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BUNGE, Mario Tratado de


Filosofía Vol 3 Ontologia I El
mobilaje del mundo
Rafael Sánchez Hernández

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Libro IV, Capítulos 1 y 2). Esto es lo que, en la actualidad, llamaríamos
ontología general, por contraste con las diversas ontologías especiales o
regionales (de lo biológico, lo social, etc.). Por cierto, el Estagirita captó
correctamente la relación entre la metafísica (general) y las ciencias (es-
peciales). Con todo, debemos oponerle las siguientes objeciones: (a) la
formulación es demasiado imprecisa, tanto que ha sugerido a algunos
que el devenir no pertenece al ámbito de la metafísica, opinión que el
Estagirita, ciertamente, no compartía, ya que uno de sus intereses princi-
pales era el cambio; (b) una ciencia del ser puro es un contrasentido, por-
que no tiene objeto de estudio definido (Collingwood, 1940, pp. 10-11).
(viii) La metafísica es el estudio del cambio: de los sucesos y de los
procesos, ya que esto es lo que las cosas son (Whitehead, 1929). Obje-
ción: un suceso es un cambio de condición (estado) de una cosa y, por lo
tanto, no se lo puede estudiar separadamente de ésta, al igual que no se
pueden estudiar las cosas separadamente de sus cambios.
(ix) La metafísica se ocupa de todos los mundos posibles: se trata
de una interpretación ontológica de la lógica. Un sistema metafísico es
un conjunto de enunciados que satisface dos requisitos: (a) «El horizonte
[conjunto de referentes] de un enunciado metafísico significativo debe
exceder de manera inequívoca el horizonte de un enunciado físico» y (b)
«Un enunciado metafísico no debe ir a la zaga de un enunciado físico
en lo que se refiere a exactitud y estabilidad [Standfestigkeit]» (Scholz,
1941, pp. 138-139). Aunque no tengo nada que decir sobre el requisito de
exactitud, no estoy de acuerdo con los demás. Mis objeciones son: (a) el
hecho de que la lógica pueda referirse (o aplicarse) a algo no la convierte
en una teoría de todos los mundos posibles; (b) si bien algunos enuncia-
dos metafísicos se refieren a todas las cosas concretas, otros se refieren a
cosas que pertenecen a ciertos géneros, tales como los objetos físicos, los
organismos o las sociedades; (c) los enunciados metafísicos no pueden
ser menos falibles que los enunciados científicos (físicos, por ejemplo).
(x) La metafísica es la cosmología general o ciencia general: es la
ciencia que se ocupa de toda la realidad, que no es lo mismo que la rea-
lidad como totalidad o todo. «Su tema es el estudio de las características
más generales de la realidad y de los objetos reales» (Peirce, 1892-93, p.
5). «Se ocupa de todas las preguntas de carácter general y fundamen-
tal respecto de la naturaleza de lo real» (Montagu, 1925, p. 31; véase
también Woodger, 1929; Williams, 1937; y Quinton, 1973). En otras
palabras, la metafísica estudia los rasgos genéricos (no específicos) de

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todos los modos del ser y el devenir, así como de las características pecu-
liares de los principales géneros de existentes. Ésta es la tarea que Hegel
(1812-16) asignó a la «lógica objetiva» y que Engels (1878) atribuyó a lo
que luego fue conocido como materialismo dialéctico.
Adoptaremos esta última posición: sostendremos que el ontólogo
debe investigar los principales rasgos del mundo real tal como los co-
noce la ciencia y que debe proceder de un modo claro y sistemático. El
ontólogo debe reconocer, analizar e interrelacionar aquellos conceptos
que le permiten producir una representación unificada de la realidad.
(Entendemos aquí la palabra “realidad” en un sentido estricto –no pla-
tónico–, es decir, como el mundo concreto). En este sentido, el lector es
real y también lo es todo proferimiento de la palabra “lector”, pero el
concepto que esa palabra designa no es real.
Puesto que los objetos que no son reales tienen propiedades que
no son físicas, si cumplen alguna ley, ninguna de ellas será una ley
física. Por este motivo, es imposible hacer afirmaciones que no sean
tautológicas y que, a la vez, sean válidas para todos los objetos: la on-
tología tal como la concibieron Meinong y Leśniewski, vale decir, co-
mo una teoría general distinta de la lógica que se ocupe de los objetos
de toda clase, es imposible. También lo es la versión moderna de esta
doctrina, es decir, la teoría general de sistemas, concebida como una
teoría matemática «que se ocupa de las explicaciones de los fenómenos
observados o constructos conceptuales, en términos de conceptos de
procesamiento de la información y toma de decisiones» [Mesarovi ć,
en Klir (1972, p. 253)]. Si el «sistema» es puramente conceptual, como
en el caso de un sistema numérico, no se puede combinar con siste-
mas materiales para formar supersistemas, no puede interaccionar con
ellos, no obedece leyes de la misma clase y, en consecuencia, no se lo
puede estudiar con los métodos especiales de la ciencia fáctica. Cual-
quiera sea nuestra posición con respecto a la dualidad constructo-cosa,
sea que asumamos una perspectiva platónica o una materialista, sea
que deseemos reducir los objetos de una clase a los de otra, debemos
mantener la dualidad a nivel metodológico. (Recuérdese el Volumen
1, Capítulo 1, Sección 1).
Dejaremos a las ciencias formales –es decir, a la lógica, la mate-
mática y la semántica– la tarea de estudiar (y crear) objetos formales o
ideales de la clase de los que se rigen por leyes, tales como los conjuntos
y las categorías. (Más sobre esto en la Sección 6). Consideramos que la

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ciencia (natural o social) y la ontología son las únicas disciplinas que se


ocupan de los objetos concretos. Y asignaremos a la ontología la tarea
de construir las teorías más generales acerca de estos objetos y sólo de
ellos. Pero, ¿es posible semejante empresa?

3. ¿Es posible la ontología?


Hasta la primera revolución científica, a comienzos del siglo xvii,
la metafísica se daba por sentada y, habitualmente, se la consideraba
adjunta a la teología. A partir de entonces, el éxito formidable de la
ciencia y el fracaso de los grandes sistemas metafísicos –principalmente
los de Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes y Leibniz; pero después
los de Hegel y Heidegger– sugirieron, pero no «demostraron», que la
metafísica se había tornado imposible y que había sido reemplazada por
la ciencia.
Quienes niegan la posibilidad de la metafísica como empresa inte-
lectual genuina y creativa, sostienen que las oraciones metafísicas no
tienen significado (y que, por tanto, no son ni verdaderas ni falsas) o
que sí lo tienen, pero no son comprobables; o que, si son comprobables,
entonces son falsas; o que, exceptuando las cuestiones de su significado
y su verdad, esas oraciones no tienen ningún valor práctico o heurístico.
Que muchos enunciados metafísicos –por ejemplo, la mayoría de los
de Hegel y todos los de Heidegger– no tienen significado, es cierto y es
triste, pero eso sólo habla de la mala metafísica. (Asimismo, el hecho de
que la mayoría de los enunciados acerca de lo mental no sean científicos
no descalifica a la psicología como ciencia). Que la verdad de las propo-
siciones metafísicas no puede ponerse a prueba de la misma manera en
que se comprueban los enunciados científicos es correcto, pero esto no
demuestra, de ninguna manera, que las primeras estén fuera del alcance
de la crítica y la confirmación. Que numerosas, tal vez la mayoría de
las proposiciones metafísicas, han resultado falsas y que muchas más
serán refutadas, también es verdad, pero eso no hace a la metafísica ni
una pizca menos posible que la ciencia, que se encuentra en el mismo
aprieto. Por último, que la metafísica no tiene relevancia heurística o
incluso práctica, no es correcto. Por un lado, la investigación científica
utiliza numerosas hipótesis ontológicas, como veremos en la Sección 7.
Por otro lado, el núcleo filosófico de toda cosmovisión e ideología es,

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para bien o (normalmente) para mal, un sistema ontológico junto con un


sistema de valores. En resumen, no es verdad que la metafísica se haya
tornado imposible tras el nacimiento de la ciencia moderna. Lo que se
ha hecho imposible de jure –aunque, lamentablemente, no de facto– es
la ontología acientífica.
El escéptico tal vez no niegue la posibilidad de la ontología, pero
considerará que ésta no es concluyente. En eso estamos de acuerdo: en
efecto, la metafísica no es concluyente, pero tampoco lo es la ciencia
fáctica. El conocimiento genuino no se caracteriza por su certeza, sino
por su posibilidad de corrección, en un interminable esfuerzo por conse-
guir la verdad y la profundidad. Esto es tan válido para el conocimiento
ontológico como lo es para el conocimiento científico. Dejemos que el
escéptico critique todos los sistemas metafísicos: nosotros, mantengá-
moslo ocupado ofreciéndole nuevas teorías metafísicas.
La ontología no sólo es posible, sino que actualmente goza de buena
salud. (Dicho sea de paso, nunca dejó de existir: sólo pasó a la clandes-
tinidad por un tiempo). Una mirada superficial a la literatura corro-
borará esta afirmación. Además, hace muy poco que la metafísica ha
experimentado una revolución tan profunda que nadie la ha notado: en
efecto, la ontología se ha hecho matemática y ahora es cultivada por in-
genieros e informáticos. De hecho, en los últimos treinta años, diversos
tecnólogos han desarrollado teorías exactas acerca de las características
más básicas de entidades o sistemas de diferentes géneros. La teoría de
la conmutación, la teoría de redes, la teoría de autómatas, la teoría de
sistemas lineales, la teoría de control, la teoría matemática de máquinas
y la teoría de la información se encuentran entre los vástagos metafísi-
cos más jóvenes de la tecnología contemporánea (Bunge, 1971, 1974d,
1977a). Esta clase de ontología, tanto exacta como científica, es la que
deseamos desarrollar y sistematizar. El lugar que ocupa en el mapa de
la metafísica puede verse en la figura siguiente. (Las variedades no aca-
démicas de metafísica, esotéricas en su mayoría, no se han incluido).

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Confusa: seudoproblemas
manejados con magia verbal.
Inexacta
Clara: problemas genuinos,
pero sin exactitud y con
escasa ciencia.
Ontología
Acientífica: herramientas exactas
aplicadas a problemas e ideas
sin control científico.
Exacta
Científica: compatible con la
ciencia; interacciona con ella.

4. El método de la ontología
La ontología que queremos es tanto exacta como contigua a la cien-
cia. Desde luego, “exacta” significa que es lógica y matemática en su
forma. En consecuencia, la metafísica exacta es el conjunto de teorías
metafísicas construidas con ayuda explícita de la lógica o de la mate-
mática. Por ejemplo, una teoría matemática de la síntesis de totalidades,
a partir de unidades pertenecientes a niveles inferiores, cumpliría los
requisitos para considerarla un trabajo de metafísica exacta. No así una
teoría que, independientemente de lo interesante que fuera, abordase el
mismo problema en términos de conocimiento corriente: permanecería
en el nivel de la metafísica inexacta, a causa de la ambigüedad e impre-
cisión del lenguaje ordinario.
Nos interesa la variedad científica de la metafísica exacta, o sea,
las teorías ontológicas que, además de ser exactas, son científicas. La
diferencia entre «exacta» y «científica» es la que sigue: la última supone
la primera, pero no viceversa. Vale decir que hay sistemas de metafísica
exacta que están alejados de la ciencia fáctica (natural y social). Por
ejemplo, Leibniz, Bolzano, Scholz y Montague eran metafísicos exactos,
pero concebían la metafísica como una ciencia a priori (véase Bolzano,
1849, p. 29); en consecuencia, su obra no está a tono con la ciencia de
su época. Lo mismo ocurre con la mayoría de los ensayos sobre mundos
posibles, lógica temporal y causalidad, los cuales a menudo son exactos,

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pero están alejados de la ciencia y en ocasiones son incompatibles con


ésta. Hay poca médula filosófica en estas teorías y, cuando la hay, está
rancia.
En cuanto a la metafísica científica, todavía es, en gran medida, un
programa. Incluso Peirce (1892-93), tal vez el primero en utilizar esta ex-
presión, no avanzó más allá de algunos comentarios programáticos. Pa-
ra poner en práctica ese programa, necesitamos algunas pautas. He aquí
algunas de las regulae philosophandi more geometrico et scientifico# i

por las cuales intentaremos regirnos:


R1 Tener en cuenta la tradición metafísica, pero sin contentarnos
con ella: revisar y corregir el acervo tradicional de problemas y solu-
ciones, planteando nuevos problemas e intentando nuevas soluciones a
preguntas tanto antiguas como nuevas.
R2 Evitar las palabras que no transmitan ideas claras: la oscuridad
no es un indicador de profundidad sino de confusión y hasta de fraude
intelectual. En cuanto a las ideas confusas –todas las ideas lo son al
nacer– inténtese refinarlas.
R3 Intentar formalizarlo todo: sea lo que fuere eso que es digno de
ser dicho en cada disciplina teórica, incluida la metafísica, se lo puede y
se lo debe decir con el auxilio de la matemática, en bien de la claridad y
la posibilidad de sistematización.
R4 No confundir simbolización con matematización: la taquigrafía
no dilucida ni sistematiza. Un constructo no es exacto –y se lo puede
considerar fraudulento, o sea flatus vocis, en lugar de un concepto ge-
nuino– a menos que se le asigne un estatus matemático definido (como
conjunto, relación, función, grupo, espacio topológico o lo que fuere).
R5 Luchar por el rigor, pero sin permitir que éste mine el vigor: la
exactitud es un medio, no un fin. Se trata de un medio para conseguir
claridad, sistematicidad, fuerza [argumental] y controlabilidad. La in-
sistencia en el rigor por el rigor mismo y al precio de resignar intuiciones
profundas es un indicio de esterilidad.
R6 Explicar lo concreto por medio de lo abstracto, en lugar de a
la inversa. Inviértase la recomendación de Russell, para reemplazar las
entidades «inferidas» (no observadas, hipotéticas) por construcciones
lógicas a partir de las impresiones sensibles. Imitar a los atomistas y a
quienes investigan la teoría de campos. Admitir las propiedades observa-

# Lo que puede traducirse como «reglas del filosofar axiomático y científico». [N. del T.]

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