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Muchos alemanes olvidaron que habían aplaudido la caída del káiser, que
inicialmente habían recibido con agrado la reforma democrática
parlamentaria y que habían celebrado el armisticio. Recordaban solamente
que la izquierda alemana -- socialistas, comunistas y judíos, en el
imaginario común -- había entregado el honor alemán en favor de una paz
ignominiosa cuando ningún ejército extranjero ni siquiera había tocado
territorio alemán. Esta Dolchstosslegende (leyenda de la puñalada por la
espalda) fue iniciada y propagada por jefes militares alemanes retirados de
la época de la guerra quienes, totalmente conscientes de que en 1918 la
guerra se había vuelto insostenible para Alemania, le habían aconsejado al
Káiser que buscara la paz. Esto contribuyó a desacreditar más a los círculos
socialistas y liberales alemanes que estaban más comprometidos con el
mantenimiento del frágil experimento democrático alemán.
En enero de 1918, unos diez meses antes del final de la Primera Guerra
Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson había escrito una
lista de objetivos propuestos para la guerra a los que llamó los "Catorce
puntos". Ocho de estos puntos trataban específicamente sobre acuerdos
territoriales y políticos relacionados con la victoria de las Potencias de la
Entente, incluyendo la idea de la autodeterminación nacional de las
poblaciones étnicas de Europa. El resto de estos principios se concentraba
en evitar la guerra en el futuro, y en el último proponía que una Liga de
Naciones arbitrara futuras contiendas internacionales. Wilson esperaba que
su propuesta diera lugar a una paz justa y duradera, una "paz sin victoria" a
fin de terminar la "guerra para poner fin a todas las guerras".
Cuando los líderes alemanes firmaron el armisticio, muchos de ellos creían
que los Catorce Puntos formarían la base del futuro tratado de paz, pero
cuando los jefes de gobierno de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e
Italia se reunieron en París para discutir los términos del tratado, el
contingente europeo de los "Cuatro Grandes" tenía otros planes. Como
consideraban que Alemania era el principal instigador del conflicto, las
Potencias Aliadas europeas finalmente impusieron en el tratado obligaciones
particularmente estrictas sobre la derrotada Alemania.
Quizás la parte más humillante del tratado para la derrotada Alemania era
el Artículo 231, comúnmente conocido como "Cláusula de Culpabilidad de la
Guerra", que obligaba a Alemania a aceptar la responsabilidad absoluta del
inicio de la Primera Guerra Mundial. Como tal, Alemania era responsable de
todos los daños materiales, y el primer ministro de Francia, Georges
Clemenceau, insistió particularmente en imponer enormes pagos de
compensación. Conscientes de que Alemania probablemente no podría pagar
una deuda tan elevada, Clemenceau y los franceses de todos modos temían
enormemente que Alemania se recuperara con rapidez y emprendiera una
nueva guerra contra Francia. Por lo tanto, en el sistema de tratados de la
posguerra, los franceses intentaron ponerle trabas a los esfuerzos alemanes
por recuperar su superioridad económica y rearmarse.
El ejército alemán se limitaría a 100 mil hombres y se prohibiría el servicio
militar obligatorio. El tratado restringía la Armada a buques de menos de
100 mil toneladas y contenía una prohibición de adquirir o tener una flota
de submarinos. Además, Alemania tenía prohibido tener fuerza aérea.
Alemania estaba obligada a llevar adelante juicios por crímenes de guerra
contra el káiser y otros líderes por emprender una guerra de agresión. El
Juicio de Leipzig, sin el káiser ni otros líderes nacionales importantes en el
banquillo de los acusados, tuvo como consecuencia principalmente
absoluciones y fue ampliamente percibido como una farsa, incluso en
Alemania.
En primer lugar, para las naciones que perdieron la guerra, la atroz masacre
en el campo de batalla, la primera experiencia de Europa con la muerte en
masa provocada por el hombre, pareció ser un sacrificio en vano. Parecía
inexplicable excepto por una insidiosa traición interna. Una leyenda de
puñalada trapera atribuyó la derrota alemana y austriaca en la Primera
Guerra Mundial a traidores internos que trabajaban en pos de intereses
ajenos, principalmente judíos y comunistas. Esta leyenda fue ampliamente
creída y deliberadamente diseminada por la dirigencia militar alemana
derrotada, en busca de evitar consecuencias personales por sus políticas.
Al igual que otros estereotipos negativos sobre los judíos, la leyenda de la
puñalada trapera era creída a pesar de ser absolutamente falsa: Los judíos
alemanes habían servido a las fuerzas armadas alemanas con lealtad, coraje
y desproporcionadamente con respecto a su porcentaje de la población.
Entre los nuevos estereotipos acerca del "comportamiento" de los judíos que
surgieron en los albores de la Primera Guerra Mundial y que se propagaron
deliberadamente junto con antiguos prejuicios se incluían los siguientes
mitos: