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Para lograrlo reforzaron la explotació n de sus colonias, a las que consideraban una
fuente inagotable de metales preciosos (las minas mexicanas cumplirá n este papel
durante el siglo XVIII), y las transformaron en consumidoras de los productos
industriales españ oles, para lo cual prohibieron las industrias americanas que les
pudieran hacer competencia. Asimismo, las reformas borbó nicas incrementaron los
ingresos en concepto de recaudació n de impuestos. Con este propó sito aumentaron el
control político, crearon nuevas divisiones administrativas (dos nuevos virreinatos e
intendencias) y evitaron el nombramiento de criollos en puestos de responsabilidad
gubernativa. Ademá s, los Borbones pretendieron reducir tanto el poder de la Iglesia
como sus privilegios en América. En 1767 expulsaron a los Jesuitas de todas las
colonias, expropiaron sus bienes, y exigieron a la Iglesia americana enviar a Españ a el
dinero que recaudaba como “fondos de caridad”. En Paraguay, los jesuitas habían
constituido un verdadero enclave econó mico, “un estado dentro del estado colonial”,
poseían haciendas y propiedades, ademá s de organizar lucrativos comercios con las
provincias vecinas
Como hemos visto, para gobernar América la Corona estableció al principio dos
Virreinatos de gran extensió n; su cabeza, el virrey, estaba controlado por la Real
Audiencia, por inspecciones o “visitas” y por el juicio de residencia.
Las reformas borbó nicas subdividieron los dos virreinatos, el de Nueva Españ a, con
sede central en México, y el Virreinato de Perú , con capital en Lima. Con esta medida,
crearon:
➜el virreinato del Río de la Plata (en 1776, compuesto por Argentina, Uruguay,
Paraguay, Bolivia, y algunos territorios que hoy forman parte de Brasil y de Chile).
El Virreinato del Río de la Plata fue creado por una razó n de origen estratégico: frenar
la expansió n de las potencias europeas. Ademá s del peligro portugués sobre la Banda
Oriental (Uruguay), la presencia inglesa en las costas patagó nicas y en las islas
Malvinas dificultaba la vigilancia de esta zona por el gobernador de Buenos Aires y el
virrey del Perú . También hubo importantes razones econó micas: el control del
contrabando que efectuaban los portugueses y los ingleses a través de Colonia del
Sacramento.
Otras razones fueron las grandes distancias que separaban la capital del Virreinato del
Perú (Lima) y la Gobernació n de Buenos Aires, así como también los intereses de los
comerciantes locales de tener una comunicació n directa con Europa, que significaba,
en el lenguaje de la época “ponerle puertas a la tierra”. La apertura del puerto de
Buenos Aires para los navíos de registro otorgó importancia a una regió n
tradicionalmente desprotegida por Españ a, y permitió la salida de las exportaciones
de cuero, sebo y tasajo (carne salada). Ademá s, las minas de Potosí pasaron a
depender del nuevo virreinato. Se creó la Aduana de Buenos Aires y la base naval de
Montevideo. El primer virrey españ ol, designado en 1776, fue Pedro de Cevallos, y el
ú ltimo en gobernar el virreinato fue Baltasar Hidalgo de Cisneros, removido por la
Revolució n de Mayo de 1810.
El aumento de los impuestos coloniales a pagar por los criollos e indígenas provocó
numerosas reacciones en América, aunque cada sublevació n tuvo características
diferentes, o no coordinadas entre sí. Entre los movimientos má s destacados podemos
mencionar el de los comuneros en el Paraguay (1721- 1735), la rebelió n de Venezuela
(1749-1752), la revuelta de Quito (1765), el movimiento del Socorro (Nueva Granada,
1781), el de Nueva Granada y la sublevació n indígena de Tú pac Amaru que se
extendió al sur de Perú y Bolivia (en 1780).
En general, cuando las protestas por el mal gobierno partían de vecinos importantes
españ oles o criollos, las autoridades terminaban el conflicto sin demasiada violencia;
en cambio, cuando participaban las clases bajas o indígenas, eran brutalmente
reprimidas. Los criollos prefirieron no apoyar sus reclamos o formar alianzas con los
pueblos indígenas, aunque en algunas ocasiones, a la rebelió n de los vecinos, se
sumaban los mestizos, mulatos, esclavos y gentes de “castas”.
Los criollos percibían estas movilizaciones como una amenaza y optaban por
colaborar con las autoridades para suprimir las consecuencias no deseadas de su
propio movimiento. Los sectores criollos temían má s a la revuelta social que a la
opresió n de los españ oles, ya que su nivel de vida dependía en muchos casos del
trabajo indígena en las minas, en las haciendas y en los obrajes, y no deseaban
descender en la escala social. Aunque estos primeros movimientos no buscaron la
independencia, contribuyeron a que los criollos tomaran conciencia de su condició n
de americanos y no españ oles.
Tú pac Amaru nació en un pueblito del corregimiento de Tinta en Perú , fue hijo de un
cacique, por lo que estudió en un colegio religioso de Cusco. Se dedicó a gobernar los
territorios que heredó de su padre, a la vez que participó del negocio del transporte,
ya que poseía centenares de llamas y mulas. Esto le posibilitó una posició n econó mica
acomodada, y lo hizo conocido por sus contactos en todo el virreinato del Perú . Sin
embargo, era sensible a la grave explotació n a la que estaban sujetos los indígenas.
Tú pac Catari, joven aymara del Alto Perú (Bolivia), logró sitiar La Paz durante 180
días, mantuvo rehenes y la ciudad cercada y hambrienta. Estas sublevaciones andinas
tuvieron lugar só lo después de cuatro añ os de creado el virreinato del Río de La Plata.
El virrey Vértiz envió fuerzas a Bolivia para reprimir el levantamiento de las
comunidades aymaras.
El 12 de septiembre de 1781 las autoridades españ olas, con las rebeliones sofocadas,
otorgaron un indulto general para todos los participantes de la rebelió n y algunas
concesiones administrativas, econó micas y sociales a los indios. En la zona del Cusco,
después de la rebelió n estipularon la conmutació n de un añ o de tributos para
apaciguar a las comunidades, eliminaron el cargo de Corregidor (que fue reemplazado
por el Intendente) y el reparto de mercancías. Ademá s, abolieron los cacicazgos
hereditarios, el uso de vestimentas y símbolos de poder incaico, y se retiraron las
imá genes de los incas de la vista pú blica. La nobleza indígena cusqueñ a pasó a ser
considerada una grave amenaza política.
EL FORTALECIMIENTO DE LA BURGUESÍA
Diferentes teó ricos sostuvieron este poder: Guillaume Budé (1467-1540) y Nicolá s
Maquiavelo (1469-1527) justificaban la monarquía y se pronunciaron en favor de la
centralizació n administrativa; le sugirieron al príncipe medios de conquista y de
ejercicio del poder. Jean Bodin (1529-1596) fortaleció con sus escritos la autoridad
del monarca, en tanto sostuvo la soberanía absoluta del Estado, y Francisco Suá rez
(1548-1617), que hablaba de soberanía popular, afirmaba que ésta era delegada
irrevocablemente en el Estado. Así, la idea de que el soberano era la fuente de todo el
poder político pasó a ser el pensamiento predominante del siglo XVI.
El poder del rey era hereditario. Incluso en los dos territorios en que la corona era
electiva (Polonia y el Sacro Imperio Romano –continuació n del Imperio de
Carlomagno en tierras germá nicas, que existió hasta 1806–) los monarcas eran
elegidos dentro de la misma familia. Se consideraba que los reyes eran intermediarios
entre Dios y los hombres, y que existía un derecho divino que los avalaba como
superiores. Eran consagrados como monarcas en una ceremonia en la cual la religió n
cumplía un papel importante, por lo que tenían cará cter sagrado y derecho a
intervenir en los asuntos de la Iglesia. Algunos reyes incluso imponían las manos para
curar enfermedades, y se los consideraba taumaturgos (autores de milagros).
La política econó mica de los reyes absolutistas fue rotulada con el título genérico de
mercantilismo. Sus medidas principales fueron: la unificació n de la moneda dentro del
territorio nacional –con lo cual dieron lugar al incipiente mercado interno–, y el
control de las exportaciones e importaciones.
Características
A partir del ú ltimo cuarto del siglo XVIII, la Revolució n Industrial condujo al
incremento inusitado de la producció n de manufacturas y transformó la economía
europea. El proceso de industrializació n comenzó en Inglaterra, pionera en introducir
el maquinismo y la energía a vapor en la industria textil.
Entre 1780 y 1815, este país mantuvo el monopolio de la industrializació n por medio
de la prohibició n de la exportació n de las má quinas y de los trabajadores
especializados, y manteniendo estricto secreto de las técnicas textiles.
Fundamentalmente, la economía industrial britá nica se consolidó con la expansió n del
comercio de ultramar, la relació n con los demá s continentes y las exportaciones
vinculadas a los mercados coloniales. Había entonces buenas razones para que la
política exterior britá nica favoreciera, durante la primera mitad del siglo XIX, la
independencia de Latinoamérica y la apertura de China. Inglaterra necesitaba nuevos
mercados para sus productos, es decir, abrir el libre comercio con el continente
americano. Algunos miembros del Parlamento inglés representaron estos intereses y
promovieron la expansió n mercantil. El plan Maitland, por ejemplo, propició la
conquista y apertura de Buenos Aires (colonia españ ola), para crear una entrada libre
a las manufacturas britá nicas. Para ello, promovió entre sus habitantes las ventajas de
vivir bajo una nueva influencia, la ruptura con el dominio españ ol y su comercio
monopolizado.
Las utilidades del trá fico de esclavos estimularon el crecimiento de los puertos
britá nicos (Bristol, Liverpool, Glasgow) y entrelazaron los intereses comerciales entre
Á frica, Europa y América. Sin duda, el largo período de comercio triangular sentó las
bases del despegue econó mico. En las colonias americanas Inglaterra desarrolló la
producció n de tabaco (Virginia), azú car y ron (Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago),
y las plantaciones de algodó n con mano de obra esclava en el sur norteamericano. El
algodó n de origen colonial constituyó la materia prima de Revolució n Industrial,
estimuló la producció n de manufacturas de pañ os baratos y su venta en el resto del
mundo. De este modo, el comercio negrero y la esclavitud contribuyeron a la
cuantiosa “acumulació n primitiva” de capitales e impulsaron así las condiciones para
la industrializació n britá nica.
➜Los Estados Unidos fundaron una repú blica ordenada y conservadora, muy
diferente a la que pocos añ os después surgiría en Francia (la repú blica jacobina).
➜La revolució n de las trece colonias inglesas fue muy popular en Francia. Las
gestiones de Franklin en Europa despertaron el interés en el movimiento
emancipador y muchos voluntarios franceses viajaron a América (como el marqués de
Lafayette). Como paradoja histó rica, la libertad republicana en América fue
conseguida con la ayuda de los reyes absolutistas de Francia y Españ a.
➜Sin embargo, la idea de que los hombres nacen “libres e iguales” que sustentó los
orígenes de la nació n, excluyó a los negros y mantuvo la vigencia de la esclavitud. Por
entonces, alrededor del 20% de la població n total de las colonias rebeldes era negra.
En 1776 el Congreso Continental estipuló el cese de la importació n de esclavos, pero
la abolició n definitiva de la esclavitud fue bastante tardía (1865). De hecho, los
primeros mandatarios de la Repú blica, George Washington,
➜La revolució n no modificó el orden social ni econó mico, como ocurriría con la
Revolució n Francesa. Por el contrario, los plantadores esclavistas, de origen colonial,
defendieron sus intereses agrarios, fundamentalmente la expansió n algodonera y el
derecho a extender la esclavitud hacia los territorios del oeste.
Las constituciones escritas no tenían precedentes (la de Gran Bretañ a no lo era). Los
nuevos estados redactaron sus cartas fundamentales como pactos voluntarios que
dieron origen a gobiernos legítimos. La Constitució n de los Estados Unidos es ahora la
má s antigua del mundo, y, a excepció n de algunas enmiendas, no ha sido modificada
sustancialmente.
El Iluminismo
Durante el siglo XVIII la difusió n de las nuevas ideas políticas, econó micas y sociales
disputaron la legitimidad de las monarquías europeas. Los sectores burgueses, que
adquirieron poder econó mico, reclamaron su derecho a participar en los gobiernos y
exigieron reformas a las monarquías absolutas.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Sin embargo, una interpretació n alternativa sugiere que hubo varias revoluciones
paralelas y simultá neas, que respondieron a diferentes motivaciones aunque
confluyeron en la crítica al estado absolutista. Por un lado, una rebelió n burguesa
El principal enemigo del imperio napoleó nico fue Inglaterra, país que no pudo ser
invadido por Napoleó n y que le impuso constantes bloqueos navales. Tras la derrota
naval de Trafalgar en 1805 (en la que Españ a era aliada de Francia), Napoleó n
abandonó la idea de invasió n a Gran Bretañ a, que había demostrado ser la dueñ a de
los mares. Pero eligió una nueva estrategia, una guerra econó mica que provocara la
ruina de la industria britá nica. En 1806, Napoleó n decretó el bloqueo continental, y les
prohibió a los restantes países de Europa comerciar con Inglaterra. De este modo,
cerró todos los puertos europeos a las manufacturas inglesas. Quienes quebraron este
bloqueo fueron ocupados por las tropas napoleó nicas: Portugal en 1807, Etruria y
Roma en 1808 y 1809, Holanda y el norte de Alemania en 1810. Gran Bretañ a, por su
parte, respondió con la apropiació n de colonias que pertenecían a los aliados de
Francia.
En 1806 el dominio españ ol recibe su primer golpe en la capital del Virreinato del Río
de La Plata. Una reducida fuerza britá nica compuesta por 1600 hombres, conquista
fá cilmente el fuerte de Buenos Aires, y alza la bandera inglesa. El general William Carr
Beresford se transforma en el nuevo gobernador y permanece en el cargo durante 48
Historia II. América Indígena. Egger-Brass Teresa
días, luego de desplazar al virrey españ ol, el marqués de Sobremonte. La noticia de la
captura de Buenos fue publicada en The Times de Londres mientras las tropas
desfilaban por la ciudad colonial luciendo sus kilts o típicas polleras escocesas: se
trataba de un Regimiento de origen escocés (los highlanders).
Sin embargo, Buenos Aires fue reconquistada por milicias de voluntarios criollos,
españ oles y un cuerpo de castas (“Indios, Pardos y Morenos”) que incorporó a los
sectores má s humildes, incluso a los esclavos negros. El gobernador inglés Beresford
fue alojado como prisionero en el cabildo de Lujá n. Má s tarde, Beresford sería el
protagonista de un rescate de características cinematográ ficas, cuando dos criollos
(Saturnino Rodríguez Peñ a y Manuel Padilla) lo ayudaron a escaparse, conduciéndolo
a caballo y disfrazado de paisano, hasta las costas de Buenos Aires rumbo al Uruguay.
Buenos Aires, capital virreinal, se mantenía con los impuestos recaudados en las zonas
má s ricas del Virreinato; especialmente con la plata altoperuana. Tras el robo de las
arcas reales en 1806, durante la ocupació n del puerto, la situació n econó mica se tornó
un poco difícil, pero se agravó realmente cuando las sublevaciones en el Alto Perú
cortaron el suministro de la plata de Potosí
El fallido intento de incorporar Buenos Aires al imperio britá nico supuso un cambio
de rumbo en la estrategia britá nica, la cuestió n ya no era procurar la conquista, sino
alentar la independencia de Hispanoamérica. Con la ocupació n de Napoleó n a Españ a,
las colonias tomarían el camino de la emancipació n.
Una vez expulsados los franceses de Portugal, el general inglés Beresford ocupó la
regencia durante la ausencia de María I, que se encontraba en Brasil. Apenas llegada la
corte de Lisboa al territorio brasileñ o (a comienzos de 1808), la Infanta Carlota
Joaquina de Borbó n –esposa del príncipe regente de Portugal y hermana de Fernando
VII– se dirigió al Cabildo de Buenos Aires. Apoyada por el embajador inglés (Lord
Strangford), tenía el propó sito de poner bajo su “protecció n” al Virreinato del río de la
Plata y evitar su caída bajo el dominio francés. En ese momento, se temió en Buenos
Aires una invasió n portuguesa en represalia por la intervenció n españ ola en Portugal
que había colaborado con las tropas napoleó nicas.
En efecto, el rey españ ol Carlos IV, asistido por los consejos de su ministro Godoy
había autorizado al emperador francés a cruzar tropas por su territorio con 28.000
soldados. Pero el ejército francés supera los 100.000 hombres, y el pueblo españ ol,
que temía por la soberanía de su propio país, se sublevó y sustituyó a Carlos IV por su
hijo Fernando VII (marzo de 1808, motín de Aranjuez). Entonces, Napoleó n que no
acepta a este nuevo monarca aprovecha la oportunidad y urde un plan: lo convoca a
una cita en Bayona “para su reconocimiento”, pero una vez allí lo obliga a abdicar en
nombre de su padre, quien cede los derechos de gobierno a Napoleó n en lo que se
denomina “la farsa de Bayona”. De este modo, José Bonaparte (hermano de Napoleó n)
es coronado como rey de Españ a, jura ante las Cortes y es reconocido por el Consejo
de Castilla como José I. Fernando VII fue llevado como prisionero a Francia hasta fines
de 1813 (de ahí que se lo conociera como el “rey cautivo”).
Los españ oles que colaboraron con Bonaparte fueron llamados “josefinos”, pero gran
parte del pueblo españ ol se rebeló y comenzó a luchar en contra de la dominació n
francesa. Ellos rechazaron al rey “intruso”, al “usurpador francés”, y tomaron como
bandera la restitució n de Fernando VII, el Rey legítimo, supuestamente liberal. Así se
formaron juntas en las ciudades en todas las ciudades españ olas, y una Junta Central
Suprema en Sevilla. Sin embargo, al inicio de 1810, los ejércitos franceses dominaban
prá cticamente todo el territorio españ ol y caía la Junta Central. Esta situació n fue la
La repercusión en América
Después de tres siglos de dominació n imperial, las colonias españ olas iniciaron su
lucha por la independencia en 1810. Tres de las revoluciones que hemos tratado en
este capítulo, son las que má s influyeron o pesaron (para no alarmar a los sectores
conservadores) en la decisió n para llevar adelante las revoluciones latinoamericanas:
Encabezado por los sectores criollos blancos y por una minoría mestiza, el proceso
independentista fue diferente en las distintas regiones del imperio españ ol y no