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En el año 753 a.C. nació una nueva ciudad. El tiempo se ha encargado de demostrar que
este acontecimiento resultó decisivo para la civilización occidental. Sin embargo, la
leyenda envuelve todo lo referente al nacimiento de Roma, en el que, de uno u otro
modo, se ven involucradas algunas divinidades, sin duda en un intento de atribuir un
origen divino a la ciudad de las siete colinas. En las siguientes páginas, explicaremos
cómo y dónde se fundó Roma, y qué hechos se produjeron durante los primeros siglos
de su existencia.
Según nos cuenta el historiador Plutarco, que cita fuentes griegas, los gemelos, Rómulo
y Remo, participaron en su fundación. Para obtener más datos sobre ambos personajes,
tendremos que remontarnos tiempo atrás, hasta llegar a uno de los episodios más
famosos de la antigüedad, la guerra de Troya. Ahí comienza a fraguarse la historia de los
dos hermanos.
Trasladémonos a Troya en el momento en que, tras varios años de asedio, es tomada al
fin por los aqueos gracias a la célebre estratagema urdida por Ulises. Los griegos
fingiendo que regresan a su patria han abandonado en la playa un gran caballo de
madera repleto de guerreros. Los troyanos, engañados, lo introducen dentro de sus
murallas, y celebran la victoria. Los hombres escondidos en el caballo de madera
descienden de él, abren las puertas de Troya a sus compañeros, y, aprovechando el
desconcierto existente, prenden fuego a la ciudad.
En ese instante, un troyano que había desempeñado un importante papel en la guerra se
ve obligado a abandonar Troya que desaparece pasto de las llamas. Se trata de Eneas,
el hijo de la diosa Venus y del mortal Anquises, que, con su anciano padre en los
hombros, su hijo Ascanio cogido de la mano, y unos cuantos hombres se dirige hacia
unas naves que le llevarán a lejanas y desconocidas tierras en las que fundará una
nueva Troya.
Tras un largo periplo llega a las costas itálicas, en concreto, al Lacio, y allí es recibido
por el rey Latino, a quien un oráculo había vaticinado que su hija Lavinia se casaría con
un extranjero. Por tanto, cuando llega Eneas, Latino, acatando aquel vaticinio, le entrega
por esposa a Lavinia, que también era pretendida por Turno, rey del vecino pueblo de los
rútulos. Los duros enfrentamientos entre Eneas y Turno se zanjan con la victoria del
primero, que, finalmente, se casa con Lavinia. Y funda la ciudad de Lavinio en honor a su
esposa.
Más tarde, después de la desaparición de Eneas, su hijo Ascanio continuó la guerra con
los rútulos, y, tras vencerlos, fundó Alba Longa. Diversos reyes se sucedieron en el
trono de la ciudad. El último de ellos, Procas, dejó a su muerte dos hijos: Numitor que
debía heredar el trono por ser el mayor, y Amulio. Este último le arrebató el trono al
primero, y, para evitar que los posibles descendientes de aquél se vengasen por tal
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comportamiento, obligó a Rhea Silvia, hija de Numitor, a hacerse vestal. De este modo,
no podría casarse ni tener descendencia.
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, se enamoró de la muchacha y se unió a ella.
De esa unión nacieron unos gemelos, Rómulo y Remo. Rhea Silvia fue condenada a
muerte por violar el voto de castidad al que estaban obligadas las vestales. Por otra
parte, los dos niños fueron introducidos en una cesta y dejados en el río Tíber para que
se ahogaran. No obstante, la crecida del río llevó mansamente la cesta junto al Palatino.
Allí una loba que se acercó alertada por el llanto de los pequeños, los amamantó hasta
que fueron recogidos por el pastor de los rebaños del rey Amulio. Este hombre, llamado
Faústulo, los crio, y, cuando se hicieron mayores, les reveló su identidad.
En general, los gobiernos locales eran oligárquicos. Las noblezas locales, por lo tanto
dominaban sus ciudades patrias. Eran ellas las que hacían conocer al Senado los
deseos de su pueblo y podían ejercer su influencia a través de vínculos de amistad y
hospitalidad que los ligaban con las grandes casa de Roma.
Los cargos de menor importancia en Roma eran llenados por la asamblea tribal, en la
que, si bien los votantes ricos no predominaban los magnates locales tenía mayor
oportunidad de obtenerlos si lograban, quizás a sus propias expensas, trasladar el pueblo
de su municipalidad y las municipalidades vecinas con el objeto de votar por un “hijo
favorito”.
La creencia según la cual el servicio voluntario se había vuelto por entonces más
frecuente que cuanto las pruebas permiten suponerlo, se basa en la suposición de que el
soldado tenía posibilidades de enriquecerse, no a través de su magra paga sino del
pillaje, los donativos de los generales y la distribución de tierras al producirse la baja.
Pero las guerras y la conscripción agravaron sin duda el progresivo empobrecimiento del
campesinado, las clases superiores se enriquecieron. Los senadores obtenían enormes
beneficios de los botines, donativos en concepto de gastos y tasas ilícitas impuestas al
pueblo. La expansión de Roma profundizó el abismo entre las clases.
Para hacer una carrera política era casi necesaria la prodigalidad, pues había que
procurar juegos, larguezas de toda especie e incluso sobornos sin disimulo alguno. La
mezquindad significaba el fracaso en las urnas.
La mayor riqueza provenía entonces del ejercicio del poder. Fue probablemente el
comercio lo que dio a Roma una ventaja marginal sobre las ciudades vecinas al
comienzo de su historia.
La tierra era el modo más seguro y más aceptado socialmente de invertir los bienes
obtenidos en la guerra y el gobierno. Los ricos no carecían de motivo para tomar todo lo
que podían del campesinado empobrecido. Así, pues, las pequeñas propiedades tendían
a ser absorbidas por las grandes aunque nunca desaparecieron por entero.
Los beneficios del Imperio capacitaban a las clases altas para importar centenares de
esclavos, cargamentos enteros de piezas griegas de arte, etc.
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De acuerdo con las normas modernas, el mundo antiguo fue siempre pobre y
“subdesarrollado”. Si algún progreso se lograba, era inevitable que la gran mayoría
siguiera ajustada a los mismos moldes, para que los muy pocos tuvieran los medios y el
ocio que les permitieran cultivar las artes y las ciencias.
Al principio Roma fue gobernada por un rey electo; a su muerte el poder pasaba a un “rey
interno” (interrex)
Los senadores constituían el consejo del rey, pero, como los magistrados en tiempos de
la República, no limitaban su decisión formalmente.
Es posible que la monarquía fuera destituida por una revolución en lugar de haber ido
desapareciendo gradualmente.
Los romanos sustituyeron al rey por dos magistrados, llamados posteriormente cónsules,
que se mantenían en su cargo sólo durante un año y que no eran reelegibles
inmediatamente. Heredaron el poder real.
La participación en el Senado duraba de por vida, ellos mismos eran senadores y estaba
en su propio interés el aumentar la autoridad de un cuerpo en el que tenían voz
permanente antes de que la de una magistratura que habrían de perder tan pronto. En
caso de dificultades los romanos designaban a un solo hombre como dictador para que
ejerciera un poder sin control, pero cargo que duraba solo seis meses.
Con el correr del tiempo, la multiplicación de las empresas hizo necesaria la elección de
otros magistrados anuales: los cuestores que asistían en la administración financiera; los
ediles, que supervisaban las edificaciones, las calles y los mercados de la ciudad; los
pretores, que hacían justicia en Roma y más tarde gobernaron las provincias de ultramar.
Se ascendía esta escala de promociones peldaño por peldaño a los pretores y cónsules
a menudo debía prorrogárseles uno o varios años el poder después de expirado el
tiempo en su cargo, ya fuera sobre los ejércitos o en las provincias. Los que habían sido
ya cónsules, podían alcanzar el apogeo de su carrera política como censores; se les
encargaba cada cinco años el registro de los ciudadanos en un censo, hacer la nómina
del Senado, librar contratos públicos y vigilar la moral de los ciudadanos. Pero los
cónsules seguían siendo siempre la cabeza del Estado.
Aun así las asambleas del pueblo estaban muy lejos de la democracia. Había más de
una clase de asamblea; hablaremos aquí solo de la de las centurias, en la que las
unidades que emitían su voto estaban compuestas de
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“centurias, originariamente batallones de guerreros. Las centurias se dividían de acuerdo
con la clase a la que pertenecían sus miembros.
El Senado y los príncipes eran en realidad los dueños del poder. Nominalmente asesor,
el Senado no daba órdenes a los magistrados, sino que les señalaba el camino por
seguir.
Se nos dice que originariamente todos los plebeyos eran clientes de los patricios y,
aunque a principios de la República muchos plebeyos estuvieron libres de tener que
servir como clientes, las casas nobles tenían numerosos dependientes.
A comienzos de la República, solo los patricios eran nobles. Aun cuando eran elegibles
por ley, los plebeyos ricos apenas podían competir, a no ser que se convirtieran en
campeones populares, cosas raras dado que sus intereses coincidían en general con los
de los patricios. En el 366 insistían en que se prescribiera que uno de los cónsules fuera
siempre un plebeyo, y aun así durante muchos años, los electores desafiaron a la ley y
escogieron a dos patricios.
Esta asamblea fue verdaderamente democrática en un comienzo, cuando las tribus eran
probablemente de número aproximadamente igual; los ricos no contaban con un poder
electoral superior. La función original de los tribunos era proteger a los romanos humildes
contra la opresión de los magistrados. Lo hacían interponiéndose literalmente entre ellos
y sus víctimas (intercessio). Los magistrados no se atrevían a tocar a sus personas. Pero
su poder se limitaba a la ciudad.
Hacia el final de la lucha pudieron obtener el derecho de veto a los actos de opresión
cometidos por los magistrados contra los individuos.
Cronistas afirman que a principios del siglo V, los tribunos intentaron conquistar el poder
de juzgar la vida de los patricios ante las tribus. Estas historias tienen probablemente una
base en los hechos, pues las Doce Tablas determinan que sólo la asamblea de centurias
es competente para juzgar la vida de un ciudadano. Sólo en la ciudad podía un tribuno
intervenir personalmente entre un magistrado y un ciudadano.
Todos los otros cargos no tardaron en volverse accesibles para los plebeyos, y en el 300,
llegaron a ser elegibles para los grandes colegios sacerdotales, cuyos miembros a
menudo utilizaban su acreditado conocimiento de la voluntad divina para obstruir
medidas políticas odiosas. En el 172 por primera vez, ambos cónsules fueron plebeyos, y
en adelante esto resultó común.
El problema de la deuda provocó la última gran explosión en la lucha entre las clases.
Llevó una vez más a los plebeyos a la secesión en el 287 a.C. Se designó un dictador
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llamado Quinto Hortensio que alivió la situación, promulgó la ley de acuerdo con el cual
se concedió plena competencia legislativa a la asamblea tribal con presidencia de un
tribuno.
Roma estaba convirtiéndose en una gran ciudad. Como censor en el 312 Apio Claudio
construyó el primer gran camino pavimentado y un acueducto. Apio fue quizás el primero
en conceder el voto a los libertos, pero los censores posteriores los restringieron.
Proyectaba distribuir la tierra pública entre los pobres, de la que grandes extensiones
habían sido “ocupadas” sencillamente para cultivo exclusivo de “propietarios” o servían
como terreno de pastoreo común.
Los propietarios ricos lograron que otro tribuno, Marco Octavio, vetara el proyecto de
Tiberio. Como Octavio se rehusó a retirar su veto, Tiberio presentó otro proyecto para
deponerlo.
Se necesitaba dinero para equipar las nuevas granjas, pero la suerte le llegó del cielo.
Átalo III, rey de Pérgamo en el oeste de Asia Menor, legó a Roma su propiedad personal
y su reino con lo cual se financió el proyecto.
Una vez promulgada la ley agraria, los partidarios de Tiberio habían abandonado Roma,
y como las elecciones se celebraban en tiempo de cosecha, no podía contar con su
regreso.
Este fue un simple asesinato pero respaldado por los cónsules del 132, quienes
condenaron a muerte a muchos más de los que apoyaron a Tiberio, alegando que habían
sido conspiradores revolucionarios.
Los fragmentos muestran que Cayo promulgó una ley sobre las tierras públicas que
reemplazaba a la de su hermano. Cayo fundó o propuso la fundación de algunas
colonias. Se estableció una colonia allende el mar en la parte fértil de Cartago,
abandonada desde su destrucción en el 146.
El modo más adecuado de concebir los planes coloniales de Cayo es considerarlos una
prolongación de la política de rehabilitación del campesinado seguida por su hermano.
La ley según la cual debían ser reclutados los muchachos de menos de 18 años y la de
que se debía dar ropa gratuita a los soldados, también benefició al campesinado, que era
el proveedor de legionario.
El objetivo último de Cayo era elevar a los latinos a la ciudadanía, y a los otros italianos
al derecho latino. Pero tuvo que postergar su propósito hasta el 122, y entonces había
perdido su influencia.
Los Gracos pusieron de manifiesto todas las fuerzas divisorias de la sociedad romana, y
sus reformas y ruina comenzaron a mover los acontecimientos que culminarían con la
caída de la República.
Quizá ningún popular, al menos después de los Gracos, fuera sincero; quizás todos
buscaban solamente satisfacer su ambición o la de su jefe.
Ni los optimates ni los populares constituían partidos con una vida permanente. El
Senado se mantenía casi siempre dividido en facciones.
Cayo Mario fue electo cónsul para el período del 107 por las centurias, en desafío de la
nobleza; el voto de las tribus lo escogió para el mando. Mario fue reelecto cónsul en el
104 y se le dio el mando en el norte.
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Sila un optimates devoto de la supremacía del Senado partió hacia el este, donde en
pocos años derrotó a Mitrídades y restauró el poder romano.
Mario se unió con Cinna, un cónsul elegido en el 87 A.c, ambos pudieron movilizar
fuerzas que virtualmente hicieran perecer de hambre a Roma. Los vencedores
penetraron en la ciudad y proscribieron a los principales senadores; se condenó a muerte
a algunos de los hombres más eminentes de Roma. Mario recibió el mando en el este,
pero murió antes de que pudiera asumir su cargo.
Gneo Pompeyo (106-48) reunió para Sila tres legiones. Quien se convirtió en amo del
Estado y utilizó su poder para reconstruir el sistema político de acuerdo con los intereses
de la oligarquía.
Se había nombrado a si mismo dictador. Se hizo dictador sin límite de tiempo y con poder
legislativo, aunque prefirió que el pueblo ratificara sus leyes.
Mario y Cinna habían ejecutado a unos pocos de sus principales opositores; el primer
paso de Sila como dictador fue proscribir sistemáticamente a más de 2000 hombres de
nota que habían dado algún apoyo a los partidarios de Mario en la guerra.
A los hijos de los proscriptos se les impedía ocupar cargos públicos y se confiscaban sus
propiedades.
Muchos partidarios de Mario habían sido grandes propietarios. A los partidarios de Sila
se les permitió adquirir gran parte de esta propiedad a precios mínimos.
La plebe no tenía poder alguno a no ser que pudieran hallar a un jefe entre los
magistrados, generalmente, los tribunos. Sila limitó el veto tribunicio y privó a los tribunos
del derecho de propiciar leyes, en todo caso sin que mediara la sanción previa del
Senado.
Sila creó una o dos nuevas cortes permanentes para juzgar en lo criminal y revisó todas
las leyes penales. Sila logró muy como más que acrecentar la miseria humana. Su
sistema no tardó en desmoronarse, fue duro para los Équites, la multitud urbana, los
desposeídos y los nuevos ciudadanos y no logró recompensar a los soldados.
LA CAIDA DE LA REPUBLICA, 78 – 27
Apenas había muerto Sila, cuando el descontento estalló con violencia. En Etruria los
campesinos desposeídos atacaron a los colonos bajo el pretexto de restaurar el orden, el
cónsul del 78, Marco Emiliano Lépido, reclutó un ejército formidable y exigió la re
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institución de la distribución de granos, la restauración del poder tribunicio, la restitución a
las comunidades italianos de los derechos de ciudadanía que Sila había eliminado.
Las notables hazañas de Pompeyo le inspiraron una inusitada ambición que iba a ser
fatal para la república. Tenía el don de la organización, aun así no fue leal a los
optimates al promover la carrera de César, quien iba a destruirlo. Si no hubiera sido por
la amistad de Pompeyo, Cesar no habría tenido nunca la oportunidad de conquistar
Galia.
Con los levantamientos de Lépido y Espartaco volvieron a surgir en una escala menor las
miserias provocadas por las guerras civiles, la expropiación forzosa era más común.
Salustio consideró que Pompeyo había restaurado los derechos tribunicios sólo para
facilitar su agigantamiento personal. Las fuerzas de que este disponía lo volvían
potencialmente amo del Estado.
Un nuevo personaje se asomó con el apoyo de los Équites, Cicerón. Este promulgaba
una “igualdad” política.
Cesar presentó una ley agraria en la que proveía a los veteranos y 20000 pobres con tres
o más hijos de tierras en forma de asignaciones.
Al principio muchos esperaban que César proscribiera a sus enemigos, redistribuyera las
tierras y cancelar las deudas. En el 49 Cesar exhibió tanto respeto por la corrección legal
y los derechos de propiedad como las condiciones lo permitían.
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Aun así, él que había profesado fidelidad a los principios populares se reservó la elección
de muchos de los magistrados y privó al pueblo de derechos electorales. Fue un
monarca pero no pudo fundar una monarquía. Aunque a último momento promovió
reformas útiles algunas de las cuales revelan viejas simpatías populares.
Una serie de hábiles maniobras pronto convirtieron a Antonio casi en amo del Estado, su
éxito habría sido completo, si hubiera tenido apoyo de todos los partidarios de César,
pero algunos lo dejaron de lado por Cayo Octavio (heredero de Cesar). Antonio halló
nuevo apoyo en las provincias occidentales, comprendió entonces la necesidad de un
trato con Octavio, por su parte Octavio deseaba vengarse de los asesinos de su padre
adoptivo que mandaban los grandes ejércitos del este. Este venció a Antonio en Accio
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La paz se restauró y pudo exclamar con cierta justicia que gobernaba con el
consentimiento de todos. Necesitaba la cooperación de la clase superior. Reconoció que
tenían un apego sentimental por la vieja república y, por fin, en el 27 fingió restaurarla y
convertirse en el primer ciudadano (prínceps).
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