezar para tener ese tipo de gracia.
El entrenador Kova aplaudió, moviendo los labios y asintiendo en
señal de aprobación. Me fijé en su atuendo y me di cuenta que no
llevaba pantalones de vestir.

Revolví mi bolsa de lona y abrí la puerta. Mientras lo hacía, otra


mano llegó por encima de mí y empujó hacia atrás el marco
metálico. Miré por encima de mi hombro y me encontré cara a cara
con unos brazos musculosos. Al entrar, me encontré con la sonrisa
más bonita del chico de al lado que jamás había visto. Apenas
llevaba ropa... pantalones cortos, chanclas y una camiseta de
tirantes suelta con enormes agujeros en los brazos. El típico
atuendo playero del sur.

—Yo me encargo.

Agarré mi correa con más fuerza.

—Gracias.
—Soy Hayden —dijo, caminando de cerca alrededor.

—Adrianna.

Sonrió, y un hoyuelo apareció en el centro de su barbilla.

—Lo sé, nos conocimos el otro día. Soy el gemelo de Holly.

—Huh. —Lo miré fijamente—. No lo habría adivinado.

Su sonrisa se hizo más grande.

—Es bueno saberlo. Lo último que quiero es oír que parezco una
chica.

Me reí de su comentario y lo seguí por el pasillo hasta una


pequeña habitación que tenía dos paredes de casilleros, una para
el equipo de chicos y otra para el de chicas. Metió su bolsa en una
jaula de metal. Sus movimientos eran cómodos y naturales, como
si llevara mucho tiempo haciendo esto, y tal vez fuera así.

Hayden me miró por encima del hombro.

—¿Estás nerviosa por lo de hoy?

Me mordí el labio y arrastré los pies.

—Sí, ¿es obvio?

—La verdad es que no, pero recuerdo mi primer día de poder


entrenar a un nuevo nivel. Es emocionante, pero más bien me puso
de los nervios.

Hayden se llevó la mano a la espalda y se quitó la camiseta. La


enrolló en una bola y la metió con el resto de sus cosas. Tuve que
hacer todo lo posible para evitar que se me cayera la mandíbula al
suelo, pero eso no significó que no le diera un buen repaso, mirando
abiertamente su cuerpo.

—Seré sincera... estoy petrificada.

—Eso es totalmente normal. Se te pasará en un par de semanas


cuando te sientas cómoda. —Cerró la puerta de un manotazo—.
¿Quieres una sugerencia?
—Por supuesto.

—No contestes. Haz lo que te digan tus entrenadores. No les


muestres que tienes miedo. No dudes. No quieren escuchar
excusas. Demuéstrales que tienes confianza y que quieres estar
aquí, que puedes manejar lo que te dan y que tienes lo que se
necesita. Básicamente, acepta y asiente y eso te llevará lejos. Saben
de lo que hablan. He pasado por un puñado de entrenadores en
este gimnasio, y estos son los mejores con gran diferencia. —Hizo
una pausa y luego dijo algo que necesitaba recordar—: Y lo más
importante, habrá días en los que querrás abandonar porque no
podrás aguantar más. Esos días llegarán y lo harán a menudo. Pero
no te rindas, porque la recompensa merecerá la pena al final.

Asumí las palabras de Hayden con un asentimiento serio. Me tocó


el hombro con compasión y dijo:

—Buena suerte. —Luego abrió la puerta del gimnasio y entró.

Mirando a través de la ventana, solo había una chica, y pensé


que era Reagan, pero no estaba segura, ya que el otro día solo la
conocí durante una fracción de segundo. La vi aterrizar con una
doble torsión frontal en un punch front tuck, con los brazos
extendidos en forma de T para equilibrarse, pero tiró hacia la
derecha y dio un gran paso.

—¿Qué esperas?

Una voz profunda y baritonal me sorprendió desde atrás. Di un


salto y miré por encima del hombro mientras mi corazón se
aceleraba. Mi mano voló a mi cuello. ¿De dónde había salido?

—¿Qué? —tartamudeé.

Konstantin inclinó la cabeza hacia un lado, con el rostro


inexpresivo.

—Pensé que eras una gimnasta, no una espectadora. Mi tiempo


es valioso. Entra en el gimnasio ahora o vete.

Me eché hacia atrás, mi mente se tambaleó por su inesperado


tono desagradable. Mi mandíbula quedó abierta, moviéndose
silenciosamente de arriba abajo. Luché con las palabras, tratando
de encontrar la respuesta adecuada. La forma en que sus ojos se
clavaban en los míos lo hacían inabordable... e intimidante.

—¿Dónde... dónde pongo mis cosas?

Me miró de forma que me decía que debía saber dónde iban mis
cosas. No me había asignado un casillero, pero tenía la sensación
que mencionar eso no sería bueno, así que no saqué el tema.

—De acuerdo —respondí en voz baja—. ¿Adónde vamos después?

—Esto es como cualquier otro gimnasio, Adrianna —dijo con un


gesto de mordacidad, haciendo rodar la R de mi nombre—. Que esto
sea una lección aprendida después de hoy. Después de entrar,
colocas tus cosas en un casillero, y metes tu culo en el gimnasio
rápidamente. No me importa por dónde empieces, mientras tus pies
estén en el suelo azul cada mañana a las seis y media y vengas a
mí. ¿Sí?

Con los ojos muy abiertos y los labios entreabiertos, asentí ante
su actitud de imbécil. El entrenador marchó y yo hice rápidamente
lo que me dijo mientras me temblaban las rodillas. Jesús. Actuó
como si llegara tarde, lo cual no era así, simplemente no me había
explicado qué hacer una vez que llegara.

Me despojé de mi conjunto de dos piezas con cremallera y


pantalón de color rosa intenso de Juicy Couture y lo enrollé,
metiéndolo en un casillero metálico. Lo metería en el bolso más
tarde, lo último que quería era hacerle esperar más. Me recogí el
cabello largo de color burdeos en una coleta desordenada y me dirigí
al gimnasio.

Tragándome el nudo en la garganta, eché los hombros hacia


atrás, entré en el gimnasio y me dirigí hacia donde estaba el equipo
femenino. El entrenador me miró fijamente, siguiendo cada uno de
mis pasos. Su mirada me hizo sentir cinco centímetros más alta e
insegura.

Me mordí el interior del labio mientras nuestros ojos se fijaban.


Su camiseta negra de manga corta abrazaba sus musculosos
bíceps. Tenía los brazos cruzados delante del pecho, con los
músculos perfectamente redondeados, y su postura hablaba de
autoridad. Me siguió por todo el gimnasio. Las cabezas se volvieron
hacia mí en medio de sus estiramientos, así que me puse
rápidamente de puntillas en el suelo. Tendría que avisar a Alfred
que teníamos que llegar un poco antes mañana para evitar esas
incómodas miradas, por si acaso. A nadie le gustaba ser el centro
de atención, así que tenía que asegurarme de entrar sin hacer ruido
y sin ser vista.

Con las piernas extendidas, me incliné hacia delante y me tumbé


en el suelo, con los brazos y las piernas en paralelo. Expulsé una
bocanada de aire y cerré los ojos, alegrándome de lo que hacía mi
cuerpo. Me encantaba la forma en que mis músculos se tensaban y
luego se aflojaban como si acabaran de despertarse. Me dolía y me
sentía bien al mismo tiempo. Las flexiones y las puntas me
ayudaron a las espinillas, y abrí las piernas todo lo que pude,
levantándolas para estirar la ingle.

Me perdí en la sensación cuando sentí que el suelo primavera se


hundía mientras alguien se acercaba a mí y me agarraba el tobillo,
levantando la pierna.

—¿Qué...? —murmuré en voz baja. Me senté y miré por encima


del hombro. Estuve a punto de decir “joder”, pero me contuve. El
entrenador se arrodilló tan cerca de mi rostro que noté lo increíble
que eran sus ojos. Un verde brillante, el color de la albahaca fresca
y la lima entrelazadas entre sí me atrajo. Hipnotizantemente
hermosos, y cuando su mano se dirigió al pliegue de mi cadera y mi
muslo, respiré.

Sus dedos se clavaron en la piel donde el maillot se unía a la línea


del bikini y me hizo girar la pierna con cuidado para que la rodilla
quedara hacia arriba.

—Vuelve al suelo —ordenó el entrenador. No tenía ni idea de lo


que planeaba, así que hice caso y apoyé el pecho en el suelo, lo que
acabó siendo una buena cosa. No quería que me sorprendiera
mirándole a los ojos.

O pensar en dónde estaba su mano en este momento.


Lentamente, levantó mi pierna y presionó mi espalda para que no
pudiera moverme. Un pequeño gruñido salió de mis labios mientras
él estiraba mis caderas.

—Dedos de los pies en punta, rodillas arriba, Adrianna —dijo,


como si yo fuera una idiota. Tal vez la arrogancia en su tono era
una cosa rusa.

El entrenador me subió lentamente el pie para que estuviera


ligeramente más alto que mi espalda. Sentí el ardiente estiramiento
en mi ingle crecer mientras lo levantaba. Sin quererlo, mi cuerpo
trató de sentarse en esta posición tensa para aliviar la tensión, pero
el entrenador solo presionó más fuerte sobre mi espalda, sin
permitirme moverme. Contuve la respiración, mis dedos se
extendieron sobre la alfombra y mi estómago se flexionó. Su
antebrazo se clavó en mi espalda mientras se inclinaba y me
presionaba hacia abajo. Esta mierda dolía. Creí que mi ingle estaba
a punto de ser desgarrada, e incluso mi trasero sentía como si los
músculos estuvieran siendo tirados al máximo.

—Respira —susurró.

Gemí en el fondo de mi garganta mientras él bajaba mi pie al


suelo, donde comencé a derretirme y a liberar la tensión de mis
músculos. Me sentí muy bien, pero no por mucho tiempo porque
cambió a mi otro lado y aplicó la misma cantidad de fuerza. Esto
llevó el estiramiento y la flexibilidad a un nivel completamente
nuevo para mí.

—Chicas, siéntense frente a la viga baja, pongan los dedos de los


pies sobre ella y espérenme.

Al abrir los ojos, me encontré con dos grandes rodillas a escasos


centímetros de mi nariz. Puede que llevara pantalones cortos de
entrenamiento, pero pude ver la anchura de sus muslos y los
músculos que rodeaban sus rodillas. Eran enormes y sus piernas
no tenían vello.

Por no mencionar que olía muy bien. Demasiado bien.


Veinte años después, Konstantin me bajó la pierna, pero yo
estaba atascada y rígida. Lentamente, me senté llevando mis manos
hacia mí.

—Pónganse en pareja y tomen turnos para estirar las rodillas.


Reboten ligeramente, chicas. No necesitamos ninguna rótula rota.

Ese acento... rápidamente me estaba dando cuenta que me


gustaba mucho su acento. Exigía atención cada vez que abría la
boca. Tal vez era una cosa americana el gustar la enunciación de
otra persona, pero entonces me pregunté si a los extranjeros
también les gustaban los acentos americanos. Probablemente no.
No había nada exótico en un dialecto americano. No pronunciamos
las erres como los rusos. En todo caso, parecería un impedimento
para hablar.

Moviéndose detrás de mí, los dedos del entrenador rozaron


delicadamente mi antebrazo. Me agarró la muñeca y luego buscó la
otra. Extendió con cuidado ambas muñecas hacia atrás, estirando
mis brazos.

—No bajes el pecho. Hombros atrás, espalda recta.


Capítulo 07
—¿Qué están haciendo? —me pregunté mientras mis ojos se
dirigían a las chicas que estaban en la barra de equilibrio baja, a
un par de metros de distancia.

—Es una técnica de estiramiento que extiende demasiado las


rodillas. Ayuda en los saltos para que tus piernas se inclinen.
¿Nunca los has hecho antes?

—No. —Observé a las chicas rebotar ligeramente sobre las rótulas


de sus compañeras. Esto tenía que ser algo que había aprendido en
Rusia. Pude ver cómo sus rodillas se doblaban hacia atrás mientras
se sentaban como soldados tomándolo. Nunca en mi vida había
visto esto y empecé a preocuparme que se me salieran las rodillas.

—¿Qué pasó con lo de usar dos colchonetas y poner los pies sobre
ellas en forma de splits?

—También hacemos eso, pero yo cambio las cosas y me gusta


usar mi base. Son cosas que muchos otros entrenadores no hacen.
Es un poco intenso, pero hace el trabajo.

Me soltó los brazos y dijo:

—Mueve las piernas. —Las reboté ligeramente hasta una posición


cerrada para poder ponerme de pie. Tenía las piernas agarrotadas
y ahora tenía que estirar aún más las rodillas...

Una mano apareció en mi visión y la alcancé. El entrenador me


ayudó a levantarme y automáticamente me arreglé el leotardo por
la ligera reposición.

Las gimnastas sacaban cuñas a diestra y siniestra sin pensarlo


dos veces y seguían caminando, yo incluida. Hey, es algo que viene
con el territorio. A veces se atascaba ahí arriba, así que era o
arreglarlo o dejar el culo al aire.

—Reagan, por favor, trabaja con Adrianna, ¿sí?

Reagan me miró por alguna extraña razón mientras me ponía en


la misma posición que las otras chicas, con los dedos de los pies
elevados en la viga baja. La ignoré. Cuando se sentó, no se contuvo
y rebotó sobre mis rótulas como si estuviera rebotando en una
pelota de yoga gigante.

Me costó mucho no gritarle y llamarla perra. No vi a las otras


chicas saltar tan fuerte, pero sabía que no podía quejarme. Así que
rodé mis dos labios entre los dientes y acepté el nuevo dolor que me
estaba dando mi cuerpo.

Cambiamos de lugar, pero yo no fui tan fuerte como ella.


Sinceramente, no quería herirla.

—Más fuerte —exigió Reagan—. No me harás daño.

Me detuve y la miré, porque realmente me preocupaba que lo


hiciera.

—¿Estás segura?

—Sí. Solo hazlo. —Seguí su orden, mientras sonreía


internamente y me deleitaba demasiado en infligir una fracción del
dolor que ella acababa de entregarme.

Después de los estiramientos en grupo, nos dividimos entre los


diferentes aparatos: salto, viga de equilibrio, suelo y barras
asimétricas. El entrenador se dirigió a las barras.

—Haz unos cuantos calentamientos y cuando estés lista, avísame


para que pueda ver tu rutina.

—De acuerdo —dije, apretando mis agarres. Luego se dirigió a


otra parte del gimnasio.

Respirando hondo, observé cómo una de las chicas calentaba en


las barras, haciendo movimientos ligeros de liberación en los que
fluía libremente de barra a barra, giant tras giant, un sobre salto
que implicaba un medio giro en el aire hacia la barra baja, círculos
de cadera claros, en los que la gimnasta hace círculos hacia atrás
sin tocar la barra con sus caderas, y luego un dismount fácil, como
un back tuck. Las otras dos chicas fueron y luego me tocó a mí.
Todas hicimos más o menos los mismos calentamientos, algunas
añadiendo piruetas y otros elementos, pero la verdadera diversión
estaba a punto de comenzar.

El straddle back era una de mis habilidades favoritas en las


barras. No se utilizaba tan a menudo porque la mayoría hacía el
medio giro en el aire hacia la barra baja, pero me encantaba. Había
algo poderoso en soltar la barra alta para hacer la barra baja en
medio del aire en una parada de manos. Me llevó un tiempo
dominar este movimiento. Mis tobillos no dejaban de golpear la
barra, por no mencionar que al principio me daba mucho miedo.
Hasta que me di cuenta que el truco para abordar esta habilidad
era conseguir que tus caderas se elevaran lo más alto que pudieras,
moviéndolas hacia arriba y hacia atrás, no tus pies. Levantar los
pies en un straddle back era un hábito difícil de romper, pero en
realidad no te tiraba en el aire como lo hacían las caderas como uno
pensaría. Básicamente, levantaba el trasero, lo levantaba y lo
sacaba, y era oro.

Mi rutina de barras no fue tan intensa como la de las otras tres


chicas que me precedieron. Supongo que no se suponía que lo fuera
ya que yo tenía un nivel inferior, sin embargo, me di cuenta que
estaba atrasada. No tuve un comienzo temprano en el deporte como
la mayoría de los que eran de élite. Aunque era joven cuando
empecé con la gimnasia recreativa, tenía casi diez años cuando me
uní al equipo de chicas y empecé oficialmente a entrenar de forma
rigurosa.

Había una diferencia entre las clases recreativas y las del equipo.
En ambas se enseñaban las mismas habilidades, pero el equipo
entrenaba más horas a la semana y se centraba en los detalles más
pequeños. Al final, esos detalles podían hacerte ganar o perder.
También había compromiso y motivación. No solo de las gimnastas,
sino también de los padres. La financiación, los viajes y la actitud
eran brutales. El equipo era mucho más agotador, pero también
muy gratificante.
Realicé mi rutina un puñado de veces más antes de armarme de
valor y pedirle al entrenador que la viera. No fue mi mejor
entrenamiento; me di cuenta que mis movimientos nerviosos y mi
corazón acelerado no tenían nada que ver con mi rutina real y sí
con la intimidación rusa y las tres horas de sueño. Me sentía como
si estuviera compitiendo por un puesto en el equipo mundial de
Estados Unidos y todo dependía en gran medida de este momento.

Era mi oportunidad de demostrar que estaba preparada para la


élite.

Konstantin estaba de pie al lado de las barras, con sus ojos fijos
en mí y sin mostrar ninguna emoción. Creí que estaba a punto de
vomitar. Era una mirada vacía y, sinceramente, no estaba segura
de sí prefería eso o ver cómo se le caía el rostro. Mi corazón estaba
en mi garganta y todo el ruido se desvaneció.

Mierda. Estaba muy nerviosa.

Una rutina de barras puede durar entre treinta y cuarenta y cinco


segundos, la mía fue de treinta y seis, y eso era simplemente por mi
nivel y lo que era capaz de hacer. Una rutina de barras requiere una
gran cantidad de entrenamiento y acondicionamiento. La mayoría
de la gente nunca se da cuenta de lo cortas que son en realidad.
Después de ser cautivado por las asombrosas habilidades de
lanzamiento y las impresionantes secuencias de combinaciones, era
fácil olvidar que no duraban ni siquiera un minuto.

Mientras realizaba mi rutina, me pareció una eternidad de deseos


y rezos para poder agarrar la barra, hacer mis paradas de manos,
con las piernas juntas, y no tambalearme ni doblar los brazos. Me
canté mentalmente, lo tengo, repetidamente con cada pequeño
elemento antes que ocurriera el dismount.

—Una vez más —ordenó antes que pudiera recuperar el aliento.


Después que me agarrara y volviera a hacer mi rutina, bajó la
barbilla y dijo—: Cuando llegues al salto, sigue las mismas
instrucciones. —Y se marchó. No tenía ni idea de si lo había hecho
bien o no, y tampoco podía calibrar sus pensamientos. Era como
una losa de hormigón.
—No te estreses, él siempre es así. —Miré la voz a mi lado—.
Nunca sabrás lo que está pensando por mucho que lo intentes. Te
juro que su objetivo es hacerte sentir que apestas en la vida. —
Respiré aliviada al saber que no era solo yo—. Soy Holly, por cierto.

Sonreí amablemente a la gemela de Hayden.

—Adrianna. Y gracias por el aviso. No ayuda que esté nerviosa de


por sí, pero su forma de actuar me pone de los nervios.

—Oh, así es como es normalmente. Ya te acostumbrarás. Todos


lo hemos hecho.

Nota para mí: Su personalidad predeterminada es de imbécil. Lo


tengo.

—Espero que no tarde mucho. Me hizo sentir que era la rutina


más descuidada.

Holly reía.

—Todos lo revisamos y tuvimos los mismos sentimientos. Kova


tiene un ojo agudo, así que aunque probablemente hubo cosas en
las que te equivocaste, él puede detectar el talento a través de eso.

—¿Por qué le llamas Kova? Creía que se llamaba Konstantin.

Se encogió de hombros.

—Es solo el nombre que usa. Ninguno de nosotros lo llama por


su verdadero nombre.

Interesante.

—¿Eres de aquí? —pregunté con curiosidad.

Asintió.

—Llevo años en World Cup. Mi familia vivía aquí, pero a mi padre


le ofrecieron un trabajo en Ohio que no pudo rechazar. Se mudó allí
mientras mi madre, Hayden y yo nos quedamos aquí para poder
entrenar con Kova. Sin embargo, mi madre se fue una vez que
cumplimos los dieciséis años, porque lo echaba mucho de menos.
Estaba nerviosa por dejarnos, pero por suerte tenemos amigos y
familia cerca si necesitamos algo.

Sabía que para el público en general era absurdo que los padres
permitieran a sus hijos entrenar solos a una edad tan temprana.
No era raro que nos fuéramos a un campamento de entrenamiento
de verano en Texas durante tres meses solos, o que entrenáramos
largas horas en el gimnasio sin ninguna supervisión de los padres.
El gimnasio se convertía en nuestro segundo hogar. Los
entrenadores eran muy cercanos a los padres, lo que los
tranquilizaba a la hora de dejar a sus hijos. Además, nunca
estábamos completamente solos, siempre había un adulto cerca, un
amigo o una madre para ayudar. Aunque no pensábamos en ello,
para el mundo exterior, estaba seguro que parecía una negligencia.

—¿Cuántos años tienes?

Se apretó la muñequera, sus ojos se concentraron en el


movimiento de sus dedos.

—Casi diecisiete.

—Oh... —Mi voz se elevó—. Vaya. ¿Así que has estado aquí
durante casi un año por tu cuenta?

Una sonrisa inocente se extendió por su rostro de niña mientras


miraba hacia mí.

—Sé que es una locura estar lejos de la familia, y duro a veces,


pero te acostumbras. Por suerte, entienden nuestro amor por el
deporte y nos han permitido quedarnos. Pero no es fácil. Mis padres
pidieron una segunda hipoteca para que podamos seguir
entrenando y compitiendo aquí.

»El año pasado tuvimos una chica aquí, Sage. Era increíble,
mejor que todas nosotras y tenía escrito que iba a ser olímpica. Su
forma era impecable y solo tenía nueve años. La veíamos con
asombro, pero, por desgracia, sus padres ya no podían permitirse
vivir en dos lugares distintos. Tiene un hermano mayor y no era
justo para él, así que hicieron las maletas y se fueron a su casa en
Washington. Ella lloró, todos lo hicimos. Ver eso me hizo darme
cuenta de lo afortunada que soy por estar aquí. Aunque no sé si
sigue entrenando... espero que sí. Era demasiado buena para no
hacerlo.

—Holly. Te toca —anunció el entrenador.

Holly sonrió alegremente.

—Hasta luego... y buena suerte.

Mientras Holly se preparaba, me despojé de los agarres de mis


muñecas y me dirigí a la rampa donde un par de ojos marrones me
observaban.

—Hola, Reagan —dije, siendo amable. Tenía ganas de hacer


amigas del equipo.

Ella se volvió hacia mí, hizo una pausa y luego dijo:

—Hola.

No estaba segura de por qué, pero tenía la impresión que no le


gustaba que estuviera aquí, lo cual me molestaba. Las chicas del
equipo eran eso... un equipo unido. Trabajábamos juntas, éramos
como hermanas y normalmente teníamos un vínculo
inquebrantable. En casa tenía un buen equipo de chicas que se
apoyaban mutuamente hasta el final, así que esperaba tener lo
mismo aquí.

—¿Cuánto tiempo llevas en el equipo?

—He estado en World Cup desde que pude caminar —respondió


apresuradamente sin levantar la cabeza del tazón de tiza—. Mi
familia es en realidad de Cape Coral. No soy un traslado.
Capítulo 08
Me dio la espalda y se preparó para realizar su salto.

Observé cómo Reagan realizaba un Amanar, aterrizando casi


perfectamente sin el más mínimo movimiento, ni siquiera una
comprobación de equilibrio. Mis cejas llegaron a la línea de mi
cabello por su salto casi perfecto. Sabiendo que era la siguiente,
busqué a Kova para ver dónde estaba y me di cuenta de que sus
ojos estaban fijos en ella. Santo cielo... había una sonrisa en su
cara. Es decir, debería haberla tenido con esa bóveda, pero no
parecía el tipo de persona que jamás esboza una sonrisa. Reagan le
sonrió y se dirigió al final de la pista de salto con confianza en su
paso.

Había estado practicando un Yurchenko de doble giro. Por


desgracia, casi siempre daba un paso al aterrizar, lo que me valía
deductions. La mayoría de las gimnastas daban un paso o un salto.
Era difícil no hacerlo con toda la fuerza y el impulso que salía de
nosotros.

Lo mejor que podía hacer era trabajar en mi salto alternativo,


pero no me entusiasmaba nada que requiriera un salto frontal, así
que lo evitaba en la medida de lo posible. No era una gimnasta
perezosa, simplemente me incomodaban los giros en el aire en esa
dirección. Por no hablar que un aterrizaje a ciegas era arriesgado
porque no quería hiperextender las rodillas.

Pero con ese extraño acondicionamiento de rebotar sobre las


rodillas que el entrenador nos hizo hacer antes, estaba casi segura
que estaba entrenando mis rodillas para la hiperextensión de todos
modos.

—¡Eso fue increíble! —le dije emocionada. Aunque se estaba


volviendo más popular, un Amanar era uno de los saltos más
difíciles de realizar para las mujeres. Requería bloquearse con
mucha fuerza empujando la mesa de salto con los hombros y
manteniendo los brazos rectos.

—Lo sé.

Mi madre me habría abofeteado el rostro si esa hubiera sido mi


respuesta.

—¿Cuánto tiempo llevas practicándolo? —Incluso con su actitud


desagradable, tenía verdadera curiosidad.

Se encogió de hombros, sin hacer contacto visual.

—No mucho tiempo. La verdad es que me resultó fácil. Ninguna


de las otras chicas puede saltar como yo —dijo con suficiencia—.
Kova dijo que mi salto ayudará a mi ronda y aumentará mi
puntuación.

Vaya. No quería saber si era capaz de volverse más pretenciosa.

—Bueno, eso es fabuloso para el equipo. Seguro que las chicas


agradecen tu capacidad, ya que crees que les falta. —No pude
evitarlo, tuve que soltar una pequeña pulla. Al haber crecido en una
isla con algunas de las personas más ricas del mundo, me
desagradaban mucho las chicas mocosas, y me di cuenta que
Reagan era precisamente eso. Así que sabía cómo entrar y salir con
una sonrisa de plástico.

Me dirigí a la pasarela y realicé un Yurchenko de uno y medio, en


lugar de uno doble. Quería impresionar y fui con un aterrizaje
limpio, así que fui a lo seguro. La clave era empezar con una valla
alta con el pecho levantado, luego redondear y llevar los brazos
hacia atrás en la bóveda para ejecutar un bloqueo grande y potente.
A continuación, junté las piernas y levanté los dedos de los pies,
apretando el culo y utilizando los abdominales para tomar impulso
y seguir con un giro cerrado. Al ver mi aterrizaje, clavé los talones
en el suelo.

Una vez que aterricé con un salto, Kova hizo girar su dedo para
que lo hiciera de nuevo. Esta vez, aterricé con un enorme salto de
demasiada potencia e hice una mueca, apretando los ojos. Sabía
que había metido la pata y que él la había detectado.
Abriendo los ojos, miré a Kova que me miraba fijamente sin
ninguna emoción en su rostro. No dijo nada, así que opté por
hablar.

—¿Lo hago de nuevo?

—¿Puedes hacer algún otro salto?

Me mordí el interior del labio.

—Puedo hacer un doble Yurchenko. Necesita un poco de trabajo,


pero puedo intentarlo.

—¿Vas a lesionarte intentándolo?

—No. —Podía hacer un doble, pero estaba demasiado nerviosa


para hacerlo, así que hice el uno y medio.

—¿Es algo que has hecho antes?

—Sí.

—Entonces hazlo. ¡Reagan! —gritó—. Deja que Adrianna vaya de


nuevo, rápido.

Reagan hizo un gruñido audible, así que me disculpé con ella. La


forma más rápida de hacer amigos era que el entrenador no me
ordenara que cortara en la rotación.

Apunté los pies y luego respiré profundamente, sacudiendo las


manos.

Podía hacerlo... Podía hacerlo...

Eché una rápida mirada a Kova, que estaba de pie con los brazos
cruzados frente a su amplio pecho al otro lado de la bóveda. Me
levanté de puntillas, me incliné y salí corriendo, bombeando las
piernas tan rápido y tan fuerte como pude para ganar velocidad.

Justo antes de llegar a la bóveda, hice un giro sobre el trampolín,


volteando hacia atrás para que mis manos aterrizaran en la bóveda
de cuero para completar mi Yurchenko. Bloqueando tan fuerte
como pude empujando con los hombros, di la vuelta y divisé el
suelo. Lo aterricé perfectamente... con una sonrisa... y sin salto. Sin
demasiada potencia ni rotación.

Al terminar, busqué la misma sonrisa que Kova le dedicó a


Reagan. Se me cayó el estómago cuando vi el desdén en sus ojos.

Ladeó la cabeza y dijo más que preguntó:

—¿Puedes hacer un doble? ¿Sí?

Tragué con fuerza.

—Sí.

—¿Y un dos y medio?

—Sí, bueno, en realidad no. Estoy trabajando en eso.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste?

—¿Hacer qué? ¿El dos y medio? No es muy bueno. —Me encogí


de hombros sin poder evitarlo. No era la mejor manera de empezar,
pero estaba nerviosa.

Podía sentir otro par de ojos pegados a mí, pero no podía romper
su mirada para ver a quién pertenecían. Y la verdad, me daba
vergüenza y no quería ver las miradas. Por suerte, tenía un poco de
calor, así que el rubor de mis mejillas se disimularía como si no
fuera más que un esfuerzo.

Una ceja se arqueó en un punto. La furia irradiaba de él.

—¿De verdad creíste que no lo sabría? Ese aterrizaje fue


demasiado perfecto, toda la bóveda fue demasiado buena para que
fuera tu alternativa. Si quieres tener éxito, tienes que probar
elementos más duros. Arriésgate, confía en tu cuerpo, deja de lado
el miedo.

»Ahora ve allí y hazlo con el dos y medio para que pueda ver
dónde necesitas trabajar. No tengo tiempo para juegos. Necesito
saber de qué eres capaz ahora mismo, hoy, no el mes que viene.
¿De qué servirá eso si te estoy entrenando para un dos y medio y
ya has estado trabajando en eso?
Quise corregir su rígida pronunciación, pero me abstuve. A veces
sonaba como un robot hablando. Así que, en lugar de eso, asentí
con vehemencia y me coloqué detrás de la fila. Reagan lucía una
sonrisa de satisfacción que merecía ser borrada de su rostro.

Un gemido bajo escapó de mi garganta, irritada por los rostros de


Kova y Reagan. Pero, sobre todo, estaba enfadada conmigo misma
por no haber dado lo mejor de mí en el momento en que realmente
lo necesitaba.

No perdí tiempo antes de colocarme detrás de la línea y empezar


a correr hacia el objeto inmóvil. Los gimnastas tenían que estar un
poco locos de la cabeza para que se les ocurriera hacer volteretas
sobre objetos como éste.

Una vez que llegué a la bóveda, bloqueé con fuerza, levantando el


vuelo, y realicé un doble giro, añadiendo una media vuelta. Me
esforcé todo lo que pude en mi rotación, pero sabía que no era
suficiente. Era arriesgado y estaba descuidado en el aire. Los
gimnastas conocen instintivamente su cuerpo, pero me arriesgué y
lo lancé de todos modos.

Al aterrizar, tropecé hacia un lado, pero me detuve antes que mis


rodillas se hundieran, lo cual fue enorme. Las rodillas nunca debían
tocar el suelo en un aterrizaje.

De pie, terminé y miré a Kova.

—Lo mismo con el suelo y la viga. No te contengas —afirmó, antes


de darme la espalda y continuar.

Iba a ser un día largo.


Era casi de noche y estaba agotada. Sin mirarme al espejo, sabía
que era un desastre. La tiza cubría mi cuerpo y mi maillot, los
mechones de cabello caían de mi cola de caballo y rodeaban mi cara,
y mis ojos estaban hinchados y congestionados por el cansancio.
Me senté con las piernas abiertas con mis pequeñas calzas en medio
del vestíbulo de la sala de gimnasia mientras miraba mi teléfono.
Era poco femenino y mi madre me habría matado por ello, pero me
importaba una mierda. Hoy me han dado una paliza y estaba muy
cansada.

Todo lo que quería hacer era ir a casa, tomar una ducha, tomar
un poco de Motrin, e ir a la cama. Motrin, el verdadero desayuno,
almuerzo y cena de los campeones. Que se joda la comida recién
cocinada.

Por desgracia, no podía hacer eso todavía. Tenía que esperar a


que el entrenador terminara antes de poder irme. A juzgar por la
primera sesión de entrenamiento real que tuve hoy, podía decir que
las próximas dos semanas iban a ser duras en más de un sentido.

Después de hacer las otras dos pruebas antes, como me había


pedido el entrenador, fui a reunirme con mis tutores privados.
Repasaron mi programa de estudios para cada clase y lo que se
esperaría de mí, junto con mis horas de gimnasio. El señor Landry
enseñaría Química e Historia Americana, y la señora Taylor
enseñaría Pre-Cal e Inglés. Intenté concentrarme en todo lo que
decían, pero mi mente no dejaba de pensar en las rutinas que había
realizado y en cómo lo había hecho. Si mi giro tambaleante en la
viga afectaba a mi destreza, si el paso fuera de los límites en el suelo
me perjudicaba, o el hecho que me contuviera en el salto al principio
marcaba la diferencia.

Suspiré con fuerza. No sabía a quién estaba engañando.

Después de las clases, Alfred me llevó a casa para el almuerzo,


que terminó siendo pequeño y corto ya que mi estómago estaba
hecho un nudo. No podía comer, tenía los nervios alterados.
Además, odiaba entrenar con el estómago lleno. Una vez que volví
al gimnasio, Kova me hizo repetir lo mismo que esta mañana para
que los demás entrenadores pudieran juzgar mis rutinas, que a
esas alturas estaba segura que eran una mierda.
Tal vez estaba siendo dura conmigo misma.

La puerta se cerró de golpe, alejando mi atención de las divertidas


actualizaciones de mis amigos en las redes sociales. Kova chasqueó
los dedos mientras pasaba bruscamente junto a mí.

—Vamos.

Modo-Imbécil activado.

Lo seguí hasta su despacho, esperó a que entrara y cerró la


puerta. Tomó asiento detrás de su escritorio y yo me senté adelante.
Me apreté la coleta y me preparé.

Me miró directamente a los ojos y fue al grano:

—Hoy ha sido una prueba, una evaluación para ver dónde estás
actualmente. —Suspiró cansado—. Voy a ser franco. No te acercas
a mis estándares, Adrianna, y eso me preocupa. No estás preparada
para el equipo senior. Ni siquiera cerca. Definitivamente, ni de lejos
estás preparada para la prueba de esta temporada. Te estás
preparando para el fracaso si lo haces.

Me quedé con la boca abierta y se me formaron lágrimas en el


fondo de los ojos. No lloraría, no lo permitiría. Mierda, me habían
educado para no llorar. Pero joder, eso dolía.

Que me digan que no soy lo suficientemente buena en la gimnasia


era como si te dieran una patada mientras estás en el suelo. Era
desgarradoramente devastador. Aparte de sufrir una lesión que te
obliga a guardar reposo, es probablemente lo peor que podrías
escuchar. Ya eres dura contigo misma al tratar de ser la mejor. Lo
das todo, aguantas en silencio el dolor y las molestias, el hambre
que te corroe, el cansancio, cuando sabes que siempre habrá
alguien que llegue a ser mejor que tú. Es un arma de doble filo. Y
esta mierda pasa por tu cabeza en repetición.

—Hablé con Madeline, la otra entrenadora de élite que te evaluó,


y estuvo de acuerdo conmigo, necesitas trabajar. Tienes un montón
de malos hábitos que tenemos que romper, lo que va a ser una tarea
tediosa. Los pequeños detalles importan en este deporte. Si te
hubiera evaluado antes de venir, sin duda, te habría apartado del
programa de élite. Pero tu padre hizo una generosa donación para
que se financiara nuestra cafetería, lo que te permite estar aquí. —
Cruzó las manos delante de él, con aspecto irritado—. Así que aquí
estás.

—No soy ni siquiera un nivel diez a tus ojos, ¿verdad?

Sacudió la cabeza, sus labios una fina línea plana. Aquí no hay
entrenador besable.

—Mis estándares son altos, pero eso es lo que gana. Hacer una
gimnasia segura y mediocre no te va a llevar al podio. Creo que
estarás de acuerdo conmigo. Hoy has tenido miedo y te has
contenido. Eso me preocupa.

Me esforcé por no llorar, pero no pude evitar que las lágrimas se


posaran en mis párpados. Miré al techo, deseando que
desaparecieran para que no cayeran por mis mejillas. Estaba
enfadada conmigo misma por dejar que mis emociones me
afectaran. Quería parecer fuerte, pero esto era tan frustrante como
hiriente. La garra dentro de mis entrañas que me obligaba a ser
mejor estaba siendo abordada por una bestia mayor.

—Lo peor es —continuó— que acepté entrenarte. Una vez que


hagas la prueba y te clasifiques, deberás entrenar en el nivel senior
debido a tu edad. Eres demasiado mayor para cualquier otro nivel.

Konstantin Kournakova era un hombre frío. Me pregunté si tenía


hijos y recé para que, si no los tenía, fuera estéril.

Sabía que no iba a ser fácil para mí, pero por Dios. Sus palabras
eran tan molestas como una lesión que acabara con mi carrera.
Capítulo 09
—Viendo que estamos en marzo y que has llegado en plena
temporada de élite, ¿pensabas competir el resto de la temporada
regular como práctica y luego hacer una prueba la próxima
temporada?

—Como tenemos hasta junio, pensé que podría hacer una


prueba de élite ya que muchas de las habilidades son las mismas.

Su mirada era escéptica.

—No creo que sea una decisión acertada. No estás preparada.

Lo último que deseaba mi corazón era no participar en una


temporada, pero si eso favorecía mi carrera, que así fuera. Bajé la
voz y dije:

—Prefiero aplazar la competición y utilizar este tiempo como


práctica para estar preparada la próxima temporada para las
pruebas.

Kova se sentó de nuevo en su sillón de cuero. Su cabeza se


inclinó hacia un lado y sus ojos se entrecerraron hasta convertirse
en finas rendijas. Se tocó la mandíbula y se pasó una mano por la
boca.

—¿Quieres esto, Adrianna? ¿Realmente lo quieres en el fondo?


Porque van a ser necesarias muchas más horas de gimnasio para
que estés donde te necesito. Estoy hablando de clases particulares
después de los entrenamientos y posiblemente de más horas.
Empujando tu cuerpo más allá del borde de la cordura para no solo
dominar las habilidades de nivel de élite, sino dominarlas
perfectamente. E incluso con eso, no sé si llegarás a donde
necesitas estar en el momento que quieres. Esto va a ser complejo
de gestionar. Un reto. No estoy seguro de ser capaz de mover
montañas.

Mi mandíbula se movió, pero me quedé totalmente sin


palabras, intentando desesperadamente formarlas, pero no me
salía nada. Los ojos verdes de Kova me miraron más fijamente,
esperando que respondiera.

—No me estoy haciendo más joven, Adrianna.

Conteniendo mis estúpidas emociones, necesitaba ser


positiva, porque a pesar de sus hirientes palabras, yo era una
persona fuerte y segura de mí misma.

—Lo quiero más que nada. La gimnasia es mi vida. Mi sueño.


Déjame demostrarlo, por favor. Deme una oportunidad para
demostrárlo. No me rendiré y trabajaré más duro que todos los
demás en el gimnasio, y nunca me oirás quejarme.

Se quedó callado, evaluando mi respuesta y dijo:

—Tráeme tu horario mañana, veré dónde puedo hacer hueco


para ti. Puede que tengas que venir en tu día libre, tal vez medio día
solo para el acondicionamiento. Lo repasaré con Madeline y luego
llamaré a tu padre para darle la feliz noticia.

Ignorando su golpe, respondí con entusiasmo:

—Haré lo que sea necesario.

Rápidamente aprendí que Kova era un hombre difícil de leer


con su prolongado silencio, pero aceptar cualquier cosa que dijera
me daba la aprobación que buscaba en sus ojos.

—¿Qué es lo que pretendes?

Confundida, pregunté:

—¿Qué quieres decir?

—¿Piensas competir en la universidad? Retirarte antes o


después de la universidad... Necesito saber con qué estoy
trabajando.
Tenía un objetivo, y ese era mi único enfoque.

—Quiero ir a los Juegos Olímpicos.

Kova estaba como un ciervo bajo los faros. Era la única


referencia que me vino a la mente mientras me miraba fijamente,
sin pestañear. No creía que yo pudiera hacerlo. Era evidente.

Moviendo bruscamente la cabeza hacia un lado, Kova se tronó


el cuello. El sonido resonó en toda la habitación y me estremecí.

—Te das cuenta de cuántas chicas jóvenes tienen la misma


ambición, ¿verdad? ¿De lo difícil que es conseguirlo?

—Sí, me doy cuenta.

—¿Y eres consciente que solo cinco chicas en todo el país


entran en el equipo femenino? ¿Qué las suplentes casi nunca son
convocadas?

—Por supuesto.

—¿Y que normalmente entran en el equipo de Estados Unidos


en torno a los quince años?

Sabía a dónde quería llegar Kova con esto, y la verdad es que


no quería oírlo. Ya había tenido suficientes patadas en las tripas
por esta noche.

—Soy muy consciente que soy mayor de lo normal para iniciar


el camino de élite y que mis posibilidades son escasas debido a mi
edad, pero tengo la lucha y el empuje necesarios para lograrlo.
Tengo pasión y determinación. No me importa lo que piensen los
demás. Si no me esfuerzo, me arrepentiré. Todo lo que necesito está
al alcance de mi mano. Puedo hacerlo... Sé que puedo. Practicaré
hasta que no pueda equivocarme, hasta que mis manos sangren y
mis pies estén en carne viva. Iré a las Olimpiadas y nada me
detendrá. Y menos mi edad.

Aparentemente impresionado, Kova asintió lentamente,


asimilando mis palabras.

—Vete a casa. Te veré mañana, Adrianna.


En cuanto salí de la ducha y me puse el pijama, llamé a Avery
para desahogarme.

Toda la reunión con el entrenador Kova se repitió en mi


cabeza, haciéndome sentir mal al estómago. Aunque debería
haberme ido a la cama para el entrenamiento temprano de mañana,
sabía que mi mejor amiga seguiría despierta. Le conté mi día y los
resultados de mi evaluación de mierda, sintiéndome mal por mí
misma todo el tiempo.

—Ríndete, eso es básicamente lo que me dijo —me quejé—.


Soy una mierda, Avery. Un chiste. No puedo creerlo. Y yo que
pensaba que era lo suficientemente buena como para estar en un
equipo senior. Está claro que no quiere que haga las pruebas para
élite, no cree que sea lo suficientemente buena, y sin embargo, no
tiene más opción que hacerlo.

—¿Qué quieres decir con que no tiene elección? ¿Así que te


dio toda esa mierda para nada, pero al final del día, tiene que
entrenarte?

—Sí. Hay gimnastas de élite junior y de élite senior. Todo se


basa en la edad y tienes que calificarte haciendo pruebas de élite a
través de competiciones nacionales con una puntuación mínima.
Como voy a cumplir diecisiete años en un par de meses, necesito
un entrenador de élite que sepa cómo entrenar a gimnastas de nivel
senior y crear rutinas que funcionen con el sistema de puntuación
de élite. Hay un cierto nivel de dificultad, arte y ejecución en el que,
al combinar las habilidades, me da un mayor valor de salida. Seguí
entrenando como lo hacía en mi ciudad porque muchas de las
habilidades de la élite senior y junior son similares, pero no pude
avanzar, así que técnicamente no se me puede considerar élite
todavía.

—Cállate y deja de dar lástima. Si no tiene otra opción, como


parece que no la tiene, es obvio que está diciendo esa mierda a
propósito para motivarte. Sabes que no apestas.

—¿Motivarme? ¿Decirle a tu nuevo atleta que no está a la


altura de tus ridículos estándares y que tal vez nunca lo esté es una
motivación para ti? Y en serio, Avery, si hubieras visto a estas
chicas y lo que son capaces de hacer, tú también te sentirías inútil.

—Está jugando con tu cabeza a propósito y tú lo permites.


Borra esa mierda, ve mañana y actúa como si nunca hubiera dicho
nada de eso. Mantén la cabeza alta y muéstrale de qué estás hecha.
Apuesto a que Labios de Pez les dice eso a todas las chicas nuevas.

Solté una risita ante el comentario de Labios de Pez.

—¿Por qué le sigues llamando Labios de Pez?

—Disculpe, entrenador besable. —Se rio entre dientes—. Me


recuerda a Tom Hardy, y Tommy tiene Labios de Pez.

Oh, Dios mío.

—Sabes, cuando lo pones de esa manera es un poco caliente.


Ahora no voy a pensar en un pez inflado cada vez que digas labios
de pez, voy a pensar en Tom.

—¿Ves? —Ella se rio—. Te lo dije.

Suspiré, devolviéndome al momento.

—Realmente espero poder demostrar que está equivocado.

—Puedes y lo harás. Es como cuando tu madre te habla con


desprecio.

Hice una pausa, pensando en lo que acababa de decir.

—Tienes razón, pero realmente no quiero odiar a mi


entrenador. No es que odie a mi madre, pero ya sabes lo que quiero
decir.
—¿Cómo puedes odiar una cara así? Me recuerda a un tipo
melancólico y misterioso con un lado oscuro. Apuesto a que su
cuerpo es aún mejor.

Puse los ojos en blanco, sonriendo ante su comentario. Me


pregunté de dónde demonios había sacado esas cosas.

—Puedo decir con toda honestidad que ni siquiera he pensado


en su cuerpo. Estaba demasiado estresada por la actuación de hoy
como para mirar. —Mentí. Por supuesto que lo había hecho.

—Sí, de acuerdo —respondió con sarcasmo—. Lo que tú digas,


pero quizá deberías tomarte un Xanax antes de ir mañana, está
claro que lo necesitas.

—De ninguna manera. Eso solo me cansará y no puedo


permitirlo. Necesito estar en mi juego A, ¿recuerdas? Hablando de
pastillas, necesito tomar un poco de Motrin antes que se me olvide.
Mañana voy a estar muy dolorida. —Metí la mano bajo el lavabo y
agarré el frasco blanco que contenía mis pastillitas naranjas
favoritas.

—Solo estaba bromeando contigo.

—Ja. —Agité dos pastillas naranjas en mi mano y llené de


agua el vaso que tenía junto al lavabo. Tragándome las pastillas,
dije—: Gracias, Avery, por hablar conmigo. No era como esperaba
que fuera el día de hoy, en absoluto. Ni de lejos. Me siento como
una tonta por pensar que iría de otra manera.

—¿Te refieres a escucharte como una perra? Cuando quieras.


—Su sonrisa se filtró en sus palabras, haciéndome sonreír a su vez.
No estaba segura de lo que haría sin esta chica.

Sacudiendo la cabeza, dije:

—Te voy a dejar. Tengo que levantarme a las 5:30.

—Ugh. Buena suerte con eso. Hasta luego, nena.

—Hasta luego.
Cinco minutos. Estaba bastante segura que ese era el tiempo
que había dormido antes que sonara mi odioso despertador. Tuve
que hacer una doble toma para asegurarme que había leído bien el
reloj.

Dios mío, sálvame.

Sentada, mis piernas colgaban sobre la cama mientras me


frotaba los ojos borrosos. Tenía la espalda tensa, al igual que los
hombros y los muslos. Sin embargo, no estaba tan mal, pero tal vez
eso se debía al Motrin que había tomado antes de acostarme. Solo
el tiempo lo diría.

Alfred llegaría en cuarenta y cinco minutos a recogerme, así


que me preparé rápidamente una taza de café de mi cafetera Keurig
y comencé a prepararme.

Hace aproximadamente un año, mi madre empezó a darme


café para sustituir las comidas. Para hacerla callar, le dije que me
ayudaba a reducir el apetito, pero en realidad nunca lo hizo. Tal vez
una hora como mucho. Hacía mucho ejercicio y tenía hambre a
menudo.

Al final, solo desarrollé el gusto por el Starbucks.

Preparé mi bolsa rápidamente, asegurándome de tener dos de


esas comidas insípidas que tanto le gustaban a mi madre, junto con
algunas barritas de proteínas y botellas de agua. Y por si acaso,
tomé la botella de Motrin. Hoy sería otro día largo y no estaba
segura de cómo me iría.

Como un reloj, Alfred me envió un mensaje diciendo que


estaba afuera. Ese hombre era siempre puntual, algo que
apreciaba. Cerré el apartamento, bajé en el ascensor y me subí a la
camioneta.

—Señorita...

Le dirigí una mirada.

—Thomas. —Solo usaba Thomas cuando hablaba en serio.

Sonrió.

—¿Cómo estás esta mañana?

—Eh. Un poco dolorida, pero no tan mal como pensaba que


estaría —dije, abrochando mi cinturón de seguridad.

Inclinó la barbilla.

—Me alegro de oírlo. ¿Sabes a qué hora terminarás hoy?

—En realidad no, y después de lo que me enteré ayer, quién


sabe. No tengo escuela hoy, así que supongo que cuando el
entrenador diga que he terminado. Te enviaré un mensaje cuando
salga y esperaré a que llegues.

—¿Qué tal si me envías un mensaje durante el almuerzo y me


das una idea aproximada?

—Puedo hacerlo.

Cambiando de tema, dijo:

—Espero que estés prestando atención a dónde vamos. Sabes


que cuando cumplas diecisiete años estarás sola, jovencita.

—¿De verdad crees que mis padres van a dejarme sola en esta
ciudad? Una cosa es estar sola en Island y otra en una ciudad que
no conocen. No veo que vaya a ocurrir pronto, sobre todo cuando
los medios de comunicación se enteren que ya no estoy allí.

Rossi Enterprises era un conocido promotor inmobiliario.


Eran responsables de muchos edificios residenciales y comerciales
en Atlanta. La empresa llevaba muchos años en la familia,
empezando por mi abuelo Angelo, que la fundó. Empezó en pequeño
con el dinero que le dio su padre, que había sido un exitoso agente
inmobiliario en aquella época. Angelo se arriesgó en contra del
consejo de su padre y construyó un hotel con el dinero, luego
compró terrenos con esos ingresos y construyó más inmuebles
comerciales y, finalmente, residenciales. Le fue muy bien, pero fue
mi padre quien se asoció con el padre de Avery, Michael Heron, años
antes que ninguno de nosotras naciera, y creó un imperio,
construyendo propiedades de alto nivel en las principales ciudades
del mundo. El nombre creció rápidamente, al igual que la fama y la
fortuna, y con ello llegó la prensa no deseada. Rossi Enterprises era
ahora responsable de más de veinticinco propiedades en todo el
mundo, llegando a ser uno de los principales promotores del
mundo.

Pero dejemos que mi hermano y sus alocados amigos


atrajeran la mala publicidad de sus cruzadas de borrachos en los
clubes nocturnos y fiestas privadas, por no hablar de las
detenciones públicas. No ayudaba que Avery tuviera hermanos
gemelos de la misma edad que Xavier. Era una broma constante
entre ambas familias que los dos embarazos eran planificados. Mi
hermano y los de Avery eran muy unidos y no hacían más que
alimentar a la prensa. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que
papá tuvo que sacarlos de la cárcel por cosas como drogas, fiestas
locas y conducción temeraria. La banda de hermanos, como los
llamaban los medios de comunicación, eran una fuerza que no se
podía detener. Hacían alarde de todo lo que podían y se
aprovechaban de todo lo que tenían a su disposición. Si los de
afuera supieran lo que ocurría a puerta cerrada.

El nombre de Rossi pronto estuvo en boca de todos. Todo lo


que hacíamos nosotros o los Heron se extendía como un reguero de
pólvora, lo que convertía a los chicos en un imán para los paparazzi.
Mis padres pagaban mucho dinero para mantener las cosas fuera
de los medios de comunicación, pero algunas seguían apareciendo
en primera plana.

Frunciendo los labios, Alfred me echó una mirada.

—Cariño, cuando se trata de tus padres, no tengo ni idea de


lo que harán. Solo quiero que estés preparada. Personalmente, me
gustaría que te acostumbraras a tu entorno y a los nombres de las
calles antes que me vaya.
Asentí, dándole la razón mientras nos adentrábamos en World
Cup. Se me hizo un nudo en el estómago de inmediato, ansiosa por
lo que iba a ocurrir. Estaba funcionando con cinco minutos de
sueño, Starbucks y una oración.

—Tienes razón... Prestaré atención a partir de mañana.

—Que tengas una buena sesh de entrenamiento —dijo Alfred


cuando salí del Escalade, lo que me hizo hacer una pausa y mirar
por encima del hombro.

—¿Acabas de decir sesh? Dime que no acabas de decir eso. —


Sesh era la jerga que todo el mundo usaba para referirse a la sesión
en casa.

—¿Qué? ¿No es eso lo que todo el mundo dice hoy en día? Solo
intento estar al día.

—Alfred —dije, sacudiendo la cabeza con una gran sonrisa—.


Hasta luego.
Capítulo 10
Con mi bolsa de viaje al hombro, entré en el gimnasio,
sintiéndome un poco más cómoda que ayer.

Aunque el día anterior había sido puntual, esta mañana llegué


mucho antes y tuve tiempo de guardar mis pertenencias, lo que
evitó cualquier mirada incómoda de mis compañeros de equipo... o
las amonestaciones del entrenador Kova. Después de la noche
anterior, planeaba demostrar que era digna de estar aquí. Me
callaría y haría todo lo que él dijera que tenía que hacer. Quería
esto, y me negaba a dejar que unos cuantos comentarios poco
constructivos me derrumbaran.

Me desnudé hasta el leo y estaba en medio de un sorbo de agua


cuando Kova surgió a mi lado, dándome un susto de muerte. Era
como un puto ninja, siempre aparecía de la nada sin hacer ruido.

Escupí y el agua goteó por mi barbilla. Me la limpié con el dorso


de la mano y lo miré, tapando el recipiente.

Kova me miró con cualquier cosa menos con preocupación.

—¿Estás bien?

—Bien. —Tosí.

—Bien. Vamos a mi oficina.

Me recogí el cabello en un moño desordenado, preocupada por lo


que quería hablar. Cerró la puerta detrás de mí y tomé asiento,
esperando a que matara mis esperanzas y sueños una vez más.
Parecía ser su principal objetivo cada vez que ponía un pie en su
oficina. El estómago se me revolvió cuando nuestras miradas se
cruzaron, el nerviosismo recorrió mis venas mientras él me miraba
fijamente durante un largo y duro momento. Esto no puede ser
bueno.

—He hablado con Madeline y hemos diseñado un nuevo horario


para ti. Hasta que alcances el nivel que necesitamos, estarás aquí
seis días a la semana, con comida y tutoría entre ambos. De esos
seis días, dos de ellos estarán dedicados a tu clase favorita de ballet
por la mañana. —Una media sonrisa burlona asomó a sus labios.
Se me revolvió la barriga al ver cómo parpadeaban sus ojos al decir
eso—. Como no haces clases particulares todos los días, estarás
aquí. Serán jornadas de unas diez horas, es decir, unas cincuenta
horas a la semana. Por ahora solo tendrás un día para ti para hacer
lo que necesites.

Tenía que estar fuera de sus cabales. Pero sabiendo que no podía
discutir, respondí secamente:

—De acuerdo.

Mirando sus notas, sus ojos recorrieron algunas frases antes de


volver a mirarme.

—También vas a tomar algunas clases de fortalecimiento.


Necesitamos que mejores tu flexibilidad, y creo que un par de
sesiones privadas conmigo antes de los entrenamientos serán
suficientes. Siempre y cuando sigas con los ejercicios.

Mi último entrenador solía decir que tenía las caderas tensas,


pero yo no entendía bien lo que eso significaba. Supongo que lo
averiguaría cuando empezara la sesión privada.

—Habrá mucho acondicionamiento en el medio, y cada día antes


de empezar y cuando termines, correrás dos millas en la pista de
afuera.

—¿Hay una pista afuera? —No había visto ninguna.

—Sí, a un par de cuadras hay una escuela secundaria. Usarás


su pista. Cuatro vueltas equivalen a una milla, así que correrás
ocho por la mañana y ocho por la tarde.

Joder, odiaba correr.


—Lo que digas.

—Este horario es extremo y no es algo que hacemos para todos.


Si no puedes soportarlo, o incluso piensas por un minuto que no
eres capaz de hacerlo, debes decírnoslo. Mi tiempo, así como el de
todos los entrenadores de este gimnasio, es precioso. No quiero que
lo desperdicies.

Eso me enfadó. Como no tenía a nadie que hablara por mí, tuve
que defenderme.

—Ni siquiera me has dado una oportunidad. No han pasado ni


veinticuatro horas. ¿Qué te hace pensar que no puedo hacerlo? Ayer
cometí errores, sé que lo hice y lo reconozco, pero estaba nerviosa.
Dame otra oportunidad.

—En la gimnasia no hay segundas oportunidades. Deberías


saberlo.

—Soy muy consciente.

—Entonces no hay excusas.

—No voy a poner ninguna. —Permaneció en silencio, así que


continué—: World Cup produce campeones. He venido aquí para
que me entrenen los mejores y así poder ser la mejor. No me voy a
ir.

—No se trata de ser la mejor, se trata de cuánto trabajas y cuánto


das sin esperar nada a cambio. De lo mucho que entrenas, de lo
mucho que te esfuerzas cuando nadie te mira. Se trata de lo
profundo que uno se siente, sabiendo que ha hecho todo lo que
podía hacer y que no se arrepiente de nada. Aun así, existe la
posibilidad que no sea suficiente. —Kova exhaló un fuerte suspiro—
. No puedo hacer que seas la mejor, solo tú puedes hacerlo. Tu
cuerpo puede soportar casi todo, es tu mente la que tienes que
convencer.

Decidida, lo miré directamente a los ojos.

—Demostraré que puedo soportarlo.


Kova asintió lentamente, con una sonrisa tortuosa en su bello
rostro. Tragué con fuerza.

—Lo que no te mata solo te hace más fuerte. ¿Verdad,


entrenador?

—En tu caso, solo el tiempo lo dirá.

—Vamos a empezar.

Siguiendo a Kova, me dirigió por el pasillo a una de las


habitaciones del fondo. Caminaba como si tuviera una misión.
Tenía los hombros rígidos y la forma en que caminaba me parecía
intimidante. Era como si tuviera una sola mente, una misión que
debía ser abordada y resuelta. Supongo que no debería quejarme,
ya que se había tomado tiempo para ayudarme personalmente, pero
me recordaba a un sargento instructor. Era todo escuchar, mirar y
no hablar.

La parte de “no hablar” era mi mayor debilidad.

World Cup era mucho más grande de lo que había imaginado


cuando nos presentamos por primera vez. Aparte del notable
gimnasio y las salas de baile, había una sala de terapia muscular,
duchas… que nunca utilizaría… y una cafetería equipada con una
cocina y mesas repartidas por todo el recinto. Gracias a mi padre,
la cafetería se construyó como parte del acuerdo para que yo
entrenara aquí.

Empujando la puerta, Kova encendió las luces. No perdió el


tiempo para empezar las sesiones privadas. Habían pasado tres
semanas desde que tuvimos nuestra pequeña charla y puso en
marcha el nuevo horario.
En la sala había dos mesas de examen con tableros acolchados
de color azul marino. Había un armario alto al otro lado de la pared
y varios equipos de ejercicio. De las paredes colgaban colchonetas
negras plegadas, grandes pelotas de yoga en las que era divertido
rebotar y cuerdas elásticas utilizadas para el entrenamiento de
sujeción. Sabía que le preocupaba mi falta de flexibilidad… o eso
decía… pero estaba bastante segura que estaba delirando.

—Desvístete.

Mi leo ya estaba puesto, así que me quité los zapatos, los


pantalones y la camisa, y los metí en mi bolsa. Siempre llevaba
pantalones cómodos y sueltos, y una camiseta normal para
entrenar. Fácil de poner y fácil de quitar. Saqué un par de
minishorts negros de spandex, me los puse y esperé.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunté con curiosidad.

—Nosotros no vamos a hacer nada, tú sí. —Luché contra el


impulso de poner los ojos en blanco.

Seguí a Kova mientras se movía por la habitación.

—Vas a estirar sin esforzarte. Muchos atletas creen que cuanto


más se haga ayudará a la flexibilidad. No siempre es así. A veces
estirar de forma agresiva es contraproducente. Dura poco y puede
provocar lesiones. —Hizo una pausa—. Cada atleta es diferente, así
que lo que funciona para uno puede no funcionar para otro. Todo
es prueba y error, pero he descubierto que esto es lo que mejor
ayuda a la flexibilidad.

Asentí, escuchándolo. Nunca había oído esto, pero tampoco


había visto a nadie rebotar sobre las rótulas.

—A tu antiguo entrenador le preocupaba tu rango de


movimiento. —Kova palmeó una de las mesas, indicándome que me
acercara. Acorté la distancia y me levanté de un salto—. Te he
estado observando las últimas semanas, tus hombros y caderas
están tensos. Me he dado cuenta que no puedes entrar
directamente en un split, que tus caderas tardan en aflojarse hasta
que llegas al suelo. Tus saltos podrían ser trabajados y también tus
ángulos. Eres cuidadosa y eso se nota. Ser precavido no es malo,
pero te frena. Es casi como si tu cerebro te protegiera
inconscientemente para que no te excedas, lo que dificultará tu
avance en este deporte.

Me tranquilicé en la conversación.

—Sí, me cuesta un poco soltarme, pero creía que eso era normal
antes de un entrenamiento para cualquiera.

Sacudió la cabeza.

—Recuéstate. Desplázate hacia delante para que tus piernas


cuelguen de la mesa. —Hice lo que me indicó—. Bien. Ahora levanta
la rodilla y llévala al pecho. Debe quedar plana contra el pecho sin
que la otra pierna suba.

No estaba plana, y mi rodilla se levantó. Kova me miró con


complicidad.

—¿Ves?

—¿No crees que es porque acabo de entrar y no he estirado nada?

—No, esto es algo sencillo que deberías poder hacer. Hazlo de


nuevo.

Esta vez, cuando lo hice, Kova puso una mano en lo alto de mi


muslo para sujetar mi pierna. Cuando no pude llevar la rodilla al
pecho, se acercó más y me ayudó a ampliar el rango de movimiento
presionando la rodilla contra el pecho, empujando la espinilla y
sujetando la otra pierna. Sus manos eran grandes y capaces de
cubrir una gran cantidad de mi piel. Hice una mueca interior para
que no me oyera quejarme de la tensión de mis músculos.

—¿Lo sientes, verdad? —preguntó mirándome a los ojos.

No quería darle la satisfacción, pero también tenía la sensación


que se daría cuenta que estaba mintiendo.

—Sí —gruñí cuando apretó más fuerte—. Pero también creo que
es porque aún no he calentado.

Kova me soltó y dio un paso atrás.


—Ahora, súbete, dobla las rodillas y pon los dos pies en el
extremo de la mesa. Coloca las manos a los lados y luego levanta
las caderas.

No estaba segura de a dónde quería llegar con esto, pero hice lo


que me pidió.

—¿Cómo se siente?

Me encogí de hombros.

—No lo sé. ¿Bien?

Los ojos de Kova recorrieron lentamente la longitud de mi torso


hasta mis muslos y un escalofrío me recorrió.

—¿No sientes que tus caderas no están elevadas del todo? —Mis
cejas se fruncieron y él se acercó de nuevo—. Levanta más —me
ordenó, colocando su mano en mi trasero y manteniéndola allí. Su
tacto abrasador me hizo entrar en calor. Por fin lo sentí y no pude
ocultar el apretado tirón de mis caderas cuando me levantó más
alto.

—Sigo pensando que esto se debe a que todavía no he hecho


ningún calentamiento esta mañana, entrenador —refunfuñé. Al
parecer, también tenía que recordarle que el sol seguía saliendo.

Ignorándome, dijo:

—Vamos a hacer varias técnicas de estiramiento y ejercicios de


respiración para ayudarte. En realidad todo es algo mental, así que
entrenaremos tu cerebro para que lo acepte.

—¿Entrenar mi cerebro para que lo acepte? —Hice una pausa,


tratando de encontrar las palabras adecuadas porque esto era lo
más ridículo que había escuchado—. Lo siento, entrenador, pero no
entiendo cómo, básicamente, manipularme va a ayudar con las
caderas y los hombros tensos.

Me miró fijamente durante un largo momento antes de decir:

—Es como volver a aprender una habilidad que ya sabes hacer y


aprenderla correctamente. Como romper un mal hábito. Pero para
romper un mal hábito, tienes que pensar de forma diferente. En tu
mente, si sigues estirando y sobre estirando, te ayudará, ¿no? ¿Te
dará el rango de movimiento que necesitas?

—Bueno, sí.

—Así que lo estás haciendo de más, y empujando y esforzándote


más porque crees que marcará la diferencia cuando claramente no
lo ha hecho. El estiramiento excesivo no tiene por qué funcionar.
Es malo para tus músculos. Las técnicas de estiramiento que te voy
a enseñar te ayudarán. No habrá ninguna tensión en tu cuerpo y
son más seguras para ti. A tu nivel, deberías tener un amplio rango
de movimiento, pero no lo tienes. Podemos corregirlo. No es
infrecuente, y no es la primera vez que lo veo, pero normalmente
viene con una lesión.

Esto era, de lejos, la cosa más idiota que había escuchado. De


alguna manera, mentirme a mí misma arreglaría mi tensión. ¿Qué
tal si me miento a mí misma y pienso que puedo hacer una triple
flexión frontal en el suelo cuando, en realidad, no puedo?
Entrenarme a mí misma para pensar que podía hacerlo solo me
daría un cuello roto y una silla de ruedas para el resto de mi vida,
no la habilidad real.
Capítulo 11
Kova apoyó las manos en las caderas.

—Eres escéptica.

A veces, solo a veces, deseaba que usara reducciones.

—Lo soy —dije con sinceridad.

—Así que haremos una pequeña prueba. Hoy calentaremos a mi


manera y luego empezarás a entrenar. Mañana, y las próximas dos
semanas, lo haces a tu manera y ves cómo va.

Sonreí.

—Me gusta cómo suena eso.

Kova me hizo levantar y me llevó al suelo, donde hice un split que


no llegaba al suelo, y una sentadilla en la que mis caderas estaban
paralelas a mis rodillas, pero no podía ir más lejos. De hecho, me
dolía ponerme en cuclillas tan bajo sin estirarme como lo hacía
normalmente.

—Ahora, recuerda dónde empezaste esta mañana, ¿sí?

Asentí y me llevó de nuevo a la mesa. Decidí no cuestionarlo.


Independientemente de sus inusuales hábitos de entrenamiento,
sabía que mi alcance era limitado.

Kova hizo tumbarme, boca arriba, y colocar el pie sobre el muslo.


Mi espalda se inclinó un poco y mi rodilla no cayó a un lado, lo que
significaba que mis caderas no estaban abiertas todavía. Hice esto
con ambas piernas. Luego volví a llevar la rodilla al pecho, y esta
vez él se acercó a mi lado para ayudarme, tomándome
desprevenida. Kova puso su mano en la parte posterior de mi muslo
desnudo y mi corazón dio un pequeño salto mortal en respuesta.
Me apretó la rodilla contra el pecho y utilizó la otra mano para
sujetar el muslo opuesto.

El silencio era extraño. Muy, muy extraño. Kova fijó su mirada en


la pared blanca detrás de mi cabeza. Tenía curiosidad por saber qué
pasaba por su mente, ya que sus ojos apenas se movían. Estaba
concentrado y en la zona. Su cuerpo estaba tan cerca que podía ver
una pizca de su vello facial, pero olía increíblemente bien. Tan bien
que inhalé un poco más fuerte para poder olerlo mejor.

Miró hacia abajo y me indicó:

—No. Respira con el estómago, no con el pecho y los hombros. Tu


estómago debe salir cuando inhales y tus costillas se expandirán.
También trabajaremos la respiración, pero no hoy.

Con los ojos clavados en los de Kova, respiré con calma. Los
latidos de mi corazón aumentaron en el silencio y tomé nota del
lugar en el que colocó su mano, muy arriba en mi pierna, cerca de
mis minishorts. De acuerdo, tal vez no estaba muy, muy arriba. No
era que yo tuviera unas piernas largas de supermodelo ni nada por
el estilo, simplemente tenía unas manos grandes que ocupaban
mucho espacio en mi muslo.

Exhalé tranquilamente y él hizo un leve gesto de aprobación.


Kova me soltó y se dirigió al otro lado de la mesa donde aplicó la
misma técnica a mi pierna contraria. Me observó, mientras yo lo
hacía a él, y no supe qué pensar del denso silencio que había entre
nosotros. No pude saber si su atención se centraba en asegurarse
que respiraba correctamente o en contar las pecas del puente de mi
nariz.

Su mano se dirigió a la parte posterior de mi muslo y presionó


hacia adentro, masajeando profundamente mi tendón con sus
dedos. Se me apretó el estómago, la sensación se disparó
directamente a mi núcleo, provocando un estallido de calor que me
atravesó. Tenía la idea que no debía sentirse tan bien.

—Tus isquiotibiales están demasiado tensos. Incluso con los


músculos, deberías sentirlos suaves, no duros como una roca.
Sueltos y flexibles —dijo, con la voz baja, y siguió palpando—. Esto
se debe probablemente a un exceso de estiramiento y de uso. Los
músculos rígidos no son saludables y pueden causar falta de
flexibilidad tanto en las caderas como en las piernas, lo que podría
resultar en una lesión. Estirar las caderas de forma constante es
clave y debe hacerse a diario.

El tirón en el interior de mi pierna estaba tenso y el impulso de


doblar la rodilla era fuerte. Kova percibió la elevación de mi pierna
y dijo con firmeza:

—No.

Su mano callosa bajó tranquilamente por mi pierna y me agarró


la rodilla.

—Respira. Siente lo que hace tu cuerpo, en qué posición estás,


qué te ayudará a conseguir. Concéntrate en el movimiento y en lo
que hará por ti. —Su mano continuó hacia mi pantorrilla y
chasqueó la lengua en señal de desaprobación cuando tocó el
tonificado músculo.

Cerré los ojos y seguí sus instrucciones. Mi cuerpo empezó a


relajarse mientras imaginaba la posición en la que estaba, la nueva
forma de estirar que me ayudaría en el futuro. Abriendo las caderas,
conté hasta diez y volví a abrir los ojos, para encontrar a Kova
inmerso en mí.

Estaba cerca, tan cerca que su aliento golpeaba mi mejilla. Sabía


que sus ojos eran de un bonito tono verde, similar a los míos, pero
donde yo tenía los ojos anchos y de gata, los de Kova eran más
prominentes y frontales. Exigentes. El verde lima encerrado en el
círculo negro era notable.

—Tus ojos... —susurré—. Son hermosos.

Las comisuras de su boca se curvaron, sus labios carnosos se


torcieron en una sonrisa. Mis mejillas resplandecieron de calor y fui
consciente de mi entorno, de la proximidad de Kova, de dónde
estaban sus manos y de cómo sus dedos presionaban mi piel. Me
invadió un calor intenso y me pregunté si él podría sentir cómo se
calentaba mi piel. Se inclinó un poco más para presionar mi pierna.
La tensión era más aguda y luché contra una mueca.
Justo antes de retroceder, la boca de Kova se abrió como si fuera
a decir algo. Solo que sus ojos se endurecieron y se formó una
arruga entre sus amplias cejas. No salió nada.

Yo y mi estúpida boca.

El pesado silencio era demasiado para mí.

—Debería conseguir una radio —sugerí, cualquier cosa para


salvar la rareza entre nosotros. Kova pareció perplejo, sin saber qué
decir de mi idea. Como si una radio fuera una sugerencia tan
espantosa.

—No necesitamos una radio en esta sala, solo en el gimnasio para


las rutinas de suelo y la sala de baile. Perderás la concentración
con la música. Haz ocho cuentas en tu cabeza.

Esta tenía que ser su idea de una broma. Un chiste muy malo.
Quería que hiciera ocho cuentas, contando hasta ocho una y otra
vez para mí... ¡Un millón de veces!

Mis ojos recorrieron la habitación.

—No veo cómo es posible con usted casi acostado sobre mi


pierna.

Joder. Avery tendría un día de campo conmigo una vez que le


dijera las estupideces que salieron de mi boca.

—No voy a reconocer ese pequeño comentario sarcástico tuyo. —


Kova dio un paso atrás y tomó mi tobillo en su mano—. Baja la
pierna —dijo. Lo hice, y él colocó mi tobillo sobre mi muslo para que
quedara plano, en posición de media mariposa. De pie frente a mí,
con una mano en la rodilla y la otra en el tobillo, aplicó presión.

Dios mío, ahora sentía la tensión en mis caderas. Este era un


tirón diferente comparado con las veces que me estiraba, y
empezaba a ver a qué se refería antes. Mi pecho se abrió y mi cabeza
se inclinó hacia atrás. Apreté los ojos para lidiar con el ardor.

—Uh-uh. —Me dio una ligera palmada en el muslo, atrayendo mi


atención hacia él.
—Túmbate y respira correctamente. Voy a aflojar un poco.

Concentrándome en sus ojos, hice lo que me indicó. Cumplió su


palabra y aflojó, pero no tanto como me hubiera gustado.

—Inhala, exhala, Adrianna. Deja de respirar como si estuvieras


corriendo por primera vez en tu vida. No eres un pez fuera del agua.
No es tan malo.

Un estallido de risa salió de mí. Mis ojos se abrieron


enormemente y aplasté los labios entre los dientes para no volver a
reír, ni a sonreír, lo que solo lo empeoró. Entre sus extraños
comentarios y su marcado acento ruso, no pude evitar querer
imitarlo. No para ser mala, sino porque sonaba divertido.

—Siento haberme reído —dije, tapándome la boca—. No sé por


qué me ha hecho gracia.

Justo cuando pensé que me iba a regañar por mi arrebato, el


rostro de Kova se relajó y un destello de humor se instaló en sus
ojos. Sacudiendo la cabeza, se dibujó una leve sonrisa en su rostro.

—Si sigues con ese tipo de respiración, solo se volverá en tu


contra en el futuro. ¿Cómo te sientes ahora?

Poniéndome de pie, levanté la rodilla y subí la pierna en medio


círculo delante de mis caderas.

—No sé, creo que puedo decir que mi rango es más amplio. Mis
caderas se sienten más abiertas, si eso tiene sentido. —Y se sentían
un poco más sueltas, lo cual era agradable.

Asintió.

—Bien. Eso es lo que quiero que sientas. Ahora ve a prepararte


para el entrenamiento, te veré allí.

Kova me dio una palmadita en el hombro y se fue. Recogí


rápidamente mis cosas y me dirigí al vestuario, donde encontré a
Hayden.

—¿Cómo ha ido? —preguntó desde el otro lado de la habitación.


—Tan bien como podría ir, supongo. Sus métodos son un poco
extraños.

—¿Qué quieres decir?

—Con sus ejercicios y estiramientos. Hace cosas que no he visto


ni oído en mi vida.

Hayden sonrió, mostrando sus hoyuelos mientras buscaba en su


bolsa de lona.

—Pero sabe lo que hace. —Cerrando su casillero, se acercó a mi


lado—. ¿Quieres ir a Starbucks después del entrenamiento?
¿Tomar un café?

Apreté los labios.

—Vaya, Hayden Moore, apenas te conozco. ¿Me estás pidiendo


una cita? —dije con una voz exagerada, sarcástica y de belleza
sureña—. Porque sabes que el mismísimo Señor World Cup dice
que eso no está permitido.

Hayden crujió los nudillos mientras una sonrisa se deslizaba por


su cara. Era bastante lindo.

—¿Qué tal si compras tu propio café? Así no parecerá una cita,


porque créeme, no lo es.

Cerré la puerta de mi casillero y me giré hacia él.

—Me parece un plan.


—¿Es World Cup todo lo que pensabas que sería? —preguntó
Hayden. Era temprano, solo las cinco de la tarde, y habíamos
terminado el entrenamiento.

Compramos nuestros cafés, además de un sándwich para él, y


salimos a una de las mesas. Había llamado a Alfred para decirle que
iba a tomar un café con mi nuevo amigo y que me llevaría a casa.

Me reí, sin saber cómo responder a su pregunta.

—Es difícil de decir, solo han pasado unas semanas. Vuelve a


preguntarme dentro de seis meses.

Se sentó, desenvolvió su comida y pude oler su delicioso aroma.


Mi estómago gruñó. Me moría de hambre, pero también tenía que
vigilar mi peso.

—¿Quieres la mitad? —preguntó.

Le dirigí una mirada divertida.

—Sabes que no puedo tener eso.

—Es una mierda ser tú —dijo juguetonamente, llevándose un


trozo a la boca.

Tomé un sorbo del café venti que tanto me gustaba. Con un


chorrito de leche de coco, estaba perfecto.

—Tengo curiosidad —dijo tragando—. ¿Cómo te has enterado de


lo del World Cup?

Mis ojos se dispararon hacia la mesa.

—Mi padre es amigo del entrenador y lo llamó. A veces hacen


negocios juntos.

—Ah, eso tiene sentido. Entonces, honestamente, ¿qué te pareció


Kova?

Me alegré que no insistiera con ese tema.

—Es... interesante. Y diferente a cualquier otro entrenador que


haya tenido. Estoy abierta a cualquier cosa que me ayude, pero al
mismo tiempo, no sé qué pensar. ¿Sabes lo que me dijo esta
mañana? Que básicamente tengo que manipularme. No dijo
manipular, dijo entrenar mi cerebro, pero estoy noventa y nueve por
ciento segura que es lo que quiso decir. ¿Entrenar mi cerebro para
hacer qué exactamente? ¿Cosas para las que sé que no estoy
preparada y así poder romperme un hueso y estar fuera de combate
durante la temporada? ¿Quién fomenta eso?

Hayden reía y yo sentía que me liberaba.

—No creo que lo diga en ese sentido. Creo que solo quiere que
cambies tu forma de pensar por una ruta más segura que tenga un
efecto duradero. Que pienses fuera de la caja. Le dijo cosas
similares a Reagan por lo que me han dicho. Y solo lo sé porque mi
hermana me lo dijo una noche. He visto de lo que es capaz, y son
cosas grandes.

Asentí, asimilando lo que decía. Es interesante que haya


trabajado con Reagan. Una ligera brisa me pasó por el rostro los
rebeldes mechones de cabello que se habían soltado de mi cola de
caballo y los aparté.

Hayden se puso serio.

—No tengas miedo de cuestionar las cosas, pero también confía


en que tu entrenador nunca haría nada que te pusiera en peligro.
Puede ser el Capitán Imbécil cuando quiere, pero ten un poco de fe
en lo que es capaz de hacer. No estarías aquí si él no creyera que
puedes hacerlo.

Suspiré y tomé otro sorbo de mi café. Sus palabras alentadoras


me ayudaron. Había tantas cosas en el aire que no sabía qué
pensar. Quería tanto en tan poco tiempo.

—Tienes razón.

Comió el último bocado de su sándwich y se frotó las manos.

—¿Cuándo vuelves a trabajar con él?

Me encogí de hombros, mirando a mi alrededor.


—No tengo ni idea. Supongo que cuando tenga tiempo. Pero Dios,
Hayden. El silencio era tan extraño. Estaba cerca y me estiraba y
todo eso. —Hayden sonrió, sus ojos azules parpadeando, y me
encontré sonriendo a cambio. Extrañamente, su presencia no me
hizo sentir mal—. No sabía qué hacer, qué decir. ¿Digo algo? ¿Qué
hizo Holly cuando hizo eso?

—Holly no tuvo que hacer ningún acondicionamiento extra. —


Mis hombros cayeron, junto con mi autoestima. Hayden se sentó
más erguido—. Ella no tuvo que hacer lo que tú estás haciendo
porque hemos estado en este gimnasio durante muchos años, desde
que éramos niños, así que ella ya está acostumbrada a sus formas.

Apreté los labios. Tenía razón.

—¿Por qué no le preguntas a Reagan cómo fueron sus sesiones?


Trabajó con él durante un tiempo.

—Tengo la sospecha que no le gusto, así que no.

Hayden miró hacia el cielo como si estuviera perdido en sus


pensamientos.

—Escucha —dijo, inclinándose hacia adelante y mirándome


fijamente a los ojos—. No te estreses por las cosas pequeñas. Al
final no significará nada. Concéntrate en lo que es importante, el
panorama general. Tu amor por la gimnasia. Solo dedícate a ti y
estarás bien.

Respirando profundamente, lo expulsé y sonreí.

—Creo que eso es exactamente lo que tengo que hacer.


Capítulo 12
Kova suspiró, arrastrando una mano cansada por el rostro.

Doblar mis horas y adaptarme a un nuevo entrenador resultó ser


mucho más desalentador de lo que esperaba. Había estado en el
infierno desde que empecé esta nueva trayectoria.

Y seguía allí.

Por mucho que lo intentara, por mucho esfuerzo que pusiera en


el entrenamiento, nunca era suficiente para Kova. Al menos podía
darme un poco de crédito y así saber que veía mi esfuerzo.

—Adrianna —dijo, rizando la R de nuevo—. ¿Por qué sostienes la


barra así? ¿Qué demonios te han enseñado en ese maldito
gimnasio? —murmuró para sí mismo en lo que sonó casi como con
asco. Mis cejas se fruncen. Todos los días tenía algo negativo que
decir. Al principio traté de ignorar sus comentarios, pero cuanto
más los decía, más me enfadaba. Mi antiguo gimnasio no era una
mierda. Era bueno, simplemente lo superé.

Kova saltó de la caja de manchas azules y me agarró de la


muñeca, tirando de mí hacia la barra inferior.

—Agárrate aquí.

Confundida, lo miré.

—No lo entiendo.

Una ceja se arqueó perfectamente. Odiaba cuando hacía eso.

—¿Qué es lo que no entiendes? Agárrate a la barra y levanta los


pies. Ahora.
Sacudiendo la cabeza, obedecí, como siempre, y miré más allá de
mi brazo hacia él. Mis rodillas estaban dobladas, rozando la
colchoneta, mientras esperaba que hablara. El entrenador negó con
la cabeza, mirando estupefacto mis manos.

Estaba más que desconcertada.

—¿No estás agarrando la barra correctamente? —me preguntó.

—¿Qué?

Kova me tocó los dedos para responder a mi pregunta.

—Estás apoyando los dedos en los agarres, no agarrando la barra


correctamente. Es increíble que incluso puedas aguantar. ¿Te
duelen las muñecas?

Me levanté y solté la barra, frotándome las muñecas. Hace tiempo


que aprendí a bloquear el dolor.

—Todo el tiempo. —De hecho, me vendría bien un poco de Motrin


ahora mismo.

—Apenas estás sujetando la barra.

Desconcertado, tomó mi muñeca en sus manos y comenzó a


quitarme el agarre de la barra desenrollando el velcro. Los agarres
ayudaban a ejecutar las maniobras de alta velocidad durante los
balanceos que eran seguidos por la liberación y la captura de la
barra.

Kova sostuvo la empuñadura ligeramente hecha jirones frente a


su rostro.

—Esto es peligroso. Necesitas nuevos agarres. Confío en que


tengas más.

—Sí. —Por supuesto que tenía más agarraderas. Solo me gustaba


este par porque estaban desgastados.

—Bien. Deberías saber que no debes usar esto. —Lo dejó caer al
suelo, junto con las muñequeras desgastadas antes de pasar a la
cinta.
—No hay necesidad de tanta cinta —dijo, más para sí mismo que
para mí—. Ya nadie hace esto. Por otra parte, si lo hicieras bien, no
necesitarías esto.

Por mucho que me gustara quitar la cinta después de un largo y


riguroso entrenamiento en barra, no me hacía mucha gracia que se
quitara, ya que aún me quedaba tiempo de práctica en este aparato.
Me llevó tiempo cortar los agujeros y colocar mis dedos a través de
ellos correctamente. Había capas y capas de cinta atlética para
proteger mis manos de rasgaduras y desgarros. Me quitó cada
hebra hasta que mi mano quedó desnuda.

Al girar mi muñeca para inspeccionarla, Kova siseó ante el


espectáculo que tenía delante. Sus dedos recorrieron suavemente
mi tierna carne, como si fueran plumas bailando eróticamente
sobre mí. A pesar que usaba el precinto para evitar que el adhesivo
se me pegara, mi piel seguía brillante como un tomate con
hendiduras y contornos. Lo envolví bien cada vez, y una vez que
mis muñequeras estaban puestas, envolví más alrededor de ellas.
Utilicé una cantidad insana, pero hizo el trabajo. Me ayudó a
mantener las muñecas rectas y bloqueadas para darme apoyo. Es
lo que siempre había hecho en el pasado y nadie había dicho nada.

Kova me sujetó la muñeca con la mano mientras con la otra


enlazaba sus largos dedos con los míos. Su palma besó la mía, y
sus largos dedos se posaron sobre mis nudillos. Nuestras manos se
entrelazaron por un momento antes que él tirara tiernamente de
mis nudillos, apretándolos al hacerlo. Repitió el gesto y mi corazón
dio un vuelco ante su hábil contacto. Dios, se sentía bien.
Increíblemente bien. Mis manos estaban sobrecargadas y resecas,
me dolían a diario, pero la sensación que me masajease los dedos
era celestial y casi suspiré en voz alta. Todo mi cuerpo se relajó y
casi recé para que no parara.

No había una parte de mi cuerpo que no me doliera


continuamente desde que empecé en World Cup. Me dolía en
lugares que ni siquiera sabía que eran posibles. Un masaje corporal
completo era algo que tenía que considerar después de esto.

Al levantar la vista de nuestros dedos entrelazados, encontré a


Kova observándome. No pude descifrar lo que estaba pensando
mientras me miraba a través de las gruesas pestañas, con sus ojos
inamovibles. Me centré en sus labios, en la plenitud que me
suplicaba preguntarme lo suaves que se sentirían al apretarlos
contra los míos. El calor subió a mis mejillas y me sonrojé ante él.
Su mano era mucho más grande que la mía, sus dedos mostraban
destreza. Sabía exactamente cómo manipular mi muñeca y cómo
estirar mi mano con suavidad, pero con fuerza, tirando de mis
dedos y luego rotando mi muñeca, haciendo que me sintiera
condenadamente eufórica.

Con cuidado, me dobló la palma de la mano hacia atrás,


trabajándola en círculos, flexionándola. Me acerqué a él y mis dedos
se enroscaron en los nudillos de su puño, aferrándome ligeramente.
Su presencia dominaba el aire que nos rodeaba. No sabía por qué
eso hacía que mi corazón se acelerara. Arriesgándome,
naturalmente, añadí un poco más de peso a mis dedos para sentir
cómo se movía bajo mi contacto.

Hubo un ligero chasquido y tragué saliva, ocultando la punzada


de dolor.

—¿Te ha dolido? —preguntó.

—Un poco, pero no es nada a lo que no esté acostumbrada.

—Aguantar el dolor es una forma segura de sufrir una lesión.

Kova movió mi mano hacia un lado, pero esta vez me sujetó el


codo para que no pudiera doblar el brazo. Sus dedos presionaron
mi piel. Me incliné para aliviar un poco la presión, pero él negó con
la cabeza.

—Estás forzando las muñecas colgando de la forma en que lo


haces. Como no estás agarrando bien la barra, todo tu peso se
equilibra aquí. —Me sacudió la muñeca con el pulgar y el índice—.
Ahora tiene todo el sentido por qué usas tanta cinta, estás tratando
de evitar el exceso de movimiento. Si no te enseñamos la forma
correcta de sujetar la barra, te retirarás mucho antes de lo que
quieres. Otro mal hábito del que tengo que librarte.

—Por supuesto que agarro la barra correctamente. ¿De qué otra


forma me sujetaría?

Sacudió la cabeza.
—No lo entiendes. Te agarras, pero no del todo. Es como un
agarre perezoso, estás apoyando los dedos en la espiga en lugar de
agarrarla. Cuando te balanceas y giras alrededor de la barra, tiras
de los ligamentos del interior de las muñecas y los huesos están
sometidos a mucha más tensión de la necesaria. Tenemos que
rectificar esto rápidamente.

El entrenador me quitó el otro agarre y la cinta, y trabajó mi


muñeca izquierda igual que lo hizo con la derecha. Fue suave
conmigo, su rostro se suavizó hasta convertirse en preocupación
mientras trabajaba.

Después de unos minutos más de atender mis músculos


doloridos, el entrenador dijo:

—Vuelve a subir.

Me agaché para agarrar mis agarres, pero él los pisó.

—Necesito mis agarres.

—Lo harás sin ellos.

Me quedé con la boca abierta por la sorpresa.

—Pero, me voy a desgarrar.

Se encogió de hombros como si nada.

—Entonces aprenderás muy rápido a agarrar la barra


correctamente. Créeme, a la larga rendirás más.

—Tienes que estar bromeando.

Nunca, jamás, había oído hablar de un entrenador que entrenara


así. Nadie le quitaba el equipo de protección a una gimnasta.

Nadie excepto el entrenador Kova.

Sus ojos hipnotizantes se clavaron en los míos, sus rasgos se


volvieron duros, mostrándome lo poco que bromeaba. Tuve la
impresión que iba a disfrutar del dolor que sabía que iba a soportar.
Lo único que podía imaginar era que lo había aprendido de sus
anteriores entrenadores en Rusia.
Empezaba a comprender lo poco convencional que podía ser el
entrenamiento ruso.

—Mira mi rostro, Adrianna. ¿Te parece que estoy bromeando? No


me importa si te cuesta horas y te sangran las manos. Agarrarás
esa barra de la forma correcta —enfatizó la palabra con sorna.

En ese momento, había llegado a la conclusión que el entrenador


Kova era un lunático de armario. Era la única explicación plausible
para sus ridículas técnicas de entrenamiento. Mis manos estaban
a punto de recibir una buena paliza.

Sacudí la cabeza con total incredulidad y me dirigí a la taza de


tiza.

—¿Se me permite usar tiza, entrenador? —pregunté con voz


exaltada. Se estaba comportando como un imbécil.

Cuando bajó la barbilla, tomé un frasco de miel que estaba a mis


pies y exprimí un montón en la palma de la mano, luego aplasté las
manos para ayudar a extender la sustancia pegajosa. La miel
crearía fricción y un agarre áspero en las barras. Como Kova ya
estaba bajo mi piel y yo estaba sudando, apliqué una buena
cantidad de tiza en polvo. Una barra sudada podría hacerme
resbalar y, dado que no se me permitía usar los agarres, no quería
correr el riesgo. Incluso utilicé un trozo de tiza rota y me lo pasé por
la parte posterior de los nudillos, donde la miel se aglutinaba, y
luego recé una pequeña oración.

Apretando la mandíbula, me puse delante de la barra y miré a


Kova. Lo miré fijamente, dejándole ver mi irritación, sin importarme
una mierda si le gustaba o no.

Me señaló.

—¿Esa mirada en tus ojos? Eso es lo que quiero ver. Ese es el


tipo de excavación profunda y de extracción del interior del que
hablaba cuando viniste por primera vez —añadió, encendiendo el
fuego dentro de mí—. ¡Eso es lo que quiero ver! —Por mucho que lo
odiara en ese momento, sabía que tenía razón. Solo intentaba
mostrarme el camino correcto.
Me balanceé en un kip y luego usé mis pies para pararme en la
barra baja, saltando a la barra alta. El polvo de tiza flotaba en el
aire, y cerré los ojos durante un breve segundo y contuve la
respiración. La cantidad de tiza que inhalaba a diario no podía ser
buena para mi salud.

—¡Piernas juntas! —gritó mientras yo hacía un pike kip y pasaba


a una parada de manos. ¡Estaban jodidamente juntas!

Por supuesto, no dije eso.

Un círculo de cadera libre en una parada de manos, respiré


profundamente y me balanceé hacia abajo para hacer un Gienger,
una liberación con una media torsión volando sobre la barra en una
ligera posición de pike, mis piernas dobladas en las caderas por lo
que estaba en una posición de L. Volviendo a la parada de manos,
me columpié de nuevo, esta vez en un cambio ciego a la derecha
antes de pasar a una posición de espalda a horcajadas. Agarré la
barra con más fuerza de lo que normalmente lo hacía por miedo a
caerme, el ardor comenzó a resonar a través de mi piel con toda la
torsión y liberación que ya había hecho. Algo así como cuando te
pones un par de tacones por primera vez y la parte posterior de tus
pies no está acostumbrada a la fricción. Era ese tipo de quemadura.

Las puntas de mis dedos no estaban acostumbradas a sujetar y


deslizarse contra la barra de esta manera. Seguro que al final de
esta ridícula forma de entrenamiento tendría ampollas.

Un salto a la barra alta, a una pirueta de mano. De un Giant a


otra pirueta e invertí mi agarre. Mi Jaeger era el siguiente, y por el
rabillo del ojo, vi que el entrenador se movía para verme. Aunque
era normal que los entrenadores intervinieran, el miedo se apoderó
de mi vientre durante una fracción de segundo porque siempre
había una posibilidad que pasara algo. El corazón se me subió a la
garganta mientras me preparaba mentalmente para el rápido
lanzamiento de la barra. Era ahora o nunca. Y por mucho que me
gustara hacerlo, me aterraba cada vez.

Al soltar la barra, ésta rebotó fuertemente mientras me volteaba


hacia arriba y hacia delante en posición de pike, los músculos de
mis isquiotibiales se tensaron mientras alcanzaba la barra alta.
Este movimiento habría sido más fácil si lo hubiera hecho en
posición de straddle, pero me gustaba el reto de la pike.

Ya sabes, para hacerme la vida más difícil de lo que ya era.

Por lo menos, obtendría un punto extra por la dificultad añadida.

Al bajar, agarré la barra con toda la fuerza posible, las palmas de


las manos empezaron a arder de verdad. La agarré con tanta fuerza
que la tiza se había desgastado y deseé mis agarres, maldiciendo al
mismo tiempo a Kova. Mi piel desnuda rodaba y tiraba contra la
barra, pero aún no se había rasgado. Primero se formaría una
ampolla antes que se desgarrara. El dolor era como el sarpullido
de la carretera, con las manos rozando el asfalto mientras te
deslizabas por el suelo. Todo lo que me quedaba era un par de
sueltas más y luego el dismount. Estaba lista para salir.

Una vez que aterricé, miré al entrenador, sin poder evitar la


sonrisa de satisfacción en mi rostro. En las barras se trataba de
hacer paradas de manos y líneas perfectas, y parecía que las mías
estaban en su punto. Sorprendentemente, la rutina fue realmente
buena. Tuve más control que de costumbre. Hice bien mis
movimientos de liberación y aterricé mi dismount completo, una
doble voltereta completa.

Mi sonrisa se borró cuando el entrenador me miró. Se quedó con


la cara de piedra y sin expresión.

—Creo que funciono mejor sin mis agarres —dije con seguridad,
y me froté las manos para tratar de aliviar el dolor.

Se encogió de hombros, sin impresionarse.

—Veremos cómo te sientes después de hacerlo diez o quince veces


más.

Me quedé atónita en silencio.

Señaló con la cabeza.

—Retrocede. ¿Y Adrianna?

Levanté la vista en medio de cubrir mis manos con más tiza.


—¿Sí?

—Endereza tus rodillas en tu Jaeger. Estaban ligeramente


dobladas cuando alcanzaste la barra. Eso es una deduction. Tienes
que extenderte, alargar el torso y no doblar los brazos. —Se acercó
a mí y presionó mis hombros hacia atrás, y utilizó su mano como
ejemplo para alargar mi torso—. Todo lo que necesitas ya está aquí
dentro. —Se dio un golpecito en la sien—. Demuéstrame que lo
quieres.

Con los labios apretados, asentí. Me había esforzado, y realmente


lo había intentado. Me había dejado la piel para demostrar que era
digna.

—Y apunta los dedos de los pies. Los pies flexionados son feos.

Tengo pies feos. Lo entiendo.

—Tus codos estaban doblados en numerosos lugares, se veía


descuidado. Apriétalos.

Ahí se fue mi confianza. Y yo que pensaba que lo había hecho


bien. Sin embargo, me aguanté y no dije nada. No es que pudiera
hacer o decir mucho más de todos modos.

—¿Te has dado cuenta?

Por supuesto que sí.

—Haz tus paradas de manos con tu molde.

Me tragué las lágrimas que crecían.

—Tienes que mantener esa parada de manos perfectamente recta


antes de balancearte hacia abajo en el overshoot. Tengo algunos
ejercicios que puedes hacer para conseguir esas líneas. Quieres
probar la élite... —murmuró para sí mismo antes de cambiar al
ruso.

Odiaba seriamente la visión del entrenador Kova en este


momento.
Capítulo 13
Con la tiza cubriendo mis muslos y mis manos, realicé mi rutina
más de una docena de veces antes de practicar las habilidades
individualmente.

Pedí mis agarres, pero Kova me los negó. Mis ojos se abrieron
enormemente y se me cayó la mandíbula cuando dijo que no. No
podía creer que no me dejara usarlos. Estaba más que delirante.
Seguro que se daba cuenta que infligir este tipo de tortura a mis
manos las dejaría inservibles mañana.

A no ser que simplemente no le importara y esperara que yo


entrenara igual.

Dios mío, recé para que no lo hiciera.

Me moví hacia mi desmontaje con Kova como punto de apoyo


para darme un poco más de altura.

—Aprieta.

—¡Incorrecto!

—Hazlo de nuevo.

—No, no, no, deja de hacer eso.

—¡Solo hazlo! ¿Qué esperas?

Y cuando estaba realmente excitado, escupía en ruso.

Siempre había algo de lo que quejarse. Kova apenas estaba


satisfecho, pero hoy actuaba como si fuera él quien golpeaba sus
espinillas contra las barras. Estaba bastante segura que por la
mañana habría un puñado de negros y azules floreciendo bajo mi
piel. Toda su atención se había centrado en mí en un momento
dado, perfeccionando cada uno de mis movimientos. Me había
mostrado numerosas formas de corregir mis posiciones, sus manos
se detenían un poco más cada vez, lo que no podía evitar notar.
Hizo que el resto del equipo hiciera el acondicionamiento necesario
con Madeline. Aunque apreciaba su aguda mirada y no cambiaría
nada porque me hacía mejorar, en ese momento lo despreciaba.

Me dolían las manos al cerrar el puño. La piel me ardía y estaba


tensa, y sabía que si seguía practicando era muy probable que lo
siguiente sería sangrar.

Cuando te aferrabas a una barra para salvar la vida, como hice


yo, la piel de las palmas de las manos se agrupaba y creaba una
ampolla o una bolsa de sangre. Por supuesto que no tuve suerte
con solo una ampolla. Y ahora pequeñas burbujas rojas de sangre
estaban listas para estallar en cualquier momento.

Las barras con sangre eran simplemente desagradables.

—Tómate un descanso de cinco minutos y toma un poco de agua.


Vamos a empezar de nuevo.

El entrenador se dio la vuelta para alejarse antes que pudiera


decir algo.

—Realmente está haciendo un numerito contigo. —Hayden


apareció a mi lado.

—Dímelo a mí. Se niega a dejarme usar agarres ya que


aparentemente sostengo la barra de forma incorrecta.

Giré mis manos y Hayden inhaló un fuerte suspiro.

—¿Es todo lo de hoy?

—No, mis muñecas suelen estar bastante golpeadas, pero las


ampollas son nuevas. —Nunca hubo un momento en que un
gimnasta no tuviera algún tipo de palmas ásperas o maltratadas.

—¿Tienes algún Prep. H contigo?

La miré confundida.
—¿Prep. H? ¿Como la cosa para las hemorroides?

—Sí, se supone que ayuda con los desgarros. Ayudará a reducir


la hinchazón y a adormecer el desgarro.

Sonreí tímidamente.

—Nunca he oído hablar de eso.

—Apuesto a que tampoco has oído hablar de usar el Bag Balm.

—No puedo decir que lo haya hecho.

—Se utiliza en las ubres de las vacas, ya que tienden a agrietarse


y partirse a menudo.

Me quedé con la boca abierta. Me imaginé a las pobres vacas con


las abrazaderas metálicas, drogadas con esteroides y hormonas de
crecimiento, obligadas a producir más leche que la natural. Hayden
se rio ante mi expresión.

—Eso es asqueroso.

Conocía todo tipo de tratamientos, como usar gel de vitamina E,


o una tirita. Algunos creían en usar bolsas de té calientes en las
rasgaduras con un calcetín para mantenerlo en su lugar durante la
noche. Un gimnasta haría cualquier cosa para curar un desgarro lo
más rápido posible para no desgarrarse más la piel. Algunos
llegaban incluso a utilizar una piedra pómez para frotar alrededor
del desgarro y eliminar los callos y la piel muerta. Solo pensarlo me
daba escalofríos. Esperaba no llegar a ese punto. Pero la crema para
las hemorroides y el bálsamo de vaca eran nuevos para mí.

—A mi mamá se le ocurrió un truco secreto... No lo comparto con


nadie, pero puedo pasarme por tu casa algún día con él y
enseñártelo si te parece bien. Tengo la sensación que lo vas a
necesitar. Pero tienes que prometerme que no te vas a reír. Ni
decírselo a nadie.

Me encontré con su mirada. No nos conocíamos desde hacía


mucho tiempo, pero estaba dispuesta a correr el riesgo.

—Gracias, Hayden. Prometo no decir nada.


—Se acabó la hora social, chicos. —El tono sarcástico de Kova no
pasó desapercibido. Dio una palmada y dijo—: Vuelvan al trabajo.

Hayden asintió, con los labios aplanados en una fina línea.

—Asegúrate de darme tu número antes de irte.

Volví a los barrotes y mis manos estaban en carne viva, nunca


había sentido tanto dolor en mi vida. Estaban ardiendo, como
llamas ardientes de calor rodando por mis palmas.

El entrenador se volvió implacable, obligándome a seguir


moviéndome sin un segundo para recuperar el aliento o dar un
respiro a mis manos. Siguió gritando órdenes hasta que se le puso
el rostro azul y yo las dominé hasta su nivel imaginario de
perfección. Me dolían los brazos, los músculos estaban tensos y
estaba agotada. Pero al menos había conquistado las habilidades
del día. Estaba pensando seriamente en decir que estaba enferma
mañana.

Pero no podía. No había excusa para faltar a un entrenamiento.


Nunca.

Con otros dos movimientos de liberación y dismount antes que


terminara por la noche, Kova se acercó para vigilarme. Era capaz
de hacerlos sola, pero tener un observador siempre era
reconfortante. Era una confianza incorporada que venía con el
territorio, una que sabía que él nunca rompería. Me atraparía antes
de dejarme caer.

Después que aterrizara con mi doble salto hacia atrás, Kova me


dio una palmadita en el trasero como hacen los entrenadores con
los jugadores de fútbol. Levanté la vista y él me hizo una profunda
inclinación de cabeza. Nos quedamos a centímetros de distancia
con la mirada puesta en el otro, pero no pude captar sus
pensamientos. Diría que estaba satisfecho conmigo, pero no estaba
segura.

El equipo se separó y se preparó para irse. Me despedí de las


chicas y recogí mis cosas del vestuario. La comida era lo único que
tenía en mente y tampoco era una de esas comidas preparadas de
plástico. Estaba hambrienta. Tal vez Alfred me lleve a un
autoservicio de camino a casa por una vez.

Cuando salí del vestuario, cerré la puerta tras de mí y me moví al


estrecho pasillo mientras Kova salía de su oficina. Caminó por el
pasillo con los ojos puestos en mí.

Se me erizó la piel y recorrí su cuerpo con la mirada. Los


pantalones cortos de baloncesto azul marino mostraban la potencia
y la musculatura de sus piernas, y una camiseta gris brezo
aparentemente ajustada se ceñía a su pecho, mostrando sus
pectorales. Era un hombre que se hacía cargo y con el que no se
podía discutir. Cómo alguien podía ser tan increíblemente guapo y
un completo imbécil al mismo tiempo me resultaba imposible.
Apuesto a que él también lo sabía.

Inclinando la cabeza hacia un lado, noté una mirada en su rostro


que no había visto desde que llegué aquí. Satisfacción.

Se detuvo frente a mí y miró hacia abajo.

—Lo has hecho bien hoy, Adrianna. Muy bien. Estás avanzando
muy bien, sorprendentemente. —Dio un trago a su agua
embotellada.

Era casi demasiado bueno para ser verdad. Lo miré a los ojos,
cada vez más oscuros y rodeados de gruesas pestañas, y vi que
hablaba en serio. No estaba segura de cómo manejar su valoración
sin sonreír como una tonta. Me atrapó por sorpresa. Todos los días
deseaba que dijera algo positivo, y ni una sola vez lo había hecho
hasta ahora.

—Gracias, entrenador.

—Nos vemos mañana —dijo antes de continuar su camino por el


pasillo.

—¿Ah, entrenador?

Kova se detuvo, mirando por encima del hombro.

—¿Podré usar mis agarres en el próximo entrenamiento?


—Ni hablar. Sé que no hay manera que hayas aprendido después
de un día cómo sostener la barra correctamente.

Mi mandíbula cayó en incredulidad. Tú. Como si yo fuera un


idiota.

—Pero tengo las manos en carne viva, me duele hasta lavarlas


con jabón. Mañana sangraré y seré completamente inútil.

Kova se giró para mirarme, con sus anchos hombros erguidos y


una mano apretada alrededor de su botella de agua.

—¿Crees que eres la primer gimnasta que muestra desgaste en


sus manos por las barras? Malysh3.

Kova se tensó visiblemente, deteniéndose en seco ante su última


palabra. Como no hablaba ni una palabra en ruso, no tenía ni idea
de lo que había dicho. Pero a juzgar por la mirada alarmada de su
rostro y el aire espeso que había entre nosotros, lo que fuera que
dijera no podía ser bueno.

Moviendo la cabeza hacia un lado, se tronó el cuello.

—No voy a ir a la ligera contigo. Acostúmbrate. Nadie dijo que iba


a ser fácil, solo se hace más difícil de aquí en adelante. Tienes que
aprender a endurecerte y aguantar. ¿Recuerdas lo que dije antes?
Demuéstramelo. Cada vez que pongas un pie en el gimnasio, haz
que cuente. No me importa si te duelen las manos o la espalda o si
estás funcionando con una hora de sueño. Demuéstralo. Los
campeones no se hacen quejándose. Se hacen persiguiendo sin
cesar su sueño a pesar de los obstáculos a los que se enfrentan.
Supera los obstáculos y hazlo.

Me tomé un minuto para dejar que el peso de sus palabras se


asentara. Aunque una persona de afuera podría pensar que
estaban impregnadas de malicia, yo sabía que no lo estaban. Eso
era lo más alejado de la verdad. Sabía que me estaba empujando a
ser mejor. No solo para demostrárselo a él, sino también a mí
misma. Sin duda, Konstantin Kournakova tenía razón al cien por
cien.

3 Malysh. Mi niña en Ruso.


Asintiendo lentamente, lo miré a los ojos y le dije:

—Tienes toda la razón, pero nunca esperé que fueras ligero


conmigo. No era eso lo que quería. No es por eso por lo que he venido
aquí. Quiero el reto. Quiero ser mejor. Es por lo que vierto cada
onza de sangre y sudor en un deporte que me da tan poco a cambio.
La verdad es que nunca he sido desafiada por un entrenador como
lo he sido por ti, así que estoy aprendiendo a adaptarme a eso. —
Levanté las manos y le mostré las ampollas ensangrentadas que
amenazaban con saltar bajo mis palmas—. No volverás a oír una
queja de mí.

Los hombros de Kova se aflojaron y soltó un suspiro. Su mirada


recorrió abiertamente la longitud de mi cuerpo, observando cada
centímetro. La forma en que sus ojos se clavaron en los míos, como
si le complaciera mi respuesta, hizo que mi corazón se acelerara
contra mi pecho con satisfacción.

Recibía más golpes verbales que cualquiera de las chicas del


equipo. La crítica constructiva en su máxima expresión. La única
explicación que se me ocurrió era que estaba frustrado por tener
que quitarle a una atleta experimentada sus viejos hábitos. Siempre
estaba encima de mí por algo que hacía... me reprendía, me gritaba.

—Bien. Eso es lo que quiero oír. —Me dirigió una larga mirada.
Acercándose, me pasó suavemente el pulgar por la mejilla—. Tiza
—dijo en un tono más suave, y se alejó.

No podía explicar por qué, pero mi instinto me decía que había


algo más de lo que parecía con él, siempre confiaba en mi instinto.
Y el hecho que me llamara lo que fuera en ruso, y el discurso que
siguió, lo cimentaron.

Dicho esto, estaba loco si creía que iba a pasar otro día sin usar
mis agarres.
Capítulo 14
Al entrar en World Cup esta mañana, me sentía fresca y
preparada para el entrenamiento.

Al dejar caer mi bolsa de lona al suelo, la tela de la correa rozó


mis palmas doloridas y aspiré un suspiro de dolor. Mirando hacia
abajo, mis manos estaban hechas añicos, la piel tirante, dolorida
por el trabajo en las barras. Al presionar una de las ampollas de
sangre con el pulgar, observé cómo el líquido se desplazaba bajo la
piel con una fascinación morbosa.

Haciendo una mueca, sacudí la cabeza y me quité los pantalones


y el top, metiéndolos en la bolsa junto con los zapatos deportivos.
Hoy me puse un sujetador deportivo azul claro desteñido y unos
minishorts negros en lugar del leotardo. No era lo que solía llevar,
pero había visto a las otras chicas hacerlo y decidí usarlo. Me recogí
el cabello en un moño desordenado, coloqué mis cosas en mi
casillero y me dirigí a la sala de terapia.

Por supuesto, Kova ya estaba allí. Estaba de espaldas a mí y me


tomé el tiempo de estudiarlo durante un largo momento antes de
darme a conocer. Había muchas cosas que tenía curiosidad por
saber sobre él. Por ejemplo, cómo se inició en la gimnasia, qué lo
impulsó a practicar este deporte. Cuánto tiempo había sido
gimnasta, cómo acabó en Estados Unidos. Cómo se hicieron amigos
él y mi padre. Estaba extrañamente intrigada por él. Intenté
imaginarme cómo sería compitiendo en las Olimpiadas. Brazos
grandes y musculosos. Hombros anchos y una cintura ajustada.
Manos sobrecargadas y nalgas apretadas. La concentración
saliendo de sus ojos. Para los gimnastas masculinos, su
entrenamiento consistía sobre todo en ejercicios de musculación, a
diferencia del nuestro. No podían hacerse demasiado grandes y
corpulentos, la fuerza y el equilibrio iban de la mano para ellos. Los
anillos se utilizaban comúnmente para el trabajo de brazos rectos.
Mantenían la posición Iron Cross con pesas clavadas en los pies o
en la cintura. Esto construía una mitad superior increíblemente
grande y ajustada. Por no hablar de los altos niveles de fuerza.
Estoy segura que no podría mantener la posición de la T, incluso
sin las pesas colgando de mí.

Kova ya no estaba tan musculoso como antes, pero seguía siendo


bastante corpulento. Sinuoso era la forma perfecta de describir su
cuerpo. Definitivamente era fácil de ver. Los músculos de sus
antebrazos ondulaban con fuerza, y si se observaba con atención,
como yo estaba haciendo en este momento, se veía su espalda
flexionada bajo la camisa blanca, junto con dos montículos
redondos de acero que se movían con cada paso que daba. Podría
mirarlo todo el día.

—Ah, Adrianna, estás aquí —dijo agradablemente, sacándome de


mi aturdimiento. Entré en la habitación, el frío de las baldosas
atravesó mis pies descalzos y me estremecí.

—Estoy aquí. —Me acerqué—. ¿Qué hay en el programa de hoy?

Kova se volvió hacia mí.

—Trabajaremos la respiración adecuada y más de los mismos


estiramientos que hicimos la última vez. —Hizo un gesto hacia la
gran colchoneta azul cuadrada que había en el suelo—. Acuéstate
de espaldas, con las piernas estiradas y juntas.

Me acerqué y me puse en posición mientras Kova me seguía de


cerca. Se arrodilló a mi lado izquierdo y me miró. Extendió la mano
y la colocó sobre mi estómago, justo debajo de las costillas.

—Junto con la manipulación del cerebro, como la llamaste con


tanto cariño durante nuestra última sesión, tienes que respirar
correctamente, o todo este trabajo extra será un completo
desperdicio. Funciona como un rompecabezas. Una pieza
incorrecta y nada se conectará como debería. Una respiración
adecuada te permite controlar la espalda y el tronco. Tendrás más
resistencia y no te cansarás tan rápido. —Se dio unos golpecitos en
la sien—. Todo es un juego mental de tira y afloja. Necesitas más
respiración abdominal, más uso del diafragma. Eso también
reducirá tus posibilidades de sufrir una lesión en la columna
vertebral. Recuerda, nada de jadear como la última vez. Ahora,
respira profundamente.

Asentí e inhalé. Me apretó los costados.

—No, incorrecto. ¿Ves cómo se te ha ido el estómago hacia la


cabeza y se te ha levantado el pecho? No queremos eso. Queremos
que tus costillas se expandan y tus hombros se relajen, no en tu
cuello. Hazlo de nuevo.

Lo hice de nuevo.

—No, mantén tus caderas abajo —ordenó, y colocó su otra mano


plana en mi pelvis—. Otra vez.

Me concentré en sus palabras mientras Kova se concentraba en


mi estómago. Sus cejas se fruncieron. Respirar no debería ser tan
complicado.

Sus manos se mantuvieron en su sitio y me presionaron.

—Bien. Perfecto —dijo—. Hagamos una serie de diez.

Quise preguntarle a Kova cómo sabía respirar así, quién le había


enseñado, pero lo pensé mejor y decidí esperar hasta que el
estiramiento llegara. De todos modos, no creí que le gustara que
hablara mientras aprendía a respirar correctamente. Así que, en
lugar de eso, me concentré en su mano apoyada en mi bajo vientre.
Me maravilló el calor que me producía la sensación de las puntas
de los dedos en mi piel.

—Hermoso —dijo suavemente—. Sí, justo así. —Me miró a los


ojos, casi como si intentara hacerme creer sus palabras—. Se trata
de entrenarse y recordarlo. Hacerlo mil veces hasta que se te quede
grabado. Como la memoria muscular. Piénsalo así... cuando
flexionas los abdominales y respiras al mismo tiempo, estás
utilizando el diafragma. Es lo que te da un núcleo fuerte, que es
clave en muchos aspectos de la gimnasia. Lo último que quieres es
esforzarte demasiado.

Pasaron unos veinte minutos de instrucción sobre la respiración,


cuando dije:
—No sabía lo importante que era esto. Cómo puede perjudicarme
en este deporte. Es muy interesante.

Chasqueó la lengua en un lado de la mejilla y guiñó un ojo.

—Quédate conmigo.

Kova se levantó y extendió la mano. La tomé y me ayudó a


levantarme. Mi vientre se agitó en respuesta y desvié la mirada.
Señaló la mesa de exploración y dijo:

—Túmbate de espaldas.

Hice lo que me ordenó, me llevé la rodilla al pecho y me estremecí,


sintiendo al principio una ligera tirantez en las caderas.

—Ahora, cuando hagas estas técnicas de estiramiento, recuerda


respirar bien. Todo va de la mano, Adrianna.

Kova me puso una mano en la pierna y la otra en la cadera para


estabilizarme, presionando la rodilla más hacia el pecho. Gruñí.

—Todo lo que tienes que hacer es mantener esta posición, junto


con las otras, durante veinte o treinta segundos cada vez que te
estires. Te prometo que marcará la diferencia.

—¿Kova? ¿Cómo has aprendido todo esto? —pregunté.

Me miró como si fuera de sentido común.

—La mayor parte lo aprendí de mi entrenador en Rusia. Era un


hombre extraordinario y me enseñó bien. También tomé clases
sobre el tema para ampliar mis conocimientos. Quería tener ventaja
en lo que respecta al entrenamiento, y al aplicar ambos métodos,
siento que tengo ese plus que la mayoría de los entrenadores no
tienen.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Era arrogante y eso


me gustaba. Me gustaba que quisiera estar un paso por encima de
los demás entrenadores. Era lo que los diferenciaba. Nos
cambiamos a mi otra pierna en la habitación silenciosa. El calor de
la mano de Kova danzó por mi pelvis y mi vientre se hundió en
respuesta cuando se aferró a mi pierna.
—¿Siempre quisiste ir a las Olimpiadas? —pregunté con
curiosidad.

Se encogió de hombros con indiferencia.

—Esa es una pregunta difícil. La gimnasia fue para mí un escape


de la vida en la que nací. —Una sombra se formó en sus ojos, pero
desapareció rápidamente antes que pudiera preguntar a qué se
refería—. Esperaba con impaciencia los entrenamientos cada día,
pero nunca lo vi como algo más que un pasatiempo que pronto
llegaría a su fin. Mi amor por este deporte era más profundo que el
de mis compañeros de equipo, eso es seguro. Siempre intentaba
hacer más cosas y nunca dejaba de lado la preparación física. Me
presentaba temprano y no jugaba. Tenía una gran dedicación. Mi
entrenador vio algo en mí y habló con mi madre. Diseñó un plan,
muy parecido al que Madeline y yo hicimos para ti, y nos ceñimos
a él. —Respiró hondo y me inclinó la pierna hacia el otro lado—. No
fue hasta que cambiamos mi entrenamiento y tuve un nuevo
objetivo, cuando me di cuenta de lo mucho que significaba la
gimnasia para mí, de la seguridad que me aportaba cada agotador
día. Por eso me metí directamente a entrenador.

Algo se movió dentro de mí y mi corazón se contrajo. Sus dedos


se clavaron en mi piel mientras se concentraba en lo que estaba
haciendo. Sentí sus palabras, sentí que su amor por el deporte
filtraba el aire que nos rodeaba. Hablaba con el corazón. Era
abrumadoramente obvio y lo disfruté. No tenía amigos que sintieran
lo mismo por el deporte como yo, para ellos era solo diversión y
juegos. Pero ver el cambio de color de los ojos de Kova y escuchar
sus sinceras palabras me tocó realmente una fibra sensible. La
gimnasia no era solo un trabajo para él, era su salvación. Su
salvación. Y lo respetaba mucho por eso. Quería saber más, cómo
le aportaba seguridad. De repente me interesé mucho por mi
entrenador.

—En cierto modo, suenas como yo.

Sus cejas se fruncieron mientras me colocaba en otra posición.


Me estremecí cuando sentí el tirón de mis caderas y el calor de mis
isquiotibiales al estirarse.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.


—Al igual que tú, yo utilizaba la gimnasia como un escape de mi
vida, de mi familia. No tengo una vida dura, y soy consciente de lo
afortunada que soy, pero la gente no ve lo que pasa detrás de las
puertas cerradas que nos forman. Puede parecer terrible que diga
esto, pero no admiro a mi mamá como modelo a seguir. A mi papá,
un poco por su empuje, pero a mi mamá no. Quiere que me parezca
mucho a ella, pero es todo lo que no aspiro a ser. No quiero ser otra
cosa que yo. Soy una gimnasta con ganas de pasar al siguiente
nivel. Así que decidí que la única manera de conseguirlo era dedicar
cada minuto que pudiera a este deporte. Cuando pienso en la
gimnasia, tengo tranquilidad. Me veo a mí misma, y creo que eso es
lo más importante como persona. Ser quien quieres, no como los
demás quieren que seas. Así fue como decidí que quería llegar hasta
el final. —Hice una pausa ante la mirada tensa de sus ojos—. Siento
haber divagado.

Los ojos de Kova se tensaron en las esquinas y su frente se


arrugó. Disminuyó la presión sobre mis piernas, pero sus manos
permanecieron en su sitio. Exhalé ligeramente. Su voz bajó de tono,
pero la sinceridad de sus ojos se manifestó con fuerza cuando dijo:

—Incluso a una edad temprana, tomar el camino que me


ofrecieron fue finalmente una elección que mi mamá dejó en mis
manos. No me presionó, pero viniendo de alguien que ha recorrido
ese camino, escúchame cuando digo que no es nada fácil. Es
extremadamente duro. Fue mucho más de lo que esperaba.
Adrianna, creo que no tienes ni idea de lo que supone entrenar para
los Juegos Olímpicos, ni de lo que tienes que renunciar. Me perdí
los bailes del colegio, las fiestas, salir con los amigos, todo lo que se
supone que hace un joven y del que guarda un recuerdo. Me perdí
mis años de adolescencia. Quizá tu madre no quiera que te pierdas
eso. Sí, fue mi elección, y no cambiaría nada, pero realmente tienes
que decidir si es algo que quieres.

No dudé.

—Lo quiero más que nada.

—¿Pero por qué? —preguntó con curiosidad—. ¿Cuál es la fuerza


motriz?
—¿No es obvio? Acabo de decirte que amo la gimnasia y lo que
significa para mí.

Se burló y me molestó.

—A mucha gente le encanta este deporte, lo que no significa que


lo deje todo y haga una carrera de ello. Son muy pocos los que llegan
tan lejos. Se puede competir en la universidad y seguir teniendo
una vida. Los gimnastas universitarios solo pueden practicar la
mitad de horas que tú.

Mis cejas se fruncieron y mi corazón comenzó a acelerarse. No


me gustaba la dirección que estaba tomando esta conversación.

—Siento que estás en mi contra.

Kova se echó hacia atrás, con la nariz dilatada.

—No estoy en tu contra, solo quiero que seas consciente de lo que


se requiere de ti. Lo que puedes perder. Te estoy diciendo cuáles
son tus otras opciones.

—No voy a perder nada, Kova, voy a ganar. No necesito bailes ni


fiestas, necesito estar en el gimnasio. Si no me lanzo por mi sueño,
viviré con remordimientos, con preguntas del tipo “qué pasaría si”
que me atormentarán el resto de mi vida. Tengo que intentarlo y ver
si puedo hacerlo. Tengo todos los medios para triunfar a mi alcance
para lograr lo que quiero. —Mi voz se elevó y me acaloré. Me senté
y eché los hombros hacia atrás, su palma se apoyó en lo alto de mi
muslo—. No sé en qué clase de vida has nacido, pero otros matarían
por la mía. Voy a utilizarlo en mi beneficio —dije con firmeza—.
Quiero esto. Quiero ser de élite. Quiero llegar a la selección nacional
y, algún día, ir a los Juegos Olímpicos. Pensé que al venir aquí y
contarte mis aspiraciones lo entenderías.

La postura de Kova se puso rígida, sus dedos se clavaron en mi


piel.

Estaba presionando sus botones.


Capítulo 15
—Lo entiendo más que cualquier entrenador de aquí —replicó.

—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿No es esto lo que todo


entrenador quiere oír?

Nos enfrentamos en una batalla de voluntades, ambos decididos


a hacer entender al otro. La cosa era que yo era terca y testaruda.
No había forma que me echara atrás. Por otra parte, no creo que él
lo haga tampoco.

Puse mi mano en su antebrazo, esperando que entendiera lo


fuerte que me sentía al respecto. Se flexionó bajo mi contacto y su
agarre se tensó, pero sus ojos no vacilaron y no se apartó. Su palma
me calentó la piel y mis mejillas se sonrojaron por la reacción.

—O estás conmigo o estás en mi contra, Kova —casi supliqué, a


escasos centímetros de su rostro.

El silencio se hizo más denso entre nosotros. La mandíbula de


Kova se flexionó y me miró directamente.

—Voy a ser completamente sincero, ninguna otra gimnasta a la


que haya entrenado lo ha deseado tanto como tú. Es raro. No tienes
idea de lo refrescante que es escuchar esto. —Suspiró con fuerza,
sus ojos verdes ardían con un nuevo deseo, y me gustó. Estar tan
cerca de él y tener esta conversación hizo que mi corazón palpitara
contra mis costillas—. Si esto es lo que quieres, lo que realmente
deseas, haré todo lo posible para ayudarte a conseguirlo. Pero
tienes que tener claro que existe la posibilidad que no llegues hasta
el final. Habrá muchos obstáculos en tu camino que podrían llegar
a detenerte en lugar de encontrar la manera de superarlos. ¿Estás
preparada para eso?
Absorbí sus palabras en lo más profundo de mi alma y asimilé la
compasión de sus ojos. Mi pulso se aceleró. Una pequeña sonrisa
inclinó mis labios, una que tuve que abstenerme de abrir en mi
rostro.

—¿Lo dices en serio?

Asintió lentamente. El lado de su boca se levantó en señal de


desafío.

—Si eso es lo que quieres, pero no hay vuelta atrás una vez que
lo decidas. No es justo para mí, ni para ti.

—Este es mi sueño, y te lo voy a probar. Te lo demostraré. Las


acciones hablan más fuerte que las palabras.

Se quedó en silencio por un momento, luego vi un destello de


hambre entrar en sus ojos. Me encantó.

—Voy a hacer que lo cumplas.

—Espero que lo hagas. —Levanté una ceja—. No estaría en tu


naturaleza no hacerlo.

La habitación se calmó cuando Kova inclinó la cabeza hacia un


lado. Unos ojos pensativos me miraron fijamente, y me sentí caer
en un pozo sin fondo. Tenía toda mi atención, no podía apartar la
mirada. Me estaba absorbiendo, alimentándose de mi emoción. Y la
verdad es que no quería mirar hacia otro lado que no fuera el suyo.
Quería que viera que no estaba bromeando sobre mi futuro.

—No eres lo que esperaba que fueras.

Eso me hizo sonreír y me volví a recostar en la mesa.

—Bien... Exactamente lo que quería. —Me quedé callada y luego


pregunté—: ¿Qué esperabas?

—No a alguien tan decidida como tú, eso es seguro. Eres de mente
fuerte.

Una pequeña risa salió de mis labios.

—Lo tomaré como un cumplido.


Kova se pasó la lengua por el labio inferior y yo seguí el
movimiento. Algo hizo clic entre nosotros, un entendimiento con el
que solo alguien tan ambicioso como nosotros podría identificarse.
Estaba ahí. Lo sentí, y la mirada con la que me penetraron sus ojos
esmeralda me dijo que él también lo sentía. No me había dado
cuenta, y creo que él tampoco, pero en algún momento de nuestra
conversación, Kova había dejado de estirarme. Una mano estaba
ahora medio en mi cintura, medio en la mesa. Su otra mano se
posaba en la parte posterior de mi pierna, casi agarrando el borde
de mi culo. No recordaba que las moviera, pero me gustaba. Las
puntas de sus dedos presionaron la parte interior de mi muslo y
provocaron una oleada de calor que me abrasó. Estaban
peligrosamente cerca de mi sexo y tragué saliva mientras un latido
resonaba en mi interior.

Inspiré profundamente, como me enseñó Kova. Un pequeño


movimiento y me tocaría donde nadie me había tocado antes. No
sabía qué era peor, si el deseo de sentir sus dedos allí o el hecho
que la acción no me resultara repulsiva.

Separé ligeramente la pierna y miré en dirección a su mano. Kova


siguió mi mirada y se apartó rápidamente, cerrando los ojos.

Se aclaró la garganta.

—Muy bien. ¿Dónde estábamos? —se dijo más a sí mismo que a


mí. Me guio hasta el estómago y me puso en posición. Me puso una
mano plana en el tendón de la corva, pinchando el músculo para
ver si estaba tenso y me agarró la rodilla, tirando de ella hacia atrás.

—Ah, no tan fuerte como la última vez, por lo que veo —dijo—.
Esto es bueno.

Observé sus movimientos desde un lado, con la mejilla derecha


pegada a la colchoneta. Se produjo una tensión en mi pelvis y un
pequeño gruñido se me escapó de la garganta. Me agarré al borde
de la mesa. Kova me miró cuando hice una mueca de dolor y lanzó
una mirada comprensiva para que respirara. Me dio dos golpecitos
en un lado del culo con el dorso de los nudillos, y yo exhalé
lentamente, luego tomé aire con el estómago. Asintió en señal de
aprobación.
—Sabes, yo era una cosa escuálida cuando empecé a hacer
gimnasia. Apenas podía sostener la barra durante más de un par
de segundos.

Mis ojos se abrieron juguetonamente y me mordí el labio. Miré


sus fuertes brazos.

—Me estás tomando el pelo.

Negó con la cabeza.

—Ojalá lo hiciera. —Luego pasó a contar una historia sobre


cuando empezó a hacer gimnasia y eso aligeró la sesión privada,
dejándome con una leve sonrisa y un corazón floreciente, queriendo
saber todo lo que pudiera sobre mi entrenador.

Después de un día completo de entrenamiento, estaba agotada,


y las ampollas en las palmas de las manos estaban empeorando
progresivamente.

Kova no fue más fácil para mí hoy, si acaso, desde que aceptó
ayudarme con mi objetivo, su factor imbécil aumentó. Las ampollas
estaban sensibles al tacto y llenas de líquido que necesitaba drenar.
Intenté no hurgar en ellas para poder tratarlas adecuadamente en
casa, pero algo tenía que ceder. Me ardían las manos y me
palpitaban por la irritación.

Por mucho que quisiera que Hayden me ayudara a curar mis


inminentes desgarros, no quería que se desviara y que se quedara
despierto más tarde de lo habitual. Eran casi las diez de la noche,
e imaginé que estaba tan cansado como yo.
Antes que pudiera darle más vueltas, sonó el timbre de mi puerta.
Me levanté rápidamente del sofá y me asomé por la mirilla.

Tras abrir la cerradura, abrí la puerta y vi a Hayden de pie al otro


lado, con pantalones de chándal grises y sudadera con capucha, y
una bolsa de farmacia colgando de su mano.

—Hola, pasa.

Con unos dientes perfectamente blancos y rectos, Hayden sonrió


y entró.

—¿Seguro que no es demasiado tarde para ti? Me siento un poco


mal.

Decidí que la iluminación de mi cocina sería lo mejor para que


me examinara las manos. Con el diseño de planta abierta del
condominio, estaba en paralelo a la sala de estar, y el camino a los
dos dormitorios estaba a la vista. La nariz de Hayden se arrugó al
contemplar la vista, con una sonrisa en la cara.

—Son como las 9.

Eché un vistazo al reloj.

—Son las 10:15... y sé que tienes que levantarte temprano.

Dejó caer la bolsa de plástico sobre la encimera.

—Soy un chico grande, creo que puedo manejarlo. Pero ya que


estás tan preocupada por mi hora de dormir —se rio
juguetonamente— veamos qué tienes aquí para que pueda llegar a
casa para mi sueño reparador. Enséñame las manos.

Me levanté de un salto y planté el culo en la fría encimera de


granito, haciendo que se me pusiera la piel de gallina por el
contacto. Llevaba una camiseta blanca holgada y unos pantalones
cortos de jeans recortados. Extendí las manos para que las viera,
las coloqué boca arriba sobre mis muslos y esperé mientras Hayden
se bajaba la cremallera de la sudadera con capucha, sin dejar ver
nada debajo, excepto unos pantalones de chándal extremadamente
bajo.
Mi mandíbula se aflojó y mis ojos se abrieron ampliamente.
Hayden colgó su sudadera sobre el respaldo de una de las sillas alta
que utilizaba para desayunar y empezó a rebuscar en su bolsa.
Tragué saliva al verle tan cerca, queriendo alargar la mano y
recorrer su sólido pecho con los dedos. Cada centímetro de su
cuerpo estaba afilado a la perfección, cada músculo rasgado,
curvado y hundido.

No era la primera vez que veía a Hayden sin camiseta, pero


tampoco era algo a lo que prestara atención en el gimnasio muy a
menudo. Era solo un tipo que hacía el mismo deporte que yo
amaba. De hecho, rara vez me fijaba en él. Tenía la tendencia a
tener una visión de túnel, y últimamente, no había sido más que
Kova y la gimnasia, dejando de lado todo lo demás a mi alrededor.

Pero tal vez debería haberme fijado, porque su cuerpo era una
obra de arte.

—Ah, ¿siempre sales vestido así? —pregunté con voz ronca.

Hayden hizo una pausa y bajó la vista a su cuerpo antes de


encontrarse con mi mirada. Se aclaró la garganta y dijo:

—No me había dado cuenta. Venía del entrenamiento y no me


apetecía ponerme una camiseta porque tenía calor y estaba
pegajoso. Puedo ponerme la sudadera...

—¡No! —grité, parpadeando rápidamente—. Está bien, solo que


no me lo esperaba...

Una media sonrisa tiró de un lado de su boca.

—Me ves así todos los días.

Me encogí de hombros, tratando de evitar su mirada pícara.

—Supongo que nunca me había dado cuenta. —Tenía razón. Lo


veía así todo el tiempo, solo que nunca aislado como estábamos en
mi condominio. O tan cerca...

—Supongo que nunca te habías dado cuenta —dijo con tono


inexpresivo.
Intenté no sonreír aplanando los labios, pero mis mejillas me
delataron. Estaban ardiendo.

—¡Qué! ¿Qué quieres que te diga?

Sonrió y mi mirada se desvió hacia su cabello. Era calcáreo y


desordenado, y tuve el repentino deseo de saber cómo se sentía
contra mi piel. Sentir su suavidad.

Sacudí la cabeza, borrando los pensamientos.

—Está bien —dijo, deteniéndose para mirarme a los ojos—.


¿Prometes no reírte?

—Lo prometo.

—Mi mamá es enfermera de parto. Cuando mis desgarros se


estaban poniendo mal y nada funcionaba —dijo, revolviendo en la
bolsa y sacando una caja púrpura pero manteniéndola fuera de la
vista— vino a casa con estas cosas.

—¿Qué es?

Hayden abrió la palma de su mano y me mostró lo que había en


ella.

—Es, ah, ungüento —dijo tímidamente.

—Déjame ver —dije, tomando la caja púrpura. Al darle la vuelta,


lo leí en voz alta—: Lanolina. Alivia y protege las grietas... —Me
quedé sin palabras—. ¿Pezones? —Los pezones sonaron con fuerza
y lo miré, desconcertada.

Un tono rosado llenó sus mejillas y no pude evitar una sonrisa.

—Sí, es crema para pezones. Mi mamá dice que las madres que
amamantan lo usan en sus tetas para, ah —Evitó mi mirada—
ayudar con las grietas y el sangrado.

—¿Sangrado? —Un ceño fruncido se formó en mi rostro—.


¿Sangrado en los pezones? ¿Y agrietados? —Me dolían los pezones
al pensarlo.
—Sí, bueno, funciona. Hazme caso. Al menos no he traído crema
para pezones para las vacas.

—¿Quieres decir que usas crema para pezones? Hayden Moore


usa crema para pezones en sus manos.

Me esforcé por contenerme, pero se me escapó un ataque de risa


histérica por la situación.

—¡Dios mío! ¿Llevas esto a los entrenamientos? ¿Lo compartes


con tus compañeros de equipo? ¿Lo compras tú o lo compra tu
mamá?

Hayden no parecía impresionado por mis preguntas, ni por el


hecho que no pudiera dejar de reír. Se inclinó, acercándose a mi
rostro, y colocó sus manos en el mostrador a cada lado de mis
piernas, poniendo su cuerpo directamente entre mis muslos.
Levantó una ceja y esperó a que me calmara. Intenté dejar de
humillarlo juntando los labios, pero volví a estallar en cuanto lo
miré a la cara.

—¡Lo siento! No sé por qué me hace tanta gracia, ¡solo lo hace! —


Mi cabeza rodó hacia atrás, las lágrimas cubrieron mis ojos al
imaginar a Hayden comprando crema para pezones y tratando de
ocultarlo. Apretó una mano contra mi muslo desnudo en un
esfuerzo por ganar mi atención.

—Ríete. Al final de la semana me estarás besando los pies y


dándome las gracias.

Hice una mueca. Odiaba los pies. De ninguna manera ocurriría


eso, por muy agradecida que estuviera.

—¿Hecho? —preguntó, tratando de ocultar su sonrisa de


satisfacción. Apreté los labios y asentí apresuradamente. Era la
única manera de no reír.

El pulgar de Hayden rozó mi piel en círculos y fue entonces


cuando me di cuenta que no había movido su mano de mi muslo.

Nuestras miradas se hicieron más profundas.


Mi respiración se ralentizó cuando su cabeza se inclinó
ligeramente hacia un lado para mirarme. No me había dado cuenta
antes, pero de cerca Hayden tenía los ojos azul cobalto más
impresionantes.

Oscuros y escurridizos, con sombras de color gris pizarra


escondidas entre ellos, me estaba atrayendo hacia él y ni siquiera
lo sabía.
Capítulo 16
Mi respiración se hizo más profunda.

Hayden se incorporó a su altura, acercándose a mis piernas para


que su cintura quedara pegada a la encimera. Separé los labios y
se me escapó un suspiro cuando me miró fijamente a los ojos. Su
mano me acarició la mejilla con cuidado y sus dedos mantuvieron
mi mandíbula firme. Tragué saliva cuando sus ojos se dirigieron a
mi boca y su cabeza bajó a escasos centímetros de acortar la
distancia.

—Eres tan bonita cuando te ríes, Aid —susurró, con su nariz


rozando la mía. Se me puso la piel de gallina—. Se te ilumina toda
la cara —añadió, esta vez contra mis labios, mientras su mano se
deslizaba por la parte posterior de mi cabello, acariciando mi
cabeza—. Puedes burlarte de mí todo lo que quieras si te hace reír
como acabas de hacerlo.

Acortó la corta distancia y apretó sus labios contra los míos,


suaves y delicados. Mi corazón latía con fuerza, sin saber qué
pensar de este momento.

Con ternura, atrajo mi labio inferior hacia su boca y lo


mordisqueó. Cedí con solo una ligera vacilación. Me invadió un
calor latente cuando su cálida lengua se deslizó dentro y se
encontró con la mía.

Gemí, disfrutando del beso de Hayden. Era completamente


inesperado y no estaba segura qué pensar. No es que pudiera o
quisiera hacerlo. Inclinándome hacia él, apreté mi pecho contra el
suyo, mi espalda se arqueó y mis manos subieron a sus firmes
hombros antes de deslizarse por su cabello blanquecino. Incluso
con la tela de mi camisa entre nosotros, el calor de su piel desnuda
contra la mía era celestial.
Hayden profundizó el beso mientras yo tiraba de su cabello y mis
muslos apretaban sus caderas, sintiendo cómo el placer recorría mi
cuerpo. Nuestras bocas se imitaron, nuestras lenguas bailaron
perfectamente mientras un dulce éxtasis nos golpeaba a ambos.

Hayden besaba muy bien.

Y tenía una buena idea que lo sabía cuando me acercó. Tomó el


control y marcó el ritmo, y yo se lo permití. No había espacio entre
nosotros, mis piernas rodeaban su espalda y mis talones se
apretaban contra él, queriendo sentirlo más cerca de mí.

La boca de Hayden se volvió agresiva. El placer fluyó por mi


cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies. Un fuego de
calidez crecía constantemente entre nosotros y ambos lo
aprovechábamos. Había besado a un par de chicos antes, pero el
beso de Hayden pertenecía a otra liga.

Mis manos pasaron del cabello a su cuello y a sus firmes


pectorales, rozando su piel color miel. Exudaba fuerza bajo mi
contacto, y quería sentir cada centímetro de su cuerpo. Al llegar a
sus caderas, la parte posterior de mis nudillos bailó sobre la V que
se hundía en su chándal. Su estómago se movió y me apretó un
poco más. Me desplacé hasta su espalda y le toqué el culo redondo.
Esta vez le tocó a él gemir en mi boca, y me gustó el sonido. Le di
un pequeño apretón en el culo y se tensó.

—Hayden —susurré contra sus labios, pero no procesó mis


palabras. Sus manos no dejaron de acariciar y amasar mi cintura,
mi espalda o mis muslos. Estaba en todas partes.

—Ayuda —murmuró en mis labios, palmeando mis mejillas.

—¿Hmm?

—Quiero sentirte en todo mi cuerpo. —Entonces pegó su boca a


la mía. Sus manos recorrieron mi cuerpo, como si no pudiera
tocarme lo suficientemente rápido. Mis bragas se humedecieron
ante su contacto. Hayden llevó mi mano a la parte delantera de su
pantalón para que se posara sobre su dureza. Contuve una mueca,
las palmas de las manos palpitaban por mis desgarros, pero me
aguanté porque la curiosidad me superaba. El deseo de meter la
mano en sus pantalones era fuerte. No era una mojigata, pero
tampoco tenía mucha experiencia. Había tenido un novio en casa
con el que había tonteado, pero nada serio. Cuando se dio cuenta
que la gimnasia era más importante para mí que tener sexo con él,
me dejó como un mal hábito. A mí me pareció bien.

Mi pecho subía y bajaba, mi respiración se hacía más profunda


al contemplar mi mano explorándolo.

El calor de su aliento me hacía cosquillas en la mejilla.

—¿En qué estás pensando? —preguntó bruscamente.

Tuve la sensación que su mirada imitaba la mía. Pesados y


brillantes, ahogados en el intenso aire que nos envolvía.

Incapaz de encontrar las palabras adecuadas, se lo mostré. Mis


uñas rozaron el borde de su pantalón de chándal bajo, muy
lentamente. Hayden respiró entrecortadamente y sus manos se
apretaron en mi nuca, con la cabeza inclinada hacia atrás. Su
mandíbula se flexionó cuando las puntas de mis dedos se metieron
y rozaron su vello púbico. Tragué con fuerza.

—Creo que deberíamos parar —dijo guturalmente.

Hice una pausa, la inseguridad me consumía.

—Oh, bien. ¿Estoy haciendo algo mal? —Quizá ésta era otra de
las razones por las que mi ex novio me dejó.

—No —murmuró—. No estás haciendo nada malo, se siente bien,


pero si sigues tocándome como...

Se interrumpió, agarrando mi muñeca con fuerza. Mis dedos


estaban a punto de deslizarse más profundamente cuando los
detuvo.

—Adrianna. ¿Sabes lo bien que se siente esto?

—No —respondí en voz baja cuando soltó mi muñeca.

Levantó una ceja y colocó su mano en mi cadera.

—¿Has tenido alguna vez un novio?


—Sí.

Su otra mano se quedó en mi cabello.

—¿Y?

—No hicimos mucho, solo jugamos.

—Eres virgen —afirmó más que preguntó. Asentí, inhalando—.


No creo que esto sea una buena idea —dijo.

Justo cuando pensé que estaba a punto de alejarse, Hayden se


lanzó por otro beso, reclamando mi boca. Para mí, esa fue la luz
verde para sumergirme en él.

Hayden sostuvo mi rostro entre sus manos mientras devoraba mi


beso, mis manos se deslizaron alrededor de sus caderas. Sus manos
se desplazaron rápidamente a mi pecho y solté un pequeño suspiro.
Se me apretó el estómago y el corazón se me subió a la garganta al
pensar en lo que él... nosotros... haríamos a continuación. Sus
dedos recorrieron mis pechos, y las puntas de mis dedos se
hundieron en la cintura de sus pantalones y los bajaron un poco
para que pudiera sentir lo bajo que era la V.

Rompió el beso y dio un paso atrás.

—No, no más —jadeó. Tenía los labios hinchados y la respiración


agitada cuando se apartó—. No sé en qué estaba pensando. Esto es
un gran no para nuestro gimnasio. Si algún entrenador se enterara,
podríamos meternos en un montón de problemas. No necesitamos
eso.

Abrumada por la lujuria, no me tomé un momento para


detenerme a pensar en cómo esto podría afectarnos más adelante.
Mirando al suelo, me disculpé.

—Oye, no hay nada que disculpar, ¿está bien? Me gustó besarte


y, en otras circunstancias, quizá nos habríamos besado más
tiempo, pero tenemos cosas más importantes en las que centrarnos.
—Se pasó una mano por el cabello y exhaló una bocanada de aire—
. Vamos a arreglarte esas manos.

Al girar las manos, me reí con remordimiento por las ampollas.


—Sabes, olvidé que me dolían las manos. Me quitaste el dolor por
un rato.

Los hoyuelos de sus mejillas aparecieron y sus ojos brillaron. Mi


estómago se llenó de mariposas y mi corazón palpitó con fuerza en
mi pecho.

Hayden era tan condenadamente guapo.

Abriendo el paquete, sacó la pomada y la destapó. Apretó una


pequeña cantidad en sus dedos.

—Voy a aplicarte esto en las muñecas ahora mismo. Antes de


acostarte, tendrás que aplicarte una cantidad generosa en las
palmas de las manos y ponerte calcetines. De lo contrario, acabará
en todas partes.

Hayden me agarró la muñeca y me dio la vuelta a la mano.

—Por suerte no tienes desgarros en las muñecas debido a los


agarres y la cinta adhesiva, así que esto te ayudará a curarlas bien.

Comenzó a aplicar el bálsamo, frotándolo en mi piel y


asegurándose que se absorbiera.

—Sabes que vamos a tener que quitarlas, ¿verdad?

Gemí.

—¿Tenemos que hacerlo?

—Creo que sabes la respuesta a eso.

Lo sabía.

Sus hábiles dedos hicieron maravillas en mis doloridos músculos


y casi gemí por el puro placer del masaje. Tal vez tenía que contratar
a un masajista.

—No tienes ni idea de lo bien que sienta esto. Siempre me duelen


las muñecas.

—Escuché lo que dijo Kova, cómo te cuelgas de la barra y todo


eso. Para ser sincero, es increíble que hayas durado tanto. Entre el
agarre de las barras y la forma extraña en que envuelves tus
muñecas, me sorprende que no hayas renunciado.

Nunca. No había ninguna posibilidad que dejara la gimnasia.

Me agarró la otra muñeca y cambió el tono:

—Voy a ser sincero. Me gustas, Adrianna. Desde el momento en


que te conocí. —Sacudió la cabeza y luego me miró a los ojos—. Hay
una luz en tus ojos, una voluntad que no veo a menudo en las otras
chicas del World Cup. Veo la forma en que el entrenador te rechaza,
te empuja hacia abajo, se mete con cada pequeña cosa, pero tú
nunca te rindes. A veces me pregunto si te tiene manía. No lloras,
no quieres empatía, no andas por ahí con un chip en el hombro...

—Como Reagan.

Sonrió suavemente, y mi corazón se derritió.

—Como Reagan. Eres decidida.

Me mordí el interior del labio.

—Siento que así son todas las chicas.

—Sí, pero no sé. —Se encogió de hombros—. Simplemente eres


diferente.

Buscando en su bolso, Hayden sacó un paquete de agujas y un


mechero.

—No —me quejé, sabiendo para qué se usaban.

Hizo una pausa.

—Tienes que hacerlo, Aid. Ya lo sabes.

Lo sabía. Eso no significaba que quisiera hacerlo.

—Esto no puede ser peor que estar a horcajadas en la viga.

Apreté los labios.


—Puede que tengas razón, pero esto va a hacer que mañana sea
aún más doloroso y lo sabes.

—No, no reventarlos lo hará peor. Tienes que drenarlos. Al menos


conseguir que el líquido se libere un poco. No te haré lo mismo que
a mis manos, solo reventaré las esquinas.

Curiosa, pregunté:

—¿Qué haces con tus manos?

—Reviento las ampollas y luego quito la piel de un solo golpe. No


espero a que la piel se desgarre y muera.

Hice una mueca. No iba a ir tan lejos esta noche. Hayden empezó
a ponerle fuego a la aguja para esterilizarla y evitar una infección,
y luego pensaba usarla para reventar mis ampollas. Ya había tenido
desgarros y ampollas antes, pero nunca hasta este punto. Siempre
me daban tiempo para curar mis manos, así que nunca había
tenido que tratar mi piel hasta este punto.

—¿Tienes algún otro ungüento en tu bolsa de trucos? ¿Algún tipo


de antibacterial? Puedo usarlo. —Mi corazón comenzó a latir con
fuerza. Realmente no quería hacer esto.

—Sí, pero sabes que nada de eso ayudará.

Hayden dio un paso atrás y yo bajé de un salto del mostrador y


alcancé la bolsa de plástico y empecé a rebuscar en ella. Chap Stick,
cinta adhesiva, tijeras, calcetines, miel, una piedra pómez,
ungüento antibacterial, todas las cosas que se usan para los
desgarros.

No...

Saqué la piedra de la bolsa, pero Hayden me la arrancó de la


mano y la sostuvo sobre su cabeza.

—Devuélvemela.

—No.

Salté, tratando de alcanzarla, pero fue inútil. Era demasiado baja.


—Hayden, una cosa es reventar mis ampollas y cortar la piel
muerta. Otra cosa es fregarme la mano. Por favor, dame eso. No lo
vas a hacer. —Sabía lo que pasaría después.

La temida piedra pómez. Al diablo con eso. Nunca había tenido


que llegar tan lejos con la piedra, principalmente porque nunca
había tenido un entrenador psicótico como Kova, ni horas de
gimnasio como ahora, pero había oído historias de guerra, y no era
algo que quisiera probar.

Además, no se veían terriblemente mal. Puede que haya


exagerado con su aspecto.

—Sabes que volveré aquí mañana, ¿verdad?

—Por favor —rogué, con el ceño fruncido—. Por favor, Hayden,


me arriesgaré. Puedes drenar las ampollas, pero no la piedra.

Los ojos de Hayden se suavizaron, compadeciéndose de mí.

—¿Estás segura que eso es lo que quieres hacer? Obviamente no


voy a restregar las ampollas, solo alrededor de ellas para quitar los
callos, pero tienes que empezar a usarla cada noche en la ducha
para endurecer la piel.

Me encogí de hombros con impotencia, suspirando.

—Lo sé, y lo haré después que estas se curen.

—Bien. —Ladeó la cabeza con una mirada de sabelotodo—. ¿Eres


una persona religiosa? —preguntó de repente.

Desconcertada, le dije:

—Quiero decir, vamos a la iglesia en los días festivos, pero no


somos católicos devotos ni nada por el estilo. ¿Por qué?

—Porque vas a necesitar la gracia de Dios de tu lado mañana.


Estaré rezando por la misericordia y para que Kova sea leve contigo.
Ahora dame la mano y trabajemos en esos desgarros.
Capítulo 17
Ayer por la mañana, cuando sonó mi alarma, lo primero que hice
fue quitarme los calcetines.

La hinchazón de mis manos había bajado enormemente, y el


enrojecimiento de mis muñecas parecía casi curado. La crema para
los pezones era como una poción mágica. Después del
entrenamiento, hice que Alfred me llevara a la farmacia más
cercana para comprar todos los tubos que pudieran conseguir con
mis maltratadas manos.

Para mi sorpresa, Kova se apiadó de mí y me dio un día libre de


barras. Sin embargo, no lo hizo al día siguiente, porque cuando
entré en el gimnasio esta mañana, insistió en que volviéramos a
trabajar en las barras a primera hora. No estaba segura que hubiera
aprendido la lección.

—Deberías haberlas reventado —dijo arrogantemente con un


marcado acento ruso, mirando mis manos llenas de ampollas. Juro
que, como no las había reventado del todo, haría todo lo posible
para hacerme sufrir.

Estaba segura que Kova era un sádico.

Buscando en mi bolso, saqué un cordón de cinta adhesiva que


Hayden había preparado para mí. Cortó algunos trozos y me mostró
cómo debía aplicarlos para cubrir mis ampollas, ya que no se me
permitiría usar mis agarres.

—¿Puedo usar esto al menos?

Kova pasó por encima de los cables y miró hacia abajo.

—Adelante, aunque no servirá de nada.


Ignoré su tono frívolo. A estas alturas, cualquier cosa sería útil.
Miré al resto de las chicas del equipo, envidiando los agarres que
tenían cubriendo sus manos. Colocando la tira sobre las ampollas,
arranqué un trozo de cinta del rollo con los dientes y la puse en
capas. Estuve tentada de ponerme cinta adhesiva en toda la mano,
pero no era tan valiente como para arriesgarme a que me gritara y
me obligara a quitarla toda y a ir con la piel descubierta. Repetí el
mismo método en la otra mano y luego apliqué tiza. Mucha, mucha
tiza.

—¿Te has estirado esta mañana?

Asentí.

—¿A mi manera o a la tuya?

—A mi manera.

Me miró de manera mordaz.

—No te he visto estirar.

—Uh, cuando... cuando estabas en la parte de atrás —


tartamudeé—. Calenté con las chicas.

—¿Corriste?

Mierda.

—No, no lo hice.

Me fulminó con la mirada.

—Antes de la pausa para el almuerzo, correrás, y harás tres


millas. —A la mierda mi vida. Odiaba el cardio—. ¿Has usado
alguno de los ejercicios que te mostré?

Dios mío. Esto se parecía mucho a un interrogatorio. Como si


estuviera en el punto de mira. Las ganas de mentir eran más fuertes
que nunca, pero por alguna razón, no podía. Llámalo intuición, pero
tenía la sensación que él sabría que estaba siendo deshonesta.

—No, no lo he hecho. Quiero decir que sí, solo que no todas las
veces.
—No me estás demostrando nada esta mañana, Ria. Cuando no
estoy cerca, debes seguir utilizando estos ejercicios por tu cuenta.
A la larga solo te haces daño. —Chasqueó la lengua en señal de
decepción—. Esta noche, después del entrenamiento, volveremos a
trabajar juntos antes que te vayas.

¿Ria? La forma en que lo dijo me produjo mariposas. Esa era una


nueva, y me gustaba un millón de veces más que Ana.

—Muy bien, vámonos. —Aplaudió con entusiasmo y se colocó


cerca de la barra baja, observándome atentamente. Eso fue todo.
¿No me gritó, frunció el ceño o me fulminó con la mirada? Su ánimo
alegre me tomó desprevenida, y no estaba segura de qué pensar al
respecto.

Me columpié en un kip, me lancé a una parada de manos, me


lancé en círculo de cadera libre a otra parada de manos, luego me
lancé hacia abajo y usé mi núcleo y mis caderas para soltarme y
volar a la barra alta. El entrenador observaba mi postura
atentamente, probablemente analizando cada pequeña cosa que
hacía mal para poder reñirme después. Todo lo que quería era
complacerlo y demostrar que lo estaba intentando, pero nunca lo
conseguía.

Kova era duro y honesto hasta la saciedad, que es lo que yo quería


cuando llegué a World Cup. Era algo que todo entrenador debería
ser, independientemente de nuestros sentimientos, pero algunos
días necesitábamos un descanso. Algunos días era demasiado.
Algunos días podía romper nuestro espíritu.

Me di cuenta que cometía más errores de lo normal cuando sus


ojos me miraban tan de cerca, o cuando sus manos me tocaban
cuando observaba. No se le escapaba nada y si me equivocaba, lo
captaba y me corregía inmediatamente. Tenía ojos de águila, y eso
era tanto una bendición como una maldición para un gimnasta.

Cuando mis manos se agarraron a la barra alta, el polvo de tiza


me salpicó los ojos y me estremecí. Sentí un ligero ardor, pero lo
ignoré y continué. Utilicé la lógica de la mente sobre la materia y
superé el dolor.

Podía hacerlo. Sabía que podía hacerlo.


Una simple inclinación hacia atrás para desmontar y me sentí
más segura con los pies en la suave alfombra azul de aterrizaje. El
dolor en las manos no era tan fuerte como esperaba, pero sentí un
tirón en la parte posterior de la pantorrilla al que no estaba
acostumbrada. Agachada, me froté la punzada de dolor y me alejé
moviendo la pierna a cada paso.

Al levantar la cabeza, Kova movió el trampolín hacia la parte


delantera de la barra baja.

—Vamos a empezar con tu montura —dijo, con sus ojos


recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza—. Vamos a cambiarla.

—¿Qué? ¿Por qué?

Expulsó un suspiro molesto.

—Adrianna, es demasiado pronto para tus preguntas esta


mañana. Haz lo que te pido y no cuestiones todo lo que digo. Es
agotador. ¿Crees que puedes soportarlo y quedarte callada? —Como
no me moví, me dijo—: Te ayudará con tu puntuación. Ahora, por
favor, haz lo que te digo.

Bueno, discúlpame de una puta vez.

—Seguro.

—Vas a hacer un montaje hecht. Voy a ajustar la barra baja para


que te acostumbres. Vamos a hacer esto hasta que lo logremos. La
clave de este montaje es saltar con los hombros sin doblar los codos.
Arquea la espalda un poco cuando sueltes la barra baja y mantén
las piernas juntas y apretadas.

Con los labios apretados, asentí. En realidad sabía cómo hacerlo,


pero no se lo iba a decir. Después de todo, me dijo que me callara.
Sonreí para mis adentros cuando me di la vuelta y caminé hasta el
final de la colchoneta, preparándome.

—La barra es lo suficientemente baja como para que no tengas


problemas para superarla. Lo vigilaré por si acaso —dijo, y asentí.

Llámenme loca, pero quería joderle la cabeza. Parecía que tenía


poca fe en mí, así que ¿por qué no?
Me limpié el exceso de tiza de las manos en las piernas y me
sacudí las manos. Corriendo hacia el aparato, salté del trampolín,
me empujé de la barra baja y alcancé la barra alta. Al hacerlo, el
entrenador no estaba preparado para que llegara a la barra en la
primera vez, así que cuando se acercó para verme y atraparme, me
abalancé sobre él. Tropezó con sus pies y cayó al suelo, con los ojos
muy abiertos. No alcancé la barra y aterricé parcialmente sobre su
duro cuerpo, tratando de no reír. Me ardían las mejillas y apreté los
labios cuando nos cruzamos la mirada.

El entrenador me apartó de él y se puso de pie lentamente,


imponiéndose sobre mí.

—Me alegro que encuentres humor en esto. ¿Por qué no me dijiste


que sabías hacer el montaje de hecht? —dijo con gravedad.

—Me dijiste que me callara. —Reprimí una carcajada,


devolviéndole sus palabras una vez que me puse de pie.

Frotando una mano por su rostro, su mandíbula se flexionó.


Parecía que se debatía entre los pros y los contras de
estrangularme.

—Nunca, en todos mis años de entrenamiento, he tenido una


sabelotodo como tú. Crees que todo esto es diversión y juegos. —
Bajando la voz, dijo con firmeza—: Vuelve allí y hazlo de nuevo.

—¡Sí, señor! —bromeé, tratando de aligerar el ambiente. Holly se


rio desde un lado, mientras que Reagan me miró fijamente.

No estaba segura de por qué, pero estaba de un humor juguetón


esta mañana. Sin embargo, cuando me volví hacia el entrenador
justo antes de ir de nuevo, definitivamente no lo estaba.

Otro ejemplo que mi boca me mete en problemas, incluso cuando


está cerrada.
Era el final del día y estaba agotada. Después de una larga sesión
en las barras, trabajé en la viga, lo que fue una bendición teniendo
en cuenta lo mucho que la odiaba. Apenas se me maltrataron las
manos. Fue un pequeño y agradable descanso hasta que llegué al
salto. El dolor había disminuido desde la mañana, pero no era
estúpida. Tendría que ocuparme de los desgarros como es debido.

Todo el mundo se había ido a casa por la tarde y aquí estaba yo,
atrapada en el gimnasio después de las clases, esperando al
entrenador para uno de sus ejercicios de “no estirar, pero sí estirar”.
Puse los ojos en blanco al escuchar su voz dentro de mi cabeza
diciéndolo.

—Espero que ese giro de ojos no fuera para mí —afirmó Kova,


pasando rápidamente por delante de mí. No tenía ni idea de dónde
demonios había salido. Al hombre le encantaba aparecer de la nada.

Al seguir su larga zancada, casi tuve que trotar para seguirle el


ritmo.

—Uh, no. Solo tengo algo de tiza en el ojo.

—Claro —respondió, alargando la palabra. Sabía que estaba


mintiendo.

Cuando llegamos a la sala de terapia, encendió las luces y se puso


manos a la obra.

—Creo que una hora aquí será suficiente, pero Adrianna, no te


enseño estos ejercicios por diversión. Espero ver y oír que los has
hecho. Tienes que confiar en que te ayudarán en el futuro.
La voz de Hayden pasó por mi mente sobre la confianza en mi
entrenador. Asentí y decidí seguir con la verdad.

—Para serte sincera, no siento que consiga el mismo efecto


haciéndolo yo misma. Has ejercido mucha presión y me has
mantenido en la posición. No puedo hacerlo yo misma de la forma
en que tú lo haces.

Cruzando los brazos sobre el pecho, el entrenador me estudió.


Esperaba que viera la convicción en mis ojos. Aunque podía hacer
los ejercicios, lo que le confesé era la verdad. No conseguía el mismo
resultado haciéndolos yo misma.

Kova se acercó a donde yo estaba. Captó mi mirada y se situó a


escasos centímetros de mí, colocando sus manos sobre mis bíceps.

—Si me necesitas, solo tienes que decir algo. Para eso estoy aquí,
Ria.

El calor subió a mis mejillas cuando la intensidad de su mirada


aumentó. La verdad era que lo necesitaba, y lo sabía claramente.

Sus manos bajaron lentamente por mis brazos hasta justo por
encima de los codos. Los latidos de mi corazón se aceleraron e
inhalé por la nariz para estabilizar mi respiración. Me dio un suave
apretón antes de soltarme y me llevó a la mesa de terapia.

Incluso después de horas de entrenar a gimnastas, todavía podía


oler el leve aroma de su colonia picante.

—Solo retrocederás si no utilizas lo que está a tu alcance. A mí.

¿Él?

—Para eso estoy aquí. —Se aclaró la garganta—. Para lo que


Madeline está aquí. Utilizarnos, hacer preguntas.

Me mordí el interior del labio. Tenía razón.

—Solo trato de no hacer demasiadas preguntas, ¿sabes? Me


gusta demostrar que puedo hacer las cosas por mi cuenta.

Levantó una ceja y me replicó.


—¿Tú? —Una sonrisa sexy apareció lentamente en su rostro y
mis mejillas se calentaron—. Te encanta replicar. ¿No es casi lo
mismo que hacer preguntas?

Bajé mi rostro, tratando de ocultar mi creciente sonrisa. Moví la


cabeza, dándole la razón. Kova deslizó dos dedos bajo mi barbilla y
levantó mi cabeza para que nuestros ojos se encontraran de nuevo.
Su contacto fue emocionante y provocó una oleada de calor que
recorrió mi cuerpo. Los latidos de mi corazón se aceleraron y la
energía de la habitación se hizo más intensa.

Mis labios se separaron mientras nos mirábamos a los ojos, sin


saber qué pensar. Este hombre era más que confuso, y su contacto
me dejaba con preguntas. Preguntas que tenía sobre mí misma y
mi reacción ante él. La cosa era que empezaba a gustarme la
atención que me mostraba, me gustaba el tacto de sus manos y la
forma en que parecían detenerse en mí.

—Recuerda utilizar tus recursos, Ria. Estoy seguro que tu papá


estaría de acuerdo conmigo en eso.

Sí, estaba bastante segura que él no quería que usara mis


recursos de la forma en que mi cuerpo quería en este momento.
Especialmente no con la forma en que miraba la boca de mi
entrenador.

—¿Por qué me llamas Ria y no Ana como mis padres?

Hizo una pausa.

—Te queda mejor. Ana suena como un nombre de niña, Ria. —


Su pulgar acarició un lado de mi rostro—. Y tú no eres una niña, al
menos para mí.

Kova retiró su mano y se dirigió a un lado de la mesa,


murmurando en ruso en voz baja. Tenía el corazón casi en la
garganta y los ojos enormes. Nunca antes Kova me había tocado
tan... tan... ni siquiera estaba segura de cómo llamarlo. Con
adoración. Con cariño.

—Bien, vamos a hacer los mismos ejercicios que la última vez,


pero añadiendo algunos más que te serán útiles. Ponte de espaldas
y lleva una pierna al pecho. Sujétala para mí.
—¡Sí, señor! —respondí sarcásticamente, lo que me valió una
sonrisa de su parte—. Lo siento, a veces no puedo evitarlo.

Kova sacudió la cabeza y se rio ligeramente.

—Nunca había tenido un gimnasta como tú —dijo—. Nunca hay


un momento aburrido.

Mi rostro se iluminó.

—¡Vaya, gracias! —Mi respuesta fue más bien un gruñido cuando


se inclinó con su cuerpo. Kova utilizó una mano para presionar mi
rodilla contra el pecho y la otra en mi muslo para sujetarme.
Aunque había estado bromeando solo unos segundos antes, la
diversión había terminado y tenía que concentrarme. Solo que era
difícil concentrarse cuando todo lo que podía pensar era cómo sus
dedos habían estado sobre mí y la razón por la que me llamaba Ria.
Por no hablar de dónde estaban sus manos en este momento.
Bueno, una mano.

En el contorno de mi cadera y cubriendo la mayor parte de los


minishorts que llevaba puestos. Su gran mano se clavó en mi piel,
sus dedos presionando. No estaba segura de por qué, pero me
gustaba su agarre sobre mí más de lo que debería.

Su tacto era caliente y mi cuerpo respondía a él.

Mis caderas comenzaron a abrirse lentamente cuando Kova se


acercó a mi rostro.

—¿Sientes eso? ¿Cómo tu cuerpo se relaja y se libera?

Creo que quiso decir abrirse, pero no corregí su inglés. En su


lugar, asentí con los labios apretados.

—Realmente lo siento esta vez.

—Bien. —Empujó un poco más—. Esto es lo que queremos. —


Kova mantuvo la posición unos segundos más y luego se movió
hacia mi lado derecho. Cambié las piernas y me puse en posición.

—Mi lado izquierdo es más flexible que el derecho. —Casi todos


los gimnastas tenían un lado más flexible que el otro.
Lo descartó.

—No es un problema para mí.

Cuando presionó mi pierna derecha, incluso después de horas de


entrenamiento, mi cadera seguía tan tensa que gruñí.

—Déjame adivinar, te has olvidado de respirar como te he


enseñado —afirmó más que preguntar, a escasos centímetros de mi
rostro.

Fruncí los labios.

—Quizá...

Kova negó con la cabeza, cerrando los ojos.

—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó bromeando.

Me gustaba esta faceta suya. Era juguetón y fácil de tratar. No


estaba nervioso y tenso como por las mañanas. Tal vez deberíamos
limitar nuestro tiempo a la noche, pero dudaba que pudiera hacerlo.

Justo cuando pensaba que íbamos a pasar a otra posición, Kova


aplicó una fuerte presión que hizo que mi espalda se inclinara y mi
rodilla se levantara en respuesta. Mi rodilla ya casi pasaba por
encima de mi hombro.

Se me escapó un gruñido y me agarré a Kova para apoyarme. Mi


pequeña mano no pudo rodear su muñeca y se contrajo bajo mi
contacto.

—Adrianna, concéntrate en respirar. —Cuando no respondí,


dijo—: Mírame a los ojos y concéntrate. No te duele, no te estoy
haciendo daño. Tus músculos solo están tensos. —Su acento ruso
era fuerte.

Asentí rápidamente, clavando los ojos en él.

—Inspira por la nariz y suéltala lentamente —me guió.

El pulgar de Kova dibujó pequeños círculos en el interior de mi


muslo, haciendo que mi estómago se agitara. El tacto era ligero,
pero lo suficiente para que lo notara. No hablé a pesar de saber que
probablemente no debería estar haciendo esto, especialmente
teniendo en cuenta lo cerca que estaba de mi sexo. Estaba a
centímetros, literalmente a centímetros, y me parecía bien.

Me gustaba.

Quería acercarme para que me tocara.

Creó una tormenta perfecta de tensión y calor a nuestro


alrededor. Contuve la respiración cuando su mano subió por mi
muslo, lentamente, casi de forma seductora, y la mantuvo allí. Mi
estómago se agitó y no sabía qué hacer más que permitirlo.

No podía imaginarme a mi antiguo entrenador tan cerca y


tocándome. La idea me repugnaba, pero con Kova era todo lo
contrario.

La pequeña sala de terapia comenzó a sentirse como un horno, y


comprendí que tenía que cambiar el foco de atención a otra cosa o,
de lo contrario, iba a hacer algo que ambos queríamos.
Capítulo 18
—¿Kova?

—¿Hmmm?

—¿Cómo es que ahora hay una A en tu nombre? ¿Por qué no


Kov? —No estaba segura de por qué había preguntado de repente.

Kova se puso rígido y tardó un momento en responder:

—Mi madre siempre me llamó Kova desde que era pequeño,


aunque no era mi nombre de pila. Nunca me pregunté por qué lo
hacía, pero ahora desearía haberlo hecho. Lo decía como si fuera
un cariño y a mí me encantaba. En Rusia, los apellidos femeninos
terminan en...

—Ova.

Inclinó la cabeza hacia un lado, interesado.

—¿Sabes ruso?

—No, pero conozco el idioma por unos amigos de mi familia.

Asintió.

—Entonces sabes que los hombres terminan en Ov.

—Lo sé.

Kova se inclinó hacia atrás, su mano se deslizo hasta mi rodilla


y me dio un apretón muy tierno.

—Ponte boca abajo y desplázate.


Sin cuestionarlo, hice lo que me pidió. Llevó mis manos a un lado
de la cabeza y las aplanó, luego se subió a la mesa.

Agarrando mi tobillo, cerró el puño y lo empujó hacia mi glúteo.


Cuando me levantó el tobillo y presionó hacia abajo, gruñí. Mis
dedos se clavaron en la mesa y mis uñas se volvieron blancas por
la tensión en mi cadera. Me asomé por encima del hombro,
intentando ver su rostro.

—Así que mi madre me tuvo fuera del matrimonio. Tomé su


apellido, pero me dieron la versión masculina. Por eso en mis
premios y títulos aparece Kournakov en lugar de Kournakova.
Añadí una A en honor a ella en la primera oportunidad que tuve.

—¿Fuera del matrimonio? Kova, nadie dice eso. —Me reí


ligeramente, tratando de aligerar el ambiente—. ¿Dónde está tu
padre?

El desconcierto nubló sus ojos.

—No lo sé. Nunca lo he conocido. —La vergüenza se reflejó en su


tono tranquilo y me sentí mal por preguntar.

—Oh —fue todo lo que pude decir. No estaba segura de cómo


responder a su confesión, pero ahora tenía curiosidad por saber
más sobre la historia. Quería saber si era el resultado de una
aventura de una noche o de un novio que se largó después de nacer,
sin querer ser papá. O tal vez falleció cuando Kova era más joven.
Fruncí el ceño y mi mente se puso a pensar en todas las alternativas
que podía tener esta historia, pero no me esperaba sus siguientes
palabras.

—La violaron —confesó en voz baja, evitando por completo el


contacto visual.

—¿Qué? —Jadeé, intentando incorporarme, pero él me apretó


más y levantó mi pierna.

—Fue violada —repitió, y mi corazón se rompió ante su voz


desolada. Ojalá pudiera ver su rostro. No podía imaginar que
ningún niño quisiera saber que había nacido de un crimen tan
cruel, pero él lo sabía.
—¿Tu mamá te dijo que fue violada? —pregunté, asombrada.

—Al principio no. Solo cuando la presioné lo suficiente sobre mi


padre, se abrió. Cuando crecí, finalmente me dijo la verdad.

Nunca había conocido a nadie que hubiera sido violado, o que


hubiera sido producto de una violación.

—¿Qué pensaste cuando te lo contó?

Gruñó, bajando de un salto y moviéndose al otro lado de la mesa.

—Que quería matarlo. Verás, mi madre era mi heroína. A


diferencia de ti, mi mamá era mi modelo a seguir. Hizo todo lo que
pudo por mí, para darme lo que necesitaba para triunfar porque
ella no tuvo el apoyo que necesitaba cuando crecía. Estaba sola. No
fue su culpa quedarse embarazada de mí, y no tenía por qué
quedarse conmigo. Fue una elección valiente la que hizo. Así que
cuando me enteré de la violación, el odio puro me recorrió.

Aplicó el mismo método a mi otra pierna.

—Entonces no tienes ni idea de quién es. —No podía imaginar lo


que se sentiría. Aunque mi papá no estaba mucho por aquí debido
a sus negocios, seguía estando ahí.

—Oh, tengo una idea de quién es.

—¿Qué? ¿Cómo? No entiendo.

—Es mi primo.

Que. Mierda. De. Amor.

—¿Cómo puede ser eso? Eso es... pero eso es incesto... —Intenté
darme la vuelta de nuevo, pero él lo impidió. Ahora desearía haber
esperado a cambiar de posición para poder leer sus expresiones
faciales.

—Ella dijo que al crecer, él siempre la había tocado en lugares


que nadie había tocado. Pero tenía miedo de ir a sus padres porque
no estaba segura de sí estaba realmente mal. Era su familia.
—¿Cómo es que tu mamá no fue a la policía después de lo
ocurrido? ¿Decírselo a sus padres? ¿Qué piensan ellos ahora?

Kova me dio un golpecito en la parte posterior del muslo y me di


la vuelta. Me guió hasta la esterilla de yoga que había en el suelo,
cerca de la pared.

—Arrodíllate de espaldas a la pared, a medio metro de distancia.


Brazos arriba. —Hice lo que me pidió y lo miré expectante para que
respondiera a mis preguntas.

Se puso de rodillas a mi izquierda y me miró con tristeza, negando


con la cabeza.

—Lo hizo, pero nadie le creyó. Poco después de enterarse del


embarazo, la echaron sin tener dónde ir. Se fue a una iglesia que
albergaba a adolescentes embarazadas, pero se mudó después que
yo naciera. Poco después de irse, se dio cuenta que no podía
permitirse vivir sola y se encontró con una vieja amiga de la iglesia
que había conocido. Trabajaba en un club de caballeros y le ofreció
a mi mamá dinero rápido y una niñera a mano. Así que lo aceptó.
Era la única forma en que podía mantenernos.

Miré los ojos torturados de Kova y mi corazón sangró por él, pero
mis oídos estaban ávidos de más. Colocó una mano plana en mi
omóplato y me inclinó hacia atrás para que mis brazos estuvieran
rectos y mis manos apoyadas en la pared. Gruñí ante esta extraña
posición de media espalda doblada.

—¿Por qué no se fue una vez que tuvo suficiente dinero ahorrado?

—Porque nunca podría ganar el dinero que ganaba trabajando


detrás del mostrador como cajera. Cuando le pregunté, me dijo que
no quería luchar y que quería que yo tuviera todo lo que ella no
tenía.

Se acercó a la parte delantera de mi cuerpo y colocó ambas manos


en mis caderas. Suavemente y con cuidado, tiró de ellas hacia
delante con un apretón. Sus pulgares presionaron atrevidamente
los huesos de mi cadera y un disparo de calor me recorrió. Me ardió
el pecho y se me aceleró el corazón. Incluso después de todas las
horas de práctica de hoy, sentí el ardor del estiramiento, pero lo que
es más escandaloso, pude sentir el calor que irradiaba de él. La tela
de sus pantalones cortos bailaba contra mis piernas desnudas.
Respiré profundamente y exhalé. Él relajó su agarre,
permitiéndome respirar. Mis caderas se movieron hacia atrás por
un momento, pero él no retiró sus manos.

—Una vez que empecé a hacer gimnasia a nivel competitivo, estoy


seguro que puedes entender lo costoso que era para ella, no había
forma que dejara de hacerlo. Dijo que veía potencial en mí —resopló
con tristeza mientras atraía mis caderas hacia él de nuevo. Respira,
me dije. Respira. Pero era más difícil de lo que creía posible con mis
caderas pegadas a las suyas. Me pregunté si se había dado cuenta
de nuestra posición. Mi cuerpo se tensó y casi me caí, pero mantuve
la compostura mientras él continuaba.

—Se aseguró de estar en todos los entrenamientos, en todas las


competiciones, y lo pagó todo ella sola.

Su madre sacrificaba cualquier cosa y todo para darle al hijo,


producto de una violación, una vida que nunca tuvo, y Joy, mi
mamá, la socialité que arrojaba dinero a sus problemas, era la
extraordinaria reina de hielo y se preocupaba más por lo que yo
comía que por lo que realmente sucedía conmigo.

Los ojos de Kova se volvieron distantes, llenándose de anhelo y


pena, su boca una línea firme y sombría.

—No necesitaba nada. Sin embargo, lo dejaría todo, lo devolvería


todo, para tenerla aquí. —El calor de sus manos me calentó las
caderas. Exhaló su dolor en mí a través de su tacto. Su tono de voz
estaba lleno de dolor y yo le creí cada palabra que salía de su boca.

Me dolía el corazón, sintiéndome increíblemente vacía por Kova y


la vida que le tocó a su madre. La vida no es justa a veces.

—Así que después de su muerte, añadí una A a mi apellido por


ella. No quería olvidarla nunca, ni lo que dio por mí.

No pude aguantar más, tanto de sus palabras como de esta nueva


destreza. Las lágrimas se agolparon en el fondo de mis ojos mientras
lo escuchaba hablar de su madre y de sus luchas. Puse mis manos
sobre sus brazos para consolarlo, sus manos seguían agarrando
mis caderas, ahora con ternura. El calor se extendió por todo mi
cuerpo al estar cara a cara y a escasos centímetros de distancia.
Kova me miró con los ojos entrecerrados mientras yo decía en un
susurro entrecortado:

—Es lo más increíble que he oído nunca.

Continuó en voz baja:

—Acudió conmigo a mis dos primeras olimpiadas. Estaba muy


contenta, creo que más que yo. Significó mucho para mí que ella
también estuviera allí. Sin embargo, cuando llegó mi tercera
Olimpiada, ella estaba demasiado enferma para viajar. De hecho,
sus médicos estaban muy en contra, así que renuncié a eso para
estar con ella. Le molestó que lo hiciera, pero no tuve otra opción.
Siempre estaba ahí para mí. ¿Cómo podría no estar ahí para ella?
El gimnasta suplente del equipo intervino y acabó llevándose a casa
algunas medallas, y luego compitió en los Juegos cuatro años
después. —Se quedó callado, aparentemente perdido en sus
pensamientos—. No me arrepiento en absoluto. Pude estar con mi
mamá y cuidarla como ella lo hizo por mí, y alguien más tuvo su
oportunidad en los Juegos Olímpicos. ¿No es una locura cómo
suceden las cosas?

Sabía a qué se refería. Ser suplente en el equipo olímpico


significaba más o menos que eras un calentador de banquillo, eso
era todo.

Quise apartar la vista de su mirada llena de angustia, pero no


pude. Se exponía de una manera que yo no esperaba. La emoción
cruda salía de él en oleadas, y se sentía en lo más profundo de mis
entrañas. No sabía qué hacer ni qué decir a continuación. Tenía
dieciséis años y apenas había experimentado la vida como lo había
hecho Kova, y mucho menos la muerte. Había crecido con una
cuchara de plata en la boca y tenía todo lo que podía desear. Kova
no.

Así que todo lo que dije estúpidamente fue:

—Sí, lo es.
Kova se inclinó y apretó su mano. Una de sus manos se deslizó
hasta la parte baja de mi espalda, mientras mis manos se movían
para apoyarse en su firme pecho. Sus dedos se extendieron
peligrosamente por mi culo, con un dedo presionado entre el centro.
Contuve la respiración. El calor de sus manos atravesó mi leotardo
y luché contra un temblor. Estaba a unos centímetros de mis labios
cuando sus ojos viajaron hasta mi boca.

—Gracias por escucharme, Ria.

Ria. Sonreí, pues me gustaba mucho el apodo.

Lentamente, se acercó, y mi corazón latió rápidamente contra mi


pecho ante su cercanía. No tenía ni idea de lo que iba a hacer, y me
pregunté brevemente si me besaría. Era mi entrenador. De ninguna
manera haría eso.

La inquietud me invadió sin saber cómo proceder. No importaba


que supiera lo que debía hacer, debería haberme alejado, no desear
en silencio que apretara sus labios contra los míos.

La quietud entre nosotros era más densa que la humedad, y me


costó mucho no inclinarme para besarlo. Sabía que debería
haberme repugnado, pero, por extraño que parezca, no lo hice. En
todo caso, estaba intrigada. Cada fibra de mi cuerpo me decía que
me inclinara, no que corriera en otra dirección.

—Hace un par de semanas dijiste algo en ruso... que empezaba


con una M. ¿May-lash-a? ¿Qué significaba?

Una sonrisa curvó sus carnosos labios.

—Maa-lish. Malysh. —Mi vista se fijó en su boca, su lengua


golpeó sus dientes superiores mientras decía de nuevo—: Malysh.
—La palabra me invadió en una ola de éxtasis.

—¿Cómo se deletrea?

—M-A-L-Y-S-H. —Su acento era más fuerte que nunca.

Nuestras respiraciones se mezclaron, y una de las manos de Kova


se deslizó cuidadosamente por mi cintura y se apoyó en mis
costillas. Su pulgar corría en círculos, su cuerpo creaba calor entre
nosotros mientras me acariciaba. Deslizó su mano hacia mi espalda
y subió hasta mi nuca, donde me acarició el cuello. Mi respiración
se hizo más profunda y pensé que iba a hiperventilar si no calmaba
mi acelerado corazón. Sus cejas oscuras formaron una V profunda
y sus ojos sagaces no vacilaron.

—¿Qué significa? —pregunté en voz baja, con la espalda


arqueada y el pecho casi pegado al suyo.

Sacudió la cabeza como si no quisiera decirlo.

—Fue un accidente. No era mi intención decirlo.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Por favor? Quiero saberlo.

Su profunda mirada hizo que se me revolviera el estómago. Una


mano subió descaradamente para posarse en su firme pectoral. Mis
dedos se extendieron y se flexionó bajo mi contacto, sus dedos
presionando más profundamente en mí en respuesta.

—Niña —dijo guturalmente—. Significa mi niña.

Mi niña. Hace unas semanas me había llamado bebé sin querer.


Tuve que preguntarme por qué la palabra habría estado en su
mente para empezar si era un accidente como declaró.

Mi mirada recorrió su nariz recta hasta su boca, donde se quedó.


Mi cabeza se inclinó hacia un lado mientras mis ojos recorrían sus
labios carnosos y besables, preguntándome cómo se sentirían
presionados contra los míos. Su nuez de Adán se movía lentamente,
como si tragara con fuerza.

No era yo. Yo no besaba a mi entrenador, ni a mi profesor, ni a


nadie mayor de la edad legal, ni a nadie que estuviera fuera de los
límites. No es que haya tenido nunca el deseo como ahora. Había
escuchado innumerables historias a lo largo de los años de
relaciones entre gimnastas y entrenadores, algunas consentidas,
otras no. Aunque no tantas como las de las mamás casadas que
tienen aventuras con los entrenadores.
Dicho esto, en este momento, podía entender perfectamente por
qué algunas de esas relaciones prohibidas se llevaban a cabo. Esto
fue completa y absolutamente cautivador. Nada era forzado. Era un
anhelo entretejido con la lujuria, un hambre recién descubierta que
arañaba el interior.

—Has terminado por hoy —dijo bruscamente en un susurro


entrecortado. Cuando Kova se puso de pie, algo duro se arrastró
por el interior de mi muslo. Extendió una mano para ayudarme a
levantarme y siseé cuando mi piel entró en contacto con la suya.
Había olvidado que tenía desgarros durante todo el tiempo que
estuve con él. Me dio la vuelta a la mano y los inspeccionó, con su
pulgar recorriendo delicadamente la palma de mi mano.

—Lo siento por esto. —Luego me dio la espalda y se fue,


dejándome sin palabras.

Fue entonces cuando me di cuenta que Kova tenía una gruesa y


dura erección.
Capítulo 19
Había dos cosas de las que estaba segura.

Uno: Hayden tenía razón sobre el tratamiento adecuado de mis


manos.

Dos: había algo mentalmente mal en mi entrenador.

Me paseé por mi condominio, desgastando mi alfombra mientras


esperaba que Hayden apareciera de nuevo. Llegaría en cualquier
momento para ayudarme.

Hoy había sido horrible, el dolor, insoportable en un momento


dado. Tan agobiante que casi me hizo llorar, pero me aguanté y me
negué a hacerlo. Supongo que Kova pensó que yo tenía una gran
necesidad de entrenamiento porque pasamos horas juntos. Sus
gritos por las pequeñas cosas que hacía mal me daban ganas de
tirarle un bloque de tiza a la cabeza. Las tutorías entre las sesiones
de gimnasia le daban a mis manos un pequeño descanso, pero no
era suficiente. Necesitaban días para curarse.

Después de cambiar algunas cosas en mi rutina, Kova me hizo


repetirla hasta que no pudiera equivocarme. Para cada destreza,
tenía una técnica de acondicionamiento. No me malinterpreten, era
algo bueno, pero también puede llegar a ser tedioso y, francamente,
a veces jodidamente molesto. Estaba encima de todo lo que hacía,
respirando en mi cuello, listo para atacar. Más que de costumbre.
Me recordaba a un mosquito que no se iba. Siempre en mi oído,
siempre haciendo ruidos. Me había golpeado las espinillas, me
había atascado los dedos de los pies en los barrotes, e incluso había
perdido el agarre por el cansancio y había caído sobre las caderas.
La barra me había atrapado, no el suelo. No se puede aguantar
mucho después de horas de entrenamiento incesante.
No pasó mucho tiempo después del cambio en mi rutina, que mis
desgarros se engancharon y la piel se volvió a desgarrar. A veces,
cuando el dolor es tan intenso, no se siente la lesión, y eso es
exactamente lo que me ocurrió. Estaba tan concentrada, demasiado
centrada en que el entrenador me explicara algo, cuando hizo una
pausa y me lo señaló. Miré mis manos ensangrentadas cubiertas de
tiza y me encogí de hombros. No había mucho más que pudiera
hacer en ese momento. No podía suplicar clemencia y pedir que me
trasladaran a la viga donde mis manos pudieran descansar un
poco. Aunque estoy segura que eso le habría encantado.

Y por mucho que odiara admitirlo, el resultado había sido


gratificante. Sabía que había dominado mi rutina cerca del final, y
la leve sonrisa en su rostro lo confirmaba. Estaba orgulloso de mí,
aunque le costaba decir las palabras. Como todos los hombres del
mundo.

Mis manos habían pasado por las etapas del infierno, desde
sentirlas como si las hubiera sumergido en un montón de hormigas
rojas, hasta estar completamente entumecidas. Me las había
arreglado para bloquear el dolor y para no quejarme, y creo que eso
me hizo ganar algunos puntos en su libro. Al menos esperaba que
así fuera.

Estaba segura que el entrenador Kova se alimentaba de las


lágrimas de los jóvenes aspirantes, era lo único que se me ocurría
en ese momento. Era un lunático furioso cuando quería.

Pero sorprendentemente, también podía ser bastante tierno...

Todavía podía sentir sus manos sobre mí, el susurro del aliento
que rodaba por mi mejilla, la forma en que su erección se deslizaba
por mi muslo. No podía quitarme la imagen de la cabeza. Había
estado pensando en él desde nuestra sesión privada y,
sorprendentemente, por primera vez, estaba deseando que llegara
otra. Kova se abrió y me mostró un lado diferente de él, uno del que
tenía curiosidad por saber más. Un lado que lo hacía humano, uno
que tenía corazón.

Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos y corrí hacia


ella. Hayden estaba en el umbral con otra bolsa de farmacia.
—Sabes, voy a tener que empezar a cobrar una tarifa de médico
interno.

Me reí, dándole la bienvenida.

—Mándame la factura.

—¿Te arrepientes de no haberme escuchado?

—¿Crees que al final habría servido de algo? —Le levanté las


palmas de las manos. Hayden hizo una mueca, negando con la
cabeza.

—Sinceramente, no estoy tan seguro.

Colocó la bolsa de plástico en el mostrador y se acercó a mí. Tomó


una de mis manos entre las suyas y utilizó su pulgar para palpar
mis palmas. Aparte de las ampollas, la piel se había enrollado y
pelado en varios lugares. No estaban tan mal, eran manejables. Me
dolía detrás de los nudillos, así que eso era lo primero que se
desgarraba y lo que más me dolía.

—Probablemente deberíamos hacer esto en el baño, o sobre el


fregadero de la cocina. Se va a ensuciar.

Mi corazón se desplomó, el miedo explotó a través de mí de lo que


pronto iba a tener lugar. Antes de empezar, Hayden sacó un
pequeño recipiente de acero de su bolsa de lona.

—Pero primero, vas a necesitar esto.

—¿Qué es?

—Un frasco de vodka.

Fruncí el ceño.

—No puedo beber todo eso. Me pondré enferma.

Le hizo gracia.

—No todo, por supuesto que te pondrás enferma. Solo un trago o


dos para ayudar a quitarte los nervios. ¿Alguna vez has tomado
vodka?
Un temblor me recorrió al recordarlo.

—Sí, una vez con mi mejor amiga, Avery. Digamos que no me fue
bien.

Hayden pasó por mi cocina y miró entre mis armarios como si


fuera algo completamente natural para él.

—Te ves bien —admití, cerrando la boca de golpe.

Hayden miró por encima de su hombro con una sonrisa cariñosa


que me gustaba mucho ver. Llevaba un par de jeans oscuros y
desgastados, amoldados a su trasero y muslos, y una camisa
blanca que acentuaba sus bíceps. Estaba fornido y tenía mejor
aspecto que cualquier otro chico de su edad.

—Tú tampoco estás mal. —Miré mis pantalones cortos


arremangados y mi camisa de franela con botones. Mi largo cabello
castaño estaba trenzado a un lado con pequeños mechones que
sobresalían y no estaba maquillada. Parecía preparada para un
paseo en heno.

Me acerqué a Hayden y observé cómo servía dos tragos pequeños.

—Esto no debería pegarte mucho, pero debería ayudarte.

—¿De dónde lo has sacado?

—Lo tomé antes que mi mamá empacara. Ella ni siquiera se dio


cuenta que faltaba.

—¿Por qué lo tomas tú también?

—Para ayudar con lo que te voy a hacer.

—Oh... —Fruncí el ceño.

Me entregó un vaso y preguntó:

—¿Lista?

Respiré profundamente.
—Más lista que nunca. —Entonces chocamos los vasos y los
inclinamos rápidamente. No me gustaba el vodka, ni ningún otro
licor, así que tragué rápido y me encogí, temblando con fuerza.

—Qué asco. —Puse cara de asco y Hayden se reía—. ¿Bebes a


menudo?

Me miró como si fuera tonta.

—No, Aid, ¿cómo podría hacerlo con el entrenamiento?

Me encogí de hombros.

—¡Pues no lo sé! Solo pregunto.

—No, casi nunca. Solo cuando el momento lo requiere. Adelante,


lávate las manos para que podamos empezar. —Hice lo que Hayden
me pidió mientras él rebuscaba entre sus cosas.

—¿Crees que el entrenador va a ser suave contigo mañana?

Giré mis maltrechas manos y dije:

—No creo que tenga opción, ¿sabes? Trabajamos en las barras


todo el día...

—Lo sé. Normalmente no hace eso. Uno pensaría que te está


torturando a propósito.

Hice una pausa.

—¿Qué quieres decir?

Hayden se dio la vuelta y se apoyó en la encimera, justo al lado


del fregadero, mientras yo me enjuagaba las manos. Cruzó los
brazos frente a su pecho.

—Llevo años entrenando allí y nunca lo he visto trabajar un día


entero en una prueba, ni presionar a alguien como lo hace contigo.
No me malinterpretes, es un entrenador muy duro y puede ser un
auténtico imbécil cuando quiere, pero te irrita. Uno pensaría que,
ya que tu papá es amigo de él, sería un poco más suave, ¿sabes?

Pensé en lo que dijo Hayden y pregunté:


—¿Crees que es porque necesito mucho trabajo, más de lo que él
está acostumbrado a entrenar?

Negó con la cabeza, inseguro.

—Realmente no estás tan mal, así que no estoy seguro de cuál es


su problema. Kova quiere la perfección, ser el mejor, mejor que
nadie. Todos podemos apreciarlo porque es lo que queremos
nosotros mismos, pero a veces creo que presiona demasiado... No
sé. Puede hacer que la gente lo odie fácilmente, eso es seguro. Solo
entrena en los rings de mi equipo, así que solo analizo desde ahí,
no paso tanto tiempo con él como tú.

Me quedé allí, aturdida. Lo único que se me ocurrió fue:

—Debe odiarme de verdad.

Hayden se rio.

—No te odia. ¿Ya te ha puesto una dieta especial?

Lo miré con cansancio.

—¿No? ¿Necesito estar en una?

—No, pero sus dietas son ridículas y todos juramos que cuando
llega al nivel de dieta, significa que te desprecia en secreto. O eso
creemos todos. No llegues a ese nivel. Solo ha sido así con algunas
y déjame decirte que no fue bonito.

Hayden me estaba dando ansiedad.

—¿Qué quieres decir?

—Él sigue esta dieta loca relacionada con el estilo paleo que solo
te permite consumir menos de mil calorías al día. Con nuestros
entrenamientos y las calorías y la grasa que quemamos, sabes que
necesitamos más que eso, si no, no es saludable.

No, no lo es.

—Bueno, no puede ser mucho peor que la dieta que me ha


impuesto mi mamá, así que seguro que estaría bien. —Hice una
pausa—. ¿Con quién ha estado así?
—Con Reagan y algunos otros que ya no están aquí.

Se me cayó la mandíbula.

—Estás bromeando.

Negó con la cabeza.

—Ojalá lo hiciera.

—Pero Reagan es tan buena.

—Ahora es su gimnasta de oro. Solo tuvo que construirla hasta


su nivel de perfección. —Me miró con las cejas levantadas—. Y así
fueron las demás. Algunas pasaron a competir en universidades de
primera división, algunas incluso fueron al campo de
entrenamiento de los nacionales en Texas. Te digo que es un cabrón
malvado, pero consigue resultados. No te rindas ni te lo tomes a
pecho.

Exhalé, soltando un suspiro de envidia por esta noticia de


Reagan. Él sabía que mi mamá me tenía en una dieta en la que me
entregaban las comidas, así que tal vez ya estaba en ese nivel ya
que no le quedaba nada por hacer.

Sintiendo que el vodka corría un poco por mis venas, dije:

—Acabemos con esto.

Hayden y yo nos dirigimos a mi baño. Encendió las luces y colocó


todo en la encimera, sacando la piedra pómez, las agujas, un
mechero y el agua oxigenada. Gemí cuando esterilizó la aguja y
quise llorar al ver la botella marrón.

Llenó el fregadero con agua caliente y puse las manos en remojo


durante unos minutos para ablandarlas. Además de los desgarros,
también tenía callos en el dorso de los dedos y en el centro de las
palmas, que ahora estaban levantados y blancos, fáciles de
encontrar debido al remojo.

Hayden tomó una de mis manos entre las suyas y me miró a los
ojos antes de recortar la piel muerta. Luego tomó un cuchillo de
mantequilla sin filo, lo colocó en un ángulo de noventa grados y
raspó muy suavemente los callos. Pequeñas escamas blancas se
acumularon en mis palmas. Esta parte no me había dolido, pero mi
corazón empezó a palpitar y el pánico me golpeó. No quería dar el
siguiente paso. Me temblaban las rodillas y pensé que me pondría
enferma. Con tanto miedo, tal vez otro trago de vodka hubiera
ayudado.

—No quiero hacerte daño, Adrianna.

Asentí y me acerqué a él. Con la piedra pómez en una mano, la


sostuvo por encima de mi palma y me agarró la muñeca con fuerza
para que no pudiera apartarme.

—Solo voy a limar los callos y a frotar alrededor de los


desgarros. —Con los labios apretados, asentí—. Cierra los ojos.

En el momento en que la piedra golpeó mi mano, mis dedos se


retrajeron y se curvaron. Hayden me abrió la mano con fuerza.
Frotó cada dedo, limando las callosidades y luego palpando la
suavidad. No me dolió, pero tampoco me sentí bien. Pasó a la palma
de la mano y utilizó la piedra para la piel áspera que rodea mis
desgarros. Accidentalmente, me cortó una esquina y se disculpó
profusamente. Agarré el brazo de Hayden con la otra mano, mis
uñas se clavaron en él mientras jadeaba con fuerza, y mis ojos se
cerraron cuando empezó a frotar.

El dolor.

El dolor palpitante, pulsante.

El calor me abrasó la palma de la mano y atravesó mi piel,


golpeando los músculos y los nervios mientras se irradiaba por el
dorso de la mano, para repetirse, continuando en un bucle
interminable. Tenía cuidado de no golpear un desgarro abierto, lo
sabía bien, pero lo hizo unas cuantas veces.

Hayden restregaba de un lado a otro, presionando tan


bruscamente que pensé que me daría en los huesos. Al instante me
entraron náuseas y me preocupó vomitar. Intenté concentrarme en
el aroma de la colonia de Hayden. La playa. En Avery. Nada ayudó.
Me dolía mucho.
—¡Oh, Dios mío! ¡Por favor, detente un minuto! —grité y saltó. Al
abrir los ojos, el lavabo de mi cuarto de baño, de un blanco
impoluto, tenía agua carmesí corriendo hacia el desagüe y
salpicaduras de sangre que moteaban los lados. Con Hayden
presionando hacia abajo, la sangre empujó automáticamente a
través de mis rasgaduras. No podía ver mi palma, la sangre cubría
completamente mi mano.

—Lo siento, no quise gritar en tu oído —jadeé.

—No pasa nada. Solo siento tener que hacerte esto.

Tragué con fuerza, temblando por un dolor tan insoportable que


no podía encontrar palabras. Esto era una agonía. Las lágrimas se
posaron en mis párpados, pero me negué a dejarlas caer. Después
de esto, me aseguraría de no volver a agarrar mal la barra.

—Aquí —dijo Hayden, viendo mis ojos—. Prueba esto. Ponte


detrás de mí, rodea mi cintura con el otro brazo y apriétame cuando
se ponga mal.

Asentí e hice lo que me sugirió. Si no estuviera tan consumida


por el dolor, me habría dado cuenta de lo agradable que era estar
apretada contra su trasero, o de lo bien que encajaban nuestros
cuerpos.

Mi brazo rodeó su estómago y lo abracé ligeramente, apoyando


mi cabeza en su espalda. Respiré profundamente y exhalé. Tal vez
si me concentraba en su cuerpo, no sería tan malo.

¿A quién quería engañar? Cuando se incorporó, apreté a Hayden


con tanta fuerza que sentí que sus pies se movían por mi peso.
Apreté, sujetándolo hacia mí mientras hundía mi cabeza entre sus
omóplatos. Utilicé cada gramo de fuerza que tenía y me aferré a su
vida. No me importó que mis tetas se estrellaran contra su espalda,
ni que mis caderas rodaran contra su culo y se amoldaran a él de
forma un tanto sexual. Los disparos de dolor eran tan horribles que
lo mordí. Me levanté en puntas de pie y hundí mis dientes en su
bíceps. De alguna extraña manera, eso ayudó.

—Ya casi he terminado con esta mano —dijo por encima del agua
corriendo, ignorando mi mordisco. Me incliné hacia él cuando
colocó mi mano bajo el agua caliente, retirando la sangre y
palpando la piel muerta. Inconscientemente, lo apreté más fuerte,
haciendo girar su camisa en mi puño, usándolo como fuerza porque
sabía lo que venía después.

Peróxido de hidrógeno.

Cuando oí que el tapón se abría, agarré el estómago de Hayden


con tanta fuerza que sentí que se estremecía debajo de mí. No
quería hacerle daño, pero no creía que pudiera aguantar mucho
más antes de desmayarme.

—¿Cómo van tus sesiones privadas con Kova?

—¿Qué?

Más restregones.

—Piensa en la pregunta, Aid, no en el dolor.

—La pregunta... ¿Cuál era la pregunta?

Su espalda vibró con una risa.

—¿Cómo van tus sesiones privadas?

—Ah, van bien, supongo... —Me costó respirar—. No tan mal ni


tan raro como esperaba.

—¿Supongo que has encontrado algo de lo que hablar?

Agarré su camisa con más fuerza mientras me enjuagaba la


mano.

—Lo hicimos... —No quería entrar en detalles sobre la


conversación que había tenido con Kova. Era privada y tenía la idea
que él no se lo contaba a mucha gente, así que dije—: Por mucho
que aprecie lo que intentas hacer, Hayden, ahora mismo no puedo
pensar con claridad.

—Respira profundamente.

El líquido frío se derramó sobre mi mano e inhalé con fuerza,


echando la cabeza hacia atrás. El dolor al rojo vivo me atravesó y
casi me desmayé. Las lágrimas cubrieron mis pestañas pero no
corrieron por mis mejillas, y apreté los dientes con tanta fuerza que
estaba segura de estar a segundos de astillar uno.

—Hayden, por favor —le supliqué. Mi mano temblaba


violentamente bajo su agarre. Mis dedos trataron de enroscarse de
nuevo, pero Hayden los mantuvo abiertos mientras frotaba
alrededor de los desgarros.

—Shhh... Está bien. Ya casi hemos terminado —dijo


disculpándose. Hayden volvió a enjuagarme la mano y me quitó la
piel muerta que se le había escapado con el cortaúñas.

—Creo que necesito otra inyección... O una botella entera. Que


sean dos botellas antes de hacer la otra mano.

Se reía, su espalda vibraba contra mi mejilla.

—Estoy bastante seguro que morirías si te bebes dos botellas de


vodka.

—Me arriesgaré. No puede ser peor que esto.

Cerrando el agua, Hayden se dio la vuelta y yo me alejé de él. Se


me cayó la mandíbula cuando miré mi mano temblorosa. Parecía
carne cruda.

—Tenemos que dejar que se seque al aire antes de ponerle algo


encima durante la noche —me indicó Hayden.

—¿Crees que es una buena idea? ¿Poner cosas encima? ¿No


debería cubrirlo durante el día y dejarlo respirar por la noche? —
Me miró como si yo debiera saber la respuesta—. Nunca he hecho
esto antes, Hayden, así que no tengo ni idea de qué hacer.

Los ojos de Hayden se suavizaron. Con la punta del pulgar, se


limpió una única lágrima.

—No llores —dijo con simpatía. El gesto fue dulce y, por alguna
razón, me hizo llorar aún más. Me tembló la mandíbula y se me
hundió la barbilla en el pecho. Odiaba esto, este dolor, estas
emociones, este deporte. Lo odiaba todo y deseaba que
desapareciera. No había manera que pudiera volver a pasar por algo
así. Si Kova me obligaba a hacer cualquier tipo de trabajo de barra
mañana o en los próximos días, lo mataría directamente.

Hayden me abrazó. Apoyando mi mano en el pecho, me incliné


hacia él y dejé caer las lágrimas. Al diablo con la lucha. Este tipo de
tortura pondría de rodillas a un hombre adulto.

El agotamiento me consumió de repente y dejé escapar un fuerte


suspiro.

—Siento haber llorado.

Me frotó la espalda en círculos y sus caderas cayeron sobre el


mostrador para apoyarse.

—¿Quieres saber un secreto?

—Parece que tienes muchos secretos, Hayden.

Se rio.

—La primera vez que tuve desgarros tan graves, mi mamá tuvo
que cuidarlos como yo acabo de hacerlo por ti. Lloré. Como un puto
bebé, lloré y sollocé contra ella con fuerza y ella tuvo que abrazarme
después. Fue vergonzoso y nunca lo olvidé. Desde entonces, me he
asegurado de hacer todo lo humanamente posible para evitar
desgarros a esta intensidad nunca más. Sé que es inevitable, pero
lo intento y sé que tú también lo harás de aquí en adelante. Te
ayudaré y te enseñaré qué hacer para endurecer un poco más tu
piel. Una vez que tus palmas se curen y te crezca piel nueva,
tendrás que picarlas todos los días. Siento tu dolor, Adrianna. Lo
hago, nena. Y siento haberte causado más.

Dejé que sus palabras calaran y me relajé un poco en su cuerpo.


Para alguien tan musculoso como él, Hayden era inesperadamente
suave.

Dejó caer un beso amistoso en la parte superior de mi cabeza y


luego dijo:

—Vamos a ocuparnos de tu otra mano. Por suerte para ti, no está


tan mal, así que no debería ser tan doloroso.
La palabra clave es “no debería”.
Capítulo 20
Cuando me mudé por primera vez a Cape Coral en marzo, me
preocupaba sentirme un poco sola, aunque estaba preparada para
tener más libertad.

Pero con el entrenamiento, las largas horas y acostumbrándome


a mi nueva vida, no había tenido tiempo de sentirme realmente sola.
Supongo que era algo bueno. Las semanas pasaron volando y, antes
de darme cuenta, llegó el entrenamiento de verano. Al no haber más
clases, todo era entrenar, entrenar, entrenar cada minuto de cada
día.

Por lo que había oído, los miembros de World Cup y los


entrenadores se reunían cada año y hacían una barbacoa el 4 de
julio. Era su forma de reunir al equipo y a los entrenadores y
desahogarse un poco. Este año se celebró en la impresionante casa
de dos plantas de Kova, con vistas a la costa. Teniendo en cuenta
que era de Rusia, me pareció divertido que fuera el anfitrión de una
fiesta que celebraba la independencia de Estados Unidos.

Con la ayuda del GPS, Alfred me llevó a su casa. Reagan llegó al


mismo tiempo que yo y entramos juntas, sin decir una palabra salvo
para intercambiar saludos antes de seguir nuestros caminos. Se
dirigió hacia los grandes ventanales que daban al río para ver a
otras personas en el exterior, pero yo sabía que lo primero que tenía
que hacer era saludar al anfitrión. Los modales eran muy
importantes y mi mamá siempre se aseguraba que fuéramos
corteses.

La casa de Kova era mucho más grande de lo que había previsto.


Tenía una planta grande y abierta y no estaba segura de qué camino
tomar primero. Por la cantidad de fiestas que hacíamos en casa, era
un hecho que el anfitrión estaría en la cocina preparando algo, así
que hacia allí me dirigí. Seguí el sonido de voces y agua corriendo y
encontré la cocina. Al acercarme, un sartén cayó al suelo de
baldosas y me sobresalté. Unas voces débiles y silenciosas filtraron
el aire y fruncí el ceño tratando de averiguar a quién pertenecían.
Al doblar la esquina, supe con certeza que una era la de Kova; la
otra, no. Se me apretó el pecho cuando me di cuenta que había
encontrado a Kova y a una impresionante morena discutiendo. La
mandíbula de Kova se desencajó y luego se recompuso, con los
brazos flexionados a los lados. El rostro de la mujer vaciló cuando
se intercambiaron las amargas palabras bajas de Kova. La tensión
era tan densa entre ellos que resultaba asfixiante. No pude entender
lo que se dijo, ya que estaba en ruso, pero lo que fuera no podía ser
bueno porque ella parecía al borde de las lágrimas. Kova se giró y
tiró con fuerza algo al fregadero, que rebotó en el acero inoxidable.
Apoyó las manos en la repisa y se inclinó, con los ojos cerrados. La
mujer le puso una mano reconfortante en el hombro solo para que
él se encogiera de hombros. Bajó el rostro y levantó las manos,
murmuró en voz baja y se alejó.

Me alejé rápidamente antes que me vieran, pero me quedé cerca


de la pared preguntándome qué había pasado entre ellos. Nunca
había visto a Kova tan alterado. Claro que era un imbécil en los
entrenamientos, pero verlo fuera del gimnasio no era algo que
esperara. Me imaginé que era así porque estaba tratando de sacar
el vencedor en nosotros. Tal vez solo era su personalidad.

Necesitaba encontrar algunos amigos con los que hablar


rápidamente solo para darme cuenta que no tenía muchos aquí.

Suspiré. Todavía me sentía un poco marginada entre el resto del


equipo. Eran agradables, pero en su mayoría eran reservados y se
mantenían al margen. Muy cerrados. Probablemente debería haber
hecho un mayor esfuerzo para ser amiga de alguien que no fuera
Hayden y Holly, pero no era algo por lo que estuviera presionando.
Vine aquí para entrenar, para ser lo mejor que pudiera ser y ganar
el título de élite. No para ganar Miss Simpatía.

Tratar de ser amiga de Reagan había sido un reto. Yo no era


ninguna competencia para ella, era una atleta increíble y mucho
mejor que yo. Ella lo sabía, y yo también. Así que no estaba segura
de cuál era el problema. Simplemente no había amistad con ella,
estaba sola. A veces me gustaba, pero la mayor parte del tiempo era
frustrante cuando querías tener una amiga con la que desahogarte
y que entendiera por lo que estabas pasando. Tal vez si hubiera
presionado, no habría estado de pie sola, mirando... no tenía ni idea
de qué demonios estaba mirando. ¿Un santuario?

Ante mí colgaban medallas y más medallas, fotos enmarcadas,


trofeos, artículos en abundancia. Lo que sea, estaba aquí. Y todo
era sobre Kova. Esto era algo que solo haría una madre orgullosa,
así que me pareció extraño que un hombre de su talla tuviera su
propio salón de la fama en su casa.

Por otra parte, yo no había logrado lo que Kova, ni siquiera


remotamente, así que supongo que no debería decir nada. Solo
podía esperar. Probablemente yo tendría lo mismo en mi casa.
Diablos, ahora mismo tenía medallas de competiciones expuestas
en mi piso.

Acercándome, mis dedos rozaron una de las medallas de oro, mi


corazón anhelaba una. Solo una. Dios, lo que haría por tener un
día una belleza como ésta. Probablemente nunca me la quitaría.
Bueno, tal vez para dormir y ducharme, pero eso era todo.

Kova tenía tres medallas de oro y un puñado de plata en dos


olimpiadas, siendo las argollas su mejor especialidad. Me reí para
mis adentros. Probablemente odiaba las de plata.

—¿Qué es tan gracioso?

Me sobresalté y me llevé la mano al corazón. Miré detrás de mí y


vi a Kova sosteniendo un vaso de cerveza.

—¡Jesús!

Una sonrisa sensual tiró de sus labios carnosos hacia un lado.


Sus ojos se suavizaron y tragué saliva. Una faceta totalmente
diferente de la que había visto antes, cuando entré en la riña que
estaba teniendo. Ahora parecía relajado, no tenso. La belleza de este
hombre estaba en una liga propia. Era carismático cuando sonreía,
y podía sentir su bondad. Algo raro, y era en momentos como éste
cuando me olvidaba que era mi entrenador.

Kova tenía un aspecto increíble con sus pantalones de vestir azul


marino y su impecable camisa blanca abotonada. Llevaba las
mangas remangadas hasta los codos y un reloj de plata como una
gran esfera adornaba su muñeca. Su cabello, aunque desordenado,
parecía como si se hubiera pasado los dedos por él para que hiciera
juego con la barba incipiente que cubría su mandíbula. Era la
primera vez que veía a Kova con algo distinto a unos pantalones
cortos en mucho tiempo. La piel de color ámbar, la nariz
perfectamente recta y los ojos de color esmeralda lo
complementaban. Podría haber pasado por un modelo de Armani
con creces.

—No quise asustarte.

—Está bien. Pero voy a necesitar que te pongas un cascabel en el


cuello tanto como que te acerques sigilosamente a mí.

Kova miró su vaso y agitó el líquido ámbar. Se acercó a mí y miró


a su pared. Olía a canela y tabaco con un toque de cítricos. Sabía
que no era fumador, pero el aroma que desprendía era seductor y
sofisticado. Respiré en silencio con mis pulmones y lo sentí hasta
el fondo.

—¿Qué te pareció tan divertido?

—Ah... —Me volví hacia la pared, con el calor subiendo a mis


mejillas. Parecía que me sonrojaba mucho cuando Kova estaba
cerca. Le eché una mirada furtiva y él asintió, esperándome—.
Estaba admirando tus medallas y me preguntaba qué pensabas de
las de plata.

Entrecerró los ojos con discernimiento y miró su pared,


frunciendo los labios en señal de reflexión. Me fijé en él y me di
cuenta que tenía un profundo arco de cupido, mientras que yo tenía
unos labios carnosos y amplios.

Tal vez Avery tenía razón. Era el entrenador besable.

—Creo que soy muy afortunado por tenerlas, pero también que
he trabajado muy duro y que me las merezco. Ir a los Juegos
Olímpicos es un logro que muy pocos pueden alcanzar. Ni siquiera
la suerte puede llevarte allí. Es pura determinación, un compromiso
inquebrantable con el deporte y un amor tan profundo por él que
dejarías cualquier cosa para conseguirlo. A veces incluso tu vida y
tu infancia. —Kova dio un sorbo a su cerveza—. Sin embargo, los
verdaderamente entregados dirían que la gimnasia es su vida, es el
aire que respiran, así que en realidad no estás renunciando a tu
vida en absoluto si la vives a través de la gimnasia, ¿verdad?

Leí el significado subrayado en sus ojos y sentí el tono de su voz.


Renunció a todo en su infancia para alcanzar su sueño. Su devoción
era contagiosa. Mi corazón se disparó y una sonrisa perezosa se
dibujó en mi rostro.

Volví a mirar su muro de medallas y estuve de acuerdo. Tenía


razón en todos los sentidos. La suerte tuvo muy poco que ver, pero
se olvidó de algo más.

—Te olvidaste de la sincronización —dije, mirándolo


directamente a los ojos—. El tiempo lo es todo, especialmente en la
gimnasia.

—¿Sabes qué más no he mencionado? El egoísmo.

Mis cejas se juntaron, sin estar totalmente de acuerdo.

—¿Egoísmo? No diría necesariamente eso.

—Claro que lo es —replicó, acercándose a mí.

—No hay nada malo en ser egoísta —continuó—: La gimnasia,


una vez que alcanzas cierto nivel, se convierte en toda tu vida y todo
el mundo gira a tu alrededor. Todo gira en torno a que cumplas tus
objetivos, a que tú compitas, a que tú pases horas y horas en un
gimnasio luchando por ser el mejor. Es escalar una cuerda y todo
el mundo está sentado observándote. Hay que dar el ciento por
ciento en este deporte. La gimnasia, en cierto sentido, gira en torno
a ti.

La cuerda. Sonreí ante su analogía con la gimnasia. La mayoría


de la gente decía escalar montañas, pero él utilizaba la cuerda, ya
que parte del acondicionamiento para muchos atletas era trepar por
la cuerda.

—Realmente no lo había pensado así antes. Quiero decir que, en


cierto sentido, tienes razón, pero entonces, ¿no somos todos
egoístas de alguna manera? ¿Por qué un gimnasta más que otros?
Sacudió la cabeza, en desacuerdo.

—No es lo mismo.

Sabía lo que quería decir, y tenía razón. No era lo mismo. La


mayoría de la gente era egoísta hasta cierto punto. Se trataba de un
impulso personal atrapado en el interior con el que nadie podía
ayudar, excepto una cosa. Un entrenador que entendiera. La
gimnasia era como una droga. No importaba cuántas veces nos
derribaran, cuántas lesiones sufriéramos, cuántas veces nos
dijeran que no éramos lo suficientemente buenos, que no éramos
los mejores, siempre volvíamos por más. Era una necesidad que
ignoraba a todos los que nos rodeaban hasta que la llenábamos, sin
importar el tiempo que nos llevara. El impulso de un gimnasta
superaba al de todos los demás y nunca moría.

—Sabes, casi preferiría tener una medalla de bronce que una de


plata —dijo, cambiando de tema.

—¿Y eso por qué?

Kova se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.

—La plata es el primer puesto de los perdedores.

Mis ojos se abrieron de par en par. Nunca me lo había planteado


así cuando había ganado la plata en los encuentros.

—Quedar en segundo lugar es la peor sensación después de


haberlo dado todo. Hay ganadores y hay perdedores. El deporte se
practica para ganar, eso es todo. Nada más. Tienes una
oportunidad para demostrar tu valía. Una. —Sacudió la cabeza, sus
ojos distantes mientras recordaba el pasado—. Recuerdo que me
sentí totalmente desolado, como si me hubieran dado un premio de
consolación por todo mi esfuerzo. Estaba en el podio, pensando en
lo que podría haber hecho de otra manera. ¿Me tambaleé? ¿He dado
un paso al desmontar? ¿Doblé las piernas? ¿No tuve suficiente
control en el vuelo? ¿No entrené lo suficiente? Sabía que debía
alegrarme de haber conseguido la plata, pero no fue suficiente para
ganar el oro, y eso me destrozó el corazón. —Me miró como si
intentara recordar qué había hecho mal—. Puedes perderlo todo por
una décima de deducción. Tan pequeña, pero tan poderosa que
puede hacerte caer de rodillas en un solo segundo. Todo sucede tan
rápido, ¿sabes? Una vez que la llama se enciende, los Juegos
comienzan. Estás ahí, en el momento, viviéndolo, respirándolo,
luchando por tu sueño. Estás en cada evento durante un periodo
tan corto de tiempo hasta que rotas al siguiente. Una vez que llegas
a casa y tienes por fin la oportunidad de pensar en tu experiencia,
tienes que preguntarte si fue real porque no lo parece. Es como una
película borrosa que quieres afinar y enfocar, pero no puedes...

Las palabras de Kova se interrumpieron. Me dirigió una mirada


interrogante, como si quisiera una respuesta que yo no tenía. Sus
palabras me hicieron sentir una punzada en el pecho. Podía oír la
vulnerabilidad en su voz, sentir cada palabra mientras revivía su
pasado y trataba de enfrentarse a él. La sinceridad que se reflejaba
en su rostro estaba llena de significado y emoción, y lo que decía
tenía mucho peso.

Hablaba con el corazón, y yo sentía cada una de sus palabras.


Capítulo 21
Este fue un momento crucial entre nosotros.

Estaba tan cerca que sus palabras recorrieron mi piel,


encendiendo una llama debajo de mí. Volvió a exponer partes muy
personales de su vida y, sin saberlo, abrió una conexión entre
nosotros. Lo sentí, lo vi. Sus ojos se clavaron en los míos y sus
labios se separaron ligeramente, con una pequeña separación en el
centro. El silencio en el aire provocó una conmoción. Sin decir nada
más y con sus ojos clavados en los míos, levantó una mano y me
quitó un mechón de cabello del hombro, colocándolo detrás de la
oreja. Un escalofrío recorrió mis brazos cuando el dorso de su mano
se demoró, su dedo acarició mi mandíbula con el toque más ligero
posible. Se acercó más a mí y contuve la respiración cuando sus
ojos se fijaron en cada centímetro de mí. Sus nudillos bailaron por
mi cuello hasta mi clavícula, su calloso dedo índice se deslizó sobre
mí como una suave brisa.

—Apuesto a que tu mamá estaba orgullosa de tus medallas de


plata —dije suavemente.

El rostro de Kova se desplomó y su sonrisa desapareció junto con


su mano. Sus ojos se quedaron en blanco y de repente me arrepentí
de mi comentario.

—Lo estaba. Estaba orgullosa de todo lo que hacía. Era mi mayor


apoyo.

Tragué con fuerza.

—¿Hace cuánto tiempo que falleció?

Kova respiró profundamente y exhaló.

—Hace ocho años —dijo con delicadeza.


Mi corazón se hundió aún más ante la tristeza de su tono.
Instintivamente, mi mano se extendió para consolarlo.

—Lo siento mucho.

Le froté el brazo, con el pulgar haciendo círculos. No fue una


decisión acertada, pero creo que lo hice sobre todo porque sentía su
pérdida con tanta fuerza que quería calmarlo. Se flexionó bajo mi
contacto y sus ojos se dirigieron a los míos. Dejé caer la mano y me
aclaré la garganta torpemente.

Kova se sacudió.

—¿Fue cáncer? —pregunté con curiosidad.

—Ojalá hubiera sido eso.

¿Desearía que hubiera sido eso?

—¿Qué quieres decir?

Que fuera impreciso no me funcionaba, pero así era Kova.


Siempre tan esquivo. No estaba segura de aprovechar la
oportunidad para hacer más preguntas, así que me quedé callada
y esperé a que ordenara sus ideas.

—Ya que hemos sido sinceros el uno con el otro... Ella era VIH
positivo —susurró en voz baja.

Se me cayó la mandíbula, junto con las tripas. VIH. Me alegré que


aún no hubiéramos comido, de lo contrario, con todo este revuelo
entre mi corazón y mi estómago, probablemente vomitaría ahora
mismo. Aquello era extremadamente personal y no era para nada lo
que esperaba. Ni un poco.

Espera un momento. Si era VIH positivo, eso significaría...

Mis ojos se abrieron de golpe, mi cabeza se giró para mirarlo.

—No tengo el VIH —respondió a mi mirada interrogante—. Lo


contrajo muchos años después que yo naciera. —Kova suspiró con
tristeza, mirando su vaso de cerveza—. No estaría en esta profesión
si fuera así.
Estaba a punto de preguntar cómo había contraído el VIH cuando
entró una mujer, con un aspecto tan radiante y un perfecto
balanceo de sus caderas.

—Te estaba buscando.

Miré hacia la voz cantarina. Era la mujer de antes. Fuera quien


fuera, era la definición de impecable. Un brillo perfecto en su cabello
castaño liso. La piel marfil, los ojos avellana brillantes y una sonrisa
de megavatio complementaban su cuerpo de supermodelo. No
había nada malo en ella por fuera. Realmente perfecta, desde los
dedos de los pies con manicura francesa hasta la parte superior de
su cabeza castaña.

Kova se aclaró la garganta.

—Me disculpo, malysh, solo estaba explicando mis medallas a


Adrianna y cómo no se tienen por la suerte. —Kova me miró,
tenso—. Adrianna, esta es mi novia, Katja.

Malysh. La llamó malysh como una vez me había llamado a mí.


La sangre se me escurrió del rostro, se me formó un nudo en la boca
del estómago ante el apelativo que usó con ambas. Sabía que decía
que era por error cuando me lo dijo a mí, pero me molestaba, y no
estaba segura de por qué. Tal vez porque ella era la perfección y yo
no. Tal vez era porque secretamente me gustaba que lo usara
conmigo más de lo que quería admitir, y ahora saber que lo usaba
con ella me daba una ligera envidia. Mis inseguridades que tanto
me costaron superar, gracias a mi mamá, estaban haciendo acto de
presencia y no me gustaba nada.

Ella sonrió y extendió la mano.

Katja miró de nuevo a Kova con una ceja alzada. La tensión volvía
a ser densa entre ellos.

—La parrilla está casi lista. ¿Quieres que te traiga otra bebida?

—No, gracias.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, con las cejas juntas.

—Cerveza.
Ella se apartó como si él hablara otro idioma.

—¿Cerveza? ¿No hay vodka para ti?

Sus ojos avergonzados se dirigieron a mí.

—Estaba pensando que no sería una buena idea poner mi mitad


rusa en exhibición esta noche. —Se rio y alargó la mano para
acariciar la mejilla de Katja, con el pulgar rodeando su piel
inmaculada. Su rostro se inclinó hacia un lado, con una sonrisa de
miel en los labios. Tuve la sensación que estaban montando un
espectáculo después de lo que había visto.

—Ah, ya veo. Bueno, te necesitamos pronto en la parrilla y


acaban de aparecer más invitados. —Katja depositó un beso en sus
labios, se dio la vuelta y salió.

En silencio, admití con una pizca de celos:

—Katja es muy bonita.

Apretó los labios, su rostro titubeó y sentí curiosidad por saber


por qué.

—Sí, es una mujer muy hermosa.

Mujer. Mientras que yo era un adolescente.

Queriendo cambiar el enfoque, pregunté:

—¿De qué otra nacionalidad eres?

—Creo que ya he soltado bastante por hoy... otra vez. Ya has oído
a Katja, tengo que irme. —Y ahí estaba el Kova con cara de piedra
que yo conocía.

El entrenador Kova estaba de vuelta, ignorando mi pregunta.


Todo lo que hice fue preguntar sobre su herencia y se cerró. Era,
como mucho, lo menos intrusivo de todo lo que exponía.

Kova se marchó y volvió a caminar en dirección al comedor y lo


seguí, pero los vibrantes colores de una puesta de sol de Georgia
llamaron mi atención y me arrastraron a una sala justo al lado de
donde estaban los premios.
Al mirar por la ventana, rosas profundos y una gama de azules
cubrían el cielo que se oscurecía detrás de una masa de agua.
Sonreí para mis adentros ante la calidez que llenaba mi corazón.
Me encantaba vivir en Georgia.

Al mirar a mi alrededor, me di cuenta que había entrado en una


oficina. Era similar a la de mi papá, pero más pequeña. El escritorio
estaba colocado frente a la ventana y una estantería adornaba una
pared. Mis ojos se fijaron en una foto de Katja enmarcada en una
estantería.

Me acerqué y la tomé. Llevaba una camisa blanca abotonada de


hombre. Las mangas estaban remangadas, pero la parte delantera
estaba abierta para mostrar el contorno de sus pechos y su
tonificado estómago. Parecía recién levantada. Llevaba el cabello
desordenado hacia un lado y esbozaba una amplia y juguetona
sonrisa mientras estaba sentada en una cama sin hacer. Parecía la
mujer más feliz del planeta, y no tenía ninguna duda que no lo era.
Solo podía esperar ser tan naturalmente impresionante como ella
algún día.

Al dejarla en su sitio, miré a mi alrededor y me fijé en otra foto


enmarcada, esta vez sobre su escritorio. Curiosa, me acerqué
descaradamente y la tomé. Katja se deslizaba sensualmente sobre
una sábana arrugada, con unos tacones de aguja negros y unas
medias negras de encaje hasta el muslo, con un conjunto de
sujetador y bragas a juego. Sus delicados dedos apenas rozaban su
hermoso escote mientras su cabello se enroscaba libremente a su
alrededor. Era la fantasía de todo hombre en esta foto. Su espalda
estaba parcialmente apoyada en el lateral de la cama, y sus pechos,
perfectamente redondeados y regordetes, se levantaban. Y la
mirada que dirigió a la cámara gritaba sexo mientras hacía girar un
mechón de cabello alrededor de su dedo.

La foto era impresionante, impactante.

Apuesto a que Kova le hizo estas fotos. No tenía ni idea de por


qué me escocía eso. No debería haberlo hecho. Después de todo, era
mi entrenador, pero algo en mi vientre se tensó al pensar que Kova
enmarcaba imágenes provocativas de ella en su oficina. En ese
momento, envidié a Katja. Ella rezumaba confianza y poder. Esto
era de buen gusto, artístico... y me hizo dar cuenta que era algo que
querría que hiciera mi futuro esposo algún día.

—¿Adrianna?

Sorprendida, jadeé, casi dejando caer el marco.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Kova escupió cada


palabra, con una mano apoyada en las caderas.

—Yo, ah —me quedé sin palabras. Completamente sin palabras.


Mi mandíbula se movía y mis ojos eran enormes mientras trataba
de encontrar palabras.

Mátame ahora.

Kova se acercó lentamente a mí, mirando mis dedos que se


aferraban al marco.

—He visto la puesta de sol mientras volvía y me he parado a


mirarla.

Levantó una ceja y esperó más.

—¿Y?

—Y... vi una foto de Katja. —Joder. Estaba asustada.

—¿Sigue? —Su voz era baja—. ¿Estabas husmeando en mi


oficina? Esta es una foto muy privada, solo para mis ojos. ¿Quién
dijo que podías entrar aquí sin permiso?

Me estaba incitando, pero con todo el derecho. Estaba en su


espacio personal.

—No estaba fisgoneando, lo juro. Solo vi la foto en la estantería.


Luego vi ésta en tu escritorio y quise verla.

Miré el marco pegado a mi pecho y lo retiré. Se lo entregué y me


disculpé.

—No quería ser entrometida. Es que nunca había visto fotos como
éstas.
—Fueron un regalo.

Confundida, pregunté:

—¿Qué cosa?

—Las fotos, son fotos de boudoir tomadas por un fotógrafo local.


Katja me las regaló en nuestro segundo aniversario. Al principio me
molestó que dejara que alguien la fotografiara con casi nada puesto,
pero una vez que me calmé, las fotos me parecieron atractivas.

Esto se estaba volviendo extraño, y no estaba segura de cómo


responder. Una cosa era hablar de su vida y de su mamá, pero no
de Katja y de lo seductoras que eran sus fotos. Kova miraba con
cariño el marco mientras yo permanecía incómoda a su lado. Sentí
que estaba invadiendo su momento.

—Es realmente hermosa —fue lo único que se me ocurrió decir.

Unos ojos duros se dirigieron a los míos. Kova se cernió sobre mí


y me miró fijamente. Sus ojos recorrieron mi rostro y se detuvieron
en mis labios. Su mandíbula se flexionó al exhalar. Llamó mi
atención la vena palpitante de su cuello, que latía tan rápido como
mi corazón.

La tensión se arremolinó y el aire se espesó cuando su mirada se


posó en mi pecho. Solo que la tensión no era como con él y Katja.
La sensualidad se tejía a nuestro alrededor y cambiaba toda la
dinámica. Llevaba una camiseta blanca de cuello redondo con un
sujetador push-up que me dejaba un amplio y flexible escote. No
solía llevar otra ropa que no fuera un leotardo, así que me tomé un
tiempo extra para vestirme, eligiendo cuidadosamente mi atuendo.
Quería estar mejor que todas las demás chicas juntas.

La habitación se calentó al sentir el peso de su mirada en cada


centímetro de mi piel. No era la primera vez que un hombre mayor
me miraba fijamente, había conocido algunos hombres que eran
colegas de mi papá, pero esto era diferente.

Todo lo que una mujer podía desear en un hombre, Kova lo tenía


a raudales. El cuerpo perfecto, el rostro perfecto, un negocio
exitoso, impulsado por objetivos. Y no importaba lo que hiciera, no
podía sacarlo de mi mente. Era alto, moreno y guapo. Y cuanto más
me miraba, más me gustaba... queriendo más de su atención.

Kova dio un pequeño paso hacia mí y mis labios se separaron.


Podía oír cómo mi corazón latía con fuerza en mis oídos mientras
mi pecho se elevaba más rápido con cada respiración.

—Kova —susurré—. ¿En qué estás pensando?

Tragó saliva y dijo con voz ronca:

—En cosas que no debería.

Se me apretó el estómago, mis bragas se mojaron de repente por


el sonido áspero de su voz, que retumbaba en un barítono profundo.
Haciendo rodar el labio entre los dientes, me acomodé un mechón
de cabello detrás de la oreja.

—¿Qué quieres decir?

Gimió en voz baja.

—No hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Mirarme de la misma manera que yo te estoy mirando.

Mi corazón latía tan fuerte que me preguntaba si él podía oírlo.

—Te estás sonrojando.

—Sabes, eso solo hace que me sonroje más —susurré.

Un paso más y casi nos tocamos.

—Me gusta cómo tiñe tu piel. —El dorso de su mano rozó mi


mejilla sonrojada—. Sabes, eres igual de hermosa. Si no, más.
Preciosa.

Se me escapó un pequeño jadeo. Mi corazón se aceleró a mil por


hora, mis dedos temblaron. Kova me llamó preciosa.
Dejando caer su mano, miró el marco de la foto y luego volvió a
mirarme con remordimiento en los ojos.

—Siento haberte hecho desgarrar tanto en las barras aquel día...


Me he sentido fatal desde entonces. —Y luego se dio la vuelta y salió
de su oficina, dejándome sin palabras.

¿Qué demonios acababa de pasar?


Capítulo 22
Una vez que recuperé el aliento, salí de la oficina de Kova y me
dirigí al comedor formal.

La cabeza me daba vueltas y necesitaba un poco de aire fresco.

Las largas y elegantes cortinas de color carmesí sujetas por un


fajín dorado ofrecían una vista espectacular de la costa. Me detuve
para contemplar la impresionante vista antes de reunirme con
todos afuera. Después de lo que acababa de ocurrir, necesitaba
recuperar la calma y la vista me ayudó. Había algo en el agua que
eliminaba el estrés y me ayudaba a concentrarme. Cuando crecí,
tenía una impresionante vista del océano Atlántico desde mi
habitación. Cada vez que necesitaba evadirme, que necesitaba
pensar, iba al océano. Nada podía compararse, pero esto era igual
de espectacular. El sol se ponía sobre el sinuoso canal que estaba
envuelto entre pesados árboles. Una cálida cascada de colores
iluminaba el cielo, la más evanescente puesta de sol digna de ser
enmarcada. Era todo tan grandioso, y para nada lo que esperaba
del hombre que veía todos los días en el gimnasio.

El maldito entrenador Kova. Confuso. Contradictorio. Agotador...


Y quizá un poco pecaminoso. Expulsé una respiración pesada y
decidí que me ocuparía de ese momento más tarde.

Al salir al exterior, la gente estaba reunida charlando con los


demás. Era el final de la tarde, y con todo el follaje del patio trasero,
afortunadamente no hacía demasiado calor. A pesar de hacer el
esfuerzo de evitarlo, miré a mi alrededor y mis ojos traidores
encontraron automáticamente a Kova. Estaba de espaldas a mí
mientras lo observaba con ojos intrigados. Mi cabeza se inclinó
hacia un lado. Podía oír el tono de su voz en el aire. Parecía estar
inmerso en una conversación y sus manos se movían con fluidez
mientras hablaba.
Con los hombros ergidos, respiré hondo y me dirigí con confianza
hacia un grupo de chicas para aparentar que quería participar en
su conversación. Aunque, si era sincera, no tenía ganas de hablar
con nadie. Mi mente estaba en todas partes en este momento y
necesitaba a Avery para hablar. Sonreí amablemente, pero no pude
apartar los ojos de Kova cuando se giró y empezó a ocuparse de la
parrilla. Su novia estaba a su lado, ayudándole obedientemente.
Dio una rápida vuelta a la carne y cerró la tapa de la parrilla. Dejó
los utensilios de cocina a un lado y rodeó con un brazo cariñoso la
parte baja de la espalda de Katja. Kova tiró de ella, sus caderas se
encontraron y dejó caer un beso en su mejilla. Con todo el tiempo
que pasé trabajando a solas con él, me resultó obvio que tenía la
mandíbula tensa, pero ella sonrió tímidamente en respuesta y mi
corazón dio una pequeña punzada. Después de lo que presencié al
llegar antes, unido a lo que ocurrió en su oficina, me quedé más
desconcertada que nunca. Empecé a preguntarme si esto
significaba que tenía sentimientos más profundos por mi
entrenador. Sabía que no estaba bien, pero ese sentimiento interior,
esa sensación de inseguridad, la forma en que se me apretaba el
estómago y mi corazón se agitaba, el anhelo decía más de lo que
quería reconocer.

Kova debió sentir mi mirada confusa. Miró por encima de su


hombro y sus ojos esmeralda viajaron hasta los míos. Algo en mis
entrañas me dijo que le sostuviera la mirada. Su mano apretó la
cadera de Katja y la acercó a él. Tragué con fuerza al verlo y me di
cuenta de lo mucho que deseaba estúpidamente que fuera yo. Con
un pequeño movimiento de cabeza, Kova me dedicó una sonrisa de
labios tensos, claramente destinada solo a mí, y se dio la vuelta.

Afortunadamente, treinta minutos después la comida estaba


colocada en la mesa y las sillas se llenaron rápidamente. Miré a mi
alrededor y vi un asiento vacío junto a Reagan. Preferiría consumir
las comidas preenvasadas con sabor a corteza de árbol de mi mamá
que sentarme junto a ella.

A mi izquierda, Holly tomó asiento junto a alguien que no


conocía. Me dirigí hacia ella cuando Hayden me llamó por mi
nombre:

—¡Adrianna! Ven a sentarte aquí. —Gemí a través de una sonrisa


falsa. Había sillas abiertas a ambos lados de la de Kova. Una de
ellas obviamente reservada para Katja. Por el rabillo del ojo,
vislumbré el ceño fruncido de Reagan. La ignoré y me dirigí a
Hayden. Me acercó una silla y me susurró al oído—: Sé lo mucho
que prefieres sentarte junto a Reagan, pero siéntate conmigo.

—Me conoces muy bien —me reí. Hayden, por suerte, se sentó en
el asiento contiguo al de Kova. Era imposible que me sentara tan
cerca de él. Era suficiente así—. La vista es impresionante. —Siguió
mi mirada.

—Al crecer aquí, la vista ya no me produce tanto efecto. —Se


encogió de hombros despreocupadamente—. De este lado solo hay
un montón de canales y ríos, pero la gente los ama y paga buen
dinero por vivir cerca del agua. Apuesto a que te sientes igual en
casa.

Pensé en lo que había dicho.

—Sí, supongo que sí. A nuestras playas viene gente de todas


partes, pero para mí tampoco es ya gran cosa. Ahora que estoy aquí,
sí que echo de menos despertarme con el sonido del océano, el olor
del agua salada, la arena entre los dedos de los pies. Nunca pensé
que lo haría.

Me quedé pensando en Palm Bay y en que extrañaba un poco mi


casa y no me había dado cuenta hasta ahora. Con la gimnasia
constantemente en mi mente, no tenía tiempo para pensar en nada
más. No había hablado con Avery en más de una semana, excepto
por algunos mensajes de texto aquí y allá.

—Así que, aparte de esta fabulosa vista, la gente viene aquí


principalmente por el Apple Bob.

Miré a Hayden con una ceja arqueada.

—¿Apple bob?

—Sí, ¿no has ido hacer apple bob? Somos famosos por eso. Todos
los años se celebra un festival de otoño y una gran competición de
“apple bobbing”. Viene gente de todas partes a ver y a participar en
los festejos. Somos una ciudad muy hogareña.

Me quedé mirando el rostro firme de Hayden, boquiabierta.


—Dime que estás bromeando. —Seguramente nadie viajaría para
hacer un apple bobbing. Finalmente, estalló en carcajadas, una
sonrisa contagiosa se extendió por su rostro. Me encontré también
sonriendo y le di un golpe juguetón en el brazo. Las sillas vacías
crujieron junto a Hayden. Levanté la vista cuando Kova y Katja
sacaron sus sillas y tomaron asiento. Katja era todo sonrisa, sin
ninguna preocupación en su rostro sereno, mientras que Kova me
miraba intensamente. Sus ojos se oscurecieron y se desviaron hacia
Hayden. Mi sonrisa vaciló al ver cómo lo miraba.

—Estoy bromeando contigo —dijo Hayden, llamando mi atención.


Miré a Kova una vez más antes de prestar todo mi interés a Hayden,
pero él ya no miraba hacia mí—. ¡Deberías ver tu rostro ahora
mismo! No tiene precio.

—Imbécil. Creí que hablabas en serio. —Le di un puñetazo en el


brazo pero sentí el peso de la mirada de alguien sobre mí. Se me
erizó la piel al darme cuenta, pero me negué a levantar la vista.
Sabía quién era. Y llámenme loca, pero tenía la sospecha que no le
gustaba la idea que Hayden estuviera a mi lado.

—Sé que lo hiciste. —Hizo una pausa—. Sin embargo, en serio,


nadie viene aquí a Apple Bob. Ni siquiera sé si eso existe aquí. Cape
Coral es un gran lugar para un entusiasta de las actividades al aire
libre. Se puede navegar, pescar, hay muchos lugares para visitar en
el agua. Muy parecido a lo que estás acostumbrada, estoy seguro.
No hay competición de manzanas. No que yo sepa, al menos, —
terminó con una sonrisa.

Antes que pudiera responder, Katja exclamó:

—¡Comamos!

La cena estaba servida y era probablemente la mejor que había


probado en mucho tiempo. Me sentí bien al no contenerme por una
vez y comer lo que quería. Ahora podía, ya que estaba sola, pero
estaba tan acostumbrada a que mi madre me vigilara o se asegurara
que mis comidas fueran proporcionadas que era un hábito
inconsciente en mí tener cuidado.

Además, no quería ser una de esas chicas “extra cardio”.


Estaban sacando el postre cuando Katja preguntó:

—Adrianna, ¿tus padres te permiten estar aquí sola? Kova me


mencionó que estás sola aquí.

La miré antes de contestar.

—Sí.

—Debo ser honesta, no puedo imaginarme permitir que mi hija


de dieciséis años viva sola, aunque sé que otros lo hacen y
cohabitan entre ellos. ¿Cómo te desenvuelves ya que no vives con
las otras chicas? —Nos había hecho unas cuantas preguntas a cada
una de nosotras, así que sabía que iba a llegar mi momento.

Le di un sorbo a mi agua y luego respondí:

—Bueno, mis padres han contratado un chófer para cuando


necesite desplazarme. De donde vengo, no es raro que los
adolescentes estén solos a mi edad, o con un acompañante que no
sean los padres. Además, ayuda que el entrenador sea amigo de mi
papá.

—¿El entrenador es amigo de tu papá? —repitió Reagan, con una


mirada de disgusto.

—¿Tienes un chófer? ¿Como uno personal? ¿Cómo no lo sabía?


—preguntó Holly.

—Lo tengo. Ha estado con mi familia desde que era una niña.

—¿Tu familia? —preguntó Reagan.

Tragué saliva, tratando de averiguar cómo responder a su


afirmación sin revelar demasiado. Por suerte, Kova intervino.

—Su familia... es acomodada —fue todo lo que dijo. Usó las


manos cuando dijo “acomodada”, como si describiera la palabra.
Las cabezas de todos se volvieron hacia mí. El calor subió por mi
pecho hasta mis mejillas. Me ardían los oídos por las miradas.

—Mi papá es promotor inmobiliario. Piensa en los Hilton, pero


más pequeño —fue mi explicación.
—Eso está muy bien. ¿Así que puede construirme una casa algún
día? —preguntó Hayden.

Sonreí, agradeciéndole en silencio.

—Posiblemente.

—¿Y cómo se llama tu chófer? —preguntó Holly.

—Se llama Thomas, pero yo lo llamo Alfred.

Sonrió.

—Como Batman.

—Sí —sonreí. Eso aligeró el tema—. Una vez que empiece a


conducir, él no estará aquí. Así que no estoy realmente sola en sí,
ya que él siempre está por aquí... en alguna parte.

—Debe ser muy solitario no tener a nadie —dijo Reagan,


fingiendo simpatía—. Esa es la única ventaja de vivir en un piso
compartido, nada como tener una mamá cerca en la que apoyarse.
Es realmente la mejor sensación.

Asentí lentamente, fingiendo asimilar sus palabras como si


significaran algo. Si supiera lo feliz que me hacía no tener a mi
mamá cerca.

—Mi papá es un poco fanático del control. No me permitiría


quedarme en un apartamento con alguien que no conoce, así que
vivo en el ático de uno de sus condominios. Es muy seguro y
privado. Me encanta. La vista es increíble y tengo mucho espacio.
Si necesito algo, Thomas me lo consigue o me lleva. Y como mi papá
y Kova son amigos, si hay algún tipo de emergencia, él siempre está
aquí para mí también. Soy muy afortunada por tener lo que tengo
y la gente que me rodea.

Mis ojos se fijaron en los de Kova. Profundizó la mirada antes de


estar de acuerdo con mi afirmación. Eso la hizo callar.
Capítulo 23
El miedo era una mierda, y en este deporte, podía paralizarte.

Literalmente.

El miedo desafiaba el valor. Desafiaba a la mente. Una vez que


encontramos el coraje, significaba no mirar atrás. Perseveraba y
desafiaba. Daba fuerza para conquistar los obstáculos que lo
hacían a uno débil.

Las personas con éxito luchaban por lo que querían, por lo que
deseaban en la vida sin importar lo que tuvieran que enfrentar. La
fuerza de voluntad era la clave, y tal vez si convertía mi miedo en
deseo, anularía mi ansiedad. Era la única manera de escapar de la
emoción.

Sabía que tenía que practicar lo que predicaba, pero era más fácil
decirlo que hacerlo. Como lo era todo. Prefería entrenar una nueva
secuencia de volteretas con volteos frontales, o movimientos de
liberación de nivel E y cambios de barra antes que saltar la barra.

Odiaba la barra. Le temía. Era la prueba en la que más tenía que


trabajar. Temía el trozo de madera de diez centímetros como si
tuviera la capacidad de incapacitarme. Pero solo yo podía hacerlo.

Un año, cuando era niña, mi papá me sorprendió con una viga


de equilibrio pequeña y baja para Navidad. Mi miedo a la viga
empezó pronto y apenas la usé. Este miedo que creé en la parte
delantera de mi mente fue difícil de romper. Mantenerse en
equilibrio sobre un trozo de madera que estaba a cuatro pies del
suelo no parecía gran cosa, pero cuando se tienen en cuenta los
saltos o los giros mientras se mantiene el equilibrio sobre las puntas
de los dedos de los pies... no olvidemos las volteretas hacia atrás y
los giros completos con aterrizajes a ciegas en una anchura de diez
centímetros... sí, buena suerte.

Entonces, trata de hacerlo sin sentarte a horcajadas en la viga y


golpearte en la entrepierna y sufrir quemaduras por la viga. Así es
como lo llamé, “quemadura de viga”. Era como la quemadura de la
alfombra, pero de la barra de equilibrio. Se veía y se sentía igual.
Duele como una perra desde el interior de mis muslos hasta mi
entrepierna. Me había caído tan fuerte en el pasado que realmente
sangré.

Fue literalmente como recibir un golpe con un trozo de madera


entre las piernas. Hablando de dolor insoportable.

—Vamos, Adrianna —gimió Kova, mientras me tambaleaba en la


viga después de aterrizar un doble salto de switch.

Casi sonaba derrotado. De nuevo, salté con un pie, separé las


piernas lo máximo posible y luego las cambié rápidamente para que
la pierna que estaba delante acabara en la parte de atrás. Una vez
que aterricé, di un paso y lo volví a hacer. Después de aterrizar
rápidamente... sin tambalearme... requería un giro completo.

—¡Tus caderas están inclinadas hacia adelante y por eso das el


paso extra al final! Hazlo de nuevo pero sin el giro —ordenó Kova, y
mi corazón empezó a acelerarse—. ¡Releva el pie para que estés de
puntillas y lleva los hombros hacia atrás ante de saltar! —Golpeó el
dorso de la mano contra la palma para darle más énfasis a su
punto.

Era mi estúpido miedo a caerme, incluso después de años de


práctica.

Entrando en el salto, Kova gritó:

—¡Cuadra tus caderas para que estén centradas sobre la viga! —


Bajé los brazos y lo miré. Estaba lívido, más allá del punto de enfado
y listo para pasar a bullir de furia. Las chicas del equipo me miraron
fijamente y me sentí avergonzada. Me mordí el labio inferior al ver
que su expresión se volvía más oscura mientras el fuego de sus ojos
me abrasaba la piel.
—¡Te he dicho que te releves primero! Puede que mi acento sea
fuerte, pero sé que entiendes lo que digo. ¿O es que ya lo has
olvidado en el baile? Levanta lentamente el talón del pie trasero
antes de dar el salto. Hazlo de nuevo. Y con un poco de gracia.
Parece que estás saltando en un trampolín.

Puede que esté buenísimo, y puede que haya querido lamerlo y


abofetearlo al mismo tiempo, pero podía ser un completo imbécil.
Kova murmuró algo en ruso. Hoy estaba en un estado raro. No tenía
ni idea de cuál era su problema. Ojalá tuviera algún conocimiento
del idioma para saber lo que estaba diciendo.

Volví a saltar, pero me tembló el pulso al aterrizar. Creo que


también doblé las piernas. Estaba dudando de mí misma y notaba
lo desubicada que estaba. Kova me ponía nerviosa, y sus constantes
gritos estaban afectando a mi rendimiento. Odié el día de hoy.
Odiaba la viga. Y maldita sea, este era uno de esos momentos en
los que quería abandonar por completo.

Si no controlaba mis nervios, podría lesionarme gravemente.

—Mete las caderas y aprieta el estómago. Tu pecho se mantendrá


arriba y, por lo tanto, tu división será más amplia. ¿Qué parte de
eso no entiendes?

—Lo intento, entrenador.

Se tronó el cuello, girándolo bruscamente de lado a lado. El


sonido me hizo estremecer.

—Si lo estuvieras intentando, lo harías de la manera correcta. No


te esfuerzas lo suficiente.

Apretando los dientes, dije:

—Sí. Lo hago —enunciando cada palabra—. ¿Crees que me gusta


equivocarme y que me grites? —dije en voz alta. Lo estaba
intentando, pero lo estaba haciendo fatal.

Otra gimnasta se detuvo en la viga junto a mí, sus brazos cayeron


lentamente a los lados mientras Kova se quedaba inmóvil. Sus ojos
estaban desorbitados, enormes, y la vena de su cuello palpitaba
notablemente. El miedo me invadió, que se multiplicó por diez
porque podía sentir también el de mis compañeras. Estaba
realmente asustada por mi entrenador.

Y estaba bastante segura que estaba a punto de estrangularme.

—Voy a fingir que no he oído eso —dijo, con la voz baja y


controlada.

La flexibilidad nunca ha sido mi fuerte, ni mantener la boca


cerrada aparentemente, por lo que a veces tenía dificultades con los
saltos. Mis piernas no se abrían como debían. Muchos gimnastas
sufrían de inflexibilidad; no era algo que viniera con la naturaleza
del deporte. La gimnasia construye músculo, lo que a su vez
dificulta la flexibilidad. Era un círculo vicioso para encontrar el
equilibrio. Normalmente, las gimnastas que son buenas en salto y
suelo, a menudo se dan cuenta que la viga no es su punto fuerte.

La gente asume automáticamente que ser gimnasta significa ser


capaz de girar en un pretzel en cualquier momento. Es todo lo
contrario. Se trata de largas horas de manipulación del cuerpo en
ángulos extraños. Podía doblarme, voltearme y retorcerme. Pero mis
piernas y mi espalda no se curvaban como lo hacían algunas de
estas chicas. Era antinatural, pero aun así, me esforzaba por
conseguirlo.

—Salta hacia abajo —suspiró, pasando una mano por su cabello


rebelde—. Adrianna, tienes que levantar más esa pierna. Y deja de
sacudirte ahí arriba, pareces una hoja soplando en un árbol —
escupió enfadado—. Toma, hazlo en la viga baja primero.

Una hoja soplando en un árbol... Lo dejé pasar. Después de todo,


es ruso.

Volví a saltar, abriendo más las piernas, pero esta vez, cuando
volví a mirarlo, parecía desconcertado.

—No creo que estés cuadrando las caderas. —Colocó su


mandíbula en su mano—. No, eso no puede estar bien...

Esto tenía que ser una especie de broma. Yo sabía cómo cuadrar
mis caderas.
—Es eso, o te falta más flexibilidad de la que pensaba, lo que
explicaría por qué tus saltos parecen una mierda —murmuró para
sí mismo. Pasó de gritar con las venas en el cuello a quedarse
callado y reflexionando—. Pero sigues sin llegar a ese split de ciento
ochenta grados. —Me miró fijamente, con las cejas profundamente
inclinadas la una hacia la otra mientras se frotaba la mandíbula—
. Ve a la sala de baile y haz saltos en split frente al espejo. Estaré
allí en breve.

Me tragué el nudo en la garganta y asentí, dirigiéndome a la sala


de baile. Había un trozo de cinta blanca largo en perpendicular al
espejo. Me coloqué sobre ella y empecé a dar saltos en diagonal,
asegurándome de aterrizar en la viga de equilibrio modificada.
Observé mi cuerpo con atención. Mis caderas parecían cuadradas,
pero Kova tenía razón. No parecía que estuviera haciendo el split
hasta el final.

No estaba segura de cuánto tiempo había estado en la sala de


baile ni de cuántos saltos split había completado cuando entró
Kova. Estudió mis saltos con ojos críticos. No hice preguntas y no
paré hasta que sentí las piernas como si fueran de goma. Kova se
pavoneó hacia mí. Puso sus manos sobre mis hombros y me miró a
los ojos, irradiando confianza en mí.

—Concéntrate. Respira profundamente y exhala. —Hizo una


pausa— Una respiración tranquila y controlada, Ria. Como te he
enseñado. —Sus palmas calentaron mis hombros mientras los
masajeaba para aflojarme.

—Hombros atrás. —Empujó mis hombros hacia atrás, lo que hizo


que mi pecho se adelantara—. Pecho fuera. —Bajó la barbilla en
señal de aprobación—. Así. —Me agarró por los lados de la
mandíbula y dijo—: Barbilla arriba.

Asentí. Antes que pudiera volver a mirarme al espejo, sus nudillos


se deslizaron por debajo de mi mandíbula y bailaron por mi
garganta de forma seductora. Un escalofrío me recorrió los brazos
y sus ojos se oscurecieron.

—Perfecto. —Dejó caer sus manos y me di la vuelta para


prepararme para otro salto. Kova se acercó por detrás de mí y repitió
los movimientos, sin apartar sus ojos de los míos. Estaba tan cerca
que su ropa me rozaba la piel tibia. Una vez que estuve de pie como
él quería, colocó sus manos en mis caderas, las puntas de sus dedos
abrasando la línea de mi braga mientras presionaba más
profundamente para asegurarse que mis caderas estaban
cuadradas. Su cercanía hizo que mi corazón golpeara con fuerza
contra mi pecho. Nunca había sido tan atrevido, ni tan frontal, y la
verdad es que lo agradecí.

—¿Ves cómo estás de pie? Así es como te preparas antes de


saltar. —Su respiración se aceleró. Las puntas de sus dedos se
curvaron hacia abajo y rozaron mi trasero, peligrosamente bajo. Se
me puso la piel de gallina de inmediato y estaba segura que él la
sentía mientras sus manos permanecían evocadoras, provocando
una oleada de humedad en mí. Un gemido grave y profundo resonó
en su garganta, pero lo oí antes que se apartara. Kova me hizo una
leve inclinación de cabeza y me obligué a controlar mi acelerado
corazón. Ejecuté un salto dividido, que acabó pareciendo mucho
mejor esta vez.

—Precioso —dijo en voz baja, mirándome a los ojos a través del


espejo. Me resultó muy difícil no sonreír por su aprobación—. Otra
vez. —Con un movimiento de cabeza, me ordenó que realizara la
destreza varias veces. Mis piernas se separaron más alto, con más
gracia, pero lo más importante, correctamente.

A estas alturas, me quedé sin aliento por haberlas hecho


repetidamente. Esperé su siguiente orden con los muslos ardiendo
mientras me balanceaba sobre las puntas de los pies. Su cara de
póker, increíblemente atractiva, era difícil de leer.

—Vuelve a la viga.

Una vez de vuelta, me puse de pie y me dirigí a la viga. La agarré


entre las manos y salté, sintiendo el roce de mis muslos contra el
ante antes de ponerme en pie. Realicé alrededor de una docena de
saltos divididos a la perfección antes de seguir adelante. Kova
parecía satisfecho conmigo. Golpeé la viga con la punta del pie y
luego di un paso hacia el salto. Aterricé, ligeramente tembloroso y
lo salvé, pero sabía que el entrenador lo había visto. No perdió el
tiempo. Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en ranuras y
sentí que subían por mi cuerpo hasta encontrarse con mis ojos.
Exhalé una respiración baja y constante y esperé lo que tenía que
decir.

—Adrianna, deberías ser capaz de aterrizar tu salto en la viga si


puedes hacerlo en la cinta blanca. Hazlo bien.

Parpadeé, sintiéndome repentinamente mareada. Hacía horas


que no comía. Mi almuerzo había sido ligero, no quería hacer
ejercicio con la barriga llena. Y como estaba en el gimnasio durante
horas, la mitad del tiempo me moría de hambre. Sin embargo,
después de terminar la barra, pensaba comer mi barra de proteínas
para aguantar hasta que terminara el entrenamiento.

Quería impresionar a mi entrenador y demostrarle que era digna


de estar aquí, pero con él montado en mi espalda por un estúpido
salto, junto con mi hambre carcomida, me estaba estresando
mucho.

—Mientras sea joven, Adrianna. —Aplaudió dos veces. Volvimos


a Adrianna—. Muévete. Diez más.

Tragué saliva y completé el salto once veces más en lugar de diez.


Mis piernas eran de goma y empecé a sentir náuseas. Estaba
entrenando con el estómago vacío y con un entrenador ladrando en
mi oído.

En uno de los saltos, bajé con las piernas temblorosas. Mis


brazos y piernas salieron un poco hacia los lados para equilibrarme.
Intenté hacer una pose para disimularlo, pero cualquier entrenador
con ojo clínico lo detectaría enseguida.

No estaba segura de por qué intentaba ocultarlo ante Kova.

—Bloquea la pierna, Adrianna —gritó, sus ojos me perforaban la


cabeza.

El entrenador bajó la cabeza. Se pasó una mano por el cabello y


se tiró del cuero cabelludo. Levantando la cabeza, se volvió hacia
los barrotes y gritó:

—¡Reagan! Ven aquí. Ahora.

Genial. Mi mayor fanática venía a darme una lección.


—Sí, entrenador —dijo con voz melodiosa. Me dieron ganas de
vomitar.

—Sube ahí y enséñale a Adrianna cómo se hace un salto de


switch.

Sonrió y dijo:

—No hay problema, entrenador.

Esperaba que se cayera.

Sobre su rostro.
Capítulo 24
Volviéndose hacia mí, de espaldas a Kova, una pequeña sonrisa
de complicidad se dibujó en su cara. No pude evitar las ganas de
abofetearla por eso. No era una persona agresiva, pero ella sabía
cómo meterse en mi piel como nadie.

Reagan saltó a la viga y, naturalmente, dio un salto perfecto. Por


supuesto que lo hizo. La barra de equilibrio era su prueba favorita,
en la que destacaba. Aunque a veces no podía soportar mirarla,
realmente tenía habilidad.

Kova bajó la barbilla en señal de aprobación antes de decir:

—Hazlo de nuevo, pero esta vez asegúrate que estás mirando,


Adrianna.

Reagan dio un hermoso salto, como si hubiera nacido para


hacerlo.

—Gracias, Reagan. Puedes volver a las barras.

—Sí, señor. —Bajó de un salto y me miró por encima del hombro,


sonriendo.

Mi paciencia se estaba agotando. Estaba hambrienta, cansada y


tenía en mi equipo a una zorra que ni siquiera debería importarme
y a la que le encantaría verme fracasar.

—No te caigas, Ana —susurró mientras pasaba deslizándose,


dándome una palmadita en el hombro.

El impulso de sacar el pie y hacerla tropezar, luego patearle la


cara apretada era más fuerte que nunca.
El entrenador me miró expectante. Salté a la viga y me concentré
en el extremo de la misma, pero podía sentir la mirada ardiente de
alguien sobre mí. Me negué a levantar la vista. Me mordí el interior
del labio. No podía estropear esto, simplemente no podía.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo, me canté a mí misma. Lo tenía.

Sacudiendo mis dedos, exhalé en el salto. Justo cuando estaba a


punto de aterrizar, me di cuenta que mi cuerpo estaba
desequilibrado. Sabía que estaba desequilibrada, como un instinto
visceral, un sexto sentido.

Al mirar hacia abajo para ver la viga, me congelé en el aire, lo


peor que podría hacer una gimnasta. No debería haber mirado hacia
abajo. Debería haber creído más en mí, haber confiado en mí
misma. Al aterrizar, mi pie rozó el borde de la viga de equilibrio.
Intenté desesperadamente doblar los dedos de los pies alrededor del
borde, pero resbalé y caí rápidamente.

Mi estómago se hundió con mi cuerpo y contuve la respiración


mientras caía en picado sobre la barra de equilibrio.

Rápidamente dejé caer los brazos en un intento de agarrarme a


la viga para aminorar el impacto de mi entrepierna contra la
madera, pero fue inútil. Mi cuerpo se tensó, inclinándose hacia un
lado; y mi pierna rozó la tela de gamuza, sintiendo de inmediato la
ardiente quemadura. Mis costillas se estrellaron contra la losa de
madera y un chorro de aire abandonó mis pulmones.

El sonido de una gimnasta a horcajadas sobre la viga siempre era


perceptible. El impacto fue fuerte y, en mi visión periférica, pude
ver cómo se giraban las cabezas, pero no miré. No podía. Se me
cerraron los ojos y estaba bastante segura que se me había roto un
hueso dentro de la entrepierna por el sonido de la caída. Me agarré
a ciegas a la viga con la otra mano, pero mi cuerpo giró y me
desplomé, cayendo sobre la colchoneta acolchada y en posición
fetal.

La octogésima séptima vez que me subo a la barra. Y momentos


como este me hicieron odiar la gimnasia con cada fibra de mi
cuerpo.
Joder, quería llorar.

Oh, Dios, me dolía tanto. Estaba hecha un ovillo en el suelo, con


los pies acolchados bajo el culo y los brazos rodeando la cintura. Mi
frente se apoyaba en la alfombra mientras respiraba
profundamente preparándome para levantarme. Se me formaron
lágrimas en el fondo de los ojos, pero me negué a llorar y a aumentar
mi vergüenza.

Mientras me arrodillaba intentando reunir fuerzas para


levantarme, una gran mano se posó en mi espalda. El peso de su
cuerpo creó una ligera hendidura en la alfombra. Kova. Como si no
tuviera ya suficiente dolor.

Por supuesto.

—¿Estás bien, Adrianna?

Asentí en silencio.

—Deja que te ayude a levantarte —ofreció mientras su mano


ahuecaba mi bíceps y me levantaba.

—Estoy bien. —Me atraganté tras una falsa bravuconería.

Pero no lo estaba. Tenía los muslos en carne viva, la entrepierna


me dolía y ardía. Me sentía extraña, como si algo se hubiera movido
dentro y se hubiera roto. Sabía que eso no era posible, pero algo no
se sentía bien.

—Muévete —dijo el entrenador—. ¿Necesitas un descanso?

—No —respondí, y luego alcancé la viga. Me subí, sintiendo el


calor desde el interior de la zona de la entrepierna hacia afuera y
hacia abajo a través de mis muslos. Me mordí el labio con tanta
fuerza que sentí el sabor de la sangre. Lo conseguí. Sabía que podía
hacerlo. Solo tenía que volver a concentrarme en el movimiento y
no en lo que la gente pensaba y miraba.

Con los hombros hacia atrás y los brazos colocados, me


temblaban las rodillas. El dolor de la caída me tenía los nervios a
flor de piel. Tal vez esto no era una buena idea, pensé mientras mi
corazón latía frenéticamente en mi pecho. Me sentía mal y sabía
que estaba pálida. Estaba realmente asustada.

La profunda voz de Kova se relajó en la siguiente frase, casi como


si estuviera preocupado por mí.

—Cierra las piernas, Adrianna.

Exhalé y di un paso hacia el salto, pero el miedo se apoderó de


mi corazón antes que pudiera completar la secuencia.

Resbalé y me caí. Otra vez.

—Jesucristo —murmuró Kova, su voz acercándose a mí.

Solo que esta vez no fue tan grave porque mis costillas no
golpearon la viga. Sin embargo, mi entrepierna se resintió
gravemente del impacto y tuve que comprobarlo en el baño
inmediatamente.

Me temblaba la mandíbula y las lágrimas brotaban de mis ojos.


Me cubrí el rostro y lloré en silencio sobre la alfombra azul que olía
a pies. No podía seguir haciendo esto. Había terminado, quería ir a
casa. Me dolía demasiado.

—Déjame ver —dijo el entrenador, poniéndose en cuclillas frente


a mí mientras me sentaba sosteniendo mi estómago. Las chicas me
miraron fijamente. Las lágrimas frescas goteaban de mis ojos y él
usó su pulgar para limpiarlas.

Los ojos de Kova se encontraron con los míos. Me abrió la rodilla


para ver mejor. Desde la parte superior de mis rodillas hasta la
parte interior de mis muslos, ambas eran de un rojo intenso y
tenían marcas de raspaduras. Kova siseó.

—Ve a buscar hielo y siéntate encima.

Mantuve la mirada fija en el suelo mientras me dirigía a la salida,


preocupada por si veía sus rostros embobados por mi mala
actuación. Suspiré para mis adentros. Hoy era el peor día de mi
vida y quería acabar con él.
Parecía una aficionada. Nadie se cayó como yo lo hice hoy. Dos
veces.

Antes de ir a la cafetería por hielo, me paré en el baño y me


arranqué el leo. La maldita cosa se me pegó. El dolor punzante
dentro de mi coño era como un cuchillo que me cortaba lentamente
y tuve que comprobarlo. Algo no estaba bien.

Mirando hacia abajo, había pequeñas gotas rojas de sangre.


Mierda. Y llevaba un leotardo violeta, así que tendría que ponerme
otro antes de volver a salir. O simplemente ponerme unos
pantalones cortos.

Con dos dedos, me moví suavemente y me estremecí de dolor. Ya


tenía el color de una cereza y estaba hinchada, y sabía, con solo
mirar, que iba a tardar una buena semana en curarse. Y
probablemente me dolería orinar.

Me lavé las manos y me dirigí a la cocina. Por suerte, no había


nadie cerca para hablar o preguntarme. Recogí dos bolsas de hielo
y las envolví sin apretar en una toalla de papel. Coloqué las bolsas
en una silla y me senté con cuidado para que una de ellas me diera
en el centro y la otra en la parte interior de los muslos. Aunque el
frío me quemaba, al mismo tiempo me sentía bien. Me incliné para
encontrar una posición cómoda en la mesa y sostuve mi peso con
los codos y dejé caer la cabeza entre los brazos. Temblaba por
dentro y me enfadaba por lo mal que me había portado esta tarde.

Mientras me sentaba a solas poniéndome el hielo, visualicé el


salto switch una y otra vez, aterrizando perfectamente cada vez con
elegancia. No tenía sentido que pudiera estropear algo tan simple
como un salto, pero que aterrizara perfectamente una secuencia de
doble salto de manos hacia atrás. Me imaginé a Kova asintiendo en
señal de aprobación, con su llamativo rostro mirándome con
orgullo. Incluso cuando estaba lívido era precioso. Cualquiera con
ojos estaría de acuerdo conmigo.

Kova era atractivamente molesto. Me presionaba más que nadie


y no podía decidir si eso era bueno o no. Me preguntaba si había
algún motivo para presionarme de la forma en que lo hacía, aparte
de ayudarme a cumplir mi sueño de ir a las Olimpiadas algún día.
No estaba tan mal, tenía que haber algo más. ¿No podía ver que me
esforzaba por demostrarle que quería estar aquí? Se me hizo un
nudo en el estómago y apreté los ojos, luchando contra las lágrimas
que subían. No se me ocurría nada más para demostrarle nada de
esto.

Tal vez odiaba el suelo que pisaba. Tal vez vio potencial. Tal vez
me metí bajo su piel. Tal vez, de alguna manera oscura, yo le
gustaba. Tal vez no... Pensé en su despampanante novia y supe que
estaba inventando cosas en mi cabeza. Katja era todo lo contrario a
mí. Sus ojos eran un caleidoscopio de ámbar y peridoto. Tenía una
tez de marfil impecable. Por no hablar de un cuerpo de super
modelo por el que las chicas matarían. No había nada malo en ella.
Era hermosa e inteligente y, para colmo, era realmente agradable.
El paquete perfecto. Cualquier hombre moriría por estar con ella.

Desde la barbacoa del 4 de julio, Katja había ido al gimnasio unas


cuantas veces. Verlo abrazarla hizo que mi corazón palpitara. Él
enredaba sus dedos entre sus ondas perfectamente peinadas, la
miraba profundamente a los ojos y acercaba su boca a la suya con
pasión. Como si la necesitara para pasar el resto del día. Cuando
se separaban, la boca de ella estaba hinchada y enrojecida, y sus
ojos brillaban de felicidad. Pero no era solo yo la que miraba, todo
el equipo de chicas también lo hacía con asombro. Eran la pareja
perfecta y todas deseábamos ser ella.

Entonces recordé que Kova había dicho que yo era igual de


bonita. Preciosa, incluso.

Las vívidas imágenes de sus manos recorriendo mi cuerpo y no


el de Katja me golpearon con fuerza. Desear ser ella era un error
perverso. Gemí, tanto por el dolor de la caída como por la
frustración de mis pensamientos desviados. Tenía que haber algo
malo en mí para pensar en mi entrenador de esta manera, pero no
podía parar. Quería que me mirara con la misma intensidad que a
ella.

Sus labios rozando los míos, sus dedos clavándose en mi culo,


aplastándome contra él. Su polla presionando contra mi estómago,
dura y caliente, sin dejarme mover. Su lengua deslizándose en mi
boca y tomando el control, pero con pasión y calor como en las
películas. Era mucho más grande que yo. Fuerza bruta y ojos
irresistibles.
Me arrancaría la ropa, tiraría de su camisa y sus botones saldrían
volando. No podría apartar sus ojos salvajes de mí.

—¿Cómo estás, Ria?

Mi cabeza se levantó sorprendida y mis labios se separaron. El


entrenador se puso a mi lado y me miró con ojos inquisitivos
mientras esperaba una respuesta. Mierda, mi respiración se hizo
más profunda mientras mis mejillas se sonrojaban por los
pensamientos turbios que tenía. Empezaba a notar que solo usaba
ese apodo cuando estábamos solos.

Sus ojos se volvieron pesados, las pupilas se dilataron. Como si


supiera lo que había estado pensando. Volví a sonrojarme,
recordando que había dicho que le gustaba el color rosado de mis
mejillas.

Tragué saliva y no dije nada, desviando la mirada hacia su


entrepierna por alguna razón. Con los ojos abiertos ampliamente,
volví a mirar su rostro melancólico.

Dios, ¿qué me pasaba por imaginarme como Katja?


Capítulo 25
Sabía dos cosas.

Iba a ir directamente al infierno. Y que estaba tan roja como una


boca de incendios.

—Adrianna.

—Yo, ah... estoy bien —respondí, encontrando mi voz.

Metió las manos en los bolsillos.

—¿Qué tan grave es?

Tragué saliva, preguntándome cuánto debía decirle. Fui por la


verdad:

—Bastante mal. Estaba sangrando un poco por la caída. Pero ya


no. —Después de veinte minutos de ponerle hielo, el dolor estaba
adormecido.

La mandíbula del entrenador se flexionó.

—Sangrando, eh. Y tus muslos —su voz era cargada.

Insegura en este punto, empujé la silla y quité las dos bolsas de


hielo. Mirando hacia abajo, dije:

—Están bastante rojos. Raspados. Tendré una buena quemadura


durante unos días.

En cuclillas, Kova se puso a mi nivel. Puso una mano en el


respaldo de mi silla para estabilizarse, y la otra en mi muslo. Me
estremecí, mis piernas intentaron cerrarse automáticamente, pero
él me detuvo.
—Déjame ver.

Tragué saliva. Aunque no estaba segura de lo que quería ver,


estaba completamente segura que la mancha se vería. Qué
vergüenza.

Mis cejas se arrugaron mientras una sombra se proyectaba en


sus ojos. Su pulgar comenzó a frotar pequeños y lentos círculos en
el interior de mi rodilla. Su tacto era estimulante y relajante, y no
pude evitar preguntarme si era su forma de disculparse por cómo
me había tratado antes.

—Tus muslos, donde golpeas la viga... déjame ver. —Con eso,


colocó su otra mano en mi rodilla opuesta y empujó lentamente mis
piernas para abrirlas.

El ascenso y descenso de su pecho coincidía con el mío. Nuestra


respiración se hizo más pesada a medida que el aire se espesaba.
Las grandes manos de Kova se movieron lentamente hacia mis
caderas, empujando contra mí y abriendo más las piernas. Mis
caderas se movieron hacia arriba y mi espalda se arqueó, sacando
el pecho.

Se detuvo antes de llegar al vértice de mis muslos, y quiero decir


justo antes. Contuve la respiración y mi corazón se congeló. La
habitación se hizo significativamente más pequeña. No se atrevería
a ir más lejos, ¿verdad? El deseo recorrió mi cuerpo y no se me
ocurrió ni una sola vez la idea de detenerlo. De hecho, quería que
me tocara donde nunca debería llegar. La faceta prohibida era
posiblemente la ecuación determinante. Sus palmas y dedos se
clavaron en mi carne, acercándome a él.

Empecé a temblar bajo su abrazo y él se lamió lentamente el labio


inferior. Sus ojos no se apartaron de los míos mientras le hacía
saber que estaba bien. Arqueé la espalda, dejando solo los hombros
apoyados en la silla.

Atrás quedaba el frío choque de las bolsas de hielo sobre las que
había estado sentada momentos antes, y en su lugar había un calor
abrasador. Necesidad. Deseo. Algo, solo que no estaba segura de
qué. Kova hizo una pausa y luego reanudó su recorrido por mis
muslos.
—Es una quemadura bastante fuerte. —Sus párpados bajaron y
gimió en el fondo de su garganta—. Te va a doler durante días,
asegúrate de ponerte un bálsamo... —se interrumpió,
concentrándose en el centro de mis piernas. Su pulgar alivió el
ardor que marcaba mi tierna piel. Estaba tan cerca de mi sexo que
empecé a palpitar por su contacto.

Asentí instintivamente y, sin pensarlo, extendí la mano. Mis uñas


se clavaron en la curva de su bíceps cuando su pulgar se detuvo.
Creó un dolor que necesitaba ser liberado, una acumulación estaba
fluyendo dentro de mí.

Sabía lo que estaba haciendo. Lo que estaba creando dentro de


mí.

Si respiraba, me tocaría en un lugar donde nadie me había tocado


antes.

Y tal vez yo quería eso.

Mis caderas se ondularon cuando el dorso de sus nudillos


recorrió mi muslo, las puntas de sus dedos rozaron un lado de mi
sexo, cerca de la línea de mis pliegues. Un pequeño jadeo se me
escapó de la boca, el pecho me ardía por contener la respiración. El
contacto era tan ligero, tan tenue, pero lo sentí, y creo que él
también lo sabía.

Kova se mantuvo inmóvil, congelado en su sitio, mientras un


pulso palpitante resonaba desde lo más profundo de mi ser.

Oh, Dios, sentía que estaba a punto de desmoronarme y quería


que lo hiciera de nuevo. Imagínate mi sorpresa cuando bajó los ojos
y su pulgar se acercó cautelosamente y acarició deliberadamente
un lado de mi coño.

No le dije que se detuviera. O que no me tocara. Siempre me


habían enseñado a decir que no a las caricias indebidas, pero esto
no era malo, se sentía bien. Me hizo sentir bien. No era como si
fuera un extraño. Era mi entrenador, un amigo de mi papá.

Y en el fondo, lo quería.
—Kova. —Su mandíbula se flexionó al oír mi voz quebrada. Luchó
por levantar la cabeza, con los ojos fijos en un punto. Mis piernas
se ensancharon aún más, señalando que quería que lo hiciera de
nuevo, dispuesta a sentir lo que fuera que se estaba gestando en su
interior. Estaba tan cerca que podía sentirlo. Pasaron los segundos
y el placer disminuyó.

Y entonces, justo cuando pensé que iba a retirarse, su pulgar se


movió una fracción y se deslizó entre mis pliegues, sobre mi leo, de
abajo a arriba en un movimiento giratorio sobre mi coño.

¡Dulce Jesús!

Instintivamente, mis uñas se clavaron en su piel dorada mientras


sacaba el pecho. Mis pezones se tensaron, endureciéndose hasta
convertirse en pequeñas puntas. Le di a Kova acceso completo
mientras mis caderas se desenvolvían en la silla, deleitándome con
su tacto. Gruñó por lo bajo cuando me moví contra su mano.
Necesitaba más, lo deseaba. Un millón de pequeñas explosiones
estaban subiendo dentro de mí, aumentando cada vez más. Quería
alcanzar la cima de la felicidad.

Kova presionó con fuerza su pulgar contra mi clítoris y empujó


en círculos, con las puntas de los dedos buscando la entrada, pero
mi leo estaba demasiado apretado. Un torrente de humedad
atravesó la tela, justo debajo de su pulgar. Kova retumbó en el fondo
de su garganta mientras frotaba la mancha húmeda. Me temblaron
las piernas y me costó todo lo que pude para no gritar por la
intensidad del placer.

—Oh —respiré en voz baja—. Oh... Dios. Se siente tan bien. —


Estaba justo ahí. Todo mi cuerpo se desmoronó, cosquilleando con
el gozo eufórico que me provocó mientras estallaba. Su pulgar
circuló más rápido, mis caderas rodaron en una ola mientras
explotaba frente a él. Me agarré al lateral de la silla y solté una
fuerte respiración. Mis hombros se relajaron hacia atrás.

Kova respiraba bajo y pesado cuando finalmente encontré mi voz:

—¿Qué... qué fue eso?


Su mirada sorprendida se dirigió a la mía y se quedó quieto.
Como no dijo nada, volví a preguntar:

—¿Qué ha sido eso?

Quitando su mano de mi sexo, me apretó la rodilla con fuerza


dolorosa. Su mano tembló y la piel de sus nudillos se tensó. La vena
de su brazo bajó en espiral mientras miraba al suelo, perdido en
sus pensamientos.

—Un orgasmo, supongo —se atragantó.

Sacudí la cabeza con vehemencia.

—De ninguna manera. He tenido orgasmos antes y nunca me han


parecido tan increíbles.

Las rodillas de Kova crujieron al ponerse de pie, con su pelvis


directamente frente a mi rostro... junto con una evidente erección.
Tragué saliva y miré hacia él, sus ojos embriagadores ya estaban
fijos en mí. Se acarició a sí mismo, acariciando su dura longitud.
Miré hacia abajo, hipnotizada al ver cómo rodeaba su grosor con la
mano, moviéndola casi como si intentara empujarla hacia abajo.

Me lamí los labios secos y miré hacia arriba. Kova no había dejado
de mirarme. Se pasó una mano por el cabello y expulsó un fuerte
suspiro. Sus ojos abandonaron por fin los míos y se dispersaron por
la cafetería.

—¿Crees que podrás volver a salir a entrenar? —preguntó.

Espera... ¿Qué? Quería que entrenara después de ese orgasmo


alucinante que acababa de tener... estaba locamente loco.

Me aclaré la garganta:

—Sí, primero tengo que cambiarme el leo.

Eso llamó su atención.

—En realidad, vete a casa, Ria. —Su rostro estaba vacío de


cualquier emoción y mi estómago se apretó—. Ya tuviste suficiente
por hoy. —Tosió—. Esa, ah, caída fue mala.
Fruncí el ceño. No quería que me enviara a casa.

—Pero aún me queda medio día de entrenamiento.

—Te doy el resto del día libre.

Me puse de pie para dejar claro mi punto de vista.

—Pero necesito estas horas extra, sabes que necesito toda la


ayuda posible. No quiero ir a casa.

—Adrianna, en este momento no me importa lo que quieras. He


dicho que te vayas a casa, así que vete. Por una vez, ¿podrías no
jodidamente discutir conmigo y simplemente irte?

Me estremecí y me obligué a contener las lágrimas. Nunca había


utilizado un tono tan amenazante conmigo desde que empecé a
entrenar, ni había maldecido. Al menos, no que yo recuerde. Su
repentina e hiriente mirada me afectó.

—No, no lo haré.

Murmurando en ruso, me miró fijamente.

—Me aguantaré y me las arreglaré. Es mi problema, no el tuyo.


De todos modos, solo fue una pequeña caída.

Lentamente, miró en mi dirección, como si estuviera dispuesto a


golpearme contra el suelo. Mi corazón latía dolorosamente contra
mis costillas. No estaba segura de qué había hecho tan mal.

—No quiero ver tu rostro hasta mañana. ¿Me he explicado bien?

Respirando más profundamente y tirando desde adentro, empujé


hacia atrás. Estaba a punto de estallar, y no en el buen sentido. El
siciliano que hay en mí estaba saliendo.

—No puedes hacer que me vaya a casa por esto. Fue una caída
estúpida, ¡Y a nadie más lo han mandado a casa por caerse!

Sus ojos se suavizaron.

—Lo has entendido mal. Si no te vas a casa y te recuperas,


mañana va a ser doloroso para ti.
Este hombre me confundía. En un momento estaba gruñendo y
listo para estrangularme, y al siguiente, como en este mismo
momento, estaba preocupado y atento.

Asentí. En realidad, tenía razón.

—No te entiendo.

—No se supone que lo hagas.

Entonces se alejó y salió de la habitación como si no hubiera


pasado nada.
Capítulo 26
A veces, cuando terminaba el día y todo el mundo se iba a casa,
me gustaba entrar en el gimnasio a última hora de la noche para
tumbarme en el suelo y mirar al techo, visualizando mis rutinas
una y otra vez.

Mi cuerpo se estremecía y se sacudía mientras me imaginaba


dominando cada destreza y dismount, complaciendo a mis
entrenadores.

Todos los gimnastas tenían acceso al gimnasio con solo pasar su


tarjeta, pero nunca había visto a ninguno aquí las pocas veces que
vine.

En el silencio de la noche, estar rodeada de los aparatos era


liberador y me daba una sensación de seguridad que me llenaba el
alma. Nadie que me gritara o mirara fijamente y me dijera lo
equivocada que estaba. Sin hombros fríos de mis compañeros de
equipo. No hay miradas de reojo ni sonrisas que hagan tambalear
mi confianza. Solo estaba yo y el gimnasio mientras respiraba el
aire calcáreo.

Al encender una luz, se iluminó sobre las barras paralelas,


dejando el resto del gimnasio en la oscuridad, que era justo lo que
quería. Me gustaba la oscuridad. Era serena y reconfortante.

Se me había formado un bonito moretón en el pubis. Ya había


tenido caídas en la barra, pero ésta fue probablemente una de las
peores, ya que me había caído de forma consecutiva. Me puse hielo
religiosamente tres veces, me remojé en un baño y tomé cuatro
Motrin para aliviar la hinchazón. Y casi una semana después, ya
estaba bien.
Caminando hacia el suelo de moqueta azul primavera, me subí la
cremallera del jersey. El frío me llegó a los huesos y un temblor me
recorrió. Sin los cuerpos calefactados que llenan el gimnasio, en
realidad hacía bastante frío aquí dentro. Una vez en el punto
muerto, me tumbé y un escalofrío me recorrió la columna vertebral.

Pronto llegaría la temporada de competiciones y tenía que


prepararme mentalmente. No estaba segura de en qué encuentros
me pondría Kova, pero como este año era olímpico, las fechas de la
temporada de élite cambiaban. Me quedaban más o menos cuatro
meses, y de diciembre a junio sería un no parar. Las competiciones
eran mucho más grandes de lo que estaba acostumbrada,
compitiendo fuera del estado, y en contra de nuevos atletas, en su
mayoría más jóvenes que yo y con habilidades más difíciles. La
parte más joven era la que más me preocupaba, aunque ni en un
millón de años lo admitiría ante nadie. Los últimos meses habían
sido un infierno, tanto emocional como físicamente, y divulgarlo me
haría parecer la débil que sentía que era a veces. Así que lo reprimí
y mantuve la boca cerrada.

Al igual que hice en casa.

Expulsando un profundo suspiro, tuve que encontrar la


confianza y la creencia desde adentro para ganar la seguridad que
necesitaba. Tenía experiencia y madurez debido a mi edad y
educación. Esperaba que eso jugara a mi favor.

Me puse los auriculares y empecé a escuchar The End de Kings


of Leon. Su profunda voz de barítono junto con el ritmo, ahogaron
las voces negativas de mi cabeza y me permitieron pensar
libremente. Pude olvidar el peso de mi vida durante un rato sin la
presión añadida de nadie. La música me hablaba y yo la escuchaba.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando algo llamó mi


atención. Al girar el cuello hacia un lado, miré hacia la luz de la
puerta y se me cayó el estómago.

El entrenador Kova.

No tenía ni idea de lo que estaba haciendo aquí. Seguramente, ya


tenía suficiente con estar en el gimnasio todo el día.
Parecía estar en una misión mientras caminaba hacia los anillos
ahora iluminados, decidido y completamente ajeno a mi presencia.

Gracias a Dios. Probablemente pensó que si reprendía a los


gimnastas lo suficiente no estarían aquí después de las horas.

Espera, me retracto. Solo me regañó hasta ese punto. Yo era su


saco de boxeo en un mal día.

Se llevó la mano a la nuca, apretó la camiseta gris y se la sacó


por encima de la cabeza. Se deslizó por su espalda suavemente,
como un trozo de seda, y la dejó caer al suelo. Aspiré mientras se
desnudaba bajo la luz apagada. Nunca lo había visto sin camiseta.
Aparte de alguna que otra voltereta en la que se le levantaba la
camiseta y dejaba ver un poco de su vientre, era toda la piel que
había visto de él.

Se quitó los zapatos de deporte, dejándose solo un par de


pantalones cortos de baloncesto negros, y luego se tronó el cuello,
haciéndolo girar en círculos. Extendió los brazos hacia los lados,
balanceándolos salvajemente para estirarlos. Desde atrás, su
espalda dorada era delgada, afinada a la perfección, los músculos
se flexionaban mientras estiraba su mitad superior. No pude evitar
quedarme quieta y mirarlo con asombro. Su espalda era una obra
de arte. Como él.

Era jodidamente magnífico.

Gemí internamente. Solo yo vería como una maldición tener un


entrenador caliente.

Kova dio un salto y se agarró a los aros. Los músculos


acordonados de sus hombros se tensaron y vi cómo empezaba a
mover las puntas de los pies hacia delante y hacia atrás mientras
se mantenía firme. Arqueando la espalda y ahuecando el pecho,
tenía una gran forma.

Pasó directamente a los giros completos, a las paradas de manos


y a las volteretas, calentando su cuerpo. Se me desencajó la
mandíbula. Manipuló los aros con precisión, como un campeón.
Nunca lo había visto utilizar ningún aparato en los entrenamientos.
Estaba concentrado, completamente inconsciente que alguien lo
estaba mirando. Y me alegré que no se diera cuenta. Estaba
hipnotizada por el espectáculo que tenía ante mí. Tenía tanta gracia
y belleza envueltas en su cuerpo tonificado que creo que si supiera
que alguien lo estaba mirando se detendría. Su control era notable
a su edad. Treinta y dos años no era viejo ni mucho menos, pero
para un gimnasta si lo era. Cristo, dieciocho años era más de la
colina.

La mayoría de los gimnastas se retiraban alrededor de los


dieciocho años, muy pocos llegaban a los veinte. No por elección,
sino porque sus cuerpos ya no podían soportar el esfuerzo físico y
la exigencia del deporte. Casi siempre, había una lesión que
padecíamos.

Desafiábamos la gravedad en el suelo con pases de volteretas que


te dejaban boquiabierto, corríamos hacia objetos inmóviles para
darles la vuelta, y hacíamos equilibrios sobre un trozo de madera
de 10 centímetros con giros, pliegues y saltos. Todo eso mientras
nos matábamos la espalda y los pies al aterrizar y desmontar. El
impacto nos sacudía los tobillos y nos subía por la columna
vertebral, haciéndonos estremecer de dolor. Pero sonreímos y nos
enfrentamos a eso y hacemos lo que hemos nacido para hacer,
porque no podríamos imaginar la vida sin eso. Al igual que Kova
estaba haciendo ahora. No podía dejar de hacerlo.

Kova se puso de pie y extendió lentamente los brazos hacia los


lados, de modo que ahora estaba en una T invertida, con la espalda
mirando hacia mí. Su cuerpo estaba tenso y firme. Los músculos
de los hombros sobresalían y se afilaban cuando empezó a bajar
lentamente el cuerpo hasta la posición de tabla. Contuve la
respiración mientras lo observaba. La destreza no era fácil de
dominar. Había visto a compañeros de equipo temblar por la fuerza
bruta que se necesitaba para mantener esa forma. Pero Kova no se
movía, no temblaba. Sus brazos estaban tan firmes como el resto
de su cuerpo. No soplaba como una hoja, como dijo una vez que
hacía en la viga. Era más que notable que mi entrenador todavía
pudiera hacer una destreza de esta capacidad.

Con una precisión y un control increíbles, giraba los brazos solo


una fracción para que quedaran orientados hacia afuera. Desde sus
hombros esculpidos hasta las venas que serpenteaban alrededor de
sus brazos, no vacilaba en su agarre. Era absolutamente
fascinante. Su cuerpo exudaba fuerza y poder en bruto, y era
maravillosamente cautivador. Extraordinario. Me he esforzado
mucho por no asociar a Kova con otra cosa que no sea mi
entrenador de gimnasia. Pero ver su determinación y su lucha por
convertirme en una mejor gimnasta a diario me obligó a pensar en
él de más formas de las que debería. Y ahora, con la forma en que
transmitía el control sin nadie alrededor, era difícil verlo solo como
mi entrenador.

Una vez en una T de frente, levantó las piernas en posición de


pike. Mi mirada recorrió su sólido pecho, contemplando su delgado
abdomen.

Y me quedé con la boca abierta, con un chorro de aire caliente


rodando por mis labios.

Madre de todos los infiernos.

Había un tatuaje de un aro olímpico bastante grande en el lado


izquierdo de sus costillas. A diferencia de los coloridos aros por los
que era conocido el símbolo, el tatuaje de cinco anillos de Kova era
de color negro sólido. Y con cada respiración que hacía, el tatuaje
se movía como si flotara sobre su piel.

Dulce Jesús, María y José. Me quedé embobada mirando su


cuerpo, y fue difícil apartar la mirada. El tatuaje y su colocación
eran increíblemente sexys. Aumentaba su factor de atracción por
diez millones, aunque no lo necesitaba.

De repente, comenzó a balancearse con fuerza en círculos y luego


aterrizó con un dismount de espalda. Sus pies golpearon el suelo,
la tiza se levantó en el aire por el impacto. Se elevó a su altura
completa, con los ojos cerrados y los hombros girados hacia atrás
mientras su pecho se expandía por las profundas respiraciones. El
tatuaje crecía y se encogía con cada respiración. Era casi imposible
apartar los ojos de sus costillas. Mi mirada bajó por su cintura
hasta llegar a sus pantalones cortos, que eran extremadamente
bajos. Tenía esas hendiduras en las caderas que formaban una V,
y Dios mío, se me hizo la boca agua.

Por un instante, olvidé que era mi entrenador. Me imaginé a mí


misma recorriendo lentamente su estómago, acariciando sus
desgastados músculos, antes de trazar su tatuaje y explorar su
cuerpo. Mis dedos se deslizaban por sus brazos, recorriendo sus
hombros en la oscuridad, donde nadie podía vernos.

Pasaron diez minutos más mientras observaba en secreto a Kova


como si fuera solo él, un hombre en los aros, y nada más. No moví
ni un músculo, solo observé con asombro... hasta que mi teléfono
empezó a sonar.

Joder. Joder. Joder.

Agarrando mi móvil, silencié a mi mamá y luego volví a mirar


hacia los aros para verlo mirándome fijamente desde debajo del
aparato. Al levantarme, no tuve más remedio que acercarme.

Kova soltó los aros, movió las manos de un lado a otro y cruzó los
brazos con firmeza frente a su pecho desnudo, con una postura
intimidante mientras se encontraba bajo los aros. Sus bíceps
captaron mi atención y pude sentir su mirada abrasadora y enojada
enfocada en mi rostro.

—Adrianna —dijo recalcando mi nombre.

—Entrenador.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, bajando los brazos para


frotarse las muñecas y luego cruzó las manos detrás de él, sus
pectorales se flexionaron. Recorrí abiertamente con la mirada la
longitud de su magnífico cuerpo. No había forma de no hacerlo y,
sinceramente, no me importaba que me viera hacerlo.

Me encogí de hombros, acortando la distancia entre nosotros.

—Necesitaba pensar. A veces me gusta venir aquí cuando está


vacío.

—¿Así que vienes al gimnasio para tumbarte en el suelo?

Se mostró escéptico. Era obvio, pero le dije la verdad. Él podía


decidir qué hacer con eso.

—Lo hago... Me siento libre en la oscuridad, sin nadie aquí que


me juzgué —dije, mirándolo con ojos sinceros.
—¿Pero estás tumbada en el suelo?

Lo solté todo.

—Exactamente. Nadie puede decir que estoy haciendo algo mal,


que mi forma es incorrecta, o que mis piernas no están cerradas.
Cosas estúpidas que ya sé. No tengo miedo de resbalar en la viga, o
de no bloquear lo suficiente en el salto. No hay nadie que me haga
sentir que no soy lo suficientemente buena, que no soy lo
suficientemente elegante. No hay nadie que odie el suelo que piso
aquí adentro cuando estoy sola. Nadie puede verme en la oscuridad
para señalar mis imperfecciones. Solo estamos el gimnasio y yo
sola, para hacer lo que quiera.

Casi parecía arrepentido por mi admisión.

—¿Y no puedes hacer esto en casa?

Aparté la mirada para ocultar mis emociones.

—No, allí es demasiado tranquilo. Normalmente la soledad no me


molesta y la abrazo. Algunas noches llega a ser demasiado, así que
me escapo y vengo aquí —terminé en voz baja—. Lo extraño de todo
esto es que me siento más en casa aquí que en cualquier otro lugar.
Esta noche, el silencio en mi condominio era ensordecedor y
necesitaba salir. El gimnasio me habla.

Dio un paso hacia mí para estar a solo unos centímetros.

—No pasa nada. Entiendo por qué estás aquí sola.

Sus ojos se fijaron en los míos y, a través de las luces apagadas,


una sombra cubrió la mitad de su rostro cuando algo se agitó entre
nosotros. Mi corazón tartamudeó, sintiéndolo, y sabía que él
también lo sentía por la mirada de sus pupilas dilatadas que
ocupaban la mayor parte de sus brillantes ojos. Su mandíbula se
tensó, moviéndose de un lado a otro.

Kova continuó, como si hablara consigo mismo:

—¿Por qué crees que estoy aquí?


Capítulo 27
El tiempo se detuvo.

—¿Cómo lo haces? —susurré. Dio un pequeño paso hacia mí y


contuve la respiración. Vi cómo sus ojos patinaban por mi rostro,
mis ojos, mi nariz, hasta mis mejillas... donde se fijaron en mi boca.
Estábamos en equilibrio sobre una fina línea y ambos lo sabíamos.

Mi corazón se aceleró, la sangre en mis venas se calentó cuando


su mirada me golpeó hasta el fondo. Mis labios se separaron,
expulsando un suave aliento. No sabía qué hacer, qué decir. Kova
estaba tan cerca cuando nos encontramos solos en el gimnasio a
oscuras. Pensé en cómo me tocó el otro día en la cafetería y en la
forma en que me miró. No era nada comparado con la forma en que
sus ojos se clavaban en los míos en este momento en que nadie
podía vernos. Me dejó sin palabras. Ahora podía pasar cualquier
cosa, y eso me intrigaba.

La tensión crepitaba y sabía que él la sentía. No podía negar la


atracción invisible ni la mirada brillante de sus ojos. Al levantar la
mano, el dorso de sus nudillos cubiertos de tiza rozó el borde de mi
mandíbula. Sabía que no debía hacerlo, y él también sabía que no
debía hacerlo, pero incliné la cabeza hacia su mano, pidiendo más.

Inclinándose, susurró:

—¿Hacer qué?

—¿Cómo te mantienes firme en los aros de la forma en que lo


haces? Me quedé asombrada al verte. Te mueves con tanta
tranquilidad que no pude apartar la vista.

—Control.
El calor de su cuerpo se irradió sobre el mío y sentí su respuesta
en mis labios. Mi corazón latía dolorosamente contra mis costillas.
Kova era tan estimulante como su tacto. Tenía tantas ganas de
alcanzarlo y agarrarlo.

—Control. Poder. Memoria muscular —respondió con voz ronca,


la mirada de sus ojos me penetró—. Tienes que conocer tu cuerpo
por dentro y por fuera. Cuando soltarlo. Cuando aguantar. Tienes
que sentirlo, visualizarlo... desearlo.

—¿Cómo se sabe cuándo hay que dejarse llevar?

—Tu cuerpo te lo dirá. Escucha a tu cuerpo, Ria. Confía en él.


¿Qué te está diciendo? —preguntó con una voz cargada, haciendo
que se me pusiera la piel de gallina en los brazos. Me encantaba
que me llamara Ria cuando no había nadie más cerca.

Mordiéndome el labio inferior, mis ojos se encontraron


lentamente con los suyos mientras agarraba su gruesa muñeca que
ahuecaba mi rostro. Mi otra mano buscó su cintura y se aferró a
ella. No podía contenerme, quería sentirlo... lo necesitaba. Si él me
tocaba a mí, yo podía tocarlo. Era justo. Al menos ahora tenía una
excusa, una justificación. Pero lo que realmente quería hacer era
trazar el tatuaje de sus costillas.

Mis dedos acariciaron sus tensas caderas, el dorso de mis


nudillos arrastró la cintura de sus pantalones cortos con mucha
delicadeza. Los ojos de Kova se abrieron ampliamente y respiró
agitadamente mientras su estómago se flexionaba. No se lo
esperaba y, la verdad, no sabía de dónde había sacado el valor para
hacerlo. Me acerqué para continuar mi exploración.

No podía mantener mis manos para mí, no quería hacerlo. Quería


saber cómo era estar presionada contra él, mi corazón contra el
suyo, latiendo al mismo tiempo.

Nuestros pechos casi cerraban la distancia, nuestras miradas se


fijaban, y podía sentir el calor de su piel bajo mi mano. Un millón
de pensamientos pasaban por mi mente. Cada segundo que pasaba
era como una tortura. Su cuerpo era sólido como la piedra pero
suave al tacto. Deslicé mi mano por sus costillas, mi pulgar
finalmente rodeó el tatuaje.
—Me gusta tu tatuaje —admití—. Me gusta mucho. —Un lento
aliento salió de sus labios y llegó a mi rostro. Un leve aroma a
arándano y vodka.

—Quiero aprender a controlar como tú —susurré.

—Todo a su tiempo.

—Enséñame.

—¿Control?

Asentí, tomando cada centímetro de su pecho.

—Pides demasiado.

Miré a través de mis pestañas, tratando de ocultar mis


emociones. Tenía razón. Pedía algo más que gimnasia y él lo sabía,
pero al mismo tiempo no sabía exactamente lo que pedía. No tenía
ni idea de lo que quería y, lo que es más importante, no tenía ni
idea de qué demonios estábamos haciendo.

Llevábamos semanas bailando el uno alrededor del otro. Los


toques persistentes, las miradas fijas. La situación se estaba
gestando, se estaba cocinando a fuego lento entre nosotros.

Con las dos manos temblorosas apoyadas en su pecho firme, uno


de sus pezones endurecidos rozó la base de mi palma y se contrajo.
Su cabeza se inclinó hacia abajo y sus ojos se clavaron en los míos.
Si tan solo fuera un poco más alta.

—¿Esto es control? —Mi mirada se dirigió a su boca mientras


inclinaba ligeramente la cabeza y me levantaba hasta las puntas de
los pies. Quería besarlo desesperadamente, sentir sus labios
apretados contra los míos—. ¿Querer probar una nueva destreza
sin prepararse antes? ¿Qué podría estar arriesgando todo?

Estaba puramente encaprichada con él.

Kova alargó la mano y me agarró del brazo por mis palabras


llenas de tentación. Sus dedos se clavaron en mi bíceps. Vi su
control vacilar, y por un momento egoísta, esperé que se rompiera.
—Eso es exactamente lo que es —dijo en voz baja—. Querer
probar algo con tantas ganas, pero saber que no es el paso correcto.
Al menos no todavía. Saber cuándo dar el salto y cuándo no. Uno
perfecciona su oficio lo mejor que puede cuando está preparado.
También se trata de control y confianza. Confía más que nada en ti
mismo.

—¿Cuándo lo sabré? —susurré.

—Práctica. Práctica. Práctica. Se trata de ser capaz de ejecutar


una rutina impecable. Una sensación que recorra tu cuerpo. Sabrás
cuando sea el momento adecuado.

—¿Y si no lo hago?

Hizo una pausa, su aliento frío golpeó mi rostro.

—La gimnasia es muy parecida a la vida cotidiana. Se trata de


ensayo y error, Ria. Se trata de arriesgarse, ¿no es así? Se trata de
poder. Una guerra mental. Se trata de no tener miedo de probar
algo nuevo aunque te asuste. Si no saltas, nunca sabrás lo alto que
puedes llegar. Se trata de controlar tu salto una vez que te sueltas,
pero sin tener miedo de cambiar de dirección. Es un riesgo que
estás dispuesto a correr.

—¿Y qué pasa si doy el salto y me resbalo?

Mi corazón se aceleró. Sus manos me sujetaron la mandíbula,


inclinando mi cabeza hacia atrás.

—Entonces te levantas y lo vuelves a intentar.

Por un momento, el tiempo se detuvo. Todo se olvidó, excepto


nosotros dos de pie en el gimnasio vacío. Estábamos a centímetros
de distancia, a una bocanada de aire de hacer algo que iría en
contra de las reglas, y de la ley. El código de ética. La moral.

Y por alguna razón, nada de eso me importaba.

El pulgar de Kova me recorrió la mandíbula con tanta suavidad


que necesité todo lo que tenía para no estremecerme. Era como si
me estuviera tocando por debajo de mi carne, calentando mi cuerpo
a propósito y tirando de cada fibra. Su caricia era poderosa.
La mirada de sus hermosos y profundos iris verdes me dejó al
descubierto. No podía apartar mi atención de la suya. Y la verdad
es que no quería hacerlo. Sus ojos eran hipnóticos. Hechizantes.
Seductoramente tentador, y lo sentí hasta los huesos.

Mi agarre se hizo más fuerte en su piel desnuda. La palma de su


mano me rozó la mejilla y se deslizó hasta la mandíbula, dejando
un rastro de calor a su paso por donde su cálida mano ahuecaba
mi nuca. El corazón me latía con fuerza y mi respiración se volvía
superficial. Quería que se inclinara y me besara, que apretara sus
labios contra los míos y me besara con fuerza. Solo quería sentir su
carne sobre mí.

Me dolía el cuerpo por ponerme de puntillas, pero no me atreví a


echarme atrás. En cambio, incliné la cabeza, dándole acceso a mi
boca, de la misma manera que le di acceso a mis caderas. Su
mirada se dirigió a mis labios separados... y luego a mi pecho.

Esperé a ver si lo aceptaba o no.

Kova inhaló profundamente y me acurruqué contra él como si


fuera el aire que respiraba. Sus dedos encontraron la cremallera de
mi chaqueta. Con cuidado, la bajó. Su mirada volvió a encontrarse
con la mía al llegar al final. Los dedos callosos de Kova se deslizaron
por debajo de la tela y la empujaron por mis hombros hasta que
cayó silenciosamente al suelo. Siseó, con los ojos entrecerrados.
Mirando hacia abajo, llevaba una camiseta blanca, sin sujetador. Y
no se podía confundir el contorno de mis pechos ni el
endurecimiento de mis pezones. Atentamente, su mano subió y sus
nudillos rozaron la parte exterior de mis pechos, muy lentamente.
Nuestras respiraciones se mezclaron y mi cuerpo buscó su
contacto.

Su brazo rodeó la parte baja de mi espalda y me atrajo


tiernamente hacia él. Sí. Era tan grande, tan fuerte y dominante en
su forma de sujetarme. Su larga y dura longitud se apoyó en mi
pelvis y mi cuerpo se fundió con él. Su erección golpeó mi coño y
mis ojos se pusieron en blanco. Puse la mano en la curva de su
cuello y sentí cómo su fuerza se contraía bajo mis dedos. El hombre
era un pecado andante. Me decía a mí misma que no podía evitarlo,
que necesitaba sentir más de él, hacer que pasara algo. A veces un
poco de autoconvencimiento ayudaba.
Su incipiente barba me rozó la mejilla y su aliento me hizo sentir
un cosquilleo en el cuello. Jadeé y se me apretó el estómago.

Él hizo su movimiento y yo lo imité.

Algo se movió en mi interior, el despertar de una emoción me


calentó la sangre. Un oscuro deseo dentro de mi vientre ansiaba
salir. Incliné mi mandíbula buscando su boca. No hacían falta
palabras, un simple roce y un suspiro bastarían para conseguir lo
que yo... nosotros... queríamos. Estábamos tan cerca de cerrar la
brecha por completo, nuestros labios presionados el uno al otro,
pero ninguno de los dos se movió. Probablemente porque quien
daba el primer paso sabía que no debía hacerlo.

Yo quería besar a mi entrenador... Y estaba completamente


segura que él quería besarme a mí.

Era así de sencillo. Solo que en realidad no lo era. A los dieciséis


con treinta y dos años, era cualquier cosa menos simple.

Lo que sí era, era moralmente incorrecto.

¿Pero quién preguntaba?

—¿Qué estás haciendo, Malysh? —Su aliento me hizo cosquillas


en el cuello. Malysh. Me llamó malysh de nuevo y casi me derrito.

—Tal vez estoy... —Hice una pausa para lamerme los labios—.
Creo que... no lo sé.

No tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Lo único que


sabía era que estaba en mi cabeza y no había vuelta atrás. Nada iba
a impedirme avanzar. Quería su boca en la mía. Quería probar sus
labios y sentir su lengua enredada con la mía. Pero estaba
demasiado nerviosa para dar el paso.

—Deberías practicar el control —susurró, acercándose a solo un


suspiro de mis labios. Su acento ruso era más fuerte de lo habitual,
y me gustó mucho. Su erección se hizo más dura y me encantaba,
que yo la provocará me encantaba. La tensión era asfixiante y mi
pecho ardía por los rápidos latidos de mi corazón. Deseaba que me
besara de una vez.
—Pero no estás practicando en absoluto.

—Te he pedido que me guíes. Muéstrame el control y lo


practicaré.

—Deberías alejarte.

—¿Debería? O necesito hacerlo.

—Ambas cosas.

—¿Y si no lo hago? Me dijiste que te usara, ¿recuerdas? Así que


aquí estoy, preguntando.

Hizo una pausa, sus labios se curvaron con satisfacción.

—Después de un entrenamiento, mi cuerpo es débil, y mi control


apesta, Ria. Ahora no tengo control. —Y entonces pegó su boca a la
mía.
Capítulo 28
¡Maldito hombre!

Gemí dentro de él. Sus labios eran firmes y contundentes, como


su personalidad. Mis manos se deslizaron por su pecho y apreté sus
hombros, mis uñas marcando su piel. Un torrente de calor recorrió
mi cuerpo y mis caderas rodaron hacia las suyas, sintiendo la
dureza entre ellas. Por fin nos estábamos tocando de la forma que
ambos habíamos imaginado en secreto.

Al menos, como yo.

El apretado agarre de mi brazo se desplazó hasta mi cintura,


atrayéndome contra él. Sus dedos enhebraron mi cabello, sujetando
mi cola de caballo floja en su mano. No dejamos de mover nuestras
bocas de un lado a otro. Sus labios gruesos eran suaves y flexibles,
y me obligaban a someterme a su voluntad. Eran exactamente como
me imaginaba que se sentirían.

Quería más. Mi cuerpo ansiaba más, ver hasta dónde podíamos


llegar.

Con un movimiento de la barbilla, lo agarré por detrás de la


cabeza y lo apreté más hacia mí. Su cabello estaba húmedo de
sudor por el trabajo en los aros. Gimió, mordió mi labio inferior y
presionó su dureza contra mi estómago. Era muy sexy oírle gemir y
me desesperaba volver a escuchar ese dulce sonido.

Dulce Jesús. Sí... A la mierda la vergüenza por los sonidos que


estaba conteniendo. Gemí en el fondo de mi garganta, haciendo
saber a Kova lo mucho que me gustaba esto. Estaba caliente,
adolorida, y busqué a ciegas algo de lo que no estaba segura.

Con una inclinación de la cabeza, abrí la boca y tiré suavemente


de su labio inferior con mis dientes. Me aferró a él con fuerza, sus
dedos se clavaron en mí y exhaló en mi boca. Vacilante, rastreando
la línea de sus labios, introduje mi lengua en el interior. Un suave
gemido se me escapó. Su sabor era tan dulce como un caramelo, y
fresco con el toque de vodka que había olido antes.

Justo cuando me sentía cómoda con él, Kova se puso rígido.


Sorprendentemente, me apartó y se tapó la boca, pronunciando
una retahíla de palabrotas rusas ocultas tras el dorso de la mano.

El dolor en mis ojos no pudo contenerse por el repentino dolor


que acababa de causar en mi corazón. Mirando hacia abajo, observé
la alfombra.

—Mierda —murmuró, seguido de algo en ruso de nuevo—.


Adrianna, lo siento.

Estaba confundida.

—No pasa nada.

—No, no está bien. No debería haber dejado que esto ocurriera,


que nada ocurriera en realidad. Como el otro día después que te
sentases a horcajadas en la viga. Fue un error por mi parte. —Su
estómago se endurecía hasta convertirse en granito con cada
respiración fuerte que hacía—. ¿Sabes lo incorrecto que es esto?

Mi cabeza se dirigió a la suya.

—¿Incorrecto? ¿Cómo puede estar mal? No lo entiendo. Solo fue


un beso.

Consternado, me miró con dureza y me estremecí.

—No me mires así.

—¿Así cómo?

—Como si estuvieras dolida, molesta. Me afecta más de lo que me


gustaría admitir.

Haciendo rodar mi labio entre los dientes y soltándolo, dije:


—Estoy molesta. No es que me hagas daño, ni que me obligues a
hacer algo que no quiero. No veo cómo esto puede estar tan mal
cuando se siente tan bien. —Suspiré abatida—. No quería parar.

—No estás haciendo esto más fácil. —Entonces se acercó a mí y


aplastó sus labios contra los míos.

Kova me rodeó la espalda con un brazo y me atrajo hacia él, sus


dedos temblaban bajo mi contacto. Era obvio que luchaba contra lo
que no debía hacer. Pero no se podía negar la forma en que me
abrazaba, la forma en que su pasión y emoción rezumaban en mí.
Me deseaba. La dura longitud que presionaba contra mi estómago
era una prueba.

Nuestras lenguas chocaron, el calor se disparó entre nosotros. Se


envolvieron una a la otra, agarrándose y luchando, retorciéndose
de deseo. Dios mío, el hombre era un hábil besador y sabía
exactamente cómo enredar su lengua con la mía y tirar de ella,
acariciándola simultáneamente. Mi cuerpo se estremecía en su
abrazo. Este beso era diferente a cualquier otro que hubiera
experimentado en el pasado. Era indómito y salvaje, y me hacía
desear sentir cada centímetro de él.

—Adrianna... —gruñó, contra mi boca antes de volver a besarme.

—Shhh, estoy practicando el control.

—¿Esto es control? —Se rio entre besos y me di cuenta de lo


mucho que me gustaba su risa.

Respondí buscando de nuevo su lengua y la chupé. Los dedos de


Kova se clavaron en mi espalda antes de rozar mi culo.
Acariciándome, me levantó y mis piernas se cerraron
automáticamente en su espalda.

—Eres tan ligera —dijo cuando casi me estrellé contra él. Me


agarré a sus hombros para apoyarme. Su cuerpo temblaba
mientras me sostenía, luchando por contenerse, y me encantaba.
Me encantaba lo fuerte que era, cómo podía hacerme cualquier cosa
y yo se lo permitía.

Lentamente, Kova se dio la vuelta conmigo en brazos. Caminó un


par de metros y me apretó contra un alto bloque de observación que
nos protegía de la ventana frontal del gimnasio. La oscuridad nos
rodeó y dio paso al acto ilícito. Se apoyó en mí y la suavidad del
bloque me presionó la espalda. Su erección se tensó entre nosotros,
larga y dura, y su parte posterior se frotó contra mi clítoris. Suspiré,
y sus ojos bajaron al escuchar el débil sonido que se me escapó.

—Adrianna... —dijo, con una voz gruesa y ronca. Colocó sus


manos en mis caderas y me agarró con fuerza. Hubo una verdadera
lucha por resistir alrededor de sus ojos que me hizo casi romper el
contacto con él. Tenía muchas ganas de preguntarle en qué estaba
pensando mientras buscaba en mi rostro, con una respiración cada
vez más profunda. Pero el miedo a ser rechazada era grande, así
que no lo hice.

En su lugar, lo acerqué.

—Está bien, nadie puede vernos.

Mi cuerpo hervía de arrebato, y él empezó a mover mis caderas


ridículamente despacio, arriba y abajo. Me salté las bragas, por lo
que las únicas barreras entre nosotros eran mis capris de yoga finos
como el papel y los habituales pantalones cortos de baloncesto de
Kova. Se me pasó por la cabeza la idea de tener demasiada ropa,
pero la fricción era perfecta mientras él acariciaba su polla contra
mí. Giré mis caderas hacia arriba para sentir la presión contra mi
sexo. Cuando se deslizó aún más sobre mí, se me escapó un gemido
sin aliento:

—Kova... —susurré cuando sus labios tocaron mi cuello, la


sombra de su barba rozó mi piel. Sus caderas se movieron contra
las mías.

—No estás entendiendo nada. Soy tu entrenador, y un hombre


adulto. Debería darte asco. —El dolor de su voz me dolió en el
pecho—. Las chicas de tu edad no miran a los hombres como yo.
Se supone que les gustan los chicos de las bandas de música o algo
así.

Una sonrisa acarició mis labios. Me encogí de hombros.

—En realidad, todo lo contrario.


Colocando mis manos en su nuca, mis dedos enhebraron su
cabello y un estruendo sonó en el fondo de su garganta. Me estaba
poniendo más caliente por momentos. Kova no rompió su postura
y siguió haciendo rodar sus caderas hacia mí. Mi orgasmo iba en
aumento y me pregunté si él también estaría a punto de tener uno.

—Dios, esto es increíble —grité. Incluso con la escasa


iluminación, podía ver cada músculo rígido desde este ángulo. Mis
dedos recorrieron tímidamente su pecho, patinando por sus brazos.
Mi espalda se inclinó y Kova siseó.

—Adrianna. —Su tono estaba en desacuerdo consigo mismo y su


cuerpo contradecía sus palabras.

Me di cuenta que le pesaba la conciencia cuando sus uñas se


clavaron en mi piel y su respiración se volvió agitada. Por muy
egoísta que fuera, no me importaba ni le daba importancia a cómo
se sentía. Ni siquiera intenté ponerle fin. En cambio, abrí las
puertas y le di libre acceso para que hiciera lo que quisiera.

Kova inclinó la cabeza hacia abajo y acercó su boca a la mía. Me


besó con fuerza e inhaló como si tratara de inspirarme. Mis brazos
rodearon su espalda y mis manos lo acariciaron con fuerza.
Continuó como si fuera un hombre hambriento y necesitado de
vitalidad. Mi corazón floreció dentro de mi pecho y lo amé. Me
encantaba que me deseara.

Rompí el beso.

—Quiero tocarte.

Tragó tan fuerte que su mandíbula se flexionó.

—Supongo que esta noche los dos estamos aprendiendo a


controlarnos —bromeó, sacudiendo la cabeza. Su lengua se deslizó
para lamerse los labios. Quería mirar y sentir cada centímetro de
él, ver cómo respondía a mis dedos, ver el ascenso y descenso de
sus músculos.

—No puedo dejar de besarte —admitió. Kova se inclinó y tomó mi


boca con un gruñido, mordiendo y chupando. Esta vez, sin
embargo, mucho más despacio. Como si me estuviera saboreando.
Nunca soñé que un beso pudiera ser tan sensual.

La lengua de Kova era peligrosa. No, él era peligroso. Me


sorprendió lo lento que podía besar. Era preciso y seductor. Y era
una tortura erótica. Él sabía cómo poner a una chica de rodillas con
solo el toque de sus labios.

Con un beso así, podía tener todo lo que quisiera.

Gimió en mi boca, mucho más fuerte esta vez, una vibración que
retumbó en mi pecho y le arañé la espalda. Me hizo sentirme más
mujer al saber que podía arrancarle ese sonido. Su longitud golpeó
el punto entre mis muslos y me derretí, frotándome en él. Que el
cielo me ayude ahora. Un millón de chispas saltaron dentro de mí,
la piel se me puso de gallina cuando el orgasmo recorrió mi cuerpo.

Desbloqueando mis piernas, se deslizaron por sus caderas para


que pudiera ponerme de puntillas. Me mordió el labio y se lo metió
en la boca cuando di un paso para cerrar las piernas, atrapando su
polla firmemente entre mis muslos. La cintura de sus pantalones
cortos se bajó y mis ojos lucharon por ver mejor. No se podía negar
que Kova estaba duro y era realmente grande. Sus manos subieron
hasta mi nuca, y mi estómago se apretó al ver cómo me retorcía el
cabello y me echaba la cabeza hacia atrás. Gemí lo suficientemente
fuerte como para que me oyera, haciéndole saber lo increíble que
era la sensación. El fuerte agarre que tenía sobre mí, junto con su
grosor, era increíble. Me estaba haciendo cosas en la cabeza. Mis
caderas rodaron hacia las suyas, necesitando más. Estábamos a la
altura adecuada cuando empezó a frotar mi carne hinchada con la
suya. Jadeé, aferrándome a él, suplicándole que no se detuviera.

—Oh, joder. Eso te gusta. Dime que no te gusta —suplicó contra


mi boca.

—Sí, justo así. —Y así era. Me encantaba.

Se estaba gestando otro orgasmo, que se disparaba por la


creciente fricción. Mis manos estaban en todas partes sobre él,
ahogándose en las sensaciones que nos rodeaban. Una mezcla
ardiente de calor y deseo me invadió. Seguía tocando ese punto tan
sensible, y si arqueaba mi pelvis hacia la suya, conseguiría un
mejor ángulo.
Dulce Jesús, estaba a punto de arder.

Inhalando su sensual mezcla de canela y cítricos, la mano de


Kova me tomó por la nuca y me guio hacia su pecho. Noté cómo sus
manos permanecían por encima de mis hombros todo el tiempo,
como si tuviera miedo de tocarme en otro lugar. Dejé caer pequeños
besos sobre su carne caliente, tentada de pasar la lengua por su
pezón.

Al mirar su estómago, la cintura de su pantalón corto se bajó aún


más y pude echar un vistazo a sus vellos negros.

No pude resistirme. Con el dedo corazón, tracé delicadamente su


tatuaje, rodeando los aros. Él inhaló y observó mis dedos. Apoyé las
manos en sus abdominales, palpando cada músculo del abdomen
rígido hasta llegar a sus caderas. Kova se quedó quieto mientras me
permitía explorar su cuerpo. Mis uñas rozaron la hendidura hacia
su ingle, bajando hasta que una suavidad tocó mis nudillos. Su
estómago se flexionó en respuesta.

Kova me agarró rápidamente de la muñeca y me apartó la mano.

—No, Ria.
Capítulo 29
Apreté los labios, descontenta con su decisión.

—Adrianna, tenemos que parar. —Lo ignoré, ya que no estaba de


acuerdo, pero él insistió—: Es difícil para mí controlarme cuando
tus manos están en mi cuerpo de esta manera... —Sus ojos se
oscurecieron y se lamió los labios.

—No pares todavía. Quiero... quiero... —Me quedé sin palabras.

—¿Qué quieres?

Mis dientes se clavaron en el labio inferior y lo miré con timidez.

—Tener un orgasmo parecido al anterior.

Se le escapó un gruñido bajo:

—Lo que daría por sentirlo de verdad, por sentirte en mi polla.

¡DULCE JESÚS! ¡MADRE DE TODOS LOS DIOSES!

Acaba de decir eso.

A mí.

Y yo no sabía cómo responder.

El corazón me golpeaba contra las costillas y, a pesar del calor


que tenía, me estremecí por el calor abrasador que me recorrió la
columna vertebral cuando me miró profundamente a los ojos.

Kova susurró en ruso y cerró los ojos. Me encantaba cuando


hacía eso. Era tan sexy.
—Imagina la presión que se genera entre tus caderas, la tensión
—gimió—. Tu pequeño y húmedo coñito envuelto en mi polla. Tan
apretado...

—Kova —respiré, casi jadeando. Estaba a punto de estallar.


Quién iba a saber que hablar sucio podía ser tan excitante. Nunca,
jamás, nadie me había hablado así.

—Yo... quiero... sí... —No pude encontrar las palabras, así que
dejé que mis acciones hablaran. Volví a clavarle las uñas, marcando
su piel mientras luchaba contra la tentación. El pobre iba a tener
marcas de uñas por todas partes.

Estaba tan cerca, y creo que él lo sabía. Kova comenzó a


acariciarme, llevándome cada vez más alto. Sus manos se aferraron
a mis caderas, tirando de mí hacia adelante y luego hacia atrás. Me
vino a la cabeza la imagen de tirarlo al suelo y saltar sobre él. Agarré
la parte posterior de sus bíceps y me estremecí de necesidad. Mi
cabeza cayó sobre su pecho y solté un aliento acalorado contra él.

—Mírame —exigió—. Dime cómo te sientes, necesito saber que


quieres esto.

Levanté la vista y me encontré con su mirada.

—Bien. Demasiado bien —jadeé.

—¿Quieres esto? ¿Te gusta cómo te sientes?

Asentí rápidamente.

—¿Me deseas? —preguntó, presionando contra mi centro con


tanta fuerza que gemí.

Volví a asentir, buscando su boca con la mía.

—Bien. Me gusta que me desees —dijo con una sonrisa perversa


que hacía juego con sus ojos.

Una vez más, mis manos se dirigieron a todas partes cuando


nuestras bocas se unieron. Se dirigieron a su parte trasera, donde
las puntas de los dedos se hundieron en la cintura de sus bóxer,
sintiendo su carne caliente. Quería empujar más, pero estaba
nerviosa. Otro gemido salió de su boca, y mi pulgar volvió a rozar
su pelvis cerca de la ingle.

—Hazlo —me ordenó.

Hacer qué, no estaba segura. Y creo que pudo leer mi mente


cuando me agarró una de las muñecas y la llevó a la parte delantera
de sus pantalones cortos.

—Hazlo —ordenó de nuevo, con la voz ronca—. Tócame.

No había forma de resistirse a su orden. Estaba drogada con


Kova. No podía pensar con claridad, solo que haría cualquier cosa
que me dijera en este momento. Tragando con fuerza, tracé
burlonamente mis uñas a lo largo de sus pantalones cortos.

—Adentro. Mete la mano dentro de mis pantalones, malysh, y


tócame la polla. Siente lo que me haces. —Terminó la última frase
con orgullo en su voz.

Deslicé mi mano dentro y sentí unos finos y pequeños vellos


rozando en mis dedos mientras me acercaba tímidamente a él.

—Eso es, sigue —dijo con voz gutural—. Un poco más lejos.
¿Quieres correrte?

Asentí con entusiasmo, porque, hola, no había otra respuesta


posible.

—Entonces pon tus deditos alrededor de mi polla. Acaríciala con


fuerza. Sabes que quieres hacerlo.

La verdad es que tenía un poco de miedo de seguir. No por miedo


a Kova, sino por el simple hecho que no tenía ni idea de qué hacer
al llegar a su polla. Es decir, mis amigos hablaban de eso, lo sabía,
pero nunca había hecho nada por mí misma.

—Adelante —me animó.

El deseo de complacer a Kova se apoderó de mí. No quería


mostrar mi inexperiencia, así que hice lo que me ordenó y rodeé su
erección con mi mano. Su piel era suave como la seda, pero su polla
estaba dura como el granito, no es en absoluto lo que esperaba. Me
gustó la suavidad aterciopelada. Mis dedos se curvaron alrededor
de su punta carnosa y una humedad pegajosa se deslizó por mis
dedos.

—Así... así. Sigue así. —Su voz se quebró, moviendo las caderas.
Sus manos se extendieron por encima de mi cabeza y agarraron el
borde del bloque—. Estoy a punto de correrme en los pantalones —
admitió abiertamente. Curiosamente, yo también—. Justo ahí —
susurró. Se inclinó, me agarró el culo y enganchó mi rodilla
alrededor de su cadera.

Imaginé lo que creía que le haría sentir bien; lo acaricié desde la


punta hasta la base, girando mi muñeca. De él salían sonidos
inaudibles mezclados con placer. Era... grueso. Pesado. Grande.
Kova devoró mi boca, besándome con tanta fuerza que estaba
segura que sabía a sangre. Su cuerpo era una ola que se estrellaba
contra mí y no pude evitar preguntarme si era así como tenía sexo.
Porque si era así, bueno, apúntame, joder. Podría tener mi
virginidad cualquier día.

—Usa tu otra mano —su aliento caliente me hizo cosquillas en el


cuello—. Toma mis bolas y juega con ellas.

Deseando complacerlo, metí la mano y el elástico de sus bóxer se


estiró. Sus bolas eran pesadas y firmes, como su polla. No podía
dejar de mirar su cuerpo desde este ángulo, las líneas definidas de
sus músculos y el movimiento de mi mano. La fuerza bruta que
cedía. La sensualidad me sorprendió, un arrebato de éxtasis me
golpeó con fuerza. Mis manos hicieron que sus bóxer se bajaran y
me sentí necesitada. Quise echar un vistazo rápido a su polla, pero
el deseo abrumador de tener un orgasmo me golpeó con fuerza. Me
moví para inclinarme y poder frotar su longitud, pero su mano
aterrizó en mi coño, golpeando el pequeño manojo de nervios.

—Oh, Dios mío —grité cuando empezó a frotarme vigorosamente,


mi mano se detuvo un segundo—. Sí... —ronroneé, con la cabeza
inclinada hacia atrás.

Él gruñó.

—Dios. Estás empapada. Fóllame la mano —me frotó en círculos


bruscos. La pierna que me sostenía se debilitó a medida que mi
orgasmo aumentaba. Me esforcé sobre los dedos de los pies,
empujando mis caderas hacia adelante y hacia atrás mientras lo
masturbaba.

—Qué buena chica —dijo cuando usé la humedad que se filtraba


de su cabeza para cubrir su polla. Se movió entre mis dedos. Me
había dado muchos orgasmos en el pasado, así que supuse que esto
le gustaría—. Córrete en mi mano.

No creía que nadie pudiera correrse a petición, pero estaba


segura que iba a intentarlo. Frotó más rápido, más fuerte,
golpeando mi clítoris. Mi respiración se agitó y sentí que una llama
se encendía en mi interior.

Justo cuando estaba a punto de alcanzar la cúspide del éxtasis y


la combustión, un sonido resonó en la distancia y me congelé. Era
delicado y lejano, pero lo había oído.

—¿Kova? —gritó una voz melosa.

Oh, Dios mío. Ambos nos detuvimos instantáneamente. El


corazón se me cayó al estómago y se me cerró la garganta. Kova se
había vuelto fantasmagóricamente blanco.

—Katja —susurró, con los ojos muy abiertos mirándome. Los


tacones repiquetearon contra las baldosas mientras Kova miraba a
su alrededor, posando sus ojos en el pozo de espuma que había
junto a nosotros.

—Salta ahí y escóndete. Espera un poco y luego escápate. —


Asentí frenéticamente. Kova parecía desorientado. Me besó la frente
y luego empujó su polla hacia abajo de sus bóxer y recuperó
rápidamente el control. Me empujó hacia el pozo donde salté y me
escondí. Me agaché para ocultar cada parte de mi cuerpo. Odiaba
el foso. Era genial para practicar nuevas habilidades de lanzamiento
o aterrizajes en una barra alta, pero olía fatal, probablemente
debido a todos los cuerpos sudorosos que caían aquí a diario.
Además, no era tan fácil salir de tres metros de cuadrados de
espuma azul.

Acomodándome, me entró el pánico cuando escuché la voz de


Kova:
—¿Katja?

—¿Qué haces aquí tan tarde?

—Es mi trabajo estar aquí, Kat —espetó con rabia, recogiendo su


camisa del suelo. Miró a la izquierda y nuestras miradas se
conectaron. Me agaché más—. ¿Aún no te has dado cuenta?
¿Después de todos estos años, que necesito estar aquí?

Me estremecí al oír su voz insensible.

—Ya nunca pasas tiempo conmigo —se quejó—. Te echo de


menos.

Kova suspiró y comenzó a alejarse de mí.

—¿Qué quieres de mí? Hago lo mejor que puedo.

—Quiero que pases tiempo conmigo, pero siempre estás aquí.


Sabes que no tengo familia. Me siento sola. —Hizo una pausa y
dijo—: Pensé que íbamos a hablar de nuestro futuro esta noche.
Dijiste que lo haríamos. Preparé la cena y te esperé, pero nunca
apareciste. Ni siquiera llamaste.

Su voz se volvió más distante y se burló:

—Me gustaría que entendieras que habrá días en los que necesite
trabajar hasta tarde, días en los que necesito hacer ejercicio para
aliviar el estrés y la presión de la vida cotidiana. Yo trabajo para
que tú no tengas que hacerlo, por lo tanto, no hay estrés para ti —
dijo con furia—. No te he oído quejarte de los días que pasas
holgazaneando en la piscina o yendo de compras cuando te apetece.

El corazón me martilleó en el pecho. Pensé en la discusión que


habían tenido en su casa. Jamás habría imaginado que aún había
tensión entre ellos, y ahora tenía más curiosidad que nunca por
saber por qué.

—¿Por qué estoy aquí? He venido a este país por ti, pero lo único
que quieres es pasar cada segundo en el gimnasio. Esto no es lo
que acordamos —gritó—. Mi tiempo se está acabando.
Kova comenzó a hablar en ruso, con la voz acalorada y apagada
a medida que se alejaban. No pude distinguir el bajo estruendo
entre ellos antes que una puerta se cerrara de golpe y me
estremeciera. Probablemente fue Kova. Resonó en todo el gimnasio
y me quedé sola.

Una vez más dejó mi mente confundida, y ahora mi cuerpo me


dolía por el orgasmo que no me había dado. Esperé unos buenos
cinco minutos antes de salir, buscar mi sudadera con capucha y
marcharme.
Capítulo 30
Casi una hora después de mi primer beso con Kova, estaba en
casa.

Y todavía estaba dolorida, hinchada y excitada.

Entre el material de mis pantalones y mis pliegues húmedos y


palpitantes, estaba aumentando a cada segundo. Las ganas de
hacerme correr por mi misma eran fuertes. Había estado tan cerca
de la liberación hasta que Katja apareció, y a juzgar por la pesada
respiración de Kova, diría que él también había estado cerca.

Una vez dentro de mi condominio, no pude llegar a mi dormitorio


lo suficientemente rápido, despojándome de lo poco que llevaba en
el camino. Me subí al centro de la cama, levanté las rodillas y abrí
las piernas. Mi mano se dirigió inmediatamente a mi sexo. Suspiré
mientras rodeaba lentamente mi clítoris. No recordaba ningún
momento en el que hubiera estado tan desesperada por correrme.
Cuando las visiones de Kova entraron en mi mente, supe que no
tardaría en llegar.

Mi mano se deslizó contra mi coño desnudo, la misma mano con


la que lo toqué a él. Había sido la primera vez para mí. Pensé en su
suave piel bajo mi tacto. Su polla dura. Sus sucias palabras. “Lo
que daría por sentirlo de verdad, por sentirte en mi polla”. Pequeños
gemidos vibraron en mi garganta mientras la fricción de mis dedos
me llevaba más arriba. Dios, necesitaba correrme. Me estremecí al
recordar la sensación de su boca devorando la mía. Nuestras
lenguas enredándose y los dientes mordiendo los labios. Me
brotaron gotas de sudor en la piel mientras mi orgasmo aumentaba,
alcanzando ese punto de no retorno.

Rodando sobre mí, presioné mi estómago contra la cama y


comencé a cabalgar sobre mi mano. Pensé en cómo me había dicho
que me follara su mano como yo me estaba follando la mía ahora
mismo. Mis caderas se elevaron en el aire y me froté más rápido,
recordando la forma en que su polla me acariciaba a través de la
ropa. El edredón se sentía fresco contra mis pezones endurecidos.
El peso y la presión, divinos en mi clítoris, y gemí entre las sábanas.
Deslizando un pequeño dedo dentro de mi coño, entré lo justo y me
balanceé hacia adelante y hacia atrás, creando una tormenta de
placer que estaba a pocos segundos de estallar de mí. “Tu pequeño
y húmedo coñito envuelto en mi polla. Tan apretado...” Dulce Jesús,
quería correrme toda la noche, todas las veces que pudiera, al ritmo
de la mano y las palabras eróticas de Kova. Haría cualquier cosa
para que ocurriera con él.

Mierda. Esto estaba mal en muchos niveles. No debería estar


pensando en él de esta manera. Pero no podía parar. Un orgasmo
me desgarró tan violentamente que me estremecí por la gratificación
que recorría mi cuerpo. Mis ojos se cerraron y sentí el toque de Kova
en lugar del mío y fingí que montaba su mano en su lugar,
corriéndome más duro que nunca. Una fuerte descarga de euforia
se me escapó y grité, suspirando sin aliento mientras el orgasmo
continuaba.

Me di la vuelta, me aparté el cabello del rostro y recuperé el


aliento. Mi respiración se estabilizó. Estaba completamente saciada
y no quería moverme. No podía creer que algo que se sentía tan
deliciosamente bien pudiera ser tan moralmente incorrecto.

Claramente, ambos no estábamos pensando bien para dejar que


algo así sucediera. Era más que tonto y descuidado, por no
mencionar que podrían habernos atrapado. Mi corazón casi se
detuvo cuando escuché la voz de Katja. No podía ni siquiera
empezar a imaginar las repercusiones que tendría.

Me debatí en llamar a Avery. Quería contarle todo lo sucedido,


pero dudaba, dada la naturaleza de la situación. Probablemente no
era la idea más sabia, aunque fuera mi mejor amiga y nos
contáramos todo. Este era un escenario totalmente diferente.
Totalmente diferente. Sin embargo, necesitaba hablar con alguien,
y ella estaba saliendo con un chico mayor en este momento, del que
sus padres no tenían ni idea, así que era realmente perfecta.
Necesitaba ordenar mis pensamientos primero y las mentiras que
tendría que decirle. Porque seamos realistas, no había manera de
admitir que era mi entrenador.

Después de darme una ducha rápida y vestirme, tomé mi celular


y marqué el número de Avery, pero después de un timbre fue directo
a su correo de voz.

Santo infierno, acaba de pulsar el botón de “jódete” conmigo.

La llamé de nuevo. Eran casi las once de la noche, así que sabía
que estaba en casa. Me acerqué el teléfono a la oreja, sonó dos veces
y luego saltó el buzón de voz. Volvió a hacerlo, y entonces decidí
enviarle un mensaje de texto:

Contesta al teléfono, B. Necesito hablar contigo. Sé que no


acabas de pulsar el botón de “jódete” a mí.

El botón “jódete” era solo el botón de declinación de llamada.


Cuando el año pasado descubrí a mi novio engañándome con una
amiga común, lo dejé inmediatamente. Estaba destrozado y
arrepentido, o eso dijo, y no dejaba de llamarme. Un día, Avery
agarró mi teléfono y me gritó:

—¡JÓDETE! —y pulsó el botón de “declinar”. Nos reímos mucho


y eso nos acompañó desde entonces.

BFF4: ¡Estoy w/bf5! Shhh... dame 5

Su novio mayor, del que no sabía nada. Finalmente, cuarenta


minutos más tarde, mi teléfono mostró una foto de Avery y yo.

—Te odio. —Me salté las bromas.

—Jódete, no lo haces. Me amas.

Hice una mueca. Avery tenía razón. Nunca podría odiarla de


verdad.

—¿Y ahora qué pasa que has tenido que reventar mi teléfono
mientras se la chupaba a mi hombre?

4 BFF: Mejor Amiga.


5 w/bf — Con mi Novio.
—¡Uf, Ave! ¡No necesitaba escuchar eso! —Empezó a reírse—.
Espera, ¿te has parado a mandarme un mensaje en medio de eso?

—No captaste la indirecta cuando te envié al buzón de voz, ¡Dos


veces!

—Ah, sí. No puedes pulsar el botón de “jódete” conmigo, igual que


yo nunca lo haría contigo. La próxima vez que no me contestes,
sabré por qué.

Se rio entre dientes.

—Muy bien, ¿qué pasa que me obligas a llamarte a medianoche?

Tuve que ser cuidadosa con mis palabras.

—Déjame preguntarte algo, ese chico misterioso tuyo del que te


niegas a hablarme, y que por cierto te odio en secreto, tiene
diecinueve años y tú dieciséis. ¿No es eso, como, ilegal ya que él
tiene más de dieciocho años?

Avery suspiró en el teléfono como si no pudiera creer que le


preguntara eso.

—Tienes tanto que aprender, amiga...

Ahora me tocó a mí reír.

—¿En serio?

—Por supuesto que lo he buscado. Google es mi segundo mejor


amigo y mi padre me asesinaría si se enterara. Hice mis deberes y
en realidad no es ilegal. La ley es diferente en cada estado. En
cualquier caso, mi mamá es la que nos presentó, así que solo puede
culparse a sí misma. Además, solo nos estamos divirtiendo.

—¡Ella no los presentó con el único propósito de tener sexo! —me


reí.

—Bueno... —se interrumpió—. No nos presentó deliberadamente.


Nos conocimos en un evento que organizó mi familia. Nuestra
familia conoció a la suya... ya sabes cómo son las cosas.
—Sí, lo sé. ¿Así que vive en la isla? —La isla era bastante
pequeña. Al final descubriría quién era.

—Su familia lo hace. Va a la universidad pero estaba en la ciudad


para verme. Suficiente sobre mi increíblemente maravillosa vida
amorosa. Entonces, ¿por qué quieres saber sobre las edades y lo
que es legal?

Me reí ante su respuesta sarcástica. Avery casi nunca hablaba en


serio.

—Entonceeeeees, tengo algo que contarte. Y antes de hacerlo,


tienes que jurar por nuestra amistad que no se lo dirás a nadie. A
nadie, Avery. Ni porque tu vida dependiera de eso.

—¡Oh, esto tiene que ser jugoso! Déjame agarrar mi taza para que
la llenes enseguida.

Puse los ojos en blanco y reprimí una carcajada.

—Lo digo en serio, Ave. No puedes decírselo a nadie.

Avery se burló:

—No puedo creer que me pidas esto. Sabes que nunca te


traicionaría —dijo abatida—. Puedes confiar en mí.

—Lo sé, pero esto es algo importante. Sabes que lo decimos para
estar seguras.

—Es cierto. Ahora, escúpelo.

Tragué con fuerza.

—¿Cómo voy a saber si he tenido un orgasmo? Creo que lo tuve...


pero no lo sé.

—Vaya. Espera. Un. Momento. No me esperaba eso. ¿Con quién?

Tuve la sensación que se animó.

—Solo responde a mi pregunta.

—Contesta tú a mi pregunta —replicó ella en un tono alto.


—Ave, no puedo decirlo —dije con pesar—. No puedo.

—¿De verdad? ¿No se lo vas a decir a tu mejor amiga? —Avery se


sintió herida, y yo me sentí inmediatamente mal. Nos lo contábamos
todo, nunca nos conteníamos. El hecho que fuera por primera vez
no me sentó bien. Pero esto era diferente.

Así que mentí. Otra vez.

—No quería decirlo, pero ¿te he hablado de mi amigo de la


biblioteca?

Chasqueó la lengua.

—Parece que me estás ocultando algo.

—No te estoy ocultando nada. Es que es mayor y no quiero


meterme en problemas.

—¿Cuántos años?

Me mordí el labio con nerviosismo.

—No lo sé, no he preguntado.

—¿Puedes al menos calcularlo? ¿Diez, quince, veinte?

Hice una mueca.

—¿Años? ¿Más de veinte? Ave, eso es asqueroso.

—Por eso he dicho que me des una idea.

—Bien... ¿entonces tiene unos veinte años más o menos?

—Continúa.

—Así que el tipo de la biblioteca... estamos más o menos


enganchados.

—Define más o menos.

—Solo necesito saber si es legal.

—Define más o menos —repitió tercamente.


Le di a Avery todos los detalles, pero en lugar de Kova, utilicé el
nombre de Ethan, y en lugar del gimnasio, dije la biblioteca. Le
conté cómo había estado allí cuando yo estaba estudiando, cómo
nuestros ojos se fijaron y no podíamos dejar de mirarnos. Una
mierda muy melosa.

—Pero ¿cómo sucedió? —preguntó, perpleja.

—Necesitaba ayuda para alcanzar un libro. No había nadie en el


escritorio y cuando me di la vuelta, él estaba detrás de mí. Vio mi
rostro molesto y me preguntó qué me pasaba. Le dije que estaba
estudiando y que no podía hacer mi trabajo sin ese libro. Dijo que
me ayudaría.

—¿Puedes acelerar y llegar al orgasmo? Esta parte me está


aburriendo mucho.

Me reí.

—No, no puedo. Tienes que escuchar. Cuando llegamos al pasillo,


se apretó en mi contra y alcanzó el libro. Miré por encima de mi
hombro y su rostro estaba justo ahí.

Ella gimió, sin impresionarse.

—Sigue...

Mis ojos se dispersaron por mi habitación mientras pensaba en


cómo podía continuar con esta mentira.

—Se inclinó y me besó. Una cosa llevó a la otra, y sus manos


estaban sobre mí y sucedió rápidamente. Fue completamente
inesperado. Me tocó, lo toqué... me dijo cosas muy calientes y
sucias... alguien casi nos sorprende...

—¡No lo hizo! ¿Quién? ¿Dónde? Tienes que contármelo


todo. —Ahora Avery estaba demasiado ansiosa para su propio bien.

—Todo eso es realmente irrelevante. Te he dicho lo que


necesitabas saber.
—¡Adrianna Francesca Rossi! ¡Soy tu mejor amiga, prácticamente
tu hermana! ¡Tienes que decírmelo! Exijo que lo hagas. ¿Con qué
frecuencia lo ves?

—Eres un dolor de cabeza. —Rápidamente, conjuré una mentira


y mantuve mi voz firme—. Es solo de vez en cuando que nos vemos,
supongo que un poco después que empecé con las clases
particulares.

—Así que esto lleva un par de meses y apenas sé algo —afirmó.

—He estado ocupada intentando ser una gimnasta de élite, ya


sabes.

—Un mensaje rápido habría sido suficiente.

—Podría decir lo mismo de ese misterioso galán tuyo. Apenas me


cuentas algo.

Se quedó callada.

—Es que todavía no estoy preparada... por favor, no te enfades


conmigo. Quiero saber más sobre lo que pasó entre ustedes.

Mi voz se suavizó:

—Me llama Ria. Nunca nadie me ha llamado de otra manera que


no sea Adrianna o Ana. Sabes lo mucho que odio a Ana, así que
esto me encanta.

—Vaya, eso es nauseabundamente dulce. Déjame agarrar mi


gorra de detective mientras mi ordenador se pone en marcha.
Necesito su edad real, Ria —se burló—. Y no adivines. Sé que lo
sabes. —Reí y decidí que tenía que anotar todas mis mentiras para
poder llevar la cuenta.

—Tiene más de veinte años. Se tomó un largo tiempo antes de ir


a la escuela de leyes.

—Qué edad, Ria —insistió—. Estás ocultando algo, lo sé.

—Ave, ¿nunca has oído a alguien decir que cuanto menos sabes,
mejor?
—Psh. Eso no se aplica a tu mejor amiga. Jamás.

Solté un fuerte suspiro ante su respuesta. Tenía razón.

—Treinta y dos.

—Eso no es tener más de veinte años. Eso no son diez, quince o


veinte. Eso es viejo. Eres una cosa astuta, tú. Vuelvo enseguida,
tengo que avisar a Fox News sobre esta noticia de última hora antes
de poder comprender nada más.

—Avery, por favor, no se lo digas a nadie, te lo ruego. —Mi


corazón estaba en mi garganta ante mi propia admisión, el
arrepentimiento se disparó a través de mí. Empezaba a sudar. Tal
vez esto fue un error.

—Solo estoy jugando contigo. Juro por mi fondo fiduciario que no


diré ni una palabra.

Avery amaba el dinero, así que le creí.

—¿Lo prometes?

—No puedes verlo, pero lo juro sobre mi corazón.

Sonreí para mis adentros. Sabía que ella nunca abriría la boca,
pero aun así tenía que pedírselo. Era una cosa de chicas. Ella haría
lo mismo conmigo.

—Bien, volviendo a tu pregunta original —dijo—. No estoy segura


de cómo describirlo, aparte que lo sabrás cuando ocurra. Lo sabrás.
Un orgasmo es una sensación indescriptible, una sensación que
sacude todo tu ser, y una vez que comienza, solo aumenta más y
más hasta que una explosión estalla dentro de ti, y ves las estrellas.
Es la mejor sensación que existe. —Hizo una pausa—. Espera. ¿Fue
la primera vez que tuviste uno?

—No, pero nunca me había sentido tan bien. Fue increíble.

—¿Cuándo fueron las otras veces que sucedió?

—Con mi estúpido ex... y conmigo misma.

No quise decirle que solo usé mi mano, y por suerte no indagó.


—Algunos orgasmos simplemente se sienten diferentes. Eso es
todo. Tu mano no se va a sentir tan bien como la del tipo que te
gusta. Es simplemente como es.

Me sentí mal por haber mentido y como una total idiota por no
darme cuenta de la diferencia. Era mucho más intenso. Si era
sincera conmigo misma, quería que volviera a suceder.

Podía oír a Avery tecleando en su ordenador.

—Muy bien... Parece que la edad legal de consentimiento en


Georgia es de dieciséis años, siempre y cuando no sea con un
hombre viejo y con las bolas caídas...

Ella estaba de vuelta a esto.

—Ave... él no es viejo y sus bolas no están caídas. Sé seria por un


segundo. No sé por qué... —Hice una pausa. La línea se quedó en
silencio—. ¿Avery?

—Espera. Espera. Espera. Retrocede de una puta vez. ¿Dijiste


que sus bolas no están caídas? ¿Cómo lo sabes?

Gemí interiormente y cerré los ojos con fuerza.

—Joder.
Capítulo 31
—¡Oh, Dios mío! —gritó, y tuve que apartar el teléfono de mi
oído—. ¡Has visto sus bolas! ¿Las tocaste? ¿Qué más pasó, saco de
mierda mentirosa?

Me reí ante su extraño entusiasmo y dije:

—No vi ni toqué nada. Solo digo que no están caídas porque no


es viejo. Están firmes, supongo.

—¡Mentira, todo mentira!

No pude dejar de reír ante su tono juguetón.

—No estoy mintiendo. Vuelve a lo que decías.

—Sí, de acuerdo. Lo que sea. Si descubro que me has mentido,


habrá un infierno que pagar. —Avery se aclaró la garganta—: Lo
que hiciste no es ilegal, y como él está en la escuela de derecho,
estoy bastante segura que sabía que estaba esquivando la línea.
Simplemente no te acuestes con él. Oh, espera...

—¿Qué es?

—Espera. Todavía estoy leyendo.

Me quedé sentada, mordiéndome el labio hasta que finalmente


habló.

—Oh, no importa. Menos mal que no estamos en Florida. Tienen


unas leyes muy jodidas, probablemente porque la gente está metida
en el flakka6 allí y hace algunas locuras. Yo en tu lugar tendría
mucho cuidado.

Fruncí el ceño.

—¿Y eso por qué? Si no he hecho nada malo, ¿qué importa?

Sentí que tenía que anotar lo que estaba diciendo junto a mi lista
de mentiras.

—Llámame loca, pero creo que no debería haber ninguna


penetración con el viejo. Quiero decir, si consientes, estás bien. El
consentimiento es consentimiento. Pero eso no significa que no
traiga un nuevo espectáculo de mierda si te lo follas. —Hizo una
pausa y luego subió la voz—. Aunque podría ser divertido.

—¿Acabas de decir penetración? —No pude evitar reírme. Sonaba


tan cómico viniendo de ella.

—Sí, porque eso es lo que dicen los viejos cuando tienen


relaciones sexuales, Ria. —El sarcasmo se extendió por su tono y
me hizo sonreír. Avery estaba históricamente divertida esta noche.
No juzgaba, solo se burlaba de mí—. Ellos no dicen follar.

—No sabía que fueras una experta.

—Espera, no crees que tu tutor esté bueno, ¿verdad? ¿Y Alfred?


Porque eso sería infringir la ley ya que tiene como ochenta años.
Por no mencionar que es jodidamente asqueroso, Ria. Tendría que
reconsiderar esta amistad basándome en tu horrible gusto.

—Eso sí que serían unas bolas flácidas —me reí al teléfono—. No,
no me atrae ninguno.

—Oh, bien. Y sí, la penetración es sexo y no está permitido el sexo


—afirmó.

6
Flakka. Una fuerte droga estimulante con efectos comparables a una mezcla de
metanfetamina y coca.
Estaba bastante segura que nunca iba a tener sexo con mi
entrenador, así que estaba bien.

—Hablando de penetración, deberíamos ponerle un nombre a la


viga de equilibrio —sugirió Avery con ligereza.

Cerrando los ojos, negué con la cabeza.

—¿Qué quieres decir con un nombre, Ave?

—Bueno, ¿sabes que mi mamá llamó a su auto Bradley Cooper?

Me reí, recordando el día en que la mamá de Avery entró bailando


por la puerta principal, diciendo que se había enamorado
perdidamente de Bradley Cooper porque la había llevado como
nadie. Su mamá era un encanto.

—¿Y sabes cómo llamó a su Kindle?

—Sí, lo sé. ¿No es como Mikko o algo así?

—¿Mikko? ¿Qué mierda de nombre es ese? Ni siquiera se acerca.


Se llama Cole, y Cole le da más placer que cualquier otro hombre.
Está despierto toda la noche con ella y nunca le contesta. Puede
llorar lágrimas feas y él nunca se burla de ella.

Gemí.

—Avery, tu mamá está loca. No puedo creer que te diga esas


cosas. La mía nunca me diría algo así.

Ella reía.

—Así que estoy pensando que deberíamos ponerle un nombre a


tu viga, para que cada vez que te caigas podamos decir... —Se
interrumpió—. ¡Johnny! ¡Johnny Depp! Podemos decir que Johnny
Depp te ha vuelto a follar hoy.

Sabía que Avery estaba contenta consigo misma por el tono alto
de su voz. Ella y su perverso sentido del humor.

—Porque cada vez que te caes es como si te follaran.

Esta vez los dos nos reímos a carcajadas. Tenía razón.


—¡No puede ser! Estás loca.

—Oh, vamos —dijo Avery—. Si no te gusta el nombre Johnny,


podemos elegir otro. ¿Cómo se llaman los otros chicos del equipo?

—Bueno, Johnny está bastante sexy, pero hay un Hayden en el


equipo masculino del que me he hecho amiga. Pero Ave, no puedo
llamar a la viga, Johnny. Me moriría si alguien me oyera decir que
Johnny me ha vuelto a follar bien hoy. No, simplemente no —me
reí.

—Usemos a Hayden. Sería más divertido así.

—Estás enferma, ¿lo sabías? Tienes un sentido del humor


malvado.

—Lo tomaré como un cumplido, muchas gracias.

Hice una pausa, pensando en lo que había sugerido.

—Las chicas de mi equipo pensarían que estoy hablando de


Hayden. No puedo hacerlo. Ya me odian.

—Dios mío. ¡Tenemos que usar a Hayden! Porque al diablo con


ellas.

Sacudí la cabeza desde el otro lado del teléfono. Avery. Era mi


polo opuesto, y sin embargo la amaba tanto. Sabía cómo hacerme
reír cuando más lo necesitaba.

—Dilo.

—Ave... me siento rara diciéndolo.

—No seas un poco perra.

Volví a reír, sacudiendo la cabeza.

—¡Bien! Johnny me ha follado muy fuerte hoy... Estoy toda roja


y dolorida. Incluso me duele al caminar. —Me mordí el labio,
esperando su respuesta.

—¡DIOS MÍO! —gritó Avery, volviendo a reírse—. ¡Mírate! ¡Y no


estaba considerando usarlo!
—Bueno, es lo que pasa cuando te pones a horcajadas. —
Mirando entre mis muslos, pensé en el día en que me puse a
horcajadas sobre la viga y lo que ocurrió después. Se lo conté todo
a Avery, menos la parte de Kova tocándome.

—Mis muslos también estaban muy marcados. Dios, Avery.


Incluso sangré por ello.

—¿Tan mal?

—Sí. Y parecía que se estaba formando una contusión. Tuve que


ponerme hielo tres veces al día.

—¿Una contusión? ¿Te refieres a una contusión? ¿No puedes


decir simplemente moretón?

Me reí y ella soltó un suspiro exagerado.

—Piensa que para cuando estés realmente preparada para tener


sexo, el impacto no será tan grave.

Hice una pausa.

—¿De dónde sacas estas cosas? —Sacudiendo la cabeza, reprimí


otra carcajada—. Contigo no hay filtro.

—No —dijo ella con orgullo.

—¿Puedo romper un hueso ahí? Porque eso es lo que sentí


cuando me caí. Juro que algo se movió.

—Bueno, no soy médico, pero no creo que haya un hueso en tu


coño.

Sonreí.

—Tuviste un hueso en el tuyo esta noche.

—¡Oh! Ella tiene respuestas —gritó Avery sarcásticamente—.


Seguro que sí. Pero en serio, ¿por qué no vas a un obstetra y lo
averiguas? O tal vez ir a Planned Parenthood para que te den un
anticonceptivo mientras estás en eso. Mejor prevenir que lamentar.

—¿Para qué necesito anticonceptivos?


—¿Piensas seguir siendo virgen para siempre?

—Bueno, no, pero ahora mismo solo tengo tiempo para un trozo
de madera en mi vida, y se llama Johnny.

Avery se echó a reír. Estaba bastante orgullosa de sí misma por


eso.

—Dicho esto, no sería tan mala idea si planeara tener sexo


pronto, no es que lo haga. Tendría que retirar el dinero antes de ir.
No me imagino que a mi papá le haga gracia ver una visita a Planned
Parenthood en el extracto de su tarjeta de crédito.

—Dudo que siquiera mire.

Avery tenía razón.

—Aun así, no puedo correr el riesgo.

—¿Cómo va la práctica de todos modos?

Resoplé en el teléfono.

—¿Tan mal? —respondió a mi enfado.

—Algunos días son más difíciles que otros, pero me niego a


rendirme. No estoy donde debería estar, así que tomé un
entrenamiento extra, pero siento que estoy progresando. Estoy
llevando mi cuerpo al borde del agotamiento. Las chicas del equipo
tienen como un club tipo Mean Girls, así que los únicos amigos que
realmente tengo son Hayden y Holly. Algunos días me pregunto si
estaría aquí si no fuera por el dinero de mi papá. Y para colmo, mi
mamá quiere que le envíe fotos de la balanza mientras estoy en ella.

—Realmente odio a tu mamá.

Fruncí los labios. Algunos días yo también la odiaba.

—Aun así, no lo dejaré. Amo demasiado la gimnasia como para


hacerlo. Es mi vida, y con este deporte, solo me queda un tiempo.
Tengo que ponerme las pilas. Se acerca la temporada de
competiciones y tengo que estar en plena forma.

—¿Sabes qué más se acerca?


Hice una pausa, frunciendo las cejas.

—¿Qué?

—¡Tu cumpleaños!

—Ave. No puedo planear nada, tengo que entrenar.

Su emoción se desvaneció.

—¿No puedes tomarte una noche libre?

—¿Para hacer qué? ¿Sentarme sola? —Me reí amargamente,


pensando en cómo mi mamá se olvidó de mi cumpleaños unas
cuantas veces en el pasado. Qué broma—. A menos que esté en mi
lecho de muerte, no hay que tomarse un día libre más. Realmente
no es un gran problema saltarse mi cumpleaños, tendré más.

—Dios. Eres tan aburrida. Siempre puedo ir para tu cumpleaños,


para que no estés sola —dijo Avery, sacándome de mis
pensamientos—. Y si mis padres no quieren que conduzca por
alguna razón, tal vez pueda convencer a nuestros hermanos para
que me acompañen. —Hice una pausa, sin palabras, mientras ella
continuaba—: Ya sabes, son mayores, y nuestros padres confían en
ellos por alguna extraña razón. Además, si saben que hay chicas
guapas, estoy segura que no tardarían en ir.

Sus padres eran bastante indulgentes. No podía imaginarlos


diciendo que no a que ella condujera dos horas de distancia.

—Supongo. Mientras pasamos el rato, ellos pueden irse, pero tú


te aburrirás durante el día, ya que no puedo librarme de los
entrenamientos.

—Eso no es un problema. Iré un fin de semana a mirar.

Eso se puede arreglar.

Bostecé y miré el reloj.

—Tengo que cortar. Estoy muy cansada y por suerte mañana no


tengo gimnasio. Pienso dormir hasta tarde y ponerme al día con los
deberes.
—Avísame si necesitas que investigue más por ti. Si necesitas
hablar de eso, estoy aquí para ti, Ria.

Sonreí al teléfono.

—Gracias, chica. Eres la mejor. ¿Vas a llamarme Ria a partir de


ahora?

—Cada minuto que pueda —replicó—. Y recuerda que no hay


penetración, Ria. —Luego colgó.

Después de tomar una botella de agua, me metí en la cama,


agradeciendo a mis estrellas de la suerte que no tuviera que
enfrentarme a Kova mañana. Tenía el día siguiente libre para
aterrorizarme por lo que había pasado. Iba a ser incómodo cuando
volviera a los entrenamientos, pero sabía cómo entrenar mis
emociones y ocultar mis pensamientos. Lo único que tenía que
hacer era no dejar que fuera obvio e ignorar al entrenador tanto
como fuera posible. Eso no sería una hazaña difícil. De todos
modos, solía ser un imbécil en el gimnasio. Un imbécil ruso
enfadado.

Justo antes que estuviera a punto de quedarme dormida, mi


teléfono sonó.

Entrenador: ¿Llegaste bien a casa?

Mi corazón se desplomó. Respondí con un rápido sí, agarrando


mi teléfono para ver si decía algo más. Pero tras diez minutos de
silencio, acabé desmayándome.
Capítulo 32
Ignorar al entrenador era un problema que esperaba superar
después de lo que había sucedido entre nosotros, pero
afortunadamente no tuve que trabajar en eso al día siguiente.

O al siguiente.

Llevaba tres días ausente del gimnasio y no estaba segura de si


me alegraba o no. Madeline tomó el relevo y trabajé estrechamente
con ella. Mientras que ella era mi entrenadora de salto, Kova era mi
entrenador principal y supervisaba mi programa... qué destrezas
aprendería y cuándo. Era un tipo de entrenamiento completamente
diferente con ella. No estaba estresada al máximo, no cometía
errores y me sentía un poco más segura. También pude comer algo.
No sentía la necesidad de impresionarla como lo hacía con Kova. No
ridiculizaba cada pequeño respiro que daba, sino que me animaba
y me daba esperanza. La esperanza era lo que les gustaba a los
gimnastas, y la mía se había ido al garete. Había momentos del día
en que deseaba que ella fuera mi entrenadora. Era una gran
instructora, pero la atención de Kova a los detalles era excepcional,
y eso importaba en el mundo de la gimnasia.

La ausencia de Kova no hizo más que aumentar la inminente


incomodidad de tener que verlo cuando volviera, que al parecer era
hoy. Ningún entrenador o gimnasta faltaba nunca al gimnasio a no
ser que fuera algo que alterara su vida. Nadie sabía por qué estaba
fuera, solo que tenía asuntos que atender.

Pero yo tenía la sensación de saber de qué se trataba.

Alfred me llevó temprano al entrenamiento. Ninguno de mis


compañeros había aparecido todavía, así que metí mis cosas en mi
casillero e hice mi habitual carrera matutina. La pantorrilla
comenzó a molestarme de nuevo, una punzada de calor la envolvió,
pero me la sacudí y terminé. Últimamente he notado que se me ha
agudizado un poco más. Nada que un poco de Motrin no pueda
arreglar.

Después de entrar y limpiarme, me preparé para dirigirme al


gimnasio y empezar a estirar. Me encantaba ser la única aquí,
respirar el aire y prepararme mentalmente para el entrenamiento.
Sonreí. Un nuevo día, un nuevo objetivo, una nueva ambición. Mi
amor por este deporte estaba metido en lo más profundo de mis
huesos y era algo que no podía explicar.

Al doblar la esquina y caminar por el silencioso pasillo, no estaba


prestando atención al separar las pulseras que se habían pegado
por el velcro, y me topé directamente con alguien.

Un silbido se me escapó de la garganta.

—Oh, estoy tan... —Me congelé.

Kova.

Se me cayó la mandíbula y se me escapó todo pensamiento lógico.

—Hola —dije con delicadeza.

Kova estaba de pie frente a mí, con sus anchos hombros erguidos
y su rostro ilegible. Yo no era terriblemente baja, pero él medía casi
dos metros, así que se alzaba sobre mí.

—Te has ido.

No dijo nada.

—¿Estás bien?

De nuevo, nada.

—¿Deberíamos hablar?

Se quedó mirando a través de mí.

—Ummm... —Proseguí, pero me detuve cuando sus manos se


fijaron en la parte superior de mis brazos. Me hizo a un lado, pasó
por delante de mí e ignoró todas las preguntas.
Oh, bien. Así que nos saltamos lo imbécil y pasamos
directamente al modo culo-arrogante.

La ira bullía en mis venas. La arrogancia se reflejaba en su forma


de andar mientras se dirigía a su oficina. Tuve que apretar la
mandíbula para no arremeter contra él.

—¿Así que vas a pasar por alto... todo?

No dijo nada, así que me arriesgué.

—¿Qué significa Katja para ti?

Kova hizo una pausa, con su postura rígida. Curiosamente, eso


debe haber tocado un nervio. Después de presenciar dos
discusiones entre ellos, una de las cuales él ni siquiera sabía que
yo conocía, quería saber si era algo más que una novia, si veía un
futuro con ella. Apoyé mi mano en la cadera, esperando que se diera
la vuelta. Estaba tan segura que iba a responder que una sonrisa
se dibujó en mi rostro.

Me sorprendí cuando su cabeza se movió hacia un lado y


continuó alejándose de mí, cerrando la puerta de su oficina de un
golpe.

Una buena parte de mi entrenamiento matutino había sido


bastante exigente. Tuve mis clases de ballet, que me mantuvieron
ocupada durante casi dos horas, y luego pasé al
acondicionamiento. Las dos cosas que despreciaba hacer eran las
más desafiantes y extenuantes. Desafiantes en el sentido que era
fácil tomar atajos y hacerlo a medias y no ser atrapada. Y no lo
hacía. A la larga, solo me perjudicaría a mí misma.
Cuando pasé al salto con Madeline, hice un esfuerzo consciente
para evitar a Kova. No miré a propósito en su dirección y actué como
si no existiera, pero fue una hazaña difícil. Estaba en mi mente cada
pocos segundos y la lucha por no buscarlo era un esfuerzo. Tenía
la sensación que me observaba, pero no quería hacer evidente que
era consciente de su mirada. Podía sentir sus ojos sobre mí,
recorriendo mi cuerpo. Pero no lo reconocí. El miedo a ver el asco
pesaba en mis entrañas, y no era algo a lo que quisiera enfrentarme.

Esta mañana había estado trabajando en mi salto. Intentaba


perfeccionar el Amanar, un Yurchenko de dos vueltas y media. Era
el salto más difícil de dominar para las mujeres por su nivel de
dificultad, pero también era el que más puntos daba en dificultad.
Si no lo conseguía y solo completaba dos giros en lugar de dos y
medio, se me rebajaba la dificultad y no la ejecución,
sorprendentemente. La clave de la ejecución era un bloque enorme.
Tenía que empujar con todas mis fuerzas fuera de la mesa de salto
usando mis hombros y manteniendo mis brazos rectos. Si doblaba
los brazos, absorbía mi fuerza y lo estropeaba todo. Pero no
importaba lo que hiciera, simplemente no podía lograrlo. Daba un
paso adelante, aterrizaba de culo, aterrizaba de lado, doblaba las
piernas. O no rotaba o rotaba demasiado. Era un completo
desastre. Todos esos aterrizajes me hacían ganar deducciones que
no podía permitirme. Lo último que quería era bajar mi salto a dos
giros, pero sabía que si no empezaba a progresar pronto, me vería
obligada a reducirla. Deseaba tanto el Amanar que podía
saborearlo.

El salto era mío. Normalmente sobresalía en ello, solo necesitaba


encajar mi aterrizaje. Pero desde que había llegado a World Cup, lo
estaba haciendo fatal. Al menos, eso parecía. Necesitaba ser un
poco más firme, un poco más rápida, un poco más alta, y lo tendría.

Es más fácil decirlo que hacerlo. Los nervios y las dudas me


afectaban, sabía que eso estaba influyendo en mi rendimiento
general.

Madeline había mencionado que teníamos que empezar a


trabajar en mi salto alternativo pronto. Las gimnastas siempre
tenían dos saltos, normalmente uno que aportaba más puntos. La
nueva bóveda sería el salto frontal, solo que aún no estaba segura
de cuál. Hacer un salto frontal mostraba diversidad.
—Adrianna. En lugar de empezar a setenta y tres pies, intenta
setenta y cinco. Haz un doble y aterriza. Lo estás consiguiendo, pero
puede que necesites más impulso.

Asentí.

Madeline levantó los brazos hacia el pecho, con las manos en


puños, y se sacudió hacia la izquierda, dándome un ejemplo de lo
que quería decir.

—Levántate de la tabla y tira hacia arriba, cuadrando los


hombros y luego gira con fuerza. ¿Entendido? Tienes que bloquear
de verdad.

—Sí.

—Bien. Ve por eso.

Volví a caminar hasta el final de la pista, buscando los setenta y


cinco pies. Agarrando un trozo de tiza, dibujé una línea donde
debían empezar los dedos de mis pies y luego me tizné bien las
manos. Levanté un brazo y me puse a correr. Mis brazos
permanecieron como palos a mi lado hasta que gané velocidad, y se
doblaron. Bombeé las piernas con más fuerza que nunca a unos
tres metros de distancia e hice un giro sobre el trampolín, luego un
salto de manos hacia atrás sobre la tabla de salto para completar el
Yurchenko, saliendo con los hombros con un fuerte resoplido y
tirando de mi giro hacia arriba y en un doble. Tuve altura, un poco
más de lo habitual, pero acabé dando un enorme paso adelante en
la blanda colchoneta de prácticas.

Mirando por encima de mi hombro con los brazos aún en el aire,


levanté una ceja hacia Madeline. Ella se mordió los labios,
mirándome con curiosidad.

—Intenta empezar un poco más despacio. —La miré con una


pregunta en los ojos. Necesitaba velocidad, en todo caso—. Es decir,
da unos pasos más grandes, pero más lentos al principio, y luego
dale más velocidad a unos seis metros de distancia. Y lanza el
Amanar en su lugar. El doble no ayuda.

Llegué al final de la pista y volví a marcar mi salida cuando


Madeline gritó:
—Practica unas cuantas salidas lentas primero.

Los arranques lentos tenían un aspecto gracioso. Las rodillas


subían más alto, más lento, y el paso era mucho más amplio. Al
principio parecían saltos gigantescos. Sabía lo que quería que
hiciera, pero nunca lo había hecho y, sinceramente, no creí que
fuera lo que necesitaba. Pero ella era mi entrenadora, así que la
escuché.

Rápidamente practiqué unos cuantos a un lado mientras Holly


saltaba dos veces.

Di unos cuantos pasos más lentos y amplios y realicé mi salto,


pero no encajé el aterrizaje. Cuando me puse de pie, la parte
posterior de mi pantorrilla comenzó a molestarme de nuevo, pero
esta vez bajó hasta mi tobillo. Me agaché, giré el tobillo y me
masajeé el músculo para aliviar el malestar.

Sus cejas se inclinaron hacia el otro lado.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa?

Asentí.

—No es nada, estoy bien.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Estás segura? —Asentí y ella preguntó—: Bien, ¿y cómo te has


sentido?

—Tiene sentido empezar más despacio, creo, y puedo sentir el


cambio de impulso. Tengo más potencia. ¿Puedo volver a
intentarlo?

—Por supuesto.

Me puse en la fila y esperé a que Holly saliera. Una vez que ella
terminó un par de series de saltos, me tocó a mí. Salí aún más
despacio tirando de mis piernas hacia el techo, pero no fue fácil.
Podía sentir cómo se me apretaba el estómago y los músculos que
tenía que desarrollar para correr así. Mi salto era mejor, y mi altura
también, pero no se sentía perfecto y lo sabía.
—Bien, sé que te estoy echando mucho encima ahora mismo,
pero qué tal si intentamos que tu salto en círculo esté más cerca
del suelo también.

—¿Qué quieres decir?

Madeline se puso delante del trampolín. Levantó los brazos y


demostró lo que quería decir.

—¿Ves cómo mis hombros están a la altura de mi pecho, pero la


espalda? Estás demasiado abierta aquí arriba, hay demasiado
espacio entre tú y la tabla. Pero si te inclinas hacia el trampolín,
cuando rebotes de tu redondeo, obtendrás la potencia que necesitas
para conseguir el vuelo perfecto. Vamos a intentarlo en el pozo de
espuma para que lo veas.

Madeline miró a Holly.

—¿Puedes practicar por tu cuenta un rato? Enseguida volvemos.

Una sonrisa inocente se dibujó en sus labios. Me sorprendió que


fuera amiga de una perra como Reagan.

—No hay problema.

—Usa una colchoneta acolchada, ¿bien? No quiero que te hagas


daño.

—De acuerdo.

Caminamos hacia la pista con el pozo de espuma donde Kova


estaba con Reagan. Era la misma fosa de espuma en la que me
escondí días antes. Nuestros ojos se cruzaron durante una fracción
de segundo y su mandíbula se tensó antes de mirar hacia otro lado.
Mis nervios aumentaban con cada paso que me acercaba a él.
Cuando volvió a mirarme, se puso visiblemente tenso. Reagan
parecía querer vomitar al verme.

—¿Te importa si compartimos contigo? Quiero que Adrianna


pruebe algo nuevo —preguntó Madeline.

Kova se hizo a un lado y agitó la mano frente a nosotros.


—Por supuesto.

Madeline se volvió hacia mí y repasó lo que quería que probara


mientras Kova la observaba atentamente. Su presencia era
poderosa, y estando tan cerca, era difícil ignorarlo como había
intentado lastimosamente hacer esta mañana. Me ponía muy
nerviosa y empecé a morderme el labio inferior, un hábito que debía
abandonar.

—Recuerda, despacio al principio, y quédate abajo cerca del final.


¿Entendido?

Tragué, mis ojos echaron una mirada furtiva a Kova antes de


asentir a Madeline.

De pie al final de la pista, respiré profundamente y exhalé. Me


concentré únicamente en el salto y en lo que me dijo que intentara.
Un último suspiro y salí a correr. Mi corazón se aceleró, no por los
entrenadores, sino por mi amor al salto. La adrenalina me recorría
y mis pies golpeaban el suelo cuando me acercaba al trampolín. El
dolor en la pantorrilla había vuelto y era más fuerte que nunca, pero
lo superé. Mis nervios estaban a flor de piel, pero con Kova y Reagan
allí de pie, sabía que mis piernas terminaban por parecer
descuidadas en el vuelo, y si no hubiera sido por este pozo, me
habría comido la mierda al bajar.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Madeline con sorpresa en


sus ojos—. Gracias a Dios que aterrizaste en ese pozo.

—Déjame intentarlo de nuevo.

Kova se acercó con la palma abierta y, sin pensarlo dos veces, mi


mano se deslizó en la suya, fuerte y callosa. El calor subió por mi
brazo y por mi columna vertebral. Mierda. Esto no era bueno. Me
agarró la palma de la mano y me sacó de un tirón. Antes que
Madeline pudiera decir algo, Kova habló:

—¿Puedo? —preguntó en voz baja, y ella asintió.

—Veo lo que Madeline quiere. Un comienzo más lento y un ángulo


más profundo cerca de la tabla, ¿sí? —le preguntó, pero me miraba
directamente a mí.
Gemí para mis adentros. Nunca debería usar la palabra más
profundo en mi presencia. Mi mente viajó de nuevo a la noche en el
gimnasio, y a las cosas que dijo e hizo.

—Sí, más agudo —respondió Madeline. Agudo sonaba mejor que


más profundo. Kova y su estúpido acento ruso.

Agarrando ligeramente mi brazo, me guio hasta la tabla. Cuando


me puso una mano plana en el estómago y otra en la espalda, me
tensé. Sus ojos se entrecerraron, diciéndome que me pusiera las
pilas.

Se aclaró la garganta.

—Tienes que usar tu núcleo para lo que estás haciendo. Pecho


hacia atrás. —Me dio una palmadita en el estómago y continuó—:
Puede que tengamos que centrarnos en construir más músculo
aquí para ayudarte a soportar, sin embargo. Prepárate para una
voltereta.

Usando su mano en la parte baja de mi espalda, me inclinó para


que yo estuviera de cabeza hacia la tabla y mi pierna trasera
estuviera arriba.

—Quieres que tu salto sea largo y bajo, pero con el pecho y los
brazos en alto. Empuja con fuerza la pierna de atrás. —Me dio un
golpecito en la pierna, como si no supiera a qué pierna se refería—
. Es rápido y veloz y lleva tiempo aprenderlo, pero aquí es donde
empiezas, así que cuando rebotes de la tabla, tendrás la potencia
que necesitas para volver y salir de la tabla para un fuerte bloqueo.
A partir de ahí, ya sabes qué hacer. —Hizo una pausa y luego
preguntó—: ¿Esto tiene sentido para ti?

—Sí.

—Bien, ahora hazlo, pero solo haz un trazado. —Un trazado no


fue un problema. Nada de giros, solo recto como una tabla, con el
cuerpo estirado, volteando hacia atrás una vez.

Caminé y me puse detrás de la línea de tiza, imaginándome


mentalmente haciéndolo correctamente. Mirando a Kova, me hizo
un pequeño gesto con la cabeza. Inclinándome hacia adelante,
levanté la rodilla y di algunos de los pasos más largos de la carrera
y luego me puse a tope y corrí lo más rápido posible. Volvía a sentir
ese ardor en la pantorrilla que parecía hacer acto de presencia
cuando corría. Cuando llegó el momento de mi ronda, me agaché,
con las rodillas al pecho como él había dicho, y sentí que los
músculos de la pelvis se tensaban. Kova tenía razón. Me di cuenta
que iba a necesitar más músculo allí por la tensión interior.

También tenía razón en cuanto a la potencia de explosión que


tendría si bajaba más. Observé el pozo de espuma para mi aterrizaje
y vi la altura extra que tenía.

Subí con los ojos muy abiertos y lo miré.

—¡No estaba preparada para esa potencia! —grité con


entusiasmo.

Él asintió, con los labios apretados y se volvió hacia Reagan y


Madeline.

—¿Estaría bien si cambiamos de gimnasta por un rato? Tengo


algunas cosas que quiero trabajar con ella.

—Por supuesto. Ven, Reagan.

Reagan frunció el ceño. Recogí mi cuña y pregunté:

—¿A dónde van?

—Nos cambiamos.

Se me revolvió el estómago, la emoción se me cayó del rostro.

—Ah, bien.
Capítulo 33
Nos miramos durante un momento y mis mejillas empezaron a
calentarse.

Aclarándose la garganta, Kova se frotó la mandíbula y dijo:

—En lugar de correr más despacio al principio, creo que tienes


que salir a tu velocidad normal. No creo que reducir la velocidad te
ayude. Vamos a conseguir que tu redondeo sea correcto y luego
trabajaremos en cuadrar tus hombros y alcanzar la altura.

Asentí.

—A mí tampoco me entusiasmaba bajar la velocidad al principio,


pero lo hice de todos modos.

—Si crees que no va a funcionar, siempre puedes decirlo.

Le dirigí una mirada divertida.

—¿De verdad? Una vez me dijiste que no te cuestionara. —Como


no respondió a mi indagación, dije—: Al menos quería probarlo,
pero no me gustó la sensación.

—¿Cuál es tu punto de partida?

—Estoy a setenta y cinco pies.

El entrenador contempló durante un minuto.

—Intenta empezar a setenta y nueve pies. Necesitas todo el


impulso que puedas conseguir. Y vuelve a hacer el doble.
Asentí y me dirigí a la marca de setenta y nueve pies. Hice
exactamente lo que me dijo que hiciera, y honestamente, no podría
decir si lo hice bien o no.

—Otra vez —dijo.

Hice un puñado de saltos más antes que finalmente dijera:

—Veo cosas que quiero hacerte... —El entrenador se detuvo


cuando mis cejas casi llegaron a la línea del cabello—. Lo que quería
decir era... —Se interrumpió con ansiedad. Su voz se quebró y usó
sus manos para hablar—. Creo que debería trabajar más contigo en
esto, no solo con Madeline. Hay diferentes técnicas de las que te
beneficiarías. —Exhaló con un suspiro agotado, casi roto, y me hizo
sentir mal—. Trabajemos en esta bóveda y haremos algunos
trazados.

El entrenador me llevó al otro lado del gimnasio, donde había


enormes y gruesas colchonetas apiladas detrás de una bóveda.
Eran muy altas, casi tres metros, y ayudaban a ganar altura. Ahí
es donde entraban en juego los cronómetros de disposición. Era
una voltereta hacia atrás, con el cuerpo y las piernas rectos, y en
lugar de aterrizar sobre los pies, lo hacía sobre la espalda, girando
con el pecho hueco.

—Bien, te voy a ver y te voy a dar un pequeño golpe. Aterriza de


espaldas. ¿Sí?

—Sí.

No estaba segura de si me encantaba la idea que Kova estuviera


ignorando nuestra pequeña indiscreción o no. Supongo que era algo
bueno ya que estaba aquí para entrenar. Pero no pude evitar
preguntarme qué pasaba por su cabeza.

Hice mi salto con la ayuda de Kova y casi me entró el pánico


cuando mi corazón saltó de mi pecho y aterrizó antes que yo. Tenía
tanto aire que mis pies se levantaron y giré en un giro hacia atrás.

—Eso no fue un pequeño estallido. Casi me tiras por los aires.


Podría haberme hecho daño.

Me miró fijamente.
—¿Ves la altura que tienes? —replicó, con voz severa. Ignoró mi
comentario, porque la verdad era que yo sabía que mi entrenador
no dejaría que me pasara nada y él también lo sabía.

—Eso es lo que necesitas en el vuelo. Hazlo de nuevo y mantén


las piernas más apretadas. Este salto, más que otros, debe tener
las piernas y el cuerpo rectos y apretados.

Era muy consciente de la necesidad de tener las piernas rectas y


apretadas, no solo en este salto, sino en muchas otras destrezas de
la gimnasia. Oírlo una y otra vez era molesto. Deseaba que me dijera
algo que no supiera.

Hice el salto, sintiendo el chasquido de Kova en la parte baja de


mi espalda. Esta vez no fue tan fuerte y sentí la diferencia, apenas
aterricé de espaldas.

—¿Sientes la diferencia?

—Sorprendentemente, sí.

Kova hizo una pausa, sin esperar mi respuesta, y luego continuó:

—La clave del Amanar es la altura, el impulso y la potencia. Por


ahí empezamos. Haremos esto mil veces si es necesario, hasta que
me sienta seguro que puedes avanzar —dijo Kova con entusiasmo.

Mil veces, como hizo conmigo en las barras. Por lo menos no me


rompería en el salto. Pero podía romperme un tobillo si aterrizaba
mal.

Volví a saltar, y terminé con un trazado. Después de más o menos


una hora, estaba agotada y necesitaba urgentemente comida. La
pantorrilla me palpitaba ferozmente, pero no había manera que
hablara. La ayuda y el empuje de Kova realmente marcaron la
diferencia, así que almacené el dolor y me concentré en el
acondicionamiento.

Volviendo al foso, colocó unas gruesas alfombras de práctica


sobre los cuadrados de espuma para practicar mi aterrizaje, ya que
aún no estaba preparada para aterrizar en el suelo.

De pie al final de la línea de la pista, busqué al entrenador.


—Haz tu doble sin mi ayuda. Déjame ver dónde estás.

Después de aterrizar mi salto, lo miré. No estaba contento.

—Un obstáculo más fuerte. Potencia, necesitamos potencia,


Adrianna —ordenó, dando una palmada. La cosa era que la mitad
inferior de mi pierna estaba en llamas.

Asentí y volví a saltar con su ayuda. Durante la siguiente hora,


todo lo que oí fue:

—Adrianna, aprieta esas piernas y ponlas rectas como una


maldita tabla. ¿Quieres romperte el ACL?

—Adrianna. Aprieta el cuerpo.

—Adrianna —dijo lentamente, con irritación—. Ponlo más alto.


¿Realmente crees que puedes hacer un dos y medio así?

»¡Adrianna, empuja más fuerte!

»¿Realmente quieres esto?

»¡Bloquea, Adrianna! —gimió—. Ponlo más alto.

»Lo tienes... ¡Aprieta más fuerte ahora!

»Más rápido, más alto, más fuerte. ¡Eso no es bueno!

—¡Estás girando poco, por eso estás saltando hacia atrás!

Entonces empezó a hablar en ruso. En ese momento, mi cuerpo


estaba dolorido y había llegado al punto de agotamiento. Me
quedaba una hora más o menos antes de tener que ir a clase. Y por
primera vez en mi carrera como gimnasta, no podía esperar a que
terminara la gimnasia y a que empezaran las clases particulares.

—Esa fue una volteadora poderosa, pero necesitamos más


músculo, así que durante los próximos treinta minutos
acondicionaremos y luego enfriaremos. ¿De acuerdo? Tenemos que
hacer esto después de cada entrenamiento.

Ugh. Gemí fuertemente, mi cabeza cayó hacia atrás. Todas las


gimnastas odiaban el acondicionamiento con pasión, pero también
sabíamos que no debíamos escatimar en él. Si lo hacíamos, nos
estaríamos retrasando.

Kova me llevó a una parte del gimnasio destinada únicamente a


los estiramientos y al entrenamiento con pesas. No levantábamos
pesas como los culturistas, pero sí las utilizábamos para ejercicios
específicos de musculación en los que necesitábamos apuntar.

—Bien, ponte de espaldas y túmbate. Los brazos junto a las


orejas.

No hay problema.

El entrenador tomó una mancuerna de seis kilos y se acercó a


mí. Se puso de rodillas, se sentó detrás de mi cabeza y me indicó
que abriera las manos, colocando la pesa en las palmas. Estaba tan
cerca que podía oler su aroma a cítricos y canela, y no el olor a tiza
del gimnasio.

—Vas a mantener los brazos junto a las orejas. Levanta las


piernas y los brazos al mismo tiempo y júntalos, pero solo hasta la
mitad. Esto va a construir el músculo aquí. —Kova colocó una mano
plana en mi región pélvica y mi estúpido cuerpo se calentó por
completo por eso. Miré a mi alrededor para ver si alguien podía
vernos. Un hormigueo recorrió mi piel. Sus dedos eran como una
bengala el 4 de julio, y me pregunté si Katja tendría la misma
reacción ante él.

—Ahora, levanta lentamente —dijo, con su mano todavía sobre


mí.

Lo levanté, pero demasiado rápido.

—No estás en una carrera para terminar, Adrianna. Tómatelo con


calma.

Quédate con mi corazón. Me encantaba cómo mi nombre salía de


su lengua.

Kova seguía mirando mi estómago como si fuera incapaz de


establecer contacto visual conmigo.

—Levanta más despacio —fue todo lo que dijo impasiblemente.


—Aprieta —ordenó cuando empecé a levantar más despacio,
ahuecando mi cuerpo con aspecto de barquito. Presionó sus dedos
en mi estómago buscando músculos—. Esto es lo que quiero sentir.
Justo aquí... más apretado. —Asintió para sí mismo en señal de
satisfacción. Su mano me quemaba el estómago.

Me aclaré la garganta y nuestros ojos se cruzaron.

—¿En serio? ¿No se te ocurrió ninguna otra palabra para usar?

La comisura de su boca se levantó y sus ojos esmeralda brillaron.


Me dejé caer al suelo.

—El inglés no es mi primera lengua. Perdóname.

Volví a levantarme y esta vez colocó una mano bajo mis


pantorrillas y la otra bajo mis brazos. Estaba temblando. Levantar
una mancuerna de seis kilos no era realmente tan pesado, pero en
la posición en la que estaba, y como lo estaba haciendo, no era tan
fácil. Kova me ayudó a guiarme lentamente hacia arriba y luego
hacia abajo tantas veces que mis músculos ardían.

—Recuerda respirar.

Después de otra serie, me temblaban los brazos.

—Está bien. Tomemos un descanso. —Alcanzó mi brazo y


comenzó a masajear el músculo, sacudiéndolo. Sus nudillos
rozaron mis costillas. Sus dedos amasaron el tejido en profundidad
y la sensación sublime se apoderó de él.

Como Kova seguía sentado a mi lado, pude ver bien. Lo observé,


dónde estaban sus ojos, el tic que trabajaba en su mandíbula. Tenía
muchas ganas de preguntarle por nuestro beso de aquella noche en
el gimnasio, y lo que significaba.

—Kova —susurré solo para él. Intenté llamar su atención, pero


no me miró.

—Ahora no, Adrianna.

—¿Cuándo? —Siguió ignorándome, así que le dije—: No voy a


decírselo a nadie.
Sacudió la cabeza con incredulidad.

—Hay algo más que eso.

—Por favor, mírame. —Cuando por fin lo hizo, le dije—: Te lo juro.

Volvió a sacudir la cabeza con incredulidad y murmuró:

—¿Entiendes las normas que he roto? ¿El hecho que podría ir a


la cárcel?

—No irías a la cárcel, lo he investigado. Solo nos besamos —


susurré, y miré a mi alrededor—. No hicimos nada más. Fue solo
un beso.

Me miró horrorizado.

—No ves el problema porque eres demasiado joven. —Entonces


se puso en pie, y por la mirada que tenía, supe al instante que se
arrepentía de lo ocurrido.

—Agarra mis tobillos y dame los tuyos.

Lo miré, perpleja.

—Pon tus manos alrededor de mis tobillos —dijo Kova


lentamente, como si tuviera problemas de audición—. Y sube las
piernas.

Bien, bien, bien. Desde esta vista, había mucho que ver, es decir,
el bulto de Kova. El contorno desde este ángulo me hizo imaginar
lo que había dentro de sus pantalones cortos y si llevaba bóxers o
no. Me di cuenta que no estaba completamente erecto, pero aún así
era bastante grande. Al menos supuse que no estaba erecto y sabía
que se sentía grande, pero no lo había visto realmente. Mi agarre se
apretó alrededor de sus tobillos al pensar en cómo me acariciaba el
coño con él, un río de sensaciones recorrió mi centro.

—Voy a empujar tus piernas hacia abajo, pero no debes tocar el


suelo —dijo el entrenador, rompiendo mis pensamientos
prohibidos—. Te empujaré de lado a lado y en línea recta, pero
nunca dejes que tus piernas toquen el suelo.
—Entendido.

Kova lanzó mis piernas hacia abajo y mi espalda se dobló con


desesperación para evitar que mis pies tocaran la alfombra. Me
agarré más fuerte a sus tobillos, sujetándome para volver a subir
las piernas.

—Levántalas —ordenó—. Más rápido. Me estoy tomando un


tiempo solo para ti.

—No te pedí que me ayudaras —grité.

—Adrianna, estoy aquí para asegurarme que cada gimnasta


alcance su máximo potencial, así que si eso significa sustituir a otro
entrenador, lo hago. No es nada personal.

Nada personal.

Que se joda. No le pedí esto. Podría haberme quedado con


Madeline pero él quería intervenir.

Cuando me empuja las piernas hacia un lado, mis caderas


giraron y las volví a encajar, luchando un poco. Era más difícil de
lo que parecía y mi estómago se flexionaba cada vez. Y cada vez,
miraba su bulto y lo veía rebotar.

Me estaba yendo al infierno.

Mi estómago ardía, como si las hormigas de fuego recubrieran mi


carne. Mis piernas empezaban a doblarse al subirlas. Tenía muchas
ganas de pedir un descanso, pero sabía que no debía hacerlo.

—Estoy cansado de decirte que mantengas esas piernas juntas,


cerradas y rectas. —Me tiró las piernas hacia abajo con tanta rabia
y rapidez que luché por volver a subirlas. Pero no tocaron el suelo
y me sentí orgullosa de mí misma por eso. Mis uñas se clavaron en
su carne, dejé escapar un chorro de aire cuando las subí. Repitió el
movimiento.

—Eso solo hará que te haga esto durante más tiempo.

En ese momento, decidí que iba a estudiar brujería y ponerle un


hechizo para este tipo de tortura.
Y hacer que usara palabras correctas en inglés, y algunas
malditas contracciones.

Cada vez que él empujaba mis piernas hacia abajo, yo respiraba


hondo y lo retenía, usándolo para lanzar mis piernas hacia él. El
sudor me chorreaba por los lados de las sienes y estaba bastante
segura que me iba a saltar un vaso sanguíneo en el ojo.

Quién sabía cuánto tiempo había pasado cuando llegué al punto


en que no podía aguantar más. El interior de mis muslos temblaba,
se agitaba con tanta fuerza que, junto con el ardor de mi estómago,
me mareaba. Debió sentirlo cuando dijo:

—Una última vez. —Y cuando volvió a lanzar mis piernas, las dejé
caer al suelo con un ruido sordo. Una pierna cayó hacia un lado, la
otra subió en un esfuerzo por doblarse, pero no tuve fuerzas para
sostenerla, así que ambas cayeron abiertas. La posición no era muy
femenina, pero estaba demasiado agotada como para preocuparme.

Jadeando fuertemente, me sentía como si acabara de correr una


maratón.

—Creo que me estoy muriendo.

—No seas tan dramática.

Mi agarre se aflojó y mis codos cayeron a un lado.

—No lo estoy. Eso fue duro. —Pero él ignoró mi comentario y se


puso encima de mí, con su mirada entre mis piernas abiertas.

Debería haberlas cerrado, habría sido lo lógico, pero me quedé


clavada en el sitio. En parte porque no podía moverme, pero
también me gustaba la forma en que sus ojos recorrían mi cuerpo.
Su mirada embriagadora provocó una palpitación entre el nudo de
mis muslos, y mi pulso se aceleró.

Dios mío. ¿Qué me pasaba? Debería haber sentido repulsión.


Demonios, tal vez debería haberme levantado y alejado. Tal vez
necesitaba hablar con un terapeuta sobre mi adicción a Kova.

En realidad, tacha eso.


Abrirme sobre el enamoramiento de mi entrenador, mucho mayor
que yo, podría volverse en mi contra. Mantener la boca cerrada era
el único plan de acción que tenía.

Haciendo acopio de fuerzas, junté las piernas lentamente,


añadiendo presión a mi centro hinchado con los muslos. El
entrenador se aclaró la garganta y extendió la mano para ayudarme
a levantarme.

—Te veré más tarde para el piso.

—¿Entrenador?

—Ve.

—No, siento que debemos hablar.

Se acercó a mí y sus ojos recorrieron rápidamente el gimnasio.

—No hay nada que hablar. Fue un gran error de juicio. No debería
haber ocurrido nunca —dijo con desprecio—. Y ahora tengo que
vivir con el hecho que me aproveché de una menor, una de mis
gimnasta nada menos. Estoy enfermo por eso, no puedo dormir.

Me eché hacia atrás, sintiendo solo una pequeña dosis de


lástima.

—No te has aprovechado de mí.

—Es aún peor que pienses así —gritó en voz baja—. Deberías
haberte indignado con lo que dije e hice.

—No lo estoy, no lo estaba. Me gustaba, todo, y no quería que se


acabara. Te sentías mejor que cuando...

—Adrianna —dijo bruscamente, cortándome. Pasando una mano


por su cabello, sus ojos viajaron a mi pecho y se detuvieron por un
momento.

—No tengo nada más que decirte. Soy un hombre adulto, tú eres
una... adolescente —dijo con disgusto, haciéndome sentir cinco
centímetros más alto—. Si Katja nos hubiera visto, podríamos haber
perdido todo. No estoy dispuesto a arriesgar eso por nada ni por
nadie, pase lo que pase.

Me tragué la empatía que sentía de repente. Sus ojos se


suavizaron, la vergüenza los llenó.

—Has trabajado demasiado para tirarlo a la basura, y yo también.


Mantén las manos quietas y yo haré lo mismo.

Luego se dio la vuelta y se alejó, destripándome.


Capítulo 34
Dos horas de química avanzada, más diez horas de gimnasio, y
ya estaba lista para desmayarme.

No importaba que hoy cumpliera otro año más, me parecía un


día cualquiera. Avery estaba fuera del país. No había podido
visitarme para mi cumpleaños como quería. Sus padres habían
programado unas vacaciones familiares en España y se lo habían
dicho a ella y a su hermano en el último momento, pero había
prometido que vendría a verme cuando volviera. Mi padre estaba de
viaje de negocios, Xavier estaba con sus amigos haciendo Dios sabe
qué, y aparte de un mensaje de texto de mi madre, no había oído ni
una sola palabra de mi familia. El gimnasio era el gimnasio, igual
que cualquier otro día.

Había aprendido a desconectar las emociones cuando el


momento lo requería, así que estar sola en mi cumpleaños no me
afectaba.

Sin embargo, Alfred me regaló una magdalena con una vela


anoche cuando me entregó las llaves del Escalade, mi propio auto
Tonka. Se lo agradecí y lo llamé Thomas.

Aparte de estar hambrienta y probablemente capaz de comerme


una vaca en este momento, simplemente no tenía fuerzas después
del largo y agotador día que tuve.

Al salir de la sala de tutoría privada situada en la parte trasera


de la biblioteca, las luces eran tenues y el vacío en el aire me hizo
sentir un poco de frío. Mis notas eran buenas y me mantenía en el
buen camino, así que realmente no necesitaba venir, aunque esta
mañana me salté las clases para hacer el examen de conducir.
Mientras que mi madre se enfadaba por mi aspecto, mi padre se
centraba en la escuela y en lo importantes que eran las notas. Sabía
que tenía razón, porque al fin y al cabo, no era ingenua al pensar
que el dinero podía comprarlo todo como para venir al World Cup.
Un día todo esto se acabaría y viviría en el mundo real con
responsabilidades reales.

Llevábamos unas semanas de agosto y el tiempo cambió en


Georgia. Aunque seguía haciendo un calor sofocante durante el día,
la humedad era más densa y pegajosa al caer la noche. Empecé a
juguetear con la cremallera para poder quitarme la chaqueta antes
de salir a la calle, pero estaba atascada en el material. Puse mis
libros en una mesa cercana para arreglarla.

Estaba ajena al mundo cuando un susurro de aliento me rozó la


piel.

—¿Necesitas ayuda con eso?

Mi mano voló a mi cuello y me giré ante la voz con sorpresa.

Hayden.

—¡Mierda! Me has dado un susto de muerte.

Hayden sonrió, mostrando sus hoyuelos. Mis ojos se dirigieron a


sus hombros, e incluso a través de la sudadera con capucha gris
claro, pude ver sus músculos bien definidos.

—Lo siento, solo vi que estabas atascada y pensé en ayudarte.

Cálmate, hormonas.

—Ayuda, ¿necesitas ayuda con eso? —preguntó, señalando mis


manos.

Sacudiendo la cabeza, me recuperé.

—Ummm, sí, gracias.

Hayden jugueteó con mi cremallera y preguntó:

—¿Estás bien?

—Lo siento... es que estoy agotada. —Sonrió y mi estómago


retumbó.
—Y aparentemente también tienes hambre.

El calor subió por mi cuello y llegó a mis mejillas, avergonzada


por lo fuerte que gruñía mi estómago.

—Sí, eso también, pero estoy demasiado cansada para comer, y


lo último que quiero es una de las comidas preparadas que me
esperan en casa.

Las cejas de Hayden se curvaron entre sí, así que respondí a su


mirada perpleja.

—Mi madre tiene comidas frescas preparadas y me las entrega


semanalmente. La idea de metérmela en la boca ahora mismo no
suena tan atractiva como plantar la cara en la cama. La mayoría de
las veces puedo lidiar con eso, pero si no tuviera que volver a mirar
otro trozo de pescado o de corteza, sería demasiado pronto. Así que
prefiero no comer.

—¿Corteza? ¿Como la de un árbol?

Me reí, pensando en lo gracioso que sonaba.

—En realidad no es corteza, solo comida que no tiene nada, ni


especias, y sabe horrible. Por no hablar que son raciones pequeñas.

Asintió, aceptando mi respuesta.

—¿Por qué no vas a comprar comida?

Me encogí de hombros.

—La verdad es que a mi madre le daría un ataque si comprara


algo que no aprobara. Además, no tengo energía.

—¿Así que simplemente no vas a comer? —Tanteó con mi


cremallera y finalmente la bajó por mi cuerpo.

—Tengo algo de fruta que puedo comer.

—Adrianna, tienes que comer —dijo, agarrando mis caderas.


Desde aquel beso en mi condominio, Hayden no había sido tan
atrevido con su tacto. Así que naturalmente noté sus manos en mi
cuerpo.
—Vamos. Iremos a comer algo juntos.

—¿A dónde iremos?

—Hay un Gino's Pizza al final de la calle. ¿Qué tal allí?

—Mi madre me mataría si comiera pizza.

Apretándome más, Hayden miró a su alrededor sin rumbo. Seguí


su mirada, con curiosidad por ver a quién buscaba, pero no vi a
nadie.

—Adrianna, ¿la ves en algún sitio? No se va a enterar y prometo


no decírselo. —La comisura de su boca se levantó.

Dudando, me mordí el labio. Hacía mucho tiempo que no comía


pizza.

—Vamos —me persuadió, agarró mis libros, y luego entrelazó sus


dedos con los míos—. Yo invito.

Debí quedarme en la biblioteca más tiempo del previsto. Una


niebla turbia se asentaba en el estacionamiento mientras
caminábamos de la mano. No solía ir de la mano con alguien con
quien no salía, pero Hayden era diferente. Para mi sorpresa, se
había convertido en un buen amigo. Esperaba estar cerca de las
chicas de mi equipo más que nada, y no lo estaba.

—¿Qué auto es el tuyo?

Señalé la camioneta negra con el polarizado casi ilegal y las


llantas de veintidós pulgadas. Era la camioneta que Alfred había
conducido cuando llegamos a Cape Coral a principios de año.

—¿Ese es tu auto? —Sus cejas se alzaron, con escepticismo en


su tono.

Dios, solo quería meterme en un agujero y esconderme. Decir que


Hayden estaba asombrado por mi Escalade de alta gama era un
eufemismo. Era la edición Platinum y, aparte de estar ligeramente
avergonzada, realmente me encantaba. El primer auto de nadie era
tan bonito a menos que la familia tuviera dinero. Pero en casa, este
tipo de cosas eran normales, y los chicos con los que crecí tenían
autos aún más lindos. Avery tenía un elegante BMW que le dije a
mi padre que quería en numerosas ocasiones.

—Sí.

—¿Cuándo conseguiste ese auto?

—Umm, bueno, en realidad tengo este auto desde hace un


tiempo. Por casualidad me dieron las llaves anoche.

—¿Anoche? —me preguntó.

Me mordí el labio.

—Hoy es mi cumpleaños.

Hayden se detuvo en seco, con la mandíbula desencajada y la


cara iluminada.

—¿Hoy es tu cumpleaños y no se lo has dicho a nadie? —Se


abalanzó sobre mí y me dio el abrazo de oso más fuerte posible. Me
reí cuando me levantó y me hizo girar, deseándome un feliz
cumpleaños.

Me dejó en el suelo y me dijo:

—¿Cuándo te has sacado el permiso de conducir? No puedo creer


que no se lo hayas dicho a nadie.

—Me salté la tutoría y Alfred me llevó esta mañana.

—Amiga, tu auto está enfermo. Yo pago la cena, pero tú


conduces.

Aliviada por su opinión, mis hombros se relajaron.

—Me parece bien.

Subiendo al auto, presioné el botón para encender el motor,


mientras Hayden miraba por encima de su hombro a las dos filas
detrás de él.

—¿Por qué tienes un auto tan grande? ¿Y cómo es que nunca lo


he visto en el gimnasio?
Suspiré antes de sumergirme en él.

—Mi papá insiste en que un auto más grande es más seguro para
conducir, pero se equivoca. Le preocupa que un auto pequeño me
aplaste, así que me compró un tanque Tonka. No es el tipo de
persona con la que se discute y normalmente se hace lo que él dice.
Fin de la historia. Además, Alfred solía llevarme, por lo que
probablemente nunca lo hayas visto —se me apagó la voz.

—Oye —dijo Hayden en voz baja, tirando de mi barbilla hacia


arriba para encontrar su mirada firme—. No te sientas abochornada
ni avergonzada por nada de lo que tienes. Creo que es muy bonito.
Tengo que ser honesto, estoy un poco sorprendido de ver que
conduces algo tan grande siendo tan pequeña. Es una camioneta
muy grande, pero nunca te haría sentir incómoda por eso. Lo juro.

Su pulgar rozó suavemente mi mandíbula, y sentí su tacto hasta


mi estómago. Asentí, aceptando sus genuinas palabras.

—¿Y a qué se dedica tu papá?

—Es promotor inmobiliario.

—Oh, es cierto. Lo mencionaste en la barbacoa de Kova. Lo había


olvidado. —Giré en una calle muy transitada y me preguntó—:
¿Vives en una casa gigantesca?

—Bueno, es de tamaño medio... para la isla.

—¿Qué es de tamaño medio?

Me mordí el labio.

—Tiene un poco más de nueve mil pies cuadrados. Hay siete


dormitorios, todas las habitaciones formales aburridas, dos
cocinas, una casa de invitados, sala de cine, bodega, gimnasio, sala
de sauna y una sala de juegos. Tenemos un garaje para tres autos
y vivimos en una calle privada, lo cual me gusta.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Y está en la playa?


—No, vivimos en un campo de golf. Mi papá es un gran golfista.

—Vaya —se quedó sin palabras.

—La verdad es que es muy bonita y originalmente pertenecía a la


heredera del Cereal Post. Es una casa de estilo mediterráneo con
los suelos originales y la misma arquitectura de cuando se
construyó. No se ha tocado nada. Así que para mi papá, comprarla
fue una obviedad. Él aprecia ese tipo de cosas. Mi mamá quería
arrancar los suelos y rehacerlo todo, pero él se opuso firmemente.
—Inesperadamente, una inyección de nostalgia me golpeó y fruncí
el ceño.

—La playa no está lejos, que era donde pasaba la mayor parte de
mi tiempo libre. Nada se puede comparar con una playa de Georgia.
La arena pálida, el agua cristalina, los interminables rayos de sol,
era realmente hermoso. Especialmente cuando el sol se pone y el
cielo se vuelve naranja y rosa a veces.

—Bueno, entonces está decidido.

—¿Qué está decidido?

—Que voy a ir a casa contigo durante las vacaciones de Acción


de Gracias. Me llevarás a una playa y luego me enseñarás la isla.

No pude evitar la sonora carcajada que brotó de mi garganta. Se


sentía bien relajarse y dejarse llevar, y sorprendentemente podía
hacerlo con Hayden.

—Te das cuenta que tienes el océano aquí, ¿verdad? Puedes ir


cuando quieras.

—Sí, pero después de lo que me acabas de contar, quiero ver


dónde vives.

—Pues te vas a llevar una sorpresa entonces. La gente es


diferente allí. —Puse el intermitente y giré hacia el
estacionamiento—. No soy como ellos, no quiero que te hagas una
idea equivocada.

—¿Qué quieres decir?


Me encogí de hombros, sin saber qué decir.

—Primero, tienes que entender que no estoy tratando de alardear


del dinero de mi familia ni nada por el estilo. ¿De acuerdo? Porque
no suelo hablar de eso. Es vergonzoso cuando la gente lo hace,
honestamente.

«La gente en la Isla es caprichosa. Todo el mundo tiene dinero, y


mucho. Como una cantidad obscena. Todo gira en torno al tipo de
auto que conduces, el diseñador que usas, la procedencia de tu
dinero, etc. Un quién es quién más o menos. El aire está lleno de
riqueza y los isleños se ponen rápidamente de perfil y hablan mucha
mierda. Sus hijos son aún peores porque son criados con ese tipo
de mentalidad, por lo que sus egos son del tamaño de una sandía
para cuando entran en la escuela secundaria. Y no me hagas hablar
de los de la alta sociedad.

Hayden se quedó en silencio mientras buscaba un lugar de


estacionamiento y trataba de entrar lentamente.

—¿Qué? —pregunté, mirándolo.

Con las cejas fruncidas, me miró con escepticismo.

—¿Estás bien conduciendo? No pareces muy segura de ti misma


ahora.

Me reí.

—Todavía no me he acostumbrado a conducir un camión Tonka


de verdad, así que tiendo a estacionar de la forma en que suelen
hacerlo los octogenarios... apenas puedo ver por encima del volante
y soy más lenta que una maldita tortuga.

Hayden soltó una carcajada y yo continué.

—Los ancianos me dan rabia en la carretera.

Estacioné fuera de Gino's, y Hayden salió de un salto, abriéndose


paso mientras yo cerraba el auto y dejaba las llaves en mi bolso. Al
entrar en la pizzería, Hayden me pasó un brazo por los hombros y
me atrajo hacia él. Apoyó su barbilla sobre mi cabeza.
Nos quedamos juntos mirando a través del cristal la pizza que
podíamos pedir por porciones.

—Te está mirando —le susurré, sin apenas mover la boca.

Hayden fingió que no estábamos hablando de la chica del


mostrador.

—Probablemente quiere ver mis abdominales —dijo


despreocupadamente, cerca de mi oído.

—Los veo todos los días. No son nada especial en mi opinión —


dije burlonamente, apartando la mirada para ocultar mi sonrisa.
Sabía que su estómago dorado era plano y tonificado. Y no me
hagas hablar de sus oblicuos y esa firmeza. Maldito gimnasta. Se
llevaría una sorpresa si viera lo que había debajo de su camiseta.

Me acercó y se inclinó hacia un lado de mi cuello. Sus labios


rozaron la forma de mi oreja.

—Adrianna. Recuerda que sé a qué saben tus labios.

Mis ojos se abrieron ampliamente cuando los ojos traviesos de


Hayden volvieron a mirarme. Me puse roja al instante, con las
mejillas ardiendo. Miré a mi alrededor y vi a una chica un poco
mayor que yo detrás del mostrador.

—Chica afortunada —dijo y sonrió—. ¿Qué puedo ofrecerles?


Capítulo 35
—¿Te gustó la pizza de anoche? —preguntó Hayden mientras yo
tiznaba mis manos.

—Sí, estaba muy buena. ¿Quién iba a saber que había tantos
tipos diferentes? No tenemos esa variedad en casa.

—¿Dónde está tu casa? —Reagan intervino. Estaba bastante


segura que ya se lo había mencionado.

Mirando el bol de tiza, tomé el bloque de tiza y lo rompí. De la


misma manera que a veces quería romperle la cabeza a Reagan.

—Fuera de Savannah.

Ella frunció el ceño.

—Ya lo sé. ¿Dónde?

En cuclillas, miré dentro de mi bolsa en busca de mis agarres,


pero no los vi por ningún lado. Mierda. Lo último que quería hacer
era contestarle mientras buscaba frenéticamente mi equipo.

Empujando las cosas, saqué mis leotardos extra y los dejé caer
al suelo. Encontré las muñequeras, pero mis agarres habían
desaparecido. No podía hacer barras sin ellas, no de nuevo, y si me
rasgaba las manos tardaría una eternidad en curarse al ritmo que
entrenaba.

Apretando los dientes, respondí:

—Palm Bay. Está en las afueras de Savannah. Amelia Island,


para ser exactos. Es...
—Sé dónde está. Solo que no entiendo por qué te irías de allí y
vendrías aquí —afirmó ella—. ¿Tu papá no pudo construir un
gimnasio para ti?

¿Hablaba en serio? El impulso de poner los ojos en blanco era


fuerte ante su comentario condescendiente.

—Quería un gimnasio mejor y resulta que mi papá era amigo de


Kova, así que funcionó perfectamente.

No me gustaba la confrontación, pero tampoco me acobardaba


cuando llegaba el momento. No tenía absolutamente ninguna razón
para sentir lo que sentía por mí. Además, lo último que necesitaba
era que el entrenador pensara que tenía un drama con alguna de
las chicas de su equipo.

—¿En serio, Reagan? —pregunté, y esperé a que me mirara—.


¿Cuál es tu problema? Apenas me hablas, pero está claro que no
soportas verme. ¿Qué te he hecho? Aclaremos las cosas ahora
porque tu actitud se está volviendo vieja.

Apretó los dientes y se acercó a mí.

—¿Quieres saber cuál es mi problema? Mi problema es que el


entrenador te presta más atención que a nadie y no lo entiendo. Es
como si su única atención fueras tú y no es justo. No te lo mereces.

Llórame un maldito río.

—¿De qué estás hablando? Entrena contigo y con todas las


demás chicas todos los días, como siempre.

Sacudió la cabeza, resoplando.

—Ha dejado de trabajar con nosotras para poder trabajar más


contigo. Quiero decir, Dios sabe que necesitas las horas extra y todo
eso, pero aún así no está bien. Y créeme, todos hemos notado cómo
te mira.

Me quedé helada. No. Es imposible que alguien vea algo entre


nosotros. Se nos daba bien ocultar la tensión, al menos eso creía.
Las palabras de Reagan me dolieron, pero necesitaba proteger mis
emociones inmediatamente. Aparté su último comentario y planeé
ocuparme de eso más tarde.

—¿Así que quieres más atención, entonces? ¿Es eso lo que es?

—No necesito atención. Necesito un entrenador que me dedique


tanto tiempo como a todas las gimnastas de aquí. Solía ser así, pero
una vez que llegaste aquí es como si hubiera cambiado
completamente, lo que solo puede significar una razón. Tú. —Bajó
la voz y me miró—. Yo trabajo más que nadie aquí, y me niego a que
me lo quiten todo. Yo también tengo metas y sueños. No solo tú,
Adrianna.

Por mucho que intentara que sus palabras no me molestaran, lo


hicieron. Las miradas, los comentarios, todo me ponía de los
nervios. Estaba cansada de sentir que no era lo suficientemente
buena. Trabajaba tan duro como cualquiera de estas chicas.

—Te equivocas. —Poniéndome de pie, decidí alejarme. Las


lágrimas brotaban de mis ojos y no quería que ella las viera. Me
negué a escuchar más de su amarga mierda. Lo más probable era
que tuviera desgarros, así que sabía que tenía que cargar con toda
la tiza que pudiera ahora.

Con el estómago hecho un nudo y las lágrimas quemándome el


fondo de los ojos, sentí que me resbalaba. La carga de mis
emociones se acercaba al límite y necesitaba controlarlas antes de
romper.

Agarrando la miel, me eché un chorro en las manos y di más


palmaditas en la tiza. Las palabras de Reagan se reproducían en mi
cabeza mientras repetía el proceso, una y otra vez.

Caminando hacia las barras desiguales, Hayden me agarró del


brazo a mitad de camino para detenerme.

—¿Dónde están tus agarres? —me preguntó, mirando mis


muñecas y luego mis ojos, sabiendo el tipo de resultado final al que
podría enfrentarme.

Me encogí de hombros.
—No tengo ni idea, Hayden —dije, abatida—. Pensé que los
tenía...

—Oye Reagan, préstale a Adrianna un par extra de tus agarres,


¿quieres?

—¿Qué estás haciendo? —le susurré, apartando mi brazo—.


Sabes que no me soporta y honestamente, no quiero ningún favor
de ella.

Juraría que había visto mis agarres en mi bolso esta mañana. El


pensamiento cruzó mi mente que tal vez Reagan los sacó a
propósito. No me extrañaría que lo hiciera. Parecía empeñada en
querer que me cayera.

—Si es tan rica, ¿por qué no tiene más? —Su voz chillona era
como los clavos en una pizarra. Daría cualquier cosa por frotar tiza
en sus cuerdas vocales para que no sonara como un ratón.

—No te preocupes, Reagan. Me gustan los desgarros sangrientos


en las manos. Se siente tan bien cuando la tiza golpea mi piel roja
e irritada, poniendo mis manos en carne viva. Lo que no te mata
solo te hace más fuerte, ¿verdad?

Apretando mi cola de caballo, me agarré a la barra baja y me


balanceé en un kip de deslizamiento. Con las caderas hacia atrás,
extendí las piernas al máximo para quedar en una perfecta línea
horizontal, y sentí el tirón en el estómago. Llevé las puntas de los
pies a la barra y me puse a hacer un kip, luego me puse de pie de
manos, manteniéndolo durante tres segundos, antes de hacer un
kip de deslizamiento para que mis brazos estuvieran rectos y mis
muslos descansaran muy ligeramente sobre la barra.

Me volví hacia Reagan.

—Supongo que esto significa que el entrenador me prestará más


atención, ya que hoy estoy sin mis agarres.

Me puse de pie en la barra baja una vez más, hice un piked y giré
en una posición a horcajadas y solté la barra baja. Con mis caderas
en el aire, giré mi cuerpo completamente y alcancé la barra alta.
La tiza cayó ligeramente cuando agarré la barra y cerré los ojos.
Hacer unos cuantos movimientos ligeros de liberación me permitió
calentar mientras me balanceaba de barra en barra con facilidad,
al tiempo que estiraba mis músculos doloridos. Me sentí bien, y
tuve que admitir que amé el tirón de mi cuerpo. Todo se desvanecía.
Era como un alivio del estrés y lo aceptaba cada vez. Sobre todo
ahora.

Calenté con unas cuantas paradas de manos y piruetas,


asegurándome que las realizaba en vertical, y luego un giant a un
flyaway dismount. Calenté una vez más y decidí que en lugar de
hacer un flyaway de nuevo, iría por una doble layout. No era muy
habitual en un calentamiento, pero era algo que dominaba desde
hacía tiempo y que podía hacer hasta dormida.

Completados dos giant, me solté. La barra rebotó


estrepitosamente, con los muelles rebotando. Volé por el aire,
asegurándome de mantener el cuerpo recto como una tabla y las
caderas abiertas mientras daba dos vueltas hacia atrás antes de
clavar los talones en el suelo. Aterricé con un ligero bamboleo. Una
llama rodante de calor me subió por la pantorrilla, pero me obligué
a apartarla de mi cabeza.

—¡Bien, Aid! —gritó Hayden con entusiasmo mientras se


acercaba al caballo con arcos.

Todo lo que Reagan pudo conseguir fue una mirada. Antes que
pudiera decir algo, el entrenador Kova gritó a través del gimnasio:

—Buen trabajo, Adrianna. Aprieta un poco más.

Naturalmente, vio mi tambaleo, pero no se le escapó nada.

—Solo era un calentamiento, entrenador —le respondí y asintió


en señal de aprobación, con los ojos brillando de satisfacción.

Era la primera cosa real que Kova me decía en semanas. Lo


necesitaba, necesitaba su apoyo después de lo que dijo Reagan.
Necesitaba saber que estaba progresando a sus ojos, que mi duro
trabajo no pasaba desapercibido. Aparte de los comandos sobre las
habilidades gimnásticas, apenas hablábamos. Había llegado a
aceptar su rígida personalidad después de lo ocurrido entre
nosotros.

Me giré y sonreí alegremente a una Reagan en plena ebullición,


que dio un paso para montarse en la barra y comenzar su rutina.
Pero justo antes de hacerlo, me lanzó un juego extra de agarres a
los pies.

—Sabes, el entrenador trabaja contigo como lo hace porque se


siente mal. No eres lo suficientemente buena para estar aquí, y es
obvio que nunca lo serás. ¿Por qué crees que te dedica tanto
tiempo? Es lo mismo con Hayden. Holly me dijo que Hayden dijo
que no tienes amigos y que estás sola todo el tiempo, así que es
amigo tuyo por lástima. Pero no me sorprende. Hayden es un buen
chico. Está en su naturaleza salir de su camino para ayudar a los
necesitados.

La satisfacción que sentía momentos antes había desaparecido.


Las lágrimas volvieron a acumularse en mis ojos ante sus
despiadadas palabras. Meses de duro trabajo y evasión emocional
burbujeaban en la superficie. No quería llorar, pero sus palabras
me escocían y las sentía a punto de desbordarse.

—Aquí no le gustas a nadie, y el único amigo que tienes no es de


verdad. Tu entrenador y tu único amigo no tienen ninguna fe en ti.
—Se reía, burlonamente—. Deberías irte ya. Nunca llegarás a ser
una gimnasta olímpica, Adrianna Rossi. No tienes lo que hay que
tener y nunca lo tendrás.

Con eso, sonrió y se dio la vuelta para subir a la barra. Volví a


acercarme a la cubeta de tiza, con el corazón golpeándome el pecho.
Me sentía mal del estómago. Sus palabras resonaban en mis oídos,
cada vez más fuertes y pesadas. No podían ser ciertas.

Una lágrima gorda resbaló por mi mejilla ante la realidad de mi


vida y me la limpié rápidamente. La vergüenza por haberme
olvidado de los agarres me obstruyó la garganta y el pecho se me
apretó por la humillación que Reagan acababa de propinarme. Me
estaba asfixiando en un cuenco de maldita tiza. De alguna manera,
había sido completamente inconsciente de mi entorno. Estaba
acostumbrada a las chicas mocosas de mi casa, pero Reagan era
una verdadera chica mala, y no sabía cómo lidiar con ella. Me
habían enseñado a manejar las cosas con aplomo y control, a no
actuar como una bala perdida, pero sus palabras eran crueles y
calaban hondo. Lo único que quería hacer era tomar represalias.

Pero no lo hice. En lugar de eso, tomé el camino más elevado y


comencé a empolvarme las manos mientras otra lágrima caía en el
cuenco, con sus palabras repitiéndose en mi cabeza.

Respirando profundamente, exhalé y dejé salir toda la mierda.


Miré al gimnasio que me rodeaba y clavé los ojos en Kova, que me
miraba fijamente.

No quería parecer débil, pero no había forma de evitar que otra


cálida lágrima rodara por mi mejilla. Los ojos de Kova se
oscurecieron y su mandíbula se tensó. Miró a Reagan durante un
largo rato antes de echarme otra mirada. Esta vez estaba llena de
una preocupación que hizo que se me apretara el vientre. Su mirada
decía más de lo que creo que quería revelar.

Antes de girarme hacia las barras, me limpié las lágrimas para


que Reagan no viera que me había llegado. Me negué a mostrarle
que había ganado esta batalla.

Pero ella no ganaría la guerra.


Capítulo 36
Pasaron tres largas semanas en las que Kova y yo nos estuvimos
esquivando el uno al otro.

Para ser justos, me concentré principalmente en la gimnasia.

No fue tan fácil como pensé que sería. De hecho, fue francamente
difícil. Estar en un gimnasio y entrenar casi cincuenta horas a la
semana era una tarea desalentadora por sí sola. Había estado
tomando clases de baile adicionales y pasando horas
transformando mi cuerpo solo para poder alcanzar los estándares
de Kova. Lamentablemente, no sabía si alguna vez los alcanzaría,
porque seguro que él no me lo diría.

Añade un acto ilícito entre un entrenador y su atleta y ve a dónde


te lleva eso. Especialmente un atleta al que tiene que entrenar
personalmente durante un número de esas horas.

Lo había sorprendido dándome miradas furtivas, tocándome más


de lo necesario durante la gimnasia, los entrenamientos duraban
más. En su defensa, había hecho lo mismo con él. La tensión iba
en aumento entre nosotros, pero ¿a dónde iba? No había salida para
nada de eso. Se estaba gestando, la presión aumentaba hasta un
nivel insalubre.

Lo peor de todo es que empecé a preocuparme por si alguien más


se daba cuenta. Especialmente después de los comentarios de
Reagan.

Las cosas me estaban afectando. Por no mencionar que estaba


casi segura que me pasaba algo en la pantorrilla, lo que no ayudaba
a la situación, ni a mi vida. El dolor aparecía y desaparecía al
principio, así que tendía a no centrarme en él. Pero ahora que
empezaba a aparecer con más frecuencia, no podía dejar de
preguntarme si era algo serio. Me estaba estresando más que
nunca. Mi mente estaba en vilo con todos los pensamientos que la
recorrían, y el silencio de mi condominio me carcomía.

Hoy era mi único día libre. Había estado inquieta, sola y sin nada
que llenara el vacío. Necesitaba salir. Avery no aparecía por ningún
lado, lo que me fastidiaba. Si la conocía, era muy probable que
estuviera con su chico misterioso. Ya me había dado el botón de
"jódete" unas cuantas veces. Limpié cada centímetro cuadrado que
pude y no había nada en Netflix que valiera la pena ver. Incluso
intenté leer un libro con la esperanza que me ayudara a escapar de
la monotonía de mi vida.

Nada ayudó.

Estaba empezando a volverme loca por todo lo que había pasado


desde que llegué a World Cup. La cabeza me latía con fuerza.
Necesitaba desconectar y olvidarme de todo, y lo único que me
permitía algún tipo de alivio era la gimnasia.

Quería entrenar, lo necesitaba. Necesitaba la liberación que me


producía.

Al abrir la puerta del gimnasio, me aparté un mechón de cabello


castaño de mi rostro. El gimnasio solía estar cerrado los domingos,
lo que significaba que estaría sola y sin la constante observación de
mi equipo y mis entrenadores.

Justo lo que quería.

Encendí las luces de la sala de baile, dejé mis cosas en el suelo


de madera y me dirigí a la estantería que contenía la radio. Es
curioso que Kova tuviera radios en el gimnasio real, pero no quisiera
poner una en la sala de terapia. Necesitaba música, de lo contrario
el silencio arruinaría mi tren de pensamiento.

Decidí que trabajaría en las habilidades que había aprendido en


las estúpidas clases de ballet que me habían obligado a tomar. Me
pregunté cuánto tiempo más tendría que tomarlas. No eran tan
malas como pensaba que serían, simplemente no me importaban.
Quizás esto era lo que me separaba de ser una gimnasta mediocre
y una gimnasta increíble a los ojos de Kova. No era ningún secreto
que odiaba el ballet, pero no era tan ingenua como para pensar que
ya no lo necesitaba. Odiaba admitir que el ballet jugaba un papel
importante en la gimnasia. Los componentes no solo habían
aumentado mi flexibilidad y mi equilibrio, sino que la coordinación
y la disciplina requeridas marcaban una gran diferencia,
especialmente en el suelo.

La danza, sobre todo el ballet, corrigió mi postura, que se veía


afectada por las constantes flexiones y torsiones de la gimnasia. Al
igual que las bailarinas, las gimnastas tenían que estar ajustadas
en cada movimiento, eliminando el control del movimiento no
deseado. Detectar a una bailarina descuidada era fácil, incluso para
un ojo inexperto. La gimnasia era lo mismo y todo empezó con la
construcción de mi núcleo.

Después de pulsar algunos botones, Love Me Like You Do de Ellie


Goulding vibró a través de los altavoces, rejuveneciendo mi espíritu
a su paso. Me sentí cien veces mejor y me dejé llevar por su poética
voz.

—Estás dejando caer el pecho.

Di un salto, bajando la pierna trasera y girando con miedo, con


el corazón acelerado. La voz poco comprensiva de Kova me sacó de
mi concentración y lo miré fijamente como un ciervo a los faros.

—¿Qué? —pregunté sin aliento.

—Tu pecho. Estás dejando caer el pecho —afirmó por segunda


vez.

Se apoyó despreocupadamente en el marco de la puerta, con los


brazos cruzados. Recorrió la longitud de mi cuerpo con una larga
mirada. En lugar de un leotardo, me puse uno short corto negro y
un sujetador deportivo verde. La humedad mojaba mi piel mientras
el sudor se deslizaba por la parte baja de mi espalda. Antes me
había quitado la camiseta de gran tamaño y la había tirado al suelo.
Mi largo cabello estaba recogido en un moño desordenado en la
parte superior de la cabeza. Se me habían escapado pequeños
mechones que no me había importado arreglar.

Pensé en lo que había dicho Kova y casi gruñí. Este hombre. Lo


juro, hacía todo lo posible para meterse en mi piel. Definitivamente
no estaba dejando caer mi pecho.

—No, no lo estoy haciendo.

La esquina de su boca se levantó, como si dijera ¿De verdad vas


a desafiarme?

Dejando caer los brazos, Kova avanzó con determinación. Cada


paso hacía que mi corazón latiera un poco más rápido. Se me erizó
la piel cuando se acercó a mí, las vibraciones recorrieron mi cuerpo.
De repente fui muy consciente de su presencia y de lo aislados que
estábamos en la sala de baile.

—Sí, lo estás —replicó—. Hazlo otra vez.

Retrocediendo unos pasos, inhalé profundamente y visualicé el


Jeté antes de volver a moverme. Con los hombros relajados hacia
atrás y el pecho arqueado hacia adelante, me desplacé en dos pasos
con los brazos elegantemente extendidos hacia los lados. Dando
una patada hacia adelante con una pierna larga, seguida de un
movimiento de la cadera girando en el aire para llevar la otra pierna,
di una patada de tijera a las piernas rápidamente golpeando los
dedos de los pies antes de aterrizar.

Miré a Kova, que tenía un encantador y descarado brillo en los


ojos.

—¿Aún vas a decirme que no dejaste caer el pecho?

—No lo hice. Sé que no lo hice.

Kova inclinó la cabeza hacia un lado.


—Tienes demasiada potencia en tu swing trasero, por lo que no
puedes equilibrarlo. Hazlo de nuevo, pero no intentes abrir las
piernas con tanta fuerza. Obsérvate en el espejo.

Hice lo que me dijo, solo que esta vez me pareció menos que
perfecto.

—Ha sido un giro a medias —admití.

Los labios de Kova se curvaron hacia arriba, sus cejas bajaron, y


sentí su acuerdo en mi estómago.

—Lo fue. Fue terrible. Pero te he dicho por qué y parece que crees
que miento.

Lo hice de nuevo. Y otra vez. Cuatro intentos más y me sentía


cada vez más frustrada con cada paso que daba, todo eso mientras
él me observaba atentamente con ojos escrutadores. Quería
demostrarle que estaba equivocado, porque seguramente sabría si
estaba dejando caer el pecho o no.

Cuando terminé el quinto giro, me pasé los dedos por el cabello


sudado y lo apreté, gimiendo de irritación por el hecho de no poder
dominar un movimiento tan básico como éste.

—Enséñame a hacerlo correctamente.

Levantó una ceja.

—¿Por favor?

Asintió en silencio.

—Ven conmigo.

Siguiendo a Kova, me llevó al centro del piso. Se puso delante de


mí y me agarró los antebrazos para que mis palmas descansaran
en la parte superior de sus codos. Me tiró hacia adelante hasta que
ambos brazos quedaron fuertemente doblados a los lados,
sujetándose mutuamente.

Mirándome directamente a los ojos, me explicó.


—Vas a saltar una vez para tomar impulso, luego saltarás de
nuevo y harás el mismo movimiento que antes, solo que esta vez te
sujetarás a mis brazos. Esto te dará impulso, pero también te
permitirá condicionar tu patada hacia atrás y mantener el pecho
levantado. Es lo mismo que harías en la barra, pero yo te estoy
sosteniendo. Tu pecho no caerá en mis brazos como lo haría en la
barra.

Asentí, respiré hondo y me lancé a la patada, solo para apoyarme


en su pecho con un gruñido, recibiendo una pizca de su aroma a
canela y cítricos pero con un rastro de algo más. Fuera lo que fuera,
olía divinamente, y asaltó mis sentidos.

—Otra vez. Pero esta vez estira las piernas todo lo que te permita
una patada abierta. Hazlo diez veces, pero en la última detente con
la pierna en el aire. ¿Entendido?

Mi ceño se frunció.

—Pero me dijiste que no las abriera tanto antes.

—Esto es diferente. No podrás apoyarte en mis brazos. Confía en


mí.

Salté y luego di diez patadas hacia atrás, tal y como me había


indicado, estirando las piernas al máximo con cada patada. Kova
tenía razón. No podía bajar el pecho aquí y sentí el ligero pellizco en
la espalda en este ángulo. No me moví. Me sudaban las palmas de
las manos y me hubiera gustado tiznarlas antes de agarrarme a sus
antebrazos para mantener el equilibrio. Nuestros ojos
permanecieron fijos todo el tiempo, sin vacilar. Su insistencia en
que completara la patada correctamente hizo que algo se moviera
dentro de mí.

Sin aliento e inclinada hacia el pecho de Kova, esperé con la


pierna alargada en el aire detrás de mí a que hablara. El aire
circulaba a nuestro alrededor desde el ejercicio y podía olerlo aún
mejor en este ángulo, no es que quisiera, pero tampoco pude evitar
aspirar una pequeña bocanada.

Dios, olía tan bien.


Algo se sentía diferente esta noche mientras esperaba en sus
brazos para criticar mi forma. Fui más consciente de la fuerza que
desprendía, del poder de su abrazo, de la forma en que me miraba
a través de sus gruesas pestañas. El dominio total. Se me revolvió
el estómago al pensar en lo que su fuerza podría hacerme... y en el
hecho que estábamos solos en el gimnasio... otra vez.

Al inclinar la cabeza todo lo que me permitía el cuello desde este


extraño ángulo, miré a través del flequillo húmedo que me caía en
la cara.

La mirada de Kova me hizo sentir calor en la piel. Sus dedos se


apretaron bajo mis antebrazos como si estuviera enfadado.
Seguramente, no lo había hecho mal otra vez. Un movimiento que
normalmente me resultaba tan fácil me estaba dando tantos
problemas esta noche. El hecho que me mirara como si quisiera
retorcerme el cuello tampoco me estaba ayudando.

—¿Qué he hecho mal? —pregunté sin aliento.

La mandíbula de Kova se trabó de un lado a otro ante mi


pregunta.

—Apunta con los dedos del pie. Sube el pecho.

¿De verdad? ¿Eso era todo? ¿Apuntar los dedos del pie?

Soltó mis codos y deslizó lentamente sus manos hacia mi caja


torácica, mi caja torácica desnuda, para descansar justo debajo de
mi esternón, donde se encontraba la parte inferior de mi sujetador
deportivo. Sus manos se mantuvieron firmes mientras mi corazón
latía con fuerza contra mi pecho.

—Tranquiliza tu respiración. Recuerda lo que te he enseñado.


Respira con el estómago —dijo, con la voz baja.

No podía moverme.

No podía pensar.

Y traté de no respirar profundamente como si estuviera jadeando.


Capítulo 37
Su contacto encendió un cúmulo de chispas por todo mi cuerpo
que estallaron simultáneamente.

Como nunca había tenido esta reacción ante otra persona, no


sabía cómo responder a su presencia. El calor se acumuló en mi
vientre mientras se me cortaba la respiración, por no mencionar
que la pantorrilla y el tobillo empezaron a arder mientras mi pierna
seguía sujeta por detrás.

—Tu pecho está demasiado bajo y tus caderas no están


cuadradas —afirmó, molesto.

Este maldito hombre. Sí que sabía cómo sacarme de quicio. Me


estaba irritando, insinuando que no sabía lo que estaba haciendo.
Puede que mi pecho estuviera un poco bajo, pero mis caderas
estaban definitivamente cuadradas.

Mi nariz se dilató y dejé caer la pierna y me incorporé desafiante.


Sus cálidas manos se deslizaron hasta mi cintura y luego bajaron
hasta mis caderas.

—Mis caderas están cuadradas —dije apretando los dientes—. Lo


aprendí en la gimnasia para principiantes.

Me desafió.

—O tenías un entrenador con mierda por cerebro, o simplemente


nunca comprendiste la forma correcta de hacerlo. Tus caderas
están fuera y tu pecho está bajo. Este es un error muy común entre
los gimnastas si no son entrenados correctamente desde el
principio. Te he visto hacer esto durante la práctica muchas veces
y pensé que podría haberlo corregido la última vez que estuviste
aquí, pero creo que me equivoqué. No vuelvas a discutir conmigo
por esto, Ria. Llevo haciendo esto más tiempo del que tú has vivido.
Sé de lo que hablo, pequeña. Ahora ve a la barra y te mostraré lo
equivocada que estás.

—¿Pequeña? —me burlé y lo empujé—. No te pedí que vinieras a


ayudarme. Simplemente entraste e interrumpiste mi tiempo. Y si
me vieras estropearlo durante el entrenamiento, dudo mucho que
te callaras la boca. Te encanta meterte con cada pequeña cosa que
hago. No es suficiente. Más rápido. Más alto. ¿Por qué lo haces así?
Eso no es bueno. Otra vez, es todo lo que parece salir de tu boca. Si
no es eso, murmuras en ruso en voz baja.

Se me cayeron las tripas. Oh, Dios. Tal vez no debería haber


añadido un falso acento ruso.

Se adelantó, y mi corazón dio un vuelco porque me negué a dar


un paso atrás. Con una voz mortalmente tranquila, dijo:

—Si tu música detestable no estuviera a todo volumen y


resonando en mi gimnasio, no habría tenido que venir aquí. Lleva
tu culo a la barra. Hay muchas cosas que tengo que corregir en lo
que a ti respecta. Si no te corrijo ahora, solo me darás más trabajo
en el futuro. No hay suficientes horas en el día para eso, ni
paciencia.

Dejando caer los brazos, di un paso atrás.

—Esto no fue por lo que vine al gimnasio. Vine a propósito


cuando no había nadie para que no me ridiculizaran por cada
maldita cosa que haga. Necesitaba no pensar en una rutina de
gimnasia por una vez y dejarme llevar por unos momentos a solas.
Necesitaba ser libre, no tener que practicar.

—¿Necesitabas ser libre? Tu vida es la gimnasia —rugió—. Es


todo lo que se te permite pensar. Comer. Dormir. Girar. Repetir.
Nada más. No estoy aquí para perder el tiempo por diversión. Estás
aquí porque obtengo resultados y puedo llevarte al siguiente nivel,
que es lo que querías. Quieres las Olimpiadas. Tú. No yo. Ya lo he
hecho. Tú me necesitas, no al revés. No te necesito, ¿entiendes? Te
acepté como un favor, un trato por un trato. Si solo estás aquí por
diversión, entonces hemos terminado. He pasado mucho tiempo
trabajando en ti, perfeccionándote, más de lo que he hecho nunca
con otro gimnasta, Dios sabe que lo necesitas. Al menos puedes
mostrar un poco de respeto en el proceso.

Lo odiaba y a su actitud arrogante, a sus profundos ojos verdes


y a su tono pomposo. Mi pecho estaba apretado, sus palabras
golpearon con fuerza. Me hundió y no me gustó.

Pero tenía razón. Y yo despreciaba admitirlo.

La gimnasia era mi vida. Era todo por lo que había trabajado.


Tenía que callarme y aceptarlo, o irme de paseo.

Poniéndome de puntillas, giré y me dirigí a una barra de ballet


que estaba montada en la pared.

—Enséñeme la forma correcta, oh maestro —dije


sarcásticamente. No pude resistirme. Sabía que esta noche estaba
siendo atrevida, más de lo habitual. Probablemente no sabía qué
hacer con mi actitud impulsiva, ya que lo único que hacía estos días
era recibir órdenes durante los entrenamientos. Había llegado a mi
punto de ruptura.

—Agarra la barra y echa la pierna hacia atrás. Mantenla ahí.

No lo oí moverse, pero Kova estaba de repente junto a mi hombro.


Una de sus manos me agarraba la cara interna del muslo mientras
la otra se colocaba entre mis pechos para mantenerme en su sitio.
Tenía los dedos extendidos, y la punta de uno de ellos tocó
accidentalmente el regordete montículo de mi pecho. Jadeé,
aspirando el aire denso, y me pregunté si se había dado cuenta.

Sus cálidos dedos me abrasaron la carne. Kova me apretó el


muslo con fuerza, la humedad se acumuló entre mis piernas. Me
mordí el interior del labio, teniendo que ocultar mi reacción ante él.
Necesitaba controlarla, pero no sabía cómo.

—Mírate en el espejo —soltó.

Me miré.

—¿Ves? Tu pecho está demasiado inclinado para la altura de tu


pierna. Impúlsate en la barra con los brazos para subir el pecho.
Levanté el pecho y un ligero ardor resonó en mi espalda.

—Más.

Lo hice, pero el ardor subió más por mi espalda en el incómodo


ángulo.

—No puedo más.

Kova disparó dagas a través de sus ojos al oír la palabra “no


puedo”. Tomando el asunto en sus manos, ignoró mi resistencia y
empujó él mismo mi pecho hacia arriba, sin soltar mi pierna, y
dobló mi cuerpo en una posición antinatural. Gruñí mientras un
flujo de aire salía de mis pulmones. Intenté bajar la pierna, pero no
cedió.

—Tu debilidad es tu falta de flexibilidad.

—Lo sé —solté a borbotones. Me dolía mucho y ¿él quería tener


una conversación?

—¿Lo sabes y sin embargo no te condicionas de la manera que te


enseñé? ¿Por qué gasté tiempo en esas sesiones privadas si no vas
a usar los ejercicios? Eso no es probarte a ti misma ante mí.

Soltó un centímetro para que pudiera hablar.

—He estado condicionando, aparentemente no lo suficiente. Haré


más.

—Mira tu cadera ahora.

Hijo de puta.

—Aquí es donde necesitas estar con tu forma.

Dios, tenía razón. Mi cadera estaba inclinada hacia afuera y no


estaba cuadrada con mis hombros.

—Mantén tu pierna quieta y no te muevas —ordenó Kova. Gotas


de sudor resbalaban por mi cuello mientras luchaba por mantener
la posición.
Utilizando la mano que seguía envuelta en la parte interior de mi
muslo, y peligrosamente cerca de mi sexo, la deslizó tranquilamente
hacia el borde exterior de mi muslo, casi como si estuviera
tanteando mi músculo flexionado. Mi respiración se agitó y me
esforcé por no responder a las sensaciones de su tacto mientras su
mano se deslizaba por mi pierna de forma casi provocativa. Era
electrizante. Y aunque sabía que estaba mal, en ese mismo
momento, deseaba más su contacto que aprender la postura
correcta.

—No te muevas, Ria —susurró.

Su otra mano pasó voluntariamente por mi cintura, dejando un


rastro de calor que bailaba sobre mi piel desnuda. Agarré la barra
con más fuerza y mis nudillos se pusieron blancos.

Dios, se sentía tan bien. Un ronroneo resonó en mi garganta.


Intenté no pensar en su tacto de forma sensual, pero era inútil.
Quería sus manos sobre mí, las quería por todo mi cuerpo. Quería
que me enseñara la forma correcta de hacer más cosas. Quería el
calor de su piel presionada contra la mía, que susurrara en ruso
por mi cuello. Sus dedos se posaron en mi bajo vientre, y si movía
mis caderas solo un centímetro más, golpearían el punto palpitante
que pedía ser liberado. Necesitaba su contacto, anhelaba que su
hábil mano se deslizara más abajo.

La mano de Kova rozó la parte superior de mi muslo, rozando mi


sexo. Su cercanía me hizo preguntarme si sabía lo que estaba
haciendo, lo que había tocado. Intenté no concentrarme en la
sensualidad de su mano, pero no era fácil cuando pasaba y bajaba
continuamente.

Inclinándose más hacia mí, me preguntó:

—¿Ves lo firme que estás aquí? —Con los labios apretados,


asentí—. ¿Ves cómo tus caderas están planas y hacia abajo? —Su
mano rodeó lentamente mi pelvis. Volví a asentir—. Esto es lo que
queremos siempre. Sé que puedes hacerlo, Ria.

Su confianza en mí, incluso en algo tan simple como cuadrar mis


caderas, hizo que mi pecho floreciera de confianza.
Respirando profundamente, mis caderas se movieron solo una
fracción. Me dije a mí misma que no podía evitarlo mientras
trabajaba para respirar en esta incómoda posición, pero tampoco
podía detener el hambre por querer que su mano se moviera más
abajo.

La presión de sus dedos que se clavaban en mi muslo indicaba


que estaba luchando por no dejarme mover. Finalmente, un dedo
largo e inseguro tocó la ranura de mi montículo y casi gemí.

Rápidamente, su mano se deslizó hasta mi cadera y sus dedos


me envolvieron y sujetaron. Se inclinó con su cadera y la utilizó
como palanca para estabilizarse, pegándose a mí. Su hueso pélvico
se clavó en mi costado, mostrando lo cerca que estaba. Al agarrar
mi cadera, la giró hacia adelante para cuadrarla correctamente.

Con un gruñido, mi pierna bajó involuntariamente y mis brazos


cedieron. Mis rodillas se doblaron y perdí el equilibrio,
derrumbándome contra la barra con Kova chocando contra mí.

—Joder —murmuré en voz baja. Todo ese roce para que él


pudiera cuadrar mis caderas.

Estábamos los dos apoyados en la barra en un montón de


respiraciones pesadas cuando el brazo de Kova aseguró mi cintura
y tiró de mí para que me pusiera de pie.

—Vamos, inténtalo de nuevo.

No quería ponerme de pie, no podía moverme. Me dolía el cuerpo


y estaba agotada después de mantener esa posición.

—Levántate, Adrianna —su cálido aliento provocó escalofríos en


mi húmedo cuello. Con mi espalda apretada contra su pecho y mi
culo encajado entre sus caderas, la dureza de su cuerpo me
dificultaba el funcionamiento.

El abrazo de Kova se hizo más fuerte. Un calor intenso recorrió


mi cuerpo agotado ante su cercanía, su aliento en mi cuello, sus
dedos clavándose en mí. El corazón se me aceleró y supe que la
razón era él y no el esfuerzo. Por extraño que parezca, me parecía
bien esta reacción hacia Kova, este sentimiento que corría por mis
venas. La curiosidad se apoderó de mí y aproveché este momento.
Todavía pegado a mi culo, mucho más cerca de lo que realmente
necesitaba, decidí ser atrevida. Mi bajo vientre palpitaba, un dolor
que se acumulaba en mi interior por algo más, así que me apoyé en
él, poniéndome lentamente a mi altura con un seductor arco de la
espalda, golpeándole en todos los lugares adecuados. Incluso llegué
a añadir presión a la evidente erección que me presionaba.

Kova siseó. Probablemente lo estaba tentando de una manera que


nunca había sido tentado antes.

Pregúntame si me importaba.

No me importaba.

Y la parte que más me asustaba... deseaba que no se contuviera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro entrecortado.

Respondí con sinceridad:

—No lo sé.

—Estás pisando una línea muy fina, Ria. Me estás poniendo a


prueba.

Respondí presionando de nuevo su ingle. Su brazo se apretó


alrededor de mí, un torrente de humedad cubrió mis bragas cuando
sus dedos se deslizaron por mi cintura.

Dios, quería que me hiciera sentir lo mismo que la noche que


estuvimos a solas.

—¿Qué hay en ti que no puedo evitar? —susurró. Su cabeza bajó


hasta mi hombro y sus labios se posaron en mi piel. Mi cuerpo se
derritió en su abrazo. Su respiración se hizo más profunda contra
mi espalda mientras luchaba. No se movió, y supe por qué.

Yo tenía diecisiete años.

Él tenía treinta y dos.

Había muchas leyes que romperíamos si dábamos un paso más.


Por no hablar que nuestras carreras se irían al garete si alguien
viera la posición en la que nos encontrábamos ahora.

Pero en este momento, lo olvidé todo.


Capítulo 38
El agarre de Kova era fuerte. Me giré en su agarre, girando para
enfrentarme a su cuerpo donde no se había movido ni un
centímetro. Estaba de espaldas a la barra con los codos apoyados
en ella. Al mirarlo a los ojos, éstos se arremolinaban con el deseo,
al igual que estaba segura que lo hacían los míos. Puede que sea
una adolescente, pero no soy estúpida. Sabía distinguir cuando
alguien me deseaba. La lujuria, la pasión, el deseo, la necesidad,
todo estaba ahí. Su boca estaba a solo unos centímetros de la mía,
y si me estiraba sobre los dedos de los pies creo que podría tocar
sus labios.

Con la lujuria superando el leve temblor de mis nervios, decidí ir


más allá. Puede que no vuelva a tener la oportunidad de estar en
esta posición. ¡Carpe diem7!

Los músculos de mis pantorrillas se tensaron mientras me ponía


de puntillas. Colocándome delante de su boca, susurré sin aliento:

—Si mi flexibilidad es tan terrible, enséñame a estirarme.

La mandíbula de Kova se trabó, la mirada de sus ojos verdes me


penetró, y sus caderas se apretaron contra mí como si nos
estuviéramos convirtiendo en uno. Inhalé un suspiro estrangulado
y me agarré a la barra, necesitando algún tipo de palanca en este
momento de locura. Ojalá pudiera leer los pensamientos que veía
pasar por sus ojos.

7
Carpe diem. Tópico literario en el que se anima a aprovechar el momento presente
sin esperar el futuro.
Una de sus manos bajó por mi caja torácica hasta mi cadera.
Apretó con fuerza y yo gemí, mis caderas se abalanzaron sobre las
suyas por el placer.

—¿Quieres formas de estirar las caderas? Puedo enseñarte unas


cuantas —dijo con una voz profunda y áspera, sus ojos brillando
con palabras que no podía pronunciar. Mis labios se separaron con
un suspiro.

Su mano se curvó hacia mi trasero, frotando en círculos y


calentando mi ya tibia piel. Se deslizó por el centro de mi culo y dio
un buen y fuerte tirón, ahuecándome. Un torrente de humedad
cubrió mis bragas debido a su fuerte tirón. Kova presionó un dedo
entre mis nalgas mientras su gran mano amasaba mi pequeño culo.
Los shorts se me subieron, el aire frío golpeó el pliegue mientras él
seguía masajeándome hasta el olvido. Si me pidiera que me
entregara a él de todas las formas imaginables y que representara
cualquier fantasía que hubiera tenido, no dudaría. Podía tenerme.
Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos. Mis piernas eran
ya gelatinosas, mis caderas se inclinaban hacia él, sintiendo su
polla contra mi sexo dolorido. Un zumbido se me escapó de la
garganta y mi estómago se apretó con ansia.

Quería que llegara más lejos. Necesitaba que llegara más lejos.
Dios, ¿qué demonios me pasa?

Volvió a darme un fuerte apretón en el culo, sin apartar sus ojos


de los míos.

—¿Quieres que siga? —afirmó más que preguntar.

Mis ojos estaban pesados por su contacto y no me fue fácil


responder.

—Dilo.

—Sí. —Se me escapó de la lengua.

Un lado de su boca se levantó, dándome una media sonrisa muy


sexy. Sus rodillas se doblaron, empujando sus caderas en mi contra
para conseguir un mejor agarre. Mis ojos se pusieron en blanco y
un gemido sin aliento se escapó de mi garganta, esta vez lo
suficientemente alto como para que él lo oyera. Su mano giró sobre
la curva de mi culo, recorriendo el interior de mi muslo. Tragué
saliva con fuerza, sabiendo que mis shorts estaban empapados y
que solo tenía que pasar su mano por la línea de mi sexo para saber
lo mojada que estaba. Su tacto era electrizante y recé para que no
se detuviera.

—No veo cómo me va a ayudar esto, entrenador —le dije con


dulzura—. No siento que nada se estire.

Su mano se detuvo un momento y luego se movió con reflejos


felinos.

Su mano se deslizó rápidamente por toda la parte trasera de mi


muslo, de modo que mi pierna estaba recta en el aire y él me
sujetaba la parte trasera de la rodilla. Sentí un leve pinchazo, un
tirón en los isquiotibiales, pero no era nada nuevo para mí. Al fin y
al cabo, estaba en posición vertical.

—Cuadra las caderas.

Me recliné hacia abajo.

—Lo estoy haciendo.

—No, no lo haces, Ria —me espetó, con la tensión en su voz—.


¿De verdad vas a volver a retarme?

Me encogí de hombros. Sinceramente, pensé que mis caderas


estaban cuadradas.

Me miró con desagrado por mi actitud displicente.

—No estoy aquí para jugar contigo.

—¿Quién ha dicho que esté jugando? —me defendí con fuego en


los ojos.

La mandíbula de Kova se tensó. Los ojos decían mucho cuando


las palabras no podían. Esta posición me dejaba extremadamente
expuesta, y no hacía falta mucho para saber que estaba pensando
en el sexo.

Es decir, yo lo hacía. Él también tenía que estarlo.


Kova soltó mi pierna y, debido a su altura, la apoyó fácilmente en
su hombro. Deslizó ambas manos hacia mis caderas, y esta vez las
cuadró, desplazando al mismo tiempo mi pie para que estuviera
correctamente colocado. Pequeños detalles como éste, el cuadrado
incorrecto de mis caderas, eran los que me detenían. Mi pierna se
movió sobre su hombro y pude sentir su erección a través de sus
finos pantalones de gimnasia... y lo deseé. Dios, quería sentir más
de él. Todo. Verlo.

Se me hizo la boca agua, la sangre me recorrió como un


maremoto. Nos mantuvimos quietos en una posición seriamente
comprometida con su polla presionada en mí contra, con fuerza. Se
sentía tan bien que quería frotarme contra él.

—¿Lo sientes ahora? —preguntó.

—No, se siente como cualquier otro estiramiento que he hecho


antes —mentí.

Me desafió.

—¿Ah sí?

—Sí. —Giré mis caderas solo una fracción, sintiendo su dura


punta—. Oh, Dios —murmuré.

Kova aplanó su mano contra la parte inferior de mi muslo y


presionó mi pierna hacia arriba, fuera de su hombro, y yo gruñí.

Entonces, lo sentí.

Oh, chico, lo sentí.

No solo el tirón en mi pierna, sino también su polla presionando


en mi humedad. Dejando escapar un fuerte suspiro, mis ojos se
pusieron en blanco de placer. Apretó mi muslo con más fuerza para
que se encontrara con mi hombro. Su poder sobre mí era increíble.
Necesitaba tan poco para mantenerme en esta posición.

Estaba a su merced.

—¿Es demasiado duro para ti?


Cuando no respondí, su otra mano se movió de la barra a mi culo,
agarrándolo. Se movió, acomodándose más profundamente,
encerrándome todo lo que nuestra ropa permitía. Esta vez, Kova no
se contuvo y sus caderas presionaron contra las mías sin
preocuparse por si me hacía daño. Gemí con fuerza y mi cabeza
cayó hacia atrás.

Jesús...

Kova respondió a mi suspiro presionando aún más mi muslo


hacia atrás, más allá de mi hombro, donde empezó a temblar. No
podía aguantar más; apenas podía respirar. No era el puto Gumby 8
aquí. Mi cuerpo estaba siendo estirado hasta un ángulo
antinatural, y sin embargo, esto era lo que necesitaba. El tirón era
fuerte, casi doloroso mientras los músculos se desgarraban, pero
no dije nada por múltiples razones.

Se me cortó la respiración cuando su mano recorrió


seductoramente mi pierna y sus labios se posaron en mi clavícula.
Me acarició el hombro y el cuello con pequeños besos. La barra me
magullaba la espalda por el peso de los dos presionando contra ella,
pero no me quejé. Era lo que quería, así que lo acepté todo.

—Dime que pare —gruñó, respirando con dificultad. Su mano se


deslizó por mi espalda, sorprendiéndome cuando se deslizó dentro
de mis shorts cortos y tocó mi piel desnuda.

Mis labios estaban sellados, pero si me miraba a los ojos, tendría


su respuesta.

—Dime que pare —repitió, casi suplicó, contra mi carne caliente.

—No pares.

Kova levantó la cabeza. Sus ojos se entrecerraron, sus dedos se


movieron más profundamente, deslizándose hacia mi núcleo y
rozando mis pliegues hinchados por primera vez, desde atrás.
Gimió con fuerza, sin contenerse, y su polla se crispó contra mi

8
Gumby. Es una figura de arcilla humanoide jade creado y modelado por Art Clokey.
centro. Debido a lo ajustado de mis shorts cortos de spandex, había
ido sin ropa interior.

Sus dedos rozaron mi abertura y casi tuve un orgasmo en el acto.


La lengua de Kova se deslizó y recorrió su labio inferior.

—Se supone que tienes que decirme que pare.

—No puedo evitarlo. Me haces desear algo más. Algo que solo
siento cuando estoy cerca de ti.

Kova vaciló, mis palabras lo arraigaron en su lugar. Su mano dejó


de moverse y se apartó. Casi le supliqué que continuara donde lo
había dejado.

—Eres demasiado joven para saber lo que quieres —dijo con


gravedad.

—¿Quién lo dice? Tú. —Mi pierna se deslizó por su hombro y tocó


el suelo. Se acercó a mí para cerrar el espacio que quedaba. Sus
palmas se posaron en mi culo y comenzó a frotar en círculos
tranquilos, calentando mi piel. Suspiré y giré mis caderas hacia él,
mostrando a Kova lo mucho que sabía lo que quería. Tenía la idea
que le aterraba expresar lo que deseaba, así que me arriesgué y lo
hice por él. Mi pecho se contrajo al tratar de interpretar su mirada.
Si estaba aquí y me entregaba voluntariamente a él, entonces
deseaba que me tuviera.

Me agarró la mandíbula, tirando de ella hacia él en un abrazo


salvaje y mi estómago se apretó. Lo miré fijamente a los ojos
mientras una de sus manos se introducía en mis shorts cortos. Sus
dedos volvieron a empezar a recorrer el exterior de mis pliegues,
burlándose de mi abertura.

—Por favor —le supliqué—. No terminaste la última vez. Tuve que


ocuparme yo misma cuando llegué a casa.

Los ojos de Kova se oscurecieron.

—No hay necesidad de suplicar, Ria —su voz se quebró—. Puedes


tomar lo que quieras. De hecho, me gustaría que tomaras de mí.
Sería más fácil así.
Oh, Dios. No sabía por qué sus palabras se apoderaban de mi
corazón. Pero una cosa era segura, tenía razón. Él quería lo mismo
que yo, solo que no podía verbalizarlo y necesitaba que yo lo tomara.
Quería tomarlo, solo que no estaba segura de cómo ponerlo todo en
marcha. Por dónde empezar, qué decir. Qué hacer. Era un manojo
de nervios. Cómo hacer que no fuera complicado para Kova y a la
vez dar y recibir era un reto, uno en el que actuaría con gusto.

Mi cuerpo estaba al borde de una poderosa explosión, algo tan


nuevo que aún no había abrazado del todo.

Decidí empezar con un beso.

Me puse de puntillas, tomé su rostro y lo acerqué al mío.

—Te deseo —susurré en su boca—. Tanto. —Y planté mis labios


en los suyos, sorprendiéndonos a ambos.

Me agarró por la nuca y con la otra mano buscó la entrada a mi


coño. Gemí, girando mis caderas en su palma mientras sus dedos
me acariciaban suavemente. Me besó con fuerza, casi
magullándome, haciéndome saber lo mucho que me deseaba a
pesar de sus dudas.

Volviendo a girar mis caderas contra las suyas para sentir la


presión sobre mi clítoris, gemí y pedí más en silencio. Un dedo hábil
se deslizó por mi abertura y se abrió paso. Atraje su lengua hacia
mi boca mientras mis manos se alejaban de su rostro, bajaban por
su cuello, donde tragaba con fuerza, hasta llegar a sus tensos
hombros. Le di un pequeño apretón, haciéndole saber que todo
estaba bien. Mis manos recorrieron cada centímetro de su pecho,
sus músculos duros como una roca que desembocaban en sus
hermosos y fuertes brazos de los que no me cansaba. Tanta
curvatura y nitidez en cada ángulo. Cuando mis manos rodearon
su cintura, busqué el dobladillo de su camiseta.

La mano que me rodeaba el cuello aflojó su agarre y su otra mano


dio una última caricia sobre mi abertura antes de abandonar
suavemente el calor de mi short corto. Dio un paso atrás, separando
nuestros apasionados labios, y obtuve lo que quería. Kova se llevó
la mano a la nuca y se quitó la camiseta por encima de la cabeza y
la tiró al suelo.
Con un brillo en los ojos y los brazos abiertos, diciéndome que
me acercara, seguí todos sus movimientos mientras se alejaba.
Toma lo que quieras. Nuestras miradas no se desviaron mientras él
retrocedía hacia el otro lado de la sala de baile. Ambos sabíamos
que él no daría el primer paso. Se iba a asegurar que yo realmente
lo quería... y sí que lo quería.

Una vez que llegué a él, me agarré a su nuca y trepé por su


cuerpo, rodeando su cintura con mis piernas. Había fantaseado con
hacer esto desde la primera vez que estuvimos juntos. Él era grande
y yo pequeña y quería que me abrazara así.

Kova me abrazó con fuerza, con una mano detrás del cuello y la
otra bajo mi culo, mientras me daba la vuelta y me empujaba hacia
la pared.

El calor ardía en sus ojos mientras acortaba la distancia y


apretaba su pecho contra el mío. Estaba a un suspiro de mis labios
cuando preguntó:

—¿Qué estamos haciendo?


Capítulo 39
—No lo sé. —Encerré mis piernas alrededor de su espalda,
rodando mis caderas hacia arriba. Su eje era largo y pesado contra
mi centro, presionando dentro de mí. La mandíbula de Kova se
flexionó. Bajando su rostro hacia el mío, me lamí los labios, pero él
se apartó.

—Ria, piensa en lo que vas a empezar. —Respiró lentamente y


con fuerza.

Asentí frenéticamente. Ya lo sabía porque lo había imaginado


numerosas veces.

—Lo que vamos a empezar. —Mis dedos enhebraron su cabello y


el calor se extendió por mí.

Ignoró mi último comentario y preguntó:

—¿Quieres esto?

No dudé.

—Sí.

Sus ojos recorrieron mi rostro, buscando una incertidumbre que


no iba a encontrar.

—¿Estás segura?

Asentí.

—Te das cuenta del riesgo que corremos, ¿verdad? ¿De lo que
podría pasarnos?

—Me doy cuenta.


Sus cejas se fruncen, su voz es sombría:

—¿Las repercusiones a las que nos enfrentamos?

—Soy consciente. Estoy cansada de luchar contra esto, de bailar


alrededor del otro. Te deseo. —Apreté mi núcleo contra su erección.

—Soy un hombre que solo puede ser empujado hasta cierto


punto. —Un tic frunció la mandíbula de Kova—. No deberías
haberme dicho eso.

Me mordí el labio.

—¿Por qué no?

—Porque así no me sentiré tan mal por hacer esto. —Plantó su


boca en la mía con un fervor que había retenido hasta ahora, y me
rendí a su beso.

Kova apoyó su peso sobre mí, gimiendo con fuerza. La sensación


de su cuerpo sobre el mío, la dureza de este hombre era eufórica.
Me hacía girar la cabeza de felicidad. Me abrazó con cariño, sus
dedos acariciaban mi rostro como si estuviera amando mi boca.
Este beso fue mucho más lento, metódico, mostrándome de lo que
era capaz. Su cálida y gruesa lengua rodeó la mía. Mis dedos tiraron
de su cabello, mis caderas se ondularon contra él cuando su
incipiente barba me rozó el rostro. Me estaba asfixiando con su
hábil boca y yo no tenía suficiente.

Kova se retiró, jadeando contra mis labios:

—Deberíamos parar.

Lo ignoré. Lamiéndome los labios, incliné su cabeza hacia un lado


y apreté mi boca contra su cuello. Mi lengua salió, saboreando su
piel salada y lo atraje hacia mi boca con un pequeño mordisco.

Apartándose de la pared, Kova giró y llevó nuestros cuerpos


unidos al suelo. Sus labios volvieron a encontrar los míos y
rápidamente profundizó el beso. Sus brazos se plantaron a los lados
de mi cabeza, aprisionándome. Era una bestia sobre mí, tan grande
y tan amplio para mi pequeño cuerpo. Su furiosa erección se instaló
entre mis piernas. Quería sentir su longitud, piel sobre piel, y tal
vez más. El sexo sería aterrador la primera vez, sin importar con
quién estuviera, pero no era como si me estuviera reservando para
alguien.

Tampoco es que planeara acostarme con alguien por ahí.

—¿Hay alguien más en el gimnasio? —pregunté contra su boca.

Negó con la cabeza.

—Solo nosotros. Miré a mi alrededor antes de entrar aquí y te


encontré.

Quise sujetarlo mejor. Mis manos dejaron su cabello y se


dirigieron a su espalda magníficamente tonificada, sintiendo cada
cresta y músculo mientras bajaba y deslizaba mis manos por debajo
de su cintura elástica para agarrar su trasero.

Desnudo.

Iba en plan comando y me pregunté si siempre era así.

—¿Normalmente te saltas los bóxer?

Kova se tensó cuando mis manos tocaron su carne, pero luego se


relajó. Su sonrisa fue mi respuesta, y me derretí.

—No tengo bóxer —admitió libremente.

Su piel era tan suave como la seda, que quería tocarlo por todas
partes. Si no tenía un par, eso significaba que tampoco llevaba
ninguno para entrenar. No tenía ni idea de por qué eso me atraía
más, pero me encantaba el hecho que estuviera desnudo por
debajo. Mis caderas se ensancharon al máximo para acomodar su
cuerpo, un ligero gemido escapó de mi pecho, permitiéndole
acomodarse más profundamente en mi calor.

—Dios —respiré—. Esto se siente tan bien.

—Más de lo que imaginaba.

Sus labios necesitados volvieron a encontrarse con los míos, su


beso era frenético, y sus caderas giratorias no paraban. Movió
lentamente su erección hacia adelante y hacia atrás contra mí,
provocando otro gemido de mi boca. Golpeaba mi clítoris cada vez,
empujándome más alto. Mi cuerpo ardía, mi piel estaba húmeda.
Imaginé que así era como hacía el amor.

—Estás tan duro, tan grande —dije entre besos y él se rio. Mis
muslos se apretaron a su alrededor, el placer era casi insoportable.

Arriesgándome, mis manos se movieron con cautela hacia sus


caderas. Dudé, preguntándome si me dejaría o me diría que parara.

Cuando una mano se deslizó entre nuestros cuerpos, un pulgar


recorrió mi pezón y mis caderas se agitaron. No esperaba que me
tocara allí y me sorprendí a mí misma cuando me di cuenta que
quería que lo hiciera de nuevo. Con los labios entreabiertos y la
respiración acalorada, lo miré a los ojos verdes que se habían
oscurecido mientras él pasaba el pulgar en círculos por mi pezón
que se estaba endureciendo. Abrumada por las sensaciones que
recorrían mi cuerpo, no pude pronunciar palabras y me arqueé
hacia él.

Introduje mi mano entre nosotros, midiendo su reacción, pero no


me dio nada. Los vellos me hicieron cosquillas en los dedos, su
pulgar aceleró el ritmo y sus caderas dejaron de moverse. Pasé mis
dedos por la suavidad de sus vellos, rodeando su polla antes de
bajar.

Estaba bastante segura que no esperaba que lo acariciara, su


cuerpo se tensó por todas partes y su respiración se volvió agitada.

—Adrianna —gritó, y una vena sobresalió de su cuello. Su acento


ruso era más fuerte que nunca. Me encantaba que dijera mi nombre
así.

—No me digas que pare —le supliqué, acariciándolo—. Oh, Dios.


Estoy... —Me quedé sin palabras cuando se frotó contra mí cada
vez más rápido. Necesitaba llegar a ese punto álgido tan
desesperadamente.

Lentamente, Kova se inclinó hacia mi cuello. Sin quererlo, le


agarré las bolas y me aferré a ellas. Kova se estremeció.

—Adrianna, relájate. No son bolas de estrés. Son sensibles.


Me reí en su cuello y me disculpé, frotándolas suavemente. Un
gemido gutural se le escapó y sonreí para mis adentros. Con los
labios pegados a mi cuello, depositó besos con la boca abierta a lo
largo de mi mandíbula mientras decía:

—Tengo que irme, debería irme. —Pero no se levantó—. Tienes


que saber —dijo entre besos— que nunca había hecho esto con otra
gimnasta. Nunca las miré de la manera... —dudó.

—¿De qué manera?

—Nada. No importa.

Apretó los ojos y me ignoró.

—Kova... —Perdí el hilo de mis pensamientos cuando su boca


chupó mi cuello de forma tan seductora. Relajé mi agarre sobre él
y gemí con fuerza, dándole más acceso.

—Ahhh... se siente tan bien.

Cuando finalmente moví la mano, Kova se apartó y me miró. El


dorso de mis dedos escaló suavemente su erección desde la base
hasta la punta. Lentamente, mi pulgar se extendió y siguió el mismo
patrón, luego recorrí la punta. Kova se estremeció y sus ojos se
cerraron con fuerza. No sabía si lo estaba haciendo bien, a juzgar
por la dolorosa expresión de su rostro.

Al pasar a la parte superior de su polla, la humedad cubrió mis


dedos.

—Quita la mano —exigió. Pero lo ignoré. Estaba mojado como yo,


pero no tanto. Tenía que estar haciendo algo bien.

Al abrir la mano, la carne dura y caliente me abrasó mientras


envolvía mis dedos para acariciarlo. Era realmente grande y grueso.
No podía entender cómo alguien tenía sexo con él. Mientras
aplicaba presión, su polla pulsaba contra mi mano y luego me
pellizcó el pezón, obligándome a apretar los muslos. Mi espalda se
arqueó. El dolor asociado al placer estuvo a punto de llevarme al
límite. Kova dejó caer sus labios sobre mi pecho. Sus dedos bailaron
a lo largo de mi sujetador deportivo buscando permiso pero sin
entrar.
—Quita la mano —repitió.

—No quiero hacerlo.

—Adrianna, solo puedo aguantar un tiempo antes de romperme.


No hay vuelta atrás una vez que eso suceda. No podré controlarme.

No estaba segura de lo que significaba eso, pero actué como si lo


supiera.

—Está bien.

—No, no lo está. Las cosas que estoy pensando ahora mismo —


dijo, y tragó con fuerza— debería estar horrorizado de mí mismo.

—Cuéntame.

—Joder, no.

—Por favor...

—No.

—¿Y si... y si te digo lo que estoy pensando? —susurré, apretando


la punta de su polla.

—Agh... Diablos, no. Por favor, no, no quiero saberlo. —Dejó caer
su frente sobre la mía, sus ojos se cerraron mientras lo acariciaba.
Sus manos se movieron y se convirtieron en puños a los lados de
mi cabeza mientras luchaba por mantener la compostura.

—Quiero... —empecé, con la voz temblorosa— Quiero saber cómo


se sentiría esto deslizándose en mi coño... profundamente dentro
de mí.

—No. No. No. Ahora no, nunca. —gruñó y gimió al mismo tiempo.
Su voz sonaba como la grava—. No me digas esas cosas. Estoy
luchando por aguantar aquí.

Gemí. Estaba palpitando.

—Necesito correrme y quiero sentir esto aquí. —Incliné su polla


hacia mi abertura, lo que acabó siendo una mala idea. Mis ojos se
cerraron y los dos nos tensamos el uno contra el otro.
—Dios —me acarició el clítoris.

—Se siente tan bien —susurré, con una voz extraña. Incluso
entre la ropa se sentía increíble.

Kova gimió tan fuerte que me estremecí.

—No... No podemos...

—Podemos ir a mi casa.

—¿Estás jodidamente loca?

Le respondí con una mirada fija y una leve inclinación de las


cejas. Kova me hizo querer descubrir más sobre mi cuerpo, y el
suyo.

—Nunca diría nada, soy buena guardando secretos.

—Exactamente. Razón de más para que no pase nada más. Tu


padre me arruinaría si follamos, porque sabes que si vamos allí es
lo que va a pasar. Estoy a dos segundos de arrancarte la ropa.

Se me cayó la mandíbula. Me quedé sin palabras.

Sacudió la cabeza frenéticamente.

—No puedo estar más a solas contigo. No es seguro por varias


razones.

—Entonces hagámoslo aquí —solté.

—Ni hablar.

—Por favor, Kova, te lo ruego. Quiero hacerlo. Me haces sentir tan


bien, quiero más de esa sensación.

—No lo hacemos, en el sentido que estás pensando, Ria. Te haría


daño. El sexo no siempre es suave y dulce como tú supones.

—Lo sé, no soy ingenua para pensar eso. —Hice una pausa y
luego dije—: Por favor, yo... vamos a mi casa. Es discreto y no
tenemos que preocuparnos que aparezca alguien.
Levantó la cabeza.

—Crees que lo tienes todo resuelto.

—Sinceramente, no. Solo me guío por los sentimientos, y ahora


mismo sé lo que quiero y lo que quiero experimentar. —Me arriesgué
y tragué—. Y creo que tú también lo sabes.

Kova se apartó y volvió a sentarse de rodillas entre mis piernas


abiertas. Debí haber mantenido la boca cerrada, entonces tal vez
no nos hubiéramos detenido. Inmediatamente, eché de menos el
calor de su cuerpo, su peso sobre mí, su pulgar acariciando mi
pezón.

Se pasó una mano por el cabello mientras yo miraba hacia abajo


entre nosotros. Estaba erguido como si tuviera un palo en los
pantalones cortos. Siguió mi mirada, palmeó su gran erección y
empezó a acariciarse por encima de los pantalones cortos. Su pecho
estaba rojo como una cereza y su tatuaje me llamó la atención.
Estaba cautivada por la pura sensualidad que tenía ante mí. Nunca
había visto a otro hombre hacer esto y lo encontré extremadamente
hipnotizante.

—Estás empapada —dijo en un susurro gutural—. Puedo verlo.


—Se lamió los labios. El calor subió por mi pecho y me quemó las
mejillas.

Soltando su polla, colocó ambas manos en mis muslos,


presionando mis piernas hacia abajo. Sus manos se cerraron hacia
arriba y sus pulgares se clavaron con fuerza en mi piel. Apreté los
muslos cuando se acercó a mi sexo, deseando desesperadamente
que su mano volviera a estar allí.

En lo que me pareció una eternidad, colocó un pulgar en mi


clítoris, por encima de mi short corto. Mi espalda se inclinó y mi
cabeza voló hacia atrás, un fuerte suspiro salió de mi garganta.
Capítulo 40
—Pon los brazos por encima de la cabeza y no te muevas.
Quédate quieta, Ria. —Hice lo que me ordenó y mantuve mis ojos
fijos en los suyos—. Quiero darte lo que necesitas. Solo así
podremos hacer algo... No confío en mí mismo. —No cuestioné su
repentino cambio de opinión y le permití hacer lo que quisiera.

Comenzó a frotar círculos contra mi palpitante capullo, esa


exquisita sensación volvió con toda su fuerza. Mis muslos se
flexionaron y él se detuvo.

—Quieta.

Asentí con vehemencia y luego solté:

—No es fácil quedarse quieta cuando estás al borde de un


orgasmo.

Hizo una pausa y respondió:

—Será mucho mejor para ti si me escuchas. Confía en mí.

Kova siguió frotando y, aunque me encantaba, deseaba que no


hubiera una barrera entre mi coño y su dedo.

Otro círculo lento pero constante a mí alrededor me hizo jadear.


El corazón se me subió a la garganta, las sensaciones me
recorrieron todo el cuerpo. Mis muslos temblaban. Una gota de
humedad se deslizó fuera de mí y me pregunté si él podría sentirla.
Mi pecho subía y bajaba, mis pezones eran pequeños guijarros
mientras su respiración se hacía más profunda con cada golpe de
su mano.
Kova aplicó presión a su toque y yo expulsé un fuerte suspiro,
amando cada minuto de esta intensa sensación. Necesitando más,
mis caderas empezaron a rodar pero él se detuvo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó.

—Nada —mentí, y me pellizcó el clítoris a través de mis finos


pantalones cortos. Mi espalda se arqueó, el dolor placentero me hizo
desfallecer—. Kova... —gimoteé.

—Dime lo que estás pensando o me detengo. —Frotó más fuerte


y más rápido—. Dime —exigió, e hizo una pausa.

Gemí, realmente gemí por la ruptura, y luego le dije la verdad:

—Estaba pensando en cómo desearía que no hubiera nada entre


nosotros, ni ropa ni nada, para poder sentir tus dedos... —Tragué—
: empujando dentro de mí.

Gruñó:

—¿Y?

Me relajé en él, su pulgar se deslizó peligrosamente hacia la


apertura de mis shorts.

—Yo... me preguntaba si podías sentir cómo me mojaba... si


vieras cómo me chorreaba por el culo. —Cristo, mi rostro estaba
ardiendo y contuve la respiración.

—Ria, no sé cómo decir esto de otra manera, pero quítate los


shorts. Ahora.

Me quedé helada, con el pecho ardiendo por la falta de oxígeno.

—Quítatelos o lo haré yo —dijo.

La inseguridad me nubló la cabeza ante la idea que me viera


desnuda.

—Pero me dijiste que no me moviera.

El profundo estruendo de Kova en su pecho hizo que mis dedos


temblaran en la cintura. Con las dos manos desdibujadas frente a
mi rostro, me arrancó rápidamente los shorts, dejándome expuesta
y con mi mitad inferior completamente desnuda ante él. Y yo lo dejé,
sin vacilar. Aunque me daba un poco de miedo llegar tan lejos con
un hombre, la necesidad de su tacto, de estar más cerca de él, pudo
más que todo, y sucumbí a su demanda.

—Joder —siseó cuando sus dedos bailaron inmediatamente


sobre mi suave y rolliza carne. Mi primer impulso fue cerrar las
piernas, pero la curiosidad de sus ojos me pareció atractiva, así que
luché contra mi propio instinto. Estaba asombrado mientras
miraba hacia abajo y una respiración temblorosa abandonaba su
pecho, saliendo a toda prisa de entre sus labios.

—No me había dado cuenta que no tienes vellos. —Su voz se


quebró, murmurando algo en ruso—. No hay ni un vello que
encontrar. Tan suave...

No esperaba que el cambio de tacto fuera tan drástico, pero Kova


me agarró por el interior de los muslos y me atrajo hacia él. Se
inclinó hacia mi centro, su nariz rozó mi piel suave como la
mantequilla e inhaló. Inclinó la cabeza hacia un lado, palpándome
con la cara antes que su lengua se deslizara.

Volví a contener la respiración. No lo haría.

Mirando a través de sus gruesas pestañas, me miró a propósito.


Su boca estaba a escasos centímetros de mi coño cuando su aliento
rodó por mi sexo sin vello. Mis caderas se movieron contra él y solté
un fuerte gemido de satisfacción. Esto era pura tortura.

—No sé qué me ha pasado, me siento como un loco. —Podía sentir


sus palabras recorrer mi coño—. Eres tan hermosa así, las cosas
que quiero hacer, lo que estoy pensando —admitió, el bello de su
barba me hizo cosquillas—. Estás reluciente, empapada y goteando
en el suelo para mí. Me encanta que yo sea quien te haga esto.

¿En el suelo?

Mi pecho ardía de calor, la sangre empujando hacia la superficie.


Mi clítoris palpitaba de dolor, anhelando la liberación.

La punta de su nariz tocó la parte superior de mi abertura.


—Abre más las piernas —ordenó, rozando mi centro con sus
palabras. Se detuvo y sus ojos adquirieron un nuevo tono de
verde—. ¿Puedo?

Mis ojos estaban cargados de lujuria y se cerraron. ¿Me estaba


pidiendo permiso? No hacía falta que me lo pidiera, podía
simplemente tomar y yo lo permitiría. Todo lo que pude hacer fue
asentir con la cabeza y esperar por él.

Aplastó su lengua y recorrió mi sexo de abajo a arriba, besándolo


suavemente. Mi cabeza voló hacia atrás, mis manos se estrellaron
contra el suelo de madera mientras un chorro de aire salía de mis
pulmones. Nunca en mi vida había sentido algo tan increíblemente
delicioso, tan fácilmente adictivo. Era como estar drogada, no es
que supiera lo que era eso, pero imaginé que esto era mejor.

Su lengua era suave y cuidadosa, y sus ojos se cerraban como si


me estuviera saboreando. Todo mi cuerpo sentía un cosquilleo y mi
cabeza era un caos. Me mojé cada vez más contra su boca cuando
empezó a surgir un orgasmo. Ardía por liberarme, el deseo se
acumulaba en mi vientre cuando sus dientes rozaban mi clítoris.

—Oh, Dios, Kova —gemí. El placer era tan intenso que podía
llorar.

Kova se retiró y yo sentí inmediatamente la pérdida. Me senté


sobre los codos y pregunté:

—¿Qué... qué estás haciendo? ¿Dónde estás...? —Me quedé sin


palabras.

No me contestó. En cambio, se puso boca abajo y volvió a sellar


su boca sobre mi coño. Volví a caer al suelo y apreté mis paredes
internas cuando su dedo se adentró y salió inesperadamente,
explorando cada centímetro de mí, masajeando sobre mis labios
hinchados burlonamente, hacia abajo y hacia arriba, como si me
estuviera memorizando.

—Tan bueno. —Me balanceé en su boca. No pude evitar los


pequeños gemidos que escaparon de mi garganta. Justo cuando
pensaba que no podía ser mejor, introdujo otro dedo. Me pregunté
si sabía que yo era virgen, pero mis pezones se tensaron en
respuesta y mis muslos temblaron antes que pudiera pensar más
en ello. No estaba segura de cuánto tiempo más iba a durar. Estaba
al borde del paraíso, lista para volar, cuando su boca me chupó el
clítoris. Me sobresalté.

Empujando un poco más profundo, rompió la succión y dijo:

—Estás tan apretada que apenas puedo meter dos dedos.


Relájate para mí, Malysh. Te prometo que no te haré daño.

Sus palabras me estrujaron el corazón. Por alguna razón


inexplicable, le creí.

Lo miré a la cara y vi algo más. Una vena palpitaba en su húmedo


cuello y sus ojos eran orbes verdes y salvajes. Se esforzaba,
asediado por pensamientos inquietantes. No quería que se
arrepintiera, que sintiera que lo había empujado, así que extendí la
mano y busqué la otra. Al encontrarla, nuestros ojos se cruzaron y
puse todo en mi mirada. Entrelacé mis dedos con los suyos y le di
un apretón tranquilizador.

Lo estaba arriesgando todo.

Nunca había visto a un hombre morderse el labio de deseo, pero


Kova lo hizo. Tragó con fuerza y volvió a entrar en mí. Mis muslos
se cerraron alrededor de su cabeza y sus ojos se pusieron en blanco.

—Joder, voy a ir al infierno por esto —dijo, enroscando sus dedos


dentro de mí.

—Ahhh —jadeé, mis caderas se agitaron—. Oh, Dios. —Empujó


más profundamente, su pulgar rodeó mi clítoris y grité.

—Cristo Todopoderoso, estás tan apretada.

—Kova, por favor. —Él dio vueltas más rápido, lamiendo sus
labios. Estaba tan cerca del orgasmo que podía saborearlo.

Mis caderas se balanceaban contra su mano y no podía parar.


Quería que empujara más adentro, pero no lo hizo, y no quise pedir
más. Si soy sincera, me daba miedo pedir más. No tenía miedo de
lo que era capaz de hacer, no tenía miedo que me causara dolor,
sino miedo de lo desconocido, del futuro y de lo que pudiera pensar
de mí.

Y hacerme desear de nuevo.

Al borde de la liberación, me detuve. Kova volvió a colocar su boca


sobre mí y chupó, y gracias a Dios lo hizo. El aire denso nos
asfixiaba, mi corazón latía frenéticamente en mi pecho mientras
tantos pensamientos saltaban en mi cabeza hasta que el pico
ascendente se apoderó de mí y me olvidé de todo.

Grité, gimiendo. Mis caderas se movían hacia adelante y hacia


atrás, meciéndose lentamente de placer mientras las olas me
desgarraban. Agarrando la muñeca de Kova que rodeaba mi pierna,
me aferré a la vida mientras estallaba por el puro arrebato de su
lengua, sin querer que este momento terminara. Gemí y un
profundo suspiro escapó de mis labios separados.

—Eso es, malysh, dámelo —dijo, haciendo un círculo con su


pulgar y sacando de mí los poderosos temblores. Una vez que el
orgasmo se desvaneció, mi mano se aflojó y mis rodillas se
desplomaron a los lados. Miré al techo desconcertada,
preguntándome cómo podría volver a tener a Kova entre mis
piernas. Aquella era posiblemente la mejor sensación que había
tenido en toda mi vida.

Estaba completamente saciada. Kova se sentó de nuevo sobre sus


caderas. Mirándolo, su boca estaba cubierta de mis jugos. Tanto
que me daba vergüenza. Agarró mis shorts y empezó a ponérmelos
de nuevo. Una vez puestos, me senté y me acerqué a él, notando la
enorme erección que cubría sus shorts de red. Tenía que tener las
pelotas azules.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, esperaba ver algo más


que desesperación a través de las telarañas negras que rodeaban
sus ojos. Mis cejas se fruncieron y mi estómago se hundió. Todavía
no se había limpiado la cara, pero eso no me impidió inclinarme y
besarlo.

Kova me sujetó la parte posterior de la cabeza mientras nuestras


lenguas bailaban eróticamente lentas. Esta vez me saboreé en él, y
eso me excitó rápidamente. Otra vez. Mi cuerpo se calentó,
anhelando otro orgasmo.

Me desplacé sobre sus caderas y me acomodé entre sus piernas.


Me preocupaba que Kova me apartara, pero hizo lo contrario. Me
estrechó contra su pecho, en una caricia amorosa como si odiara la
idea de dejarme. Era calor y consuelo, y mi corazón lo abrazó.
Cuando apretó sus brazos, su erección se tensó contra nosotros.
Mis caderas empezaron a moverse en ondas lentas contra la dureza.
Los dedos de Kova se clavaron en mi cabeza, irradiando
desesperación. Un gruñido salió de su garganta y yo gemí,
meciéndome con más fuerza, rechinando hasta que mi clítoris lo
golpeó cada vez. Ya casi estaba allí, tan cerca otra vez.

Kova se inclinó hacia atrás y se tumbó en el suelo para que yo


pudiera sentarme a horcajadas sobre sus caderas. Mi cabello se
desplomó a nuestro alrededor, ya que se había soltado hace tiempo.
Su erección tenía un ángulo diferente, y la punta se deslizaba de
sus shorts y golpeaba mi ombligo. Estaba caliente y duro. Casi me
derrito dentro de él, gimiendo en su boca al sentir su piel caliente
sobre la mía, moviéndome más frenéticamente, sintiendo el
orgasmo arder debajo. Su anchura golpeaba cada centímetro de mis
sensibles labios, haciéndome subir. Movió sus manos desde la parte
posterior de mi cabeza para agarrar mis caderas y me ayudó a girar
y apretarme contra él, haciendo rodar mis caderas con fuerza
contra las suyas. Metió una mano en los shorts y me agarró la nalga
con fuerza, levantando la pierna. Cuanto más me movía sobre él,
más salía su polla. Todavía no la había visto y lo deseaba
desesperadamente. Daría cualquier cosa por arrancarnos la ropa y
sentir la realidad, sentir mi abertura lubricada deslizándose sobre
él.

Un gemido de placer escapó de mis labios. Kova gruñó y su


longitud se agitó entre nosotros. Soltamos pequeños gritos mientras
nos besábamos febrilmente como animales indómitos. Las manos
de Kova se estrecharon, apretándome, mientras los dedos de mis
pies se curvaban bajo sus piernas. Lo cabalgué mientras un
orgasmo me desgarraba de nuevo. Se balanceó dentro de mí
mientras un grito de placer salía de nuestros labios. Kova gimió en
el fondo de su garganta, sacudiéndose debajo de mí mientras me
frotaba sobre su polla con avidez.
La transpiración cubrió mi piel cuando volví a flotar hacia la
tierra.

—Adrianna. —Salió como si estuviera luchando por el aire.


Adrianna, no Ria. Kova aflojó su agarre. Yo respondí echándome
hacia atrás y encontrándome con sus ojos llenos de dolor. Mis cejas
se arrugaron por la mirada de tensión en su rostro.

—Vete, por favor —fue todo lo que dijo.

Tragué con fuerza, aceptando. Me levanté y me dirigí rápidamente


a la puerta. Justo antes de salir, me detuve cuando una corriente
de aire fresco me rozó el torso.

Al mirar hacia abajo, vi que mi sujetador deportivo tenía un


círculo húmedo. Noté una gota de líquido del tamaño de una perla
sobre mí. Confundida, toqué la sustancia pegajosa y la froté entre
el pulgar y el índice.

Miré a Kova por encima del hombro. Estaba sentado de rodillas,


pero la posición de su cuerpo me produjo una punzada en el pecho.
Estaba inclinado, con los codos apoyados en las rodillas y la cara
hundida en las manos.

Su furiosa erección había desaparecido y yo sumé dos y dos. Se


corrió, y estaba mortificado por ello.

En ese momento, sentí realmente el peso de nuestras acciones.


Mirarle me dolía físicamente. Cualquier persona normal habría
corrido en otra dirección, moralmente asqueada por su
comportamiento. Probablemente incluso se lo diría a alguien con
autoridad. Pero yo no lo hice, y no lo haría. Sobre todo porque no
me pareció repugnante.

Después de todo, mi padre era veintitrés años mayor que mi


madre. La edad era solo un número para mí.
Capítulo 41
No podía hacer contacto visual con Kova cuando entré a la
mañana siguiente.

Era demasiado incómodo. Ver la forma en que lo dejé había


estado en mi mente toda noche.

Roto.

Cuando llegué al gimnasio, los autos ya estaban alineados en el


aparcamiento.

El sol se asomaba detrás del edificio, el cielo gris sombrío se


empujaba hacia arriba. Los amaneceres solían ser mi cosa favorita
para ver cuando me sentía mal, y me di cuenta que hacía meses
que no veía uno.

Una punzada en el pecho resonó, un repentino sentimiento de


nostalgia me recorrió una vez más.

Normalmente, era una de las primeras en llegar, pero hoy no.


Había llegado unos minutos tarde, y normalmente eso me habría
molestado y me habría ganado alguna palabras bastante coloridas
de Kova, pero me daba pánico enfrentarme a él, así que me senté
en mi auto durante un par de minutos para evitarlo. Dudaba mucho
que me dijera algo de todos modos.

Cuando entré en World Cup, me dirigí rápidamente a mi taquilla


y me desnudé. Hoy llevaba un simple leotardo negro. Mi cabello ya
estaba recogido en una cola de caballo, pero decidí añadir un par
de pasadas de rimel y una delgada línea negra de delineador de
ojos. Las voces se escucharon en el pasillo y mi corazón se
aceleraba cuanto más se acercaban los pasos. Lo metí todo dentro
de la taquilla metálica y esperé a que pasaran antes de cerrarla.
Una vez que lo hicieron, expulsé un suspiro y salí de la habitación,
dirigiéndome al gimnasio.

Mis pies tocaron el suelo azul y me dirigí a la zona de


calentamiento para empezar mis estiramientos matutinos,
añadiendo los que Kova me había enseñado durante nuestras
sesiones privadas. Ignoré específicamente el encuentro con su
mirada, pero su presencia no podía ser ignorada. Era imposible. El
vello de mi piel y la nuca se me erizó. Sabía que estaba en el otro
lado del gimnasio hablando con otro entrenador del equipo
masculino. Por el rabillo de mi ojo, pude ver a Kova mirándome,
pero no miré.

—Hola Adrianna —dijo Holly, acercándose a mí. Puse una sonrisa


falsa

—Desde que los entrenadores nos dieron el día de mañana libre,


estábamos pensando en ir a la playa y pasar el día. ¿Quieres venir?

Hice una pausa.

—¿Cómo que tenemos el día libre? —No podía permitirme el lujo


de tomarme un descanso.

—Escucha, no cuestionamos nuestros escasos días de


vacaciones, los usamos sabiamente. Un grupo de nosotros va a ir a
la playa mañana y algunos de nuestros amigos fuera del gimnasio
van a venir también. Me encantaría que te unieras a nosotros.

Me mordí el labio. Reagan estaría allí. Después de la forma en


que me trató, la última cosa que quería hacer era pasar más tiempo
con ella. Dicho esto, echaba de menos la playa y la normalidad.

—Claro. ¿A qué hora?

—Vamos a ir temprano para pasar todo el tiempo que podamos.


¿Así que sobre las once?

—No sé dónde hay playas aquí. ¿Puedo encontrarme con ustedes


para poder seguirlos?
—Por supuesto. ¿Quieres venir a mi casa y a la de Hayden y
puedes irte con nosotros?

Sonreí mucho.

—Eso suena como un plan.

Holly se dio la vuelta para irse, pero la detuve.

—¿Oye, Holly?

—¿Sí?

—Gracias por invitarme.

Su sonrisa llegó a sus ojos.

—Cuando quieras.

Debería haberlo sabido, leer entre líneas cada vez que un


entrenador daba tiempo libre, te empujaban y trabajaban al
extremo primero. Estaba hablando de ejercicios de campo, de
entrenamiento hechos para los marines del tipo extremo. En este
punto, el descanso sonaba como una mejor opción mañana en lugar
de ir a la playa. Incluso la muerte.

—¿Por qué nos hacen esto? —le pregunté a Holly después de


hacer standing tucks, de ida y vuelta por el suelo. Trepé por la
cuerda en posición de pica hasta que me dolieron los músculos,
caminé por el suelo en posición de pike varias veces, ejecuté
flexiones frontales hasta que me mareé, y realicé tantas paradas de
manos en la viga que perdí la cuenta. Y eso era solo el principio.
Hicimos desmontajes de pie fuera del potro, ejercicios de tensión
corporal y corrimos hasta que vimos estrellas en nuestros ojos.
Todavía teníamos que trabajar en las barras. Llevábamos horas de
trabajo. Acondicionamiento al ochenta y siete por ciento de
potencia. Mis músculos del estómago estaban endurecidos por el
dolor y estaba a punto de vomitar. No había habido tiempo para
pensar en nada más que en lo que mi cuerpo estaba siendo
sometido.

Holly se encogió de hombros.

—Tu suposición es tan buena como la mía.

—Apuesto a que está peleando con su novia, —dijo Reagan y me


giré para mirarla.

—¿Quién, Kova? ¿Qué quieres decir?

Reagan me dirigió una mirada divertida.

—¿No te has dado cuenta de su comportamiento hoy? Ha estado


mezquino y desagradable todo el día, más de lo habitual. Escuché
a Madeline decirle a Kova que se calmara y él le devolvió el fuego.
En realidad me asusté cuando lo hizo. Nunca lo he visto hablar tan
duramente a otra gimnasta, y mucho menos a un entrenador y me
sorprendió. Así es como sabes que algo no va bien.

Tenía la sospecha que yo era la raíz de su problema.

—Sí, pero Madeline no es mejor, —añadió Holly, echándole una


mirada de reojo.

Reagan estuvo de acuerdo.

—Esperemos que esta sesión de tortura termine pronto. No estoy


segura de cuánto tiempo más podré aguantar.

Tres horas después, nos permitieron salir. Todo mi cuerpo estaba


en caos y no podía recordar un momento en que solo quería
arrastrarse en la cama y morir. Me dolía la espalda, los brazos y las
piernas. Todo me dolía mucho.

¿Lo peor del día? Mi pantorrilla derecha ardía con un calor


abrasador como si estuviera en llamas cuando he corrido
kilómetros en la pista exterior. El dolor en mi pierna se intensificaba
cada día, pero hoy se hizo notar.

Estuve a punto de quejarme a los entrenadores, pero en lugar de


eso me tomé un poco de Motrin y me enfrenté a él. Con suerte, un
baño de hielo me ayudaría.

Al entrar en mi complejo, Hayden me siguió de cerca. Después de


verme cojeando, se ofreció a venir a ayudarme. Le dije que no era
necesario, pero insistió y sugirió un baño de hielo.

Dejando las bolsas de hielo a mis pies, busqué en mi bolsillo las


llaves y abrí la puerta. Miré por encima de mi hombro mientras
empujaba la puerta

—Muchas gracias por ayudarme, Hayden.

—No hay problema. —Sonrió, sosteniendo dos bolsas de hielo en


sus manos.

Entramos en mi casa y encendí las luces. Llevó el hielo a mi


cocina y lo colocó en mi fregadero en caso de que se filtrara.

—Sugiero que primero prepares un té.

Hice una pausa, frunciendo los labios.

—¿Té?

—Sí, algo caliente para beber mientras estás sentada en la


bañera. Probablemente no hará una gran diferencia al principio,
pero si te concentras en el calor del líquido, puede ayudar un poco.

Rebusqué en mis armarios solo para darme cuenta que no tenía


té. No era algo que bebiera normalmente, así que nunca lo
compraba. Sin embargo, tenía café. Mucho, mucho café.

Me giré.

—¿Servirá el café? No tengo té.

—Sí.
Hayden entró en mi baño y empezó a llenar la bañera. Mientras
sacaba una tacita de café, pensé en lo amable que era de su parte
ofrecer ayuda. Estaba acostumbrada a estar sola y a ocuparme de
mis necesidades, pero afortunadamente Hayden no tenía miedo de
hablar y ser insistente. Así que cuando me dijo firmemente sus
planes, acepté fácilmente. Cualquier cosa para aliviar la
escocedura.

Justo cuando terminé de preparar una taza de café, un estruendo


llamó mi atención. Miré por el pasillo hacia el baño y vi a Hayden
agachado, vertiendo la segunda bolsa de hielo en la bañera. No pude
evitar notar lo apretadas que estaban sus mangas alrededor de sus
tonificados bíceps o la forma en que su espalda se flexionaba bajo
el material.

El sonido de mi móvil me sobresaltó. Lo agarre del bolso y sacudí


la cabeza al ver The One & Only BFFFFFF en mi identificador de
llamadas antes de antes de tomarlo.

—Qué bien que por fin me hayas agraciado con una llamada.

—Podría decir lo mismo de ti. ¿No sé nada de ti durante dos


semanas y luego te pones a llorar porque no te contesto en unos
días? He estado ocupada.

—Déjame adivinar, tú y tu nuevo galán, —afirmé burlonamente.


—Un texto habría bastado, ya sabes. No el botón de “jódete” ochenta
y siete veces. Pensé que te había pasado algo. Estaba lista para
poner una alerta AMBER.

Avery se rio de mi exageración

—¿Dónde has estado? —pregunté, con mi voz maleable—. Echo


de menos hablar contigo.

—Lo sé, lo siento. —Avery hizo una pausa y luego dijo—: Me metí
en una pelea con mi novio. Ha sido bastante fuerte... Creo que
hemos roto, Aid.

Me sorprendió escuchar la tristeza en la voz de Avery.

—Entonces, ¿por qué no me llamaste y te desahogaste? Sabes


que siempre estoy aquí para ti.
—No quería hablar de ello, supongo. Estoy realmente disgustada
por ello.

—No es normal que estés tan deprimida por un tipo.

—¿Te refieres a que yo sea una tonta? —Se rio con tristeza—. Sí.

Entonces caí en la cuenta.

—Que estés tan desanimada solo puede significar una cosa. Que
lo amas. Lo amas y ni siquiera sé quién es él.

El silencio de Avery confirmó mi deducción.

—¿Ave? ¿Estás llorando?

—No —mintió. Su voz gutural la delataba.

Me dolió el corazón por ella.

—No puedo creer lo triste que estás y no estoy allí para


consolarte. Me siento como una amiga de mierda ahora.

—Está bien, lo superaré pronto... espero.

Una idea me surgió.

—Sabes, mañana tengo el día libre. Iba a ir a la playa con algunas


de las gimnastas de aquí. ¿Por qué no conduces, vienes a la playa,
y pasas la noche? El día siguiente será aburrido, ya que tengo la
práctica y todo, pero tu puedes venir y ver un poco.

—Aid, estás como a un millón de kilómetros.

—No seas ridícula, tres horas como mucho, y eso con el tráfico.
Tienes que ver a los chicos de aquí y cómo son. Quien sea por quien
estés suspirando, será fácilmente olvidado una vez que te deleites
con los ojos de mi gimnasio. El equipo de los chicos. —Sabía lo que
la atraería.

Avery se animó.

—¿El equipo de los chicos? ¿Te refieres a Hayden?


—Bueno, hay más chicos aparte de Hayden, solo que no hablo
con ellos a menudo. Aunque eso no significa que no mire. —Me reí,
y también lo hizo Avery—. Entonces vendrás? —Ella gimió y yo
presione—. ¿Por favor, Avery?

—Oh, de acuerdo —aceptó, pude escuchar la sonrisa en su voz.


Salté de un lado a otro, con una sonrisa de oreja a oreja.

Hayden apareció a mi lado, con la preocupación escrita en su


rostro.

—¿Estás bien? —articulo. Asentí frenéticamente con la cabeza.

—¡Sí! Estoy mucho más que bien.

—¿Eh? ¿Qué? —La voz de Avery me devolvió a nuestra


conversación.

—Oh, lo siento. Estaba hablando con Hayden.

Su voz se agudizó, sorprendida de escuchar su nombre.

—¿Hayden está en tu casa ahora mismo?

—Sí, va a ayudarme a sumergirme en agua helada.

—¿Agua helada?

—Está llenando mi bañera con bolsas de hielo y añadiendo agua.


Ayuda a aliviar la hinchazón y reparar mis músculos para que
pueda entrenar al mismo ritmo que estado yendo, o eso me han
dicho. Hoy fue brutal, muy posiblemente el peor día hasta ahora.
Me sentaré unos diez o quince minutos y rezaré una oración.

—Interesante... y aburrido. Entonces, ¿me iré alrededor de las


siete mañana?

—¡Perfecto! No puedo esperar a verte! —dije emocionada.

—Hasta luego, amiga.

—¡Estoy muy emocionada! ¡Ya vuelvo! —grité dramáticamente


caminando hacia mi dormitorio y cerrando la puerta. Revolví mis
cajones en busca de ropa. Rápidamente me puse la que podía usar
en la bañera y abrí la puerta de mi puerta de la habitación para
avisar a Hayden que había terminado. No había visto a mi mejor
amiga en muchos largos meses y mañana no podía llegar lo
suficientemente rápido.

—No puedo esperar a que conozcas a Avery. La conozco desde


que estábamos en pañales. —Me estaba arreglando los pantalones
cortos y el sujetador deportivo, esperando que Hayden respondiera.
Cuando no lo hizo, levanté la vista y mis mejillas enrojecieron.

—Cierra la boca, Hayden. Actúas como si nunca me hubieras


visto con tan poca ropa.
Capítulo 42
Su boca se movió pero al principio no salió nada.

—Lo he hecho, pero...

Me reí, una sonrisa rosada se extendió por mi rostro.

—Solo cállate —dije juguetonamente—. Ahora ven a ayudarme.

—Aid... —Miré por encima de mi hombro a Hayden rascándose la


cabeza—. Tienes un cuerpo caliente. En serio, es increíble.

Sabía que mi cuerpo se había transformado en los últimos dos


meses por la intensidad de los entrenamientos, pero no me había
dado cuenta de cuánto hasta que él lo mencionó. De pie en mi baño,
miré la bañera llena de hielo y me mordí el interior de mi labio.

—¿Así que me meto dentro?

—Básicamente.

Respiré profundamente, mi pecho se elevó y puse mi mano a


ciegas detrás de mí, buscando la suya. Él rodeó mi mano cuando
mi dedo se sumergió en el agua helada y apreté sus dedos.

—Mierda.

—Solo tienes que dar el paso.

—Lo sé —respondí, mirando los cubitos de hielo—. Es solo el paso


inicial en el agua lo que me va a impactar. —Miré a Hayden y
expulsé un profundo suspiro—. De acuerdo, lo haré. —Me atreví y
dejé caer un pie en las aguas heladas.
Me quedé con la boca abierta.

—¡Oh, Dios mío!

—Sigue adelante.

Así lo hice, y una vez que tuve las dos piernas en el agua, miré a
Hayden en busca de fuerzas. Se me puso la piel de gallina y un
escalofrío me recorrió el cuerpo.

—Creo que no siento los dedos de los pies.

—No seas dramática.

Fruncí los labios y me agaché. Lo peor iba a ser que el agua me


golpeara la pelvis. Incluso cuando nadaba en el océano, el frío era
siempre tan impactante para mis caderas y mis tetas. Una vez que
me quité eso de encima, no fue tan malo. Pero tenía la sensación
que esto no iba a ser lo mismo. Ni de lejos.

Aguantando la respiración, solté la mano de Hayden y me


acerqué lentamente. Mis manos se agarraron al lado de la bañera,
mis nudillos se volvieron blancos cuando mi trasero golpeó el hielo
y chillé.

—Ahhhh... ¡Esto está tan frío!

Hayden se rio.

—Continúa.

Cada músculo de mi cuerpo se contrajo por el shock. Me quedé


inmediatamente congelada y me castañetearon los dientes. No
había manera que durara cinco minutos, mucho menos quince.

El agua golpeó mi estómago y subió hasta mi pecho, deslizándose


sobre mis tetas. Se me apretó el estómago. Menos mal que llevaba
un sujetador deportivo negro, de lo contrario Hayden vería mis
pezones puntiagudos. Inspiré de forma audible e intenté inclinarme
hacia atrás, pero no quería presionar mi espalda contra la fría
cerámica. Ya tenía suficiente frío y no necesitaba añadirlo.

Tragué saliva.
—Bien, estoy dentro.

—Ahora respira.

—¿Cómo se maneja esto?

Se encogió de hombros.

—Realmente no tengo elección. Cuando tengo un entrenamiento


duro, más duro de lo normal, hago terapia de agua fría. Algunos
dicen que no funciona, otros lo juran. Yo creo que ayuda a aliviar
los dolores musculares y la inflamación. Hoy fue brutal para todos
nosotros, y te vi cojeando. Vas a estar en mal estado. Quizá esto te
ayude.

Mis labios castañeaban, mi mandíbula vibraba contra mi


voluntad. La piel de gallina se convirtió en parte de mí.

—Sí, el entrenador fue un idiota hoy.

—¿Cuál?

—Los dos. —Hice una pausa—. ¿Hayden? ¿Cómo es que eres tan
amable conmigo?

Él inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, por ejemplo, estás aquí, ayudándome. Has ido más allá.
¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—No lo sé... Hay algo en ti que me hace querer estar cerca. Las
chicas pueden ser maliciosas. Tengo a Holly, y estar aquí sin nadie
en quien apoyarse y entrenando tantas horas al día es mucho para
una sola persona.

Hayden me sorprendió. Nuestros ojos se clavaron mientras me


empapaba de la sinceridad de sus palabras. Una sonrisa de
agradecimiento curvó mis labios parlanchines.
—Gracias —dije en voz baja—. Tu amistad significa mucho para
mí. —Su sonrisa vaciló por un instante y me sentí mal—. ¿Así que
juras que esto ayudará?

—No prometo nada, pero tengo la sensación que lo hará.

—Hayden, si te digo algo ¿prometes no decir nada?

—Por supuesto.

Expulsando un suspiro serio, confesé:

—Me pasa algo en la pantorrilla. Lleva semanas doliéndome y hoy


he estado a punto de pedir un descanso.

—Me he dado cuenta. ¿Has hablado con los entrenadores al


respecto?

—No, porque no puedo permitirme el lujo de tomarme un tiempo


para descansar y sé que es lo que me mandarán a hacer.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—Adrianna, sabes que tienes que hablar ahora para que lo que
sea se pueda solucionar y no se convierta en algo más.

—Pero si lo hago, me dirán que descanse. No puedo hacer eso,


Hayden.

—No necesariamente. Tal vez solo necesites algo de terapia


muscular, aplicación de hielo y calor. No lo sé, pero lo que sí sé es
que tienes que decir algo. Solo te estás haciendo daño a ti misma.

Tenía razón.

—La próxima vez que me duela, veré a un médico.

Después de otros tres minutos, Hayden se levantó y me tendió


una toalla blanca de gran tamaño.

—Vacía la bañera y ven aquí.

Asintiendo con la cabeza, intenté ponerme de pie, pero mi cuerpo


estaba tenso. Me dolía moverme y tampoco ayudaba que sintiera
una brisa glacial en mi baño. La gimnasia no era siempre sol y
rosas, lo sabía. El dolor era inevitable. Reunir las fuerzas para
ponerme de pie era uno de esos momentos en los que se ponía a
prueba mi pasión y dedicación. Preferiría estar haciendo un millón
de otras cosas que sumergir mi cuerpo en temperaturas bajo cero.
Tendría que cruzar los dedos para que todo esto acelerara mi
recuperación y algún día valiera la pena.

Al mirar hacia abajo para pasar por la cornisa, mi espalda estaba


encorvada, temiendo dar un paso sin ayuda. Mis pezones se
perfilaban a través del sujetador deportivo y tenía la sensación que
Hayden podía verlos, pero en ese momento no me importaba. Me
estaba congelando y quería entrar en calor lo antes posible.

Casi me abalancé sobre sus brazos.

—Abrázame fuerte —le supliqué.

Hayden enrolló la toalla con fuerza alrededor de mi cuerpo y luego


pasó sus manos por mis brazos tratando de calentarme.

—Te tengo —Dejé caer la cabeza sobre su pecho, buscando el


calor del cuerpo.

—En unos treinta minutos, podrás darte una ducha caliente.


Hasta entonces, vamos a traerte un poco de ese café.

—¡Treinta minutos! ¿Tengo que estar así durante treinta


minutos?

Me frotaba la espalda en círculos cuando dijo:

—Puedes cambiarte de ropa, pero eso es todo.

Asintiendo con la cabeza, corrí a mi habitación y saqué la ropa


más abrigada que pude encontrar: un mullido pantalón de chándal
de terciopelo y una sudadera con capucha de gran tamaño. Me
quité los pantalones cortos y el sujetador deportivo y los dejé caer
sobre la alfombra. No me importaba que estuvieran empapados, ya
los recogería más tarde. Hacía demasiado frío como para molestarse
en llevar bragas y sujetador, así que me puse rápidamente la
sudadera con capucha, los calcetines mullidos, los pantalones y
cogí una manta extra que tenía doblada al final de la cama y me la
envolví. Respirando profundamente, me sentí un poco más cálida
por fuera, pero estaba helada hasta los huesos por dentro.

Agradecí la alfombra de felpa mientras me dirigía a la cocina.


Hayden estaba de espaldas a mí y, sin pensarlo, me acerqué a él y
le rodeé la cintura con los brazos, colocando mi cabeza entre sus
omóplatos. Se rio, dándose la vuelta. Sus brazos tranquilizadores y
su carismática risa eran sinceras y reales.

Había un cierto tipo de confort que encontré en Hayden que no


había esperado. Quería cerrar los ojos y suspirar. Me hacía sentir
protegida y deseada, y eso me gustaba. No era solo una
preocupación. Hayden me convirtió en su prioridad. Nuestras
agendas estaban repletas y él tenía tantas cosas que hacer como
yo, pero se esforzaba por ayudarme. No había pretensiones con él,
al menos no creía que las hubiera por lo que había visto hasta
ahora.

Sacudió la cabeza y me dedicó una sonrisa genuina.

—¿Quieres ya algo caliente para beber?

—Sí, pero todavía no. ¿Puedes abrazarme un poco primero? —Lo


único que quería era acurrucarme a su lado y alimentarme de su
calor.

Sin responder, Hayden se agachó y me cogió por debajo de las


piernas, acunándome contra su pecho. Se acercó y nos sentó en el
extremo del sofá, donde me acurruqué a su lado. Lo necesitaba.
Hayden metió la manta alrededor y debajo de mis pies y me abrazó
con fuerza.

—Gracias, Hayden, por todo —murmuré.

—Cuando quieras, cariño —dijo, encorvándose en los cojines del


sofá.

Me quedé helada y sus manos dejaron de moverse. Tuve la


sensación que se había equivocado y no había querido decir lo que
dijo. Mordiéndome el labio inferior, me arriesgué y levanté la vista,
apoyando la barbilla en su pecho. La mandíbula de Hayden se
flexionó mientras me miraba fijamente. Los ojos azul acero se
abanicaban entre las pestañas marrón dorado. Pómulos altos y piel
color miel. Mi corazón se aceleró. Hayden bajó la barbilla y sus
labios se acercaron a escasos centímetros. Su aliento se mezcló con
el mío, golpeando mis labios separados mientras esperaba a ver qué
pasaba.

—Quiero besarte, pero no lo haré —confesó. En cambio, se limitó


a abrazarme más y a seguir calentándome.

—¿Hayden? ¿Dónde estás?

Mis ojos se abrieron de golpe al oír la voz apagada y frenética en


la distancia.

—Oh, mierda. Debo haberme quedado dormido en casa de


Adrianna —Hayden habló en su teléfono móvil aturdido. Se frotó los
ojos con el talón de la mano—. Por supuesto que sí. ¿Qué crees que
ha pasado? Mi teléfono ha estado en vibración. —Hayden me miró—
. No ha pasado nada, Holls. No te preocupes. —Bostezó—. ¿La
playa? Creía que eso era cosa de chicas.

Intenté no escuchar su conversación pero fracasé


estrepitosamente.

—Sí, iré. Nos vemos entonces —dijo Hayden, y colgó.

—Sabes que tienes el volumen tan alto que he oído cada palabra,
¿verdad?

Se encogió de hombros, con los ojos medio cerrados.

—No me apetecía bajar el volumen, es demasiado trabajo ahora


mismo.

Me reí y lo miré con cansancio.


—¿Para apretar un botón?

Hayden se acurrucó en el sofá y me atrajo hacia él. Apoyando mi


cabeza en su pecho, tiró de la manta sobre nosotros y dijo:

—Sí, lo es. Estoy agotado y necesito dormir un poco más. —Me


acarició el cabello—. Siento haberte despertado.

—No pasa nada. —Me acurruqué a su lado y dije—: Podría


acostumbrarme a esto.

Sentí que sonreía contra mí.

—Yo también podría —susurró.

Nos quedamos dormidos durante otra hora y luego decidimos a


regañadientes que tenía que salir si no quería recibir otra llamada
irritada de su melliza. Avery llegaría pronto y yo quería estar
preparada.

Recogí rápidamente mis cosas, me puse un traje de baño, un poco


de brillo de labios y me recogí el cabello en un moño desordenad
Capítulo 43
En menos de una hora, Avery estaba llamando a mi puerta.

—¡Ave! No puedo creer que por fin estés aquí!

—¡Dios mío, te he echado tanto de menos! —exclamó.

Nos abrazamos con fuerza antes de arrastrarla al interior.

Avery se apartó y me miró.

—Te ves muy bien. Un poco más delgada que la última vez que te
vi, pero en general bien. Más músculo o algo así, como si hubieras
dado un estirón. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza hacia un
lado—. ¿Todavía podemos dar un estirón? Porque creo que no he
crecido desde los trece años.

Me reí.

—Gracias, Ave.

—Pero no te pongas más flaca que yo. Entonces no podremos ser


amigas.

Le di un rápido recorrido por mi hogar lejos de casa y coloqué su


bolsa en el dormitorio de invitados.

—¿Estás lista para hablar de tu ex?

El rostro de Avery cayó mientras revolvía su bolso. Se me hizo un


nudo en el estómago. Estaba ocultando algo y eso me molestaba.

Levantando sus ojos llenos de angustia hacia mí, negó con la


cabeza y su voz se quebró.
—No.

Me acerqué a Avery y le pasé un brazo por los hombros. La atraje


a mi lado y le di un buen apretón. Dejó escapar un suspiro
desconsolado. Odiaba no saber qué era lo que aquejaba a mi amiga.

Me fijé en la hora del reloj.

—Será mejor que nos pongamos en marcha.

Nos subimos al elegante BMW de Avery y nos dirigimos al


apartamento de Hayden y Holly, intercambiando pequeñas charlas
por el camino.

—No sabía que fueran tan... íntimos —dijo Holly, mirándonos a


Hayden y a mí, después que yo llegará con Avery.

Me quedé boquiabierta y Hayden y yo hablamos al mismo tiempo.

—No es lo que...

—No es lo que piensas.

Ambos hicimos una pausa y nos reímos.

—De verdad, no es lo que piensas, Holly. Ha sido realmente


genial, un hombro en el que apoyarse. Nada más.

Una mirada de dolor cruzó la cara de Hayden, pero rápidamente


la disimuló. Lo había captado y me sentí fatal por mi elección de
palabras.

Los ojos de Hayden se dirigieron a mí antes de dar un paso


adelante.

—Holls, por favor, no lo hagas más de lo que es. Ya sabes cómo


es el gimnasio en cuanto a las relaciones.

—No te preocupes, nunca diría una palabra, aunque harían una


bonita pareja —terminó con una sonrisa.

Mis mejillas se encendieron y Hayden dio una palmada para


cambiar el ambiente. Se puso una gorra al revés y se metió un chicle
en la boca.
—Vamos a hacer surf y a aprovechar el día, porque mañana
vuelve el infierno.

El sol se ponía sobre un océano incandescente mientras tonos


relajantes de rosas y naranjas surcaban el cielo. Estaba envuelta
en una toalla, con los pies enterrados bajo granos de arena de color
marfil mientras miraba las rugientes olas.

Este era mi lugar feliz, donde encontraba consuelo. Donde el peso


del mundo abandonaba mis hombros mientras respiraba el aire
salado, exhalando la presión que me aquejaba a diario.

He echado mucho de menos esto.

La playa era mi serenidad, y me alegraba de haberle pedido a


Avery que viniera de visita. Tal vez la ayudara a resolver lo que fuera
que estuviera pasando en su vida. Había algo pacífico y calmante
en las olas que rompían y el aire salado. Era el lugar al que solía
venir para alejarme de mi caótico mundo viviendo en la pequeña
isla privada. Me sentaba y miraba el océano durante horas, más o
menos como estaba ahora, y no pensaba en nada.

Se había encendido un pequeño fuego cuando aparecieron


algunos amigos de Holly y Hayden. Me había enterado que Emily y
Gavin eran gimnastas en otro gimnasio a unos cuantos pueblos de
distancia. Se conocieron a través de Hayden en la escuela
secundaria y siguieron siendo amigos desde entonces.

Se sentaron con nosotros y alguien sugirió un juego de Verdad o


Reto. Empezamos con preguntas fáciles y sin sentido para
conocernos hasta que se convirtió en algo más.
—Hayden, te reto a que vayas a correr desnudo —sugirió Gavin,
el amigo de Hayden, con una sonrisa tortuosa.

—Ah, vamos —respondió Hayden, poniéndose de pie. Alejándose


del fuego, nos dio la espalda, se quitó el bañador y echó a correr
con las manos en alto—. ¡Sí! —gritó, corriendo hacia el océano.

Me reí, tapándome la boca cuando Avery gritó:

—¡Date la vuelta!

La miré, sintiendo su alegría. Atrás quedaba su tristeza y en su


lugar nada más que felicidad. Sus ojos eran enormes y tenía la
mayor sonrisa que jamás había visto. Me dio una palmada en el
brazo y dijo:

—Oh, Dios mío. Mira a Hayden.

Efectivamente, Hayden se había dado la vuelta y volvía corriendo.


Estaba demasiado lejos para ver nada, pero una vez que se acercó,
se cubrió con las manos. Gavin le lanzó sus bermudas y él los
atrapó con una mano. Se dio la vuelta y se los volvió a poner. Todos
nos quedamos en silencio mientras mirábamos su culo
perfectamente redondeado.

—¡Es el turno de Gavin de ir a correr! —gritó Avery en tono de


broma.

Hayden miró a su hermana.

—Verdad o reto.

Holly puso los ojos en blanco.

—Verdad.

—¿Alguna vez te has saltado el acondicionamiento?

Le dirigió a su hermano una mirada divertida.

—Por supuesto que sí. ¿Quién no lo ha hecho?

—Emily —dijo Holly—. Verdad o reto.


—Verdad.

—¿Preferirías tener rasgaduras en ambas manos o montar a


horcajadas en la viga tres veces?

Me encogí internamente ante su pregunta. Ya he pasado por eso.

—Esa es una buena —dijo Emily.

Emily juntó los labios pensando. Levantó las manos, mostrando


las palmas, y agitó los dedos.

—Creo que preferiría montar a horcajadas en la viga. Eso se


curaría mucho más rápido que mis manos.

—Ah, ustedes son aburridos —dijo Gavin—. Que alguien haga un


reto.

Emily miró al grupo. Reagan se inclinó y le susurró algo al oído.


Mi pulso se aceleró cuando ambos pares de ojos se dirigieron a mí.
Una sonrisa astuta se extendió lentamente por el rostro de Reagan
y sus ojos se iluminaron. Lo sabía.

—Adrianna. Verdad o reto —preguntó Emily.

De ninguna manera iba a elegir reto. Ella me retaría a hacer algo


que me humillaría por completo. Así que elegí la verdad.

—¿Eres virgen?

Todos los ojos estaban de repente sobre mí. El único sonido era
el crepitar del fuego y las olas rompiendo en la orilla mientras
esperaba mi respuesta.

—¿Y bien? —Reagan me empujó.

Recogí un puñado de arena seca y lo apreté con fuerza, deseando


poder lanzárselo a Reagan. Ella acaba de llevar el juego a un nivel
superior a mi costa.

—Sí —dije, dejando que la arena se moviera entre mis dedos. Ella
esbozó una sonrisa de lado y levantó una ceja.

—¿Alguien más es virgen? —preguntó Reagan al grupo.


Todos respondieron al mismo tiempo, así que la única que seguía
siendo virgen era yo.

—¿Eres virgen? —le pregunté a Reagan.

—No —respondió ella, y la verdad es que me sorprendió su


respuesta.

—Supongo que realmente hay una persona para cada uno —


bromeé. Avery escupió su refresco mientras reía y apoyaba su peso
en mí.

Las cejas de Reagan bajaron, impregnadas de ira y rencor.

—Ava.

Avery giró la cabeza hacia Reagan y la fulminó con la mirada.

—Es Avery.

—Lo mismo. Verdad o reto.

Me reí para mis adentros. Avery no tenía mucho miedo.

—Reto.

Una sonrisa malvada se extendió por su rostro.

—Te reto a que te beses con Hayden —dijo, orgullosa de su reto.

Miré a Hayden y las cejas casi se le salieron de la cabeza.

Sabía lo que Reagan estaba haciendo. Intentaba hacerme daño.


Pero lo que ella no sabía era que hacer que Avery besara a Hayden
no me haría el menor daño. Yo consideraba a Hayden un gran
amigo y nada más. Aunque, era claramente obvio que ella no veía
eso.

Antes que nadie pudiera decir nada, Avery se puso en pie de un


salto y cruzó por encima de mí hacia Hayden. Dejó caer sus rodillas
en la arena frente a él, cuyos ojos azules estaban llenos de
conmoción mientras se sentaba inmóvil. Sabía por experiencia que
no era un mojigato, ni un virgen, pero seguía con la cara de piedra.
Avery no dudó y agarró las mejillas de Hayden, acercando su cara
a la suya. Justo antes que ella presionara sus labios contra los de
él, me miró en busca de consentimiento. Sabía que estaba siendo
amable, así que sonreí a cambio. Conociendo a Avery, iba a montar
un espectáculo solo para cabrear a Reagan.

Sus ojos permanecieron en los míos durante uno o dos segundos


más hasta que se cerraron y le devolvió el beso. Observé, junto con
el resto del grupo, en silencio cómo el reto se prolongaba un poco
más de lo que todos esperábamos. Avery se subió al regazo de
Hayden, sus ojos permanecieron cerrados mientras sus cejas se
alzaban de nuevo sobre su frente. Rodeó con un brazo la parte baja
de su espalda y enhebró el otro en su cabello alborotado y la besó
como una vez me besó a mí. Con pasión e intensidad.

Alguien se aclaró la garganta y el beso se separó bruscamente.


Hayden tenía los labios enrojecidos e hinchados y los ojos muy
abiertos mientras Avery se bajaba de él y volvía a sentarse a mi lado,
como si no le importara nada.

Desplacé mis ojos hacia Reagan y me alegré de su expresión.


Estaba furiosa por su atrevimiento.

Sonreí de oreja a oreja.

—Muy bien —dijo Avery, frotándose las manos—. ¿Quién es mi


próxima víctima?
Capítulo 44
—Adrianna, ven aquí —dijo Kova, haciéndome un gesto con dos
dedos.

Llevaba tres horas en el entrenamiento, trabajando en las barras.


Solo faltaba una hora más o menos para mí descanso para comer y
no podía esperar. Estaba anegada por la playa ayer, así que
cualquier descanso que tuviera era esencial.

—¿Sí?

Levantó mi mano hacia su cara y frunció el ceño.

—No puedo soportar la visión de tus muñecas. Ve a mi despacho


y en el cajón de mi escritorio hay un par de muñequeras para ti. —
Me miró fijamente a los ojos—. Póntelas.

Apreté los labios y asentí. Kova tenía una manera de hacer que
algo tan pequeño pareciera un problema tan grande. Mis muñecas
estaban bien.

—Hola, Ave —dije, sonriendo de oreja a oreja mientras entraba


en el frío vestíbulo. Se había quedado a dormir y había venido a ver
mi entrenamiento antes de tener que volver a Palm Bay. Tenerla
cerca durante las últimas veinticuatro horas había sido realmente
bueno y la iba a echar mucho de menos cuando se fuera.

—¿Qué haces? —preguntó, sentada en una silla metálica


plegada, con el móvil en una mano.

Sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco, levantando las


muñecas.

—Al parecer, esto molesta a mi entrenador.


Me miró, perpleja.

—¿Tus manos?

—La visión de tus muñecas me ofende mucho, —dije con mi


mejor inflexión rusa varonil. Avery se quedó inmóvil un momento
hasta que estalló en carcajadas.

—¿Hablas en serio? —preguntó, sonriendo.

Levanté las cejas, asintiendo.

—No le gusta cómo me envuelvo las muñecas y tiene nuevas


muñequeras para mí. Solo tengo que agarrarlas rápidamente.

Sus cejas se arrugaron, sus ojos de chocolate se clavaron.

—¿Labios de Pez tiene nuevas muñequeras para ti? ¿Las ha


comprado?

Me reí, haciéndola callar con un dedo presionado sobre mis


labios.

—No digas eso tan alto —susurré.

Avery miró alrededor del vestíbulo vacío.

—Deja de ser paranoica, no hay nadie más aquí. ¿Preferirías que


dijera entrenador besable en su lugar? —Miró por encima del
hombro y a través del cristal a Kova, que se abría paso por el
gimnasio—. En persona, tiene unos labios muy bonitos, por no
hablar de un cuerpo realmente rocoso. Casi puedo ver sus
músculos. Pero, ¿siempre parece que está enfadado con la vida?

Miré en su dirección, cruzando la mirada con Kova.

—En su mayor parte. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

Ella miró la hora en su teléfono.

—No mucho tiempo.

—Vamos, Ria. Estás en racha y no quiero romperla. —Kova


irrumpió en el vestíbulo, cortando a Avery. Sorprendentemente, no
fue malo, y su inesperado cumplido me dejó sin palabras. Kova rara
vez hacía comentarios positivos sobre mi practica, pero me di
cuenta que últimamente lo hacía cada vez más.

El sonido de una silla deslizándose por el suelo rompió mi mirada


de mandíbula floja.

—Hola —dijo Avery, acercándose a Kova con la mano extendida—


. Soy Avery, la amiga de Adrianna de casa.

Kova le estrechó la mano.

—Un placer conocerte, Avery.

—Lo mismo digo —respondió ella—. Le estaba contando a Ria lo


impresionante que es tu gimnasio en comparación con el de casa
en el que ella solía entrenar.

Ria. Las voces se desvanecieron, dejándome caer en un agujero


negro. Ella no dijo nada en su expresión, pero yo sabía lo que
significaba esa única frase. El latido de mi corazón golpeaba
salvajemente en mis oídos mientras una palabra se repetía en mi
cabeza.

Ria.

Todo lo que podía procesar era cómo una vez le había dicho a
Avery que mi “enamorado” de la biblioteca era el único que me
llamaba Ria.

Inconscientemente, sabía que Avery no diría una palabra a nadie,


pero esa no era la cuestión. Había tantos problemas en este
momento que no podía pensar bien en cuál abordar primero.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado cuando escuché


a Avery mencionar que me llamaba Ria. Dios mío. Me iba a poner
enferma.

—Encantada de conocerlo, entrenador —terminó diciendo Avery


con una mega sonrisa.

—Lo mismo digo. —Volviéndose hacia mí, Kova dijo—: Tengo que
buscar algo de mi auto. Saca las muñequeras y reúnete conmigo en
el gimnasio rápidamente. —Asentí con la cabeza mientras salía por
la puerta principal.

Levantando mis ojos aprensivos hacia los de Avery, me preparé


para lo peor, pero en su lugar me encontré con una sonrisa de
Cheshire.

—Tienes que explicarte —dijo con su mejor voz de Ricky Ricardo.


Fue terrible.

—Avery.

Me puso una mano reconfortante en el hombro.

—Shh. —Bajó la voz—. No digas nada más. Tu secreto está a


salvo conmigo. Pero puedes apostar a que voy a esperar hasta que
te vayas a comer para que podamos hablar.

Le di una sonrisa de agradecimiento.

—Solo una pregunta —dijo.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Sí?

—¿No podías ir por ese bombón, Hayden? ¿Tenías que ir por él?
¿Intentas que te den una patada en el culo?

Se me escapó una risita baja y Avery también se rio.

—Simplemente ocurrió.

Ella pasó el pulgar por encima de su hombro y me miró fijamente.

—Eso no ocurre sin más. Hayden pasa. No Labios de Pez.

Apreté los labios, fingiendo una sonrisa.

La cara de Avery cayó.

—Oh, Dios. ¿Qué estás ocultando?

—Puede que con Hayden haya pasado algo.


Sus ojos se abrieron de par en par y me dio un golpe juguetón en
el brazo.

—¡Ahora tienes que explicarte muy bien!

El sonido de una voz profunda nos hizo mirar por encima del
hombro hacia la ventana. Kova estaba fuera paseando de un lado a
otro con su teléfono móvil. Miraba al cielo furiosamente, agarrando
el teléfono mientras una retahíla de ruso salía de sus besables
labios. Lo único que pude distinguir fue el nombre de Katja. Mi
corazón se aceleró y empecé a sudar.

—Será mejor que vuelva al trabajo. Puede ser un auténtico


imbécil cuando quiere.

Avery asintió y volvió a sentarse.

—Ve.

Caminando hacia el despacho de Kova, abrí la puerta y me dirigí


a su escritorio de madera de cerezo.

Deslizando el cajón central, busqué las muñequeras, moviendo


bolígrafos y clips de un lado a otro. Comprobé el cajón de la
izquierda volviendo a buscar, pero no encontré nada. Seguí
adelante y abrí otro cajón, pero algo impidió que se abriera por
completo. Agachada, me puse a la altura de los ojos del cajón y metí
la mano dentro, intentando mover lo que estorbaba y tiré de él para
abrirlo, revolviendo las cosas por el profundo cajón en busca de las
muñequeras. Su cajón era un desastre y necesitaba urgentemente
ser organizado.

Un papel ligeramente arrugado llamó mi atención y pude ver mi


nombre garabateado en él con un grueso marcador negro. Me debatí
entre abrirlo o no. Me puse lentamente de pie con la espalda recta
y el papel hecho una bola en la mano.

No era asunto mío, pero la curiosidad se apoderó de mí.

Mi queridísima Ria,

Me encuentro pensando en ti más que nunca, sabiendo muy bien


que es más que inmoral.
La mayoría de los días no sé qué hacer conmigo mismo. Estoy
enfermo, enfadado y, sobre todo, me siento culpable por desearte de
una forma que no debería. Me odio por ello. Me repugna y sé que está
mal a muchos niveles. No debería haber un fuego que hierve dentro
de mí cada vez que mis dedos agarran tu cuerpo en un esfuerzo por
entrenarte. El asombro por mis pensamientos no es ni siquiera un
rasguño en la superficie.

He intentado desesperadamente mantenerme ocupado, no mirar


en tu dirección cuando estás trabajando con otro entrenador, pero he
fracasado estrepitosamente. Siempre estás ahí, en mi mente, en mi
vista.

¿Pero lo peor de todo? Algunos días me importa una mierda que


esté mal. Algunos días permito que mis pensamientos divaguen y
finjo que realmente no eres menor de edad. Porque he visto cómo me
miras, lo siento en el tacto de tu mano sobre mi cuerpo. Sé que en el
fondo me deseas tanto como yo a ti. Mi cuerpo cobra vida con un
anhelo tan insondable al pensar en tu inocente lengua acariciando
mi piel, tus tímidas manos recorriendo mi cuerpo. Has creado un
profundo dolor que no puedo saciar. Tus ojos verdes e iridiscentes
me cautivan. Tu impulso de no rendirte nunca, por mucho que te
presione, me inspira. Me emocionas, Ria. Me das muchas ganas de
arriesgarme y ver qué pasa. Algo tan pequeño como una conversación
contigo me hace olvidar nuestra situación.

Sería el más dulce pecado tenerte solo una vez. Pero un beso
llevaría a otro, y a otro, y entonces mis manos recorrerían tu cuerpo
perfecto y juvenil, como ya lo ha hecho.

Y me temo que no podré detenerme la próxima vez. Quiero sentir


tus labios pegados a los míos, tu carne desnuda sobre mí. Nuestro
sexo impregnado de calor saturando el aire mientras tomo tu cuerpo
apretado. Esto ni siquiera toca las cosas que siento, y quiero, hacerlo,
sabiendo al mismo tiempo que está tan mal. Moralmente incorrecto.
Inapropiado. Por no mencionar que va contra las reglas. Y la ley.

Dios mío, haces un lío en mi cabeza cada vez que estás cerca. Tú,
mi dulce Adrianna, eres pura tentación. Sé que no debería desearte.
Ni siquiera debería pensar en ti de esta manera, pero parece que no
tengo autocontrol cuando se trata de ti.
Oh, pero las repercusiones valdrían tanto la pena. Incluso te
dejaría marcar el ritmo. Al principio.

¿Ves lo que quiero decir, Malysh? Estoy enredado, no puedo


pensar con claridad. Y si no libero esta necesidad que late dentro de
mí, quién sabe qué pasará.

Odio pensar en ti de esta manera, que me hagas esto. No es ético.


Soy un hombre que no puede aguantar mucho y esperaba que poner
mis pensamientos por escrito me ayudara a lidiar con la situación.

Me gustaría poder darte esta carta para que pudieras ver la


agitación interior con la que me acosan a diario, pero no puedo correr
el riesgo. Podría perderlo todo si alguien se enterara.

Por ahora, Katja tendrá que hacerlo. Pero no estoy seguro de


cuánto tiempo podré reprimir esta necesidad que tengo de ti.

Oh.

Mi.

Dios.

¿Qué demonios acabo de leer?

Encontrar esta carta era lo último que esperaba en un millón de


años. El desconcierto nubló mi cabeza mientras me quedaba en
estado de shock mirando el trozo de papel entre mis dedos
temblorosos. El entrenador Kova tenía estos pensamientos sobre
mí, y Katja tenía que frenar sus necesidades. Los mismos
pensamientos que yo tenía de él casi todos los días.

Vale, no exactamente los mismos, pero sí parecidos.

Joder.

Kova tenía sentimientos profundos por mí y un estado de deseo


que solo él podía comprender, porque ahora mismo, me estaba
volando la cabeza intentando comprender hasta dónde llegaba. Pero
la idea que Katja fuera la que recibiera esos profundos deseos no
me gustaba. Los celos brotaron en mi interior como un árbol con
raíces que crecen a cámara lenta. Se deslizó por mis nervios y me
apretó el pecho.

Con las manos temblorosas, volví a buscar las muñequeras en el


resto del cajón. Me levanté y miré a mi alrededor, pensando que tal
vez estaban en el suelo o en una estantería, pero de nuevo no
encontré nada.

Expulsando una gruesa bocanada de aire, volví a entrar en el


gimnasio con los ojos fijos en el suelo y la carta doblada con fuerza
en la mano. No quería hacer evidente que había algo mal, pero no
podía hacer contacto visual después de su confesión secreta.

Apreté el papel con más fuerza en la mano, frustrada por el hecho


que no pudiera decirme esas palabras a la cara. Tenía que escribir
sus sentimientos en un papel donde cualquiera pudiera
encontrarlos. Habíamos sido francos, honestos y comunicativos el
uno con el otro en numerosas ocasiones, era la base de nuestra
conexión desde el principio. Al menos, supuse que así era.

Dios. La carta era profundamente personal. Pero el motivo por el


que la dejó en su escritorio a riesgo que alguien la encontrara me
desconcertó. La única razón lógica para guardarla sería que él y
Katja vivían juntos y no quería que lo descubrieran. Aun así, eso no
era suficiente a mis ojos. Lo último que quería era que me
cuestionaran sobre mi relación inapropiada con mi entrenador. No
estaba segura de cuánta gente entraba en su despacho a diario,
pero si alguien hubiera encontrado esa carta, sería nuestro fin.
Gimnasia. Mi vida. Su vida.

Al abrir la puerta con el sonido de alguien aterrizando un pase de


volteretas en el tapiz, me mordí el labio en carne viva mientras me
dirigía a Kova. Mi corazón se aceleraba, mi piel se erizaba de
ansiedad. Esta iba a ser la conversación más incómoda de la
historia del mundo.

—¿Kova? —Me miró cuando me acerqué—. No he encontrado las


muñequeras.

—Bueno, entonces no has buscado lo suficiente porque están ahí.


Me sonrojé, sintiendo náuseas.

—Um, sí busqué lo suficiente, pero uno de tus cajones estaba


atascado y yo... um, —empecé a tartamudear—. Yo, um...

—Tú, um, ¿qué, Adrianna? Escúpelo —se burló, pasando las


manos en círculos diciéndome que me diera prisa. Bajando la voz a
un susurro, dije:

—Algo impedía que el cajón se abriera. Cuando por fin pude


abrirlo y sacarlo, encontré esto.

Cuando le tendí la mano, miró el papel blanco arrugado.

—No te aconsejo que lo abras aquí. Tienes que deshacerte de él,


quemarlo, o algo, lo que sea. —Vi cómo se formaba lentamente una
expresión de confusión entre sus ojos—. Por favor —le rogué en voz
baja.

Al principio no parecía saber lo que era, luego la conmoción y la


revelación se mostraron en su rostro. Miré a mi alrededor,
asegurándome que nadie pudiera oír nuestro intercambio. Nadie
miró hacia nosotros y, si lo habían hecho, parecía que Kova me
estaba instruyendo en algo. Sus mejillas se sonrojaron, pero
rápidamente se puso blanco como un fantasma y me arrebató el
papel de la mano, metiéndoselo en el bolsillo.

—¿Cómo te atreves a leer esto? —apretó entre los dientes.

Me quedé boquiabierta.

—¿Cómo me atrevo? Quizá no debería haberlo leído, pero vi mi


nombre en él. ¿Cómo te atreves a dejarlo en tu escritorio para que
lo encuentre cualquiera? Tienes suerte que lo haya encontrado yo
y nadie más —repliqué. Kova me miró con una intensidad a la que
no estaba acostumbrada—. Por favor, deshazte de él.

Respiró hondo y me miró fijamente.

—¿Estás segura que las muñequeras no estaban en el cajón?

Sacudí la cabeza, perpleja una vez más. ¿Iba a ignorar su


pequeña nota de amor?
—Segura. No pude encontrarlas. ¿Qué vas a hacer al respecto?

Kova se frotó la mandíbula con la mano, con los ojos distantes.

—Me ocuparé de esto esta noche.


Capítulo 45
—Excelente trabajo el de hoy, Ria. Estoy muy satisfecho contigo
—susurró Kova cerca de mi oído.

Me puso la mano en la cadera y me dio un golpecito antes de


alejarse. Luché por no mirar en dirección a su mano y no levanté la
cabeza para agradecer su comentario. Lo único que pude hacer fue
asentir con la cabeza. No estaba muy segura de lo que significaba,
ya que el entrenamiento de la mañana estaba a punto de terminar,
pero era lo primero que me decía desde que encontré la carta. A
menos que me estuviera entrenando, nunca me había tocado
abiertamente de esa manera e hizo preguntarme si se había dado
cuenta de lo que había hecho.

—¿Qué te dijo? —preguntó Avery cuando entré en el vestíbulo.

Perdida en mis pensamientos sobre las palabras elogiosas de


Kova y lo feliz que me hacían, miré fijamente a mi mejor amiga
intentando descifrar lo que había dicho. Ella estudiaba mi rostro
con una mirada inquisitiva y luego dejó de mirar mis manos
cubiertas de tiza.

—¿Qué? —pregunté.

—Tu entrenador. ¿Qué te ha dicho hace un momento?

Continué caminando hacia los vestuarios y ella me siguió.

—Nada... que tenía que pegar mi aterrizaje si quería añadir otra


habilidad —Dejé caer mi bolsa a mis pies y abrí la puerta de mi
taquilla. Cuando fui a ponerme los pantalones, Avery me puso una
mano en el hombro.
—Me cuesta creer que eso sea todo lo que ha dicho para que
tengas esa sonrisita en el rostro.

Se me cayó la cara y me temblaron las rodillas. Mierda. Se ha


dado cuenta de la sonrisa que creía haber ocultado. Y yo que creía
que estaba siendo hábil al no levantar la vista. Necesitando pensar
en algo rápidamente, dije lo primero que se me ocurrió.

—¿No te haría ilusión saber que se te permite añadir un medio


giro a tu salto después de trabajar en ella durante tanto tiempo? —
Terminé con una sonrisa de complicidad. Me petrificaba que
alguien nos escuchara.

Avery asintió lentamente con una mirada atenta. Hizo una pausa
y dijo:

—Estás mintiendo. Sé que estás mintiendo.

Cerré los ojos.

—Aquí no, Ave. Espera a que entremos en el auto. ¿De acuerdo?

Ella aceptó y se echó atrás.

Pensé en las palabras de Kova y en lo que podían significar


mientras me ponía la chaqueta con cremallera. “Excelente trabajo
hoy, Ria. Estoy muy satisfecho contigo”. Nunca me había felicitado
hasta ese punto.

No llevábamos más de diez segundos en mi todoterreno cuando


Avery dijo:

—Bien, será mejor que empieces a soltarlo ya. Quiero saber cada
pequeña cosa que ha pasado y no te dejes ningún detalle. Si me
entero que lo haces. —Hizo una pausa y miró al frente, pensando
en sus siguientes palabras—. Pues no sé lo que haré, pero te haré
algo.

Reprimiendo una risa, puse los ojos en blanco. Intentaba sonar


tan intimidante y no lo era en lo más mínimo.

—¿Quieres todos los detalles jugosos?


—¡Lléname el vaso! —exclamó, extendiendo la mano como si
estuviera sosteniendo una taza. Sacudí la cabeza con una leve
sonrisa. Levantó la rodilla y se giró para mirarme.

—No sé por dónde empezar —dije, saliendo de World Cup y


conduciendo hacia la carretera principal.

—¿Qué tal por el principio?

Respirando profundamente, exhalé.

—Realmente no pasó nada... Nos besamos. Gran cosa.

—Umm, eso es algo enorme. Enorme. Así que cada vez que
mencionaste a tu chico de la biblioteca, era realmente Kova. Y
teniendo en cuenta el hecho que retuviste al chico de la biblioteca
durante unos meses hasta que cediste, esto ha estado sucediendo
mucho más tiempo de lo que sé.

Me mordí el interior del labio.

—Sí.

—Bien, otra mentira. Entonces pasó algo más que un beso. ¿Los
orgasmos fueron de él?

Gemí y ella me golpeó el brazo.

—Deja de hacerme reconstruir y hazlo por mí. ¿Tuvieron sexo?

La miré.

—No, no tuvimos sexo. Sinceramente, Ave, ni siquiera sé cómo


sucedió. Mira cómo trabajamos juntos, cuántas horas pasamos a
solas, seis días a la semana. Simplemente empezamos a hablar un
día durante una sesión privada y continuó a partir de ahí. En
realidad es un tipo muy decente cuando no está en modo
entrenador. Hablar con él es algo natural... me gusta.

Le conté todo lo sucedido mientras conducía hacia nuestro


destino, sin omitir un solo detalle o palabra, incluida la nota que
acababa de encontrar horas antes. En el fondo, Avery era de fiar,
pero contárselo me aterraba debido a la naturaleza de la situación,
otra razón por la que me lo guardé para mí. Sin embargo, no podía
pasar por alto este desliz. Y sorprendentemente me quitó un peso
de encima.

Al entrar en un centro comercial, aparqué la camioneta y miré.


Avery estaba sentada con cara de piedra. No movió ni un músculo
mientras miraba por el parabrisas delantero.

—¿Avery? ¿Estás bien?

Se giró lentamente hacia mí, al estilo exorcista, y dijo en voz baja:

—Vas a ir al infierno por esto.

Se me cayó la cara y le di un puñetazo en el brazo.

—No, no lo haré. Deja de actuar como una tonta. Vamos a comer.


Tengo poco tiempo.

Las dos salimos de un salto y caminamos una al lado de la otra


hacia un pequeño restaurante al aire libre. Después de un
entrenamiento tan agotador, estaba hambrienta, pero mi estómago
estaba hecho un nudo, así que probablemente lo mejor era una
ensalada.

—Mi copa está rebosante, Ria, a punto de desbordarse. No he


cogido un vaso lo suficientemente alto. Además, no creo que haya
uno lo suficientemente alto para el zumo que me has servido. No
estaba preparada para esta avalancha de pensamientos que se
están desarrollando como una maratón en mi cabeza, —exclamó
exageradamente.

—No seas tan dramática.

—Por favor, dime que no tienes sentimientos serios por él —


suplicó una vez que estuvimos sentadas. Miré a mí alrededor en
busca de oídos atentos y agradecí que las mesas exteriores
estuvieran algo vacías.

—La verdad es que no lo sé. ¿Me gusta? Sí, más de lo que debería.
Y antes que digas otra palabra, créeme, sé lo moralmente incorrecto
que es. Pero no puedo evitarlo.
—Sabes que esto no tiene futuro, ¿verdad? Simplemente no es
posible.

Me encogí de hombros.

—Eres inteligente, piénsalo. —La angustia marcó su rostro. Avery


tomó un sorbo de agua—. ¿Piensas tener sexo con él?

Le dije la verdad.

—No lo planeo, pero si simplemente sucede, entonces supongo


que lo haré. Sí.

Me miró de forma cómica.

—No sucede así como así, Adrianna. No puedes caer


accidentalmente y que una polla se deslice dentro de ti. No funciona
así.

—Shh... —dije con un dedo presionando mis labios sonrientes.

—¡Pues no funciona!

Antes que Avery pudiera continuar, una camarera apareció en


nuestra mesa. Tomó nuestros pedidos de comida y luego se volvió
hacia mí.

—¿Qué tipo de aderezo quiere con su ensalada? —La camarera


enumeró una lista de aliños cuando Avery habló por mí.

—¡Ella quiere el ruso! Le encanta esa consistencia ligeramente


picante, espesa y cremosa en la boca.

Me quedé boquiabierta y mis mejillas estaban más calientes que


nunca. Le lancé una mirada asesina a mi mejor amiga y me
pregunté de dónde demonios había salido. La camarera me miró
desconcertada y lo confirmé con una sonrisa de labios apretados.
Pedí el aderezo aparte y el pollo a la parrilla para añadirlo.

—Eres un estúpida, lo sabes —dije cuando la camarera se alejó.

Avery se rio a carcajadas.


—¡Tenía que hacerlo! Bien, escucha, voy a hacer de abogado del
diablo un minuto.

—Oh, Dios.

—Aunque me molesta bastante que no me lo hayas dicho,


entiendo perfectamente por qué no lo hiciste. Probablemente yo
habría hecho lo mismo. La cosa es que, sea lo que sea lo que está
pasando entre ustedes dos, realmente consideraría detenerlo ahora.
No se trata de un tipo mayor que conociste al azar en un gigantesco
edificio de rascacielos en el que ambos trabajan. Se trata de un
entrenador que tiene un negocio reputado y una novia estable. Por
no mencionar, esa molesta diferencia de edad. Tal vez si fueras
mayor, entonces no diría nada. Pero no lo eres. Tienes que pensar
realmente en tus acciones y en las ramificaciones a las que se
enfrentan si los pillan. Podría ponerse feo. Sería prudente parar
mientras se está a la cabeza en lugar de tirarlo todo por la borda
con el sabor del mes.

—¿Sabor del mes? Avery, ¿de dónde sacas esas frases?

Ella sonrió, encogiéndose de hombros.

—Mi madre.

—Lo sé, lo sé... Pero no lo sé. Quiero decir. —Respirando


profundamente, exhalé y miré al estacionamiento. Tenía tanto peso
sobre mis hombros y, a pesar de decírselo a Avery, todo volvía.

—No quiero tener estos sentimientos por él, y llámame loca, pero
tampoco creo que él los quiera por mí. Pero después de leer esa
carta, está clarísimo lo que siente. Es como si fuéramos tan
conscientes el uno del otro cuando estamos en la misma habitación,
que es difícil de ignorar. Es mi maldito entrenador. Mucha gente se
sentiría herida, e independientemente de lo correcto o incorrecto,
estos no son sentimientos del sabor del mes.

—Aid, solo eres una adolescente. No te pasaría nada grave. Está


arriesgando su vida al hacer esto.

—Lo sé, y yo perdería la gimnasia, él puede perder mucho más.


—Hice una pausa—. ¿Crees que todo está en mi cabeza?
—No, pero tal vez hay un poco de enamoramiento que lo impulsa.
Buen aspecto, cuerpo de piedra, gimnasta olímpico... —se
interrumpió con una ceja levantada—. ¿Qué no puede gustarte de
eso? Habría que estar ciega para no sentirse atraída por él. Incluso
en las fotos que busqué cuando lo conociste, me quedé alucinada.
¿En persona? No hay palabras. Es precioso.

—Tiene que saber lo que hace y el riesgo que corre, ¿no? —


pregunté.

—Esa es la cuestión. Uno pensaría que lo sabe... y tal vez lo sabe


y tal vez no le importa. Los hombres no piensan con la cabeza
adecuada. Él sabe cuántos años tienes, eso es seguro. El sentido
común dice que la bandera roja se mantenga alejada, pero su polla
está como, ¡chica joven y caliente, adelante! —Su espalda se
enderezó y señaló por encima de mi hombro.

Miré a mí alrededor para ver si alguien oía el falso acento


británico de Avery.

—Deberías ser una comediante con todas las voces y recreaciones


que haces. ¿Era eso de la película Titanic?

—Seguro que sí —dijo orgullosa.

La camarera trajo nuestros almuerzos. Quité los croutons y rocié


la ensalada con muy poco aliño. Había mucha grasa y mierda en
este aderezo, algo que mis muslos no necesitaban.

Tomando un bocado, mastiqué lentamente mientras pensaba en


nuestra conversación y en mis sentimientos hacia Kova.

—Voy a seguir la corriente y ver a dónde nos lleva. Mientras


seamos discretos, deberíamos estar bien.

—Deberíamos, es la palabra clave. Solo ten cuidado —dijo ella y


yo asentí—. No quiero que te hagan daño... o que se lo lleven
esposado.
Capítulo 46
Toc, Toc, Toc.

La confusión marcó mi rostro cansado mientras intentaba


averiguar quién llamaría a mi puerta a las nueve de la noche. Me
quité el edredón de encima y miré mi ropa mientras mis pies se
deslizaban por la alfombra de felpa. Unas bragas negras de bikini y
una camiseta de tirantes rosa pálido recortada no eran el atuendo
adecuado para recibir visitas. Era bastante fina y, si me fijaba bien,
podía ver el contorno de mis pechos.

Sin embargo, no pensaba abrir la puerta. Hasta que miré por la


mirilla y vi a Kova.

Dios mío. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? El corazón me


golpeó con fuerza contra las costillas antes de caer en las tripas.
Respirando profundamente, exhalé y abrí los dos cerrojos y tiré de
la puerta. El aire fresco me acarició la piel.

Kova estaba de pie con un brazo apoyado en la cornisa de la


puerta. Su cara estaba inclinada hacia abajo, con la desesperación
escrita en él y me golpeó como una tonelada de ladrillos. Me dolió
el corazón por él. Iba vestido con unos jeans oscuros y una camisa
negra. Un cuerpo firme rellenaba su atuendo y cuando levantó la
cabeza, mis labios se separaron.

—Kova —susurré, mirando fijamente a unos ojos tan oscuros


como la selva—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Un gruñido brotó de su garganta, levantando la parte superior de


su labio. Miró a través de sus negras pestañas.

—¿Así es como siempre abres la puerta? —preguntó antes de


empujar hacia dentro.
—Sí, por favor, entra. —El sarcasmo goteaba en mis palabras—.
Para tu información, esto es lo que me pongo para dormir. No te
esperaba a ti, ni a nadie más. —Hice una pausa y lo miré
desafiante—. Y esto no es muy diferente de lo que me pongo en el
gimnasio —respondí, cerrando la puerta y echando el pestillo.

Al darse la vuelta, Kova recorrió mi cuerpo con una mirada


acalorada, y sus ojos se posaron en mi pecho. Seguí su mirada y
me di cuenta que mis pezones eran pequeños guijarros duros por
el aire fresco. Suspiré para mis adentros. Odiaba que eso ocurriera.

Me aclaré la garganta, crucé los brazos sobre el pecho y me pare


con seguridad.

—¿Hay alguna razón para que estés aquí?

—Tenemos que hablar y no quería hacerlo en el gimnasio. Creo


que ya sabes de qué.

Asentí y pasé junto a él hacia la cocina. Kova me siguió de cerca.


Abriendo mi nevera de acero inoxidable, tome una botella de agua
de Aloe.

—¿Quieres una? —le pregunté por encima del hombro, pero sus
ojos estaban puestos en mi trasero. Ver que ejercía un poco de
poder sobre él me hizo sentir bien, y sonreí. Sabía que no debería
gustarme que me mirara, pero secretamente me encantaba que lo
hiciera, así que arqueé la espalda y, naturalmente, empujé mi
trasero hacia fuera para darle más vista mientras alcanzaba la
bebida.

—No.

Me di la vuelta y me apoyé en la nevera, doblando la rodilla para


que mi pie descansara sobre ella. Me quedé callada y esperé a que
explicara su presencia.

—¿Puedes ponerte algo de ropa primero?

Escupí sobre el agua que estaba bebiendo, el dorso de mi mano


subió para limpiar mi barbilla.
—¿Hablas en serio? —vocifere en una carcajada—. De nuevo, esto
no es diferente de lo que llevo en el gimnasio todos los días. Por no
mencionar que has visto otras partes de mi cuerpo que nadie más
conoce.

Me fulminó con la mirada.

—No, no lo es. Ni de lejos.

—Sí, lo es. No me estoy cambiando. Estoy cansada, y cuando te


vayas me iré directamente a la cama. Después de llevar un leotardo
asfixiante todo el día en el gimnasio, esto es mucho más cómodo,
ligero y pareciera que no llevo nada puesto. Mi cuerpo necesita
respirar.

Kova parecía estar luchando por respirar él mismo.

—Te pido por favor que te pongas algo.

Respirando profundamente, puse los ojos en blanco y me dirigí a


mi dormitorio y cogí una camiseta de gran tamaño que me
encantaba. Me la puse por encima de la cabeza, sin molestarme en
quitarme primero la camiseta. Cuando volví a entrar en el salón,
Kova estaba sentado en el centro de mi sofá. Estaba inclinado hacia
atrás, con los ojos cerrados, las manos apoyadas detrás de la cabeza
y las piernas abiertas. Estaba tenso, estresado al máximo, y el aire
estaba cargado de ansiedad.

Me acerqué al sofá y me senté en el reposabrazos con la rodilla


apoyada. Kova me miró con ojos pesados y suspiró con fuerza,
pasándose una mano por la cara. Se llevó la mano al bolsillo
trasero, sacó una bolsa de plástico y me la entregó. Las
muñequeras.

Una suave sonrisa alivió mi rostro y mi corazón se ablandó.

—Gracias por esto.

Asintió con la cabeza.

—Estas deberían ayudar a tus muñecas mucho mejor que toda


esa cinta que llevas. De hecho, no deberías necesitar cinta adhesiva
con estas. Son más grandes y largas, más duraderas y con
acolchado extra. Pruébalas. Si te gustan, te pediré más.

—Esto fue muy dulce de tu parte. Gracias... —Hice una pausa,


tragando saliva—. ¿Kova? —Sus ojos, cielos, me golpearon con
fuerza cuando me miró. La angustia los llenaba—. ¿Trajiste la
carta?

Negó con la cabeza y, por alguna razón, me dolió el corazón por


él.

—Me encargué de ella para que no tengas que preocuparte más.


Se ha ido para siempre.

En silencio, le pregunté lo que había estado en mi mente toda la


tarde.

—¿Por qué lo escribiste?

Se encogió de hombros, mirando al techo.

—¿Por qué? —Insistí.

—¿Momento de debilidad? Había estado bebiendo... Fue un


descuido por mi parte. —Se aclaró la garganta y dijo—: Después de
la muerte de mi madre, vi a una terapeuta durante un tiempo. Me
sugirió que podría ser terapéutico si escribía mis sentimientos en
un papel. Al principio pensé que era la cosa más ridícula que había
oído nunca, hasta que un día lo intenté y me sentí un millón de
veces mejor. Desde entonces lo hago. Un hábito, supongo.

Fui aún más consciente de su presencia en mi apartamento. Me


puse de rodillas y me senté hacia atrás, tratando de aliviar la
repentina palpitación entre mis piernas.

—Kova, tu carta podría haber hecho que nos atraparan.

—Créeme, Adrianna, soy muy consciente de ello.

—No tienes más copias, ¿verdad? ¿Como si tal vez la hubieras


reescrito varias veces y la hubieras tirado al cubo de la basura que
todavía está en tu despacho?
Me dedicó una sonrisa divertida. Levanté las manos.

—Oye, solo estoy tratando de cubrir todas mis bases.

—No, esa era la única. Por lo general, todo lo que necesito hacer
es una y ayuda.

—¿Te... te ayudó escribir sobre mí?

Mirándome directamente a los ojos, no dudó.

—No.

—¿Ni siquiera un poco?

—Solo lo empeoró. —Sacudió la cabeza, desconcertado. Tenía las


manos apretadas por encima de las rodillas—. Veo tu impulso día
tras día y me alimenta.

—Pero todas las chicas tienen el mismo impulso.

—No, tienen amor por el deporte y eso es lo que las impulsa. No


todas las gimnastas quieren ser profesionales. Algunas se
conforman con retirarse después del instituto y ni siquiera seguir
compitiendo en la universidad. Ninguna de ellas quería los Juegos
Olímpicos como tú porque saben lo pequeña que es la ventana de
oportunidades. Ahí es donde compartimos los mismos objetivos, el
mismo espíritu. Me recuerdas a mí mismo. Veo en tus ojos la
determinación de seguir adelante a pesar de los obstáculos que se
te presentan.

Se me revolvió el estómago con su admisión. Principalmente por


el hecho que todo este tiempo me ha visto de una forma totalmente
diferente a la que yo creía. Había asumido que me despreciaba, que
detestaba el suelo que pisaba, cuando en realidad era todo lo
contrario. Eso movió algo en lo más profundo de mi ser y, por un
momento, me sentí culpable de todo.

—Lo siento.

Los ojos de Kova se entrecerraron, la sorpresa brotó de ellos.


—No te arrepientas nunca de la pasión que vive dentro de ti. Es
un don que no se le da a todo el mundo. Es refrescante verlo.

Tragándome el nudo en la garganta, pensé en sus palabras en la


carta, en la sinceridad que había detrás de ellas. Escribió sus
sentimientos porque era incapaz de expresarlos de una manera que
le permitiera hacerlo. No era raro que uno escribiera sus emociones,
pero no pude superar el hecho que las ocultara tan bien... o que las
sintiera de esa manera.

Con palabras temblorosas le pregunté:

—¿Realmente... sientes eso por mí?

Cuando Kova me devolvió la mirada no ocultó sus emociones ni


sus sentimientos.

—Cada palabra.

Mis labios se separaron, un rubor de calor golpeó mi cuerpo con


fuerza. Su convicción me dejó sin palabras.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—No es tan sencillo. —Inclinándose hacia delante con los codos


apoyados en las rodillas, miró al suelo como si se avergonzara de
sus actos—. Si quieres entrenar con otro entrenador, lo entendería
perfectamente. Solo tienes que decirlo y cambiaré las cosas, lo haré
realidad.

—No. —Mi voz se quebró—. No quiero a nadie más que a ti. —Y


no lo hice. Era el mejor entrenador que había tenido.

—Lo harás igual de bien con otra persona en World Cup.

—No —dije, esta vez más desafiante.

Kova exhaló un suspiro compungido y se volvió hacia mí.

—Ria, creo que sería lo mejor. Esta cosa. —Barajó sus manos de
un lado a otro entre nosotros—. Esta cosa tiene que parar. Y
estando tú tan cerca de mí, yo entrenándote, tengo miedo de lo que
me depara el futuro. —La convicción era poderosa en sus ojos, sabía
que lo decía en serio—. Necesito que sepas que nunca... —Se pasó
la lengua por el labio inferior—. Nunca he hecho nada con otra
gimnasta como esto. Engañé a la mujer con la que pienso casarme
algún día. Podría perder todo lo que significa para mí. Podría perder
mi reputación, mi gimnasio. —Me quedé en silencio y lo dejé
continuar. A pesar del dolor y los celos que se extendían como un
incendio en mi pecho, escuchar que planeaba casarse con Katja me
dolía más—. Nunca quise aprovecharme de ti.

Tragué con fuerza.

—No lo hiciste.

—Eres menor de edad, Adrianna. Sé que no debo tocarte. Está


jodidamente mal. La culpa es mía.

Me puse un poco descarada porque no quería que él cargara con


todo el peso.

—Hiciste mucho más que tocar si no recuerdo mal. Me diste dos


orgasmos increíbles. —Me mordí el labio, el calor tiñó mis mejillas
pensando en cómo lo monté en la sala de baile. La habitación se
volvió sofocante y mi cuerpo empezó a hervir por su tacto—. Fue lo
más...

El fuego brilló en sus ojos cuando me cortó.

—Soy plenamente consciente de lo que hice —espetó.

—Entonces, ¿por qué tenemos que parar?

—¿Hablas en serio ahora mismo? —Kova se puso de pie y


comenzó a pasearse por mi sala de estar—. ¿No puedes comprender
la magnitud de la situación?

Me puse de pie y lo desafié.

—Sí que lo comprendo, pero no está mal si lo consiento. ¿No lo


comprendes?

Negó con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. El corazón me


latía salvajemente en el pecho. Todavía no estaba preparada para
que se fuera, no quería que se fuera.
—No me digas esas cosas. No es lo mismo, y aun así no está bien.

—Me gustó, Kova, y lo quería tanto como tú. No te culpes de nada.

Se detuvo en seco.

—Quieres. En tiempo presente.

Sonreí suavemente ante su corrección mientras se giraba y se


dirigía hacia mí. Kova me arrinconó contra la pared de mi salón.
Apoyó la mano en la pared e inclinó la cabeza hacia abajo,
presionando su frente contra la mía. La tensión irradiaba de él, la
lucha por alejarse clara como el día en sus ojos vacilantes.

—Ese es el problema. Todavía te deseo, Ria. —Respiró en mi


interior y me acarició la nuca—. No debería, pero lo hago, y es tan
jodidamente malo y enfermo. Y me encanta.

—Me encanta cuando dices mi nombre así —susurré con


sinceridad, mirando fijamente sus labios—. Tu acento es tan sexy.
—Puse mis manos en su firme pecho y las deslicé hacia arriba. Se
tensó, pero no le presté atención. Quería besarlo de nuevo, sentir
sus labios apretados contra los míos, su lengua enredada con la
mía. La forma en que me besaba, tan hábil y dominante, me
encantaba el dominio que ejercía. Nadie me había besado nunca
como él. La confianza rugió en mí, así que me agarré y di un salto.

Mi corazón persiguió la anticipación mientras acortábamos la


distancia. Los rostros se inclinaron, tocamos ligeramente los labios
y gemí dentro de él. Mis manos se enredaron en su cabello mientras
él colocaba sus manos en mis caderas y me mantenía quieta. Su
pulgar dibujó pequeños círculos en mi pelvis, provocando la
humedad entre mis muslos. Apreté las piernas, tratando de aliviar
el repentino dolor.

No me rechazó como yo temía. Todo lo contrario.

—¿Me convierte en un pervertido desearte tan


desesperadamente?
Capítulo 47
—No —respondí inmediatamente.

Porque no lo hace.

—Bien, porque si fuera así, bueno, me importaría una mierda. Te


deseo.

Acercándome todo lo que pude para que no quedara ni un


centímetro entre nosotros, me incliné hacia su fuerte cuerpo. Mis
pechos se apretaron contra su pecho y lo besé apasionadamente.
Él tomó la iniciativa y marcó el ritmo, y yo lo seguí, lo que me
recompensó con un apretón de su mano. Nuestras lenguas se
arremolinaron provocativamente, aumentando el deseo entre
nosotros. Sabía que esto estaba mal, pero no me importaba. No me
importaba que Kova pudiera meterse en problemas, no me
importaba que tuviera una novia con la que pensaba casarse algún
día. No me importaba nada más que este momento y ver a dónde
nos podía llevar.

Además, me gustaba hacerlo sentir bien.

Una de las manos de Kova bajó por mi costado hasta llegar a mi


espalda. Levantó la parte trasera de mi camisa para poder acariciar
mi trasero. Me lo apretó con fuerza, mordiéndome el labio inferior
al mismo tiempo. Puse los ojos en blanco y un leve suspiro se me
escapó de la garganta. Su tacto era increíble, como un millón de
pequeños besos que cubrían mi piel y me derretía en él. Sus caderas
se levantaron, las piernas se abrieron más mientras el bulto de sus
jeans me empujaba.

Mis manos rozaron sus firmes hombros y su pecho. Estaba


desesperada por sentir su piel bajo mi tacto. Le di un ligero apretón
y mis caderas se abalanzaron sobre las suyas. Presioné con fuerza
y, antes que me diera cuenta, Kova me quitó la camiseta de gran
tamaño y la tiró al suelo.

Cuando fui a inclinarme hacia él para obtener más, me detuvo


bruscamente y se apartó empujando mis manos hacia abajo. Sus
dedos bailaron delicadamente sobre mi clavícula hasta llegar al fino
tirante de mi camiseta, deslizándola por mi hombro. Mi respiración
se hizo más profunda, mi camiseta se levantó lentamente y mis
pezones se convirtieron en pequeñas puntas duras, mientras su
dedo giraba por mi pecho pero sin sobrepasar la fina tela. Su mano
se deslizó alrededor de mi cuello, agarrándome, sus dedos rozando
mi piel sensible.

—¿Por qué me haces esto, Adrianna? —dijo roncamente—. ¿Por


qué haces que te desee tanto? Me haces desearte de formas que
deberían avergonzarme.

—Yo no te hago hacer nada que no quieras.

—No, tienes razón, pero tampoco me facilitas que deje de hacerlo.


Solo presionas para que tome. Mis súplicas salen por la culata. Tú
tomas y yo quiero más, quiero darte más. Puedo verlo, pero no
puedo detener mis acciones —dijo con sinceridad mientras el otro
tirante se caía de mi hombro con su ayuda. Lo único que sostenía
mi camiseta eran mis pechos hinchados.

Mordiéndome el labio, pregunté suavemente:

—¿Sería tan malo?

—Más de lo que crees.

Respiré profundamente y arqueé la espalda, mis pechos se


elevaron ligeramente hacia él con mis caderas. Su dedo recorrió mi
piel tan suavemente, buscando claramente el permiso para bajar.
Observé la indecisión en sus ojos, la forma en que se formaba una
arruga entre ellos mientras luchaba consigo mismo. Sabía
distinguir el bien del mal. Una punzada de culpabilidad se apoderó
de mi corazón por burlarme de él.

Cuando tocó la parte gorda de mi pecho, volvió a pasarse la


lengua por el labio inferior. La mirada de sus ojos abrió un camino
de calor ardiente a través de mi acalorada carne. Kova me hacía
sentir deseada, querida, como si yo fuera lo único que importaba
en el mundo.

—Te deseo. —Negó con la cabeza, empujando mi camiseta hacia


abajo para que se viera la mayor parte de mi pecho, excepto el pezón
rosado. Su erección se tensó en mi estómago y me encontré cada
vez más mojada. Había algo tan deliciosamente prohibido en el
hecho de estar a solas con él en mi apartamento, donde nadie podía
encontrarnos, para hacer lo que quisiéramos. El corazón me latía
con fuerza contra las costillas y me preguntaba si él podría ver el
pulso que me latía en el cuello. Las bragas pegadas por la humedad
y su mano áspera y callosa que subía y bajaba por mi cintura no
ayudaba. A medida que mi pecho se elevaba, mi areola se deslizaba
más allá del borde de mi camiseta. Kova se detuvo mientras yo
contenía la respiración, y la piel se me puso de gallina.

—Las consecuencias podrían ser perjudiciales. —Me bajó


lentamente el resto de la camiseta, y el dorso de su dedo rozó mi
carne flexible—. Pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr —
gruñó, y luego cerró la boca en torno a mi pezón. Chupó con tanta
fuerza que mi cabeza voló hacia atrás y se golpeó contra la pared, y
yo gemí.

El cuello de mi camiseta se asentó bajo mis tetas, empujándolas


hacia arriba y juntas, él palmeó ambas e intentó chupar mis
pezones al mismo tiempo. Mi camiseta estaba suelta, los tirantes
alrededor de mis bíceps y rodeé su cintura con mis brazos. Metí las
manos por debajo de su camiseta y le pasé las uñas por la parte
baja de la espalda y los costados, llevando las manos por delante
hasta sus abdominales.

—Oh, Dios mío —gemí—. Eso se siente increíble.

—Me doy cuenta por la forma en que te frotas en mi polla. —Ni


siquiera me di cuenta que me estaba frotando en él, pero la deliciosa
fricción se estaba acumulando en mi interior y quería más.

Con su cabeza inclinada hacia un lado, me incliné y lamí un


rastro húmedo por su cuello. Me hizo enloquecer de deseo y no pude
detener el frenesí que me desgarraba. Ataqué su boca. Mis manos
estaban en todas partes, levantando su camiseta para sentir su piel
caliente contra la mía mientras lo amasaba y lo agarraba con todo
lo que tenía.

Kova se congeló, retrocediendo rápidamente hasta que estuvo a


medio metro de mí.

—¡Joder! —gritó, haciéndome retroceder.

—¿Qué pasa? —le grité. Hablando de hacer un giro de 180


grados. Sabía a dónde iba esto. El silencio nos envolvió mientras
nos mirábamos fijamente. Arriesgándome, actué por puro
instinto—: No quiero que pares. ¿Qué es lo que no entiendes?
Quiero esto —afirmé, añadiendo énfasis a querer—. Si no quisiera
esto, estaría haciendo todo lo contrario.

Un tic funcionó en la mandíbula de Kova.

—¡No sabes lo que quieres!

—¿Ah, sí? ¿Quién lo dice?

—No es nada para mí hacerte desear estas cosas. Sé dónde


tocarte y cómo. —La tortura capturó sus ojos—. Eres demasiado
joven para saber lo que quieres. Esto no es más que lujuria para ti.

Sacudí la cabeza en señal de desacuerdo.

—Tú hiciste esto. —Señalé mi pecho desnudo— a mí. —


Acercándome a él con los hombros hacia atrás, extendí la mano y,
con audacia, cogí su erección y la acaricié a través de los jeans. Sus
ojos se cerraron y se le escapó un profundo gemido. Su cuerpo se
endureció—. Y yo te hice esto. Si yo no quisiera esto, si tú no lo
quisieras, no habríamos llegado hasta aquí. —Abrió los ojos y le
dije—: Niégalo todo lo que quieras y vete a casa a follar con tu novia,
Kova. —Con una ceja perfectamente angulada, pregunté—: ¿No es
eso lo que decía tu carta de todos modos? Que tienes que follar con
tu novia porque no puedes follar conmigo.

Mi pulso palpitaba y me esforzaba por mantener las manos


quietas y parecer confiada. Nunca había sido tan provocadora
cuando se trataba de nosotros, pero estaba cansada que me tomara
el pelo y ya era hora que lo supiera. Todas sus idas y vueltas me
estaban provocando un latigazo.
Los ojos de Kova estaban pesados, con los párpados caídos. Dio
un paso hacia mí y yo retrocedí. Me apartó la mano de un manotazo.

—¿Sabes qué? Tienes razón. Quiero estar tan dentro de ti hasta


que grites. Quiero rodear mis caderas con esas pequeñas y ágiles
piernas y meterme todo lo que pueda. —Se acercó a mí hasta que
no pude retroceder más.

—Quiero ver tu rostro mientras llegas al orgasmo con mi polla


enterrada dentro de ti, con las manos por encima de la cabeza para
que no puedas impedir que me meta hasta el fondo. —Me agarró la
base del cuello, sus palabras desesperadas flotando en mi piel—. Y
lo más enfermizo es que quiero que me digas que no, quiero que
luches contra mí. Pero no importaría, ¿verdad? Tomaría de todos
modos. Porque ambos sabemos que es lo que quieres, ¿no es así?
—Me levantó y se dirigió furioso a mi dormitorio, arrojándome sobre
la cama y arrancándome las bragas de un rápido tirón antes que
pudiera descansar entre mis muslos.

—Espera. —No pareció procesar mi petición mientras una


sombra se deslizaba por sus ojos. Intenté cerrar las piernas, pero
Kova tenía otros planes. Su pulgar encontró mi sexo y todo el
sentido común abandonó mi cabeza.

Los ojos de Kova eran tan oscuros como el cielo nocturno


mientras recorría mi cuerpo.

—Eres tan jodidamente hermosa que duele. —Sacudió la cabeza


con incredulidad—. He intentado luchar contra ello, contra este
impulso en lo más profundo de mi ser, pero tú eres lo único en lo
que pienso, lo único que quiero. —Me agarró el interior del muslo y
me mordí el labio—. Tu tenacidad en el gimnasio, la persistencia de
no rendirte por mucho que te desgaste, eres fuerte, Adrianna. Eres
una luchadora, y eso me excita. Voy a mostrarte justo lo que tu
cuerpo necesita. —Hizo una pausa y añadió suavemente—: Eres mi
mayor debilidad. Desde el momento en que puse mis ojos en ti, he
estado luchando contra mi atracción.

Mi corazón se hinchó ante sus palabras.

Lentamente, se quitó los jeans y se quitó la camiseta. Se subió a


la cama y se acomodó entre mis muslos antes que pudiera ver bien
su longitud. Gemimos al unísono al contacto de la carne con la
carne. Mi corazón se aceleró, amando la sensación de su cuerpo
sobre el mío. La presión, el peso, el calor de nuestros cuerpos
fusionándose era una sensación que no podía describir. Por fin.

—Bésame —susurré, y lo hizo. Dios, lo hizo. Introdujo su lengua


en mi boca, tomándome una vez más por todo lo que tenía que dar.
Sus manos me agarraron las muñecas, manteniéndolas por encima
de mi cabeza, donde no podía tocarlo. Estar atada y luchar contra
su agarre era algo que nunca pensé que me gustaría, pero me hizo
cosas en la cabeza que me hicieron rendirme a todos sus caprichos.
Haciendo rodar mis caderas hacia arriba en una ola, me moví para
poder sentir su dura longitud deslizándose contra la parte interior
de mi muslo antes que acariciara sin prisa mi sexo. Suspiré sin
aliento ante el contacto.

—Por favor, dame más.

—Intento no hacerte daño —murmuró contra mis labios. Sus


codos estaban apoyados cerca de mis orejas, aprisionándome. Me
sentía segura y protegida en su abrazo y no podía imaginar que me
causara dolor.

Gimoteé y volví a rodar un poco más fuerte y más despacio. Fui


recompensada con un gemido sexy y profundo y un empujón contra
mi coño. Joder. Kova me hizo esto. Hizo que mi cuerpo lo deseara
de formas que nunca creí posibles.

—Si vamos a hacer esto, lo haremos a mi manera. ¿Entendido?

Asentí frenéticamente.

—Sí.

—¿Estás segura?

Mi corazón se desbocó contra mi pecho ante la idea de perder mi


virginidad esta noche. Deslizó su longitud desnuda sobre la
abertura de mi coño y yo inhalé con un jadeo, asintiendo. Estaba
empapada y ahora él estaba cubierto de mí.

El pecho de Kova vibraba contra el mío. El peso de su cuerpo y la


musculatura bajo su dura estructura eran estimulantes. Ser
dominada por un hombre así se apoderó de todos los pensamientos
racionales.

Colocó mis manos en el cabecero de la cama.

—Agárrate y no te sueltes. ¿Entiendes?

—Sí.

Kova se sentó y apretó la polla con la mano. Por fin pude echar
un vistazo real y vi pequeños vellos recortados en su pelvis que
desembocaban en un eje largo y grueso. Comenzó a acariciarse,
girando lentamente la muñeca por su longitud y apretando la punta
que era más oscura que el resto. Justo cuando pensaba que no
podía ser más grande, vi cómo crecía su longitud. Nunca me
cansaría de mirar el cuerpo de Kova, era una obra de arte. Era un
pecado, un hombre salvaje con lujuria, y me encantaba que yo fuera
la razón de ello.

Se inclinó y apretó su boca contra la mía en un beso brutalmente


duro, tirando de mi lengua hacia su boca. Deslizó su polla por mi
abertura para cubrirse y luego empujó hacia dentro.

Me estremecí. Mis piernas apretaron automáticamente su cintura


por el dolor de la intrusión.

Sin preámbulos. Sin burlas. Ningún juego previo.

Estaba preparada, pero seguía ardiendo.

Y, maldita sea, dolía como la mierda.

Pero no lo demostré.
Capítulo 48
No podía.

Él no necesitaba saber que yo era virgen. A los hombres no les


gustaba quitarle la virginidad a alguien porque suponían que las
emociones solían ir unidas y eso era algo que no podía dejar que
Kova pensara. El gemido que vibró contra mi pecho hizo que todo
valiera la pena.

Esta incómoda presión en mi interior era extraña y no era para


nada lo que imaginaba que se sentiría. Mis manos se aferraron con
más fuerza al cabecero de la cama mientras luchaba contra el dolor
punzante de sentir que me habían partido en dos, como si una
gruesa barra de acero me hubiera penetrado. Aunque me
encantaba el hecho de que por fin estuviéramos haciendo esto, al
mismo tiempo quería que se acabara. El dolor se intensificaba.

Quería decirle que se detuviera, que me diera un minuto para


poder adaptarme a su anchura, pero no lo hice. Lo único que se me
ocurrió hacer fue empezar a mover mis caderas para encontrarme
con las suyas. Aunque no sabía lo que estaba haciendo o cómo, no
hacía falta ser un científico espacial para saber cómo tener sexo.

Las manos de Kova volvían a estar en mis muñecas, agarrándolas


con tanta fuerza que realmente me dolía.

—Tan. Jodidamente. Apretada.

Créeme, lo sé.

Kova se retiró y volvió a introducirse, y juro que golpeó mi cuello


uterino al mismo tiempo que mi clítoris. Era dolor y placer
combinados, y por alguna extraña razón se sentía
sorprendentemente bien.

—Ria... Te sientes jodidamente increíble. —Respiró contra mi


cuello, acelerando mi pulso—. Mejor de lo que imaginaba.

—Tú también. —No sabía qué más decir.

—No puedo parar. —Una vena palpitaba en su cuello.

—No quiero que lo hagas.

—Estás tan apretada —dijo, mirando nuestros cuerpos unidos


mientras su polla se deslizaba de nuevo—. Y ni siquiera estoy
dentro del todo.

Kova se inclinó sobre sus codos y lamió un lento rastro húmedo


desde mi clavícula hasta mi oreja antes de llevarse el lóbulo a la
boca.

—Es casi como si fueras virgen —susurró antes de mirarme


inquisitivamente. Me quedé helada y me apreté a su alrededor. Me
mordió el hombro con un suspiro mientras me apretaba más. Un
aliento caliente se le escapó y su cabeza cayó sobre mi hombro.
Kova gruñó, cerrando los ojos mientras su placer me golpeaba en
oleadas por la vibración de su pecho. Nuestra relación estaba ligada
a la honestidad. No iba a mentir y decir que no era virgen. Y si había
omitido algo tan importante, no podía imaginar la decepción que
sentiría. Así que lo besé seductoramente con fuerza, poniendo todo
de mi parte. Él respondió perfectamente. No había forma que lo
supiera.

Kova gimió cuando se apartó.

—Joder, sí.

En lugar de concentrarme en el dolor punzante, que me estiraba


y desgarraba, me concentré en el gozo del dolor, el agarre de mis
muñecas, la forma en que me besaba y el peso de su magnífico
cuerpo presionado contra el mío. Ejercía la presión justa para que
me sintiera bien, como si supiera exactamente cuánto aplicar. Las
dolorosas caricias se convirtieron en bienvenidas y empecé a
ablandarme. Mi pecho se alzó contra el suyo y mis pezones
endurecidos rozaron su piel caliente.

Levantándose sobre los codos, me miró a los ojos antes de tomar


mi rostro e inclinarse para besarme. Inclinando su boca sobre la
mía, su lengua se sumergió mientras su polla volvía a introducirse
en mi interior. La opresión con la que luchaba se estaba
desvaneciendo y por fin empezaba a disfrutar de ella.

—Eso es —susurró—. Te estás relajando.

—¿Se nota?

Sonrió con una mirada cómplice. Empujando más


profundamente, Kova lo mantuvo allí. Se me cortó la respiración y
me dio vueltas el labio inferior entre los dientes.

—Como ahora mismo. Puedo decir que me duele estar tan


adentro. Tienes una mordaza en mi polla.

Tragué.

—¿Te duele?

Resopló, todavía con la sonrisa de oreja a oreja.

—No, claro que no. Se siente muy bien.

—Nunca he estado con nadie... como tú. No estoy acostumbrada.


— Eso también era la verdad.

Acercando su boca a la mía, me besó profundamente.

—Relájate y déjame hacerlo —dijo contra mis labios, y yo accedí.


Tal vez percibió mi inexperiencia. No estaba segura de lo que era.
Estaba feliz que tomara el control.

Alargando la mano, Kova la enganchó bajo mi rodilla y la subió,


colocándola alrededor de su espalda mientras se acercaba un poco
más. Un suspiro escapó de mi garganta, entre un suspiro y un
gruñido. Era un ángulo diferente, pero las caricias suaves y
uniformes me hicieron disfrutar más de lo que creía posible cuando
llegó a mi clítoris.
Se deslizó con facilidad, borrando el dolor y sustituyéndolo por la
euforia. El placer me invadía por completo y solo podía pensar en
que Kova y yo estábamos teniendo sexo. Se me cortó la respiración
y gemí en su boca. Unos silenciosos jadeos escaparon de mi pecho.
No había forma de detenerlo. No podía. La sensación que sacaba y
volvía a meter la mano me dejó sin aliento. Largas y profundas
caricias con la presión justa. La forma en que sus dedos se
entrelazaban con los míos, cómo sujetaba mis manos a la cama. La
forma en que su lengua se deslizaba por la columna de mi garganta,
tirando de mi piel. Y el modo en que sus caderas se aceleraban era
una vorágine de fuego que se estaba gestando en mi interior. Cada
vez que volvía a entrar, golpeaba mi clítoris... Y Dios, se sentía
jodidamente increíble.

Volviendo a arrodillarse, Kova agarró mis caderas. Sus manos


casi se tocaban por la poca anchura de mi cintura.

Mantuvo el ritmo constante mientras su pulgar se deslizaba


sobre mi clítoris y empezaba a frotar en círculos. Mis rodillas
saltaron por el inesperado contacto y mis caderas se levantaron de
la cama. Era demasiada estimulación, demasiadas sensaciones
recorriendo mi cuerpo, y no podía pensar con claridad.

Kova se quedó quieto dentro de mí. Con sus ojos fijos en los míos,
llevó cada tobillo a descansar sobre cada uno de sus hombros. Cada
posición me hacía sentir en un punto diferente dentro de mí, así
que cuando empezó a moverse de nuevo, cerré los ojos y contuve la
respiración.

—Concéntrate en el placer, Ria. Los ojos en mí.

Asentí con la cabeza, con el cuerpo húmedo. Su mano se aceleró


y sentí que el orgasmo aumentaba. Cada vez que entraba, su pulgar
giraba más rápido y cuando se retiraba, disminuía la velocidad. El
dolor desapareció y en su lugar se produjo el placer más absoluto.
Nada más. Me sentí elevada, como si flotara, sintiendo cada
centímetro, cada sensación que recorría mi cuerpo. Me
hormigueaban los dedos de los pies, el calor subía por mi columna
vertebral...

—Tan, tan bueno... —gemí—. Justo ahí...


Y antes que pudiera pronunciar otra palabra, un orgasmo me
recorrió y grité. Mis caderas se agitaron con fuerza contra las suyas,
encontrándose rápidamente con las de Kova, mientras yo me dejaba
llevar por el subidón. Una poderosa oleada me golpeó con tanta
fuerza que juro que vi estrellas mientras una dichosa ola de sexo se
apoderaba de mi cuerpo y me estremecía a su alrededor. No quería
que terminara. La increíble sensación que corría por mis venas era
un sentimiento indescriptible que hay que experimentar para
entenderlo.

—Puedo sentirte palpitando a mi alrededor —gruñó, con las


venas del cuello en tensión. Me sujetaba con fuerza las caderas y
las mantenía pegadas a la cama, encerrándome. Empujó una y otra
vez, llevándome lentamente a un estado de éxtasis, haciendo que
mi orgasmo fuera cada vez mayor.

Mis piernas se soltaron de sus hombros, cayendo sin vida sobre


la cama. Kova se derrumbó sobre mí, el peso de su cuerpo
fundiéndose con el mío era delicioso, y lo saboreé. Me agarré a su
cuello y sellé mi boca con la suya en un beso brutal. La gratificación
que me produjo hace unos momentos era algo que quería volver a
sentir.

Y pronto.

—Hazme sentir eso una y otra vez —le rogué contra sus labios.

—Malysh, no he terminado contigo. —Las caderas de Kova se


agitaron contra mí, sacando su polla por completo y volviendo a
meterla de golpe. La cabecera de mi cama se balanceaba contra la
pared con cada golpe. Con un brazo, levantó mis caderas de la cama
para que se elevaran mientras mis hombros seguían apoyados en
el colchón.

—Joderrrrr —una maldición salió de la boca de Kova. Su polla se


agitaba dentro de mí, y estaba casi segura que se puso más dura.

Dios, era hermoso en la agonía del calor.

Arqueando la espalda, me estremecí en su agarre, sintiendo cómo


mi humedad se filtraba por mis muslos.

Kova siseó y bajó la boca para morderme el pezón. Con fuerza.


Mi cuerpo se inclinó y grité cuando pasó su lengua por la punta
palpitante para volver a morderla. Mis manos abandonaron el
cabecero de la cama y agarré sus fuertes bíceps, clavando mis uñas
en su piel. Luego tiré de los mechones de su cabello mientras el
placer volvía a desgarrarme. Me balanceé con fuerza contra él,
ahogándome en el éxtasis que se apoderaba por completo de mi
cuerpo.

—Ria —su acento ruso era fuerte—. Correrme dentro de ti.

Al escuchar sus palabras, gemí en voz alta. Antes que pudiera


pensar en otra cosa, se salió y me dio la vuelta para que quedara
de cara a la cama. Me presionó la cabeza hacia abajo y tiró de mis
caderas hacia arriba con un tirón.

—Arquea la espalda, de cara a la cama. Ahora.

Luego me guio para que abriera las piernas dándome golpecitos


en el interior de los muslos. Agarrando mi pelvis, me levantó las
caderas y las inclinó para que no pudiera moverme. Su polla seguía
erecta y rozando mi muslo, y justo cuando creía que iba a volver a
metérmela, me dio un susto de muerte. Jadeé fuertemente y me
tensé.

Su cálida lengua se posó en mi coño, donde rodeó mi clítoris.

—Dios mío —suspiré cuando recorrió el centro y metió la lengua


más adentro. Con todo el pudor por la ventana, me balanceé contra
su boca. Inesperadamente, me apreté, sintiendo que una gran
cantidad de fluido se filtraba de mí. Tenía que tenerme toda en su
boca.

Con su mano todavía sujetándome, estaba a su merced. Pero me


importaba una mierda mientras me hiciera estallar de puro
arrebato otra vez.

Cuando creía que ya no podía aguantar más, Kova me sorprendió


de nuevo pasando su lengua por todo el cuerpo, acariciando mi
sensible capullo y luego apretando mis labios y succionándolos en
su boca. El placer me golpeó como una ráfaga de viento y me sacudí
contra su cara.
Con un último golpe, pensé que esta vez había terminado hasta
que pasó por mi sexo... y llegó a mi culo.

Me quedé helada. Por lo que a mí respecta, esta era una zona de


salida solamente. Si creía que iba a meter su enorme polla ahí
cuando terminara de lamerme, pues se merecía otra cosa.

Con una mano en cada mejilla, las abrió.

—¿Kova? —pregunté con la respiración agitada.

—Shhh...

—Kova. —Estaba a punto de decir que parara, pero cuando


presionó su lengua contra mi agujero y empezó a frotarme con su
boca. Casi me muero.

—¿Qué... qué estás haciendo? —pregunté sin aliento contra mi


edredón.

Casi lloré por la presión que sacudía mi cuerpo. No podía creer


que fuera a admitirlo, pero lo que estaba haciendo era muy
estimulante. Mis manos se aferraron a la manta mientras él
golpeaba las terminaciones nerviosas que parpadeaban por mi
cuerpo. Ni en mis sueños más salvajes habría imaginado la
avalancha de sensaciones que me atacaban mientras me lamía el
culo.

Kova me ignoró. En cambio, se sentó y se alineó con mi dolorido


sexo.
Capítulo 49
—¿Adrianna?

—Hmm...

—Respira profundamente. —Mi pecho se expandió—. Ahora,


exhala. Esto va a doler, pero valdrá la pena.

Kova apretó una mano en la espalda y se introdujo en mí en un


largo y rápido deslizamiento. Duele, tiene razón. Dios todopoderoso,
me dolió. Se me saltaron las lágrimas y cuando intenté
incorporarme para aliviar el dolor, su mano me sujetó.

—Respira.

Kova se retiró y un gemido brotó de su garganta mientras volvía


a introducirse lentamente.

—¿Estás bien?

Un largo suspiro salió de mis labios.

—Estoy bien, solo me duele un poco.

—Por mucho que me guste lo apretada que estás, necesito que te


relajes para mí, malysh —dijo.

Kova pasó sus manos por mis costillas en un esfuerzo por


calmarme. Con él dentro, se inclinó hacia abajo y me dio besos en
la columna vertebral, y sus manos se acercaron a mis pechos. Con
el pecho pegado a mi espalda, empezó a mecerse lentamente dentro
de mí sin sacarlo. Había algo extrañamente calmante con su cuerpo
sobre el mío, la acumulación, la presión de su peso. Lo grande que
era sobre mí. Kova me montó como si quisiera marcarme. Esta
posición dolía mucho y, a pesar del dolor, el placer estaba
empezando a anularlo.

—Te sientes increíble. Quiero quedarme enterrado en tu coño


durante horas. —Su nariz se arrastró por el lado de mi cuello—.
¿Pero sabes lo que más me gusta?

—¿Qué? —susurré.

Su mano se deslizó entre mis pechos para rodear mi garganta. La


agarró y yo me tensé.

—Lamer tu coño. Cuando mi lengua se movió sobre tu clítoris,


goteaste en mi boca. —Gemí, apretando alrededor de él—. Sabía
mejor de lo que podía imaginar. Tan dulce, joven, suave y liso.
Podría pasar horas en tu coño.

Jadeé y se me escapó un fuerte aliento acalorado. Sentí que me


mojaba por sus palabras.

—Tu coño está hecho para mí, Adrianna. —La forma en que dijo
mi nombre, con tanta pasión, casi me hizo llegar al orgasmo en el
acto—. Voy a poseerlo para que nunca olvides lo que siento dentro
de ti, después de esta noche, nunca me olvidarás —susurró con
dureza, agarrando mi rostro y besándome.

Estaba bastante segura que nunca lo iba a olvidar.

Volviendo a sentarse, aceleró el ritmo y empezó a mover sus


manos por todo mi cuerpo, apretando mi culo antes de darle un
buen azote.

Casi me deshago.

Antes que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, estaba


empujando hacia atrás y recibiendo sus duros golpes, suplicando
silenciosamente que me diera más. Abrí las piernas, necesitando
un ángulo más profundo. Los dedos de Kova se enredaron en mi
cabello, lo enroscó en su puño y tiró con fuerza, obligándome a
ponerme de rodillas. Apretó su boca contra mi cuello, su otra mano
pellizcaba mi pezón y me sujetaba a él. Mis caderas bajaron sobre
las suyas y grité al sentir su nuevo ángulo dentro de mí. Estaba tan
cerca de correrme de nuevo que no me importó rogarle que hiciera
cualquier cosa que me pidiera si podía correrme.

—¿Te gusta? —me susurró al oído, el calor de su aliento me


cosquilleó el cuello.

Asentí con locura, entonces me mordió el cuello y me estremecí


en sus brazos.

—¿Te gusta mi polla en tu coñito? ¿Soñaste con ello como yo lo


hice? ¿Me imaginabas lamiendo aquí mismo? —preguntó,
presionando con un dedo mi trasero fruncido.

Nunca había sentido las sensaciones que me recorren como en


este mismo momento, y fue entonces cuando me di cuenta que no
quería que esa sensación desapareciera nunca.

—¿Te imaginaste mi mano deslizándose por tu estómago y


jugando con tu clítoris así? —preguntó, siguiendo el movimiento.
Cuando no respondí, luchando por despejar la niebla en mi cabeza,
preguntó—: Ria, contéstame. ¿Te gusta?

Estaba gimiendo tanto que ni siquiera sé cómo conseguí decir:

—Me encanta. Todo. —Entonces, con toda sinceridad, dije—:


¿Kova? Quiero que me des todo y cualquier cosa que quieras darme.

En el momento en que las palabras salieron de mis labios, Kova


dio rienda suelta a todo lo que estaba conteniendo. Tirándome a la
cama, me agarró por detrás de las caderas y empezó a empujar con
fuerza. No había duda que mañana tendría moretones por la forma
en que sus dedos se clavaban en mi piel. Lo sentí todo, en todas
partes, y me encantó. Estaba a su merced.

En cuestión de minutos, volví a correrme, meciéndome contra él,


sintiendo sus pelotas golpear mi clítoris. Mi cuerpo estaba húmedo
de sudor mientras una ráfaga de placer me atravesaba. Sentía un
cosquilleo de gratificación, mi cuerpo estaba completo y totalmente
agotado. No había ninguna otra sensación que pudiera imaginar
que fuera mejor que ésta. Nada podía superarlo.

Mi coño estaba sensible e hinchado, pero Kova empezó a bombear


más fuerte y más rápido. Sus dedos debían estar mallugando mi
piel, pero yo estaba demasiado drogada para notarlo. Sus caderas
me golpearon el culo con tanta fuerza que me deslicé por la cama,
y cuando se retiró, sentí inmediatamente su pérdida.

Los muslos de Kova se estremecieron contra los míos y emitió un


sonido estrangulado. Apartando el cabello de mi rostro, miré por
encima del hombro mientras se corría en toda mi espalda. Tenía la
cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados mientras un líquido
blanco y cálido salía disparado sobre mí, con la vena del cuello en
tensión. Se agarró la polla con fuerza, y la punta se puso morada
cuando se corrió. Su pecho estaba sudado, al igual que los
músculos de sus brazos, debido al esfuerzo.

Kova era lo más erótico que había visto nunca. Se inclinó hacia
mí y me besó en el cuello, rozándome con su nariz.

—Malysh, esto fue increíble, no podría pedir nada mejor. No te


muevas. Deja que te limpie.

Estaba bastante segura que no podría caminar mañana; no tenía


que preocuparse que me moviera ahora.

Kova volvió con un trapo húmedo y me limpió la espalda y el


interior de las piernas. Que me limpiara de la forma en que lo hacía
era un poco incómodo, pero íntimo.

—Date la vuelta.

Hice lo que me ordenó y me abrió las piernas y me limpió allí


también. Una mirada de alivio apareció en su rostro y le pregunté:

—¿Qué pasa?

Me miró a los ojos.

—Me preocupaba haberte hecho sangrar con lo duro que me


puse, pero solo hay unas gotas. —Dejó caer el trapo al suelo, se
metió en la cama y me puso de cara a él. Me acurruqué contra él y
miré fijamente esos brillantes ojos verdes. Los hábiles dedos de
Kova jugaron con mi cabello, moviéndolo. Que alguien jugara con
mi cabello me parecía divino, pero cuando era después de un sexo
alucinante, era aún mejor.
Pasaron unos minutos de cómodo silencio cuando se sentó sobre
un codo y se inclinó sobre mí. Rodando sobre mi espalda mientras
sus manos masajeaban mi cuero cabelludo, caí en la intensidad de
sus ojos y me sometí a él.

Susurró algo en ruso mientras se inclinaba y, a pocos


centímetros de mi boca, habló en inglés:

—Adrianna, eres tan hermosa.

Entonces selló sus labios con los míos y me besó lenta y


profundamente. Su gruesa lengua envolvió la mía, tirando mientras
sus manos no dejaban mi cabello. Me besó con pasión, me besó con
habilidad. Deslizando una pierna por encima de la mía, Kova subió
por encima de mi cuerpo y enganchó mi pierna alrededor de su
cadera. Su creciente longitud se posó sobre mi muslo, su rodilla
presionó mi tierna abertura mientras todo lo que hacía era besarme
sin sentido. Con el peso de su cuerpo sobre el mío, mi corazón fue
suyo en ese momento. Me consumió, el corazón y el alma.

Al romper el beso, Kova se apartó y yo lo miré a los ojos con


gravedad. Acariciando mi mandíbula, me confesó:

—No sé qué pasa contigo, pero te deseo una y otra vez. Te quiero
toda la noche, para tomarme mi tiempo y explorar cada centímetro
de ti. Dime que no, Malysh. Dime que no.

No sabía cómo decirle que no, porque él no, no era un


pensamiento en mi mente. Me guiaba la nebulosa felicidad del post
sexo y lo único que podía hacer era mirarlo a los ojos. Y si esto era
todo, si esta era la única noche que tenía con él, iba a tomar todo
lo que quisiera dar. El no, no formaba parte de mi vocabulario
cuando se trataba de resistirme a él, pero en lo que respecta a esta
noche, no existía.

Creo que él sabía mi respuesta. Su muslo estaba mojado por mi


roce con él. Había perdido la cuenta de cuántos orgasmos había
tenido, pero sentí que uno más subía. Mis caderas giraban
suavemente sobre su carne, mis labios se separaban y mis pezones
se endurecían. No podía rechazarlo, no sabía cómo, cuando mi
cuerpo estaba al borde del puro éxtasis.
Esta vez, me lancé a besar, arqueando la espalda y encontrando
su boca. Kova me atrajo hacia él y se puso de espaldas,
colocándome encima de él. Con su pierna levantada y abierta, jadeé
y besé su boca mientras montaba su pierna. No podía parar, se
sentía demasiado bien y empecé a apretar su musculoso muslo.
Quería llegar al orgasmo así, con su muslo presionando mi coño.
Las manos de Kova estaban sobre mí, en mi espalda, en mi cabello,
agarrando mis caderas hacia él mientras mis jadeos se hacían más
fuertes y frecuentes.

—Córrete para mí, así —dijo contra mi boca antes de morderme


el labio. El sexo filtraba el aire y yo me ahogaba en él. Mis caderas
se agitaron y perdí el control, pero a pesar de la propuesta, lo quería
dentro de mí por última vez.

Sin pedírselo, levanté las caderas y acerqué su eje a mi entrada


y me deslicé hacia abajo, tomando cada centímetro que pude.
Estaba llena hasta los topes. Los dedos de Kova se clavaron en mis
caderas, las venas de sus musculosos brazos aparecieron mientras
luchaba. Mi espalda se arqueó, empujando mis pechos hacia
delante. Kova se sentó y rodeó mi pezón con sus labios,
chupándome y penetrándome al mismo tiempo. Con una mano en
la curva de mi cuello y la otra rodeando la parte posterior de mi
cintura, Kova me aseguró a él. Un orgasmo no tardó en llegar,
apoderándose de nosotros mientras ambos caíamos en un estado
de felicidad sin igual mientras nos mecíamos lenta y
constantemente el uno contra el otro. Fue subliminal. Y la lentitud
y la constancia eran, con mucho, la mejor manera. Gemí,
sollozando de éxtasis. Su polla se movía dentro de mí, golpeando
las paredes de mi sexo. Un calor se filtró entre nosotros, el calor de
su orgasmo cubriendo mi piel.

Al retirarse, apretó mi frente contra la suya. Mi cabello estaba por


todas partes, protegiendo los lados de nuestras caras mientras
respirábamos el aire caliente. Jadeamos el uno contra el otro,
conectando nuestras respiraciones mientras la conciencia nos
recorría.

Sacando su suave polla de mí, Kova dijo guturalmente:

—Ria, puedes ser mi perdición.


Me limpió de nuevo y nos quedamos en silencio durante unos
minutos. Mi cuerpo estaba completamente saciado y mis ojos se
cerraban cuando Kova habló suavemente:

—Podría follarte toda la noche y no cansarme, pero tengo que


irme.

Mi cabeza seguía siendo un campo nebuloso de deseo consumido


por la lujuria. No quería que se fuera, pero sabía que no podía
quedarse.

Me levanté de la cama y me puse algo de ropa mientras Kova se


vestía. Una vez en la puerta, se volvió hacia mí. Tomando
suavemente mi mandíbula entre sus manos, Kova presionó sus
labios sobre mi frente, deteniéndose unos instantes. Me levantó la
mandíbula y acercó su boca a la mía, dándome su beso más suave.
Me acercó más y me puse de puntillas mientras mis manos
rodeaban su espalda mientras me besaba con todo lo que no podía
decir. Mi corazón se disparó en el pecho, mis emociones se
apoderaron y se aferraron a él.

—Por favor, odio decir esto, pero no le digas a nadie lo nuestro.


—Su voz era un susurro roto contra mis labios.

Sacudí la cabeza.

—Nunca lo haría —prometí.

Entonces, se fue.

Cerré la puerta con pestillo y mis pies se deslizaron por la


alfombra de felpa hasta que volví a mi habitación. Me metí entre las
sábanas y olí a Kova a mi alrededor. Mi mente jugó como una
película en rebobinado y avance rápido. Todo se procesaba
rápidamente, empezando por cómo había empezado el día y cómo
había terminado. Si alguien me hubiera dicho que iba a perder la
virginidad con mi entrenador de gimnasia, ni en un millón de años
le hubiera creído.

Pero no fue algo planeado. Vino a mí, esperando y observando


para que se formara el conjunto adecuado. Y cuando se formó,
simplemente lo monté con él. Al igual que las olas en la playa, una
vez que empiezas a nadar en la curva, no tienes más remedio que
llevarlo hasta la orilla.

De lo contrario, te hundes y tienes que arañar hasta llegar a la


cima para respirar.

Todos los que viven en la playa saben que nunca deben nadar
contra la corriente.
Capítulo 50
No llevaba más de tres minutos dentro de World Cup cuando me
rodeó el sonido de los aparatos saltando y de los entrenadores
gritando.

La anticipación bullía en mi vientre mientras pasaban por mi


mente imágenes de las cosas que habíamos hecho un par de noches
antes. Estaba nerviosa. No lo había visto debido a mi horario y al
suyo. No tenía ni idea de cómo iba a actuar a mi alrededor y, la
verdad, me hubiera gustado llamarlo para evitarlo.

Después de quitarme la ropa y ponerme el leotardo, guardé mis


cosas en mi taquilla. La paranoia se apoderó de mí mientras
caminaba por el pasillo hacia el gimnasio. Intenté actuar como si
nada pasara por mi cabeza y mantener una cara seria. Pero todo
cambió. Y era lo único en lo que pensaba.

Perdí mi virginidad con mi entrenador. Aunque, en realidad, no


lo veía como mi entrenador. Lo veía como Kova, un hombre con
emociones enterradas y un pasado agridulce.

Un bulto de inquietud se apoderó de mi estómago. Cuando mis


emociones y sentimientos se involucraron, todo se desvaneció: su
edad, el hecho que fuera amigo de mi padre, las consecuencias de
nuestras acciones si nos descubrían. Solo éramos dos personas que
conectaban. Pero estar de vuelta en el lugar que puso todo en
contexto me obligó a enfrentarme a nuestras acciones.

—¿Estás bien? —preguntó Holly, pero no escuché su pregunta.

—¿Adrianna?

Levanté la vista.
—¿Eh?

—Te he preguntado si estás bien. Pareces enferma. —La


preocupación esculpió su rostro.

—Oh, estoy bien. Mi almuerzo no se está acoplando conmigo, es


todo. —La mentira rodó casualmente por mi lengua.

—Solo una advertencia, el entrenador Kova está en una rara


forma hoy.

Mi corazón cayó.

—¿Qué quieres decir?

—Ha estado caminando con el ceño fruncido y gruñendo órdenes


sin parar. Incluso Madeline saltó en un momento dado.

—Eso no es muy diferente a cualquier otro día. —Solté una risa


nerviosa—. Pero gracias por el aviso.

—¡Adrianna! —gritó el entrenador Kova, sobresaltándome con


una fuerte palmada y captando mi atención. Mis ojos se fijaron en
los suyos y mi estómago se apretó—. Dos millas. Ahora.

Mierda. Tres kilómetros con este calor, está loco.

Asentí apresuradamente. Hice un par de estiramientos más, los


que me había enseñado Kova, y luego me dirigí a mi taquilla. Me
puse unos pantalones cortos y unas zapatilla, cogí los auriculares
y el iPhone para que mi carrera no fuera aburrida. En realidad,
correr no sería tan terrible, ya que necesitaba controlar mis
pensamientos antes de empezar el entrenamiento. Y alejarme de él
antes que todo el mundo notara mi extraño comportamiento era
probablemente lo mejor.

No es que nadie lo notara. La paranoia en su máxima expresión.

Una vez que mis pies tocaron el pavimento, crucé la calle trotando
y puse música. No pasó mucho tiempo antes que completara una
milla y el sudor goteara de mí. Un par de vueltas más y...
Mis pensamientos se detuvieron de inmediato cuando un fuego
abrasador subió por mi tobillo y me hizo parar en seco. El aire fue
robado de mis pulmones. Por Dios, me dolía y me desplomé en el
suelo, agarrándome la pantorrilla. El sol era cegador y el sudor caía
por mis sienes mientras mis dedos buscaban alivio y masajeaban
el músculo. Aparte de los entrenamientos, parecía que cuando
hacía cualquier tipo de carrera durante mucho tiempo, la
pantorrilla se me inflamaba. Tal vez necesitaba estirar más, o tal
vez estaba lidiando con dolores de espinilla. No estaba segura de
cuál era la causa, pero tenía que controlarla.

Hice un par de estiramientos de puntas y flexiones solo en la


pierna izquierda que, con suerte, estirarían un poco más el músculo
para poder terminar de correr. Despejando mi mente, me puse de
pie y limpié la suciedad de la grava de mis pantalones cortos.
Empecé a trotar de nuevo, ignorando el dolor que me brotaba desde
el tobillo hasta la pantorrilla. Me mordí el labio, aplicando presión
a mi otra pierna para aliviar el impacto en el lado lesionado y luché
contra él a pesar de querer derrumbarme en el suelo. Aguanté el
resto de la carrera y regresé al gimnasio, cojeando de forma agónica.

En cuanto atravesé las puertas, el aire fresco me golpeó el rostro


y suspiré aliviada. El calor de Georgia podía ser mortal. Entre el
dolor y la humedad, estaba mareada. Agarre rápidamente una
botella de agua de Aloe a la que mi madre me había aficionado y me
bebí la mitad mientras me sentaba.

Rebusqué en mi bolsa y tome un leotardo limpio y fui a


cambiarme al baño. Estaba pegajosa y tenía calor. Me quité la ropa
húmeda, me puse un leotardo negro y me eché agua en el rostro.
Me di unas palmaditas en el resto del cuerpo con una toalla y me
apliqué desodorante. Al mirarme en el espejo, mis mejillas estaban
sonrojadas y mis ojos verdes más brillantes que nunca. Me arreglé
la coleta, los matices escarlata parecían mechas perfectamente
colocadas a pesar de que nunca me había teñido el cabello.

Por suerte, el dolor en la parte posterior de mi tobillo había


empezado a remitir. Para asegurarme que no volviera a aparecer, o
al menos que no lo sintiera, me tomé un poco de Motrin y me dirigí
a la pista donde practicaría hoy.
Buscando a Kova, mi corazón tartamudeó en mi pecho cuando
mi mirada se posó en su cuerpo finamente cincelado. Me mordí el
interior de la boca, absorbiendo cada centímetro de él cuando
nuestras miradas se cruzaron por fin. Me esperaba en la pista, con
las manos apoyadas en las caderas y los hombros tensos.

—No me estoy haciendo más joven, así que muévete. —Aplaudió


molesto.

Exhalé un suspiro de alivio. Volvía a ser el mismo ruso de


siempre. Tal vez mi ansiedad era por nada después de todo.

—Calentamiento. Sashays, paseos con las manos, pases con las


manos por delante, pliegues de pie por el suelo. Ya sabes lo que hay
que hacer. No debería tener que recordártelo. —Tenía razón, no
tenía que recordármelo, así que no estaba segura de por qué lo
hacía. Tal vez si me daba más de treinta segundos para volver al
gimnasio, vería que era capaz de hacerlo por mi cuenta como había
hecho todas las demás veces.

—Luego sigue y haz otra pasada de dos saltos hacia atrás,


terminando en un completo. Diez series cada una —añadió, y luego
se marchó enfadado.

Me quedé con la boca abierta. ¿Diez series? Normalmente


hacíamos de tres a cinco series. ¿Ahora quería cien, con plenos?
Después de haber corrido dos millas, estaba tratando de matarme.

Sacudí la cabeza y me puse en marcha. Los primeros treinta


minutos estuve bien, pero cuando empecé a hacer las flexiones de
pie en el suelo, el dolor volvió a aparecer en la parte inferior de la
pierna, pero fue tan leve que lo superé. No fue hasta que progresé
y empecé a hacer los ejercicios de doble salto hacia atrás que el
dolor me sorprendió.

Con ambos pies aterrizando con fuerza en el suelo, reboté con


una agonía abrasadora. De alguna manera, sabía que si no
aterrizaba con facilidad acabaría mal. Así que apreté el cuerpo al
bajar y aterricé tan suavemente como pude sobre las puntas de los
pies para romper el impacto. Me acuclillé en el suelo y me agarré la
pantorrilla con angustia, con el aire expulsado de mis pulmones.
Me masajeé rápidamente el músculo, amasando el dolor, con la
esperanza de aliviar parte del ardor, pero sólo lo agravó más. Se me
hizo un nudo en el estómago mientras volvía cojeando para
continuar con el calentamiento.

Fue una idea estúpida. Lo mismo ocurrió después de hacer otra


voltereta, solo que esta vez caí al suelo agarrándome la pierna y
solté un pequeño aullido.

Madeline se acercó corriendo.

—¿Qué pasa? ¿Qué te duele?

Apreté los labios y miré hacia otro lado.

—No es nada. Solo he aterrizado mal.

—No es nada cuando parece que estás a punto de llorar.

Apreté los dientes y me aguanté.

—Estoy bien.

—¡Kova! —Madeline gritó a través del gimnasio, haciéndole señas


para que se acercara—. Echa un vistazo.

Kova se acercó corriendo, murmurando en ruso. Se agachó para


ver mejor.

—Déjame ver.

Me aparté y él se tensó. Sus ojos se oscurecieron y su nariz se


encendió, perturbado por mi actitud displicente.

—Parece que olvidas tu lugar aquí. Dame tu pierna.

—Estoy bien, solo aterricé mal —insistí.

Con las dos manos, el entrenador Kova me ignoró y empezó a


palparme el tobillo, girando y preguntando si me dolía. Entonces
me agarró la parte posterior del tobillo y me pellizcó. Respondí con
un grito ahogado, actuando por reflejo, y arranqué el tobillo de su
agarre. Él clavó sus ojos en los míos y yo me asusté, cayendo sobre
mis codos porque sabía lo que significaba mi reflejo.
Él sabía que yo estaba mintiendo.

—Vamos.

—¿A dónde vamos?

—A la sala de terapia. Necesito verlo mejor.

Las lágrimas brotaron de mis ojos al darme cuenta que podía


tener una lesión grave. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba
el techo. Quería acabar con esto lo antes posible para poder volver
a los negocios. Cada minuto contaba en mi mundo, lo que
significaba que no me sobraba ni un segundo.

Kova se puso en cuclillas y me levantó. Era la primera vez que


nos tocábamos desde que habíamos tenido sexo y me pregunté si
se había dado cuenta. Me acunó contra su sólido pecho como se
hace con un bebé. Rodeé su hombro con un brazo para apoyarme
y dejé caer mi cabeza sobre su pecho. Olía muy bien y traté de
concentrarme en su colonia por encima del dolor. Estaba
demasiado angustiada para establecer contacto visual con nadie,
así que mantuve la cabeza baja. Su calor calmó mis emociones y
me tranquilizó. Una lesión en la gimnasia puede ser de dos tipos:
leve o catastrófica.

No creía que la mía fuera catastrófica, pero tampoco era médico.


Sabía que de ninguna manera podría tomarme un largo período de
descanso. Había llegado demasiado lejos desde que empecé aquí
para que eso sucediera.

Kova me llevó a la sala de terapia y me colocó en una de las mesas


de examen con un cojín de plástico azul intenso. Cuando fui a
echarme hacia atrás, se puso delante de mí y me agarró por las
caderas, moviéndome con suavidad. Tenía una pantorrilla herida,
no estaba lisiada, por el amor de Dios.

—Recuéstate. —Se puso de pie a un lado de la mesa, con los


brazos cruzados frente a su pecho de forma sombría—. ¿Desde
cuándo te molesta la pierna? —Me mordí el labio, decidiendo si
debía mentir o no.

—Y no me mientas, Adrianna, porque me enteraré de cualquier


manera.
Mierda. Kova me levantó la pierna. Mi rodilla se dobló mientras
la apoyaba en la mesa. Comenzó a examinarme con sus dedos
índice y pulgar.

—Unos meses, creo. No recuerdo exactamente cuándo empezó,


solo tengo una idea aproximada.

—¿Qué tipo de dolor tienes?

—Me duele la pantorrilla. Ciertas actividades hacen que se


dispare. Es como una sensación de ardor, pero si me froto un poco,
estoy bien. La mayoría de las veces me aguanto.

—Ese fue tu primer error. Nunca hay que aguantar el dolor, eso
solo prolongará la lesión. Continua.

—A veces el dolor llega a la parte posterior de mi tobillo. A veces,


cuando apunto y flexiono, me duele.

Comenzó a masajear el músculo sensible y me costó todo lo que


había en mí no gemir de alivio. Sus dedos eran mágicos. Me agarré
al borde de la mesa de exploración.

—Tienes el tobillo hinchado.

Mirando hacia abajo, comparé ambos y me di cuenta que tenía


razón.

—¿Alguna vez sentiste que la parte posterior de tu tobillo se


rompía, o escuchaste un chasquido?

—No. —Hizo una pausa, mirándome en busca de una precisión—


. Realmente no lo he hecho.

—Llamaré a tus padres y tendrán que llevarte al médico para que


te examine más a fondo, ya que eres menor de edad y no puedes
ser vista sin un tutor presente. Hasta entonces, te daremos un
masaje y te pondremos hielo.

Se me apretó el estómago y me senté.

—No hace falta llamarlos. Puedo envolverlo y estoy bien. De


verdad, estoy bien.
Soltando mi pierna, Kova puso sus dos manos sobre la mesa a
los lados de mis caderas. Bajando la voz, dijo:

—Adrianna, no voy a arriesgarme a que te lesiones más de lo que


ya estás. Este es mi gimnasio, y es mi responsabilidad asegurarme
que todo el mundo esté seguro y sano para practicar. Por lo que
parece, podrías tener una lesión moderada en el tendón de Aquiles.
Pero sin una atención médica adecuada, no puedo decir
exactamente qué es o cómo tratarla, y hasta entonces, no
practicarás.

Mis uñas se clavaron en las palmas de las manos mientras


luchaba contra las lágrimas. La oscuridad me rodeaba. Mi
respiración se volvió agitada. Era imposible que esto sucediera.
Tragándome mi frustración, pregunté:

—¿Puedo al menos ponerle hielo y terminar hoy?

No me contestó, sino que se limitó a masajearme la parte


posterior de la pantorrilla. La sensación fue celestial, como si
supiera exactamente cómo trabajar mi músculo tenso con un toque
de sus dedos. Expulsando un fuerte suspiro, me limpié la única
lágrima que me cayó del ojo.

Después de unos minutos de atención a mi pierna, Kova dijo en


voz baja:

—Deberías llevar pantalones cortos por ahora.

Le miré fijamente, pero antes que pudiera preguntar, sus dedos


rozaron mi piel.

—La gente podría preguntar qué es esto. —Mirando hacia abajo,


noté unos pequeños círculos de débiles moretones negros y azules
en la parte superior de mi muslo. Estaban cerca de la línea del
bikini, donde Kova estaba palpando. Inspiré y dejé que siguiera
tocando suavemente.

—No los había notado antes —dije en voz baja—. Pero podría
decir fácilmente que los magullé en las barras.

La preocupación talló su afilada mandíbula. Parecía


genuinamente preocupado por los moratones que me había dejado.
—¿Tienes más marcas?

Sacudí la cabeza.

—Creo que no.

—Te he hecho daño —afirmó más que cuestionó.

—No me has hecho daño, Kova —susurré—. Si me hubieras


hecho daño, te habría dicho que pararas.

Hizo una pausa, mirándome.

—¿Lo habrías hecho?


Capítulo 51
Quería decir tantas cosas, pero no encontraba las palabras.

El aire se espesó mientras nos mirábamos a los ojos. Los


recuerdos de aquella noche me atravesaron el cerebro, enrojeciendo
mis mejillas y separando mis labios. Él sabía mi respuesta.

Los dedos de Kova recorrieron la línea de mi bikini, moviéndose


un poco más allá. Mi respiración se hizo más lenta. Estábamos en
el gimnasio a plena luz del día, donde cualquiera podía ver lo que
estaba haciendo. Por suerte, estaba de espaldas a la puerta de la
sala de terapia, protegiendo su toque prohibido.

—Me resulta difícil mantener las manos quietas —susurró en voz


tan baja que casi era difícil de oír—. No puedo dejar de pensar en
aquella noche, en lo malo que fue, en lo bien que me sentí dentro
de ti. Lo mucho que sorprendentemente no me importaron las
repercusiones. —Su palma se extendió por el interior de mi muslo,
abriéndolo—. De todos los años de entrenamiento. —Tiró de mí para
que me sentara frente a él—. La persuasión de las madres contra
las que luché, la tentación de las gimnastas, y luego llegas tú y la
rompes. Llevo muchos años entrenando, he tenido colegas que me
han hablado de las relaciones con sus atletas. Lo aborrecí.

Mis ojos se abrieron de par en par, mi corazón tartamudeó. El


ardiente calor de su contacto solo hizo que mi sangre hirviera más
al pensar en la noche en que me quitó la virginidad. Mis piernas
colgaban de la mesa, sus manos permanecían en mis muslos.

Las siguientes palabras que pronunció fueron unas que no


esperaba:

—No es seguro que esté a solas contigo.


—¿Por qué no?

—Adrianna, no podemos hablar de esto aquí, pero ya sabes por


qué. —Hizo una pausa y luego pronunció las palabras más
devastadoras posibles—. Esa noche fue un error —confesó. Mis
labios se separaron con mi corazón, una respiración superficial
salió de mis pulmones—. A muchos niveles.

—No digas eso —susurré, con la mandíbula temblando.

Se encogió de hombros.

—Así es la vida. ¿Te das cuenta de que he engañado a Katja, otra


vez? Nunca me había planteado engañarla, hasta que llegaste tú.
Cinco años de relación por el desagüe, y ni siquiera puedo
confesarlo —siseó suavemente—, porque eres mi maldita gimnasta.

Sus dedos se clavaban en mis piernas, luchando por mantener la


calma.

—Si te arrepientes tanto, ¿por qué estás aquí y no otro


entrenador?

Kova no dijo nada, solo se quedó mirando.

Con suficiencia, sonreí y dije:

—Eso es lo que pensaba.

Salté de la mesa y cojeé hacia la puerta. Antes que pudiera salir,


Kova se adelantó a mí y cerró la puerta de golpe y con llave. Me
agarró del codo, me dio la vuelta y me empujó contra la puerta. Con
una mano sujeta por encima de mi cabeza, la otra sostenía mi
muslo enganchado a su cadera. Menos mal que era mi pierna mala,
de lo contrario este esfuerzo me dolería.

Kova se inclinó hacia abajo. Alcanzando mi boca, lo detuve.

—Pensé que habías dicho que las relaciones estaban prohibidas


—jadeé.
—Yo hago las reglas, ¿recuerdas? Soy el entrenador. Tú eres la
gimnasta. ¿Y quién dijo que esto era una relación? Tienes mucho
que aprender, Ria.

—Esto es mucho más que una relación. Simplemente no quieres


aceptar la realidad de ello.

Mi pierna se enganchó firmemente alrededor de su cadera


mientras los dedos de mis pies luchaban por permanecer en el
suelo. Su mano se deslizó sobre mi muslo, rodeando mi culo para
sujetarme a él. Su erección se tensó contra mi centro y mis ojos se
cerraron antes de forzarlos a abrirse. Sus ojos desorbitados se
clavaron en los míos. Kova inclinó la cabeza y movió las caderas,
un ronroneo de placer se me escapó de la garganta.

—Me confundes —dije sin aliento.

—Yo estoy confundido —replicó él—. Esta es la única relación que


se te permite tener, si así quieres llamarla. Deshazte de Hayden.

Mis ojos se entrecerraron.

—Hayden es solo un amigo, me gusta mucho.

Me dirigió una mirada divertida.

—Yo no nací ayer. Están muy unidos, demasiado para mí.

—No me voy a deshacer de él, es el único amigo de verdad que he


tenido desde que estoy aquí. Lo quiero en mi vida.

—No me gusta cómo te mira. ¿O tal vez tú también lo quieres?

—Es solo un amigo —reafirmé.

—Las miradas que comparten parecen más que amistosas.

Haciendo rodar mi labio entre los dientes, mis ojos se volvieron


pesados.

—Puede que nos hayamos besado o no.

—Sí que sabes cómo sacarme de quicio. —Kova se encendió, con


el labio curvado. La revelación de sus celos me enroscó el vientre—
. ¿Qué más pasó? ¿Te tocó? —Fue mi turno de ignorarlo. Me agarró
la barbilla con el pulgar y el índice—. Podría tener consecuencias,
Adrianna. No me pongas a prueba.

—¿Te refieres a ponerte a prueba más de lo que ya lo he hecho?


—Hice una media sonrisa. Dos podían jugar a este juego—. Hayden
se queda en mi vida.

Kova se inclinó y me acarició sensualmente el cuello, susurrando:

—¿Cuándo ocurrió eso? ¿Antes o después que estuviera dentro


de tu coño y te follara sin sentido? ¿Te tocó como lo hice yo? ¿Hace
que te corras como yo?

Un chorro de aire salió de mis pulmones. Todo mi cuerpo estaba


a punto de arder.

—No es de tu incumbencia.

Con sus ojos en mi boca, atrajo mi cara hacia la suya y aplastó


su boca contra la mía. Esto fue más que un simple beso. Me besó
con todo su ser, emergiendo en mí. Las caderas de Kova
presionaron con fuerza contra las mías y marcaron su territorio,
reclamándome.

Agarré su camiseta con el puño, sujetándolo con fuerza, sintiendo


su sólido pecho firmemente presionado contra el mío mientras su
boca me devoraba. Deseaba tanto a Kova, pero me di cuenta que se
estaba conteniendo, y con razón. Estábamos dentro de World Cup
a plena luz del día.

Me coloqué entre nosotros y deslicé mi mano hasta su dureza, y


lo agarré a través de sus pantalones. Se tensó.

—Quiero esto otra vez —admití contra su boca, tirando de su


longitud y de su labio inferior al mismo tiempo.

Kova se apartó y sonrió, con sus ojos esmeralda brillando de


satisfacción.

—Pequeña codiciosa. Sabía que lo querrías otra vez.


La sangre subió a mis mejillas mientras la humedad cubría la
tela entre mis piernas.

Qué ruso tan engreído era y me encantaba, joder.

—¿Y qué es esto? —preguntó tímidamente.

Hice una pausa, sin entender su pregunta. Él vio mi confusión y


bajó la mano para cubrir la mía sobre su creciente erección.

—¿Qué es esto, Adrianna? —repitió, y esta vez entendí cuando


apretó mi mano que lo sostenía.

Nerviosa, me mordí el labio mientras mi mirada se desviaba hacia


su hombro. Mis mejillas volvieron a arder de vergüenza ante su
pregunta, incapaz de encontrar su mirada. Sabía lo que era, él sabía
que lo sabía, pero aparentemente quería que lo dijera.

—Un pene —dije en voz baja.

—Respuesta incorrecta. Inténtalo de nuevo.

Su voz profunda y tranquila hizo que mi corazón palpitara con


fuerza mientras mi respiración se intensificaba.

—Mírame, Ria. —Su tono autoritario exigió mi atención.

Mis ojos volvieron a levantarse, fijándose en los suyos.

—Una polla. Quiero tu polla.

Sonrió, y Dios, era magnífico cuando lo hacía. El tipo de sonrisa


que empapa las bragas y las hace caer, como las mías. Me hizo
preguntar si realmente se había alejado de las madres y las
gimnastas como dijo. Volvió a apretar mi mano entre las suyas y
pude sentir cómo se ponía más duro.

La cabeza de Kova se inclinó hacia un lado y sus ojos recorrieron


mi carne. Se inclinó, colocó su lengua en mi clavícula y subió por
la curva de mi cuello. Tiró de mi piel hacia su boca y continuó hasta
llegar a mi oreja. Dios, lo que era capaz de hacerme sentir.

—Quiero que tu lengua me acaricie como lo hace tu mano. Dime,


¿dónde está tu mano, Ria?
Mis labios se separaron. Cada vez era más difícil respirar. No
había forma de detener el escalofrío que me sacudía el cuerpo al
sentirlo sobre mí, la forma en que sus palabras pulsaban cada vena
de mí.

Respiró profundamente y exhaló lentamente, el aire caliente


recorriendo mi piel.

—Inténtalo una vez más —lo susurró muy lentamente junto a mi


oreja y mis piernas casi se rindieron. Me sentí tonta al decir la
palabra que sabía que estaba esperando. Casi nunca la decía, y
tampoco lo habían hecho muchas de mis amigas en casa, pero
tampoco ninguna perseguía a un hombre mayor.

Sin embargo, la reacción que le suscité lo superó todo.

Inspirando, me puse de puntillas y le susurré al oído con valentía:

—Polla. Quiero su polla, entrenador.

Gimió roncamente en mi oído e hizo que mi corazón


tartamudeara. ¿Qué había en él que me hacía reaccionar de esta
manera? El cuerpo de Kova se tensó, su fuerza se sintió bajo la
punta de mis dedos mientras luchaba internamente con las
palabras que yo decía.

Un gruñido bajo retumbó en su pecho, y me encantó haberlo


provocado. Estar en las garras de un hombre comparado con un
adolescente es algo totalmente diferente. Era un despertar.

—Exactamente. Es mi polla. Y si la quieres, tendrás que aprender


a demostrarlo. ¿Quieres mi polla?

—Sí —respondí sin aliento.

Kova me empujó con su polla.

—Dilo. Y esta vez mírame a los ojos.

Ronroneé en voz baja y me salió como un gemido.


—Adrianna... —gimió, y luego se enderezó—. ¿De verdad crees
que estás preparada para una relación de esta magnitud si no
puedes usar la palabra?

Sacudí la cabeza contradictoriamente y utilicé la misma frase que


él usó conmigo:

—Dime que pare.

No dijo nada, pero por la dura mirada de sus ojos, supe


exactamente lo que significaba su silencio.

Acaricié su polla, añadiendo presión a la cabeza y dije de nuevo:

—Dime que pare, entrenador.

—No...

Se me apretó el estómago y pude oír cómo me latía el corazón en


los oídos. No quería que terminara esto después que acabáramos
de empezar, pero tampoco quería que hiciera nada a lo que se
opusiera.

Estábamos a centímetros de distancia, mirándonos fijamente a


los ojos, deseando mucho más pero sin tomar lo que anhelábamos.
Puede que solo tenga diecisiete años, pero podía leer su batalla
interna sabiendo lo que debía hacer como mi entrenador, en
contraposición a lo que anhelaba hacerme como hombre. Una
mirada a su duro cuerpo enroscado con contención y la mirada
codiciosa en sus ojos lo decían todo.

Solté su longitud y mis hombros se hundieron. Temiendo haber


cometido un gran error, mis ojos cayeron al suelo incapaces de
seguir mirándolo. Dejé escapar un suspiro exasperado. Pensé que
había leído correctamente el deseo que se escondía en la indecisión
de sus ojos. Al parecer, no lo había hecho, y eso me dolió. Era la
primera vez que probaba el rechazo y no sabía cómo manejar la
avalancha de emociones que eso conllevaba.

Su decisión era clara y necesitaba alejarme para poder pensar


con claridad, pero antes que pudiera dar un paso más desde la jaula
invisible en la que me mantenía su presencia, Kova me rodeó la
muñeca con sus dedos, deteniéndome al instante.
Al volver la vista a su rostro, me confundí al ver que su mandíbula
se hundía. Tiró de mi mano lentamente hacia su cuerpo y la colocó
donde estaba antes. En su polla.

—No me dejaste terminar antes. No... te detengas, es lo que iba a


decir.

Inclinándose, Kova estaba a pocos centímetros de mi boca


cuando sonó un golpe en la puerta. Los dos nos separamos de un
salto, con partes iguales de miedo y sorpresa en nuestros rostros.

—Ve a la mesa —susurró en voz baja. Corrí, me tumbé y crucé


los brazos sobre el pecho mirando al techo. Tenía el corazón en la
garganta, el latido retumbaba en mis oídos tan fuerte que era lo
único que podía oír. Las náuseas agitaban los nudos de mi
estómago y luchaba contra los temblores del pánico. Tenía la boca
tan seca como el desierto. No había forma de establecer contacto
visual con quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta. Hacer
cualquier cosa en el gimnasio era descuidado y estúpido.

Un sudor nervioso cubrió mi cuerpo cuando la puerta se abrió.

—Madeline —dijo.

Joder.

—¿Todo bien aquí? —preguntó, sus ojos se posaron en mí—. ¿Por


qué está cerrada la puerta?

Me quedé helada.

—Perdóname. No me di cuenta que estaba cerrada. He querido


cambiar el pomo solo por esa razón. —La mentira salió rápidamente
de sus deliciosos labios.

—Kova, Reagan te está buscando.

Kova se frotó la mandíbula antes de hablar:

—Ah, saldré pronto. Le estaba diciendo a Adrianna que tiene que


ver a un médico antes de poder volver a entrenar. Parece que nos
ha estado ocultando una lesión.
No estaba muy lejos de la verdad, pero tenía que seguirle la
corriente para que nada pareciera fuera de lo normal. Seguí
mirando al techo mientras escupía:

—No necesito ver a un médico. Solo necesito hielo y un vendaje.

Madeline se volvió hacia Kova y le preguntó:

—¿Qué sucede con ella? —Le hizo un rápido resumen.

Se acercó a mí.

—Sabes, Adrianna, el entrenador Kova tiene razón. Si no buscas


atención médica ahora, corres el riesgo de desgarrarte el tendón de
Aquiles por completo y quedarte fuera durante semanas. No me
gustaría ver eso después de lo lejos que has llegado.

Asimilé las sinceras palabras de Madeline y su tono de


preocupación. Por alguna extraña razón, se me llenaron los ojos de
lágrimas. Tenía razón y, en el fondo, sabía que tenía razón. Pero no
quería aceptarlo.

Aceptando, dije:

—Llamaré a mi padre y le avisaré.

Me apartó el cabello de la frente.

—Si no quieren venir hasta aquí para una sola cita, iré con gusto
contigo —ofreció Madeline.

La miré y sonreí agradecida.

—Gracias.

—Por supuesto. Solo avísame y estaré allí. —Devolvió la sonrisa


antes de salir de la habitación. Puede que sea terca, pero no era tan
estúpida como para arriesgar todo lo que he trabajado. Hacerme
revisar por un médico era lo más responsable, solo me costó unos
momentos aceptarlo. Restar importancia a una lesión no era la
mejor idea. Yo era mejor que eso.
Kova se aseguró que la puerta estuviera cerrada y luego volvió a
acercarse a mí. Puso la mano sobre la mesa y me miró, con un
aspecto casi agradable y tranquilo.

—Ahora, déjame ponerte un poco de hielo.


Capítulo 52
No fue una sorpresa que Madeline me acompañara al médico.

Papá había estado fuera del estado por motivos de trabajo, y


cuando le dije a mi madre que Madeline se ofrecía, ella accedió
rápidamente a dejarla. Dijo que Madeline estaría mejor de todos
modos porque sabría qué hacer con la lesión y el tratamiento que
seguiría. Sin embargo, encontró un médico de confianza para mí,
uno muy conocido en este lado de Georgia que podía atenderme en
un abrir y cerrar de ojos.

En eso estábamos Madeline y yo en este momento. La Dra.


DeLang era una doctora asiática bastante joven, solo un poco más
alta que yo. Su pequeña figura contradecía su estatura y aplomo.
Tras explicarle brevemente mi lesión, me ordenó que me tumbara
boca abajo sobre la mesa de exploración con las piernas colgando.
Era una posición extraña, pero quién era yo para cuestionarla.

Me sujetó el pie y lo giró suavemente. Contuve la respiración,


nerviosa por su diagnóstico.

—Tienes el tobillo un poco hinchado. ¿Cómo se siente?

—Bien. No me duele demasiado. —Me pellizcó el punto por


encima del talón—. Bueno, no parece que te hayas roto el tendón
de Aquiles, yo sería capaz de sentirlo. —Luego me apretó el músculo
de la pantorrilla—. Y tienes buenos reflejos. ¿Cuándo empieza el
dolor? ¿Algún momento específico? —Me dio una palmada para que
me sentara.

—A veces, al principio, cuando empiezo a practicar, pero después


de un rato, el dolor desaparece. Siento que vuelve a aparecer
cuando estoy en casa. O a veces cuando estoy corriendo me duele.
—Y tu entrenamiento de gimnasia —dijo, escribiendo en el
archivo—, ¿es un horario nuevo que empezaste, tal vez donde tu
cuerpo no estaba acostumbrado a este tipo de presión?

—Empecé a principios de año... Pasé de veinticinco horas


semanales a casi cincuenta horas de entrenamiento. ¿Qué crees
que lo causó?

Ella levantó la vista.

—Hmmm... Voy a traer al técnico de ultrasonidos para


asegurarme que el tendón no está roto. Desde el punto de vista
médico, diría que tu lesión se debe a un uso excesivo, a hacer las
cosas demasiado rápido y demasiado pronto. Sin embargo, podría
ser por un mal aterrizaje, por el impacto o por no haber calentado
lo suficiente antes. Es una lesión común entre los atletas.

—¿Es tratable y no tendré que estar de baja?

—Veamos primero lo que muestra la exploración. —La Dra.


DeLang sonrió y salió de la habitación.

Mirando a Madeline, dije:

—¿Qué crees que es? No puedo tomarme un tiempo libre,


simplemente no puedo —le supliqué.

Ella me frotó la espalda.

—No te enfades. Ni siquiera sabemos lo que dirá.

Se hizo la ecografía, y pasaron otros veinte agónicos minutos


antes que la médica volviera por fin con los resultados.

—Muy bien —dijo, cerrando la puerta tras ella—. Buenas


noticias. No te has roto el Aquiles. —Sonrió—. La mala noticia es
que tienes una distensión bastante grave. Tenemos algunas
opciones para curar tu lesión.

Le pedí a Dios que no sugiriera un tiempo de descanso.

—Haz muchos estiramientos antes y después de los


entrenamientos, ponte hielo en los músculos cada pocas horas,
quizá un baño de hielo para reducir la inflamación. Como tienes
que estar mucho tiempo de pie, el vendaje podría ayudar a
protegerte. La terapia de masaje es otra que ayuda. Te pondré en
contacto con una terapeuta de medicina deportiva. Tendrás que
verla antes de volver a entrenar para no dañar más tu lesión. Hasta
entonces, puedo recetarte algún medicamento para la inflamación.

Rápidamente, garabateó algo en un papel cuadriculado y me lo


entregó.

—Si necesitas algo o tienes alguna duda, llama y te atenderemos.

—Gracias —dijo Madeline.

—¿Cree que podré ver al médico deportivo pronto? —le pregunté


a la Dra. DeLang.

—No estoy segura de cuál es su horario, tendrás que llamar y


averiguarlo. —Apretando los labios, asentí y le di las gracias.

Una vez que estuvimos en el auto de Madeline, expulsé un fuerte


suspiro y llamé a mi madre.

—Mamá, soy yo. Acabo de salir del médico.

—¿Y cómo fue? —preguntó.

—Me he torcido el tendón de Aquiles y necesito terapia. La


doctora me ha dado el número de un terapeuta. ¿Puedo darte el
número y agendar una cita?

—No hace falta. Te buscaré un médico.

Hice una pausa, con la frente apretada por la perplejidad de por


qué mi madre iba a buscar su propio médico.

—Mamá, no puedo volver a entrenar hasta que vea al


fisioterapeuta. ¿Cuándo crees que llamarás para pedir cita?

—Estoy bastante ocupada hoy y...

Mi corazón cayó, mi cabeza se echó hacia atrás. Haría tiempo


cuando pudiera para mí y no antes. Se me llenaron los ojos de
lágrimas.
—Mamá, esto es realmente importante —recalqué.

—No todo gira en torno a ti, Adrianna. El mundo no se detiene


cuando tú quieres. Dije que llamaría, y lo haré cuando tenga la
oportunidad.

Mordiéndome la lengua, le di las gracias y colgué. Madeline


condujo hacia World Cup. Me quedé callada mientras el fastidio se
enconaba en mi interior.

Madeline me miró con simpatía en los ojos.

—Todo se arreglará. Vamos a ver qué dice el entrenador Kova.

—Gracias, Madeline, por venir conmigo.

Me dio una palmadita en la pierna.

—Por supuesto.

Al llegar a World Cup, Madeline aparcó su auto y entramos.

—Ve a sentarte en la oficina de Kova y llegaremos pronto.

Asintiendo, me dirigí a la parte trasera, encontrándome con


Holly.

—¿Cómo te fue? —preguntó Holly mientras cerraba su casillero y


me encaraba.

—No muy bien. Me torcí el tendón de Aquiles.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Significa eso que estás fuera?

—No, por suerte no. Aunque tengo que hacer terapia y tener
cuidado de no desgarrarlo, supongo. Eso me dejaría fuera seguro.

Su boca se levantó.

—Ten cuidado, con la gimnasia eso va unido como el aceite y el


agua.
—¿Verdad? Tengo que ir a la oficina de Kova y esperar por él y
Madeline. Nos vemos luego.

Pasando por delante de mí, Reagan se acercó dando un golpe a


mi hombro.

—¿Vas a la playa? —preguntó, abriendo su taquilla. Sus ojos


recorrieron mi atuendo con el ceño fruncido.

Miré mi vestido verde oscuro de Victoria's Secret y mis sandalias


Tory Burch. Como no quería darle esa satisfacción, puse los ojos en
blanco, la ignoré y me fui. Después de mi cita con el médico, no
estaba de humor para tratar con Reagan.

Entré en el despacho de Kova, me senté y esperé, pensando en la


conversación que había tenido con mi madre. Es curioso cómo en
el lapso de unos minutos puede hacerme sentir completamente
intrascendente. Le había pedido ayuda y me la había dado. Pedirle
dos veces era una historia completamente diferente. Llamar a mi
padre sería una mejor alternativa, y decidí que lo haría después de
salir de aquí. Solo esperaba que por una vez tuviera prioridad sobre
cualquier proyecto que él tuviera en marcha.

En pocos minutos, ambos entrenadores estaban en el despacho,


Kova sentado detrás de su escritorio. Madeline le dio una
actualización detallada mientras yo miraba fijamente, molesta por
las noticias. La devastación me golpeó. Las lágrimas de rabia se
formaron en el fondo de mis ojos. No podía creer que esto estuviera
ocurriendo después de lo mucho que había trabajado. Cualquier
lesión, grande o pequeña, frenaría a cualquier atleta.

—Bueno, podría ser peor —dijo Kova, ganando mi atención


después que Madeline se fuera, cerrando la puerta tras ella. Sus
ojos se quedaron en mi rostro mientras hablaba—. Lo bueno es que
no estarás fuera y es tratable.

—¿No me obligarás a estar fuera hasta que vea al otro médico?


—La esperanza floreció dentro de mi pecho.

—No puedes permitirte estar fuera, Adrianna. Así que puedes


hacer acondicionamiento extra y entrenamientos ligeros por ahora.
A partir de ahí, iremos avanzando. Aunque puede que tengamos
que reducir algunas habilidades. —Sabía que era un comentario de
alcance, pero no me importaba mientras me dejara practicar—. Ya
que estás aquí, debo decirte que te he inscrito en el encuentro de
Parkettes Invitational. Tenemos que conseguir que te clasifiques
como élite, pero primero competirás como nivel diez con tus nuevas
habilidades de élite, para ver cómo te va y partir de ahí. En este
encuentro compiten algunos de los mejores niveles diez y élites del
país, así que debería ser una buena prueba para ti.

La sonrisa que se me dibujó en el rostro fue de oreja a oreja. No


era exactamente lo que quería oír, quería clasificarme como élite,
pero lo aceptaría ya que era un paso en la dirección correcta.

—¿Cuándo es?

—Dentro de poco menos de tres meses, en enero. Lo que significa


que tenemos mucho trabajo que hacer. ¿Has hablado ya con tus
padres sobre la lesión?

Gruñi. Se acabó mi buen humor. Me encorvé, miré hacia otro lado


y me acomodé un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Mi madre, y ha dicho que se pondrá en contacto con un médico


cuando tenga tiempo. —Mi voz se suavizó—. Daría cualquier cosa
por que me pusiera en primer lugar, para demostrar que realmente
se preocupa. Dijo que estaba ocupada, que podían pasar días antes
que llamara a alguien. Iba a llamar a mi padre cuando saliera de
aquí porque quién sabe si está ocupada...

Kova cogió el teléfono y marcó.

—Hablaré con él.

Mis ojos volvieron a mirar a Kova. Nos sentamos en silencio,


mirándonos fijamente con el teléfono pegado a la oreja. Me di cuenta
que tenía un buen rastrojo de barba en la mandíbula y su cabello
estaba desordenado. Las ojeras eran prominentes bajo sus ojos y,
antes que pudiera pensarlo mejor, le dije:

—Pareces agotado.

Sus ojos se debilitaron. Kova abrió la boca para hablar, pero oí la


voz de mi padre.
—Frank, es Kova... Sí, está bien. —Le contó a mi padre sobre la
visita al médico y el tratamiento—. Adrianna dijo que había hablado
con tu mujer y que llamaría para pedir la cita cuando tuviera
tiempo. Frank, el tiempo no está de nuestro lado, y no puedo
enfatizar lo suficiente lo importante que es qué tu hija sea vista
pronto.

Kova me miró fijamente, escuchando a mi padre.

—Eso está bien, ¿me llamarás para avisarme? No puede estar


mucho tiempo fuera del gimnasio. —Asintió con la cabeza—. Sí, está
aquí mismo. —Kova me tendió el teléfono. Me puse de pie para
alcanzarlo, pero su escritorio era demasiado ancho, así que di un
paso y me puse al lado de Kova. Cogí el teléfono de su mano, me
apoyé cómodamente en el borde del escritorio y me llevé el teléfono
al oído.

—Hola, papá.

—Mi dulce guisante, me alegro de oír tu voz.

Sonreí.

—La tuya también.

—¿Cómo te sientes?

—Me siento bien, el dolor no es tan malo, y no es una mala lesión


en absoluto. Puedo aguantar, pero nadie me hace caso. Sé lo que
estoy haciendo —dije con ligereza y él se rio—. He hablado con
mamá... ¿Crees que puedes ocuparte de todo por mí, por favor? Sé
que ella dice que lo hará, pero esto realmente no puede esperar. El
entrenador dijo que me inscribió para mi primer encuentro de élite,
así que quiero estar preparada para ello.

—No preocupes a tu linda cabecita. Ya lo tengo controlado. Kova


tendrá noticias mías al final del día.

—Gracias, papá. —Hice una pausa—. Te echo de menos.

—Yo también te echo de menos, cariño. Tengo que volver al


trabajo, pero hablaré contigo pronto. Vuelve a ponerlo.
Me despedí y le pasé el teléfono a Kova. Rasgue el esmalte de uñas
rosa pálido ya desconchado y me quedé mientras él seguía
hablando con mi padre. Sabía tanto como Kova que no podía
permitirme el lujo de tomarme un tiempo libre. ¿Después de todas
las largas y rigurosas horas que había invertido para salir adelante
solo para dar diez pasos atrás? No iba a suceder.

No había suficientes horas en el día, pero contra viento y marea,


planeaba estar en el entrenamiento mañana temprano.

Kova colgó el teléfono e inclinó su silla hacia mí, recostándose


con las piernas abiertas. Se veía jodidamente sexy sentado tan
despreocupadamente con la cabeza inclinada hacia un lado. Sus
ojos clandestinos se clavaron en mi cuerpo. Quería saber en qué
estaba pensando para que sus labios formaran un lento y sexy giro
y sus ojos brillaran cuando se encontraran de nuevo con los míos.
El aire cambió en la habitación. Cuando estábamos a solas, la
intensidad de su mirada siempre me deshacía, y sabía que si lo
miraba más tiempo estaría de acuerdo con cualquier cosa que
dijera.

El teléfono móvil de su mesa vibró. Kova lo miró para luego


acercarse y silenciarlo.

Mirándolo fijamente, le dije en voz baja:

—Tienes que dejarme seguir practicando.

—No tengo que dejarte hacer nada.

Kova me estaba provocando. Su teléfono vibro de nuevo y esta


vez lo miro. No tuve la oportunidad de leer el nombre que ponía
antes que una mueca anudara su rostro y lo enviara al buzón de
voz.

—Tú y yo sabemos que necesito practicar todo lo posible. Sobre


todo si quiero alcanzar mi sueño de los Juegos Olímpicos algún día.
Reduciré mi rutina de suelo si es necesario, solo practicaré en viga
y barras para quitarme la presión del tobillo. Estoy dispuesta a
hacer cualquier cosa, solo que no me obliguen a tomarme un tiempo
libre.

—Tal vez no está destinado a ser para ti.

Me puse roja.

—¿Qué significa eso? ¿No está destinado a ser para mí? ¿Por qué
tienes que ser un idiota todo el tiempo?

Levantó una ceja.

—Voy a dejar pasar eso. Tu cuerpo no estaba preparado para el


tipo de cambio al que te sometiste y te lesionaste. Tal vez volver a
lo básico sea una mejor idea.

Murmurando en voz baja, lo maldije en mi cabeza.

Kova se tensó, inclinándose hacia delante.

—¿Qué has dicho?

—Nada. Estaba hablando sola.

El teléfono de su oficina sonó y salté sin esperarlo. Cuando se


inclinó sobre su escritorio para mirar el identificador de llamadas,
sus cejas estaban juntas y su hombro rozó mi muslo. Seguí su
mirada mientras enviaba la llamada al buzón de voz. Tenía que ser
importante para quien llamaba y estuve a punto de sugerirle que lo
cogiera.

Volviendo a sentarse, dijo:

—¿Te has puesto ese vestido a propósito para burlarte de mí?

Mi cabeza se movió en su dirección, molesta que pensara tal cosa.


Sus ojos se fijaron en mi pecho, así que seguí su intensa mirada.
Mis pechos se apretaban, sin saberlo, por la presión de mis brazos
cruzados, lo que me proporcionaba un amplio escote en mi vestido
de cuello de pico. Y por amplio, me refería a copas B de tamaño
normal en un buen día. No había pensado mucho cuando me lo
puse, pero supongo que inconscientemente quería atraer su
mirada.

No es de extrañar que la mirada engreída de Kova le sentara bien.


No solía sonreír en el gimnasio, ni siquiera las pocas veces que
había estado a solas con él. Siempre estaba tan serio, tan
melancólico, tan... sexy.

Y no olvidemos que era un gran imbécil.


Capítulo 53
Sus ojos parpadeaban tortuosamente mientras se mecía en su
silla con las manos unidas despreocupadamente en su regazo.

Su sonrisa se hizo más grande y mi corazón empezó a derretirse.


Me di cuenta que en este momento me gustaba ver a Kova sonreír,
me gustaba ver su mejilla con un hoyuelo y deseaba que lo hiciera
más. Estaba despreocupado, y me di cuenta que posiblemente
estaba coqueteando conmigo.

—No te hagas ilusiones. Ni siquiera estaba pensando en ti esta


mañana cuando me vestí.

Su contagiosa sonrisa no hizo más que aumentar. Tuve que


luchar contra la mía, y contra el escalofrío de la piel de gallina. El
teléfono volvió a sonar, y esta vez Kova contesto:

—¿Qué? —espetó. Un momento después pasó a hablar su lengua


materna. Era breve, cortante y enfadado. Todo lo contrario que
segundos antes conmigo—. No, no quiero hacer esto —replicó a la
persona que estaba al otro lado. Tenía curiosidad por saber de qué
iba la conversación y por qué se había enfadado tan bruscamente.
Cuando escuché el nombre de Katja, decidí no hacerlo. Kova se
había sincerado conmigo sobre su vida familiar, pero nada sobre su
novia. Tenía curiosidad por saber cómo era su relación con ella y
cómo habían llegado a estar juntos, pero decidí que hoy no era el
día para preguntar con su repentino cambio de tono—. Me niego
a... —dijo, solo para ser cortado. Podía oír su voz y estaba igual de
acalorada. Sus ojos se abrieron de par en par y un ceño fruncido se
formó en su llamativo rostro antes que volviera a escupir en ruso.
Su voz se elevó y su mano se tensó sobre el auricular antes de
bajarlo de golpe con ella aún hablando. Dejó caer la cabeza sobre
su mano y se frotó los ojos. Sea lo que sea lo que haya pasado no
puede ser bueno. Su cuerpo estaba tenso, la furia irradiaba de él.
Pasaron unos momentos de incómodo silencio antes que yo
hablara:

—Si crees por un segundo que me he puesto este vestido por ti,
bueno, entonces, estás loco.

Kova levantó la cabeza e inclinó su cuerpo hacia mí, recorriendo


mi cuerpo con la mirada. Sus hombros se relajaron y se recostó en
su silla, abriendo más las piernas. Esto me hizo feliz. No me gustaba
verlo tan molesto y alterado. No pude evitar que mis ojos recorrieran
sus anchos hombros hasta el grueso bulto de sus pantalones. No
había forma de ignorar la dura silueta que se dibujaba en su muslo.
Intenté imaginarme exactamente su aspecto bajo la ropa y mi
cuerpo se calentó al pensarlo. Se sentó hacia delante. Su mano bajó
a un lado y sus dedos danzaron por el dorso de mi pierna. Su tacto
era tan suave como el batir de las alas de una mariposa y provocó
una oleada de calor que recorrió mi cuerpo. Expulsando una lenta
respiración, luché contra ella y no me moví, no mostré nada en mi
rostro.

—Oh, malysh, definitivamente estoy loco —dijo en voz baja con


una ceja levantada.

Le aparté la mano de forma juguetona.

Él solo la devolvió.

—¡Para! —susurré con una sonrisa de satisfacción.

Kova se rio, y que Dios me ayude, me encantó el sonido, me


encantó la gran sonrisa en su cara.

—No sé qué pretendes, pero para.

Se encogió de hombros como si no tuviera ni idea de lo que estaba


hablando.

—¿Y si alguien entra aquí? —Su única respuesta fue rozar más
arriba la parte posterior de mi muslo. Volví a apartar su mano de
un manotazo y le pregunté—: ¿Qué te pasa?

—Hagamos un trato —ofreció.


Mi cabeza se inclinó hacia un lado.

—¿Un trato? —pregunté con escepticismo.

Kova juntó las manos delante de la cara como si estuviera


rezando. Pareció sumido en sus pensamientos por un momento y
luego habló, levantando sus ojos para encontrarse con los míos.

—Te dejaré venir mañana a entrenar, a hacer un


acondicionamiento extra, aunque no hable con tu padre ni tenga
una cita fijada, si esta noche puedo verte. Por supuesto, tus rutinas
tendrán que reducirse porque no puedo arriesgarme a que te hagas
daño, pero no te obligaré a tomarte un tiempo libre. Tomar tiempo
libre realmente no es necesario. Solo hay que ser precavidos.

Me quedé boquiabierta. Me hizo pensar que tendría que tomarme


un tiempo libre. Y creo que dejé de respirar por un segundo.

Kova se levantó, obligándome a enderezar la espalda cuando se


puso delante de mí. Su presencia exigía atención y mi corazón se la
entregó por completo. Su lado dominante y autoritario fue lo que
me atrajo a él en primer lugar.

—Quiero volver a verte —admitió Kova.

Solté las manos y me agarré al borde de su escritorio cuando su


pierna me rozó el muslo. Se acercó aún más, tanto que apenas
quedaba espacio para respirar, y me di cuenta que lo que había
sentido no era su pierna.

El aire crepitaba de tensión, la química entre nosotros era


evidente. Me di cuenta que seguía con los nervios de punta por su
conversación con Katja, pero no iba a sacar el tema a pesar que lo
deseaba tanto. Se me aceleró el corazón y se me erizó la piel con el
escalofrío que combatí. Con la mirada hacia abajo, Kova me subió
las manos por los brazos, pasando suavemente por la clavícula
hasta llegar al cuello. Me inclinó la mandíbula para que lo mirara,
y nuestros ojos se cruzaron lentamente. Dios, no había ningún tipo
de problema. Me estaba enamorando de Kova, y me estaba
enamorando mucho. Su mirada necesitada me cautivó por
completo. El deseo arremolinado en sus ojos, la forma en que sus
párpados se bajaban y su nariz se encendía, la plenitud de sus
labios. Me miraba como si yo fuera lo único que importaba en el
mundo. Me estaba seduciendo sin decir una palabra, y me pregunté
si él sentía lo mismo por mí. Olvidadas nuestras edades en este
momento de silencio que compartimos, no se podía negar la
evidente conexión. La intensidad comenzó a asfixiarme. Y mi
corazón se envolvió en una nueva emoción que no podía nombrar.
Bajé la mirada, tenía que hacerlo. Kova tenía una forma de hacer
desaparecer el mundo cuando estaba con él.

—Mírame —dijo en voz baja. Sacudí la cabeza—. Ria, no lo volveré


a decir. —Cuando lo ignoré por segunda vez, su dedo rozó mi
mandíbula e inclinó mi cabeza hacia arriba, pero cerré los ojos.

Con un murmullo sin aliento, pregunté:

—¿Qué estás haciendo?

Ignoró mi pregunta.

—Abre los ojos. —Cuando obedecí, sus siguientes palabras


susurraron sobre mi tibia piel—. No he terminado de saborearte. —
Su pulgar presionó mi labio.

—No es tan fácil.

—Oh, pero lo es. —La parte posterior de sus nudillos se deslizó


por mi cuello y sobre mi clavícula—. Acepta mi trato.

Dudé, mi mente repasando lo que me ofrecía.

Su mano siguió bajando, rozando ligeramente mi pecho.

—Malysh...

—¿Qué significa saborear? Suena muy raro. —Pero caliente,


pensé.

Se rio por lo bajo.

—Exactamente por lo que necesito mostrarte.

—No necesitas hacer nada. Quieres hacerlo. Hay una diferencia.


—Si no hubieras entrado aquí con ese endeble vestidito y las
sandalias doradas, quizá no te hubiera ofrecido ningún trato. Pero
verte cambió mi perspectiva por completo.

—¡Pero si ni siquiera es un trato real! —repliqué bromeando. Él


se encogió de hombros sabiendo que tenía razón.

—¿Así que es mi culpa que quieras... probarme? Kova, tu elección


de palabras a veces me preocupa.

La sonrisa que se formó en su cara casi me hizo sonreír. De


hecho, lo hizo, y me reí. Apoyando una mano en su duro pecho,
traté de empujarlo hacia atrás. No se movió.

—No —volví a decir—. Vete —me reí.

La mano de Kova bajó a mi muslo, empujando la costura de mi


vestido. Le aparté la mano de un manotazo, preocupada que alguien
pudiera entrar en cualquier momento, pero él rápidamente pasó su
mano por debajo de la mía, volviendo a su destino. Me subió el
vestido por el muslo sedoso y suave, hasta el pliegue de la cadera.

—¿Qué te pasa hoy? Estás como una perra en celo. —Me aferré
a su camiseta en un intento de apartarlo, pero lo único que
conseguí fue acercarlo. Me quedé sin aliento, mi corazón se aceleró
mientras la lujuria y la adrenalina me recorrían.

Una risa retumbó en su pecho.

—Creo que tu elección de palabras me preocupa a veces.

Poniendo los ojos en blanco, intenté no sonreír.

—No hay nada malo en mi elección de palabras, muchas gracias.


Ahora, para. —Me esforcé por resistir sus rápidos dedos mientras
intentaba introducirlos en mis bragas. El calor me recorrió y suspiré
en él. Realmente no quería parar, pero después que Madeline casi
nos atrapara, sería prudente que nos detuviéramos. Le agarré la
muñeca y le dije—: Ve... a probar a Katja y déjame en paz.

—Ya lo he hecho. Muchas veces.

—¿Te estás cansando del mismo... sabor de siempre?


Se encogió de hombros con una sonrisa.

—Todo lo contrario, en realidad.

Gruñí y él se rio. Su mano pasó por el borde de encaje de mis


bragas y me ahogué:

—Bueno, ve a hacerlo de nuevo.

—Ahora mismo no la quiero a ella, te quiero a ti. —Sus palabras


hicieron que un torbellino de emociones y sentimientos me
recorriera—. Apuesto a que si te tocara ahora mismo tu coño estaría
mojado.

Mierda. Tenía razón, mis bragas se me pegaban, pero no podía


admitirlo. Intenté hacer rodar mis caderas hacia atrás para que no
pudiera llegar a su destino, pero no estaba teniendo suerte. Estaba
luchando contra mí, empujándome, y a decir verdad, me encontré
sonriendo y riendo mientras lo hacía. Intenté forzarlo a alejarse de
nuevo, pero el hombre estaba construido tan sólido como una roca.

—En serio, ¿qué significa eso? ¿Todos tenemos un sabor en


específico?

Casi me sobresalto cuando su lengua lamió un rastro húmedo


por mi cuello y sus labios capturaron los míos en un beso
abrasador.

—¿Te gusta cuando te alejo?

Volví a empujarlo y se quedó en su sitio. No quería que se moviera


y me alegraba que no lo hiciera. Me gustaba cómo se mantenía
firme, la tensión y la lucha entre nosotros. Lo aferré más a mí e
inhalé.

Un gruñido bajo retumbó en su pecho.

—Podría decirse que sí.

Pensé en lo que había hecho antes y en cómo había vuelto


rápidamente por más, en cómo su abrazo se había hecho más
fuerte. Actuando por instinto, me incliné y le mordí el bíceps. No
demasiado fuerte, pero lo suficiente para que se retirara.
—No me gusta, me encanta cuando luchas contra mí —admitió
sin aliento, retirándose y mordiendo mis labios—. Me gusta ver la
indecisión en tus ojos. Me pone la polla dura.

Sus ojos se oscurecieron de deseo y mi corazón floreció al ver su


respuesta. Mi vientre se agitó. Parecía un animal hambriento y eso
me intrigaba. Debería haberme hecho gritar en otra dirección, pero
no podía negar mi cuerpo y las ganas que tenía de correr hacia él.
Saber que podía provocar esta reacción en él era estimulante y me
daba fuerzas.

Al contacto de sus hábiles dedos dentro de mis bragas, me mojé


más y un frenesí de fuego me recorrió las venas, metiéndome dentro
de él.

—Ah, sabía que estarías mojada. —Me tensé y luché contra un


gemido bajo en mi garganta—. Ah, tan apretado.

—¿Katja se resiste a ti?

El lubricante resbaladizo le permitió deslizar fácilmente un dedo


grueso en mi interior. Jadeé y me apreté a su alrededor. Cuando su
dedo tocó mi clítoris, me estremecí, agarrando sus bíceps. Mi
cabeza cayó sobre su pecho.

—No como yo quiero —susurró contra mi cuello.

Por alguna extraña razón, eso me complació. Me encantaba cómo


era capaz de darle algo que ella no podía.

—¿Está apretada como yo?

No respondió a mi pregunta y eso me quemó el pecho. La envidia


me recorrió porque su silencio era mi respuesta. Por mucho que
quisiera, por mucho que el calor me hiciera querer acceder a todos
sus caprichos, no creía que debiera hacerlo. Cada vez que
estábamos a solas o en la intimidad, me encontraba deseando más
de él. Era una emoción a la que no estaba acostumbrada ni sabía
cómo manejarla todavía.

Ahora que tenía su atención, necesitaba hacerlo entrar en razón.


Unos segundos más y esto iba a progresar rápidamente en algo que
no podía ser detenido, algo que era muy peligroso para ambos.
—¿Y si alguien entra aquí?

Agarrando mi mandíbula con la mano, tiró de mí hacia adelante


y sostuvo la parte posterior de mi cabeza hacia él mientras me
besaba fuerte y largamente, introduciendo su lengua en mi boca
con la suficiente agresividad como para que yo le devolviera el beso.
Le rodeé el cuello con los brazos y lo estreché contra mí. Me devoró
la boca con una tenacidad vivaz que nunca antes había
experimentado. Lleno de celo, hambre y el pequeño hilo de control
al que apenas se aferraba era palpable, tangible.

Kova se retiró. Retiró el dedo y se lo llevó a los labios, lamiéndose


el dedo. Me miró profundamente a los ojos y jadeó:

—Esta noche eres mía.

Me solté de su mano y me alejé. Cuando llegué a la puerta, me


detuve y miré por encima del hombro cuando me llamó por mi
nombre:

—Conserva tus fuerzas. Las necesitarás para más adelante.

—Ya lo veremos —respondí antes de salir de su despacho y


cerrarle la puerta en las narices.
Capítulo 54
Y efectivamente, Kova había cumplido su palabra y se presentó
al anochecer.

No me pregunté cómo se había alejado de su novia, y la verdad


es que no quería saberlo. Era más que consciente que nunca podría
haber una relación real entre nosotros, al menos no a corto plazo,
pero eso no cambiaba el hecho que no me gustara que volviera a
casa con Katja cada noche.

Mis nervios habían estado a flor de piel mientras lo esperaba. No


estaba segura que apareciera de verdad al principio, pero quería
asegurarme de estar preparada por si acaso. Cuando me duché
después del gimnasio, me afeité cuidadosamente cada parte hasta
quedar suave y sedosa. Enjaboné cada centímetro de mi cuerpo
desnudo con una loción con aroma a lavanda y me sequé el cabello
al aire con un poco de espuma para que las ondas tuvieran más
volumen. Elegir la ropa no fue una tarea fácil. No quería parecer
que lo estaba esperando, pero también quería llevar algo más que
un pijama. Me decidí por unos sencillos jeans cortos enrollados y
una camisa de color marfil de gran tamaño. Para ser un poco más
atrevida, me salté la camiseta y el sujetador que solía llevar debajo.

Al final, el resultado fue bueno, porque cuando le abrí la puerta


a Kova, él tenía sus manos enredadas en mi cabello y sus labios
pegados a los míos en cuestión de segundos. Cerró la puerta de
golpe con el dorso del pie y me devoró la boca mientras me llevaba
por el pasillo hasta mi dormitorio.

—No puedo esperar ni un segundo más —me dijo, y me tiró a la


cama—. Me vuelves loco. —Mis brazos se posaron por encima de mi
cabeza y mi camisa subió por mi vientre. Mis pechos flexibles
hacían cosquillas en el material transparente y sabía que mis
pezones endurecidos dibujaban pequeños círculos perfectos. El
calor me recorría el cuerpo mientras él me miraba con un deseo tan
oscuro que mi estómago se revolvió. Con un rápido tirón, me quitó
los jeans cortos y los dejó en el suelo, y se colocó entre mis piernas.

Kova arrastró una mano por mi vientre, girando su muñeca para


poder abarcarme por encima de mis bragas negras, acariciando mis
labios hinchados que suplicaban ser tocados.

Su gran mano se deslizó por la parte delantera y se acercó por el


pliegue de mis surco, introduciendo un dedo en mi interior
lentamente. Mis caderas se ondularon y Kova gimió. Mirando entre
nosotros, una gruesa vena descendía por su antebrazo. No tenía ni
idea de por qué eso me parecía tan increíblemente excitante.
Rezumaba fuerza muscular y atractivo sexual. Sus caderas se
movían de un lado a otro como si estuviera dentro de mí. No se
había quitado los pantalones cortos de baloncesto y su amplia
erección crecía rápidamente ante mí. Gemí y me mojé aún más,
agarrando las sábanas. Era casi vergonzoso estar tan mojada.

Kova empujó sus caderas hacia mi centro, lo que hizo que su


mano añadiera presión, haciéndome gemir. Sus muslos mantenían
mis piernas abiertas mientras su dedo acariciaba cada centímetro
de mí.

Dios, podría tener un orgasmo así.

Me gustaba su fuerte tacto, su poderosa posición sobre mí. Era


áspero y a la vez sensual. Era hábil, como si supiera exactamente
lo que estaba haciendo, lo cual era agradable porque yo no tenía ni
idea.

Al sacar su dedo, me ardían las mejillas por los sonidos que


acompañaban al movimiento. Kova bajó la vista y nuestras miradas
embriagadoras. Añadió lentamente otro dedo y la presión fue fuerte,
pero buena. Mis caderas se agitaron cuando su pulgar se posó en
mi clítoris y un gemido vibró en mi pecho. Mis caderas comenzaron
a moverse, girando sobre sus dedos. Más, necesitaba más, y lo
quería rápido.

—Adrianna —dijo roncamente, sacando sus dedos de mi núcleo—


. Nada me gustaría más que hacer que te corras así, pero primero
tengo otras cosas en mente. —Aplastó su mano contra mí, con
fuerza, y gemí de nuevo, sus dedos descansando más allá de mi
coño hasta mi culo.

Joder. Me estaba provocando.

La presión y la fuerza de su mano, sus dedos apoyados en la parte


baja, se sentían tan calientes que quería que me tocara más fuerte,
que apretara su palma contra mi palpitante capullo.

—Sí... —Suspiré, amando lo que estaba haciendo. Era como si


me hubiera leído la mente—. Eso se siente tan bien. Así de bien.

Kova hizo una pausa.

—¿Qué hace?

Respirando con dificultad, le respondí con sinceridad:

—Tu mano, lo fuerte que me presionas. Las caricias suaves son


agradables, pero esto se siente mucho mejor. Y me gusta que me
mantengas las piernas abiertas. —Mis caderas rodaron contra su
mano para mostrarle y abrí más las piernas.

—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —Los ojos de Kova se


oscurecieron. Estaban cargados de excitación y su cuerpo se tensó.
Sacudió la cabeza como si estuviera luchando consigo mismo para
encontrar las palabras adecuadas—. Me gusta cuando me dices lo
que quieres que haga. Es embriagador saber que te hago sentir tan
bien.

Le miré profundamente a los ojos para que supiera que mis


palabras eran ciertas.

—Me haces sentir mejor que bien, Kova.

—Estás jugando con fuego.

—¿Qué quieres decir?

—Oh, malysh. —Rio con la garganta. Kova retiró la mano y se


llevó la mano a la nuca y se quitó la camiseta—. Deja que te lo
enseñe.
El colchón se hundió mientras Kova se arrastraba sobre mí de
rodillas. Mis dedos trazaron sus abdominales duros, cada
hendidura y cada surco que tallaba su estómago no se perdía.
Respiró de forma audible cuando mis palmas rozaron su firme
pecho y sus pezones. Mis dedos se deslizaron por la nitidez de sus
hombros. Dejando caer su peso sobre mí, Kova me miró a los ojos
antes de besarme sin sentido. Mi cuerpo rodeó el suyo,
encerrándolo. Su calor se extendió por mi cuerpo, nuestro calor se
fundió. Su lengua entró y salió lentamente antes de plantar besos
con la boca abierta por mi cuello, alrededor de mi oreja, y tirar de
mi lóbulo hacia su boca. Mi espalda se arqueó, empujando mi pecho
hacia él. Estaba completamente bajo su control y todo lo que hizo
fue avivar aún más el fuego.

Mis manos se posaron en su musculosa espalda y lo agarré. Kova


se flexionó bajo mi contacto y sus caderas comenzaron un lento y
constante balanceo contra mi centro. Su erección entraba y salía, y
me pregunté si de alguna manera podía sentir lo húmeda que
estaba.

Al retirarse, apoyó su frente en la mía y cerró los ojos. Estaba


mareada por sus fervientes besos y me aferré a él con fuerza. Las
respiraciones de aire caliente se mezclaron mientras luchábamos
por estabilizarnos.

Kova se sentó sobre sus talones. Levantó la frente y me dedicó la


media sonrisa más sexy que jamás había visto mientras me quitaba
las bragas y me empujaba las rodillas.

—Deja que te enseñe cómo quiero saborearte.

Me di cuenta y Kova sonrió al ver mi expresión. Saborearte... eso


es lo que quiso decir antes. Joder, este hombre era precioso y quería
hacerme cosas increíbles.

—Primero, me familiarizaré con tus labios. —Se inclinó hacia


abajo y recorrió suavemente la unión de mi coño con la punta de
su lengua. Un suspiro de placer salió de mis labios y cerré los ojos
brevemente—. ¿Se siente bien?

—Sí —gemí en respuesta.


—Después de calentarte con mi lengua. —Levantó la vista y sus
ojos brillaron con pensamientos retorcidos—. Voy a estirarte así. —
Procedió a tirar de mis pliegues con fuerza, chupando con fuerza.
Su lengua se introdujo en el interior y recorrió mi núcleo.

No pude soportarlo. Este hombre. Lo que me estaba haciendo.

Gemí, cerrando los ojos y empujando mis caderas hacia él. Mis
piernas se enroscaron en sus fuertes hombros. Lo quería.

No, lo necesitaba.

Todo él.

—No te muevas. Y mantén las manos quietas. ¿Entendido? —


Asentí acaloradamente, sin darme cuenta que mis dedos estaban
en su cabello.

Maldita sea. No quería que se detuviera. Podía tenerme como


quisiera cuando era tan exigente. Haría cualquier cosa que me
ordenara. El hambre por él burbujeaba, y el deseo crecía como un
volcán a punto de entrar en erupción.

—¿Estás segura?

—Positivo.

—Buena chica. ¿En qué estábamos? —Se inclinó de nuevo hacia


abajo y continuó con su perverso tormento en mi sexo.

—Después que te hayas calentado y estirado, te mostraré los


pasos que hay que dar antes de llegar a tu desmontaje. —Me quedé
con la boca abierta y él sonrió.

Desmontar. Clímax. Lo mismo.

Tener a Kova bajando sobre mí fue estimulante y angustioso al


mismo tiempo. Aunque lo hizo durante una fracción de segundo en
la sala de baile aquella noche, no fue mucho tiempo. No tenía ni
idea de cuánto más podría soportar este ritmo más largo. La
humedad que goteaba de mí era ligeramente embarazosa y me
preocupaba que él la encontrara poco atractiva.
—Practicaremos hasta que lo consigas perfectamente.

Su lengua entraba y salía, bailando alrededor, sintiendo cada


parte de mí. Si quería poder, yo se lo iba a dar. Me agaché, enredé
mis dedos en su cabello y lo apreté contra mí, apretando sus
hombros con mis muslos.

De repente, se apartó. Sus ojos verdes eran ahora del color de


una selva oscura. Salvaje. Indomable. Misterioso. Agarrando mis
muñecas, las colocó junto a mis caderas, pero yo luché contra su
agarre. Su mirada feroz me decía que no había hecho caso a su
norma de no tocar, y eso le excitaba. El poder y la fuerza que ejercía
eran afrodisíacos y yo no podía tener suficiente.

—No. Te. Muevas.

Un chorro de aire salió de mí cuando su lengua volvió a penetrar


en mi interior, lamiendo y tirando de mis labios con tanta
sensualidad que me derretí en la cama, y un gemido salió de mi
garganta. Giré mis caderas en una ola contra su boca,
completamente impávida por mis acciones. Cada lametazo
profundo y delicioso hizo que mi cabeza diera vueltas.

Entonces estaba frenético de necesidad. Sus manos recorrían mi


cuerpo, por todas partes. Sabía que se estaba conteniendo por lo
tensos y apretados que estaban sus brazos, y deseé que no lo
hiciera. Deseaba que me soltara y me tomara ya, que me diera todo,
todo lo que tenía.

—Kova... Oh, Dios mío. Estoy tan cerca.

Levantó la vista y mi corazón se detuvo cuando nuestras miradas


se cruzaron. Aunque habíamos tenido sexo, esto se sentía mucho
más íntimo.

La comisura de su boca se levantó con un desafío, sus ojos


brillaban con obsesión.

—Adelante, desmonta.
Capítulo 55
Su boca volvió a mi coño y un suspiro lleno de gemidos brotó de
mí, mientras mis ojos se ponían en blanco.

Esta sensación, su lengua sobre mí, lamiendo y chupando, era


puro erotismo.

Mi espalda se arqueó y eché la cabeza hacia atrás mientras mis


caderas se revolvían en su boca codiciosa mientras él me lamía. Las
manos de Kova estaban firmemente envueltas bajo mis muslos,
sujetándome a su boca. Las abrumadoras sensaciones que corrían
por mis venas me hacían jadear fuertemente por aire. Dios
todopoderoso. Intenté luchar contra Kova, pero su lengua trabajaba
más rápido, golpeando mi clítoris. Me encerró y me lamió con
precisión.

—¡Oh, Dios! —grité, mis muslos se tensaron alrededor de su


cabeza. Me dio una palmada en la parte exterior del muslo para que
me aflojara y rápidamente lo hice.

—Kova, por favor, es demasiado.

Mi cuerpo era una llamarada de fuego a punto de estallar. Mis


gemidos no pudieron contenerse y grité. Mis dedos se enroscaron
en su cabello oscuro, apretándolo en mi puño, empujando mi coño
en su boca aún más. Kova se volvió voraz. Su agarre en mis muslos
era poderoso, y yo quería darle todo en este momento. Mis piernas
cayeron de sus hombros por la fuerza del placer que me atravesaba
mientras él luchaba por mantener su boca en su sitio.

De alguna manera, cuando salió a tomar aire, conseguí


apartarme y subirme a la cama. Jadeé, ebria de placer. Mis ojos,
estoy segura, eran igual de brillantes y coincidían con los de Kova.
Su boca estaba cubierta de mi esencia por completo, y supe por la
forma en que se agachó que no debería haberme apartado.

—Mal movimiento, Adrianna.

Dio un salto hacia adelante y tiró del dobladillo de mi camisa,


quitándomela de un tirón. Estaba expuesta, completamente
desnuda ante él. Arrodillándose ante mí, me abrió las piernas y las
agarró, pasándolas por encima de sus hombros. Mis caderas se
levantaron del colchón, flotando en el aire.

—No —mentí. Lo que en realidad quería decir era que sí, pero
decirle que no me hacía cosas en la cabeza, y no podía parar.

Kova me pasó un brazo por la cintura y me encerró en su sitio,


mis tetas se alzaron, y si no estuviera en tal estado de necesidad
enloquecida, me habría avergonzado por su colocación. Pero no lo
estaba.

Inclinándose, dijo:

—Sabes increíble. —Luego aplastó su lengua y me lamió de abajo


a arriba. Me acarició el clítoris y chupó el pequeño bulto hinchado
mientras me retorcía en sus brazos.

—No te creo —gemí. Mi cuerpo estaba ardiendo, mi pecho ardía


de placer.

—Podría comerte todos los días y no me cansaría. —Folló mi coño


con su lengua, ignorando mi afirmación. Con mis caderas elevadas,
un orgasmo se elevaba rápidamente. Diferente ángulo, diferente
posición, no estaba segura de por qué, y no me importaba. Empecé
a gemir, sucumbiendo a él en un estado de felicidad como nunca
antes había experimentado. Mis caderas rodaron lentamente en su
boca mientras él me chupaba y devoraba con ímpetu y habilidad.
Una de sus manos se movió para frotar mi clítoris. Los pequeños y
sensibles nervios de mi cuerpo se convirtieron en un millón de
pequeñas estrellas plateadas.

—Oh, sí, sí, sí —gemí. Casi lloré por el impacto de todo aquello.
Su pulgar frotó con más fuerza y rapidez mientras el placer me
recorría, mis caderas se agitaban contra su boca.
—No pares —le supliqué. La vibración de su boca, combinada con
el cosquilleo de sus dientes, me hizo estallar. Un orgasmo estalló,
golpeándome con fuerza y desgarrándome con un placer antes
desconocido.

Pero Kova no se detuvo. Chupó con más fuerza, emitiendo


sonidos de sorbo mientras tomaba hasta la última gota hasta el
punto que su lengua se deslizó peligrosamente cerca de mi culo
para limpiarme. No podía dejar de hacer ruiditos, de gritar al sentir
ese dulce arrebato que me sacudía el cuerpo.

Mi corazón, como mi cuerpo, era totalmente suyo.

Una vez que el orgasmo disminuyó, Kova bajó cuidadosamente


mis caderas a la cama. Estaba agotada, un montón de papilla con
las piernas abiertas.

Mi corazón, lo mismo.

Al bajar del subidón más increíble de mi vida, unos ojos


acalorados recorrieron todo mi cuerpo y mis pezones se
endurecieron. Un hambre depredadora consumía sus rasgos
mientras se arrodillaba entre mis piernas. Mis ojos recorrieron sin
prisa su torso. La musculatura rígida de las horas dedicadas a
perfeccionar su físico enroscaba su estómago, pero fue la vena que
sobresalía de su abdomen y desaparecía bajo la cintura lo que
atrajo toda mi atención. Me dirigió una mirada que me hizo
sentirme sexy cuando ahuecó su polla y la acarició por encima de
los pantalones cortos de baloncesto.

Extendí los brazos. Quería que se acercara a mí. Lo necesitaba.

Kova me dedicó la más erótica de las sonrisas, justo antes de


decir:

—Ahora déjame mostrarte cómo aterrizo un Dismount.

Se burló de mí con sus palabras y su poderoso cuerpo, y su


acento ruso mezclado con su tono ronco lo hizo casi insoportable.
En este momento, la situación iba más allá de lo físico y me tenía
en vilo, casi rogándole que me tocara más.

Cuando su nariz rozó mi cuello, susurré:


—Me gustas, Kova. —Finalmente puse mis manos en su espalda
solo para que se tensara.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Cuando no respondió, solo pude asumir


que era por mi honestidad, y dije—: Esto no es justo. Me estoy
cansando de tus calenturas y frialdades.

Se apartó y levantó una ceja, sus ojos duros y silenciosos.

—Sí, lo entiendo, pero un minuto me deseas y al siguiente se te


enciende un interruptor y te pones raro. Me estás dando un
latigazo.

Kova murmuró en ruso en voz baja. Su humor juguetón y


seductor había desaparecido y en su lugar estaba el entrenador
Kova. Serio. Meticuloso. Perfeccionista. Hijo de puta.

Pasando una mano por su mandíbula, dijo:

—Tu franqueza me pilla desprevenido y no sé por qué lo hace ya


que no hemos sido más que sinceros el uno con el otro. —Soltó un
fuerte suspiro. Kova se apartó de mí, pero me incorporé
rápidamente y lo agarré del brazo.

Las ganas de darle una patada en las pelotas, que estaba segura
que le dolían y estaban azules, eran más fuertes que nunca. Sus
ojos ardían.

—No puedes enfadarte cuando soy sincera contigo. No es justo


para mí, ni para mis emociones, ni para las tuyas.

—¿No es justo? —se burló—. Lo que no es justo es que te deseo


cuando no debería. Te quiero toda para mí. —Se golpeó el pecho—.
Esa es la verdad. Quiero que seas mía y de nadie más. Quiero
hacerte cosas sucias en las que no debería pensar. Las imágenes...
—se interrumpió, y sacudió la cabeza—. Me visualizo doblándote y
tomándote tan fuerte como pueda, sabiendo que vas a sangrar y sin
que me importe una mierda si lo haces. Quiero ver cómo se te
humedecen los ojos mientras te tragas mi polla. Atarte las manos a
la espalda mientras te llevo a nuevas alturas que ni siquiera has
imaginado con el golpe de mi mano. El hecho que tengas diecisiete
años no es justo. Entonces, ¿sabes lo que tengo que hacer? Tengo
que follarme a mi novia como quiero follarte a ti, pienso en ti
mientras estoy dentro de ella porque no quiero hacerte daño. —Hizo
una pausa y dijo—: Y lo más importante, porque está mal y, sin
embargo, por alguna razón obscena, me encanta que lo esté. Me
encanta el riesgo que me atrapen, me encanta pensar en ti mientras
me la follo. Esto ha sido un error y no debería haber dejado que se
repitiera, pero me alegro que así sea.

Comienza a dar patadas al balón. Se estaba burlando de mí a


propósito para que le devolviera la jugada.

—¿Un error? Mentiroso —escupí entre dientes apretados,


enfadada porque se atreviera a pronunciar esas palabras—. Tú
fuiste quien puso esto en marcha esta mañana en el gimnasio, no
yo.

Kova hizo una pausa, su mirada inquietante me golpeó con


fuerza.

—¿Soy un mentiroso? —susurró.

—Sí, lo eres. Puedo verlo en tus ojos verdes ardientes, los


pensamientos prohibidos que pasan por tu cabeza. También eres
obvio en esto. —Kova aspiró un aliento cuando busqué su polla—.
Dime que no me deseas —le dije. Su mano inmediatamente agarró
mi bíceps con tanta fuerza que era posible que tuviera un moretón
por la mañana.

—¿Excitado? —me respondió con un mordisco—. No sabes lo que


es estar excitado. Y eso fue solo la hora del cóctel. Ni siquiera fue
suficiente para abrir mi apetito.

Dios, eso dolió. Si quería jugar, bien. Me defendería como


quisiera, cualquier cosa para que no se fuera.

—¿Ah sí? Entonces, ¿por qué puedo sentir que creces en mi


mano, eh? Siento que tu polla se hace más grande. Más dura. —
Inclinándome más cerca, mentí y dije—: Igual que cuando la polla
de Hayden creció en mi mano. —Los ojos de Kova adquirieron un
tono verde poco natural. Empecé a mover mi mano para frotarlo—.
Dime que no lo quieres. Que esto fue un error. Que cada vez que
estuvimos juntos fue un error.
—¿Por qué lo quieres tanto? —Su voz se quebró—. ¿Por qué me
presionas?

Mordiéndome el labio, mis ojos se ablandaron con mi corazón


ante la desesperación de su voz. Me encogí de hombros. Este ir y
venir estaba empezando a afectarme. Me di cuenta que a Kova
también lo estaba afectando.

—No lo sé, simplemente lo siento. Es una sensación que no puedo


explicar. Me gusta estar cerca de ti, Kova. Me gusta hablar contigo,
me gusta tu presencia. No me digas que no sientes lo mismo, si no,
no estarías aquí. —Tragué con fuerza, rezando para que mis
siguientes palabras no se me echaran en la cara—. Lo sientes,
¿verdad? ¿Esta conexión? ¿La química? Es por lo que sigues
diciendo que fue un error, ¿no?

—Me has quitado las palabras de la boca. —Sacudió la cabeza


con incredulidad, cerrando los ojos por su admisión.

Una suave sonrisa alivió mi rostro cuando abrió los ojos y me


miró.

—Tienes que soltarme —gimió cuando empecé a trabajar con él a


través de sus pantalones. Sus caderas empujando en mi mano
contradecían sus palabras—. Es un juego peligroso el que estamos
jugando.

Su pecho empezó a moverse, respiraciones más lentas y


profundas que creía estar ocultando de mí. Su mano se aflojó en mi
brazo y lentamente, muy lentamente, comenzó a deslizarse hacia
mi muñeca que acariciaba su erección.

—A la mierda.
Capítulo 56
Kova se acercó a mi pecho y me palmeó los senos, pellizcándome
los pezones.

Gimiendo por el fuerte escozor que irradiaba por todo mi cuerpo,


lo absorbí. El dolor y el placer se combinan. Un deseo oculto se agitó
en lo más profundo de mi vientre para obtener más.

Haciendo rodar el labio entre los dientes, tiré de la cintura de sus


pantalones y los deslicé lentamente por sus afiladas caderas. Su
estómago se flexionó contra el dorso de mis dedos. Una ligera capa
de cabello apareció, seguida de una gruesa y pesada polla.

—Dios —gimió, apretando mi edredón hasta que sus nudillos se


volvieron blancos.

Le quité los pantalones por completo y me quedé mirando


perpleja. Kova era sólido como una roca, duro como su cuerpo, y de
pie. La visión de su cuerpo extendido hizo que un torrente de
excitación cubriera mis muslos. Se me puso la piel de gallina y fue
entonces cuando caí en la cuenta de lo grande que era realmente
Kova.

—¿Cómo diablos cabe esta cosa en mí? —solté, y me tapé la boca


con una mano. Kova se rio, sus hombros se relajaron y se palpó la
carne desnuda.

—Te sorprendería lo fácil que es meterla cuando estás mojada.

Alargando la mano, mi pulgar se movió por sí solo, frotando la


vena prominente de su polla una y otra vez, observando cómo se
aplanaba bajo mi presión y luego se expandía una vez que la
soltaba. Kova respiró con fuerza. La repentina imagen de mi lengua
haciendo esto me hizo sacar los pechos, anhelando su contacto una
vez más.
Mientras jugaba con su polla y me familiarizaba con ella, me di
cuenta que mi mano estaba húmeda. Mirando hacia abajo, noté
una gota en la cabeza y me moví para tocarla. La deslicé por la
punta de mis dedos y Kova colocó su mano sobre la mía. Lo miré y
esperé. Comenzó a mover mi mano sobre su erección, indicándome
que apretara más.

Aceleré el ritmo y lo acaricié más fuerte y más rápido.

—Sí... —murmuró ininteligiblemente—, así.

Inclinándome hacia adelante, mis labios chuparon su cuello.


Kova me agarró el cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás, y me
apretó la mandíbula antes de inclinarse para robarme un beso.

Su lengua codiciosa me dejó sin aliento. Me soltó el cabello y sus


manos bajaron hasta mis pechos, donde los agarró con fuerza,
haciéndome gemir. Sus pulgares recorrieron en círculos mis
pezones fruncidos, y yo seguí acariciándolo. Pero no era suficiente
para mí, ni para él. Quería hacerlo sentir bien, de la misma manera
que él me hacía a mí, pero nunca me había acostado con un chico,
y mucho menos con un hombre.

—Adrianna... —jadeó— ¿tienes idea de lo mucho que quiero esto?


¿Quererte? Quiero deslizarme dentro de ti otra vez y follarte sin
sentido. Dios, quiero que me montes. —Su tacto estaba en todas
partes, casi como si no tuviera suficiente. Me encantaba la atención
que me daba. Quería más, todo lo que pudiera recibir de él—. Me
deshaces, —confesó—. Has jugado contigo antes, ¿verdad? —
preguntó.

Asentí con la cabeza, incapaz de encontrar mi voz.

Kova levantó la barbilla, pero miró hacia abajo a través de unas


pesadas pestañas.

—Tócate mientras me masturbo.

Mirando la gruesa erección en mi mano, pregunté:

—¿Puedo hacerlo por ti?

—¿Hacer qué, Adrianna?


Me mordí el labio.

—Hacer que te corras como me lo haces a mí.

Su nariz se encendió y se detuvo.

—No.

—¿Por qué no? Quiero hacerlo.

—Preferiría que te dieras un orgasmo mientras yo miro. —Me


incliné hacia atrás y puse la mano en mi tierno sexo.

El estómago de Kova se flexionó mientras bombeaba en su mano.


Era una belleza y no pasó mucho tiempo hasta que empecé a sentir
ese dolor recién conocido que me quemaba el vientre. Pero quería
ser yo quien le hiciera eso, quien lo acariciara. Sentada, me arrodillé
a escasos centímetros de él. Agarré la mano vacía de Kova, que aún
se alzaba sobre mí, y la puse en la V de mis muslos empapados.
Lanzó un suspiro. Miré sus ojos bajos y rodeé su polla con la mano,
demostrando lo mucho que quería darle ese placer. Necesitando
más humedad, escupí en mi mano como lo haría si usara sus
puños, y volví a poner mi mano sobre él. Se le escapó un pequeño
rugido y su pecho se expandió con una profunda inhalación.

Acariciándolo fuerte pero lentamente, los labios de Kova se


separaron con un suspiro audible. Me agarro la nuca y se inclinó
para besarme, hundiendo su lengua en mi boca. Tomó el control, y
me gustó. Mucho. Más de lo que debería. Era salvaje, feroz, y
devoraba mi boca con pasión. El aire se llenó de sexo y juro que oí
un gruñido.

—Estoy cerca otra vez... métemela, —susurré contra sus labios.


Su pulgar rodeó mi clítoris y yo estaba desesperada por conectar
con él de nuevo, completamente.

—Dios, lo deseo tanto. Lo que sea para volver a estar dentro de


tu coño. Sentir cómo te aprietas a mi alrededor.

Gimoteé, y su polla se agitó en mi mano.

—Puedes, he dicho que puedes.


—No funciona así.

—Por favor.

—No... pero sigue haciendo eso. Sigue retorciendo la cabeza un


poco más.

—Lo quiero.

—Con lo que siento ahora, te voy a destrozar. No —entonces


dijo—: No pares... joder, no pares.

—Oh, sí —gemí, montando su mano. Mis caderas empezaron a


moverse solas. Su mano seguía golpeando mi clítoris y yo no podía
tener suficiente. Me agarré a su bíceps y él se flexionó bajo mi brazo.
Estaba al borde de las lágrimas por sus burlas. El instinto se
apoderó de mí y trepé por encima de sus piernas, colocándolo en
mi entrada. Nuestras miradas se cruzaron y, en el momento en que
tocó mi entrada, me deslicé hacia abajo. Mis labios se separaron al
sentir que me estiraba. Kova me agarró de las caderas para impedir
que bajara del todo.

—No es una buena idea —me dijo. Mordiéndome el labio inferior,


exhalé contra su pecho. Kova me levantó la barbilla para mirarlo.
Sacudió la cabeza, con los ojos llenos de algo que nunca había visto
antes.

—Eres algo más, ¿lo sabías?

Me besó profundamente, avivando el fuego, y me subió y bajó


sobre él un puñado de veces antes de sacar y agarrar su eje.

—¡Joder! —gritó, con su polla palpitando. Su cuerpo se agitó y


eso me complació. Un líquido blanco y caliente golpeó mi estómago.
Se pegó a mí, goteando lentamente por mi vientre plano. Era lo más
erótico que había visto nunca.

Volví a colocar su mano entre mis muslos. Una sonrisa


gratificante curvó sus sensuales labios. No sabía quién era en este
momento, ni en quién me había convertido, solo que Kova había
sacado un lado de mí que no sabía que existía. Me corrí unos
instantes después.
—Nena —dijo en voz baja, pero lo oí mientras me rodeaba con su
brazo la parte baja de la espalda y me estrechaba contra él. Me
relajé y suspiré en su cuerpo, inhalando su sensual aroma que
ahora se fundía con nuestro sexo. Mis labios se pegaron a su cuello,
dándole pequeños besos de satisfacción. Su polla palpitaba contra
mí mientras seguía liberándose sobre mí. Y me refiero a todo mi
estómago y mis muslos.

—Por eso no podemos volver a follar. Estás demasiado tensa, te


haría más daño de lo que te haría sentir bien. Me preocupa haberte
hecho daño la última vez.

Me puse seria con él y le devolví el empujón.

—Qué manera de matar el momento, Kova. ¿Cómo esperas que


eso cambie si no vuelves a follar conmigo? Tu tamaño haría daño a
cualquiera. —En realidad no estaba segura de eso ya que no había
visto toneladas de pollas antes, simplemente lo supuse, lo cual creo
que le gustó porque sus cejas se dispararon y sonrió.

Sonreí, contenta de haber podido provocar esa reacción en él.


Algo cambió en el aire tranquilo mientras nos mirábamos a los ojos.
No estaba segura qué, pero cuando Kova se inclinó para besarme,
esta vez fue diferente. Fue más lento, más cuidadoso y más suave.
Más metódico. Fue un beso apasionado, uno lleno de más peso del
que pretendía. Me encontré cayendo en él, mi corazón abriéndose y
aferrándose a él.

—Estoy enamorado de ti —admitió con sinceridad.

Estaba empezando a enamorarme de este hombre. Y eso no era


bueno.

Rompiendo el beso, Kova dijo:

—Vamos a limpiarte.

Mi corazón se detuvo.

—No te vas todavía, ¿verdad?

Hizo una pausa, mirando a un lado.


—Tengo que irme pronto, Malysh.

—Lo sé, pero quédate un poco más, por favor. —No estaba
preparada para que se fuera todavía después de lo que habíamos
compartido.

Kova asintió, y nos bajamos de la cama y entramos en el baño.


Cogí dos paños, los mojé y le di uno. Cuando fui a limpiarme, me
apartó la mano y me limpió él mismo. Por alguna razón, mi corazón
se derritió cuando lo dejé hacerlo. Era gentil y dulce, y la mirada
cariñosa de sus ojos me apretó algo en el estómago. Me dio un beso
en el hombro y utilizó el mismo trapo para limpiarse rápida y
eficazmente, sin apartar sus ojos de los míos. Nos quedamos en
silencio y nos vestimos. Esta vez sólo me puse unas bragas cortas
de chico y una camiseta suelta. Me recogí el cabello en una coleta
cuando terminé.

En lugar de sentarse en mi cama, Kova se dirigió a mi salón y se


sentó en mi sofá. Fui a sentarme a su lado, pero me agarró de la
mano y me guió hacia su frente. Me subí, me puse a horcajadas
sobre sus muslos y bajé a su regazo. Colocando mis manos sobre
su pecho, me rodeó la espalda con sus brazos y me acurrucó contra
él. Nunca antes Kova me había abrazado así, tan relajado y tan
íntimo, pero sin ningún motivo sexual. Casi como un abrazo de
enamorados.

Pasaron unos momentos de silencio cuando Kova habló:

—Adrianna, necesito preguntarte algo —dijo contra mi oído—.


¿Estás tomando anticonceptivos?

Mi corazón se detuvo.

—No.

—Joder —murmuró en voz baja, pero yo había oído la decepción


en su tono. Su cuerpo se enroscó bajo el mío y me sentí mal por no
haberlo considerado en ese momento—. No puedo creer lo estúpido
que he sido.

Al retirarme, lo miré a los ojos con solemnidad. Sus manos


bajaron a mis caderas.
—No es tu culpa, Kova. Yo también debería haber sido más
responsable. No pensaba con claridad.

Bajé la mirada hacia su hombro, ensimismada en las


ramificaciones de nuestros actos. Yo era más inteligente y, sin
embargo, cometí un grave error de juicio. Fue más que ignorante de
mi parte.

—Bueno, el lado positivo es que no terminaste dentro de mí.

Kova me miró con simpatía, sus manos se deslizaron hacia mis


caderas.

—No tengo que correrme dentro de ti para que te quedes


embarazada, Adrianna. Se llama pre-semen.

Sabía cómo se llamaba, solo intentaba darle algo de esperanza.

—Lo sé, pero la posibilidad es realmente escasa. —Eso, lo sabía.

Me mordí el labio. Correrme dentro de ti... Mis mejillas se


sonrojaron ante su voz sexy y baritonal. Mis caderas se acurrucaron
a propósito en su regazo, sintiendo su longitud debajo de mí. Era
cálido y reconfortante, y algo en estar entre sus brazos era pacífico.

—Y sí, lo hice. La primera noche que nos acostamos, me corrí


dentro de ti.
Capítulo 57
Mierda.

La sangre se me escurrió del rostro.

Lo había olvidado por completo, pero la idea que se corriera


dentro de mí me hizo sentir un calor intenso. Nunca me había
interesado demasiado por el sexo, pero Kova estaba sacando a
relucir mi lado inquisitivo, haciendo que quisiera explorar más.

—Cualquier cosa es posible, Ria —dijo suavemente. Mis dedos


recorrieron su hombro musculoso mientras pensaba en lo que
podía hacer para reducir las posibilidades de quedar embarazada.
Me vino una idea a la cabeza.

—¿Y la píldora del día después? —sugerí, alegremente. No quería


tomar algo como la píldora del día después, a saber de qué
demonios estaba hecha, pero tampoco estaba preparada para criar
un bebé. Tenía metas, sueños y aspiraciones.

Kova se movió incómodo debajo de mí y se llevó una mano a la


boca. Cuando se quedó callado, le dije:

—Previene el embarazo cuando no se usa protección durante el


sexo.

Volvió a girar los ojos hacia los míos.

—Sé lo que hace.

—Oh, bueno, no has dicho nada.

—Solo estaba pensando en la idea. —Sus ojos distantes miraban


algo detrás de mí antes de volver a los míos—. No puedo obligarte a
tomar nada, Adrianna. Es tu elección y tu decisión, pero creo que
esto sería lo mejor para ti. Para nosotros.

Asentí con la cabeza.

—Creo que...

Me cortó.

—Te diré ahora mismo que si te quedas embarazada y de alguna


manera llega a mí, lo negaré hasta el día de mi muerte —dijo,
apartando un mechón de cabello caído de mi rostro.

Mi estómago retrocedió ante su tono amable pero sus palabras


desconsideradas. Yo tenía tanta culpa como él, y eso era lo último
que quería.

—Sin embargo, no me siento cómoda comprándola... ¿Crees que


podrías conseguirla por mí?

Kova no dudó.

—Sí.

—¿Pero qué pasa si alguien te ve comprándola?

Sus cejas se juntaron y luego se separaron.

—Iré a una farmacia de la ciudad más cercana. Problema


resuelto.

Los dos soltamos un fuerte suspiro al mismo tiempo. Una mirada


de alivio pasó por nuestros rostros. Lo último que quería era que
me pillaran, y mucho menos tener un maldito bebé. Y podía
garantizar que Kova sentía lo mismo.

—¿Cuándo irás? Creo que hay una fecha de caducidad sobre el


tiempo que tienes antes que no sea efectivo.

Asintió con la cabeza.

—Creo que es una semana o algo así... Katja. —Se detuvo, el


remordimiento plagaba su rostro con fuerza y me molestó. Cuando
se recuperó, dijo en voz baja—: Katja la ha tomado antes. Iré cuando
salga de aquí a buscarla. Estará en tu taquilla mañana por la
mañana, así que vete al gimnasio temprano y cógelo. La sacaré del
paquete para que nadie la vea.

Me ardía el pecho. No me entusiasmaba la idea que Katja tuviera


que tomar la píldora porque Kova no podía controlarse con ella. Lo
quería así solo para mí.

—¿Qué aspecto tiene?

—Es una pequeña píldora blanca. La pondré a un lado con una


botella de agua de Aloe delante.

Mi corazón se movió, esa sensación desconocida volviendo. Los


ojos de Kova se clavaron en los míos mientras me soltaba el cabello,
cuyas gruesas ondas caían por mi espalda. Me lo recogió, tirando
de algunos mechones por encima de mi hombro para que
descansaran sobre mi pecho.

—Siempre llevas el cabello recogido. Hoy me ha gustado verlo


suelto —admitió sombríamente—. Estabas preciosa cuando te vi en
mi despacho. No tenía intención de hacer nada más contigo, ni ese
ridículo trato que te hice hacer, pero cuando te vi, todo cambió.

—No elegí ese vestido a propósito, lo sabes, ¿verdad?

Kova sonrió, asintiendo.

—Estaremos de acuerdo en no estar de acuerdo en eso.

Le dirigí una mirada severa y juguetona. Su sonrisa cambió y se


puso más serio, mirándome a los ojos con tal profundidad que sentí
que podía ver mis pensamientos más profundos.

—Eres diferente a las demás.

Puse los ojos en blanco.

—La frase más cliché de la historia, Kova.

Me abrazó un poco más fuerte.


—Piensa lo que quieras, pero no importa lo que lo que haga o
diga, me siento atraído por ti explícitamente. Como una polilla a la
llama. —Mis cejas se alzaron.

Su nariz rozó mi mejilla con dulzura.

—Es cierto, piénsalo. Yo soy la polilla, tú eres la llama. Es una


atracción irresistible que terminará en la destrucción total.

Qué morboso.

—¿Crees que la polilla sabe que está siendo atraída?

Kova se sentó en silencio, mirando mi pecho que estaba paralelo


a su cara. Solo que no miraba con deseo, parecía perdido en sus
pensamientos, tal vez preguntándose si la polilla sabía algo mejor.
Llevaba puesta una camiseta tres veces más grande que colgaba
holgadamente de los brazos, mostrando un poco de piel. El dorso
de su dedo subió y rozó sin prisa el costado de mi redondo pecho.
Mis pezones se fruncieron en respuesta, mostrándose a través de la
camiseta.

—El deseo puede ser mortal. La tentación puede ser tóxica. Pero,
¿creo que sabe que está siendo atraída? No —dijo en voz baja,
pasando su dedo en círculos sobre mi carne.

—Como ahora mismo, estoy tentado de apartar este fino material


y presionar mis labios contra tu tierna piel. Pero sé que si me acerco
demasiado, si vuelvo a probarte. —Me guiñó un ojo y sonreí ante el
destello de sus ojos—, entonces no podré parar. Querré más hasta
que sea demasiado tarde para parar. Pero si lo hago —empujó el
hueco del brazo sobre mi pecho, el dorso de su dedo rozando a
propósito sobre mi rosado pezón—, no significa que tenga que hacer
nada, pero la lujuria, el hambre, el deseo, todo está ahí, tirando con
una fuerza tan poderosa que un final no es ni siquiera un
pensamiento. Es puro deseo.

Mis dedos siguieron enhebrando su cabello mientras él se ponía


duro debajo de mí. Su lengua se deslizó y lamió el labio inferior
antes de inclinarse y aplastarla delicadamente alrededor de mi
pezón. Mi corazón se aceleró, cobrando vida mientras él lamía y
tiraba de mi sensible piel. Mi espalda se arqueó seductoramente
mientras apretaba la parte posterior de su cabeza contra mí. Se
tomaba su tiempo, pasando la lengua por el capullo y recorriéndolo
en círculos. Un gemido salió de mis labios y él se retiró con un
chasquido. Mirando a través de mis pesados párpados, mi pezón
estaba duro y puntiagudo mientras él lo miraba como si quisiera
devorarme. Volvió a cubrirme y se encontró con mi mirada.

—Eres la luz brillante que me atrae... Y me parece bien. La cosa


es que me he dado cuenta que me gusta hablar contigo, Adrianna.
Me gusta estar cerca de ti. Nunca le he contado a ninguna otra
gimnasta o amiga lo de mi madre y su secreto, solo a Katja. Se siente
natural contigo. Me olvido que solo tienes diecisiete años. Eres una
luchadora, y no importa lo que te empujen hacia abajo, no importa
lo que tengas en contra, haces lo que tienes que hacer y no te
quejas. Eres fuerte y resistente. Eres implacable, y eso me parece
jodidamente atractivo. Me excita, pero también es la razón por la
que te trato como lo hago.

—Es por lo que has estado tan caliente y frío conmigo.

Asintió.

—Al principio, era la persecución, el andar a escondidas que todo


lo acumula. Como entrenador, lo sé mejor. Hay clases que tenemos
que tomar para ser conscientes de estas cosas, al fin y al cabo
sigues siendo una menor, pero lo que no nos enseñan es que no
siempre es el entrenador quien seduce al deportista. Que a veces,
quizás a veces, es al revés.

—Tú crees que yo te seduje —afirmé sin tapujos—. Porque en el


momento en que esto empezó sabía lo que hacía con un hombre
mayor, así que me propuse conseguirte.

Sacudió la cabeza, con la frente arrugada.

—Creo que mucho de esto tiene que ver con la atracción más que
nada. La atracción es la raíz de todos los males, no el dinero como
dicen algunos. Puede ser todo lo que has imaginado y destruirlo
todo al mismo tiempo. Todas las relaciones comienzan con la
atracción que lleva a alguna forma de lujuria. Es una reacción
natural que proviene del cuerpo. ¿Creo que me has seducido a
propósito? —Se rio con una pequeña sonrisa—. No exactamente. —
Me rozó un mechón de cabello detrás de la oreja y dijo—: El fuego
que arde dentro de ti para ser mejor, para demostrar que los demás
se equivocan contigo, es peligroso, y eso es una atracción en sí
misma. Es una atracción infernal. Los dos seremos nuestra ruina
si no nos detenemos mientras vamos por delante.

Hizo una pausa y volvió a mirarme profundamente a los ojos. La


culpa que se entretejía en su cara era fuerte y me heló. El nudo que
se formó en mi estómago y que coincidía con sus rasgos me decía
que sus siguientes palabras causarían daño. Una punzada en el
pecho se extendió por todo mi cuerpo. Mi rostro cayó, mi corazón
se rompió.

—¿He hecho algo malo?

Las lágrimas detrás de mis ojos no dejaban de subir.

—Hiciste todo bien, pero sabes tanto como yo que esto tiene que
llegar a su fin. No puede seguir así. No más patinar en los bordes.
No más persecuciones. No vale la pena perderlo todo.

Mordiéndome el labio inferior, estudié mis dedos mientras se


deslizaban por la clavícula de Kova. Sus palabras no eran
malintencionadas, pero eran profundas y me daban ganas de llorar.

—Tienes razón —acepté con voz temblorosa.

—Nunca podemos admitir nada ante nadie, lo sabes, ¿verdad?

Asintiendo, dije:

—Nunca se lo diría a nadie.

—Pero aunque alguien lo sospeche, diga que se ha enterado, no


caigas en la trampa. —Mis cejas se inclinaban una hacia la otra y
él continuó—: Nunca diré una palabra de esto a nadie, no importa
lo que digan. Y tú tampoco.

El teléfono de Kova vibró en su bolsillo. Al sacarlo, vi que el


nombre de Katja aparecía en la pantalla. Frunció el ceño. Era casi
medianoche, y me preguntaba qué le diría.
—Tengo que irme. —Me levantó las caderas y me apartó de él
para ponerse de pie.

Me arreglé la camisa y crucé los brazos bajo el pecho.

—¿Le dirás a Katja la razón por la que llegas tan tarde?

—Ella no me cuestionará.

Perpleja, pregunté:

—¿Por qué no?

—No le daré la oportunidad —dijo, con sus ojos recorriendo


tranquilamente mi cuerpo. Mis pezones se endurecieron y mis
mejillas se sonrojaron. Kova se ajustó la polla, lo que hizo que
mirara en esa dirección. El bulto en sus shorts era evidente.

Mi pecho se tensó, mi mandíbula se aflojó. Estaba empalmado,


quería sexo. Y el sexo sería con Katja.

Se me encogió el corazón al pensar que tenía sexo con ella


mientras pensaba en mí. Sabía que era estúpido sentirme así, pero
no podía evitarlo.

Le seguí hasta la puerta. Se dio la vuelta con la mano en el pomo.


Kova me miró y subió una mano para acariciar mi mejilla. Cerré los
ojos cuando se inclinó y me dio un beso en la frente.

Me mordí el labio mientras él salía rápidamente y se marchaba;


una cálida lágrima resbaló por mi mejilla.

Me di la vuelta, me apoyé en la puerta y me abracé a mí misma


mientras me deslizaba y dejaba caer las lágrimas.
Capítulo 58
La oscuridad era total cuando llegué al gimnasio un poco antes
de lo habitual.

Tenía los ojos hinchados y estaba mental y físicamente agotada


mientras aparcaba la camioneta. Mi rostro estaba desprovisto de su
maquillaje habitual y mi cabello ni siquiera estaba cepillado hoy.
Salí, agarre mi bolsa de deporte del asiento trasero y cerré la puerta.
Me la colgué del hombro y entré en World Cup.

Esta mañana había un silencio inquietante. No había gimnastas


en la pista, ni música, ni trampolines sonando. Solo el aroma de la
tiza y el café se mezclaba en el aire y el leve sonido de los papeles
mientras caminaba hacia los vestuarios y abría la puerta de mi
taquilla.

Tragué saliva al ver lo que tenía delante de mí en la pequeña


estantería. Un paquete de cuatro botellas de agua de coco con una
nota adhesiva, un par de botellas nuevas de agua de Aloe, un nuevo
paquete de vendas junto con nuevas muñequeras, y un pequeño
sobre blanco. Sin abrirlo, supe que contenía la píldora del día
después.

Cuando Kova se fue, me metí en la cama y lloré hasta quedarme


dormida. Me dolía el corazón, pero la realidad de la situación era
clara.

No habría más Kova y yo.

Inconscientemente, sabía que nunca sería más de lo que era.


Nunca podría funcionar en esta vida. Era demasiado peligroso. Era
lo mejor, pero no hacía más fácil lidiar con las consecuencias
emocionales. Todavía tenía que verlo a diario. Decidí que no
entablaría ninguna charla con él, que no miraría con nostalgia en
su dirección, que no aceptaría regalos suyos, nada. Lo mantendría
completamente platónico. Tenía cosas más importantes de las que
preocuparme y en las que centrarme, pero mi corazón estaba roto.

Me estaba enamorando de él.

No por amor, no creía en el amor. Al menos no a mi edad. Era


realista, y a los diecisiete años no te enamoras. Simplemente no era
posible. Sin embargo, había empezado a desarrollar sentimientos
por él que traspasaban el plano profesional y eso me preocupaba.

Sin embargo, ver sus regalos delante de mí, regalos que no quería
aceptar, por alguna razón hizo que me temblara la mandíbula y se
me revolviera el estómago. Alcancé la nota adhesiva amarilla y leí la
letra de Kova.

Pensé que querrías probar esto. Es similar a tu agua de aloe,


pero, en mi opinión, es mejor para ti.

Por supuesto que era mejor. Kova lo sabía todo.

Cogí el paquete, abrí rápidamente el cartón y saqué una botella.


La destapé, me la llevé a la nariz e inhalé. Olía a coco fresco y se me
hizo la boca agua. Tomé un sorbo, me gustó más de lo que esperaba
y me bebí casi la mitad de la botella antes de coger el sobrecito y
abrirlo.

Acunando la mano, una pequeña píldora blanca cayó en mi


palma. Una píldora que me recordaba lo tonta que había sido. Mi
corazón empezó a bombear con fuerza al verla. Una pequeña píldora
tenía el poder de cambiar irremediablemente una vida. No quise
darle más vueltas, así que, sin dudarlo, me metí la pastilla en la
boca y recé una pequeña oración. Tomé un trago de agua de coco y
tragué. Puede que me haya descuidado, pero mi futuro estaba en
juego... así como el de Kova. De ninguna manera iba a ponerlo en
peligro de ningún modo o forma.

Arrugué la nota en mi mano y la dejé caer en mi bolso para poder


tirarla cuando llegara a casa. No iba a ser estúpida como Kova y
arriesgarme a que alguien la viera.
Al fin y al cabo, había venido a Wold Cup por una sola razón.
Para entrenar con los mejores y poder alcanzar la gloria olímpica.
No iba a permitir que mi concentración me disuadiera de nuevo. Iba
a sumergirme en los entrenamientos y a trabajar más duro que
nunca. La gimnasia tiene fecha de caducidad. Y como cada vez
estaba más cerca de ella, tenía mucho que lograr en poco tiempo.
Iba a demostrar que todos estaban equivocados y a volcar cada
minuto que tuviera en el deporte que fue el primero en robarme el
corazón. Mente, cuerpo y alma. Tenía todo lo que necesitaba en la
punta de los dedos. No había razón para no tener lo que quería.

Las dudas sobre mí misma aparecieron mientras me desvestía.


Era como ese molesto mosquito que no se iba. Me pregunté si tenía
suficiente tiempo o si era posible llegar a los Juegos como había
pensado.

Desgraciadamente, sabía que tenía que rebajar algunas de mis


habilidades debido a mi estúpida lesión. Pero no pasa nada. Solo
me empujaría a luchar más duro.

Después de cerrar mi taquilla con llave, entré en el gimnasio,


donde Kova me esperaba en el suelo con un rollo de cinta adhesiva
en la mano. Mi corazón dio un salto y se acercó a él. Mis labios
formaron una línea firme y sombría cuando nuestras miradas se
cruzaron. Él se tensó notablemente, sus hombros se encogieron
mientras una sombra se proyectaba sobre sus ojos, protegiendo sus
emociones, sin revelar nada.

Me quedé callada mientras me sentaba en el suelo con la pierna


herida doblada. Kova estaba ante mí con un rostro estoico. Aunque
sus ojos eran ilegibles y sus movimientos profesionales, el vello
facial que proyectaba una sombra oscura sobre su mandíbula y las
ojeras lo delataban. El olor de su colonia era tenue, pero lo
suficiente como para incitarme a inclinarme e inhalar el aroma en
mis pulmones. Picante y atrevido, me hizo pensar en lo que había
sucedido hacía solo un puñado de horas.

Ambos nos quedamos en silencio mientras él colocaba la cinta


deportiva blanca en lugares específicos de la parte posterior de mi
pantorrilla. Esta vez sus manos no se demoraron y sus dedos no
estimularon. Lo triste es que yo deseaba desesperadamente que lo
hicieran.
Cuando terminó, se levantó y me tendió una mano para
ayudarme a levantar. No podía mirar su mano sin pensar en dónde
había estado, en lo que me había hecho. Sacudiendo los
pensamientos de mi cabeza, me levanté del suelo y me puse de pie.

—¿Cómo se siente?

¿El órgano que me dolía en el pecho? Me dolía muchísimo.

Hice rodar el tobillo.

—Bien, supongo.

—Mírame.

Levantando mis ojos para que se encontraran con los suyos,


señaló con un dedo y dijo:

—Si tienes algún tipo de dolor, cualquier cosa, tienes que hablar
inmediatamente. ¿Me entiendes?

—Sí.

—Cualquier cosa, Adrianna. Me estoy jugando el cuello por ti


ahora mismo. —Me miró con complicidad y asentí.

Metiéndome el labio en la boca, me lo mordí. Hice rodar los pies


en la alfombra azul, haciendo crujir los dedos con nerviosismo. Los
ojos de Kova siguieron el movimiento desde mi boca hasta mis pies
y escupió:

—Escúpelo, Adrianna. ¿Qué está pasando?

Adrianna. No me dolió eso. Ya eran dos veces.

—Me tomé la pastilla —susurré en voz baja, a pesar de ser los


únicos en el gimnasio—. Y, gracias por las muñequeras y el agua
de coco. No tenías que hacerlo. —Todavía estaba un poco perpleja
de por qué lo había hecho, teniendo en cuenta cómo habíamos
terminado las cosas.

Kova bajó la barbilla, se dio la vuelta y se alejó. Tenía la espalda


rígida y tiesa, y me di cuenta que estaba lidiando con sus propios
demonios internos. Fue un poco grosero que lo hiciera sin ni
siquiera un “de nada”, pero fue lo mejor. En realidad no
necesitábamos hablar a menos que estuviera relacionado con la
gimnasia.

Esta mañana he entrenado con mi némesis durante tres horas:


la barra de equilibrio. Entre el trabajo conmigo y con las otras
chicas del equipo, Kova me ayudó a suavizar mi rutina. Ha sido el
típico ruso idiota todo el tiempo, quizás más con las otras chicas
por una vez. Cuando hacíamos contacto visual, era para que me
diera un ejemplo de lo que debía hacer. Yo mantenía un rostro serio
y asentía cuando él ladraba órdenes y luego me preguntaba si me
dolía aterrizar. Era la primera vez que no temía a la viga, y eso era
motivo de preocupación, ya que no me arriesgaba ni me jugaba el
cuello. Un poco de miedo era bueno.

O tal vez solo me faltaba emoción para el día.

Mientras me empolvaba las manos con tiza y me preparaba para


las barras, otra prueba que me quitaría la tensión de la pantorrilla
por el momento, escuché a Reagan hablando con las otras chicas
sobre un novio que se suponía que no tenía. No es que me
importara. Era la regla más tonta que había oído nunca, pero
supongo que tenía sentido.

Perderíamos la concentración si ese fuera el caso, y así fue. Solo


hay que ver el tiempo que pasé pensando en Kova.

Recordé el día en que no quiso prestarme su juego de agarres


extra, como si yo tuviera alguna enfermedad mortal que fuera a
costarle un miembro. Sacudí la cabeza y resoplé mientras pasaba
los dedos por mis puños y envolvía con el velcro las nuevas
muñequeras que me había regalado Kova.

El sonido de la música clásica sonaba de fondo, atrayendo mi


atención hacia el suelo. Holly estaba ejecutando con gracia su
rutina, una rutina que tenía habilidades que yo no podía hacer por
el momento. Y a menos que mi Aquiles se curara y volviera a ser
fuerte, no las haría en absoluto. No era una persona celosa, pero en
este momento era la definición de envidia.

Exhalé y sacudí la cabeza, mis pensamientos saltaban por todas


partes. No necesitaba la aprobación de nadie. No era del tipo que
necesita muchos amigos. Aprendí viviendo en Amelia Island que era
mejor tener unos pocos amigos íntimos y mantener al resto a
distancia. Todos eran falsos y solo miraban por sí mismos. Eran lo
que yo llamaba gente de Wonder Bread.

Falsos, pegajosos e insípidos.

La definición de Reagan.

Dios, sonaba como una cínica.

Hayden pasó con una sonrisa que hizo que mis hombros se
relajaran. Su encanto era contagioso y no pude evitar devolverle la
sonrisa. Había sido un buen amigo, uno del que no creía poder
prescindir desde que había llegado aquí.

Frotando un poco de tiza en mis muslos, escuché a Reagan decir:

—Hayden está tan jodidamente bueno. No entiendo por qué


Adrianna es virgen. Siendo tan buena amiga de él, es sinceramente
sorprendente que no lo haya follado. A menos que le gusten las
chicas.

Miré por encima de mi hombro y las chicas se rieron. ¿Follado?

—Ella no sabe lo que se pierde.

—O tal vez sea porque quiere una atleta a su nivel, no una que
necesite un trabajo serio y se crea mejor de lo que realmente es —
dijo con chulería—. Tampoco una a la que papá tenga que sobornar.

Te consigue tu estúpida cafetería en la que estudias. Eso era lo


que yo consideraba una situación en la que todos ganaban, pero
Reagan era tan estrecha de miras que no podía ver que también la
beneficiaba a ella.

Reagan continuó:

—Adrianna la mojigata. Miss Moneybags se está reservando para


el chico perfecto al que sus padres le pagarán también. —Las chicas
volvieron a reírse. Se me heló la sangre.
—Sabes, Reagan —dije dulcemente, poniéndome de pie y
caminando hacia ella—. Ya estoy harta de tu mierda. Nunca hablo
ni digo nada sobre tus constantes comentarios despectivos, pero
hoy sí. Estoy harta de tu tono condescendiente y de tus miradas.
Te crees mucho mejor que todas las gimnastas de aquí, pero tengo
noticias para ti. No lo eres. Así que por qué no te callas y me dejas
en paz.

Mi comentario no pareció perturbarla.

—Oh, ¿estás cansada de esto? —Ella movió las pestañas. Tuve


ganas de romperle los dientes. Asentí con la cabeza y ella
continuó—: ¿No es cierto, Adrianna? —se burló Reagan—. Te estás
reservando.

Sacudí la cabeza.

—¿De qué estás hablando?

—De que eres virgen —afirmó.

—¿Por qué te interesa tanto mi vida personal? A no ser que seas


tú la que está metida en las chicas y me quieras a mí. —No estaba
en mi naturaleza caer tan bajo, pero hoy no era el día.

—¿Cómo puedes ser amiga de él —miró a Hayden—, y no hacer


nada? Yo le habría dado mi tarjeta V cualquier día.

—No es que sea información tuya, pero no tengo mi tarjeta V —


dije con comillas de aire—. Ya está. ¿Te ayudará eso a dormir mejor
por la noche?

—¿No la tienes? ¿Desde cuándo?

Me estaba confundiendo. ¿Cómo demonios iba a saber ella mi


condición de virgen, para empezar?

—¿Cómo que desde cuándo?

—¿No recuerdas nuestro juego de Verdad o Reto en el que


admitiste que eras virgen?
Avery. Pero esa era la menor de mis preocupaciones ahora
mismo. Mi pecho se calentó, la sangre subió rápidamente a mis
mejillas y salió a mis oídos cuando caí en la cuenta. Cristo
todopoderoso, ¡había dicho eso! No podía recordar lo que había
cenado hace cinco noches y mucho menos lo que le había dicho a
la líder del grupo de chicas malas. Sin embargo, con Reagan
recordándome, ciertamente había divulgado mi estado de virginidad
y ahora me jodí admitiendo que ya no era virgen.

—Bueno, mentí. No era de tu incumbencia entonces y seguro que


no lo es ahora. ¿No deberías estar en las barras perfeccionando tu
rutina? —Reagan estudió mi rostro, mis mejillas se sonrojaron aún
más.

—Has tenido sexo desde que estás aquí —declaró.

—No voy a tener esta conversación contigo. Si no vas a subirte a


las barras, lo haré yo. —Di un paso alrededor de ella, pero me
detuvo agarrando mi brazo.

—Lo has hecho, ¿no?

—¿Qué te importa a ti? —Me aparté del brazo y la fulminé con la


mirada.

Su boca se curvó en una sonrisa socarrona.

—Bueno, bueno, bueno. Aquí la cabeza de zanahoria ha sido


desflorada.

—Sabes, Reagan, ¿has visto alguna vez una cabeza de zanahoria


de verdad? Porque son verdes, no rojas. Así que el término cabeza
de zanahoria ni siquiera tiene sentido. Y en caso que seas daltónica,
claramente no soy una pelirroja sólida.

Las mejillas de Reagan se colorearon y yo me alegré secretamente


de ello. Estaba enojada, y pude ver cómo los pensamientos daban
vueltas en su cabeza tan rápido que una lenta sonrisa se extendió
por mi rostro. La dejé sin palabras, por una vez.

—Estoy bastante segura de haberte oído decir que tienes novio.


Qué y con quién me acuesto en mi tiempo libre no es de tu
incumbencia. —La había oído bien, ¿verdad?
Palmeando la barra baja, me balanceé y la monté.

—Averiguaré con quién has perdido tu tarjeta V. Luego se lo diré


al entrenador, ya que no se nos permite tener novios —dijo con
despecho—. No me imagino que papá pueda sacarte de esa.

Ignorándola, puse mis pies en la barra y me puse de pie


alcanzando la barra alta. Ella me empujaba para que me rajara,
pero me negaba a ceder. No había forma que me delatara, ella era
igual de culpable si ese era el caso.

Me lancé a una parada de manos, hice una serie de paradas de


manos para calentar y luego empecé a añadir conexiones. Todavía
no me dolía la pantorrilla, aunque todo lo que hacía era muy ligero.
Mi cuerpo volaba sin problemas por el aire de una barra a otra. Me
encantaban las barras. Me encantaba la sensación de cerrar el
mundo y dejarme llevar, confiando solo en mí para coger la barra.
Era un subidón de adrenalina, uno que perseguía a menudo con
este deporte. Cuando sentía que los brazos y los hombros se
tensaban, reducía la velocidad para apoyarme en la barra alta
inclinando las caderas contra ella e inclinándome hacia adelante. A
continuación, hice piruetas y un ligero desmontaje, en el que volvía
a empezar y lo hacía de nuevo hasta que me sentía preparada para
seguir adelante.

Después de apretar el velcro en las muñecas, exhalé cuando mis


manos se agarraron a la barra y visualicé mi siguiente movimiento.
La conciencia se apoderó de mí. La espalda se me calentó y supe
sin duda alguna quién me estaba mirando por detrás.

Miré por encima de mis hombros. Kova.

Me miraba con furia, como si quisiera estrangularme. La sangre


se drenó de mi rostro, mi peso descendió lentamente sobre la barra
mientras la inquietud inundaba mis venas. Kova me miraba desde
la barrera, su mirada impenetrable me quitaba el aire de los
pulmones. Lo había oído todo, toda la conversación con Reagan.

Estaba helada hasta los huesos.

Entumecida.
Capítulo 59
—Holly estaba allí cuando dijiste que eras virgen.

Me encogí ante sus palabras.

—Me pondré manos a la obra. —Se puso tiza, perdida en sus


pensamientos de nuevo mientras montaba el conjunto de barras
asimétricas a la izquierda, claramente sin darse cuenta que Kova
estaba de pie al otro lado de mí.

No procesé lo que dijo Reagan. No podía. Lo único en lo que podía


concentrarme era en las venas de los antebrazos de Kova y en el tic
de su mandíbula. Su nariz se encendía y estaba segura que en
cualquier momento vería salir humo de sus orejas.

Me sentí mal.

Náuseas.

Ahora sabía que había sido virgen.

Mi corazón se aceleró tanto por su mirada hirviente, que


tamborileó en mis oídos.

Él escuchó todo. Todo.

Y estaba molesto. No puedo imaginar cómo no lo vi allí de pie.

No, estaba echando humo y mirándome con repulsión, y lo


detestaba. Tenía las manos apretadas a los lados, sabiendo que no
podía hacer ningún comentario. Así que se quedó allí, frunciendo el
ceño, abriéndome con su mirada de odio. El asco en su rostro me
hizo revolver el estómago. Después de todo lo que habíamos
compartido entre nosotros, las conversaciones y la intimidad, no
quería que me mirara así.
Necesitaba romper el contacto visual, así que me dejé caer hacia
adelante y me colgué de la barra, fingiendo que me arreglaba los
agarres como si tuvieran que estar más apretados. Di una palmada
para quitarme el polvo de la tiza. Cualquier cosa que se me
ocurriera para evitar verlo cuando levantara la vista. Mi corazón se
aceleraba tanto que me dolía. Necesitaba salir de este aparato
inmediatamente. Necesitaba salir de aquí. Tenía demasiadas cosas
en la cabeza como para centrarme en lo que había oído y en cómo
iba a arreglar esto.

No, tenía que dejar de lado a la perra de Reagan y al molesto de


Kova y centrarme en la gimnasia. Eso es lo que necesitaba hacer.

Mierda. Ahora me temblaban las piernas. Tratando de ignorar


todo lo que acababa de arruinar mi vida en cuestión de dos
minutos, me levanté y continué con mi calentamiento. Terminé con
un simple desmontaje de espalda. Mi mente estaba enloquecida, mi
estómago tenía náuseas y me sentía muy mal. Rápidamente, me
puse a calcar e intenté volver a subirme a las barras. Justo antes
de hacer un kip, me detuve con las manos alrededor de la barra. No
pude hacerlo. Mi instinto me decía que no me arriesgara. Me
temblaban las manos y tenía el corazón en la garganta. Estaba
desequilibrada. Estar cerca, y entrenar con Kova, me estaba
jodiendo la cabeza.

Al retroceder, mis brazos cayeron sin vida a los lados. Levanté la


vista y vi a Kova al otro lado del gimnasio trabajando con una
gimnasta en el suelo. Pero él seguía mirándome fijamente. Sus
increíbles ojos decían todo lo que necesitaba saber.

Jesús, María y José. ¿Qué mierda he hecho?

—Reagan, déjala en paz.

Mi cabeza se levantó al oír la voz de Hayden. Jesús. Ojalá hubiera


llegado unos minutos antes. La mirada inquisitiva en sus ojos decía
que sabía que había algo más en la historia que solo Reagan siendo
una imbécil como lo era normalmente, pero por suerte lo pasó por
alto. No sabía cuándo había llegado ni cuánto había escuchado.

Reagan sacó la cadera.


—¿Por qué? ¿Tienen algo? Porque sabes que eso no está
permitido.

—Conozco bien las reglas, Rea. Y también Aid. Te pido que te


eches atrás y retires tus garras. Somos amigos, nada más.

—¿Aid?

Hayden destapó su botella de agua y le dio un sorbo, sin romper


el contacto visual con ella. Volvió a taparla y dijo:

—Sí, Aid, como cuando te llamo Rea. Es un apodo, es lo que


hacen los amigos.

Hayden se alejó y yo caminé en dirección contraria. No podía


respirar. Necesitaba aire. Necesitaba algo. Estaba empezando a
sentir pánico y no sabía cómo calmarme porque no tenía a nadie
con quien hablar. Mis nervios se encendían y me sacudían hasta la
médula. Empecé a arrancarme los grips mientras salí al vestíbulo,
todo el tiempo podía sentir los ojos de mi entrenador quemando un
agujero en el lado de mi rostro. Sin embargo, no miré, porque ya
sabía lo que iban a decir.

Decepción.

Mentira.

Engaño.

Asco.

Dios, pero era tan bueno. Increíble. Y aunque omitía ese hecho,
aún quería que me deseara. Todavía quería que me deseara. Lo
haría todo de nuevo si tuviera la oportunidad. Solo con pensar en
ello, mi cuerpo se calentaba y mi corazón latía con fuerza por todas
las razones correctas. Puede que fuera virgen, pero sabía que nadie
podría compararse con él ni con la forma en que su cuerpo se sentía
contra el mío, ni con el placer que me proporcionaba. Había algo
más entre nosotros que el sexo y la gimnasia, y ambos éramos
conscientes de ello.

Sacudiéndome, entré en el baño y me eché agua fría en el rostro.


No podía ir a casa, así que tendría que actuar como si no pasara
nada y hablar con Kova después del entrenamiento, cuando todos
se fueran y estuviéramos solos.

Dos horas más tarde, había arruinado mi rutina a diestra y


siniestra.

Puede que pareciera que no tenía nada en mente y que solo tenía
un mal entrenamiento, pero eso era porque me habían enseñado a
hacerlo.

Sin embargo, si alguien se metiera en mi cabeza, vería el revoltijo


caliente que era. No podía pensar con claridad. No podía
balancearme limpiamente. Las piernas se me deshacían.
Tropezaba, mis pies rozaban el suelo y no podía desmontar
limpiamente. Estaba por todas partes. Era horrible. La gente tenía
que ver lo terrible que era mi actuación. Estoy seguro que Reagan
tomó nota.

Ni siquiera estaba haciendo mis movimientos de lanzamiento por


miedo a meter la pata y no coger la barra. O peor aún, asustarme
en el aire y aterrizar en la barra con mi cadera. Me ceñí a las barras
básicas e hice destrezas fáciles, unos cuantos lanzamientos
sencillos. La verdad es que no tenía otra opción si quería conservar
la poca cordura que me quedaba.

Reagan y sus amigas susurraban en voz baja todo el tiempo. Lo


ignoré, sin importarme lo que pensaran. Ya tenía una lesión, no
necesitaba aumentarla, así que jugué a lo seguro por este día. Y no
ayudó que cada vez que miraba por encima de mi hombro, veía a
Kova mirándome. No solo estaba actuando como una mierda, sino
que él me observaba con sus hermosos brazos cruzados frente a su
pecho, criticando cada uno de mis movimientos. Me miraba tan
fijamente que decidí hacer un esfuerzo para evitar mirar en su
dirección.

Solo quedaba un lanzamiento más antes de hacer un desmontaje


de emergencia y pasar a la última prueba del día. Necesitaba
terminar con las barras, terminar con la práctica para poder hablar
con Kova.

Un Giant en un cambio ciego, otro Giant para ganar impulso,


respiré profundamente y solté la barra para pasar a un Jaeger.

Solo para fallar.

Entré en pánico, mi corazón se hundió en el aire, cayendo al suelo


antes que yo. Un movimiento tan sencillo que había hecho durante
años, y como mi mente estaba en un millón de lugares diferentes,
lo estropeé de forma estrepitosa. O bien golpeé demasiado pronto o
solté demasiado pronto... o agaché la cabeza... o no estaba
completamente extendido. Podría ser una serie de cosas, y no tenía
ni idea de cuál, ya que mi mente y mi cuerpo no estaban
sincronizados entre sí.

Al caer boca abajo, mantuve los brazos extendidos y delante de


mí para no romperme ningún hueso al caer. Lo más estúpido que
puede hacer un gimnasta es intentar frenar su caída. Hola, huesos
rotos y adiós a la carrera de gimnasta. Al menos me quedaba un
poco de sentido común.

Un chorro de aire salió de mis pulmones cuando caí sobre la


colchoneta azul y reboté, con la tiza volando alrededor de mi rostro.
Mi pecho subía y bajaba con fuerza mientras besaba la colchoneta.
Mi mente corría a mil por hora tratando de entender cómo demonios
lo había estropeado tanto. Aunque era una caída habitual en los
entrenamientos, me sentía avergonzada y conmocionada, y no
quería enfrentarme a todas las miradas de asombro que sabía que
iba a recibir.

Respiré hondo y abrí los ojos para ver a Kova sobre mí. Me tendió
una mano abierta para ayudarme y la cogí sin pensarlo dos veces.

—Chicas —dijo, mirándome directamente—, roten a la próxima


prueba. Estaré allí en un momento.
Una risita baja vino de Reagan mientras pasaba por delante de
nosotros. Estaba empezando a odiar el aire que respiraba.

—Vuelve a subir a la barra ahora.

Joder. Joder. Joder. Mi corazón se aceleró, el miedo explotando


por mis venas por caer de nuevo. Caer tan mal y luego volver a
levantarse y hacerlo de nuevo no era fácil. El miedo me asfixiaba.

—Creo que necesito un descanso —tartamudeé.

El entrenador me ignoró mientras arrastraba una colchoneta alta


y sólida para que se pusiera de pie. Un bloque de observación. Lo
dejó caer cerca del poste metálico y se subió, mirándome expectante
y esperando.

—¿Te he dado a elegir? Acabas de meter la pata en un simple


movimiento de lanzamiento. De hecho, he estado observando cómo
la cagabas toda la tarde, Adrianna. Eres un desastre y es
vergonzoso. Supongo que vamos a tener que volver a lo básico ya
que no puedes hacer habilidades simples que un niño de doce años
puede dominar. Así que sube ahora y hazlo de nuevo.

Sacudiendo sutilmente la cabeza, di una palmada de tiza en mis


agarres y me puse delante de las barras. Haciendo un kip para
montar la barra baja, me solté y salté a la barra alta.

—Lanza a una parada de manos. Cambio a ciegas. Jaeger.

Asentí con la cabeza, girando mis manos de manera que se


consideraran hacia atrás y mis nudillos estuvieran contra mis
muslos, una media pirueta. Caer ciegamente hacia adelante no era
algo que estuviera de humor para realizar después del día que había
tenido, pero respiré profundamente y rogué a Dios que fuera capaz
de realizar un Jaeger. Rebotando en la barra con mis caderas, me
lancé a una parada de manos. El entrenador colocó sus manos
sobre mi estómago y mi espalda, sujetándome, dejando un toque de
calor en la punta de cada dedo.

—Respira —susurró solo para mis oídos—. Cálmate y


concéntrate. Lo tienes. —Asentí con la cabeza, y luego caí
ciegamente hacia adelante en otra parada de manos donde él me
agarró en el mismo lugar otra vez. Su agarre era firme, seguro y, en
general, confiado. Me reconfortó saber que me atraparía si me caía.

—Aprieta. —Me dio una ligera palmada en la parte posterior del


muslo—. Aprieta el culo, endereza las piernas.

Apreté todos los músculos de mi cuerpo y volví a caer para hacer


otra parada de manos.

—Mejor. Hazlo de nuevo.

Lo hice de nuevo.

—Presiona más fuerte —exigió—. Creo que tu agarre no fue lo


suficientemente fuerte y la razón de tu caída.

—Kova —susurré una vez que estaba en una parada de manos.


Al bajar, apoyé las caderas en la barra con los brazos estirados. Me
giré para mirarle.

—No lo hagas —murmuró.

—Tenemos que hablar.

—Adrianna, si me dices una palabra más, someteré a tu cuerpo


a tantos condicionamientos que no podrás caminar mañana.

Mis labios se separaron y sus ojos viajaron hasta ellos. La barba


de un día combinada con sus ojos esmeralda era abrasadora, y
cuando me miró con autoridad, mi cuerpo ardió. La mordacidad de
su tono era una clara advertencia para que me detuviera, así que le
hice caso. No quería presionarlo. Era obvio que no estaba jugando,
claramente más allá del punto de cabreo.

—Ahora no es el momento ni el lugar para hablar de nada. Sé


inteligente, Adrianna. Hasta entonces, mejora esta habilidad hasta
que sea sólida y luego te irás a casa. No necesito que te rompas los
huesos. —Asentí con la cabeza. Tenía razón.

—Ahora vamos. Haz el Jaeger. Yo te veré.

Antes de lanzarme a otra maldita parada de manos, lo miré y


susurré:
—Tengo miedo.

Sus ojos se llenaron de empatía.

—El miedo no es algo malo. Es lo que te mantiene viva e


intentándolo. Visualízalo y luego ve por ello. Ten confianza. Empuja
para conseguirlo. Yo estoy aquí vigilándote, no dejaré que pase
nada. Te lo prometo.

Le creí. Asentí frenéticamente, imaginando la habilidad en mi


cabeza. Una vez en la parada de manos, busqué sus manos para
verme y, cuando llegó el momento de soltarme de nuevo, arqueé la
espalda y golpeé los pies con fuerza. Solté la barra y giré hacia
delante en posición alta. Al ver la barra, la alcancé como si estuviera
a punto de caer al suelo y la agarré con fuerza. El entrenador
cumplió su palabra y fuertemente aplastando su mano justo debajo
de mi pecho y en mi espalda.

Me tenía.

Seguí con un kip fácil y me apoyé en la barra. Mi corazón estaba


acelerado, la adrenalina corría por mis venas mientras recuperaba
el aliento. Lo miré y le sonreí alegremente.

—Otra vez. —Me dio un golpecito en la parte posterior del muslo.

No me dio ni treinta segundos antes de volver a subir. Mis nervios


estaban a flor de piel y solo por algún milagro alcancé la barra a
partir de entonces. Perdí la cuenta del número de veces que
practiqué el Jaeger después de la inicial. Incluso con los agarres,
me ardían las palmas de las manos, pero bloqueaba el dolor
agonizante. Mis hombros se sentían como gelatina. Con cada
lanzamiento, el miedo se disolvía un poco más. Pero nunca
desapareció. Kova tenía razón sobre el miedo, me mantenía viva y
motivada. De lo contrario, perdería la emoción del deporte para
seguir adelante.

Me dio confianza en mí misma con su firmeza, el valor para seguir


adelante. Era un entrenador que quería ver a su atleta triunfar y
nada más.

Pidió un Jaeger más en el que dijo que me vería, solo que no lo


hizo. Solo se quedó allí para darme tranquilidad. Debería haber
esperado esto, pero estaba tan perdida en el momento que no lo
hice.

Jadeando y sin aliento, me incliné sobre la barra alta y respiré el


aire calcáreo con fuerza en mis pulmones.

—Coge tus cosas y vete. Sáltate el entrenamiento de mañana y


no cuestiones mi autoridad. —Al agacharme, la confianza se
apoderó de mí. Normalmente me molestaría saltarme el
entrenamiento, pero terminar de la forma en que lo hice me hizo
sentir todo lo contrario.

Sonreí para mis adentros, desenrollando los puños y quitándome


las muñequeras. Me sentí bien por los Jaegers, por cómo Kova me
empujó a rehacerlos. Si no lo hubiera hecho, habría tenido la
posibilidad de temerlos la próxima vez. Esta práctica había
empezado bien, pasó a ser una mierda, y rápidamente se convirtió
en un desastre, y luego realmente terminó con una buena nota en
su mayor parte.

Estaba agachada y revolviendo mi bolsa cuando Kova volvió a


acercarse. De pie, me eché la bolsa al hombro y miré su duro rostro.

Su voz era baja, solo para mí.

—Si vuelves a actuar como lo has hecho, te echarán de aquí tan


rápido que la cabeza te dará vueltas. Me importa una mierda quién
sea tu padre. Fue una imprudencia y una estupidez y no quiero
volver a verlo.

Y luego se marchó.
Capítulo 60
Han pasado un par de días desde el fiasco de Jaeger.

Intento no pensar en ello, ya que el pasado no puede cambiarse


y nada bueno puede surgir de pensar constantemente en él. En
cambio, lo bloqueo todo lo posible y mantengo el entrenamiento en
primer plano.

Me ocupo de ponerme al día con los deberes. Incluso estudio el


material que iba a repasar con mis tutores los días siguientes.
Cuando termino con las aburridas matemáticas que no volveré a
utilizar en mi vida, limpio y hago cosas en mi apartamento para que
mi mente se distraiga. Voy a terapia para mi Aquiles, y luego decido
salir a comer, algo que nunca hago.

El Penne a la Vodka es orgásmico. Lástima que no puedo comerlo


todos los días. Sin embargo, teniendo en cuenta que es el fin de
semana de Acción de Gracias y que no estoy con mi familia,
derrocho. No ir a casa para estas fiestas no es un gran problema
para mí. Sin embargo, volveré a casa para Navidad.

Bostezando, cierro mi libro de química y lo dejo caer en el sofá.


Tengo los ojos hinchados y con el cabello húmedo por la ducha que
me he dado hace una hora. Relajada y con la barriga llena, estoy
lista para acurrucarme en la cama.

No sé qué hacer y no tengo a nadie con quien hablar de ello. No


quiero decirle a Avery que he tenido relaciones sexuales con Kova
porque no quiero que me juzgue. No es que lo haga, pero después
de la charla que tuve con ella y de cómo insistió en que Kova y yo
lo dejáramos, tengo el presentimiento que se sentirá decepcionada.
Cuando llegue el momento se lo diré. Hasta entonces, es mejor así.
Miro a través de la puerta corredera de cristal, contemplo el cielo
negro y pienso en lo que me depara el futuro, en dónde estaré dentro
de un año en cuanto a la gimnasia. La luna cuelga en lo alto y me
quedo mirándola cuando oigo un ligero golpe en mi puerta.

Me levanto, atravieso la alfombra de felpa y me pongo de puntillas


para mirar por la mirilla. Respiro profundamente, desbloqueo la
puerta y la abro.

Todo el aire abandona mis pulmones. Dios, es tan jodidamente


hermoso.

Tiene un brazo apoyado en la pared mientras se inclina y me mira


fijamente. Sus penetrantes ojos verdes asoman bajo sus espesas
pestañas negras y tiene más vello facial del que nunca le he visto.
Eso lo favorece y deseo que le crezca más. Recorre todo mi cuerpo
con su mirada embriagadora hasta que nuestros ojos se fijan de
nuevo. Parece que cada vez que pasa por mi apartamento, mi ropa
es la misma: bragas y una camisa. En mi defensa, no pensaba tener
compañía.

Kova deja caer su brazo y pasa junto a mí. El corazón se me sube


a la garganta y siento que mi cuerpo se calienta a fuego lento
cuando percibo su aroma limpio mezclado con colonia. Huele
divinamente. Tengo el presentimiento que está aquí para gritarme
y, por suerte, después de unos días a solas, tengo todo lo que quiero
decir.

Empuja hacia atrás la capucha de su chaqueta, veo a Kova bajar


la cremallera y luego quitársela. Agita sus brazos tensos. La furia
se apodera del aire y el corazón se me acelera en el pecho. Lleva
unos jeans oscuros desgastados y una camisa negra ajustada. Deja
caer su chaqueta en la silla de respaldo alto y se acerca a mí. Se me
forma una arruga entre los ojos al ver su actitud tan dura y me
trago el nudo en la garganta. Da un paso hacia mí y me sigue hasta
la cocina. Mi corazón se desboca de ansiedad cuando siento mi
espalda contra la pared.

—¿Estás jodidamente loca? —espetó entre dientes apretados. Va


directo al grano—. ¿Te pasa algo?

—¿De verdad no tenías ni idea? —respondo.


Hizo un chasquido con el cuello hacia un lado como si lo estuviera
partiendo, sin dejar mi mirada.

—Eras virgen, jodidamente virgen. ¿Y dejaste que te follara como


lo hice? ¿Dejaste que te tocara así?

Mi cara se arruga. Dijo virgen con un tono de repugnancia y me


duele el estómago.

—No te dejé hacer nada, tú lo querías. Ambos lo queríamos,


simple y llanamente. De acuerdo, tal vez te empujé un poco más
allá, pero ¿cuál es la diferencia, de todos modos?

—La diferencia es que tú eras virgen, Adrianna. Esa es la


diferencia. ¿No estás siguiendo la conversación?

—Bueno, si te sirve de ayuda, estoy noventa y nueve por ciento


segura que me rompí el himen en la barra de equilibrio, lo que
significa que en cierto sentido no era virgen. —Kova se queda
quieto, pareciendo desconcertado, así que continuo—: Verás, en
realidad es bastante común que una gimnasta rompa su himen por
una mala caída en la barra de equilibrio, y el Señor sabe que he
tenido muchas caídas. Probablemente por eso no sangré cuando
tuvimos sexo.

Kova se acerca más. Apoya los antebrazos en la pared, cerca de


mi cabeza, para acorralarme. Sus ojos se entrecierran y está
furioso.

—¿De verdad vas a instruirme sobre el uso de la barra y el himen?


Lo sé todo sobre eso. He estado en el mundo de la gimnasia más
tiempo del que tú has vivido. Romper el himen no significa que ya
no seas virgen, Adrianna. —Kova baja la barbilla y me mira
profundamente a los ojos, con la furia que desprende—. La
penetración significa que ya no eres virgen. Y aunque la rotura de
tu himen en la barra sea cierta, yo seguía siendo tu primera forma
de penetración real, y eso es algo que está más jodido de lo que se
puede comprender. No puedo creer que no me lo hayas dicho.

Mi pecho se desinfla.

—¿Cómo de jodido? —pregunto abatida.


—Deberías haber sido sincera conmigo —Refleja mi tono y, por
primera vez desde que se enteró de mi virginidad, me siento
realmente arrepentida.

Kova cierra los ojos y se aleja. Comienza a pasearse


frenéticamente por mi cocina. La rabia y la furia que desprende son
espesas y densas, me golpean con fuerza y me ponen nerviosa. Es
la primera vez que veo o siento verdadera ira en él. Es
completamente diferente a las veces que me grita en el gimnasio y,
sinceramente, no sé qué hacer con ella.

—No puedo creer lo estúpido que fui. No puedo creer que haya
follado contigo, tocarte, ahogarme en ti —murmura para sí mismo—
. Nunca debí haberlo hecho.

Me estremezco, sintiendo el arrepentimiento en sus palabras.

—De todos modos, ¿qué importa? —grito, cansada de sus


constantes golpes—. Yo lo quería. Si lo hubieras sabido, ¿habrías
parado?

Se detiene y me mira, caminando hasta situarse de nuevo cerca.

—Sí, lo habría hecho —dice entre dientes apretados—. Porque


nunca habías tenido una polla dentro de ti antes de mí, no importa
cómo quieras verlo, sin importar si tu himen ya estaba roto o no.
Yo seguía siendo tu primero y, aunque nunca debería haber
sucedido, lo hizo. Tomé tu inocencia. Me llevé tu virginidad. ¿Por
qué no hablaste y no dijiste nada? Siempre fui honesto contigo,
Adrianna, siempre.

Me encojo de hombros sintiéndome culpable.

—No sabía cómo decirlo, y temía que te hubieras detenido.

Se ríe por lo bajo, maniáticamente.

—Esto es tan jodido.

Mi corazón se derrumba. Me encantaba estar con Kova. Él no me


presionó. En todo caso, yo lo presioné a él.
No hay ninguna razón por la que no pudiéramos hablar de esta
situación civilizadamente. Estaba siendo deliberadamente cruel y
no me gusta.

—Kova —dije suavemente, tratando de calmarlo—. No has hecho


nada malo.

Sus ojos se clavan en los míos, obligándome a no moverme.

—¿No pasa nada? Estoy seguro que no te detuve. Apenas lo


intenté. Vi una oportunidad y la tomé. En el momento en que dije
“toma” y lo hiciste, no hubo ni una sola posibilidad que pudiera
contenerme. Me follé a una virgen. Una y otra vez. Adrianna, te lamí,
tuviste múltiples orgasmos —dice con horror—. Una virgen menor
de edad, además. ¡Mi maldita gimnasta! Hay muchas cosas malas
en esta foto. Podría haber ido a la cárcel

—Podrías haber ido a la cárcel antes —murmuro.

—¿Qué has dicho?

Tartamudeo cuando me mira fijamente.

—Nada... —No es así como había planeado que fuera esta


conversación.

—Sabes, esto es tu culpa. Debería haber detenido tus avances.


Debería haber sido más fuerte y haberte rechazado como hice con
las otras en el pasado. Nunca —dice con rabia—, he estado con una
gimnasta, y mucho menos con una menor de edad. ¿Qué mierda
me ha pasado? —se cuestiona a sí mismo, paseando de un lado a
otro de nuevo. Pasándose una mano por el cabello, repite—: Esto
podría costarnos todo.

Eso me da una oportunidad.

—¿Estás seguro que nunca has estado con ninguna otra


gimnasta? Me resulta difícil de creer con el tiempo que llevas
entrenando y lo estrechamente que trabajas con ellas. Eso no puede
ser posible.

Se aparta como si lo hubiera abofeteado, con el asco escrito en


su llamativo rostro.
—¿Crees que soy una especie de bicho raro, Adrianna? No, nunca
he estado con ninguna otra gimnasta, ni con ninguna menor de
edad en mi vida. Nunca lo he deseado. ¿Qué demonios te hace
pensar eso?

Se acerca a mí.

—¿Realmente crees que me gustan las chicas jóvenes? —Se


horroriza ante su propia pregunta. Me encojo de hombros—.
Contéstame.

—No lo sé. Supongo que no veo cómo no podrías haberlo hecho.


—Niego con la cabeza ante su pregunta, encogiéndome de
hombros—. Kova —digo suavemente, y pongo mi mano en su
hombro—. No es que nadie lo sepa, ni lo sabrá nunca.

—No me toques.

Mis párpados se caen y lo miro fijamente. La rabia se cocina a


fuego lento en mi interior, subiendo a lo más alto y a punto de
estallar. Actúa como si nos hubieran atrapado. El asunto de la
virginidad no es un gran problema para mí, así que no entiendo por
qué le afecta tanto el hecho que fuera mi primera vez. Me gustaría
que lo dejara.

—Estás exagerando, y echarme toda la culpa a mí es una


absoluta idiotez —me defiendo—. Se necesitan dos para bailar un
tango. No te obligué a hacer nada que no quisieras.

La mirada que me dirige cuando se gira debería asustarme, pero


no lo hace. Sus penetrantes ojos verdes son tan vibrantes y las
venas de su cuello se tensan. En el fondo, me encanta verlo así. Él
es la rabia y la furia en un solo paquete hermoso.

—¡Me perseguiste! Y yo te dejé —gruñó, sus ojos recorren mi


cuerpo con una mirada acalorada. Su acento ruso es más marcado
cuando está enfadado.

—¿Te perseguí? —repito con rotundidad—. Tal vez lo hice, tal vez
no. Pero al final, todo es lo mismo. Me dejaste acercarme a ti. Te
abriste a mí y me dejaste entrar en tu mundo —dije, acercándome
lentamente a él—. Me deseabas. Y sabías que no podías tocarme,
pero lo hiciste. Te excitó. ¿Has oído hablar alguna vez de la
psicología inversa? —Se aparta horrorizado, pero sigo adelante—.
¿Por qué no me apartaste? No es que no puedas dominarme,
detenerme.

—Adrianna. No estás entendiendo el punto. No se trata de


dominar. Se trata de retirarme de la situación.

Y él no entiende mi punto de vista, así que sigo avanzando hacia


él. No estoy segura de dónde viene este coraje, pero lo sigo.

—Ambos sabemos que eres mucho más fuerte que yo y podrías


haber acabado fácilmente con todo antes que empezara.

—Adrianna —advierte, con un tic en la mandíbula.

—Reconoce que no fui solo yo.

—No —gruñe.

—Hazlo —susurré, mirándolo fijamente. Nuestros pechos están


tan cerca que si respiro profundamente mis tetas lo tocarían. Y
quiero hacerlo para tentarlo y demostrarle que está equivocado.

—Retrocede. Ahora.

—Oblígame.
Capítulo 61
Unos ojos brillantes y de párpados pesados me miran fijamente.

Intento mantenerme fuerte, pero la mirada que me dirige me


produce una sensación en todo el cuerpo. Saber que le gusta que le
diga que no, y saber que le gusta cuando lucho contra él, solo
empuja mi impulso. Me hace sentir otra emoción. Sus necesidades
y deseos me excitan y acepto este lado que estaba sacando de mí.

Agarro su muñeca, la llevo a la altura de mis nalgas. Sé que está


mintiendo, él sabe muy bien que lo hace, y yo odio eso. Sus dedos
se clavan en mi carne durante una fracción de segundo antes que
se muevan a una velocidad difusa. Me tiene inmovilizada contra la
pared, con las dos muñecas bien sujetas a la espalda y él
presionando contra mí. El corazón se me sube a la garganta y mis
ojos se abren de par en par, clavados en las profundidades de los
suyos.

—Deja de joderme —susurró con fuerza contra mi cuello—. ¿Por


qué haces esto?

—Para demostrar que no era todo yo... y no quiero detener lo que


hay entre nosotros.

—Estás jodidamente loca, ¿lo sabías? No estás bien de la cabeza.

—Quizá esté un poco loca de la cabeza, pero creo que te gusta —


susurré. Su erección formaba un duro ángulo en mi bajo vientre
mientras me ponía de puntillas, empujando mis caderas hacia él.
No puedo evitarlo, necesito sentirlo más abajo. Quiero sentirlo más
abajo.

Esto va más allá de la atracción física.

Esto es animalista.

Y muy prohibido, lo que lo hace mucho mejor.


—¿Ves lo fácil que te resultó quitarte la mano de encima? Tienes
un agarre tan fuerte en mis muñecas que es imposible que te haya
forzado. Ahora admite que no fui solo yo.

Todo su cuerpo esta duro contra el mío, su respiración es agitada.


Lo estoy presionando, provocando... y me gusta. Esta burbujeando
bajo las yemas de mis dedos y, por alguna razón desconocida,
quiero verlo estallar.

Arrastro mi pie por la parte posterior de su pierna, lo engancho


alrededor de su cadera y utilizo mi estómago y la parte interior del
muslo para elevarme a su nivel, envolviendo mi otra pierna
alrededor de su cadera y trepando por su cuerpo. Pongo en práctica
todo ese entrenamiento. Necesito comunicar mis sentimientos con
mis ojos más que con mis palabras, ya que éstas no llegan. Pero en
el momento en que estamos a la altura de los ojos, puedo sentir su
lujuria, su confusión interna, su absoluta confusión con el bien y
el mal, y su hambre de más.

—No puedes, ¿verdad? Admitirlo es inmoral, y lo inmoral e


incorrecto de ello lo hace mucho más caliente. Pero no es por eso
por lo que se siente tan bien, ¿verdad? —Respiré contra sus labios,
nuestros ojos se fijan en una mirada tan fuerte que ninguno de los
dos puede romperla. Nuestros pechos jadean el uno contra el otro,
el aire está cargado de tensión. Me duelen las muñecas de tanto
apretarlas, pero lo dejo hacer sin rechistar.

—Trabajamos bien juntos, Kova —susurré—. Hay una atracción


que es más que química entre nosotros.

Estoy rompiendo su determinación, puedo sentirlo. Esta proeza


sensual que Kova desata en mi interior es indómita y nueva. Mi
lengua se desliza y recorre sus labios. Empieza a jadear, su erección
se tensa contra mí y la presión hace que mis caderas se ondulen
contra las suyas. Kova gime, es un sonido profundo y gutural que
me produce escalofríos.

—Déjate llevar —insisto.

No se mueve.
No puede. No porque lo obligo, sino porque quiere estar aquí y
sabe que no debe.

Con cuidado, me lleva las muñecas a una mano y utiliza la otra


para agarrarme la mandíbula. Estamos tan cerca que nos
respiramos mutuamente.

—Tienes razón. Te deseo, incluso ahora mismo, cuando estás


haciendo literalmente todo lo que está en tu mano para seducirme,
quiero follarte sin sentido. Pero lo que no ves es que después de este
nuevo conocimiento, nunca más lo haré —dice en voz baja.

Kova se frota a propósito contra mí, su polla se pone dura como


una roca y al golpear mi clítoris provoca pequeños gemidos que
escapan de mi garganta.

—A partir de mañana no habrá contacto físico a menos que sea


durante el entrenamiento. Inténtalo y habrá repercusiones. Tú no
me miras y yo no te miro a menos que sea en el gimnasio. Hemos
terminado. De hecho, me retiro como tu entrenador.

Acelera su ritmo y puedo sentir un orgasmo creciendo dentro de


mí. Los papeles han cambiado y ahora me tienta y me empuja.
Intento liberar mis brazos, pero él sonríe y no lo permite. Me tiene
bien sujeta y el brillo de sus ojos me dice que le encanta.

Lucho contra su agarre con el mero propósito de demostrar mi


punto de vista. Pero me doy cuenta que ser contenida me lleva cada
vez más alto. Me gusta la lucha de poder... Su tacto me abrasa la
piel y esta tan caliente como un infierno a punto de estallar.

Cierro las piernas con más fuerza, digo:

—A partir de mañana... ¿entonces por qué me tocas así? —


Alcanzo su boca con la mía, pero se aparta rápidamente, todavía
agarrando mi mandíbula—. ¿Por qué sigues aquí? —Hice una
pausa y luego declaro—: A menos que realmente quieras follar —
Sonrío con malicia—. ¿No está Katja disponible para ti ahora
mismo?

Me dirige una mirada abrasadora. Si las miradas pudieran matar.


—Sigue —suelto, con los ojos en blanco. Voy a tener un orgasmo
en cualquier momento, y empiezo a empujar mis caderas hacia
adelante y hacia atrás, restregando sobre él. Él sigue mi ritmo. Mi
espalda se arquea, mis pezones se tensan a través de mi camiseta
mientras su polla se frotaba contra mi coño cada vez más rápido—
. Justo ahí...

Kova me suelta la mandíbula y da un puñetazo tan fuerte a la


pared que me sobresalta. Mis ojos se abren de golpe. Los suyos son
feroces, al borde de la cordura. Rápidamente, me suelta las
muñecas y desengancha mis tobillos de su espalda, obligándome a
ponerme de pie. Con los ojos fijos en los míos, mis labios se separan
cuando escucho que se desabrocha el cinturón y se baja la
cremallera. Intento ayudarlo, pero me aparta la mano de un
manotazo. Sus jeans se deslizan por sus musculosos muslos y se
acumulan a sus pies. Con ambas manos, me arranca las bragas,
me agarra de las caderas y me levanta para que mis piernas rodeen
su cintura. Con una de sus manos sujetando mis dos muñecas a la
espalda, me empuja con fuerza contra la pared y mete la mano entre
nosotros para tocar su polla, rozando mis labios hinchados. Mi
cuerpo se vuelve consciente y ansioso por su siguiente movimiento.
Kova traga con fuerza antes de colocarse en mi entrada y penetrar
tan rápido y con tanta fuerza que mi espalda se arquea y cierro los
ojos por la fuerza. Joder, eso duele. Me abre de par en par y yo me
aprieto a su alrededor, lo que intensifica el escozor. Deja caer su
cabeza sobre la curva de mi cuello e inhala.

—Nena —murmuró una y otra vez y me derrito—. Oh, joder, sí —


El gemido que sale del fondo de su garganta está lleno de conflicto,
aunque increíblemente sexy. Mis muslos aprietan sus caderas por
la áspera intrusión. Menos mal que estaba empapada, de lo
contrario habría sentido que me desgarraban.

—¿Es esto lo que quieres? ¿Que te folle duro? —Empujando hacia


dentro y hacia fuera, agarrando mis caderas de manera
contundente y sin darme un segundo para respirar. Jadeo
fuertemente.

—Tu cuerpo no puede manejarme a este ritmo, Adrianna. Te voy


a romper. Ni siquiera estoy dentro del todo, nunca he estado dentro
del todo.
—¿Pero tu novia puede? ¿Katja puede tomarte así? —me burlé, y
gimo muy fuerte por el intenso placer que me llena. Sé que hay
problemas entre ellos y quiero utilizarlos a mi favor. Quiero que me
diga que no, que ella no puede.

Kova rechina los dientes.

—No la menciones ahora mismo.

Tengo que sacarla a relucir porque es con ella con quien vuelve a
casa cada noche. Y en el fondo, molesta, estoy celosa de su relación
con él. Quiero lo que ella tiene.

—Hazme todo lo que le harías a ella. No te contengas. —La parte


posterior de mi cabeza golpea la pared, pero estoy demasiado
perdida en el momento para sentirlo.

—No voy a pensar en Katja mientras esté dentro de ti.

Kova se introduce más profundamente al mencionar su nombre.


Me aprieto a su alrededor, excitándome cada vez más. Provocarlo
es sorprendentemente eufórico y me deleita con la satisfacción. Me
sacudo los brazos, intentando liberar mis muñecas, pero su agarre
se hace más fuerte y su erección se hace más dura dentro de mí.

Kova vuelve a empujar y se detiene. Aprieto mis paredes


interiores por reflejo.

—Respira —me ordenó roncamente—. Solo, respira —Su pulgar


se clava en mis caderas, forzándome a bajar y yo palpito a su
alrededor, estirándome para acomodar su anchura.

—Este soy yo dentro de ti, tal como lo pediste. Cada centímetro.


Nunca has tenido cada centímetro hasta ahora. —Kova pasa su
lengua por mi cuello, dejando un rastro húmedo, mordiendo mi
carne caliente. Me estremezco en su abrazo posesivo—. ¿Puedes
soportarlo?

Casi quiero decir que no, de tanto estirarme, pero no lo hago. Así
que dije:

—Más.
—Una chica tan mala. Me encanta —responde burlonamente,
moviendo sus caderas con más fuerza. El brillo de sus ojos me
recorre la piel. Siento una ligera tirantez, pero me concentro en el
placer en lugar del dolor.

—No deberías querer esto. Yo no debería querer esto —dice


bruscamente, y me besa con agresividad, demostrándome quién
manda. Gimo en su boca, mi cuerpo está listo para dejarse llevar—
. Pero lo deseo, Dios, siempre lo deseo —dice con sinceridad.

—Oh, Dios, me voy a correr. —Tres bombeos más y estoy teniendo


el orgasmo más intenso que jamás he tenido. Grité, pero Kova ahoga
mis gritos con su lengua en mi boca, continuando con la
penetración profunda y luego volviendo a salir, repitiendo el
movimiento. Chupo su lengua, luchando contra el agarre de mis
muñecas mientras la fuerza del orgasmo recorre mi cuerpo. No
quiero que este subidón termine jamás.

Respirando con dificultad, apenas puedo captar el ritmo de mis


latidos cuando Kova se pone firme, abrazándome a él. Se quita los
jeans y me saca de la cocina. Había olvidado que aún los llevaba
puestos. Kova me suelta los brazos y le rodeo por los hombros,
apoyando la cabeza en su pecho e inhalando su oscuro aroma. Me
estremezco, con el cuerpo estirado hasta el límite, pero amando la
sensación de plenitud. El aire frío besa mi piel desnuda y es
refrescante frente al cuerpo acalorado de Kova.

Supongo que vamos a mi dormitorio, pero se detiene en el sofá y


desenrolla mis piernas de su cintura. Me coloca con cuidado junto
al reposabrazos y miro confusamente sus caderas. Su erección
brilla por mi orgasmo y me doy cuenta que no ha terminado. Al
levantar la vista, sus profundos ojos verdes me miran y su sonrisa
es tan increíblemente sexy que hace que mi corazón se acelere.

Con su mano en mi cabello, tira de mi cabeza hacia él.

—Chúpala.

Hago una pausa.

—No sé cómo —dije en voz baja. Es cierto, no tengo ni idea de


cómo hacerlo.
Kova baja los párpados y una sonrisa pícara se forma en su cara.

—Es simple. Abre tu linda boquita, pasa los labios por los dientes
y chupa.
Capítulo 62
Parece bastante fácil.

Si puedo hacer un doble layout en el suelo, puedo hacer esto.

Tentativamente, me pongo de rodillas, sintiendo la suavidad de


la microfibra debajo de mí y me inclino hacia él. Mis labios se
separan mientras miro la punta de su polla. Kova gimió en silencio.
Con su mano en mi nuca, me guía hacia él, pero no me empuja. No
hay nada de fuerza en ello, lo cual agradezco. Estoy nerviosa, pero
me mentiría si dijera que no estoy ansiosa por ver su reacción y lo
que sentirá.

Mi lengua se desliza y lamo la punta. No esperaba que fuera


salado y hago un esfuerzo por ocultar el desagrado en mi expresión.
El estómago de Kova se flexiona, sus abdominales se endurecen
cuando lo miro en busca de aprobación. Estiro la mano y rozo su
pelvis, sintiendo los músculos rígidos y la V de sus caderas
mientras tomo más en mi boca.

Kova gime.

—Envuelve tu lengua alrededor de mí como si estuvieras


chupando una piruleta.

Me detengo y me rio.

—¿Una piruleta?

Una risa profunda sale de él.

—Sí. —Finjo que es una piruleta y, sorprendentemente, funciona.


Sus caderas se mueven hacia adelante y sostiene la parte posterior
de mi cabeza hacia él—. Si quieres hacer lo que hace Katja, vas a
tener que chupar más fuerte. Le encanta chuparme la polla.

Mi nariz se ensancha y casi muerdo su polla. Eso hace que mi


sangre ruja. Su polla se agita y yo cierro los muslos. Kova me está
incitando, lo sé, y no me importa porque en algún lugar escondido
en lo más profundo de mi ser encuentro placer y satisfacción en
ello. Aumento la velocidad y utilizo la lengua, tratando de meterme
en la boca todo lo que puedo. No es fácil y me empieza a doler la
mandíbula. Kova gime cuando su polla llega al fondo de mi garganta
y casi me da una arcada.

—Tienes que abrir la parte trasera de tu garganta.

Ni siquiera sé lo que significaba abrir la parte posterior de mi


garganta. No quería que supiera que no tengo ni idea, así que
asiento. Cada vez que empuja sus caderas, golpea la parte posterior
de mi garganta. Para evitar que llegue más profundo, rodeo con mis
dedos la base de su polla y me sujeto mientras yo hago más de guía
que él. Su brazo se retira de mi cabeza y miro hacia arriba. La
cabeza de Kova estaba inclinada hacia atrás, con el placer
sacudiéndose en su interior. Sonrío para mis adentros. Supongo
que lo estoy haciendo bien después de todo. Chupo más fuerte,
concentrándome en la punta.

—Joder —dice roncamente cuando mi lengua rodea su longitud


y tira de ella. Mis mejillas se hunden. Kova baja la mirada, nuestros
ojos se fijan y algo en mi corazón se mueve. Para mí es importante
que él disfrute de lo que le estoy haciendo, igual que yo.

Su mirada es letal, casi protectora, como si yo fuera lo único que


importa en su mundo. Se olvidan los momentos de incertidumbre e
inexperiencia. Solo tengo que medir su reacción y sé que lo estoy
haciendo bien.

Me agarra la mandíbula, sus dedos se extienden por mi cuello y


por mi cabello mientras ambos nos mantenemos en el sitio con una
simple mirada. Nuestro contacto visual no se rompe y su velocidad
aumenta. Sus caderas bombean de un lado a otro, la vena del cuello
que se extiende dentro de su camisa se contrae. Bruscamente, me
aparta y caigo de nuevo en el sofá de felpa.
Limpiándome la boca con el dorso de la mano, pregunté:

—¿He hecho algo mal?

Kova gruñe, sujetándose.

—No, todo lo contrario, en realidad.

Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro, pero entonces me doy


cuenta que aún no ha llegado al orgasmo.

—Pero no te corriste.

—Eso es porque no he terminado contigo. —Mis ojos lo siguen


mientras da dos pasos y se dirige al extremo del sofá. Me rodea la
cintura con un brazo fuerte y me levanta. Me hace girar y me inclina
como si no pesara más que una pluma. Mis rodillas caen sobre el
reposabrazos y mis manos sobre el cojín del sofá. Sin un segundo
para recuperar el aliento, me toma por detrás. Es un ángulo
diferente, y no me lo esperaba cuando me penetra. Un ligero
pinchazo me atraviesa y gruño de dolor. Todavía estoy dolorida por
el orgasmo y trato de incorporarme, pero él me empuja hacia abajo.

—Quédate.

No estoy segura de por qué, pero oírlo exigir que me mantenga


agachada provoca un torrente de humedad entre mis muslos.

—Tú te lo has buscado, vas a tener lo que ella tiene. No vuelvas


a decir su puto nombre.

Satisfecha, sonrío.

—Bien.

Los dedos de Kova se deslizan bajo mi camisola, sus uñas rozan


mi piel y me estremezco. Da un buen tirón y me la arranca,
tirándola al suelo en pedazos. Me toca agresivamente los pechos y
los aprieta antes de pellizcarme los pezones. Mi espalda se arquea
y mis brazos ceden, doblándose por los codos. Los dedos de Kova
se aprietan en mis caderas mientras se desliza lentamente hacia
delante y hacia atrás dentro de mí, creando una vorágine de placer.
No se precipita ni se apresura. Es lento y constante, sublime. El
único sonido es el de la succión de nuestros cuerpos unidos
mientras él se retira y se desliza hacia dentro, manteniéndolo
durante una fracción de segundo. El tiempo suficiente para que mi
clítoris palpite y pida más con avidez.

—Ahhhh...

—Dime que te gusta esto, dime cuánto quieres que te folle.

—Sí, sabes que sí —sale de mis labios. Lo hace, me gusta mucho.


De alguna manera, encuentro mi fuerza interior. Mis caderas toman
el control y empiezan a mecerse contra él, encontrándose con él en
cada empuje. Este ángulo es más profundo y ligeramente doloroso,
pero el dolor se convierte en placer y la intensa sensación que
recorre mi sangre es como un subidón del que no quiero bajar
nunca. Una sensación tan increíblemente poderosa que apuesto a
que nada podrá superarla.

—Oh, Dios mío. —Otro orgasmo se eleva rápidamente.

Pero entonces Kova se retira antes que yo pueda encontrar la


liberación que sé que puede darme. Miro por encima de mi hombro,
dispuesta a decir qué demonios está haciendo, cuando me da un
golpecito en el interior del muslo para que abra más las piernas. Se
acerca a mí y me empuja la cabeza hacia el sofá; luego, con un
movimiento de muñeca, me hace girar las caderas hacia arriba y
hacia atrás para que queden en ángulo. De las veces que Kova y yo
hemos estado juntos, ésta es la más expuesta que he estado ante
él. En circunstancias normales, podría haberme opuesto a esta
posición debido a mi vulnerabilidad, pero estoy tan aturdida y
perdida en su contacto, que me entrego a él de buena gana. No,
nunca es un pensamiento en mi mente.

Kova se arrodilla entre mis piernas, me abre el coño y me pasa la


lengua por mis carnosos labios. Gimo, mis caderas se arquean aún
más mientras mis manos agarran toda la tela posible del sofá. Se
centra en mi clítoris, chupándolo y moviéndolo con su lengua
mientras su dedo presiona mi pequeño agujero. Se me llenan los
ojos de lágrimas por el puro placer que se apodera de mi cuerpo.
Estoy flotando en otro planeta. Estoy tan sensible que casi me
abalanzo sobre su cara ante tanta delicadeza.
Intento moverme, pero él solo me agarra más fuerte, sus dedos
se clavan en mí.

—Kova... yo... voy a... —No puedo expresar este pensamiento


antes que un orgasmo me sacuda por segunda vez. Las estrellas
nublan mi visión y gimo muy fuerte, cerrando los ojos mientras él
sigue chupando y chupando, su lengua acaricia mi sexo como si
tuviera una misión. Nada en el mundo se compara con este
momento y su lengua perversa. El sudor moja mi piel, todo mi
cuerpo arde. El calor me recorre la espina dorsal, la sangre me
sonroja las mejillas y el placer me desgarra.

Ya he terminado. Agotada. Exhausta.

Mis caderas se derriten, ya no pueden sostener mi peso. Mis


rodillas se deslizan por el brazo del sofá. Cuando el orgasmo se
desvanece, Kova se pone de pie y, sin dudarlo, vuelve a levantar mis
caderas y me penetra hasta el fondo.

Joder, eso ha dolido.

Mi rostro se aprieta contra el cojín del sofá. Las lágrimas me


punzan en la parte posterior de los ojos, pero no las dejo caer. Mis
dedos se clavan en el cojín mientras la mano de Kova me aplasta la
parte baja de la espalda, arqueando mis caderas hacia arriba. Mis
piernas tiemblan y luchan por mantenerse quietas.

—No he terminado contigo. No creo que pueda terminar nunca...


—Si es que es posible, los empujones se hacen más profundos. En
este punto, no voy a ser capaz de caminar mañana.

Kova se introduce con tanta fuerza y rapidez que sus bolas


golpean mi tierno clítoris. Estoy sudando, todo mi cuerpo es una
llamarada de calor. Casi quiero que esto termine.

—Lo querías. Me empujaste hasta que mi polla estaba tan dura


que me dolía. Todo lo que podía pensar era en entrar en tu apretado
coño. Soy un hombre con un solo enfoque cuando eso sucede.

Kova se acerca a mí y me levanta para que mi espalda quede


pegada a su pecho. Mis brazos suben y le rodean el cuello por
detrás. Las suaves palabras de Kova acarician la curva de mi cuello
mientras susurra en ruso. Ojalá supiera lo que está diciendo. Me
tiemblan las piernas y él utiliza su fuerza para mantenerme
erguida.

Por suerte, Kova se da cuenta de lo débil que me he vuelto. Exhalo


un suspiro de alivio cuando me sostiene con sus tonificados brazos
rodeando con uno mis pequeñas caderas. Mi cabeza se inclina hacia
atrás, hacia su hombro, cuando hace rodar mi pezón entre sus
dedos, y sus empujes se hacen más lentos.

—¿Cómo sigues? No debo ser buena si no puedo hacer que te


corras.

Su rastrojo me acaricia la mandíbula, añadiendo placer al sexo,


y me estremezco en su abrazo. Susurrando cerca de mi boca, dice:

—Soy un hombre, Ria, no un niño pequeño que no puede durar


más de un minuto. Recuérdalo. Yo follo toda la noche, no tres
minutos.

Trago con fuerza. Después de esta noche, no tengo ninguna duda


que puede.

—Apóyate en el respaldo del sofá.

Casi gimo, pero hago lo que me pide. No quiero dejar el consuelo


de sus brazos. Sus empujones se hacen más profundos. Golpes
largos y duros, pero lentos, como si intentara sentir cada centímetro
de mí. Kova está a punto de alcanzar su punto álgido, me doy
cuenta por la forma frenética en que me agarra y los sonidos
sensuales que salen de su garganta. Seguro que mañana tendré que
llevar pantalones cortos en el gimnasio, de lo contrario se verían
sus huellas dactilares.

Mete la mano por debajo y, en lugar de frotarme el clítoris, me


aprieta los labios hinchados haciendo que mi cabeza vuele hacia
atrás de felicidad.

—Justo ahí... eso es lo que quiero sentir —gimió, tocando un


punto nuevo y más profundo en mi interior, como si tuviera un
punto especial al que quisiera llegar.

—Mantén esa posición, sé que puedes.


—Lo intentaré.

—No lo intentes —rebate—. Lo harás.

Un escalofrío recorre mi columna y mis muslos se estremecen.


Dulce Jesús, Madre María.

Me frota los labios más rápido, aumentando la presión y la


fricción en mi clítoris al mismo tiempo. La intensa presión me
atraviesa, haciendo que las paredes de mi sexo sufran un espasmo,
apretándose alrededor de él.

—Sí, malysh, así —murmuró en señal de aprobación. Su mano


frota círculos cálidos en mi espalda, como si estuviera disfrutando
de esto tanto como yo, si no más—. Me encanta, no pares. —Justo
cuando mi liberación se abre paso por mi cuerpo, Kova retira su
mano y me da una bofetada en la nalga con tanta fuerza que me
corro antes de poder procesar lo sucedido.

—Oh mi Dios —Casi me ahogo—. Sí... Más...

—Ria..., así de fácil. —Me golpea el culo una vez más, el orgasmo
continúa arrasando conmigo a una velocidad vertiginosa. Una
ráfaga de electricidad estalla desde mi interior y me aprieto a su
alrededor. Las bofetadas me toman por sorpresa y me siento un
poco confusa por lo mucho que disfruto. Casi deseo que lo haga de
nuevo.

Un último empujón, y Kova aprieta mis caderas con fuerza


mientras pulsa dentro de mí. Estoy segura que mañana tendré
moretones. Empuja hasta el fondo y gruñe, con sus caderas dando
pequeños y lentos empujones mientras me llena. Se corre con
fuerza, y el líquido caliente se derrama por el interior de mi muslo.
El fuerte gemido de Kova hizo que mi cuerpo se estremeciera por
los restos de mi liberación. Me cubro con él y disfruto de este
momento de felicidad inquebrantable. Me encanta. Cada minuto,
cada empujón, cada toque.

Podría convertirme fácilmente en una adicta a este tipo de sexo.


La tensión en la habitación se calma y lo único que queda es un
fuerte jadeo y el olor a sexo que flota en el aire.
Kova se retira y se dirige al baño, pero no antes que sienta que
su palma se desliza con ternura por mi mejilla enrojecida y que me
da un suave beso en la columna. Espero a que se pierda de vista
para revolcarme en el cojín del sofá. Alcanzando más alto, agarro
mi camisola rasgada que había tirado antes y me cubro el pecho.
Estoy demasiado agotada para encontrar una nueva para
ponérmela todavía.

Unos instantes después, la puerta del baño se abre y Kova sale.


Mis cejas se fruncen y mis labios forman una fina y apretada línea.
Al ver que su liberación sigue en mi muslo, pensé que salía para
limpiarme como la última vez y luego pasar un rato conmigo antes
de irse. En lugar de eso, está completamente vestido y tiene el ceño
fruncido en su bello rostro mientras esta ante mí. Sus ojos recorren
mi cuerpo, pero a diferencia del calor que solían tener, están
completamente desinflados y eso me destroza el corazón.

Se le escapa un suspiro resignado. Se pasa una mano por el


cabello y deja caer un trapo húmedo sobre mi pierna. Me
estremezco.

—Eso es lo que querías, ¿verdad? ¿Un buen polvo? —Cuando no


respondo, dice—: ¿Fue tan bueno para ti como para mí?

Y luego se aleja y sale por la puerta como si nada hubiera pasado.


Capítulo 63
Mi alarma suena molesta a las 5:30 am y me siento como si
acabara de dormirme.

Lo último que quiero es dejar el calor de mi acogedora cama.


Daría cualquier cosa por saltarme el entrenamiento de hoy, pero sé
que no puedo.

Con solo tres horas de sueño, tengo la tentación de fingir una


enfermedad grave para que me ingresen en el hospital y poder
dormir un poco más.

Aunque, estoy bastante segura que recibir un “buen polvo” por


parte de una polla rusa no era una enfermedad grave.

Por algo me falta el sueño. La realidad se impone y mi estómago


se revuelve en anticipación, haciéndome sentir mareada. Kova me
había tratado como una basura la noche anterior. Sé que verlo será
incómodo después del episodio de la noche, pero estoy molesta por
lo insensible que ha sido. Todavía soy nueva en todo esto y no estoy
segura de cómo procesar todo. Me gusta el efecto del dolor, pero a
veces me hiere.

Tal vez burlarse de él no ha sido una buena idea, y tal vez


ocultarle mi virginidad no era lo más inteligente, porque cuanto más
pienso en ello, más equivocado me parece. La culpa me corroe. Kova
se sintió engañado y eso no me gusta. Estaba molesto porque me
había guardado esa pequeña información, pero en realidad no era
de su incumbencia. Sin embargo, al final, no cambiaría nada.

Bostezando, estiro los brazos por encima de la cabeza antes de


revolcarme en la almohada y acurrucarme en ella. Mis ojos están
tan secos como el desierto del Sahara. La última vez que miré el
reloj, era poco más de la una. Estaba más que agotada, me dolía
todo el cuerpo. Deseaba más que nada volver a dormir, pero eso no
iba a suceder pronto.

La estúpida alarma vuelve a sonar y esta vez me levanto de la


cama sin entusiasmo. El dolor resuena entre mis muslos y me
estremezco. Joder, me duele. No esperaba un escozor agudo, como
un enorme corte de papel ahí abajo, pero es exactamente lo que
siento.

Una ducha era imprescindible. Estoy demasiado cansada para ir


al gimnasio como hacía normalmente. Necesito despertarme.

Agarrando un leotardo, un sujetador deportivo y unos pantalones


de deporte, me dirijo al baño y abro la ducha. Mientras espero a que
el agua se caliente, mi vejiga se hace notar como si estuviera a
punto de explotar.

Suspirando como si fuera una molestia orinar, me siento en el


frío inodoro para hacer mis necesidades solo para detenerme y
jadear de dolor. Por Dios. Intento orinar de nuevo dejando salir solo
un poco, pero todo mi cuerpo se tensa en agonía por el escozor. Me
duele demasiado para hacerlo.

Kova debe haberme destrozado bastante anoche.

El vapor llena mi cuarto de baño y allí estoy yo, inclinada sobre


mis piernas con los brazos rodeando mi estómago, conteniendo la
respiración hasta el punto que me duelen los pulmones. No puedo
aguantar mucho, así que solo dejo salir la mitad.

Lo volveré a intentar más tarde. Incluso la limpieza me duele, así


que solo me limpio.

Me ducho rápidamente, me lavé el cabello y me afeité las piernas


en un tiempo récord, con cuidado que el jabón no llegue a mi sexo.
Una vez me corté el labio ahí abajo mientras me afeitaba. Fue un
pequeño corte y cuando el jabón lo tocó, ardió como una perra.

Al cerrar la ducha, tomo una toalla y salgo. Limpio el espejo


empañado y me seco rápidamente. Mientras lo hago, mis cejas se
inclinan confundidas ante el reflejo. Me pongo de pie, giro y me miro
en el espejo para poder ver toda mi cintura y mi culo. Me quedo con
la boca abierta al ver lo que hay en mi espejo.
Las huellas dactilares de Kova cubren mi carne con pequeñas
marcas negras y azules. Desde la parte superior de mis muslos,
hasta mis caderas y la parte posterior de mis piernas. Están por
todas partes. Puedo conectar los puntos si quisiera. Es difícil no
notarlas. Levanto el pie y lo apoyo en la repisa del mostrador, me
incliné y miré mi coño.

Mi piel es de color rosa y esta hinchada. Hago una mueca. Me fijo


bien, moviendo la carne, pero no puedo ver nada a simple vista.
Tomo un pequeño espejo y lo coloco entre mis piernas para verlo
mejor. Examinando lo más cerca que puedo, noto una pequeña
marca roja. Paso mi dedo índice suavemente sobre ella y me
estremezco. Kova me desgarró, lo que explica por qué me duele
orinar. Supongo que no mentía cuando dijo que no me había dado
todo la primera vez. Esta vez sí lo ha hecho.

Cuando termino de vestirme, tomo un par de pantalones cortos


de gimnasia adicionales para cubrir cualquier marca y los meto en
mi bolsa. Normalmente, no llevo pantalones cortos a menos que sea
esa época del mes para mí, aunque muchas gimnastas optan por
ello.

Compruebo el reloj y me doy cuenta que voy con retraso. El


entrenador me va a matar. Agarro una barrita de cereales, aprobada
por mi encantadora madre, por supuesto, y mis libros de texto antes
de salir corriendo de mi apartamento. Es lunes, lo que significa que
tengo tutoría, almuerzo y más entrenamiento después. Además,
terapia en mi pantorrilla.

Por suerte, World Cup está a solo diez minutos de distancia.


Entro en el gimnasio a las seis y media, y los tres entrenadores ya
están gritando

Va a ser un día largo.

Casi cuatro horas después, y la práctica no ha sido fácil.


Directamente, me duele el coño. Cualquier tipo de salto dividido en
la barra se siente como si me partiera en dos, y no es como si
pudiera elegir no hacerlo, tengo que hacerlo. Por no hablar que
estoy mental y físicamente agotada; es todo el esfuerzo que puedo
hacer para mantener los ojos abiertos, por no hablar de tener que
hacer mis rutinas.
Hoy me he dado cuenta de la cantidad de habilidades que tengo
con las piernas abiertas.

Luego viene el Tsavdaridou, un salto hacia atrás con un giro


completo para bajar. Esos tampoco han sido agradables. De hecho,
nada ha sido agradable esta mañana. Las habilidades me
aterrorizan hoy, y nunca lo han hecho antes, pero sabiendo que voy
a bajar con las piernas abiertas y aterrizar con la barra apoyada
entre ellas, lo odio.

Por una vez en mi vida, quiero perfeccionar mis giros para no


agravar mi Aquiles.

Tengo mucho cuidado de no ponerme a horcajadas en la barra.


Me caigo un par de veces, pero puedo agarrarme. Dios mío, no sé si
yo también habría podido soportar ese dolor de parto. Por suerte,
la barra pasa rápidamente y ahora estoy en la bóveda.

Las ganas de orinar me golpean como una tonelada de ladrillos.


No he ido desde esta mañana por el dolor punzante y temo que se
repita, pero ahora no puedo aguantar más. Tengo que ir. Si doy una
vuelta más en la bóveda, voy a reventar. Y orinar en la bóveda no
es una buena imagen.

Me pregunto si puedo poner un poco de vaselina en las


rasgaduras. Tal vez que me ayudaría a orinar y a dar saltos, pero
también me pregunto qué pasaría si me meto vaselina dentro. Me
estremezco al pensarlo. No importa. No puedo correr el riesgo.
Tengo que arreglármelas.

Para rematar mi encantadora mañana, Kova no ha mirado hacia


mí ni una sola vez. Madeline ha trabajado conmigo todo el tiempo y
parece que, esté donde esté en el gimnasio, él está en el lado
opuesto al mío. Casi como si nos mantuviera intencionadamente lo
más alejados posible. Tal vez ha pasado e implementado a Madeline
como mi entrenadora ahora y no a él. Rezo para que no.

Sé que tengo que concentrarme en mi entrenamiento, pero no


puedo evitar preguntarme en qué estará pensando, si es que está
pensando en la noche anterior. Es casi como si yo no estuviera allí.
Odio esa sensación, como si fuera invisible y no importara.
Suspiro para mis adentros.

Entré en el baño, cierro la puerta con llave y me despojo de mi


leotardo. Esta es la única parte de la gimnasia que detesto: estar
sudada y tener que quitarme la prenda única. Es como quitarse
unos jeans ajustados y empapados.

Respirando profundamente, cierro los ojos y rezo para poder


orinar sin que me duela. Me agacho, aprieto mis entrañas y solo
dejo salir un chorrito... y me detengo. Suelto un suspiro audible y
vuelvo a soltarlo para sentir que la sensación de ardor vuelve con
fuerza. Mi mano se estrella contra la pared y me apoyo en ella para
sostenerme. Pero no lo suelto todo. No es posible. La orina me
quema mucho.

Eso es todo, todo lo que puedo conseguir. Me limpio con cuidado,


me levanto el leotardo y me lavo las manos. Tengo una hora más
hasta el descanso para el almuerzo y la tutoría, luego vuelvo a
entrenar durante cuatro horas más. Después de la terapia, cuando
llegue a casa, me remojaré en la bañera.

Tengo esto. Solo necesito darme una charla de ánimo primero.

Al entrar en el gimnasio, busco inmediatamente a Kova. Es más,


por costumbre y adicción que por un pensamiento consciente.
Ansío sus ojos brillantes y sus palabras feroces. Me impulsan a ser
mejor, más fuerte. A probarme a mí misma.

Cuando por fin cruzamos miradas, no aparta la vista. Su postura


es estricta, sus brazos firmemente cruzados contra su tenso pecho.
Camino a ciegas, sin poder concentrarme en mi entorno. Intenta
decirme algo con sus ojos, pero no estoy segura qué. Lo único que
sé es que me mira como si no pudiera soportar mi mirada y eso me
duele.

—¡Cuidado!

Me estremezco y levanto las manos, agachándome.

—Jesús, Big Red. Todos sabemos que el entrenador Kova está


bueno, pero presta atención. No hagas que sea tan obvio que estás
embobada con él. Dios...
Cierro los ojos y cuento hasta cinco. Reagan y sus estúpidos
comentarios de pelirroja. La habría corregido, pero no estoy de
humor. Casi me meto en su desmontaje, lo que podría habernos
herido gravemente a las dos. Pero ella tiene razón, tengo que prestar
atención.

No me disculpo, simplemente la ignoro y me dirijo de nuevo al


salto mientras ella continua en la barra.

—¿Estás bien? —preguntó Hayden, preocupado. Sus ojos


observadores me ponen nerviosa.

O tal vez solo estoy siendo paranoica.

Asintiendo con la cabeza, sonrío dulcemente y pongo expresión


de felicidad.

—Sí, es que estoy agotada.

Agarrando un poco de tiza para la bóveda, me froto un poco en


los pies, añadiendo un poco en los muslos cuando Hayden se aleja.
Me doy una palmada para eliminar el exceso de polvo y puedo
saborearlo en la boca.

Me pongo detrás de la línea blanca y respiro profundamente


cuando Kova se gira para mirarme. Asiente con la cabeza, hace un
gesto para que me avance. Madeline da una palmada y grita:

—Muévete, Adrianna. ¡No tengo todo el día!

Me pongo de puntillas, me inclino hacia delante y echo a correr.


Impulso mis piernas tan rápido como puedo y solo me concentro en
la bóveda. Me duele un poco la pantorrilla, pero lo ignoro. Todo lo
demás se desvanece y me olvido de todos los problemas de mi vida
mientras me acerco al aparato y siento que la adrenalina me golpea
con fuerza.

Dios, me encanta esta sensación. Mi corazón acelerado, mis


músculos ardientes. La anticipación.

Me centro solo en el trampolín, hago un giro sobre él y me arqueo


en un salto de manos hacia atrás. Salgo con los hombros del
trampolín en un giro de dos y medio para completar un Amanar. Al
aterrizar doy unos pasos hacia atrás y me caigo.

Al diablo con mi vida.

Al añadir el medio giro se crea un aterrizaje ciego, por lo que no


se puede detectar el suelo. Tengo que desear en una oración que lo
aterrice correctamente. Puedo practicarlo un millón de veces,
aterrizarlo en todos los entrenamientos, pero solo hace falta una
fracción de segundo en la que no arranco lo suficientemente alto, o
mis piernas están dobladas, mi pecho estaba demasiado bajo,
cualquier cosa para no aterrizarlo en la competición.

En la gimnasia, todo es posible. Y teniendo en cuenta que estoy


trabajando en el salto más difícil para las mujeres, eso debería decir
algo.

Al levantarme, escucho a Madeline suspirar con fuerza.

—Lo estoy intentando, de verdad —interrumpí antes que pudiera


decir algo.

Me mira con lástima.

—Sé que lo haces. Hagámoslo de nuevo.

—Adrianna. Mantén las piernas rectas en el vuelo, con el pecho


hacia arriba —dice Kova, mirándome atentamente.

—Tiene razón —reconoce Madeline—. Tus piernas están


descuidadas y dobladas. Me he dado cuenta que también tienes los
pies cruzados, lo cual es un gran no, Adrianna. Intenta poner tu
giro un poco más alto. Necesitas algo que te dé puntos y te haga
subir en la clasificación, no que te haga retroceder.

Asiento con la cabeza.

—¿Te molesta la pantorrilla? —pregunta preocupada.

—No. —Podría haber mentido y decir que sí, lo que sería la razón
de mi aterrizaje de mierda, pero no lo hice.
No hay nada peor que te digan que no puedes hacer algo después
de haberte esforzado tanto por conseguirlo. Tragándome mi
frustración, miro la bóveda y me imagino mi aterrizaje
perfectamente. Puedo hacerlo, me digo. Lo he hecho antes, solo
tengo que visualizarlo y confiar en mis habilidades.

—Ya lo tienes, Aid —susurra Hayden, apretando la muñequera


con un movimiento de cabeza. Le sonrío y mi rostro se suaviza.

Otra respiración profunda, y despego. Salto en redondo, salto


hacia atrás en la bóveda, salgo y alcanzo a girar. Anoto
mentalmente mis piernas y las enderezo, pero es demasiado tarde
en este momento. Abro los brazos para equilibrar el aterrizaje, pero
ya sé que me estoy inclinando demasiado hacia atrás y que mis
caderas están demasiado bajas. Es una sensación interior
inexplicable, pero conozco mi cuerpo y sé que no lo voy a conseguir.

Intentar salvarlo es inútil. Estoy literalmente en posición sentada


y me golpeo contra el suelo sin más, tropezando hacia atrás y
cayendo sobre la alfombra azul. Se me llenan los ojos de lágrimas
mientras el dolor palpita de repente con saña por mi espalda.
Masajeando mi costado, siento ganas de llorar por estar tan
frustrada y no acertar con mis marcas. La duda me golpea hoy y
empiezo a preguntarme si me estoy esforzando demasiado.

Madeline suspira.

—Ve a la tutoría y te veré más tarde.

—¿Puedo intentarlo una vez más?

Madeline asiente y toma una colchoneta para ponerse de pie.


Tiene la forma de una caja y es alta, a la altura de la bóveda para
que pueda verme.

Querido Dios, por favor déjame aterrizar esto.

Tragando, empiezo a correr, con los pies golpeando el suelo. Me


muevo hacia la entrada y luego salto de la bóveda. Las manos de
Madeline me ayudan a levantar la parte posterior de mis hombros,
elevándome en el aire para ayudarme a fijar mi elemento. Empiezo
a girar, haciendo el giro tan fuerte como puedo para aterrizar
correctamente. Y, por algún milagro, aterrizo, pero solo para que
otro golpe de dolor me atraviese la espalda, pero me lo aguanto.
Aunque aterrizo mal, mis pies tocan el suelo, no mi culo, y eso es
lo único que importa ahora. Un fuerte suspiro sale de mis labios y
cierro los ojos con satisfacción, ocultando el dolor de espalda.

—Otra vez —dice Madeline.

Lo hago de nuevo con su ayuda y aterrizo. Sí. Aterrizar es una


palabra que utilizo a la ligera, pero el hecho de estar de pie es lo
que me motiva y me da ese pequeño empujón para seguir adelante.

Después de tres intentos más, aparta la alfombra para que lo


haga yo sola. Los nervios me agitan con fuerza y de repente me
preocupa no volver a acertar. Es un miedo irracional el que me
recorre, lo sé, pero forma parte de la rutina. Mi corazón se divide
entre la garganta y el estómago. Todas las miradas están puestas
en mí. El miedo y los nervios forman parte de la composición
genética de un gimnasta.

Pero también lo es ganar.

Tengo esto... tengo esto... visualiza...

La adrenalina corre a toda velocidad por mis venas mientras


corro hacia el aparato de cuero, pero la aprensión y los nervios
dominan cuando llego al trampolín. El fuego se dispara en mi
espalda y me entra el pánico en medio de mi rotación y solo hago
un pleno. Fue un aterrizaje limpio, pero Madeline me mira
fijamente.

Mierda.

—Tú —dice entre dientes apretados, y me señala—, vuelve a


poner el culo ahí y haz el Amanar. Ahora.

Se me cae el estómago. Lo único que puedo hacer es asentir y


empezar a caminar. No tengo muchas opciones.

Las ganas de orinar nunca desaparecen, y una oleada de dolor


golpea mi vejiga gritona. Son solo las diez de la mañana, pero este
día se está yendo a la mierda rápidamente. Muy poco sueño, un
coño ardiente, y ahora una entrenadora furiosa.
Y yo solo tengo que culparme a mí misma.

Hago el salto una vez más y añado el estúpido giro, pero sin su
empuje, apenas aterrizo sobre las puntas de los pies. Mi estómago
se aprieta con fuerza y me rindo y salto hacia un lado, con la
pantorrilla ardiendo ligeramente.

Antes que pueda hablar, Madeline señala hacia la salida y dice:

—Vete. Vuelve después de la tutoría. Tal vez te sientas mejor


después de haber descansado.

—¿Puedo intentarlo una vez más?

—No. —Suelta un suspiro—. Vuelve más tarde y trabajaremos en


ello de nuevo.

Mis hombros caen derrotados. Me doy la vuelta y miro al suelo


para evitar las miradas de los curiosos mientras me dirijo a los
vestuarios. Estoy más que avergonzada con mi entrenamiento y no
quiero ver la mirada crítica de mis compañeros.

—Hey Aid —llamó Hayden a través del gimnasio. Levanto


lentamente los ojos, temiendo ser recibida con una mirada de
lástima. Sorprendentemente, veo ánimos en sus ojos mientras corre
hacia mí.

—Dame veinte y habré terminado. Iremos juntos a la tutoría.

Sonrío amablemente. Después de la tormenta de mierda que tuve


por la mañana, la mentalidad de Hayden de arrasar con la vida es
exactamente lo que necesito.

Abriendo mi taquilla, saco mi bolsa de lona y la dejo caer al suelo,


revolviendo en busca de mi ropa. Estoy muy enfadada conmigo
misma y tengo ganas de llorar. Soy mejor que esto, y dejo que las
cosas se interpongan en el camino del entrenamiento. Tengo que
ser más fuerte y superar mis miedos, pero es más fácil decirlo que
hacerlo. Estoy entrenando en un deporte que puede literalmente
paralizarme en una fracción de segundo por no conseguir suficiente
aire en la rotación o por aterrizar mal. Y no estoy al cien por cien
por culpa de mi pierna. Mis aterrizajes son una mierda hoy. Si mi
sincronización no es absolutamente perfecta, las repercusiones
pueden ser devastadoras. Hay una razón por la que la gimnasia es
considerada uno de los deportes más peligrosos. Es un riesgo a
tomar, pero mi corazón está todo en ello. Incluso en los días en los
que estoy en mi peor momento, nunca me rendiré.

Al cambiarme el leotardo, noto pequeñas gotas de sangre. Mierda.


Menos mal que llevo más leotardos conmigo. Me visto rápidamente
y vuelvo a meter la mochila en la taquilla y la cierro con toda la
fuerza que puedo. Debería haber hecho algunos estiramientos para
enfriar mis músculos, pero ni siquiera me importa.

Entro en una de las salas de fisioterapia, me recuesto en la mesa


azul de plástico y espero a Hayden. Estoy deseando pasar el rato
con él. Me tapo el rostro con un brazo y cierro los ojos, pensando
en mi bóveda.

—Adrianna... Adrianna, despierta.

Al abrir los ojos, me siento desorientada por un momento y


confundida por el lugar en el que me encuentro.

—¿Hayden? —Mi voz se quiebra. Dios mío. Parece que he estado


dormida durante horas.

Me sonríe.

—Vamos, Bella Durmiente. Tenemos tutoría.

Gimo.

—Tenías que besarme para despertarme porque siento que


podría dormir para siempre.

Sus mejillas adquieren un color más intenso.

—Estaba a punto de hacerlo.

—¿Puedo saltar e ir a casa a dormir?

Hayden extiende su mano para ayudarme a sentarme. Bostezo y


la acepto.

—¿Una noche dura?


—Si supieras.

—Te ves como una mierda.

Una sonrisa curva mis labios.

—Tranquilo, mi corazón —respondí con ligereza.

—Oye, yo solo digo las cosas como son.

—Es obvio que lo sé.

Salimos de los vestuarios y nos dirigimos al vestíbulo. Mis cejas


se fruncen cuando oigo la voz de Kova en la distancia. Cuanto más
nos acercábamos, más fuerte se hacía, y mi corazón se detuvo al oír
el tono suave de su voz.

—Oye, ¿qué estás haciendo aquí?

Intento no contener la respiración mientras escucho la respuesta


que llega a mis oídos.

—He venido a sorprenderte para comer. —Conozco esa voz. Katja


tiene una de las voces más cantarinas que jamás he oído, incluso
con el marcado acento ruso que la acompaña.

—Sabes que tengo un horario, Kat. Deberías haberme llamado


antes.

Al doblar la esquina, él la atrae para besarla. Sus dedos se


enredan en su cabello castaño en un sensual y posesivo beso. Se
me cae el estómago al verlo. Nunca me ha besado así. Nunca me ha
mirado con amor en los ojos. Nunca me ha abrazado con tanta
ternura.

—¿Por qué fue eso? —preguntó ella sin aliento cuando se


separan.

Se pone tenso y arremete irritado:

—¿Por qué necesito una razón para besarte? ¿Puedo no besarte


cuando quiera?
—No es así —responde ella con las mejillas sonrojadas—. Sabes
que puedes en cualquier momento. —Lo mira con corazones en los
ojos—. Te amo.

Palidezco ante su muestra de amor, mi estómago se revuelve en


oleadas. Hayden es completamente indiferente a su afecto, y por
suerte completamente ajeno a mi reacción de desgarro, mientras
sigue caminando hacia la puerta principal. Necesito toda la fuerza
que tengo para hacer que mis pies sigan moviéndose cuando todo
lo que realmente quiero hacer es tirarme al suelo y hacer una fiesta
de lástima.

No quiero que me moleste, pero lo hace. Verlos en su momento


de intimidad me dice todo lo que necesito saber, y me muestra todo
lo que nunca tendré.

Con las llaves de Hayden tintineando en su mano, ambos giran


la cabeza en nuestra dirección. La barbilla de Katja se hunde, la
vergüenza tiñe sus mejillas.

Hayden sostiene la puerta abierta y lo rozo al salir. Mis ojos se


fijan en Katja y luego en Kova, que me sostiene la mirada hasta que
salgo.

—¿Estás bien? —preguntó Hayden al oír mi respiración


expulsada cuando la puerta se cierra tras nosotros.

—¿Qué? —Miro su cara distraídamente, mi mente no quiere


funcionar hoy. Me sacudo para salir de ella—. Sí, solo estoy
agotada, eso es todo. Estoy lista para que este día termine.

—Te das cuenta que aún no es mediodía, ¿verdad?

—No me lo recuerdes.

Subimos al auto de Hayden y él arranca el motor, pasando un


brazo fuerte por encima de mi asiento. Cuando se asoma por
encima del hombro para salir, me mira y sonríe con sus cálidos ojos
azules.

—No te preocupes. Todos tenemos días malos.

—¿Días malos? Lo he fastidiado. ¡Pésimo! Parecía una aficionada.


Se ríe por mi exagerado suspiro.

—Totalmente.

Me acerco y le doy un puñetazo.

—¡No tienes que decir lo obvio!

—¿Prefieres que mienta?

—No.

—Hey. —Pone un dedo bajo mi barbilla en el semáforo en rojo—.


Mantén la cabeza alta. Es solo un mal entrenamiento matutino, no
una mala vida. Esta tarde será mejor.

Le sonrío suavemente.

—Eso espero. Siento que soy la única que tiene malas prácticas
últimamente.

—A veces pasa. Lo superarás.

—Lo sé... es una mierda. Regina parece prosperar con mis


errores.

Me mira con perplejidad.

—¿Regina?

—Reagan, quiero decir. ¿Has visto alguna vez Mean Girls? Es la


Regina George de la gimnasia. Le encanta ver a la gente fracasar y
eso. Como si se excitara con ello.

—Nunca he oído hablar de ella, pero ¿por qué tengo la sensación


que tienes razón? Quizá una noche la veamos juntos —dice,
cambiando de marcha.

Aprieto los labios.

—¿Quieres ver Mean Girls?

Se encoge de hombros, entrando en la biblioteca.

—¿Por qué no?


—No sé... ¿porque es una película de chicas?

—¿Y qué? Vamos a comprar pizza y refrescos, a comer y a ver


una película una noche.

Suspiro con alegría. Me parece una gran idea.

—No recuerdo la última vez que encendí la televisión. Nuestros


horarios son tan intensos y están tan repletos que caigo en la cama
nada más llegar a casa. No hay tiempo para la diversión.

La sonrisa que se desliza por la cara de Hayden me dice que estoy


equivocada.

—Siempre hay tiempo para divertirse.

Me muerdo el labio.

—Me gustaría, pero ¿podemos no decírselo a nadie? ¿Es decir, a


tu hermana para que no se lo cuente a Reagan? No necesito más
mierda.

—¿Quieres decir que soy tu pequeño y sucio secreto? —Guiña un


ojo.
Capítulo 64
Tres horas después y mi cerebro esta frito.

Las matemáticas no son mi asignatura más fuerte. Cuando las


letras se mezclan con los números, eso es todo. He terminado. Por
suerte, mi tutor solo me hace hacerlo durante una hora y luego
pasa a Historia. Que me encanta.

—¿Quieres comer algo antes de volver? —preguntó Hayden.

Compruebo mi reloj y me doy cuenta que no he comido nada más


que una barrita de cereales.

—Eh. Tengo una ensalada en el gimnasio, pero no estoy de


humor.

Su cara se arruga.

—¿Una ensalada? Aid, tienes que comer. Tienes cuatro horas de


entrenamiento por delante —Tiene razón, yo estoy funcionando a
tope, pero mi falta de apetito se debe a razones que él desconoce.

—Honestamente, Hayden, estoy demasiado estresada para comer


ahora mismo.

Hayden entra en una plaza comercial y estaciona delante.

—Hay que comer para mantener esa resistencia. —Guiña un ojo


y salta del auto.

Cuando entramos, me acuerdo al instante de Whole Foods. Ese


lugar siempre tiene un olor extraño. El olor me asalta y empiezo a
reírme pensando en algo que dijo Avery una vez.

—¿Qué es tan gracioso?


—No es nada.

Hayden hace una pausa, sonriendo.

—Cuéntame.

—Este lugar me recuerda a Whole Foods. Tiene el mismo olor.

Parece confundido.

—¿Y eso te hace gracia?

—Avery jura que Whole Foods utiliza productos de limpieza


naturales que se supone que tienen aroma a naranja, pero que en
realidad huelen a suspensorio sucio. Por eso cuando entras en uno
siempre tiene el mismo olor asqueroso. Estoy de acuerdo con ella,
no es que sepa a qué huelen los suspensores, es solo una
suposición.

Los ojos de Hayden brillan de risa.

—¿Qué? No me mires así.

—No he dicho nada —Se ríe, levantando las manos.

—Tienes una mirada en tus ojos. Te voy a dar un puñetazo. —


Levanto el puño juguetonamente y ni siquiera se inmuta.

Antes que pueda decir nada más, las ganas de orinar se apoderan
de mí.

—¿Puedes pedirme un wrap de Lechuga y pavo, por favor?


Necesito ir al baño.

—¿No hay pan ni queso?

—¿Estás loco? Por supuesto que no. Solo pavo y lechuga. Nada
más.

Sé lo estrictas que son nuestras dietas. Los carbohidratos y los


lácteos están fuera. Me permito comer carbohidratos una vez a la
semana, pero seguro que no son de un envoltorio. Esas pequeñas
piezas planas de nada están cargadas de mierda que no puedo
permitirme meter en mi cuerpo.
Al encontrar los baños, estiro la mano para abrir la puerta solo
para encontrarla cerrada. ¡Maldita sea! Me apoyo en la pared
opuesta, contando los segundos e intentando desesperadamente no
hacer el baile del pis. Mi madre me miraría mal desde Palm Bay si
lo hago. De todos los años de ser obediente bajo la mirada de mi
madre, me quedo con las piernas cruzadas como una dama, y
rezando a Dios para que esta persona se dé prisa.

Después de lo que me parece una eternidad, una madre que lleva


a su hijo de la mano sale del baño. En cuanto sus cuerpos pasan
por el marco de la puerta, entro corriendo. La vejiga me arde
mientras me muevo de un pie a otro intentando desabrochar y bajar
la cremallera de mis jeans. Aprieto el abdomen, sintiéndome a
punto de explotar mientras me cierno sobre el retrete.

Respirando profundamente, cierro los ojos y dejo que salga


lentamente como la última vez... y siento el ardor. Me detengo, mis
dientes muerden mi labio inferior mientras las lágrimas amenazan
detrás de mis ojos.

Odio este dolor.

Lo intento de nuevo, pero mi orina está caliente, por lo que esta


vez escuece aún más. Expulso un chorro de aire de mis pulmones
ante lo poco que soy capaz de soltar y me subo la cremallera del
pantalón. Prefiero estar a horcajadas en la barra que lidiar con este
tipo de dolor ahora mismo.

Tiro de la cadena, me lavo las manos y salgo del baño para


encontrar a Hayden pagando nuestra comida. Meto la mano en el
bolsillo, pero él me detiene.

—No, no te preocupes.

Le empujo el billete de veinte.

—Tómalo.

—No, no —dice, dándose la vuelta y dirigiéndose a una mesa—.


Te pedí que vinieras a almorzar, puedo pagarlo.

Me quedo de pie, con la boca abierta, con el dinero en la mano.


—No estoy acostumbrada a que la gente pague por mí. Casi no sé
qué hacer.

Hayden gira la cabeza en mi dirección y me mira fijamente.

—Simplemente te lo vuelves a meter en el bolsillo y dices:


Caramba, Hayden, ha sido muy amable por tu parte. Gracias’, y
siéntate a comer.

Intento reprimir la sonrisa que se forma en mis labios, pero es


inútil. Hayden es adorable y encantador. Su cabello rubio sucio
tiene un aspecto de melena perfecta y brilla con carisma. No puedo
evitar querer estar cerca de él.

—Eres un idiota. Sé cómo decir gracias —dije, tomando un


bocado de mi aburrido wrap de lechuga—. Gracias —Hayden sonríe
y empuja un pequeño batido de aspecto melocotón delante de mí.
Mis ojos se encuentran con los suyos.

—Esto era parte del especial del día. Nada de carbohidratos:


relajación. Es de verduras y frutas orgánicas solamente. La vi
hacerla. Se te permite tener esto.

—Hay carbohidratos en la fruta y la verdura —Me mira fijamente,


así que continuo—: ¿No se ha añadido zumo de fruta para hacerlo?
—Me preocupa la cantidad de azúcar en esta bebida. Tiene un
aspecto increíblemente bueno, pero tengo que tener cuidado y no
abusar.

—Ella usó agua de coco. Es todo natural, así que estás a salvo.

Sonrío a Hayden, apreciando su consideración. Está haciendo un


esfuerzo por cuidar de mí.

Lo tomo, doy un sorbo al espumoso brebaje y trago. Mis ojos se


iluminan cuando la bebida helada llega a mi lengua y doy otro
sorbo, esta vez más grande.

—¡Wow! Esto es realmente bueno. Toma. —Le entrego—


Pruébalo. —Hayden traga y sonríe, dando un sorbo a la bebida.

—Aquí me sirven mucho los batidos, pero este era uno nuevo que
tenían hoy.
—Es realmente bueno. Puedo ver por qué lo pides.

Después de un par de minutos de comer nuestro almuerzo en


silencio, me bebo la mitad del batido y le doy el resto a Hayden.

—Tómalo. Estoy llena con mi wrap y esto, no puedo terminar el


resto —miento. Puedo terminarlo, y quiero hacerlo, pero vigilar mi
peso es más importante.

Hayden termina con su sándwich gigante y sus patatas fritas.


Tiene suerte de poder comer prácticamente cualquier cosa. Daría
cualquier cosa por comer lo que quisiera. La mayoría del equipo de
los chicos puede. Estar llena mientras estoy en el gimnasio es
incómodo y prefiero estar un poco hambrienta.

Al menos es lo que me digo.

Hayden entrecierra los ojos, y de mala gana toma mi bebida y la


termina.

—Estás mintiendo.

—¡Bien! ¡Estoy mintiendo! —cedo—. La verdad es que estoy


estresada por el gimnasio, así que no tengo mucho apetito —Me
muerdo el labio y luego dije—: Sinceramente, a veces me cuestiono
a mí misma y por qué he venido aquí. Quizás no estoy hecha para
esto.

Hayden inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome.

—Todos tenemos días así, Aid. Mañana no será tan malo. Todavía
eres algo nueva, así que aún estás en transición a este estilo de
vida.

—No soy nueva, llevo aquí como un millón de meses.

—He formado parte de World Cup durante años. Me sentí


abrumado y estuve a punto de abandonar un par de veces cuando
pasé a la élite. El entrenamiento es mucho más riguroso, las horas
son largas. Es agotador a tantos niveles que a veces me preguntaba
en qué me había metido. Pero al mismo tiempo, no podía
imaginarme sin hacer gimnasia. Lo llevo en la sangre, igual que tú.
Incluso cuando tienes días en los que lo odias y quieres dejarlo,
sabes que no puedes. Algunos días te comparas con tus
compañeras de equipo y te sientes inadecuada. No lo eres. Solo
estás teniendo un mal día. Algunos días también son muy
solitarios. Es lo más duro cuando vuelves a casa y no tienes padres
ni amigos a los que acudir. Tengo a mi hermana y ella entiende esta
vida, pero eso es diferente. —Hayden hace una pausa y se mira las
manos, pensando en qué decir a continuación—. Amas demasiado
el deporte como para dejarlo. Y sabes que nunca lo harás.
Simplemente no es posible, así que lidias con la soledad, lidias con
los días malos y sigues adelante.

Me trago el nudo en la garganta.

—Tienes razón. Tienes mucha razón en todo lo que has dicho. —


Las lágrimas rebosan en el fondo de mis ojos. No quiero llorar, pero
tengo muchas cosas en la cabeza y las siento a punto de
desbordarse en cualquier momento. Lo estoy reprimiendo todo y no
me he dado cuenta de lo sola que estoy hasta ese momento. Hayden
se da cuenta de mi cambio. Levanta nuestra basura, la tira y luego
me toma de la mano y salimos hacia su auto.

No digo nada sobre el apretón de manos, porque la verdad es que


se siente bien. Incluso me apoyo en su brazo y me aferro a él.
Aunque solo es un poco mayor que yo, me da seguridad con su tacto
y yo lo absorbo. Es mi consuelo, mi hombro en el que apoyarme. Mi
corazón se ablanda un poco por Hayden y le doy un suave apretón.

Hayden abre la puerta del lado del pasajero, pero antes que
pueda subir, me abraza como un oso. Automáticamente lo rodeo
con los brazos y entierro la cabeza en el hueco de su cuello,
cerrando los ojos.

—No te estreses por lo de antes. Ya ha pasado —dice contra mi


mejilla—. Concéntrate en el futuro.

Asiento con la cabeza, incapaz de formar palabras.

—No estoy segura de lo que haría sin ti, Hayden.

Estoy siendo emocional y lo odio. No me gustan las emociones, y


eso se lo debo a mi madre. Estos sentimientos son extraños e
inoportunos y quiero que desaparezcan. Lo único que hacen es
recordarme lo humana que soy en realidad.

Hayden se aferra a mí, frotando mis brazos y dándome fuerzas.


Lo abrazo un poco más fuerte, tomando todo lo que me ofrece.

—Siempre estoy aquí para ti.

—Gracias —Arriesgándome, pregunté con voz temblorosa—:


¿Crees que te gustaría venir esta noche después del gimnasio? Ya
sabes, solo para pasar el rato. Me vendría bien la compañía.

Al retirarse, Hayden me mira. Su expresión es suave y sus ojos


cálidos.

—Claro, me encantaría —Sonríe genuinamente y me da un beso


en la frente—. Incluso podemos ver Mean Girls si quieres.

Se me revuelve el estómago de anticipación. Necesito mostrar mi


faceta de jugador y concentrarme. Estoy aquí para entrenar, no
para preocuparme por lo que piense mi entrenador de mí o por la
mala actitud de las chicas.

Me subo al auto y mi cabeza se hunde en el reposacabezas de


cuero. Respiro profundamente y me giro hacia Hayden.

—Yo me encargo.
Capítulo 65
Sé que algo va mal en el momento en que me despierto, dos horas
antes de lo previsto y en plena agonía.

El dolor me desgarra el bajo vientre mientras un fuego me


atraviesa como un infierno que no se puede apagar. Pero no se
detiene ahí. Sube por mi costado y me envuelve. Mi espalda palpita
como si un baterista de heavy metal estuviera utilizando mi cuerpo
como práctica, el golpeteo es incesante.

Con las rodillas pegadas al pecho y atadas por los brazos, me


hago un ovillo, deseando que desaparezca el dolor punzante. Nunca
en mi vida he tenido unos calambres como estos y no sé qué pensar
de ellos. Aprieto los ojos con fuerza y me muerdo el labio inferior en
carne viva en cuestión de minutos. Lo único que se me pasa por la
cabeza es ir al hospital inmediatamente.

La cosa es que no me creo capaz de conducir. El dolor es así de


intenso. Las náuseas me revuelven el estómago y lucho por
mantener el contenido de la cena con Hayden.

Mirando el reloj, es demasiado temprano para llamar a alguien,


pero necesito a alguien. Lo primero que pienso es en Madeline, ya
que ha venido conmigo a ver al Dr. DeLang, pero algo en mi interior
me dice que no la llame. La única otra persona a la que me siento
cómoda llamando es Hayden. O es él, o conduzco yo misma.

Le envío a Hayden un mensaje rápido esperando que lo vea


cuando se despierte. Le digo que necesito ayuda y que estoy
enferma. Mientras tanto, me tomé una fuerte dosis de Motrin, mi
medicamento de cabecera, y me sumerjo en un baño caliente. Pero
intentar ponerme de pie me duele y me hace encorvarme y
detenerme. Respiro hondo, vuelvo a ponerme en pie lentamente,
esta vez con una mano pegada al estómago. Mientras camino,
puedo jurar que mis músculos se están desgarrando. Con este tipo
de dolor, sé que no hay forma de entrenar hoy. Simplemente no es
físicamente posible. Dicho esto, me aterra llamar a Kova y decírselo,
sobre todo por cómo han quedado las cosas entre nosotros. Es
incómodo, y me sorprendería que me contestara de todos modos.

Abro la canilla de la bañera y espero a que se llene, me incliné y


saqué un cartón de sal de Epsom y un frasco de Motrin. Vierto una
generosa cantidad en el agua caliente y paso los dedos por la bañera
que se está llenando. Mi madre siempre tiene estas cosas en casa y
jura que curan las dolencias internas. Una vez que empecé a
entrenar en World Cup, se convirtió en un elemento básico en mi
apartamento.

Al levantarme de la bañera, un dolor agudo me atraviesa el


vientre. Me encojo y exhalo un fuerte suspiro. Incluso inclinarse en
este ángulo es una agonía. Sea lo que sea, rezo para que un médico
lo diagnostique y me cure esta noche.

Soy un desastre.

Al quitarme la ropa, me miro en el espejo y mis ojos se abren de


par en par. Estoy pálida y parezco muerta. Mis ojos están hundidos
y el color es débil. Tengo moratones de color amarillo alrededor de
las caderas y estoy más delgada que nunca. Cruella de Vil, también
conocida como mi madre, estaría orgullosa de mi pérdida de peso.

Lleno de agua el vaso de cristal que tengo en el baño. En el


reverso del frasco de ibuprofeno pongo dos pastillas, pero yo voy a
tomar cuatro, como hago habitualmente. Me trago rápidamente las
pastillas de color naranja y bebo otro vaso de agua antes de
acercarme a la bañera.

Levantando la rodilla, sumerjo el pie en el agua, odiando el primer


contacto con el vapor. Inspiro larga y cansadamente y exhalo antes
de hundirme en el agua.

Una vez metido todo el cuerpo, me recuesto en una almohada de


plástico, apoyo las rodillas y cierro los ojos. El agua me llega hasta
el cuello y suspiro satisfecha. Me siento completamente inmóvil,
intentando relajarme y permitir que la magia que contiene la sal de
Epsom haga su trabajo. Espero que los analgésicos hagan efecto,
porque no poder moverme no me está funcionando.

Después de cinco minutos de baño, se me aprieta el estómago


mientras un fuego estalla en mi interior. Las punzadas en la espalda
aún no han desaparecido. Jadeo e inicio una cuenta atrás para que
el dolor se vaya de verdad. Cuando llego a uno, estiro lentamente la
pierna derecha y luego la izquierda. Empiezo a sentir las caderas
apretadas y sé que tengo que liberarlas hasta la posición completa.

El agua caliente y los analgésicos por fin me aflojan los músculos.


Con lo cansada que estoy últimamente, se me cierran los ojos y me
quedo dormida en la bañera, con la ternura de mi estómago
flotando.

En algún lugar de mi mente, mi teléfono está sonando, pero no


es el sonido correcto. Es débil, y un fuerte golpeteo me está
despertando:

—¡Adrianna!

Me agito y siento que el agua salpica a mi alrededor. Abro los ojos


de golpe y doy un salto al darme cuenta que me he quedado
dormida en la bañera.

—Joder.

Hayden está gritando mi nombre, probablemente despertando a


mis vecinos, probablemente petrificado que algo me pase.

Me envuelvo el cuerpo con una toalla y grito:

—¡Ya voy! —Mientras me dirijo a la puerta. Un rápido vistazo al


reloj y tengo mi respuesta a por qué Hayden está reventando mi
teléfono y golpeando mi puerta como un lunático. Ha pasado más
de una hora desde que le envié el mensaje de texto. Al parecer, el
agotamiento toma el control cuando quiere.

Rápidamente, desbloqueo las cerraduras y abro la puerta.

—Adrianna, ¿dónde has estado? Creí que te pasaba algo. ¿Estás


bien? —Se frota la frente después de lanzarme las preguntas—.
¿Qué ha pasado?
Una vez que entra, cierro la puerta. Envuelvo la toalla con más
fuerza y digo:

—Siento mucho haberte preocupado, Hayden. Me quedé dormida


en la bañera.

—¿Tienes idea de lo peligroso que es eso?

Me estremezco.

—Lo sé. Fue una imprudencia por mi parte.

—¿Todo bien?

—La verdad es que no. Me duele mucho el estómago. No sé qué


me pasa, pero tengo que saltarme el entrenamiento de hoy e ir al
médico.

La mirada de Hayden imita la mía. Angustia. Sabe que faltar al


gimnasio es un gran no. Asiente con la cabeza y dice:

—Ve a vestirte y llamaré al gimnasio para transmitir el mensaje


por ti.

Una tierna sonrisa alivia mi rostro.

—Gracias. Te lo agradezco.

Tan rápido como me es posible, mis pies se deslizan por la


alfombra hasta mi habitación. Antes de cerrar la puerta, caigo en la
cuenta que el propio Hayden llega tarde al entrenamiento.

—¡Dios mío, Hayden! Te vas a meter en problemas por faltar al


entrenamiento —grité—. ¡Lo siento mucho!

—No te preocupes por mí, vamos a llevarte al médico. Mis


entrenadores no son tan duros como los tuyos, así que no sería un
gran problema para mí.

Asintiendo, cierro la puerta de mi habitación y dejo caer la toalla.


Tomo un par de pantalones de yoga negros y una sudadera con
capucha junto con un sujetador deportivo y unas bragas. Me pongo
la ropa lo más rápido posible, la repentina aparición de escalofríos
me hace castañetear los dientes. Lo único que se me ocurre es que
tengo algún tipo de virus que provoca que el dolor recorra mi
cuerpo. Tal vez una intoxicación alimentaria. Llevo semanas con
una dieta sin carbohidratos y anoche, cuando Hayden y yo vimos
juntos Mean Girls, trajo pizza. Esto podría ser mi estómago
reaccionando a la comida chatarra y la grasa. Si esta es la forma en
que mi cuerpo se rebela contra mi única noche de diversión,
entonces no volvería a tocar la pizza.

Incluso con la puerta cerrada, la voz de Hayden se extiende por


el pasillo. Cada vez que va a hablar, apenas logra decir unas pocas
palabras antes que se corte abruptamente. Esto sucede cuatro o
cinco veces, el patrón se repite constantemente, lo que me
sorprende. Me siento como si estuviera escuchando un episodio de
Maury. Nadie habla por encima de los entrenadores, y cuando lo
hacen, lo hacen más alto y por encima de la gente. Quienquiera que
este en la otra línea, no está contento con él.

En este momento, agradezco para siempre la amistad de Hayden


Moore.

—¿Listo? —pregunté.

Se le cae la mandíbula.

—Tienes los ojos inyectados en sangre. —Se acerca y me pone


una mano en la cabeza—. Estás caliente.

Me rio.

—Gracias.

Tomándome de la mano, tira de mí hacia la puerta principal.

—Ese entrenador tuyo es una pieza de trabajo. Gracias a Dios


solo trabajo con él en los anillos.

El lado de mi boca se levanta.

—Dímelo a mí.

—¿Tienes un médico o vamos a la sala de emergencias?

Me detengo en mi camino.
—No tengo médico... y realmente no quiero ir a urgencias. Déjame
hacer una búsqueda en Google y encontrar un centro local de
atención urgente de veinticuatro horas.

Hayden se aclara la garganta:

—Ah, ¿no tienes un tutor que te firme algo si se presenta la


ocasión?

Levanto la cabeza y me encuentro con su mirada preocupada.


Tiene razón. No tengo padres ni tutores legales mientras estoy aquí.
Esto puede ser complicado. Por suerte para mí, últimamente se me
ha dado muy bien mentir y tengo el documento de identidad que
me hizo Avery y que me hace legal.

—Dudo mucho que haya un problema. Lo más probable es que


insistan en el pago por adelantado, que tengo en efectivo que puedo
pagar.

—¿Dónde está tu tarjeta del seguro? —preguntó mientras salimos


de mi apartamento—. ¿La tienes contigo?

—Sí, pero como voy a pagar con dinero en efectivo no creo que lo
necesite.

Digo la dirección de un centro de urgencias local y, diez minutos


más tarde, entramos en una instalación iluminada con una gran
cruz roja en la fachada del edificio. Llegamos justo a tiempo cuando
otra oleada de calambres me golpea el estómago. Rezo para que la
espera no sea larga mientras me acerco lentamente a la entrada,
ligeramente encorvada con Hayden a mi lado. Las puertas se abren
y miro el vestíbulo vacío.

Gracias a Dios.

Una mujer corpulenta levanta la cabeza y nos mira mientras nos


dirigimos a la recepción. Suspira irritada y pregunta:

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —Está claro que no es una


persona madrugadora.

—Necesito ver a un médico, por favor.


La mujer se burla.

—¿Cuál parece ser el problema?

—Mi estómago y mi espalda me están matando.

Mira el ordenador.

—¿Estás embarazada?
Capítulo 66
Me quedo boquiabierta y Hayden se queda helado.

—¡Dios, no!

—Te sorprendería saber cuántas chicas están embarazadas a tu


edad, si no más jóvenes —murmura en voz baja, tecleando, lo
suficientemente alto como para que yo la escuche.

—Señora, no estoy embarazada, sin embargo, me duele mucho.


Siento como si alguien me golpeara la espalda y me duele estar de
pie.

—Muy bien, primero vamos a aclarar algunas cosas. —La señora


Actitud saca una carpeta con una mirada impaciente. Le entrego
mi documento de identidad falso y le informo que pagaré en efectivo.
Hay una silla libre junto al mostrador, así que me tomo la libertad
de sentarme. Suspiro aliviada y cierro los ojos, agradecida que
Hayden se encargue de rellenar los espacios en blanco, pidiéndome
las respuestas. Hace un comentario sobre lo bien que se ve la
identificación falsa y yo murmuro que Avery tendría que conseguirle
una. Ese es todo el esfuerzo que puedo soportar por el momento.

Treinta y nueve agonizantes minutos después, me llevan a una


sala de exploración. Comprueba mis signos vitales y observa que
tengo fiebre. Como en todas las consultas médicas, me quedo
helada y espero impaciente en la mesa cubierta de papel. El dolor
es tan intenso en mi espalda que empiezo a balancearme para
encontrar una forma de aliviarlo.

Toc. Toc.

Un médico corpulento entra con unos lentes de montura negra


muy marcados, apoyados en el puente de la nariz. Tiene una
sonrisa cálida, algo que necesito desesperadamente después de la
actitud de la señora en la sala de espera y de cómo me siento.
Sin presentación, el médico obtiene algunos datos médicos
básicos y se pone manos a la obra.

—Muy bien Adrianna, recuéstate en la mesa por favor. Vamos a


ver qué pasa. Aquí dice que eres gimnasta. —Mira hacia abajo y
luego hacia arriba, entrecerrando los ojos—. ¿Y entrenas unas
cincuenta horas a la semana? —Hace una pausa, se le forma una
arruga entre los ojos—. ¿Es eso cierto?

—Sí, señor —El doctor mira a Hayden como si buscara


confirmación.

Deja caer la carpeta sobre la encimera gris, se pone un par de


guantes y se gira hacia mí. Instintivamente, muevo las manos hacia
arriba en mi estómago y el médico presiona sus dedos en mi bajo
vientre. Me estremezco cuando da un fuerte empujón, lo que hace
que se detenga y me mire. Creí que iba a empujar a través de mi
estómago.

—¿Eso duele?

—Un poco.

—¿Cuándo fue tu último ciclo menstrual?

Frunzo los labios, inclino la cabeza hacia un lado y miro la


esquina del techo. Tengo que pensar en eso por un momento.

—¿Hace unas tres semanas? Mi ciclo suele estar alterado, así que
no lo tengo en cuenta.

—¿Eres sexualmente activa?

—¡No! —grité como tonta. Aclarando mi garganta, respondo de


nuevo—: No, no lo soy.

Hayden levanta las manos.

—Y esa es mi señal para salir.

—¿Y quién eres tú, joven?

—Su hermano —miente suavemente, caminando hacia la


puerta—. Estaré afuera, Aid.
—Gracias, Hayden.

Una vez que Hayden se va, el doctor me mira con desconfianza.

Su barbilla se hunde en el pecho y mira por encima de sus lentes.

—Te lo preguntaré de nuevo ya que tu hermano no está aquí.


¿Eres sexualmente activa?

—Sí.

—¿Estás tomando anticonceptivos?

—No.

—¿Hay alguna posibilidad que estés embarazada?

—No. Hace poco tomé la píldora del día después, así que estoy
bien.

—La píldora del día después no siempre es efectiva. ¿Has


considerado la posibilidad de tomar un anticonceptivo?

El corazón se me encoge ante la mención que la píldora no es


eficaz. Miro fijamente con cara de piedra, al médico mientras un
millón de pensamientos pasan por mi cabeza. Esto no puede estar
pasando.

—Yo... acabo de activarme —tartamudeo. Me tiembla la


mandíbula y lucho por recuperar el control de mis emociones.

Sus ojos se entrecierran.

—Solo hace falta una vez para quedarse embarazada. A no ser


que tengas intención de ser madre, tenemos una doctora a la que
puedes acudir una vez que te sientas mejor y que puede realizarte
una citología si quieres y partir de ahí.

—Gracias, lo pensaré.

El médico aplica más presión esta vez, presionando con ambos


pares de dedos alrededor de mi abdomen. Mi cuerpo se tensa, mi
estómago se flexiona bajo su contacto.
—Eso duele mucho —grité, cruzando las piernas como si eso
pudiera ayudar.

—Siéntate —Me ausculta el corazón, la espalda y los costados.


Cuando empuja cerca de mi columna, hago una mueca de
incomodidad. Cuando el médico me presiona en el costado, cerca
del riñón, me pongo muy recta y aspiro una respiración audible,
con una mueca de dolor.

—Adrianna, voy a necesitar una muestra de orina para descartar


un embarazo y una infección.

Se me cae el estómago. Me quedo helada. ¿Una prueba de


embarazo? Solo he tenido sexo con Kova dos veces. Es imposible
que este embarazada... eso espero. El miedo se apodera de mi
corazón y mi respiración se agita al darme cuenta que tengo que
conseguir pronto otra píldora del día después.

—No tengo que ir, fui antes de salir —miento.

Inclina la cabeza hacia un lado.

—Por suerte solo necesito un poco. —Me entrega un pequeño


vaso y me da instrucciones antes de indicarme el camino hacia el
baño.

Hago una mueca, sabiendo lo que me espera.

Caminando por el pasillo gris y anodino hacia el baño, cierro la


puerta tras de mí y observo el pequeño espacio. El mero hecho de
pensar en que tengo que orinar me causa miedo mientras me
asaltan las ganas. Separo las piernas y me pongo en cuclillas sobre
el inodoro, asegurándome de no tocar el borde, y coloco el vaso
debajo de mí.

Expulsando un fuerte suspiro, miro perpleja el vaso. Mi orina es


de un color marrón turbio. Definitivamente no es lo que debería ser.
Quizás estoy deshidratada y necesito beber más agua.
Últimamente, he reducido el consumo para no tener que ir tanto al
baño. Supongo que no es una buena idea.

Después de guardar el vaso de plástico en el armario, me lavo las


manos y vuelvo a la habitación. La presión en mi vientre ha
disminuido. A pesar de no querer lidiar con ello en absoluto, tomo
este dolor por encima de cualquier otra cosa con la que he estado
lidiando recientemente.

Unos minutos más tarde, el médico vuelve. Me siento mejor y me


doy cuenta que probablemente podría haberme ahorrado venir al
médico si hubiera ido al baño y hubiera afrontado el dolor en lugar
de actuar como un bebé.

—Buenas noticias: la prueba de embarazo es negativa, pero la


muestra presenta bacterias. Voy a enviarla al laboratorio para que
sea analizada. Por ahora, me gustaría realizar una ecografía
abdominal y extraer algo de sangre.

Mis cejas se fruncen.

—¿Por qué necesitamos un análisis de sangre?

—Solo por precaución. Aunque el embarazo en orina sea


negativo, nos gusta hacer un seguimiento con una prueba de
embarazo en suero para descartar un falso negativo. La píldora del
día después no siempre es eficaz —respondió con la cabeza gacha y
escribiendo en su carpeta. Se me revuelve el estómago al pensarlo.
Sé que ningún método anticonceptivo es cien por ciento eficaz, pero
hasta ese momento no me he dado cuenta de lo grande que puede
ser esa pequeña ventana.

Casi treinta minutos más tarde, me pinchan con una aguja,


cuatro veces debo añadir, ya que la enfermera no consigue hacerlo
bien, y luego me enjabonan con gel caliente. Tengo que aferrarme a
los lados de la mesa mientras el técnico de la ecografía me presiona
el abdomen y la vejiga. Estoy delgada, peso alrededor de cien libras
empapada, si acaso. Debería ser capaz de ver todo y no necesitar
empujar tan fuerte como lo hace. Cuando le pregunto qué está
haciendo, me dice que busca quistes porque pueden causar un gran
dolor abdominal. Cuando me pide que me dé la vuelta, me explora
los riñones.

El médico vuelve a entrar y cierra la puerta. Mirándome, saca un


bolígrafo del bolsillo de su bata y toma un talonario de recetas.
—Parece que tiene una infección renal. Es bastante grave, debo
añadir. Podría haber tenido una reacción a la píldora del día
después que no ayudó a detener la infección, y los fuertes
calambres en el abdomen son probablemente causados por la
píldora. Le sugiero que se abstenga de tomar la píldora en el futuro
y que tome un método anticonceptivo más consistente —Hizo una
pausa y se sube los lentes al puente de la nariz—. ¿Le duele al
orinar?

—Arde como no te puedes imaginar.

—Así que te aguantas, entonces —confirma.

Asiento con la cabeza.

—Eso es lo peor que podrías hacer: dejar de orinar. Te voy a


recetar unos antibióticos y un analgésico. Toma los antibióticos
hasta que los termines y el analgésico cuando lo necesites —Hizo
un garabato en su libreta—. También te sugiero que te tomes el
resto del día y mañana libre. Una almohadilla térmica también
ayudará.

—Doctor, no hay manera que pueda tomarme otro día libre.


Simplemente no puedo.

Me ignora.

—Si no te sientes mejor al final del segundo día, llámame.

—Pero no puedo perder otro día. Tengo que volver mañana. —El
corazón me golpea el pecho, la ansiedad se apodera de mí ante la
idea de perder otro día.

Me mira por encima de sus lentes.

—Te escribiré una nota del médico. Si tu entrenador tiene algún


problema, puede llamarme. Tu cuerpo necesita descanso.

Asiento con la cabeza para apaciguarlo, dispuesta a volver a casa.

—Ni loca me voy a tomar otro día libre. El entrenador tendría mi


cabeza en un palo si lo hiciera —le dije a Hayden una vez que
estamos de vuelta en su auto.
Se ríe.

—Tal vez sería bueno que lo hicieras. Así podrás descansar y no


retroceder aún más. También te dará tiempo para descansar el pie.

—Mi Aquiles no se va a curar en dos días. Voy a tener que dejar


la gimnasia por completo para que eso ocurra.

—Si ese es el caso, entonces ¿por qué tu entrenador diluyó tus


rutinas?

Suspiro.

—Para ayudar a curar la tensión tanto como sea posible y


trabajar de nuevo a ese nivel, supongo. No quieren que lo empeore
hasta el punto de tener que tomarme un tiempo libre.

Me mira.

—Debes odiar eso.

—Como no te puedes imaginar. Me he esforzado tanto, he puesto


todo de mi parte para estar aquí, y me lesiono. Esa es mi suerte.

Llegamos a la farmacia y Hayden me entrega la receta.


Estacionamos y entramos mientras la despachan. Compro una
manta térmica y otro frasco grande de Motrin, y me siento a esperar
mi medicación cuando Hayden se marcha. En pocos minutos
regresa entregándome una botella de zumo y una caja de
medicamentos.

Mirando hacia abajo, pregunté:

—¿Qué es?

—Píldoras de arándanos. Leí en Cosmo que también deberían


ayudar con las infecciones de las vías urinarias y, como está
relacionado, pensé que por qué no. Es todo natural, así que no
contrarrestará tu medicación.

Tengo la mandíbula abierta y las cejas fruncidas.

—Por favor, no le digas a nadie que lees Cosmo, Hayden. Eso es


tan... poco sexy.
Sonríe.

—Vale la pena tener una hermana que los lea. Te sorprendería


las cosas que puedes aprender ahí. —Hace una pausa, saca su
teléfono y hace una rápida búsqueda en Google—. Consejos más
escandalosos y psicóticos que Cosmo ha sugerido y que te llevarán
al hospital.

Nuestras miradas se cruzan y reímos.

—Vamos a leerlo mientras esperamos —dije.


Capítulo 67
El médico tiene razón: mi cuerpo necesita desesperadamente el
descanso.

Todo este entrenamiento por fin me ha alcanzado.

El exceso de uso, de trabajo y el hecho de no descansar los


músculos adecuadamente probablemente contribuyen a que mi
cuerpo se apague y no pueda combatir la infección. Tengo fiebre
durante todo el día y hasta bien entrada la mañana siguiente, hasta
que finalmente se me quita. Los analgésicos son mágicos, y la
agonía con la que he estado lidiando finalmente comienza a
disiparse en veinticuatro horas. Aunque hubiera ido al gimnasio,
probablemente no es la mejor idea entrenar mientras los estoy
tomando. Me ponen en estado de embriaguez, lo que Avery puede
disfrutar cuando la pongo al corriente de todo lo que ha pasado, sin
sexo.

Ninguno de mis entrenadores o compañeros de equipo han


llamado, excepto Hayden. No es que lo harían de todos modos. Y la
verdad, no sé si eso me alegra o no.

La soledad me golpea. Mirando a mi alrededor, me gusta mi


espacio y estoy acostumbrada a mi intimidad, pero por alguna
extraña razón la soledad me golpea con fuerza y empiezo a
alterarme. Mis emociones están dispersas y deshilachadas. Me voy
a romper si añado una cosa más a mi jodido estilo de vida. Entre el
entrenamiento, la escuela, el seguimiento de todas las mentiras que
digo, nunca he tenido tanto tiempo para mí misma, para reflexionar
sobre mi estado actual. Se me llenan los ojos de lágrimas al darme
cuenta de la persona en la que me he convertido. Una mentirosa
habitual.

Mi teléfono suena, distrayendo mis pensamientos. Lo tomo, miro


el identificador de llamadas y se me dibuja una sonrisa en el rostro.
—¡Hola, papá!

—Hola, nena, ¿cómo estás?

—Estoy bien. ¿Cómo estás tú?

—Oh, ya sabes, no hay descanso para los malvados.

Sonrío. Esa era su frase favorita.

—Sí.

—Entonces, mamá me llamó... —se interrumpe, esperando que


yo termine por él.

—Tengo una pequeña infección, pero ya estoy mucho mejor. No


hay que preocuparse. —Realmente no quiero entrar en detalles
sobre la infección del riñón.

Suelta un suspiro de tensión.

—Cariño, siempre me preocupo por ti. Eres mi hija, y que no estés


en casa hace que me preocupe aún más.

Mis hombros se relajan.

—Lo sé, pero de verdad, estoy bien. Mi amigo, Hayden, me llevó


al médico y después fuimos a la farmacia a comprar lo que
necesitaba.

—¿El médico te ha recetado alguna medicina?

—Sí, antibióticos y un analgésico. Están ayudando


enormemente.

—¿Estás descansando lo suficiente, cariño? Sé que


probablemente ya estás acostumbrada al horario, pero tal vez
necesites un descanso —Hizo una pausa—. Puedes venir a casa
cuando quieras.

Su consideración me ablanda el corazón.

—No hay descanso para los malvados, papá —respondo en voz


baja.
Se ríe.

—Qué duro. ¿Qué dijo Konstantin sobre que estabas en casa?

—En realidad no he hablado con él, y honestamente estoy


sorprendida que el gimnasio no esté explotando mi teléfono. Hayden
tomó mi nota del médico, así que tal vez sea por eso.

—Bien. Eso es porque me ocupé de ello por ti para que no tuvieras


que preocuparte. Le hice hincapié en que lo mejor para él sería darte
tiempo para descansar. Tuve que suavizar sus plumas erizadas
cuando me llamó. —Ríe ligeramente— Ese pedazo de papel no se
sostiene mucho para algunas personas.

Frunzo los labios, desconcertada.

—¿Hablaste con Kova?

—Lo hice. De hecho, hablamos cada dos semanas. Sé que puedes


cuidar de ti misma, pero me preocupa que estés allí sola, así que
me pone al día y me hace saber cómo va tu entrenamiento.

Esto es nuevo para mí. No sabía que hablara con Kova tan a
menudo. Aunque su preocupación por mi bienestar me parece
genuina, a diferencia de la de mi madre, también me descorazona
el hecho que pueda llamar a Kova y no a mí. Por otra parte, el
teléfono funciona en ambos sentidos y yo tampoco llamo a casa muy
a menudo.

Mi corazón se ablanda.

—Gracias, papá, te lo agradezco.

—Descansa un poco, vete a la cama temprano.

—Lo mismo que tú.

—Tu madre te envía su amor.

Me rio en voz baja.

—Estoy segura que lo hace —dije sarcásticamente—. Salúdala de


mi parte.
—Lo haré, cariño, hablamos luego.

Al colgar el teléfono, la nostalgia me golpea. Los analgésicos me


están poniendo sensible. Me pongo un pijama, me meto en la cama
y enciendo Netflix, buscando algún drama adolescente sin sentido
para ver. Cuando me estoy durmiendo, mi teléfono vibra y la
pantalla se ilumina.

Entrenador: Abre la puerta.

Mi corazón se detiene.

Saliendo de la cama, corro hacia mi puerta y compruebo la


mirilla, pero no veo a nadie. Envío un mensaje de vuelta diciendo
que no lo veo.

Entrenador: Ahora mismo estoy aquí.

Al girar la cerradura, abro la puerta y Kova entra.

—¿Qué haces aquí? —pregunté mientras deja caer sus llaves y


su teléfono sobre el mostrador. Antes que pueda abrir la boca, le
espeto—: Y si tienes algo que decir sobre mi atuendo, perderé la
cabeza.

Kova se pasa una mano por el cabello y sus ojos recorren mi


cuerpo. Mi blusa suelta y mis pantalones cortos son lo único que
puedo usar después de haber superado la fiebre.

—Este fue el primer minuto a solas que tuve para alejarme de


Katja. —Deja escapar un suspiro agotado y sus ojos recorren mi
cuerpo. Da dos pasos y se pone delante de mí. Con la palma de la
mano en la mandíbula, inclina la cabeza hacia atrás y me examina.

—Tienes los ojos brillantes y rojos, y tienes ojeras —dice en voz


baja. Sus manos enhebran mi largo cabello y lo alborota. Recuerdo
lo mucho que le gusta cuando lo llevo suelto—. No quería hacerte
daño.

Me aparto y miro al suelo, avergonzada que sepa que mi ausencia


se debe en parte a él. Me molesta un poco que tardó dos días en
saber cómo estaba.
—Sin embargo, no lo hiciste... realmente me lo hice a mí misma.

—Adrianna, no te engañes. Si no fuera por mí, no estarías


enferma.

Trago, encogiéndome de hombros.

—En parte. Pero también porque no me estaba cuidando bien.

—Me siento fatal por ello, lo siento mucho, Adrianna. Fui


demasiado brusco, demasiado descuidado, dije algunas cosas
malas y puse en peligro a una de mis gimnastas. Es otra cosa que
no me puedo perdonar.

—No voy a negar que fuiste duro conmigo. Lo fuiste. Mi cuerpo


estaba funcionando a tope, así que tampoco ayudó a combatir
cualquier tipo de infección.

El agotamiento se apodera de mí y camino para sentarme en el


sofá. Inclinándome, apoyo los codos en las rodillas y junto las
manos.

—Esto fue un gran error —admito, con el corazón doliendo con


cada palabra—. Un error catastrófico. Ojalá no hubiera pasado
nada entre nosotros. Ojalá pudiera retractarme de todo. Vine aquí
para ser lo mejor posible y me defraudé. —Levantando la vista, me
encuentro con sus ojos—. Quizá no soy tan fuerte como creo. —
Kova niega con la cabeza y se sienta a mi lado—. Debería haberte
dicho que era virgen, estuvo mal por mi parte y lo siento. Podríamos
haber arruinado tantas vidas, Kova. —Las lágrimas brotan de mis
ojos y odio estar mostrando cualquier tipo de emoción. ¡Malditos
analgésicos!

Kova me aparta un mechón de cabello del rostro y me lo coloca


detrás de la oreja. Nuestros ojos se cruzan y veo la confusión
interior a la que se enfrenta. Hace días que no se afeita y también
tiene ojeras. Ya no tiene los vibrantes ojos verdes que tanto me
gustan, y en su lugar hay un tono oliva apagado.

—Parece que no has dormido.

—No lo he hecho —admite con consternación—. Has estado en


mi mente día tras día. Crees que no eres fuerte, pero lo eres. Has
tomado todo lo que te he lanzado y has corrido con ello. Eres una
luchadora, Adrianna. Pocos pueden manejar lo que tienes al ritmo
que tienes, y eso hizo que las líneas se desdibujaran para mí. Me
haces cuestionar tantas cosas en mi vida ahora mismo. Ojalá
pudiera decirte cuáles son, pero no puedo. Solo tienes que saber
que no eres débil, ni mucho menos. Eres fuerte, no dudes nunca de
ti misma.

El corazón me da un vuelco en el pecho. Es una de las cosas más


bonitas que me han dicho. Se me escapa una lágrima y él la limpia
con la yema del pulgar.

—Pero tienes razón en algo.

Inclino la cabeza hacia un lado.

—¿Sobre qué?

—Que esto fue un error descomunal. Fui infiel y te hice daño en


el proceso. Les fallé a ti y a Katja. Por eso, no podría lamentarlo lo
suficiente.

Desvío la mirada para que no pueda ver el dolor que me causa.

—Hay una pregunta que quiero hacerte, y espero que la


respondas. —Su frente se tensa. No estoy segura de dónde viene
esta pregunta o por qué la hago, pero tengo que saberlo. Tal vez son
los analgésicos los que hablan de nuevo.

—Te lo pregunto una vez más. ¿Fui realmente la única gimnasta


con la que estuviste? ¿O hubo otras? Por favor, sé sincero conmigo.

El corazón me golpea salvajemente contra el pecho esperando su


respuesta.

—Ria, soy muchas cosas, pero no deseo a las jóvenes —escupe


con asco—. Lo encuentro repulsivo. Nunca ha habido otra antes de
ti, aunque no por falta de intento por su parte. Hubo algunas
agresivas, pero nunca pasé del nivel profesional.

—¿Así que nunca estuviste con Reagan?

Se retira horrorizado.
—¿Reagan? Jamás. ¿De dónde sacaste esa idea?

Sacudo la cabeza, sintiéndome como una idiota por preguntar


ahora.

—Solo algunas cosas que me dijo.

—Reagan, aunque es una gimnasta increíble, carece del empuje


y la fuerza de voluntad que tú tienes. Nunca ha habido más que
una relación entrenador/atleta con ella, ni con nadie. Eso te lo
puedo prometer.

Mete la mano en el bolsillo y saca una cajita. Al darle la vuelta,


se me encoge el corazón al leer el anverso. Sacudo la cabeza y se
me escapa una risa triste.

Kova y su estúpida píldora blanca de mierda.

—Hemos sido bastante estúpidos, ¿no?

Resopla ante mi subestimación y me entrega la caja.

—Yo más que tú. Lo sabía mejor.

Al abrirlo, saco la pastilla del día después. Me quedo mirando la


pastilla y dudo. Tengo que decidir si debo ignorar lo que me ha
recomendado el médico y afrontar las repercusiones más tarde, o
entregarle la caja a Kova y explicarle por qué no puedo tomarla y
que ya me había hecho una prueba de embarazo.

Miro hacia Kova. Lo último que necesitaba es un bebé o que él


vaya a la cárcel. Tomo la botella de agua que he dejado antes en la
mesita. Me meto la pastilla en la boca y la trago sin darle más
vueltas a la situación. Sus hombros se relajan visiblemente, pero
entonces caigo en la cuenta de algo. Estaba más preocupado por mi
embarazo que por mi bienestar. Por suerte para él, no tengo energía
para enfrentarme a él.

—Problema resuelto —dije abatida.

Me levanto y voy a pasar junto a Kova, pero él me pone una mano


en el muslo y me detiene. Con él sentado en el sofá y a su altura,
estábamos a la altura de los ojos. Me giro hacia él y lo miro con su
mirada tempestuosa. Su mano está en la parte posterior de mi
pierna, acariciando el pliegue de mi muslo y mi culo. Sus dedos se
mueven en pequeños círculos, haciendo que un calor intenso me
recorra. Mis pezones se endurecen. No me muevo, no puedo,
mientras su mano pasa por mi culo y sube por mi espalda muy
lentamente. La piel se me pone de gallina. Coloca su otra mano
sobre mi cuerpo y se me corta la respiración mientras me acerca.
Después de lo que dijo, me confunden sus acciones.

—¿Kova? —susurré.

Se sienta más erguido.

—No sé qué pasa contigo, pero lo que más me cuesta es mantener


las manos quietas cuando estamos solos tú y yo. Tú me entiendes
como yo te entiendo a ti. Tenemos el mismo impulso.

Una mirada de dolor se refleja en su cara. Masculla en ruso


mientras sus manos recorren mi cuerpo. A pesar del dolor que me
causó hace unos días, mi cuerpo recobra vida cuando me toca.

—¿Qué estás haciendo?

—Memorizarte con mi toque. —Kova me acerca entre sus piernas,


y puedo oler el leve aroma del vodka en sus labios.

Mi corazón martillea contra mi pecho. Este hombre es tan


confuso. Sus palabras contradicen sus acciones a diario. Pero una
cosa sé con certeza: no puedo negar lo que siente por mí. La mirada
en sus ojos mientras sus manos acarician mi espalda,
acercándome, consolida sus sentimientos. Mi blusa se levanta,
dejando al descubierto mi espalda y mi estómago. Sus palmas rozan
mis pezones y mi espalda se inclina en respuesta. Su cabeza se
inclina hacia un lado y un suspiro se me queda en la garganta.

La forma en que me mira me rompe el corazón. Está luchando, y


lo que dijo antes es de hecho cierto. Después de todo, ¿Kova va a
besarme? Trago con fuerza. No lo rechazaría si lo hace. No creo que
llegue un momento en el que pueda rechazar cualquier cosa que me
ofrezca.

—Malysh, necesito un último beso.


Se está despidiendo.

Con una pequeña inclinación de cabeza, me lamo los labios y


rodeo su cuello con los brazos. Me inclino hacia él, con el pecho
pegado al suyo y los pezones duros. Los fuertes brazos de Kova me
rodean la parte baja de la espalda, aplastándome contra él. Me
encanta lo fuerte que es, cómo me abraza y me hace sentir segura.
Nuestros labios se rozan, de forma diferente a cualquier otra vez.
Es suave y lento, y se toma su tiempo mientras mordisquea mis
labios.

Tomo este momento como lo que es: está usando sus acciones
para mostrar las cosas que no puede decir.

Cuando nuestras lenguas se tocan, por una vez no es precipitado


ni salvaje. Es deliberado y provocativo. Mi cuerpo es una llamarada
de calor, el deseo me golpea con fuerza. Nuestras lenguas se
acarician la una a la otra, enredándose y sujetándose, en el beso
más intenso que hemos tenido hasta entonces. Húmedo, cálido y
apasionado.

Mis dedos se entrelazan con su cabello mientras pongo todo en


el beso, al igual que él. Sé que después de esta noche, todo habrá
terminado por completo y me duele el corazón. Me he dejado caer
completamente por alguien que nunca podré tener.

Las manos de Kova suben por mis costillas, sus dedos se


extienden y tocan mis pechos. Gimo en su boca, apretando más
fuerte contra él y devorándolo. El cuerpo me duele aún más, pero
esta vez para liberarse y nada más. Su beso me hace olvidar todo el
dolor y lo sustituye por el placer.

—Me encanta lo sensible que eres a mis caricias —susurra contra


mis labios, moviéndose hacia el borde del sofá. Su erección roza mi
muslo y me inclino hacia él cuando su lengua choca con la mía, al
mismo tiempo que sus dedos índice y pulgar encuentran mi pezón
y lo pellizcan. Un pequeño ronroneo escapa de mis labios.

Las fuertes manos de Kova se posan en mis caderas. Sus dedos


tiemblan contra mí mientras su lengua encuentra mi piel caliente.
Mi cabeza se echa hacia atrás, quiero ser yo la que le alivie el dolor,
darle lo que quiere.
La triste realidad de la historia es que yo nunca seré esa chica.

Y él nunca será ese hombre.

Sus pulgares se clavan en el pliegue entre mis caderas y mis


muslos, mientras sus largos dedos se introducen bajo mi culo. Se
pone de pie y me levanta, con un brazo rodeando mi espalda y la
otra mano enredada en mi largo cabello, sujetándome a él, como si
temiera que me aleje. No lo haré. No puedo. No hay forma que pueda
hacerlo ahora. Soy suya para que me tome.

Rodeo su cintura con mis ágiles piernas. Mis emociones van en


aumento y, por alguna razón, las lágrimas pinchan mis ojos. No
quiero que esto termine entre nosotros, el fuego es demasiado
salvaje para contenerlo.

—No puedes hacerme esto y luego marcharte, Kova —susurré


contra sus labios—. O paras del todo, o no paras del todo. No es
justo.

Aprieto mis labios contra los suyos, derramando mi corazón a


través de mi beso. Esta jodida relación entre nosotros va en contra
de toda moral. Él lo sabe, yo lo sé, y no nos importa.

Kova se aparta y aprieta su frente contra la mía.

—Tengo que irme. —Asiento, dándole la razón. Kova me abraza


como si fuera algo natural para mí estar en sus brazos. No quiero
que me deje ir jamás, pero en el fondo sé que es el momento. Ya
hemos llevado este asunto lo suficiente, porque al final, sé que a
todo el mundo lo atrapan.

Me desprendo de sus brazos y me pongo delante de Kova. Me


agarra la mandíbula y me inclina la cabeza hacia atrás.

—Eres tan hermosa que duele. Te mantienes firme incluso en los


momentos más difíciles. Eres una fuerza a tener en cuenta, algo
que nadie verá venir.

—Kova, ¿por qué me dices esto?

Levanta un hombro y se encoge de hombros como si no estuviera


seguro.
—Son solo algunas de las cosas que me gustan de ti. —Me da un
beso en la frente y lo mantiene durante un minuto. Inhalamos al
mismo tiempo y le agarro las muñecas, saboreando el último
contacto íntimo que compartiremos.

Kova da un paso atrás y se dirige al mostrador, recogiendo las


llaves y el teléfono. Sin volver a mirar, abre la puerta principal y se
marcha, dejando mi corazón destrozado en un millón de pedacitos.
Capítulo 68
Desenvolviendo mis muñequeras y la cinta adhesiva, dejo caer mi
equipo en mi bolsa.

Estoy cubierta de tiza, cansada y hambrienta. La sola idea que


mi cama me arrulle en mi tranquilo condominio me hace moverme
más rápido. He superado el punto de cansancio, puedo sentirlo en
mi cuerpo. Algunos días odio estar sola, pero hoy lo estoy deseando.

Me ha llevado un poco de tiempo volver a estar en el marco mental


adecuado, y lo he logrado, pero no estoy segura de haberme soltado
del todo. Trabajando estrechamente con Kova día tras día, me
recuerda constantemente lo que compartimos, las cosas que
hacíamos en secreto. Me mira con calor en los ojos y mi cuerpo se
sonroja, pero no antes de enmascararlo rápidamente. Para él sigo
existiendo y la persistencia de su tacto siempre lo delata. Él está
luchando tanto como yo.

El entrenamiento de hoy ha sido incómodo, pero incómodo ni


siquiera empieza a describir el último mes entre Kova y yo. Estoy
segura que nadie ha notado la tensión entre nosotros. Hemos sido
buenos en mantener las cosas completamente platónicas. No más
visitas nocturnas, ni indiscreciones, ni nada imprudente. Nunca
estamos juntos a solas y probablemente no deberíamos haberlo
estado desde el principio. Yo solo soy una gimnasta y él solo un
entrenador, como debería haber sido. Nada más.

—Muy bien, equipo. Una vez que hayan terminado, vengan a


verme al piso. Tenemos que repasar algunas cosas antes del fin de
semana —Kova se dirige a todos nosotros y luego se va.

Me quito el lazo del cabello y me recojo los gruesos mechones


castaños cubiertos de vetas blancas de tiza antes de volver a
colocarlos en un moño desordenado. Me siento y me quito la cinta
deportiva de los dedos de los pies y de la pantorrilla, liberando mi
cuerpo de todo el adhesivo. La terapia resulta ser una gran
diferencia. Estoy más fuerte, más segura de mí misma. Mis nuevas
rutinas son sólidas y tengo que agradecérselo a Kova y Madeline.
Ambos trabajan conmigo y me llevan a donde necesito estar. Bueno,
sobre todo Madeline. Kova ha cumplido su palabra y apenas me
entrena.

Faltan un par de semanas para el encuentro clasificatorio y cada


día estoy más ansiosa por él. Lo pongo todo en la gimnasia. Lo doy
todo. Entreno más, me esfuerzo más y nunca me quejo. Hago lo que
Kova me ha dicho que haga: probarme a mí misma, hacer que
cuente.

Tomando asiento junto a Holly, todos miramos fijamente a los


entrenadores y esperamos. No es raro que se reúna con nosotros,
pero algo no va bien. Puedo sentirlo en el aire. Los ojos de Kova
recorren el grupo de chicas y chicos del equipo, pero nunca
establece contacto visual conmigo. Se me hace un nudo en el
estómago, la inquietud me invade. Se avecina algo grande.

Kova se frota las manos, se lame los labios y luego habla:

—Así que se acercan las vacaciones, el Año Nuevo, y luego el


Parkettes Invitational. Reagan, Holly y Adrianna asistirán. Sin
embargo, después de una cuidadosa deliberación con los otros
entrenadores, hemos decidido hacer algunos cambios.

Un jadeo audible rodea al pequeño grupo. Mi corazón se hunde y


mis dedos tiemblan. De alguna manera, sé lo que se avecina, pero
le doy el beneficio de la duda. Miro a mi alrededor y sé que mi
expresión facial coincide con la de los demás. No esperábamos este
tipo de noticias. En mi anterior gimnasio nunca se ha cambiado la
alineación, sino que competía quien sea mejor para el equipo, y
tenía la idea que aquí sería igual.

Kova se aclara la garganta y noto que se niega a establecer


contacto visual conmigo una vez más.

—No ha sido una decisión fácil, pero en World Cup creemos que
tu lesión no es algo que debamos probar todavía. —Kova finalmente
me mira y me mira a los ojos—: Lo siento, Adrianna, pero te
retiramos del encuentro.

El silencio es tan denso que impregna el aire. Los latidos de mi


corazón retumban en mis oídos y mi respiración se hace más
profunda mientras miro al frente, asombrada por las devastadoras
palabras que acabo de escuchar. Esto no puede ser. No después de
lo mucho que he trabajado para este encuentro.

—Sé que esto es un shock para ustedes, y deben saber que no ha


sido una decisión fácil, pero se ha tomado y está hecho.

Sin palabras, no tengo palabras. Tengo el corazón en la garganta,


todo el ruido se desvanece. Me quedo sin palabras ante esta
impactante decisión. ¿Cómo puede hacerme esto? Estoy preparada.
No hay duda que estoy preparada. Practico más duro y durante más
tiempo que las otras chicas. Me esfuerzo al máximo, solo para que
él me saque de la competición. Mi corazón empieza a romperse, las
lágrimas se forman detrás de mis ojos. Pero me niego a llorar.

—¿Qué...? —Hice una pausa, tragando por la sequedad de mi


garganta—, ¿por qué?

—Si bien es posible que estés más ajustada con los saltos y las
secuencias, tus desmontajes no son sólidos y tus salidas no son
limpias. Eso no es suficiente, necesitas más tiempo. Solo sería
prepararte para el fracaso.

—No sé por qué te sorprendes. Tus habilidades no son tan


difíciles ni constantes. —dijo Reagan. La miro fijamente, con una
expresión que transmite todas las emociones que me atraviesan

—Ya está bien, Reagan —espeta Kova.

—Eso es porque tengo una lesión, idiota. —Girándome hacia


Kova, le digo con rabia—: Me hiciste reducir mis habilidades para
poder seguir entrenando. Claro que mis habilidades no son tan
complejas. Esto no es justo.

—Es lo que se hace cuando se lesiona alguien, Adrianna. No te


hemos elegido a propósito. Hicimos lo que hicimos para evitar más
lesiones, como hacemos con cualquier gimnasta.
Kova da una palmada y se dirige al grupo.

—Muy bien, chicas. Eso es todo. Entrenen mañana temprano


como siempre. La próxima semana será larga y agotadora antes de
las vacaciones. Queremos practicar todo lo que podamos.

Todo el mundo se levanta y sigue su camino mientras yo me


quedo atónita durante otro minuto. No lo veo venir ni de lejos, y no
puedo creer que me haga esto después de todo. Una lágrima se
desliza por el rabillo del ojo mientras mi pecho se tensa. No porque
esté enfadada, definitivamente lo estoy, sino porque estoy lívida por
el cambio.

—Aid —dice Hayden, frotando mi espalda—. ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, sin mirarlo a los ojos, y me levanto para


alejarme. No es Hayden con quien quiero hablar ahora. Es Kova.
Voy a arrancarle la cabeza.

Al salir del gimnasio, me dirijo al vestíbulo y a su despacho. Cada


paso me hace sentir la adrenalina a gran velocidad. Estoy viendo
rojo y me hierve la sangre. Mis rutinas son sólidas, hay otros
gimnastas haciendo habilidades como yo, lo he visto en la
televisión. Así que tiene que haber algo más en su cínica decisión
de lo que alude.

Entro en su despacho y cierro la puerta de un portazo con toda


la fuerza que puedo reunir. Al diablo con las repercusiones. No me
importa si alguien me escucha, me ve o lo que sea. Estoy tan loca
que no puedo ver bien. Me tiembla todo el cuerpo, hasta los dedos
de las manos y los pies. ¿Cómo se atreve a hacerme esto?

Kova levanta la cabeza y me mira con fuego en los ojos. Me


importa un carajo. Solo me dijo que no iba a competir en la
competición por la que me he dejado la piel, una competición que
ya han pagado mis padres. No tiene más remedio que oírlo de mí.

—Adrianna.

—Cómo te atreves a no permitirme competir, me he dejado la piel


por ese puesto. ¡No tienes derecho!
Estoy tan enfadada que no puedo evitar que la mordacidad gotee
de cada palabra. El cabello se me pega al rostro, mis mejillas están
rojas como la remolacha. Ya estoy empezando a sudar.

Kova se levanta lentamente, apoyando las manos en su escritorio


de madera de cerezo y se inclina hacia mí.

—Tengo todo el derecho —dijo lentamente—. Yo soy el


entrenador, tú eres mi gimnasta. Al final, yo tomo las decisiones, tú
no. —Hizo una pausa, tragando saliva—. Y no vuelvas a entrar en
mi despacho como acabas de hacerlo nunca más, o te echaré del
equipo. Ahora, adiós.

¿Adiós? ¡A la mierda!

—¡Estás poniendo en peligro mi futuro!

Kova vuelve a sentarse, agarra su bolígrafo y continua con la


chorrada en la que estaba trabajando antes que yo irrumpiera.

—Ya he hecho mi elección. Fin de la discusión. Y trata de


abstenerte de dar un portazo al salir.

Lo ignoro.

—Mis padres pagaron ese encuentro.

—Y ya llamé a tu madre y le expliqué que aún no estás preparada,


que necesitas un poco más de tiempo. No pareció sorprendida en
absoluto y dijo que pusiera en tu lugar a alguien que tuviera lo
necesario. Es una mujer muy agradable y comprensiva —me
contesta tranquilamente sin mirarme.

Se me hace un nudo en la garganta. Estoy empezando a


despreciar a mi madre. ¿Cómo puede decir eso?

—Estás mintiendo. No me harías eso. Sabes lo que siento por ella.

Se encoge de hombros con indiferencia.

—Llama a tu madre. Aunque, yo esperaría un poco. No le hizo


mucha gracia perder el dinero.

Se regodearía si la llamo.
—Ese dinero no significa nada para ella.

—No es mi problema, Adrianna.

—Oh, ¿así que ahora soy Adrianna para ti?

Mira a través de sus pestañas negras y apenas levanta la cabeza.


He aprendido a leerlo mejor y me doy cuenta que estoy empezando
a irritarlo por desafiar sus órdenes. Bien.

—Siempre has sido Adrianna para mí.

Ladeo la cabeza, arqueando una ceja.

—Eso es una puta mentira y lo sabes.

—Eso no viene al caso y no tiene nada que ver con este momento
ni con mi elección. Como puedes ver, estoy trabajando aquí. —Hizo
un gesto con la mano sobre su escritorio y luego señala en silencio
la puerta, despidiéndome.

Con el corazón palpitando y la sangre rugiendo por mis venas,


me acerco a su escritorio y lo tiro todo de un manotazo. Kova se
pone rígido, con los nudillos blancos. Su fría actitud me sacude
hasta la médula y me alimento de ella.

Su mandíbula se tensa y su nariz se ensancha.

—Muy infantil, Adrianna. Deja de actuar de forma inmadura, no


te conviene.

—Vete a la mierda, entrenador —digo con sarcasmo, caminando


hacia el lado de su escritorio. Lo último que debería haber hecho es
maldecir a mi entrenador, pero no puedo controlarme. Kova es más
que un entrenador y lo sabe. Las lágrimas me arden detrás de los
ojos y estoy desolada por este cambio.

—No tienes ninguna razón para retenerme.

En un abrir y cerrar de ojos, Kova se levanta, me pone una mano


alrededor del cuello y me atrae hacia él. Respira con dificultad y sus
ojos me atraviesan con una mezcla de rabia y algo que no puedo
determinar. Me acerco a él y no ha aflojado su agarre. Guiándome
hacia atrás, me aprieta contra la pared, con su archivador beige
cortándome el brazo.

Se cierne sobre mí y me dice:

—Bien. Si quieres respuestas, las tendrás. ¿Quieres saber la


verdadera razón por la que no vas a competir?

Una sonrisa azucarada curva mis labios.

—Sabía que tenía que ser algo más contigo. Es imposible que
tenga que ver con mis rutinas.

Me agarra el cabello, con su boca a escasos centímetros de la mía.


Puedo sentir el calor que irradia de él mientras miro fijamente a
unos ojos indómitos, esperando que la verdad salga de sus labios
mentirosos.

—Rompiste las reglas —susurró.

Echo la cabeza hacia atrás y me golpeo contra la pared. Mirándolo


fijamente, replico:

—No he roto ninguna regla.

Kova inclina la cabeza hacia un lado.

—Oh, pero lo hiciste. De hecho, firmaste el acuerdo cuando


llegaste aquí.

Me devano los sesos intentando averiguar de qué norma está


hablando mientras lo miro fijamente a los ojos, pero no se me ocurre
nada. Resopla y una sonrisa sardónica se dibuja en su hermoso
rostro.

—No hay novios. Dije que no debía haber novios, y sin embargo,
desafiaste mis órdenes. Por lo tanto, tengo más poder sobre ti que
nunca. Tu castigo es no competir en el encuentro. Quizás la
próxima vez me escuches.

Mi boca se hunde con mi corazón en mis entrañas. Me voy a


poner enferma.
—¿Novio? —susurré, perpleja—. ¿Qué novio? —Estoy muy
confundida. No he estado con nadie más que con él—. Pero le dijiste
a mi madre que no estoy preparada para competir.

—Por supuesto que tuve que mentirle a tu madre. —El


entrenador afloja su mano en mi nuca, arrastrándola hasta mi
mandíbula donde acaricia lentamente mi rostro—. Tú y Hayden. Te
dije —Su mirada baja a mi boca—. Nada de novios. Recuerdo
haberte dicho que te deshicieras de él.

—Pero... yo... —Sorprendida, tartamudeo, incapaz de formar


palabras. Agarro su muñeca que todavía está en mi rostro—. No es
mi novio.

—¿Crees que nací ayer? Lo vi salir de tu edificio. Vi la sonrisa en


tu rostro cuando se alejó en su auto, la forma en que lo miraste.
Supe que había algo más cuando tuvo que llamar por ti cuando
estabas enferma.

—¿Me estas espiando?

Se encoge de hombros.

—Vino a ver una película y eso fue todo. No puedes probar nada.

Hayden me ayudó a mantenerme centrada. Mi amistad con él es


muy importante y cada vez que me siento demasiado sola, él
siempre está ahí para mí. Es la versión masculina de Avery y nada
más, y no sé cómo hacer que Kova lo entienda.

—Eso es lo bonito, no tengo que hacerlo. Soy el entrenador. Nadie


cuestionará mi palabra.

Le empujo el pecho, las lágrimas llenan mis ojos y apenas puedo


ver con claridad.

—No es mi novio. No he estado con nadie más que contigo. Te


juro por mi vida que no lo he hecho. No me hagas esto, por favor.

—Está hecho.

—No, no lo está. —Me iba a enfermar—. Te odio.


—Prefiero que me odies a que me desees.

—No te deseo —mentira.

Sacude la cabeza.

—No lo entiendes, ¿verdad?

La confusión se instala en mi rostro y él responde a mi pregunta:

—Te deseo, eso es lo que no pareces entender. Pero tú nunca me


rechazas. Así que el hecho que me odies hará que esto sea más fácil
para ti, para los dos. Quiero que me odies, para que cuando intente
ir por ti, me digas que no.

Mi mandíbula cae, una lágrima finalmente se desliza por mi


mejilla.

—¿Así que esto es sobre ti? —Mi voz es baja y crepitante. ¿Cómo
pudo hacerme esto?

—Oh, malysh —dice, su voz se suaviza. Sus ojos se vuelven


vidriosos y veo la verdad—. Tienes lo que hay que tener. Tu cuerpo
está en perfectas condiciones —gime, y su mano sube por mi muslo
hasta tocar mi culo.
Capítulo 69
Al borde de un ataque de nervios, le clavo las uñas.

—Entonces déjame competir, por favor. Te lo ruego.

—No.

—¿Cómo puedes hacerme esto? Por favor —me quejo—. Haré lo


que sea. Esto no es justo, ¡estás saboteando mi carrera por tu bien!
—Kova me ignora, así que voy por todas—. Déjame competir en la
reunión o voy a revelar nuestra relación. —Ni siquiera se inmuta.

—No, no lo harás. —Su nariz roza mi cuello y me estremezco. No


quiero desearlo, pero mi cuerpo me delata.

—Si lo haces, se verá mal para ti también. Arruinarás tu carrera.


—Su aliento me hace cosquillas en el cuello y trato
desesperadamente de no reaccionar ante él. Aprieto su camiseta
con la mano, sujetándolo y luchando contra él al mismo tiempo.

—Me la estás arruinando al retenerme. ¿Cuál es la diferencia?


También podría caer en llamas y llevarte conmigo.

—Te sacarán de la gimnasia y el nombre de tu padre quedará


manchado. ¿Es eso lo que quieres después de todo lo que ha hecho
por ti?

La culpa me golpea. Trago con fuerza. No quiero avergonzar a mis


padres. Entonces caigo en la cuenta de algo.

—Te olvidas de algo enorme.

—¿Qué cosa? —pregunta, con sus labios rozando los míos.

Lo miro directamente a los ojos y le digo:


—La gente no se toma a la ligera las violaciones. Y todo el mundo
cree a una chica que grita violación.

Kova no se mueve, solo sus ojos se abren un poco.

—En eso te equivocas, Malysh. Lo nuestro es consentido.

Le muerdo el labio, burlándome de él.

—Tus dedos me penetraron como lo hizo tu lengua cuando tenía


dieciséis años. Podría mentir fácilmente y decir que te aprovechaste
de mí. Incluso podría decir que no fue consentido, y nadie sabría la
verdad.

Kova no dice nada, así que sigo adelante. Sé que debería haber
parado, pero me duele y voy por su garganta. Estoy corriendo en la
adrenalina de sus expresiones solo.

—Tuvimos relaciones sexuales en tu gimnasio... en la sala de


baile... frente a los aros... la sala de terapia... —Mi madre me
entrenó bien para que sonriera con los ojos para conseguir mi punto
de vista—. Seguro que tu cámara de seguridad me captó. Añádeme
a la lista o revelaré nuestra relación. Gritaré violación —cimiento.

Los ojos de Kova bajan, oscureciéndose.

—¿Crees que puedes amenazarme? —Me agarra la mandíbula


con la mano y sus dedos se clavan en mis mejillas—. No soy tan
fácil de influenciar. Adelante, inténtalo, mira lo rápido que caes.
Nunca he sido más que estrictamente platónico con todas las
gimnastas que he entrenado. Estoy seguro que responderán por mí.
Tú, en cambio, lo dudo, ya que no tienes muchos amigos aquí. De
hecho, no me sorprendería que algunas de tus compañeras de
equipo se inventen mentiras para echarte del equipo.

—¿Qué tengo que perder si no me dejas competir? Nada. —Hago


una pausa, dejando que eso se asimile—. No tengo miedo de ti ni
de lo que pueda pasar. Me refiero a que te aprovechaste de una
menor inocente. Una virgen nada menos. ¿Qué iba a hacer yo? —
pregunto inocentemente, moviendo las pestañas—. No nos
olvidemos de la píldora del día después que seguro se compró bajo
cámara.
Kova aprieta los dientes, con la mandíbula desencajada, y yo le
sonrío dulcemente con ojos de cachorro.

—Mentiras —susurra con dureza—. Me perseguiste cada vez que


pudiste y lo sabes. Un hombre no puede soportar mucho antes de
perder la puta cabeza y ceder.

—Nadie te creerá —respondo—. Sabes que tengo razón. Después


de todo, solo soy una adolescente inocente con un sueño y tú te has
aprovechado de mi vulnerabilidad —digo, mintiendo a propósito
sobre mi edad con un mohín.

—Tú hiciste todos los primeros movimientos...

—Eso es una mentira de mierda y lo sabes. —Lo miro fijamente


a los ojos—. Si crees que lo hice, entonces ¿por qué no me detuviste,
entrenador?

Resopla, mostrando una sonrisa medio burlona en su apuesto


rostro.

—Ni siquiera un sacerdote podría haberte detenido, o querría


hacerlo, y lo sabes. No eres tan inocente como pareces.

—Excusas, excusas. Deberías haberte esforzado más. —


Probándolo, pongo una mano plana en su pecho, sintiendo sus
tonificados pectorales pegados a su torso. Mis caderas se mueven
hacia las suyas, y su dura longitud se aprieta contra mí, mientras
le acaricio la nuca y coloco mi boca frente a la suya. Respiro
profundamente y suelto el aire en su boca. Mi lengua se desliza,
bailando sobre sus labios, pero él no se mueve. Así es como
funcionamos: cuanto más me resisto y lo irrito, más se excita él. El
tira y afloja. Son nuestros juegos preliminares, la tensión y la
indiscreción que se generan entre nosotros. Kova permanece
inmóvil. Sus dedos se esfuerzan, tratando desesperadamente de
permanecer donde están mientras se hunden más en mi cuerpo.
Esto es mucho más que sexo entre nosotros y él lo sabe. Es una
reacción química que no puede detenerse.

—Puedo tomar lo que quiera, ¿verdad? ¿No es eso lo que dijiste


una vez? —pregunto en voz baja. Sus ojos se estrechan hasta
convertirse en rendijas.
Enganchando su labio superior con la punta de mi lengua, lo
meto entre mis dientes y lo chupo. Mientras lo hago, mi otro brazo
rodea su cuello y me aprieto contra él. Mordisqueo sus deliciosos
labios, deslizando mi lengua en su boca.

Cuatro semanas. Cuatro semanas sin tocarnos, sin besarnos, y


ahora estamos de nuevo en ello. He soñado con esto, he fantaseado
a menudo. Kova engancha mi pierna más arriba, aplastándome
contra la pared mientras me besa como un animal hambriento. Es
áspero y crudo, tomando todo lo que le ofrezco. Por un momento,
olvido por qué he empezado este beso cuando su mano se desliza
hacia mi garganta y aplica presión.

El peso sobre mi cuello me excita al instante y gimo de placer.

Sus ojos se vuelven vidriosos.

—¿Te gusta esto, Ria?

Asiento con la cabeza y digo:

—Se supone que debes resistir. —Pero me ignora y sube mi otra


pierna. Mis caderas se aprietan contra las suyas y suspiro—. ¿Qué
quieres? Lo haré. Cualquier cosa para competir. Por favor, déjame
competir.

Su lengua deja un rastro caliente y húmedo alrededor de mi


cuello y hasta mi oreja. Jadeando, dice:

—Lo curioso es que a estas alturas no tengo que pedir nada. Sé


que simplemente me lo darás. Yo gano de cualquier manera.

Mi espalda se inclina, presionando mi pecho contra el suyo. Beso


su boca hambrienta y manipuladora. Su mano callosa se desliza
entre nosotros y me toca el coño con fuerza, con dolor, pero no lo
detengo.

Lo triste es que quiero que me desee, así que lo acepto.

Las lenguas se lamen furiosamente, ahondando salvajemente en


la boca del otro. Aprieto mis muslos alrededor de él para
sostenerme, y él se ríe. Lo necesito. Necesito la liberación que he
llegado a ansiar de él.
—Eres la única persona que debería empujarme, y ahora te
interpones en mi camino. —Resopla, y me desespero—. Si te dejo
tenerme, ¿me dejarás competir? —pregunto roncamente contra sus
labios, rezando para que cambie de opinión. Estoy dispuesta a
hacer cualquier cosa para alcanzar mi objetivo en este momento.

Kova juguetea con sus pantalones cortos entre nosotros, sus


nudillos golpean mi sexo mientras trabaja febrilmente para
quitárselos. Tira de la cintura y la empuja hacia abajo lo suficiente
como para sacar su polla, golpeando el interior de mi muslo. Me
tiemblan las piernas y un escalofrío me recorre la espalda.
Enganchando sus dedos bajo mi leotardo, da un buen y fuerte tirón
y mueve hacia un lado. El elástico se clava en mi piel y me
estremezco.

—Me dejarás follarte de cualquier manera, y lo sabes.

Tiene razón y lo odio.

—Ahora respira profundamente —dijo en voz baja.

Hago lo que me dice. Lleva la mano a la parte inferior de su cuerpo


y se desliza dentro de mí sin pensarlo dos veces. Mi cabeza se echa
hacia atrás por la brusca intrusión y él me cubre la boca con la
suya para ahogar mi fuerte gemido. Casi lloro de placer por el dolor
que me infringe.

Saca y empuja con fuerza. Él gime, con una vena palpitando en


su cuello.

—Una vez más, te lo has buscado.

—¿Y qué? Tal vez lo hice. Y deberías haberme dicho que no —


jadeo contra él.

Kova se retira y se desliza más lentamente, más profundamente,


golpeando mi espalda. Mis labios se separan por el éxtasis que me
invade.

—Sé sincera. ¿Querías que te rechazara, Malysh?

Niego con la cabeza, aunque no es necesario. Él sabe la


respuesta.
—Si quieres que te folle, Adrianna, dilo. Y no tengo ningún
problema en hacerlo. —Sus manos agarran mis caderas con fuerza,
empujándome sobre él. Kova me penetra profundamente y se
detiene, estirándome mucho. Mi mandíbula se abre y mis ojos se
cierran. Inclinándose junto a mi oído, susurró—: Sé dónde tocarte,
cómo hacer que te corras, cómo hacer que vuelvas por más.

Tiene ciento cincuenta por ciento de razón. Conoce mi cuerpo y


sabe que volveré por más.

Kova me baja un lado del leotardo y se lleva el pezón a la boca. Al


hacerlo, bloquea mi brazo a mi lado. Como si fuera posible, siento
que me mojo cada vez más, su polla se desliza con tanta facilidad
dentro de mí que me hace subir cada vez más, apenas puedo
recuperar el aliento.

—¿Vas a intentar amenazarme de nuevo?

Creo que sabe en el fondo de su mente que nunca cumpliría mi


amenaza. Al menos no todavía. En lugar de contestarle, le digo:

—Estoy cerca.

—Bien, yo también.

—Déjame competir, por favor.

—No.

—Te odio, joder.

—Puede que me odies, pero tu coño no.

—Cualquiera con un coño reaccionaría ante ti de la misma


manera que yo.

El clímax que tanto necesito con Kova está a punto de llegar.


Seguimos como animales enjaulados. Un escalofrío recorre mi
columna, calentando mi cuerpo por todas partes. Kova me chupa el
cuello, lamiendo con su lengua, y yo gimo:

—Te sientes tan bien. No pares.


Kova se apodera de mis labios, casi chupándome la vida mientras
me folla con toda la fuerza que tiene. Nuestras lenguas chocan entre
sí con la misma rapidez. Me encanta su sabor, la sensación de su
cuerpo sobre el mío, y me pregunto si él siente lo mismo por mí.

—Siéntelo, Malysh, siéntelo dentro de ti. —Se retira y vuelve a


meterlo. Su polla se agita dentro de mí y lo aprieto con mi coño—.
Justo ahí —gime en mi boca y yo asiento. Siento lo que dice y me
encanta. Sus manos suben y se enredan en mi cabello, su
respiración se vuelve pesada y sé que está a punto de perderse—.
Dios, me encanta estar dentro de ti. Me encanta todo lo que tiene
que ver contigo, —admite con un gemido. Sus palabras se apoderan
de mi corazón—. Me encanta la presión alrededor de mi polla, la
forma en que tu coño me aprieta. Me vuelves loco. Solo puedo
pensar en follar contigo y ver cómo te corres. Eres preciosa cuando
te corres para mí. —Un escalofrío recorre mi piel, porque a mí
también me encanta. Me encanta su tacto, su boca, su actitud
arrogante y prepotente. Me gustan muchas cosas de él.

—No llegaré al orgasmo si no me dejas competir.

—Como si me importara —dice, y luego gira su pelvis hacia mi


clítoris, demostrando lo mentirosa que soy—. Lo gracioso es que yo
puedo hacer que te corras.

—No eres más que un puto imbécil, ¿lo sabías? —jadeo en su


cuello mientras me aferro a él.

—¿Ahora te das cuenta de eso?

Sabe exactamente lo que mi cuerpo necesita, dónde tocarme y


cómo tomarme. Kova me sujeta las caderas sobre él tal y como me
gusta, y empezamos a llegar al orgasmo juntos cuando alguien
llama a la puerta dos veces antes de irrumpir.

—Oiga, entrenador... —dice Hayden, y luego se queda con la boca


abierta.

El orgasmo me desgarra mientras miro a Hayden. No puedo


evitarlo y no quiero hacerlo. Kova trata de apartarse, pero bloqueo
mis tobillos y lo aprieto con fuerza. Necesito este orgasmo y él
también.
—Sigue —exijo, solo para sus oídos mientras mis ojos están
pegados a los de Hayden. Solo puedo imaginar lo que él ve, lo que
está pensando. Ojos brillantes, mejillas sonrosadas, y un hombre
claramente embistiendo a su amiga. Al menos sus pantalones no
están bajos y solo parece que me sostiene aquí.

La mano de Kova me agarra la cintura con tanta fuerza que supe


que mañana tendría un moratón. Otra vez. Su orgasmo voló dentro
de mí y lo tomé todo.

Kova mira por encima de su hombro, le dirige una mirada asesina


a Hayden y le gritó:

—¡Fuera!

—Ah, oh... mi... —Hayden tartamudea antes de cerrar la puerta


de golpe y salir.

Mi cabeza cae sobre el cuello de Kova. Respirábamos


profundamente cuando pregunta:

—¿Qué hemos hecho?

Kova se retira y mis piernas se deslizan débilmente por sus


caderas. Un semen espeso y caliente gotea por la parte interior de
mi muslo. Quiero limpiarlo, pero me arreglo rápidamente la ropa
para estar cubierta.

—Tengo que ir. Necesito encontrar a Hayden y hacer esto bien.

No tengo tiempo para nada más.

Kova apoya su mano contra la pared, aprisionándome. Levanto


la vista y me encuentro con sus ojos verdes y de acero.

—Será mejor que arregles esto, Adrianna, es tu maldita culpa.


Juro por Dios que, si dice una palabra de esto a alguien, lo
lamentarás. —Esta hirviendo de ira, pero con todo el derecho—.
¿Entiendes? Me aseguraré personalmente que tu carrera se acabe.

Asiento en señal de comprensión.


Rápidamente, huyo de su despacho. Por suerte no hay nadie en
el pasillo mientras corro hacia mi taquilla. Me pongo el chándal,
saltando en las perneras y luego corro hacia el estacionamiento
para encontrar a Hayden.

—¡Hayden! ¡Hayden! —Está abriendo la puerta del lado del


conductor cuando mira por encima de su hombro. Decepción. No
veo más que decepción en sus ojos.

—Hayden —repito sin aliento frente a él—. Espera.

—¿Qué mierda estás haciendo, Aid? ¿En serio te estás acostando


con el entrenador? —Mis hombros caen. Lo único que quiero es
mentir, pero me niego. Hayden sabe la respuesta. Está escrito en
su cara abatida por el ceño.

Sacude la cabeza con incredulidad.

—¿Por qué, Aid? ¿Cómo has podido?

No respondo, no puedo. No hay palabras para lo que ve más que


el puro abandono.

—¿Te está forzando? —Al no responder, exclama—: ¡Jesús, di


algo!

Me aprieto el labio inferior entre los dientes y contemplo qué


decir. Hayden se queda mirándome, esperando una respuesta, pero
yo me quedo sin palabras. Desvío la mirada, avergonzada por la
verdad. ¿Cómo podía explicar que lo deseaba todo sin parecer
desesperada?

Hayden pone ambas manos sobre mis hombros.

—Contéstame.

Me encojo de hombros sin poder evitarlo.

—¿Qué quieres que te diga?

—Tienes que presentarte y acudir a la policía. Esto es una


violación, Aid.
Niego con la cabeza frenéticamente, con el corazón tamborileando
contra mis costillas.

—No puedo. No es una violación, Hayden. No lo es.

—Sí, lo es. Eres menor de edad.

—Pero no me obligó.

—Independientemente de si consentiste o no, aun así, se


aprovechó de ti. Estás bajo su entrenamiento, se aprovechó de ti
como un puto enfermo asqueroso. —Se pasa una mano por el
cabello—. Solo puedo imaginar a quién más ha tratado de esta
manera.

—No, no lo hizo. No es lo que tú crees. Por favor, no sabes de lo


que estás hablando.

Hayden tira furiosamente de la puerta del auto para abrirla.

—Si no lo haces tú, lo haré yo.

—¡No! ¡Por favor! —suplico, al borde de las lágrimas—. Por favor,


no lo hagas. Lo negaré si lo haces.

Me mira, aturdido.

—Creo que necesitas ayuda mental. Te ha lavado el cerebro,


¿verdad? ¿Te amenazó si le decías a alguien?

—No —miento—. Lo negaré.

Hayden cierra la puerta de golpe y se acerca a mí. Me aprieta la


mandíbula y me quedo mirando sus sinceros ojos azules, con mis
dedos entrelazados sobre los suyos.

—¿Lo hiciste para salir adelante? Porque no lo necesitabas.


Tienes lo que hay que tener, cariño. Has mejorado mucho —dice
con tanta pena que me duele el corazón—. Eres una gimnasta
diferente, ya no eres lo que eras. Eres mucho mejor. No seas una
de esas chicas que duermen hasta llegar a la cima. Eso no es lo que
eres.
Una lágrima gorda se desliza por mi ojo. Hayden la ve y me atrae
hacia su pecho, con sus labios apretados contra la parte superior
de mi cabeza. Sollozo en silencio sobre él, abrazándolo. Necesito que
entienda las repercusiones si abre la boca, pero el miedo se apodera
de mí.

—Por favor, Hayden. No se lo digas a nadie. No puedes.

—Me está poniendo en una situación difícil. Lo que hizo está mal.
¿Cuánto tiempo lleva pasando esto?

Trago saliva.

—Meses.

—¿Cuántos meses?

Me quedo con la verdad.

—No estoy segura, pero unos seis meses después de llegar aquí.

Hayden maldice en voz baja, siseando de rabia.

—No entiendes y no es lo que piensas, lo juro. Hay mucho más


de lo que sabes. —Un pesado suspiro sale de mi garganta y digo en
voz baja—: Me sacó de la reunión por sus propias razones
personales.

Sus cejas se fruncen.

—¿De qué estás hablando?

—Me está sacando de mi primer encuentro, eso es lo que viste.


Entré para gritarle y una cosa llevó a la otra. Incluso llamó a mis
padres y les dijo que no estaba preparada, aunque él me dijo que lo
estaba. Me sacó a propósito por sus propias razones personales. —
Las lágrimas comienzan a caer mientras lloro en el pecho de
Hayden. Él me rodea con sus brazos, consolándome y
protegiéndome al mismo tiempo.

—No puede hacer eso.


—Puede, y lo hizo —dije entre sollozos—. No hay nada que pueda
hacer ahora. A fin de cuentas, tiene derecho a sacarme de un
encuentro.

Hayden maldice en voz baja estando de acuerdo conmigo.

—Esto es un gran problema, Adrianna. Tenemos que avisar a


alguien.

Aspiro una bocanada de aire y aprieto su camiseta entre mis


manos. Tengo el corazón roto por dos motivos diferentes y no sé
cómo afrontarlo.

—Por favor, no te involucres, Hayden. Te lo ruego. Este es mi lío,


no el tuyo. Te lo explicaré todo si prometes no decir ni una palabra
a nadie.

Gime, dividido entre estar al lado de su amiga y hacer lo correcto.

—Me estás matando aquí. No vuelvas a acostarte con él. ¿De


acuerdo? No está bien. Al final te van a atrapar. —Hace una pausa—
. Ya se nos ocurrirá algo juntos. Hasta entonces, sé inteligente,
céntrate en tu amor por el deporte, nada más. Que se joda, no
literalmente.

Una risa triste se me escapa de la garganta. Es más fácil decirlo


que hacerlo.

La verdad es que no puedo parar.

No quiero... y no lo haré.

Continuará...
Acerca de Lucia Franco
Lucia Franco reside en el soleado sur de Florida con su esposo,
dos hijos y dos adorables perros que la siguen a todas partes. Fue
atleta de competición durante más de diez años -gimnasta y
animadora-, lo que inspiró en gran medida la serie Off Balance.

Su novela Hush, Hush fue finalista en el concurso Stiletto 2019


organizado por Contemporary Romance Writers, un capítulo de
Romance Writers of America. Sus novelas están siendo traducidas
a varios idiomas.

Cuando Lucía no está escribiendo, puedes encontrarla


relajándose en la arena de una playa cercana. Se alimenta de
cafeína, zumo de apio, limonada de lavanda, sol abrasador y cuatro
horas de sueño. Ha escrito nueve libros y tiene previstos muchos
más en los próximos años.

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