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Profesora Karina M. Brosio
Primer año 2023
TITO LIVIO
HISTORIA DE ROMA DESDE SU FUNDACIÓN
LIBRO I
Rapto de la Sabinas. Guerras subsiguientes. [9] El Estado romano se había vuelto tan
fuerte que era un buen partido para cualquiera de sus vecinos en la guerra, pero su grandeza
amenazaba con durar sólo una generación, ya que por la ausencia de mujeres no había
ninguna esperanza de descendencia, y no tenían derecho a matrimonios con sus vecinos.
Siguiendo el consejo del Senado, Rómulo envió mensajeros a las naciones vecinas para buscar
una alianza y el derecho al matrimonio mixto en nombre de su nueva comunidad. Ciudades
que, como las otras, surgieron de los más humildes comienzos y que, ayudadas por su propio
valor y del favor del cielo, ganaron por sí mismos gran poder y gran renombre. En cuanto al
origen de Roma, es bien sabido que, si bien había recibido la ayuda divina, el coraje y la
confianza en sí misma no faltaron. No debió, por tanto, existir rechazo de los hombres a
mezclar su sangre con sus semejantes. En ninguna parte recibieron los enviados una recepción
favorable. Y, aunque sus propuestas fueron rechazadas, hubo al mismo tiempo una sensación
general de alarma por el poder que tan rápidamente crecía entre ellos, en esa nueva ciudad.
Por lo general, se les despedía con la cuestión: «Si hubieran abierto un asilo para las
mujeres, ahora no tendrían que buscar matrimonios ». La juventud romana mal podía soportar
tales insultos, y la única solución empezó parecer el recurso a la fuerza. Para asegurar un lugar
y momento propicios para tal intento, Rómulo, disimulando su resentimiento, hizo
preparativos para la celebración de unos juegos en honor de «Neptuno Ecuestre». Ordenó que
se diera anuncio de la celebración entre las ciudades vecinas, y su pueblo lo apoyó para hacer
la celebración tan espléndida como les
permitiesen sus conocimientos y recursos, de
modo que se produjo gran expectación. Se
reunió una gran multitud; la gente estaba
ansiosa por ver la nueva ciudad, todos sus
vecinos más cercanos (ceninenses,
crustuminos y antemnates) estaban allí, y vino
toda la población sabina, con sus esposas y
familias. Se les invitó a aceptar la hospitalidad
en distintas casas, y tras examinar la situación
de la ciudad, sus murallas y el gran número de
casas de que incluía, se asombraron por la Neptuno Ecuestre
rapidez con que había crecido Roma.
Cuando llegó la hora de celebrar los juegos, y sus ojos y mentes estaban fijos en el
espectáculo ante ellos, se dio la señal convenida y los jóvenes romanos corrieron desde todas
las direcciones para llevarse a las doncellas que estaban presentes. La mayor parte fue llevada
de manera indiscriminada; pero algunas, especialmente hermosas, que habían sido elegidas
para los patricios principales, fueron llevadas a sus casas por plebeyos a quienes se les
encomendó dicha tarea.
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Tal fue el origen del primer templo consagrado en Roma. Y los dioses decretaron que
aunque su fundador no pronunció vanas palabras al declarar que la posteridad llevaría allí sus
botines, el esplendor de tal ofrenda no debiera ser atenuada por aquellos que rivalizaban con
sus logros. Porque después de haber transcurrido tantos años y haberse librado tantas guerras,
sólo dos veces hubo despojos opimos. Pues rara vez ha concedido la Fortuna tal gloria a los
hombres.
[11] Mientras que los romanos estaban así ocupados, el ejército de los antemnates
aprovechó que su territorio no había sido ocupado y lanzó un ataque contra la frontera
romana. Rómulo condujo a toda prisa su legión contra este nuevo enemigo y los sorprendió al
estar dispersos por los campos. Al primer impulso y gritos del ejército, el enemigo fue
derrotado y su ciudad capturada. Mientras Rómulo estaba exultante por esta doble victoria, su
esposa, Hersilia, movida por los ruegos de las raptadas, le imploró que perdonase a sus padres
y les concediese la ciudadanía, porque así se lograría la concordia. Él rápidamente accedió a su
petición.
Avanzó luego contra los crustuminos, que habían dado comienzo a la guerra, pero su
ímpetu había quedado disminuido por las sucesivas derrotas de sus vecinos, y no ofrecieron
sino una ligera resistencia. Se fundaron colonias en ambos lugares; debido a la fertilidad de los
suelos de la región Crustumina, la mayoría se ofreció para ocupar esa colonia. Por otra parte,
hubo numerosas migraciones a Roma, en su mayoría de los padres y familiares de las que
habían sido raptadas.
La última de esas guerras fue iniciada por los sabinos y demostró ser la más grave de
todas, porque nada se hizo con pasión o impaciencia;
ocultaron sus planes hasta que la guerra empezó
efectivamente. A sus designios añadieron el engaño,
como muestra el siguiente incidente. Espurio Tarpeyo
estaba al mando de la ciudadela romana. Mientras su
hija había salido de las fortificaciones a buscar agua
para algunas ceremonias religiosas, Tacio la sobornó
para que introdujera sus tropas dentro de la ciudadela.
Una vez dentro, la mataron aplastándola bajo sus
escudos, o bien para que la ciudadela pareciera haber
sido tomada por asalto, o bien para que su ejemplo
quedase como advertencia de que ninguna confianza
debe guardarse con los traidores. Una historia más antigua dice que los sabinos tenían
costumbre de llevar pesados brazaletes de oro en sus brazos izquierdos, así como anillos con
piedras preciosas, y que la muchacha les hizo prometer que le darían «lo que llevaban en sus
brazos izquierdos»; por lo tanto, ellos le arrojaron los escudos que portaban en lugar de sus
dorados adornos. Algunos dicen que en la negociación de lo que llevaban en su mano
izquierda, ella pidió expresamente sus escudos, y ante la sospecha de ser traicionarlos, la
hicieron víctima de sus propias palabras.
[12] Como quiera que fuese, los sabinos se apoderaron de la ciudadela. Y no bajaron de
ella al día siguiente, aunque el ejército romano estaba desplegado en orden de batalla sobre
todo el terreno entre el monte Palatino y el monte Capitolino, hasta que, exasperados por la
pérdida de su ciudadela, y decididos a recuperarla, los romanos pasaron al ataque. Avanzando
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antes que los demás, Metio Curcio, del bando de los Sabinos, y Hostio Hostilio, por parte
romana, se enfrentaron en combate singular. Hostio, luchando en un terreno desfavorable,
sostuvo la fortuna de Roma por su valor intrépido, pero al final cayó; se rompió la línea
romana y huyeron a lo que entonces era la puerta del Palatino. Incluso Rómulo fue arrastrado
por la multitud de fugitivos, y alzando sus manos al cielo, exclamó: «Júpiter, fue por tu
presagio que te obedecí al poner aquí, en el Palatino, los primeros cimientos de la ciudad.
Ahora los sabinos poseen la ciudadela, habiéndola alcanzado mediante el soborno, y de allí se
han apoderado del valle y están presionando acá, en batalla. ¡Tú, padre de los dioses y los
hombres, lleva de aquí a nuestros enemigos, destierra el terror de los corazones de romanos y
haz que desaparezca nuestra vergüenza! Aquí hago voto de un templo dedicado a ti, Júpiter
Stator, como recuerdo para las generaciones venideras de que es por tu ayuda presente que la
ciudad se ha salvado». Luego, como si se hubiera dado cuenta de que su oración había sido
escuchada, exclamó, «¡Volved, romanos! Júpiter Óptimo Máximus ordena resistir y renovar el
combate». Se detuvieron como si les mandase una voz divina. Rómulo recorrió la primera
línea, así como Metio Curtio había corrido hacia abajo desde la ciudadela al frente de los
sabinos y empujaron a los romanos en huida sobre la totalidad del suelo que ahora ocupa el
Foro. Estaba no muy lejos de la puerta del Palatino y gritaba: «Hemos conquistado a nuestros
infieles anfitriones, a nuestros cobardes enemigos; ahora saben que raptar muchachas en muy
distinta cosa de combatir con hombres».
[13] Fue entonces cuando las sabinas, cuyos raptos había llevado a la guerra,
despojándose de todo temor mujeril en su aflicción, se atrevieron en medio de los proyectiles
con el pelo revuelto y las ropas desgarradas. Corriendo a través del espacio entre los dos
ejércitos, trataron de impedir la lucha y
calmar las pasiones excitadas apelando a
sus padres en uno de los ejércitos y a sus
maridos en el otro, para que no
incurriesen en una maldición por
manchar sus manos con la sangre de un
suegro o de un yerno, ni para legar a la
posteridad la mancha del parricidio.
Gritaron: «Si están hastiados de estos
lazos de parentesco, de estas uniones
matrimoniales, vuelquen su ira sobre
nosotras; somos nosotras la causa de la
“El rapto de las sabinas” (1799), de Jacques-Louis David.
guerra, somos nosotras las que han
herido y matado a nuestros maridos y
padres. Mejor será para nosotras morir antes que vivir sin el uno o el otro, como viudas o
huérfanas». Ambos ejércitos y sus líderes fueron igualmente conmovidos por esta súplica.
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Hubo un repentino silencio y apaciguamiento. Entonces los generales avanzaron para disponer
los términos de un tratado. No sólo resultó que se hizo la paz; ambas naciones se unieron en
un único Estado, el poder efectivo se compartió entre ellos y la sede del gobierno de ambas
naciones fue Roma.
[14] Algunos años más tarde los parientes del rey Tacio maltrataron a los embajadores
de los laurentinos. Vinieron a pedir reparación por ello, de conformidad con el derecho
internacional, pero la influencia y poder de
sus amigos pesaron más sobre Tacio que las
peticiones de los laurentinos. La consecuencia
fue que atrajo sobre sí el castigo que les
correspondía a ellos, pues cuando fue al
sacrificio anual en Lavinio, hubo un tumulto
en el que fue asesinado. Se dice que Rómulo
se afligió menos por este incidente de lo que
exigía su posición; fuera por la infidelidad
inherente a la soberanía compartida o porque
pensara que había merecido su suerte.
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asamblea y dijo: «¡Quirites!, al rayar el alba, hoy, el Padre de esta Ciudad de repente bajó del
cielo y se me apareció. Mientras que, emocionado de asombro, quedé absorto ante él en la
más profunda reverencia, rogando ser perdonado por mirarle, me dijo: ‘Ve y di a los romanos
que es la voluntad del cielo que mi Roma debe ser la cabeza de todo el mundo. Que en
adelante cultiven las artes de la guerra, y hazles saber con seguridad, y que transmitan este
conocimiento a la posteridad, que ningún humano podrá resistir las armas romanas’. Dicho
esto –dijo Próculo- desapareció por los aires». Es prodigioso el crédito que se dio a esta
historia, y cómo el dolor del pueblo y del ejército se calmó con el convencimiento que él creó
sobre la inmortalidad de Rómulo.