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CIENCIA POLÍTICA

DAVID EASTON

Este artículo proporciona una introducción general a la disciplina de


la ciencia política. Los temas más importantes de esta disciplina se estudian
bajo los epígrafes ADMINISTRACIÓN PÚBLICA; COMPORTAMIENTO POLÍ-
TICO, ANÁLISIS DEL DERECHO INTERNACIONAL; DERECHO PÚBLICO;
POLÍTICA, ESTUDIO COMPARADO DE LAS RELACIONES INTERNACIO-
NALES; TEORÍA POLÍTICA. Para las aportaciones individuales al desarrollo
de la disciplina, Véase las biografías de BAGEHOT; BARNARD; BEARD;
BENTHAM; BENTLEY; BRECHT; BRYCE; COKER; CONDORCET; FOLLETT;
GOODNOW; HELLER; KEY; LINDSAY; LIPPMANN; LOWELL; MAINE,
MARX, MERRIAQM; MICHELS; MILL; MOSCA; OSTROGORSKI; PARETO;
RICE; RICHARDSON; SCHMITT, TOCQUEVILLE; WALLAS; WEBER; MAX;
WILLOUGHBY; WILSON. Información complementaria procedente de otras
disciplinas puede encontrarse en ANTROPOLOGÍA POLÍTICA; SOCIOLOGÍA
POLÍTICA.

La situación de la ciencia política mediando el siglo XX es la de una discipli-


na en busca de su propia identidad. Como resultado de los esfuerzos hechos
para resolver esta crisis de identidad, ha afirmado su voluntad de constituirse
como una disciplina autónoma e independiente con estructura teórica sistemá-
tica propia. El factor que más ha contribuido a ello ha sido la recepción e inte-
gración en profundidad de los métodos científicos.
El prolongado fracaso de la ciencia política para hacer valer cierta unidad
fundamental del objeto de la disciplina condujo a algunos investigadores a ne-
gar que pudiera llegar jamás a constituir un campo de investigación autónomo
en coordinación con otras ciencias sociales, tales como la sociología, la antro-
pología y la psicología. Se mostraban más bien inclinados a incluirla en la ca-
tegoría de una ciencia aplicada, en la cual los conceptos teóricos formados en
las otras ciencias sociales se aplicaban al estudio de las instituciones políticas.
Pero esta valoración de la condición teórica de la ciencia política es en buena
medida resultado de la incapacidad para percibir la profunda revolución que se
ha operado en la disciplina, especialmente desde la segunda guerra mundial.
En estos decenios, la ciencia política ha dado algunos pasos firmes y seguros
hacia su propia reconstrucción como disciplina teórica.
Durante muchos siglos, desde la antigüedad clásica hasta casi fina-
les del siglo XIX, el estudio de la vida política no constituyó una disciplina en
sentido estricto, sino un cúmulo de influencias heredadas. Sólo retrospectiva-
mente, cuando los criterios modernos se han impuesto sobre el pensamiento
de los filósofos sociales del pasado, es posible identificar sus preocupaciones
intelectuales como parte de lo que hoy día hemos dado en llamar ciencia políti-
ca. Como consecuencia de ello, para la época en que la ciencia política adoptó
la forma de disciplina académica independiente, había adquirido un carácter
profundamente sintético; su objeto parecía consistir en una colección de temas
vagamente a lo largo de los siglos. Exteriormente, todo lo que parecía unir es-
tos intereses era su relación común con ciertas instituciones y prácticas políti-
cas.
Si examinamos la historia de la reflexión política en los últimos 2500
años, descubrimos que, en su mayor parte, los asuntos que predominaron en
el pensamiento de aquellos filósofos sociales que se ocuparon de los asuntos
políticos reflejaban, de modo perfectamente natural, los problemas más impor-
tantes del momento. Con el transcurso del tiempo estos temas se fueron acu-
mulando, de modo que cuanto más maduró la ciencia política como empresa
intelectual mayor fue el volumen y variedad de los temas que abarcaba. A me-
diados del siglo XX, la disciplina amenazaba con venirse abajo, debido al
enorme esfuerzo que suponía el establecer un orden lógico y coherente en un
bamboleante montón de conocimientos sobre los más variados asuntos.
Hubo entonces, sin embargo, señales claras de que la forma tradi-
cional de seleccionar los problemas para la investigación amenazaba con
cambiar radicalmente. Una cuestión molesta había empezado a acosar muy en
serio a quienes cultivaban lo que por aquel entonces se había convertido en
una disciplina muy especializada. ¿Es en verdad la ciencia política únicamente
una disciplina sintética, cuyo contenido no es más que una mezcla de aquellos
temas que dicta la necesidad histórica? ¿Es la ciencia política algo más que
una simple peripecia histórica que ha cristalizado todo cuanto ha pensado el
hombre en torno a las instituciones políticas o gubernamentales, sin que sea
posible llegar a una definición más profunda o precisa? ¿O es posible afirmar
que, en algún sentido, es una disciplina teórica con una entidad intelectual
susceptible de definición?

Su objeto
Dos clases de criterios muy diferentes han surgido en el último siglo
para diferenciar la vida política de todos los demás aspectos de la sociedad y,
por tanto, para aislar el objeto de la ciencia política. De un lado, se ha tratado
de definir la vida política en función de las instituciones a través de las cuales
halla expresión; de otro lado, se ha centrado la atención en la actividad o com-
portamiento que plasma en las instituciones en cuanto formas históricas parti-
culares. Desde el primer punto de vista, la ciencia política ha sido definida, no
muy profundamente, como el estudio de las instituciones gubernamentales (o
políticas) o como es estudio del Estado. Desde el segundo punto de vista, que
no ha tenido muy amplia aceptación hasta bien entrado el siglo XX, se ha defi-
nido como el estudio del poder o del proceso de adopción de las decisiones.

Criterios institucionales. Pueden distinguirse dos planteamientos.


Instituciones gubernamentales Hasta la fecha, la forma más frecuente de des-
cribir el objeto de la ciencia política ha consistido en considerarla como el estu-
dio de las instituciones políticas o gubernamentales (Bentley, 1908; Truman
1951). No obstante, es al menos provechosa, puesto que abandona casi por
completo a la intuición la labor de separar las instituciones políticas de todas
las demás instituciones. [Véase GOBIERNO]
Por lo que se refiere a la formalización conceptual del objeto, este
planteamiento incurre en una petición de principio. No nos ayuda a diferenciar
las instituciones políticas o gubernamentales de las restantes. Nos deja en la
misma oscuridad de siempre en cuanto al objeto de la ciencia política, es decir,
a merced de nuestra intuición. Este modo de orientarse en la ciencia política
equivale a renunciar prácticamente a cualquier esfuerzo para elevar el nivel
teórico de la disciplina. Su contenido dependerá en cada momento del consen-
so manifiesto, pero impreciso, de cada generación de politólogos.

El Estado. De todas las formalizaciones conceptuales del objeto de la ciencia


política, la del “Estado” es la que ha tenido una historia más larga. En cuanto
método de orientar la reflexión política, sus orígenes están enterrados en los
siglos XVI y XVII. Se suele citar a Maquiavelo como uno de los primeros que
emplearon el término, pero es dudoso que su hallazgo le pertenezca. Lo cierto
es que, a lo largo de aquellos siglos, el término se impuso poco a poco como
sustituto de otros anteriores que se utilizaban para referirse a entidades políti-
cas importantes, tales como reino, tierra principado, comunidad, república, do-
minio e imperio (Mc.iVER 1926).
La larga tradición del Estado como concepto político básico constitu-
ye más bien una prueba de la influencia de los intereses políticos prácticos so-
bre los puntos de vista del investigador que del valor del concepto para la com-
prensión de la vida política. En realidad, su escaso valor para la teoría se ha
puesto tan de manifiesto desde la segunda guerra mundial que su uso profe-
sional se ha reducido muchísimo (Easton 1953). A fines de análisis e investiga-
ción, los estudiosos han despojado al término de la mayor parte de lo conteni-
do; ha quedado reducido simplemente a un armazón conceptual, vacío de sig-
nificado y de valores, que sirve para identificar a los actores de la escena inter-
nacional. En su lugar, ha aparecido ¨sistema político¨, un concepto que encie-
rra pocas resonancias políticas. (Véase ESTADO, artículo sobre EL CONCEP-
TO)
Criterios funcionales. Ante las limitaciones teóricas inherentes a
los conceptos institucionales, no ha de sorprendernos que se intentase elabo-
rar nuevos métodos con los que describir las variables más importantes de la
ciencia política. Lo poco satisfactorio del enfoque institucional ha dado origen a
cierto número de interpretaciones que tienen al menos una cualidad en común:
todas ellas identifican el objeto de la ciencia política como una especie de acti-
vidad, comportamiento o, en sentido amplio, función. Aunque algunas defini-
ciones de este género tuvieron su origen en el siglo XIX, sólo a mediados del
siglo XX han sido reconocidas como en método superior al institucional.
La especificación de la función política en una sociedad permite a
los politólogos generalizar su objeto de estudio. Este no se ve ahora limitado
en ningún sentido por las estructuras e instituciones históricas variables a tra-
vés de las cuales las actividades políticas se manifiestan, ya sea en forma de
Estados altamente centralizados, de sistemas tribales indiferenciados o de sis-
temas internacionales de organización difusa.
Poder. Durante el siglo XIX, la formalización conceptual de la ciencia política
como estudio del Estado había alcanzado su zenit en la Staaslehre (teoría del
estado) escuela de pensamiento político de los teóricos de la escuela alemana.
Su característica principal era acotar el estudio de la política al Estado, conce-
bido éste como un cuerpo de normas constitucionales formales. De este modo,
la ciencia política se convirtió en un árido formalismo jurídico que se apartaba
por completo de la realidad social y, a veces, incluso parecía perder el contacto
con la propia realidad jurídica.
Quienes se oponían a esta escuela concebían al Estado no como
un cuerpo de normas jurídicas, sino como una serie de grupos sociales en
competencia constante por el poder con sus propios medios. Por ejemplo,
Marx, Treitschke (1897-1898) y los primeros sociólogos políticos, como Gum-
plowicz (1885), Ratzenhofer (1893) y Oppenheimer (1907), consideraron la
fuerza y el poder, especialmente en la lucha y el conflicto entre los grupos o
clases, como una dimensión propia de las relaciones políticas. En Estados
Unidos se tardó algún tiempo en acertar esta orientación, aunque sólo fuera
debido a que iba unida a corrientes filosófico-sociales europeas que se consi-
deraban inaceptables. Hacia 1930, sin embargo, Catlin (1930) y Merriam
(1934) propusieron interpretar la política como una serie de relaciones de po-
der, y a ellos se unieron en seguida muchos otros Lasswell 1936; Laswell y
Kaplan 1950, Key 1942).
Como perspectiva para el análisis de los fenómenos políticos, el po-
der ha mostrado su eficacia para romper los muros del método institucional y
abrir un nuevo camino que conduce a una formalización conceptual funcional
de la ciencia política. Se ha gastado gran cantidad de tiempo y de energía en
describir y definir las relaciones de poder entre individuos, grupos y naciones y,
en el seno de los sistemas políticos nacionales, entre comunidades locales y
organizaciones. Ello ha exigido la atención de todas las disciplinas. Ahora bien:
en cuanto objeto de una ciencia, el poder presenta un enorme inconveniente. A
pesar de todos los esfuerzos, la idea de poder sigue estando oculta por una
espesa nube de ambigüedad. Se ha insinuado que quizá ya no sea el momen-
to para plantearse seriamente la cuestión de si las ciencias sociales no deben
abandonar enteramente la idea como concepto valioso desde el punto de vista
de los fines que persigue directamente el análisis y la investigación (March,
1966).
Pero quizá deseemos adoptar una actitud más optimista. Cabe pen-
sar que la imposibilidad de lograr una clara comprensión del contenido del po-
der es resultado de una investigación insuficiente o de unos instrumentos de
análisis inadecuados, pero susceptibles de perfeccionamiento, antes que del
carácter excesivamente global del propio término. En tal caso, tropezaríamos
aún con otras barreras conceptuales infranqueables para el empleo del poder
como concepto orientador. Incluso con un significado determinado y preciso, el
poder seguiría siendo, sin embargo, excesivamente restringido y amplio a la
vez para describir, aunque sea superficialmente, los límites de la investigación
política.
Es excesivamente limitado, debido a que la interacción política, en-
tendida está en el sentido en que normalmente se usa, encierra algo más que
el control de una persona o de un grupo por otro, o los esfuerzos para influirse
recíprocamente. Es evidente que el poder aparece en todas y en cada una de
las interacciones políticas. Sin embargo, la relación política puede abarcar
también otras dimensiones, y es probable que descuidemos estas ante el peli-
gro de no lograr una adecuada comprensión de la situación.
La descripción de la política como estudio del poder constituye a la
vez una definición excesivamente amplia. Los conflictos que origina el control
se producen en todos los sectores de la vida, no sólo en el político. Un padre
tiene poder sobre su hijo; un sacerdote, sobre sus feligreses; un amigo sobre
otro; una compañía sobre sus empleados. Si lo deseáramos podríamos consi-
derar políticas todas estas relaciones de poder. En tal caso, bastaría nuestro
deseo para convertir el estudio de la política en la búsqueda de una teoría ge-
neral del poder aplicable a todas las relaciones sociales.
Pero si nos decidiéramos a hacer esto, todavía nos quedaría una
cuestión sin resolver. Normalmente muchas de estas relaciones de poder pa-
recer quedar al margen de la más amplia concepción del cuadro de referencia
de la ciencia política. El control del padre sobre su hijo rara vez se considera
político, excepto en sentido analógico. Ahora bien, si se concede y acepta que
existen ciertas situaciones de poder que no son políticas habríamos de idear
criterios para distinguir el poder político de los restantes tipos de poder, pa-
terno, económico, religioso, etc. De este modo, nos hallaríamos otra vez en el
punto de partida, es decir, a la búsqueda de un criterio viable para identificar lo
político.
A lo sumo, una teoría general del poder social sería útil para proyec-
tar la luz sobre las propiedades de las relaciones de poder en un marco políti-
co. Pero, aparte de esto, no nos servirá para lograr una formalización concep-
tual de las relaciones políticas en su conjunto (Véase PODER)

Adopción de decisiones Hacia mediados de siglo XX apareció una variante im-


portante y popular del tema del poder en cuanto objeto de la ciencia política.
Según esta concepción, el poder adquiere significado porque conduce al con-
trol de los procesos a través de los cuales se adoptan y ejecutan las decisiones
públicas. Esta interpretación penetró rápidamente en la disciplina. Se ha llega-
do así a la interpretación directa de la vida política con una serie de relaciones
a través de las cuales se formulan y ejecutan las decisiones o los programas
políticos. El componente del poder queda en segundo plano, como un simple
factor condicionante de las decisiones.
La descripción de la ciencia política como el estudio de la elabora-
ción de la política pública se ha extendido tanto, sobre todo en la ciencia políti-
ca norteamericana, y se ha convertido hasta tal punto en el aparato intelectual
normal y, a veces, no explícito de la mayor parte de los estudiosos de la políti-
ca que su introducción como concepto básico ya no puede asociarse con una
sola persona o grupo determinado. Se pueden hallar sus orígenes en la obra
de Carl Schmitt en Alemania, donde surge como respuesta a los años de inde-
cisión que siguieron a la primera guerra mundial (véase SCHMITT). En aquella
época, sin embargo, la idea produjo poco impacto en la ciencia política acadé-
mica; ha sido solo gracias a los esfuerzos realizados por los teóricos norteame-
ricanos de la organización, en el decenio de 1940, que se ha puesto de relieve
su significado general para la investigación y el análisis políticos.
Desde sus primeros pasos en el área del comportamiento de la or-
ganización, el estudio de la elaboración de decisiones se ha extendido virtual-
mente a todos los sectores de la investigación política. En realidad, su empleo
por parte de la ciencia política revela la penetración aún más amplia de la idea
de la adopción de decisiones en el conjunto de las ciencias sociales. La adop-
ción de decisiones ha demostrado ser una de las ideas primordiales de los de-
cenios posteriores a la segunda guerra mundial, y pocas formalizaciones con-
ceptuales de la ciencia política pueden permitirse el lujo de ignorarla por com-
pleto. (Véase DECISIONES, PROCESO DE ADOPCIÓN DE, artículo sobre
ASPECTOS POLÍTICOS).
Pero por muy importante que sea el punto de vista de la decisión
para comprender el menos un componente del proceso político, las decisiones,
al igual que el poder, son también características de las demás esferas de la
vida social. Un comportamiento decisorio semejante tiene lugar también en
organizaciones tales como los sindicatos, las sociedades anónimas, las igle-
sias y las familias, así como en el sistema político. Por eso, la mera definición
de la ciencia política como el estudio de la adopción de decisiones proporciona
poca ayuda en la diferenciación de las decisiones políticas de otras decisiones.
La afirmación de la adopción de decisiones sociales, la cual indudablemente
proyectaría cierta luz sobre nuestra comprensión del proceso de adopción de
decisiones en un contexto político, pero seguiríamos necesitando un criterio
según el cual separar las decisiones políticas de otros tipos de decisiones. El
concepto en sí mismo es insuficiente para esbozar, aunque sea muy por enci-
ma, la serie de datos que cualquier descripción básica de la ciencia política
habría de abarcar.

El sistema político. En su conjunto, los esfuerzos para describir la amplia


gama de temas de la ciencia política apenas han resultado fructíferos en los
primeros decenios del siglo XX. Las definiciones institucionales basadas en el
gobierno y el Estado sirven solamente para definir algo desconocido, la ciencia
política, por medio de otras cosas desconocidas. Las formalizaciones concep-
tuales funcionales basadas en el poder y en la adopción de decisiones exce-
den la temática que los politólogos estarían dispuestos, al menos intuitivamen-
te, a incluir dentro de su disciplina.
Todo intento de descripción del objeto de la ciencia política tiene
algo digno de encomio, aunque solo sea porque ninguno de los métodos que
se proponen para explicar la unidad interna de cualquier disciplina es el único
posible o el único correcto. Cada sistema de formalización conceptual crea sus
propias vías muertas y abre sus propias y singulares ventanas sobre la realidad
política. La validez de toda definición formal dependerá de la medida en que
proporcione una descripción suficientemente general del objeto, de modo que
la temática que le ha sido propia en el pasado y en el presente, según es acep-
tada por la mayor parte de los estudiosos, no quede excluida o, en el caso de
que así ocurra, conlleve una justificación teórica convincente.
No es más propio de los politólogos que de los sociólogos, los eco-
nomistas, los antropólogos o los psicólogos, el identificar su campo de interés
específico con el comportamiento total de una sociedad. Al contrario de todas
las interacciones sociales, la ciencia política puede abstraer solamente aque-
llos tipos que sus perspectivas teóricas le indican que son políticos por natura-
leza. En este sentido, la política como campo de estudio es analíticamente di-
ferente de las otras disciplinas. Por el mismo razonamiento, dado que cada
disciplina dirige su especial atención a un solo aspecto del conjunto total de
interacciones que llamamos sociedad, ninguna disciplina es “más fundamental”
que las otras ni tiene prioridad sobre las demás. En su propia situación teórica,
cada una representa un nivel equivalente de abstracción de la totalidad de las
interacciones en las que interviene el organismo biológico (Véase SISTEMAS,
ANÁLISIS DE)
Podemos identificar más provechosamente las interacciones políti-
cas en una sociedad como su sistema político que como gobierno, Estado, po-
der o serie de procesos de adopción de decisiones. ¿Cómo vamos a distinguir
este sistema de otros sistemas de comportamiento, tales como el religioso, el
económico, el psicológico y el cultural? Al responder esta pregunta, obtendre-
mos simultáneamente una formalización conceptual, inicial y somera, de la
ciencia política que puede servir de punto de partida para configurar la ciencia
política como una disciplina teóricamente autónoma e independiente.
Podemos describir el sistema político como el comportamiento o se-
rie de interacciones a través de los cuales se hacen y se cumplen en nombre
de una sociedad los repartos investidos de autoridad (o decisiones vinculantes)
(Easton, 1953; 1965a; 1965b). Las inferencias de esta breve definición son
enormes y solo podemos examinar aquí las más salientes.

Los repartos de bienes investidos de autoridad. La escasez prevalece en


todas las sociedades. Este es un punto de partida fundamental para el análisis
político. No hay suficientes bienes (cosas valiosas) para satisfacer las necesi-
dades de los miembros de una sociedad. Se trata de un postulado tan especial
para la política como para la sociología, la antropología y la economía. Son
inevitables las diferencias y los conflictos sobre unos bienes cuya oferta es limi-
tada. En la mayor parte de las controversias, los miembros de todas las socie-
dades son capaces de negociar soluciones de modo independiente, sin nece-
sidad de que intervenga ningún organismo especial que hable en nombre de la
sociedad. La integración del comportamiento social es, en gran parte, conse-
cuencia de la interacción independiente de sus miembros dictada por su per-
sonalidad, por la estructura social y por la cultura. Gracias a tal comportamien-
to autónomo, son capaces de concertar sus diferencias, con independencia de
que la resolución resulte aceptable o desagradable a los participantes.
Pero, en todas las sociedades, hay siempre algunas cosas valiosas
acerca de las cuales surgen diferencias que no puede negociarse fácilmente
por parte de los propios miembros. En estos casos, siempre descubrimos de
modo empírico que han surgido instituciones o procesos especiales para hacer
posible la imposición de una solución. Sin la existencia de tales expedientes
específicos a disposición de la sociedad, su integración puede verse amenaza-
da. Además, la acción con fines colectivos podría verse menoscabada, sino
eliminada. Si la sociedad se propone alcanzar algunos objetivos que requieren
el esfuerzo o los recursos combinados de una parte o de todos sus miembros,
han de encontrarse ciertos expedientes para organizar y dirigir sus energías.
Hay que reconciliar o regular las diferencias, de modo que llegue a ser posible
la acción encaminada a un fin en nombre de la sociedad. Esto exige algo más
que el simple establecimiento y el mantenimiento del orden, aunque este pue-
de ser y ha sido casi siempre un objetivo primordial. Pero con independencia
de cuáles sean los fines perseguidos, lo cierto es que cada sociedad ha ideado
algunos sistemas para regular las diferencias y para coordinar los esfuerzos de
sus miembros.
Una forma de conseguirlo consiste en invocar la fuerza en nombre
de la sociedad. Otras consisten en el uso de la persuasión, la manipulación, la
mediación ad hoc y otros expedientes semejantes. La debilidad de estos méto-
dos consiste en que no ofrecen procedimientos estables y regulares a través
de los cuales puedan ser negociados los conflictos sobre las cosas valiosas,
cuando los miembros no son capaces de llegar a una solución autónoma.
Los medios regulares y estables para hacer frente a una situación
de este tipo requieren por lo menos dos cosas: en primer lugar, estructuras y
procedimientos para llevar a cabo las decisiones y las acciones relacionadas
con ellas -podemos llamarlos repartos-, gracias a las cuales es posible reducir
o regular las diferencias, y, en segundo lugar, cierta garantía de que, con toda
probabilidad, a estas decisiones y acciones (repartos) les será reconocida au-
toridad. Es decir, los resultados de los esfuerzos realizados para regular las
diferencias deben contar con una probabilidad relativamente grande de ser
aceptados como vinculantes.
En las sociedades diferenciadas desde el punto de vista estructural,
la adopción y cumplimiento de las decisiones con las que los miembros están
de acuerdo se asigna normalmente a instituciones especiales que se conocen
ahora como “gubernamentales”. Pero en las sociedades pequeñas y poco evo-
lucionadas, donde las estructuras no están diferenciadas no especializadas,
tales tareas se llevan a cabo generalmente por personas que desempeñan pa-
peles sociales que no pueden ser descritos como gubernamentales ni en sen-
tido estricto ni en sentido amplio. Un jefe de clan, en una sociedad tribal, puede
ser jefe religioso, regulador de la caza (director económico) y cabeza de fami-
lia, a la vez que negociador supremo de las disputas no reguladas por los pro-
pios miembros.
Por tanto cabe esperar que en toda sociedad vamos a encontrar
aquellos tipos de interacciones cuyo objetivo principal consiste en influir y mo-
delar el procedimiento a través del cual los repartos de valores hechos por la
autoridad (decisiones y acciones) se llevan a cabo en nombre de la sociedad.
Son estas interacciones, tomadas colectivamente, las que constituyen el com-
portamiento al cual se refiere el término “sistema político”; es el estudio de
esas interacciones el que proporciona el objeto de la ciencia política. Hemos de
examinar cada uno de los términos que componen la frase “repartos de valores
investidos de autoridad en nombre de la sociedad” si queremos comprender
todas sus inferencias.
La política gira en torno a los repartos. El reparto distribuye cosas
valiosas entre los miembros de una sociedad. Al proporcionar seguridad, un
policía colabora en repartir dicho valor en forma diferente a como habría sido
repartido sin su presencia; haciendo carreteras, un gobierno ofrece un benefi-
cio a sus usuarios e impone una privación a los demás contribuyentes, para
quienes la carretera quizá no represente ninguna ventaja. Un reparto puede
presentarse en tres formas enormemente diferentes: cuando una decisión o
acción impide a un miembro conservar un valor que ya poseía; cuando le impi-
de obtener uno que quería poseer; cuando le permite acceder a un valor que,
de otro modo, podría haber obtenido. En general, un reparto adjudica benefi-
cios o impone privaciones en forma diferente de lo que hubiera sido de no exis-
tir las actividades de reparto.
Un reparto de valores puede ser formal. En los sistemas políticos
modernizados, los repartos asumen la forma de leyes, sentencias y ordenan-
zas administrativas. También en estos sistemas, los repartos pueden no ser
formales, tal sería el caso de un acto administrativo que modificara sustancial-
mente una ley en el proceso de su aplicación. Pueden ser también no formales
en las sociedades primitivas, donde un consejo de ancianos puede aceptar
como expresar un consenso difuso sobre lo que debe hacerse, y los miembros
responsables de la tribu o el clan pueden sentirse impelidos por la costumbre a
llevar a cabo las acciones necesarias. El control sobre los repartos pude estar
difundido a través de toda la sociedad, como en una democracia directa, o
puede estar en manos de unos pocos, como en el caso de una autocracia. Los
repartos pueden beneficiar a todos los miembros de un sistema o únicamente
a unos pocos poderosos. En ambos casos se ha producido una redistribución
de bienes en el sentido a que nos referimos aquí.
Pero los repartos tienen lugar en todas las esferas de la vida. La
propiedad característica de un reparto en el sistema político consiste en que,
por regla general, es muy probable que a las decisiones y las acciones se les
reconozca autoridad. Si no es así, o bien el sistema está a punto de derrum-
barse, o bien sus miembros no se hallan en mejor situación de la que tendrían
fuera de un sistema político. En este caso, no se satisfacen lo que podemos
suponer que son las condiciones de todo arreglo político en cualquier sociedad.
Decir que a un reparto se le reconoce autoridad no significa necesa-
riamente que sea aceptado legítimamente. Puede llegarse a esta conclusión
solo en el caso de que consideremos equivalentes autoridad y legitimidad,
identidad posible, pero no necesaria. Así, un usurpador totalitario puede repar-
tir valores mediante los procesos políticos correspondientes, aunque una ma-
yoría de sus miembros del sistema considere su poder ilegítimo. Pero, por
miedo a las consecuencias, pueden aceptar el carácter vinculante de sus deci-
siones. En la medida en que exista una probabilidad muy cualificada de que la
mayor parte de los miembros reconozcan carácter vinculante a una decisión,
así como a las acciones ejecutivas correspondientes, la decisión goza de auto-
ridad.
Existen numerosas razones en virtud de las cuales los miembros
reconocen autoridad a los repartos. Pueden hacerlo por tradición e inercia, por
afecto a los gobernantes, por miedo a la violencia en caso de desobediencia,
por interés propio, o por lealtad. Pero, como ocurre con frecuencia, la obedien-
cia puede ser el resultado de una intensa convicción de que es justo y conve-
niente obedecer a quienes adoptan las decisiones y las llevan a efecto, es de-
cir, de que son legítimas. En este uso del concepto “investido de autoridad”, la
legitimidad no es más que una motivo para reconocer dicha cualidad a un acto.
Con independencia de los motivos que mueven a considerar que una decisión
y las acciones presuponen autoridad, lo que diferencia a los repartos políticos
de otros tipos de repartos es el hecho de que a ellos va unido este sentido de
apremio (véase LEGITIMIDAD).
Ahora bien, a la ciencia política no le interesan esencialmente todos
los repartos, incluso aunque se les reconozca autoridad. En toda organización,
además del sistema político, existen otras personas cuya ocupación consiste
también en adoptar y cumplir decisiones que los miembros de la organización
consideran vinculantes. Si lo deseamos, podemos ampliar y volver a definir el
alcance de la ciencia política, de modo que abarque el estudio de los repartos
“autoritativos” donde quiera que se encuentren. En este caso, la adopción de
decisiones vinculantes en una familia, una iglesia, un sindicato, una herman-
dad o una sociedad anónima constituirían fenómenos básicos de la investiga-
ción política. Pero existe un procedimiento más útil y teóricamente más eco-
nómico de plantear el problema, sistema que nos permitirá obtener todos los
beneficios de la investigación sobre los repartos “autoritativos” donde quiera
que se presenten y que incluso diferenciará claramente el reparto político como
un tipo analítico diferente de los demás repartos.
Desde un punto de vista teórico, nos mantendremos más próximos
al pensamiento político tradicional si limitamos el concepto “político” a aquellos
repartos “investidos de autoridad” que se dan en una sociedad, con exclusión
de aquellos que se dan solo en una organización dentro de la sociedad. Es
decir, en tal caso, hemos de dedicar nuestra atención a aquellos repartos que
normalmente se acepten como vinculantes por la mayor parte de los miembros
de la sociedad, tanto si estos se ven realmente afectados o no. No ocurre así
con las decisiones y acciones vinculantes efectuadas por las organizaciones
que existen en la sociedad. Lo que se requiere aquí es que a tales repartos se
les reconozca autoridad únicamente por los miembros que constituyen la orga-
nización; los demás miembros de la sociedad no tienen por qué considerarse
vinculados en ningún sentido. Así, los repartos políticos, en el sentido complejo
en que los tomamos aquí, son societarios en su alcance y consecuencias. De-
bido a esto y a las funciones sociales que cumplen, las sanciones formales y
especiales, como el uso de la fuerza, se suelen relacionar con ellos. Pero es
una relación típica, no necesaria, en los sistemas políticos (Schapera 1956).
Esta formalización conceptual de la ciencia política no debe pasar
por alto el hecho evidente de que en otros tipos de organizaciones también se
llevan a cabo repartos investidos de autoridad y que el estudio de los procesos
que los rodea supondrá una inestimable ayuda para la comprensión de proce-
sos similares dentro del sistema político de la sociedad. Si quisiéramos, po-
dríamos describir aquellos aspectos de las organizaciones voluntarias, de las
familias, de los linajes o de los grupos de interés que determinan el modo en
que se adoptan y ejecutan las decisiones vinculantes para esos grupos como
sus sistemas políticos. Distinguiríamos entonces entre los sistemas políticos
organizacionales y el sistema político societario,
Puede asegurarse que los politólogos se han interesado por los gru-
pos internos de tales grupos y organizaciones, al menos, por dos razones. En
primer lugar, en la mayor parte de las sociedades, tales grupos ejercen alguna
influencia sobre el modo en que se formulan las decisiones vinculantes, sobre
su contenido y sobre su ejecución. Pero aquí se trata de un interés secundario,
cuyo origen hay que buscarlo en la hipótesis según la cual no podemos com-
prender los repartos “autoritativos” en una sociedad sin estar completamente
familiarizados con el funcionamiento interno de los grupos que influyen en es-
tos repartos. Una segunda razón estriba en que estas organizaciones y unida-
des sociales se parecen mucho a los sistemas políticos, al menos como micro-
cosmos. Podemos incluso considerarlas como sistemas PARAPOLÍTICOS,
cuyo estudio comparativo puede ayudar a proyectar luz sobre el proceso políti-
co de una sociedad más amplia (Easton 1965a). Pero el hecho de reconocer
su importancia para la investigación política no significa de ninguna manera
que se las equipare al objeto que constituye el centro de atención de la ciencia
política, es decir, el sistema político.

Áreas resultantes de investigación. Las áreas de investigación que dimanan


de esta descripción no pueden detallarse aquí. En general, abarcarán todas las
estructuras, procesos y actividades más o menos relacionadas con la elabora-
ción y realización de los repartos investidos de autoridad en una sociedad. Pe-
ro no podemos saber de antemano cuáles son exactamente en unas determi-
nadas circunstancias históricas. Variarán según el tipo de sistema político y el
período histórico en estudio. Esta conclusión pone de relieve la insensatez que
supone el tratar de describir el objeto de la ciencia política en función del tipo
de instituciones que existen en un momento histórico dado.
No obstante, resulta aleccionador admitir que ninguna de las estruc-
turas y procesos variables en que centraba su atención la ciencia política a
mediados del siglo XX ha de omitirse en la formalización conceptual de la dis-
ciplina que aquí se propone. Así, en los sistemas primitivos, en los que apenas
se da diferenciación de la estructura política, ciertas estructuras sociales gene-
rales, tales como grupos de parentesco, consejos de linaje, jefe de aldea, jefes
supremos, pandillas de amigos y bandas de guerra son la mayor importancia
para poner de manifiesto el modo en que se adaptan y se llevan a cabo deci-
siones vinculantes (véase ANTROPOLOGÍA POLÍTICA).
En las sociedades industrializadas y diferenciadas desde el punto de
vista estructural, los campos de investigación asumen un carácter igualmente
especializado. Mediante el examen de ciertas estructuras variables diferencia-
das, tales como cámaras legislativas, órganos ejecutivos, organizaciones ad-
ministrativas, partidos y grupos de presión, la ciencia política ha tratado de ex-
plorar aquellos elementos del sistema político que influyen a la hora de deter-
minar quién hace los repartos, la naturaleza de los que emprenden y la forma
en que se llevan a cabo.
Mediante el estudio del comportamiento electoral los politólogos tra-
tan de identificar los tipos de problemas en torno a los cuales se discuten los
posibles repartos “autoritativos” y tratan de explicar el proceso de reclutamiento
de los responsables de las tareas diarias relacionadas con la elaboración y rea-
lización de tales repartos (véase COMPORTAMIENTO ELECTORAL). El dere-
cho público examina el modo en que un sistema legaliza las decisiones vincu-
lantes según criterios jurídicos, contribuyendo así a que se les reconozca auto-
ridad en el sistema (véase DERECHO PÚBLICO). El estudio comparado de la
política centra su atención en aspectos similares de la vida política, pero dentro
de un marco cultural y social ajeno al origen nacional del propio investigador
(véase POLÍTICA, ESTUDIO COMPARADO DE LA). Las relaciones interna-
cionales orientan la atención de la ciencia política hacia aquellas instituciones y
estructuras a través de las cuales se adoptan y ejecutan decisiones vinculantes
en la relación que se establece entre sistemas políticos particulares. En este
punto puede servirnos de ayuda concebir la interacción entre sistemas políticos
como una especie de sistema político en sí mismo, en un plano superior de
generalidad. Así considerados, los sistemas políticos son subsistemas del sis-
tema internacional, del mismo que los Estados federados o provincias pueden
ser subsistemas de los llamados sistemas políticos nacionales (véase RELA-
CIONES INTERNACIONALES).
Los restantes temas corrientemente estudiados por la ciencia políti-
ca de mediados del siglo XX no quedan excluidos de nuestro concepto de la
ciencia política como el estudio de aquellas acciones más o menos directa-
mente relacionadas con los repartos “autoritativos”. Así, la filosofía política re-
presenta aquella rama consagrada a la valoración ética de los repartos y de las
estructuras afines. También examina y valora, desde un punto de vista crítico,
el modo en que los filósofos intentaron esta tarea en el pasado. La teoría empí-
rica, en cambio, trata de sistematizar los propios procesos de investigación y
de prestar un orden y una consistencia conceptuales a la disciplina como con-
junto o a sus diversas partes. Le corresponde la tarea de elaborar, en forma de
teorías generales, explicaciones globales del modo en que se hacen y se lle-
van a efecto los repartos “autoritativos” en una sociedad, así como elaborar, en
forma de teorías parciales, interpretaciones del funcionamiento de determina-
dos sectores o dimensiones en los sistemas políticos (véase TEORÍA POLÍTI-
CA).
Pese a que este catálogo de los temas de interés para la ciencia
política es breve y formalista, demuestra que la definición de la disciplina que
se ha propuesta está en consonancia con toda la investigación a la que los es-
pecialistas en la ciencia política se vienen dedicando. Esto no quiere decir que
los campos de estudio secundarios mencionados sean permanentes en ningún
sentido; desde el punto de vista histórico, o cierto es precisamente lo contrario.
Representan solamente un modo conveniente y modificables de dividir la tota-
lidad del campo con fines de investigación especializada. Lo importante es que
la nueva formalización conceptual de los problemas clave de los que se ocupa
la ciencia política no excluye automáticamente la permanencia de los proble-
mas del pasado en la investigación política. Los incluye y los integra analítica-
mente, pero deja abierto el camino e invita a una nueva formulación y desarro-
llo. (Continúa).

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