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El proceso de emancipación de las colonias españolas sorprendió a la provincia del Paraguay en una
etapa avanzada de su evolución social y con los elementos constitutivos propios de una nación. Los
conquistadores españoles radicados desde 1537 a orillas del río Paraguay, en unión con los guaraníes
originaron, a través de los años, un pueblo numeroso; homogéneo, trabajador y valiente, que sabía lo
que el Paraguay, fundador de: ciudades, significó en la civilización del Río de la Plata, se enorgullecía
de su ascendencia hispánica y poseía una robusta conciencia nacional.
El sentimiento nacional hundía sus raíces en una larga historia de infortunios sufridos en común.
Primitivamente centro de la conquista y de la colonización, desplazado el eje del Río de la Plata a
Buenos Aires, el Paraguay quedó confinado dentro de sus selvas, donde, lejos de las grandes rutas
comerciales y olvidado casi de la Corona, su pueblo soportó duras pruebas que vigorizaron su temple,
le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad.
«Todos convienen en considerarse iguales», anotaba Félix de Azara. El Paraguay, en su aislamiento y
a los golpes de la necesidad, forjó instituciones peculiares, como la del servicio militar obligatorio y
gratuito, y se acostumbró a vivir su propia vida, a lo cual contribuyó el incansable ejercicio de la facultad
que le otorgó la famosa Cédula de 1537 para elegir, en caso de vacancia, sus gobernantes ad interim.
El Paraguay era una comunidad turbulenta, con espíritu crítico aguzado por la adversidad, cuando se
inició en América la liquidación del Imperio español.
Sobre la vida económica del Paraguay gravitaban anomalías que la hacían languidecer. El país poseía
el monopolio natural de algunos productos nobles, como la yerba, que se consumían en toda América,
y sobre los cuales las leyes impositivas cargaron la mano en forma de sisas, alcabalas y arbitrios con
excesivo rigor. Mientras el oro no pagaba sino un quinto, la yerba rentaba en 1778 diez veces más de
su valor, y al llegar a ciertos puntos esta proporción era aún mayor. La industria yerbatera, que podía
cimentar el florecimiento de la Provincia, le dejaba escaso provecho. Lo mismo ocurría con los demás
productos paraguayos. Irritaba más esta situación si se consideraba que el importe de las gabelas
paraguayas era destinado a costear fortificaciones y tropas en Santa Fe, Montevideo, Chile y Perú; y
aun la guerra contra los piratas de los mares del Sur, en tanto que los paraguayos estaban obligados a
prestar servicios periódicos sin paga y aportando cada uno caballos y víveres, en los numerosos fuertes
y en las frecuentes incursiones contra los indios del Chaco. En vano la Provincia imploró la cesación
de esta «insoportable e inicua pensión». Cuando la Corona modificó el sistema fue sólo para eximir de
la obligación de las milicias a los cosecheros de tabaco. La igualdad democrática de la carga era su
única compensación hasta entonces. La Corona consagró una injusticia para crear otra institución no
menos odiosa: la del Estanco del Tabaco. Tal como era manejado, con fines exclusivamente fiscales,
se prestaba a abusos y no aseguraba al productor paraguayo sino un mínimo provecho. Otra institución
que retardó el progreso fue la del puerto preciso, creada en exclusivo beneficio de Santa, Fe. En este
puerto las embarcaciones paraguayas debían descargar forzosamente, para luego ser conducidos los
productos en carretas santafesinas hasta Buenos Aires. Después de muchas imploraciones el
Paraguay obtuvo la desaparición de esta cruel imposición, pero ella dejó en el alma paraguaya un
sedimento de amargura y la conciencia de que sus quejas difícilmente llegaban a oídos de la lejana
Corona.
LAS IDEAS DE LA REVOLUCIÓN NO ERAN AJENAS AL PARAGUAY.
-La insurrección contra España se hizo al influjo de las doctrinas proclamadas por la Revolución
francesa. En la teoría de la soberanía popular justificó el pueblo de Buenos Aires la deposición del
virrey Cisneros y la constitución de un Gobierno nacional. Cautivo Fernando VII, el pueblo reasumía su
soberanía designando la autoridad que en su nombre ejercería el poder. La idea central de la
Revolución americana no era extraña al corazón paraguayo. El Paraguay había tenido su Revolución
Comunera (1717-1735), que proclamó principios idénticos a los que Francia universalizó y Buenos Aires
adoptó. La tradición revolucionaria y libertadora paraguaya venía de lejos. Los primeros conquistadores
trajeron la simiente de las comunidades peninsulares, simiente que brotó briosa en la selva paraguaya.
El partido de Irala fue denominado «comunero». Al adelantado Alvar Núñez depuso el vecindario
asunceno a la voz de «Comunidad y Libertad». Es larga la lista de gobernadores, y aun de obispos,
derrocados al grito clásico de «Libertad». La deposición del virrey Cisneros no podía sorprender al
turbulento pueblo paraguayo.
-Ni el gobernador Velazco ni el Cabildo de Asunción quisieron tomar solos determinación alguna en la
grave cuestión planteada por la junta de Buenos Aires. Convocaron un Congreso General, que se
reunió el 24 de julio de 1810, integrado por los miembros del clero, del ejército, del Cabildo, de las
magistraturas y corporaciones, comerciantes, hacendados y diputaciones de las villas y poblaciones
del interior. El gobernador Velazco propugnó el desahucio de la pretensión porteña que, de ser
admitida, podía embeber la caducidad de su propia autoridad, y exhibió documentos que comprobaban
la existencia en España de un Consejo de Regencia, reconocido como depositario del poder del Rey
durante su cautiverio.
El Congreso resolvió jurar inmediatamente obediencia a dicho Consejo de Regencia y que se guardara
armoniosa correspondencia y fraternal amistad con la junta Provisional de Buenos Aires. No se permitió
discusión alguna desde que se supo que el abogado paraguayo doctor Gaspar Rodríguez de Francia
había sostenido atrevidamente, frente al mismo gobernador Velazco que presidía la Asamblea, que el
poder español había caducado. También se habían escuchado voces favorables a un avenimiento con
Buenos Aires para evitar la lucha armada.
El Paraguay se aprestó a ponerse en condiciones de hacer frente a las contingencias que podía
acarrearle su negativa a reconocer a la junta de Buenos Aires. La nota de Buenos Aires era explícita:
anunciaba el envío de una fuerza militar. Y el coronel Espínola no fue menos categórico en las
amenazas que profirió al huir. Velazco llamó a los paraguayos para la defensa de la patria proclamando
que Buenos Aires quería conquistar el Paraguay". Seis mil hombres acudieron al llamamiento «como
si un rayo hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos», recordó después
Velazco. La flotilla mercante fue armada. El Seminario de San Carlos se convirtió en cuartel. Pero
faltaban armas. No se poseían sino 500 fusiles, Velazco salió personalmente a la campaña a recoger
armamentos y a organizar las levas.
…
EL 14 DE MAYO DE 1811 ESTALLA LA REVOLUCIÓN.
Hirvió de indignación la Asunción cuando corrió como un relámpago la noticia de que el partido
españolista había resuelto entregar la Provincia a Portugal. Desde los tiempos trágicos de las
«bandeiras» el Paraguay odiaba a Portugal. No se olvidaba la implacable destrucción del floreciente
Guairá; Igatimí y Alburquerque eran páginas de dolor en la historia de la Provincia. Los indecisos
tomaron partido en contra del Cabildo; el descrédito cayó sobre los españolistas, que ya no atinaron a
reaccionar. Velazco, por oculta delación, conoció el plan subversivo, pero estaba moralmente aplastado
y a nada se decidió. El 14 de marzo de 1811 transcurrió en medio de gran agitación. Se resolvió efectuar
esa misma noche el levantamiento para impedir la salida del emisario portugués Abreu, señalada para
el 15.
El capitán Pedro Juan Cavallero debía tomar el cuartel a la hora de la queda, cuando el mayor de plaza
de la Cuesta saliera para la ronda habitual. Esa noche estaba en la guardia el capitán Mauricio José de
Troche, uno de los complotados y cuyo relevo se había prolongado gracias a la complicidad del asesor
Somellera. En el cuartel no, había sino 34 soldados curuguateños. Después de las ocho de la noche,
Cavallero, Iturbe y demás complicados franquearon, sin dificultad, las puertas del cuartel. Las
campanas de la Catedral, en la soledad de la noche, tocaron a rebato, llamando al pueblo al cuartel.
Inmediatamente Cavallero se proclamó comandante. Los presos políticos puestos en libertad fueron
armados, y se adoptaron disposiciones para prevenir cualquier reacción. En total no había más de 72
hombres, pero disponían de toda la artillería de la plaza y abundantes municiones. Más que el número
y las armas les daba fuerza la intuición de su responsabilidad histórica. En sus manos estaba el destino
de la nación paraguaya.
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