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ICSE - Catedra Garcia - CBC sede Avellaneda Material de Cátedra

“Breve reseña sobre el neoliberalismo”

Fernando Pita.

“Los objetivos de las políticas neoliberales apuntaban a promover la variabilidad de las relaciones
sociales en los marcos del capitalismo, con el fin de relanzar las premisas que aseguren una
acumulación estable del capitalismo, incluyendo la reproducción de las condiciones económicas,
sociales, políticas y culturales, es decir, el propio proceso de valorización y dominación capitalista. El
objetivo era afectar el poder acumulado por los trabajadores y los pueblos”

(Julio Gambina; en “Crisis del neoliberalismo. Sus alcances, proyecciones y consecuencias”).

1.¿Qué es el neoliberalismo? El origen teórico de la ideología

El neoliberalismo es una cosmovisión global de la sociedad que abarca la economía, el individuo y


también una forma de gobierno, que surge inicialmente solamente en el plano de las ideas al terminar
la segunda guerra mundial, en Europa y en Estados Unidos, como reacción a todo tipo de
intervencionismo estatal, que se expresaba tanto en el desarrollo del comunismo existente
(fundamentalmente en la Unión Soviética y en los nuevos países que bajo diversos matices seguían
ese modelo) y el Estado de Bienestar.

Después de la segunda guerra mundial se conforma un nuevo orden y un momento histórico que se
conoció como Guerra Fría. Por un lado, los llamados países comunistas abarcaban a aquellos que
tenían mejores relaciones con la URSS (como Alemania Oriental, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia,
entre otros) y otros más distanciados de dicho país como China y Yugoslavia. Por el otro, en los países
capitalistas con mayor grado de desarrollo industrial se conformó el Estado de Bienestar que
desempeñaba funciones estratégicas en la conducción de la economía y operaba en forma directa
empresas en aquellos sectores considerados claves. La función principal ha sido regular la actividad
productiva en función de objetivos sociales, orientados a la redistribución de ingresos, mediante la
generación de ingresos y medidas tendientes a desarrollar políticas sociales.

En este marco, la respuesta inicial a estas políticas hegemónicas de posguerra fue en un principio de
corte intelectual y académico. Tendrían que esperar varios años para que el neoliberalismo se aplique
en diversos gobiernos. Hacia 1947, el austriaco Friederich Von Hayek convoca a una reunión en la
localidad suiza de Mont Pélerin a la que asisten Milton Friedman, Karl Popper, Lionel Robbins, Ludwing
Von Misses, Walter Eukpen, Walter Lippman, Michael Polanyi y Salvador de Madariaga. Dicho
encuentro generó la fundación de la Sociedad Mont Pélerin que en su declaración fundacional
señalaban que: “los valores centrales de la civilización están en peligro. Sobre grandes extensiones de
la superficie del planeta las condiciones esenciales de la dignidad y de la libertad humana ya han
desaparecido. En otras, están bajo constante amenaza ante el desarrollo de las tendencias políticas
actuales. La posición de los individuos y los grupos de adscripción voluntaria se ve progresivamente
socavada por extensiones de poder arbitrario. Hasta la más preciada posesión del hombre occidental,
su libertad de pensamiento y de expresión, está amenazada por el despliegue de credos que,
reclamando el privilegio de la tolerancia cuando están en situación de minoría procuran solamente

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establecer una posición de poder desde la cual suprimir y obliterar todas las perspectivas que no sean
la suya”.

El intento de impulsar una sociedad que redujera las desigualdades era considerado por estos autores
como destructores de la libertad y ponía trabas a la competencia económica. Comenzaban a desafiar
un consenso generalizado, al argumentar que la desigualdad era un valor positivo que lo acercará a
concepciones conservadoras al mismo tiempo que lo alejaba de una premisa del liberalismo clásico: la
igualdad. De este modo, el neoliberalismo retoma del liberalismo clásico (proceso histórico marcado
en lo socio-económico por el desarrollo de la Revolución Industrial –originaria de Gran Bretaña y
posteriormente extendida a otras regiones– y en lo político por la Revolución Francesa) estableciendo
la idea de libertad y de orden natural como los valores supremos para alcanzar el bienestar social. Lo
natural es el individuo, no la sociedad; lo natural es la voluntad, el interés y libertad de cada individuo,
no la voluntad general; lo natural es lo económico y el andamiaje principal para lograr la libertad
individual. Al enfatizar las libertades individuales se refuerzan las concepciones en torno a la iniciativa
privada, al mercado por sobre los valores societales. Mientras que para el liberalismo clásico el
concepto de libertad es más global y totalizador pues abarca la esfera individual, la política (aunque
hasta fines del siglo XIX éstas estaban restringidas para gran parte de la población, fundamentalmente
analfabetos, trabajadores y mujeres) y la económica, para el neoliberalismo la libertad económica es
la condición necesaria para lograr la libertad individual.

Consideramos que es necesario poner en cuestión una visión extendida que el neoliberalismo es
sinónimo de mínima intervención estatal. El geógrafo David Harvey define al neoliberalismo como
“una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el
bienestar del ser humano, consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las
libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos
de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y
preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas. Por ejemplo, tiene
que garantizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las funciones y
estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de
propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto
funcionamiento de los mercados. Por otro lado, en aquellas áreas en las que no existe mercado (como
la tierra, el agua, la educación, la atención sanitaria, la seguridad social o la contaminación
medioambiental), estos deben ser creados, cuando sea necesario, mediante la acción estatal. Pero el
Estado no debe aventurarse más allá de lo que prescriban estas tareas. La intervención estatal en los
mercados (una vez creados) debe ser mínima porque, de acuerdo con esta teoría, el Estado no puede
en modo alguno obtener la información necesaria para anticiparse a las señales del mercado (los
precios) y porque es inevitable que poderosos grupos de interés distorsionen y condicionen estas
intervenciones estatales (en particular en los sistemas democráticos) atendiendo a su propio
beneficio.

Al respecto Albert Recio destaca cuatro áreas de intervención estatal que promovió el neoliberalismo:

Política económica: donde el pleno empleo es sustituido por la lucha contra la inflación legitimada por
una concepción macroeconómica que postula como no deseable el pleno empleo. Se considera que

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existe una tasa natural de desempleo que no acelere inflación). El argumento central de este enfoque
es que el desempleo no se reduce con políticas de expansión de la demanda, ya que “estas, a partir un
límite, generaban inflación, y además inflación creciente, una situación que se consideraba desastrosa
para la generación de inversión privada que permite el crecimiento económico necesario para el pleno
empleo”. A diferencia de la lógica del Estado Bienestar Keynesiano (EBK) de expandir la demanda se
postulaba las reformas estructurales del mercado laboral, donde el pleno empleo es dejado de lado
por el empleo flexible.

Sistema financiero: a través de una serie de políticas: 1) Liberalización del movimiento de capitales
entre diversos países, permitiendo los paraísos fiscales; 2) Eliminación de restricciones a la formación
de entidades financieras especializadas, eliminando las barreras que existían entre bancos
comerciales, cajas de ahorro, etc. 3) Liberalización de la creación de activos financieros y sus
consecuentes “derivados” (títulos financieros negociables, bonos, hipotecas, etc.; 4). Creación de
empresas financieras con una regulación más laxa, muchas de ellas filiales de los propios bancos,
aunque también independientes que son las gestoras de los títulos “derivados”; 5) Reemplazo parcial
de la regulación estatal por formas mercantiles auto-regulatorias, tomando relevancia las auditorias y
empresas de calificación de riesgos.

Liberalización de mercancías y servicios. Si bien este proceso comienza antes y que no culminó por las
diversas resistencias. Esto se expresa en privatizaciones de empresas estatales o que ciertas
actividades laborales sean parcial o totalmente realizadas sean contratadas o subcontratadas
externamente. La justificación de estas medidas es que las empresas privadas son más eficientes ante
la burocracia estatal.

Dos de los exponentes más cabales de la Escuela de Chicago, vertiente estadounidense del
neoliberalismo, Milton y Rose Friedman, expresan que el modelo de sociedad deseable debe fundarse
en las libertades individuales dado que: “(...) Las características físicas y humanas limitan las
alternativas de que disponemos. Pero nada nos impide, si queremos, edificar una sociedad que se
base esencialmente en la cooperación voluntaria para organizar tanto la actividad económica como
las demás actividades; una sociedad que preserve y estimule la libertad humana, que mantenga al
Estado en su sitio, haciendo que sea nuestro servidor y no dejando que se convierta en nuestro amo”.

Una de las tesis de M. Friedman es que la organización de la actividad económica debe desarrollarse a
través de empresas privadas en el marco de un mercado libre y el capitalismo es el sistema que mejor
se adecua a dicho principio. La economía de libre mercado se construye en base a la cooperación
voluntaria entre los individuos, a través de la cual las partes intervinientes se benefician y satisfacen
sus necesidades con mayor eficacia. Ejemplificando esta aseveración, M. Friedman señala que la
forma más simple que adopta este tipo de sociedad es cuando un variado número de familias
independientes entre sí produce bienes y servicios que intercambian por otros con otras familias, en
términos aceptables para ambas partes. Cada familia esta indirectamente capacitada para satisfacer
sus necesidades, produciendo si fuera necesario para su propio consumo. El incentivo para producir
para otros, es el incremento de la productividad que hace posible la división del trabajo y la
especialización de funciones. Esta especialización beneficia a las partes que intercambian pero
potencialmente cada familia posee la alternativa de producir directamente para sí misma si no se

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beneficia con el intercambio. Las familias cooperan entre sí, sin coerción de ningún tipo, ya que cada
una responde a sus propios intereses.

Otro objetivo central del neoliberalismo es la profundización de la acumulación capitalista. Se busca


una mayor rentabilidad empresaria a través de una

redistribución regresiva de los ingresos, dando vuelta la lógica keynesiana de bienestar del pleno
empleo que fortaleció en los hechos el poder de los sindicatos. Esta concepción establece que el
aumento de los ingresos de los pobres depende de mayores niveles de inversión y de consumo de los
ricos, lo que se conoció como la teoría del goteo o derrame (primero se acumula y luego se
“derramaría” hacia los sectores populares). Para lograr este objetivo, consideran necesario
despolitizar el ámbito del mercado, considerándolo, como la economía liberal clásica, como un
proceso económico “natural”. Los diversos gobiernos de corte neoliberal arremeten contra los
sindicatos y todo tipo de organizaciones populares de base que intentan canalizar sus demandas a
través del Estado por fuera del mercado. Arremeten también contra la lógica que se había instaurado
con el Estado del bienestar basada en los organismos corporativistas tripartitos (sindicatos,
empresarios, Estado).

El ataque a los sindicatos se basa en que éstos limitan la libertad de trabajo y del derecho de libertad
de asociación. Como lo señalaba uno de sus referentes intelectuales, von Hayeck al considerar que si
bien la huelga era “un derecho normal, difícilmente puede considerarse como un derecho inalienable.
Existen buenas razones para afirmar que, en ciertos casos, debería estipularse dentro de las cláusulas
del convenio la renuncia a tal derecho: por ejemplo, hay empleos que implican obligaciones a largo
plazo por parte de los obreros, y cualquier intento de quebrantar aquella renuncia debería
considerarse ilegal”. Para justificar estas políticas antisindicales consideran que lo esencial para tener
una economía estable es promover competitividad empresarial.

2. Mercado y Estado: la crítica al Estado de Bienestar

La realización de la idea de libertad para el neoliberalismo implica el desarrollo de las fuerzas del
mercado que conlleva la necesidad de eliminar todos los obstáculos que se erigen contra su libre
funcionamiento. El mercado en tanto precondición para la realización de la libertad individual, debe
asumir las decisiones políticas y sociales y ser el que gobierne el destino de la humanidad, donde el
Estado y la política se subordinan a la lógica mercantil. Ludwig von Mises–uno de los teóricos del
neoliberalismo– destaca que “la institución fundamental de la economía de mercado es la propiedad
privada de los medios de producción. Caracteriza y tipifica al sistema. El mercado, en su ausencia, se
desvanece”. De este modo, el mercado es el que define la dinámica del sistema en el cual cada uno
actúa según su propio interés, y todo el mundo satisface las necesidades de los demás al atender las
suyas. La libre competencia es el principio que rige la organización social, asegurando la libertad de
comprar y vender a cualquier precio, como así también para producir. Revirtiendo la premisa del
liberalismo clásico, la libertad económica es precondición de la libertad política.

El neoliberalismo al entronizar al mercado como la dimensión idónea para alcanzar el desarrollo


económico y social, invierte la relación entre estado y economía entre Estado y sociedad, postulado

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por el Estado de Bienestar. El juego de la oferta y la demanda debe fluir libremente sin ningún tipo de
condicionamientos ni intromisión por parte del Estado. Este debe abstenerse de intervenir en la
economía, procurando eliminar los obstáculos que entorpecen su dinámica, arbitrando los
mecanismos necesarios para evitar todo tipo de intromisiones ajenas al mercado. Para lograr dicho fin
deberá además colaborar con la despolitización del mercado, neutralizando las demandas y las
presiones de los trabajadores y de las organizaciones sindicales, diluyendo el poder de mediación y
negociación de estos últimos frente al estado y por fuera del mercado. En consecuencia, en este tipo
de sociedad regulada por el mercado, la democracia como sistema y como forma de organización de
lo social no constituye un valor deseable, que podría transformarse en un aspecto incompatible con el
interés y la voluntad individual. Como señala Perry Anderson: “la democracia en sí misma –como
explicaba incansablemente Hayek– jamás había sido un valor central del neoliberalismo,
considerando que la libertad y la democracia podían tornarse fácilmente incompatibles, si la mayoría
democrática decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente económico para
disponer de su renta y sus propiedades a su antojo”.

El mercado es el que provee los mecanismos que otorgan al individuo la libertad para aprovechar al
máximo los recursos, siempre que no interfiera con la libertad de los demás, pero no garantiza que
todos obtendrán los mismos beneficios. Estos diferirán en gran medida, por los accidentes de
nacimiento, herencia previa y por la buena o mala suerte, es decir que las desigualdades sociales al
ser naturales, son inevitables. A partir de este enfoque, la sociedad concebida como un orden natural,
basado en la iniciativa privada y en la libertad de mercado y considerada por muchos autores como
una forma de justificación de las desigualdades sociales como esencia de lo social y del capitalismo
como su expresión. Así lo expresa Perry Anderson quien sostiene que el neoliberalismo, es un
fenómeno diferente al liberalismo clásico y que lejos de recuperar el concepto de "libertad" como uno
sus pilares básicos, fue combatir al keynesianismo y preparar las bases y condiciones para un tipo de
capitalismo duro y libre de reglas. De este modo, al enfatizar la primacía del mercado por sobre el
Estado y privilegiarse la iniciativa privada, se pretende reordenar la sociedad a través de un orden
auto-regulado logrando un equilibro entre los diversos intereses en pugna.

De este modo, no solo consideran nocivo para el funcionamiento social y económico la excesiva
intervención del Estado en la economía, su tamaño y la tendencia al crecimiento permanente de su
aparato burocrático. Dicha propensión a incrementar el tamaño es visto como un defecto de
nacimiento del Estado de Bienestar por las características que adquiere la dinámica socio político en
las democracias.

Según la concepción neoliberal, el comportamiento burocrático estatal puede ser asimilado al


comportamiento empresarial caracterizado por la necesidad de maximizar beneficios, ya que el
estatus y el poder de las burocracias dependen del tamaño y del crecimiento de sus
administraciones”: a mayor tamaño, a mayor mercado, mayor poder. Este esquema también se
traslada al mercado político donde las diferentes organizaciones políticas “compiten” por el voto del
mismo modo que las empresas por los consumidores. En la competencia política y electoral se crean
expectativas y compromisos que deben posteriormente satisfacerse, al mismo tiempo deteriora
valores “tradicionales” como por ejemplo la ética del trabajo, que en última instancia se tradujeron, en
el aumento de seguidores. A medida que aumentan los seguidores, deben ampliarse y expandirse los

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cuadros burocráticos estatales. Este tipo de interrelación entre las demandas sociales, políticas
asistenciales y cuadros burocráticos, generaron un ciclo que ha obligado al Estado a profundizar las
políticas sociales y asistenciales, a expandir sus cuadros burocráticos y en consecuencia aumentar una
parte del gasto público. Para que esta relación no se siga reproduciendo es necesario achicar el
Estado, despolitizándolo y transfiriendo dichas funciones sociales a la órbita del mercado a “técnicos”
con mayor poder de decisión, en el marco de un “Estado mínimo y ágil”. Estos procesos irracionales y
burocráticos han producido, según el neoliberalismo el crecimiento desmedido y patológico del
Estado y lo han convertido en un aparato todo poderoso que tiende a asfixiar a la sociedad. El
mercado en cambio, con la racionalidad objetiva que le es propia, según el neoliberalismo, tenderá a
lograr los equilibrios duraderos para solucionar los conflictos sociales y alcanzar el bienestar social.
Esta “vuelta al fundamentalismo del mercado, según algunos autores es una propuesta sustentada
por quienes visualizaron en las políticas keynesianas, más allá de sus matices y especificidades
nacionales, las causas del avance de los trabajadores y el salario sobre los capitalistas y las ganancias”.

3. El neoconservadurismo

El descreimiento de los valores democráticos acercó a los neoliberales a concepciones que provenían
del pensamiento conservador. A esta convergencia de corrientes se las denomina de
neoconservadurismo. Históricamente los conservadores han priorizado el “orden” sobre la justicia, la
“libertad” y la igualdad. Si bien las ideas liberales y conservadoras difieren en materia económica y
política, ambas coinciden en concebir a las desigualdades sociales como “naturales” y en descalificar
a la democracia como modelo de integración social. La convergencia de estas corrientes (liberales y
conservadoras) ha sido posible y se ha intensificado cuando la primera comienza a abandonar sus
principios políticos y sociales basados en la libertad individual y en los derechos y garantías de los
ciudadanos, priorizando solo las libertades económicas. El propósito político social de tal
convergencia ha sido limitar las luchas democráticas, manteniendo y profundizando las
desigualdades desde una concepción elitista y jerárquica de la sociedad. Margaret Thatcher lo
planteaba claramente: “es nuestra función glorificarnos en la desigualdad y velar que a los talentos y
las habilidades se les sea dado una salida y expresión para el beneficio de todos nosotros”.

La convergencia de ideas neoconservadoras y el neoliberalismo tuvo mayor presencia en Estados


Unidos cuando desde el Partido Republicano buscaron una fuerte base de apoyo en sectores
cristianos evangélicos (la denominada Iglesia electrónica que constituyen alrededor del 20% de la
población) que hasta entonces no jugaban un rol importante en la vida política. A través de estas
concepciones apelando a un nacionalismo cultural de los trabajadores blancos mediante un discurso
que los interpelaba como superiores moralmente y porque vivían con inseguridades económicas por
ser excluidos de ciertos beneficios. Desde la revista Commentary, intelectuales conservadores como
Irving Kristol y Norman Podhoretz criticaban a los valores “liberales” en el terreno cultural (en el
sentido estadounidense, con el sentido “progresista”) y al mismo tiempo apoyando el giro neoliberal
en materia económica.

En Inglaterra, el contexto socio-histórico fue muy diferente. A diferencia de los Estados Unidos existía
un fuerte desarrollo de Estado de Bienestar con una presencia sindical y la existencia del Partido
Laborista que actuaba como nexo político de las organizaciones gremiales de los trabajadores. Del

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mismo modo, hay una ausencia de grupos evangélicos de peso económico y con deseos de
involucrarse en la actividad política. Sin embargo, el neoconservadurismo tuvo también su grado de
confluencia con las políticas neoliberales al restringir libertades individuales. La búsqueda de cierto
grado de coerción social para poner énfasis en la restauración del orden “emerge como una sencilla
manera de despojarse del velo de antiautoritarismo en el que pretendía envolverse el neoliberalismo.
Pero también propone respuestas propias a una de las contradicciones centrales del neoliberalismo.
Si “no existe eso que llamamos sociedad, sino únicamente individuo”, tal y como Thatcher lo
formulara en un principio, entonces, el caos de los intereses individuales puede con facilidad acabar
prevaleciendo sobre el orden. La anarquía del mercado, de la competitividad y del individualismo
desenfrenado (esperanzas, deseos, ansiedades y miedos individuales; opciones sobre los estilos de
vida, sobre los hábitos y orientaciones sexuales; modos de expresión y de comportamiento hacia los
otros) genera una situación que se torna progresivamente ingobernable. Incluso, puede conducir a
una ruptura de todos los vínculos de solidaridad y a un estado próximo al anarquismo social y el
nihilismo”.

Los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en los Estados Unidos se
convirtieron en modelos paradigmáticos, para otros países tanto de Europa, como de América Latina,
para desmontar y socavar las bases de las diversas variantes del Estado de Bienestar. El neoliberalismo
inaugura así una época en que comienzan a generalizares gobiernos neoliberales, y con ellos la
aplicación de políticas basadas en las reformas estructurales del estado, en las privatizaciones, y la
implementación de políticas tendientes a la reducción del gasto público, entre otras. De este modo,
esta concepción pasó de una etapa inicial de corte meramente académico y minoritario en sus
adhesiones a otra de búsqueda de consenso y apoyo popular. La búsqueda de apoyos populares hizo
reflotar un tono nacionalista a la prédica de dichos gobiernos como se evidenció a partir del triunfo de
Reagan en su avanzada militar en el medio Oriente (al inicio con Irán) y en el caso de Gran Bretaña con
la guerra de Malvinas. Una consigna lanzada por la primera ministra Thatcher intentaba dar cuenta
que era el único camino posible: “No hay alternativa”.

4. La crisis del ’70 y la oportunidad para el neoliberalismo

El desarrollo de la economía capitalista mundial a partir de la década del 40 del siglo XX –basado en
los supuestos teóricos keynesianos que se expresaron en los diversos Estados de Bienestar de
economía mixta– comenzó a detenerse a finales de la década de los ’60. Ambos conceptos abarcan y
explican mejor los fenómenos y sistemas económico-sociales de la posguerra. Estado de Bienestar
Keynesiano combina los programas sociales de distribución del ingreso por fuera del circuito
productivo y los planes de intervención estatal anticíclica que surgieron para contrarrestar la crisis de
1929. Mientras que el término de economía mixta se refiere a la convivencia de dos instancias de
control económico: el Estado y el mercado. Ambas variables permitían generar un fuerte aumento del
gasto público y tendencias hacia al pleno empleo. Los neoliberales planteaban críticamente que esa
excesiva intervención estatal promovía altos índices de inflación.

Consideramos necesario remarcar que el despliegue de un rol más protagónico del Estado en los
aspectos económicos y sociales es previo incluso a la crisis del 29. La justificación de esta postura se
basaba en tres elementos: a) el temor a la revolución anticapitalista; b) la preocupación “caritativa” de

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los pobres, que hasta ese momento era un asunto de la Iglesia; c) la búsqueda de mayores niveles de
eficiencia económica a través de leyes proteccionistas. La revolución rusa de 1917 representó para el
capitalismo una amenaza concreta de que se incrementara el poder social de los trabajadores. En un
primer momento, el Estado capitalista reaccionó a través del uso de la coerción, limitando o
prescindiendo de la participación de los sindicatos del proceso político. Posteriormente, la respuesta
fue más problemática, al combinarse políticas, propuestas, modificaciones en las organizaciones del
proceso de trabajo –lo que se conoce como fordismo, a través de la cadena automatizada creando la
línea de montaje– y diversos planteos teóricos de readecuación del capitalismo, entre los que se
destacaban los del keynesianismo.

El “pacto social” entre capitalistas y trabajadores consistía en concesiones recíprocas de partes


desiguales con diferentes poder de decisión. Los distintos sectores de la burguesía cedían parte de sus
ganancias y los trabajadores aceptaban los parámetros del sistema capitalista, dividiendo la lucha
sindical de la política dejando de lado las propuestas de transformar las relaciones sociales de
producción. De este modo, los sindicatos mutan en grandes organizaciones con poder para acordar
con las fuerzas del capital y desarrollando estructuras burocráticas. Asimismo, los mayores niveles de
intervención estatal generan cambios en los sistemas políticos, al aumentarse la participación política
y social. Paralelamente, los partidos políticos sufren una profunda transformación. Los denominados
partidos burocráticos de masa con gran peso del aparato (como la izquierda europea) se convierten en
partidos “escoba”, o profesionales-electorales, caracterizados por un discurso más desideologizado,
debilitamiento de los lazos entre los partidos y su electorado, la pérdida de peso de la militancia y los
afiliados, fortalecimiento de los líderes que tienden a tener vínculos más laxos con su organización y
un rol más protagónico de los medios de comunicación de masas.

La integración de los sindicatos al Estado, y la búsqueda de los primeros de canales


institucionalizados para vehiculizar sus demandas fue lo que primó en la conducción sindical más allá
del gobierno de turno. Sin embargo, en el nuevo contexto, se mantenían las tasas de inflación pero el
estancamiento primero, y luego la recesión fue la expresión de que los tiempos de gran expansión
económica llegaban a su fin. La combinación de inflación con recesión –fenómeno llamado
estanflación– generó un aumento de las presiones contra el Estado de Bienestar.

Hacia fines de la década del 60 y principios de los 70 comienzan a vislumbrarse un proceso


caracterizado por: a) una acentuada caída en la tasa de ganancia del capital; b) mayores niveles de
déficits fiscales; c) y por último un debilitamiento del peso ideológico del keynesianismo que ponía en
cuestión la legitimidad del sistema capitalista traduciéndose en una crisis hegemónica, al perder
niveles de consenso político. De este modo, se abre una etapa de replanteos para el capitalismo,
considerando necesario reconvertir el modelo de acumulación en el cual se basaba el Estado de
Bienestar Keynesiano, y por ende, las políticas económicas para generar nuevas modalidades para
recuperar los niveles de tasas de ganancias.

Además, se acelera un proceso de centralización y concentración del capital soportado en la tercera


revolución científico-técnica que permitió una profundización de la mundialización de las relaciones
productivas iniciándose una tendencia que se acentuará en los años posteriores: mayor cantidad de
inversiones en el sector financiero. En este sentido, Miguel Mazzeo señala que: “en 1970 casi el 90% de

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las transacciones de divisas estaba relacionado con la economía real. En la actualidad el porcentaje no
llega al 5%. Es decir, que en el mundo actual el 95% de estas transacciones son de carácter
especulativo. A diario se trasladan por el mundo alrededor de 1,5 billones de dólares, especulando
sobre las variaciones en la cotización de las divisas”. A este fenómeno de especulación financiera que
genera fuga de capitales, Harvey lo llama acumulación por desposesión que tiene cuatro rasgos
centrales: 1) privatización y mercantilización; 2) financiarizción; 3) gestión y manipulación de la crisis;
y 4) redistribuciones estatales.

El auge económico de posguerra comenzó a evidenciar signos de declive hacia mediados de la década
del ´60 e inicios del ´70. Los índices de producción y de la tasa de ganancia empresarial comenzaron a
decaer en Europa. Estados Unidos intentó una salida con un aumento del gasto militar durante la
guerra de Vietnam, generando un crecimiento breve. El aumento de las luchas sindicales en Europa
(como el recordado mayo francés y el otoño caliente italiano) también generó mayor presión social.
Para recuperar parte de su caída de sus ganancias, los empresarios comenzaron a aumentar los
precios. A este fenómeno de estancamiento económico e inflación se lo denominó estanflación. Los
neoliberales desde la perspectiva del monetarismo comenzaron a remarcar que el aumento del gasto
público generado por la emisión monetaria sin control llevaba a la inflación.

Para poder financiar los gastos de la guerra de Vietnam, durante la presidencia de Richard Nixon en
Estados Unidos se declara el domingo 15 de agosto de 1971 la inconvertibilidad del dólar con respecto
al oro, poniendo fin al sistema monetario de Bretton Woods impulsado después de la Segunda Guerra
Mundial. Los EEUU venían saldando sus déficits de exportación mediante la emisión de dólares. La
derrota en la guerra y la necesidad de importar cada vez más petróleo fueron minando la reserva de
oro. Desde ese momento, el comercio mundial se estructuró a través de los dólares emitidos por el
Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Los países comenzaron a reemplazar sus reservas en
oro por el billete verde.

Desde la posguerra se desarrollaron fuertes inversiones en la explotación de energía. En noviembre de


1973, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) reaccionó ante la nueva situación
económica con la triplicación del precio del petróleo crudo, para contrarrestar el crecimiento
inflacionario y la depreciación del dólar. Estas medidas agravaron la recesión económica debido al
comienzo de la aplicación de políticas restrictivas de los diversos gobiernos. Al respecto, John
Holloway considera que: “el derrumbe del sistema monetario internacional removió el aislamiento
respecto del mercado mundial, que era un elemento esencial de la concepción keynesiana de la
intervención estatal. Estas tensiones encontraron su expresión en la aguda recesión de 1974-1975: la
producción cayó estrepitosamente en todos los países principales, la inflación y el desempleo se
elevaron y el flujo de “petrodólares” dentro del mercado de eurodólares incrementó la volatilidad del
sistema monetario mundial”.

En sus distintas vertientes, los partidos socialdemócratas europeos buscaban canalizar las demandas
obreras de los sindicatos. Incluso, los eligieron como interlocutores por los empresarios cuando
comenzaba a vislumbrarse el descenso en los niveles de acumulación en la segunda mitad de la
década del 60. No obstante, cuando las contradicciones sindicales se hicieron más evidentes, estos
partidos entraron en crisis.

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La nueva situación evidenció las posiciones contradictorias de los sindicatos que aceptaban colaborar
con el Estado para disminuir las demandas salariales, buscaban conservar el apoyo de sus bases
sindicales a través de la negociación. Para lograr una mayor disciplina del mercado laboral era
necesario tener mayores niveles de desempleo. Esta nueva situación de mayores niveles de
desempleo no fue absorbida por los sindicatos, los cuales se habían acostumbrado al pleno empleo y
a altos salarios.

También se producen cambios en nuevos procesos de trabajo: la automatización flexible y


programada, fenómeno conocido como toyotismo. Del mismo modo que se puede asociar el esquema
del taylorismo-fordismo con el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK), podemos establecer que este
nuevo modelo se basa en la infraestructura mínima del estado neoliberal. Al respecto, John Holloway
destaca: “ya no era verdad, a fines de los 60, que todo auto producido podría ser vendido sin
problemas; y hacia 1974 cuando la crisis mundial ya era evidente y el aumento de precios del petróleo
llegó hasta los automóviles, los fabricantes de automóviles tenían que competir intensamente para
vender sus productos. Las compañías productoras se vieron obligadas a cambiar sus métodos de
producción para poder competir. También la dirección empresarial tuvo que atacar las normas
establecidas de relaciones laborales. Desde ambos lados de la relación capital-trabajo, la estabilidad
relativa del fordismo estaba bajo ataque. Al período de compromiso en el cual los sindicatos habían
mantenido juntas a ambas partes en aparente armonía, sucedió un período de conflicto abierto, de
abierta lucha por el poder”.

La realización de este esquema postulaba la reducción de equipo y personal para satisfacer la


demanda diaria o semanal, partiendo de las existencias para revelar lo superfluo y racionalizar la
producción, conformando una fábrica distinta de los modelos del taylorismo y el fordismo que
cambiaba la organización del trabajo para adaptarla a las necesidades del mercado. Una característica
central de este nuevo esquema es la pérdida de la especialidad profesional para transformarse en
obreros polivalentes, logrando el objetivo de disminuir su poder e incrementar la intensidad de su
trabajo. Además, permitía descentralizar parte de las tareas de planificación e integrar las tareas de
control de calidad de los productos a la tarea de fabricación. La descentralización productiva también
se expresa en la “externalización“(fenómeno también definido como tercerización) de ciertos trabajos,
generando mecanismos de subcontratación de tareas, que son institucionalizados y jerarquizados.

Estos cambios provocaron mayor desempleo dejando atrás el pleno empleo y los altos salarios,
poniendo en crisis el esquema keynesiano. Los aumentos de los déficits llevaron a los gobiernos a
considerar la posibilidad de reducir los gastos sociales. Los neoliberales comenzaron a culpabilizar al
aumento de los costos salariales como la causa de la caída de las ganancias empresariales. Comenzó
así a ponerse énfasis en el aumento de la productividad y en el control de los incrementos salariales.
De este modo, el “pleno empleo” que era uno de los pilares del Estado de Bienestar había generado un
aumento del poder de la fuerza de los trabajadores en la disputa con el capital por el ingreso. Sin
recesión, la inflación fue la respuesta de los empresarios para disminuir las demandas obreras. La
coyuntura crítica de los años 70 generó las condiciones para que las premisas neoliberales
comenzaran a ponerse en práctica. El nuevo escenario permitía que las ideas liberales en materia
económica comiencen a popularizarse, sindicando como responsables de la misma al estado y a las

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organizaciones obreras porque con sus reivindicaciones salariales y sus presiones en favor de la
distribución socio-económicas, y el desarrollo de las políticas de seguridad social, fueron los
causantes del aumento del gasto público.

5. Las experiencias piloto: el neoliberalismo y las dictaduras latinoamericanas

La aplicación de políticas neoliberales no siempre se produce en forma completa de acuerdo a sus


supuestos postulados generales. Sería más preciso afirmar junto a Recio que “el neoliberalismo nunca
ha constituido un modelo coherente de regulación económica. Como en todo proceso social hay que
diferenciar entre referentes teóricos, construcciones ideológicas y políticas específicas. En general las
visiones ideológicas compartidas se reducen a puntos comunes, mientras que las políticas están,
inevitablemente, relacionadas con los vaivenes que impone la realidad: las tradiciones nacionales, las
luchas políticas y las inercias. Menos claro aún es el papel de las teorías, básicamente porque la
formulación crecientemente etérea de los supuestos de los modelos teóricos los hace difícilmente
traducibles a propuestas concretas”.

América latina también desmiente el carácter no intervencionista del Estado ya que vino acompañada
de la presencia de dictadura que a la vez confirmaba no sólo el escaso entusiasmo por el liberalismo
político. Al mismo tiempo, parte del “recetario” privatizador fue aplicado aunque no en su totalidad en
el Chile dirigido por Pinochet, fue dejado de lado momentáneamente en la Argentina de la dictadura
cívico-militar instaurada en 1976. Aunque generalmente se considera que los gobiernos de Gran
Bretaña y los Estados Unidos fueron los primeros en aplicar estas políticas, la dictadura chilena fue
pionera en aplicar programas de desregulación, represión sindical, desempleo masivo, privatización y
concentración de la riqueza. La aplicación de políticas neoliberales en un gobierno que había abolido
la democracia política no era contradictoria con los postulados neoliberales, ya que para esta
concepción lo político debía subordinarse a la centralidad del mercado.

Tomamos solamente los casos chileno y argentino, por ser considerados los primeros en el mundo en
impulsar parte del recetario neoliberal y que contaron con el apoyo de los sectores más concentrados
de su economía y de los Estados Unidos, que desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959
propició en América latina golpes de estado sustentado con la ideología anticomunista de la Doctrina
de la Seguridad Nacional (DSN).

El gobierno democrático de Salvador Allende de la Unidad Popular (coalición de partidos de izquierda)


llevó el gasto estatal al 40% del Producto Bruto Interno (PBI). La posterior liberalización económica se
restauró a través del golpe de Estado del 11 de de septiembre de 1973 encabezado por el general
Augusto Pinochet quien basó su proyecto en una feroz represión, desaparición de personas y cárcel a
los opositores. Harvey comenta como fue preparado el clima con antelación, enfatizando que “se
convocó a un grupo de economistas conocidos como los “Chicago boys” a causa de su adscripción a
las teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago. La
historia de cómo fueron elegidos es interesante. Desde la década de 1950 Estados Unidos había
financiado la formación de algunos economistas chilenos en la Universidad de Chicago, como parte de
un programa de la Guerra Fría destinado a contrarrestar las tendencias izquierdistas en América
Latina”. Estos economistas lograron controlar la Universidad Católica –una institución privada con

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sede en la ciudad de Santiago– Una vez que Pinochet llegó por la fuerza al gobierno, estos
economistas en sintonía con los planes del Fondo Monetario Internacional (FMI) reestructuraron la
economía. Siguiendo el camino inverso al del gobierno democrático de Allende, revirtieron las
nacionalizaciones y privatizaron servicios públicos, y abrieron la economía al capital extranjero
(fundamentalmente en la industria maderera y pesquera). El único recurso que quedó en manos del
Estado fue el cobre.

La combinación de políticas neoliberales y régimen autoritario es evidente, aunque existen matices


que deben ser considerados. En el caso chileno, la privatización de áreas estatales ligadas al bienestar
(salud y educación) fueron llevadas adelante a diferencia de la Argentina. La dictadura militar
instaurada en nuestro país en 1976 –también sustentada en la represión sistematizada– inició un
proceso de liberalización de los mercados, especialmente el financiero y de apertura económica.
Básicamente este proyecto económico pretendía modificar sustancialmente la economía, la sociedad
y la inserción en el mercado mundial. El temor a las protestas sociales hizo que no se desmantelaran
ciertas instituciones estatales ligadas a lo social que estaban más arraigadas que en Chile. Sin
embargo, debemos aclarar que ya durante la presidencia constitucional de Isabel Perón, hubo
elementos embrionarios de esta política, a partir del tristemente célebre “rodrigazo”.

Al mismo tiempo, consideramos que la adopción del neoliberalismo en nuestro país tuvo matices con
respecto al caso chileno. Las políticas llevada a cabo a partir de la gestión de Martínez de Hoz, durante
la dictadura militar “apuntan hacia una gradual des-indexación de los precios claves: tipo de cambio,
tarifas de empresas y servicios públicos y salarios”. Estas famosas “anclas” que llevó adelante la
dictadura argentina tuvieron como objetivo disciplinar a través de los mecanismos del terrorismo de
Estado fundamentalmente hacia el movimiento obrero organizado. La aplicación de las políticas
neoliberales en la Argentina marca algunas particularidades con relación a los casos británicos y
estadounidenses.

El proyecto global analizado anteriormente de fuerte contenido anticomunista, autoritario y moralista


estuvo más presente durante la dictadura militar, combinándose en forma paralela con la doctrina
monetarista expresada en la apertura económica, la reducción salarial, la concentración de la riqueza.
La reducción de aranceles a los productos importados apuntó a revertir el proceso de industrialización
por sustitución de importaciones (ISI) con énfasis en el desarrollo del mercado interno. Otra de las
consecuencias de la política aperturista fue la entrada de capitales (dólares baratos) que no sólo
permitió un corto período de consumo de sectores medios y altos a través de viajes al exterior y la
importación de productos (la denominada “plata dulce”) sino que también generó la posibilidad de
creación de entidades financieras que fueron uno de los eslabones del creciente endeudamiento
externo. Sin embargo, el proyecto neoliberal en materia económica no logró en ese período privatizar
las empresas estatales. A diferencia de Chile (donde el control del poder político estuvo en manos de
la conducción férrea de Pinochet), en la Argentina, las tres fuerzas armadas (ejército, marina y
aeronáutica) se dividieron el “botín” de las empresas estatales. La posibilidad que una privatización de
las empresas pudiera generar mayores protestas sociales también se combinaba a que seguían
compartiendo cierto ideario nacionalista, de las cuales las Fuerzas Armadas habían conformado esas
empresas. En este sentido, existían contradicciones (o tensiones) entre la conducción económica y
política, del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional

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6. La aplicación de las políticas neoliberales en Europa y en el resto del mundo

A partir de la situación de la crisis de los ’70, las teorías neoliberales comienzan a ganar terreno. Desde
esta concepción comenzó a plantearse la necesidad de un Estado fuerte –desmintiendo una vez más el
sentido común de su no intervención– capaz de limitar la influencia de las organizaciones sindicales y
que además controlara la política monetaria, absteniéndose de intervenir en la economía. El objetivo
de todo gobierno era contribuir a la estabilidad monetaria. Para este fin era necesario realizar ajustes
estructurales, reduciendo por un lado los gastos en general del estado, y los sociales en particular;
realizar reformas fiscales para estimular la inversión y también debilitar el poder de las organizaciones
sindicales.

Perry Anderson destaca que las políticas desarrolladas por el neoliberalismo fueron aplicadas
fundamentalmente por el thatcherismo en Inglaterra, donde “(...) el modelo más puro de
neoliberalismo, se contrajo la emisión monetaria y elevaron las tasas de interés. Se rebajaron
drásticamente los impuestos sobre los ingresos altos, se aflojaron controles sobre los flujos
financieros, se crearon millones de desempleados, se aplastaron huelgas e impusieron una nueva
legislación antisindical. Cortaron gastos sociales y finalmente, se lanzaron en programas amplios de
privatizaciones comenzando con la vivienda pública y prosiguieron con las industrias básicas como el
acero, el petróleo, el gas, la electricidad y el agua”. El cambio regresivo en la política tributaria se
evidencia en que en la década de 1980 “el 1% de los contribuyentes recibían el 29% de todos los
beneficios de reducción de impuestos, de modo que una persona que recibía la mitad del salario
medio, encontraba que sus impuestos se habían alzado en un 7%; en tanto que una sola persona que
ganaba 10 veces el salario medio, recibía una reducción del 21%”.

El discurso anti-sindical de Margaret Thatcher –que remarcaba la no existencia de la sociedad, “sino


únicamente hombres y mujeres individuales”– tuvo un fuerte apoyo en la clase media británica
después de extensas huelgas (fundamentalmente en el sector minero, industria siderúrgica, astilleros,
transporte y el empleo público). Un dato ilustrativo del rumbo hacia donde se apuntaba es que “entre
1979 y 1994, el número de empleos en el sector público se redujo de sobre 7 millones a 5 millones, que
representó una caída del 29%”. Cuando Thatcher renunció a su cargo de primera ministra antes de
terminar su tercer mandato en 1990 la incidencia de las huelgas cayó a una décima parte de sus
niveles anteriores. Sin embargo, el desmantelamiento del Estado de Bienestar fue más dificultoso,
principalmente en las áreas de educación y salud.

La adopción de políticas neoliberales en los Estados Unidos con la llegada a la presidencia de Ronald
Reagan en 1980 adquirió una connotación diferente debido a que en ese país no se había desarrollado
un Estado de bienestar de tipo europeo. Por eso, “la prioridad neoliberal, se expresó más bien por la
competencia militar con la Unión Soviética, concebida como una estrategia para quebrar la economía
soviética y por esta vía derrocar al régimen comunista en Rusia. En el interior, Reagan también redujo
los impuestos a favor de los ricos, alzó las tasas de interés y aplastó la única huelga de su presidencia.
Pero Reagan no respetó la disciplina presupuestaria, al contrario, se lanzó en una carrera
armamentista sin precedentes que creó un déficit público mucho mayor que cualquier otro presidente
de la historia norteamericana”. En efecto, si bien la tradición sindical en Estados Unidos está más

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debilitada y fragmentada que en Gran Bretaña, en 1981, el gobierno de Reagan fue muy duro para
frenar la huelga impulsada por la Organización de Controladores Profesionales del Tráfico Aéreo
(PATCO). Las políticas anti-sindicales llevaron el salario mínimo federal cayera a un 30 % en 1990.

Del mismo modo que en Gran Bretaña, el objetivo fue revertir las políticas impositivas, generando
mayor desigualdad social. Susan George recoge datos de un ex asesor del presidente estadounidense
Richard Nixon sobre la base de políticas elaboradas por la Heritage Foundation, donde destaca que
“pasando la década de los 80, el 10% superior de las familias aumentó sus ingresos un 16%; de éstos,
el 5% superior, aumentó sus ingresos en 23%; pero el extremadamente afortunado 1% de las familias
norteamericanas pueden agradecerle a Reagan su incremento en un 50%. Sus ingresos van de los 270
000 a los 405 000 dólares” (…). En cuanto a los más pobres “perdieron el 15% de sus ya magros
ingresos; de una media anual de $4.113 dólares cayeron a un inhumano $3 504. En 1977, el 1%
superior de las familias tenían un ingreso medio 65 veces más alto que el 10% de más abajo. Una
década más tarde, el 1% ganaba 115 veces más”.

Paradójicamente, cuando a inicios de la década del ’90, el capitalismo parecía entrar en una fuerte
recesión, las políticas neoliberales tuvieron un segundo aliento. En Suecia donde la socialdemocracia
era el único país que había resistido la arremetida neoliberal en los años ’80, fue derrotada por una
coalición de derecha en 1991, del mismo modo que el socialismo francés en las elecciones de 1993. El
nuevo impulso del proyecto neoliberal también se expresó en la nueva ola de privatizaciones que se
llevaron a cabo en Alemania, Austria e Italia.

Sin embargo, la hegemonía neoliberal se tornó completa cuando en los ex países comunistas de
Europa del Este comenzaron a aplicar de manera sorprendentemente ortodoxa los postulados de Von
Hayeck y Friedman. Aunque hay que señalar que luego de la aplicación de estas políticas existió una
fuerte reacción popular que se expresó en las elecciones en Polonia, Hungría y Lituania, donde se
impusieron partidos ex comunistas. Después del desmembramiento de la URSS –primer lugar del
mundo donde se había instalado la experiencia comunista– la aplicación de la denominada “terapia
de schock” que implicaba ajustes en los gastos sociales y privatizaciones en Rusia (centro político de la
ex Unión Soviética con empresas completamente en manos del Estado) tuvo un fuerte impacto
publicitario en lo que se dio en llamar el “fin de las ideologías”. Ex miembros del Partido Comunista de
la Unión Soviética se convertían en furibundos capitalistas adoradores del libre mercado. Las
consecuencias no sólo fueron una fuerte concentración de la riqueza en pocas manos, sino que
“durante la década de 1990, la renta per cápita en Rusia descendió a una tasa del 3,5 % anual. Una
gran parte de la población se vio sumida en la pobreza y como resultado la expectativa de vida en los
varones descendió 5 años”La caída del Muro de Berlín que separaba en dicha ciudad alemana, con la
unificación de dicho país dividido hasta entonces en Alemania Federal y Alemania Oriental fue el otro
elemento que profundizó este nuevo escenario político. El neoliberalismo llegaba a lugares que hasta
esos momentos eran impensados.

Un caso muy particular es el de China. Tras la muerte del principal dirigente de la revolución, Mao Tsé
Tung, su sucesor Deng Xiaoping, impulsó hacia 1978 reformas que se empalman con el ideario
neoliberal. Sin abandonar discursivamente el discurso igualitario de la revolución se planteó el retiro
de las restricciones a la iniciativa individual con el objetivo de buscar aumentar la productividad que

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genere crecimiento económico. No sólo se estimulaba la competencia entre empresas estatales sino
que también se impulsó una apertura al comercio exterior y la llegada de inversiones para incorporar
tecnología. No obstante, estas medidas estaban bajo el control estatal, y por ende del Partido
Comunista Chino para buscar limitar el poder del capital financiero internacional. A diferencia de otras
experiencias neoliberales, China no aplicó las políticas de ajustes presupuestarios y privatizaciones.
Quizás, esto le permitió tener un espectacular crecimiento económico (con tasas medias cercanas al
10 % anual) y que una parte de la población tuviera mejores niveles de vida al impulsarse el mercado
interno. Sin embargo, las desigualdades sociales siguen existiendo, fundamentalmente entre la
población urbana y la rural

La creación de empresas estatales locales y la inversión extranjera permitieron mayores niveles de


flexibilización laboral que sumado a las limitaciones a ciertos derechos laborales (como la realización
de huelgas) introduce un elemento importante de la cultura neoliberal. El gran torrente de capitales
transnacionales estaba ligado también a la satisfacción de un gran mercado interno, gracias al
desarrollo de una incipiente “clase media”. De este modo, se generó”una carrera competitiva por
suministrarles automóviles, teléfonos móviles, DVD, televisores y lavadoras así como también centros
comerciales, autopistas y hogares «lujosos». La producción mensual de coches ascendió de manera
paulatina de cerca de 20.000 en 1993, hasta casi 50.000 en 2001, y a partir de entonces experimentó un
vertiginoso aumento hasta alcanzar los casi 250.000 vehículos al mes a mediados de 2004. Una marea
de inversión extranjera –en todos los campos, desde Wal-Mart y McDonald's hasta la producción de
chips informáticos– inundó el país”

El crecimiento chino también se debe al declive regional de Japón. China se ha transformado en la


potencia hegemónica del sudeste asiático Su producción a bajo costo de industria textil, calzado y
cuero que empezó a tener peso a partir de 2004 que exporta en gran cantidad a países como la
Argentina. Al mismo, tiempo son importadores de materia prima agrícola (como la soja) de esas
mismas naciones. Otro aspecto para ligar al caso chino a las experiencias neoliberales “clásicas”
podemos destacar que desde la década de 1990 se produjeron paralelamente privatizaciones y
conversiones de empresas estatales fundamentalmente en el sector industrial, reduciéndose el
empleo en ese sector de un 40% a un 14% en el 2002. Sin embargo, existe un elemento que lo
diferencia claramente de dichas políticas. En vez de reducir el empleo, existen políticas que buscan
absorber mano de obra ante una población extensa para mantener una cierta estabilidad política y
social.

7. Algunas de las consecuencias de las políticas neoliberales

Una de las consecuencias que generaron estas políticas fue que “en los países ricos del capitalismo
tenían sistemas de bienestar en los que apoyarse, aun cuando quienes dependían permanentemente
de estos sistemas debían afrontar el resentimiento y el desprecio de quienes se veían a sí mismos
como gentes que se ganaban la vida con su trabajo. En los países pobres entraban a formar parte de la
amplia y oscura economía ‘informal’ o ‘paralela’, en la cual hombres, mujeres y niños vivían, nadie
sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y
hurto”.

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Al respecto, James Petras señala que: “las grandes transformaciones de la estructura de la clase,
iniciada por los neoliberales, todavía retumban: la sustitución de capitalistas industriales nacionales
por financieros internacionales y especuladores inmobiliarios, de ingenieros por consejeros de
inversión, de obreros industriales fijos, bien pagados y sindicados, por obreros de servicios
eventuales, mal pagados y por cuenta propia”.

Otras de las consecuencias de las políticas neoliberales se expresa en quienes perdieron peso político
y los que ganaron espacios. Entre los primeros están los partidos socialdemócratas o laboralistas en
Europa de base obrera que se fueron adaptando a las premisas neoliberales; y entre los segundos hay
nuevas fuerzas políticas “que cubrían un amplio espectro, que abarcaba desde los grupos xenófobos y
racistas de derechas a través de diversos partidos secesionistas (especialmente, aunque no sólo, los
étnico-nacionalistas) hasta los diversos partidos ‘verdes’ y otros ‘nuevos movimientos sociales’ que
reclamaban un lugar en la izquierda. Algunos lograron una presencia significativa en la política de sus
países, a veces un predominio regional”.

8. La profundización del experimento neoliberal en América Latina: los ‘90

Las premisas del pensamiento económico neoliberal “muestran un parecido con los programas de
ajuste estructural recomendados por los organismos internacionales e implementados en gran parte
de América Latina. Cuestiones como la desregulación de los mercados, el incremento del ahorro
interno (mediante la caída de salarios) y del externo (por intermedio de una balanza comercial
favorable en el intercambio con el exterior), el libre movimiento de capitales y la neutralidad de la
política comercial (al interior y con el exterior), la caída del gasto público, el superávit fiscal y la
focalización de la acción estatal en programas asistenciales a los sectores marginados por los
resultados del ajuste, son una parte ineludible de este tipo de esquema”.

Estas propuestas fueron sintetizadas por John Williamson en el denominado “Consenso de


Washington” de 1989. Las diez medidas programáticas que se proponen son:

Restablecimiento de la Disciplina fiscal: el déficit presupuestario –que debería incluir a gobiernos


provinciales, empresas del Estado y el banco central– debería ser lo suficiente reducido como para
financiarlo sin recurrir al impuesto inflacionario. Ello implica contar con un superávit primario (esto es,
previo a la suma de la deuda y los gastos) de varios puntos porcentuales del PIB, así como un déficit
operativo (que vendría a ser el déficit sin contar aquellos intereses que simplemente compensan la
inflación) de no más del 2 por ciento del PIB.

Prioridades del gasto público: El gasto debería desviarse de aquellas áreas políticamente sensibles
–áreas que reciben tradicionalmente recursos desproporcionados en relación con los beneficios
económicos que producen, tales como la administración, defensa, subsidios indiscriminados y
“elefantes blancos”– hacia otras áreas marginadas pero capaces de generar altos rendimientos
económicos y de mejorar la distribución de los ingresos, tales como la atención primaria de la salud, la
enseñanza primaria y la infraestructura.

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La reforma tributaria: Esta reforma incluiría la ampliación de la base tributaria y el recorte de tasas
impositivas marginales. El objetivo es aumentar los incentivos y promover la equidad horizontal sin
rebajar la progresividad existente. El mejoramiento de la administración tributaria (incluyendo la
tributación sobre los ingresos e intereses derivados de bienes invertidos en el exterior y fugas de
capital) es un factor determinante en la ampliación de la base tributaria en el contexto
latinoamericano.

La liberalización financiera: El objetivo final de la liberalización financiera son tasas de interés


determinadas por el mercado, aunque la experiencia ha demostrado que en períodos de crisis de
confianza crónica las tasas de interés pueden ser tan altas que llegan a amenazar la solvencia
financiera de las empresas productivas y del propio gobierno. En semejantes condiciones, un objetivo
temporal sensato sería la eliminación de tasas de interés preferenciales para prestamistas
privilegiados y, asimismo, la consecución de moderadas tasas de interés reales positivas.

Tipos de cambios competitivos: Todos los países requieren, por lo menos en lo que a transacciones
comerciales se refiere, tipos de cambio unificados y lo suficientemente competitivos como para que
estimulen el crecimiento acelerado de exportaciones no tradicionales y garanticen a los exportadores
el mantenimiento de tal competitividad en el futuro.

La liberalización del comercio: Deben sustituirse las restricciones cuantitativas al comercio por
aranceles que a su vez fueran reduciéndose progresivamente hasta alcanzar un nivel mínimo uniforme
que oscilase entre el 10 y el 20 por ciento. Existen, empero discrepancias en torno al ritmo al que
deberían reducirse dichos aranceles (para algunos esta reducción debería concretarse en alrededor de
tres años, para otros en torno a los diez) y asimismo no existe unanimidad sobre la conveniencia de
ralentizar el proceso de liberalización comercial si las condiciones macroeconómicas son adversas
(recesión y déficit en la balanza de pagos).

Una economía competitiva propiciando la inversión extranjera directa: Se recomienda la supresión de


barreras que impidan la entrada de empresas extranjeras; las empresas nacionales y foráneas
deberían competir en igualdad de condiciones.

Privatizaciones y desreglamentaciones estatales: Se aboga por la privatización de las empresas


estatales. Los gobiernos deben eliminar las regulaciones que impidan la participación de nuevas
empresas o que restrinjan de alguna manera la competencia, a la vez que garantizan el
mantenimiento de regulaciones que justifican como la seguridad, la protección ambiental o la
supervisión de las normas de prudencia de las instituciones financieras.

Garantías de los derechos de propiedad: El sistema legal debe garantizar derechos de propiedad a
bajo costo y accesibles al sector informal y a mayor cantidad de población.

Si bien, estas propuestas no se realizaron de modo literal sirvieron como una “guía para la acción” de
los distintos gobiernos que se inspiraron en el ideario neoliberal. El neoliberalismo latinoamericano,
abarca desde los años 70 a países como Chile, Argentina, Uruguay y Bolivia, y desde fines de los años
80, a naciones como Brasil, Perú, Panamá, Ecuador, México, entre otros, con diversos matices. En

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general pude señalarse que en mayor o menor medida se correlacionan con las políticas
desarrolladas por el thatcherismo y el reaganismo, que salvando las distancias y las formas de
implementación, poseen características similares. Por ejemplo, se adoptaron políticas de
privatización, se implementaron reformas del Estado tendientes a reducir la participación del estado
como productor de bienes y servicios estratégicos, y lograr una mayor inserción en el mercado
internacional.

Atilio Boron señala que la adopción de estas políticas en América Latina generó un: “radical
debilitamiento del Estado, cada vez más sometido a los intereses de las clases dominantes y
resignando grados importantes de soberanía nacional ante la superpotencia imperial, la gran
burguesía transnacionalizada y sus “instituciones” guardianas: el FMI, el Banco Mundial y el régimen
económico que gira en torno a la supremacía del dólar”.

A partir de la asunción del gobierno constitucional del radical Raúl Alfonsín se conforma un sistema
partidario con rasgos bipartidistas. La tendencia ideológica de los dos partidos mayoritarios –Unión
Cívica Radical (UCR) y Partido Justicialista (PJ)– va girando hacia las posturas neoliberales dejando de
lado sus tradicionales políticas de corte redistribucionista, llegando a su máxima expresión cuando en
1989 asume el justicialista Carlos Saúl Menem, adoptando las propuestas difundidas por el gran
capital, cuando se llevan a cabo la reforma del Estado que incluyó las privatizaciones de las empresas
públicas, la desregulación, la flexibilización laboral y la descentralización, en el marco del Plan de
Convertibilidad que establecía una paridad entre el peso argentino y el dólar estadounidense de 1 a 1.

Uno de los aspectos que atraviesan a las políticas neoliberales en América Latina son las reformas
estatales que se extienden en toda la región y están ligados a los planes de ajuste ortodoxos del Fondo
Monetario Internacional (FMI) tras la crisis del modelo económico de industrialización por sustitución
de importaciones (ISI), “de la caída de los precios internacionales de las materias primas, incluido el
petróleo, de la globalización de las economías, del peso de las deudas externas, etc. Estos hechos
producen un desuso de los mecanismos de regulación económica de los Estados, del patrón
económico direccionalizador del Estado y del crecimiento vía subsidios estatales, déficit fiscal,
inflación y créditos a tasas de interés negativas”.

En forma similar a lo que había pasado en Europa, gobiernos de fuerte tradición populista, es decir
partidos o movimientos políticos identificados históricamente con políticas distributivas a favor de los
sectores populares a través de un rol protagónico del Estado aplicaron políticas monetaristas y
privatizadoras.

En el caso argentino, se estructuró la dominación de fracciones muy oligopolizadas, concentradas y


transnacionalizada de la burguesía que privilegia la producción para el mercado externo en
detrimento del interno. Este proyecto genera modelos de exclusión económica y social de los sectores
medios y populares a partir de un esquema de desarrollo basado en la distribución regresiva del
ingreso y el desempleo estructural. De este modo, se generó una “sociedad escindida (con
perspectivas de profundización de la brecha y de las desigualdades estructurales): a pesar de las
declamaciones del credo neoliberal, desde 1976 el producto por habitante disminuyó, la tasa de
inversión descendió, la productividad de la sociedad argentina viene cayendo, los salarios también (y

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mucho) y desde 1976 vienen aumentando (y mucho) la población con problemas ocupacionales
(desocupación y subocupación) y la pobreza (junto a la concentración –casi escandalosa– de la
riqueza.) Indicadores, éstos últimos, que han ‘estallado’ en los 90”.

A modo de síntesis, podemos subrayar que las políticas neoliberales aplicadas en el continente
latinoamericano, adoptaran las siguientes formas:

Imponer una política antiinflacionaria de cuño monetarista con metas de control de emisión de
moneda, elevación de las tasas de interés y restricción del consumo por medio de ajustes salariales.
Con ello se obligaba también a un férreo control de los gastos públicos y de estímulo a los impuestos
que no afectasen el ahorro. Hasta aquí, las medidas coinciden con las aplicaciones en Estados Unidos.

Presionar para poner en práctica una política de devaluación de monedas nacionales a partir de
devaluaciones cambiarias permanentes. Esta medida alentó la generación de superávit comerciales
de estos países, el cual se utilizó para el pago de intereses de la deuda externa. Esta estrategia se
opone a la ejecutada en Estados Unidos donde se practicó una política de fortalecimiento de la
moneda nacional que dio como resultado un enorme y creciente déficit comercial.

El crecimiento del volumen del pago de intereses y la estatización de la deuda en los países del Tercer
Mundo generaron un pozo sin fondo de endeudamiento público, sin que por ello se generaran nuevos
gastos públicos. Por el contrario, al mismo tiempo que se elevaba el débito aumentaron los recortes
del gasto público. Esta contradicción no fue vivida por los países centrales, en particular por Estados
Unidos, que aumentó tranquilamente su gasto público hasta por lo menos 1987, cuando el pago de
intereses de su deuda comenzó a considerarse como un gasto exagerado que había que controlar
debido a su elevado monto, tanto en el interior como en el exterior.

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