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todos los modos del ser y el devenir, así como de las características pecu-
liares de los principales géneros de existentes. Ésta es la tarea que Hegel
(1812-16) asignó a la «lógica objetiva» y que Engels (1878) atribuyó a lo
que luego fue conocido como materialismo dialéctico.
Adoptaremos esta última posición: sostendremos que el ontólogo
debe investigar los principales rasgos del mundo real tal como los co-
noce la ciencia y que debe proceder de un modo claro y sistemático. El
ontólogo debe reconocer, analizar e interrelacionar aquellos conceptos
que le permiten producir una representación unificada de la realidad.
(Entendemos aquí la palabra “realidad” en un sentido estricto –no pla-
tónico–, es decir, como el mundo concreto). En este sentido, el lector es
real y también lo es todo proferimiento de la palabra “lector”, pero el
concepto que esa palabra designa no es real.
Puesto que los objetos que no son reales tienen propiedades que
no son físicas, si cumplen alguna ley, ninguna de ellas será una ley
física. Por este motivo, es imposible hacer afirmaciones que no sean
tautológicas y que, a la vez, sean válidas para todos los objetos: la on-
tología tal como la concibieron Meinong y Leśniewski, vale decir, co-
mo una teoría general distinta de la lógica que se ocupe de los objetos
de toda clase, es imposible. También lo es la versión moderna de esta
doctrina, es decir, la teoría general de sistemas, concebida como una
teoría matemática «que se ocupa de las explicaciones de los fenómenos
observados o constructos conceptuales, en términos de conceptos de
procesamiento de la información y toma de decisiones» [Mesarovi ć,
en Klir (1972, p. 253)]. Si el «sistema» es puramente conceptual, como
en el caso de un sistema numérico, no se puede combinar con siste-
mas materiales para formar supersistemas, no puede interaccionar con
ellos, no obedece leyes de la misma clase y, en consecuencia, no se lo
puede estudiar con los métodos especiales de la ciencia fáctica. Cual-
quiera sea nuestra posición con respecto a la dualidad constructo-cosa,
sea que asumamos una perspectiva platónica o una materialista, sea
que deseemos reducir los objetos de una clase a los de otra, debemos
mantener la dualidad a nivel metodológico. (Recuérdese el Volumen
1, Capítulo 1, Sección 1).
Dejaremos a las ciencias formales –es decir, a la lógica, la mate-
mática y la semántica– la tarea de estudiar (y crear) objetos formales o
ideales de la clase de los que se rigen por leyes, tales como los conjuntos
y las categorías. (Más sobre esto en la Sección 6). Consideramos que la
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Confusa: seudoproblemas
manejados con magia verbal.
Inexacta
Clara: problemas genuinos,
pero sin exactitud y con
escasa ciencia.
Ontología
Acientífica: herramientas exactas
aplicadas a problemas e ideas
sin control científico.
Exacta
Científica: compatible con la
ciencia; interacciona con ella.
4. El método de la ontología
La ontología que queremos es tanto exacta como contigua a la cien-
cia. Desde luego, “exacta” significa que es lógica y matemática en su
forma. En consecuencia, la metafísica exacta es el conjunto de teorías
metafísicas construidas con ayuda explícita de la lógica o de la mate-
mática. Por ejemplo, una teoría matemática de la síntesis de totalidades,
a partir de unidades pertenecientes a niveles inferiores, cumpliría los
requisitos para considerarla un trabajo de metafísica exacta. No así una
teoría que, independientemente de lo interesante que fuera, abordase el
mismo problema en términos de conocimiento corriente: permanecería
en el nivel de la metafísica inexacta, a causa de la ambigüedad e impre-
cisión del lenguaje ordinario.
Nos interesa la variedad científica de la metafísica exacta, o sea,
las teorías ontológicas que, además de ser exactas, son científicas. La
diferencia entre «exacta» y «científica» es la que sigue: la última supone
la primera, pero no viceversa. Vale decir que hay sistemas de metafísica
exacta que están alejados de la ciencia fáctica (natural y social). Por
ejemplo, Leibniz, Bolzano, Scholz y Montague eran metafísicos exactos,
pero concebían la metafísica como una ciencia a priori (véase Bolzano,
1849, p. 29); en consecuencia, su obra no está a tono con la ciencia de
su época. Lo mismo ocurre con la mayoría de los ensayos sobre mundos
posibles, lógica temporal y causalidad, los cuales a menudo son exactos,
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# Lo que puede traducirse como «reglas del filosofar axiomático y científico». [N. del T.]
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