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Hernando (TS) reclama que la jurisprudencia vincule con mayor fuerza a los jueces para
evitar sentencias contradictorias
El Rey presidió en el Tribunal Supremo la apertura del Año Judicial 2005-2006
El presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ),
Francisco Hernando, reclamó hoy durante su discurso con motivo de la apertura del Año
Judicial 2005-2006 que se dote a la jurisprudencia de mayor "fuerza vinculante" para
los jueces y tribunales, ante la "constatable presencia de resoluciones judiciales
contradictorias en España".
A juicio del presidente del alto Tribunal, este refuerzo de la doctrina, asentada mediante
las resoluciones reiteradas del Tribunal Supremo, serviría para subsanar una situación
actual de "deslegitimación" de la Justicia ante los ciudadanos.
En opinión de la más alta autoridad judicial, el orden jurídico español presta a los jueces
unos amplios márgenes de arbitrio y de apreciación a la hora de emitir sus resoluciones,
por una parte, mientas que por otra "no existe un contrapeso claro en el deber de
acatamiento de la jurisprudencia".
Entre las causas del actual problema, Hernando citó la propia mecánica de la prueba, el
deber de congruencia -que impide a los jueces separarse de lo que piden los litigantes-
y, principalmente, "esos amplios márgenes de arbitrio que el Derecho otorga a los
jueces a la hora de emitir sentencia.
Hernando afirmó que los propios "contornos imprecisos" de algunas normas obligan
con frecuencia al juez a "suplir decisiones que el legislador no quiso en su momento
afrontar".
Ante esta situación, el Tribunal Supremo debe jugar un papel crucial, según su principal
responsable, fijando el "trazado de la 'hoja de ruta' por la que moverse.
De lo que no cabe duda, según la reclamación de Hernando, es que "un estado de
dispersión o de imprevisibilidad de las sentencias resultaría difícilmente compatible con
el principio de igualdad ante la ley garantizado en nuestro texto constitucional, con el
principio de seguridad jurídica también en ella recogido, y que en buena medida esa
misma situación supondría una cierta quiebra de alguno de los complejos perfiles que
ostenta el principio de unidad jurisdiccional".
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MAJESTAD:
Un año más la Justicia española se honra con Vuestra
presencia en este solemne acto de apertura de Tribunales. Sabéis,
Majestad, que para nosotros es un acto de especial significación,
por lo que os agradecemos vivamente Vuestra presencia un año
más.
El transcurrido ha sido un año complejo para nuestra Justicia.
No sólo ha seguido aumentando la litigiosidad como en los años
anteriores, y ganando en complejidad, sino que, como los
ciudadanos en su conjunto, hemos tenido que adaptarnos a unas
transformaciones sociales que se suceden a velocidad de vértigo y
a un orden nacional y mundial sujeto a fuertes tensiones, que en
ocasiones han exigido respuestas procedentes del Poder Judicial
español.
Permitidme por ello, Majestad, que desde aquí felicite a
Jueces y Magistrados por el intenso esfuerzo desplegado en el año
que concluye. Un año en el que hemos hecho frente a aquel
aumento de la litigiosidad con un incremento significativo de nuestra
capacidad de resolución; una capacidad de esfuerzo y decisión que
ya en los ejercicios anteriores se encontraba en cabeza de los
Poderes Judiciales del mundo. De hecho, el año recientemente
concluido los Jueces y Magistrados de España resolvieron más
asuntos de los que entraron, lo que ha supuesto una reducción de
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los asuntos pendientes. Hemos podido romper, pues, las dinámicas
de aumento de la pendencia a las que veníamos sujetos los años
anteriores.
Quiero dar por otra parte desde aquí la bienvenida a cuantos
compañeros se han incorporado a la carrera judicial en este año.
Como les dije en el acto de entrega de despachos, han optado por
el desempeño de una de las funciones más complejas pero también
más elevadas y formativas que pueden ser arrostradas por
cualquiera. Quiero también, cómo no, despedirme de aquellos
compañeros que han alcanzado la jubilación y el merecido
descanso, y felicitarme por el lujo que para los ciudadanos y para
todos nosotros comporta el poder beneficiarnos del trabajo de
aquellos otros que han pasado a la condición de Eméritos.
Nos invade, por otra parte, el dolor por el fallecimiento de
algunos de nuestros queridos compañeros. Entre ellos Fernando
Fernández Martín, que en plena juventud nos dejaba este mes de
agosto. También Francisco Martínez Muñoz, Ángel Salas Molero,
Antonio Giralda Brito, Francisco José Fernández Cruz, Francisco
Raciones Carmona y Jesús Santolaria Fernández. Para todos los
fallecidos nuestro más afectuoso recuerdo, y para sus familias un
cálido abrazo.
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INDICE:
1.- ESTADO DE LA CUESTIÓN EN NUESTRO PAÍS.-
1.1.- UNAS IDEAS PREVIAS.-
1.2.- SENTENCIAS CONTRADICTORIAS.
1.3.- PESE A TODO, CONTRADICCIONES EN BUENA
MEDIDA ESTRUCTURALES.
1.4.- MÉTODO A SEGUIR.-
1.5.- OPINIÓN PÚBLICA, LEGITIMIDAD Y LEGITIMACIÓN.
1.6.- EFECTOS DE ESTE ESTADO DE COSAS.
2.- NATURALEZA Y CONTENIDO DEL JUICIO JURISDICCIONAL
Y LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA.-
2.1.- NATURALEZA Y CONTENIDO DEL JUICIO
JURISDICCIONAL.
2.2.- LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA.
3.- LA FUNCIÓN DEL RECURSO DE CASACIÓN COMO
INSTRUMENTO AL SERVICIO DE LA INTERPRETACIÓN
UNIFORME DEL DERECHO.
3.1.- PLANTEAMIENTO GENERAL.
1. Algunas peculiaridades de nuestro sistema casacional.
2. El sentido del recurso de casación y su evolución
histórica.
3.2 LA FUNCIÓN PROTECTORA DE LA LEY, OBJETIVO
INICIAL DEL RECURSO DE CASACIÓN.
3.3 EVOLUCIÓN DEL RECURSO DE CASACIÓN: LA
CASACIÓN COMO INSTRUMENTO AL SERVICIO DE LA
UNIFICACIÓN EN LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO.
3.4. UN APUNTE FINAL SOBRE LA PROTECCIÓN DEL IUS
CONSTITUTIONIS Y DEL IUS LITIGATORIS A TRAVÉS
DEL RECURSO DE CASACIÓN.
4.- EL RECURSO DE CASACIÓN, COMO INSTRUMENTO AL
SERVICIO DE LA INTERPRETACIÓN UNIFORME DEL
DERECHO ESPAÑOL.
5.- JURISPRUDENCIA VINCULANTE.-
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1.- ESTADO DE LA CUESTIÓN EN NUESTRO PAÍS.-
1.1.- UNAS IDEAS PREVIAS.-
Siempre he creído que la actitud que debe adoptar un responsable
público puede ser cualquier cosa menos acomodaticia, y todo menos temerosa
ante aquellos casos en los que una descubierta inicial revele la presencia de
obstáculos verdaderamente elevados.
Entre las mayores dignidades que pueden ser experimentadas por
cualquiera se encuentra precisamente, además, el desempeño de altas
funciones de responsabilidad pública. Pero aquella satisfacción que provoca
saberse fiduciario de la confianza ciudadana no debería consumirse en el
entorno infecundo del cultivo a las vanidades sino que tendría que tener como
contrapunto una importante capacidad de decisión servicial; valentía de
decisión que desde luego –me apresuro a decir- es cosa bien distinta de la
temeridad o el atolondramiento a la hora de arrostrar transformaciones de
especial enjundia, como aquella de la que me ocuparé en las palabras que
siguen.
Virtud fundamental de todo responsable público es además saber
escuchar. Ser capaz de salir del entorno más cotidiano para, desde fuera,
prestar oídos sensibles a todos aquellos que desde órbitas o perspectivas
diferentes comparten nuestro ámbito de responsabilidad, o sencillamente a
aquellos que son los destinatarios de nuestras decisiones. Además, si esa
virtud de la permeabilidad social del responsable público admitiera
gradaciones, todos los que desempeñamos tareas de Gobierno de la Justicia
debiéramos tenerla acendrada ya que nos corresponde compensar o
reequilibrar los efectos del obligado aislamiento estatutario al que la
independencia judicial somete a los Jueces y Magistrados en garantía del
ejercicio puro y límpido de su función jurisdiccional.
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Deseo por todo ello referirme hoy –ruego a Dios que el acierto me
acompañe en un empeño que sé complejo- a un área en la que las posiciones
de los juristas están importantemente polarizadas y donde existen escasas
posibilidades de concertación entre ellos. Con todo, se trata de un terreno que
se revela crucial para los ciudadanos, para su seguridad jurídica, para su
igualdad ante la ley... y que resulta fundamental para el desarrollo económico
de nuestro país. Se trata de un área de parte de la cual a poco que agucemos
nuestros oídos nos llegarán reiterativas demandas de transformación. Por eso,
pese a sus dificultades, pese a ser también consciente de que mis palabras
serán contradichas, acaso con vigor, creo llegado el tiempo de ocuparnos,
desde el Poder Judicial1, de esta cuestión.
RECURSO DE CASACIÓN.
La función nomofiláctica y la función unificadora de la interpretación del
Derecho no siempre han tenido el mismo peso en cuanto que elementos
esenciales definidores del sentido y finalidad del recurso de casación. La
nomofilaxis, como he indicado, ocupó un lugar preponderante en las primeras
regulaciones del recurso, que con el paso del tiempo se compensa a favor de la
función de unificación de la interpretación del Derecho.
En efecto, la aparición del recurso de casación en Francia, en virtud del
Decreto de 27º de noviembre – 1º de diciembre de 1790, no es otra cosa que la
solución dada desde el nuevo ideario revolucionario francés a la problemática
derivada de la vieja administración de justicia. Dos son los factores que
confluyeron en la inicial configuración de la casación, así como del órgano
público al que se encomendó su creación, el Tribunal de Cassation (con
posterioridad sustituido, como recordaré, por la Cour de cassation78). Por una
parte, el lugar consagrado a la ley en el modelo de poder revolucionario, que
fue expresión de la voluntad popular y de la igualdad de los ciudadanos ante el
Derecho, conforme los postulados de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, de 26 de agosto de 178979. A esta idea de la ley
como expresión máxima de la voluntad del pueblo se confronta el problema de
la administración de justicia, concebida principalmente como un mecanismo de
78 El 18 de mayo de 1804, por el art. 136 del Senadoconsulto del 28 de floreal del año
XII.
79 Cuyo artículo primero proclama: “Les hommes naissent et demeurent libres et égaux
en
droits. Les distinctions sociales ne peuvent être fondées que sur l'utilité commune”. El
art. 6, por su parte, dice: “La loi est l'expression de la volonté générale. Tous les
citoyens ont droit de concourir personnellement ou par leurs représentants à sa
formation. Elle doit être la même pour tous, soit qu'elle protège, soit qu'elle punisse.
Tous les citoyens, étant égaux à ces yeux, sont également admissibles à toutes
dignités, places et emplois publics, selon leur capacité et sans autre distinction que
celle de leurs vertus et de leurs talents”.
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solución de controversias a través de la aplicación de las leyes: ese problema
se derivaba del hecho de que el juez, al aplicar la norma e interpretar,
consiguientemente, su sentido, podía desviarse del sentido que le otorgaron los
legisladores, depositarios de la soberanía nacional, por lo cual se hacía
necesario establecer mecanismos de control sobre la labor de los tribunales,
que permitieran fiscalizar no la justicia o corrección del fallo sino si la aplicación
e interpretación del Derecho había sido ortodoxa, en términos jurídicos, y
mantener, en definitiva, la pureza y santidad de la ley.
Es notorio que el planteamiento inicial de los revolucionarios franceses
partía de lo que hoy entenderíamos, desde un punto de vista meramente
argumentativo, como una falacia .esto es, de un razonamiento erróneo por la
falsedad de una de sus premisas80., pues, efectivamente, el fundamento que
sostiene la santidad suprema de la ley, inmune a las imperfecciones técnicas o
a las deficiencias por el mero hecho de ser el resultado de la voluntad del
pueblo libremente expresada a través de sus representantes políticos, no se
puede hoy sostener con argumentos sólidos. Primacía no es igual que
perfección técnica. Sin embargo, el momento revolucionario francés,
atendiendo a la consideración de la ley como expresión y garantía de la
igualdad, frente a su concepción anterior como emanación del poder del
soberano, lo fue también de exaltación del positivismo legalista, que, sobre la
base de en la perfección .y, por ende, claridad. de la ley, negaba cualquier
virtualidad interpretativa de la misma (in claris non fit interpretatio), extramuros
del legislativo.
Nos encontramos ante una manifestación de la vieja tensión referente a
la ley, su papel y el papel de los jueces, y su contribución respectiva a la
creación y a la realización del Derecho. Es también expresión de la dificultad de
definir con unánime aceptación la relación que existe entre la labor de los
jueces y la norma que los jueces toman como base de su decisión. Estoy
refiriéndome a la vieja discusión sobre si el juez, al dictar sentencia, se limita a
80 Sobre la falacia y su uso en el campo argumentativo podemos leer las reflexiones de
M. Atienza, La guerra de las falacias, Alicante, 1999; Puebla, 2004. También, L. Vega
Reñón, Si de argumentar se trata, Barcelona, 2003.
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ser la voz que pronuncia las palabras de la ley, según la célebre reflexión81, es
decir, a ejercer el ius dicere, sin más, o si por el contrario es en sus decisiones
un creador de Derecho objetivo, de normas generales, extrapolables a otros
supuestos idénticos, conforme a los postulados de la teoría material de la
jurisdicción y al principio iudex ius facit. Al tratar las peculiaridades del sistema
de tutela del Derecho en los países de tradición del common law he tenido
ocasión abordar este asunto, que ahora sólo apunto, y si lo traigo a colación de
nuevo es simplemente, como señalo, para recordar que, negada la anterior
premisa, es decir, reconocido como posible que, aun siendo expresión de la
voluntad del pueblo, las leyes pueden no responder al estándar de calidad y
claridad que a priori se las concede .sea por sus imperfecciones técnicas, sea
por la imposibilidad de regulación expresa de todos los posibles supuestos de
hecho generales con relevancia jurídica, por las dificultades de su adaptación a
situaciones jurídicas desconocidas al tiempo de legislar o por el cambio de las
condiciones que determinaron legislar en un determinado sentido, o por las
dificultades de armonización con otras leyes. el papel del intérprete se torna
capital para encontrar su sentido verdadero, o el sentido más justo en el
momento de ser aplicada, como instrumento además para dotar de integridad y
flexibilidad al ordenamiento jurídico en su conjunto82.
Desde planteamientos puramente positivistas, tendentes a reducir el
Derecho a lo que establece la ley83, la interpretación de la norma positiva se
consideraba, por el contrario, innecesaria y perturbadora, por el propio
entendimiento de la norma como entidad perfecta y con vocación de eternidad.
La desconfianza afectaba a todo tipo de interpretación que no fuera la debida al
propio cuerpo legislativo, tanto la efectuada por los autores como por los
81 De Montesquieu en Del Espíritu de las leyes, trad. M. Blázquez y P. de Vega,
Madrid,
1987, p. 112. Esta concepción fue mantenida por Beccaria con particular énfasis en lo
que a la Justicia penal se refería: según él, la autoridad de interpretar la ley penal no
podía residir en los jueces, por la misma razón de que no son legisladores; por eso,
cuando el juez penal no se limita a la literal y rigurosa observancia de la ley penal “abre
las puertas a la incertidumbre” (De los delitos y las penas, trad. Jordá Catalá,
Barcelona, pp. 57-59).
82 Cuando hago esta reflexión, no puedo evitar en ocasiones recordar las
particularidades
de la Constitución norteamericana, que con unos pocos preceptos y unas no mucho
más extensas enmiendas ha conseguido pervivir a lo largo de los siglos, con lozana
juventud, gracias a la labor interpretativa de los tribunales de justicia, desde la Supreme
Court hasta el más modesto de los tribunales estatales.
83 De la Plaza, op. cit., p. 12 y ss.
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jueces: en cuanto a los autores, es conocida la anécdota de cómo Napoleón
Bonaparte, cuando supo de la aparición de los primeros comentarios escritos a
su Código civil .los de Maleville., dijo desolado: “Mon code est perdù”84. En
cuanto a la interpretación jurisdiccional de la ley, la desconfianza derivaba del
hecho de que la mayor parte de los jueces existentes tras la Revolución
francesa provenían del ancien régime, lo que llevaba a los revolucionarios a
desconfiar de que en sus resoluciones realmente se sometiesen a las nuevas
leyes emanadas del cuerpo legislativo. El paso del tiempo jugó en contra de
este planteamiento radical y asentó la confianza en la labor de los jueces, que
adquirieron legitimidad como rectos servidores de la ley y del Derecho,
conforme al papel que les fue asignado tras los sucesos de 1789, y ello derivó
en un paulatino cambio de perspectiva sobre el recurso de casación, de
acuerdo con lo previsto originalmente en el Decreto de 1790.
Por eso, la consideración del juez como un mero aplicador del Derecho
.o, como diría De la Plaza, como “un ciego servidor del mandato legal”85. no
podía pervivir. Sería, de aceptarse, dar por cierta la consideración del poder
judicial como un poder nulo, que hizo Montesquieu86, al estar sometido a los
designios previos del legislador, sin margen de autonomía. La labor del juez se
advierte como un complemento esencial que, sin negar la posición capital de la
ley dentro del Estado de Derecho, contribuye a que los mandatos legales
mantengan su eficacia. El hecho de que la ley sea la expresión de la voluntad
del pueblo no era suficiente, ni siquiera en los tiempos de mayor expansión del
racionalismo, para restar virtualidad a la labor interpretativa del juez87.
La necesidad de la interpretación de las leyes a través de los tribunales
es hoy tan visible que no es fácil de objetar, salvo que se quiera tildar de
innecesaria la labor de cientos de tribunales de Justicia a lo largo de los más de
dos siglos transcurridos desde el surgimiento del movimiento codificador del
Derecho en la Europa continental. La conversión del Derecho en reglas escritas
84 La anécdota, ilustrativa, la recoge Manresa en el primer volumen de sus
Comentarios al
Código Civil, Español, p. I (introducción), Madrid, 1890.
85 La casación civil, cit., p. 12.
86 Del Espíritu de las leyes, cit., p. 110.
87 Así lo entiende también, por ejemplo, J. López Sánchez, El interés casacional,
Madrid,
2002, p. 32.
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sub specie aeternitatis, es, desde luego, elemento orientado a la seguridad
jurídica, pero se ha demostrado también insuficiente por sí sola para garantizar
la realización de la justicia. La permanencia del Derecho en leyes escritas ha
debido enfrentarse a lo largo de los siglos con distintos fenómenos, jurídicos o
no .tales como el transcurso del tiempo, los cambios sociales y tecnológicos o
la expansión del Derecho escrito, con superposición incluso de diferentes
niveles jerárquicos de legislación, con pervivencia de diferentes normas sobre
idénticas materias o con coexistencia de ordenamientos superpuestos en
sistemas jurídicos complejos. que han convertido al juez y a la Administración
de Justicia en los principales aliados del legislador para justificar la vigencia de
la ley a través del tiempo.
Mas, aunque la labor del juez se ajustase, en sentido estricto, al más
radical de los planteamientos positivistas, sería irreal desconocer la presencia
en su actuación de elementos interpretativos: si se acepta que leer es,
conforme con el Diccionario de la Real Academia de la lengua, “interpretar lo
escrito”, es difícilmente rebatible que cuando el juez lee cualquier norma, con la
exclusiva voluntad de “pronunciar las palabras de la ley” está llevando a cabo,
esencialmente, una tarea de interpretación jurídica: porque la lectura es el
medio universalmente más extendido de interpretación del pensamiento
ajeno88, es decir, como el sentido común indica, el instrumento intelectual
destinado a desentrañar el significado de lo leído. Las únicas maneras que
88 Decía Couture: “¿Podremos decir que el juez es solamente ‘la voz que pronuncia las
palabras de la ley’? ¿Podremos decir que es ‘un ser inanimado’? Me parece que no. En
todo caso, esa concepción representa un exceso de lógica formal, a expensas de la
lógica viva. El juez no puede ser un signo matemático, porque es un hombre; el juez no
puede ser la boca que pronuncia las palabras de la ley, porque la ley no tiene la
posibilidad material de pronunciar todas las palabras del derecho; la ley procede sobre
la base de ciertas simplificaciones esquemáticas y la vida presenta diariamente
problemas que no han podido entrar en la imaginación del legislador. La sentencia no
es un pedazo de lógica, ni es tampoco una pura norma. La sentencia es una obra
humana, una creación de la inteligencia y la voluntad, es decir una criatura del espíritu
del hombre [...]. El sentido profundo y entrañable del derecho no puede ser desatendido
ni desobedecido y las sentencias valdrán lo que valgan los hombres que las dicten” : E.
Couture, Introducción al estudio del proceso civil, Buenos Aires, 1949, p. 69 y ss.
Contra el positivismo legalista se pronunció también R. Dworkin, El imperio de la
justicia: de la teoría general del derecho, de las decisiones e interpretaciones de los
jueces y de la integridad política y legal como clave de la teoría y práctica, Barcelona,
1992; y sobre el pensamiento de Dworkin, J. Allard, Dworkin et Kant : reflexion sur le
jugement, Bruselas, 2001.
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habría de preservar la pureza de la interpretación de la ley sin menoscabar la
voluntad soberana del legislador, de acuerdo con el planteamiento expuesto,
serían dos: o bien evitándola, es lo que reduciría la ley escrita a un instrumento
inútil e ineficaz para cumplir su papel ordenador de la sociedad; o bien
encomendar la función de juzgar .sólo posible previa interpretación de la
norma aplicable. al propio legislador, o a jueces dependientes del legislador.
He aquí cómo un planteamiento de legalismo radical haría desaparecer, no
sólo la jurisdicción tal y como hoy la entendemos .esto es, como función
independiente de las demás funciones jurídicas del Estado., sino también
quebrantaría las bases del Estado de Derecho mismo: el juez depende de la
ley, porque no puede separarse de la ley que le es dada para el cumplimiento
de su función, pero la interpretación de la ley forma parte de su función en un
Estado de Derecho, y no de la del legislador.
Es la pérdida de terreno del positivismo legalista, y la conciencia
creciente de esta esencial función coadyuvante del juez al mantenimiento de la
integridad del ordenamiento jurídico lo que motivó que la nomofilaxis fuera
cediendo terreno a favor la otra función reconocida en el recurso de casación,
como decimos, su función unificadora de la interpretación del Derecho89, a la
que más adelante me refiero. Ello no ha de conducir, sin embargo, a la
exaltación de otro positivismo, el judicialista, que entiendo igualmente
perturbador: la labor del juez como intérprete y aplicador de la norma jurídica
no puede, a mi juicio, sustituir la voluntad legal, porque el juez no es legislador,
salvo quiebra del sistema de equilibrio de poderes que define al Estado de
Derecho: la función del juez consiste hacer Justicia con respeto a la ley sobre
la base de un Derecho dado, al que contribuye a definir a través de sus
sentencias90.
89 J. López Sánchez, ibidem, p. 36.
90 Argumentos contrarios al positivismo judicialista los encontramos en De la Oliva
Santos, Derecho Procesal Civil. El proceso de declaración, cit., (con Díez-Picazo), p.
540-542. También, del mismo autor, en Sobre la cosa juzgada, Madrid, 1991, pp. 29-
30. Sobre las diferentes teorías acerca de la cosa juzgada vid. asimismo M. Serra
Domínguez, Comentarios al Código Civil y a las Compilaciones Forales, t. XVI, vol. 2,
Madrid, 1991, 2ª ed., pp. 635-651.
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Se llega así a una posición de equilibrio entre los dos extremos; el Juez
es, de este modo, voz, pero voz viva del Derecho, aclarando y concretando la
ley, infundiéndola vida91. Pero lo hace siempre dentro de los límites de ésta,
pues el juicio del juez no es un juicio de albedrío, sino el resultado de una labor
de interpretación jurídica a partir de la ley. Y es así, entre nosotros, incluso en
el caso de la jurisprudencia emanada del Tribunal Supremo, la cual, como nos
recuerda el Título Preliminar del Código civil, no es .según la postura
tradicional. fuente del Derecho, sino complemento de la labor creadora que se
lleva a cabo a través de la ley, la costumbre y los principios generales92.
El hecho de que el positivismo, observado desde criterios jurídicos
actuales, haya envejecido mal no imposibilita reconocer el valor esencial que
tiene, en el ordenamiento jurídico, el establecimiento de un sistema de control
sobre el modo de ejercicio de la función jurisdiccional por parte de los jueces.
91 Como nos enseñó Federico de Castro, Derecho Civil de España, 1984, p. 196.
92 La expresión del art. 1.6 del Código civil has sido criticada, entre otros, por
Albaladejo
García (Derecho Civil, t. I: Introducción y Parte General, Barcelona, 1980, pp. 140 a
143) quien entiende engañosa la consideración normativa de la jurisprudencia, debida
al uso del verbo “complementar”: a su juicio .en una opinión que representa un sentir
extendidísimo en el mundo del Derecho., el ordenamiento jurídico no requiere ser
complementado por la jurisprudencia, porque el ordenamiento jurídico carece de
lagunas, toda vez que las omisiones legales pueden ser cubiertas por la costumbre o
por los principios generales del Derecho; el papel de la jurisprudencia del Tribunal
Supremo se limita, en su opinión, a servir de criterio orientador para los tribunales de
justicia, pero sin valor normativo. A pesar de la posibilidad de fundar el recurso de
casación en la infracción de la doctrina jurisprudencial: para Albaladejo, este motivo de
casación no implica la atribución de poder normativo y vinculante a la jurisprudencia,
sino que es el cauce a través del cual el Tribunal Supremo puede modificar o actualizar
sus propios criterios jurisprudenciales, pues los tribunales inferiores no están
vinculados por lo que el Tribunal Supremo haya dicho en el pasado, sino por lo que
vaya a decir ahora, en el mismo procedimiento. A favor de esta tesis, aun con matices,
A. De la Oliva Santos, (“La jurisprudencia en el nuevo título preliminar del Código
Civil”,
Anuario de Derecho Civil, 1975, pp. 441 y 442) considera la doctrina legal emanada del
Tribunal Supremo materia apta para constituir Derecho objetivo, aunque nuestro
ordenamiento jurídico no se la atribuye. J. López Sánchez opina en este mismo sentido
(op. cit., pp. 210 y 211). En contra de la postura de Albaladejo y a favor del carácter
vinculante de la jurisprudencia, entre otros, V. Gimeno Sendra, Fundamentos de
Derecho Procesal, Madrid, 1981, p. 119, y M. Serra Domínguez, al comentar el art.
1692 de la LEC de 1881, en Comentarios a la Reforma de la Ley de Enjuiciamiento
Civil, coord. V. Cortés Domínguez, 1985, p. 861. A. Hernández Gil entendió cautelosa
la expresión del art. 1.6 del Código civil, deliberadamente confusa para evitar el uso del
verbo “completar” y que se niegue de modo tácito la integridad del ordenamiento
jurídico (“Génesis y aportaciones del nuevo Título Preliminar del Código Civil”, Obras
Completas, t. 1, Madrid, 1987, p.381-382). Pero es innegable que, si durante los
trabajos preparatorios la jurisprudencia del Tribunal Supremo se añadió a las fuentes
del Derecho .si bien en último lugar. , el § 10 la Exposición de Motivos de la reforma
expresamente excluye a la jurisprudencia de la lista de fuentes del Derecho objetivo.
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Dicho en otras palabras, que la causa original de su establecimiento no se
entienda hoy de recibo no significa que el recurso de casación no cumpla en la
actualidad una misión capital dentro de nuestro sistema procesal. Al fin y a la
postre, el Estado de Derecho no es sino un sistema de equilibrios y
contrapesos entre los poderes y funciones esenciales del Estado, y el juez, al
dictar sentencia, está ejerciendo poder del Estado. Por esa razón, del mismo
modo que el legislativo, a través de su institución fundamental .el
parlamento. puede someter a control al gobierno del Estado, y que la
jurisdicción se erige igualmente en instrumento de control de la legalidad de los
actos del ejecutivo y modula y tutela los productos del legislativo .las leyes.,
no es ajeno a la lógica del Estado de Derecho la creación de instrumentos
jurídicos cuyo fin sea asegurar que el ejercicio de la jurisdicción sea conforme
con la ley, y que, en lógica consecuencia, permita la revocación de aquellas
decisiones judiciales que hayan infringido el marco legal al que está sometido
el juez.
El recurso de casación cumple ese papel, pues su finalidad esencial
.que no única. es garantizar la pureza de las normas integrantes del
ordenamiento jurídico frente a abusos, excesos o defectos de los jueces en el
cumplimiento de su función constitucional. A través del recurso de casación,
pues, se protege la norma, pero también se protege a la función jurisdiccional,
toda vez que una de las notas definitorias y distintivas en relación con las
demás funciones jurídicas del Estado es, precisamente, la independencia
judicial, esto es, la exclusiva sujeción de jueces y magistrados, a la hora de
juzgar o de ejecutar lo juzgado, a la ley y al Derecho: la independencia
considerada no sólo como garantía para el juez frente a terceros, garantía de
que el juez .cada juez. no está sujeto a otros mandatos, al ejercer su
potestad, que los que la ley le impone, sino también como garantía de los
ciudadanos .y aval para el Estado de Derecho. de que los límites de la ley y
del Derecho nunca pueden ser rebasados por el juez a la hora de administrar
justicia.
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Es ahí donde adquiere sentido la consideración del recurso de casación
como instrumento de garantía del ius constitutionis: la casación, que no sólo
protege el orden constitucional al garantizar la primacía de la ley y el respeto
del Derecho, sino .en su faceta de instrumento de control contra la aplicación
o interpretación incorrecta por el juez de las normas jurídicas. sirve de aval
igualmente a la preservación en toda su esencia de la función jurisdiccional,
que es la clave angular de todo el edificio constitucional de los Estados, pues
responde por la estricta sujeción del juez a los dictados de la ley.
Otra cosa es, sin embargo, de qué modo han de articularse dichos
mecanismos de control, para hacerlos compatibles con los postulados
fundamentales del sistema. Como se ha puesto de manifiesto, el Tribunal de
cassation francés no se concibió como un órgano jurisdiccional, situado en la
cúspide de la organización jurisdiccional, sino como un órgano de carácter
político, colocado “ante el Cuerpo legislativo”93 y bajo su dependencia. La
Revolución Francesa concibió la justicia civil y la penal dentro de un sistema
doble instancia, de tal manera que su configuración no se podía representar
esquemáticamente como una pirámide que culmina un órgano supremo de
casación, pues se temía a la creación de ese vértice judicial y su eventual
poder frente al poder legislativo94. Finalizada la segunda instancia finalizaba la
tarea de la jurisdicción y, por encima de ella, sólo quedaba el recurso al control
de casación, atribuido a un órgano que, por ser dependiente del legislativo, no
cabe entender jurisdiccional, y que extramuros de la jurisdicción debe rendir
cuentas anualmente al parlamento95. En caso de que, casada y reenviada la
93 “Auprés du Corps Legislatif”, según la literalidad del art. 1.ª del Decreto de 17 de
noviembre de 1790. Sobre esta cuestión, vid. Calamandrei, La casación [...], cit., t. I.,
vol. 2, p. 64, y Fairén Guillén, La doctrina legal y el control de los hechos en la casación
civil y laboral española”, Temas del Ordenamiento procesal, t. II, Madrid, 1969, p.
1027.
94 Calamandrei, op. cit., t. I. vol. 2, p. 60-61.
95 Gimeno Sendra, Fundamentos de Derecho Procesal, cit., p. 95. Se aduce un segundo
argumento para defender el carácter político del Tribunal de cassation, y es el hecho de
que sus decisiones no incidiesen directamente en la controversia jurídica, sino tan sólo
en el control de legalidad de la norma afectada. Esa razón llevó a muchos autores a
considerar que la finalidad estricta de controlar la legalidad del fallo de instancia
conforme al Derecho objetivo no era suficiente para entender la jurisdiccionalidad del
fallo de casación (el propio Calamandrei, op. cit.,t. I, vol. 2, pp. 53-55, Prieto-Castro
Ferrándiz, Tratado de Derecho Procesal Civil, 2ª ed., t. II, Pamplona, 1985, p. 470). No
falta quien entiende insuficiente el argumento, al entender que el estado actual de la
Ciencia procesal justifica la función del control de legalidad sobre normas dentro del
ámbito de la jurisdicción: por todos, y a partir del modelo de control de legalidad
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controversia al juzgado de instancia, este dictase una segunda sentencia en el
mismo sentido de la primera, la cuestión no se resolvería en virtud de la
primacía del Tribunal, sino a través de un árbitro perteneciente al poder
legislativo, que obligatoriamente debería dirimir la cuestión (référé legislatif
obligatoire)96. Más adelante, se produce una lenta transición que incrementó los
estándares de independencia del Tribunal de cassation francés, hasta su
definitiva conversión en Cour de cassation: en primer término, se prohíbe al
legislativo anular las sentencias del Tribunal de cassation; en segundo lugar, se
suprimen référé législatif obligatoire y el référé facultatif y la sumisión de los
tribunales de justicia a ellos y al Corps legislatif; en tercer lugar, se incrementan
paulatinamente las funciones del tribunal, convertido ya en Cour de cassation
desde 1804, primero al extender su competencia no sólo a controlar al juez por
la expresa contravención de la ley, sino también a controlar la interpretación
errónea o la falsa aplicación de la ley, paso que sería previo al establecimiento,
por parte de la Corte, de criterios de interpretación correcta de las normas
jurídicas hasta el reconocimiento, en virtud de la Ley de 1 de abril de 1837, del
carácter vinculante de la segunda decisión de casación sobre el punto de
derecho objeto de impugnación97.
3.3 EVOLUCIÓN DEL RECURSO DE CASACIÓN: LA CASACIÓN
COMO INSTRUMENTO AL SERVICIO DE LA UNIFICACIÓN EN
LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO.