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La metafísica de la

separación y el perdón.
«La metafísica de la separación y el perdón» es una grabación editada del taller de un día
impartido por Kenneth Wapnick en el Instituto y Centro de Retiro de la Fundación en febrero
de 1992. Esta presentación resume las enseñanzas del Curso, abordando específicamente el
hecho de que el pensamiento de la separación y el mundo físico son ilusorios, y cómo este
principio se convierte en el fundamento del verdadero perdón. Este principio también
proporciona el marco para entender el papel de Jesús y el Espíritu Santo en nuestro
aprendizaje del perdón. Lo que sigue son extractos transcritos de la cinta de audio.

Extractos del taller celebrado en la


Fundación para Un curso de milagros
Roscoe NY

Kenneth Wapnick, Ph.D.

Parte I

Un curso de milagros comparte muchas de las enseñanzas que se encuentran en las


espiritualidades y religiones del mundo, tanto en las tradicionales como en algunas de la
Nueva Era. Por ejemplo, el Curso nos enseña que Dios es un Creador amoroso, un Padre
amoroso, no un Padre odioso y vengativo. El Curso nos enseña que debemos ser amorosos y
estar en paz, en lugar de juzgar y estar llenos de enojo. El Curso enseña que la vida, la muerte
y la resurrección de Jesús fueron expresiones de amor más que de juicio, castigo y sacrificio.
El Curso enseña, como sabemos, que el perdón debe ser nuestro enfoque central.

Estas enseñanzas no hacen que el Curso sea único. Lo que hace que sea único entre todas las
religiones y espiritualidades del mundo, tanto occidentales como orientales, es la forma en
que integra su metafísica no dualista con una psicología muy práctica y sofisticada. El perdón
es el concepto que unifica la enseñanza metafísica de que el mundo es una ilusión no creada
por Dios —por lo tanto, no hay nada que perdonar— y lo integra con pautas prácticas muy
sólidas sobre cómo debemos demostrar y practicar el perdón en nuestras vidas cotidianas.

Uno de los propósitos principales de este taller es presentar un resumen general de las
enseñanzas del Curso, específicamente sobre cómo la metafísica de Un curso de milagros se
convierte en la base de todo lo que el Curso enseña sobre el perdón. La idea clave en la
metafísica es que el mundo es una ilusión y se creó como un escondite para que Dios nunca
nos encontrara, una idea que puede parecer bastante abstracta y ajena a nuestra experiencia,
pero que aun así es la base para todo lo que el Curso enseña sobre el perdón. Centrarnos en la
metafísica también nos permitirá comprender con mayor profundidad por qué es tan
importante conforme trabajamos con el material que no caigamos en la trampa de pensar que
el Espíritu Santo es un ayudante mágico que se ocupará de todos nuestros problemas y
necesidades, desde los «menores» de conseguir lugares de estacionamiento hasta los
«mayores» de curarnos del cáncer o del SIDA, de traer la paz mundial o lo que sea. Una de las
enseñanzas esenciales del Curso es que el propósito del Espíritu Santo o de Jesús es
recordarnos la decisión que debemos tomar; esa comprensión no es posible sin primero
entender el marco metafísico del Curso.

Repasaremos y resumiremos las enseñanzas básicas del Curso para ver cómo este hilo
importante pasa por todo lo que el Curso enseña. Presentaré un marco visual básico para las
enseñanzas (ver el diagrama). Así es que empecemos por el comienzo. Aquí la palabra
«Comienzo» se escribe con mayúscula porque estamos hablando del Cielo donde no hay
tiempo: no hay principio ni final ni intervalos de tiempo.

En el Comienzo hay Dios y Su Hijo, al que el Curso se refiere como Cristo. Quizás la
característica más importante del Cielo es la idea de que Dios y Cristo son perfectamente uno.
La unidad entre Ellos es la que caracteriza el estado del Cielo. Hay una definición en el texto
donde Jesús dice que el Cielo es «la conciencia de la perfecta Unidad» (T-18.VI.1:6). Cuando
el Curso dice que Dios y Cristo son uno y que el estado del Cielo es la perfecta
indiferenciación o la perfecta unidad, Jesús lo dice en un sentido muy literal.

Permítanme decir algo más sobre este punto porque será importante cuando veamos lo que
realmente significa el perdón. Decir que Dios y Cristo son perfectamente uno equivale a decir
que no hay una conciencia separada en Dios para que pueda observarse a Sí Mismo en
relación con Su creación, tal como no hay una conciencia separada en Cristo para que pueda
observarse a Sí Mismo o experimentarse a Sí Mismo en relación con Su Creador. Hablar de
dos seres, Dios y Cristo, es una formulación con la que nos sentimos cómodos en un mundo
de dualidad o de separación. Sin embargo, no son términos que nunca se usarían en el Cielo.
Nuevamente, Dios no se identificaría a Sí Mismo como Dios el Creador y la Fuente, y Cristo
no se identificaría a Sí Mismo como el Efecto de Dios o Su creación.

Otro término que podría utilizarse para caracterizar el Cielo es que es un estado de perfecta
no dualidad. No hay dos Seres que interactúen entre sí. Una línea importante en el libro de
ejercicios dice: «…no hay ningún lugar en el que el Padre acabe y el Hijo comience como
algo separado» (L-pI.132.12:4). Hay otro pasaje en la Lección 169 que habla sobre este estado
de unidad:

La unidad es simplemente la idea de que Dios es y en Su Ser Él abarca todas las cosas.
Ninguna mente contiene nada que no sea Él. Decimos «Dios es», entonces guardamos
silencio, pues en ese conocimiento las palabras carecen de sentido. No hay labios que las
puedan pronunciar, y ninguna parte de la mente es lo suficientemente diferente del resto como
para poder sentir que ahora es consciente de algo que no sea ella misma (L-pI.169.5:1-5).

Es la misma idea: no hay un lugar donde el Padre acabe y el Hijo comience. No hay una
conciencia separada en el Hijo para que pueda observarse a Sí Mismo en relación con Su
Creador.

El pasaje continúa:

Se ha unido a su Fuente, y al igual que su Fuente Misma, simplemente es. No podemos


hablar, escribir, y ni siquiera pensar en esto en absoluto (W-pI.169.5:6–6:1).

Por eso no le vamos a dedicar mucho tiempo, y por eso Jesús no le dedica mucho tiempo en el
Curso. Obviamente es imposible que nuestras mentes y cerebros separados conciban una
realidad en la que no hay absolutamente ninguna separación. Nuevamente no hay ningún
lugar donde Dios acabe y Su Hijo comience. Así es que el estado del Cielo es el de la perfecta
unidad. Otra forma de caracterizarlo es decir que la Mente de Dios y la Mente de Cristo son
totalmente una. Más adelante será más claro por qué es tan importante entender que el estado
del Cielo es la indiferenciación absoluta y la perfecta unidad.

El Curso luego explica que lo imposible pareció suceder. En realidad, nunca sucedió, pero
pareció suceder. En ese momento la «diminuta idea loca» (T-27.VIII.6:2) de estar separado de
Dios pareció introducirse en la mente del Hijo de Dios. La caracterizaremos por medio de una
pequeña línea vertical descendente (ver el diagrama): esta es «la diminuta idea loca». Es la
idea de que el Hijo de alguna manera ahora está separado de su Padre; tiene una mente, una
voluntad, un yo separado e independiente de su Creador. Así que ahora puede observarse a sí
mismo y experimentarse a sí mismo en relación con Dios.

Antes de que esta diminuta idea loca (a la que el Curso también se refiere como el comienzo
del sueño) pareciera surgir, semejante fenómeno era imposible porque el Hijo no tenía una
mente o un yo distinto o separado de Su Creador. Pero una vez que comenzó el sueño —un
sueño de separación— el Hijo de repente comenzó a observarse a sí mismo como alguien
diferente y separado de su Padre. Eso dio lugar a lo que podemos llamar la mente desgajada
(con «m» minúscula, para distinguirla de la Mente de Dios y Cristo).

Cuando el Hijo se queda dormido y comienza a experimentarse a sí mismo como un ser


separado, tiene una mente que ahora parece coexistir con la Mente de Dios o la Mente de
Cristo. Esa mente tiene dos partes que el Curso a menudo llama dos voces que hablan por ella.
Una es la voz a la que el Curso se refiere como el ego y la Otra es el Espíritu Santo. Estas dos
voces pueden entenderse básicamente como reacciones a la diminuta idea loca. En la realidad
no hay dos personas instalándose en la mente del Hijo. Estamos hablando en el ámbito de la
metáfora o del mito. Decimos que la mente del Hijo tiene estas dos partes —en breve
agregaremos una tercera parte— y hablamos de estas dos partes como si fueran dos seres
aparentemente separados: el ego y el Espíritu Santo. En el Curso siempre se habla del ego en
tercera persona impersonal, mientras que siempre se habla del Espíritu Santo como una
persona, como «Él». No obstante, el ego se describe en términos antropomórficos. El ego
trama, busca venganza, odia, engaña, parece amar, etc.

Entonces en la mente del Hijo hay dos pensamientos o dos reacciones a la diminuta idea loca.
El pensamiento del ego es que la diminuta idea loca realmente ha sucedido. De hecho, una
forma de definir lo que es el ego es decir que es la creencia de que el Hijo realmente se ha
separado de su Creador. Por lo tanto, el ego no es más que un pensamiento o una creencia que
existe en la mente separada del Hijo, el pensamiento de que la separación ha ocurrido
realmente. El Espíritu Santo, por otro lado, es el pensamiento de que la separación nunca
ocurrió, de que «la diminuta idea loca» debe entenderse literalmente: la idea es «diminuta»
porque fue inconsecuente y no tuvo ningún efecto, y es «loca» porque es propia de la
demencia. Es demencial pensar que una parte de Dios, una parte del Todo, una parte de la
unidad total se desgajara de algún modo y de repente quedara fuera de todo, que existiera una
realidad más allá de la totalidad, algo más allá del infinito, un poder más allá de la
omnipotencia. Hacia el final del texto una sección que se titula «El anticristo» (T-29.VIII)
comenta específicamente esta idea. Anticristo es otro término para el ego. El anticristo es el
pensamiento de que hay un poder más allá de la omnipotencia, un lugar más allá del infinito,
etc. Así que el Espíritu Santo es el pensamiento que dice: «Esto nunca podría suceder».

También existe otra forma de entender Quién o Qué es el Espíritu Santo. Cuando el Hijo se
quedó dormido y empezó a soñar, en el sueño llevaba consigo el recuerdo de quién es de
verdad en tanto Hijo de Dios, el recuerdo del Amor de Dios. Ese recuerdo, que ahora descansa
en su mente separada dentro del sueño, es lo que llamamos el Espíritu Santo. Ese recuerdo es
lo que vincula el sueño a la realidad. Esto es similar a los recuerdos en nuestra experiencia
cotidiana: cuando tenemos un recuerdo en el presente, es un enlace a algo que sucedió en el
pasado. Eso significa la palabra memoria.

Lo que haya sucedido en el pasado —hace cinco minutos, ayer o hace treinta años— de
repente se vuelve muy real y presente para mí. Si es un recuerdo desagradable experimentaré
enojo, ansiedad, miedo o depresión. Si es un recuerdo agradable experimentaré ahora mismo
felicidad y alegría, como si el pasado estuviera presente. Ese recuerdo es el vínculo entre el
pasado y el presente. El Espíritu Santo funciona de la misma manera. Vincula la experiencia
actual del Hijo —de creer que está en un sueño— con su realidad, que de hecho no está en el
pasado en un sentido temporal. Este vínculo lo conecta pues con el Dios a Quien nunca
abandonó de verdad. Por eso el Curso enseña que el Espíritu Santo deshizo el error original en
el instante en que pareció ocurrir, porque cuando el Hijo se quedó dormido llevaba consigo
ese recuerdo. Ese recuerdo es lo que le demuestra que nunca se separó de Dios, que fue
simplemente un sueño.

Además de estos dos pensamientos en la mente del Hijo, hay una tercera parte de la mente
desgajada, que caracterizaremos por medio de este pequeño punto azul (ver el diagrama).
Esta es la parte de la mente que debe elegir entre estos dos pensamientos o voces. Llamaré al
punto azul el tomador de decisiones. Aunque el Curso nunca utiliza el término en este
contexto, es lo que debe entenderse por Hijo de Dios, el Hijo de Dios en su estado separado.
En el Curso Jesús utiliza el término Hijo de Dios de dos maneras: para referirse a Cristo y
nuestra Identidad como Cristo en tanto espíritu, o para denotar al Hijo dentro del sueño.

Nuevamente, aunque Jesús nunca utiliza el término tomador de decisiones, se nos pide una y
otra vez en el Curso que elijamos de nuevo, que elijamos entre el sistema de pensamiento del
ego y el sistema de pensamiento del Espíritu Santo, entre la crucifixión y la resurrección,
entre un agravio y un milagro. La parte de nuestras mentes a la que Jesús apela continuamente
en el Curso, cuando se dirige a nosotros como «tú», es esta parte que elige. Así que tan solo
por conveniencia le he dado un nombre.

Así pues, estamos hablando básicamente de tres partes esenciales de la mente desgajada: (1)
la parte de la mente que contiene el pensamiento de que la separación es real; (2) la parte de la
mente que contiene el pensamiento de que la separación nunca ocurrió (a lo que el Curso se
refiere como el principio de la Expiación); y (3) la parte de la mente que debe decidir qué
sistema de pensamiento es verdad. Como el Curso explica repetidas veces, el Hijo no tiene
otra opción; debe elegir entre el ego y el Espíritu Santo. No hay otras alternativas. Debe elegir
uno de los dos. No puede elegir a ambos a la vez. No puede elegir a ninguno de los dos. Debe
elegir al ego o al Espíritu Santo. El tomador de decisiones nunca es neutral.

Aquí es donde la historia se pone interesante porque el ego ahora se enfrenta con una
verdadera amenaza. ¿Qué pasa si el Hijo de Dios escucha la Voz del Espíritu Santo y reconoce
que todo esto es un sueño, que nunca sucedió realmente, que no existe ninguna separación?
¿Qué sucede entonces? El Hijo despierta de su sueño y el ego ha desaparecido, el sueño ha
desaparecido. Por lo tanto, para sostenerse y mantener su existencia, el ego debe convencer de
algún modo al Hijo de Dios —el tomador de decisiones— de que necesita elegir al ego en
lugar del Espíritu Santo. Si podemos entender este punto y siempre tenerlo en cuenta hará que
todo lo que mencionemos en este taller, y ciertamente todo lo demás en el Curso, sea muy
claro. Nos ayudará a entender por qué siempre hacemos las cosas dementes que hacemos. Por
ejemplo, puede que hayamos sido estudiantes de este curso durante diez o quince años y
todavía sigamos aferrados a los agravios, seguimos eligiendo olvidarnos de Jesús e
identificarnos con el ego cuando las cosas se ponen difíciles, y continuamos haciendo todas
las cosas desadaptativas que hacemos.

Así es que el ego elabora un plan, una trama en la que espera atrapar al Hijo y convencerle de
que el Espíritu Santo no es de fiar; no debe creerle y ciertamente no debe identificarse con Él.
Para eso el ego inventa un cuento. Es un cuento totalmente inventado sin ninguna semejanza
con la realidad, sin la más mínima base en la realidad. El cuento del ego descansa sobre tres
pensamientos básicos: el pecado, la culpabilidad y el miedo. Ahora bien, recuerden
nuevamente que el propósito de esta historia es convencer al Hijo para que le dé la espalda al
Espíritu Santo y se identifique con el ego. Mientras el Hijo haga eso, el ego permanecerá
intacto. Recuerden, el ego es simplemente un pensamiento o una creencia en un yo que
asevera que la separación de Dios es real, que la realidad es el Hijo de Dios separado. Esto
por supuesto contrasta con el «cuento» del Espíritu Santo que dice que el Ser del Hijo es el
Ser de Cristo, Quien nunca ha dejado a Su Padre.

Entonces el propósito del cuento del ego es hacer que el Hijo acabe por no confiar en el
Espíritu Santo y darle la espalda. Así que el ego le cuenta al Hijo esta historia:

Has hecho algo muy malo al separarte de tu Creador y tu Fuente. Allí tenías a este Padre
perfectamente amoroso que era puro amor y compartía totalmente ese amor contigo. No se
reservaba nada; lo que era del Padre era del Hijo. El Padre era perfecto Amor, así que el Hijo
era perfecto Amor. Pero le diste la espalda a ese Amor y le dijiste de forma inequívoca a Dios
que querías algo más que todo lo que Él te daba. Le dijiste a Dios que Su Amor no era
suficiente, que Su Cielo no era suficiente.

Podríamos aderezar el cuento de muchas maneras: que el Hijo le dijera al Padre que el Cielo
era aburrido y que se le antojaba un poco más de emoción; que el Hijo estuviera celoso y
quisiera algo de lo que Dios tenía. Todos estos solo son distintos símbolos o metáforas para
tratar de explicar en términos entendibles lo que pareció suceder en el momento de la
separación que se transformó en el sueño que es este mundo. Pero lo fundamental es que el
ego le da un nombre a este acto y es un nombre sucio, una palabra sucia: pecado. El ego le
dice al Hijo:

Le has hecho algo pecaminoso a tu Padre. Él era totalmente amoroso y te dio todo. Lo tenías
todo; todo lo que Él tenía tú lo tenías. Eras totalmente uno con él. Pero le diste la espalda y le
dijiste: «Esto no es suficiente. Quiero algo más». Eso no fue muy amable de tu parte. De
hecho, es pecaminoso y como consecuencia de tu pecado deberías sentirte culpable.

Este es el comienzo de toda la culpabilidad, que podríamos traducir libremente como el odio a
uno mismo. Terminamos odiándonos a nosotros mismos debido al terrible pecado que
creemos haber cometido. La culpabilidad se sigue automáticamente del pecado y es
básicamente el equivalente psicológico del pensamiento del pecado. El ego le dice al Hijo de
Dios: «Has pecado contra tu Padre y mereces sentirte culpable por lo que has hecho». Esto
conduce inevitablemente al tercer miembro de esta trinidad no santa. Ahora se le dice al Hijo:
Debido a lo que hiciste, porque robaste algo del Cielo y en esencia destruiste a Dios al
proclamarte Dios cuando dijiste: «Soy creado por mí mismo en vez de ser lo creado. Estoy
por mi cuenta, me he independizado y separado de mi Creador», Dios está muy enojado.
Cuando se recuperó de la conmoción por lo que habías hecho, que le habías robado, se dio
cuenta de lo que había sucedido y ahora lo único que quiere es venganza.

Entonces el ego le dice al Hijo de Dios:

Sabes, ese Espíritu Santo Quien está presente en tu mente, Quien solo parece hablar del Amor
de Dios y te dice que no pasó nada, que Dios ni siquiera sabe que te has ido, no le creas ni una
palabra de lo que dice. No es de fiar, porque Dios lo envió. Él es el general de Dios, a Quien
Dios ordenó que se infiltrara en tu mente para atraparte, capturarte y devolverte al Cielo para
que se te pueda castigar como mereces, lo que por supuesto significa tu aniquilación.

Este es el comienzo del miedo; de aquí proviene el «temor de Dios». Los que han trabajado
con el Curso durante algún tiempo saben que el cuarto y último obstáculo a la paz es el temor
de Dios (T-19.IV.D). Este es su origen. Comienza con la idea de que hemos pecado contra
Dios, que nuestra culpabilidad por lo que hemos hecho es abrumadora y exige que seamos
castigados. El ego advierte:

Esta Presencia del Amor de Dios en tu mente es el agente castigador de Dios. De hecho, por
eso Dios le ordenó que se infiltrara en tu sueño, para que Él te capturara y te llevara de
regreso. Si le crees la mentira, te va a seducir ¡y entonces sí que lo vas a lamentar!

Ese es el cuento del ego. Significa que el Amor de Dios, que el Espíritu Santo representa
como el recuerdo del Amor de Dios en nuestro sueño, se convierte en otra cosa, en la ira de
Dios. El cuento del ego ha hecho que el Dios verdadero sea inexistente porque ahora el Amor
de Dios se ha convertido en lo contrario. El Amor de Dios se ve lleno de ira y venganza, y el
Hijo es el objeto de esta ira. Por supuesto que de aquí provienen todos los terribles pasajes de
la «ira de Dios», tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No tienen nada que ver
con el Dios amoroso Quien nos creó y a Quien nunca abandonamos. Pero tienen todo que ver
con el cuento del ego.

Básicamente, con algunas excepciones por supuesto, la historia y la visión de Dios que
obtenemos en la Biblia es la de este dios del ego. Es realmente un dios del especialismo: es
amable cuando le das lo que quiere, pero cuando no lo haces se vuelve loco y mata. Ese es el
dios del ego, que es lo que la ira de Dios representa; y eso es lo que el ego ha hecho del
Espíritu Santo también. Entonces esa es la elección con la que el tomador de decisiones —el
Hijo de Dios— se enfrenta: o bien le cree al Espíritu Santo que representa el principio de la
Expiación y le dice que no ha pasado nada, que el Hijo nunca abandonó a su Padre y esto solo
es un mal sueño; o se cree el cuento del ego de que la separación efectivamente sucedió: el
Hijo se robó «las joyas de la familia», se apropió de todo el poder de Dios. Dios está que echa
chispas y ha enviado a su secuaz, el Espíritu Santo, para encontrar al Hijo y traerlo de regreso.
Ese es el cuento del ego.

Ahora por razones que nunca podrán explicarse el Hijo de Dios tomó la decisión equivocada.
Se volvió hacia el ego y en esencia le dio la espalda al Espíritu Santo
Parte II

La parte del cuento donde estamos es que el ego ha inventado su relato de pecado,
culpabilidad y miedo, con el propósito específico de mantener al Hijo de Dios alejado del
Espíritu Santo. Entender esto es lo fundamental porque esta motivación ayudará a explicar
todo lo que sucede a partir de ahora. Otro punto para destacar aquí y que retomaré más
adelante es que el temor del ego en realidad no es del Espíritu Santo. El ego no sabe del
Espíritu Santo. No hay forma de que un pensamiento de separación entienda un pensamiento
de unidad. No hay forma de que un pensamiento de celos, competencia, juicio y odio —todos
del ego— comprenda un pensamiento de amor. El ego sí tiene miedo y sí entiende que hay un
poder más grande que él. Ese poder es el poder de la mente del Hijo para elegir. El verdadero
temor del ego no es del Amor de Dios, porque no sabe del Amor de Dios. Su verdadero temor
es del tomador de decisiones. Su verdadero temor es que el Hijo cambie su decisión en la
mente, apartándose del ego y volviéndose hacia el Espíritu Santo, momento en el cual el ego
desaparece.

Es extremadamente importante entender que la meta del ego no es realmente sepultar al


Espíritu Santo, sino sepultar la mente del Hijo porque la mente es en realidad la gran
amenaza. La mente del Hijo puede elegir contra el ego y elegir el Amor de Dios, lo que
significa el fin del ego. Si el ego puede de alguna manera dejar al Hijo sin mente, el ego está a
salvo; nunca tiene que preocuparse por Dios o el Espíritu Santo, comoquiera que los conciba.
El verdadero temor del ego, una vez más, es el poder de la mente del Hijo para elegir. Ahora
veremos cómo el ego lleva adelante su plan para lograr su objetivo final: dejar al Hijo sin
mente, para que nunca cambie su decisión en la mente y siempre permanezca totalmente
identificado con el ego. Cuando el Hijo de Dios elige al ego y da la espalda al Espíritu Santo,
no solo elige el sistema de pensamiento del ego, sino que se convierte en el sistema de
pensamiento del ego. Esto es extremadamente importante.

Cuando el Hijo de Dios se identifica con el sistema de pensamiento del ego —el sistema de
pecado, culpabilidad y miedo— asume una identidad pecaminosa, culpable y atemorizada. El
libro de ejercicios dice: «Crees ser la morada del mal, de las tinieblas y del pecado» (L-
pI.93.1:1). Todos lo creemos porque escuchamos la voz del ego. Nuevamente no solo creemos
en un sistema de pensamiento de pecado, culpabilidad y miedo, sino que nos convertimos en
ese sistema de pensamiento; este se convierte en nuestro yo; y el ego no quiere que se rompa
esa asociación e identificación. La única forma de romperla es si el Hijo dice: «Sabes, lo que
elegí no está del todo bien. Quiero elegir otra cosa». Ese es el temor del ego.

Así que el ego lleva su plan un paso más allá. Ha logrado que el Hijo tema al Espíritu Santo,
al hacerle creer que dentro de su propia mente hay un lugar que representa su aniquilación y le
aterra. Ahí es donde mora el Espíritu Santo. Entonces, en virtud del cuento de pecado,
culpabilidad y miedo, que el Hijo se ha creído de cabo a rabo, el ego ha convencido al Hijo de
que su mente es ahora un campo de batalla donde está en guerra con su Padre y con el Espíritu
Santo. Por lo tanto, a instancias del ego, el Hijo ha dado la espalda al Espíritu Santo y se ha
identificado con el ego (representado en el diagrama por la línea vertical continua que separa
al ego del Espíritu Santo). Así es que ahora el Hijo ni siquiera sabe del Espíritu Santo. El
Amor de Dios se ha convertido en lo contrario del Amor de Dios; el Hijo cree estar en guerra
con Dios y en peligro de muerte.
Un pasaje muy importante en el manual habla de esta demencia y lo describe con las palabras
«Mata o te matarán» (M-17.7:11). Eso se convierte en el principio imperante en la mente del
Hijo de Dios. Si permanece en este campo de batalla, es él o Dios. Obviamente él no tiene
muchas posibilidades porque estamos hablando de Dios —una «bestia» enfurecida y demente
— a Quien esta pizca insignificante de nada ha ofendido robándole el tesoro que es Su poder.
Podemos ver la arrogancia del sistema de pensamiento del ego al creer todo esto. Pero eso es
lo que el pecado, la culpabilidad y el miedo nos están diciendo: Dios está hecho un
energúmeno y si algún día alcanza al Hijo, lo que es inevitable, se acaba el Hijo. Esa es la
demencia del sistema del ego. Todo esto se describe en términos más sofisticados en la
sección, «Las leyes del caos», en el capítulo 23 del texto.

El Hijo de Dios, con tremendo terror en el corazón —aunque básicamente ya no está separado
del ego— le dice al ego:

¡Auxilio! Necesito una defensa. Necesito algo que me proteja de la ira y la venganza de Dios,
que significan mi muerte segura. Necesito una defensa contra este Dios demente Quien sé que
está en mi mente porque mi culpabilidad me indica que debo ser castigado por pecar contra
Él. Pequé contra Él porque creo que la separación de Dios es real: de hecho, ha ocurrido y sus
consecuencias serán terribles.

Sepultado en la mente del Hijo está el simple principio de la Expiación del Espíritu Santo que
dice que no sucedió nada. Otra forma de decirlo es que la separación es tan solo un sueño
tonto sin consecuencias ni efectos; no ha sucedido nada. En una hermosa frase del texto Jesús
dice que «no se perdió ni una sola nota del himno celestial» (T-26.V.5:4). Por eso es una
«diminuta idea loca». Dios ni siquiera se ha enterado de ella. No sucedió nada. Pero el
pensamiento de corrección del Espíritu Santo permanece sepultado en nuestras mentes; en su
lugar tenemos el sistema de pensamiento del ego —el sistema de pecado, culpabilidad y
miedo— que inevitablemente conduce a la necesidad de una defensa. El Hijo de Dios necesita
algo con qué protegerse contra la ira de Dios. Ninguna defensa funcionará mientras él
permanezca en el campo de batalla. La oposición lo supera totalmente tanto en armamento
como en efectivos. Sus posibilidades son nulas.

Por lo tanto, el ego le dice: «Tengo otro plan que es absolutamente maravilloso. Es a prueba
de Dios y no hay forma de que este plan pueda fallar: nos marcharemos del campo de batalla
y fabricaremos un escondite. Te garantizo que Dios no nos encontrará nunca». El Hijo de
Dios, por supuesto que encantado, dice: «¿Cuándo salimos? Ya hice las maletas. Vámonos».
El ego y el Hijo se integran nuevamente al fusionarse en uno. Abandonan el campo de batalla
hacia un escondite donde Dios nunca los encontrará. El ego le dice al Hijo: «El Espíritu Santo
solo existe en tu mente. De modo que si abandonamos la mente estaremos fuera de peligro».
Psicológicamente el término que utilizamos para denotar el proceso de tomar algo del interior
de la mente y colocarlo fuera de la mente es proyección. Ese algo es el ego, que no es más que
el pensamiento de separación fusionado con el Hijo de Dios. Este pensamiento —este yo— se
coloca fuera de la mente y de manera invariable da lugar a un mundo de separación. Esta es la
explicación del Curso de cómo surgió todo el mundo físico. En el Curso, cuando Jesús habla
del mundo —el mundo de la percepción, el mundo de la forma, el mundo de la separación—
está hablando de todo el universo físico, no solo del planeta Tierra o de nuestras propias
ciudades o de nuestros cuerpos. Está hablando de todo el universo: el cosmos y todas las
galaxias de las que ni siquiera tenemos conciencia. Todo esto es el mundo de la separación.

Así que el mundo es un escondite al que el ego —junto con el Hijo de Dios— se ha
desplazado o trasladado. Como dice el Curso hacia el final del libro de ejercicios: «Este
mundo se fabricó como un ataque contra Dios... se fabricó con la intención de que fuera un
lugar en el que Dios no pudiese entrar» (L-pII.3.2:1,4). Una vez que el ego fabrica el mundo
para ocultarse en él, hace dos cosas más para su logro supremo. Tengan en cuenta que el
propósito del ego es muy simple: quiere dejar sin mente al Hijo de Dios. El temor del ego es,
de nuevo, que si el Hijo llega a recordar que tiene una mente que puede elegir reconocerá que
su elección fue equivocada. Se daría cuenta de que en realidad el ego es el que está mintiendo
y que el Espíritu Santo está diciendo la verdad. Entonces el Hijo de seguro cambiaría su
decisión en la mente.

Como el propósito del ego es dejarnos sin mente para que no podamos cambiar nuestra
decisión en la mente, inventa el mundo en el que nos escondemos. Luego, como acabo de
decir, hace dos cosas más para asegurarse de que el Hijo de Dios por siempre —al menos
dentro del sistema del ego— permanezca sin su mente. Primero, una vez que el ego se ha
proyectado desde la mente, es decir, una vez que el pensamiento de la separación queda fuera
de la mente, lo que da lugar a un mundo de separación, el ego causa que un velo caiga frente a
la mente del Hijo para que olvide de dónde salió el mundo. Podemos llamarlo el velo del
olvido, que básicamente es la dinámica de la negación o la represión. El Hijo de Dios niega lo
que ha sucedido, lo olvida. Olvida que todo comenzó en su mente donde tenía dos opciones:
escuchar la voz del ego o la Voz del Espíritu Santo. Olvida que eligió escuchar al ego, que
siguió todo lo que el ego dijo y que el terror lo orilló a acabar en el mundo. Temía que si
permanecía en su mente Dios lo destruiría.

Así es que el velo de la negación hace que el Hijo de Dios olvide. Entonces —y este es el
logro supremo del ego— fabrica el cuerpo. El ego le dice al Hijo de Dios: «Tu hogar no es tu
mente. Tu hogar es tu cuerpo», y el ego fabrica el cerebro, que se convierte en la computadora
del cuerpo. (El cerebro parece gobernar nuestro funcionamiento en el mundo). El Hijo de
Dios se encuentra en un cuerpo, se olvida de dónde vino, piensa que fue creado por otros
cuerpos, piensa que llegó a un mundo que estaba aquí antes de su llegada, y no recuerda nada
de lo que hemos estado hablando. No recuerda en absoluto estas dos alternativas en su mente:
ni el principio de la Expiación del Espíritu Santo ni el cuento de pecado, culpabilidad y miedo
del ego. No tiene ni idea de una opción. Lo único que sabe es que está en un cuerpo. No
recuerda que el cuerpo en el que se encuentra no es más que una proyección. Es un cuerpo
que cree en el pecado, la culpa y el miedo, la experiencia básica de todos los que estamos en
el mundo. Creemos que estamos separados y que somos unos pecadores terribles. No
necesitamos que la Iglesia católica ni la Iglesia protestante ni la fe judía ni ninguna otra cosa
nos digan que somos pecaminosos, porque llevamos dentro ese pensamiento. Todos nos
sentimos abrumados por la culpa y el odio a nosotros mismos y todos tenemos miedo de ser
castigados por nuestros pecados.

Estos pensamientos y sentimientos no son el resultado de lo que creemos que transcurre en


nuestras vidas aquí. Más bien simplemente hemos trasplantado al mundo y a nuestra
experiencia individual lo que está en la mente identificada con el ego. Es similar a estar
sentado en un cine: todo lo que aparece en la pantalla frente a nosotros parece muy real y
tiene el poder de provocar muchas reacciones, tanto positivas como negativas. Pero no es más
que la proyección de lo que está en la película que pasa por el proyector en la cabina de
proyección. Es imposible que haya algo en la película que no aparezca en la pantalla, y es
imposible que haya algo en la pantalla que no provenga de la película.

Esa es una analogía exacta de lo que estoy describiendo aquí. Como el Curso nos dice
repetidamente, no hay nada fuera de nosotros. Es imposible que cualquier cosa que sintamos
aquí no provenga de nuestras propias mentes. Sin embargo, el problema es que no sabemos de
la mente porque aparentemente ha quedado bloqueada para siempre por el velo del olvido. Lo
único que sabemos es que nos sentimos pésimo aquí en nuestros cuerpos. Pasamos años en
análisis o en psicoterapia con el terapeuta, que nos dice que somos el producto de todas las
cosas terribles que nos sucedieron de niños. ¡Por supuesto que estamos molestos! Miren todas
las cosas terribles que nos están sucediendo como adultos. Todas las explicaciones de nuestra
angustia se basan en el pecado, la culpa y el miedo que creemos que ocurren en nuestros
cuerpos o cerebros. Cuando los psicólogos hablan de la mente no están hablando de esta
mente. Están hablando del cerebro.
…….

El Curso nos está diciendo que no estamos molestos por lo que está sucediendo con el cuerpo.
Estamos molestos porque hemos elegido al ego en lugar del Espíritu Santo. Entonces nuestra
identificación con el cuerpo es básicamente el fin del cuento del ego y de la trama del ego. El
ego ha logrado su propósito, dejándonos sin mente, porque de ahora en adelante para siempre
experimentaremos —como individuos o como sociedades— todo tipo de problemas y todos
los problemas se enfocarán psicológica o físicamente en el cuerpo. Cuando hablamos del
cuerpo, incluye nuestro yo físico, así como nuestra personalidad, nuestro yo psicológico.
Ambos aspectos son lo que en el Curso debe entenderse por «el cuerpo». Como
experimentamos todos nuestros problemas aquí en el mundo y en el cuerpo, aquí es donde
buscamos las soluciones o las respuestas. Parece que no hay otro lugar donde buscarlas. No
sabemos de la mente, debido al velo del olvido (ver el diagrama). Helen despertó una mañana
y al levantarse escuchó que se decía a sí misma: «Nunca subestimes el poder de la negación».
Esa línea apareció luego en el Curso como: «No subestimes el poder de la creencia del ego en
ella [la culpabilidad]» (T-5.V.2:11). Este velo del olvido es la más poderosa y la más primitiva
de todas nuestras defensas y funciona a la perfección. Si no sé qué tengo una mente, ¿cómo es
posible que cambie mi decisión en la mente? Ese es el propósito del mundo: distraernos de
donde está realmente el problema. Otro término que podríamos utilizar para describir el
mundo es que es un recurso de distracción.

Ahora muy brevemente —pues lo retomaremos después— el milagro, para completar todo
este cuadro, simplemente invierte lo que el ego ha hecho. Por eso es extremadamente
importante no confundir lo que milagro significa en el Curso con nada externo. El milagro
toma nuestra atención, que ha divagado de nuestras mentes y se ha instalado en el cuerpo, y la
trae de regreso al tomador de decisiones. Así que el milagro tan solo nos recuerda que
efectivamente tenemos una opción. El milagro dice que mi problema no está fuera de mí en el
cuerpo, no es lo que el mundo me está haciendo ni lo que mi cuerpo me está haciendo, no es
lo que mi familia me ha hecho. Mi problema es lo que yo me he hecho. El único error que
todos cometimos como un solo Hijo, justo al principio, es el mismo error que cometemos a
cada rato, una y otra vez. Hicimos la elección equivocada. Soltamos la mano del Espíritu
Santo y tomamos la mano del ego. El milagro no hace más que traernos de regreso a nuestras
mentes para que podamos elegir otra opción.

Una definición extremadamente importante del milagro es que «el milagro es el primer paso
en el proceso de devolverle a la Causa la función de ser causa y no efecto» (T-28.II.9:3).
Causa es la mente, el mundo es el efecto. El ego nos dice que el mundo causa nuestra
angustia. En realidad, el mundo es simplemente el efecto de una decisión tomada en nuestras
mentes, que es la causa. El milagro restituye a la mente, restituye a la causa, su función de ser
el agente causal. Una vez que sé que tengo una opción —el propósito básico y principal del
Curso es ayudarnos a conocer eso— puedo elegir entre el sistema de pensamiento de mi ego
con su evaluación de mí y el sistema de pensamiento del Espíritu Santo con Su evaluación de
mí. Esa es una forma muy sencilla de entender de qué trata el Curso: es simplemente una
forma de recordarnos que efectivamente tenemos una opción.

Como anticipo de algo que comentaré después: el papel de Jesús o el Espíritu Santo es ser ese
lugar en nuestras mentes, ese faro que simplemente irradia la luz de su presencia como el
recordatorio constante. Tal como un faro que la irradia para los barcos perdidos o encallados,
la función de Ellos es recordarnos que efectivamente tenemos otra opción. Por eso en el Curso
Jesús dice una y otra vez: «Elige de nuevo».

Parte III

Quiero retomar el desarrollo del sistema del ego, pero ahora centrándome específicamente en
la noción de la separación. Otro término que podemos utilizar para la separación es
desgajamiento. Básicamente todo lo que he dicho puede resumirse como una secuencia de
cuatro desgajamientos o cuatro separaciones. Si entienden esto será más fácil captar por qué el
Curso habla del perdón como lo hace y por qué Jesús habla mucho de integrarnos.

El primer desgajamiento, o la primera separación, se produce cuando la diminuta idea loca


parece ocurrir y la única Mente ahora parece coexistir con una mente separada. Así que el
primer desgajamiento, la primera separación, es la de la mente que se separa de la Mente. En
el Comienzo —la mayúscula nos ayuda a comprender que estamos hablando de un estado
intemporal eterno— solo había la Mente totalmente unificada de Dios y de Cristo. Una vez
que el sueño pareció ocurrir, parecía que había dos mentes, la Mente y la mente: la Mente de
Cristo y la mente desgajada.

El segundo desgajamiento, o la segunda separación, se produce a continuación cuando la


mente desgajada misma se separa y se desgaja. Ahora la mente desgajada tiene dos partes: la
parte donde está el ego y la parte donde está el Espíritu Santo. Con el primer desgajamiento la
mente parece existir como separada y desgajada de la Mente, lo que parece establecer que la
mente opera por cuenta propia. Tiene una existencia independiente de la Mente de Cristo y
obviamente independiente de Dios. Entonces esa mente se desgaja en dos: lo que el Curso
llama la mente errónea y la mente correcta. La mente errónea contiene el pensamiento de
separación del ego; la mente correcta contiene el pensamiento de Expiación del Espíritu Santo
que afirma que la separación nunca ocurrió.

Estoy hablando de esto como si ocurriera en una secuencia, tal como antes cuando describí el
desarrollo del sistema del ego y parecía sugerir una secuencia. En realidad, nada de esto
sucede en una secuencia, no transcurre en un intervalo de tiempo o espacio. Lo que estamos
viendo aquí, y se aclarará aún más a medida que continuemos, es que el pensamiento de
separación del ego sigue la misma ley que el Pensamiento de Dios. Los pensamientos son
totalmente diferentes, pero el principio es el mismo. El Amor de Dios se extiende
simplemente a Sí Mismo. Como el Amor de Dios es perfectamente unificado, pleno y eterno,
Su Amor continúa extendiéndose y se convierte en Su Amor Mismo. Esto no tiene sentido
aquí para nosotros, pero el principio es que el amor simplemente se extiende a sí mismo.

El pensamiento del ego sigue la misma ley de la mente: extensión (Dios, el Espíritu Santo) o
proyección (ego). Como el pensamiento del ego es un pensamiento de separación, división y
fragmentación, eso es lo que continúa extendiendo o proyectando. Lo único que estoy
haciendo ahora es describir ese proceso. Así que la primera separación consiste en que la
mente se separa de la Mente. La segunda separación ocurre al interior de la mente que ahora
parece ser dos mentes. Como vimos anteriormente, el Hijo de Dios en tanto tomador de
decisiones se integra al ego y cree que se ha convertido en ese yo pecador y culpable que
merece ser castigado. Eso justifica su miedo.

Ahora es cuando sucede el tercer desgajamiento. Después de que la mente se desgaja


primero de la Mente y luego se desgaja entre la mente errónea y la mente correcta, ahora la
mente errónea misma se desgaja. Este es el tercer desgajamiento y es extremadamente
importante que se entienda este paso. Tenemos este yo pecador y separado que indicaré con
una línea vertical (ver el diagrama). Este es el Hijo de Dios que se experimenta a sí mismo
como la morada del pecado y la culpabilidad, como una criatura pecaminosa y culpable. El
ego le dice al Hijo que puede escapar del pecado y la culpabilidad, desgajándose en dos. Así
es que el yo se desgaja en dos: se desgaja hacia la ira de Dios. Este es el nacimiento del
miedo. El Hijo comienza como pecaminoso y culpable; entonces se desgaja a sí mismo, al
proyectar la culpabilidad, así que ahora parece haber un ser separado. Donde antes solo había
un único yo en la mente identificada con el ego —el yo pecador y culpable— ahora hay dos
yos. Estos constituyen el elenco de personajes en el campo de batalla: el Hijo pecaminoso y
culpable que ahora cree estar en guerra con su Padre iracundo y demente. Por supuesto que en
realidad no hay ningún Padre iracundo y demente; todo el asunto es inventado. Es una parte
desgajada de la mente del Hijo, que parece estar fuera de ella.

Básicamente eso es la proyección. Tomamos simplemente algo del interior, lo ponemos fuera
de nosotros y entonces olvidamos lo que hemos hecho. Lo que parece estar fuera de nosotros,
en realidad aún forma parte de nuestras mentes. El efecto y la causa siempre permanecen
unidos: las ideas nunca abandonan su fuente. Creemos que hay algo fuera de nosotros, pero es
simplemente una proyección de lo que está dentro de nosotros. Este yo culpable y pecaminoso
que es el Hijo se ha desgajado en dos, y ahora el pecado y la culpabilidad —la parte del yo
que el hijo odiaba— parecen estar fuera del yo, colocados en un yo que ha surgido
repentinamente. La culpabilidad ya no está dentro del Hijo. Se ha proyectado sobre el Padre;
ahora este Padre —este Dios iracundo y vengativo— es el «matón». Él es Quien ataca, Quien
está lleno de venganza. Él se ha convertido en el victimario.

En realidad, el Hijo cree que él es el victimario porque cree que ha victimizado a Dios. Dios
es realmente la víctima. Por eso el Hijo es pecaminoso y se siente culpable. Pero una vez que
el Hijo proyecta el pecado y la culpabilidad, Dios se convierte en el matón. Dios se convierte
en el victimario y ahora el Hijo es la víctima inocente. Eso es lo que se encuentra en el gran
mito occidental de Adán y Eva. Al final de este relato bíblico Dios es el matón. Él es el que
castiga y ¡vaya castigo! Destruye a Sus propios hijos, les dice que morirán y entonces los
expulsa de Su Reino. Obviamente un Dios amoroso no se conduce así.

Este maravilloso relato bíblico describe en términos gráficos el sistema de pensamiento del
ego y cómo surgió. Dios acaba por tener todos los atributos del Hijo pecaminoso y culpable.
Claro que tiene todos los atributos del Hijo pecaminoso y culpable porque Él es el Hijo
pecaminoso y culpable. Es simplemente una parte desgajada de la mente del Hijo: el tercer
desgajamiento. No hay un campo de batalla en la mente del Hijo. Todo el asunto es inventado.
Para empezar, en otro nivel no hay ningún Hijo pecaminoso y culpable. Eso también es
inventado.
Lo que comenzó como un solo yo ahora se ha desgajado en dos, tal como una célula se divide
a través de la mitosis. El ego se ha desgajado y el Hijo olvida qué fue lo que él desgajó. Una
de las características de toda esta procesión de desgajamientos es que, debido al velo de la
negación (ver el diagrama), una vez que el Hijo se desgaja, olvida de dónde se desgajó.
Cuando la mente nace, olvida cómo es la Mente de Cristo y la Mente de Dios. Lo único que
sabe es que está por su cuenta. Ese es el primer desgajamiento. Una vez que la mente
desgajada se desgaja y el Hijo elige al ego, el Hijo se olvida del Espíritu Santo. El Hijo se
identifica con aquello hacia lo que se desgaja y olvida aquello de lo que se desgaja.

Con el tercer desgajamiento el Hijo de Dios olvida que él es pecaminoso y culpable, porque el
pecado y la culpabilidad descansan sobre lo que se ha colocado fuera de él. El pecado y la
culpabilidad ahora descansan sobre el Padre, a Quien se considera el vengador, el que ataca, el
victimario. Aquello hacia lo que se desgaja se recuerda y aquello de lo que se desgaja se
olvida. Es importante tener en cuenta que no hay nadie fuera del Hijo. El Dios a Quien se ve
como externo, Quien tiene el poder de lastimar y victimizar, literalmente no existe. Él es
simplemente una parte desgajada de la mente del Hijo. Asimismo, el yo pecador y culpable no
existe; todo el asunto es inventado. El ego tan solo sigue desgajándose. Aquello de lo que se
desgaja es inventado y aquello hacia lo que se desgaja es inventado. Pero aquello hacia lo que
el Hijo se desgaja se vuelve más atemorizador que aquello de lo que se desgajó: cada paso
sucesivo trae consigo un nuevo temor que requiere una nueva defensa que implica otro
desgajamiento.

Esto nos lleva al cuarto y último desgajamiento.

Una vez que el ego se ha desgajado en dos, con el Hijo ahora como la víctima inocente a
merced del Padre —este Dios victimario que lo destruirá—, lo único que el Hijo puede hacer
es echarse a correr. Así es que ahora viene el cuarto y último desgajamiento donde la mente se
desgaja de sí misma al fabricar un cuerpo desgajado de la mente. Con este desgajamiento
encontramos una explosión increíble que es una metáfora para describir la fragmentación del
único Hijo de Dios en millones y billones y quintillones de pedazos. No hay un número lo
suficientemente grande para describir y abarcar lo que este desgajamiento ha llevado consigo.
Veamos una parte del texto que trata sobre esto, la sección que se titula «El sustituto de la
realidad» (T-18.I.4:1-3). Es probable que esta sección sea el mejor relato en el Curso del
origen del mundo; y es probable que la última sección de este capítulo, «Los dos mundos»,
sea la mejor explicación en el Curso del propósito del mundo: ocultar nuestra culpabilidad.

Tú que crees que Dios es miedo tan solo llevaste a cabo una sustitución.

Cuando creemos que Dios es miedo, que es lo que el ego nos ha dicho, hemos hecho una sola
sustitución; ha habido una sola equivocación. Sustituimos el sistema de pensamiento del
Espíritu Santo por el del ego. Hubo una sola equivocación, una sola sustitución.

Esta ha adoptado muchas formas porque fue la sustitución de la verdad por la ilusión; la
de la plenitud por la fragmentación. Dicha sustitución a su vez ha sido tan desmenuzada
y subdividida y dividida de nuevo una y otra vez, que resulta casi imposible percibir que
una vez fue una sola, y sigue siendo lo que siempre fue.
Este pasaje muy importante describe el cuarto y último desgajamiento, cuando la mente se
desgaja de sí misma y se convierte en un cuerpo, al fragmentarse una y otra vez. Es como si
todo el infierno se desatara. Ese único pensamiento del ego, ese único Hijo de Dios, se
fragmenta en billones y billones de pedazos. El mundo resultante se convierte en un escondite
muy efectivo, un recurso de distracción y una cortina de humo, porque venimos a dar en lo
que los hindúes denominan el «mundo de la multiplicidad». Este mundo se vuelve tan
increíblemente complicado, tan increíblemente vasto, que es casi imposible concebir que el
error «una vez fue uno solo, y sigue siendo lo que siempre fue». No ha cambiado nada. Se
cometió un solo error: el Hijo de Dios se volvió hacia el ego en lugar del Espíritu Santo. Ese
error, cada mente fragmentada y cada cuerpo fragmentado lo lleva dentro de sí. Cada uno
lleva dentro ese único error.

Cada uno de nosotros también lleva dentro la capacidad de hacer otra elección. Básicamente
el Curso considera que la mente desgajada —especialmente como la experimentamos aquí—
es holográfica, aunque Jesús nunca utiliza ese término. Una de las características principales
de un holograma es que el todo se encuentra en cada parte. Cualquier parte o fragmento de
una imagen holográfica contiene la totalidad de la imagen. Puedes reproducir una imagen
completa a partir de un solo fragmento. Cada diminuto fragmento que cada uno de nosotros
representa contiene todo el sistema de pensamiento del ego, el sistema de pensamiento del
Espíritu Santo y la capacidad del tomador de decisiones para elegir uno o el otro. Pero todo
proviene de este proceso de desgajamiento, en el que desgajamos continuamente uno del otro.

Permítanme repasar una vez más los desgajamientos. Primero la mente se desgaja de la Mente
y olvida de dónde provino. Entonces la mente se desgaja en dos: el tomador de decisiones
elige al ego, o la parte que es la mente errónea, y olvida al Espíritu Santo, o la parte que es la
mente correcta. Entonces la mente errónea, que consiste en el pecado y la culpabilidad, se
desgaja en dos: un pecaminoso Hijo culpable y un Padre iracundo. Pero el Padre iracundo ha
asumido los atributos del pecaminoso Hijo culpable. Así que el Hijo olvida que él es
realmente culpable. Lo que era uno ahora parece que son dos, excepto que lo que parece el
otro ser es simplemente una parte desgajada del único yo. Finalmente, estos dos yos se
desgajan, y la aparente realidad desgajada que es un campo de batalla en nuestras mentes
ahora toma forma fuera de nosotros y el mundo entero parece un campo de batalla. Pero, si el
campo de batalla en mi mente es un conflicto entre dos seres que en realidad constituyen un
solo ser aparentemente desgajado en dos, significa que el campo de batalla que experimento
aquí en el mundo, donde yo soy la víctima y tú eres el victimario, simplemente comprende
partes desgajadas de mi único yo.

En el Curso, cuando Jesús dice que tu hermano es tu yo, lo dice literalmente. Hay muchos
pasajes en el Curso que deben tomarse en sentido metafórico, por ejemplo, donde Jesús dice
que Dios se siente solo sin Sus hijos (T-2.III.5:11), que llora por ellos (T-5.VII.4:5) y que Dios
nos dio el Espíritu Santo en respuesta a la separación (por ejemplo, T-5.II.2:5). Estas son
metáforas que no deben tomarse al pie de la letra. Pero, cuando Jesús dice que tu hermano es
una parte de ti, lo dice literalmente; los desgajamientos explican por qué esto es así. El Dios
iracundo y vengativo, Quien creemos que es el victimario que nos hace su víctima, es
realmente una parte desgajada de nosotros mismos. Ese pensamiento está sepultado en la
mente tras el velo de la negación. Proyectamos ese pensamiento e inventamos un mundo. El
desgajamiento entre víctima y victimario en la mente —el campo de batalla— se ve fuera de
la mente. Pero el principio es exactamente el mismo porque no ha cambiado nada. Mi cuerpo
victimizado que está fuera de mi mente parece presa de tu cuerpo —el victimario— que
también está fuera de mi mente. Pero ambos forman parte de mi único yo.
Así es que básicamente el perdón significa que estoy perdonando lo que nunca sucedió: nunca
nos desgajamos. Cuando el Curso habla de sanar las relaciones —cambiar una relación
especial a una relación santa con mi pareja especial— quiere decir que la persona especial en
la que he invertido tanto odio o tanta necesidad es literalmente una parte desgajada de mí
mismo. Me estoy integrando literalmente conmigo mismo —no con el yo que tiene un nombre
— porque la persona con la que me identifico como la víctima y la persona a la que identifico
como el victimario somos realmente partes desgajadas de un yo más grande. Todo el mensaje
y todo el plan del Curso —en la medida en que podamos hablar de un plan, pues Jesús no
tiene un plan como tal— es que nos reunifiquemos gradualmente con todos aquellos de
quienes nos hemos desgajado. Ese es el círculo de la Expiación. Por eso el Curso pone gran
énfasis en integrarnos uno con otro. Esa integración no es a nivel físico: no es una integración
entre dos personas. Es recordar que somos realmente partes de un yo más grande. Cuando me
reintegro contigo, lo que significa que ya no te veo como el victimario, debo estar haciendo lo
mismo con Dios porque en realidad estoy huyendo del Dios desgajado que inventé. Toda la
dinámica de proyectar mi culpabilidad sobre otro ser que inventé literalmente —y creo que es
Dios— se reprime y luego se ve afuera.

Pasemos a un párrafo en «El soñador del sueño» en el capítulo 27 del texto que explica esta
idea con una claridad asombrosa. Al comienzo del párrafo 15, Jesús dice: «Sueña dulcemente
con tu hermano inocente, quien se une a ti en santa inocencia». Entonces al final dice: «Él [tu
hermano] representa a su Padre [tu hermano representa a Dios], a Quien ves ofreciéndote
tanto la vida como la muerte» (T-27.VII.15:1,7). Parece que me está ofreciendo tanto la vida
como la muerte porque tengo una mente desgajada. Mi ego me dice que Dios me está
ofreciendo la muerte. El Espíritu Santo dice que Dios me está ofreciendo la vida. Como este
es el desgajamiento en mi mente, que he hecho real en el mundo, cualquier persona con la que
me esté relacionando llevará las mismas cualidades que proyecté sobre Dios. Estoy recreando
el desgajamiento que todos llevamos a cabo cuando desgajamos nuestro yo pecador y
culpable y lo colocamos sobre Dios. Entonces tú te conviertes en la representación de Dios
para mí. Como Dios representa la vida o la muerte para mí, así también te veo a ti. Entonces
Jesús dice: «Hermano, lo único que Él da es la vida». Dios únicamente da la vida: tan solo es
otra declaración del principio de la Expiación. Jesús continúa: «Sin embargo, los regalos que
crees que tu hermano te ofrece representan los regalos que sueñas que tu Padre te hace a ti»
(T-27.VII.16:1-2).

Con este pasaje podemos comenzar a ver la conexión que mencioné justo al principio entre la
metafísica del Curso y su énfasis muy práctico en cómo vivimos uno con otro. Todo es lo
mismo. Podemos comenzar a entender por qué el perdón es central en el Curso y por qué es
importante que reconozcamos nuestro odio y todo el especialismo que sentimos uno hacia
otro. Son un reflejo del odio original que sentimos hacia Dios. No tengo que ponerme en
contacto con ese odio original. Solo tengo que reconocer que, al sentirme victimizado por ti,
estoy recreando el tercer desgajamiento en el que me sentía victimizado por Dios. Si puedo
sanar mi relación contigo, lo que significa simplemente cambiar mi decisión en la mente
(retomaremos esto en breve), en realidad estoy sanando mi relación con Dios, porque es el
mismo problema.

Todo es el mismo problema. No importa cuántas veces yo desgaje y fragmente la sustitución,


sigue siendo lo que siempre fue. La inmensa importancia de ese pasaje de «El sustituto de la
realidad» es que muestra con gran claridad que el problema siempre sigue siendo el mismo.
Sigue siendo un solo problema a pesar de que parezca presentarse en un sinnúmero de
relaciones, cada una con sus propios problemas. Hay una sola relación. Comienza cuando me
veo como culpable por haber escuchado al ego en lugar del Espíritu Santo. Esa culpabilidad
es tan horrible que la desgajo y la veo fuera de mí. Pero eso a su vez se vuelve horrible porque
significa que Dios me matará. Así es que eso lo desgajo; hago como que nunca sucedió.
Invento un mundo poblado con miles de millones de cuerpos. Con todos y cada uno de esos
fragmentos recreo el mismo problema que tengo con Dios: me considero una víctima inocente
de lo que otra persona ha hecho. La relación viene en forma de odio especial o de amor
especial, pero siempre acaba igual.

No tengo que remontarme en mi mente a mi relación con Dios. Simplemente tengo que optar
por dejar que Jesús me ayude a mirar el desgajamiento. (Comentaremos esto un poco más
adelante). Jesús me ayuda a entender que el problema no eres tú. El problema es que he
desgajado algo en mí mismo que no quiero mirar. Por lo tanto, lo veo en ti. Si puedo decir que
tu pecado aparente no tiene ningún efecto en mí, estoy diciendo en esencia que no existes
fuera de mí. Así que en realidad estoy empezando a reintegrarme conmigo mismo.

Algunos de los antiguos textos gnósticos describen a Jesús hablando de cómo él «se está
recobrando» o «se está reunificando consigo mismo», de cómo está «recolectando todos los
fragmentos y reunificándolos dentro de sí». Esas fueron formas muy brillantes de describir
este proceso a través del cual todos acabaremos como un mismo yo. En el Curso el concepto
del Segundo Advenimiento consiste en que todos los fragmentos aparentemente separados de
la Filiación se reunificarán como un solo Hijo.

El proceso comienza esté donde esté, cuando sienta que existe alguien fuera de mí que puede
lastimarme o salvarme; no importa, es el mismo error. Quiero aprender que todo lo que yo vea
afuera es una parte desgajada de mí mismo. Al perdonarte e integrarme contigo, realmente me
estoy integrando conmigo mismo.

Parte IV

Puede que resulte útil contrastar el proceso del Curso de sanar nuestra relación con Dios con
un proceso que refleje otras enseñanzas espirituales. De ahí que la gente diga con frecuencia
que experimentan sentirse mucho más cerca de Dios a través de la naturaleza; por ejemplo,
simplemente caminando por el bosque en un día hermoso.

Es difícil escapar de este problema típico y común porque tenemos una visión muy idealizada
de la naturaleza. Podemos entender que Dios no tenga nada que ver con la ciudad de Nueva
York ni con los trenes subterráneos ni con los taxis ni con el SIDA ni con las bombas o ese
tipo de cosas. Pero pensamos que, con el hermoso bosque, con un hermoso árbol, con una
puesta de sol espectacular, con este precioso lago, obviamente Él tuvo que haber tenido algo
que ver.

Mas estos tan solo forman parte de la cortina de humo del ego. Sabemos que algo es del ego si
está fuera de nosotros. Una manera útil de siempre distinguir si es del ego es la siguiente:
¿Qué sucede si hay un incendio forestal y el hermoso bosque desaparece? ¿Y si me rompo las
dos piernas y no puedo pasear en el bosque? ¿O si el día está terrible, está helando, está
cayendo aguanieve o está nevando y no puedo ir? ¿Significa eso que no puedo tener la paz de
Dios? Sé que es una relación especial cuando digo que mi paz interior, que sentirme feliz,
depende de que algo fuera de mí esté de cierta manera.

Eso no significa que la gente deba sentirse culpable porque disfruta de un agradable paseo por
el bosque; ni que los que estamos aquí en la Fundación debamos sentirnos culpables por estar
en un lugar tan bonito como este. Pero cuando el lugar bonito se convierte en un sustituto del
Amor de Dios o del Amor del Espíritu Santo en nuestras mentes, sabemos que hemos
cometido un error. Si lo que tenemos es externo tendremos miedo de que en algún momento
nos lo quiten. Entonces sentiremos que Dios o el mundo terrible nos están privando de ello.
De manera similar quizás pensemos que la civilización está estropeando esta finca hermosa y
somos sus víctimas. En la dinámica de víctima y victimario siempre acabaremos como la
víctima.

El verdadero valor de caminar en el hermoso bosque es que nos recuerda que el Amor de Dios
está dentro de nosotros. Así que un hermoso paraje natural sería para nosotros —como
obviamente para mucha gente— un símbolo del Amor de Dios. Eso no tiene nada de malo
siempre y cuando no confundamos el símbolo con la realidad, por la razón que acabo de dar.
¿Qué pasa si por alguna razón no podemos salir a pasear por el hermoso bosque? ¿Significa
eso que no tendremos el Amor de Dios dentro de nosotros? Pero como vivimos en un mundo
de símbolos —de hecho, nosotros mismos somos un símbolo, un símbolo de este sistema de
pensamiento— necesitamos otros símbolos que nos representen esa otra opción. Un curso de
milagros puede ser semejante símbolo. Podríamos sustituir un paseo en el hermoso bosque
por el Curso. Podría tomar la forma de un pensamiento como el siguiente: «Me siento terrible
y deprimido, pero si leo mi lección diaria del libro de ejercicios me siento de maravilla».

Ahora bien, también puedo caer en una trampa del especialismo con esto a menos que vea el
libro de ejercicios o el Curso de la manera que veo la caminata en el bosque: como un simple
recordatorio de que hay un lugar en mi mente donde puedo elegir. La lección del libro de
ejercicios o la caminata en el bosque simplemente se convierte en una forma de adentrarme en
mí mismo para que pueda sentir la paz de Dios independientemente de dónde me encuentre o
qué esté haciendo.

Para el ego, el mundo es una prisión en la que estamos atrapados como una forma de
escondernos de la ira de Dios. Pero al final Dios nos va a atrapar de todos modos porque todos
nos morimos. No hay salida y antes de que Dios me atrape tú me atraparás porque todos
quieren robarme lo que inconscientemente creo que yo les robé.

Para el Espíritu Santo el mundo es un aula. Las mismas relaciones, los mismos objetos de
especialismo que mi ego utilizó para convencerme de que no tengo una mente y de que este
mundo es una prisión y un campo de batalla, ahora me pueden servir para darme cuenta de
que el mundo es realmente un espejo que me refleja el conflicto en mi mente que yo ni
siquiera sabía que existía. Así es que sentirme tranquilo al caminar en el bosque podría ser el
recordatorio de que hay otro sistema de pensamiento en mi mente, no solo un sistema de
pensamiento de ira, depresión, culpa, ansiedad y conflicto, sino un sistema de amor y paz. El
error es cuando asocio el amor y la paz con el hermoso bosque. El simple hecho de ver el
hermoso bosque como un símbolo que me recuerda lo que hay dentro de mí hace que el
bosque sea «algo santo». Eso también puede convertir a Auschwitz en algo santo; la forma
externa no importa. Lo que lo hace un símbolo santo es que tiene el propósito de ser un aula
de clases que permite que el milagro me conduzca de nuevo a mi mente, donde ahora puedo
hacer una elección diferente.
Si decido dar un paseo por el bosque o decido leer una lección del libro de ejercicios la
decisión de recordar el Amor de Dios ya fue tomada. Entonces doy un paseo por el bosque o
hago una lección y veo el recordatorio. En otras palabras, no estaría abierto a sentirme feliz y
tranquilo caminando por el bosque o leyendo las lecciones del libro de ejercicios si no hubiera
tomado primero la decisión de integrarme con el Espíritu Santo o con Jesús. Entonces lo
externo se convierte en un símbolo o un reflejo de esa decisión. Parecen ocurrir en una
secuencia, pero en realidad no es así. Todo sucede a la vez.

Comencé este taller diciendo que lo que hace que el Curso sea único como un camino
espiritual, lo que no quiere decir que sea el único o el mejor, sino simplemente único, es que
integra esta visión primordial de la relación entre el ego y Dios, entre el mundo y Dios, con
pautas prácticas muy específicas para vivir en el mundo. De eso quiero hablar ahora.

En realidad, no importa cómo hemos llegado hasta aquí. Lo que importa es que todos tenemos
la experiencia de estar aquí. El valor de entender la metafísica es simplemente que aclara por
qué nos empeñamos en hacer las mismas cosas tontas una y otra vez. Aclara por qué tenemos
muchos problemas para conocer realmente Quién es Dios y tener una imagen de Dios diáfana
y libre de todas las proyecciones que el mundo —y nosotros— hemos puesto sobre Él.
Explica que lo que creemos que le hicimos a Dios es lo que creemos que nos estamos
haciendo uno a otro. Así es que no tenemos que saber por qué estamos aquí ni cómo llegamos.
Lo único que tenemos que saber es que estamos aquí y que existen dos propósitos para que
estemos aquí: uno es el del ego y el otro es el del Espíritu Santo.

El propósito del ego es establecer continuamente que la victimización es real. Ese es el


principio del mundo: «uno o el otro», «mata o te matarán», «tú o yo». Este mundo es un
campo de batalla y es una guerra que sé que perderé inevitablemente porque todos perdemos;
todos nos morimos. El ego interpreta la muerte como el castigo que Dios nos da por lo que
hicimos. En lo más recóndito de nuestras mentes todos creemos que le robamos la vida a
Dios, que tomamos esa vida y la escondimos en nuestros cuerpos. El cuerpo es el
microcosmos del mundo como escondite. Por lo tanto, cuando Dios acabe por dar con
nosotros, como inevitablemente lo hará, Él nos robará lo que nosotros le robamos. Cuando
Dios recupera esa vida, la vida sale de nosotros. Eso es lo que llamamos la muerte.

La versión de la muerte interpretada por el ego es exactamente lo que se encuentra en el relato


de Adán y Eva. Todo el concepto de una vida en el más allá existe para que Dios no solo me
pueda castigar aquí matándome, sino para que luego me pueda castigar después de la muerte
expulsándome del Cielo. El mito de Adán y Eva es notable como una descripción del sistema
de pensamiento del ego: Dios no solo me mata en el cuerpo, sino que luego me persigue a
través del infierno. Me mantiene fuera de Su Reino. El ego ve este mundo como una prisión
de la que nunca escaparemos. Mientras estamos aquí tratamos desesperadamente de postergar
lo inevitable. Por eso a las personas en algunos ámbitos de la Nueva Era les gusta pensar que
sus cuerpos podrían volverse inmortales. Es su manera de tratar de mantener a raya la ira de
Dios. No estoy diciendo necesariamente que esa no sea una idea útil si es lo que les funciona,
pero eso no es lo que el Curso enseña. El Curso preguntaría: ¿por qué querría alguien
quedarse aquí?

Entonces el mundo es una prisión en la que tratamos de conseguir cuantas míseras migajas
podamos; y cuando conseguimos esas migajas alguien tiene que prescindir de ellas. Siempre
es la ley de la selva: o uno o el otro. Por eso nuestra culpa es tan fuerte. El especialismo —en
el que no hemos profundizado porque nos llevaría demasiado tiempo— es el término del
Curso para la dinámica del ego de tratar de robar a otro lo que siento que es legítimamente
mío. Si es un hurto patente es odio especial, tan solo te ataco y te mato. Hago lo que tenga que
hacer para conseguir lo que quiero. Si el hurto es sutil y manipulador es amor especial: parece
que te amo, pero de todas formas te robo algo. Solo parezco cariñoso y amable para que no
me ataques. Tú me estás haciendo lo que yo te estoy haciendo: es la versión del ego de un
matrimonio feliz. Ambos estamos haciendo pactos de amor especial; y del altar —la metáfora
del Curso para el lugar en nuestra mente donde escenificamos nuestra relación— chorrean
gotas de sangre.

La versión del mundo desde la perspectiva del ego no tiene salida, pues por muy exitosos que
seamos aquí, nuestros egos dirán que lo que tenemos lo hemos robado y al final Dios lo
recuperará. Obviamente como nos morimos sabemos que el ego tiene razón. Así que no hay
esperanza. Por eso el Curso dice que el sistema de pensamiento del ego es a prueba de todo
(T-5.VI.10:6). Una vez atrapados en él no tiene salida. Pero este sistema de pensamiento no
está hecho a prueba de Dios porque hay otra forma de mirarlo. Aquí es donde entra en juego
el aspecto práctico del Curso. Como estudiantes del Curso se nos pide que seamos cada vez
más conscientes de nuestro sistema de pensamiento del ego para que aprendamos a no tenerle
miedo. El problema desde el principio cuando el ego nos contó su cuento de lo pecaminosos y
culpables que éramos fue que escuchamos cuando el ego dijo: «Esto es tan horrible que nunca
debes volver a mirarlo».

En uno de los pasajes del Curso Jesús dice que hemos hecho un pacto con el ego en el que
juramos que nunca lo miraríamos (T-19.IV.D.3:3). El ego nos pinta este cuadro terrible en
nuestras mentes: le hemos robado a Dios, lo hemos matado y Él a Su vez nos va a matar.
Entonces el ego dice: «Es tan terrible que no debes volver a mirarlo nunca más. Simplemente
bórralo de tu memoria. Lo proyectaremos en el mundo y veremos el mismo escenario, pero
estará fuera de nosotros. ¡No será nosotros!».

Jesús nos dice que debemos ser conscientes de que eso es lo que hemos hecho. El problema
no solo es que elegimos al ego, sino que juramos que nunca lo miraríamos. A través del Curso
Jesús nos ayuda a comenzar el proceso de mirar. Quiero comenzar a mirar mi ego y todos mis
pensamientos de especialismo: todas las formas en que quiero canibalizarte en nombre del
amor, todas las formas en que quiero matarte en nombre de la justa indignación, todas las
formas en que quiero sentirme como una víctima a expensas de otra persona; y me regocijo
con la idea de que otros sean víctimas, pues así puedo culpar a quien los hizo sufrir, sea una
figura política, una figura internacional o un miembro de mi familia. Cuando pueda ver todo
esto sin sentirme culpable, sin tenerle miedo ni juzgarme por ello, estaré comenzando el
proceso de deshacer el ego.

Mirar a mi ego sin juzgar significa que no estoy mirando con mi ego porque el ego no puede
mirar sin juzgar. Eso es lo que es el ego: un pensamiento prejuicioso. Si puedo ver a mi ego en
acción, con toda su fealdad y carácter asesino, y darme cuenta de que eso no es lo que soy,
aunque en este momento esté eligiendo identificarme con eso, entonces debo estar mirando
con Jesús en lugar de mirar con mi ego. Mi ego nunca miraría sin juzgar; si estoy mirando sin
juzgar no puedo estar mirando con mi ego. Este es el principio del fin del sistema de
pensamiento del ego porque estoy siguiendo la línea del milagro (ver el diagrama). Estoy
volviendo al punto de elección en mi mente y estoy haciendo otra elección. Estoy diciendo
que ya no tengo que temer el sistema de pensamiento de mi ego. El valor del Curso es que nos
recuerda esa elección. Jesús dedica mucho tiempo a describir el sistema de pensamiento del
ego, no porque sea real, no porque sea verdad, no porque haya hecho nada, sino porque
nosotros creemos que es real. Creemos que el ego ha logrado lo imposible. Por lo tanto,
tenemos que volver atrás y mirarlo y finalmente darnos cuenta de que no es nada. No es un
león rugiente, es un ratón asustado (T-21.VII.3:11). Es una pizca de nada, una «diminuta idea
loca».

Cuando puedo mirar a mi ego con el amor de Jesús a mi lado, estoy comenzando el proceso
de cambiar mi decisión en la mente y volver al Espíritu Santo. Eso es el perdón. El valor del
mundo como un aula de clases es que me muestra lo que nunca supe que existía en mi mente.
Veo todo el horror a mí alrededor y veo cómo lo hago real, identificándome con el horror o
sintiendo repulsión hacia él. Veo todo el horror en mí: todas las formas en que el especialismo
ha gobernado mi vida. Me doy cuenta, al verlo fuera de mí —en tu cuerpo o en el mío— de
que es una proyección de lo que está dentro de mí. Una vez que sé que está dentro de mí,
puedo mirarlo con Jesús a mi lado y no tengo que juzgarlo. No tengo que cambiar mi ego. No
tengo que luchar contra él. No tengo que sentirme culpable por él. Simplemente tengo que
mirarlo sin juzgar.

Mirar al ego un instante sin juzgar es lo que el Curso llama el instante santo. En el instante
santo me estoy integrando con el Espíritu Santo o con Jesús. Es un error considerar que el
papel de Jesús o el Espíritu Santo es solucionar los problemas en el mundo porque si ese fuera
Su papel serían tan dementes como nosotros. Hemos inventado problemas en el mundo —no
importa si estemos hablando de no encontrar un espacio para estacionar mi carro o de tener
SIDA— para distraernos del problema que enfrentamos en nuestras mentes cuando elegimos
la opción equivocada. Si consideramos que Jesús está haciendo cosas en el mundo lo
arrastramos a la ilusión. El Curso lo describe como traer la verdad a la ilusión, en lugar de
traer la ilusión a la verdad (por ejemplo, T-17.I.5). Se nos pide que veamos que dar
importancia al problema en el mundo es un desplazamiento que nos aparta del miedo a mirar
el verdadero problema en nuestras mentes.

El papel de Jesús es ser un lugar de amor y luz en nuestras mentes —que es realmente un
lugar de perdón— a quien acudimos cuando estamos tentados de ver el problema o la solución
fuera de nosotros. Pedir ayuda a Jesús, en términos del Curso, significa realmente mirar
nuestro propio especialismo con él, sin miedo ni culpa. Al hacerlo cada vez más, comenzamos
a aprender que el ego no tiene efecto alguno. No importa lo terrible que pensemos que es
nuestro ego, no se ha interpuesto entre nosotros y el Amor de Dios: «no se perdió ni una sola
nota del himno celestial» (T-26.V.5:4). Esta línea púrpura (ver el diagrama), con la que
podemos representar la eternidad, no se ha roto en absoluto. De modo que el papel del
Espíritu Santo es ayudarnos a mirar nuestros egos sin juzgar y eso es el perdón.

Parte V

Conclusión
Permítanme concluir leyendo un pasaje de «¿Qué es el perdón?» en el libro de ejercicios (L-
pII.1.1,4-5). Es un resumen de todo lo que hemos hablado. La idea es que no tengo que hacer
nada. No tengo que cambiar lo que está pasando en el mundo. No tengo que cambiar lo que
está pasando en mi mente. Solo tengo que mirar sin juzgar, con Jesús o el Espíritu Santo a mi
lado, lo que creo que hice y darme cuenta de lo que me está costando. Al aprender que no
tengo que sentirme culpable por todos mis pensamientos prejuiciosos, en realidad estoy
aprendiendo que no tengo que sentirme culpable por lo que le hice a Dios.

Un último punto antes de leer este pasaje: es realmente importante que no caiga yo en la
trampa del ego de intentar tenerlo todo en un mal sentido; pues quizás me sienta tentado de
decirme a mí mismo: «Tengo todos estos pensamientos negativos y prejuiciosos de
especialismo y los estoy observando mientras te estoy descalabrando con la constante
repetición de algo incomprensible». Pero eso no es lo que el Curso quiere decir con mirar.
Cuando miro a mi ego con Jesús también me doy cuenta del costo. El aferrarme a estos juicios
me está costando literalmente la paz de Dios. En este momento quizás esté totalmente
dispuesto a pagar ese precio, pero al menos sé que eso es lo que estoy haciendo. Mirar no solo
significa que miro con Jesús mientras remato a todo el mundo en mi mente. También significa
que soy consciente de lo que me está costando rematar a todo el mundo. Si realmente me doy
cuenta de lo que me está costando dejaré de rematar a la gente en mi mente.

Ahora leamos esos párrafos:

El perdón reconoce que lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca
ocurrió. El perdón no perdona pecados y los hace reales. Sencillamente ve que no se cometió
pecado alguno. Desde este punto de vista todos tus pecados quedan perdonados. ¿Qué es el
pecado sino una idea falsa acerca del Hijo de Dios? El perdón ve simplemente la falsedad de
dicha idea y por lo tanto la descarta. Lo que entonces queda libre para ocupar su lugar es la
Voluntad de Dios.

El perdón… es tranquilo y sosegado, y sencillamente no hace nada. No ofende ningún aspecto


de la realidad ni busca tergiversarla para que adopte apariencias que le plazcan. Simplemente
observa, espera y no juzga. El que no perdona se ve obligado a juzgar, pues tiene que
justificar el no haber perdonado. Pero aquel que ha de perdonarse a sí mismo debe aprender a
darle la bienvenida a la verdad exactamente como esta es.

No hagas nada, pues, y deja que el perdón te muestre lo que debes hacer por medio de Aquel
que es tu Guía, tu Salvador y Protector Quien, lleno de esperanza, está seguro de que
finalmente triunfarás. Él ya te ha perdonado, pues esa es Su función que Dios le encomendó.
Ahora debes compartir Su función y perdonar a quien Él ha salvado, cuya inocencia Él ve y a
quien honra como el Hijo de Dios.

Preguntas y comentarios extraídos del taller

P: Me interesa saber qué es lo que produce el encendido del ego. Aunque ¿no equivale eso a
preguntar cómo pudo ocurrir la diminuta idea loca?

K: No del todo; esta pregunta tiene una respuesta. El tomador de decisiones produce el
encendido del ego. El ego en sí no tiene ninguna potencia por muy potente que parezca; y
ciertamente todos experimentamos una gran potencia aquí en lo que se refiere a nuestros
pensamientos y sentimientos. Pero lo que da potencia al sistema de pensamiento del ego no es
el ego mismo. Es el poder de la mente para elegir. Esa es su fuente de potencia.

P: Pero todavía hay una parte de mí que no se cree que inventé todo esto y que lo elegí.

K: Cierto. Creo que lo que estás señalando es la idea de que al estudiar esto comenzamos a
ver que este es un sistema de pensamiento absolutamente espantoso. Las cosas espantosas que
pasan en este mundo en el que vivimos nos muestran la enormidad del odio y de la demencia
dentro de nosotros. Es muy difícil entender y aceptar que no solo es algo que creemos, sino
que lo hemos elegido. No solo lo hemos elegido, sino que continuamos eligiéndolo. No es que
lo haya elegido una vez en el pasado. Lo estoy eligiendo ahora mismo. Uno de los valores
reales del Curso (uno que al principio quizás parezca un tanto cuestionable, pero que al final
resulta muy sanador) es que nos ayuda a destapar la masa bullente de odio, el odio hacia
nosotros mismos que llevamos dentro y que el mundo entero fue fabricado para enmascarar.
Leemos constantemente sobre el dolor y el sufrimiento en el mundo; en África, por ejemplo, o
en Rusia, en nuestro propio país o en cualquier parte del mundo. Nuestra tendencia será decir:
«Cierto, ¡qué terrible!, pero todo aquello es externo a mí. ¿Qué tiene que ver conmigo?».

Si me molesto por algo en el mundo —no si tan solo lo veo de forma objetiva— debe ser
porque lo estoy viendo primero en mí mismo. Pero no quiero verlo en mi mente, así que lo
proyecto para verlo fuera de mí. Esta dinámica básica continúa todo el tiempo con nosotros.
Algo en nuestras mentes es tan horrible —el terrible sentimiento de culpabilidad y odio hacia
nosotros mismos y el terror de ser aniquilados por ello— que elegimos no mirarlo. Lo
proyectamos y entonces lidiamos con el asunto como si fuera algo externo a nosotros, como si
no fuese nosotros. Esa es la importancia de esta dinámica de desgajamiento: no quiero ver
algo en mí mismo, así que me desgajo en dos. La parte que no quiero ver en mí ahora se ve
externo a mí, de modo que no soy yo. Está fuera de mí y lidio con eso fuera de mí. Nunca
tengo que lidiar con eso dentro de mí porque ni siquiera sé que está en mí. El Curso nos ayuda
—a través del milagro— a comenzar a borrar el velo (ver el diagrama). Pero el milagro no lo
borra todo de una vez, lo hace poco a poco. Este proceso es lento porque, conforme se va
borrando el velo, me doy cuenta por medio del milagro que el problema no está fuera de mí,
está dentro de mí. Entonces, como la mayoría de los estudiantes informan después de trabajar
algún tiempo con el Curso, las cosas parecen empeorar. Parece que se sienten mucho más
ansiosos o atemorizados o que están más enfermos o más en conflicto, más que nunca en sus
vidas. Pero no es que nunca hayan estado tan ansiosos o atemorizados, etc. Simplemente no
tenían conciencia de ello.

En un pasaje hacia el final del capítulo 27 Jesús habla de cómo pudimos nombrar tantas cosas
diferentes como causas de nuestro dolor, pero ni una sola vez pensamos que la causa era
nuestra culpabilidad (T-27.V.7:4). Somos muy buenos para investigar las causas de todos
nuestros problemas: todo el dolor, toda la desesperación, toda la incomodidad. Lo hacemos
como individuos y a lo largo de la historia muchas personas brillantes nos han dicho las
causas de nuestros problemas desde un nivel médico, desde un nivel político, desde un nivel
económico, desde un nivel social, etc. Pero ni una sola vez hemos considerado que la causa de
todos nuestros problemas es nuestra culpabilidad.

Hemos vivido nuestras vidas negando todo este dolor sin querer considerarlo nuestro. Incluso
cuando comenzamos a sentir algo, lo atribuimos a algo fuera de nosotros. Entonces Jesús en el
Curso nos dice que la causa de todos nuestros problemas no está fuera de nosotros. De hecho,
la causa de todos los problemas del mundo reside en este punto azul: el poder de nuestras
mentes para elegir al ego en lugar del Espíritu Santo. Ese es el problema. Una vez que
aceptamos eso, nunca más podemos creer que estamos a merced de fuerzas más allá de
nuestro control (T-19.IV.D.7:4). Pero todos creemos que lo estamos. En un pasaje de las
«Leyes del caos», tras describir con cierto detalle las cinco leyes horribles que son claramente
dementes y asesinas —representan no solo lo que creemos que transcurre entre nosotros y
Dios, sino también lo que creemos que transcurre entre nosotros mismos y los demás— Jesús
dice en esencia que parecería imposible que creyéramos en estas leyes dementes. Luego dice:
«Hermano, crees en ellas» (T-23.II.18:3). La prueba de que creemos en ellas es que estamos
aquí. ¡Nadie en su sano juicio vendría aquí!

Es muy importante recordar eso: nadie en su mente correcta podría venir a este mundo a
menos —claro está— que el amor le guiara a hacerlo. Este mundo no es donde estamos ni
donde debemos estar y ciertamente no es un lugar que nos pueda hacer felices. El Cielo es
donde estamos y donde debemos estar, totalmente unidos con Dios. El hecho de que nos
identifiquemos con estar aquí no es un pecado, pero ciertamente es un gran error. El hecho de
que nos identifiquemos con nuestros yos físicos y psicológicos, que nos preocupe lo que otros
yos físicos y psicológicos hagan con nosotros, es una prueba de que creemos en todo esto.
Recuerda, lo que nos arraiga en este mundo es nuestro miedo a la culpabilidad en nuestras
mentes. Así es como todo empezó. El ego nos dice que nuestra realidad no es el amor, sino el
pecado y la culpabilidad. Nos dice que la forma de escapar del pecado y la culpabilidad es
desgajándola y proyectándola sobre Dios para que Él se convierta en Quien nos castigará.
Este es el tercer desgajamiento.

Entonces el ego dice: «Pero como eso es muy terrible y no tiene salida necesitamos otro
desgajamiento». Ahora nuestra atención se arraiga en un mundo que literalmente creemos que
está fuera de nuestras mentes. Creemos que nuestra identidad está en un cuerpo. Literalmente
creemos que ¡ese es quien somos! Por lo tanto, según el ego nunca tendremos que lidiar con el
campo de batalla en nuestras mentes. Ese es el pegamento que nos adhiere continuamente al
mundo y a todo nuestro especialismo. Por eso no queremos soltar nuestro especialismo. Por
eso las personas pueden leer este Curso una y otra vez, año tras año y literalmente no ver lo
que dice del ego.

Muchos estudiantes solo quieren ver las partes encantadoras y amorosas del Curso que hablan
de felicidad y de la paz y la dicha, y no prestan atención a todas las partes que se refieren al
especialismo, porque es muy doloroso enfrentar lo que se suscita. Despierta un recuerdo de lo
que tenemos en nuestras mentes, que es lo que hemos tratado de eludir. Ese es el propósito del
mundo. Recuerda, el mundo es una cortina de humo, un escondite, un recurso de distracción
para que nunca tengamos que ponernos en contacto con la culpabilidad dentro de nosotros. En
vez de eso, la desgajamos y la vemos en otro. Cualquier persona con la que estemos
involucrados donde haya algún grado de emoción —negativa o positiva— debe ser una parte
desgajada de nosotros mismos; de lo contrario no sentiríamos la emoción.. . . . . . .

[Ken se refirió brevemente al ensayo de Freud, «Duelo y melancolía», en el que Freud habla
sobre la sensación de pérdida que se experimenta con la muerte de un ser querido. Ken
concluyó afirmando que cuando sabemos que el Amor de Dios está dentro de nosotros
también sabemos que el ser querido es parte de nosotros y que nada de lo que sucede en un
plano físico puede alterar eso, porque sabemos que no está sucediendo nada, porque todos
somos uno. Ken luego continuó:]

Cuando eso se convierte en la única visión y la única comprensión que tenemos hemos
alcanzado lo que el Curso llama el mundo real. El tomador de decisiones elige al Espíritu
Santo de una vez por todas y deja de ser un tomador de decisiones porque el ego se disipa y
desaparece. En ese momento sé que todos los Hijos de Dios aparentemente separados son
uno. Entonces mi experiencia es que todos los fragmentos aparentes forman parte del todo y
que yo formo parte de ese todo. No es que los demás formen parte de mí, como mi identidad,
sino que todos formamos parte de un todo más grande. Así que no puede haber ninguna
experiencia de pérdida.
Eso es en esencia lo que Jesús enseñó desde la cruz: literalmente no pasó nada. Las personas
que lloraron su muerte fueron quienes se identificaban con su cuerpo —era obvio que lo
hicieran— y sentían que el amor de él los salvaría. Entonces él desapareció, murió y creyeron
que el amor murió y que con Jesús, murió la salvación. Mas todo el mensaje que Jesús estaba
enseñando era que el amor que la gente sentía en él era un reflejo del amor que estaba en
ellos, y que si de verdad pudieran entenderlo se darían cuenta de que ellos y Jesús eran uno
mismo: compartían el mismo Ser amoroso, lo que significa que no podría haber una
experiencia de pérdida.

Por supuesto Jesús realmente nos estaba enseñando, dentro del simbolismo de nuestro sueño,
que eso es exactamente lo que creímos que sucedió con Dios. Creímos que nos desgajamos de
Dios, creímos que hubo una sensación de pérdida y entonces inventamos todo el cuento de
que Dios estaba enojado con nosotros y quería castigarnos, etc. Pero si podemos saber que
somos literalmente uno con el Amor de Dios no hay ninguna sensación de pérdida. Entonces
nos damos cuenta de que el pensamiento de separación del ego no tiene ningún poder: «no se
perdió ni una sola nota del himno celestial».
.......

[Otro participante le estaba pidiendo orientación a Ken para aplicar los principios de los que
había estado hablando:]

K: Creo que básicamente tu pregunta es ¿cómo se desarrolla esto en la vida cotidiana? ¿Qué
debo hacer? En cuanto me doy cuenta de un pensamiento o de un sentimiento del ego —
después de un tiempo no es difícil detectarlos: alguien me irrita, me siento ansioso, me siento
físicamente enfermo, estoy emitiendo juicios sobre otros— quiero darme cuenta de que
«nunca estoy disgustado por la razón que creo», como dice una de las primeras lecciones del
libro de ejercicios (L-pI.5); lo que veo afuera es realmente una parte desgajada de mí mismo.
La razón por la que estoy ansioso, enojado, irritado, asustado, enfermo y demás no tiene nada
que ver con lo que siento o pienso de la situación. La razón es que he soltado la mano de Jesús
y he vuelto a tomar la mano del ego. Ese es el problema. Entonces me siento terriblemente
culpable, porque una vez más he rechazado a Dios, en la persona de Jesús o el Espíritu Santo.
Como me siento culpable por eso, tengo miedo de que ahora se me vaya a castigar por eso.
Así que escapo de toda esa culpabilidad y miedo, implicándome en cualquier cosa externa a
mí que creo que me está molestando.

Al ir trabajando todo esto, siguiendo la línea del milagro (ver el diagrama), me voy dando
cuenta de que no estoy molesto por algo fuera de mí. Estoy molesto por algo dentro de mí.
Estoy molesto porque elegí al ego en lugar de elegir a Jesús o al Espíritu Santo. Es lo único
que tengo que hacer: ya terminé. A eso se refiere el Curso con «estar levemente dispuesto». Si
lo hago y todavía no me siento mejor entonces digo:

No me estoy sintiendo mejor porque, aunque entiendo lo que estoy haciendo —en realidad
estoy rechazando el Amor de Dios— obviamente todavía quiero rechazar el Amor de Dios.
Creo que el Amor de Dios me lastimará. Creo que si tomo la mano de Jesús y emprendo el
camino de regreso a casa desapareceré; y toda la maravillosa importancia que atribuyo a mi
persona y creo que me hace quien soy también desaparecerá. Eso me aterra. Así que en este
momento estoy completamente dispuesto a pagar el precio de rechazar a Jesús para que pueda
mantener mi propia identidad miserable; estoy dispuesto a hacer eso.
Eso sí lo puedo hacer. En cierto sentido puedo tenerlo todo. Puedo seguir aferrado a mi enojo,
mi ansiedad y mi victimización justificada. Pero también sé por qué lo estoy haciendo y a qué
estoy renunciando. Soy consciente de que el Amor de Dios me da más miedo que este dolor.
Preferiría mantenerme separado de ti —lo que logro enojándome— que saber realmente que
tú y yo formamos parte de un yo más grande. Eso es lo único que tengo que hacer, tan solo ser
consciente de lo que estoy haciendo.

P: Ken, ¿quién o qué es Jesús?

K: Él es tanto un «quién» como un «qué». En tanto un «qué», es un símbolo del Amor del
Espíritu Santo. Él es la misma presencia abstracta del amor en la mente que el Espíritu Santo.
Justo al final cuando estemos en el mundo real lo sabremos. Hasta ese momento él es un
«quién» y es un «quién» extremadamente importante. Mientras yo crea que soy un «quién»,
necesito un «qué» que tenga el aspecto de un «quién». [Risas] ¿Por qué será que eso me hace
pensar en Abbott y Costello? Pero mientras yo crea que soy específico —todos creemos que
somos específicos, que somos un «quién»— entonces necesitamos otro símbolo específico
que represente para nosotros esa abstracta Presencia del Amor que es el Espíritu Santo; y
estoy cometiendo un gran error si creo que no necesito un «quién».

Si Jesús es un símbolo difícil para ti, elige otro. Pero para la mayoría de las personas en el
mundo occidental Jesús es ese símbolo porque casi todos tenemos problemas irresueltos con
él. Al final Jesús es abstracto porque al final nosotros somos abstractos. Pero mientras
sentimos que somos individuos específicos y distintos, necesitamos a alguien que pueda
hablarnos en ese nivel. Jesús, como el símbolo más grande en el mundo occidental del Amor
de Dios, también es el símbolo más grande del Amor de Dios, como lo ve el ego. Por eso
Jesús no ha sido un símbolo amoroso para los cristianos y mucho menos para los judíos, para
los musulmanes o para quienquiera que haya atacado a los cristianos. Siempre se le ve a
través de los ojos del ego. Se le ve como un perseguidor, como alguien que exige un sacrificio
y que cree en el pecado y la culpa. Debe creer en el sacrificio y en la muerte porque eso es lo
que el mundo ha hecho de él: Jesús se ha convertido en un símbolo del dios del ego.

Pero Jesús también es un símbolo del verdadero Dios. Nuestras reacciones a él son un
producto de la misma mente desgajada que afecta a nuestra manera de ver a todos los demás.
Al final cuando estemos en el mundo real nos daremos cuenta de que no existimos como
individuos separados, como tampoco Jesús existe como individuo separado. Pero mientras
estemos aquí en el sueño, como todos lo estamos, él es extremadamente importante como una
presencia fuera de nuestra personalidad, que podrá representarnos a nosotros mismos hasta
que podamos recordar nuestra Identidad.

P: ¿Pero invalidaría el Curso que yo eligiera utilizar a Buda, a Krishna, a Mahoma o a quien
sea como este símbolo?

K: No. En realidad, nada puede invalidar este libro. ¡Ese es el problema! Sin embargo, si elijo
a Mahoma, a Krishna, a Buda o incluso a Perico de los palotes, por tenerle miedo a Jesús o
sentirme culpable con respecto a mi relación con él, ese es un problema que tendré que
enfrentar en algún momento. Por eso la presencia de Jesús en el Curso siempre ha sido
evidente. La misma enseñanza podría haber llegado sin hablar de Jesús en absoluto. Todo este
proceso que he descrito podría presentarse en el Curso sin referirse a Jesús. No fue necesario
que él hablara en primera persona. El hecho de que lo hizo, de que utiliza la terminología
cristiana, de que habla de su propia muerte y nos la reinterpreta, es una forma de decirle al
mundo, como dice en el capítulo 19, que él necesita que lo perdonemos (T-19.IV.B.6,8).

No necesita que lo perdonemos por amor de él. Necesita que lo perdonemos porque no puede
ayudarnos si seguimos rechazándolo. Así que, antes de elegir otro símbolo que no sea Jesús,
primero debo ver por qué lo estoy haciendo. Siempre hay excepciones y no hay una manera
correcta o equivocada de hacer el Curso. Sin embargo, para casi todos los que crecimos en el
mundo occidental como cristianos o como judíos, sería extremadamente difícil que no
tuviéramos algunos problemas irresueltos con Jesús. Él es el símbolo más grande del Amor de
Dios que conocemos, lo que significa que el ego lo ha hecho su símbolo del Amor de Dios.

P: ¿Es la crucifixión de Jesús un ejemplo de «Dios como víctima»?

K: Absolutamente. Su muerte es el gran ejemplo de eso. Entonces todos los cristianos, sean
conscientes de ello o no, deben creer que él los está victimizando. Hay una estatua de Jesús en
la cruz, un crucifijo, cerca de la entrada principal de un monasterio famoso; y al pie de la cruz
hay una inscripción con las terribles palabras: «Esto es lo que hice por ti. ¿Qué has hecho tú
por mí?». ¿Cómo podrías amar a un tío así? Quienquiera que haya crecido en el mundo
occidental debe creer que Jesús es un victimario.

Hay una razón aún más profunda para esta percepción de Jesús, que no he tratado en este
taller, pero lo haré brevemente ahora. El sistema de pensamiento del ego se basa en la idea de
«mata o te matarán» (M-17.7:11) que equivale a decir es «uno o el otro». Todo el sistema de
pensamiento del ego descansa sobre la creencia de que somos diferentes. Así comienza el
sistema de pensamiento del ego. Dios es diferente del Hijo. Recuerda dónde comenzamos:
Dios y Cristo están totalmente unificados. No hay manera de que Dios pueda percibirse a Sí
Mismo en relación con Cristo o que Cristo pueda percibirse a Sí Mismo en relación con Dios.
No hay diferencia. Dentro del sueño, cuando hablamos del Cielo, hablamos de una diferencia:
Dios es el Creador, Cristo es el creado. Pero en el Cielo no hay una mente separada que vea
de esa manera: Dios y Cristo no son diferentes.

El sistema de pensamiento del ego comienza con diferencias. Cuando el sueño pareció
comenzar y la diminuta idea loca pareció surgir en la mente del Hijo, de pronto Dios y el Hijo
eran diferentes. Así que el Hijo dijo: «Somos diferentes: Dios tiene algo que yo no tengo. Por
lo tanto, lo tomaré». Por supuesto lo que Dios tenía era el poder para crear al Hijo, no era a la
inversa. Así que el Hijo le robó a Dios el poder para crear y ahora él lo tiene. El Hijo aún es
diferente de Dios, pero ahora está arriba, como en el juego del subibaja. Con el tercer
desgajamiento, en el que el yo pecador y culpable se desgaja en dos (ver el diagrama), hay
nuevas diferencias. Ya no soy pecaminoso; Dios es pecaminoso porque me va a atacar.

El sistema de pensamiento del ego se basa en la creencia en las diferencias. En contraste, el


sistema de pensamiento del Espíritu Santo, que es el reflejo del Cielo, se basa en la creencia
de que todos somos iguales. En el nivel del cuerpo y de la forma, claro que somos diferentes,
pero esas diferencias no nos afectan en lo más mínimo.

El sistema de pensamiento del ego afirma —y el mundo refleja este pensamiento— que si
Dios lo tiene yo no lo tengo. Pero si yo lo tengo Él no lo tiene. Es uno o el otro. O soy el
miserable pecador o Dios lo es. Por supuesto es mucho más fácil exonerarme de mi
responsabilidad, proyectando el pecado sobre Dios. Una vez que hacemos eso, que es el tercer
desgajamiento, todo acaba proyectado sobre el mundo: veo que todos los demás tienen algo
que no tengo. ¿Y por qué lo tienen y yo no? Porque me lo quitaron y eso justifica que yo se
los robe. Eso es realmente la simiente de las relaciones especiales.

Volviendo a Jesús, si Jesús es el Amor de Dios encarnado, obviamente yo no puedo serlo


porque es uno o el otro. No puede ser que seamos iguales. Si somos iguales el Espíritu Santo
me está diciendo la verdad. Pero si Jesús es diferente a mí, mi ego está a salvo. Obviamente
Jesús es la inocencia total, el amor total y la luz total. Entonces ¿qué me deja eso? Como creo
que soy la morada de la maldad, las tinieblas y el pecado, creo que soy este yo malvado y
culpable, y que Jesús es inocente, santo y amoroso. Al escuchar a mi ego, pregunto: «¿De
dónde lo sacó él? ¿Cómo es que él es tan amoroso? ¿Cómo es que él es el favorito de Dios y
yo no?». Pues la respuesta es obvia: me lo robó; tal como en la historia de Isaac y Jacobo en la
Biblia, Jacobo engaña a su padre y le roba la primogenitura a Esaú.

¿De dónde sacó Jesús su amor e inocencia? Me lo robó. ¿Cómo sé que me lo robó? Porque
creo secretamente que yo se lo robé. ¿Y por qué creo que se lo robé? Porque eso es lo que
creo que hice con Dios. Siempre se remonta a esta idea metafísica subyacente, con la que
comencé este taller. Por eso siempre sentimos que estamos en guerra uno con otro. Creo
secretamente que lo que tengo, me lo robé, porque esa es la premisa básica del sistema de
pensamiento del ego. El hecho mismo de que crea que existo como una entidad separada —y
todos creemos que existimos como entidades separadas— es una prueba de que le robé a Dios
el poder, la vida de esa entidad separada. Si creo que la robé y me siento culpable por ello
¿qué hago? Desgajo el pecado y la culpabilidad; eso hacen los egos. Lo desgajo y digo: «Yo
no soy pecaminoso y culpable; tú lo eres». La verdadera razón por la que me siento
desdichado y miserable —todos en nuestro fuero interno nos sentimos desdichados y
miserables— es que estoy aquí. Este no es un mundo feliz. El Cielo es el mundo feliz. En
algún nivel siento que me falta algo, hay algo injusto y no soy feliz.

¿Por qué no soy feliz? En lugar de aceptar la responsabilidad de cómo me siento lo desgajo.
¿Por qué me falta algo? Porque tú me lo robaste. ¿Y por qué sé que me lo robaste? Porque
creo que primero yo te lo robé, pero luego proyecté el ataque sobre ti, excepto que olvidé que
lo hice. Lo único que sé conscientemente es que tienes algo que yo no tengo y por eso te odio.
Por eso el mundo siempre ha odiado a Jesús: siempre se le ha visto como diferente de
nosotros, que es exactamente lo contrario de lo que él enseñó. Él nos enseñó que:

El Amor de Dios que experimentas en mí es un reflejo del Amor de Dios en ti. La única
diferencia entre nosotros es que yo lo sé y tú lo has olvidado. Así que ahora me encuentro
delante de ti como un recordatorio de que puedes hacer la misma elección de recordar que yo
hice.

Si el mundo aceptara eso el mundo desaparecería porque el mundo entero existe como una
forma de mantener esa comprensión alejada de nosotros.

Recuerden que el máximo temor original del ego es que el Hijo de Dios entre en razón,
regrese a su mente correcta y elija al Espíritu Santo, lo que significa que el Hijo de Dios
recordará que él es el Amor de Dios. Por lo tanto, el ego ha inventado un cuento de pecado,
culpabilidad y miedo, ha proyectado el pecado sobre un Padre iracundo, a Quien también ha
inventado, y entonces ha inventado un mundo en el que se representan una y otra vez el
pecado, la culpabilidad y el miedo. Llega Jesús y dice: «Todo esto es una tontería. Es puro
cuento. No tienes que luchar contra el Amor de Dios, eres el Amor de Dios». Si el mundo
aceptara su amor y su luz resplandeciente como propios, entonces toda la necesidad de que
exista el mundo como una defensa contra el amor y la luz desaparecería. No necesitamos un
escondite donde ocultarnos de Dios si sabemos que somos el Amor y la luz de Dios.

Sin embargo, en lugar de admitir eso —que equivaldría a admitir que el sistema de
pensamiento del ego es un error y admitir que ya no tengo que existir como un individuo
separado—, es mucho más fácil matar a Jesús, que es lo que el mundo hizo. No solo lo mató
físicamente, sino que tomó su mensaje y lo masacró, lo volteó de cabeza para que significara
literalmente lo contrario de lo que él enseñó. Por cierto, encontrarás que la gente está
haciendo lo mismo con el Curso: voltean de cabeza su mensaje para no tener que mirar lo que
el Curso y Jesús están diciendo realmente. Jesús está diciendo: «Mira conmigo la enormidad
de lo que crees que son tus pecados y tu terrible culpabilidad» —lo que en un lugar llama tus
«pecados secretos y odios ocultos» (T-31.VIII.9:2)— «y si miras conmigo te darás cuenta de
que no hay nada allí. Entonces únicamente permanecerá la luz del amor que eres. Entonces te
darás cuenta de que no estoy separado de ti y que tú y yo formamos parte de esa única luz y
único Amor más grande».
Diagrama.

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