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LOS ORÍGENES DE ROMA: LA LEYENDA DE RÓMULO Y REMO

En el año 753 a.C. nació una nueva ciudad. El tiempo se ha encargado de demostrar que
este acontecimiento resultó decisivo para la civilización occidental. Sin embargo, la
leyenda envuelve todo lo referente al nacimiento de Roma, en el que, de uno u otro
modo, se ven involucradas algunas divinidades, sin duda en un intento de atribuir un
origen divino a la ciudad de las siete colinas. En las siguientes páginas, explicaremos
cómo y dónde se fundó Roma, y qué hechos se produjeron durante los primeros siglos
de su existencia.
Según nos cuenta el historiador Plutarco, que cita fuentes griegas, los gemelos, Rómulo
y Remo, participaron en su fundación. Para obtener más datos sobre ambos personajes,
tendremos que remontarnos tiempo atrás, hasta llegar a uno de los episodios más
famosos de la antigüedad, la guerra de Troya. Ahí comienza a fraguarse la historia de los
dos hermanos.
Trasladémonos a Troya en el momento en que, tras varios años de asedio, es tomada al
fin por los aqueos gracias a la célebre estratagema urdida por Ulises. Los griegos
fingiendo que regresan a su patria han abandonado en la playa un gran caballo de
madera repleto de guerreros. Los troyanos, engañados, lo introducen dentro de sus
murallas, y celebran la victoria. Los hombres escondidos en el caballo de madera
descienden de él, abren las puertas de Troya a sus compañeros, y, aprovechando el
desconcierto existente, prenden fuego a la ciudad.
En ese instante, un troyano que había desempeñado un importante papel en la guerra se
ve obligado a abandonar Troya que desaparece pasto de las llamas. Se trata de Eneas,
el hijo de la diosa Venus y del mortal Anquises, que, con su anciano padre en los
hombros, su hijo Ascanio cogido de la mano, y unos cuantos hombres se dirige hacia
unas naves que le llevarán a lejanas y desconocidas tierras en las que fundará una
nueva Troya.
Tras un largo periplo llega a las costas itálicas, en concreto, al Lacio, y allí es recibido
por el rey Latino, a quien un oráculo había vaticinado que su hija Lavinia se casaría con
un extranjero. Por tanto, cuando llega Eneas, Latino, acatando aquel vaticinio, le entrega
por esposa a Lavinia, que también era pretendida por Turno, rey del vecino pueblo de los
rútulos. Los duros enfrentamientos entre Eneas y Turno se zanjan con la victoria del
primero, que, finalmente, se casa con Lavinia. Y funda la ciudad de Lavinio en honor a su
esposa.
Más tarde, después de la desaparición de Eneas, su hijo Ascanio continuó la guerra con
los rútulos, y, tras vencerlos, fundó Alba Longa. Diversos reyes se sucedieron en el
trono de la ciudad. El último de ellos, Procas, dejó a su muerte dos hijos: Numitor que
debía heredar el trono por ser el mayor, y Amulio. Este último le arrebató el trono al
primero, y, para evitar que los posibles descendientes de aquél se vengasen por tal
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comportamiento, obligó a Rhea Silvia, hija de Numitor, a hacerse vestal. De este modo,
no podría casarse ni tener descendencia.
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, se enamoró de la muchacha y se unió a ella.
De esa unión nacieron unos gemelos, Rómulo y Remo. Rhea Silvia fue condenada a
muerte por violar el voto de castidad al que estaban obligadas las vestales. Por otra
parte, los dos niños fueron introducidos en una cesta y dejados en el río Tíber para que
se ahogaran. No obstante, la crecida del río llevó mansamente la cesta junto al Palatino.
Allí una loba que se acercó alertada por el llanto de los pequeños, los amamantó hasta
que fueron recogidos por el pastor de los rebaños del rey Amulio. Este hombre, llamado
Faústulo, los crio, y, cuando se hicieron mayores, les reveló su identidad.

Al enterarse de lo ocurrido, ambos hermanos mataron a Amulio, y entregaron el trono a


su legítimo dueño, su abuelo Numitor. Más tarde, Rómulo y Remo decidieron fundar una
nueva ciudad, la futura Roma, cerca del lugar en el que habían sido encontrados por la
loba.
Para decidir el lugar exacto de su emplazamiento, siguieron los consejos de su abuelo
Numitor, y aceptaron levantarla allí donde los presagios fueran favorables. Rómulo se
situó en el Palatino, y Remo, en el Aventino. El primero divisó doce buitres, mientras que
Remo sólo vio seis. Este augurio designó al que debía realizar aquella empresa. De este
modo, según el rito etrusco, Rómulo trazó con el arado un surco que delimitaba la futura
ciudad, y consagró los límites fijados. Remo, disgustado por no haber sido él el elegido,
se burló de unos límites que se franqueaban muy fácilmente, y, de un salto, entró en el
recinto recién consagrado por su hermano. Rómulo, furioso, lo mató, y reinó sólo en
Roma.
A partir de ese momento, año 753 a.C., comienza la historia de Roma. La ciudad,
convertida en una monarquía, gobernada por siete reyes que fueron sucediéndose en el
trono hasta el año 509 a.C., primero se consolidó, y, más tarde, extendió su dominio por
toda la península itálica, y, posteriormente, por casi todo el mundo conocido. Tras
conocer los orígenes míticos de Roma, nos adentraremos en la historia de la ciudad
Tras matar a su hermano Remo, Rómulo se erigió en el primer rey de Roma. Una de las
medidas que adoptó durante su reinado estuvo encaminada a aumentar el número de
habitantes de la ciudad. Para ello habilitó en el Capitolio un lugar en el que pudieran
refugiarse cuantas personas estuvieran al margen de la ley. Con esto la población
romana aumentó, pero siguió sin solventar un problema que podía amenazar su
continuidad futura, el de la falta de mujeres.
Para resolverlo definitivamente, Rómulo decidió raptar a las mujeres de sus vecinos.
Organizó unos juegos a los que invitó a las ciudades próximas a Roma. Durante su
celebración, los romanos se llevaron a las mujeres que estaban presentes, en un
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episodio conocido como el rapto de las sabinas. Todos los pueblos afectados por este
incidente se unieron en torno al rey sabino, y formaron un ejército para atacar a los
romanos. Sólo las súplicas de las propias mujeres, convertidas ya en esposas de los
raptores, pusieron fin al enfrentamiento, que terminó con una alianza entre ambos
pueblos. De este modo, entre los primeros romanos hubo albanos y sabinos. Más tarde,
también etruscos.
Entre estos primeros pobladores de Roma, Rómulo eligió a cien para que formaran parte
del Senado. Estos hombres recibieron el nombre de patres, sus descendientes, el de
patricios. Entre sus funciones se encontraba la de nombrar al nuevo monarca ya que la
monarquía romana, a diferencia de las actuales, no tenía carácter hereditario.
La muerte de Rómulo está envuelta al igual que su vida en la leyenda. Para unos subió
al cielo convertido en una divinidad. Para otros simplemente desapareció, con toda
probabilidad, asesinado por los miembros del Senado, la institución que él mismo había
creado en otro tiempo.
Sea como fuere, a su muerte, el Senado nombró un nuevo monarca: Numa Pompilio.

LA EXPANSION ROMANA Y SUS RESULTADOS

La expansión romana fue el resultado de guerras sostenidas contra el extranjero que no


cesaron siquiera en medio de la grave lucha interna que comenzó en el 133. La guerra y
la conquista transformaron la economía de Italia y contribuyeron primero a resolver y
luego a exacerbar el conflicto social.

Negándose la posibilidad de una democracia como se la conocía hasta ese momento


surgió la idea de un gobierno representativo. Si bien Roma también tenía asambleas
populares, aunque no se basaban, como las atenienses, sobre el principio de igualdad,
esto debido a que muchos campesinos lejanos se les hacían imposible participar de esta
cuando se hacían en los grandes centros urbanos. Aun así el verdadero poder siempre
perteneció al aristocrático Senado, que normalmente podía manipular y controlar las
asambleas.

En general, los gobiernos locales eran oligárquicos. Las noblezas locales, por lo tanto
dominaban sus ciudades patrias. Eran ellas las que hacían conocer al Senado los
deseos de su pueblo y podían ejercer su influencia a través de vínculos de amistad y
hospitalidad que los ligaban con las grandes casa de Roma.

Los cargos de menor importancia en Roma eran llenados por la asamblea tribal, en la
que, si bien los votantes ricos no predominaban los magnates locales tenía mayor
oportunidad de obtenerlos si lograban, quizás a sus propias expensas, trasladar el pueblo
de su municipalidad y las municipalidades vecinas con el objeto de votar por un “hijo
favorito”.

La prestación de servicio en las legiones quedaba reservada a los ciudadanos que


podían equipararse por su cuenta con armas y la armadura de defensa. Había una
organización de acuerdo con la fortuna. Los que tenían una propiedad eran llamados
assidui, esto es, hombres asentados permanentemente en su propio terreno, el resto
eran proletarii, cuyo servicio al Estado consistía en procurar los vástagos (proles) que
criaban, o capite censi, hombres que se contaban por cabeza sin propiedad digna de
mención. Durante las crisis aún los proletarii eran llamados y armados a expensas
públicas.
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Ocasionalmente los soldados obtenían un rico botín; se cuenta de voluntarios atraídos
por esta perspectiva o una vida de aventura.

La creencia según la cual el servicio voluntario se había vuelto por entonces más
frecuente que cuanto las pruebas permiten suponerlo, se basa en la suposición de que el
soldado tenía posibilidades de enriquecerse, no a través de su magra paga sino del
pillaje, los donativos de los generales y la distribución de tierras al producirse la baja.

Pero las guerras y la conscripción agravaron sin duda el progresivo empobrecimiento del
campesinado, las clases superiores se enriquecieron. Los senadores obtenían enormes
beneficios de los botines, donativos en concepto de gastos y tasas ilícitas impuestas al
pueblo. La expansión de Roma profundizó el abismo entre las clases.

Ya en tiempos de la invasión de Aníbal, el número de esclavos debió haber sido


considerable, pues, de no ser así, le hubiera resultado imposible a Roma movilizar para
los ejércitos y las flotas a uno de dos ciudadanos en edad militar; solo el trabajo de los
esclavos pudo haber procurado el alimento y otros artículos necesarios año tras año. Por
ese mimo motivo la población libre no lograba aumentar, porque la esclava se
multiplicaba.

EL MARCO DE REFERENCIA: LA ECONOMIA ROMANA

En Roma no se estimaba socialmente ni la industria ni el comercio. No se conoce a nadie


que gozara de reputación y hubiese hecho su fortuna mediante la manufactura. El tráfico
en gran escala era algo muy distinto ante sus ojos.

El capital excedente podía también invertirse en préstamos. La práctica de cobrar interés


se había desaprobado otrora, e incluso había sido prohibida pero luego de un tiempo se
terminó aceptando. La mayor parte de estos préstamos se concedían probablemente
durante breves períodos, para gastos personales y quizá también los concedían los
patrones para instalar sus libertos en talleres o fábricas. Aun así los ricos se sentían
tentados no a invertir y acumular, sino a gastar.

Para hacer una carrera política era casi necesaria la prodigalidad, pues había que
procurar juegos, larguezas de toda especie e incluso sobornos sin disimulo alguno. La
mezquindad significaba el fracaso en las urnas.

La mayor riqueza provenía entonces del ejercicio del poder. Fue probablemente el
comercio lo que dio a Roma una ventaja marginal sobre las ciudades vecinas al
comienzo de su historia.

La tierra era el modo más seguro y más aceptado socialmente de invertir los bienes
obtenidos en la guerra y el gobierno. Los ricos no carecían de motivo para tomar todo lo
que podían del campesinado empobrecido. Así, pues, las pequeñas propiedades tendían
a ser absorbidas por las grandes aunque nunca desaparecieron por entero.

Los beneficios del Imperio capacitaban a las clases altas para importar centenares de
esclavos, cargamentos enteros de piezas griegas de arte, etc.

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De acuerdo con las normas modernas, el mundo antiguo fue siempre pobre y
“subdesarrollado”. Si algún progreso se lograba, era inevitable que la gran mayoría
siguiera ajustada a los mismos moldes, para que los muy pocos tuvieran los medios y el
ocio que les permitieran cultivar las artes y las ciencias.

PLEBEYOS CONTRA PATRICIOS, 509-287

Al principio Roma fue gobernada por un rey electo; a su muerte el poder pasaba a un “rey
interno” (interrex)

Los senadores constituían el consejo del rey, pero, como los magistrados en tiempos de
la República, no limitaban su decisión formalmente.

Comandaba en la guerra y tenía jurisdicción sobre la vida y la muerte. Los romanos


expresaban la suma de estas prerrogativas militares y jurídicas en la palabra imperium; el
general era un imperator. De acuerdo con la tradición, el último rey, Tarquino el Soberbio,
hizo un ejercicio tiránico del poder y fue destronado por los nobles. En la Roma histórica
la palabra regnum evocaba algo maligno.

Es posible que la monarquía fuera destituida por una revolución en lugar de haber ido
desapareciendo gradualmente.

Los romanos sustituyeron al rey por dos magistrados, llamados posteriormente cónsules,
que se mantenían en su cargo sólo durante un año y que no eran reelegibles
inmediatamente. Heredaron el poder real.

La participación en el Senado duraba de por vida, ellos mismos eran senadores y estaba
en su propio interés el aumentar la autoridad de un cuerpo en el que tenían voz
permanente antes de que la de una magistratura que habrían de perder tan pronto. En
caso de dificultades los romanos designaban a un solo hombre como dictador para que
ejerciera un poder sin control, pero cargo que duraba solo seis meses.

Con el correr del tiempo, la multiplicación de las empresas hizo necesaria la elección de
otros magistrados anuales: los cuestores que asistían en la administración financiera; los
ediles, que supervisaban las edificaciones, las calles y los mercados de la ciudad; los
pretores, que hacían justicia en Roma y más tarde gobernaron las provincias de ultramar.
Se ascendía esta escala de promociones peldaño por peldaño a los pretores y cónsules
a menudo debía prorrogárseles uno o varios años el poder después de expirado el
tiempo en su cargo, ya fuera sobre los ejércitos o en las provincias. Los que habían sido
ya cónsules, podían alcanzar el apogeo de su carrera política como censores; se les
encargaba cada cinco años el registro de los ciudadanos en un censo, hacer la nómina
del Senado, librar contratos públicos y vigilar la moral de los ciudadanos. Pero los
cónsules seguían siendo siempre la cabeza del Estado.

La soberanía, en un cierto sentido, pertenecía al pueblo. Solo el pueblo elegía a los


magistrados, declaraba la guerra, celebraba tratados y promulgaba leyes.

Aun así las asambleas del pueblo estaban muy lejos de la democracia. Había más de
una clase de asamblea; hablaremos aquí solo de la de las centurias, en la que las
unidades que emitían su voto estaban compuestas de
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“centurias, originariamente batallones de guerreros. Las centurias se dividían de acuerdo
con la clase a la que pertenecían sus miembros.

El Senado y los príncipes eran en realidad los dueños del poder. Nominalmente asesor,
el Senado no daba órdenes a los magistrados, sino que les señalaba el camino por
seguir.

Se nos dice que originariamente todos los plebeyos eran clientes de los patricios y,
aunque a principios de la República muchos plebeyos estuvieron libres de tener que
servir como clientes, las casas nobles tenían numerosos dependientes.

A comienzos de la República, solo los patricios eran nobles. Aun cuando eran elegibles
por ley, los plebeyos ricos apenas podían competir, a no ser que se convirtieran en
campeones populares, cosas raras dado que sus intereses coincidían en general con los
de los patricios. En el 366 insistían en que se prescribiera que uno de los cónsules fuera
siempre un plebeyo, y aun así durante muchos años, los electores desafiaron a la ley y
escogieron a dos patricios.

En el 494 un gran conjunto de plebeyos se asentó en masas en las afueras de Roma y


se rehusó a servir en el ejército. Una “secesión” o huelga semejante se manifestó sin
duda en el 287; y tuvo que producirse una acción revolucionaria similar, para explicar la
concesión que los patricios se vieron obligados a dar: la creación del tribunado de
plebeyos. Los diez tribunados eran plebeyos elegidos anualmente por una asamblea
organizada en unidades electorales llamadas tribus. Eran estas divisiones locales del
Estado.

Esta asamblea fue verdaderamente democrática en un comienzo, cuando las tribus eran
probablemente de número aproximadamente igual; los ricos no contaban con un poder
electoral superior. La función original de los tribunos era proteger a los romanos humildes
contra la opresión de los magistrados. Lo hacían interponiéndose literalmente entre ellos
y sus víctimas (intercessio). Los magistrados no se atrevían a tocar a sus personas. Pero
su poder se limitaba a la ciudad.

Hacia el final de la lucha pudieron obtener el derecho de veto a los actos de opresión
cometidos por los magistrados contra los individuos.

Cronistas afirman que a principios del siglo V, los tribunos intentaron conquistar el poder
de juzgar la vida de los patricios ante las tribus. Estas historias tienen probablemente una
base en los hechos, pues las Doce Tablas determinan que sólo la asamblea de centurias
es competente para juzgar la vida de un ciudadano. Sólo en la ciudad podía un tribuno
intervenir personalmente entre un magistrado y un ciudadano.

Todos los otros cargos no tardaron en volverse accesibles para los plebeyos, y en el 300,
llegaron a ser elegibles para los grandes colegios sacerdotales, cuyos miembros a
menudo utilizaban su acreditado conocimiento de la voluntad divina para obstruir
medidas políticas odiosas. En el 172 por primera vez, ambos cónsules fueron plebeyos, y
en adelante esto resultó común.

El problema de la deuda provocó la última gran explosión en la lucha entre las clases.
Llevó una vez más a los plebeyos a la secesión en el 287 a.C. Se designó un dictador
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llamado Quinto Hortensio que alivió la situación, promulgó la ley de acuerdo con el cual
se concedió plena competencia legislativa a la asamblea tribal con presidencia de un
tribuno.

Roma estaba convirtiéndose en una gran ciudad. Como censor en el 312 Apio Claudio
construyó el primer gran camino pavimentado y un acueducto. Apio fue quizás el primero
en conceder el voto a los libertos, pero los censores posteriores los restringieron.

REFORMA Y REACCIÓN, 133-79

La avaricia de la clase gobernante se reflejaba en la miseria y el descontento de las


masas, en este contexto, la ambición de hombres como Mario y Sila, Pompeyo y César,
iba a hacer naufragar el orden establecido.

Explicar la crisis del 133 en términos de disputas faccionales constituye un error


fundamental.

Tiberio se interesó por el empobrecimiento de los ciudadanos y el aumento de la mano


de obra esclava.

Proyectaba distribuir la tierra pública entre los pobres, de la que grandes extensiones
habían sido “ocupadas” sencillamente para cultivo exclusivo de “propietarios” o servían
como terreno de pastoreo común.

Los propietarios ricos lograron que otro tribuno, Marco Octavio, vetara el proyecto de
Tiberio. Como Octavio se rehusó a retirar su veto, Tiberio presentó otro proyecto para
deponerlo.

El proyecto de ley fue promulgado y se designó un triunvirato en el que figuraban el


mismo Tiberio, su joven hermano Cayo y su suegro, Apio, con el objeto de que fuera
aplicada.

Se necesitaba dinero para equipar las nuevas granjas, pero la suerte le llegó del cielo.
Átalo III, rey de Pérgamo en el oeste de Asia Menor, legó a Roma su propiedad personal
y su reino con lo cual se financió el proyecto.

Una vez promulgada la ley agraria, los partidarios de Tiberio habían abandonado Roma,
y como las elecciones se celebraban en tiempo de cosecha, no podía contar con su
regreso.

Muchos de sus colegas se opusieron a su reelección, y mientras en la asamblea se


discutía, el Senado se reunió y decidió impedir un golpe revolucionario antes de que
fuera demasiado tarde, fue muerto a palos junto con muchos de sus partidarios.

Este fue un simple asesinato pero respaldado por los cónsules del 132, quienes
condenaron a muerte a muchos más de los que apoyaron a Tiberio, alegando que habían
sido conspiradores revolucionarios.

El Senado no se aventuró a anular la ley agraria, y la comisión, alterada en cuanto a los


miembros que la componían, siguió sus tareas, pues las tribus siempre elegían a
partidarios de los Gracos.
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Cayo Graco llegó a ser tribuno en diciembre de 124. Aún más elocuente que su hermano,
fértil en ideas y de ilimitada energía, había aprendido del fracaso de Tiberio y debió su
triunfo al hecho de haber advertido que un reformador no podía apoyarse sólo en el
campesinado, sino que tenía que vencer al Senado mediante la creación de una coalición
de otros intereses.

Los fragmentos muestran que Cayo promulgó una ley sobre las tierras públicas que
reemplazaba a la de su hermano. Cayo fundó o propuso la fundación de algunas
colonias. Se estableció una colonia allende el mar en la parte fértil de Cartago,
abandonada desde su destrucción en el 146.

El modo más adecuado de concebir los planes coloniales de Cayo es considerarlos una
prolongación de la política de rehabilitación del campesinado seguida por su hermano.

La ley según la cual debían ser reclutados los muchachos de menos de 18 años y la de
que se debía dar ropa gratuita a los soldados, también benefició al campesinado, que era
el proveedor de legionario.

Cayo dispuso que recibieran mensualmente raciones de grano a un precio fijo,


subsidiado por el Estado.

Cayo necesitaba nuevos ingresos. Instituyó nuevos derechos de aduana,


presumiblemente en Italia, pero en lo principal debió considerar las provincias, también
tasas sobre el ganado y la aduana.

Estaba también decidido a proteger al pueblo corriente contra el ejercicio unilateral de la


justicia por una corte senatorial que había provocado la muerte de los partidarios de su
hermano. Probablemente su primera medida fue declarar por ley que no podía someterse
a juicio la vida de ningún ciudadano, salvo que el pueblo lo ordenara.

El objetivo último de Cayo era elevar a los latinos a la ciudadanía, y a los otros italianos
al derecho latino. Pero tuvo que postergar su propósito hasta el 122, y entonces había
perdido su influencia.

Los Gracos pusieron de manifiesto todas las fuerzas divisorias de la sociedad romana, y
sus reformas y ruina comenzaron a mover los acontecimientos que culminarían con la
caída de la República.

Quizá ningún popular, al menos después de los Gracos, fuera sincero; quizás todos
buscaban solamente satisfacer su ambición o la de su jefe.

Ni los optimates ni los populares constituían partidos con una vida permanente. El
Senado se mantenía casi siempre dividido en facciones.

Cayo Mario fue electo cónsul para el período del 107 por las centurias, en desafío de la
nobleza; el voto de las tribus lo escogió para el mando. Mario fue reelecto cónsul en el
104 y se le dio el mando en el norte.

Realizó cambios en el reclutamiento de soldados incluyendo a los proletarii en el ejército.

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Sila un optimates devoto de la supremacía del Senado partió hacia el este, donde en
pocos años derrotó a Mitrídades y restauró el poder romano.

Mario se unió con Cinna, un cónsul elegido en el 87 A.c, ambos pudieron movilizar
fuerzas que virtualmente hicieran perecer de hambre a Roma. Los vencedores
penetraron en la ciudad y proscribieron a los principales senadores; se condenó a muerte
a algunos de los hombres más eminentes de Roma. Mario recibió el mando en el este,
pero murió antes de que pudiera asumir su cargo.

En el 83 regresó Sila decidido a vengarse. Tenía un ejército bien adiestrado aunque


pequeño. Cinna había sido ya muerto por soldados los que había intentado llevar al este,
anticipándose a Sila en una ofensiva. Sus sucesores eran incompetentes.

Gneo Pompeyo (106-48) reunió para Sila tres legiones. Quien se convirtió en amo del
Estado y utilizó su poder para reconstruir el sistema político de acuerdo con los intereses
de la oligarquía.

Se había nombrado a si mismo dictador. Se hizo dictador sin límite de tiempo y con poder
legislativo, aunque prefirió que el pueblo ratificara sus leyes.

Cuando hubo finalizado su tarea se retiró, a principios del 78 murió repentinamente.

Mario y Cinna habían ejecutado a unos pocos de sus principales opositores; el primer
paso de Sila como dictador fue proscribir sistemáticamente a más de 2000 hombres de
nota que habían dado algún apoyo a los partidarios de Mario en la guerra.

A los hijos de los proscriptos se les impedía ocupar cargos públicos y se confiscaban sus
propiedades.

El objetivo de Sila no era solamente castigar a sus enemigos, sino, además,


recompensar a sus amigos.

Muchos partidarios de Mario habían sido grandes propietarios. A los partidarios de Sila
se les permitió adquirir gran parte de esta propiedad a precios mínimos.

La plebe no tenía poder alguno a no ser que pudieran hallar a un jefe entre los
magistrados, generalmente, los tribunos. Sila limitó el veto tribunicio y privó a los tribunos
del derecho de propiciar leyes, en todo caso sin que mediara la sanción previa del
Senado.

Sila creó una o dos nuevas cortes permanentes para juzgar en lo criminal y revisó todas
las leyes penales. Sila logró muy como más que acrecentar la miseria humana. Su
sistema no tardó en desmoronarse, fue duro para los Équites, la multitud urbana, los
desposeídos y los nuevos ciudadanos y no logró recompensar a los soldados.

LA CAIDA DE LA REPUBLICA, 78 – 27

Apenas había muerto Sila, cuando el descontento estalló con violencia. En Etruria los
campesinos desposeídos atacaron a los colonos bajo el pretexto de restaurar el orden, el
cónsul del 78, Marco Emiliano Lépido, reclutó un ejército formidable y exigió la re

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institución de la distribución de granos, la restauración del poder tribunicio, la restitución a
las comunidades italianos de los derechos de ciudadanía que Sila había eliminado.

En su derrota desempeñó un papel esencial el joven Pompeyo, nuevamente llamado


para convocar y dirigir un ejército, aunque no ocupara ningún cargo público. Entonces y
durante los diez años siguientes el Senado sufrió la desventaja de carecer talentos. En
España, un brillante oficial, Quinto Sertorio, había ya conducido una rebelión con la
participación casi exclusiva de nativos, era necesario reforzar a Metelo y el Senado no
tuvo otra alternativa que enviar a Pompeyo.

Las notables hazañas de Pompeyo le inspiraron una inusitada ambición que iba a ser
fatal para la república. Tenía el don de la organización, aun así no fue leal a los
optimates al promover la carrera de César, quien iba a destruirlo. Si no hubiera sido por
la amistad de Pompeyo, Cesar no habría tenido nunca la oportunidad de conquistar
Galia.

Con los levantamientos de Lépido y Espartaco volvieron a surgir en una escala menor las
miserias provocadas por las guerras civiles, la expropiación forzosa era más común.

Pompeyo volvió en el 71 y decidió buscar el privilegio de ser electo cónsul, aprobó


abiertamente la restauración de los viejos tribunicios, encontró en Craso como aliado,
este había aplastado la rebelión de los esclavos, y había amasado una gran fortuna.
Juntos promulgaron una ley que suprimía las limitaciones que había impuesto Sila al
poder de los tribunos. Pompeyo con un inmenso poder se abrió paso en las rutas
marítimas limpiándolos de piratas que atacaban los cargamentos de granos.

Salustio consideró que Pompeyo había restaurado los derechos tribunicios sólo para
facilitar su agigantamiento personal. Las fuerzas de que este disponía lo volvían
potencialmente amo del Estado.

Craso trató de asentar su propia influencia para contrarrestar la de Pompeyo, contaba


con la ayuda de Cayo Julio Cesar, joven patricio opositor a los optimates. Tanto Craso
como Cesar habían intentado conferir la ciudadanía a los pueblos del norte de Italia.

Un nuevo personaje se asomó con el apoyo de los Équites, Cicerón. Este promulgaba
una “igualdad” política.

Cesar presentó una ley agraria en la que proveía a los veteranos y 20000 pobres con tres
o más hijos de tierras en forma de asignaciones.

Reconciliados con Pompeyo, los optimates no habían perdonado a César y tenían


intención de hacerlo volver para que se rindiera. Pompeyo reclutó un par legiones para
enfrentarlo, pero no pudo mantener la unidad de su ejército, retirándose poco a poco a
través del Adriático. En sucesivas campañas (49 y 48) César aniquiló sus ejércitos en
España, primero, y luego en el este. Refugiado en Egipto, Pompeyo fue muerto. César
era amo de Roma e Italia.

Al principio muchos esperaban que César proscribiera a sus enemigos, redistribuyera las
tierras y cancelar las deudas. En el 49 Cesar exhibió tanto respeto por la corrección legal
y los derechos de propiedad como las condiciones lo permitían.
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Aun así, él que había profesado fidelidad a los principios populares se reservó la elección
de muchos de los magistrados y privó al pueblo de derechos electorales. Fue un
monarca pero no pudo fundar una monarquía. Aunque a último momento promovió
reformas útiles algunas de las cuales revelan viejas simpatías populares.

No obstante, fue asesinado el 15 de marzo del 44 por hombres a quienes él había


perdonado o que habían luchado por él. Tenían esperanza de que, si eliminaban al
monarca, se restablecería la República y el poder de su propia clase.

Una serie de hábiles maniobras pronto convirtieron a Antonio casi en amo del Estado, su
éxito habría sido completo, si hubiera tenido apoyo de todos los partidarios de César,
pero algunos lo dejaron de lado por Cayo Octavio (heredero de Cesar). Antonio halló
nuevo apoyo en las provincias occidentales, comprendió entonces la necesidad de un
trato con Octavio, por su parte Octavio deseaba vengarse de los asesinos de su padre
adoptivo que mandaban los grandes ejércitos del este. Este venció a Antonio en Accio
(31).

La paz se restauró y pudo exclamar con cierta justicia que gobernaba con el
consentimiento de todos. Necesitaba la cooperación de la clase superior. Reconoció que
tenían un apego sentimental por la vieja república y, por fin, en el 27 fingió restaurarla y
convertirse en el primer ciudadano (prínceps).

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