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Formación virtual
¿Qué problema tiene la Iglesia con la sexualidad? Quizás te lo preguntaste muchas veces.
Si esa pregunta está en tu corazón, tal vez nunca te dijeron la respuesta correcta: ¡NINGUNO!
Es más, te vamos a demostrar a lo largo de esta formación, que la Iglesia no solo NO tiene
problema con el sexo, sino que no vas a encontrar sobre la faz de la tierra una institución que
te lo explique más bellamente que la Iglesia Católica. Así también, con la misma seguridad, te
decimos que jamás encontrarás alguien que viva más plenamente su sexualidad que un
verdadero cristiano. Aceptamos el desafío de demostrarlo, con la Gracia de Dios, si tu corazón
está dispuesto y abierto a que Dios lo sorprenda. Si no estás dispuesto, cualquier intento será
en vano porque nadie abraza una respuesta que de entrada no quiere recibir. Pero si estás
dispuesto, ¿para qué esperar? El tiempo es breve para amar.
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La originalidad del Amor
La verdad cierta e inmutable de un solo Dios Verdadero pero que subsiste en Tres
Personas distintas es un verdadero dolor de cabeza para nuestra razón y para la reflexión que
la Iglesia hizo durante siglos y sigue haciendo. Es que, para nuestra lógica humana, tan débil
y limitada, parece contradictorio afirmar ambas cosas a la vez. Nuestra mente puede llegar,
por la reflexión de la razón natural, a la verdad de que existe un único Dios, Creador y origen
del ser. Puede llegar a conocer su bondad, su eternidad y omnipotencia. Así lo enseña la sana
filosofía y la conciencia recta que se deja conducir con humildad por el resplandor de la
Verdad.
Pero nadie jamás pudo imaginar un Dios Trino. Ninguna cultura, ni pueblo, ni filosofía, ni
ningún pensador pudo jamás sostener semejante afirmación. Es, por tanto, un conocimiento
que podemos intentar comprender una vez que fue revelado. Es decir, llegamos a él por
medio de lo que Dios mismo dijo sobre Sí, no por nuestro esfuerzo.
Y eso lo reveló, lo sabemos, en Jesucristo Señor Nuestro. Con su Encarnación, Muerte y
Resurrección, con su clara misión de ser enviado del Padre, el Señor nos mostró que hay una
realidad en Dios que era mucho más profunda que la que los judíos tenían de Yahvéh, el Dios
de Israel. Dios no era un ser solitario sino una verdadera comunión de amor. Un Padre, un
Hijo, un Amor que los une. Sumerjámonos, entonces, de una vez, en este Misterio sinigual:
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comunidad de amor. Pero, ¿por qué no basta con el amor del Padre y del Hijo? ¿Por qué una
Tercera Persona?
Por el mismo motivo: Porque si hubiera un amor encerrado solo en dos Personas (el Padre
y el Hijo), sería un Amor egoísta y posesivo, un amor que no se abre a otros. No habría
verdadera comunidad. Por lo tanto, digámoslo así para entenderlo, el Padre y el Hijo se aman
mutuamente pero juntos aman a un tercero, Alguien que los une en el Amor. Juntos aman a
Alguien, ese Amor que comparten los une eternamente. Por ello, ese Tercero que es el Amor
consumado es el Espíritu Santo, la Tercera Divina Persona. Teniendo respeto por el inmenso
Misterio de Dios y de las Personas Divinas, recordamos que nuestro lenguaje en esto resulta
limitado, porque no debemos entender a Dios como una sucesión interior en el tiempo o que
alguna Persona es más importante que otra. Las tres son iguales en naturaleza (divina), en
gloria y en poder. Las tres son eternas y son verdaderamente Dios.
Entonces, ahora sí, tenemos el Amor verdadero: Alguien que ama, alguien que es Amado
y alguien que es el Amor. Padre, Hijo, Espíritu Santo, respectivamente.
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Aquí otro paréntesis: Leemos en uno de los relatos sagrados que Dios forma a Eva de la
costilla de Adán. En realidad, la traducción correcta es “de su costado”. Del costado de Adán
dormido, Dios forma a la mujer. ¿Qué afirma esto según la mentalidad hebrea? Algo muy
importante y revolucionario: Que el plan original del Creador era una igual dignidad entre
varón y mujer. No sacó a Eva de su cabeza o de su pie, sino de su costado, es decir, a su misma
altura. A su vez, el lugar donde la mujer reposará segura, será el pecho de aquel varón. Así,
esto era un mensaje muy fuerte para la cultura semita que consideraba a la mujer una
posesión del varón como cualquier otra posesión, incapaz de cumplir la ley e incluso, a veces,
fuente de impureza ritual. Dios le dice al varón: Yo hice a la mujer de tu costado, ella tiene la
misma dignidad que tú y ese es mi plan para varón y mujer: el mutuo amor, la ayuda mutua,
el complemento mutuo.
El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro". Eso no significa que Dios los haya
hecho "a medias" o "incompletos". Los ha creado para una comunión de personas, en la que
cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas
("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino.
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Pero, siguiendo el esquema trinitario, esto no termina allí. Como vimos: El verdadero Amor
supone la fecundidad, no la posesión egoísta de dos. Mira qué maravilla, cómo el texto
sagrado revela la mente inefable del Creador. Así continúa el texto: “Y los bendijo, diciéndoles:
«Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las
aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra»” (Gn. 1, 28). Los judíos
enseñan que este es el primer precepto y no precisamente el menos importante: la
transmisión de la vida, la fecundidad de la prole, la manifestación rebosante del acto de amor
de los esposos que no queda encerrado en ellos mismos sino que de ese acto intenso surge
vida nueva, uniéndose así varón y mujer a colaborar con el Creador. El acto sexual, no es un
acto meramente animal: Manifiesta el amor fecundo y poderoso de Dios.
Si cierras los ojos, si piensas un momento en tu vida, en tu realidad, así tal cual como está
ahora. Si escarbas en tu interior y te preguntas qué hay en el fondo; ¿qué encuentras? Muy
en el fondo, descubrirás un DESEO. Pero no cualquier deseo como cuando tienes hambre o
sed, o deseo de ahorrar para comprarte algo. Este deseo es infinito e insaciable. En la
intimidad de tu recinto interior, sagrado, hay un deseo desesperado, desenfrenado, ilimitado,
violento. ¿De qué? De FELICIDAD. Este deseo es irreprimible. Nunca podrás escaparle ni dejar
de responder a él. Podrás engañarte y llenarlo con basura, pero pronto te darás cuenta que
no se sacia, que ese vacío no se llena.
¿Por qué? Porque una huella infinita demanda algo infinito para llenarla. Ese vacío infinito
que hay en tu corazón, el mío, el nuestro; no puede ser llenado ni con una persona ni con
cosas, ni siquiera con el amor de las creaturas. Solo puede ser llenado con la inmensidad de
Aquel que dejó su huella y que hizo nuestro ser.
Por ello, siguiendo aquí al P. Bojorge, s.j., volvamos al Génesis y veamos más allá de esta
misteriosa frase del Señor en el Génesis: “No es bueno que el ser humano esté solo”. Sí, el
hombre necesitará un complemento, una ayuda adecuada, la mujer. Pero esa soledad es más
radical. Estas palabras esconden una promesa redentora. Pues fuimos creados para estar con
Dios. Dios ha puesto el deseo de Sí en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único
que lo puede satisfacer y allí, y solo allí, el hombre encontrará verdadero reposo: “Nos hiciste,
Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín) Y dice
el mismo Santo de Hipona: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío,
busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma
y mi alma vive de Ti”.
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El complemento final, total y definitivo del hombre es Jesucristo, Señor Nuestro. Él es la
verdadera compañía y la verdadera ayuda adecuada. Él, que es Imagen del Padre, es también
imagen del Hombre verdadero, de la verdadera humanidad. Solo en Él, varón y mujer,
matrimonio, célibes, solteros, consagrados, etc.; podrán saciar el río seco de nuestro interior,
el cauce infinito con un Torrente infinito de agua fresca y cristalina: La vida trinitaria en
nosotros.
Esa invitación es lo que anima esta formación. Busca, claro, animar el entendimiento pero,
por sobre todo, el corazón. Allí en ese Sagrario interior donde Dios habita y donde nos habla,
donde encontramos su paz y consuelo que incendian nuestra pasión más que cualquier otra
pasión. Vivamos apasionados, vivamos cerca de Dios. No te pierdas las próximas entregas y
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este apostolado.
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Deo omnis Gloria
Ave, Maria Purissima!
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