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PRIMERA GUERRA MUNDIAL

La Primera Guerra Mundial marcó el primer gran conflicto internacional del


siglo XX. El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la
corona austro-húngara, y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo
el 28 de junio de 1914, dio inicio a las hostilidades, que comenzaron en
agosto de 1914, y continuaron en varios frentes durante los cuatro años
siguientes.

Durante la Primera Guerra Mundial, las Potencias de la Entente -- Gran


Bretaña, Francia, Serbia y la Rusia Imperial (a las que más tarde se
unieron Italia, Grecia, Portugal, Rumania y Estados Unidos) -- lucharon
contra las Potencias Centrales: Alemania y Austria-Hungría (a las que más
tarde se incorporaron la Turquía Otomana y Bulgaria).

El entusiasmo inicial de todas las partes respecto a una victoria rápida y


decisiva se desvaneció cuando la guerra se empantanó en un punto muerto
de costosas batallas y guerra de trincheras, particularmente en el frente
occidental. El sistema de trincheras y fortificaciones en el oeste se extendió
en su punto máximo a 475 millas (764 km), aproximadamente desde el Mar
del Norte hasta la frontera suiza, y definieron la guerra para la mayoría de
los combatientes norteamericanos y de Europa Occidental. La vasta
extensión del frente oriental impedía una guerra de trincheras a gran escala,
pero la escala del conflicto era equivalente a la del frente occidental.
También hubo intensos combates en el norte de Italia, en los Balcanes y en
la Turquía otomana. Los combates tuvieron lugar en el mar y, por primera
vez, en el aire.

En abril de 1917, se produjo un cambio decisivo en las hostilidades cuando


la política de guerra submarina irrestricta de Alemania sacó a Estados
Unidos del aislacionismo y lo llevó al centro del conflicto. Las nuevas tropas
y el nuevo material de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense (American
Expeditionary Force, AEF) bajo el mando del General John J. Pershing,
junto con el bloqueo en constante aumento de los puertos alemanes, a la
larga ayudaron a cambiar el equilibrio del esfuerzo bélico a favor de la
Entente.

Apenas conseguida, esta ventaja para las fuerzas de la Entente fue


compensada por los sucesos que tuvieron lugar en el teatro de operaciones
oriental de la guerra. Desde comienzos de 1917, Rusia, una de las potencias
principales de la Entente, había sufrido una gran agitación. En febrero de
ese año, el mal manejo de la guerra por parte del gobierno zarista había
contribuido a inspirar un levantamiento popular: la Revolución de Febrero.
La revolución forzó la abdicación del zar Nicolás II y puso en el poder un
Gobierno Provisional de facciones liberales y socialistas, que a fin de
cuentas estaba bajo el mando del miembro del partido Socialista
Revolucionario, Alexander Kerensky. Este breve experimento con la
democracia pluralista fue caótico y, en los meses del verano, el continuo
deterioro del esfuerzo bélico y una situación económica cada vez más
calamitosa provocó disturbios por parte de los trabajadores, los soldados y
los marinos rusos ("Los días de julio").

El 24 y 25 de octubre de 1917, las fuerzas bolcheviques (izquierda socialista)


al mando de Vladimir Lenin tomaron los principales edificios del Gobierno y
asaltaron el Palacio de Invierno y luego la sede del nuevo Gobierno en la
capital de Rusia, Petrogrado (actual San Petersburgo). La "Gran Revolución
Socialista de Octubre", el primer golpe marxista exitoso de la historia,
desalojó al ineficaz Gobierno Provisional y finalmente estableció una
República Socialista Soviética bajo la dirección de Lenin. Las radicales
reformas sociales, políticas, económicas y agrarias del nuevo Estado
soviético en los años de la posguerra inquietarían a los gobiernos
democráticos occidentales que, temían tanto la expansión del comunismo
por toda Europa, que estuvieron dispuestos a transigir o sosegar a
regímenes de derecha (incluyendo a la Alemania nazi de Adolf Hitler) en las
décadas de 1920 y 1930.

Pero el efecto inmediato de la Revolución Rusa en el escenario europeo fue


una brutal y prolongada guerra civil en tierras rusas (1917-1922) y la
decisión de los líderes bolcheviques de hacer las paces por separado con la
Alemania del Kaiser. Cuando las negociaciones fracasaron totalmente
debido a las exigencias alemanas, el ejército alemán lanzó una ofensiva
general en el frente oriental, que produjo el Tratado de Paz de Brest-Litovsk
el 6 de marzo de 1918.

Pese a los éxitos alemanes (sacar a la Rusia bolchevique de la guerra a fines


del invierno de 1918 y llegar a las puertas de París durante el verano), los
ejércitos de la Entente repelieron al ejército alemán en el río Marne. En los
meses del verano y el otoño de 1918, avanzaron sostenidamente contra las
líneas alemanas en el frente occidental ("Ofensiva de los cien días").

Las Potencias Centrales comenzaron a rendirse, comenzando con Bulgaria y


el Imperio Otomano, en septiembre y octubre, respectivamente. El 3 de
noviembre, las fuerzas austrohúngaras firmaron una tregua cerca de Padua,
Italia. En Alemania, el amotinamiento de marinos de la armada en Kiel
desencadenó una amplia revuelta en las ciudades costeras alemanas, y en
las principales áreas municipales de Hannover, Frankfurt del Meno y
Munich. Consejos de trabajadores y soldados, basados en el modelo
soviético, iniciaron la llamada "Revolución alemana"; la primera "república
de consejos" (Räterrepublik) fue establecida bajo la dirigencia del demócrata
social independiente (USPD) Kurt Eisner en Bavaria. El sólido Partido
Socialdemócrata de Alemania (SPD), bajo la dirigencia de Friedrich Ebert,
veía a los consejos recientemente establecidos como un elemento
desestabilizador, y abogaba, en su lugar, por las demandas de la opinión
pública alemana de una reforma parlamentaria y paz.

El 9 de noviembre de 1918, en medio del descontento generalizado y tras


haber sido abandonado por los comandantes del ejército alemán, el
emperador (káiser) Guillermo II abdicó el trono alemán. Ese mismo día, el
delegado del SPD Philipp Scheidemann proclamó la República de Alemania,
con un gobierno provisional dirigido por Friedrich Ebert. Dos días más
tarde, representantes alemanes, dirigidos por Matthias Erzberger del partido
Centro Católico (Zentrum), se reunieron en un vagón en el Bosque de
Compiègne con una delegación de las potencias victoriosas de la Entente al
mando del Mariscal de Campo francés Ferdinand Foch, comandante general
de las fuerzas de la Entente, y aceptaron los términos del armisticio.

A las 11 de la mañana del 11 de noviembre (11/11) de 1918 cesaron los


combates en el frente occidental. La "Gran Guerra", como la llamaron sus
contemporáneos, había llegado a su fin, pero la enorme repercusión del
conflicto en las esferas política, económica, social e internacional resonaría
durante las décadas siguientes.

La Primera Guerra Mundial representó una de las guerras más destructivas


de la historia moderna. Como consecuencia de las hostilidades murieron
casi diez millones de soldados, cifra que supera ampliamente la suma de las
muertes de militares de todas las guerras de los cien años anteriores. Si
bien es difícil determinar con precisión las estadísticas de las bajas, se
calcula que 21 millones de hombres fueron heridos en combate.

Las enormes pérdidas a ambos lados del conflicto, en parte, fueron el


resultado de la introducción de nuevas armas, como la ametralladora y el
gas, así como el hecho de que los jefes militares no adaptaron sus tácticas a
la naturaleza crecientemente mecanizada de la guerra. La política de
desgaste, particularmente en el frente occidental, les costó la vida a cientos
de miles de soldados. El 1 de julio de 1916, la fecha en que se produjo la
mayor pérdida de vidas en un solo día, en Somme sólo el ejército británico
sufrió más de 57.000 bajas. Alemania y Rusia registraron la mayor cantidad
de muertes de militares: aproximadamente 1.773.700 y 1.700.000,
respectivamente. Francia perdió el 16% de sus fuerzas movilizadas, la tasa
de mortalidad más alta en relación con las tropas desplegadas.

Ningún organismo oficial llevó una cuenta minuciosa de las pérdidas de


civiles durante los años de la guerra, pero los estudiosos afirman que 13
millones de no combatientes murieron como consecuencia directa o
indirecta de las hostilidades. La mortalidad de las poblaciones de militares y
civiles llegó al punto máximo al final de la guerra con el brote de la "gripe
española", la más mortífera epidemia de influenza de toda la historia. Como
consecuencia del conflicto, millones de personas fueron desarraigadas o
desplazadas de sus hogares en Europa y Asia Menor. Las pérdidas
industriales y de propiedades fueron catastróficas, especialmente en Francia
y Bélgica, donde los enfrentamientos habían sido más intensos.

PRIMERA GUERRA MUNDIAL: CONSECUENCIAS

Las onerosas compensaciones impuestas después de la Primera Guerra


Mundial, junto con un período inflacionario general en Europa en la década
de 1920 -- otro resultado directo de una guerra catastrófica en términos
materiales -- provocó una espiral hiperinflacionaria del Reichsmark alemán
en 1923. Este período hiperinflacionario combinado con los efectos de la
Gran Depresión (que comenzó en 1929) verdaderamente socavó la
estabilidad de la economía alemana, liquidó los ahorros personales de la
clase media y estimuló el desempleo masivo.

Semejante caos económico influyó de manera decisiva en el aumento del


descontento social y desestabilizó a la frágil República de Weimar. Los
esfuerzos de las potencias europeas occidentales por marginar a Alemania
debilitaron y aislaron a sus líderes democráticos y acentuaron la necesidad
de devolverle el prestigio a Alemania a través de la remilitarización
La agitación social y económica que siguió a la Primera Guerra Mundial
desestabilizó fuertemente a la incipiente democracia y dio lugar al
surgimiento de muchos partidos de extrema derecha en la Alemania de
Weimar. En relación con las duras disposiciones del Tratado de Versalles,
fue particularmente perjudicial la convicción cabal entre muchos
integrantes de la población general de que Alemania había sido "apuñalada
por la espalda" por los "criminales de noviembre": aquellos que habían
contribuido a formar el nuevo gobierno de Weimar y a mediar por la paz que
los alemanes querían tan desesperadamente, pero que había finalizado de
un modo tan desastroso con el Tratado de Versalles.

Muchos alemanes olvidaron que habían aplaudido la caída del káiser, que
inicialmente habían recibido con agrado la reforma democrática
parlamentaria y que habían celebrado el armisticio. Recordaban solamente
que la izquierda alemana -- socialistas, comunistas y judíos, en el
imaginario común -- había entregado el honor alemán en favor de una paz
ignominiosa cuando ningún ejército extranjero ni siquiera había tocado
territorio alemán. Esta Dolchstosslegende (leyenda de la puñalada por la
espalda) fue iniciada y propagada por jefes militares alemanes retirados de
la época de la guerra quienes, totalmente conscientes de que en 1918 la
guerra se había vuelto insostenible para Alemania, le habían aconsejado al
Káiser que buscara la paz. Esto contribuyó a desacreditar más a los círculos
socialistas y liberales alemanes que estaban más comprometidos con el
mantenimiento del frágil experimento democrático alemán.

Los Vernunftsrepublikaner ("republicanos por razón"), personas como el


historiador Friedrich Meinecke y el ganador del premio Nobel Thomas Mann,
que al principio se habían resistido a la reforma democrática, ahora se
sentían obligados a apoyar a la República de Weimar como el mal menor. En
ese sentido, trataron de alejar a sus compatriotas de la polarización de la
extrema derecha y la extrema izquierda. Las promesas de la derecha
nacionalista alemana de revisar el Tratado de Versalles por la fuerza, si era
necesario, ganaban cada vez más aceptación entre los círculos respetables.
Mientras tanto, el fantasma de la inminente amenaza comunista, después
de la Revolución Bolchevique en Rusia y la corta duración de las
revoluciones o los golpes comunistas en Hungría (Béla Kun) y en la propia
Alemania (por ejemplo, el levantamiento espartaquista), inclinó el
sentimiento político alemán decididamente hacia las causas de la derecha.

Los agitadores de la izquierda política cumplieron duras sentencias en


prisión por inspirar el descontento político. Por otro lado, los activistas de
extrema derecha como Adolf Hitler, cuyo Partido Nazi había intentado
deponer al gobierno de Bavaria y comenzar una "revolución nacional" en
el Putsch de la cervecería de noviembre de 1923, solo cumplieron nueve
meses de una sentencia de cinco años de prisión por traición, que era un
delito capital. Mientras cumplía sentencia en prisión escribió su manifiesto
político, Mein Kampf (Mi lucha).

Las dificultades impuestas por el descontento social y económico tras la


Primera Guerra Mundial y sus onerosos términos de paz, así como el miedo
irracional que sentían las clases medias alemanas a que los comunistas
tomaran el poder, socavaron las soluciones democráticas pluralistas en la
Alemania de Weimar. También aumentaron el anhelo público de una
dirección más autoritaria, un tipo de liderazgo que los votantes alemanes
finalmente por desgracia encontraron en Adolf Hitler y su Partido
Nacionalsocialista. Por condiciones similares también se beneficiaron los
gobiernos autoritarios y totalitarios de Europa Oriental, comenzando con los
perdedores de la Primera Guerra Mundial, y a la larga se elevaron los niveles
de tolerancia y consentimiento del antisemitismo y la discriminación de las
minorías nacionales de toda la región.

Finalmente, la destrucción y las catastróficas pérdidas de vidas durante la


Primera Guerra Mundial condujeron a lo que se podría describir mejor como
desesperanza cultural en muchos países que habían combatido en la
guerra. La desilusión respecto a la política nacional e internacional y un
sentimiento de desconfianza respecto a los líderes políticos y los
funcionarios de gobierno impregnaron la conciencia de un público que había
sido testigo de los estragos de un devastador conflicto de cuatro años. La
mayor parte de los países europeos prácticamente había perdido una
generación de hombres jóvenes. Mientras algunos escritores como el alemán
Ernst Jünger glorificaban la violencia de la guerra y el contexto nacional del
conflicto en su obra de 1920, Tormenta de acero (Stahlgewittern), fue el
relato vívido y realista de la guerra de trincheras descrita en la obra maestra
de 1929 de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente occidental (Im
Westen nichts Neues) la que captó la experiencia de las tropas en el frente y
expresó la alienación de la "generación perdida" que volvió de la guerra y
descubrió que no se podía adaptar a los tiempos de paz y que resultaba
trágicamente malinterpretada por una población del frente nacional que no
había vivido personalmente los horrores de la guerra.

En algunos círculos, esta distancia y desilusión con respecto a la política y


al conflicto fomentó un aumento en el sentimiento pacifista. En Estados
Unidos, la opinión pública estaba a favor del regreso al aislacionismo. Ese
sentimiento popular estaba en la raíz de la negativa del Senado
estadounidense a ratificar el Tratado de Versalles y a aprobar la pertenencia
de Estados Unidos a la Liga de Naciones propuesta por el presidente Wilson.
Para una generación de alemanes, esta alienación social y desilusión política
fue captada por el autor alemán Hans Fallada en ¿Y ahora qué? (Kleiner
Mann, was nun?), la historia de un alemán común y corriente, que es
alcanzado por la agitación de la crisis económica y el desempleo, y es
igualmente vulnerable a la atracción peligrosa de la política de extrema
derecha y extrema izquierda. La novela de Fallada de 1932 retrata con
precisión a la Alemania de su tiempo: un país inmerso en el descontento
económico y social y polarizado en los extremos opuestos del espectro
político. Muchas de las causas de este desorden tenían raíz en la Primera
Guerra Mundial y sus consecuencias; y el camino tomado por Alemania
conduciría a una guerra aún más destructiva en los años siguientes.

PRIMERA GUERRA MUNDIAL: TRATADOS Y


COMPENSACIONES

Después de la devastación de la Primera Guerra Mundial, las Potencias


Occidentales victoriosas impusieron una serie de duros tratados a los países
derrotados. Estos tratados despojaron a las Potencias Centrales (Alemania,
Austria-Hungría, junto con la Turquía otomana y Bulgaria) de importantes
territorios y les impusieron significativos pagos de compensaciones.

Casi nunca antes el mapa de Europa se había visto alterado tan


fundamentalmente. Como consecuencia directa de la guerra, los Imperios
alemán, austro-húngaro, ruso y otomano dejaron de existir. El Tratado de
Saint-Germain-en-Laye del 10 de septiembre de 1919 estableció la
República de Austria, formada por la mayoría de las regiones de habla
alemana quitadas al Estado de los Habsburgo. El Imperio Austríaco cedió
tierras de la corona a Estados sucesores recientemente establecidos como
Checoslovaquia, Polonia y el Reino de los eslovenos, croatas y serbios al que
se llamó Yugoslavia en 1929. También cedió el Tirol del Sur, Trieste,
Trentino e Istria a Italia, y Bucovina a Rumania. Un importante punto del
tratado impedía que Austria comprometiera su reciente independencia. Esta
restricción le prohibía efectivamente que se unificara con Alemania, un
objetivo largamente deseado por los "pangermanistas" y una atractiva meta
para el austríaco Adolf Hitler y su Partido Nacionalsocialista (Nazi).

La otra parte de la Monarquía austrohúngara, Hungría, también se convirtió


en un Estado independiente: en virtud de los términos del Tratado de
Trianon (noviembre de 1920), Hungría le cedió Transilvania a Rumania;
Eslovaquia y Rutenia Transcarpática a la recientemente formada
Checoslovaquia; y otras tierras de la corona húngara a la futura Yugoslavia.
El Imperio Otomano firmó el Tratado de Sèvres el 10 de agosto de 1920, que
puso fin a las hostilidades con las Potencias Aliadas; pero poco después
comenzó la Guerra de la Independencia Turca. La nueva República de
Turquía, establecida como consecuencia, firmó el Tratado de Lausana en
1923, que invalidó al de Sèvres y dividió efectivamente al antiguo Imperio
Otomano.

En enero de 1918, unos diez meses antes del final de la Primera Guerra
Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson había escrito una
lista de objetivos propuestos para la guerra a los que llamó los "Catorce
puntos". Ocho de estos puntos trataban específicamente sobre acuerdos
territoriales y políticos relacionados con la victoria de las Potencias de la
Entente, incluyendo la idea de la autodeterminación nacional de las
poblaciones étnicas de Europa. El resto de estos principios se concentraba
en evitar la guerra en el futuro, y en el último proponía que una Liga de
Naciones arbitrara futuras contiendas internacionales. Wilson esperaba que
su propuesta diera lugar a una paz justa y duradera, una "paz sin victoria" a
fin de terminar la "guerra para poner fin a todas las guerras".
Cuando los líderes alemanes firmaron el armisticio, muchos de ellos creían
que los Catorce Puntos formarían la base del futuro tratado de paz, pero
cuando los jefes de gobierno de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e
Italia se reunieron en París para discutir los términos del tratado, el
contingente europeo de los "Cuatro Grandes" tenía otros planes. Como
consideraban que Alemania era el principal instigador del conflicto, las
Potencias Aliadas europeas finalmente impusieron en el tratado obligaciones
particularmente estrictas sobre la derrotada Alemania.

Pérdidas territoriales alemanas, Tratado de Versalles de 1919


Alemania perdió la Primera Guerra Mundial, y en el Tratado de Versalles de 1919, las
potencias vencedoras (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y los otros estados aliados)
impusieron a la derrotada Alemania disposiciones punitivas para su territorio, milicia y
economía. En el oeste, Alemania devolvió Alsacia-Lorena a Francia, de la que se había
apoderado hacía más de 40 años. Además, Bélgica recibió Eupen y Malmedy; la región
industrial de Saar quedó bajo la administración de la Liga de Naciones durante 15 años; y
Dinamarca recibió la región del norte de Schleswig. Finalmente, se desmilitarizó la región
del Rin, es decir, no se permitían ni fuerzas militares ni fortificaciones alemanas. En el este,
Polonia recibió de parte de Alemania regiones de Prusia Occidental y Silesia. Además de
esto, Checoslovaquia recibió de Alemania el distrito de Hultschin; la gran ciudad alemana
de Danzig se convirtió en una ciudad libre protegida por la Liga de Naciones, y Memel, una
pequeña franja territorial de Prusia oriental ubicada a lo largo del Mar Báltico quedó
finalmente bajo el control de Lituania. Alemania perdió todas sus colonias fuera de Europa.
En total, Alemania perdió el 13% de su territorio europeo (más de 27.000 millas cuadradas
[69.930 km2]) y un décimo de su población (entre 6,5 y 7 millones de personas).

El Tratado de Versalles, presentado a los líderes alemanes para que lo


firmaran el 7 de mayo de 1919, forzaba a Alemania a ceder territorios a
Bélgica (Cantones del Este), Checoslovaquia (distrito de Hultschin) y Polonia
(Poznan, Prusia Occidental y Alta Silesia). Alsacia y Lorena, anexadas en
1871 después de la Guerra Franco-Prusiana, volvieron a Francia. Todas las
colonias alemanas de ultramar se convirtieron en Mandatos de la Liga de
Naciones, y la ciudad de Danzig, con mayoría étnica alemana, se convirtió
en una ciudad libre. El tratado exigía la desmilitarización y la ocupación de
la región del Rin, y un estatus especial para el Saarland bajo control
francés. El futuro de las áreas del norte de Schleswig en la frontera entre
Dinamarca y Alemania y partes de Alta Silesia se determinaría mediante
plebiscitos.

Quizás la parte más humillante del tratado para la derrotada Alemania era
el Artículo 231, comúnmente conocido como "Cláusula de Culpabilidad de la
Guerra", que obligaba a Alemania a aceptar la responsabilidad absoluta del
inicio de la Primera Guerra Mundial. Como tal, Alemania era responsable de
todos los daños materiales, y el primer ministro de Francia, Georges
Clemenceau, insistió particularmente en imponer enormes pagos de
compensación. Conscientes de que Alemania probablemente no podría pagar
una deuda tan elevada, Clemenceau y los franceses de todos modos temían
enormemente que Alemania se recuperara con rapidez y emprendiera una
nueva guerra contra Francia. Por lo tanto, en el sistema de tratados de la
posguerra, los franceses intentaron ponerle trabas a los esfuerzos alemanes
por recuperar su superioridad económica y rearmarse.
El ejército alemán se limitaría a 100 mil hombres y se prohibiría el servicio
militar obligatorio. El tratado restringía la Armada a buques de menos de
100 mil toneladas y contenía una prohibición de adquirir o tener una flota
de submarinos. Además, Alemania tenía prohibido tener fuerza aérea.
Alemania estaba obligada a llevar adelante juicios por crímenes de guerra
contra el káiser y otros líderes por emprender una guerra de agresión. El
Juicio de Leipzig, sin el káiser ni otros líderes nacionales importantes en el
banquillo de los acusados, tuvo como consecuencia principalmente
absoluciones y fue ampliamente percibido como una farsa, incluso en
Alemania.

El recientemente formado gobierno democrático alemán vio al Tratado de


Versalles como una "paz impuesta" (Diktat). Sin bien Francia, que había
sufrido más en el plano material que los demás miembros del grupo de los
"Cuatro Grandes", había insistido en la dureza de los términos, el tratado de
paz en última instancia no ayudó a resolver las disputas internacionales que
habían dado origen a la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, tendía a
impedir la cooperación intereuropea y complicaba más los problemas
subyacentes que habían causado la guerra en primer lugar. Los horribles
sacrificios de guerra y las tremendas pérdidas de vidas, sufridas por todas
las partes, pesaron enormemente no solo sobre los perdedores del conflicto,
sino también sobre los combatientes del lado ganador, como Italia, cuyos
botines de posguerra parecían no guardar relación con el precio que su
nación había tenido que pagar en sangre y bienes materiales.

Para las poblaciones de las potencias derrotadas -- Alemania, Austria,


Hungría y Bulgaria -- los respectivos tratados de paz parecían un injusto
castigo. Sus gobiernos, ya fuera democráticos como los de Alemania o
Austria, o autoritarios, como el caso de Hungría e, intermitentes, en
Bulgaria, rápidamente recurrieron a la violación de los términos militares y
financieros de los acuerdos. Los esfuerzos por revisar y desafiar las
disposiciones más pesadas de la paz se convirtieron en elementos clave en
sus respectivas políticas exteriores y resultaron ser elementos
desestabilizadores para la política internacional. Por ejemplo, la cláusula de
culpabilidad de la guerra, los pagos de compensación que conllevaba y las
limitaciones militares alemanas eran particularmente pesados para la
mentalidad de la mayoría de los alemanes. La revisión del Tratado de
Versalles representaba una de las plataformas que le dio a los partidos de
extrema derecha de Alemania, incluso el Partido Nazi de Hitler, una enorme
credibilidad ante la mayoría de los votantes a comienzos de la década de
1920 y 1930.

Las promesas de rearme, el reclamo del territorio alemán, particularmente


en el este, la remilitarización de la región del Rin y la recuperación de la
prominencia entre las potencias europeas y mundiales después de una
derrota y una paz tan humillantes alimentaron el sentimiento
ultranacionalista y contribuyeron a que el promedio de los votantes a
menudo pasara por alto los principios más radicales de la ideología nazi.

ADOLF HITLER Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL: 1913-


1919

Hitler se mudó a Munich, Alemania, en mayo de 1913. Lo hizo para evitar


que lo arrestaran por evadir su obligación de servicio militar en la Austria de
los Habsburgo, y financiado por la última cuota de la herencia de su padre.
En Munich, siguió a la deriva, viviendo de sus acuarelas y bosquejos hasta
que la Primera Guerra Mundial dio una dirección a su vida y una causa con la
cual se comprometería totalmente. Según relatos que aún perduran, Hitler
era un soldado valiente: fue ascendido al rango de cabo, resultó herido dos
veces (en 1916 y 1918) y recibió varias medallas.

Aunque, según trascendió, no se brindaba a extensos discursos políticos en


esta época, Hitler parecía ser arrastrado por un antisemitismo político cada vez
más despiadado promulgado por la extrema derecha y que se filtró en la
jerarquía militar durante los dos últimos años de la guerra.

En octubre de 1918, Hitler quedó parcialmente ciego en un ataque de gas


mostaza cerca de Ypres, Bélgica. Lo enviaron al hospital militar, donde recibió
la noticia del armisticio del 11 de noviembre de 1918, cuando estaba
recuperándose.

El fin de la guerra fue un desastre emocional para Hitler también. Provocó la


amenaza de la desmovilización, lo cual lo separó de la única comunidad en
la que se había sentido cómodo y lo devolvió a una vida civil en la que no
tenía rumbo ni perspectivas profesionales. El ejército alemán (Reichswehr)
empleó a Adolf Hitler como docente e informante confidencial. Fue en su
carácter de informante confidencial que Hitler asistió a una reunión del
Partido Obrero Alemán (Deutsche Arbeiterpartei, DAP) en una cervecería el
12 de septiembre de 1919.

Si sus años en Viena y el campo de batalla fueron etapas importantes para


el desarrollo de una ideología global en Hitler, su servicio en el ejército en
1919 parece haber formado su compromiso con un antisemitismo basado en
la teoría racial social de Darwin y la creación de un nacionalismo común
fundado en la necesidad de combatir el poder externo e interno de los
judíos. El 16 de septiembre de 1919, Hitler emitió su primer comentario
escrito sobre el denominado problema judío. Definió a los judíos como
una raza y no como una comunidad religiosa, describió el efecto de la
presencia judía como una “tuberculosis racial de los pueblos” e identificó
que la meta inicial del gobierno alemán era la legislación discriminatoria
contra los judíos. La “meta final debe ser, definitivamente, la eliminación
total de los judíos”.
EL ANTISEMITISMO EN LA HISTORIA: PRIMERA
GUERRA MUNDIAL

Antes de la Primera Guerra Mundial, el antisemitismo racista se limitaba a


la extrema derecha de la política por casi toda Europa y en los Estados
Unidos. No obstante, entre las personas no judías persistían los estereotipos
de los judíos y el "comportamiento" judío.

Tres tendencias que se desarrollaron durante e inmediatamente después de


la Primera Guerra Mundial trajeron antisemitismo, incluida su variante
racista, a la corriente dominante de la política europea.

En primer lugar, para las naciones que perdieron la guerra, la atroz masacre
en el campo de batalla, la primera experiencia de Europa con la muerte en
masa provocada por el hombre, pareció ser un sacrificio en vano. Parecía
inexplicable excepto por una insidiosa traición interna. Una leyenda de
puñalada trapera atribuyó la derrota alemana y austriaca en la Primera
Guerra Mundial a traidores internos que trabajaban en pos de intereses
ajenos, principalmente judíos y comunistas. Esta leyenda fue ampliamente
creída y deliberadamente diseminada por la dirigencia militar alemana
derrotada, en busca de evitar consecuencias personales por sus políticas.
Al igual que otros estereotipos negativos sobre los judíos, la leyenda de la
puñalada trapera era creída a pesar de ser absolutamente falsa: Los judíos
alemanes habían servido a las fuerzas armadas alemanas con lealtad, coraje
y desproporcionadamente con respecto a su porcentaje de la población.

En segundo lugar, la Revolución Bolchevique, el establecimiento de la Unión


Soviética y los efímeros experimentos con la dictadura comunista en Bavaria
y Hungría amedrentaban a la clase media de toda Europa e incluso
cruzando el Atlántico en los Estados Unidos. La prominencia de algunos
comunistas de ascendencia judía en los regímenes revolucionarios (León
Trotsky en la Unión Soviética, Béla Kun en Hungría y Ernest Toller en
Bavaria) confirmó a los antisemitas la atracción "natural" de los judíos y el
comunismo internacional.

En tercer lugar, en Alemania, Austria y Hungría, el estigma, expresado en


las cláusulas del sistema del Tratado de Versalles, de ser acusados de
iniciar la guerra y de tener que cargar con el peso de pagar los daños a los
vencedores, generó la ira y frustración general en todo el espectro político.
La extrema derecha podría entonces explotar políticamente esta ira y
frustración.

Entre los nuevos estereotipos acerca del "comportamiento" de los judíos que
surgieron en los albores de la Primera Guerra Mundial y que se propagaron
deliberadamente junto con antiguos prejuicios se incluían los siguientes
mitos:

1) los judíos habían iniciado la guerra para llevar a Europa a la ruina


económica y política y para hacerla susceptible al "control" judío.

2) los judíos explotaron la miseria de la guerra para enriquecerse y la


prolongaron para dirigir la Revolución Bolchevique en pos de impulsar el
objetivo de una revolución mundial.

3) Con su cobardía heredada y su deslealtad instintiva que los predisponía


en contra de defender a la nación, los judíos fueron responsables del
perjudicial malestar detrás del frente y apuñalaron a las tropas
combatientes por la espalda (lo que causó la derrota militar y la revolución
democrática/socialista).

4) Los judíos extranjeros dominaban las negociaciones de paz y lograron


dividir a los alemanes y húngaros mediante fronteras nacionales artificiales,
mientras sus co-conspiradores, los judíos nacionales, llevaron por mal
camino a la nación a su "rendición" y permanente "esclavitud".

5) Los judíos controlaban las complejas finanzas del sistema de reparaciones


para su propio beneficio.

6) Al haber establecido la democracia constitucional, los judíos la utilizaron


para debilitar la voluntad política de la nación de resistir su influencia y
destruir la base de la sangre aria superior fomentando la endogamia, la
libertad sexual y el mestizaje.

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