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Índice
Staff Capítulo 16 Capítulo 33
Sinopsis Capítulo 17 Capítulo 34
Capítulo 1 Capítulo 18 Capítulo 35
Capítulo 2 Capítulo 19 Capítulo 36
Capítulo 3 Capítulo 20 Capítulo 37
Capítulo 4 Capítulo 21 Capítulo 38
Capítulo 5 Capítulo 22 Capítulo 39
Capítulo 6 Capítulo 23 Capítulo 40
Capítulo 7 Capítulo 24 Capítulo 41
Capítulo 8 Capítulo 25 Capítulo 42
Capítulo 9 Capítulo 26 Epílogo
Capítulo 10 Capítulo 27 Nota de la autora
Capítulo 11 Capítulo 28 Claire Kingsley &
Capítulo 12 Capítulo 29 Lucy Score
Capítulo 13 Capítulo 30 Cosmos Books
Capítulo 14 Capítulo 31
Capítulo 15 Capítulo 32
Staff
Traducción y Corrección:

Cherry Blossom
Mrs. Darcy

Revisión Final:

Ludmy

Diseño:

Seshat
Sinopsis
«No respondí. No pude. Ver a este hombre con sus partes íntimas
al desnudo no me había dejado sin habla, pero verlo lamer helado
de su dedo, sí».
June Tucker

June Tucker no entiende a la gente. ¿Números, datos y


estadísticas? Tienen sentido. ¿Las personas? No tanto. En un pueblo
de solteras desesperadas los viernes por la noche y de bebedoras de
moonshine que bailan en línea, ella es el bicho raro. Eso le sienta bien,
pero su hermana y sus amigas se están emparejando, y el cambio es
inquietante.
George «GT» Thompson era uno de los mejores receptores de
futbol americano, pero una lesión que puso fin a su carrera lo dejó
fuera de juego para siempre. Ahora espera encontrar alivio en las
aguas curativas de este pequeño pueblo en Virginia Occidental y tal
vez una idea de lo que la vida le tiene reservado.
No esperaba que la muy directa chica del manantial de aguas
termales, le dijera que no debería estar allí ni que señalara su
considerablemente grande… equipo.
A George le fascina June, con su cabeza llena de estadísticas y su
franqueza. La aprecia como la mayoría no lo hace y cuando el caso
local de persona desaparecida da un giro sorprendente, él está al
lado de Scooby-June en su búsqueda de la verdad.
Él era el receptor de su equipo de futbol americano de fantasía.
Ahora es su novio en la vida real, pero a medida que su relación se
calienta, a June le preocupa no ser capaz del tipo de intimidad que él
necesita. Él está convencido de que su campaña de sacarla de su
cabeza, para que deje de pensar y sienta, funcionará, pero su propia
crisis podría distanciarlos aún más.
Capítulo 1
George
La rodilla me dolía más de lo que debería.
Hacía más de ocho semanas que me habían operado de una rotura
del ligamento cruzado anterior y no debería dolerme tanto. En lugar
de pasearme por la sala VIP del Bleu Martini, el club favorito de mis
compañeros de equipo en Filadelfia, estaba relajado en una lujosa
cabina con la pierna apoyada en alto.
Las tenues luces teñían de azul la habitación. Aún podía oír la
música de la discoteca a través de las paredes, pero nuestra fiesta
privada se había calmado. El suave R&B sonaba como la lista de
reproducción sexual patentada de Rex. A juzgar por la forma en que
mi compañero de equipo tenía a la última fanática contra la pared,
probablemente era su lista de reproducción sexual.
Me acomodé la pierna, tratando de no hacer una mueca de dolor.
Probablemente debería estar en casa poniéndome hielo, pero Rex me
había amenazado con ir a mi casa y sacarme a rastras si no venía y
no había admitido exactamente lo mal que estaba.
Ya había hablado con mi agente y con mi entrenador. Mis
compañeros de equipo, sin embargo, no sabían la noticia. Mi carrera
como jugador de futbol americano profesional había terminado
oficialmente.
En cierto modo, fue devastador. El futbol americano era lo único
que realmente conocía. Lo había jugado desde que tenía cinco años.
Pero desde el momento en que caí al campo, gritando de dolor
por mi rodilla, lo supe. Era mi segunda rotura del ligamento
cruzado anterior en cinco años. Me había recuperado de la primera.
No te recuperas de dos. No cuando se trataba de la misma rodilla y
eras un receptor de treinta y dos años. A pesar de que todo el
mundo, desde los médicos hasta mi agente, había intentado resaltar
lo mejor, lo sabía. Era el final de mi carrera. Ninguna terapia física
iba a salvarme.
Así que cuando mi médico me dio su veredicto hacía unos días,
no me había sorprendido. No estaba feliz, pero tampoco me
sorprendió.
—¿Qué hay, GT? —Deacon Phillips, jugador defensivo del año y
cinco veces mejor defensa. Estaba llegando a esos años, como yo.
Pero había logrado pasar la temporada sin lesiones.
Me eché hacia atrás, como si no estuviera elevando la rodilla,
simplemente relajándome en el club. Como si fuera demasiado
genial para hacer ningún esfuerzo.
—Disfrutando del paisaje.
—Y una mierda. —Dejó la cerveza en la mesa y se sentó en la
butaca—. No me digas estupideces, hombre. ¿Vas a volver?
Desvié la mirada. A los chicos no les iba a gustar esto. Sabía que
todos tenían esperanzas. Habían llegado a la postemporada sin mí,
pero perdieron el primer partido. Un final amargamente
decepcionante para lo que había empezado como una temporada
perfecta. Todos esperábamos que me recuperara y tuviéramos otra
oportunidad el próximo año.
—No, hombre. No voy a volver de esta.
—Mierda —dijo Deacon en voz baja. Sacudió la cabeza—. ¿No
pueden darte una pierna biónica o algo así? Por Dios. ¿Esto es todo
para ti? ¿En serio?
Asentí con la cabeza, dejando que lo asimilara mientras lo decía
en voz alta.
—Sí. Estoy acabado. No más futbol americano.
—Tenía el presentimiento de que pasaría, pero esto es brutal,
hermano. No sé qué decir.
—No me vengas con mierdas de lástima. Tuve una buena carrera.
Estarán bien sin mí.
Sacudió la cabeza, como si no me creyera.
Respiré hondo y eché un vistazo a la sala, a una docena de chicos
con los que había jugado los últimos años. Lo peor era la sensación
de que los estaba defraudando. Por no hablar de los entrenadores y
el personal. Habían depositado muchas esperanzas en mí, en mí y
en estas manos mágicas. Por muy buen agarre que tuvieran mis
manos, no me servían de nada sin piernas con las que correr. Sin mis
piernas, no era más que otro tipo alto con manos grandes.
—¿Alguien más lo sabe? —preguntó Deacon.
—La organización lo sabe. Es oficial. Aunque tengo que empezar
a decírselo al resto.
—Mierda.
—Sí. —No había mucho más que decir.
Miró por encima del hombro y supe exactamente a quién estaba
mirando. MacKenzie Lyons. Mi «terminamos, regresamos y
volvemos a terminar» novia con la que había terminado
recientemente, otra vez. Había llegado hacía unos diez minutos y,
de momento, parecía fingir que me evitaba. Me pregunto si sabía
que estaría aquí. Nunca había entendido cómo tantas mujeres
parecían encontrar los lugares en los que pasábamos el rato mis
compañeros y yo. Nadie se atribuía el mérito de invitarlas, pero
siempre había mujeres por allí.
No estaba seguro de cómo me sentía al ver a MacKenzie esta
noche. Este no es exactamente un buen momento para mí. Es una
especie de mal momento, en realidad. ¿La quería aquí para
presenciar el final de mi carrera?
Tal vez me iría temprano y me escaparía.
Como si pudiera ver lo cerca que estaba de levantarme e irme,
MacKenzie interrumpió la conversación que mantenía con una
mujer que yo no conocía, fijó sus ojos en mí y caminó hacia mi mesa.
Incluso yo tenía que admitir que se veía caliente con ese vestido
negro ajustado y esos tacones.
—Confía en mí, amigo —dijo Deacon mientras se levantaba—.
Cógetela mientras puedas.
—Deacon —dijo MacKenzie y él inclinó la barbilla hacia ella antes
de alejarse.
Le hice un gesto para que se sentara. Se sentó con elegancia a mi
lado.
—¿Cómo está la rodilla?
—Está genial —mentí.
—¿Sí? —Su cara se iluminó—. He estado preocupada por ti.
Habíamos terminado, otra vez, a principios de la temporada
pasada. En su defensa, me había llamado para ver si necesitaba algo
después de la operación. Teniendo en cuenta que no estábamos
juntos, no tenía que hacerlo, así que agradecí el gesto.
—Ya me conoces, estaré bien. Siempre me recupero.
—Sí, lo haces. —Me dio un suave codazo y se mordisqueó el labio
inferior.
Mentiría si dijera que no me tentó. Su expresión, coqueta y
sugerente, me decía que esta noche era algo seguro. Podría deslizar
las manos por esos muslos flexibles. Inclinarme y rozar con mis
labios la sensible piel de la base de su cuello. Ponerla caliente para
mí. Llevarla a mi casa.
No hay nada malo con un poco de buen sexo. Sonaba bien ahora
mismo.
Pero luego vendrían las complicaciones. Las preguntas. No era
realmente un chico de una noche y ella lo sabía. ¿Querría volver
conmigo? ¿Qué querría de mí si lo hiciéramos?
Sabía la respuesta a esas preguntas y fue suficiente para detener
mi mano. Me abstuve de estirar la mano para acariciar la obscena
cantidad de muslo que asomaba bajo su corta falda. Querría cenas
caras. Regalos, preferiblemente de diseñador. Vacaciones. Lugares
exclusivos, primera clase, hoteles cinco estrellas. Por eso MacKenzie
salía con atletas. Por eso salía conmigo.
Había salido con mujeres peores que ella, descaradas y sin
remordimientos en su búsqueda del esquivo novio atleta
profesional. MacKenzie al menos había intentado darme acceso a
sus sentimientos. Le preocupaba más que podía comprarle o el
estatus que le proporcionaba salir conmigo, pero no había sido
suficiente. Todavía había la expectativa de más. Más dinero, más
regalos, más lujo.
A muchos de los chicos con los que jugué les parecía bien. Eran
felices colmando a sus novias con diamantes y bolsos de diseñador.
Pagando sus apartamentos de lujo y autos caros. Para ellos, era una
transacción comercial. Ellos proporcionaban un cierto estilo de vida,
mientras que las mujeres proporcionaban ciertas comodidades. Una
cita sexy con la que ser visto. Sexo pervertido a puerta cerrada o a
veces a puerta abierta.
Eso no era suficiente para mí. Quería más. Quería sentimientos.
Algo real. Los chicos me echaban la bronca por mi supuesta
exigencia, pero para mí no se trataba de que las fanáticas y las
aspirantes a estrella no estuvieran lo bastante buenas. El problema
era que esas mujeres me querían por las razones equivocadas.
Querían a GT Thompson, el mejor receptor. No me querían a «mí».
Había pensado que MacKenzie podría ser diferente. Lo había
pensado dos veces y dos veces me había equivocado. No iba a ir por
ese camino de nuevo, a pesar de lo bien que se veía en ese vestido
negro que abrazaba sus curvas.
—¿Qué pasa? —arrulló. Esta noche se estaba pasando. Me hizo
preguntarme cuál era su juego. Extendió la mano para dibujar
ligeramente sus uñas sobre mi espinilla, por encima de mis
pantalones—. ¿Te sientes solo?
—No, estoy bien —mentí. Segunda vez esta noche—. Sólo
manteniéndome relajado.
Mantuvo sus dedos en mi pierna, rozándola arriba y abajo. Me
resultaba familiar. Demasiado familiar, pero no quería moverme por
si hacía una mueca de dolor.
—¿Deberíamos tomar una botella de champán? —preguntó—.
¿Tener una pequeña celebración?
—¿Qué estamos celebrando?
—Segundas oportunidades.
Alcé las cejas. Si se refería a nosotros, ya habíamos desperdiciado
una segunda oportunidad.
—¿Segundas oportunidades para qué? ¿Y quieres decir
segunda… o tercera?
Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba.
—Me refiero a la próxima temporada. Una segunda oportunidad
en la postemporada.
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.
—Estoy fuera, Mac. No hay próxima temporada.
Una nube de emoción recorrió sus facciones. Conmoción. Tal vez
horror. ¿De verdad estaba tan alterada por mí?
—¿Qué? —preguntó ella.
—No voy a volver. He terminado con el futbol americano.
—No lo dices en serio —dijo ella y la sorpresa se transformó en
una falsa sonrisa, sus labios rojos brillantes se separaron sobre sus
dientes blancos y relucientes—. Claro que vas a volver. Siempre te
recuperas.
—Esta vez no.
Su espalda se enderezó y se apartó.
—¿Te retiras?
Asentí con la cabeza. No había mucho más que decir.
La curvatura de su columna vertebral desapareció, por lo que ya
no arqueaba la espalda, resaltando sus tetas y su fantástico culo.
Tenía una increíble cara antipática y estaba en todo su esplendor.
No más suavidad. No más compasión.
—No me había dado cuenta. —Se levantó, apretando contra su
cuerpo su pequeño bolso de lentejuelas—. Siento oírlo.
—Esas cosas pasan —dije, abriendo de nuevo los brazos. Seguía
interpretando el papel del tipo demasiado tranquilo como para dejar
que nada lo perturbara.
—Por supuesto —dijo, fingiendo otra sonrisa—. Me alegro de
verte, GT. Cuídate.
Incliné la barbilla.
—Cuídate.
Se alejó sin mirar atrás. No importaba que su culo estuviera
estupendo con aquel vestido. El sensual contoneo de sus caderas me
produjo náuseas, no excitación.
No sabía por qué me escocía tanto ser rechazado por una mujer a
la que no quería, pero así era. En el momento en que se había dado
cuenta de que mi carrera había terminado, se había ido. Totalmente
desinteresada. No debió sorprenderme, pero pensé que le
importaría lo suficiente como para preguntarme si estaba bien. Tal
vez que se preocupara por mi futuro, que preguntara qué iba a
hacer a continuación.
No lo había hecho y no debería importarme, pero me importó.
Miré a mis compañeros, mis amigos. A las chicas vestidas para
matar con sus vestidos ajustados y tacones caros. Estaba rodeado de
belleza. Gente atractiva, ropa bonita, pero superficial. Vacío y sin
sentido. Y me di cuenta de que estaba listo para seguir adelante.
Listo para dejar la vida de un atleta profesional detrás y tomar un
nuevo camino.
Todavía me dolía la rodilla y el rechazo de MacKenzie me hirió.
Pero tenía que haber algo más para mí en alguna parte. Un mundo
que me valorara por algo más que jugar a un deporte.
Y quizá ella también estaba ahí fuera. La mujer que me vería
como algo más que un tipo que era bueno atrapando una pelota.
Capítulo 2
June
El mensaje de mi hermana Cassidy llegó justo cuando terminaba
mi jornada laboral, su número se iluminó en mi teléfono. Esperé a
revisarlo mientras terminaba lo que estaba haciendo. Introduje unos
cuantos números más en la hoja de cálculo, sabiendo ya el resultado.
Podía hacer los cálculos en mi cabeza más rápido de lo que podía
crear los conjuntos de datos y las tablas, pero mi cliente necesitaba
que los números existieran en otro lugar que no fuera mi cerebro. De
ahí las hojas de cálculo y los gráficos.
Una vez terminado, guardé mi trabajo y cerré el portátil.
Trabajaba desde mi casa el ochenta y nueve punto dos por ciento del
tiempo. El otro diez punto ocho por ciento lo pasaba en Baltimore,
donde estaba mi empresa. Era actuaria y muy bien pagada. Empecé
mi carrera en una gran compañía de seguros, pero hace unos años
me pasé a la consultoría. Era una situación que me venía bien. Me
gustaba mi trabajo y lo hacía muy bien, pero mi prioridad era
quedarme en Bootleg Springs. El arreglo actual me permitía hacer
precisamente eso.
Contrariamente a lo que mi hermana parecía creer, no me quedé
en Bootleg porque tuviera miedo de aventurarme al resto del
mundo. Me quedé porque me convenía. Era tranquilo, al menos la
mayor parte del tiempo. Conocía a todo el mundo. Tenía una rutina.
Mi familia estaba aquí. No veía ninguna razón de peso para
marcharme.
Tomé mi teléfono para leer el mensaje de Cassidy.
Cassidy: ¡Noche de chicas, Juney! Vamos al Lookout. ¿Te recojo a las
ocho?
Yo: Es jueves.
Cassidy: ¿Y?
Yo: Salimos los viernes.
Cassidy: Lo sé, pero es espontáneo. Scarlett y Leah Mae también vienen.
Será divertido.
Yo: Bien, pero recogerme no será necesario. Nos vemos allí.
Suspiré y colgué el teléfono. No tenía muchas ganas de salir esta
noche. Era entre semana, pero eso no significaba que el Lookout
fuera menos ruidoso que un viernes. Sería ruidoso y probablemente
habría una pelea de bar.
Pero me gustaba hacer feliz a mi hermana pequeña. No es que
tuviera ni idea de por qué tomar bebidas alcohólicas en un bar
ruidoso producía sentimientos de felicidad en Cassidy y sus amigas.
Pero así era, así que la complacía.
Había muchas cosas que no entendía de Cassidy. De hecho, había
muchas cosas que no entendía de la gente en general. Lo había
aceptado hacía mucho tiempo. No intentaba encajar ni averiguar por
qué los humanos me dejaban perpleja. No los entendía, pero
tampoco tenía ganas de intentarlo.
La gente era rara. Decían cosas que no querían decir y hacían
cosas que no guardaban relación con lo que decían. Me resultaban
imprevisibles y, por tanto, incómodas.
Los números, en cambio, tenían sentido. Eran fiables. Obedecían
las reglas y se comportaban de forma predecible. Por ejemplo, podía
hacer complejas ecuaciones matemáticas en mi cabeza, pero no
podía entender por qué mi hermana y Bowie estuvieron años sin
entablar una relación sentimental, cuando todo el mundo tenía claro
que sentían algo el uno por el otro.
Los números tenían sentido. Las personas no.
Sin embargo, vivía en un mundo donde existía la gente y descubrí
que a las personas que me importaban les gustaba que pasara
tiempo interactuando con ellas. Lo que a veces significaba unirme a
mi hermana en una noche de chicas en el Lookout un jueves.
Preparé mi cena, dividiendo la comida exactamente en dos
porciones. Una la puse en un plato y la otra la guardé en el
refrigerador para mañana. Aunque generalmente solo cocinaba para
una persona, yo, tenía libros de «cocina para dos personas» en una
estantería de mi cocina. Cocinar el doble de lo que necesitaba
aumentaba la eficiencia de mi cocina, ya que me permitía preparar
la mitad de comidas que de otro modo necesitaría.
—Hola, Juney. —Jonah bajó las escaleras, pasándose una toalla
por el pelo mojado—. Eso huele bien.
Me puse rígida. ¿Quería decir que quería que le compartiera? ¿O
simplemente estaba comentando el agradable aroma de mi comida?
—Es probable que sea la combinación de albahaca y ajo lo que
produce el aroma que te gusta —le dije. Cassidy diría que sería
educado ofrecerle un poco—. ¿Quieres una porción?
—Oh, gracias, pero no —dijo—. Estoy haciendo ayuno
intermitente, así que no vuelvo a comer hasta mañana.
—Bien. Hice la segunda porción para mí, para comer mañana, así
que eso funciona para los dos.
Sonrió de un modo que me hizo preguntarme si le divertía o le
irritaba. Me resultaba difícil saberlo.
—Supongo que sí. ¿Tienes planes para esta noche?
—Sí.
—Bien. Eh, ¿cuáles?
—Noche de chicas en el Lookout.
—Suena divertido —dijo—. Tengo que madrugar, así que me
quedo en casa. No dudes en llamarme si necesitas que vaya por ti o
algo así.
—La probabilidad de que me exceda con el alcohol es
aproximadamente del uno por ciento —dije—. Estoy segura de que
podré conducir yo misma, pero gracias por ofrecerte.
Volvió a sonreír.
—No hay problema.
Jonah era mi primer compañero de casa. Había pasado de vivir
con mis padres y mi hermana a vivir sola. Incluso había vivido sola
en la universidad. No me gustaba compartir mi espacio. Otra
persona significaba alguien que movía las cosas de su sitio, que
ensuciaba y, lo peor de todo, que no entendía la importancia del
futbol americano los domingos.
Pero Jonah era un compañero agradable. Era discreto, limpio y se
preparaba la comida. Y nunca intentaba imponer el horario de la
televisión cuando había partidos. Incluso habíamos visto juntos el
Super Bowl, aunque en aquel momento todavía estaba de luto por la
derrota de mi liga de futbol americano de fantasía.
Jonah se fue a hacer lo que fuera que hiciera Jonah. Cené y luego
me acomodé en el sofá con un libro. Cassidy, Scarlett y Leah Mae sin
duda aprovechaban el tiempo para prepararse para la velada. Las
mujeres parecían creer que una noche de fiesta requería una larga
rutina de maquillaje, el uso de diversos productos para el cabello y
aparatos de calor y una gran indecisión a la hora de elegir la ropa.
Las decisiones sobre el vestuario eran simples cálculos. Se tenía en
cuenta la ocasión, la hora del día, los asistentes previstos y el lugar
de celebración, así como la estación del año y las condiciones
meteorológicas del momento.
Ocasión: noche de chicas espontánea.
Hora del día: noche entre semana.
Asistentes previstos: Cassidy, Scarlett, Leah Mae y otros
residentes de Bootleg Springs.
Lugar de celebración: El Lookout.
Estación y condiciones meteorológicas actuales: principios de
febrero, frío y seco.
Resultado: suéter, jeans, calcetas gruesas, botas.
No tardé más que unos segundos en llegar a la conclusión
adecuada. En cuanto al resto de la rutina de acicalamiento, no vi la
necesidad de mejorar mi aspecto con cosméticos ni de dedicar
mucho tiempo y esfuerzo a mi cabello. No era como si fuera al
Lookout a buscar pareja.
Tampoco las otras mujeres de mi vida, por supuesto. Todas
estaban firmemente instaladas en relaciones comprometidas. Lo que
hacía aún más desconcertante su deseo de dedicar tanto tiempo a su
aspecto. ¿Para «quién» se vestían ahora que ya no estaban solteras?
No entendía a la gente.
A las siete y cincuenta y cinco, me levanté y me puse las botas y el
suéter. Vivía a poca distancia en auto del Lookout y si el
comportamiento pasado servía para predecir con exactitud los
resultados futuros, sabía que así era, las otras chicas llegarían entre
cinco y quince minutos después de la hora acordada. En otras
palabras, no tenía prisa.
Para mi sorpresa, cuando llegué al Lookout a las ocho y dos, el
auto de Cassidy estaba en el estacionamiento.
Abrí la puerta del bar, preparándome para el asalto a mis
sentidos. El Lookout era ruidoso, la música y las voces se extendían
por la fría noche. El aire cálido me envolvió cuando entré, unos dos
grados por encima de lo que me resultaba cómodo.
Hice una pausa y me di unos segundos para encontrar el
equilibrio en este nuevo entorno. Necesitaba desconectarme, erigir
una barrera entre mi cerebro y los estímulos sensoriales que me
golpeaban. Cuando me sentí suficientemente aislada, me senté a la
mesa con mi hermana y sus amigas.
—¡Juney! —dijo Cassidy con una sonrisa—. ¡Estoy tan contenta de
que hayas venido con nosotras!
Sonreí y le di un fuerte abrazo.
Cassidy y yo nos parecíamos bastante: las dos teníamos el pelo
rubio oscuro y los ojos verdes. Las mismas narices respingonas y
ligeramente pecosas. Pero las similitudes terminaban ahí. Nuestras
personalidades eran notablemente distintas, a pesar de compartir la
misma genética.
Por supuesto, en lo que respecta a la personalidad, era muy
diferente a todos los habitantes de Bootleg Springs, incluidas las
relaciones familiares.
Sin embargo, nuestras diferencias no habían impedido nuestra
relación personal. Siempre había mantenido una relación positiva
con Cassidy. Sentía un gran afecto por mi hermana. No éramos
como otros hermanos. Rara vez discutíamos, ni siquiera de niñas.
Nos cuidábamos la una a la otra, cada una a su manera y lo
apreciaba.
—Me gusta tu suéter —dijo Leah Mae, señalando mi elección de
ropa.
—Gracias. Hace frío, así que un suéter me pareció prudente.
—Y además es lindo —dijo.
La saludé con una pequeña inclinación de cabeza. Leah Mae era
agradable. Considerada guapa en el sentido tradicional, era alta y
delgada, con el pelo largo y rubio y un notable hueco entre los dos
dientes delanteros. Había sido modelo y participado en un reality
show, pero ahora estaba de vuelta en Bootleg Springs y salía con
Jameson Bodine. Parecían ser el uno para el otro y felices en su
relación. Eso era bueno. Jameson era mi favorito de los Bodine. No
hablaba mucho, lo que hacía que pasar tiempo con él fuera cómodo.
Una vez oí a alguien decir que Jameson y yo deberíamos salir
juntos. No quería salir con nadie, pero me había sorprendido
especialmente la sugerencia. Sería la primera en admitir que no
entendía las relaciones humanas. Pero me parecía, por lo que sabía,
que para que una relación funcionara, requería cierto grado de
comunicación. Juntar a dos personas que no hablan mucho parecía
una receta para el fracaso.
Scarlett también había elegido un suéter para su atuendo de esta
noche. El suyo colgaba de un hombro, dejando a la vista el tirante de
su sujetador. No sabía si era una elección consciente o si el suéter no
le quedaba bien. Scarlett era menuda y sospechaba que a menudo la
ropa le quedaba demasiado grande.
Se agarró el suéter por el cuello, tirando de él hacia dentro y hacia
fuera, como para crear una brisa debajo.
—No sé tú, pero tengo calor. Puede que me deshaga del mío.
—¿Llevas algo más que tu sujetador debajo? —preguntó Cassidy.
Scarlett extendió el suéter y se asomó, como si hubiera olvidado lo
que llevaba puesto.
—Bueno, sí. No voy a desnudarme, tonta.
—¿Por qué no? —preguntó Cassidy—. Podría ser divertido.
—¿Qué te tiene tan juguetona esta noche? —preguntó Scarlett.
Cassidy se encogió de hombros.
—Nada. Estoy de buen humor. Quiero divertirme un poco.
—Cariño, diversión es mi segundo nombre —dijo Scarlett—.
Vamos a emborracharte para que puedas ir a casa y tener sexo
salvaje y borracho con Bowie.
Arrugué las cejas.
—La intoxicación conlleva una alta probabilidad de náuseas y
vómitos. No veo cómo eso es propicio para mantener relaciones
sexuales, especialmente de la variedad salvaje.
Cassidy me dio una palmada en el hombro.
—Tienes razón, June Bug. Pero emborracharse un poco a veces es
divertido.
Eso no respondía exactamente a mi pregunta, pero no importaba.
Me senté en uno de los bancos vacíos y dejé el bolso sobre la mesa.
La banda empezó una nueva canción y unas cuantas parejas se
colocaron delante del diminuto escenario para bailar. Fue lo más
extraño. El ritmo era demasiado lento para moverse mucho.
Permanecían juntos, balanceándose de un lado a otro, sin apenas
mover los pies. No entendía el atractivo de ningún tipo de baile,
pero el baile lento siempre me había parecido especialmente
inexplicable.
Gibson Bodine rasgueaba su guitarra y cantaba por el micrófono
mientras sus compañeros de banda, Hung y Corbin, tocaban con él.
Eran una mezcla ecléctica de hombres. Gibson era alto y barbudo, y
normalmente fruncía el ceño. Hung era un asiático de pelo canoso y
Corbin parecía que aún estaba en el instituto, con la piel oscura y el
pelo grueso.
Cassidy me trajo una bebida y le di un sorbo en silencio. Las
chicas hablaban de los hombres, y los gatos, de sus vidas; lo que no
me dejaba mucho que añadir a la conversación. Pero no me importó
demasiado. Al cabo de un rato, saqué un libro del bolso y lo dejé
sobre la mesa para leerlo.
—Oye, ¿qué haces aquí? —preguntó Cassidy, desviando mi
atención de mi libro.
Bowie Bodine la abrazó.
—Te echaba de menos.
—Es noche de chicas —dijo, pero no había ninguna convicción
detrás de sus palabras. Incluso yo podía decir que estaba contenta
de verlo.
Lo que me pareció extraño, teniendo en cuenta que vivían juntos.
Estaban en plena reforma, convirtiendo su dúplex en una sola
residencia. Bowie probablemente había visto a Cassidy hacía menos
de dos horas. No entendía cómo eso era tiempo suficiente para echar
de menos a una persona, pero dejé que la pregunta se alejara de mi
mente.
Para sorpresa de todos menos para mí, Jameson y Devlin no
estaban muy lejos de Bowie. Scarlett rio y le dio a Devlin una
palmada juguetona en el pecho por colarse en la noche de chicas,
pero luego lo agarró por delante de la camisa y le dio un beso
bastante inapropiado. Leah Mae ni siquiera fingió que no se
alegraba de ver a Jameson, le echó los brazos al cuello y lo abrazó.
Sonreía al ver a mi hermana y a sus amigos, nuestros amigos. Me
gustaba verlos felices. Me recordaba a cómo me sentía con mis
padres. Ellos eran felices, así que me alegraba por ellos.
—Hola, Juney. —Jameson tomó asiento frente a mí—. ¿Buen
libro?
—Es una mirada analítica a la historia de las estadísticas en el
deporte profesional estadounidense.
—Suena muy bien para ti —dijo.
—¿Te traigo otra bebida? —me preguntó Bowie—. Yo invito.
Señalé mi bourbon a medio terminar.
—No, gracias. Ya he calculado la relación entre el tiempo y el
consumo de bourbon para asegurarme de que estoy en el estado de
ánimo adecuado para conducir hasta casa.
Sonrió.
—Bueno, no me gustaría meterme con las matemáticas.
Se repartieron bebidas y mi hermana y mis amigos entablaron una
animada conversación. Yo observaba, distante. No era culpa suya.
Siempre habían hecho todo lo posible por incluirme. Ni siquiera era
que todos estuvieran emparejados y yo fuera la única soltera de
nuestra mesa. Normalmente sentía esa especie de distanciamiento
social. Era como si fuera una científica en un laboratorio,
observando, pero aparte.
La mayor parte del tiempo, esta situación no me molestaba lo más
mínimo. Así eran las cosas.
Pero esta noche, la separación que sentía me molestaba. No sabía
muy bien por qué.
Finalmente, decidí que podía escabullirme sin llamar la atención
innecesariamente. En lugar de dirigirme al consuelo de casa, me
encontré conduciendo en la otra dirección, hacia la casa de mis
padres.
Mi madre y mi padre seguían viviendo en la misma casa donde
Cassidy y yo habíamos crecido. No había cambiado mucho desde
que me había mudado. Un poco más desgastada, quizá, aunque la
mantenían en perfectas condiciones. Y seguía oliendo igual: una
mezcla de canela y vainilla que siempre me recordaba a las galletas
que a mi madre le encantaba hacer.
Entré sin llamar, como hacía siempre, y encontré a mi padre
dormitando en el sofá. La televisión estaba encendida, arrojando
destellos de luz en la penumbra de la habitación.
Los brazos cruzados de papá subían y bajaban mientras respiraba,
con el bigote blanco crispado. Cerré la puerta con un chasquido y él
se sobresaltó; su profunda respiración vibró en su garganta como un
fuerte ronquido.
—Oh, June Bug —dijo con una sonrisa—. Me has pillado
durmiendo la siesta.
—¿Has tenido un día especialmente agotador? —le pregunté
mientras me sentaba en el sofá a su lado—. Deberías tener cuidado
de no esforzarte demasiado.
—Estoy bien. ¿Qué te trae por aquí esta noche?
Aparté la mirada, la luz del televisor silenciado atrajo mi mirada.
No estaba segura de cómo responder a su pregunta. Podría haberme
ido directamente a casa. Mi casa era cómoda. Me gustaba estar allí.
Si Cassidy no me hubiera pedido que me reuniera con ellas en el
Lookout, me habría conformado con pasar la noche en casa.
Sin embargo, «había» ido al Lookout, y algo en ello me había
dejado una sensación de inquietud que no sabía cómo expresar.
—Cassidy tiene una noche de chicas, así que estaba en el Lookout.
Los hombres parecían insatisfechos de que sus parejas pasaran la
noche sin su compañía.
—¿Así que los hombres se colaron en tu noche de chicas y se
convirtió en noche de citas dobles?
—Triple. Leah Mae y Jameson también estaban allí.
—Ah, sí, claro que sí. —Hizo una pausa y me observó con los ojos
ligeramente entrecerrados—. ¿Te sientes un poco excluida?
—No —dije y no era una mentira, exactamente—. Se encargaron
de asegurarse de que fuera incluida.
Papá sonreía. Tenía la sonrisa más amable y gentil.
—Seguro que sí. Pero eso no significa que no te sintieras un poco
fuera de lugar.
—Supongo que sí, pero no pasa nada. —Considerando que era la
única mujer soltera del grupo, no es sorprendente.
Cogió el mando a distancia.
—¿Deberíamos ver si hay algún partido?
Por eso había venido. Papá me entendía. Volví a acomodarme en
el sofá y crucé las manos sobre el regazo.
—Sí, creo que deberíamos.
Papá me dio una palmadita en la rodilla y cambió de canal.
Capítulo 3
George
El sol se filtraba entre los árboles mientras avanzaba a toda
velocidad por la carretera. Hacía frío ahí fuera y había notado que
los neumáticos patinaban sobre el hielo resbaladizo en algunos
lugares sombríos. Había que tener cuidado. Sólo me había cruzado
con dos o tres autos a lo largo de la carretera. El pueblo al que me
dirigía, Bootleg Springs, estaba en medio de la nada. Mi hermana
Shelby había dicho que estaba en un lugar remoto, pero empezaba a
preguntarme si lo había pasado sin darme cuenta.
Shelby ha estado en Bootleg Springs desde el pasado noviembre.
No estaba seguro de lo que estaba haciendo allí. Mi hermana
pequeña siempre tenía algo entre manos. La verdad era que no
había visto mucho a Shelby en los últimos diez años. Nos habíamos
mantenido en contacto a través de mensajes de texto y llamadas de
Skype, habíamos pasado algunas vacaciones con nuestros padres en
Charlotte y había llevado a toda la familia a un crucero hace unos
años, fuera de temporada.
Pero no era sólo una reunión de hermanos Thompson lo que me
llevaba a las montañas de Virginia Occidental. Al parecer, ese lugar
era conocido por sus aguas termales. Algunas personas incluso
decían que tenían propiedades curativas. Cuando hablé con Shelby
hace unos días, me sugirió que fuera y me quedara un tiempo. Me
había dicho que el pueblo era bonito y, a estas alturas, haría
cualquier cosa con tal de que me ayudara a rehabilitar mi rodilla. No
tenía nada más que hacer.
Estar desempleado tenía sus ventajas.
La carretera trazó una curva que desembocó en un tramo recto
más largo. Un auto venía hacia mí, en dirección contraria: un
precioso Dodge Charger negro. Un gran auto. Abrí la ventanilla
para escuchar el motor mientras pasaba. Podía oír el leve rumor de
ese ronroneo gutural. No hay nada como un auto poderoso con un
dueño que sabe cómo hacerlo cantar.
Pero antes de que pudiera admirar el zumbido del motor del
Charger, un ciervo se lanzó al otro lado de la carretera, justo delante
del otro auto.
El Charger dio un giro y esquivó por poco al animal. Sus
neumáticos debieron de chocar con una placa de hielo y el auto giró
en círculo, saliéndose de la carretera. Apreté el volante mientras lo
veía pasar, como a cámara lenta, sin poder hacer nada. El conductor
intentó rectificar, pero el auto chocó con un árbol con un fuerte
crujido.
Pisé el freno, con cuidado con el hielo, y crucé la carretera vacía.
En cuanto me detuve a salvo en el arcén, salí volando del auto y
corrí a ver si el conductor estaba bien.
La puerta del conductor estaba clavada contra el tronco del árbol.
Fui al lado del pasajero y abrí la puerta de un tirón.
Me agaché, me apoyé en la pesada puerta de metal y miré dentro.
—¿Estás bien?
El conductor parecía aturdido. Iba vestido con un gorro de punto
negro y un abrigo grueso, la mandíbula cubierta de vello facial
oscuro. Se llevó una mano a la frente, pero no vi sangre. Parecía una
buena señal.
—Qué carajos —murmuró.
—¿Estás bien, hombre? ¿Necesitas ayuda para salir de ahí?
Me miró y parpadeó varias veces, como si intentara comprender
lo que acababa de ocurrir. Todavía tenía una mano agarrada al
volante, con los nudillos blancos.
Después de abrir la mano y flexionar los dedos un par de veces,
asintió. Lo ayudé a salir del asiento y me aseguré de que se
mantenía en pie antes de soltarle el grueso antebrazo.
Puso la mano en el auto, probablemente para estabilizarse.
—Santa mierda. No lo golpeé, ¿verdad?
—¿Al ciervo? —pregunté—. No, se fue corriendo.
Asintió, visiblemente aturdido.
—¿Estás herido?
—No lo creo. Me golpeé la cabeza, pero eso no es nada.
—No lo sé, hombre, una lesión en la cabeza no es algo que se deba
tratar a la ligera. Confía en mí.
Sus ojos parecieron aclararse y se enderezó.
—Claro, sí. Mierda, mi auto.
Ahora que estaba bastante seguro de que el tipo estaba bien,
centré mi atención en el Charger. Sería una lástima que esta belleza
tuviera un solo rasguño, y esto era mucho peor que un rasguño. No
podía ver el alcance del daño desde este lado, pero no podía ser
bonito.
—¿Tienes a alguien a quien puedas llamar? ¿O puedo llevarte a
algún sitio? No estoy seguro de a dónde te dirigías.
—Mierda —volvió a murmurar—. Sí, llamaré a uno de mis
hermanos.
—Claro. Esperaré y me aseguraré de que llegas a donde tienes
que ir.
Me miró a los ojos por primera vez, como si se diera cuenta de
que estaba allí.
—Gracias por parar. Te lo agradezco.
—No hay problema. —Le tendí la mano—. GT Thompson.
—Gibson Bodine. —Tomó mi mano con firmeza y la estrechó—.
De verdad. Gracias.
—Cuando quieras. Parece que vas a necesitar una grúa.
—Sí, maldita sea. Maldito ciervo.
Me hice a un lado y esperé mientras Gibson hacía unas llamadas.
Se paseaba de un lado a otro junto al auto, con una voz grave y llena
de frustración. Me llevé las manos a la cara y soplé. Hacía mucho
frío.
Cuando terminó, deslizó su teléfono en el bolsillo trasero de sus
jeans.
—Mi hermano está de camino. Vive en el pueblo, así que está a
unos minutos. La grúa también está en camino.
—De acuerdo. ¿Quieres que me quede hasta que lleguen?
—No, hombre, puedes irte. Está más frío que la mierda aquí fuera.
—Miró hacia su auto, con expresión apenada—. Gracias por parar.
—Por supuesto. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, no estoy herido. No puedo decir lo mismo de ella. —Señaló
con la cabeza hacia el Charger—. Pero la arreglaré.
Me despedí de Gibson Bodine, pero me tomé mi tiempo cuando
volví al auto. Fingí mirar el celular durante unos minutos mientras
el calor volvía. Me había dicho que estaba bien, pero no quería
dejarlo aquí solo, por si acaso.
No pasó mucho tiempo hasta que otro auto se detuvo y un tipo se
bajó. Solo entonces volví a la carretera y continué hacia Bootleg
Springs.

El pequeño lugar que alquilaba estaba a las afueras del pueblo, a


orillas del prístino lago de montaña. No había hielo en la superficie
del agua. El vapor surgía de la superficie y me acordé de las aguas
termales. Parecía que el agua del lago estaba lo bastante caliente
como para permanecer líquida, incluso durante el frío invierno.
El cielo estaba despejado y la nieve blanca cubría los árboles. La
paz y la tranquilidad me iban a sentar bien. Incluso después de
presenciar aquel accidente de auto, notaba que me relajaba, que se
me quitaba el estrés.
Me sentí bien. Ya me gustaba este sitio.
Mi hermana no era de las que pierden el tiempo. Quería que nos
reuniéramos en cuanto llegara, así que una vez que dejé mis cosas
en la cabaña, me dirigí al pueblo para reunirme con ella.
Bootleg Springs era la definición de pintoresco. Calles limpias,
pintura fresca en muchas de las fachadas de los edificios. Carteles
pintados a mano anunciaban negocios como Yee Haw Yarn &
Coffee, Rusty Tool y Restaurante Moonshine, donde había quedado
con Shelby.
Cuando entré, me recibió un aire cálido perfumado con una rica
mezcla de deliciosos olores a comida. Mi estómago rugió. Vi a
Shelby en una butaca al fondo, con una gran sonrisa en la cara.
Se levantó cuando me acerqué y la envolví en un abrazo de oso.
Le di un buen apretón. Era mucho más pequeña que yo, pero mido
1.98, así que casi todo el mundo lo es. Llevaba el pelo castaño
recogido y vestía un suéter gris claro y jeans. Nos parecíamos
extrañamente, teniendo en cuenta que no éramos parientes
biológicos. Mis padres habían adoptado a Shelby cuando era una
bebé.
—Hola, hermanita —dije mientras me deslizaba en la butaca
frente a ella—. Cuánto tiempo sin verte.
—Hola, GT. Estás genial. ¿Cómo está la rodilla?
Enderecé la pierna bajo la mesa y me froté por encima de la
rótula.
—Está bien.
—Mentiroso.
—No estoy mintiendo. Está bien. Aunque podría estar mejor.
Asintió.
—¿Cómo te va con… ya sabes? Todo lo demás.
—¿Te refieres al final de mi carrera futbolística?
—Sí, eso.
—Estoy bien. —Levanté las manos en señal de protesta antes de
que pudiera llevarme la contraria—. Shelby, te lo juro. Sabía que iba
a pasar. Además, soy demasiado viejo para seguir recibiendo palizas
como esas. Tengo suerte de que lo peor sea mi rodilla.
—Cierto. Pero esto es muy importante. Sé que has hablado de
retirarte antes, pero debe ser duro que te quiten la decisión de las
manos.
—He hecho las paces con ello.
Sonrió.
—Bien.
La camarera, una mujer con un peinado de colmena y cabello rojo,
y una etiqueta con su nombre que ponía Clarabell, vino a tomarnos
la orden. Shelby eligió un sándwich abierto de pavo. Yo pedí el
pastel de carne con puré de papas. Mi plato favorito.
—¿Cómo está la pequeña Marshmellow? —preguntó Shelby
después de que Clarabell se marchara.
—Está adorable, obviamente —dije con una sonrisa.
Marshmellow o Mellow para abreviar, era mi conejita, una enana
holandesa. Era pequeña, suave y blanca—. Ya la echo de menos,
pero Andrea la está cuidando por mí mientras estoy fuera.
—Oh, tengo que ir a visitarla.
—Deberías. Esto de estar desempleado lo hace mucho más fácil.
Tengo todo tipo de tiempo.
—Estoy tan aliviada —dijo—. Mamá y papá han estado
preocupados por ti, pero parece que te lo tomas todo con calma.
—Hago lo que puedo —dije—. Pero tienes que contarme más
sobre esta fuente termal.
—Bien. —Sacó su teléfono y empezó a escribir—. Te mandaré un
mensaje con las indicaciones. Es más fácil que tratar de explicar.
—¿Es difícil de encontrar? —pregunté.
—Algo así, sí —dijo—. Hay unos cuantos sitios para remojarse,
pero he encontrado uno muy bueno. Es más privado. Sólo he ido
una vez, pero fue muy agradable.
Charlamos unos minutos más hasta que Clarabell nos trajo la
comida, que estaba buenísima. Cocina casera en estado puro. Ahora
«sí» que me gustaba este sitio. Tenía la sensación de que me iba a
convertir en un cliente habitual del Moonshine durante mi estancia.
Ya me estaba preguntando cuándo sería demasiado pronto para
pedir otra comida. Quería probar el sándwich de pavo abierto.
Levanté la vista mientras comía y me fijé en una mujer que estaba
sentada a unos cuantos puestos de distancia. Tenía el pelo rubio
oscuro que le colgaba descuidadamente de los hombros. No llevaba
maquillaje. La manga de su jersey azul marino se deslizaba por su
brazo mientras se recogía un mechón de pelo detrás de la oreja.
Llevaba el teléfono en una mano y cogía un bolígrafo con la otra.
Sus ojos iban y venían entre el teléfono y un cuaderno mientras
escribía algo.
Era guapa, en un sentido que no es mi estilo. Pero no fue tanto su
aspecto lo que me hizo mirarla dos veces. Algo en su forma de
moverse me llamó la atención. Era precisa y exacta, sus ojos iban y
venían mientras anotaba en su cuaderno. Me quedé mirándola,
preguntándome qué estaría haciendo.
Y entonces habló.
A mí no. Estaba sentada sola y no parecía hablar con nadie. No
pude entender lo que decía, murmuraba para sí misma. Pero, por
alguna razón, todo aquello me pareció fascinante.
—¿Sabes quién es? —le pregunté a Shelby, asintiendo con la
cabeza en dirección a la mujer que murmuraba.
—Oh, es June Tucker.
—¿La conoces? —pregunté, sin dejar de mirar a June. Claro que
Shelby ya conocería a todo el pueblo.
—La verdad es que no. Los lugareños no han acogido muy bien a
los de «mi clase». —No sonaba molesta por eso—. Pero la he visto
por ahí.
—Y la ves mucho.
Arrugó la nariz.
—Ella es diferente.
—¿En qué sentido?
Shelby levantó un hombro encogiéndose ligeramente de hombros.
—La gente dice que es un poco rara. No se relaciona como los
demás, pero aun así le hacen un hueco. Es interesante.
Volví a mirar a June. Parecía estar discutiendo en voz baja con…
¿ella misma? No estaba seguro. El teléfono que tenía en la mano
indicaba que podía estar atendiendo una llamada, pero no se oía
ninguna otra voz por el altavoz. Y no vi auriculares. Tal vez
realmente estaba hablando sola.
Parecía… concentrada. Como si no fuera consciente de que estaba
en un lugar público y la gente pudiera pensar que era raro que
hablara sola. O tal vez simplemente no le importaba.
En cualquier caso, era difícil apartar los ojos de ella.
—Tierra a GT. —Shelby chasqueó los dedos cerca de mi cara—.
Deja de mirar. Te estás comportando raro.
Le sonreí y señalé su plato medio lleno con el tenedor.
—¿Vas a terminarte eso?
—Todo tuyo. —Empujó el resto de su cena hacia mi lado de la
mesa.
Me encantaba comer con mi hermana. Siempre me quedaba con
sus sobras.
—Sé que no es un buen momento, ya que acabas de llegar, pero
volveré a Pittsburgh en un par de días.
Dejé el tenedor.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Tengo un trabajo escribiendo artículos para una empresa de
relaciones públicas —dijo—. No es lo que más me gusta, pero me
pagan, y necesito ganar algo de dinero extra ahora mismo.
Durante medio segundo, pensé en ofrecerle dinero a Shelby. Pero
sabía exactamente lo que diría si lo hacía, si no se limitaba a darme
un golpe. Sabía que si tenía problemas de verdad, me dejaría
ayudarla, pero por lo demás, quería arreglárselas sola. Respetaba
eso.
—Bueno, eso apesta, pero tienes que hacer lo que tienes que hacer
—dije.
—Exactamente. Ya volveré. Todavía tengo que investigar aquí. —
Dejó la servilleta en la mesa y se levantó de su asiento—. Tengo que
ir al baño. Ahora vuelvo.
La cena de Shelby estaba tan buena como la mía. Probablemente
tendría que dejar de comer tanto en algún momento, ya que ya no
iría al campo de entrenamiento luego de unos meses y perdería el
exceso de peso que había ganado durante la temporada baja. Pero
hoy no era ese día.
Un movimiento me llamó la atención y miré hacia June, que se
levantaba de su mesa. Había guardado el celular y el cuaderno,
probablemente en el bolso que llevaba colgado del hombro.
Levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. En lugar de
romper el contacto visual, como suelen hacer los desconocidos, nos
miramos fijamente. Era imposible leer su rostro: no tenía expresión.
Pero algo en ella me cautivó. No podía apartar la mirada.
Tal vez fue la forma en que me miró directamente. Sin pestañear
ni intentar hacerse la tímida. Su mirada se desvió de mi rostro, bajó
hasta mis pies y volvió a mirarme. No parecía reconocerme, pero no
podía estar seguro. No había forma de saber lo que podía estar
pasando detrás de aquellos bonitos ojos verdes.
Con una pequeña inclinación de cabeza, como si acabara de
archivar sus observaciones para utilizarlas más tarde, se marchó.
La miré marcharse, aturdido, como si acabara de recibir un duro
golpe que me hubiera hecho sonar la campana. ¿Por qué me había
mirado así? ¿Era fan de un equipo rival y me odiaba? ¿Sabía siquiera
quién era yo?
No tenía ni idea.
Pero de repente Bootleg Springs fue mucho más interesante.
Capítulo 4
George
No sabía muy bien qué pensar de la afirmación de que las aguas
termales de un pueblecito de Virginia Occidental pudieran tener
propiedades curativas. Pero al sumergirme en el agua caliente, me
pregunté si tal vez tenían razón. Me hundí lentamente, dejando que
el calor aflojara mis músculos tensos.
La tranquilidad y el aislamiento eran tan relajantes como el agua.
Aún quedaban manchas de nieve bajo los árboles y el aire se sentía
gélido sobre mi piel desnuda. El contraste entre el aire frío y el agua
caliente era estupendo. El manantial era un estanque de agua
cristalina de color azul verdoso. Las plantas se arrastraban por los
bordes, como si compitieran por el calor y la hidratación, y el vapor
surgía de la superficie.
Este lugar había sido difícil de encontrar, como Shelby me había
advertido, pero no había nadie. Me moví un poco para ponerme
cómodo, eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos.
Ah, sí. Esto estaba bien.
—Discúlpame. Se supone que no deberías estar aquí.
Abrí los ojos al oír la voz de una mujer. Era June, la mujer que
había visto ayer en la cafetería. Llevaba el pelo rubio oscuro
recogido en una coleta y vestía un suéter color crema, unos leggings
negros y unas zapatillas de lona. Sus penetrantes ojos verdes me
miraban fijamente, sin pestañear.
—Hum, ¿qué? —«Así se hace, GT. Gran respuesta».
Se cruzó de brazos, pero su expresión no cambió.
—No estás en la lista.
Miré a mi alrededor, como si fuera a ver a un guardia con un
portapapeles en alguna parte.
—¿En qué lista?
—Hay una hoja de registro. Este es mi turno.
—¿Una hoja de registro para sentarse en una fuente termal?
—Sí. —Parpadeó una vez.
Fue entonces cuando recordé que estaba desnudo. Probablemente
ella no podía verme los huevos, pero si me paraba con ella allí, le
daría un buen espectáculo. Inexplicablemente, estaba luciendo una
media erección. ¿Era ella? Probablemente tenía un buen cuerpo
debajo de ese suéter abultado, pero era difícil de decir y no era como
si estuviera coqueteando conmigo. En absoluto. Probablemente era
la mujer menos coqueta que había conocido. Así que no tenía ni idea
de por qué mi polla estaba tratando de causar una escena.
Erección parcial o no, esta agua se sentía increíble. No tenía
muchas ganas de salir. Tal vez podría convencerla de que me diera
más tiempo.
—Escucha, siento haberte quitado tu turno. Sinceramente, no lo
sabía. No soy de por aquí y nadie me dijo que había una hoja de
registro. Mi hermana me recomendó que probara las aguas termales,
así que aquí estoy. —Le sonreí y extendí los brazos a los lados.
—Eso no cambia el hecho de que es mi turno.
—Esto presenta una situación difícil, ¿no? —Me froté la
mandíbula—. Supongo que tendrás que entrar conmigo. —
Obviamente no iba a hacerlo, pero quizá se ofreciera a volver en una
hora.
Dejó la bolsa en el suelo y se quitó el suéter, dejando ver una
camiseta blanca de tirantes debajo. Me quedé con la boca abierta al
verla doblar el suéter y guardarlo en la bolsa. Luego enganchó los
pulgares bajo la cintura de los leggings y empezó a bajárselos.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
Se detuvo, doblada por la cintura, con los pantalones medio
bajados, y me miró. Su expresión aún no había cambiado.
—Voy a entrar.
—¿Qué?
—Acabas de decir que debería entrar contigo. He decidido que tu
solución es aceptable. Normalmente prefiero remojarme sola, pero
esta vez haré una excepción.
—¿Por qué? —Era una pregunta rara, pero fue lo primero que me
vino a la cabeza.
Inclinó la cabeza, aún agachada.
—No sabías de la hoja de registro. Los turistas no suelen
encontrar este lugar sin que alguien se los enseñe, y cualquier
Bootlegger conocería las normas. Así que o recibiste mala
información o alguien te tendió una trampa. Ninguna de las dos
cosas parece razón suficiente para que te vayas.
—Mi hermana me lo dijo y no creo que me tendiera una trampa.
No así, al menos. Ese no es realmente su estilo.
Terminó de quitarse los leggings y los dobló. El frío le puso la piel
de gallina. Con un pequeño escalofrío, se quitó la camiseta de
tirantes y la metió rápidamente en el bolso.
«Había» un cuerpo sexy bajo su suéter. Un cuerpo muy sexy que
estaba vestido con nada más que un bikini negro.
Y ahora mi erección no era de la variedad «parcial».
Me deslicé hacia delante en el saliente en el que estaba sentado,
intentando llegar más abajo en el agua. Quería más distancia entre
mi entrepierna y la superficie, por si ella miraba hacia abajo. Se
metió en el agua y se acomodó en la orilla frente a mí.
—Soy…
—George Thompson —dijo, antes de que pudiera terminar.
Estaba acostumbrado a que la gente me conociera, incluso a que
se me acercaran en público. Había firmado autógrafos en todo,
desde servilletas sucias hasta tetas de mujer. Pero, por alguna razón,
el hecho de que esta extraña chica supiera quién era me sorprendió
y me hizo guardar silencio.
Y había usado mi nombre completo. Nadie me llamaba George.
Ni siquiera mis padres. Yo había sido GT desde que era un niño.
Pero viniendo de ella, me gustaba.
—June Tucker —dijo.
Me incliné hacia delante y le tendí la mano.
—Encantado de conocerte, June.
Su mirada se desvió una vez hacia abajo y estuve a punto de
echarme atrás. Pero me dio un apretón de manos.
Se acercó al borde del estanque y se secó las manos en la toalla
antes de recogerse la coleta. Había algo en su forma de moverse que
me hipnotizaba. No era grácil, exactamente, pero había una
precisión en sus movimientos que resultaba extrañamente atractiva.
—Tienes el pene erecto.
Me quedé mirándola unos segundos más de lo debido antes de
bajar la vista. Tenía una erección y era consciente de ello, pero no
esperaba que se diera cuenta y realmente no esperaba que lo
mencionara de ese modo.
—Sí, supongo que sí.
—¿Por qué?
—Bueno… en realidad no lo sé exactamente.
—¿Has quedado con una amiga o te he interrumpido antes de que
pudieras completar tu emisión masturbatoria?
—Yo… no.
—Lo pregunto porque la gente suele venir aquí a tener relaciones
sexuales. Esa es la verdadera razón por la que el pueblo creó una
hoja de registro, no importa lo que la gente diga al respecto.
Supongo que tu actual estado de excitación debe haber precedido a
mi llegada.
Me senté más erguido. Si iba a fijarse en mi paquete y ser tan
franca al respecto, no había muchas razones para esconderse.
Evidentemente, el agua era demasiado clara para cubrirme. Si fuera
cualquier otra persona, asumiría que estaba tratando de
incomodarme para que me fuera, pero no había ni una pizca de
manipulación en su tono.
Eso me gustó.
—No, no he venido aquí para tener sexo con nadie. O para…
—Masturbarte —ofreció.
—Cierto. Eso tampoco.
—Entonces, ¿qué es lo que provoca la erección? En los varones
humanos adultos, es poco común que aumente el flujo sanguíneo a
los capilares del pene sin una fuente externa de excitación. Si
tuvieras menos de dieciocho o veinte años, tu estado sería menos
sorprendente.
—¿Quieres decir que si fuera un adolescente cachondo, no
cuestionarías mi erección?
—Precisamente.
—Supongo que es justo. No sé. Quizá seas tú.
Por su rostro pasó el primer destello de verdadera emoción que
había visto en ella. ¿La había sorprendido?
—No parece una posibilidad probable. ¿Estás tomando
medicación para la disfunción eréctil?
Solté una carcajada muy poco halagüeña.
—¿Como Viagra? No. Definitivamente no la necesito.
Probablemente era una de las conversaciones más extrañas que
había tenido nunca, pero ni siquiera hablar en términos tan directos
sobre el hecho de que lucía una erección le estaba bajando los
humos al grandote. En todo caso, me ponía más duro cuanto más
hablábamos.
—Hum. —June se recostó en la orilla, el agua le hinchaba las tetas.
Eso no ayudaba a la situación de la erección. En absoluto.
—¿Te molesta? —pregunté.
—¿Tu erección? No.
—Bien. —Tragué saliva, tratando de pensar en algo que decir que
no involucrara mis partes masculinas—. Sabes mi nombre. ¿Ves
futbol americano?
Otro destello de emoción recorrió sus facciones. Sus ojos se
iluminaron, pero cuando habló, su voz seguía siendo monótona.
—Sigo varios deportes profesionales, pero el futbol americano es
mi favorito.
A pesar de su tono, podía sentir algo que emanaba de ella, una
chispa que se encendía cuando decía «favorito».
—Grandioso. ¿Eres fan de Filadelfia?
—No sigo a los equipos, sigo a los jugadores.
Mi boca se enganchó en una sonrisa.
—¿Me sigues?
—Lo hice, antes de tu lesión.
—Auch.
—¿Todavía te duele la rodilla?
—A veces, pero no me refería a eso. Dije «auch» porque dijiste
que ya no me sigues.
—Eso no es lo que dije.
Me crucé de brazos.
—¿No? Dijiste que me seguías antes de mi lesión. ¿No significa
eso que no me sigues ahora?
Sus cejas se fruncieron.
—Como no juegas, ya no generas estadísticas de jugador. No
tengo nada que seguir.
—Oh —dije, comprendiendo—. Te entiendo. Te gustaban mis
estadísticas, no tanto mi personalidad.
—Precisamente. Sé muy poco sobre tu personalidad.
—¿Pero conoces mis números?
June asintió.
—Más de diez mil seiscientas yardas en tus nueve temporadas y
media. Ochenta y dos touchdowns, cuatro conversiones de dos
puntos. Siete pérdidas de balón. Otras dos mil ochocientas noventa
y cuatro yardas en devoluciones de patadas de despeje y saques
iniciales.
Me quedé boquiabierto al escucharla destilar mi carrera en una
cadena de números.
—Vaya. Eso es… impresionante.
—Lo sé.
—¿Guardas todas esas cosas ahí arriba? —pregunté, golpeando
mi propia sien para indicar su cabeza.
—Sí. Tengo una propensión natural a los números.
—Oh. —Esta chica era fascinante—. Muy bien, June Tucker.
¿Conoces las estadísticas de muchos jugadores?
—Sí.
—¿A quién más conoces?
—¿Quieres una lista? —preguntó.
No había sarcasmo en su tono. No se estaba burlando de mí. No
me cabía duda de que, si decía que sí, me daría fácilmente una lista
de jugadores.
—No, no necesito una lista. Sólo tengo curiosidad por saber cómo
funciona. ¿Cómo recuerdas tantos números?
Se encogió de hombros y mantuvo un tono indiferente.
—Tengo un alto coeficiente intelectual y una memoria casi
fotográfica cuando se trata de números.
—¿Y para otras cosas? ¿Tienes memoria fotográfica para otras
cosas que no sean matemáticas?
—Mi capacidad para recordar información en diversas materias es
muy superior a la media —afirmó.
—Pero a ti se te dan mejor los números.
—Sí.
—Eso es muy impresionante.
Las comisuras de sus labios se crisparon en lo más parecido a una
sonrisa que había visto.
—Gracias.
Me eché hacia atrás y apoyé la cabeza en las manos. Me gustaba
esta chica. Esperaba verla más veces y, en un pueblo de este tamaño,
tenía la sensación de que era probable.
Capítulo 5
June
El mostrador de helados de Moo-Shine’s Ice Cream and Cheese
ofrecía doce sabores diferentes, pero no necesitaba mirar la
selección. Era febrero, lo que significaba rocky road. Noviembre era
chocolate. Menta en diciembre. Enero era de fresa. Era febrero, así
que pediría rocky road.
—Hola, June. —Penny Waverly, la dueña, salió de la parte de
atrás. Tenía la edad de mis padres y Cassidy y yo habíamos ido al
colegio con sus hijos. Había abierto la tienda unos años después de
descubrir que era intolerante a la lactosa. Declaró que viviría a
través de sus clientes, porque ya no podía comer lácteos.
—Hola, Penny.
—Hola, June. ¿Qué te sirvo?
—Una bola de rocky road en un cono de azúcar.
Cogió la cuchara de helado plateada y la agitó de un lado a otro.
—Claro, claro. Debería saberlo. ¿Quieres algo más? ¿Fondue de
queso? Hace un frío horrible para un helado.
—El helado será suficiente, gracias.
Sonrió mientras sacaba una bola redonda de helado rocky road y la
colocaba encima de un cono puntiagudo.
—Aquí tienes. Una bola de rocky road en un cono de azúcar.
Tomé mi helado, pagué y me senté en una de las mesas redondas
junto a la ventana. No había nadie más en la tienda. No tenía
muchos clientes en invierno. Los helados eran mucho más populares
cuando hacía calor, aunque su selección de quesos atraía clientes,
sobre todo los fines de semana. Pero los primeros días de la semana,
por la tarde, solían ser tranquilos en invierno, a menudo sólo uno o
dos clientes más a parte de mí, que era exactamente la razón por la
que venía todos los martes a comer un helado cuando hacía frío. Me
gustaba estar donde los demás no estaban.
La puerta tintineó y levanté la vista de mi cono para encontrarme
a George Thompson entrando en la tienda. El exreceptor profesional
y, hasta su lesión, estrella de mi equipo de futbol americano de
fantasía, era mucho más alto de lo que esperaba. Era ilógico, dado
que conocía su altura y peso, y todas sus demás estadísticas
pertinentes, antes de haberlo visto en persona. Pero su tamaño era
sorprendentemente intimidante.
Se pasó una mano por el espeso cabello castaño mientras
estudiaba la selección. No había notado mi presencia. Era alto y
ancho. Sus anchos hombros sobrepasaban los límites de su abrigo de
invierno y sus brazos parecían muy largos.
Cuando lo vi en el Moonshine, estaba sentado. No me había hecho
una idea adecuada de su tamaño. Incluso en las aguas termales, no
me había dado cuenta de lo grande que era. Algunas partes de su
cuerpo me habían parecido muy grandes. Sentí que se me
calentaban las mejillas al recordar que había visto su pene erecto
bajo el agua. No era la primera vez que veía a un hombre desnudo,
y a él no parecía importarle que lo hubiera visto sin ropa, así que era
curioso que ahora sintiera una oleada de vergüenza por el incidente.
Qué sensación tan extraña. Los capilares de mi cara se llenaban de
sangre y, sin duda, enrojecían mis mejillas. No sabía si debía apartar
la mirada o escabullirme de la tienda antes de que me viera. Sentí un
extraño deseo de huir.
Pero entonces mis ojos recorrieron sus largos brazos hasta llegar a
sus manos.
Esas manos que eran tan hábiles para atrapar un balón de futbol
americano, protegiéndolo de las garras de los jugadores rivales que
pretendían arrebatárselo. Esas manos eran tan… atractivas. Dedos
largos y gruesos. Palmas anchas. Eran enormes. Mucho más grandes
de lo que parecían en la televisión.
Por supuesto, eso tenía sentido. Normalmente, los jugadores
estaban rodeados de sus compañeros en los partidos televisados.
Ver a un hombre grande junto a otros hombres grandes tenía el
efecto de disimular su diferencia de tamaño con respecto a la
persona media.
Aquí no había otros jugadores. Sólo George Thompson, con su
altura, sus anchos hombros y sus enormes manos.
Y otras cosas enormes, actualmente ocultas por sus pantalones.
Aparté los ojos. Mi ritmo cardíaco había aumentado y la sangre
que corría hacia mi cara se intensificó. Sentía el pulso retumbar en el
hueco de mi garganta y latir en mis muñecas. Sentí un cosquilleo en
el estómago, un remolino de sensaciones desconocidas.
¿Me estaba enfermando? Quizá había comido algo dudoso y
estaba sintiendo el principio de una intoxicación alimentaria. Miré
mi helado. La parte inferior de la bola cercana al cono empezaba a
derretirse. Se estaba formando un goteo, pero el extraño revoloteo
de mi estómago me hacía reacia a comer nada.
—Tal vez quieras lamer eso antes de que gotee sobre ti.
—¿Qué? —Oí mi voz hacer la pregunta y una parte de mi cerebro
se burló de mi propia ridiculez. Sabía exactamente lo que había
dicho y lo que había querido decir. No había necesidad de pedirle
que lo repitiera. Pero lo había hecho.
George señaló la gota de helado derretido de chocolate con
almendras que se escurría del borde de mi cono.
—Tu helado está a punto de gotear.
—Oh.
En lugar de llevarme el cono a la boca para poder lamerlo,
observé cómo el helado se deslizaba por el exterior del cono hacia
mis dedos.
La mano de George se movió en mi campo de visión y uno de
aquellos dedos imposiblemente grandes trazó el camino del helado
goteando por el cono en dirección contraria. Barrió el helado con la
yema del dedo, luego se lo llevó a la boca y lo chupó.
Lo miré con asombro. Si alguien más hubiera tocado mi comida,
habría sido incapaz de seguir comiendo. Tenía una política muy
estricta de «no permitir que toquen mi comida». Pero ver a George
Thompson lamerse el helado que goteaba de su dedo no tuvo el
efecto inmediato de hacerme querer tirar el resto a la basura.
De hecho, tuve la extraña experiencia de imaginar brevemente
que había sido mi boca la que había chupado en lugar del dedo con
helado de George Thompson.
—Lo siento —dijo y le dio otra rápida chupada a la yema del
dedo—. Iba a gotear en tu mano.
No respondí. No pude. Ver a este hombre con sus partes íntimas
al desnudo no me había dejado sin habla, pero verlo lamer helado
de su dedo, sí.
Nada en esta interacción tenía sentido.
—No pasa nada —logré decir. Me obligué a volver la vista a mi
helado para dejar de mirar la boca de George Thompson y sus
enormes manos.
—Encantado de verte de nuevo, June.
—También me alegro de verte —dije, aún sin mirarlo—. Vestido,
esta vez.
—Así es —dijo—. Aunque hace demasiado frío para no estarlo.
Aun así, las temperaturas bajo cero no me impiden disfrutar de un
helado. Veo que tenemos eso en común.
—Parece que sí.
Volví a levantar la vista y me di cuenta de que él también había
elegido un cono con rocky road, aunque el suyo tenía dos bolas, no
una. Estaba a punto de señalar nuestro gusto similar por el helado
como otro punto en común cuando la puerta se abrió, dejando
entrar una ráfaga de aire frío.
Misty Lynn Prosser entró contoneándose. Llevaba un abrigo rosa
abultado con una gruesa banda de piel sintética alrededor del cuello
y unos jeans ajustados. Cassidy y Scarlett odiaban a Misty Lynn. Yo
no gastaba energía en odiarla. Era poco inteligente e
innecesariamente promiscua; por lo que a mí respecta, no merecía la
atención de nadie.
En lugar de ir al mostrador a pedir algo, sus ojos se posaron en
George. Sus labios se curvaron en una sonrisa depredadora y se
acercó a mi mesa. De repente tuve la sensación de entender mejor
por qué Scarlett y Cassidy la odiaban.
—Bueno, hola —dijo, su saludo claramente dirigido a George no a
mí.
George me miró una vez y luego a Misty Lynn.
—Hola.
—¿No eres un gran pedazo de hombre? —dijo, evaluándolo
abiertamente—. ¿En el pueblo de visita?
Su ceño se frunció y se inclinó ligeramente para alejarse de ella.
—Supongo que sí.
—Soy Misty Lynn. —Trazó un dedo por la cremallera de su
abrigo—. Bienvenido a Bootleg Springs.
Me invadió una oleada de calor y me clavé las uñas en la palma
de la mano. Mi helado seguía derritiéndose, pero no me importaba.
No quería que Misty Lynn tocara a George Thompson.
—¿Estás aquí por un helado, Misty Lynn? —le pregunté—. ¿O
algo más? No creo que Penny tenga chicles de nicotina. Tendrás que
comprarlo en el Pop In.
Finalmente me miró, con expresión molesta, como si hubiera
estado intentando fingir que yo no estaba aquí y lo hubiera
estropeado al hablar.
—No, tengo muchos chicles. —Se palpó el bolsillo del abrigo y se
volvió hacia George, recuperando la sonrisa en un instante—. Me
apetecía algo dulce, así que pensé en pasar.
—Qué bien —dijo George y no ignoraba que aún no le había
dicho su nombre.
Bien.
—¿Qué es eso que estás tomando? —preguntó.
Volvió a tenderle la mano y sentí el extraño deseo de levantarme
de mi asiento y arrancarle los ojos. George se apartó hábilmente y se
sentó en la silla de enfrente.
—Estoy tomando un helado con mi amiga June —dijo—. Fue un
placer conocerte.
Su despedida fue tan obvia que hasta Misty Lynn la entendió. Me
miró fijamente y su fajo de chicles masticados casi se le cae de la
boca abierta.
Le devolví la mirada. No tenía nada más que decirle, así que
esperé a que se fuera.
Se metió el chicle en la boca con la lengua. Puso los ojos en blanco,
giró sobre sus talones y se marchó.
—Ahora sí que estás haciendo un desastre —dijo George.
—Oh. —Mi helado había goteado por toda mi mano. Ni siquiera
me había dado cuenta de las gotas frías y pegajosas. Rápidamente
lamí el exceso del cono, luego lo cambié a mi otra mano.
Antes de que pudiera agarrar una servilleta, George tenía mi
mano sucia entre las suyas. Parecía tan pequeña en su enorme
mano. Con movimientos lentos, me limpió el helado con la
servilleta.
A mi cuerpo le ocurrían cosas extrañas. La sensación de que mi
mano tocara la suya provocaba una oleada de calor entre mis
piernas. Qué desconcierto. George no estaba haciendo nada
abiertamente sexual. Estaba limpiando el desastre que había hecho
mientras estaba sumida en unos celos inexplicables. ¿Por qué sentía
un hormigueo tan intenso?
Retiré la mano.
—Gracias. El helado rocky road fue inventado por William Dreyer,
uno de los fundadores de Dreyer's Ice Cream. Al parecer, se inspiró
en los dulces de su socio. Cortó nueces y malvaviscos con las tijeras
de coser de su mujer y los añadió al helado de chocolate.
—¿En serio?
—Sí. Data de finales de los años veinte. Bautizaron el sabor con el
nombre de rocky road poco después del crack bursátil de mil
novecientos veintinueve. Su intención era dar a la gente algo por lo
que sonreír en medio de la gran depresión.
George lamió su helado, haciéndolo girar sobre su lengua para
llegar hasta el final.
—No lo sabía.
—No sé si funcionó. Nunca he encontrado datos que indiquen
que el nombre «rocky road» o la combinación concreta de sabores,
aumentara la felicidad de la gente durante esa época de la historia
de Estados Unidos.
—Apostaría a que sí, al menos para algunas personas.
—¿Te estás burlando de mí?
Me sostuvo la mirada durante unos latidos, con el ceño fruncido.
—No. ¿Por qué pensarías que me estaba burlando de ti?
—Porque no nos conocemos. Normalmente la gente que no me
conoce le parezco rara.
—No me pareces rara. Ha sido una anécdota interesante sobre el
helado que no conocía y estaría dispuesto a apostar que el helado
rocky road hacía feliz a la gente. Antes y ahora.
Volvió a lamer su cono e imité su movimiento, haciendo girar el
helado sobre mi lengua en un lento círculo. Se sentía suave y frío en
la boca, con un rico sabor a chocolate.
Aún más placentero fue ver a George lamer deliberadamente su
helado.
La persistente sensación de nerviosismo en mi estómago
aumentó. Tal vez Penny había puesto algo en este helado que no le
sentaba bien a mi digestión. O podría haber sido otra cosa que había
comido en las últimas horas. Empecé a catalogar todo lo que había
consumido en las últimas veinticuatro horas. Tendría que tirar las
sobras que había planeado cenar esta noche. No podía arriesgarme a
empeorar este extraño problema estomacal.
El corazón me latía demasiado deprisa. Tragué con fuerza,
preguntándome si me iba a enfermar. Una parte de mí quería
quedarse aquí con George. Otra parte quería huir. Era vagamente
consciente de que estaba experimentando una respuesta de estrés
agudo. Mi sistema nervioso simpático estaba activado, liberando
hormonas en mi cuerpo que producían la respuesta de lucha o
huida. Pero la liberación de catecolaminas, incluidas la adrenalina y
la noradrenalina, inhibía mi capacidad de pensar racionalmente.
—Adiós —dije, poniéndome de pie de repente, y salí deprisa por
la puerta antes de que George pudiera decir otra palabra.
Capítulo 6
June
George Thompson había invadido Bootleg Springs.
No literalmente. No había dado un golpe de estado para quitarle
el control del pueblo al alcalde Hornsbladt y era sólo un hombre. No
podía estar en varios lugares a la vez, como sugeriría la «invasión».
Pero parecía como si lo estuviera. Parecía como si estuviera «en
todas partes».
Cuando hacía mi viaje semanal a la biblioteca, lo había visto
caminando por la acera del otro lado de la calle. Al día siguiente,
había ido al pueblo a comprar algunas cosas al Pop In. Había salido
justo cuando me disponía a salir del auto para entrar. Esperé a
perderlo de vista para salir del auto.
Había empezado a llevar un registro mental de los avistamientos
de George Thompson. Contando la primera vez que lo vi en el
Moonshine, nuestro encuentro en las aguas termales y el helado que
comí con él en Moo-Shine, la cuenta ascendía a ocho. Ocho veces
había visto o hablado con George Thompson en la última semana.
Me distraía mucho.
Conduje hasta el pueblo, me estacioné e inspeccioné
minuciosamente los alrededores. Los incidentes pasados eran un
buen indicador de acontecimientos futuros, lo que significaba que la
probabilidad de que volviera a verlo era alta. Parecía como si cada
vez que salía de mi casa, hubiera un avistamiento de George
Thompson. Bootleg Springs era un pueblo pequeño, pero ¿cómo era
posible que se cruzara constantemente en mi camino? Los números
indicaban que era más que una coincidencia. Sin embargo, no tenía
ninguna razón para creer que hubiera alguna intención por su parte.
Necesitaba investigar más a fondo la ciencia de las probabilidades y
las estadísticas sobre las coincidencias.
Tras vacilar unos segundos más, entrecerré los ojos y volví a mirar
a mi alrededor. Había nubes grises en el cielo, amenazando con una
nevada invernal y las calles estaban vacías. Ni rastro de George.
Probablemente era seguro salir y proceder a ingresar.
Era jueves, así que había quedado con Cassidy en el Yee Haw
Yarn & Coffee. Su horario de trabajo variaba, así que no
quedábamos todas las semanas. Pero cuando sus turnos se lo
permitían, nos reuníamos aquí los jueves por la tarde. El hecho de
que sacara tiempo para mí cuando estaba ocupada no sólo con su
carrera, sino también con su relación con Bowie Bodine, decía
mucho de su carácter.
Cassidy siempre me había dedicado tiempo. Yo era la hermana
mayor, pero sabía que en cierto modo se sentía responsable de mí.
Ella y Scarlett siempre me habían incluido en sus reuniones sociales.
Sabía que les había costado socialmente hacerlo, sobre todo durante
nuestra adolescencia. Si alguien intentaba excluirme, Cassidy y
Scarlett se apresuraban a declarar que no participarían. Fiestas,
hogueras, salidas nocturnas: si no me invitaban, no iban.
Aunque siempre había apreciado su lealtad, nunca había querido
ser una carga. No me llevaba tan bien con la gente como Cassidy y
Scarlett, pero nuestros compañeros habían llegado a aceptarme, en
su mayor parte o al menos se habían acostumbrado a mi presencia.
Era otra de las razones por las que me había quedado en Bootleg
Springs. Encajaba aquí, como nunca había encajado en ningún sitio.
Sobre todo por mi hermana.
Entré, echando un vistazo por encima del hombro al entrar. No
estaba George. Sentí una extraña mezcla de cosas al no verlo y no
entendía por qué estaba tan confundida. ¿No debería haberme
sentido aliviada? Había estado ansiosa ante la idea de
encontrármelo cuando llegara al pueblo. Ahora que sabía que el
encuentro no era inminente, ¿por qué experimentaba lo que me
parecía sospechosamente una decepción?
Cassidy ya estaba dentro, aún vestida con su uniforme de oficial.
Sentí una oleada de orgullo por ella. Había trabajado duro para
convertirse en ayudante del sheriff, algo que había deseado toda su
vida. Hacer cumplir la ley en un pueblo como Bootleg Springs no
siempre era fácil, pero ella era muy competente en su trabajo.
—Hola, Juney —me dijo cuando me acerqué a su mesa. Me acercó
una taza de agua caliente humeante—. Te he traído agua para el té.
—Gracias. Abrí una bolsita de té Earl Gray y la coloqué en la taza.
En mi cabeza, empecé a contar los segundos desde doscientos
cuarenta. Si dejaba reposar el té demasiado tiempo, se produciría un
desagradable sabor amargo.
—¿Cómo va tu semana hasta ahora? —preguntó.
Me detuve un momento, pensando si debía contarle lo de George.
¿Qué había que contar? ¿Que un jugador de futbol americano al que
había seguido por sus impresionantes estadísticas había venido a
Bootleg y ahora no podía dejar de pensar en sus manos? Espera,
¿qué tenían que ver sus manos? Seguramente la información
importante serían los hechos. Los avistamientos de George que
había experimentado durante la última semana. ¿Por qué eran
relevantes sus enormes manos?
Y sin embargo, aquí estaba yo, imaginando esas manos fuertes. Y
la forma en que había lamido mi helado de su dedo.
—¿Juney? ¿Estás bien?
—¿Qué? —Parpadeé, mis ojos volvieron a enfocarse—. Sí, estoy
bien. Estaba… pensando en otra cosa.
—¿Sí? ¿Algo bueno o algo malo?
—Sólo trabajo —mentí. ¿Por qué le estaba mintiendo a mi
hermana?—. No es bueno ni malo. Es esencialmente neutral.
—Está bien. Pareces un poco distraída, eso es todo. ¿Segura que
estás bien?
—Creo que sí.
Excepto que no lo estaba. Había perdido la cuenta de los
segundos que tardaba en infusionarse el té. Miré el remolino de té
marrón que salía de la bolsita y se mezclaba con el agua clara.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Por qué había dejado de contar?
Podía contar y pensar al mismo tiempo. ¿Qué me pasaba?
Sumergí la bolsita de té varias veces e intenté juzgar por el color si
estaba lista. Decidí que necesitaba sesenta segundos más y empecé
de nuevo la cuenta atrás.
—He oído que hay un famoso jugador de futbol americano en el
pueblo —dijo—. ¿Te has enterado? ¿Sabes quién es?
—George Thompson, conocido profesionalmente como GT
Thompson —dije antes de poder contenerme—. Dos victorias en el
Super Bowl con Filadelfia. Más de diez mil seiscientas yardas de
carrera. Ochenta y dos touchdowns.
—Vaya, supongo que sí lo sabes. —A Cassidy se le iluminaron los
ojos y esbozó una sonrisa—. Creía que era uno de tus favoritos. ¿Lo
has visto? Deberías pedirle un autógrafo.
—¿Por qué iba a querer su autógrafo?
—Oh, ya sabes. A veces a los fans les gusta conseguir un
autógrafo como recuerdo.
Asentí con la cabeza. Claro que lo sabía. Tenía una pequeña
colección de recuerdos deportivos en casa, sobre todo cosas que
papá me había regalado en cumpleaños y Navidades. De hecho, uno
de mis objetos favoritos era mi camiseta de Thompson.
Pero la idea de buscarlo, a propósito, hizo que una oleada de
nervios revoloteara en mi vientre. Hasta el momento, no había
enfermado, como cabría esperar tras ingerir una cepa nociva de
bacterias. Tal vez no fuera una intoxicación alimentaria, después de
todo. Pero si no era una dolencia causada por microorganismos,
¿cuál era la causa de mi malestar estomacal intermitente?
En lugar de responder a la sugerencia de que me firmara un
autógrafo o de admitir que ya me había reunido varias veces con él,
decidí cambiar de tema.
—¿Cómo van las cosas en el trabajo? —le pregunté.
—Mayormente genial. Es mucho mejor ahora que Connelly se ha
ido. No siento que tenga que defender mi capacidad para hacer mi
trabajo todos los días, pero la investigación de Callie Kendall es…
delicada.
—¿Cómo así? —pregunté. La desaparición de Callie Kendall
siempre me había interesado ligeramente, aunque no compartía la
obsesión del pueblo por el misterio. Estadísticamente hablando, era
poco probable que alguna vez descubriéramos la verdad. No
después de casi trece años.
Respiró hondo.
—Llegó el informe forense del auto de Connie Bodine. Pensé que
podría arrojar algo de luz sobre cómo murió, si su accidente fue
realmente un accidente. Pero Juney, encontraron huellas dactilares
en su auto y me aterra lo que pueda pasar cuando se sepa.
—Encontraron las huellas de Callie Kendall, supongo.
Miró a su alrededor y asintió.
Parpadeé para asimilar la nueva información.
—Eso significa que Callie estaba en su auto.
Asintió con la cabeza.
—La mayoría de las huellas coinciden con las de los Bodine,
obviamente, las de los padres y los hijos. Pero había algunas que no
coincidían con las de los Bodine y, por capricho, les pedí que las
compararan con las de Callie. Había al menos dos que coincidían.
No era de extrañar que Cassidy pareciera estresada. Su trabajo y
su relación con Bowie Bodine se habían cruzado en el incómodo
tema de si el padre de Bowie, y tal vez, su madre, estaban
implicados en la desaparición de Callie.
—¿Dónde las encontraron? —pregunté.
—Asiento del pasajero.
—¿Podría haber una explicación alternativa que no implique a los
Bodine en su desaparición?
—Es posible que Connie la llevara a alguna parte. Ya sabes cómo
son los padres de Bootleg: cuidan de los hijos de todos, no sólo de
los suyos, cuando lo necesitan. Pero Scarlett no recuerda que su
madre llevara a Callie a ningún sitio. Tampoco los demás. Todavía
es posible que sea una coincidencia, pero…
—Improbable.
—Correcto —dijo—. Hablé con Bowie y el resto de la familia.
Están preocupados, por supuesto. Estoy tratando de mantener esto
en silencio para que no tengamos un circo mediático cada vez que
hay un poco de evidencia que aparece.
—Es una elección prudente.
Tomé un sorbo de té y casi lo escupo cuando se abrió la puerta y
entró Bowie. Pero ver al novio de mi hermana no fue la causa de mi
repentina incapacidad para tragar. Justo detrás de él estaba George.
Mis ojos se abrieron de par en par y tragué el líquido caliente,
intentando reprimir la tos. Bowie vino directamente a nuestra mesa,
con la vista puesta naturalmente en Cassidy. George se acercó al
mostrador y pareció mirar el menú.
Era muy alto. No sabía por qué su altura, superior a la media, me
impresionaba tanto, pero lo hacía y ahí estaban sus manos. Mis ojos
se detuvieron en ellas, en sus anchas palmas y sus gruesos dedos. Se
llevó una mano a la barbilla y deslizó el pulgar por la mandíbula.
Observé, fascinada, cómo se frotaba la barbilla, con la atención
puesta en el menú que había sobre el mostrador.
Me sobresalté, se me cortó la respiración y aparté la mirada. No
me había visto. Tenía que salir de aquí.
Eché la silla hacia atrás y me levanté, agarrando rápidamente el
bolso.
—Tengo que irme.
—No te vayas por mí —dijo Bowie. Se sentó junto a Cassidy y le
puso la mano en el muslo—. Sólo he venido un momento. He
quedado con los chicos para ir a pescar.
—No hace falta que te disculpes —dije, tratando de mantener la
voz baja. Hacía falta mucha fuerza de voluntad para no mirar a
George, pero no quería que Cassidy o Bowie se fijaran en él—.
Tengo un compromiso de trabajo y tengo que irme.
—¿Quieres pedir el té para llevar? —preguntó Cassidy.
—No. —Mi corazón se aceleró y mis palmas se sintieron
húmedas—. Los veré a los dos más tarde.
Al parecer, estaba disimulando bien mi angustia. Cassidy no
pareció darse cuenta.
—De acuerdo. ¿Nos vemos mañana por la noche?
—Sí.
Bowie se inclinó y susurró algo que hizo reír a Cassidy. Agradecí
enormemente la distracción. Eché un vistazo a George. Estaba
ordenando. Se giraría en cualquier momento y…
¿Y qué? ¿Me vería? ¿Me saludaría? Siempre se había comportado
de manera normal. Probablemente sería amistoso. ¿Qué había de
malo en ello?
Algo. Algo iba mal y no sabía qué, eso me hacía sentir
desesperada por irme. No entendía por qué estaba tan temblorosa.
Me temblaban las manos, el corazón me latía demasiado rápido y
sentía que mi vientre daba volteretas.
Me moví rápidamente y caminé por el lado más alejado de la
tienda, mantuve la vista en el suelo y me dirigí hacia la puerta. No
miré atrás para ver si George se había fijado en mí. No estaba segura
de lo que haría si nuestras miradas se cruzaban.
Nunca había estado tan nerviosa en toda mi vida. El aire frío me
golpeó al salir, calmando mis mejillas calientes. Respiré lenta y
profundamente mientras caminaba hacia mi auto, intentando
recuperar el control de mí misma. ¿Qué me pasaba? ¿Había algo en
George Thompson que provocaba esta dramática respuesta física?
¿Era su fama? ¿Su condición de uno de mis atletas preferidos lo que
me tenía tan agitada? ¿O era otra cosa?
No tenía ni idea.
Capítulo 7
George
La taza de café que había comprado en el Yee Haw Yarn & Coffee,
«este pueblo tiene los mejores nombres de negocios», me calentaba
las manos mientras subía por la calle. La temperatura había subido
un poco, como si la primavera estuviera llegando a las montañas de
Virginia Occidental. Incluso en el pueblo se oía el piar de los pájaros.
Miré la hora. Las siete menos cinco. Tenía algo de tiempo que
matar antes de encontrarme con Shelby para cenar. Me preguntaba
en qué lío me podría meter un jueves por la tarde.
Aunque, lo que realmente me preguntaba era qué estaba haciendo
June Tucker.
Sólo la había visto de refilón desde el encuentro con el helado
rocky road. Ese era, por mucho, mi nuevo sabor de helado favorito.
¿Ver a June lamer helado de un cono? Lo tomaría cualquier día de la
semana, muchas gracias.
Era fascinante cómo ese cerebro suyo podía retener tanta
información. ¿Quién iba por ahí, viviendo la vida, almacenando en
su cabeza los orígenes del helado rocky road? Conocía toda mi
carrera de cabo a rabo y estaba claro que los deportes no eran lo
único de lo que podía hablar con una enorme cantidad de
conocimientos.
Sexy como el infierno, eso es lo que era. Había salido con mujeres
que consideraba inteligentes. Pero no le llegaban ni a la suela del
zapato a June Tucker. Estaba en otro nivel.
Sonó mi teléfono y lo saqué para contestar. Era mi asistente,
Andrea Wilson.
—Hola, Andrea. ¿Qué pasa?
—Hola, GT. Perdona que te moleste, pero necesito hablarte de
algunas cosas.
—No hay problema. ¿Cómo está Mellow?
—¿Mellow? Oh, la coneja. Está bien.
—Te estás asegurando de que tenga tiempo para jugar, ¿verdad?
Necesita atención.
—Sí, claro. Voy a verla una vez al día.
—¿Se está encariñando contigo?
—Hum, supongo que sí —dijo—. Sabes que no me gustan mucho
los animales, pero la coneja está bien.
Hablar de mi pequeña bola de pelusa me hacía echarla de menos.
—Mándame una foto cuando vayas mañana, ¿sí?
Decidí ignorar el suspiro frustrado de Andrea. Podía ser irritable,
pero era buena en su trabajo y llevaba años trabajando para mí. Se
ocupaba de todo, desde mi agenda y mis viajes hasta las reservas
para cenar y mis finanzas. Muchos jugadores prescindían de su
asistente después de colgar la camiseta, pero me costaba
imaginarme la vida sin Andrea asegurándose de que todo estuviera
en orden.
—¿Qué tienes para mí, Andrea?
—He elaborado un presupuesto revisado y un análisis financiero
para ti. Proyecciones anuales y demás. Te lo enviaré por correo
electrónico.
—¿Me puedes presentar un balance final?
—Claro. Entre las inversiones y tu pensión, deberías estar bien
financieramente. Eso sí, no salgas a comprarte un Lambo o algo así.
—No hay muchas posibilidades. ¿Qué más?
—Tu fisioterapeuta quiere programar un seguimiento. ¿Cuándo
crees que volverás? Te lo programaré.
Me rasqué la barbilla.
—No estoy seguro, la verdad. Me gusta un poco estar aquí y las
aguas termales no son ninguna broma. Mi rodilla ya se siente mejor.
—Hum. —El sonido de sus dedos chasqueando contra un teclado
llegó a través del teléfono—. Avísame cuando tengas una fecha de
regreso y haré una cita.
Dudé, distraído momentáneamente por un gran tractor verde que
subía por la carretera. El conductor lo estacionó delante de una
tienda que decía Build-a-Shine y bajó de un salto.
—Suena bien.
—Lo último y te dejo tranquilo.
Me detuve y me apoyé en un edificio. Pasó un auto cuyo motor
era bastante más silencioso que el del tractor.
—Claro.
—Tienes unas cuantas invitaciones a actos benéficos. Una es esta
semana, así que ya la he rechazado. ¿Y las otras? ¿Quieres que te las
reenvíe y tú decides?
Un fuerte «clop, clop, clop» captó mi atención. Una mujer a
caballo doblaba la esquina. Llevaba una gorra de beisbol con un
gran gallo en la parte delantera y cabalgaba por la calle como si
nada.
Con todo, supuse que aquí era normal.
—Hum… Lo siento, Andrea, me distraje por un segundo. Sólo
consérvalas por ahora. No quiero tener que correr a casa por nada.
Necesito algo de tiempo de inactividad y me gustaría mantener mis
opciones abiertas para decidir cuánto tiempo me quedo aquí.
—De acuerdo.
Una gallina se pavoneaba por la acera, picoteando el suelo, como
si buscara un sabroso bocado. Me eché a reír.
—Lo siento —dije—. Hay una gallina caminando por la acera.
—¿Has dicho una gallina? —preguntó—. ¿Dónde estás?
Volví a reírme.
—Bootleg Springs. Y sí, una gallina. Parece simpática. Bien,
hablaré contigo más tarde, Andrea. Gracias por llamar.
—De nada. Te enviaré un correo si tengo más preguntas.
—Suena bien.
Guardé mi teléfono en el bolsillo y observé a la gallina mientras
picoteaba el suelo unas cuantas veces más y luego se rascaba.
—¿Encontraste lo que necesitas, dulzura? —pregunté—. ¿Se
supone que estés en la calle o te escapaste del gallinero?
—Es criada en libertad.
Cerca estaba un hombre con un poblado bigote blanco. Llevaba
uniforme de sheriff, con una insignia en forma de estrella. Su placa
decía sheriff Tucker. Me pregunté si sería pariente de June. Se
parecía un poco a ella y en un pueblo pequeño, parecía probable.
—Supongo que no me preocuparé por encontrar a su dueño,
entonces.
El sheriff Tucker negó con la cabeza.
—No, no hace falta. Es Mona Lisa McNugget. Es la gallina del
pueblo. En realidad no pertenece a nadie.
«Por supuesto» su nombre era Mona Lisa McNugget.
—Es una gallina muy bonita, sheriff.
—Así es. Espero que no le importe que me presente. —Extendió
una mano—. Harlan Tucker.
Le cogí la mano y se la estreché con fuerza.
—Encantado de conocerlo. GT Thompson.
Esbozó una sonrisa mientras dejaba caer mi mano.
—Sí, tengo que admitir que sé quién es. Ha habido un rumor en el
pueblo sobre usted.
Me encogí de hombros.
—Eso puede pasar.
—Lástima lo de su rodilla —dijo, señalando mi pierna—. Tenía
para dos temporadas más.
—No estoy tan seguro de eso. Una, tal vez, pero gracias.
—Le digo, esa recepción para el touchdown que hizo contra Texas
la temporada pasada fue increíble. Creo que la vimos cientos de
veces.
—Gracias. ¿Le gusta el futbol americano?
—Claro que sí. Soy aficionado a los deportes en general, pero no
hay nada como el tradicional futbol americano.
Un hombre en la calle me llamó la atención y lo observé, con la
boca parcialmente abierta. Llevaba el pelo largo y blanco bajo un
sombrero de copa negro y una barba blanca que le llegaba hasta el
vientre. Iba por la calle en monopatín, con una especie de bebida en
un tarro de cristal.
—Sheriff —dijo, inclinando su sombrero al pasar.
—Morris —dijo el sheriff Tucker.
Este pueblo era otro nivel.
—No lo retendré. —El sheriff Tucker se palpó los bolsillos, como
si estuviera buscando algo—. Pero si no es mucha molestia, me
preguntaba si podría pedirle un autógrafo. Mi hija es una gran
admiradora. Me encantaría darle una sorpresa.
¿Su hija? ¿Era June?
—Por supuesto, con mucho gusto.
Una camioneta subió por la calle y aminoró la marcha cuando se
acercó. El sheriff Tucker se puso las manos en las caderas y observó
cómo la camioneta se detenía. Dos hombres iban sentados en la
cabina y tres en la plataforma. Reconocí a uno de los hombres de
atrás como Gibson Bodine. Los otros tenían que ser sus hermanos o
estar relacionados de algún modo. El parecido era evidente.
Gibson inclinó la barbilla hacia mí y le devolví el gesto.
Parpadeé varias veces, preguntándome si estaba viendo cosas.
¿Tenían una parrilla en la plataforma de la camioneta? Eso parecía.
El artefacto negro estaba en el centro de la plataforma y Gibson
sostenía una larga espátula metálica. No podían estar asando
mientras conducían… ¿o sí?
—Buenas tardes, sheriff. —Uno de los hombres de atrás lo saludó
con la cabeza, con cara de avergonzado. Estaba bastante seguro de
que era el mismo tipo que había recogido a Gibson después de que
casi atropellara a aquel ciervo.
—Bowie —dijo el sheriff Tucker. Asintió a los demás—.
Muchachos. ¿Qué están haciendo?
—Vamos a pescar —dijo Bowie.
—¿Ah sí? —preguntó el sheriff Tucker—. Esa parrilla no está
encendida, ¿verdad?
El apetitoso aroma de la carne cocinándose llegó hasta nosotros.
Me rugió el estómago.
—Sí, está caliente —dijo Gibson, abriendo la tapa. La carne
chisporroteó.
—Muchachos, no pueden estar conduciendo mientras asan —dijo
el sheriff Tucker—. Ya hemos hablado de esto.
—Está bien, sheriff —dijo Bowie—. Jameson soldó la parrilla a la
plataforma, por lo que no irá a ninguna parte.
El hombre que conducía se asomó e inclinó su gorra.
—Hola, sheriff. No se preocupe. Es seguro. Aprendimos la lección
la última vez.
—Y yo que pensaba que si tenían una mujer en sus vidas, se
calmarían un poco —murmuró el sheriff Tucker en voz baja.
—¿Quiere? —preguntó Bowie, señalando la carne que
chisporroteaba en la parrilla.
La expresión del sheriff Tucker se suavizó y sus fosas nasales se
abrieron, como si estuviera olfateando.
—Bueno, supongo que podría.
El tercero sacó un plato de papel y Bowie un bollo. Gibson sacó
una torta de carne de la parrilla y la puso en el bollo.
—Gracias. —El sheriff Tucker tomó el plato—. Santos cielos,
¿dónde están mis modales? Muchachos, este es GT Thompson.
Señor Thompson, estos son… bueno, los Bodine. La mayoría de ellos
lo son, al menos. —Señaló a cada uno de los hombres por turno—.
Gibson, Bowie y Jonah en la parte de atrás. En el asiento del
conductor está Jameson. —Señaló al hombre en el asiento del
pasajero, el único que no parecía estar emparentado—. Y Devlin
McAllister. Es el novio de su hermana Scarlett.
Levanté una mano.
—Encantado de conocerlos.
—Me pareciste familiar —dijo Bowie—. Siento lo de tu rodilla.
¿Qué te trae a Bootleg Springs?
—La rodilla, en realidad. Oí hablar de las aguas termales y decidí
probar. Hasta ahora, soy un creyente.
—Claro que sí —dijo Gibson.
—¿Hamburguesa? —preguntó Bowie.
Había quedado con Shelby pronto para cenar, pero ¿por qué
demonios no? La comida olía fantástica y era un tipo grande. Podía
consumir muchas calorías.
—Absolutamente.
Me pusieron la hamburguesa en un plato y me la entregaron.
—Gracias.
—Será mejor que sigamos adelante —dijo Bowie—. Esos peces no
se pescan solos.
—No vuelvan a derramar carbón por la parte de atrás —dijo el
sheriff Tucker.
—Estamos muy por delante de usted, sheriff —dijo Gibson—.
Preparamos un tanque de propano aquí atrás.
—Bueno, en ese caso…
Alcé las cejas. De algún modo, conducir con un tanque de
propano no parecía más seguro. Pero tenía que admitirlo, ¿un grupo
de hombres dando vueltas en una camioneta, asando hamburguesas
de camino a pescar? Era impresionante.
Me gustaba este pueblo.
—Encantado de conocerlos —dije—. Y gracias por la comida.
—Cuando quieras —dijo Bowie—. Buenas noches, sheriff.
—¿Le avisaste a Cassidy? —preguntó el sheriff Tucker.
—Claro que sí —dijo Bowie, llevándose una mano al pecho, como
si se sintiera insultado de que el sheriff tuviera que preguntar—.
Estará con Scarlett esta noche.
—Me parece bien. Cuidado con esa parrilla.
La camioneta salió a la calle y se alejó.
El sheriff Tucker negó con la cabeza.
—Mi futuro yerno, Bowie es un buen chico. Me alegro de que él y
mi hija por fin tengan la cabeza en su sitio.
—¿Su hija la fanática del futbol americano?
—No, Bowie está con Cassidy, mi hija menor. La aficionada al
futbol americano es June.
Así que «era» el padre de June. De repente, me apetecía mucho
caerle bien a este hombre.
—Bueno, como he dicho, estaría encantado de firmar algo para
ella.
Sacó del bolsillo un trozo de papel y un bolígrafo.
—Ojalá tuviera algo mejor, pero esto servirá.
Firmé el papel, procurando que mi firma fuera legible por una
vez, y se lo devolví.
—Gracias, señor Thompson —dijo.
—Puede llamarme GT —dije—. Y no hay problema. Salude a su
hija de mi parte.
—Lo haré —dijo, sonriendo de modo que se le crispó el bigote.
Esperaba que lo hiciera y quizá pronto tendría la oportunidad de
volver a ver a June Tucker.
Capítulo 8
June
Una velada en el Lookout no solía ser motivo de ansiedad. No me
importaba estar aquí. Siempre podía leer o navegar por ESPN.com
en mi teléfono si me aburría.
Pero esta noche, estaba completamente fuera de mí. George
Thompson estaba aquí.
Su presencia en el bar era palpable. Era como si hubiera
desplazado el aire, dejando que lo que quedaba se apretara contra
mí, las moléculas luchando todas por el espacio.
Agradecida por haber elegido vestirme con algo para cubrirme
esta noche, me quité la chaqueta. No podía decidir si la temperatura
en el Lookout estaba más cálida de lo habitual o si era yo.
O George.
Brevemente, contemplé la posibilidad de marcharme. Ayer salí
corriendo del Yee Haw Yarn & Coffee para evitarlo. Pero había
pasado el resto del día distraída, intentando deshacer los nudos en
mi estómago. Confundida en cuanto a por qué había elegido huir.
Aunque sentía un remolino de nervios ya familiar, no quería irme.
Pero tampoco iba a ir tan lejos como para hablar con él.
—¿Es él? —preguntó Cassidy mientras se acercaba a mí. Señaló a
George con su cerveza—. ¿El jugador de futbol americano?
Estaba a punto de responder afirmativamente, pero él eligió ese
momento, ese preciso segundo, para mirarme a los ojos y sonreír.
No era sólo una sonrisa. No. Era una lenta extensión de sus labios,
separándose a través de dientes perfectos. Hoyuelos fruncidos en
sus mejillas. Era torcida, sexy y totalmente encantadora.
Casi me abanico. «Me abanico», lo que fue tan ridículo que no
podía creer que el impulso hubiera sido mío.
—Vaya —dijo Cassidy.
—Sí. —¿Era esa mi voz? ¿Tan jadeante e hipnotizada?
—Supongo que la respuesta es sí —dijo Cassidy—. Pareces un
poco sorprendida. Y… Dios mío, viene hacia aquí.
En efecto, así era. Sus ojos se clavaron en los míos, con la misma
sonrisa en la cara. George Thompson caminaba hacia mí, su metro
noventa y ocho era todo confianza y gracia.
Tragué saliva con dificultad, pero conseguí no saltar del banco y
salir corriendo por la puerta.
—Hola June —dijo—. Estás muy linda esta noche.
Cassidy tenía los ojos enormes y la boca abierta.
Necesitaba decir algo.
—Hola. —Eso no era muy bueno. Me había hecho un cumplido,
¿me había llamado «linda»? Así que la respuesta apropiada era...—.
Gracias.
No dejaba de sonreírme, como si no se hubiera fijado en Cassidy.
Lo cual era sumamente extraño. Los hombres siempre se fijaban en
Cassidy. Era hermosa y simpática. George no sabía que estaba
comprometida con otro hombre. ¿Por qué no se dirigía a ella para
entablar una conversación estimulante y quizá coqueta?
¿Por qué seguía «mirándome»?
—¿Te gustaría bailar? —preguntó.
Separé los labios, pero no sabía qué decir. Nadie me había sacado
a bailar en el Lookout.
—Claro que sí, a ella le gustaría —dijo Cassidy.
Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, Cassidy me tiró
del banco y me empujó hacia George. Chillé, con los pies enredados,
y tropecé con él.
Y entonces sus manos, esas manos gloriosamente grandes,
estaban sobre mí, manteniéndome firme. Sujetándome por la cintura
para que no me cayera.
Me quedé sin aliento. Incapaz de hablar. Eché la cabeza hacia
atrás para poder mirarlo a la cara. En lugar de alejarse y poner una
distancia razonable entre nosotros, se acercó más, de modo que
nuestros cuerpos casi se tocaron.
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí con la cabeza.
—¿Vamos?
Me llevó a la pista de baile mientras empezaba una nueva
canción. «Tennessee Whiskey». Era una canción lenta y la gente se
puso en parejas a nuestro alrededor, abrazándose para bailar
despacio.
—No entiendo el baile —dije.
—¿Quieres decir que no sabes cómo?
—No, este estilo de baile no parece requerir ninguna habilidad en
particular. Son sólo dos personas balanceándose al ritmo de la
música. Apenas mueven los pies. Otros estilos de baile requieren
mucha habilidad y práctica. Puedo ver el mérito en eso. No entiendo
el propósito de esto.
Una comisura de la boca se le torció.
—¿Siempre eres tan lógica?
—Sí.
—Es bueno saberlo. Bueno, no puedo hablar por todos, pero
puedo decirte por qué me gusta bailar.
Mantuve la mirada fija en su rostro, esperando su explicación.
—¿Sabes qué? Será más fácil si te lo enseño. Ven aquí.
Me pasó una mano por la cintura y tiró de mí contra él. Respiré
hondo. Apoyó una mano en la parte baja de mi espalda. Con la otra,
cogió la mía y la acurrucó entre los dos. Empezó a moverse,
moviendo los pies al ritmo lento de la música.
Se inclinó, apoyó su barbuda mandíbula en mi sien y me habló
suavemente al oído.
—Ahora cierra los ojos.
—¿Por qué?
—Porque voy a explicarte el baile. Confía en mí.
Dejé que se me cerraran los ojos.
—De acuerdo.
—Para empezar, la música.
—Chris Stapleton comenzó su carrera…
—Espera un momento, June —dijo—. Estás pensando demasiado.
No pienses en el artista ni en el origen de la canción. Sólo siéntela. El
ritmo. La forma en que nos movemos. No pienses. Sólo siente.
Nos movíamos al compás del ritmo lento pero constante.
—Puedo sentir la música.
—Bien. Ahora dime qué más sientes.
Manteniendo los ojos cerrados, me concentré en las sensaciones
físicas que experimentaba.
—Siento tu mano en mi espalda.
Me acarició la espalda en un lento círculo.
—¿Qué más?
—Me tomas la mano y está caliente.
—Ajá.
La tensión desapareció de mis hombros y apoyé la frente en su
mandíbula rasposa. Era agradablemente áspera.
—Siento tu mejilla rozando mi piel.
Deslizó su mandíbula contra mi sien, bajando por mi mejilla hasta
mi oreja.
—¿Te gusta?
—Es muy agradable.
—Pareces sorprendida.
—Un poco.
Le sentí sonreír. Recordé cómo se le fruncían las mejillas con
aquellos hoyuelos.
—¿Quieres saber lo que siento?
—Sí.
Me agarró con fuerza y me estrechó contra él. Su pulgar trazó una
pequeña línea sobre el dorso de la mano que sostenía y mantuvo su
mejilla contra mi sien.
—Siento tu cuerpo contra el mío. Es cálido y suave en todos los
lugares adecuados. Siento la curva de tu espalda baja y la certeza de
tus caderas bajo mi mano.
Respiré hondo, con el corazón latiéndome deprisa, cuando me
bajó la mano por el trasero. Su palma se deslizó por mi cadera y
volvió a su lugar en la parte baja de mi espalda.
—¿Quieres saber qué más?
Asentí con la cabeza. Realmente quería saberlo.
Volvió la cara hacia mi pelo y respiró hondo.
—Hueles fresca y limpia, como un prado en un día de primavera.
Siento tu suave piel contra mi cara. Abrazarte así me hace
preguntarme qué sentiría si más de nuestra piel se tocara.
Mi respiración era superficial y el calor se acumulaba entre mis
piernas. No me atrevía a abrir los ojos. Era como si me hubiera
hechizado. Un hechizo que no quería romper.
—¿Debería seguir?
—Sí.
Su voz era áspera y grave, profunda y llena de sugestión. Su
cálido aliento me puso la piel de gallina.
—Siento tu pecho presionándome y me pregunto si tus pezones
estarán duros. Cómo se sentirían contra mi lengua. ¿Debería decirte
más?
Asentí con la cabeza. No quería que se detuviera.
Me abrazó con más fuerza y allí había algo. Algo duro, grueso y
muy, muy notorio. Si hubiera estado en mi sano juicio, podría haber
comentado el hecho de que su erección me presionaba. Pero no lo
estaba. Estaba flotando en una nube de excitación, hipnotizada por
sus manos sobre mí y su voz profunda en mi oído. Sin prestar
atención a lo que nos rodeaba.
—Hueles tan bien que me hace pensar en tu sabor. Tus labios y tu
piel. Siento cómo tu cuerpo se relaja contra el mío. Por eso me gusta
bailar, June. Porque puedo abrazarte así. Puedo pensar en lo bien
que te sientes y en todas las cosas sucias que te haría si tuviera la
oportunidad. Puedo tocarte y olerte y, si tengo suerte, algún día
quizá besarte. Saborearte. Pero para todos los que nos ven, sólo
estamos bailando.
—Creo que entiendo el baile —dije, prácticamente sin aliento.
Volvió a sonreír contra mí. Todavía no había abierto los ojos.
Había demasiado que sentir. No quería que la distracción de la
estimulación visual se interpusiera en el camino de todas estas
sensaciones táctiles.
Su cuerpo era duro, masculino y musculoso. Ni siquiera había
pensado en cómo olía hasta que mencionó el olor. El olfato tiene un
poderoso efecto en el cerebro y el suyo estaba iluminando lugares
que no me había dado cuenta de que existían. Me llené de su aroma
a madera limpia. Las neuronas se dispararon como fuegos
artificiales sobre el lago, produciendo explosiones de sensaciones.
Sentí un cosquilleo en la espalda y el corazón me latía con fuerza.
Nos balanceamos en silencio cuando la canción llegó a su fin. Su
mejilla seguía apoyada en mi cabeza y tenía mi mano apretada
contra su pecho.
De mala gana, abrí los ojos. Era como despertarse después de un
sueño vívido. El mundo parecía borroso e indistinto. Empezó otra
canción, una con un ritmo más rápido, y George me llevó a un lado
de la pista de baile.
—Gracias por el baile. —Todavía tenía mi mano entre las suyas y
se la llevó a los labios. Besó el dorso de mis dedos.
—Gracias. Eso fue…
Levantó las cejas, esperando a que terminara.
—Fue muy estimulante.
Esa sonrisa había vuelto, lenta, sexy, y divertida.
—Bien. Yo también lo pensé. ¿Puedo invitarte a una copa?
Parpadeé sorprendida.
—¿Eso es un sí o un no? —preguntó.
—¿Por qué?
—¿Por qué quiero invitarte a una copa?
—Invitar a una mujer a una copa es una acción habitual en los
rituales de apareamiento humanos.
—Hum —dijo, inclinando la cabeza. Parecía realmente
«interesado». La mayoría de la gente me escuchaba y seguía con la
conversación cuando terminaba de hablar—. Supongo que tienes
razón. ¿Es ese un problema?
—Bueno… no.
—No te preocupes, June. No soy el tipo de hombre que lleva
demasiado lejos sus rituales de apareamiento humanos. Me gusta
sentir las cosas primero. Disfruté bailando y me gusta hablar
contigo. Estamos en un bar, así que mi siguiente paso lógico es
invitarte a una copa para que podamos sentarnos y seguir hablando.
Me parece bien. Si te parece bien, di que sí.
—Sí.
Volvió a sonreír y me hizo sentir las piernas temblorosas e
inestables.
—Bien. ¿Qué puedo ofrecerte?
—Un bourbon bliss.
—No habría pensado que te gusta beber bourbon, pero me parece
bien. Un bourbon bliss, al momento.
Había una pequeña mesa con dos bancos a pocos pasos de donde
yo estaba. Me senté y esperé a que George volviera con mi bebida.
Cassidy y Scarlett estaban al otro lado de la barra, mirándome.
Juntaron las cabezas y hablaron, con caras animadas. Scarlett me
señaló y Cassidy le bajó el brazo.
Aparté la mirada de ellas. No me gustaba ser objeto de su
escrutinio, pero no las culpaba. Yo nunca bailaba y los hombres
nunca me invitaban a beber copas en el Lookout. Este era un
territorio totalmente desconocido para todas nosotras.
Unos instantes después, George volvió con mi bebida. Me di
cuenta de que Nicolette también me miraba detrás de la barra. Me
guiñó un ojo y aparté la mirada, colocándome el pelo detrás de la
oreja.
George deslizó mi bebida por la mesa y se sentó en el otro banco.
Su bebida parecía idéntica a la mía y se la llevó a la boca para darle
un sorbo.
No podía dejar de mirarlo. Su boca y sus hoyuelos. Sus hombros
anchos y su pecho grueso. Sus brazos largos y sus manos fuertes.
Dejó el vaso en la mesa.
—Esto está bueno.
Tomé un trago, necesitando un segundo para serenarme. Nunca
había bebido en exceso, pero uno no crece en un pueblo como
Bootleg Springs sin apreciar las bebidas alcohólicas.
—Esta suele ser mi bebida preferida. También aprecio el buen
moonshine sobre todo el de tarta de manzana.
—Creo que nunca he tenido el placer de probar el moonshine de
tarta de manzana.
—Es bastante notable cuando se elabora adecuadamente.
—Suena bien. ¿De verdad sabe a tarta de manzana?
—Sí, lo hace. El moonshine suele ser una bebida de sabor fuerte. Al
principio, los destiladores empezaron a añadirle cosas para hacerlo
más agradable al paladar. El moonshine de tarta de manzana se
considera la receta más antigua de esta región.
Bebió otro sorbo.
—Interesante.
—Bootleg Springs es una especie de anomalía. La mayoría de
Virginia Occidental estaba a favor de la prohibición. De hecho,
algunas comunidades tenían leyes de prohibición anteriores a la
Decimoctava Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
—Parece que los Bootleggers prefieren vivir según sus propias
reglas.
—En muchos aspectos, eso es exacto, sí.
—Me gusta estar aquí. Es un pueblo bonito. —Se acercó a la mesa
y me pasó el dedo por el dorso de la mano—. Pero cuéntame más
sobre ti.
Era difícil pensar cuando me estaba tocando, incluso con sólo la
yema del dedo.
—Hum, ¿qué quieres saber?
—Qué tal, ¿a qué te dedicas?
—Soy actuaria. Trabajo como consultora para varias grandes
empresas.
—¿Debes trabajar desde casa, entonces?
Asentí y no dejó de acariciarme la mano.
—Sí. Es un acuerdo que conviene a todas las partes.
—¿Y qué te gusta hacer para divertirte?
—Ver deportes.
Eso lo hizo sonreír de nuevo.
—Como el futbol americano.
—Sí, aunque me gusta ver una variedad de eventos deportivos.
—Porque te gusta seguir las estadísticas.
—Precisamente.
—Tengo que decirte, June Tucker, que eres simplemente
fascinante.
No estaba segura de cómo responder a eso. Era un tipo de
atención masculina que recibía muy raramente. El último hombre
con el que había salido era muy parecido a mí. Lógico, con afinidad
por los números. Nos conocimos en el trabajo cuando estuve en
Baltimore para una conferencia. Aunque pensé que teníamos
suficiente en común para mantener una relación, las cosas no habían
ido bien. Eso fue hace dos años y no había tenido una relación
íntima desde entonces.
—¿Estoy siendo demasiado atrevido para ti? —preguntó George.
—Me estás tocando mucho.
Siguió acariciándome el dorso de la mano.
—¿Quieres que pare?
—No.
—Te lo dije, June, me gusta sentir las cosas. Pero creo que puedo
salirme con la mía en nuestra segunda cita.
—¿Segunda cita? No hemos tenido una primera cita.
—Claro que sí. Comimos helado juntos.
—No estoy de acuerdo con tu etiqueta de «cita».
—¿Por qué motivo? —preguntó—. Nos sentamos juntos y
disfrutamos de la conversación durante el postre. Eso me parece una
cita.
—Una cita requiere que ambas partes estén de acuerdo en la
intención del encuentro.
—En otras palabras, no te lo pedí primero, ¿así que no podía ser
una cita?
Asentí con la cabeza.
—Sí.
—Muy bien, entonces dime esto. ¿Puede un encuentro que no fue
acordado de antemano como una cita «convertirse» en una cita?
Tuve que meditarlo un momento. Su mano seguía sobre la mía,
más o menos la sujetaba ahora, y las sensaciones táctiles se
disputaban la atención con los pensamientos de mi cerebro. Y
ganaban.
—Sí, supongo que es posible, dependiendo de las circunstancias.
—Así que se podría argumentar que esto es ahora una cita.
—¿Esto?
—Sí, esto. Tú y yo, aquí esta noche. No te lo pedí con antelación,
pero te invité a una copa.
Tuve que admitirlo, esto era muy propio de una cita.
—Sí, podría considerarse una cita. ¿Pero por qué esa
preocupación por etiquetar?
—Ninguna razón, en realidad. Aunque espero que digas que sí a
otra.
—¿Otra cita?
Sonrió.
—Sí, otra cita. Conmigo. ¿Estás libre mañana?
¿Esto estaba pasando de verdad? ¿George Thompson me estaba
invitando a salir? Mañana era sábado y en circunstancias normales,
estaría…
—Estoy libre.
—¿Así que eso es un sí?
—¿De verdad quieres tener una cita conmigo?
Me cogió la mano y volvió a llevársela a los labios, besándome el
dorso de los dedos.
—Quiero absolutamente llevarte a una cita. No te lo habría
pedido si no fuera así.
—Entonces, sí.
Me quedé mirando sus ojos marrones, un poco aturdida y
estupefacta. Ya nos habíamos visto en varias ocasiones y habíamos
tenido múltiples oportunidades de conversar. Y seguía queriendo
invitarme a salir.
¿Por qué? Realmente no lo sabía. Pero tal vez, sólo tal vez, a
George Thompson le gusto como soy.
Capítulo 9
June
Mi padre fue puntual, como siempre. Me había mandado un
mensaje antes para preguntarme si podía pasarse a las seis y media,
y a las seis y veintinueve llamó a la puerta.
—Hola, June Bug —me dijo cuando abrí la puerta.
Entró y me dio un abrazo.
—Hola, papá.
Tenía treinta minutos antes de que George viniera a recogerme.
Sentía un poco de náuseas y me pregunté si debía cancelar la cita.
Me llevé una mano a la frente y calculé mi temperatura. Era normal.
—¿Estás bien? —preguntó papá.
—Sí, estoy bien. —Lo llevé al salón y ambos nos sentamos en el
sofá—. ¿Dijiste que tenías algo para mí?
Sonrió y me entregó un sobre.
—Adelante.
Lo abrí y saqué un papel. Al darle la vuelta, encontré una firma
familiar. GT Thompson, pero lo había firmado «George Thompson».
La sonrisa de papá se ensanchó.
—Me encontré con GT Thompson en el pueblo. ¿Sabías que está
aquí en Bootleg? Lo admito, podría haber buscado una oportunidad
para acercarme a él. Le pregunté si me firmaría algo. Le dije que mi
hija era su fan.
Me emocioné. Papá ya me había regalado antes recuerdos
autografiados, pero eran cosas que había encargado para mí. Esto
era diferente. Aunque ya había conocido a George, papá no lo sabía
y se había desviado de su camino para hacer esto por mí. Fue muy
considerado. Pero expresar mis emociones no era una de mis
mejores habilidades. No estaba segura de qué decir.
—Gracias, papá.
—Ojalá hubiera tenido algo mejor, como un balón de futbol
americano o una de sus camisetas. Pero pensé que debía conseguir
su autógrafo mientras tuviera la oportunidad. No sé cuánto tiempo
estará en el pueblo, ni si volveré a encontrarme con él.
—Si te quedas lo suficiente, lo verás de nuevo esta noche —le
dije—. Me va a llevar a una cita.
Creo que nunca había visto a mi padre tan sorprendido. Sus ojos
se ensancharon, sus pupilas se dilataron y su boca se abrió. Dudé un
segundo, pero no habló.
Llamaron de nuevo a la puerta. Cassidy entró sin esperar a que
contestara. Llevaba los brazos cargados de bolsas y ropa colgada de
un brazo.
—Hola, Juney —dijo con una sonrisa brillante—. Hola, papá.
June, ¿qué estás haciendo? Deberías estar arreglándote. Tenía
intención de estar aquí hace media hora pero… bueno, digamos que
me he retrasado.
Papá gimió.
—Oh, cielos.
—¿Debías estar aquí para qué? —pregunté.
—Para ayudarte a arreglarte, por supuesto. —Miró a papá—. ¿Se
encuentra bien? Parece que se ha tragado un bicho.
—¿Dijiste cita? —preguntó papá—. ¿Tienes una cita con GT
Thompson?
—Claro que sí. —Cassidy dejó lo que llevaba en un sillón—.
Ahora papi, sabes que te quiero, pero hay algunas cosas serias de
chicas que están a punto de pasar aquí.
—¿Desde cuándo conoces a GT Thompson? —preguntó,
aparentemente ignorando la advertencia de Cassidy sobre las cosas
de chicas.
—Me he encontrado con George varias veces —dije—.
Culminando en un encuentro en el Lookout anoche.
—Por encuentro, quiere decir que coqueteó con ella como un loco,
bailó con ella, la invitó a una copa y luego le pidió una cita para esta
noche —dijo Cassidy—. Y llegará en menos de media hora. No es
mucho tiempo para estar lista.
—Vaya —dijo papá, sacudiendo la cabeza—. Muy bien, chicas,
creo que me quitaré de su camino —murmuró algo más, pero
empezaba a sentirme un poco mareada. Toda esta charla sobre
George, citas y cosas de chicas me estaba acelerando el corazón.
—Gracias, papá.
Me dio un rápido beso en la mejilla y luego abrazó a Cassidy.
—Pásalo bien esta noche, June Bug. Buenas noches, chicas.
Lo miré irse, sintiéndome temblorosa.
—Bien, primero, el atuendo —dijo Cassidy, aparentemente ajena a
mi actual estado de angustia—. ¿A dónde te llevará?
—La verdad es que no lo sé.
—Está bien. Te recogerá a las siete, así que eso debe significar que
es una cena. Esta noche hace frío, pero puede que haga calor donde
vayas a comer. Te pondremos algo para cubrirte. —Rebuscó entre la
ropa que había traído—. Tengo este adorable suéter que me regaló
Leah Mae. Si te pones una camiseta debajo, te lo puedes quitar si
entras en calor. O si, ya sabes, quieres ponerte juguetona.
—¿Por qué tengo que cambiarme? —pregunté, mirando mi
atuendo actual. Llevaba una blusa blanca y una chaqueta gris oscuro
con unos pantalones negros. Parecía adecuado para una cita.
Cassidy me miró de arriba abajo.
—Te ves bien, pero creo que podemos hacerlo mejor.
—¿Por qué?
—Vamos, Juney, esto es importante. ¿Cuándo fue la última vez
que tuviste una cita?
Sólo tardé un segundo en hacer las cuentas.
—Han pasado setecientos cuarenta y dos días.
Sus ojos miraron al techo, como si estuviera pensando.
—¿Así que poco más de dos años? ¿Con quién salías hace dos
años?
—Michael Morgan —dije.
Gimió.
—Oh, lo recuerdo. Aunque creo que nunca lo conocimos,
¿verdad?
—No. Vivía en Baltimore y nuestra relación nunca progresó al
punto de presentarle a mi familia.
—Era un imbécil de todos modos.
—¿Qué te lleva a la conclusión de que era un imbécil?
—Rompió contigo, ¿verdad?
—Sí, la decisión de terminar nuestra relación fue suya.
Asintió una vez.
—Entonces es un imbécil. La mayoría lo son, pero no sé, June Bug,
creo que has encontrado a uno de los buenos.
Eso me hizo sonreír un poco, aunque la agradable sensación se
vio atenuada por el persistente revuelo en mi estómago.
—Puede que tenga que cancelar —dije.
—¿Por qué? —preguntó Cassidy—. ¿Qué pasa?
—Creo que contraje una infección viral o quizás ingerí algo
contaminado con bacterias dañinas.
—¿Qué te hace pensar eso?
Me llevé la mano al vientre.
—Sigo experimentando ataques intermitentes de malestar
estomacal.
Cassidy sonrió. ¿Por qué sonreía? Una enfermedad no era un
asunto divertido.
—Dime una cosa. ¿Cuándo empezaste a tener malestar estomacal?
—Hace ocho días.
—Ajá. ¿Y qué más pasó hace ocho días?
—No sé a qué te refieres.
—¿Es posible que esté relacionado con ver o pensar en cierto
jugador de futbol americano alto y atractivo?
Estaba a punto de refutar su afirmación, pero me di cuenta de que
no podía. Cada vez que me sentía mal coincidía con ver o pensar en
George. Eso era peculiar.
—Supongo que la expresión de tu cara significa que tengo razón
—dijo—. Creo que tienes un flechazo.
—¿Un flechazo? Nunca he tenido un flechazo.
—¿No? —preguntó Cassidy—. ¿Nadie ha hecho que te flaqueen
un poco las rodillas y que unas mariposas agiten sus alas por toda tu
barriga?
—Las mariposas no podrían sobrevivir en el ambiente ácido del
tracto digestivo humano.
Se rio.
—Lo sé, tonta. Es una expresión.
—Me doy cuenta de que no es literal. Sólo estoy señalando que…
—Juney. Deja de intentar cambiar de tema.
Respiré hondo.
—¿Tener un flechazo significa que sientes que el estómago te da
vueltas y que el corazón te late más rápido de lo que tu nivel de
esfuerzo físico podría explicar?
—Sí.
—¿Y tus capilares faciales se llenan de sangre, provocando calor y
enrojecimiento?
—Te ruborizas, sí. ¿Has estado experimentando esas cosas?
Asentí, casi con miedo a admitirlo.
—Entonces June Bug, GT Thompson te ha flechado.
¿Tenía razón? ¿Era eso lo que me pasaba? ¿Estaba flechada?
El intenso torbellino de emociones me resultaba demasiado
abrumador para procesarlo. Me distancié mentalmente de los
sentimientos que experimentaba. Era casi como si pudiera verlos,
una masa desordenada de colores, como un grueso ovillo de hilo
multicolor.
Una parte de mí no entendía por qué la gente se sometía a esto a
propósito. La ansiedad y el miedo que implicaba el proceso de
emparejamiento humano eran desagradables.
Pero también era estimulante. Junto a mi nerviosismo por la
velada había una sensación de anticipación. Un cosquilleo de
excitación ante la idea de volver a ver pronto a George. El recuerdo
de sus labios rozando el dorso de mis dedos aún estaba fresco y me
encontré mirándome la mano.
Había tocado esta mano. La había tomado. La había besado
ligeramente. Y lo había disfrutado mucho.
—¿June?
—Lo siento, ¿qué has dicho?
Cassidy volvió a sonreír.
—He dicho que sé que probablemente estés nerviosa, pero no
tienes por qué estarlo y también tienes que dejarme maquillarte.
—No uso maquillaje.
—Sólo un poco. —Se llevó las manos al pecho—. Por favor, June
Bug. Por favor, un gran por favor con un montón de azúcar y una
cereza encima.
—En la mayoría de las demás especies animales, son los machos
quienes deben impresionar a las hembras con muestras de atractivo
físico. Desde un punto de vista evolutivo, tiene más sentido que el
macho se adorne con rasgos que lo hagan bello como medio de
atraer a una pareja y que las hembras posean rasgos que les
permitan proteger mejor a sus crías.
—Bueno, no somos pavos reales; así que, qué tal si te dejas poner
un poco de delineador.
—Está bien, pero no demasiado.
Aplaudió y chilló.
La puerta principal se abrió y Jonah entró.
—Hola, ¿qué están haciendo chicas?
—Estoy ayudando a June a prepararse para su cita.
—¿Una cita? Bien por ti, Juney.
—¿Y tú, Jonah? —preguntó Cassidy, alzando las cejas—. ¿Planes
para esta noche?
—No, no hay planes. —Hizo un gesto con el pulgar hacia las
escaleras—. Voy a ducharme.
Cassidy parecía dispuesta a decir algo más, pero cerró la boca.
Entrecerró los ojos cuando Jonah subió las escaleras.
—Tenemos que conseguirle una cita a ese hombre.
—¿Nosotras, como tú y yo? Porque creo que Scarlett es más
adecuada para las actividades de casamentera que yo.
—Quise decir nosotras genérico —dijo—. Scarlett ya está
murmurando que sigue soltero. ¿Crees que está aquí reparando un
corazón roto o algo así? ¿Te ha dicho algo?
—No ha compartido muchos detalles de su vida antes de Bootleg
—dije.
—Hum —dijo, cruzándose de brazos—. Es un hueso duro de roer.
Pero ya llegaremos a él. Por ahora, siéntate para que pueda
empezar.
Me sentó a la mesa del comedor y, tras muchas instrucciones,
«mirar hacia arriba, hacia abajo, separar los labios, frotarlos», dio un
paso atrás y asintió.
—Estás preciosa. Ve a mirar.
Entré en el cuarto de baño y encendí la luz. Lentamente, me miré
en el espejo.
Cuando me vi, volví a sentir un cosquilleo en la barriga. No había
usado mucho maquillaje y los colores parecían muy naturales.
Seguía pareciéndome a mí misma. Sólo que… un poco más elegante.
Más pulida, quizás.
Se paró en la puerta y se apoyó en el marco.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Tuve que apartar de nuevo esa gran maraña de sentimientos antes
de poder contestar.
—Esto es bastante satisfactorio.
—Me alegro de que te guste. Ahora vamos arriba a vestirte antes
de que llegue tu cita.
Capítulo 10
George
Esto se sentía extrañamente como la escuela secundaria.
Me paré en el porche de June Tucker, medio esperando que su
padre abriera la puerta y me preguntara por mis intenciones con su
hija. No sabía por qué. June era una mujer adulta y no creía que
viviera con sus padres. Había tres autos estacionados fuera, dos en
la entrada y uno en la calle. Quizá tuviera compañeros. Aunque, por
lo que sabía de ella, no parecía ser de las que compartían casa.
Su casa estaba arreglada, con un pequeño porche delantero y una
puerta de color rojo oscuro. Las luces brillaban a través de las
rendijas de las cortinas.
Un cosquilleo de nerviosismo me recorrió la espalda. Esbocé una
sonrisa. ¿Cuándo había sido la última vez que me había puesto
nervioso antes de una cita? Quizá por eso aquello me recordaba a
cuando era adolescente.
No fue el sheriff Tucker quien respondió a mi llamada, pero
tampoco era June. Reconocí al hombre que abrió la puerta como uno
de los Bodine del otro día. Había estado asando en la parte trasera
de esa camioneta. ¿Qué hacía aquí?
—Hola, GT —dijo, abriendo la puerta y haciéndose a un lado—.
Entra.
—Gracias.
—Jonah Bodine —dijo—. Nos conocimos el otro día. Soy el
compañero de casa de June.
—Cierto, la parrilla en la camioneta.
Sonrió.
—Sí. Mis hermanos son… bueno, nunca hay un momento
aburrido.
—Fue una buena hamburguesa.
—Sí, gracias. Creo que June bajará en un segundo. Está arriba con
su hermana. Siéntete como en casa.
Jonah fue a la cocina, donde había algo chisporroteando en el
fogón. Olía bien, a salsa de soja y jengibre.
La casa de June no era para nada como me la había imaginado.
Era más acogedora de lo que esperaba. El salón tenía una chimenea
de ladrillo y un sofá con grandes almohadas mullidas y mantas.
Había otro sillón cerca de la ventana y varias estanterías repletas de
libros.
Me acerqué a la chimenea. Tenía unas cuantas fotos en la repisa.
En una estaban ella y la mujer que había visto en el bar la noche
anterior; debía de ser su hermana. En otra estaban las niñas con sus
padres. El sheriff Tucker estaba detrás de June, y una mujer que
claramente era su madre estaba al otro lado. La tercera foto era June
con su padre.
En todas ellas, June lucía la misma sonrisa tenue. Sólo un sutil
giro de sus labios. Era tan claramente «ella». A primera vista parecía
carecer de emociones. Pero yo podía ver la profundidad que se
escondía detrás de esos bonitos ojos. June Tucker era mucho más de
lo que parecía a primera vista.
Y si ella me dejaba, quería ser quien la descubriera.
Unos pasos bajando las escaleras me hicieron girarme. Parecían
sacados de una película de los ochenta. June daba cada paso con
cuidado, como si se moviera a cámara lenta. Iba vestida con un top
negro de escote en pico que se ajustaba perfectamente a sus curvas.
Jeans oscuros y botines. Su pelo rubio colgaba en ondas alrededor de
su cara. Tenía los ojos verdes brillantes y los labios rosados y
brillantes.
Observé, cautivado, cómo bajaba las escaleras. Su hermana la
siguió, pero se detuvo a mitad de camino.
—Vaya —dije—. Estás preciosa.
—Cassidy me maquilló. —Se quedó quieta al pie de la escalera,
como si se le hubieran atascado los pies—. No estaba segura de que
fuera necesario, pero me dio un argumento tan convincente que
acepté.
Acorté la distancia que nos separaba.
—Te ves bien siempre, pero hizo un gran trabajo.
June se inclinó más hacia mí y respiró profundamente por la
nariz.
—Hueles extremadamente agradable esta noche.
Por el rabillo del ojo, vi a Cassidy hacer una mueca de dolor.
—Gracias. —Me incliné, acercando mi cara a su pelo e inhalé
profundamente—. Tú también hueles muy bien. ¿Hemos hablado
del impacto del olor en el cerebro?
—No recuerdo que lo hayamos hecho.
—Deberíamos. Es extraordinario. —Puse mi nariz en su pelo y
volví a olerla. Su aroma me llegó directamente a la cabeza, como un
trago de buen whisky—. Una vez leí que nuestro sentido del olfato
está directamente conectado al sistema límbico.
—La parte más antigua del cerebro —dijo June, con la voz
entrecortada.
—La parte primitiva del cerebro. —Como no se alejaba, respiré
hondo otra vez. Dios, ella olía bien.
Fue entonces cuando recordé que no estábamos solos. Jonah
estaba en la puerta de la cocina y Cassidy seguía en los escalones.
Ambos nos miraban boquiabiertos.
Mantuve mi atención en June.
—¿Vamos?
—Sí.
Le ofrecí el brazo, pero vaciló, juntando las cejas y mirándome con
confusión. Le cogí la mano y se la metí por el pliegue del codo.
—Oh. Cierto.
Su mano era pequeña contra mi brazo, con las uñas cortas y sin
pulir. Era una mujer de lo más natural y eso me encantaba de ella.
Sin juegos. Sin planes. Tan diferente de las mujeres que siempre nos
habían rodeado cuando jugaba futbol americano.
Incliné la barbilla hacia Jonah y Cassidy.
—Pasen una buena noche.
—Buenas noches a las dos —dijo Cassidy con una sonrisa. Meneó
los dedos hacia su hermana.
Conduje a June hasta mi auto, abrí la puerta del acompañante y la
cerré después de que entró. Estaba sentada con la espalda rígida y
las manos juntas en el regazo. No sabría decir si estaba nerviosa o si
se sentaba así cuando iba en auto.
Se había relajado bastante rápido cuando bailamos la noche
anterior. Sentir cómo se fundía conmigo mientras nos mecíamos al
ritmo de la música había sido enormemente gratificante. Sabía que
June iba a ser un misterio. No era como la mayoría de las chicas y, si
quería conocerla mejor, iba a tener que seguir sus reglas.
No me importaba. Era intrigante. Un poco inusual y a menudo
directa. Pero intrigante de todos modos. Un desafío. Yo era un tipo
competitivo. No podía resistirme a un buen reto.
Entramos en el estacionamiento de Bowl and Skate. Estaba lleno
de autos, pero encontré un sitio a un lado.
June me miró.
—¿Bolos? ¿O patinar? Debo advertirte que no domino ninguna de
esas actividades y parece que está lleno.
—No estamos aquí para jugar a los bolos —dije—. Ni a patinar.
Hay un torneo de bolos esta noche. Pensé que podríamos ser
espectadores. No es exactamente un partido de futbol americano, ni
siquiera de beisbol. Pero es lo mejor que pude hacer con tan poco
tiempo.
June sonrió. Sus labios se entreabrieron, con las comisuras hacia
arriba, en una sonrisa sincera. Se le iluminó la cara y le hizo brillar
los ojos. Me hizo sentir como si acabara de anotar un touchdown.
—¿Estamos aquí para «ver» los bolos?
—Así es. ¿Te parece bien?
—Sí. Suena genial.
Salí del auto, pero ella ya estaba fuera antes de que pudiera
abrirle la puerta. Lo compensé sosteniendo la puerta abierta cuando
entramos en la bolera.
El estruendo de las bolas rodando por las pistas y el chasquido de
los bolos al caer llenaban el aire. Todas las pistas estaban llenas, una
variedad de gente con camisetas chillonas de la liga de bolos. El olor
a aros de cebolla, papas fritas y cerveza se mezclaba con el
desinfectante que el encargado rociaba en los zapatos de alquiler
para mantenerlos limpios. Alguien hizo un strike en la pista cuatro y
el equipo estalló en vítores.
Puse la mano en la espalda de June y la guie a través de un nudo
de gente. La mayoría estaba cerca de las pistas, no había muchos
espectadores, así que encontramos una pequeña mesa cerca del
mostrador de zapatos.
En un extremo de la mesa había varios menús plastificados. Le
entregué uno a June y eché un vistazo a las opciones. Era la típica
comida de bolera. A mí todo me sonaba bien. Definitivamente
probaría los aros de cebolla.
—¿Qué se ve bien? —pregunté.
Ladeó la cabeza mientras estudiaba el menú.
—Me gusta casi todo lo que ofrecen. Especialmente los aros de
cebolla.
¿Aros de cebolla? Maldición, me gustaba.
—Estoy de acuerdo contigo.
No había meseros, así que me levanté y pedí en la barra. Traje una
jarra de cerveza y serví dos vasos.
June observaba a los jugadores de bolos, sus ojos recorrían los
marcadores. Me preguntaba qué pasaría por su aguda mente. El
mesero nos trajo la comida, que olía grasienta y deliciosa, y ambos la
probamos.
Nunca hubiera pensado que ver un torneo de bolos pudiera ser
tan divertido. Pero ver a June divertirse y escuchar sus cálculos y
predicciones era fascinante. Sabía cosas sobre los orígenes de los
bolos, porque claro que las sabía. Sus ojos brillaban y su sonrisa
iluminaba la habitación mientras devoraba comida frita y observaba
el torneo.
Me hizo recordar otras citas que había tenido. Restaurantes caros
con menús de lujo. Clubes exclusivos. Trato VIP. Aquellos días
habían tenido cierto atractivo. Era divertido que te trataran como a
un pez gordo; incluso yo podía admitirlo.
Pero nunca había estado tan relajado en una cita. Podía descansar,
atiborrarme de aros de cebolla y papas fritas y desconectarme. Sin
presiones. Sin preguntarme si mi cita estaba conmigo sólo por mi
estatus o mi dinero. June era una fan, pero no parecía importarle
una mierda mi fama y era una cosa más en la creciente lista de
razones por las que me gustaba.
—¿Ya has elegido un ganador? —pregunté, señalando a los
equipos.
—Es probable que sea «No puedo creer que no se fuera por los
canales».
Eché un vistazo a los marcadores.
—Parece que van terceros. ¿Crees que se pondrán por delante?
—Sus jugadores más fuertes juegan los últimos bolos de la
rotación, así que sospecho que su puntuación mejorará
considerablemente en las últimas fases del juego.
—No se puede discutir con esa lógica.
Nos quedamos mirando un rato más y terminamos de comer.
Necesitaba ir al baño, así que me excusé y dejé a June en la mesa.
Cuando salí del baño, el estruendo de las bolas de bolos había
sido sustituido por fuertes voces. Había estallado una discusión
entre los equipos de las pistas seis y siete. Un grupo de jugadores
con camisetas fucsia, «Los saca pinos», se enfrentaba a «Los rompe
bolas», en verde neón.
La mayoría de los demás jugadores habían dejado de jugar,
concentrados en el altercado. Miré a mi alrededor, preguntándome
si habría algún oficial de la liga o algún directivo que pudiera
intervenir. ¿Había árbitros en los torneos de bolos?
—Se ha pasado de la raya —dijo un hombre de fucsia, señalando
con el dedo a uno de sus adversarios en verde—. Es falta. No hay
puntos.
—¡Patrañas! No se pasó de la raya. Es un semipleno.
Una mujer entró directamente en el altercado. Una mujer que se
parecía inquietantemente a June. Eché un vistazo rápido a nuestra
mesa. Estaba vacía. «Era» June.
Oh, demonios, «no». No iba a dejar que mi mujer se metiera en
medio de una pelea en un torneo de bolos.
Espera, ¿cuándo había empezado a pensar en June como «mi
mujer»?
Ahora no tenía tiempo para pensar en eso. Al verla meterse en
medio de lo que parecía una pelea inminente, me dispuse a saltar la
barrera para llegar hasta ella. Sentí una oleada de adrenalina y cerré
los puños mientras la seguía a la pista de bolos.
La cara del hombre de verde estaba roja y le temblaba la voz.
—Ahora escucha…
—Estoy harto de escuchar estas tonterías. —El hombre de fucsia
volvió a señalar con el dedo al equipo contrario—. Intentan salirse
con la suya todos los años. No lo toleraré.
June se interpuso entre ellos. Quería agarrarla por la cintura y
sacarla de allí. Evitar que esos locos de los bolos la tocaran. ¿Qué
estaba haciendo?
—Caballeros —dijo June con voz autoritaria. Extendió los brazos
como para alejar a los dos equipos—. Analicemos esto con lógica. Si
«Los saca pinos» tenían de hecho un semipleno, los resultados
relativos del juego no cambiarán. Ellos están actualmente en cuarto
lugar, y un semipleno no moverá su puntuación lo suficientemente
alto como para tomar el tercer lugar.
—Pero si consiguen otro pleno, ese semipleno podría ponerlos al
borde —dijo el hombre de verde.
June puso los ojos en blanco, como si no entendiera por qué tenía
que explicar algo tan sencillo a esa gente.
—La diferencia de puntos ya es demasiado alta. El semipleno en
cuestión no es significativo para la puntuación total. No a estas
alturas del juego.
—Pero…
—Mientras ninguno de los miembros de tu equipo se desvíe de su
media actual, tu posición en tercera está asegurada —afirmó June.
El hombre de fucsia se cruzó de brazos y frunció el ceño.
Agarré la mano de June para sacarla de allí.
—Quiere decir que no lo estropees y que no podrán ganarte.
Eso pareció tranquilizarlo. Lanzó una última mirada al hombre de
verde y ambos equipos volvieron a sus carriles.
Puse mi brazo alrededor de June y suavemente la llevé de vuelta a
nuestra mesa.
—Bueno, eso fue emocionantemente inesperado.
—Y los niños creen que las matemáticas no son importantes.
Me reí. Esta chica era otro nivel.
—Se los demostraste, ¿verdad?
Capítulo 11
June
George sí sabía cómo llevar a una mujer a una cita. Aunque mi
experiencia en citas era limitada, no era inexistente y esta había sido
la mejor cita que había tenido nunca.
Supuse que me llevaría a cenar, lo que habría implicado la
necesidad de mantener una gran conversación. Recordando cómo
me había sentido antes de que George llegara a mi casa, gran parte
de mi ansiedad se debía al temor de no ser capaz de mantener una
conversación satisfactoria para ambas partes durante la comida.
Pero había elegido una alternativa que no sólo había sido más
cómoda, sino que había sido sumamente agradable.
Volvió a ofrecerme su brazo mientras nos alejábamos de nuestra
mesa junto al mostrador de zapatos. Esta vez, puso su otra mano,
esa mano grande y fuerte, sobre la mía y la apretó. Su piel era cálida,
pero no de una forma incómoda y su tacto me hizo querer
acercarme más. Sentir más.
Resultaba extraño que, a pesar del tamaño de George, su
presencia en mi espacio personal no me resultara intrusiva. De
hecho, desde que resolví la disputa por la puntuación entre «Los
saca pinos» y «Los rompe bolas», se había vuelto cada vez más
físico. Me había alejado de los jugadores de bolos rodeándome los
hombros con el brazo en un gesto que parecía protector, tal vez
incluso posesivo.
Me había gustado.
Salimos del Bowl and Skate y condujimos hasta casa. Paró delante
de mi casa y apagó el motor. Una oleada de decepción se apoderó
de mí cuando salió del auto. Era el momento. La cita había
terminado o estaba a punto de hacerlo. En unos instantes, estaría de
vuelta en casa y George se habría ido.
No podía entender por qué me deprimía tanto la idea de dar las
buenas noches. No había nada lógico en la cascada de emociones
negativas que me invadía. Sólo era una cita. No era como si
tuviéramos que despedirnos durante un largo periodo de tiempo.
Mi cerebro parecía comprender la realidad de nuestra situación. Era
muy probable que volviera a verlo mañana mismo.
Pero había otra parte de mí, una parte que parecía rechazar la
lógica y la razón en favor del poder de todos esos «sentimientos»,
que odiaba la idea de que nuestra noche juntos terminara.
Mi Abue siempre había dicho que, ante una situación
desagradable, lo mejor era desplumar a la gallina entera. En este
caso, no había ninguna gallina de por medio, pero entendí lo que
quería decir.
Salí y me dirigí al porche, intentando sacar la llave de mi casa del
bolso. George estaba justo detrás de mí. Prácticamente podía sentir
su presencia a mi espalda. El corazón me latía más deprisa y volví a
sentir vagas náuseas.
—Gracias por llevarme a una cita —dije mientras buscaba a
tientas mi llave—. Me lo he pasado bien.
—¿June?
Su voz me detuvo en seco y eché la cabeza hacia atrás para poder
mirarlo.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?
Se encogió de hombros, con un sutil movimiento, y no rompió el
contacto visual.
—No lo sé. Supongo que por eso pregunto. Parece que tienes
prisa por irte.
—La cita ha terminado.
—¿Ah, sí?
Me di cuenta y se me revolvió el estómago. Esperaba que lo
invitara a entrar. Me había invitado a una cita y creía que acabaría
con una relación sexual.
Sentía como si la sangre se me estuviera drenando de la cara. No
tenía ningún problema con las personas, mujeres u hombres, que
decidían tener relaciones sexuales en una primera cita. O en la
segunda, si eso era esta cita, y la copa de anoche en el Lookout
contaba como la primera. Pero la intimidad física era complicada
para mí y eso no era algo que quisiera tener que explicarle a George
esta noche.
¿Por eso me había invitado? ¿Era su objetivo principal meterse en
mis pantalones, como diría Scarlett?
Parpadeó una vez, sus ojos seguían clavados en los míos, su
mirada intensa. Esperaba que se acercara. Que me apretujara con su
gran tamaño, pero no lo hizo. Su expresión se suavizó y una
comisura de sus labios se crispó, como si estuviera a punto de
sonreír.
—Te lo dije, June Bug, no soy un hombre que lleve sus rituales
humanos de apareamiento demasiado lejos. Sé que vas a entrar sin
mí esta noche.
Oírlo usar mi apodo favorito me produjo extraños efectos
internos. Me hizo sentir acalorada y derretida. Pero esa sensación
pegajosa chocaba con el sentimiento de culpa por haber supuesto
que solo me había invitado a una cita para tener sexo.
Miré hacia abajo.
—Siento haber tenido una impresión equivocada.
Me tocó la barbilla con la punta del dedo y me levantó el rostro
devolviendo la mirada a la suya.
—No te preocupes. Todavía nos estamos conociendo.
—Si aún no te has enterado, creo que es justo que te informe de
algo.
Su ceño se frunció y nunca me había dado cuenta de lo
intensamente sexy que resultaba eso en un hombre.
—¿Qué?
—No soy muy buena en esto.
—¿No eres buena en qué? ¿Diciendo buenas noches?
Sacudí la cabeza.
—Citas.
Sonrió, pasando la yema del dedo por mi mandíbula.
—Creo que lo estás haciendo bien.
—Gracias. Tú también. Eres claramente muy competente.
—En los rituales humanos de apareamiento.
—Sí.
—No estoy seguro de serlo. —Me pasó el dedo indice desde la
frente hasta la sien y me recogió el pelo detrás de la oreja.
—¿Por qué no?
—Es nuestra segunda cita y aún no te he besado. ¿O es nuestra
tercera? Peor aún.
—Bueno, se podría argumentar…
Me puso el dedo en los labios.
—Sí, podríamos discutir si hemos tenido una cita antes de esta
noche. Pero preferiría besarte. ¿Qué te parece?
Besarnos en el porche de mi casa sonaba atractivo. Mis ojos se
dirigieron a su boca. Tenía los labios carnosos y se le levantaban las
comisuras.
Asentí y apartó el dedo de mis labios.
Mi corazón latía furiosamente. Si no fuera por mis sólidos
conocimientos de anatomía humana, me habría preguntado si
podría magullarse contra mis costillas. Me hormigueaban los dedos
de las manos y de los pies, y no podía apartar los ojos de la boca de
George. Esos labios. Esa mandíbula cuadrada y robusta y esos
hoyuelos en las mejillas.
Volvió a apartarme el pelo de la cara y me lo colocó del otro lado
detrás de la oreja. Qué gesto tan misteriosamente encantador.
Instintivamente, incliné la barbilla hacia arriba para recibir mejor
sus labios. A juzgar por su trayectoria, parecía que el ángulo óptimo
sería…
Y entonces nuestras bocas se tocaron, y mi mente se quedó en
blanco.
Unos labios suaves y húmedos ejercieron una suave presión sobre
los míos, y mis ojos se cerraron. Su mano me rodeó la nuca y sus
dedos se deslizaron por mi pelo. Un cosquilleo se extendió por mi
piel, intensificado por la aspereza de su barba.
Sin pensarlo, me acerqué a él y dejé que mis manos se apoyaran
en su torso. Las yemas de los dedos y las palmas descubrieron las
crestas musculares bajo su camisa. La combinación de aspereza y
suavidad, dureza y calidez, hizo que un escalofrío recorriera mi
espalda y que el calor se agolpara en mi interior.
Metió mi labio inferior en su boca y lo recorrió con la lengua. Me
aferré a su camisa, atrayéndolo más hacia mí, y su agarre se hizo
más fuerte. Nuestras lenguas se tocaron, primero sólo las puntas.
Luego se deslizaron la una contra la otra en un largo y lánguido roce
que prácticamente hizo que me temblaran las rodillas.
Un ruido bajo vibró en su garganta, un zumbido que era casi un
gruñido. Tiró de mí y me rodeó con sus brazos, envolviendo mi
forma mucho más pequeña.
Había piel y movimiento y el desaliño de su mandíbula. Lenguas
cálidas y bocas húmedas. Todo era tan abrumador. Me ahogaba en
un torrente de sensaciones.
Su agarre de mi cabeza se aflojó mientras se retiraba poco a poco.
Intenté seguirlo; aún no estaba preparada para dejar de besarlo. Lo
sentí sonreír contra mi boca antes de que volviera a besarme. Un
último beso que me dejó sin aliento, que me robó el alma.
Cuando se apartó de mí, me sentí brevemente desorientada.
Parpadeé un par de veces y estiré la mano para tocar la puerta,
como si la madera maciza pudiera aferrarme a la realidad. La
cascada de sensaciones físicas que seguían estimulando mi sistema
nervioso era casi demasiado para procesarla.
—¿Puedo llamarte? —preguntó George.
—¿Qué? Oh. No.
Se inclinó un poco hacia atrás y levantó las cejas.
—¿No?
—Aún no hemos intercambiado números de teléfono. Sería
imposible que me llamaras.
Sonrió.
—Tienes razón, formulé mal la pregunta. ¿Me das tu número para
que pueda llamarte?
—Sí, claro que te lo doy.
Intercambiamos números, mi corazón seguía latiendo tan fuerte
que hacía rugir la sangre en mis oídos.
—Te llamaré —dijo—. Buenas noches, June Bug.
—Buenas noches, George.
Entré y cerré la puerta tras de mí.
Jonah levantó la vista del sofá. La televisión estaba encendida.
—Hola, Juney. ¿Qué tal tu cita?
—Mágica.
Capítulo 12
June
George llamó al día siguiente. Cassidy estaba bastante
impresionada y, a decir verdad, yo también. No parecía el tipo de
hombre que promete llamar si no piensa hacerlo. Pero por lo que
sabía de los hombres, ese era un problema común y no era muy
buena leyendo a la gente.
Me pidió que volviéramos a vernos y, desde luego, no puse
ninguna objeción. Cuando me di cuenta, había pasado una semana
entera y había pasado tiempo con George todos los días.
Llegó el sábado por la noche y tuve que hacer mi visita semanal al
Pop In. Normalmente habría ido mucho antes, se estaba haciendo
tarde, pero había estado con George todo el día.
Mis horarios eran un completo desastre después de compartir
tantas comidas con él. Pero no me importaba. Trasladé al congelador
algunos productos que no había utilizado, reformulé mi plan para la
semana siguiente e hice una lista de la compra truncada. Problema
resuelto.
Además, valía la pena alterar mi rutina para tener citas con
George.
Me estacioné delante del Pop In, pero al entrar casi me choco con
mi hermana que salía por la puerta.
—Juney —dijo, sonando sorprendida. Llevaba el uniforme de
ayudante del sheriff.
—¿Estás de servicio?
—No, acabo de salir, pero estaba a punto de llamarte.
—¿Por qué?
Miró a su alrededor y bajó la voz.
—Ha pasado algo con el caso de Callie Kendall. Algo enorme. La
familia de Bowie va a venir a nuestra casa para que pueda
explicárselo.
Miré la bolsa de la compra que llevaba en la mano.
—¿Qué es eso?
—Postre —dijo—. Me apetecía… bueno, es una gran noticia, y
pensé que todos agradeceríamos un poco de azúcar para
acompañarla.
—¿Qué noticia hay?
Volvió a mirar a su alrededor. ¿Le preocupaba que la escucharan?
—Aquí no hay nadie que escuché nuestra conversación —dije—.
Creo que puedes hablar libremente…
—Lo sé, Juney. —Me agarró del brazo y me apartó de la puerta—.
Esto es importante. Pronto se correrá la voz, pero… no puedo creer
que esté a punto de decir esto en voz alta. —Hizo una pausa,
respirando hondo—. Han encontrado a Callie Kendall.
Parpadeé, sin saber qué decir.
—¿Es una broma o algún tipo de sarcasmo? Porque sabes que no
entiendo el sarcasmo.
—No, no es sarcasmo. Ven a mi casa, ¿sí? Se lo explicaré a todos a
la vez.
No sabía qué responder a aquello ¿Había dicho de verdad sobre
que habían encontrado a Callie Kendall? Simplemente fui a mi auto
y seguí a Cassidy hasta su casa.
Bowie y ella compartían lo que antes había sido un dúplex. Se
habían embarcado en un proyecto de remodelación para unir sus
dos mitades en una sola casa. El nuevo diseño era espacioso y
abierto, ahora que la mayor parte de la pared central había
desaparecido. Estaba mucho menos polvoriento que la última vez
que la había visitado, pero aún había herramientas eléctricas y pilas
de materiales de construcción y madera.
Eddie, el gato de Cassidy, bajó las escaleras dando saltitos y pasó
junto a mi hermana cuando subía a cambiarse de ropa. Sentí
cosquillas en la nariz nada más verlo. Era alérgica a los pelos de las
mascotas, sobre todo de la variedad felina. Normalmente venía
preparada con pañuelos de papel, pero este había sido un desvío
sorpresa. Olfateé, esperando que sus dos gatos mantuvieran las
distancias.
Un zumbido de expectación me recorrió mientras esperaba a que
llegaran todos, procesando lo que Cassidy había dicho. En una
ocasión había calculado que la probabilidad de que el caso de Callie
Kendall se resolviera era inferior al cuatro por ciento, con una tasa
de disminución de cero punto seis por ciento al año.
En otras palabras, me sorprendió esta noticia.
Bowie bajó vestido con una camisa de punto y jeans. Cassidy lo
seguía con un suéter azul holgado y unos leggings. Se recogió el pelo
en una coleta mientras caminaba.
—Hola, Juney —dijo Bowie.
El otro gato de Cassidy, George gato, ahora lo llamaba «George
gato» para diferenciar entre George humano y George felino, se
enroscó alrededor de mis piernas y frotó su cara contra mi zapato.
—No entiendo por qué tus gatos me encuentran tan interesante —
dije—. Es como si tuvieran un impulso instintivo de molestar a las
personas menos propensas a prestarles atención.
—Sólo están siendo amistosos —dijo Cassidy—. Ven aquí,
George. Deja en paz a June, la harás estornudar.
Me senté en el sofá de su recién ampliada sala. Aunque todavía se
notaba el caos del proyecto de remodelación, su casa era bastante
habitable. Incluso acogedora.
No tardaron en llegar el resto de los Bodine y sus parejas, los que
las tenían. Scarlett y Devlin. Jameson y Leah Mae. Jonah estaba allí,
vestido como si acabara de salir del gimnasio. Gibson llegó de
último, oliendo a madera y tinte. Debía de estar trabajando cuando
Cassidy llamó.
—Gracias a todos por venir —dijo Cassidy. Se paró frente al
grupo reunido a su alrededor, algunos sentados en el sofá o en
sillas, otros en el suelo. Gibson estaba a mi lado, apoyado en la
pared—. No hay forma de minimizar la conmoción por lo que voy a
decir, así que lo diré sin más. Han encontrado a Callie Kendall esta
mañana.
Se hizo un silencio estremecedor, que duró un latido, antes de que
la sala se llenara de ruido y todos hicieran preguntas a la vez.
—¿Hablas en serio?
—¿Dónde?
—¿Quién la encontró?
—¿Qué ha pasado?
Bowie levantó las manos en señal de silencio.
—Vamos. Cállense y déjenla hablar.
—Está bien, reaccionamos igual en la comisaría cuando nos
dieron la noticia —dijo Cassidy—. Esto es lo que sé. La recogieron
esta mañana temprano en una carretera a las afueras de un
pueblecito llamado Hollis Corner, a unas cinco horas de aquí. No
llevaba nada encima, sólo la ropa que llevaba puesta. El camionero
la llevó al hospital más cercano. Contactaron con la policía local y
con sus padres.
—Dios mío —dijo Scarlett tapándose la boca con las manos.
Cassidy respiró hondo. Por la forma en que estaba parada, me di
cuenta de que estaba cansada.
—Una vez que el personal del hospital dio el visto bueno, la
policía local la interrogó. Tomaron una larga declaración. Después
nos llamaron.
—¿Están seguros de que es ella? —preguntó Devlin.
—El propio juez Kendall fue ahí y dio una identificación positiva
—dijo Cassidy.
—¿Qué le pasó? —preguntó Scarlett—. Esto me está matando.
¿Por qué desapareció?
—Según el informe que dio a la policía de Hollis Corner, había
conocido a un chico por Internet. Era mayor, de unos veinte años,
así que no se lo dijo a nadie. La convenció para que huyera con él.
—¿Qué? —chilló Scarlett.
Cassidy asintió.
—No fue a casa aquella noche porque huyó para estar con él.
Atravesó el bosque y pidió un aventón para salir del pueblo,
intentando llegar a Perrinville. El tipo que había conocido tenía un
billete de autobús esperándola.
—¿Por qué demonios no vino a buscarla él mismo? —preguntó
Scarlett.
—No lo sé —dijo Cassidy—. El informe no responde a eso. Tal
vez no tenía auto.
—¿Pidió un aventón? —preguntó Jameson.
Casi podía oír la pregunta sin respuesta. ¿Había sido su padre
quien la había recogido?
—Dijo que tu padre paró y la llevó.
—Mierda —dijo Jameson en voz baja.
—No llegaron hasta Perrinville —continuó Cassidy—. A un
kilómetro y medio del pueblo, casi choca con un ciervo. Frenó de
golpe para esquivarlo. Se golpeó la cara contra el salpicadero.
—Sangre en su chaqueta —dijo Scarlett en voz baja.
—Sí. El informe no aclara qué pasó exactamente en ese momento,
ni por qué se dejó la chaqueta. Sólo que continuó hacia el pueblo a
pie y tomó el autobús.
—Esto podría explicar la presencia de sus huellas en el auto de tu
madre —dije.
—Podría ser, aunque no sé por qué habría estado conduciendo el
auto de nuestra madre —dijo Bowie.
—Sabemos que lo condujo unos días después —dijo Jameson—.
Tal vez su camioneta estaba averiada en ese momento.
Bowie se encogió de hombros.
—Podría haber sido. No lo recuerdo con seguridad.
—Espera —dijo Scarlett—. Si Callie se fugó con un tipo que
conoció por internet, ¿por qué desapareció tanto tiempo? ¿Se casó
con él y se mudó a Australia o algo así?
—No, no creo que se casara con él —dijo Cassidy—. Al menos no
legalmente. Resulta que el tipo que había conocido estaba en una
secta.
—¿Qué? —Scarlett volvió a chillar y Devlin le frotó la espalda
como para calmarla.
—Sí. La atrajo para que huyera con él y la mantuvo prisionera en
el recinto donde vivían. No la dejaba salir. Finalmente escapó esta
mañana.
—¿Cómo? —preguntó Jonah.
—El informe dice que hace un par de días el líder de la secta
decidió que tenían que mudarse. Describió la situación en su
complejo como «caótica». Parece que todos se apresuraban a salir de
allí antes de que los atacaran demonios o algo así. —Cassidy negó
con la cabeza—. De todos modos, Callie se escondió y se fueron sin
ella.
—¿Volvieron por ella? —preguntó Jonah.
—No lo sabe. La policía de Hollis Corner lleva todo el día
asegurándole a mi padre que «lo tienen todo bajo control». —
Cassidy puso los ojos en blanco—. Pero ellos tampoco lo saben.
Hasta yo me daba cuenta de que Cassidy estaba siendo sarcástica.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Scarlett—. ¿Todavía en el
hospital?
—No —dijo Cassidy—. El juez Kendall la sacó de allí en cuanto le
dieron el alta.
—¿Simplemente la dejaron ir? —preguntó Scarlett.
—Era una persona desaparecida, no sospechosa de un delito —
dijo Cassidy—. Y no tenía ninguna lesión que justificara su
hospitalización. Con una identificación positiva de su padre, no
había razón para mantenerla allí. Si yo hubiera estado en el lugar,
habría hecho más. Habría hecho más preguntas. Habría tomado
huellas. Algo.
—Espera… ¿no tomaron huellas dactilares? —preguntó Devlin.
Cassidy volvió a poner los ojos en blanco.
—Las notas del informe dicen que les costó mucho conseguir que
cooperara debido a su «estado traumático». Creo que tuvieron que
convencerla para que contara la historia. Y cuando apareció su
padre, no dejó que nadie se le acercara.
—Supongo que tiene sentido que su padre intente protegerla —
dijo Jonah.
—Lo sé y no quiero ser insensible al respecto —dijo Cassidy—.
Simplemente no creo que el departamento de policía de Hollis
Corner hiciera su trabajo tan bien como debería.
—No puedo creerlo —dijo Scarlett—. Callie está viva.
La sala se quedó en silencio durante un largo momento. Parecía
como si todos estuvieran luchando por digerir esta noticia que tenía
profundas ramificaciones para la familia Bodine. El nombre de su
padre quedaría limpio. Por no hablar de lo que iba a significar para
el pueblo en su conjunto.
Bowie rodeó a Cassidy con el brazo y ella se apoyó en su pecho.
Scarlett sacudió la cabeza lentamente mientras Devlin le frotaba la
espalda. Jameson sostuvo la mano de Leah Mae entre las suyas.
Jonah se quedó mirando al suelo. Había llegado al pueblo más o
menos cuando su difunto padre se había convertido en una persona
de interés en el caso. Siempre había tenido la impresión de que no
apreciaba mucho al hombre que le había dado su nombre.
—¿Estás bien, Gibs? —preguntó Scarlett.
Todas las miradas se dirigieron a Gibson. Tenía los brazos
cruzados y su gélida mirada azul estaba fija en algo cercano a sus
pies.
—Eso es todo, entonces —dijo, su voz un gruñido bajo. No sabría
decir si era una afirmación o una pregunta. Se dio la vuelta y salió
por la puerta, que se cerró con un golpe.
—Por favor, no me digan que está enojado porque papá es
inocente —dijo Scarlett—. Quiero decir, sé que estaba involucrado si
le dio un aventón. No sé en qué estaba pensando, pero no hizo nada
«terriblemente» malo. Callie pudo haberle dicho cualquier cosa para
convencerlo de que la llevara a Perrinville.
—Llevar a una adolescente en auto fuera del pueblo no es
precisamente buen juicio —dijo Bowie—. Desde luego no parece
malicioso.
—Gibs necesita soltar algo de esa rabia que tanto le gusta guardar
—dijo Scarlett—. No es saludable.
—Sí, bueno, no sé si eso es posible en este momento —dijo Bowie.
—¿Por qué papá no se lo dijo a nadie? —preguntó Scarlett—.
Todos esos años, él sabía la verdad y nunca lo dijo. ¿Por qué haría
eso?
—Quizá temía ser sospechoso —dijo Bowie.
—O tal vez había estado bebiendo —dijo Jameson en voz baja—.
También podría haber estado preocupado por meterse en problemas
por eso.
—Pudieron ser las dos cosas —dijo Bowie—. Lo que no entiendo
es por qué se quedó con la chaqueta de ella.
—Quizá pensó que algún día sería importante —dijo Jameson.
Scarlett golpeó el cojín del sofá con el puño.
—Estoy tan enfadada con papá ahora mismo.
—Sospecho que albergaba un gran sentimiento de culpa por
mantener ese secreto, fuera cual fuese su razón —dije.
—Sí, probablemente tengas razón —dijo Scarlett—. Gracias,
Juney.
—Debe haber sido un secreto terrible de guardar —dijo Jonah.
Todos callaron un momento. El propio Jonah era un secreto que
su padre había guardado. Estaba a punto de señalarlo cuando
Jameson habló.
—¿Crees que mamá sabía la verdad?
—Apuesto a que no lo sabía —dijo Bowie—. Ella habría hecho que
papá se presentara y ya sabemos que le ocultó cosas.
Jonah se aclaró la garganta.
Bowie le dio una palmada en la espalda.
—Creo que hablo por todos cuando digo que me alegro de que
seas un secreto que ya no es secreto.
—Claro que sí —dijo Scarlett. Se acercó y le apretó el brazo—.
Aunque seas aún otro hermano y no hermana.
Jonah sonrió.
—Gracias, Scar. Gracias a todos.
Scarlett se hundió contra Devlin.
—Siento que estoy en shock. No sé qué pensar ahora mismo.
—Va a llevar tiempo asimilarlo —dijo Bowie—. Y tenemos que
hablar con Jayme, sólo para asegurarnos de que no hay más
ramificaciones legales que debamos conocer.
—Supongo que los padres de Callie se equivocaron con ella —dijo
Leah Mae—. Deben estar sintiendo muchas cosas esta noche,
teniéndola de vuelta.
Incluso yo sentí una punzada de emoción ante aquello. Sus padres
no sólo la creían muerta, sino que siempre habían creído que su hija
se había suicidado. Que de repente estuviera viva debió de ser un
shock y una alegría para su familia.
—¿Qué les parece si brindamos? —preguntó Bowie antes de
desaparecer en la cocina. Cassidy lo siguió y volvieron con una
botella de whisky y vasos. Bowie sirvió una pequeña medida del
líquido ámbar para cada uno y Cassidy los repartió.
Bowie levantó su copa.
—Por Callie Kendall. Que su regreso a su familia y a la sociedad
sea lo más tranquilo y feliz posible.
—Por Callie —dijimos todos, y luego tomamos nuestro whisky.
Giré el vaso en mi mano, escuchando mientras la conversación
continuaba. Especulaban sobre cómo había sido la vida de Callie,
viviendo con una secta. Cómo había conseguido atraerla el hombre
que había conocido. Adónde había ido la secta y si la policía pudiera
localizarlos.
Pero había algo que cosquilleaba en el fondo de mi mente. Había
algo en la historia de Callie que me molestaba, como una pieza de
un rompecabezas que no acababa de encajar. No sabía por qué, pero
tenía la persistente sospecha de que había algo más en su historia
que aún no se había dicho.
Capítulo 13
George
Era tarde cuando sonó mi teléfono. La llamada de June me
sorprendió. Habíamos almorzado juntos y dimos un paseo por el
lago. Dijo que esta noche estaba ocupada, así que estaba en el sofá
en pijama viendo una película cuando llamó.
Ver su número en mi pantalla me hizo sonreír.
—Hola, June.
—Pido disculpas por lo inesperado de mi llamada —dijo.
—No hace falta que te disculpes. Me alegro de que hayas llamado.
¿Qué pasa?
—Esta tarde me he enterado de una noticia sorprendente.
—¿Va todo bien?
Tomó aire.
—Sí, todo bien.
—Qué bien. ¿Quieres venir y contármelo?
—Creo que sí, sí.
—Ven aquí. Te enviaré la dirección.
—Gracias.
Unos cinco minutos después, la oí estacionarse fuera. Llamó a la
puerta y la dejé entrar.
—Hola. —Tomé su mano entre las mías mientras cerraba la
puerta tras ella. Me la llevé a los labios para darle un beso.
—Hola. Me gusta cuando haces eso.
—¿Qué, esto? —Volví a besar el dorso de sus dedos.
—Sí, eso. Se siente muy bien.
Esta vez me incliné para besar sus labios, pero no me entretuve.
Se había acercado para hablar y pude ver la tensión en sus ojos.
Señalé el sofá y nos sentamos.
—¿Qué te pasa? Dijiste que todo estaba bien, pero pareces un
poco alterada.
—¿Estás al tanto del caso de Callie Kendall? —preguntó.
—Un poco —dije—. ¿Es la chica que desapareció?
—Sí. Este verano hará trece años. La encontraron esta mañana.
Levanté las cejas.
—¿La encontraron viva?
Asintió.
—Sí, sorprendentemente. Las probabilidades no eran altas, pero
es importante tener en cuenta que, aunque las estadísticas pueden
predecir la probabilidad de los resultados, sigue habiendo casos que
constituyen la parte minoritaria.
—Cierto. Aunque haya un noventa y nueve por ciento de
posibilidades de algo, aún queda ese molesto uno por ciento.
—Precisamente.
—¿Qué le ha pasado? ¿Lo sabes?
June continuó explicando lo que había escuchado de su hermana.
Shelby me había hablado un poco del caso y había visto los carteles
de personas desaparecidas por el pueblo. El cuadro que June pintó
era impresionante, pero había ocurrido cosas más extrañas.
—El pueblo va a… en realidad, me cuesta predecir lo que van a
hacer —dijo.
—Espero que se alegren de que esté viva y también querrán saber
todos los detalles.
—Sin ninguna duda. Esto es posiblemente lo más grande que ha
pasado en Bootleg Springs desde que desapareció.
Tomé su mano entre las mías, más que nada porque me gustaba
tocarla.
—¿Crees que ya está en las noticias?
—Hasta hace unos treinta minutos, la cobertura de los medios de
comunicación era muy limitada —dijo—. Espero que eso cambie por
la mañana.
—Supongo que tienes razón.

La cobertura de los medios no «cambió» al día siguiente. Explotó.


El sábado por la noche, algunos sitios web de noticias informaron
sobre la posibilidad de que hubieran encontrado a Callie Kendall.
Uno de ellos incluso tenía unas fotos tomadas en el exterior del
hospital cuando salía con su padre.
El domingo por la mañana, la historia estaba en todas partes,
hasta en las noticias nacionales.
Al principio, los informes fueron breves y llenos de advertencias
de que estaban siguiendo el desarrollo de esta noticia de última
hora. El lunes por la mañana, la familia Kendall emitió un breve
comunicado, expresando su gratitud por tener a su hija en casa, y
pidiendo privacidad para su familia.
Los periodistas, sin embargo, parecían decididos a conseguir su
historia, a pesar de las peticiones de privacidad. Sin duda
acamparon frente a la casa de Kendall en Richmond para conseguir
las pocas fotos de ella, la mayoría entrando o saliendo de un
vehículo, que empezaron a circular.
Los medios de comunicación también acudieron a Bootleg
Springs, aunque no en la cantidad que esperaba. June dijo algo
críptico sobre haber «lidiado con esos buitres». Y me imaginé que la
mayoría de los periodistas y blogueros intentarían sacar algo más de
Callie y su familia, no tanto de los residentes de Bootleg Springs.
El miércoles, no parecía haber un alma en Bootleg que no hablara
del milagroso regreso de Callie Kendall. La gente puso globos y
pancartas por todo el pueblo. Se sacaron mesas a las aceras y, a la
hora de comer, estaban llenas de cazuelas, fuentes y montones de
postres. El alcalde lo declaró día festivo. El banco cerró, al igual que
las escuelas. Fuera de la casa de los Kendall, la gente dejaba flores y
ataba globos a la valla.
Los residentes de Bootleg se abrigaron contra el frío y
compartieron comida y bebida con sus vecinos. Brindaron, se
abrazaron, recordaron y teorizaron. Fue todo un espectáculo. Le
envié algunas fotos a Shelby. Estaba decepcionada por no haber
estado aquí, pero dijo que se alegraba por el pueblo. Ambos lo
hacíamos. Ver a la comunidad reunida de esta manera me devolvió
la fe en la humanidad.
El revuelo se calmó y, al cabo de unos días, la vida parecía seguir
con normalidad. Me reuní con Jonah Bodine para hacer ejercicio
unas cuantas veces. Me remojé en una de las aguas termales. No en
la secreta. Todavía no sabía dónde encontrar el formulario de
registro en línea, y no quería que me volvieran a pillar por allí.
Rechacé una invitación a un acto benéfico en Pittsburgh y le pedí a
Andrea que enviara un donativo.
Charlé con los lugareños. Tomé una copa en el Lookout con Bowie
Bodine. Vi ESPN con June. La invité a mi casa para una cita
nocturna.
En general, me estaba adaptando a la rutina de Bootleg. Ya me
había quedado más tiempo del planeado. Originalmente alquilé la
casa por dos semanas y había pasado mucho más que eso. Estaba
haciendo cosas que me parecían sospechosamente como echar
raíces. Aún superficiales, pero esto ya se había convertido en algo
más que unas vacaciones.
Miré por la ventana de la habitación delantera. Tenía una vista
parcial del lago, oculta por algunos árboles. El cielo estaba gris, el
agua cristalina y quieta. Aquello era bonito. Tranquilo y apacible.
No era la primera vez que pensaba en lo mucho que me gustaba este
pueblo.
Pero no era sólo el pueblo lo que me gustaba y sabía que ésa no
era la razón por la que me había quedado tanto tiempo.
No había contado con conocer a alguien aquí, en las montañas de
Virginia Occidental. Ciertamente no había imaginado que conocería
a alguien como June Tucker. ¿Cómo podría haberlo hecho? Era tan
inusual como que el día fuera más largo, y maldita sea, me encanta
eso de ella.
Claro, era franca y a veces me miraba como si la desconcertara,
pero su franqueza significaba que no era una mentirosa. Confiaba en
ella y eso no era algo que me resultara fácil. No después de diez
años jugando al futbol americano, rodeado de fanáticas. Diablos, las
cazafortunas habían empezado a seguirme en la universidad,
incluso antes de que me pagaran por atrapar una pelota. Odiaba
sentarme frente a una mujer, preguntándome si había alguna parte
de mí que le gustara aparte de mi fama y mi dinero.
Normalmente no lo había.
Abrí la puerta del refrigerador y me estremecí ante el vacío que
me recibió. Tenía un recipiente casi vacío de leche semidescremada,
algunos condimentos y un rollo de pepperoni que había traído ayer
a casa.
Cuando llegué por primera vez a Bootleg, recibí varias visitas
sorpresa que aparecían en mi puerta con guisos y postres. Entre eso
y la comida para llevar, me había mantenido bien alimentado.
Sin embargo, las provisiones se estaban agotando y el flujo
constante de vecinos que parecían interesados en alimentarme había
disminuido. En casa, Andrea se encargaba de la compra. Así era más
fácil. Conocía mi horario, así que había planificado mis comidas y se
había asegurado de que tuviera lo que necesitaba para los días que
iba a estar en el pueblo. Una cocinera a tiempo parcial lo preparaba
todo. Nunca tuve que preocuparme de tener comida a mano,
simplemente cogía lo que había y lo calentaba.
Ahora que no jugaba futbol americano y no estaba en casa,
probablemente tenía que empezar a pensar en cosas como hacer la
compra y planificar las comidas.
De momento, tenía uno de los rollos de pepperoni de Clarabell.
Lo saqué del refrigerador y lo metí en el microondas.
Antes de empezar, llamaron a la puerta. June asomó la cabeza.
—Hola —dijo—. ¿Puedo pasar?
Esa chica. Se me calentó la sangre con sólo ver su cara asomando.
—Hola, June Bug. Entra.
Llevaba el pelo recogido en una coleta baja y vestía una chaqueta
gris sobre una camiseta blanca y jeans. Levantó una bolsa de papel
marrón.
—He traído comida. Me disculpo por no haber llamado o
mandado un mensaje antes. Quizá ya hayas comido, pero Cassidy
dijo que podía ser espontánea si incluía comida.
—Tu hermana conoce uno de los principales caminos al corazón
de un hombre —le dije—. Pero puedes pasarte cuando quieras, con
o sin comida.
June sonrió. Cada vez que lo hacía, me daban ganas de hacer un
baile de touchdown. Ya sabía que June no le sonreía a cualquiera.
Me gustaba ser el tipo que la disfrutaba.
Me gustaba ser el tipo que la disfrutaba a «ella».
Entró en la cocina, cogí la bolsa y la dejé sobre la encimera. La
rodeé con los brazos y tiré de ella. Me incliné y junté sus labios con
los míos.
Me rondaban pensamientos por la cabeza. Pensamientos sobre
June, sobre Bootleg y sobre la posibilidad de no volver pronto a
casa, a Filadelfia.
Pero June y yo aún no habíamos tenido ese tipo de conversación.
No habíamos puesto una etiqueta a esto y no estaba seguro de cómo
se sentía acerca de nosotros.
Me aparté, manteniendo mis brazos alrededor de su cintura.
—Me alegra verte.
—Aunque han pasado menos de veinticuatro horas desde que
estuvimos juntos, sentía un fuerte deseo de estar en tu presencia.
Besé la punta de su nariz pecosa.
—Me has echado de menos.
—Sí, supongo que es cierto —dijo ella, como si la idea la
sorprendiera.
Diablos, tal vez lo hizo.
Le di otro beso rápido y la solté para poder sacar la comida que
había traído. El olor hizo que me rugiera el estómago.
—¿Qué hiciste hoy? —pregunté mientras sacaba un recipiente de
puré de papas.
June sacó platos del armario. Me di cuenta de que no preguntó
dónde estaban, se sentía como en casa, y ese pequeño detalle me
hizo sonreír.
—Trabajé hasta las cuatro. Luego tuve una reunión con Lula.
Quiere ampliar su negocio.
—¿La estás ayudando?
Asintió, sacando cubiertos de un cajón.
—A menudo invierto en negocios del pueblo. Gano más dinero
del que necesito para mí y tengo una comprensión de los asuntos
financieros de la que carecen algunos propietarios de pequeñas
empresas. Es un acuerdo mutuamente beneficioso.
—Eso parece. ¿Cuál es el negocio de Lula?
—Tiene el mejor spa del pueblo. La ayudé con su plan de negocio
el año pasado y los resultados fueron incluso mejores de lo previsto.
Le gustaría reinvertir los beneficios.
—Eso es impresionante.
Servimos nuestros platos, montones de puré junto a rebanadas de
pastel de carne recién hecho. June vertió salsa de un pequeño
recipiente sobre el puré. Luego llevamos nuestros platos a la mesa
de la cocina.
—¿En cuántas empresas has invertido? —le pregunté.
Se llevó un bocado de puré a la boca y tragó antes de contestar.
—Diecisiete. La novia de Jameson Bodine, Leah Mae Larkin, es la
más reciente. Abrirá una tienda de ropa. Conseguí un buen precio
por el alquiler del local. ¿Y tú? ¿Cómo inviertes los ingresos que
ganaste jugando?
—Mi asistente Andrea se encarga de eso por mí.
June enarcó las cejas.
—¿Ah, sí? ¿Es una planificadora financiera cualificada?
—Suficientemente cualificada para mí. Ha trabajado para mí
durante años.
—Interesante —dijo y tomó otro bocado—. ¿Qué tipo de
inversiones tienes?
Me encogí de hombros, dejando que una cucharada de puré con
salsa se deshiciera en mi boca.
—Una variedad de cosas, creo. Fondos de inversión y demás.
Creo que hay algo de bienes raíces ahí.
—¿Crees?
—Andrea lo tiene controlado. Le pago muy bien para que se
ocupe de las cosas por mí.
—He leído que es muy común que los futbolistas pasen apuros
económicos tras la jubilación —dijo—. ¿Son descuidados con su
dinero?
La franqueza de June no me inquietó. Era una pregunta sincera y
al menos una parte de mí esperaba que estuviera buscando
información porque me estaba evaluando como posible novio.
—¿La verdad? Fui muy descuidado con el dinero mis primeros
años en la liga. Era joven y pasé de no tener mucho a tener
muchísimo de la noche a la mañana. Gasté mucho dinero en
estupideces. No estoy orgulloso de eso.
Tomó otro bocado y asintió.
—Sin embargo, me las arreglé. No todos los chicos lo hacen. De
hecho, me atrevería a decir que la mayoría no. Especialmente los
solteros. Me di cuenta de que los chicos que parecían más estables
tenían esposas o novias a largo plazo. Creo que los que encontraron
una buena mujer les resultó más fácil ser responsables con su
dinero.
—Las estadísticas son claras. Los hombres casados viven más que
los solteros.
Hice un gesto con el tenedor.
—Desde luego que sí.
—Pero no te casaste. ¿Tuviste una novia a largo plazo que te
ayudó a… estabilizarte?
Oí una pausa en su voz y tal vez eso me convertía en una mala
persona, pero me gustaba la idea de que June sintiera celos por mí.
—No, la verdad es que no. Salí con la misma mujer de vez en
cuando durante unos años, pero no era buena para mi balance
bancario. Todo lo contrario. Mantenerla contenta me salía caro.
Arrugó la nariz.
—Eso no suena como la base de una buena relación.
—No lo era. No, no tenía una mujer que me mantuviera a raya,
pero vi algunas cosas que me hicieron pensar mucho sobre cómo
estaba viviendo. Tres años en la liga, jugaba junto a Braden Santori
en Seattle.
—Ese fue el año en que tuviste ciento treinta y siete recepciones.
Sonreí.
—Claro que sí. También fue el año en que Braden sufrió una
lesión que puso fin a su carrera. Teníamos la misma edad y nos
reclutaron al mismo tiempo. Ninguno de los dos vivía como si el
futbol americano fuera una carrera a corto plazo, pero allí estaba él,
de repente sin trabajo. No lo llevó demasiado bien.
—¿Qué le ha pasado?
—Menos de un año después, se había quedado sin dinero. Había
comprado un lujoso condominio y una gran mansión para su
madre. Autos nuevos para él y su familia. Su corazón estaba en el
lugar correcto, pero sin su sueldo de futbolista, no podía hacer
frente a todos los pagos. El pobre tenía veinticinco años y había
pasado de ser millonario a declararse en quiebra.
—Es todo un cambio.
—Sí. Vi cómo le pasaba a él y me hizo hacer balance de mi propia
vida. Y de mi dinero. No me había endeudado tanto como él, pero
vivía como si el dinero no importara.
—¿Es cuando contrataste a Andrea?
—Se incorporó un poco más tarde, pero más o menos, sí. —Tomé
otro bocado y miré mi plato, ahora vacío—. Gracias de nuevo por la
comida. No estoy seguro de a dónde ha ido a parar la mía, pero
estaba deliciosa.
June sonrió.
—Te comiste eso muy rápido.
—Estaba tan bueno, una vez que empecé no pude parar. —Le
guiñé un ojo.
Sus mejillas se sonrojaron con un ligero tono rosado. No pude
evitar pensar en ese rubor bajando por su cuello hasta sus tetas. Se
me hinchó la polla y me alegré de llevar chándal.
Esperaba que hiciera algún comentario sobre mi insinuación, pero
no lo hizo. Parpadeó un par de veces y volvió a su cena.
—Así que, June Bug, he estado pensando en algo. Quería
comentártelo.
—¿Sí?
—Creo que ambos estaremos de acuerdo en que nos gusta vernos.
—Estaría de acuerdo con esa afirmación, sí.
—Bien. Como ya no juego futbol americano, tengo bastante
libertad en el futuro inmediato. Especialmente en lo que se refiere a
dónde vivo.
—Eso tiene sentido. Sobre todo, si eres financieramente estable.
—Exacto. Estaba pensando que, en lugar de ir a casa a Filadelfia,
tal vez me quedaría aquí en Bootleg por un tiempo.
—¿Quedarte aquí? —Dejó el tenedor—. No sé por qué repetí eso
como una pregunta. Te he oído claramente.
—Tal vez porque lo que dije te sorprendió.
—Eso es exacto, sí.
—Entonces… ¿qué piensas?
Bajó la mirada hacia su plato, con expresión indescifrable.
Prácticamente podía ver cómo se le revolvía la cabeza mientras
reflexionaba sobre mi pregunta. Por mucho que quisiera un sí
entusiasta de su parte, verla considerar mi sugerencia me hizo sentir
bien. Me gustaba que me tomara en serio.
—Sí —dijo, levantando la vista para encontrarse con mi mirada—.
La cuestión de si te quedarías o no en Bootleg me ha estado
rondando por la cabeza. Me gustaría mucho que te quedaras.
Me acerqué a la mesa y le cogí la mano, se la apreté y le pasé el
pulgar por los nudillos.
—Bien. Entonces lo haré. Tengo que llamar a Andrea para que
traiga a Mellow.
—¿Mellow?
—Es mi conejita. ¿No te he hablado de mi pequeña Marshmellow?
—¿Se escribe con «a» o con «e»?
—Una «e», aunque sé que no es la ortografía correcta.
Se encogió de hombros.
—Es un nombre. Lo permitiré.
—Muchas gracias, señorita diccionario.
—No soy un diccionario y eso suena como una burla a un título
de reina de belleza.
Me reí, lo que la hizo reír a ella. Volví a apretarle la mano.
—Sólo estaba bromeando, pero lo de traer a Mellow aquí va en
serio. Echo de menos a mi pequeña bola de pelo.
Su ceño se frunció ligeramente.
—George, ¿traer a tu conejita a vivir aquí contigo en Bootleg
Springs significa que estamos oficialmente en una relación
romántica?
Dudé un instante, a punto de decir que «me gustaría pensar que
sí». Pero sabía que June prefería que fuera directo.
—Sí, así es.
Esa sonrisa suya le iluminó los ojos.
—Bien. A mí también me gusta.
—A mí también, June Bug. A mí también.
Capítulo 14
June
La noticia corrió como la pólvora en Bootleg Springs. Ya fueran
buenas o malas noticias, nada permanecía en silencio durante
mucho tiempo. A menos que todos estuviéramos de acuerdo en que
debíamos mantener la boca cerrada o en que había que proteger a
uno de los nuestros, pero los chismes, sobre todo en lo que se refería
a la vida amorosa de alguien, estaban permitidos.
Un día después de que George decidiera quedarse en Bootleg, me
encontré en el centro de la segunda gran historia del pueblo. La
primera, por supuesto, seguía siendo la reaparición de Callie
Kendall. Pero los rumores de que el famoso jugador de futbol
americano estaba cortejando a June Tucker hacían correr las lenguas
a mil por hora.
No estaba acostumbrada a ser el centro de atención de tantos
chismosos. Cuando se me ocurrió el plan de deshacerme de los
medios de comunicación difundiendo una noticia falsa, recibí
palmaditas en la espalda, asentimientos e inclinaciones de sombrero.
Pero habíamos sido discretos, así que los elogios habían sido sutiles,
como yo prefería.
Esto era diferente. Aparte de una desafortunada relación con
Hank Preston en el instituto, nunca había salido con nadie del
pueblo. Siempre había mantenido mis intereses románticos, si es que
los tenía, bastante alejados de mi comunidad y la mayoría de la
gente del pueblo parecía haber decidido que estaba destinada a estar
soltera para siempre. Nunca aparecía mi nombre emparejado con
alguien en el periódico. Ni especulaciones sobre quién aparecería y
arrasaría con June Tucker.
La gente había hablado de Cassidy y Bowie, sobre todo cuando se
corrió la voz de que habían estado saliendo en secreto. Jameson
había declarado sus intenciones con Leah Mae a la vista de todo el
pueblo deteniendo su camioneta en medio de la calle para besarla.
Aquello había generado sin duda un buen número de
conversaciones. Scarlett había causado revuelo cuando había
empezado a salir con Devlin. Pero Scarlett causaba revuelo todo el
tiempo, así que eso no había sido inusual.
Nada de eso me había pasado nunca. Siempre había estado al
margen, observando en silencio. Ahora se hablaba de mí y era
extraño.
Ya me habían visto con George. Habíamos bailado en el Lookout
y compartido comidas en el Moonshine. Pero algo en la noticia de
que había decidido quedarse en Bootleg Springs les había disparado
el gatillo a los chismes. Ahora estaban rodando por la calle justo por
el medio del pueblo. En llamas.
Ignoré la mirada que Sierra Hayes me dirigió mientras caminaba
hacia el Bootleg Springs Spa. Miró a su alrededor como si se
preguntara por qué andaba sola por ahí ahora que formaba parte de
una pareja. Si me hubiera preguntado, le habría dicho simplemente
que George estaba con los Bodine.
Bowie había invitado a George a pasar el rato con él, sus
hermanos y su futuro cuñado, pero ahora tendía a pensar en Devlin
como uno de los Bodine, a pesar de tener un apellido diferente. Eran
una unidad y habían asimilado a Devlin en su clan. No estaba
segura en qué consistían sus actividades planeadas. Bowie lo había
evitado diciendo «cosas de hombres». Eso me sonaba a ver deportes,
que era algo en lo que me habría gustado participar.
Pero entendía el concepto de vinculación masculina, al menos en
teoría, y Cassidy me había invitado a un día de spa. Los
tratamientos de spa tenían numerosos beneficios para la salud y
Lula dirigía el mejor spa del pueblo.
Y tenía que admitir que los tratamientos de Lula hacían que mi
piel pareciera muy suave y… tocable. No sería terrible si hiciera que
George estuviera más interesado en tocarme.
Fui la única que llegó puntual, así que esperé en el vestíbulo
hojeando una revista que había traído. La sala de espera de Lula
estaba decorada con colores suaves, cortinas vaporosas y muebles
cómodos. Sonaba música tranquila de fondo, algo instrumental y
relajante. Un toque de cítricos flotaba en el aire, lo suficiente para
que oliera fresco y a la vez relajante.
Leah Mae llegó y unos minutos más tarde, Cassidy y Scarlett.
Cuando nuestro pequeño grupo estuvo completo, Lula nos llevó
adentro. Nos pusimos unas mullidas batas en el vestuario y
ocupamos nuestros puestos en la sala de tratamiento.
El aire era más cálido aquí, pero vestida sólo una bata, estaba
cómoda. Me senté en una silla reclinable, levanté los pies y saqué mi
revista.
—Tal vez deberíamos ir a visitarla —dijo Scarlett de la nada.
Cassidy se acomodó en una silla.
—¿A quién?
—Callie Kendall —dijo Scarlett—. No puedo dejar de pensar en
ella.
—Lo mismo digo —dijo Leah Mae. Se recogió el pelo largo y
rubio en un moño y se lo ató con una goma—. Su desaparición fue
uno de los momentos decisivos de mi vida. Parecía que todo había
cambiado después de aquello. Y ahora simplemente… se ha
terminado.
—Exactamente —dijo Scarlett—. Todavía estoy tratando de
comprender todo.
—Yo tampoco sé qué pensar —dijo Cassidy—. Parece que
deberíamos darles privacidad. Ninguno de nosotros la conocía tan
bien. A menos que tú la conocieras, Leah Mae.
—En realidad no —dijo Leah Mae—. Estábamos en el mismo
curso, pero yo salía sobre todo con Jameson cuando estaba aquí los
veranos. No salía mucho con Callie.
—¿Alguien sabía de su novio? —preguntó Scarlett—. Porque yo
seguro que no. No tenía forma de saberlo. Probablemente le parecía
más una chiquilla que se le pegaba, no alguien en quien confiaría.
—Yo tampoco lo sabía —dijo Cassidy.
Leah Mae negó con la cabeza.
—Yo tampoco.
Callie también tenía mi edad, igual que Leah Mae. Pero ninguna
de ellas me miró para preguntarme si Callie me había dicho sobre su
novio secreto. Había socializado porque Cassidy había insistido,
más que porque hubiera querido, sobre todo en el instituto. Nunca
había buscado amistad con las chicas de mi edad. Estaban bien,
chicas como Callie Kendall y Leah Mae Larkin siempre habían sido
amables conmigo, pero no necesitaba una mejor amiga o «un grupo
de amigas», como ellas decían. Tenía a mis padres y a mi hermana, y
por extensión tenía a Scarlett. A todos los Bodine, en realidad.
Siempre habían sido suficientes. Más que suficientes, a veces.
—Supongo que esto demuestra que nunca se sabe lo que ocurre a
puerta cerrada —dijo Cassidy—. La gente puede ocultar todo tipo
de cosas, si se lo propone.
—Quizá todo eso de que tenía problemas y estaba deprimida era
cierto —dijo Scarlett—. Sus padres insistían en ello. Supongo que lo
sabrían. Sólo la veíamos los veranos y algunas Navidades. Estaban
con ella día tras día. Quizá eso tuviera algo que ver con el motivo de
su huida.
—Podría haber estado ocultando todo tipo de cosas al resto de
nosotros —dijo Leah Mae.
No me costó mucho creer que Callie Kendall había desaparecido
porque se había fugado con un hombre que había conocido por
internet. No conocía a Callie lo suficiente como para juzgar si eso era
coherente con su carácter, pero había visto a muchas de las chicas
que conocía tomar malas decisiones cuando se trataba de hombres.
Era habitual que una adolescente se liara con un chico que resultaba
ser problemático. Ni siquiera yo había sido inmune a eso.
No era eso lo que me rondaba la cabeza cada vez que pensaba en
Callie. Había algo, pero George me había distraído demasiado como
para pensar en ello.
—Algo en su historia parecía raro —dije.
—¿Tú crees? —preguntó Scarlett—. ¿Qué parte?
—Todavía no me he dado cuenta. He tenido la mente en otras
cosas.
—Como tu gran novio sexy —dijo Scarlett.
Mis mejillas se calentaron y mantuve la vista fija en las páginas de
mi revista.
—Dios mío, June Bug, verte sonrojada por un chico es tan extraño
como adorable —dijo Scarlett—. Realmente te gusta, ¿no?
—Por supuesto que sí. Si no, no saldría con él. —Pasé la página,
tratando de mantener la voz inexpresiva, pero una llamarada de
excitación burbujeó en mi interior—. Va a traer a su coneja a Bootleg
dentro de unos días.
—¿Te presentará a su conejita? —preguntó Scarlett—. Las cosas
realmente se están poniendo serias.
—¿Eso era sarcasmo? —pregunté. Normalmente no entendía el
sarcasmo.
—No, lo digo en serio —dijo Scarlett.
—Creo que es lindo —dijo Cassidy—. A papá también le gusta y
no sólo porque sea futbolista.
—Era —corregí—. Ya no juega al futbol americano profesional.
—¿Cómo le va con eso? —preguntó Leah Mae—. ¿Le está
costando adaptarse?
—Lo está tomando bien. George es… —Hice una pausa, pensando
en mi respuesta—. Es una persona relajada. Es una de las cosas que
admiro de él. Piensa bien las cosas y no se pone nervioso si no es
necesario. Sabía que su carrera llegaba a su fin y aceptó el cambio
con mucho aplomo.
—Bien por él —dijo Leah Mae.
—Hum —dijo Scarlett—. Suena un poco aburrido. Sin ánimo de
ofender, Juney.
—No es para nada aburrido —dije—. Es extremadamente
interesante e inteligente.
—Supongo que hay más en él que solo futbol americano —dijo
Cassidy.
No se me daba bien leer a la gente, pero podía ver la calidez en los
ojos de Cassidy cuando me sonreía. Estaba siendo sincera.
—Sí, eso es correcto. Hay mucho más en él.
La conversación derivó hacia otros temas mientras nos hacían los
tratamientos faciales y los masajes. Escuchaba distraídamente,
añadiendo un comentario o dos cuando sentía que tenía algo que
decir.
Extrañamente, quería seguir hablando. Sobre George, en concreto,
pero no encontré espacio en la conversación para intervenir y no
eran sus estadísticas lo que tenía en la punta de la lengua. Él era
mucho más que sus números. Podría haber hablado de las
conversaciones que habíamos tenido. De cómo se sentían sus
enormes manos cuando envolvían las mías. Podría haberles contado
muchas cosas que no tenían nada que ver con el futbol ni con las
estadísticas.
Cuando terminamos, nos vestimos y salimos. Cassidy tenía un
mensaje de Bowie.
—Dice que están en el lago. —Frunció el ceño ante su teléfono—.
¿Qué hacen ahí abajo? Pensé que estarían en el Lookout o algo así.
—¿No fueron a Build-A-Shine? —preguntó Leah Mae.
—Cass, ¿por qué está ahí abajo la catapulta de Tom Hammond?
—preguntó Scarlett, señalando hacia la playa.
Desde aquí, teníamos una vista clara hasta la playa y puesta allí,
al borde del agua, estaba la catapulta que Tom Hammond había
construido. La había visto en acción muchas veces. Todo Bootleg
había asistido a su lanzamiento inaugural y desde entonces, había
lanzado todo tipo de cosas a través de su campo.
—Dios mío, no puede ser —dijo Cassidy.
Scarlett se quedó con la boca abierta.
—Creo que sí.
—No lo harían… ¿verdad? —preguntó Leah Mae.
—Tiene algún sentido —dijo Cassidy—. Es demasiado grande,
incluso para todos ellos.
Entrecerré los ojos, intentando ver qué pasaba en el lago.
—¿De qué están hablando?
—Vamos —dijo Cassidy.
Corrimos calle abajo con Scarlett a la cabeza. El aire frío me
escocía las mejillas, con la piel sensible tras el tratamiento facial.
Los chicos Bodine estaban de pie alrededor de la gran estructura
de madera. Tenía ruedas y podía ser arrastrada por un tractor, pero
¿por qué la había traído aquí Tom Hammond?
¿Y dónde estaba George?
Mi segunda pregunta obtuvo respuesta cuando George salió
tambaleándose de detrás de uno de los soportes de madera.
Extendió la mano grande contra el lateral de la catapulta y se apoyó
en ella, como si le costara sostenerse. Llevaba un tarro de cristal en
la otra mano y, por la expresión de su cara y la forma en que se
inclinaba hacia un lado, me di cuenta de que había bebido bastante
moonshine.
Bowie le dio una palmada en el hombro y le quitó la bebida de la
mano.
Scarlett se detuvo en el borde de la arena y extendió los brazos
para evitar que el resto de nosotras la rebasáramos.
—Es mejor dejar que pase.
Bowie se inclinó hacia George mientras dejaba el tarro y dijo algo
en voz demasiado baja para que yo lo oyera. Ambos se rieron.
Entrecerré los ojos. Bowie estaba sospechosamente firme sobre sus
pies. Era un Bootlegger hasta la médula, así que, por supuesto, sabía
aguantar el moonshine. Quizá George se había dejado llevar un poco
y Bowie no.
—¡Ahora! —gritó Bowie.
Gibson, Jonah, Jameson y Devlin corrieron hacia George, dejando
caer sus bebidas al suelo. Lo agarraron por los brazos y las piernas
mientras Gibson le empujaba los hombros desde atrás.
—¿Qué está pasando? —preguntó George, arrastrando las
palabras.
Lo acercaron a la réplica de la máquina de asedio y Gibson le
colocó lo que parecía un arnés.
—Quieto, grandote —dijo Bowie, con la voz tensa.
George se inclinó hacia la izquierda.
—¿Qué están haciendo?
—¿Está bien sujeto, Gibs? —preguntó Bowie.
Gibson tiró de una correa.
—Está bien sujeto.
Jameson lo soltó y agarró un casco blanco de motocicleta, luego lo
bajó a la fuerza sobre la cabeza de George mientras el resto de los
hombres lo mantenían quieto.
—¿Qué están haciendo? —pregunté.
—¿Qué es esto? —preguntó George, haciendo un intento poco
entusiasta de agarrar el casco. Gibson y Jameson le sujetaron los
brazos.
—Normalmente, tiraríamos tu culo al lago —dijo Bowie—. Es algo
que tiene que pasar si vas a salir con June. Estoy seguro de que lo
entiendes, pero eres demasiado grande. No creímos que pudiéramos
bajarte por el muelle y mucho menos cargarte para tirarte dentro.
Así que se nos ocurrió una alternativa.
—Cassidy, ¿qué están haciendo? —volví a preguntar, con una
sensación de alarma en aumento.
—Tirarlo al lago. —La voz de Cassidy era muy práctica.
—Eso no es tirarlo —dije—. Esa máquina va a «lanzarlo» al lago.
—Claro que sí —dijo Scarlett.
Leah Mae se tapó la boca con la mano y sus ojos se abrieron de
par en par.
—Acuéstate, ahora —le decía Bowie a George—. Bien. Vamos.
Hasta el fondo.
—Pero… —balbuceé, luchando por sacar alguna palabra—.
Pero… ¿por qué?
Cassidy se volvió hacia mí.
—Porque, Juney. Dio a conocer sus intenciones contigo. Eso
significa que los Bodine tienen que mojarlo en el lago. Es lo que
hacen.
—Se lo hicieron a Dev —dijo Scarlett—. Justo en mi muelle.
—Pero yo no… Él no… No lo entiendo. —Una extraña sensación
de calor me recorrió el pecho y me subió por la garganta—. ¿Están
haciendo eso por «mí»?
George estaba tumbado o, al menos, de espaldas bajo el gran
brazo de la catapulta. Los Bodine seguían sujetándolo.
—Claro que sí —dijo Cassidy.
La ridiculez de lo que estaba viendo pareció desvanecerse,
sustituida por una simple comprensión. Los Bodine estaban tirando
a George al lago porque quería salir conmigo.
No había estado tan feliz desde que George dijo que quería que
conociera a su coneja.
—¿Estamos listos? —Tom se acercó, listo para soltar la cuerda.
—Esto es sorprendentemente elaborado —dije, más para mí
misma que para cualquier otra persona cercana.
—Se han superado a sí mismos esta vez —dijo Cassidy.
—¡Vamos!
El grito provino de varios de los chicos, no estaba segura de
cuáles, y todos los hombres saltaron hacia atrás. Tom soltó la
cuerda, el peso de un extremo bajó y George subió.
Y arriba.
Y más arriba.
George gritó mientras volaba por el aire en un arco alto. La
trayectoria era impresionante. Todos los hombres vitorearon su
caída, gritando y chocando los cinco.
—Espera —grité, con el miedo acelerándome el corazón—. ¿Está
borracho? Se ahogará.
—No te preocupes, Juney, ya hemos pensado en eso —gritó
Jameson—. Nash y Buck están ahí fuera en botes, listos para
rescatarlo.
—Estará bien —dijo Gibson, mostrándome una rara sonrisa.
George cayó al agua con un chapoteo y se reanudaron los vítores.
Corrí hacia la orilla del lago y, efectivamente, Nash y Buck remaban
hacia la figura que se balanceaba en el agua.
Su casco blanco era visible; probablemente estaba bien.
Capítulo 15
June
La catapulta se convirtió en un fenómeno en el lago de Bootleg, al
menos durante el resto de la tarde. Un flujo constante de gente hacía
cola, sin importar el frío, para esperar su turno, hasta que Freddy
Sleeth dio una voltereta tan fuerte que salió con dos ojos morados y
la nariz rota. Entonces mi padre y el alcalde Hornsbladt declararon
que era demasiado peligroso para proyectiles humanos e hicieron
que Tom se la llevara a su casa.
Una procesión de dolientes siguió a su tractor mientras Tom la
remolcaba de vuelta a la granja Hammond. Parecía una marcha
fúnebre, los hombres se quitaban el sombrero en señal de respeto.
Tom logró cambiar todo aquella noche haciendo una gran hoguera y
lanzando un viejo Volkswagen Escarabajo a través de su campo.
George no sólo había sobrevivido al lanzamiento inaugural al
lago, sino que se había convertido en una celebridad por ello. La
historia creció con los relatos y, al cabo de unos días, la gente decía
que había sido arrojado hasta la otra orilla, unos decían que había
rebotado por la superficie como una roca y otros que había caído al
agua como un clavadista olímpico, sin apenas chapotear.
La verdad era que había salido del agua desorientado, pero sobrio
como un miembro del coro de la iglesia y se estremecía cada vez que
alguno de los Bodine se le acercaba.
De lo que no se daba cuenta era de que ahora era uno de los
nuestros. Siempre que no me hiciera daño, no volvería a lanzarse al
lago. Lo cual era algo tan extraño y arcaico que no entendía por qué
me hacía tan feliz. ¿Qué les importaba con quién saliera o cómo
resultara nuestra relación?
Por una vez en mi vida, no lo pensé demasiado. Esto era Bootleg
Springs. Así era como hacíamos las cosas.
George me llamó el viernes siguiente por la mañana para decirme
que su asistente, Andrea Wilson, iría a Bootleg esa tarde con su
coneja. Eso también me hizo inexplicablemente feliz. Aunque tenía
claro que la mascota ideal era un cerdo panzudo, por diversas
razones, la coneja de George era obviamente importante para él. Y
su entusiasmo por ver a su pequeña mamífera y por presentármela
era contagioso.
En otras palabras, yo también estaba emocionada.
Cuando llegué, una camioneta plateada estaba estacionada frente
a su casa. Me acerqué a la puerta y llamé.
—Hola, June Bug. —Me metió dentro, me rodeó la cintura con las
manos y se inclinó para darme un beso.
Me olvidé por completo del hecho de que había alguien más aquí.
Cuando George me besaba tenía la tendencia a dejar mi mente en
blanco, pero el sonido de un carraspeo me sobresaltó.
George pareció no inmutarse. Me sonrió y me llevó dentro, con la
mano en la parte baja de la espalda.
—Justo a tiempo. Andrea acaba de llegar. Andrea, esta es June
Tucker. June, Andrea Wilson.
Andrea me recordaba a Leah Mae. Alta y delgada, con el pelo
rubio ondulado y un maquillaje muy bien aplicado. Vestía con
estilo: una blusa fresca y unos pantalones oscuros. Tacones altos.
Frunció los labios rojos y sonrió.
—Encantada de conocerte. —Le tendí la mano para estrechársela.
Era una experta en estrechar manos. Cassidy y mi padre me habían
enseñado la técnica adecuada, agarre firme, pero no demasiado
fuerte, estrechar dos veces, hasta podría hacerlo dormida.
—A ti también. —Andrea me dio la mano y sus ojos me miraron,
como si me estuviera evaluando. Luego su mirada se dirigió a
George—. No sabía que ibas a tener compañía. En realidad, tengo
algunas cosas que repasar contigo. Si tienes tiempo.
Soy la primera en admitir que no suelo ser muy buena leyendo las
señales no verbales. Lo que Andrea «dijo» parecía bastante inocuo.
George era su jefe y había estado fuera de la ciudad durante un
tiempo. Tenía sentido que quisiera aprovechar que estaba en el
mismo sitio para repasar los puntos necesarios de su lista, pero su
lenguaje corporal y el tono de su voz contaban una historia
completamente diferente.
No le caí bien a esta mujer y no me quería aquí.
—Eso no es problema. June y yo no tenemos planes. Déjame
atender a Mellow.
Andrea lanzó dagas con los ojos en mi dirección.
Lo añadí mentalmente a la lista de primicias que estaba
experimentando con George. Nunca una mujer me había mirado
con envidia, al menos nunca que yo supiera. Era desconcertante.
George se acercó a la mesa de la cocina, donde había una pequeña
jaula. Al principio pensé que Andrea se había olvidado de la coneja.
No parecía haber nada dentro. Metió la mano y sacó un trocito de
pelo, acunándolo en la palma de una de sus grandes manos.
No era una «coneja». Era una pequeña conejita blanca.
Se acercó a Mellow a la cara y su naricilla se movió al tocar la
suya. Era tan pequeña que apenas parecía real. Su pelaje era blanco
puro y sus ojos azul hielo. El contorno negro de sus ojos daba la
impresión de que llevaba delineador. Pero fue su tamaño y el
cuidado con el que George la sostenía lo que hizo que se me
derritieran las tripas.
—Oh —respiré—. Es tan linda.
George me sonrió.
—¿Verdad que sí? Es una enana holandesa. Hola, mi pequeña. Te
he echado de menos.
La acurrucó contra su mejilla y mis ovarios estallaron de repente
en una canción, declarando su presencia en mi cuerpo. Nunca en mi
vida había sentido el impulso de procrear. Pero ver a este hombre
acurrucando a una pequeña conejita blanca me hizo sentir
desesperada por tener todos sus bebés.
—¿Quieres cargarla? —Me la tendió.
—De acuerdo.
Junté las manos y él me acercó suavemente a Mellow. Apenas
pesaba nada, sólo un pequeño mechón de suavidad. Las
almohadillas de sus patas parecían de terciopelo y su pequeña nariz
se movía mientras olfateaba su nuevo entorno.
—Está acostumbrada a que la manejen mucho —dijo—. No
saltará de tus manos ni nada parecido.
La levanté para poder verle la cara y la acerqué. Se acercó y su
dulce naricita de conejita me hizo cosquillas en la piel,
provocándome una risita.
—Buena chica, Mellow —dijo—. Sabía que le gustarías.
Andrea se aclaró la garganta de nuevo.
—GT, es un largo viaje.
—Claro, claro. —Me quitó a Mellow de las manos y se sentó a la
mesa, aún con ella en brazos—. ¿Qué tienes para mí?
Andrea me lanzó una mirada que George no pareció notar. Estaba
demasiado ocupado acomodando a Mellow en su regazo.
Decidí sentarme a la mesa con él. Tenía asuntos que atender, pero
no me había pedido que me fuera.
—Necesito algunas firmas. —Cogió un sobre grande y sacó
algunos expedientes, luego los puso sobre la mesa delante de él.
—Claro.
Cogí un bolígrafo del mostrador que tenía detrás y se lo di.
Me recompensó con esa sonrisa de oreja a oreja.
—Gracias.
Otro carraspeo de Andrea. Abrió una carpeta y hojeó algunas
páginas.
—Aquí.
George firmó.
Andrea hojeó algunos más.
—Aquí.
Volvió a firmar.
Miré hacia la jaula de Mellow.
—No tiene agua.
—¿Qué dijiste? —preguntó George mientras firmaba otro
documento.
—Mellow no tiene agua. —La jaula estaba más cerca de mí, así
que la acerqué. No conocía el horario de alimentación de Mellow,
pero no había ni rastro de comida. Lo más molesto, en mi opinión,
era que la botella de agua estaba totalmente seca.
—Oh no, pequeña. ¿Tienes sed? —George volvió a acercársela a la
cara—. ¿Puedes traerle un poco de agua, Andrea? Debe estar
siempre llena.
Andrea puso los ojos en blanco mientras se levantaba.
—Ella está bien.
Desenganché la botella de agua y se la di a Andrea. Nuestros ojos
se cruzaron y no había duda del calor que desprendía su mirada.
Llevó la botella al lavabo.
George hojeó el papeleo mientras Andrea rellenaba el agua de
Mellow. Me molestaba que no leyera lo que firmaba. Eso estaba en
mi lista de cosas que nunca hay que hacer. Junto con beber más de
una taza del moonshine de melocotón de Sonny Fullson o clavar un
tenedor en un enchufe. El tipo de cosas que «todo el mundo» sabe
que debes evitar.
Andrea volvió a colocar la botella de agua y George colocó
suavemente a Mellow en su jaula. Ella se acercó corriendo a la
boquilla y bebió.
—Pobrecita —dijo George—. Tenías sed.
Me molestaba profundamente que Andrea hubiera dejado que
Mellow se quedara sin agua, aunque lógicamente no entendía por
qué. ¿Era simplemente que no se habían satisfecho las necesidades
del animal?
—Un animal domesticado debe tener siempre agua a su
disposición. Carecen de la capacidad de comunicar sus necesidades
a los humanos responsables de su cuidado.
—Ya sé que las mascotas necesitan agua —dijo Andrea.
—Tiene buen aspecto —dijo George.
Andrea recogió las carpetas y las volvió a guardar en su bolso.
—Tengo un largo viaje. A menos que necesites que busque una
tienda de mascotas para comprarle comida, debería irme.
Incluso yo podía oír el sarcasmo en su tono, pero George no.
—No, yo me encargo. Gracias por traerla, Andrea. Te lo
agradezco.
Los ojos de Andrea volvieron a pasar entre George y yo.
—No hay problema. Es mi trabajo.
George se levantó y la acompañó a la puerta. Esperé en la mesa,
observando a Mellow beber. Cuando por fin paró, parecía más
contenta. Probablemente era producto de mi imaginación, ya que no
creía que los conejos pudieran expresar emociones humanas.
—¿Qué te parece? —preguntó George—. ¿No es dulce?
—No, tu asistente no exhibe cualidades que justifiquen llamarla
dulce.
Sonrió.
—No, me refiero a Mellow.
—Oh, entonces sí, es muy dulce.
—La dejaba corretear libremente por mi casa, así que necesito
poner esta casa un poco a prueba de conejos. Luego podremos
dejarla salir.
Seguí a George hasta el salón. Empezó a quitar cuerdas del suelo
y recogió un trozo de papel que se había caído.
—¿Qué te hizo firmar Andrea?
Estaba sobre sus manos y rodillas, revisando alrededor del
pequeño soporte del televisor.
—¿Qué?
—Firmaste una serie de papeles. Me pregunto cuáles eran.
—Oh, no estoy seguro exactamente. Ha habido mucho papeleo en
la transición de estar en activo a jubilarme. Está la pensión, los
cambios en el seguro… cosas así. Andrea lo tiene todo organizado.
—Pero no deberías firmar cosas que no has leído.
—Está bien, June Bug. Le pago a Andrea para que lo lea por mí.
Me pareció una idea terrible.
—No puedes hacer eso.
—¿Por qué no?
—Ni siquiera se aseguró de que Mellow tuviera agua.
Se detuvo, aún de rodillas, y me miró.
—¿De qué estás hablando?
—La botella de agua de Mellow estaba completamente vacía. No
sólo sin agua. Seca, George. Si no se puede confiar en ella para
cuidar adecuadamente de esta pequeña e indefensa conejita, ¿cómo
puedes confiarle cosas como contratos y tus finanzas?
—June, ha trabajado para mí durante años.
Me crucé de brazos.
—No confío en ella.
—Acabas de conocerla. No creo que necesites hacer juicios
rápidos sobre ella basándote en un pequeño error. No le gustan los
animales.
—Simplemente señalo que si vas a poner tanto de tu vida,
incluido tu dinero, en manos de una persona, debería al menos tener
la capacidad de cuidar de un mamífero domesticado de dieciocho
onzas.
Se levantó y se cruzó de brazos.
—¿De qué va esto realmente? No me digas que vas a salir con lo
de los celos. Sé que Andrea es bonita, pero no hace falta que te
pongas así.
Mis ojos se abrieron de par en par. Oírlo llamarla «bonita» se
sintió como un golpe en el estómago.
—Apenas siento envidia. Esa mujer ni siquiera es lo bastante lista
para darse cuenta de cuándo está vacía una botella de agua.
Además, de las dos mujeres que estábamos en esta habitación, yo no
era la que miraba mal a la otra.
—¿Miraba mal? Andrea no te miraba mal.
—Desde luego que sí.
—Bueno, le dijiste que la botella estaba vacía.
—Señalé un hecho simple y el bienestar de tu mascota estaba en
juego.
—Dios mío, June —dijo—. Tranquilízate. Mellow está bien.
Andrea no te estaba mirando mal. ¿Por qué lo haría?
Me detuve, parpadeando, y aquel nudo brillante y retorcido de
emociones palpitó en lo más profundo de mi pecho. Retrocedí
mentalmente y me separé de aquella maraña para poder pensar.
No era el hecho de que Andrea me lanzara miradas poco
amistosas lo que me hacía doler el estómago y no tenía ninguna
razón para creer que George tuviera una relación romántica o
inapropiada con ella. Los celos no eran la causa de mi actual estado
de angustia.
No me gustaba la forma en que dejaba de lado mis
preocupaciones, como si no valorara mi opinión y me molestaba que
su juicio pareciera nublado. ¿Se distraía tan fácilmente con una cara
bonita? Él mismo había admitido que su última novia, quizá todas
sus novias anteriores, habían estado con él por su dinero y fama.
¿Por qué había seguido relacionándose con gente así? ¿Qué decía
eso de él ahora?
¿Y por qué no le importaba que estuviera preocupada por él?
Mi falta de experiencia en las relaciones me parecía un agujero
evidente, enorme y negro. No me gustaba estar en situaciones que
me hacían sentir inepta. Era incómodo y cuando me sentía
incómoda, mi primera reacción era retirarme.
—Tengo que irme.
—Espera, June…
Salí por la puerta antes de que pudiera terminar.
Capítulo 16
George
Rodeé la cerveza con la mano y sentí el frío en mi palma. Aún me
estaba recuperando del brebaje demoníaco que me habían dejado
beber los hermanos Bodine. «Me hicieron» beber, más bien. Debería
haber sabido que aquel moonshine de melocotón era mucho más
potente de lo que parecía. Tenía que serlo. Me había suavizado lo
suficiente como para que me lanzaran al lago con una puta
catapulta. Honestamente, ¿quién hacía eso?
Pero también fue impresionante. Quiero decir, «¿quién hacía
eso?» Bootleg Springs, ellos lo hacían.
Supuse que había sido una iniciación. No sólo había sobrevivido,
algo de lo que no estaba muy seguro cuando surcaba los aires, sino
que también me había ganado su aprobación y me alegré de ello.
June me gustaba muchísimo, y estaba claro que eran el tipo de gente
que se cuidaba entre sí y no veía con buenos ojos que un forastero
no fuera de confianza con uno de los suyos.
Con lo que no había contado era con tener una discusión con mi
flamante novia tan pronto. No sólo una discusión. Una pelea que la
hizo salir corriendo antes de que pudiéramos resolver nada.
Exhalé un suspiro y di un largo trago a mi cerveza.
—¿Un día duro? —preguntó Nicolette. Llevaba el pelo oscuro
recogido en una coleta y una camiseta que decía «Mi sarcasmo es
más grueso que mis muslos».
—Sí. ¿Eres el tipo de camarera que escucha los problemas de todo
el mundo?
Se encogió de hombros mientras limpiaba la barra con un trapo
blanco.
—Sólo si te parece bien escuchar que eres un idiota.
—¿Cómo sabes que estoy siendo un idiota?
—Si estás sentado en ese banco bebiendo una cerveza después de
la resaca que debes tener por el moonshine de melocotón de Sonny,
es que estabas siendo un imbécil.
—Qué gente tan ruda.
—Tengo el mejor bar de un pueblo en el que tengo que llamar a la
policía para que detenga a un puñado de jugadores de bingo
octogenarios y una pelea de bar es sólo un poco de diversión un
viernes por la noche. —Sonrió—. Puedes apostar a que soy ruda.
Le incliné la botella.
—Buen punto.
La puerta se abrió y tres de las razones de mi resaca entraron.
Bowie, Jonah y Gibson Bodine parecían los hermanos que eran.
Altos, cabello obscuro, con ojos entre azules y grises. Sabía que
Jonah era de otra madre, pero tenía suficientes rasgos Bodine como
para no confundir su parentesco.
Me gustaban estos tipos. Aunque podrían haberme matado el otro
día.
—GT. —Bowie me dio una palmada en la espalda y se subió al
banco de al lado—. Hola, Nicolette. Cervezas para Jonah y para mí,
cuando tengas un segundo. Agua para Gibs. —Se volvió hacia
Gibson—. ¿O podría traerte una buena limonada?
—Vete a la mierda —dijo Gibson—. Té dulce, Nic.
Jonah se sentó junto a Bowie y Nicolette les alcanzó sus cervezas.
Gibson cogió su tarro de té dulce y sacó la pajilla.
—Eso tiene mucho azúcar —dijo Jonah, señalando la bebida de
Gibson.
—La cerveza tiene carbohidratos —dijo Gibson con el ceño
fruncido.
Jonah pareció reconocer su punto de vista y bebió un trago.
—¿Por qué estás sentado aquí bebiendo solo? —preguntó Bowie.
Tomé otro trago.
—Me peleé con June.
Gibson y Jonah compartieron una mirada que decía claramente
«pobre imbécil».
—¿Tan pronto? —preguntó Bowie—. GT, pensé que habíamos
dejado las cosas claras. ¿Tenemos que arrastrar tu culo de vuelta al
lago? Porque te lo digo, tomó una semana de planificación para
lograrlo y no creo que podamos salirnos con la nuestra de nuevo.
—Un momento, Bodine —le dije—. Tuvimos una pequeña
discusión. Ese tipo de cosas hay que permitirlas. Si no, deberías tirar
al novio de tu hermana al lago al menos una vez a la semana. Hasta
yo los he visto discutir.
Bowie sonrió.
—Nos gusta Dev, seguimos divirtiéndonos un poco con él de vez
en cuando, pero tienes razón. Las parejas discuten.
Gibson resopló.
—No tendrías que lidiar con esa mierda si te quedaras soltero.
—Amén a eso —dijo Jonah.
Bowie se burló.
—Ignora a esos dos. No lo entienden.
—Como si fueras un experto en relaciones —dijo Gibson—. No
llevas tanto tiempo saliendo con Cass.
—Ya hemos pasado por nuestros altibajos —dijo Bowie, con tono
uniforme—. No seas imbécil.
Gibson se limitó a negar con la cabeza.
—¿Qué pasó? —preguntó Bowie.
—Mi asistente trajo a mi conejita…
—Espera —dijo Gibson—. ¿Acabas de decir «conejita»?
—Sí.
—Ni siquiera sé qué decir a eso.
Jonah ahogó una carcajada.
—Es mi mascota.
—Es una información sorprendente —dijo Bowie—. Te habría
catalogado más como una persona de perros.
—Jugué futbol americano durante diez años. Viajaba demasiado
para tener un perro. Necesitaba una mascota que pudiera estar
mucho tiempo sola, pero que siguiera siendo amistosa cuando
estuviera en casa. Esa es mi pequeña Marshmellow.
Todos me miraron boquiabiertos.
—Júzguenme todo lo que quieran. —Tomé un trago—. Ya verán
cuando la conozcan. Es malditamente adorable.
—Bueno, pasando de la conejita —dijo Bowie—. ¿Qué tiene que
ver esto con Juney?
—Mi asistente, Andrea, trajo a Mellow junto con unos papeles
para mí. June la conoció y todo parecía ir bien. Pero cuando Andrea
se fue, June empezó a decir que no debía fiarme de ella, sobre todo
porque Andrea había olvidado llenar la botella de agua de Mellow.
—June no es propensa a exagerar —dijo Bowie—. Me cuesta creer
que se alterara tanto por el agua de tu conejita.
—No fue sólo eso. Me echó la bronca por no leer todo el papeleo
que tenía que firmar, pero eso es cosa de Andrea y dijo que Andrea
la estaba mirando mal o algo así.
—Oh no —dijeron los tres hombres al unísono.
—¿Qué?
—¿Andrea la «estaba» mirando mal? —preguntó Bowie.
—No —dije. ¿Lo había hecho? —No lo creo.
—¿Y cómo respondiste a la acusación de June? —preguntó Bowie.
—Dije que sabía que Andrea era bonita, pero June no tenía por
qué ponerse así de celosa.
Bowie y Jonah hicieron una mueca de dolor. Gibson sacudió la
cabeza, como si no pudiera creer que estuviera hablando con
semejante imbécil.
—Jesús, GT, realmente no le dijiste eso, ¿verdad? —preguntó
Bowie.
—Algo así —dije—. Debería haber omitido el comentario de que
Andrea era bonita, eh…
—¿Tú crees? —preguntó Gibson.
—Todo lo que quise decir es que June no tiene ninguna razón
para estar celosa de Andrea. Ha trabajado para mí durante siete
años. Si fuera a meterme con ella, lo habría hecho hace mucho
tiempo. Tenemos una relación estrictamente profesional y siempre
la hemos tenido.
—Mira, GT, tienes que ser sincero con June —dijo Bowie—. Ella es
más inteligente que la mitad de este pueblo juntos, pero ve las cosas
literalmente. Tienes que decir lo que quieres decir, no asumir que lo
entenderá.
—Ese no es el verdadero problema —dijo Gibson.
Las cejas de Bowie se alzaron sobre su frente.
—¿Qué?
—La cuestión es que June tenía una preocupación y tú la
ignoraste. Ella vio algo que pensó que no estaba bien. Te lo hizo
saber. Le dijiste que no debería estar celosa de tu bonita asistente, lo
que básicamente envió el mensaje de que no la estabas tomando en
serio. No me digas que está enfadada contigo. Yo tampoco te
hablaría.
Bowie y Jonah se quedaron mirando a Gibson.
—¿Qué? —preguntó.
—Eso fue muy perspicaz, Gibs —dijo Bowie—. ¿Aunque por qué
estabas lanzando mierda en mi dirección? Eres agresivamente
soltero, pero ¿cómo estás calificado para dar consejos sobre
relaciones?
Gibson esbozó una rara sonrisa tras su espesa barba.
—Los entrenadores no juegan en el campo, Bow.
—Es un punto justo —dije, inclinando mi cerveza a Gibson.
Asintió con la cabeza.
—Entrenador mi culo —dijo Bowie—. Te lo dice el tipo que una
vez salió con Misty Lynn Prosser.
—Cierra el pico. —Gibson terminó su té dulce, dejó el tarro y se
fue hacia las mesas de billar.
—Eso fue interesante —dijo Jonah—. Gibs estaba siendo
extrañamente servicial justo ahora.
—Lo sé —dijo Bowie—. Y nos dijo que fuéramos suaves contigo
cuando planeábamos todo lo del lago.
—Ni siquiera voy a fingir que entiendo a ese tipo —dijo Jonah—.
Pero no te odia, GT, así que tienes eso a tu favor.
Sabía que Gibson recordaba que lo ayudé el día que casi había
atropellado a aquel ciervo. No me gustó que hubiera estrellado su
auto, por supuesto, aunque ya había arreglado parte de los daños.
Pero me parecía bien el hecho de que consideraba haber puesto a
Gibson en el campo pro GT. Tenía la sensación de que no mucha
gente le agradaba.
Aún tenía que decidir qué hacer con June.
—Metí la pata, ¿no?
—Un poco —dijo Bowie.
—¿Cómo lo arreglo? —pregunté—. Mi última novia hubiera
querido pendientes de diamantes o un bolso de diseñador. «Sé» que
June no es así. Diablos, es una de las razones por las que me gusta
June.
—En primer lugar, prepárate para que te enseñe tablas y gráficos
que expliquen por qué tiene razón. —Bowie bebió un trago—. Pero
tengo que admitir que, a pesar de estar enamorado de la hermana de
June, no entiendo demasiado bien a Juney.
Tuve la sensación de que mucha gente no entendía muy bien a
June. Lo cual me parecía extraño. Era diferente, pero en muchos
sentidos, eso la hacía fácil de entender. Sabías a qué atenerte con
ella.
Por supuesto, eso no significaba que mágicamente supiera cómo
manejar nuestra primera pelea. Al menos sabía que comprarle
regalos no era la respuesta.
Me quedé mirando la boca de mi botella de cerveza. June no era
como otras chicas que había conocido, pero eso no la hacía menos
mujer. Había herido sus sentimientos. Gibson había dado en el
clavo. Se había preocupado por mí. Le importaba y lo había dejado
de lado, asumiendo que estaba celosa.
Algunas chicas jugaban. Te hacían adivinar. No mi June Bug. Ella
había dicho exactamente lo que quería decir. Sólo que no la había
escuchado con atención.
—Tengo que ir a hablar con ella.
—Buena suerte —dijeron Bowie y Jonah.
—Gracias.
Me levanté del banco y me dirigí a la puerta. Vi a Gibson. Levantó
levemente la barbilla, hice lo mismo.
Entonces fui en busca de mi chica.
Capítulo 17
June
Me quedé mirando el refrigerador abierto, deseando que
contuviera algo adecuado. Cuando me enteré de la lesión de George,
cuando no era más que una estadística en mi equipo de futbol
americano de fantasía, me había enfadado y Cassidy me había
sugerido que me comiera mis sentimientos. Un concepto extraño,
sin duda, pero tenía cierto mérito. Un atracón de carbohidratos
dispararía los niveles de azúcar en sangre y la consiguiente bajada,
al inundar el cuerpo de insulina, haría que uno se sintiera perezoso
y cansado. Tal vez la sensación de letargo resultante fuera preferible
a la tristeza y la ansiedad.
Independientemente de los mecanismos biológicos implicados,
quería carbohidratos y grasa. Y gracias a mi cuidadosa planificación
de las comidas, y a vivir con Jonah, que se preocupa por la salud, no
tenía nada bueno.
¿Cómo iba una chica a comerse sus sentimientos si no había nada
apropiado que comer?
¿Qué haría Cassidy? Le enviaría un mensaje a Scarlett. Harían…
lo que hacen las mejores amigas cuando una de ellas estuviera
enfadada por una pelea con su novio y eso probablemente incluía
comer algo delicioso.
Cogí mi teléfono y busqué el número de Cassidy. Si le enviaba un
mensaje pidiendo ayuda, sabía que vendría. Si no me equivocaba,
hoy estaba libre.
¿Pero qué le digo? ¿Que mi novio y yo habíamos discutido y
sentía una potente mezcla de emociones que no sabía cómo
procesar? ¿Seguía siendo mi novio? ¿Cómo se lo explicaba todo por
mensaje?
Decidí llamar.
Cassidy contestó al tercer timbre.
—Hola, Juney. ¿Qué tal?
—¿Estás ocupada?
—No, la verdad es que no. Acabo de salir de mi turno y estoy
acurrucada con George. George gato, quiero decir.
—¿Estarías disponible para ayudarme con un problema?
—Claro. —El tono de su voz cambió—. ¿Qué pasa?
—Necesito comerme mis sentimientos y no tengo carbohidratos.
—Juney, ¿de qué estás hablando? ¿Qué te pasó?
Me pasé el teléfono a la otra oreja.
—Estoy teniendo una crisis emocional. No sé qué hacer con todos
los sentimientos que experimento y creo que necesito comer.
—Aguanta. Vamos para allá.
Ese «vamos» significaba que Cassidy traería a Scarlett y quizás a
Leah Mae. Me parecía bien. Si cada una traía algo horneado, tendría
más opciones.
Veintidós minutos después, llegaron las tres mujeres. Fiel a mi
predicción, las tres tenían una caja o bolsa. Cassidy había optado por
helado, Scarlett unos rollos de canela del Pop In y Leah Mae una
caja de cuadrados de limón que había hecho Betsy, la prometida de
su padre.
—Bien, Juney —dijo Cassidy cuando todas nos habíamos
instalado en mi sala con platos y tazones llenos de azúcar y grasa—.
¿Qué está pasando?
Me llevé a la boca un bocado de helado de chocolate, sin
importarme siquiera que no fuera la época del año adecuada para
ese sabor.
—George y yo discutimos y me fui.
Mi teléfono zumbó sobre la mesita.
—¿Es él? —preguntó Scarlett.
—Probablemente.
—No pasa nada —dijo Cassidy, haciendo un gesto hacia mi
teléfono como si lo estuviera espantando—. Está bien que te tomes
un tiempo para ordenar tus sentimientos antes de hablar con él.
¿Sobre qué discutieron?
—Su conejita y su asistente.
—Tendrás que explicarte un poco mejor —dijo Cassidy.
Le expliqué los fundamentos de nuestro argumento.
—¿La llamó bonita? —preguntó Scarlett—. Oh, diablos no.
—El hecho de que mencionara su atractivo no es la razón por la
que estoy disgustada —dije—. Él confía en que ella maneje sus
finanzas y firma los documentos que le ponga delante sin leerlos,
pero ella no se acuerda de darle agua a su coneja.
—Podría ser solamente un error —dijo Leah Mae.
—Leah Mae Larkin algún-día-Bodine, «no» la estes defendiendo
—dijo Scarlett.
—No, Scarlett Bodine algún-día-McAllister, no la estoy
defendiendo. Solo señalo que June podría haber sacado una
conclusión precipitada.
—Estoy de acuerdo con Leah Mae en esto —dijo Cassidy y
levantó una mano cuando Scarlett la fulminó con la mirada—. No te
asustes, Scar, sólo quiero decir que June no tiene muchas pruebas
que respalden sus preocupaciones. Un error no significa que sea
inepta como asistente.
—Aun así, no debería haberla llamado bonita —dijo Scarlett—. Y
no lo digo porque un hombre no pueda «pensar» que otra mujer es
bonita. Puede, pero debe guardárselo para sí. Su «muy nueva» novia
no necesita oírlo. Eso es todo lo que digo.
—De acuerdo —dijeron Cassidy y Leah Mae con medias palabras.
—Mira, Juney, parece que acaban de tener una discusión —dijo
Cassidy—. Una pequeña discusión. ¿Te preocupa no poder
superarlo?
Miré mi tazón de helado a medio terminar, considerando su
pregunta.
—Eso es parte de mi actual estado de angustia, sí. ¿Arruiné las
cosas yéndome tan abruptamente?
—Claro que no —dijo Cassidy—. ¿Por qué no vas a verlo y hablan
de ello?
—No, ella debe esperar a que él venga —dijo Scarlett—. Debe
hacerlo trabajar por ello.
—Si quieres reconciliarte con George, llévale comida —dijo Leah
Mae, sosteniendo un cuadrado de limón.
—Lo dices porque sales con la segunda persona más adicta al
azúcar del pueblo —dijo Scarlett—. Apuesto a que podrías
conseguir que Jameson hiciera cualquier cosa ofreciéndole pastel.
—Esa es una manera —dijo Leah Mae y se chupó los dedos.
—Eso es lo bueno de discutir —dijo Scarlett—. Hacer las paces.
—Oh, sí.
—Ajá.
Miré alternadamente entre las tres.
—Están hablando de coito, ¿no?
—Dios mío, Juney, deja de llamarlo «coito» —dijo Scarlett—.
Especialmente si lo estás haciendo.
Mi cuerpo se tensó ante el tema. Siempre hablaban de sus
relaciones sexuales. «Charla de chicas», la llamaban. No me
importaba, siempre y cuando no me involucraran. No quería hablar
de mí y del sexo. No era algo a lo que quisiera enfrentarme todavía.
—No hemos practicado el co… quiero decir, no hemos tenido
sexo.
—Está bien, nadie dice que debas hacerlo —dijo Cassidy con voz
apaciguada—. Depende de ti decidir cuándo es el momento
adecuado. Pero el sexo de reconciliación es algo hermoso.
—Una cosa preciosa, preciosa —convino Leah Mae.
Scarlett asintió.
—Oh, Señor, claro que sí. A veces busco pelea con Dev sólo para
que me vuele la cabeza después de reconciliarnos.
—Scarlett Rose, eres malvada —dijo Cassidy.
—Sólo recuerda —dijo Scarlett, señalándole un trozo de rollo de
canela—. Fui yo quien te dijo que los orgasmos múltiples eran una
cosa real.
—Así es —dijo Leah Mae—. Y los hombres Bodine son expertos
en darlos.
Cassidy le chocó los cinco.
—Sí, chica.
—Sé cómo resolver mi problema —dije, dejando caer la cuchara
en el tazón.
—Bien —dijo Cassidy—. El helado ayudó, ¿verdad?
Miré mi tazón. Me había ayudado un poco. Igual que su
conversación. No directamente. Pero, de algún modo, la charla con
mi hermana y sus amigas me había ayudado a consolidar mis
pensamientos. Sabía lo que tenía que hacer.
Necesitaba demostrarle a George que tenía razón.
Dos horas después, tenía todo lo que necesitaba. Había
investigado a veinte famosos, desde deportistas hasta actores, de los
que se habían aprovechado agentes, administradores y asistentes
personales. Busqué en sus historias los elementos que tenían en
común y los representé en varios gráficos. Las ayudas visuales
suelen ser útiles a la hora de argumentar.
Estaba decidida a demostrarle a George por qué me preocupaba
Andrea y tenía los datos para respaldar mi posición.
La llamada a mi puerta me sobresaltó. ¿Quién estaba aquí? Aún
no había llamado a George para pedirle que viniera. Acababa de
terminar mi investigación, con las copias impresas aún calientes en
la mano. Los restos de mi fiesta de carbohidratos con las chicas
estaban intactos en la mesita del salón. Ni siquiera había limpiado.
—June Bug —dijo George a través de la puerta—. ¿Puedes abrir,
por favor?
Invitado o no, su sincronización fue satisfactoria. Di unos
golpecitos en los bordes de las impresiones, barajándolas en una pila
ordenada, y fui a abrir la puerta.
—Hola, George.
Dejó escapar un suspiro y sus hombros se relajaron. ¿Había alivio
en su expresión?
—Necesito hablar contigo. —Entró y me cogió la mano,
envolviéndola en la suya más grande.
Dejé que me llevara dentro. No pareció darse cuenta del desorden
de mi sala. Se sentó en el sofá y me atrajo hacia él, sin soltarme la
mano. Dejé la pila de papeles en mi regazo.
—He venido a disculparme —dijo, mirándome a los ojos. Sus ojos
marrones tenían una mirada tan clara—. Antes herí tus sentimientos
y lo siento. Estabas preocupada por mí y actué como si no me
importara. Pero me importa. Me importas y me importa tu opinión.
Siento no haberme tomado en serio lo que decías.
Su disculpa fue tan inesperada y sincera que me dejó sin aliento.
Lo miré fijamente a los ojos, con mi ardiente necesidad de tener
razón apagándose como una cerilla gastada.
Seguía preocupada por Andrea. Eso no había cambiado en el
minuto que había pasado desde que había llegado. Pero tal vez, sólo
tal vez, los hechos no eran lo más importante en esta situación. Los
datos no eran lo importante.
Él lo era.
Retiré mi mano de la suya y cogí la pila de papeles mientras me
levantaba. George me observó mientras me acercaba a la papelera y
los tiraba.
—Acepto tus disculpas —dije, rozándome las manos—. Y me
disculpo por mi participación en nuestra disputa. Mostré una falta
de fe en tu juicio. Eres un hombre inteligente. Al que admiro mucho.
Podría haber expresado mis preocupaciones de una manera que no
fuera tan… dura.
—¿Qué fue lo que tiraste? —preguntó.
—Había preparado documentación para demostrar mi punto de
vista.
Su boca se torció en una sonrisa.
—Déjame adivinar. ¿Tablas y gráficos?
—Sí. ¿Cómo lo sabías? Sólo viste la portada.
—¿No me los vas a enseñar? —preguntó.
—No.
Sonrió y sacudió la cabeza.
—Ven aquí.
Me uní a él en el sofá y me besó. Un beso profundo y lento que me
hizo pensar en lo que habían dicho las chicas sobre el sexo de
reconciliación. Aún no habíamos llegado a ese punto, pero me hice
una idea de lo que habían querido decir. George y yo nos besamos
en mi sofá, y fue increíblemente satisfactorio.
Capítulo 18
June
En las semanas transcurridas desde que se conoció la noticia de
Callie Kendall, la mayor parte de Bootleg Springs se había calmado
al respecto. Se habían retirado los globos, las pancartas y las
banderolas. Las conversaciones y discusiones que antes giraban en
torno a las teorías predominantes sobre su desaparición se habían
desviado hacia otros temas, aunque seguía habiendo bastante
fanfarronería por parte de aquellos cuyas teorías favoritas habían
sido las más cercanas. Los que decían que «se había escapado con un
chico» se comportaban especialmente engreídos.
Mi hermana me dijo que los expedientes del caso y las pruebas
que había se habían guardado en cajas. Se quejó de que la policía de
Hollis Corner tuviera jurisdicción para investigar la secta y el resto
de la historia de Callie. Me di cuenta de que no le gustaba que le
ocultaran nada.
La gente quitó los carteles de persona desaparecida. Algunos
llevaban tanto tiempo pegados a las paredes que la pintura se había
descolorido a su alrededor, dejando rectángulos brillantes.
Había una extraña sensación de pérdida mezclada con alivio.
Habían encontrado a Callie, habían resuelto su misterio. Todos
estaban de acuerdo en que era un buen final. Estaba viva y bien.
Pero el final había sido tan abrupto que resultaba difícil deshacerse
de más de doce años de especulaciones, curiosidad y esperanza.
Tenía suficiente para mantenerme ocupada, así que esa pequeña
astilla de duda sobre Callie Kendall aguardaba en el fondo de mi
cerebro. Sabía que estaba ahí, pero no le presté atención. Había
trabajo, y me trajeron para ayudar con un análisis de riesgos y un
plan de ventas.
Y estaba George.
Me estaba enamorando de George Thompson. La parte lógica de
mi cerebro reconoció esos fuertes sentimientos por lo que eran. Los
notó, vio su brillo. Su calidez y atractivo innato. Me gustaban estos
sentimientos, aunque a menudo me confundían.
¿Por qué una tarde acurrucada con George y Mellow viendo
SportsCenter era mucho mejor que hacer exactamente la misma
actividad en casa? ¿O con mi padre? ¿Por qué mi corazón latía más
deprisa cuando sabía que George venía a recogerme para una cita?
Y las caricias. Nunca me había gustado el contacto físico. Me
gustaba mi espacio y nunca me había parecido que el tacto fuera
una forma atractiva de establecer vínculos con otros seres humanos.
No fue así con George. Sus enormes manos recorrían mi cuerpo,
con respeto, por supuesto, y me encantaba. Acurrucarnos en el sofá,
cogernos de la mano, rodearme la cintura con los brazos. Los besos.
Oh, los besos. Sus besos me distraían tanto que nunca se me había
ocurrido preguntarle si se había pasado el hilo dental.
Sentía curiosidad por esta nueva resonancia emocional que estaba
experimentando. No la entendía, pero en este caso, no estaba
provocando mi instinto de rehuir. Quería sumergirme en ella.
Experimentar más. George me había dicho más de una vez: «no
pienses, sólo siente». Y quería hacerlo. Quería probar a sentir todo
tipo de cosas.
Así que hice lo que uno siempre debe hacer cuando se enfrenta a
un tema sobre el que le gustaría aprender más. Fui a la biblioteca.
La Biblioteca de Bootleg Springs estaba en pleno centro, en uno de
los edificios más antiguos que se conservan. Su fachada de ladrillo
estaba un poco desvencijada, pero seguía siendo acogedora. Unos
escalones de madera nuevos conducían a un rellano que Scarlett
había arreglado el verano pasado. Había sustituido la madera
desgastada, que estaba tan podrida que a Millie Waggle se le había
atascado el pie y le había arrancado el zapato.
Por dentro olía a gloria: cuero, papel viejo y un toque de limón del
pulimento que a la bibliotecaria, Piper Redmond, le gustaba usar en
la superficie del mostrador para mantenerlo brillante.
Entré y respiré hondo. Esta biblioteca era uno de mis lugares
favoritos del mundo. No era especialmente grande, en lo que a
bibliotecas se refiere. Tampoco era lujosa. Había estado en otras
mucho más grandes o que albergaban libros antiguos e importantes.
Esta biblioteca era sencilla, pero era mi hogar. Había pasado horas
de mi infancia entre sus paredes, acurrucada con un libro.
Mis padres habían fomentado mi afición a la lectura, pero siempre
se habían extrañado de mis elecciones. Mientras Cassidy leía «El
club de las niñeras», yo leía libros de astronomía y física. A los ocho
años leí «Cosmos», de Carl Sagan. Devoraba todo lo que tuviera que
ver con la ciencia y, más tarde, con las matemáticas. Cassidy se
había quedado boquiabierta cuando me había traído a casa libros de
matemáticas de la universidad para poder hacer los problemas por
diversión.
Mi cerebro ansiaba ese tipo de estimulación. Sin ella, me sentía
nerviosa e inquieta. Mientras me empapara de conocimientos sobre
algo, era feliz.
Pasé por delante de la zona de no ficción, esas estanterías que
conocía tan bien, y me quedé mirando un lugar desconocido.
Ficción.
Había ampliado mis horizontes más allá de los textos científicos
de adolescente, cuando mi padre me enganchó a los deportes.
Entonces empecé a devorar libros de estadísticas deportivas y
biografías de atletas. Empecé con el beisbol: los promedios de bateo
eran fáciles de calcular e interesantes de seguir. Pero el futbol
americano me había entusiasmado de una forma que no lo habían
hecho otros deportes. Había un elemento de azar en el juego que los
números no podían explicar. Una brutalidad que lo hacía
especialmente estimulante.
¿Pero leer ficción? Nunca me había molestado en hacerlo a menos
que me lo hubieran asignado en la escuela.
—Hola, June. ¿Buscas algo en particular? —preguntó Piper.
Piper Redmond no se parecía en nada al estereotipo de
bibliotecaria de pueblo. Tenía un corte pixie que cambiaba de color
cada semana, más piercings de los que podía contar y un montón de
tatuajes de colores por todo el cuerpo. Se había trasladado a Bootleg
para hacerse cargo de la biblioteca hacía once años. A pesar de su
exterior ruidoso, el comportamiento de Piper era moderado.
Hablaba en voz baja y había leído más libros que nadie que yo
conociera.
—Sí —respondí—. Necesito libros con muchos sentimientos.
—Hum. —Piper se golpeó los labios con el dedo—. ¿Qué tipo de
sentimientos?
—Todos ellos.
Sonrió.
—Entonces sé justo lo que necesitas.
Me llevó a la sección romántica. Mi primer instinto fue burlarme,
pero sabía que no debía cuestionarla. Me había hecho innumerables
recomendaciones a lo largo de los años y nunca me había
aconsejado mal. Si ella creía que debía leer novelas románticas,
confiaría en ella.
Esperé, extendiendo los brazos para que depositara sus
selecciones en una pila cada vez mayor para que yo las llevara.
Escogió seis libros de distintos grosores, todos con portadas de
parejas apasionadas o de hombres atractivos.
—No puedes equivocarte con ninguno de ellos —dijo—. Te
advierto que te destrozarán el corazón, pero te lo volverán a
recomponer bastante bien.
—Parece el tipo de libro que estoy buscando.
—¿Necesitas ayuda con algo más? —preguntó, depositando uno
más encima.
—No, esto me mantendrá ocupada unos días.
—Hay más de donde vinieron estos —dijo—. Si te gusta alguno
en particular, házmelo saber, y puedo sugerirte más que sean
similares.
—Gracias.
La seguí hasta la caja, pero me detuve cuando me llamó la
atención un título de la sección de no ficción. «Estadísticas
criminales en América: Edición nueva, extendida y actualizada».
También lo cogí y lo añadí a mi pila.
Piper escaneó mis libros y los metí en mi bolsa, satisfecha con mi
selección. Volví a casa y apilé los libros en la mesa de centro,
después me arrellané en un rincón del sofá. Había planeado
sumergirme en la primera de las novelas románticas sugeridas por
Piper, pero el libro de estadísticas criminales estaba hurgando en esa
astilla de mi cerebro. La astilla de Callie.
No estaba segura de por qué. El caso de Callie estaba resuelto. Ya
no había ningún misterio sobre el que reflexionar. Pero algo en su
historia seguía molestándome. Quizá había llegado el momento de
darle vueltas al problema y averiguar por qué.
Busqué imágenes de una de las noticias en YouTube y dejé que se
reprodujeran de fondo mientras hojeaba el libro sobre estadísticas
de delincuencia. Nada conectaba. Ningún destello que iluminara mi
cerebro.
Y entonces, ahí estaba. Las neuronas se encendieron, se
establecieron conexiones. Sabía lo que me había estado molestando.
Sólo tenía que investigar un poco para ver si estaba en lo cierto.
George me mandó un mensaje para decirme que estaba de
camino. Habíamos quedado con Cassidy y Bowie para una cita
doble. Le envié una respuesta rápida, mientras pensaba en el
problema que tenía entre manos.
Doce minutos después llegó George. Entró y levanté la vista,
aturdida, como si acabara de despertarme de una larga siesta.
—Oye tú —dijo—. ¿Qué te tiene tan concentrada?
—Lo siento. —Me aparté el pelo de la cara. ¿Cómo se había
enredado tanto? Sólo había ido del sofá a la mesa de la cocina—. Ya
lo descubrí.
Apartó la silla que había frente a mí y se sentó.
—¿Descubriste qué?
—Lo que me molestaba de la historia de Callie Kendall.
—¿Oh?
—Callie dijo que pasó los últimos doce años viviendo con una
secta a las afueras de Hollis Corner —dije—. Pero Hollis Corner
tiene un índice de criminalidad inusualmente alto para su tamaño.
—¿Cómo lo sabes?
—Todo lo que es una anomalía estadística me parece interesante.
Hollis Corner es una anomalía estadística. Es una comunidad rural
con un índice de delincuencia que no se explica por su densidad de
población. Lo descubrí por primera vez cuando realizaba informes
de análisis de riesgos para un cliente. Hoy he visto este libro en la
biblioteca. —Incliné el libro de estadísticas sobre delincuencia para
que pudiera leer la portada—. Me lo ha recordado.
—Bien, entiendo hasta ahora.
—Las estadísticas de delincuencia, más altas de lo esperado, se
remontan al menos a dos décadas atrás.
—En otras palabras, Hollis Corner es un pozo negro plagado de
delincuencia, y eso no es nuevo.
—Precisamente. —Mi mente zumbó, como una máquina bien
engrasada, los engranajes girando suavemente, moviéndose de una
conclusión a la siguiente—. Lo que significa una de dos cosas.
—Uno, la secta no es una secta; es una organización criminal.
Una pequeña sacudida de emoción me recorrió las venas.
Entendió.
—Sí. O la actividad criminal proviene de otra fuente.
—¿Sabes cuál es?
—Sí. —Giré mi portátil para que pudiera ver—. Hollis Corner está
firmemente dentro del territorio de los Free Renegades. Están
oficialmente clasificados por el Departamento de Justicia como un
club de motociclistas fuera de la ley. Eso significa que hay pruebas
significativas de que están fuertemente involucrados en actividades
criminales.
—Así que no son un puñado de médicos y abogados a los que les
gusta conducir Harleys y vestir de cuero.
Otro zumbido de excitación hizo que me hormiguearan los dedos.
—Precisamente. El índice de delincuencia se debe a que las
fuerzas del orden locales son en gran medida ineficaces en pueblos
como Hollis Corner. Los Free Renegades son conocidos por
mantener un control mafioso de sus localidades.
—Bien, sigo comprendiendo. ¿Pero qué tiene esto que ver con la
secta de Callie?
—Los Free Renegades no permitirían la existencia de una secta en
su territorio —dije—. Los habrían echado del pueblo antes de que
pudieran construir su complejo. No toleran ninguna competencia, y
un líder de secta sería considerado como tal.
—Lo verían como una amenaza a su autoridad.
—Sí.
—Hum. —Se frotó la mandíbula—. Y no soy el líder de una secta,
pero si lo fuera, no creo que eligiera poner mi complejo en el camino
de una banda criminal de motociclistas. Parece que eso significaría
una mayor probabilidad de que las autoridades husmearan, incluso
si los motociclistas no los echaran primero.
—Eso mismo pensé.
—Pero espera. —George se levantó y empezó a pasearse—.
Pensemos esto desde otro ángulo. ¿Y si la secta hizo un trato con los
motociclistas? Les pagaron un tributo, al estilo mafioso, por
protección.
—Tu teoría no es imposible —le dije—. Pero es altamente
improbable. Los líderes de sectas y los jefes de organizaciones
criminales suelen tener rasgos que los hacen propensos al
engrandecimiento personal.
—Tienen egos grandes, seguro.
—Imagino que también narcisismo clínico, pero no tengo
estadísticas al respecto. —Tendría que buscar eso más tarde—. Mi
punto es, no creo que los dos grupos hubieran coexistido en la
misma región.
—¿Y si estaban aislados? Tal vez los motociclistas los dejaron
solos porque no estaban cerca.
Sacudí la cabeza.
—Los Free Renegades tienen un rango territorial establecido que
incluye las zonas periféricas.
—¿Qué estás diciendo?
—No tengo suficientes pruebas para sacar una conclusión sólida.
Pero creo que es posible que Callie Kendall mintiera sobre dónde
estuvo todos estos años.
George sonrió.
—Dios, eres sexy cuando muestras tu inteligencia.
No pude evitar sonreír un poco.
—Eso… no sé qué tiene que ver con el tema que estamos tratando.
—Simplemente lo eres. Me encanta ver trabajar ese gran cerebro
tuyo. Pero, ¿por qué crees que mentiría?
Cerré el portátil, con la frustración haciéndome un nudo en el
estómago.
—No lo sé. Las motivaciones humanas son un misterio para mí. A
primera vista, su historia es totalmente plausible. La única razón por
la que cuestioné la historia de Callie fue su mención de Hollis
Corner. Sabía que había leído algo sobre eso antes.
George volvió a sentarse.
—De acuerdo. Pensemos en sus motivos. ¿Por qué Callie mentiría
y diría que era prisionera en una secta?
—Esperaba que tuvieras alguna idea.
—Bueno, tal vez se avergüenza de la verdad. Tal vez sólo se
escapó con un chico y cuando no funcionó, decidió volver a su vida.
Pero se siente mal por haberse mantenido alejada tanto tiempo,
sobre todo cuando había tanta atención mediática sobre su historia.
Ojalá entendiera mejor a la gente. Quizá debería haber hecho caso
a mi hermana y esforzarme más por socializar.
—O quizá lo hace por llamar la atención —dijo—. Estoy muy
familiarizado con ese tipo de cosas.
—¿Cómo es eso?
—Fanáticas. Muchas de las razones por las que las chicas
persiguen a los atletas es por la atención. Quieren que las vean. Si
salen con alguien que atrae la atención de los medios, consiguen
algo estando con él. Es más que eso, por lo general. Quieren que las
mimen con cosas caras. Esos bolsos y zapatos de diseñador son
como insignias de «Niñas Scouts» para ellas. Quieren coleccionarlos
y presumir de ellos. Pero la atención también es importante.
—Sospecho que el deseo de atención es un fuerte motivador. Pero
si no estaba con la secta, ¿dónde estaba? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué
presentarse después de todos estos años?
—No lo sé —dijo.
—Independientemente de sus posibles motivos, estoy segura de
esto, George. Algo no cuadra.
—Te molesta cuando no entiendes una ecuación, ¿verdad?
—Sí, eso es exactamente. Esto no tiene sentido, y es algo más que
una anomalía estadística o un dato aberrante.
—Bueno, ¿crees que puedes dejarlo de lado lo suficiente para
cenar y ver una película? Hemos quedado con Cassidy y Bowie en
diez minutos.
Cerré mi portátil. Sorprendentemente, podía. Y lo que era aún
más sorprendente, una cita doble con George me atraía más que una
tarde dedicada a buscar números y calcular probabilidades. El
misterio de Callie esperaría a mañana.
Esta noche, tenía una cita.
Capítulo 19
George
Me estaba poniendo muy físico con June, pero mientras ella lo
permitiera, no pararía.
Nos sentamos frente a Cassidy y Bowie en un pequeño y coqueto
restaurante italiano, Mama Lucia's. Era el tipo de sitio con manteles
y buen vino, pero que daba la sensación de que estabas sentado en
el comedor de una casa para una cena familiar. Podíamos oír a los
propietarios, una pareja de mediana edad, discutiendo en italiano en
la cocina y todo el lugar olía a ajo, pan fresco y especias.
Tenía una mano en el muslo de June y llevaba falda. Le había
hecho un comentario sobre su elección de ropa cuando bajó después
de cambiarse, y ella me había dicho tranquilamente que llevaba
faldas a menudo, solo que no la había visto en una.
Por supuesto que no la había visto en una. Tampoco la había
tocado en una, fue mi prioridad poner mi mano en su pierna debajo
de la mesa tan pronto como me fue humanamente posible, una vez
que nos sentamos. Desde el momento en que ella había bajado esas
malditas escaleras, mi atención había estado pegada a sus piernas.
Largas, lisas, suaves. Le froté un poco la pierna y dejé que mi
mano se deslizara más arriba. Ella no reaccionaba. No creía que su
hermana se diera cuenta de lo que yo estaba haciendo. Bowie no era
estúpido, estaba seguro de que se dio cuenta. También estaba seguro
de que estaba haciendo lo mismo, o más, con Cassidy, que estaba a
su lado.
Fingí no darme cuenta. Cortesía de chicos.
Era el mayor contacto físico que había tenido con June desde que
empezamos a salir. El aspecto físico de mi última relación no se
había desarrollado tan lentamente. De hecho, ninguna de mis
relaciones se había desarrollado tan lentamente. Una o dos citas y ya
las tenía en mi cama o había estado en las de ellas. Yo era un tipo
físico. El tacto y el contacto eran muy importantes para mí.
Pero con June, disfrutaba del ritmo más lento. Le rocé el muslo,
pero no presioné demasiado. Si hubiera separado las rodillas y me
hubiera invitado a más, lo habría hecho con entusiasmo. Habría
encontrado una excusa para saltarme la película y llevarla a mi casa
para divertirme explorando. Pero no lo hizo y me pareció bien. No
necesitaba meterme en sus bragas para querer estar con ella.
Por supuesto, quería meterme en sus bragas. Estaba duro como el
cemento por ella y la tentación era real. Quería conocer ese cuerpo
suave. Quería tocarla, sentirla. También que ella me tocara.
Apretando un poco su pierna, di un largo suspiro. Llegaríamos.
—¿Queremos postre? —preguntó Bowie.
Cassidy gimió.
—Estoy demasiado llena. Esos rigatoni estaban increíbles.
—Yo también estoy satisfecha con la comida —dijo June.
A pesar de las protestas de Bowie, pagué por los cuatro. Luego
ayudé a June a ponerse el abrigo y bajamos todos al cine de Bootleg
Springs.
Como todo en este pueblo, no era un cine común y corriente. Lo
habían reformado para que pareciera de los años veinte. Un cartel
art decó colgaba sobre la taquilla, proyectando un suave resplandor
sobre la acera. Dentro, el vestíbulo estaba decorado en negro y
dorado. De algún modo, habían conseguido darle un toque
glamuroso sin que pareciera fuera de lugar en Bootleg. Quizá fuera
el olor a palomitas con mantequilla o la selección de moonshine
servido en tarros de cristal, pero todo encajaba a la perfección.
Pagamos las entradas, pero nos saltamos los aperitivos. Podría
haberme comido un cubo de palomitas, pero intentaba ir a mi ritmo.
Y la lasaña que me había comido estaba a punto de acabar conmigo.
Bowie eligió un sitio cerca del fondo del teatro. Tuve un recuerdo
de mis días de instituto. Era exactamente el lugar al que habría
llevado a una cita cuando tenía dieciséis años. Perfecto para besarse
a mitad de la película.
Tiré suavemente del brazo de June mientras avanzábamos por la
fila.
—Deja un asiento entre nosotros y ellos. Danos espacio para
estirarnos.
«En otras palabras, pon un poco de espacio entre tú y tu hermana
para que pueda ponerme un poco travieso contigo cuando las luces
estén bajas».
Bowie me dio un sutil movimiento de barbilla. Él sabía cómo se
hacía.
Nos quitamos los abrigos, los colocamos en la silla extra y nos
sentamos.
—No conozco esta película —dijo June—. ¿Cuál es?
—Se supone que es romántica —dijo Cassidy.
Bowie y yo compartimos una mirada. No eran nuestras favoritas,
pero ninguno de los dos estábamos aquí por la película.
—Qué bien —dijo June, con la voz más alegre—. He estado
trabajando en explorar mis emociones a través de la ficción
romántica. El cine es otro medio para eso.
—Bien por ti, Juney —dijo Cassidy.
Al cabo de unos minutos, las luces se atenuaron. Puse la mano de
June entre las mías y le acaricié el dorso con el pulgar. Ella miraba
los avances, con los ojos fijos en la pantalla. Yo miraba su cara,
admirando cómo el resplandor de la luz resaltaba su nariz
respingona. Sus labios suaves. Su cuello.
Me acerqué más y respiré hondo, oliendo su pelo. Dios, qué bien
olía. Fresca y limpia, pero cálida y acogedora.
Empezó la película y, desde la primera nota de la canción de
apertura, tuve una sensación extraña. Cassidy había dicho
romántica, y ciertamente así empezó. Pero una advertencia se
disparaba en el fondo de mi mente mientras mirábamos, pero no
sabía por qué.
Aunque quería besuquearme un poco con June, al empezar la
película no podía dejar de verla. Era una historia de amor entre un
chico y una chica que habían crecido juntos. La vida los separaba,
los acercaba tentadoramente y los volvía a separar. Era
desgarradora.
Miré a June. El resplandor de la pantalla iluminaba sus rasgos, y
de repente me di cuenta de por qué la alarma de mi cabeza no
cesaba. Aquella película me hacía doler el pecho, inspiré con fuerza,
y estaba claro que a ella le ocurría lo mismo.
Su ceño se arrugó y sus ojos se abrieron de par en par. Se mordía
la uña del pulgar y se retorcía en el asiento, como si a su cuerpo le
costara contener todas las emociones que experimentaba.
Mi atención estaba ahora sólo a medias en la película. Quería
saber qué iba a pasar, tenía la fuerte sospecha de que no tendría un
final feliz, pero June me cautivó. Sus sentimientos se reflejaban en su
expresión de una forma que nunca había visto antes. Miraba la
pantalla con esperanza, luego con preocupación y después con
miedo. Juntó las manos y se las llevó al pecho. Se tocó la boca. Se
tapó los ojos.
Cuando volvió a mirar, la historia había dado un giro trágico. Me
costaba evitar que mis ojos gotearan. Un rápido vistazo a Cass y
Bow mostró a Cassidy sollozando en silencio con el brazo de Bowie
alrededor de sus hombros.
June sacudió la cabeza varias veces, como si intentara asimilar lo
que acababa de ocurrir en la película. Muerte, dolor, pérdida,
tragedia. Todo estaba allí, en la gran pantalla. Su cuerpo se
estremeció, respiró entrecortadamente y las lágrimas corrieron por
sus mejillas.
—Oh, Juney —susurró Cassidy, acercándose a su hermana.
Me encontré con los ojos de Cassidy y le dije sin hablar: «Me
encargo».
Cass asintió.
Saqué a June de su asiento y la persuadí para que se sentara en mi
regazo. Se derritió sobre mí y enterró la cara contra mi hombro
mientras lloraba. Su cuerpo se estremecía con profundos sollozos
mientras le frotaba la espalda con lentos círculos. Nadie nos prestó
atención. La mitad de la gente lloraba y la otra mitad la consolaba.
Incluso Bowie se dio un rápido golpe en la comisura de un ojo.
Fingí que no me había dado cuenta, aunque carraspeé y volví a
aspirar con fuerza. Cortesía de chicos.
La película terminó con suficiente esperanza como para que no
todos quisiéramos tirarnos de un puente cuando salimos. Pero había
sido agridulce en el mejor de los casos. Acurruqué a June contra mí,
rodeándola firmemente con un brazo. Me rodeó la cintura con los
brazos y apoyó la cara en mi pecho. Aún no había dejado de llorar.
—Lo siento mucho —dijo Cassidy cuando salimos del teatro a la
calle. Se secó los ojos y resopló—. No tenía ni idea de que esa
película fuera tan triste. Había oído que era dulce y romántica.
Parecía una película para una cita.
Bowie se aclaró la garganta.
—Yo elijo la próxima vez.
—Ni siquiera puedo discutir eso —dijo.
Levanté la barbilla de June con un dedo.
—¿Estás bien, June Bug?
Resopló con fuerza y parpadeó con los ojos hinchados e
inyectados en sangre.
—No lo sé.
Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. La abracé y dejé que me
mojara la camisa.
—Nunca la había visto llorar así —dijo Cassidy.
Acaricié el pelo de June y le besé la coronilla.
—No pasa nada. La tengo.
Cassidy me dedicó una cálida sonrisa. Bowie le cogió la mano y se
despidieron. June no despegó su cara de mi camisa.
—Vamos, June Bug. —Volví a pasarle las manos por el pelo—.
Por mucho que me guste tenerte así de cerca, no puedo caminar
contigo pegada a mí de esta manera y todavía estamos frente al cine.
—No sé qué me pasa. —Le tembló la voz y volvió a resoplar—. La
película ni siquiera estaba basada en una historia real. Era
totalmente ficticia. ¿Por qué me hizo sentir así?
Le pasé el brazo por los hombros y la conduje calle arriba hacia mi
auto.
—Porque tocó algo en ti y tal vez ya tenías muchos sentimientos
gestándose. Sólo necesitaban salir.
June se limitó a asentir.
Llegamos a mi auto y le abrí la puerta del pasajero. Se volvió
hacia mí, se puso de puntillas y me dio un buen beso.
—Gracias —dijo ella.
—¿Por qué?
—Por comprender.
Le aparté el pelo de la cara y le di un suave beso en sus dulces
labios.
—De nada.
Capítulo 20
June
Después de la película más horrible, terrible, desgarradora y
maravillosa que hubiera visto en mi vida, George me llevó a tomar
un helado.
Básicamente era un genio. Definitivamente había algo en la teoría
de «comerse nuestros sentimientos».
Nos sentamos en el Moo-Shine’s Ice Cream and Cheese y lamimos
nuestros helados. No quería hablar de la película. Había sido
excelente, aunque me había hecho llorar. No tenía muchas ganas de
hablar de nada, pero George parecía entenderlo. Se sentó conmigo
en silencio, dejándome reflexionar.
Es un genio.
El caótico torbellino de emociones se disipó. Me sentí mejor.
Limpia. Cuando terminamos el helado, ya no sentía la necesidad de
llorar. Me sentía en control de mí misma. Tranquila y feliz.
Cuando me llevó a casa, percibí algo en él. Había tensión entre
nosotros. No tensión negativa, como si hubiéramos tenido otro
desacuerdo. Tensión física. Me dio un beso de buenas noches y no
me preguntó si podía entrar, pero sentí que la pregunta se cernía
entre nosotros.
Durante las dos semanas siguientes, lo sentí cada vez que
estábamos juntos.
Me tocaba, me abrazaba, me besaba y bajo la superficie, podía
sentir su deseo de más. No me presionaba, pero estaba ahí.
Nuestra relación estaba progresando y desarrollándose. Eso me
gustaba. Me gustaba que nos viéramos casi a diario. Que me
saludara con besos y sonrisas. Que lo echara de menos cuando
estábamos separados y que experimentara la dulzura de volver a
verlo cada vez que estábamos juntos.
Me gustaba. No sólo me gustaba, sino que lo respetaba. Su físico y
sus antecedentes atléticos eran sólo la superficie. George Thompson
había jugado futbol americano y fue uno de los mejores durante sus
diez años en la liga, pero el futbol americano no era todo lo que él
era. Era inteligente, amable y a menudo divertido. Disfrutaba de su
presencia y me apetecía estar con él.
Pero cuando se trataba del lugar al que sabía que se dirigía
nuestra relación, tenía miedo.
Mi cuerpo quería cosas con él, de él. Sentía el calor entre nosotros
tan intensamente como él. Aun así, me contuve. Intenté apartarlo
como hacía con mis emociones cuando eran demasiado intensas.
Aquel anhelo físico, aquel deseo de estar con él, me aterrorizaba.
Sabía que iba a pasar, pero no quería afrontarlo. Porque si había
algo que sabía de mí misma y de las relaciones era que el sexo
significaba el final y no quería perderlo.
El viernes por la noche me invitó a su casa. Habíamos estado
socializando mucho en público los días anteriores, cena con mis
padres, otra película con mi hermana y Bowie, y George parecía
darse cuenta de que yo estaba al límite. Una noche solo con él y su
conejita sonaba perfecto.
Cenamos y nos tumbamos en el sofá a ver ESPN. Mellow saltó por
encima, así que la cogió en brazos y la puso suavemente en mi
regazo. Su pequeña nariz se movía mientras sus ojos se cerraban
lentamente.
—Es obvio que le gustas. —Pasó el dedo entre sus orejas y luego
inclinó su rostro hacia el mío—. A mí también me gustas.
Su beso era familiar, sus labios tan tentadores. Me tocó la cara y
me puso las manos en el pelo. No era la primera vez que nos
besábamos en su sofá, ni en el mío. Pero esta vez noté la diferencia.
Había hambre, hirviendo a fuego lento bajo la superficie. Me
deseaba.
La verdad era que también lo deseaba. Le devolví el beso con
entusiasmo, disfrutando de la sensación, aunque el miedo luchaba
contra mi deseo físico.
Sacó a Mellow de mi regazo y la dejó con cuidado en el suelo.
Saltó hacia su almohadita, como si hubiera decidido que su siesta no
había terminado.
Y luego me estaba llevando al dormitorio.
Lo seguí, relamiéndome, cogida de su mano. Me llevó a su
dormitorio y me tumbó en la cama.
Se inclinó sobre mí y volvió a besarme, más profundamente que
antes. Su lengua acariciaba la mía en una danza lenta y su peso era
tentador.
Esto se sentía bien. Podía hacerlo.
Pero ese miedo seguía ahí. No tenía miedo de George. Sabía, sin la
menor duda, que si le decía que no, dejaría de hacerlo. Ese no era el
problema.
Me tiró de la camisa por encima de la cabeza, me acariciaba el
pecho y saboreaba mi boca. Había sido paciente. Su peso encima de
mí y sus besos profundos y hambrientos eran muy tentadores. Todo
indicaba que era lo correcto.
No entendía qué me frenaba.
Me besó en el cuello y me bajó el sujetador. Su lengua recorrió mi
pezón y la sensación fue extraordinaria. La textura aterciopelada de
su lengua me hizo saltar chispas y me erizó la piel.
Cerrando los ojos, intenté relajarme, intenté decirme a mí misma
que George era diferente.
Se quitó la camisa y la tiró a un lado. Me desabrochó los
pantalones y los deslizó por mis piernas. A medida que me quitaba
la ropa, mi ansiedad aumentaba. Estaba en guerra conmigo misma,
la indecisión me distraía de la sensación de sus manos sobre mi
cuerpo.
«Basta, June. Deja de pensar y siente».
George enganchó el pulgar en la cinturilla de mis bragas mientras
con la otra mano me acariciaba el rostro.
—¿Estás conmigo?
Me estaba pidiendo permiso. Necesitaba darle una respuesta.
—Sí. —La palabra escapó de mis labios en un suspiro. Esperaba
que decirla en voz alta, tomar una decisión firme, calmara la
tormenta de ansiedad que se arremolinaba en mi cerebro.
Lo hizo. Por unos momentos, al menos.
Volví a cerrar los ojos y dejé que me tocara y me saboreara. Me
besó el cuello y me chupó los pezones. Aquellas manos tan
atractivas acariciaban mi piel.
Hizo una pausa para ponerse un preservativo y se colocó encima
de mí, entre mis piernas. Sentí que me penetraba, no demasiado
fuerte, para asegurarse de que estaba bien.
—Sí. —Lo repetí. Porque quería que ese sí fuera verdad.
La loca cascada de pensamientos de mi cerebro no se detuvo.
Continuó, recordándome implacablemente lo que esto significaba.
Las preguntas se agolpaban en el caos de mi cabeza. ¿Era realmente
diferente? ¿Era yo capaz de esto? ¿Había cometido un terrible error?
¿Por qué no podía ser «normal»?
Se movió y me penetró. En algún lugar, bajo el ruido de mis
pensamientos, supe que mi cuerpo respondía. Sabía que me sentía
bien, que las sensaciones físicas eran placenteras. Debería haberme
perdido en esta experiencia. Se movía con una gracia experta, con
una fuerza sensual que debería haberme hecho gritar su nombre sin
pensar.
Pero no fue así. Porque yo no era normal. Yo era June Tucker y
nunca había entendido cómo hacer esto bien. Cómo salir de mi
cabeza el tiempo suficiente para intimar con otra persona. Había
estado tan cerca como nunca con George. Pero ahora que estábamos
cruzando la línea de la intimidad física, estaba perdida.
No pude hacerlo.
Me invadió la tristeza cuando sentí que su clímax iba en aumento.
Me aferré a su espalda y enterré la cara en su cuello. Murmuraba y
gemía y yo intentaba acompañarle. No quería que lo supiera.
—Sí —dije—. Sí, vente.
Me abrazó con fuerza mientras su cuerpo se ponía rígido. Sentí el
profundo latido de su polla dentro de mí. No hice ademán de fingir,
no habría sabido cómo, pero lo acompañé en el orgasmo. Quería que
lo disfrutara. Que fuera feliz. Que se sintiera bien.
Pero no por mí.
No podía. Algo dentro de mí no funcionaba bien. Era rara. Todo
el mundo lo sabía. No estaba hecha para las relaciones humanas y
me había equivocado al pensar que podría tener esto con George.
Las relaciones sexuales no dejaban lugar para esconderse y él iba a
sentir mi fracaso.
Se apartó de mí, con el ceño fruncido.
—Cariño, ¿qué pasó?
—Nada —dije, intentando contener la marea de emociones.
Mentalmente, me alejé. Me separé—. No ha pasado nada. Fue
perfectamente satisfactorio.
—¿Por qué haces eso? —preguntó.
—¿Qué cosa?
—Me dejas fuera.
—Difícilmente te estoy dejando fuera. Estoy completamente
desnuda en tu cama.
—No te viniste.
Las palabras volaron hacia mí, una acusación que no podía negar.
—Eso no lo sabes.
—Eh, sí lo sé. ¿Te encuentras bien? ¿He hecho algo mal?
—Estoy bien. No has hecho nada mal. —Necesitaba irme. Esto me
daba miedo y me sentía incómoda, inepta e inadecuada. No me
gustaba. Me levanté de la cama y recogí mi ropa.
—June.
Tiré de mi ropa interior y me aparté de él para ponerme el
sujetador. Volvió a decir mi nombre, pero no contesté.
—June, por favor.
Había conseguido ponerme rápidamente los pantalones, pero la
emoción de su voz me hizo detenerme. Deslicé lentamente el brazo
por la manga de la camisa.
—¿Qué?
—Háblame.
Me volví para mirarlo a los ojos.
—No has hecho nada mal. Te lo juro.
Las lágrimas me quemaban los ojos. No podía seguir aquí de pie
en su habitación. Me coloqué la camisa y me fui. Salí por la puerta.
A mi auto. Lejos de él. Lejos del inevitable final.
Capítulo 21
George
Esto fue un desastre.
Me quedé boquiabierto mirando la puerta por la que June acababa
de salir. Si la miraba fijamente, quizá reaparecería y me daría cuenta
de que los últimos cinco minutos habían sido una alucinación.
No volvió.
Se me revolvió el estómago, una oleada de náuseas me recorrió
mientras me levantaba para ocuparme del condón. Me aseé en el
baño, me puse una sudadera y me senté en el sofá. Mellow se acercó
dando saltitos y la subí a mi regazo.
¿Qué carajos acababa de pasar?
Repetí todo en mi mente, buscando dónde había fallado. Dónde
me había equivocado. Nos habíamos estado besando en el sofá, las
cosas se pusieron ardientes e intensas. No había percibido ningún
problema. Cuando la llevé a la habitación, vino de buena gana. No
era como si la hubiera cogido y tirado en mi cama. Cierto, había
veces en que eso sucedería, pero sabía que nuestra primera vez no lo
era.
Me había tomado las cosas con calma. Me aseguré de que
estábamos de acuerdo. Ella dijo que sí. «Dos veces». Le había dado
todas las oportunidades para decirme que fuera más despacio. Para
hacerme saber si no estaba lista. Pensé que confiaba en mí lo
suficiente. Que sabía que me detendría si decía que no.
¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué «me había dejado» hacerle
eso?
Acaricié el suave pelaje de Mellow, sintiendo su peso apenas
perceptible en mi regazo. La forma en que June se había marchado
me dejó destrozado. Me sentí vacío, mirando al suelo porque no se
me ocurría nada más que hacer.

No recordaba haberme quedado dormido, pero me desperté a la


mañana siguiente con el cuello adolorido por haber dormido en el
sofá. Mellow dormitaba sobre mi pecho. La acaricié un par de veces
y abrió uno de sus ojos azules.
—Hola, pequeña. ¿Siguen siendo una mierda las cosas?
Cerró el ojo.
—Me lo imaginaba. —Me levanté, la dejé en la almohada y fui a
buscarle el desayuno.
Tenía suficiente comida en casa para no tener que salir durante un
par de días. Ni una palabra de June, lo que tomé como una mala
señal. Tampoco la llamé, pero ¿qué se suponía que debía decir
después de aquello? Habíamos tenido sexo y se había marchado
como si la habitación estuviera ardiendo.
Otro día y tenía que arrastrarme hasta el pueblo. Me había
quedado sin comida y, lo que es más importante, sin alcohol. Eso no
iba a funcionar. Pensé en parar en Build-A-Shine y preparar un
brebaje tan potente como Sonny Fullson pudiera inventar. Podría
saber a gasolina cuando terminara, pero todo lo que necesitaba era
algo que pusiera mi culo alto bien borracho.
Desgraciadamente, cuando entré en el Pop In para coger algo de
comida, quién estaba allí sino el sheriff Tucker. «Por supuesto» que
me encontraría con su padre. Este maldito pueblo era demasiado
pequeño para evitar a nadie.
—Hola, GT —dijo. La amabilidad de su tono sugería que no
quería dispararme, pero no podía saber si él sabía que June y yo
prácticamente habíamos terminado.
Asentí con la cabeza.
—Sheriff.
—¿Estás bien, hijo?
Me froté la nuca. No estaba bien, y era un mentiroso terrible. Pero
no era como si pudiera hablar con su «papá» sobre esto.
—Sí, muy bien. ¿Cómo está la señora Tucker?
—Oh, Nadine está bien.
Se hizo un silencio incómodo entre nosotros. Estaba a punto de
decirle que pasara una buena tarde y seguiría con mis compras,
cuando habló. Esta vez, su voz era seria.
—Vamos a tomar una cerveza.
Intenté no gemir. No quería tomar una copa con el padre de June.
No después de haberme acostado con su hija y haberla hecho salir
corriendo. Estaba claro que sabía que pasaba algo. ¿Por qué quería
sentarse y tomar una cerveza?
Pero también sentí que no podía decir que no.
—De acuerdo.
Salimos y, por un segundo, temí que me metiera en su auto
patrulla. Afortunadamente, murmuró algo sobre verme en el
Lookout.
Cuando llegamos, lo seguí adentro. Le pedimos bebidas a
Nicolette, pero no nos sentamos en la barra. Nos dio dos cervezas y
el sheriff Tucker me llevó a una mesa apartada.
Lejos. Donde hubiera menos testigos.
Me hundí en la silla y di un trago a mi cerveza.
—June parece disgustada —dijo tras un largo momento—. ¿Sabes
algo de eso?
—Supongo que es por mi culpa, pero tengo que ser honesto,
realmente no sé lo que pasó.
Asintió lentamente, como si mi respuesta no lo hubiera
sorprendido.
—Mi June Bug es… diferente.
No sabía qué responder, así que esperé a que continuara.
—Es muy lista. Estoy seguro de que lo sabes.
—Es increíblemente inteligente —dije—. Es una de las cosas que
me gustan de ella.
Se alisó el bigote.
—Pero tiene un gran punto ciego.
—¿Un punto ciego?
—Claro. Hay cosas que desconciertan incluso a ese gran cerebro
suyo.
Tracé con el pulgar la humedad de mi botella.
—Me está diciendo que es lista cuando se trata de ciertas cosas,
pero que otras no las entiende.
—Correcto —dijo—. ¿Cómo digo esto… verás… bien…
Esperé mientras el sheriff Tucker tropezaba con sus palabras.
—Ya sabes —dijo, haciendo un gesto con una mano—. Te habrás
dado cuenta de que no es la mejor relacionándose con los demás.
—Lo estaba haciendo muy bien conmigo. —Tomé otro trago—. Al
menos, eso pensaba.
—Creo que sí. El problema es… que se le escapaban cosas.
Cassidy siempre hizo un buen trabajo ayudándola. Pero las
relaciones eran… oh, ¿cómo explico esto?
Tenía la sensación de que al menos parte de lo que hacía que la
gente pensara que June era diferente venía directamente de su
padre.
—Creo que se refiere a que es inteligente cuando se trata de
matemáticas, estadísticas y su trabajo. Pero no tiene mucha
experiencia cuando se trata de relaciones.
—Sí —dijo con un asentimiento definitivo—. Hay muy poca gente
que la entiende. Es demasiado lista para la mitad de ellos y
demasiado… única para la otra mitad.
—Tengo que ser honesto con usted, Sheriff. No estoy seguro de
por qué me cuenta esto. June… —Desvié la mirada, sintiendo un
tirón de dolor en el pecho al pronunciar su nombre—. Me dejó hace
unos días y no he sabido nada de ella desde entonces.
—Hum. —Sus ojos estaban puestos en su cerveza—. Tenía la
sensación de que algo por el estilo había sucedido.
—No estoy seguro de lo que hice, pero fuera lo que fuera, no
quería hacerle daño.
—Eso es lo que trato de decir, hijo.
—No lo entiendo.
—La maldita chica lo sacó de mí, más bien. Yo tampoco sirvo para
esto —murmuró, más para sí mismo que para mí—. Nunca ha
estado con nadie que pensara que valía la pena.
Algo sobre June se agolpaba en mi mente. Una comprensión que
no podía precisar. No sabía mucho sobre sus relaciones pasadas,
pero tenía la sensación de que esto era importante.
—¿Quiere decir que le han hecho daño? ¿Los chicos con los que
salió en el pasado la trataron mal?
—El primero lo hizo —dijo, y no había duda del calor en su
tono—. Hubo un par más, cuando se hizo mayor. Pero creo que el
primero marcó la pauta. No la cortejó adecuadamente. Al final la
perjudicó.
«Nunca ha estado con nadie que pensara que ella valía la pena».
Las palabras del sheriff se repetían en mi cabeza. Sabía que tenía
razón, podía sentirlo y me rompió el puto corazón.
—Creo que lo que intenta decirme es que debo ser yo quien se
acerque a ella —dije—. Si creo que ella… vale la pena.
Suspiró, sus hombros se relajaron, como si se sintiera aliviado de
que me hubiera dado cuenta de lo que había estado tratando de
decir.
—Así es.
Asentí lentamente y le di un trago a mi cerveza. Mierda, sí que
merecía la pena. Aún no sabía qué había hecho mal, pero me pareció
que su padre intentaba devolverme al campo. Quizá el partido aún
no había terminado.
Capítulo 22
June
Ni siquiera la distracción de SportsCenter pudo sacarme de mi
malestar. Me senté en el sofá en la casa de mis padres, con el teletipo
del partido rodando por la parte inferior de la pantalla y me sentí
miserable.
Me había sentido miserable desde el día que había salido de la
casa de George y no estaba mejorando.
Mis padres me habían invitado, junto con Cassidy y Bowie, a la
cena del domingo. Un miércoles. Lo que normalmente me habría
irritado sobremanera, pero hoy no me importaba. De todos modos,
no tenía ganas de cocinar.
La comida había estado bien. Mi padre había hecho intentos poco
entusiastas de meterme en la conversación. Mi madre me había
hecho preguntas entrometidas. Cassidy, la hermana desconfiada
que era, me había mirado a través de la mesa. Yo no había dicho ni
una palabra sobre George, pero me daba cuenta de que ella sabía
algo. Era sólo cuestión de tiempo que dejara de besarse con Bowie
en el porche trasero, pensando que ninguno de nosotros lo sabía, y
entrara para obligarme a hablar.
No podía decidir si esperaba que lo hiciera o esperaba que no lo
hiciera.
Ella tomó la decisión por mí. Oí su intento de colarse
sigilosamente por la puerta trasera y le dijo algo a Bowie. Él se
quedó en la cocina, presumiblemente para ayudar a mi madre con
los platos.
—Juney, ¿qué te pasa? —preguntó cuando entró en la sala—.
Nunca te había visto tan alterada.
—No estoy alterada, me estoy resfriando.
Enarcó una ceja y se dejó caer en el sofá a mi lado.
—No me mientas. No se te da bien mentir y, de todas formas, no
deberías mentirle a tu hermana. Habla conmigo. Quizá pueda
ayudarte.
Me aclaré la garganta, intentando encontrar las palabras
adecuadas. ¿Cómo se expresan las cosas que no se entienden? No
podía entender lo que sentía. ¿Cómo podía decírselo a Cassidy?
—Me acosté con George.
Cassidy se puso rígida.
—No sé cómo te sientes por la forma en que lo has dicho.
¿«Querías» acostarte con él?
Asentí, luego negué con la cabeza.
—Sí, pero no.
—No te obligó, ¿verdad?
—No —dije, sorprendiéndome a mí misma con mi propia
vehemencia—. No, no fue así en absoluto.
—Bien, ¿y cómo fue?
—Creo que fue agradable. Había cosas que me gustaban,
físicamente. —Hice una pausa, juntando las manos en mi regazo—.
No sé cómo hablar de esto, Cassidy.
Su expresión se suavizó y se acercó para cogerme la mano.
—Oh, June Bug. No pasa nada. No tienes que contarme los
detalles si no quieres. Sólo quiero saber por qué te molestó acostarte
con George. ¿Qué te hizo?
Sacudí la cabeza.
—No es lo que me hizo. Es lo que yo le hice a él. No entiendo
cómo hacer esta parte. Me gusta George. Me siento intensamente
atraída por él de una forma que nunca había experimentado. Me
hace querer estar con él todo el tiempo, y ya sabes lo que siento por
otros humanos.
—Claro que sí.
—Pero Cassidy… a los hombres no les gusto después de que se
acuestan conmigo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Qué hombres?
Tragué saliva.
—Sabes lo de Hank Preston, en el instituto. Salimos un tiempo y
entonces él quiso tener relaciones sexuales. Pensé que era lo que
debía hacer… lo que haría una chica normal. Muchos adolescentes
tenían sexo en ese entonces, pero después de hacerlo, rompió
conmigo.
La cara de Cassidy enrojeció mientras hablaba.
—Hank Preston era un hijo de puta bueno para nada y un
lameculos. Te trató fatal y, si yo no fuera una ciudadana tan
honrada, le habría quemado la casa hace mucho tiempo o al menos,
no habría impedido que Scarlett lo hiciera.
—La cuestión es que no estoy hecha para la intimidad —dije—.
No la entiendo o cómo corresponderla. Especialmente la física.
—Un chico imbécil que se acostó contigo y rompió contigo justo
después, no significa que haya algo mal en ti, June Bug. Significa
que era basura.
—No fue el único.
Cassidy enarcó las cejas.
—¿Qué?
—He salido con otros hombres desde el instituto —dije—. Estuve
en dos relaciones que progresaron hasta el punto de tener relaciones
sexuales. Ambas veces rompieron conmigo después.
—Espera. En primer lugar, no sabía que te habías acostado con
alguien además de Hank. ¿Por qué no me lo dijiste? Y segundo, ¿qué
quieres decir con que rompieron contigo después? ¿Quieres decir
«justo después»?
—Para responder a tu segunda pregunta, en un caso fue al día
siguiente. En el otro, unos días más tarde, pero básicamente lo
mismo. Para responder a la primera, no sé por qué te lo oculté. Me
sentí muy rechazada cuando ellos terminaron la relación. Sobre
todo, porque sabía por qué lo habían hecho.
—¿Y por qué fue?
Me miré las manos.
—Porque no estoy preparada para una relación física íntima.
—¿Crees que te dejaron porque eras mala en el sexo? —susurró.
—Es una simplificación excesiva, pero sí. No es que sea inculta en
el acto en sí. Entiendo cómo funciona, pero forjar una relación física
íntima adecuada está más allá de mis capacidades.
—Juney, eso no es verdad. No piensas como los demás, pero eso
no significa que no puedas tener una relación íntima con alguien.
—¿Y si es así?
Su espalda se enderezó y reconocí su expresión: su cara de oficial
Tucker. Autoritaria y testaruda en partes iguales.
—No es así. Sólo significa que necesitas encontrar a alguien que
entienda tu forma de ser.
Las lágrimas me escocían los ojos. Casi nunca lloraba, pero esto
me dolió lo suficiente como para provocar una respuesta de mis
conductos lagrimales.
—No sé si eso es posible.
—Bien, retrocedamos. Dime qué pasó con George.
—Habíamos pasado una agradable velada juntos y cuando llegó
el momento, no le di ninguna razón para que pensara que no quería
estar con él. Me había resignado, porque nuestra relación había
progresado naturalmente hasta un punto en el que el coito parecía
apropiado o lo habría sido si yo fuera normal.
—Déjate de mierdas de «si fuera normal», Juney.
Ignoré su comentario y seguí hablando.
—Al principio era físicamente agradable, pero estaba ansiosa. A
medida que se acercaba a su clímax, sólo podía pensar que este iba a
ser el final.
—Realmente tienes eso alojado en lo profundo de tu cerebro, ¿no?
—preguntó Cassidy—. La idea de que una vez que te acuestas con
un tipo, te va a dejar.
—La experiencia pasada es el mejor pronóstico del
comportamiento futuro —dije.
—Sí, si siguieras saliendo con imbéciles, pero no lo hiciste.
—No. No salí con nadie.
—¿Porque no querías que te hicieran daño?
Pensé en ello. ¿Por eso me había retirado? Nunca me había
gustado la compañía humana como a la mayoría de la gente. Mi
hermana había insistido en que aprendiera a relacionarme con los
demás y siempre había puesto mucho empeño en que siguiera
siendo un miembro activo de la sociedad. Pero mi tendencia natural
nunca había sido buscar relaciones con miembros del sexo opuesto.
Hasta George.
—Sí, pero eso es otra simplificación excesiva. No era sólo un
deseo de evitar el dolor emocional. Aprendí de mis experiencias de
citas que no soy como otras mujeres. No tengo lo que sea que les
hace querer conectar con una pareja y vincularse a ella. No sé cómo
formar un vínculo de pareja, Cassidy.
—Estoy leyendo un poco entre líneas, así que corrígeme si me
equivoco —dijo Cassidy—. Pero después de acostarte con George,
¿supusiste que rompería contigo, así que lo abandonaste primero?
—Por así decirlo.
—June, eres la persona más directa y que evita estupideces que
conozco. No me vengas con «idioteces». ¿Te fuiste porque pensaste
que necesitabas romper con él antes de que pudiera romper contigo
o no?
—Sí. Eso es lo que hice.
Las lágrimas brotaron ahora, como si no pudiera controlar mis
emociones. Cassidy me rodeó con sus brazos y tiró de mí. Se lo
permití. De hecho, lo agradecí. El consuelo de los brazos de mi
hermana mientras lloraba era muy reconfortante.
—Puedes arreglarlo, ¿sabes? —dijo Cassidy cuando dejé de
sollozar.
—No, no puedo.
Se alejó y me apartó el pelo de la cara.
—Claro que puedes. Ve a hablar con él.
—No puedo arreglar lo que soy, Cassidy. Es apasionado y lleno
de emociones. Necesita a alguien que pueda alimentar eso. No una
June Bot.
—Deja de hacer eso ahora mismo —dijo—. No eres un robot y que
se joda Misty Lynn para siempre por llamarte así. Que se joda
cualquiera que lo haya dicho.
—Tienen razón —dije—. Simplemente no lo ves porque eres mi
hermana.
—No, veo que se equivocan porque soy tu hermana. Porque te
conozco. No careces de emociones. Simplemente no sabes cómo
procesar lo que sientes. Demonios, la mayoría de la gente no sabe
cómo procesar lo que siente, simplemente no son tan lógicos como
tú.
—En cualquier caso, la raíz del problema no tiene arreglo. —Las
lágrimas empezaron a brotar de nuevo—. No sé cómo ser lo que él
necesita y merece algo mejor que eso.
Cassidy suspiró.
—Te estoy diciendo, aquí y ahora, que te equivocas. Pero si no me
crees, al menos considera esto. Tal vez él debería tomar esa decisión.
¿Por qué tienes que decidir lo que merece? No querrías que alguien
tomara esa decisión por ti.
Me recosté en el sofá. Estaba haciendo pucheros, lo cual no era
propio de mí. Era más fácil dejar a George fuera y esconderme
detrás de mis defectos. Mucho más fácil que afrontarlos, pero
Cassidy siempre me había hecho enfrentarme a mis defectos.
—Tal vez.
—Bueno, ya es algo. Me lo quedo por ahora. —Me dio una
palmadita en la rodilla y se volvió hacia la cocina—. Oye mamá,
tenemos una situación aquí. Una que va a requerir un tratamiento
especial.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Significa que te emborracharemos esta noche, Juney. Eso es.
Capítulo 23
George
El zumbido de mi teléfono en la mesita de noche me despertó
sobresaltado. Inspiré rápidamente y lo cogí. Era Gibson. ¿Por qué
demonios me estaba mandando un mensaje Gibson Bodine en mitad
de la noche? Era la una de la madrugada.
Gibson: Es posible que desees bajar al Lookout.
Yo: ¿Qué pasa?
Gibson: Tienes que ver esto por ti mismo.
Me envió una foto. La luz era tenue y aún intentaba despertarme.
Era difícil distinguir lo que estaba viendo. Entrecerré los ojos para
ver la pantalla.
Espera. ¿Era June?
Yo: Ahora mismo voy.
Me puse un chándal, una camiseta y los zapatos, y no me molesté
en coger un abrigo. Me arrepentí de haber tomado esa decisión
medio dormido en cuanto salí a la fría noche. A pesar de ser
principios de primavera, hacía mucho frío. Pero no iba a detenerme
a atender mis necesidades corporales. Era un tipo grande. Los
músculos me mantendrían caliente.
El ruido se extendía hasta el estacionamiento del Lookout. La
música y las voces se oían incluso con la puerta cerrada. Entré y,
efectivamente, allí estaba ella, igual que en la foto que Gibson había
enviado.
June estaba de pie sobre una mesa en medio del bar, borracha
como un pescado en un barril de whiskey. Se tambaleaba hacia un
lado y luego hacia el otro, como si fuera a caerse. Pero respiró
hondo, extendió los brazos y se mantuvo en pie, entre aplausos y
vítores de la multitud reunida a su alrededor.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Su voz se elevó por encima del estruendo.
—Muy bien, todos, ¿listos para la siguiente?
Más vítores. Puños arriba, botellas de cerveza y tarros levantados
en el aire.
—De acuerdo. —Levantó las manos, pidiendo silencio, aunque ya
tenía la atención embelesada de todos los presentes—. Simón dice…
La multitud jadeó colectivamente.
»Que se froten la barriga en círculos y se den palmaditas en la
cabeza.
Todos los que estaban alrededor de su mesa intentaron hacer lo
que había ordenado. La mayoría parecían demasiado borrachos
para conseguirlo. Un par de ancianas estallaron en carcajadas al
tropezar con un hombre con pecho con forma de tonel que llevaba
una camiseta de los Cresta de Polla de Bootleg. Una chica de la edad
de June se rio tanto que tuvo que sentarse. Una señora mayor que yo
recordaba que se llamaba Abuelita Louisa era la más firme sobre sus
pies, y soltó una risita mientras se frotaba el estómago y se daba
palmaditas en la cabeza.
Adelante y en el centro, apoyadas la una contra la otra como si de
lo contrario fueran a caerse, estaban Cassidy y Nadine Tucker.
Sabía a quién tenía que agradecer las travesuras de esta noche.
Miré a mi alrededor buscando al sheriff Tucker o a Bowie Bodine,
pero no vi a ninguno de los dos. Quizá las chicas los habían
mandado a volar esta noche.
June aplaudió para llamar la atención de todos.
—Simón dice que se detengan. Eso se les da fatal. Bien, escuchen.
Salten en un solo pie.
Un tipo con una gorra de camionero al revés fue el único que
saltó. Todos los demás lo señalaron con el dedo y le gritaron que se
fuera. Se escabulló hasta una mesa y se sentó con otros jugadores
abatidos.
—Simón dice… —Hizo una pausa para el efecto dramático—.
Tóquense las rodillas.
Todo el mundo hacía lo que ella decía. No arrastraba mucho las
palabras, pero por la mirada vidriosa de sus ojos y la forma en que
se balanceaba, me di cuenta de que estaba borracha. Eso, y el hecho
de que dudaba que la sobria June estuviera de pie en la mesa de un
bar jugando «Simón dice».
—Simón dice que se detengan. Simón dice que giren en círculo.
Esa resultó ser la perdición de varios jugadores achispados, entre
ellos Cassidy Tucker. Resultó que Bowie «estaba» aquí. Apareció de
la nada para agarrar a Cassidy que daba vueltas salvajemente y
apartarla del camino antes de que pudiera chocar con alguien.
Vi a Gibson en el bar. Levanté la cabeza en forma de saludo. Me lo
devolvió.
—Simón dice que se detengan —dijo June entre carcajadas. Sus
ojos se encontraron con los míos y su sonrisa desapareció—. Oigan
todos, miren quién está aquí. Es GT Thompson.
El uso que hizo de mis iniciales me afectó mucho. Borracha o no,
me estaba enviando un mensaje. Intentaba dejarme fuera.
Lo siento por ella, yo no lo permitiría.
Me acerqué a su mesa entre una multitud de gente que intentaba
saludarme. Ignorando los saludos y las palmaditas en la espalda, al
menos no había dicho «Simón dice ataquen a George», me puse las
manos en las caderas.
—Oye, tú.
Imitó mi postura, apoyando las manos en las caderas.
—Oye, tú.
—¿Qué haces ahí arriba?
—Estamos jugando un juego —dijo—. Y tú estás interrumpiendo.
La multitud de Bootleggers achispados empezó a girarse hacia mí.
Oí algunos abucheos. Tenía que andarme con cuidado. Puede que
estuvieran jugando a un juego de niños, pero yo sabía lo rápido que
podía empezar una pelea en este pueblo. No quería ser el centro de
una.
—Muy bien, entonces, continúa.
Arrugó la nariz y me fulminó con la mirada.
—Lo haré. Simón dice que levanten los brazos.
Levanté los brazos al aire junto con todos los demás.
—Simón dice que los bajen. Corran hasta el bar y vuelvan.
Nadie mordió el anzuelo.
—Simón dice… —Se inclinó hacia un lado. Extendí la mano para
atraparla, pero ella se mantuvo en pie—. Simón dice que todos
ganan. Vamos a tomar un trago.
A mis espaldas se alzaron vítores y alguien me puso la mano en el
brazo. Miré hacia abajo y vi que Nadine Tucker me sonreía antes de
inclinarse hacia mí.
—Buen chico —dijo.
June seguía de pie, con los párpados pesados.
—Baja de ahí antes de que te caigas.
Me hizo un gesto con la mano.
—Lo tengo.
—No lo tienes.
Por un segundo, me planteé tomarme el tiempo necesario para
convencerla y ayudarla a salir de aquí por su propio pie. Lo último
que quería después de lo de la otra noche era pensar que la obligaría
a hacer «algo». Pero por la forma en que se balanceaba, me di cuenta
de que ya iba en bajada, a punto de vomitar o desmayarse, o ambas
cosas, en cualquier momento. Quería llevarla a un lugar seguro ya,
no esperar a que su culo borracho decidiera cooperar conmigo.
La agarré por la cintura y me la eché al hombro.
—Vamos, June Bug.
—¡Espera, no! ¡Estamos jugando un juego! Se están divirtiendo
jugando conmigo.
—Se acabó el juego, cariño —dije—. Hora de irse a casa.
—No quiero irme a casa. —Me golpeó la espalda varias veces, sus
golpes a un paso de ser inútiles.
—Lo sé, pero estás borracha y no quiero que te hagas daño.
—Estás borracho.
—Claro, June Bug, lo que tú digas.
La arrastré hasta mi auto. Si iba a vomitar, no había mucho que
pudiera hacer al respecto. Mi cabaña estaba más cerca que su casa,
así que fui directamente allí. Ya me ocuparía de las ramificaciones
más tarde. Por ahora, sólo quería que se instalara para pasar la
noche.
No vomitó en el auto, pero me di cuenta de que iba a vomitar en
cuanto me estacioné. La saqué antes de que lo que sea que había
estado bebiendo empezara a subir.
—Eso es, cariño, déjalo salir.
Le sujeté el pelo mientras se doblaba. Hacía un frío terrible y yo
sólo llevaba una camiseta y un chándal. Temblaba mientras
intentaba evitar que June se echara en el pelo la borrachera de toda
una noche.
Se detuvo y se enderezó.
—¿Crees que has terminado?
Se alisó la camisa en lo que parecía un intento ebrio de recuperar
su dignidad.
—Sí, eso creo.
Se equivocó. Volvió a doblarse. Temblé en el aire nocturno. Mis
dientes empezaron a castañear.
Por fin parecía haber terminado. La conduje al interior, pensando
que mañana iría con la manguera hasta la puerta principal.
June tenía peor aspecto a la luz de mi cabaña. Tenía el pelo
enmarañado, pegado al brillo del sudor de la frente. Y tenía una
gran mancha rojiza en la parte delantera de la camisa. No me había
fijado en la tenue luz del bar. Parecía que alguien le había tirado una
copa encima.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, señalando su camisa.
Tiró del dobladillo y miró hacia abajo.
—Oh, ¿esto? Cassidy un derrame encima.
—¿Cassidy te derramó un trago encima?
—Eso es lo que dije.
La miré de arriba abajo. Estaba hecha un desastre. Pegajosa y
sucia. No podía acostarla así.
—Vamos, June Bug, necesitas una ducha. Luego a la cama.
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras la conducía al baño.
—En mi casa. ¿Te parece bien?
Se tambaleó y mantuve mis manos en su cintura para
estabilizarla.
—No.
—¿No? June, es medianoche y estás borrachísima. ¿De verdad
quieres que te lleve a casa?
—Soy una novia terrible —dijo.
—No, no lo eres, y podemos hablar de eso mañana después de
que estés sobria.
—Nunca me emborracho.
—Lo hiciste esta noche. Necesitas una ducha. ¿Puedes hacerlo?
La llevé al baño, pero se quedó allí.
—Depende. —Entrecerró los ojos y se dio unos golpecitos en los
labios con la punta del dedo—. ¿Qué ducha uso?
—¿Cuántas ves?
Golpeó varias veces el aire con el dedo.
—Tres.
Suspiré. No había forma de evitarlo.
—Voy a desvestirte y ayudarte a entrar, pero sólo para que
puedas limpiarte, ¿de acuerdo?
—¿Por qué eres tan amable conmigo?
Me estaba quedando sin razones para eso muy rápido, así que
ignoré su pregunta y le quité la camisa. Por muy preciosa que fuera,
no había nada sexy en quitarle la ropa pegajosa a una June borracha.
Tropezó y casi se cae no menos de seis veces.
Cuando abrí el grifo, esperaba que se metiera en la ducha y al
menos se enjuagara sola. Mañana podría lavarse bien el pelo. Pero
se limitó a apoyar la mano en el borde de la ducha y no entró.
—June, cariño, ¿puedes meterte en la ducha por favor?
—George, creo que consumí demasiado alcohol.
—Sí, lo hiciste.
No respondió. La estaba perdiendo. Tenía que limpiarla y, con
suerte, echarle agua antes de que se durmiera.
—Mierda. —Me quité la ropa, deseando que mi estúpida polla se
calmara. Sí, June estaba desnuda, y sí, tenía muy buen aspecto así.
Pero no era momento para una erección. Esta noche no iba a tocar a
June. Ni por asomo.
»Entra ahí, cariño. —Entré en la ducha con ella—. Date la vuelta,
vamos a enjuagarte el pelo.
Se puso delante de mí y me dejó que le pasara los dedos por el
pelo, mojándoselo. En lugar de arriesgarme a que durmiera con
vómitos o restos de lo que Cassidy le hubiera tirado en el pelo, se lo
lavé yo. Inclinó la cabeza hacia atrás mientras le masajeaba el cuero
cabelludo.
Mi erección no iba a ninguna parte, lo que me hacía sentir como
un imbécil.
Le enjuagué el pelo y, por suerte, tomó la iniciativa de lavarse el
resto del cuerpo. Me aparté y me volví hacia un lado para darle toda
la intimidad que pude.
Maldita sea, era preciosa. Su pelo mojado le colgaba por la
espalda y el agua corría sobre sus suaves curvas. Ella era alta
comparada con otras mujeres, pero era pequeña a mi lado. La
mayoría de la gente lo era. La miraba mientras se lavaba, admirando
lo afilado de su cintura. La curva de sus caderas. Y ese culo. Maldita
sea, ese culo.
Tropezó y la cogí, lo que me recordó lo borracha que estaba.
Aunque su cuerpo desnudo y húmedo estaba pegado al mío.
—¿Por qué estamos desnudos?
Gemí.
—Hora de dormir, June Bug. Ahora.
No protestó. Tenía los ojos pesados y se inclinó hacia mí.
Prácticamente tuve que sacarla a rastras de la ducha. Tan rápido
como pude, la sequé con una toalla. Aún tenía el pelo mojado, pero
tuve que dejárselo. Necesitaba acostarse.
La subí a la cama y le puse una camiseta para que no se quedara
desnuda del todo. Yo ya había decidido que dormiría en el sofá,
pero no quería que se despertara desnuda en mi cama. No tenía ni
idea de cuánto de esto recordaría por la mañana.
—Acuéstate ahora. Te traeré un poco de agua.
—De acuerdo —dijo ella, con voz somnolienta.
La camiseta le llegaba hasta la cintura cuando se sentó en la cama.
Puse los ojos en blanco y saqué unos calzoncillos de un cajón. Se los
subí por las piernas. Eran demasiado grandes, al igual que la
camiseta, pero necesitaba tapar lo que tenía entre esas preciosas
piernas. Me pasaría la noche en vela sólo de pensarlo, con su coño
atormentándome desde lejos.
Le di agua y la ayudé a beber un largo trago. Luego se desplomó,
su cabeza apenas rozó mi almohada.
—Gracias a Dios —murmuré, dejando el vaso de agua en la
mesita de noche junto a ella. Con suerte dormiría el resto de la
noche.
—Quédate. —Tenía la cara aplastada contra el colchón, así que no
estaba seguro de haberla oído bien.
—¿Qué?
—Quédate conmigo —dijo—. Estoy demasiado ebria para estar
sola.
—June Bug, te vas a dormir. Estaré ahí fuera si necesitas algo.
Sus ojos permanecían cerrados mientras hablaba.
—La intoxicación puede provocar vómitos y hay peligro de
aspiración pulmonar.
Incluso la borracha June era lista.
—Está bien. Me quedaré, pero será mejor que mañana recuerdes
que esto fue idea tuya. No quiero a una June resacosa gritándome
por acostarme con ella.
—¿Lo dices literalmente o como eufemismo de relaciones
sexuales?
—Me refiero a dormir literalmente. Nadie va a tener sexo en esta
cama esta noche. —Dios, estaba cansado. Fui al otro lado de la cama
y me hundí—. Vamos a dormir ahora, ¿de acuerdo? Estaré aquí
mismo.
—De acuerdo, George.
Al menos volvía a llamarme George. Eso parecía un progreso,
aunque se estaba desmayando borracha.
—Buenas noches, June Bug.
La única respuesta era su suave respiración mientras dormía.
Capítulo 24
June
Un dolor agudo me apuñaló detrás de los ojos y sentí el estómago
como si me lo hubieran raspado como a una calabaza. Gemí,
levantando las rodillas. ¿Por qué había dejado que Cassidy me
convenciera de beber tanto? Yo nunca bebía en exceso. Conocía las
proporciones exactas de alcohol, comida y agua que mi cuerpo
necesitaba para evitar la miseria de una resaca. ¿Por qué había
tirado todo eso por la borda y me había echado anoche por la
garganta moonshine de mora?
Para ser justos, había sido divertido mientras duró.
Ahora sí que no era divertido. Volví a gemir y me froté los ojos
antes de arriesgarme y abrirlos.
Esta no era mi habitación.
Me incorporé y todo empezó a dar vueltas. Se me revolvió el
estómago, protestando por el repentino movimiento. Me agarré el
vientre y cerré los ojos.
—¿Estás bien?
Esa voz suave y baja casi me deshace.
Respiré entrecortadamente, con los ojos aún cerrados. George.
Estaba en la habitación de George. Había venido a buscarme anoche.
Había estado… ¿realmente había estado de pie sobre una mesa? La
vergüenza me invadió. Había hecho un completo espectáculo de mí
misma y George me había traído aquí.
Lo había abandonado y aun así me había cuidado.
Subiendo las piernas, apoyé la frente en las rodillas.
—¿Por qué?
—Porque me necesitabas.
—¿Eso es todo?
Las sábanas se removieron y sentí que el colchón se movía con su
peso. Su gran mano se apoyó en mi espalda, cálida y reconfortante.
—Eso es todo.
Olfateé y me arriesgué a echarle un vistazo. Llevaba una camiseta
y un chándal arrugados y el pelo revuelto. Tenía los párpados un
poco caídos, como si no estuviera del todo despierto, y una
comisura de la boca se le había torcido en una leve sonrisa.
Era la cosa más hermosa que jamás había visto.
—A los hombres no les gusto después de haber tenido sexo —dije.
—Entonces estabas con los hombres equivocados.
Me incorporé un poco más. Eso no se me había ocurrido nunca
como posible explicación, seguía convencida de que la raíz del
problema era yo.
—Por eso me fui la otra noche. En el pasado, cuando una relación
llegaba al coito, terminaba poco después. Llegué a la conclusión de
que no soy apta para ese tipo de intimidad.
—Ah, demonios, June, ¿por qué no me hablaste de eso? —Había
un toque de calor en su voz y me di cuenta de que estaba enfadado.
O dolido. Me resultaba difícil distinguir la diferencia—. Si me
hubieras dicho cómo te sentías, podríamos haberlo resuelto. Yo no
habría…
—Parecías encontrar satisfacción en nuestra actividad.
—No, no lo hice. Fue terrible.
Mi corazón se hundió y la crudeza de mi estómago me arañó.
—Eso es lo que estoy tratando de señalar. Estoy mal equipada
para eso.
—June, mírame. —Me hizo girar para que estuviera frente a él—.
No fue terrible porque no lo hicieras bien. Fue terrible porque no
querías estar allí. Porque creí que estábamos preparados para
compartir eso el uno con el otro y resulta que la disposición era
terriblemente unilateral. Fue terrible porque antes de que pudiera
recuperar el aliento, saliste corriendo por la puerta.
—Me disculpo por la forma en que me fui.
—Disculpa aceptada —dijo—. Pero June, eso no era lo que quería
de ti. Si no estabas preparada…
—Debería estar preparada —dije, con la frustración filtrándose en
mi voz—. Me importas y me atraes. Y no entiendo muy bien por
qué, pero yo también te atraigo. Quiero saber cómo hacerlo bien,
pero no lo sé. Puedo decirte la raíz cuadrada de trescientos
veinticuatro, pero no consigo intimar de verdad con alguien. Incluso
alguien tan increíble como tú.
—¿Cuál es la raíz cuadrada de trescientos veinticuatro?
—Dieciocho.
—Jesús. —Se restregó las manos por la cara—. June Bug, no tengo
ni idea de por qué el que seas una calculadora humana es tan
excitante, pero diablos, sí lo es.
Eso me hizo esbozar la más pequeña de las sonrisas.
Estudió mi cara durante un largo momento, entrecerrando los
ojos, como si estuviera pensando profundamente.
—¿Recuerdas cuando bailamos en el Lookout?
—Sí.
—Dijiste que no entendías el baile.
—Correcto.
—¿Lo entendiste cuando terminamos?
Pensé en aquella noche. El tacto de sus manos. Su cuerpo
apretado contra el mío. El ritmo y el movimiento mientras nos
mecíamos al ritmo de la música. Había sido excitante y agradable.
—Sí, entendí el baile para cuando terminamos.
—Bien. Voy a hacer lo mismo otra vez.
—Pero ya me has explicado el baile. No necesito otra lección. A
menos que estés interesado en otro estilo, en cuyo caso…
Me tocó los labios con un dedo.
—No, bailar no. Voy a enseñarte a desarrollar una relación física
íntima.
Arrugué la frente.
—Pero ya hemos tenido sexo.
—Sólo técnicamente. En lo que a mí respecta, no cuenta.
—Que no alcanzara el orgasmo no significa que el acto no se
produjera.
—A esto me refiero, June Bug. La intimidad física no es sólo meter
la polla en la vagina de alguien. Eso está muy bien, y lo admito, he
tenido eso y nada más con una mujer antes. Estuvo bien, pero no es
lo que quiero contigo. Llámame anticuado, pero el sexo significa
algo para mí.
—George, sigo intentando decírtelo. No entiendo esa parte.
Sonrió. Esa lenta sonrisa sexy que me hacía doler.
—Sé que no lo sabes. Por eso te lo voy a enseñar.
—¿Intimidad física?
Asintió con la cabeza.
—¿Como hiciste con el baile?
Volvió a asentir.
Miré alrededor de la habitación, mis ojos iban de un lado a otro.
—¿Ahora?
—No, con beisbol.
—Jugabas futbol americano.
Se rio suavemente.
—Jugué futbol americano profesionalmente, pero practiqué todos
los deportes, June Bug. Además, no lo digo literalmente. Te voy a
llevar por las bases, una por una.
Me di cuenta. Estaba familiarizada con el uso del beisbol como
analogía de la progresión de la intimidad física.
—Oh, creo que lo entiendo.
Se acercó y me cogió la mano. Incluso ahora, su tacto era tan
agradable. Tan seguro y reconfortante.
—Nos lo vamos a tomar con calma —dijo—. Al estilo de la vieja
escuela. Te cortejaré como se merece una buena chica de Bootleg.
Nada de cambiar de base hasta que estés lista. Nos tomaremos todo
el tiempo que necesites.
—Así, por ejemplo, primera base…
—Eso es besar.
—Ya hemos tenido relaciones una vez, pero ¿estás dispuesto a no
volver a tenerlas y hacer sólo… actividades de primera base?
—Eso es exactamente lo que digo. Si te parece bien la primera
base, vamos a la primera base. Cuando estés lista para el siguiente
lanzamiento, iremos a la segunda.
—Y la segunda es… —Me miré el pecho—. Por encima de la
cintura.
—Así es. Luego, cuando decidas que estás lista para otro
lanzamiento, probamos la tercera. Eso es por debajo de la cintura,
para uno o los dos. Voto por ambos, pero seguiré tu ejemplo.
—¿Y después?
—Jonrón. —Extendió la mano y me pasó el pulgar por la mejilla—
. A diferencia de un partido de beisbol, no hay prisa por hacer un
jonrón. Podemos quedarnos en cada base todo el tiempo que
quieras. Demonios, podemos ir hacia atrás si es necesario.
Para mí tenía sentido. Había un orden, una secuencia progresiva
de acontecimientos, cada uno de los cuales se basaba en el anterior.
Si conseguía dominar cada base, podría pasar a la siguiente, lista
para afrontar un nuevo reto. Para cuando lográramos un jonrón, si
tenía la paciencia suficiente para seguir conmigo, tal vez estaría
preparada. Quizá sería capaz de conectar con él.
—Creo que esto tiene potencial para tener éxito.
Sonrió.
—Claro que sí. No puedes ser la única genio por aquí.
¿Pero por qué haría esto? George Thompson era un hombre
atractivo. Un exjugador de futbol americano profesional.
Financieramente seguro. Sexy. Divertido. Podía tener a cualquier
mujer que quisiera. ¿Por qué se tomaría tantas molestias por mí?
—¿Qué estás pensando ahora? —preguntó—. Parecías
emocionada por un segundo, pero ahora pareces disgustada otra
vez. ¿O es sólo la resaca?
—La resaca es decididamente desagradable, pero no, no es eso. —
Respiré hondo—. Hay una parte de esto que no entiendo.
—¿Cuál es?
—¿Por qué harías esto? ¿Por qué te tomas tantas molestias?
Me sostuvo la mirada, sus ojos marrones clavados en los míos.
—Porque estoy enamorado de ti.
La emoción se apoderó de mí, rompiendo como una ola del
océano.
—¿Enamorado?
—Sí, June Bug. Estoy loco, estúpidamente enamorado de ti y haré
cualquier cosa con tal de que estés conmigo.
—Correr las bases —dije.
—Correrlas, caminarlas… podemos arrastrarnos. Mientras no
corras en otra dirección, tratando de escapar de mí.
Lo miré con asombro. Este hombre me amaba. Nos habíamos
acostado. Y me quería. Me iba a llevar algún tiempo asimilar esta
información. Pero por ahora, dejé que la felicidad aflorara a la
superficie mientras me daba cuenta de otra cosa.
—George. Mis sentimientos de cariño hacia ti han crecido hasta
un estado de afecto comprometido, acentuado de ternura y
enamoramiento.
Sonrió y me tocó la mejilla.
—¿Quieres decir que tú también estás enamorada de mí?
—Sí, yo también estoy enamorada de ti.
Capítulo 25
George
La primera base me habría parecido bien, justo ahí y en ese
momento. Por supuesto, con June vestida sólo con una de mis
camisetas y un par de calzoncillos, resistir el deseo de robar la
segunda o la tercera, habría requerido una fuerza de voluntad
sobrehumana.
Pero rehabilitar a June de la resaca era más importante que mi
deseo de poner mis manos y mi boca sobre ella. No me dejaba
acercarme hasta que se lavara los dientes e incluso entonces no se
encontraba lo bastante bien para que la besara como es debido.
Así que en lugar de pedirle que hiciera el primer lanzamiento, la
llevé a casa por ropa limpia y luego le compré el desayuno en el
Moonshine. Nos medicamos con huevos, panqueques y café.
Cuando terminamos, creo que los dos nos sentíamos mejor.
Sé que yo lo hice.
June era una mujer que me desafiaba a cada paso. Su singularidad
desanimaba a algunos, pero a mí me atraía. Me encantaba su
inteligencia y su actitud sensata. Y había algo suave en ella, justo
debajo de la superficie. Me veía como algo más que GT Thompson y
yo veía algo más que la June Tucker que sus amigos y vecinos
suponían que era.
Sabía que su miedo a la intimidad era sincero, pero no era tan
mala en la interacción humana como pensaba. Como le había dicho
a su padre, ella había estado muy bien conmigo. Yo la entendía,
tanto como un hombre puede entender a una mujer.
La amaba. Estaba en esto a largo plazo. Sólo necesitaba
convencerla de que pertenecía al campo conmigo.
Mientras June volvía a la oficina en su casa para trabajar, al fin y
al cabo, era jueves, me dirigí a la cabaña para hacer fisioterapia. Mi
rodilla estaba cada vez más fuerte. Ya fuera por las aguas termales,
los ejercicios de fisioterapia o el tiempo, probablemente una
combinación de las tres cosas, me estaba curando. Mi equilibrio y mi
fuerza estaban mejorando y estaba recuperando parte de la
movilidad de la rodilla.
Me estaba secando después de ducharme cuando sonó mi
teléfono. Me envolví la cintura con la toalla y contesté. Era Andrea.
—Oye, GT. ¿Tienes un segundo?
—Claro, ¿qué pasa? —Me senté en el sofá. Mellow saltó, así que la
levanté y la puse sobre mi muslo.
—Tengo todo listo para presentar tus impuestos. Sólo un aviso
sobre eso.
—Gracias. ¿Algo importante en el correo últimamente?
—No, la verdad es que no. —Hizo una pausa por un segundo y
sonó como si estuviera hojeando el papeleo—. Sólo lo de siempre.
Hablando de correo, ¿cuándo vuelves a Filadelfia?
—No pronto —dije.
—Así que… ¿te quedas ahí?
—Sí.
—Hum.
Esto era raro. Andrea no solía decir mucho sobre a dónde iba o a
qué dedicaba mi tiempo. A menos que tuviera que organizar un
viaje o reservar una cena. Eso era parte de su trabajo, pero mi
estancia en Bootleg no requería que ella hiciera nada nuevo.
—¿Qué significa eso de hum? —le pregunté.
—Oh, nada. Sólo me sorprende que no hayas regresado a casa.
Acaricié a Mellow, pasando la mano por su pelaje imposiblemente
suave.
—Me gusta cómo van las cosas por aquí y no tengo que ponerme
en forma para el campo de entrenamiento.
—Cierto. Bueno, sólo quería ponerme en contacto contigo y
decirte que voy a salir de la ciudad este fin de semana.
—Pásalo bien.
—Gracias —dijo ella—. Lo haré.
Lo que June había dicho antes sobre Andrea saltó a mi mente. Ella
había trabajado para mí durante mucho tiempo, pero yo tampoco
hacía un seguimiento de las cosas muy a menudo. La dejaba hacer
sus cosas y asumía que todo estaba bien, y debería estarlo. Me
habría enterado si Andrea hubiera metido la pata en algo, ¿no?
Me dije que me estaba preocupando por nada. Andrea era buena
en su trabajo. Era algo por lo que no tenía que preocuparme.

El sábado recogí a June para un desayuno tardío. Después,


decidimos dar un paseo para hacer la digestión. Paseamos cogidos
de la mano por el pueblo, ambos tranquilos. El aire de principios de
abril dejaba entrever la primavera, con una brisa fresca que no
molestaba.
Llegamos hasta el instituto de Bootleg Springs y pasamos por
delante del edificio principal. Los campos de beisbol estaban en la
parte de atrás. June se detuvo frente a la valla metálica.
—Mi padre entrenaba beisbol aquí.
—¿Lo hizo?
Ella asintió.
—Se retiró como entrenador hace unos años. Todavía va a todos
los partidos.
—Supongo que tu padre te introdujo a los deportes.
—Sí. Al principio sólo quería saber qué significaban los números,
pero nos dio algo que hacer juntos. Algo de lo que hablar.
—¿Venías a los juegos aquí? —pregunté.
—Todo el tiempo.
—¿Estabas enamorada de alguno de los jugadores? —La empujé
suavemente.
Lo dije como una broma, una oportunidad para bromear sobre
que los jugadores de futbol americano son mejores que los de
beisbol, pero su expresión se volvió seria.
—Sí. Desgraciadamente.
—Oh-oh. ¿Qué pasó?
Se agarró a la valla metálica y miró al campo.
—El último año, me gustaba un chico del equipo. Hank Preston.
Nunca había prestado mucha atención a los chicos. Cassidy y
Scarlett sí, pero yo podía tomarlos o dejarlos. Iba a todos los
partidos y él empezó a prestarme atención. Eso me gustó. Me invitó
al baile, pero…
Le acaricié el pelo.
—¿Pero qué?
—No fuimos. Unos días antes, estuvimos juntos después del
entrenamiento. Fui con él a su casa. Tuvimos… tuvimos sexo y
luego llevó a Tanya Varney al baile y no me volvió a hablar.
—Oh Dios mío, June.
—Después me enteré de que les dijo a sus amigos que sólo quería
averiguar si yo era un robot, como decía la gente.
La ira me recorrió, abrasándome por dentro.
—¿Aún vive en el pueblo? Porque me encantaría hacerle una
visita.
Ella suspiró.
—No, y de todos modos, fue hace mucho tiempo.
—Espero que dejaras que tu hermana y Scarlett fueran tras él.
—Oh, lo hicieron. Scarlett le pinchó los neumáticos con un
destornillador y Cassidy difundió el rumor de que no había sido
capaz de mantener una erección el tiempo suficiente para tener
relaciones conmigo.
Le pasé la mano por la espalda.
—Yo habría hecho algo peor. Romperle la nariz, para empezar.
—¿Quieres saber lo que no tiene sentido?
—Claro.
—Realmente quería ir a mi baile de graduación.
—¿Por qué no tiene sentido?
—Era un baile —dijo encogiéndose de hombros—. Nunca me
había preocupado por ir a un baile antes de aquel. Mamá me llevó a
Perrinville a comprar un vestido y Cassidy me iba a peinar. En
realidad, quería ir y aunque lo que Hank me hizo antes de esa noche
fue posiblemente peor, al sentarme en casa la noche del baile fue
cuando más me dolió.
La cogí en brazos y la estreché contra mí.
—Lo siento, June Bug.
Me rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza en mi pecho.
—¿Fuiste al baile?
—Lo hice. —No quería decirle que había sido genial. Me habían
coronado rey del baile y mi novia de entonces, una animadora,
había sido la reina. El instituto había sido así para mí: divertido y
fácil. Había sido la estrella del futbol americano. Todo el mundo me
quería.
De todos modos, estaban encantados con GT. No estaba tan
seguro de que lo estaban con George.
—Tuviste un baile de graduación perfecto, ¿verdad? —preguntó.
—Fue… sí, fue bastante genial.
—Apuesto a que fuiste el rey del baile.
Me reí.
—¿También puedes leer la mente?
—No hace falta ser un genio para saber que debiste ser popular en
el instituto. Eres terriblemente atractivo y divertido, y claramente
eras la estrella de tu equipo.
—Soy «terriblemente atractivo», ¿lo soy?
—Debes ser consciente de tus importantes ventajas físicas. Eres
alto, y tus proezas atléticas hacen que tu cuerpo sea innegablemente
atractivo. —Se mordisqueó el labio inferior y su discurso se
ralentizó—. Tienes esos hoyuelos en las mejillas cuando sonríes y
esas manos.
Le sonreí.
—June Tucker, ¿me estás diciendo que crees que soy guapo?
—Disfruto mucho mirándote, sí.
Le aparté el pelo de la cara, me incliné y le besé la frente.
—Creo que eres preciosa y disfruto mucho mirándote.
Quería inclinarme y besarla, como había hecho tantas veces. Pero
había una manera correcta de hacerlo. Si quería primera base,
necesitaba que ella lanzara.
Así que, en lugar de inclinarme para capturar sus labios, tomando
lo que quería, me detuve, enarcando las cejas.
—Oh —dijo ella—. ¿Primera base?
—Puede serlo si estás preparada.
—Sí. Estoy lista. He echado de menos besarte.
—Oh mi dulce June —dije, tocando su mejilla y deslizando mi
mano en su pelo—. He echado de menos besarte intensamente.
Me acerqué y dejé que mis labios rozaran los suyos. Aunque no
era nuestro primer beso, este «era» el primer beso. Y quería que
contara.
Le sujeté la nuca y le rodeé la cintura con la otra mano. Tenía los
labios entreabiertos y la barbilla levantada. Atrapé su boca con la
mía y penetré en ella con la lengua.
Nuestros labios se apretaron y nuestras lenguas se enredaron.
Inclinó la cabeza hacia un lado y acerqué mi boca a la suya. Durante
un instante, pareció dudar, como si fuera a apartarse. Pero su cuerpo
se relajó y la forma en que se fundió conmigo fue una gran victoria.
Le cogí la cabeza con la mano, enredé los dedos en su pelo y la
besé con todas mis fuerzas.
Profundo y lento, saboreé ese beso. Saboreé su sabor a menta. La
forma en que deslizaba sus manos por mis hombros y alrededor de
mi cuello. Apreté más su cuerpo y la abracé con fuerza, sin
importarme quién pudiera verme.
La brisa no era rival para el calor que había entre nosotros. Su
lengua era suave como el terciopelo, sus labios cálidos y carnosos.
La besé hasta que no supe dónde acababa yo y empezaba ella.
Fue, sin duda, el mejor beso que jamás había dado. O recibido.
Nos separamos y sus párpados estaban pesados.
—Besarte me hace sentir que la magia existe —dijo.
Le toqué la cara y le recorrí la mejilla con los dedos.
—Besarte es mágico.
Así que la besé de nuevo.
De vuelta al auto, repetí en mi mente lo que me había dicho sobre
su baile de graduación. Realmente quería romperle la nariz a ese
pedazo de mierda de Hank Preston. O tal vez las rótulas.
Pero más que eso, pensé en June perdiéndose cosas. Aquel baile le
había importado, había significado algo. Me pregunté si podría
hacer algo al respecto.
¿Qué haría Bootleg Springs?
Y entonces me di cuenta. Sabía exactamente lo que Bootleg
Springs haría. No sería fácil, habría que trabajar. Tenía que hablar
con algunas personas, quizá sobornarlas, para conseguirlo. Pero
estaba decidido. Iba a compensar a June de una manera que nunca
olvidaría.
Capítulo 26
June
Mi temporizador sonó con un fuerte «pitido» y golpeé la pantalla
de mi teléfono para apagarlo. Me había dado una hora para poner al
día mi investigación sobre el caso de Callie Kendall. Se había
acabado el tiempo.
Descubrí que mi relación con George, así como mis otras
responsabilidades y encuentros sociales con mi familia, habían
tenido prioridad sobre mi investigación sobre Callie Kendall. No
había avanzado mucho, lo cual era frustrante.
Me hizo preguntarme cómo había compaginado mi padre su
carrera en las fuerzas del orden con las responsabilidades de una
familia. ¿Hubo momentos en los que quería seguir trabajando, pero
en lugar de eso había vuelto a casa para estar con nosotras?
En cualquier caso, el temporizador había sonado, así que guardé
mi trabajo y cerré el portátil. Jonah me miró desde la cocina. Había
estado tan concentrada que me había olvidado de que estaba en
casa.
—¿Tienes hambre? —preguntó—. Hice extra.
—De hecho, sí —dije.
Sirvió dos platos y los acercó a la mesa.
—Pollo y brócoli asado.
—Huele delicioso —dije—. Ciertamente tienes talento para la
cocina.
—Gracias —dijo—. Me gusta hacerlo. Esto es bastante simple,
pero espero que los sabores sean buenos.
Di un bocado al pollo. Estaba perfectamente cocinado, tierno y
jugoso.
—El sabor es excelente.
Comimos en silencio durante unos minutos antes de que se me
ocurriera una idea.
—Jonah, eres un hombre.
Parpadeó.
—Sí, lo soy.
—¿Eres heterosexual o gay?
—Soy heterosexual —dijo, juntando las cejas—. ¿No es obvio?
¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, el hecho de que no parezcas interesado en tener citas
cuando la mayoría de la gente que te rodea participa en relaciones
duraderas y comprometidas plantea la cuestión de tu sexualidad.
—Supongo que tienes un buen punto. Sí, soy heterosexual. Me
gustan las mujeres. Pero, para ser honesto, no sé si me voy a quedar.
No estoy seguro de que salir con alguien sea la mejor idea ahora.
—Entonces puedo entender tus dudas a la hora de buscar una
relación romántica. Aunque no es por eso por lo que saqué a
colación el tema de tu género.
—Oh, bien —dijo—. ¿Por qué lo mencionaste, entonces?
—Necesito saber más sobre cómo complacer a un hombre en la
cama y con eso me refiero a sexualmente. —Si George y yo íbamos a
recorrer todas las bases, me convendría aprender más. ¿Y quién
mejor para preguntarle que un hombre?
Volvió a parpadear.
—Hum…
—Eres un hombre con la anatomía masculina requerida y
asumiría que has tenido relaciones sexuales con mujeres.
—Bueno, sí, por supuesto.
—¿Qué debo saber para satisfacer sexualmente a un hombre?
—¿Seguro que soy la persona más indicada para preguntarle?
Creía que las mujeres hablaban entre ellas de estas cosas. ¿No
deberías preguntarle a Cassidy?
—Podría, pero es mujer. Le falta la perspectiva masculina.
—Cierto —dijo—. Bien. ¿Has… tenido sexo antes?
—Sí, por supuesto —dije—. Pero esas experiencias fueron menos
que satisfactorias.
—Qué lástima. —Hizo una pausa, reclinándose en la silla, como si
lo estuviera pensando—. En apariencia, los hombres somos bastante
simples. Ya sabes cómo funciona nuestra anatomía cuando se trata
de sexo.
—Te refieres a la erección masculina.
—Correcto. —Se aclaró la garganta—. Para la mayoría de los
hombres, simplemente tener una erección no es demasiado difícil.
Diablos, podemos tenerlas cuando no queremos.
—He observado este fenómeno.
Sonrió.
—Sí, seguro que sí. Un orgasmo no es tan diferente. Desde un
punto de vista físico, mientras el tipo esté sano y funcione
normalmente, no es difícil. Pero no creo que eso sea lo que hace que
el sexo sea realmente satisfactorio.
—Estás diciendo que el buen sexo requiere algo más que alcanzar
el clímax.
—Absolutamente. El orgasmo es sólo la nota final. El crescendo
del final. No me malinterpretes, esa parte es genial y algunos chicos
piensan que eso es todo, pero se lo están perdiendo.
—¿Se pierden qué?
Respiró hondo y sus ojos parecieron concentrarse en algo que
había detrás de mí.
—Se pierden la forma en que se siente su piel. Las mujeres son
suaves y flexibles. Se siente como la seda cuando su cuerpo se
desliza contra el tuyo. Se pierden cómo le pesan los párpados. Cómo
se mueve contigo, su cuerpo alineándose con el tuyo.
Tragué saliva, olvidándome de la comida mientras escuchaba.
—El buen sexo no consiste sólo en los últimos treinta segundos —
afirma—. Se trata de la preparación. La anticipación. Las caricias y
los besos. La necesidad. Se trata de conectar con esa persona de la
forma más íntima. Estar lo más cerca que pueden estar dos
personas, compartiendo una experiencia increíble.
El corazón me latía un poco más deprisa, como cuando leía una
escena erótica en una de las novelas que había tomado prestadas de
la biblioteca.
—Si lo único que le importa a un hombre es excitarse, se pierden
el rubor de sus mejillas cuando ella está cerca —continuó, sin dejar
de mirar detrás de mí—. La forma en que el rosa se desliza por su
cuello hasta su pecho. Se pierden su sabor y cómo se oye cuando
gime tu nombre. Se pierden el calor entre sus piernas. La forma en
que ella pulsa y palpita a tu alrededor.
—Guau.
Jonah parpadeó y volvió a aclararse la garganta, con la cara
ligeramente enrojecida.
—Lo siento.
—No te disculpes. Eso fue muy informativo.
Se rio entre dientes, apartándose el cuello de la camisa del cuello.
—Esto es un poco incómodo.
—Esto es útil. Por favor, continúa.
—Mira, si alguien te importa de verdad, juntos resolverán la
logística física. Cada persona es un poco diferente y le gustan cosas
distintas, pero parte de la diversión es aprender esas cosas el uno
con el otro.
—Quieres decir que es típico dedicar tiempo a aprender las
preferencias físicas específicas de mi pareja sexual.
—Sí y dile las tuyas. Comunícate con él. A la mayoría de los
chicos les encanta la retroalimentación.
Incliné la cabeza.
—¿Quieres decir durante el acto sexual?
—Claro. Dile lo que te hace sentir bien. Le encantará que le digas
lo que te gusta. Y lo hará más, lo que es bueno para los dos.
—¿Debo esperar que me corresponda con este tipo de
comunicación?
—Creo que sí. —Se movió en su silla—. Esta es la cosa, Juney. Si te
preocupa no saber qué hacer, siente cómo responde. Si gime o te
dice que está bien o… —Se aclaró la garganta de nuevo—. ¿Si
empuja sus caderas más fuerte? Ese tipo de cosas. Sigue haciéndolo.
—La lógica de eso tiene sentido para mí.
—Pero no te preocupes sólo de hacerlo sentir bien —dice—. El
sexo es algo que hacen y viven juntos. Si te centras demasiado en
complacerlo, no disfrutarás. Y si es un hombre comprensivo, tu
placer será una prioridad para él.
Recordé mis encuentros físicos con George. Sin duda era cierto.
—Así que estás diciendo que el buen sexo no requiere un conjunto
específico de habilidades. Requiere tanto el deseo de complacer a la
otra persona, como participar plenamente en el acto para que tú
también experimentes placer.
—Tienes una manera de hacer que suene muy poco sexy, pero sí,
eso es básicamente —dijo con una sonrisa.
Asentí lentamente, dejando que la información que me dio Jonah
calara hondo.
—Gracias, Jonah. Ha sido una charla informativa.
—Claro, Juney. Sólo… ¿quizás pregúntale a tu hermana si tienes
más dudas sobre sexo?
Volví a mi cena, todavía procesando lo que Jonah había dicho.
Tenía sentido. Encajaba con lo que ya sabía sobre la intimidad y las
relaciones sexuales. Incluso las relaciones ficticias que había leído en
los libros mostraban muchas de las características que había
mencionado.
Aún no estaba segura de ser capaz de ese tipo de intimidad. Pero
ahora, más que nunca, quería intentarlo. No sólo por George, sino
también por mí misma.
Capítulo 27
George
June Tucker era muy decidida. Tanto si se trataba de enfrentarse a
un reto en el trabajo como de negociar un acuerdo para uno de sus
socios comerciales de Bootleg Springs, se centraba en su objetivo y
no se dejaba influenciar.
Lo mismo podría decirse de su determinación por averiguar la
verdad sobre Callie Kendall. Estaba convencida de que la historia de
Callie sobre su vida con una secta en un complejo a las afueras de
Hollis Corner era mentira. Y estaba decidida a demostrarlo.
Habíamos estudiado las posibilidades desde distintos ángulos.
¿Había otra ciudad con el mismo nombre? ¿Se había equivocado
Callie sobre dónde había estado? Por lo que podíamos ver, no
parecía ser el caso y la búsqueda de respuestas empezó a ocupar
cada vez más parte de su gran cerebro.
Lo comprendía. La desaparición de Callie Kendall había sacudido
su pequeña comunidad hasta la médula. La satisfacción del final del
misterio se había visto empañada para June. Era una ecuación que
no cuadraba y ella no podía dejarlo pasar.
Por eso conduje cinco horas desde Bootleg Springs un domingo,
para que June pudiera ver Hollis Corner por sí misma.
Siguiendo mi GPS, me desvié de la carretera principal y me dirigí
hacia el este. Condujimos durante kilómetros a través de la nada.
Algunas tierras de cultivo. Campos abiertos. Espacios vacíos.
Alguna granja.
—Tengo que ser sincero, June Bug —dije después de que pasara
otro kilómetro sin ver ninguna señal de hábitat humano—. El culto
de Callie podría haber estado por aquí. Está lo suficientemente
aislado para un grupo que quería permanecer en secreto.
—Ya veremos.
—¿Qué buscamos exactamente?
—Quiero ver si realmente hay un recinto donde Callie podría
haber estado viviendo los últimos doce años. Dijo que se mudaron,
pero los edificios deben seguir ahí.
—¿Y eso qué te dirá?
Se encogió de hombros.
—Lo sabré cuando investiguemos.
Llegamos a Hollis Corner y dimos una vuelta. No nos llevó
mucho tiempo. Había casas, algunas en mejor estado que otras. Un
banco y un almacén. Algunas otras tiendas y un puñado de
restaurantes.
June señaló por la ventana, con una sonrisa de satisfacción en la
cara.
—Mira.
En una esquina, junto a una bolera destartalada, había un bar. No
un bar cualquiera. Un bar de motociclistas.
Docenas de motos estaban estacionadas en fila adelante. Mirando
a mi alrededor, vi motos estacionadas también en otros negocios.
También algunos autos, pero sin duda era territorio de
motociclistas. Sin duda alguna.
—Parece que tenías razón sobre los Free Renegades —dije.
—Por supuesto que sí.
—¿Adónde vamos ahora?
—Demos una vuelta por las afueras de la ciudad a ver qué
encontramos.
—Muy bien —dije.
A unos diez minutos de la ciudad encontramos un desvío. June y
yo compartimos una mirada, creo que ambos tuvimos un
presentimiento, y seguí la carretera secundaria. Pasamos por lo que
parecía una granja abandonada y llegamos a un camino de grava.
Más adelante, podíamos ver una valla alta y los indicios de un
tejado detrás de ella.
—¿Crees que esto es todo? —pregunté.
June entrecerró los ojos.
—Puede ser. Tenemos que echar un vistazo más de cerca.
Salimos y la ayudé a trepar por la oxidada verja. Estaba asegurada
con una cadena y un candado que parecían más nuevos que la
propia verja, pero eso no nos decía mucho.
Una valla rodeaba el perímetro de la propiedad. El camino de
grava terminaba en otra verja de doble ancho, pero estaba cerrada
con un candado y una cadena, igual que la verja de la entrada. June
paseó por los alrededores, haciendo fotos con su teléfono.
—Es imposible saber si alguien ha estado aquí recientemente —
dijo—. Podrían ser huellas de neumáticos, pero ha habido
demasiada precipitación climática. ¿Eres lo suficientemente alto
para ver por encima de la valla?
Salté, me agarré al borde superior de la valla y subí.
—Parece desierto.
—¿No hay gente?
Bajé saltando y me limpié las manos.
—No que pudiera ver. Parece vacío.
Se puso las manos en las caderas y miró hacia la valla.
—Necesito entrar.
—¿Qué?
—Levántame para que pueda subir —dijo—. Necesito entrar y
echar un vistazo.
—¿Se te ha ocurrido que esto es propiedad privada? Esos
candados dejan bastante claro que a quien sea el dueño no le
interesa que la gente deambule por aquí.
—La probabilidad de que nos descubran es extremadamente baja
—dijo—. No hay signos de hábitat humano.
No me gustó mucho, pero tenía razón. No habíamos visto un
alma en kilómetros y esto estaba muy tranquilo.
—De acuerdo. —Me agaché para que pudiera subirse a mis
hombros—. Sólo ten cuidado.
Me puse de pie y la acerqué lo suficiente a la valla para que
pudiera trepar por ella. Oí sus pies caer al otro lado.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Vienes?
Me subí otra vez a la valla y levanté una pierna. Con cuidado con
la rodilla, salté por encima y caí al suelo.
June se limpió las manos.
—¿Listo?
—Guía el camino, Scooby-June.
Dentro de la valla había una serie de edificios desgastados con
porches caídos y pintura descascarada. Desde luego, parecía el tipo
de lugar en el que podría vivir una secta. Había varios edificios de
distintos tamaños. Algunos podrían haber sido viviendas y otros,
zonas comunes más grandes. En la parte más alejada había huertos
plantados y gallineros vacíos.
Dimos una vuelta, pero no vimos señales de que hubiera habido
gente recientemente. Uno de los edificios estaba abierto, así que
entramos, pero estaba vacío. Suelos de madera, sin cortinas ni
persianas en las ventanas. No había nada colgado de las paredes ni
guardado en armarios o roperos.
Si la secta de Callie había estado viviendo aquí, habían vaciado
hasta la última chatarra que poseían.
—¿Qué te parece? —le pregunté.
—No parece que nadie haya vivido aquí durante años —dice—.
Pero el patio y los huertos del jardín tampoco están cubiertos de
maleza.
—Yo también lo noté. Aun así, no nos dice mucho.
June se paró en el centro del patio, con las manos en las caderas, y
miró a su alrededor.
—Callie dijo que se escondió durante el caos cuando todos
salieron. Si estaban tan desesperados por salir rápidamente, ¿crees
que lo habrían dejado así de vacío? ¿No habrían dejado algo?
—Uno pensaría que sí. Tal vez no tenían mucho. Si no tenían
mucho que llevarse, tal vez no les faltó nada.
—Ellos dejaron a una persona, según ella.
Asentí con la cabeza. June tenía razón, este lugar no parecía haber
sido abandonado por una secta apenas dos meses antes. Pero eso no
probaba nada.
—Necesitamos más información —dijo June, dirigiéndose a la
valla.
—¿Cómo propones que lo hagamos?
—Volver al pueblo, por supuesto.
Me agaché para que pudiera subirse a mis hombros. No me
gustaba a dónde iba esto.
—¿Y qué vamos a hacer en el pueblo?
—Hablar con los motociclistas.
«Ah, diablos».
Ni una pizca de miedo apareció en la cara de June cuando
entramos en el bar de motociclistas. Estaba débilmente iluminado
por unas pocas bombillas expuestas en el techo y el resplandor de
los carteles de neón. Un televisor de pantalla grande mostraba un
partido de beisbol en la parte de atrás. Las paredes estaban cubiertas
de carteles viejos, pegatinas para parachoques y matrículas antiguas.
Una de ellas tenía un enorme mural pintado con el logotipo de los
Free Renegades.
Sentados a lo largo de la barra y en algunas de las mesas estaban
algunos de los hijos de puta más aterradores que jamás había visto.
Barbas espesas, cuerpos gruesos, ceño fruncido. La mayoría vestían
de cuero, tanto las mujeres como los hombres, y todos nos miraron
con desconfianza cuando entramos por la puerta.
—¿Necesitas algo, cariño? —preguntó el cantinero, con voz grave
y áspera. Tenía una larga barba gris y un parche en un ojo.
Fui a agarrar el codo de June para sacarla de aquí, pero ella ya
caminaba hacia el bar.
—June —siseé.
Se acercó con la cabeza alta.
—Buenas noches. Sí, estoy buscando información.
Dios mío. Todos los ojos estaban puestos en ella y la mayoría
parecía estar midiendo su altura y peso para decidir dónde esconder
su cuerpo. Me apresuré a ponerme detrás de ella.
El cantinero enarcó una ceja, la que tenía sobre el ojo bueno, pero
no contestó.
—Estoy tratando de averiguar…
—¿Qué tenemos aquí? —Un tipo con chaleco de cuero y tatuajes
de manga completa en ambos brazos, algunos parecían caseros, se
giró sobre su banco—. ¿Una niñita haciendo preguntas?
—Sí, y si me dejan terminar, puedo explicarle…
—No nos gustan las preguntas —gruñó el cantinero.
—Y no nos gustan las niñitas —dijo el tipo del banco.
La atención de todo el bar se centró en June. Los hombres que
jugaban al billar abandonaron sus partidas y las bebidas se
quedaron sin tocar en las mesas. Todos los ojos puestos en ella. Los
hombres se crujían los nudillos y las mujeres se lanzaban miradas
cómplices. Ella sobresalía más que un pulgar dolorido. Coleta rubia,
blusa y chaqueta. También parecía ser la única persona de la sala
que no se daba cuenta del peligro que corría.
—Soy consciente de que mi aspecto, comparado con el de muchas
personas de este establecimiento, puede sugerir juventud, pero
tengo veintinueve años, lo que no encaja en la definición estándar de
«niñita».
La agarré del brazo para sacarla de aquí.
—George, tengo unas simples preguntas para ellos que no tienen
nada que ver con ninguna supuesta actividad criminal.
—¿Qué has dicho? —preguntó el tipo del banco.
—No estoy aquí para preguntar sobre sus supuestas actividades
criminales. Tengo preguntas sobre…
—Vamos —dije, tirando de su brazo.
—Oye, ¿es GT Thompson? —dijo una voz desde el fondo del bar.
Me quedé helado. «Por favor, que sean fanáticos».
—Mierda, lo es.
—¿GT Thompson?
—¿No se retiró?
—El mejor receptor de la liga.
—Maldita sea, es el mejor.
Exhalé un suspiro, pero mantuve la mano en el brazo de June. El
ambiente de la sala cambió tan repentinamente que mi corazón se
aceleró. Los ceños fruncidos se tornaron en interés y algunos tipos
incluso me sonrieron.
—Vaya mierda —dijo el cantinero, su comportamiento de repente
amistoso—. GT Thompson. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Son fanáticos de Filadelfia?
—Claro que sí —dijo el cantinero, y todos asintieron con la
cabeza.
Gracias a Dios.
—Impresionante. Siento no haber podido hacer otra temporada.
—Tuviste una gran carrera —dijo el cantinero—. Te diré algo, las
bebidas van por cuenta de la casa. ¿Qué puedo traerte y a tu amiga?
Por mucho que no quisiera quedarme a tomar una copa en un bar
lleno de motociclistas que hacía treinta segundos parecían capaces
de asesinar a mi novia, no creía que tuviera muchas opciones.
—Una cerveza sería genial —dije—. Te lo agradezco.
Un tipo con una camisa negra con las mangas arrancadas se
movió y me ofreció su taburete. Le hice un gesto a June para que se
sentara y el cantinero deslizó dos espumosas cervezas por la barra.
—¿Qué tal un autógrafo? —preguntó el cantinero.
—Por supuesto.
—Vuelvo enseguida.
—George, tengo que preguntar por el complejo —dijo June.
—Shh. Lo sé.
—Pero no estamos aquí para que des autógrafos.
—June —dije, suavemente en su oído—. Estuvieron a cinco
segundos de asesinarte y tirar tu cuerpo en la parte de atrás.
—Lo admito, la mayoría parecen unos matones, pero…
—Confía en mí, June Bug.
Respiró hondo y, afortunadamente, se quedó callada.
El cantinero volvió con una de mis camisetas. Me la pasó junto
con un rotulador Sharpie.
Me aseguré de que la barra estuviera seca y extendí la camiseta
para firmar en la parte delantera. Mi corazón aún latía con fuerza
por la descarga de adrenalina y podía sentir los ojos de todos los
presentes clavados en mí.
—Aquí tienes. —Le devolví la camiseta al cantinero—. Gracias
por tu apoyo.
El cantinero me hizo un gesto con la cabeza.
—¿Qué es lo que los ha traído por aquí?
Puse un brazo alrededor de los hombros de June, mostrándoles
que era mía.
—Mi novia quiere saber de una propiedad a unos diez minutos al
noreste del pueblo. Hay una vieja puerta y todo está vallado.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Alguien ha vivido allí recientemente?
El cantinero negó con la cabeza.
—No. Ha estado vacía durante años.
June casi sale disparada del taburete, pero la sujeté.
—Ah, bueno. ¿Así que no había un grupo viviendo ahí? ¿Un
grupo religioso?
Me miró como si fuera una pregunta estúpida.
—¿Grupo religioso?
—Una secta —dijo June.
Los clientes más cercanos refunfuñaron.
—¿Hablas de la chica Kendall de las noticias? —preguntó el
cantinero—. No. No hay sectas por aquí.
—Porque no permitirían eso en su territorio, ¿verdad? —preguntó
June.
Me estaba dando cuenta rápidamente de que el tipo detrás de la
barra no era el cantinero. O si lo era, eso no era todo lo que era.
Había crecido practicando deportes. Conocía la forma en que los
jugadores miraban a su entrenador. Y cada tipo en este bar, viejo o
joven, lo miraba a él.
No era cantinero. Era el líder de la banda.
—Chica lista —dijo.
Decidí que debíamos cortar mientras aún actuaban
amistosamente. No podían estar contentos de que la policía
estuviera aquí investigando la historia de Callie, y no quería que
pensara que éramos parte de eso.
—Gracias. Agradecemos la información.
—Gracias por el autógrafo —dijo.
Transacción completada.
Tiré a June del banco y la guie, un poco a la fuerza, hacia la
puerta. Empezó a decir algo, pero la hice callar.
—Nos dejan marchar. Tenemos que irnos.
Salimos y entramos en mi auto y exhalé un largo suspiro.
—La mayoría de esos hombres llevaban armas —dijo June, con un
tono de naturalidad.
—Sí. Sí, las llevaban. ¿Eso no te molestó en absoluto?
—Son miembros de una banda criminal de motociclistas.
Esperaba que tuvieran armas.
—¿Y no pensaste en si usarían o no esas armas contra ti? —
pregunté.
—Por supuesto que lo pensé —dijo—. Sopesé los riesgos y
consideré que nuestras posibilidades de éxito eran lo bastante altas
como para hacer el intento.
—Eres un poco ruda, June Tucker.
La comisura de sus labios se torció en una sonrisa.
—Menos mal que eran fanáticos.
Sacudí la cabeza.
—No me digas.
—¿Sabes lo que esto significa? —preguntó June, con la voz teñida
de emoción. Sus ojos eran grandes y brillantes—. La historia de
Callie Kendall es mentira.
Capítulo 28
June
Después del viaje a Hollis Corner, me quedé con tantas preguntas
como respuestas. Estaba claro que la secta de Callie, si es que había
existido, no estaba donde había dicho que estaba, pero qué
significaba eso en el gran esquema de las cosas seguía siendo un
misterio.
George me recordó que la explicación más sencilla era que se
había equivocado de pueblo. A lo mejor creía que estaba en otro
sitio y nos habíamos equivocado de pueblo.
Sin embargo, argumenté que la habían encontrado en la autopista
a las afueras de Hollis Corner. Tuvo que concordar con mi punto.
Así que, si no estuvo viviendo en un complejo en las afueras de
Hollis Corner, ¿dónde había estado? ¿Y por qué mintió? ¿Estaba
encubriendo a la secta que había abandonado? ¿Existía la secta?
Las preguntas me atormentaban. Recorría las opciones una y otra
vez, apuntando notas en un cuaderno. Las pistas. Las pocas pruebas
que tenía.
Los Kendall habían permanecido en silencio en los medios de
comunicación desde su única declaración pública. Hubo algunas
historias rezagadas sobre Callie, sobre todo en blogs de
conspiraciones, pero en su mayor parte, la atención se había
apagado. Los periodistas y blogueros estaban ocupados buscando la
próxima sensación.
Mi padre parecía haber decidido que no quería hablar del caso de
Callie. Había intentado entablar una conversación con él, pero
siempre cambiaba de tema. Cassidy tampoco hablaba, al menos
conmigo.
Eso no me dejó mucho con lo que trabajar.
Me senté en mi mesa con el portátil y revisé las catorce pestañas
del navegador que tenía abiertas. La mayor parte de lo que
encontraba era información por la que ya había pasado antes. Hasta
que llegué a la pestaña número once.
Era otra historia más sobre la milagrosa reaparición de Callie,
pero esta tenía una foto de ella en una acera. Guardé la foto y la abrí
en otro programa para poder ampliarla y estudiar los detalles.
Al desplazarme por la foto ampliada, Callie aparecía ocupando la
mayor parte de la pantalla. Desplacé la foto para ver su cara. No
parecía darse cuenta de que la estaban fotografiando. Volví a alejar
la imagen para poder verla de pies a cabeza. Nada fuera de lo
normal. Parecía que había salido a revisar el correo o a realizar
alguna otra tarea cotidiana.
Y entonces me di cuenta de algo. Sus mangas estaban
arremangadas.
Callie siempre había llevado manga larga. De adolescentes, no
habíamos pensado mucho en eso. Yo no, al menos, aunque nunca
había prestado atención a lo que llevaban los demás en general. Pero
después de descubrir la chaqueta de Callie, me habían comentado
que siempre había llevado manga larga, incluso en verano.
Cassidy había descubierto el por qué. La señora Kendall le había
dado fotos de los brazos de Callie. Según su madre, se había estado
cortando y autolesionando. Llevaba mangas largas para ocultar las
heridas y cicatrices. Esa información nunca había llegado a los
medios de comunicación.
Acerqué la foto, centrándome en sus brazos. Era difícil estar
segura, pero no me pareció ver ninguna cicatriz.
Por muy tentador que fuera cerrar de golpe el portátil y salir
corriendo por la puerta con mi nueva revelación, quería ser
minuciosa. Pasé varias horas más investigando. Consolidando mi
punto de vista. Comprobando dos y tres veces. Siguiendo el rastro
de posibilidades y buscando más confirmaciones.
Cuando terminé, cerré el portátil y me lo llevé bajo el brazo. Jonah
estaba en la cocina y dijo algo, probablemente «adónde vas», pero
yo ya había salido por la puerta.
No fue sino hasta que llegué a la oficina del sheriff que me di
cuenta de que había olvidado los zapatos. Decidí que no era el
momento de preocuparme por el calzado. Cogí mi portátil del
asiento del copiloto y entré.
Bex me dedicó una sonrisa amistosa.
—Bueno, hola June. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Necesito ver a Cassidy. —La voz de mi hermana pasó por mi
cabeza, recordándome tener modales—. Por favor.
—Claro que sí. —Desapareció un momento y volvió con Cassidy.
—Juney, ¿pasa algo? —preguntó Cassidy.
—Sí —le dije. Sus ojos se abrieron de par en par y me di cuenta de
mi error—. No, no le pasa nada a ninguno de nuestros familiares o
amigos. Esto es una emergencia, pero de otro tipo.
—Vamos a la sala de conferencias. ¿Y por qué no llevas zapatos?
—Los olvidé.
Me hizo entrar y cerró la puerta tras nosotras. No perdí tiempo y
abrí el portátil.
—¿Llamo a papá? —preguntó.
—Todavía no. —Mi pantalla cobró vida y la giré para que ella
pudiera verla—. Esta no es Callie Kendall.
—Espera. Vas a tener que dar marcha atrás, porque no tengo ni
idea de lo que estás hablando.
Respiré hondo.
—Esta mujer que dice que es Callie Kendall. Creo que miente.
—¿Y por qué piensas eso?
—Dijo a la policía que pasó los últimos doce años desde su
desaparición viviendo con una secta en las afueras de Hollis Corner.
—Así es.
—Hay un recinto a las afueras de Hollis Corner, pero lleva años
desocupado —dije.
—¿Cómo lo sabes?
—He investigado.
Cassidy se cruzó de brazos.
—¿Y cómo lo hiciste?
—Encontramos la ubicación y escalamos la…
—Para. —Levantó una mano—. Creo que es mejor si no conozco
los detalles. Juney, ¿en qué estabas pensando?
—Está bien, el recinto no reveló ninguna evidencia sólida. Estaba
vacío, pero eso no nos dijo lo suficiente.
—Muy bien, entonces… —Hizo un movimiento circular con la
mano, indicándome que continuara.
—Hollis Corner está bajo el control de los Free Renegades.
Confirmaron que no había ningún culto religioso viviendo en su
territorio.
—No quiero ni saber cómo has confirmado eso con una banda de
motociclistas.
Hice un gesto con la mano.
—Está bien. George estuvo allí. Así que ya sé que su historia sobre
la secta es un invento.
—Pero… —Ladeó la cabeza, mirando la pantalla, como si algo le
hubiera llamado la atención—. Espera un momento.
—¿Tú también lo ves?
—¿Tiene las mangas arremangadas? ¿Puedes hacer zoom?
Amplié la foto, centrándola en sus brazos. Cassidy me miró
durante un largo rato, negando con la cabeza.
—No hay cicatrices.
—Precisamente.
—Vuelvo enseguida —dijo Cassidy—. Quédate aquí.
Se fue durante unos minutos. Esperé, con el cerebro zumbando.
Volvió con un simple sobre de papel manila y cerró la puerta tras de
sí.
—Estas son de Callie. —Sacó unas fotos del sobre y las puso sobre
la mesa junto a mi portátil.
Me invadió una oleada de incomodidad. Eran difíciles de ver. Me
había hablado de las fotos, pero yo no las había visto. Callie tenía
cortes sangrientos en los antebrazos, cortes profundos de los que
manaba sangre roja y espesa.
—Estas heridas dejarían cicatrices —dijo Cassidy—. De hecho, se
pueden ver cicatrices de heridas anteriores debajo de las recientes.
Señalé la foto en mi portátil.
—Entonces tengo razón. No puede ser la misma persona.
Cassidy respiró hondo, como si estuviera considerando las
pruebas. Así era ella. No sacaba conclusiones precipitadas.
—Basándome en esto, diría que hay razones para cuestionar la
identidad de Callie.
—Entonces necesitas reabrir la investigación.
—No es tan sencillo. Ya no es una persona desaparecida. Su padre
la identificó positivamente.
—Lo tuve en cuenta —dije, navegando a otra pestaña—. Este tipo
de cosas ya han ocurrido antes. Hace tres años, un joven fue
detenido por hacerse pasar por un niño desaparecido de Kansas. El
niño había desaparecido a los trece años. Dos años después,
supuestamente apareció en Europa. Afirmó haber sido secuestrado
y vendido para el tráfico sexual. Volvió a Estados Unidos y vivió
con la familia durante tres meses antes de que se descubriera su
verdadera identidad. Había investigado los detalles del caso del
chico y obtenido suficiente información para convencerlos, al menos
temporalmente.
—¿Hablas en serio? —preguntó Cassidy, entrecerrando los ojos
hacia la pantalla—. ¿Tardaron tres meses en darse cuenta de que no
era su hijo?
—Ni siquiera tenía el mismo color de pelo o de ojos, y la familia
seguía creyéndole.
—Supongo que tenían muchas ganas de que fuera él —dijo.
—Quizá los Kendall quieren que esta mujer sea Callie. Tal vez
están dispuestos a pasar por alto los hechos para que su realidad se
alinee con su fantasía de tener a su hija de vuelta.
—Es posible —dijo—. ¿Pero por qué alguien se haría pasar por
Callie Kendall?
—Muchas razones. Tal vez la codicia. El Juez y la señora Kendall
son gente de medios considerables. O atención. Es difícil de decir. El
hombre que se hizo pasar por el chico desaparecido en Kansas lo
había hecho varias veces. Incluso estuvo en la cárcel en Francia por
un delito similar.
—Me he topado con muchas actividades criminales extrañas, pero
esto es otra cosa —dijo—. ¿Cómo puede esta mujer parecerse tanto a
Callie como para haber engañado a los Kendall?
—También he investigado ese aspecto —dije, haciendo clic en otra
pestaña—. Este sitio web se llama «Find my twin». Existe la teoría
de que entre los siete mil millones de habitantes del planeta siempre
hay rostros duplicados, incluso sin genética compartida.
Me desplacé por algunas de las coincidencias de la página de
inicio. Había docenas de ellas: personas que parecían idénticas, pero
que no estaban emparentadas entre sí.
—Vaya, eso es… espeluznante —dijo—. Me pregunto si habrá
alguien más por ahí con mi cara.
—Alguien podría tener la esperanza —dije.
Enarcó las cejas.
—¿Por qué alguien podría tener la esperanza?
—Por dos razones. Una, me fascina el hecho de que la enorme
diversidad genética de nuestra especie pueda producir al azar estos
resultados. Y dos, eres muy linda, así que otra mujer tendría suerte
de parecerse a ti.
—Oh, gracias, Juney.
Volví a la foto de la no-Callie.
—¿Qué tenemos que hacer?
—Se lo diré a papá —dijo—. Pero no puedo prometer que esto
reabra la investigación. No si los Kendall creen que ella es Callie.
Una foto granulada de internet no es prueba de que no sea quien
dice ser.
—De acuerdo. —Me levanté y cerré el portátil—. Gracias por
confirmar mis sospechas.
—Juney, deja esto a las autoridades.
Asentí con la cabeza. No me gustaba mentirle a mi hermana, así
que decidí no hacerlo verbalmente.
—Y nada de hablar con gente de bandas de motociclistas. A
menos que sean los Dirt Hogs. —La banda de motociclistas de
Bootleg era un grupo de octogenarios que vestían chaquetas de
cuero y se sentaban en sus motos fuera del Still1 los martes por la
noche mientras sus mujeres jugaban al bingo en el Lookout.
—Gracias, Cassidy. Te veré en la cena mañana por la noche.
—Adiós, Juney.
Me fui, con la mente aun zumbando de preguntas y posibilidades.
No tenía las respuestas, pero sabía que tenía razón en una cosa. Esa
mujer «no» era Callie Kendall.
1 Destiladora de moonshine.
E iba a demostrarlo.
Capítulo 29
George
La famosa sopa de pollo y dumplings de Nadine Tucker olía a
gloria. Me senté en la sala de la casa de la infancia de June, cerveza
en mano, con su padre y Bowie Bodine. La televisión estaba
encendida, el volumen bajo. June y su hermana charlaban con su
madre en la cocina mientras la cena se cocinaba a fuego lento.
Los padres de June nos habían invitado a cenar el domingo. Su
casa era acogedora, con fotos de June y Cassidy de niñas en las
paredes. Una vieja foto de boda mostraba a unos Harlan y Nadine
Tucker mucho más jóvenes. June se parecía a su padre.
Di un trago a mi cerveza y miré a mi alrededor, teniendo de
repente un extraño recuerdo de principios de año. Sentado en un
club con música rebotando de las paredes, una bebida
sobrevalorada en la mesa. Gente exhibiendo sus marcas de
diseñador. Zapatos caros. Menudo espectáculo había sido. Un
espectáculo de mierda. Fanáticas y parásitos, gente que sólo quería
un pedazo de tu fama.
Esto era un mundo aparte y me encantaba. Me recordaba de
dónde venía y dónde quería estar.
—Muy bien, chicos —dijo Nadine, asomando la cabeza en la
sala—. La cena está lista.
Nos reunimos alrededor de la mesa que Bowie y yo habíamos
ayudado a poner. Harlan y Nadine a cada extremo, Cassidy y Bowie
a un lado, June y yo al otro.
—Vaya, que agradable es esto —dijo Nadine, sonriendo a sus
hijas.
—La cena tiene una pinta deliciosa —dijo Harlan mientras servía
la espesa sopa de pollo en su plato.
Bowie parecía no poder ser más feliz en ningún lugar del mundo.
Sonrió a Cassidy y le dio un rápido beso en la sien.
Todos nos servimos y la comida sabía incluso mejor de lo que olía.
—Señora Tucker… —dije, pero ella me detuvo antes de que
pudiera elogiar la comida.
—Llámame Nadine. ¿Y prefieres GT o George?
Lo pensé un segundo.
—Sabes, responderé a cualquiera de los dos. He sido GT desde
que estaba en la escuela secundaria o por ahí. En el instituto, hasta
mis padres me llamaban por mis iniciales, pero me gusta mi
nombre. Es anticuado, supongo que por eso siempre me ha gustado.
—¿Te llamaron así por alguien? —preguntó Nadine.
—Mi abuelo —dije—. Él era el George Thompson original.
—Vives en Filadelfia, ¿verdad? —preguntó Nadine—. ¿De ahí
eres?
—Tengo una casa allí, pero no —dije—. Crecí en Charlotte. Mis
padres aún viven allí. Estuve en Filadelfia por el futbol americano.
—Lástima lo de la rodilla —dijo Harlan.
Asentí con la cabeza.
—Sólo me quedaban una o dos temporadas, como mucho. En
años de futbol americano, soy viejo.
—¿Así que tus padres todavía viven en Charlotte, dices? —
preguntó Nadine.
—Querida, dale al hombre un respiro —dijo Harlan—. No
necesitamos la historia de su vida.
—Claro que sí —dijo Nadine, como si Harlan acabara de sugerir
algo escandaloso.
—Está bien —dije—. No me importa. Sí, mis padres, James y
Darlene Thompson, siguen viviendo en Charlotte. También tengo
una hermana, Shelby. Mis padres la adoptaron cuando yo tenía
cinco años. Ella tenía casi un año. Shelby es la que me habló de
Bootleg Springs, en realidad. Estuvo aquí un tiempo, pero tuvo que
volver a Pittsburgh.
—Hum, interesante —dijo Cassidy.
—George empezó a jugar al futbol americano a los cinco años —
explicó June—. Fue receptor titular del equipo de su instituto
durante los cuatro años. Jugó en la Universidad de Alabama y fue
seleccionado por San Francisco. Tras dos años en San Francisco, fue
traspasado a Seattle. Luego aceptó un contrato con Filadelfia, donde
jugó durante toda su carrera.
—Gracias por el resumen —dijo Bowie y me guiñó un ojo.
—Tiene razón —dije—. Eso lo cubre todo.
—¿Y qué vas a hacer ahora que ya no juegas futbol americano? —
preguntó Nadine.
—Es una pregunta excelente. —Dejo la cuchara—. Tengo la suerte
de tener la capacidad de tomarme un tiempo para averiguarlo.
—Quiere decir que tiene seguridad financiera para mantenerse sin
ingresos adicionales —dijo June.
—Es una suerte —dijo Nadine con una sonrisa.
La conversación derivó hacia otros temas mientras terminábamos
de cenar. June no mencionó a Callie Kendall, lo cual me sorprendió.
Había sido lo único de lo que había hablado después de ir a Hollis
Corner.
Después de cenar, y del mejor pastel de nueces que había probado
en mi vida, nos dimos las buenas noches. Los padres de June me
dieron las gracias por venir. Estreché la mano de su padre y besé a
su madre en la mejilla. Luego se quedaron en el porche, abrazados,
y nos despidieron mientras nos íbamos.
Todo era tan condenadamente correcto, ojalá, mis padres,
hubieran estado aquí para verlo. Mi madre se habría desmayado de
alegría al verme salir con una chica de una familia como los Tucker.
Cogí la mano de June en el corto trayecto en auto hasta su casa.
Quedaba tan bien dentro de la mía. Se veía deliciosa con su blusa de
cuello y sus pantalones marrones. Muy June. La miré de reojo y se
me ocurrió una idea.
En lugar de girar por su calle, seguí adelante y tomé la carretera
para salir del pueblo.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—Es una noche agradable. Pensé que podríamos dar una vuelta.
—De acuerdo.
Conduje alrededor del lago y me detuve cerca de una playa
desierta. No era el momento de hacer un swing de jonrón, pero tal
vez ella estaba lista para un poco de acción de segunda base y algo
en la cena con su familia me hizo pensar en enrollarme con ella en el
asiento trasero de mi auto, como si fuéramos un par de adolescentes
sin otro lugar donde estar solos.
—¿Alguna vez te has enrollado en el asiento trasero de un auto?
—No.
—Oh Dios, eso es aún mejor. Mueve el culo hasta allí.
Ambos salimos y nos metimos en el asiento trasero, cerrando las
puertas tras nosotros.
No perdí el tiempo, acerqué a June y encontré su boca con la mía.
Al principio, sólo la besé. Mantuve mis manos en su cintura, en su
cara. Deslicé mis dedos por su pelo. Sentí sus suaves labios.
—Los labios y las yemas de los dedos son las zonas más sensibles
del cuerpo —dijo June y luego se inclinó para besarme de nuevo.
—¿Ah, sí? —Deslicé mi lengua por su labio inferior—. ¿Es por eso
por lo que besarte se siente tan malditamente bien?
—Sí. Una gran parte del cerebro se dedica a recibir y procesar la
información sensorial de los labios. Por eso se clasifican como zona
erógena.
Gruñí, sujetándole la cabeza mientras la besaba profundamente.
—Dios mío, eres sexy cuando te pones toda científica conmigo.
—¿Sabes para qué más sirven los besos? —preguntó.
Tardamos un buen rato en volver a su pregunta. Le chupé el labio
inferior y luego profundicé con la lengua. La necesitaba más cerca,
así que tiré de ella hacia mi regazo. Colocó las piernas a horcajadas a
ambos lados de mí y me rodeó los hombros con los brazos.
—¿Para qué más sirve besar? —pregunté.
—Vinculación.
—Mm-hmm. —Le mordisqueé el labio inferior y luego deslicé la
lengua por él—. El torrente de dopamina y oxitocina crea buenas
sensaciones y anima a las personas a formar o reforzar su vínculo de
pareja.
—Sí, es cierto —dijo ella, con emoción en la voz.
—No eres la única que puede ponerse científica. —La besé de
nuevo.
—¿Debería preocuparnos que nos vean?
—Está oscuro. No hay nadie y eso es parte de lo que lo hace
divertido. —Le eché el pelo hacia atrás y la miré a los ojos—. Quiero
que hagas algo por mí.
—¿Qué?
—Deja de pensar. Sólo siente.
Asintió y le agarré el culo con una mano y la nuca con la otra. La
atraje para besarla profundamente, sintiendo la satisfacción de su
cuerpo relajado. Me dolía la polla por el deseo de volver a estar
dentro de ella, pero ignoré la incomodidad. Estaba decidido a
llevarla conmigo y demostrarle que era capaz de intimar, por mucho
tiempo que hiciera falta.
Además, enrollarse en un auto en una carretera desierta era
excitante, aunque no fuera a acabar en sexo.
Cuanto más se relajaba, más se movía, los instintos de su cuerpo
parecían tomar el control. Sus piernas se abrieron y se apretó más.
Podía sentir el calor entre sus piernas a través de la ropa y me volvía
loco.
Nuestros besos pasaron de lentos y sensuales a excitantes y
desordenados. Las lenguas se lamían, los dientes mordisqueaban los
labios. Gemí en el fondo de la garganta cuando ella apretó mi sólida
erección.
Deslicé mi mano por su cintura hacia su pecho y me detuve,
respirando con dificultad.
—¿Segunda base?
—Sí.
Le toqué el pecho por encima de la blusa y se lo apreté. Ella gimió
en mi boca mientras yo amasaba suavemente.
—Los pezones son otra zona erógena —dijo, con la voz
entrecortada.
—Claro que sí.
Le desabroché la blusa, resistiendo el impulso de abrirla de un
tirón hacer volar sus botones. Su sujetador era blanco, sin un
centímetro de encaje. Era tan práctico, y tan «ella», que nada podría
haber sido más sexy.
Le quité la blusa y la besé por el hombro, deslizando el tirante del
sujetador hacia abajo. Su piel sabía tan bien que me dieron ganas de
lamerla entera. Bajé la copa y ella jadeó cuando le rocé el pezón con
las yemas de los dedos. Se endureció al contacto.
Lamí su duro pico y ella se frotó contra mí. Agarrándola por las
caderas, la animé a hacer movimientos rítmicos. Le hice saber que
podía restregarse contra mi polla todo lo que quisiera mientras yo
prodigaba atención a sus tetas.
Sus suaves gemidos eran más excitantes que el rugido de una
multitud. Lamí y chupé su pezón, disfrutando de su sabor. Ella se
movió más deprisa, balanceando sus sensuales caderas,
deslizándose arriba y abajo contra mi erección.
No dije ni una palabra, no quería interrumpir. Ella estaba justo
donde yo quería. En el momento. Disfrutando de las sensaciones
que le estaba proporcionando. Empujé mis caderas dentro de ella lo
suficiente para darle la fricción y la presión que necesitaba. Chupé
sus pezones hasta que respiró con dificultad, retorciéndose contra
mí.
Con una fuerte inspiración, sus movimientos se ralentizaron. Se
arrastró por mi erección de un golpe largo y duro. Observé con
asombro cómo la invadía el orgasmo. Cerró los ojos. Los labios
entreabiertos. Mejillas sonrojadas.
Dios, era preciosa.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—Oh, Dios mío.
La acerqué y la abracé. Acaricié su suave cabello. Su cuerpo era
como líquido contra el mío, relajado y lánguido.
—¿Se sintió bien?
Ella asintió y se incorporó.
—Me sentí muy bien. Pero, ¿y tú?
—Está bien. Aquí no llevamos la cuenta de los orgasmos, June
Bug. Estoy muy emocionado de poder hacerte sentir bien así.
—Yo también. Y siento un gran afecto por ti en este momento.
Le toqué la cara y la besé suavemente.
—Yo también te amo, June Bug.
Capítulo 30
June
El sol de la tarde era radiante cuando George y yo salimos de su
casa de Filadelfia. La ponía en venta y se trasladaba oficialmente a
Bootleg Springs. Aquel arreglo me pareció decididamente
satisfactorio. Lo que no me gustaba era que no hubiera hecho más
que llamar a Andrea para que se ocupara de todo. Todavía había
algo en ella que no me gustaba. No había vuelto a sacar el tema,
quería confiar en su juicio, pero también lo había animado a que
fuera a su casa para conocer al agente inmobiliario en persona.
Aceptó y se alegró de que lo acompañara. También lo convencí
para que me llevara a dar un pequeño rodeo. La mujer que decía ser
Callie Kendall se había mudado a Filadelfia y quería encontrarla.
Una de las mayores editoriales del mundo había anunciado un
acuerdo para publicar sus memorias el año que viene. La historia de
Callie Kendall era ya una de las autobiografías más esperadas de los
últimos años.
Significaba que volvía a ser noticia. Varios periodistas la habían
entrevistado y les contó que se había mudado a Filadelfia para
empezar una nueva vida. Había investigado un poco, cotejando lo
que podía encontrar en fotos en Internet con la información de sus
entrevistas más recientes y localicé su vecindario.
Nadie parecía cuestionar el hecho de que hubiera elegido vivir a
más de cuatro horas de Richmond, donde vivían el juez y la señora
Kendall. Ni que aún no se hubiera acercado a Bootleg Springs desde
su reaparición. Esos hechos me parecieron muy sospechosos y,
aunque no demostraban que fuera una impostora, sí apoyaban mi
teoría.
Pero antes de poder hacer nada más, necesitaba pruebas. Pruebas
sólidas y científicas de que esa mujer no era Callie Kendall.
—¿Te sientes mejor ahora que has podido negociar con el agente
inmobiliario? —preguntó George cuando subimos a su auto. Metió
la mano por detrás para dejar una pila de cartas en el asiento
trasero.
—Te conseguí un trato mucho mejor —le dije—. Te iba a cobrar
de más.
Sonrió.
—Gracias, June Bug. ¿Adónde vamos ahora?
Introduje la dirección en la aplicación GPS del teléfono de George.
—Aquí.
—De acuerdo, Scooby-June. Pero, por favor, dime que no vamos
en auto hasta allí para que puedas llamar a su puerta y pedirle su
documento de identificación.
—En absoluto —dije—. Creo que, en esta etapa de mi
investigación, hablar con ella directamente sería un error.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
—Obtener una muestra de ADN.
George empezó a toser.
—Disculpa, ¿haremos qué?
—Como parte de la investigación original de persona
desaparecida y posible homicidio, obtuvieron evidencias de ADN.
Si consigo una muestra de ADN, haré que un laboratorio de
genética la compare con el ADN conocido de Callie Kendall.
Entonces no importará su aspecto ni que partes de su historia sean
cuestionables. Las pruebas de ADN no mienten.
—Bien, estoy contigo en teoría. Pero ¿cómo vas a conseguir el
ADN?
—Según el técnico de laboratorio con el que hablé, las tres mejores
fuentes serían un cepillo de dientes, ropa interior o una muestra de
pelo.
—June, no voy a robar el cepillo de dientes o las bragas de esta
mujer. Especialmente las bragas.
Lo miré con una sonrisa. Era tan tierno cuando se ponía nervioso.
—No te pediría que tocaras sus bragas.
—Me alegro de oírlo. Las únicas bragas que quiero tocar son las
tuyas.
Su comentario me produjo un pequeño cosquilleo, pero
estábamos aquí en una misión, así que volví a sonreírle.
—Veamos si podemos localizarla.
Siguiendo el GPS, cruzamos la ciudad y entramos en un barrio
tranquilo. Las aceras estaban limpias y los jardines bien cuidados.
En mis indagaciones, también había descubierto que el
apartamento en el que vivía Callie había sido alquilado por la
señora Kendall. Era un hecho que aún no había catalogado en
términos de lo que significaba. ¿Prestaba credibilidad a que
realmente fuera Callie? ¿Habían sido los Kendall tan engañados
como el resto del mundo? ¿O estaban cooperando con ella por
razones propias? No estaba segura, así que mantuve esa
información en la columna neutral.
—Ese es su edificio —dije, señalando la gran estructura de ladrillo
a la izquierda—. Hay un lugar más adelante.
George estacionó, rebusqué en mi bolso y saqué unas gafas de sol
extragrandes y un pañuelo.
—¿Para qué es eso? —preguntó.
—Voy de incógnito.
—¿Se supone que debemos sentarnos aquí hasta que salga? Esto
es bastante acosador.
—Según lo poco que pude averiguar de las últimas entradas de su
blog, calculé que la hora más probable para que saliera de su edificio
eran las tres de la tarde.
—Que es justo ahora. Imagínatelo.
—No me lo imaginaba, solía…
—Es sólo una expresión, June Bug.
—Ah, claro. —Me puse las gafas de sol y me rodeé el cuello con el
pañuelo. Podía pasármelo por el pelo si lo necesitaba o utilizarlo
para cubrirme la parte inferior de la cara. Luego saqué un segundo
par de gafas de sol del bolso y se las pasé a George—. Para ti.
—¿No nos hace parecer sospechosos?
—Es primavera. Las gafas de sol son un accesorio apropiado,
dado el cielo despejado de hoy.
Cogió las gafas de sol negras de aviador y se las puso.
—Ya lo creo.
Esperamos un rato en cómodo silencio. Observé el edificio de
Callie. George me recorría el dorso de la mano con los dedos, como
si estuviera trazando la forma de mis huesos. Me distraía mucho,
pero no tenía intención de pedirle que parara. El contacto físico con
George se había convertido en una de mis cosas favoritas.
Por el rabillo del ojo, vi a un hombre al otro lado de la calle. La
sensación de los dedos de George sobre mi piel retuvo mi atención.
Pero algo cosquilleaba en el borde de mi conciencia.
—Espera, es…
Me volví para mirar, pero ya no estaba. ¿Me lo había imaginado?
¿O había girado por el hueco entre dos edificios?
—¿Es qué? —preguntó George—. ¿La viste?
—No. —Miré de nuevo, pero no vi a nadie—. Por un segundo,
creí ver a Gibson Bodine.
—¿Gibson? ¿Qué estaría haciendo aquí?
—No lo sé. Debo estar equivocada.
George se frotó la barbilla.
—¿Conocía a Callie?
—Supongo que tan bien como cualquiera de nosotros. Aunque
Gibson tenía veinte años y ella dieciséis cuando desapareció. No
recuerdo que se juntara con adolescentes entonces.
—Hum —dijo George—. Me preguntaba si tal vez estaba aquí
haciendo lo mismo que nosotros. Tratando de averiguar si es
realmente ella.
—Supongo que es posible, pero es más probable que viera a
alguien parecido y mi cerebro rellenara las piezas que faltaban,
construyendo un parecido que reconociera.
Me sonrió.
—Me parece posible.
Justo entonces, Callie salió de su edificio.
—¡Agáchate! —Intenté empujarle la cabeza hacia abajo mientras
me arrellanaba en mi asiento.
—Creo que agacharnos es más llamativo que quedarnos aquí
sentados como si nada.
—Ese es un punto válido. —Ahora que estaba agachada, no podía
ver, pero me pareció prudente quedarme donde estaba para que mi
movimiento no atrajera más atención—. ¿Miró hacia acá?
—No.
—¿Qué está haciendo? Necesito que seas mis ojos, George.
—Está entrando en un auto.
—¿Se va?
—Todavía no, pero creo que es seguro asumir que por eso entró.
—Síguela. Pero no demasiado cerca. —Hice una pausa, oyendo el
regaño de Cassidy en mi mente. «Modales, June»—. Quiero decir,
por favor, síguela, pero no demasiado cerca.
—Lo haré, Scooby-June.
Salió a la calle. Permanecí agachada, observando las copas de los
edificios, los árboles y trozos de cielo. Finalmente, consideré que era
seguro sentarme, lo que resultaba mucho más cómodo. Y sin duda
más seguro en caso de accidente.
Callie estacionó delante de un restaurante y salió. George
encontró un sitio a una cuadra y salimos para seguirla.
—Actúa con naturalidad —le susurré a George mientras
caminábamos hacia el restaurante.
Hizo una pausa y sus ojos se movieron de arriba abajo.
—¿Vas a llevar esas gafas adentro?
Lo consideré durante un segundo. Parecía que ocultar mi
identidad era la opción más prudente. Pero si aquella mujer no era
Callie, y estaba convencida de que no lo era, no me reconocería. Y
llevar gafas de sol en interiores podría parecer innecesariamente
llamativo.
—No, supongo que no es necesario. —Me las quité y las puse en
mi bolso—. Ve tú primero y fingiremos que no estamos juntos.
—¿Por qué?
—Porque vas a hablar con ella.
—Espera, Scooby-June. Quieres decir que quieres que la distraiga,
¿no?
—Sí, claro. Deberías coquetear con ella. Sospecho que un
encuentro coqueto será particularmente distractor.
—Coquetear con ella. —No lo había formulado como una
pregunta.
Contesté de todos modos.
—Sí.
—Y vas a intentar conseguir algo con su ADN. —De nuevo, no
formulado como una pregunta.
—Sí.
Sacudió la cabeza.
—Está bien. Supongo que me apunté a esta locura cuando acepté
venir aquí. Al menos esta vez no es un bar de motociclistas.
—De acuerdo. El nivel de peligro que estamos encontrando debe
ser al menos un setenta y dos por ciento menor que en Hollis
Corner.
—¿En serio? —Se mordió el labio inferior—. Cuidado, June Bug.
Si sigues hablando de estadísticas así, te arrastraré de vuelta a mi
auto y haré otra carrera a segunda base.
Me costó un gran esfuerzo ignorar el calor que sentía entre las
piernas.
—Esto es importante. Tenemos que concentrarnos.
La comisura de sus labios se torció en una sonrisa.
—De acuerdo, pero no prometo nada una vez que terminemos
aquí.
Se me encogió el corazón y se me calentaron las mejillas al pensar
en todo lo que George y yo podríamos hacer en su auto. Exhalé un
suspiro para mantener la concentración e hice un gesto hacia la
puerta.
—Tú primero. Esperaré antes de entrar.
—De acuerdo. Sólo… ten cuidado.
—No soy una persona temeraria por naturaleza.
—Eres una Bootlegger, June. Llevas la imprudencia en la sangre.
Entró en el restaurante, dejando que la puerta se cerrara tras él.
Esperé unos minutos antes de seguirlo.
Aproximadamente la mitad de las mesas estaban llenas y el
murmullo de las conversaciones llenaba el ambiente. Era pequeño,
casi estrecho, con mesas de dos o cuatro personas demasiado juntas
para mi gusto. Una camarera de aspecto atareado y vestida de negro
recorría los pequeños espacios entre las mesas. Justo detrás de la
puerta había un cartel de, «tome asiento», perfecto para nuestros
propósitos.
Elegí una mesa cerca de la entrada y me deslicé en la silla. George
ya estaba sentado en una mesa junto a Callie. Era tan alto que
eclipsaba la pequeña mesa y su pierna derecha se extendía hasta el
pasillo. Sin embargo, su actitud era despreocupada, como si no le
importara nada. Eso hacía que su tamaño fuera menos intimidante
de lo que podría haber sido de otro modo.
Era fascinante ver cómo entablaba conversación con ella.
Simplemente se inclinó ligeramente hacia ella y habló. Era tan
natural, tan seguro de su capacidad para relacionarse con los demás,
que no vi ni un atisbo de ansiedad en su expresión.
No podía ver la cara de Callie ni oír lo que decían. Los ojos de
George se desviaron hacia mí durante un breve instante y recordé
que estaba aquí para cumplir una misión.
Había considerado esperar hasta que se fuera y coger la pajita de
su bebida. Pero eso podría no contener suficiente ADN para que el
laboratorio obtuviera un resultado preciso. Estaba aquí ahora,
quería asegurarme de aprovechar al máximo esta oportunidad.
Eso significaba pelo. El técnico del laboratorio había dicho que era
importante que la raíz del pelo estuviera intacta. La mejor manera
de asegurarse de que tenía una muestra utilizable era arrancar
varias hebras directamente de su cabeza.
La mesa detrás de ella estaba ocupada, pero sólo por una persona.
Volví a mirar a George a los ojos y le hice un gesto con la cabeza
para que siguiera hablando. Cambió el peso de su cuerpo para
quedar inclinado hacia ella. Ella hizo lo mismo. Eso parecía indicar
que estaba absorta en su conversación. Ahora era mi oportunidad.
Me acerqué a la mesa detrás de Callie y me deslicé en el asiento
vacío. El otro ocupante me miró con las cejas enarcadas. Estaba claro
que no entendía por qué me había sentado en su mesa. Tenía que
mantenerlo callado antes de que atrajera la atención de Callie.
—Lo siento. ¿Estás solo? —pregunté.
Se quedó con la boca abierta un segundo antes de responder.
—Uh, sí.
—¿Puedo acompañarte?
—Oh. —Cerró el libro que había estado leyendo y se ajustó las
gafas—. Hum, sí, quiero decir sí. Quiero decir, claro.
—Gracias.
Miré por encima del hombro. Callie y yo estábamos espalda con
espalda, nuestras sillas casi tocándose.
—Soy Luke —dijo—. No he pedido todavía, si quieres… ya
sabes…
—¿Qué? —De repente me vino a la mente algo que Cassidy me
había dicho una vez. «Tienes que prestar atención para saber
cuándo los chicos flirtean contigo». ¿Había sido un intento de
flirteo? —Soy June, pero estoy en una relación comprometida.
—Oh, claro —dijo—. Eso es… sí, no me sorprende.
—Sin embargo, eres bastante atractivo y el hecho de que leas
aumenta tu atractivo. Te sugiero que frecuentes las librerías locales
si estás interesado en encontrar una cita. Si ves a una chica que te
atrae, ofrécele comprarle un libro. Mejor aún, cómprale el mismo
libro e invítala a tomar un café contigo más adelante para comentar
lo que han leído.
Me miró como si acabara de desvelar los secretos del universo.
—Es una idea brillante. Gracias.
—De nada. Ahora si me disculpas.
Me di la vuelta y estiré la mano. La voz de George se elevó
ligeramente y pude oír lo que podría haber sido el remate de un
chiste. Sólo quería arrancarle un par de pelos. Pero justo cuando lo
cogí, ella se echó el pelo por encima del hombro y yo acabé con un
puñado.
Ya a medio tirar, no pude hacer nada. Le arranqué a Callie un
puñado de pelo de la cabeza.
Presa del pánico, me metí debajo de la mesa. Por algún milagro no
choqué con las patas de la mesa, pero acabé prácticamente sentada
sobre los pies de Luke.
—Ay. —La voz de Callie. No podía verla, lo cual era bueno
porque eso significaba que ella no podía verme, pero por la vista
que tenía de sus piernas, se había dado la vuelta—. ¿Qué fue eso?
La voz de George subió de tono, no sabía si por miedo a que me
pillaran o porque no veía por dónde había ido.
—Hum, no lo sé. ¿Estás bien?
—Sí —dijo ella—. Creo que sí.
Dudé, pero George siguió hablando con ella. Un segundo
después, decidí que lo mejor sería marcharme inmediatamente. Tan
rápido como pude, metí su pelo en la bolsa de plástico que había
traído para contener la muestra de ADN.
Levante la vista y capté la mirada de Luke. Tenía los ojos muy
abiertos y una expresión de alarma.
—Es mejor que no lo sepas —susurré.
Permaneciendo sobre mis manos y rodillas, gateé rápidamente
hacia la puerta.
Capítulo 31
George
La puerta se abrió y se cerró, pero no vi a nadie. ¿Era June? Por
Dios. Prácticamente le había arrancado un puñado de pelo de la
cabeza a Callie. Por suerte, nadie pareció darse cuenta de que se
había ido.
—Me llamo George, por cierto —dije, intentando mantener la
atención de Callie.
—Callie. —Levantó la mano y se alisó el pelo.
La camarera vino a mi mesa y me preguntó si estaba listo para
pedir. No quería quedarme a comer, pero sería raro si me levantaba
y me iba ahora. Pedí un café y un panecillo. No tardaría mucho.
Supuse que June querría que viera qué podía averiguar sobre
Callie mientras estaba aquí. Así que seguí hablando.
—¿Eres de Filadelfia?
—No, me mudé aquí hace poco —dijo—. Crecí en Virginia. ¿Y tú?
—Soy de Charlotte originalmente, pero llevo un tiempo en
Filadelfia.
—Es una ciudad preciosa —dijo—. Siempre me ha encantado
aquí. ¿A qué te dedicas?
La forma en que hizo esa pregunta me puso nervioso, algo en su
tono. Me recordaba a las chicas que intentaban fingir que no sabían
quién era yo, para que yo pensara que no eran las típicas fanáticas.
—Antes jugaba futbol americano profesional, pero me retiré la
temporada pasada tras una lesión.
—Eso es terrible —dijo ella—. Lo siento, hace tiempo que no sigo
exactamente… bueno, nada.
¿Quería que le preguntara por qué? ¿O estaba intentando evitar el
tema de su supuesto encarcelamiento por una secta? Decidí morder
el anzuelo y ver qué decía.
—Perdóname si esto es atrevido, pero me resultas familiar —le
dije—. ¿Te conozco de algo?
Batió las pestañas y bajó la mirada.
—Puede ser. Supongo que fui un poco noticia recientemente. Soy
Callie Kendall.
—Cierto —dije—. La chica que reapareció después de desaparecer
hace tantos años. Vaya. Parece que tuviste toda una experiencia.
Asintió, acomodándose el pelo detrás de la oreja.
—Sí, así es. Me alegro de ser libre.
La camarera me trajo el café y el panecillo y dejó un sándwich en
el lado de Callie. Volvió a mirarme y sus ojos se abrieron de par en
par con una expresión que yo conocía bien. Reconocimiento.
—Dios mío, no puedo creer que se me pasara antes —dijo la
camarera—. Eres GT Thompson.
—Sí, señora.
Prácticamente soltó una risita.
—Realmente eres tú. Lo siento, soy una gran fan. Literalmente
lloré cuando te lesionaste la temporada pasada.
Otros clientes miraban en mi dirección. Qué bien. Esperaba que
June no hubiera esperado que permaneciera de incógnito. Ahora
todo el lugar sabía que GT Thompson estaba aquí.
—Gracias por preocuparte —dije con una sonrisa—. Pero estoy
bien.
Callie me observaba con lo que parecía ser leve curiosidad. La
camarera me pidió un autógrafo y lo siguiente que supe es que tenía
una cola de media docena de personas pidiéndome que les firmara
algo.
Callie seguía comiendo cuando la atención sobre mí se desvaneció
y todos volvieron a sus comidas. Decidí que tenía que salir de allí.
No creía que June fuera a venir a buscarme, pero con aquella chica
nunca se sabía. Era lo suficientemente atrevida como para hacerlo.
Me levanté y saludé a Callie con la cabeza.
—Encantado de conocerte.
—A ti también.
Arrojé algo de dinero sobre la mesa para cubrir el café y el
panecillo que apenas había tocado y salí por la puerta.
Fuera, encontré a June de pie junto a mi auto.
—Jesús —dije en voz baja. Eso fue estresante.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó June—. ¿Comiste?
—Más o menos. No podía salir justo después de ti, así que tuve
que pedir algo y entonces la camarera me reconoció. Tuve que
firmar un montón de autógrafos antes de poder salir de allí. Si había
alguna razón para mantener mi presencia aquí en secreto, la eché a
perder.
—Eres muy alto y conocido, especialmente aquí. Habría sido
difícil pasar desapercibido.
—No me digas. ¿Gateaste para salir de allí?
Agitó una mano, como si no tuviera importancia.
—Por supuesto. Necesitaba alejarme sin llamar la atención.
Como aparentemente había funcionado, nadie había comentado
que una mujer salió a gatas por la puerta, decidí dejarlo estar.
—Por favor, dime que tienes lo que necesitas.
Sonrió y levantó una pequeña bolsa de plástico.
—Creo que sí.
—Buen trabajo, Scooby-June. Ahora vámonos antes de que salga.
Subimos a mi auto y me alejé rápidamente. Aquello había sido
angustioso. June era muchas cosas, pero sutil no era una de ellas. No
podía creer que Callie no la hubiera pillado agarrándola del pelo.
—¿De qué habló? —preguntó June—. ¿Conseguiste algo
incriminatorio?
—La verdad es que no. Dijo que era recién se había mudado a
Filadelfia, pero que había crecido en Virginia.
June se dio un golpecito con el dedo en los labios.
—Creció en Virginia, concuerda con Callie Kendall, pero debe
haber investigado el caso a fondo para poder hacer esto. Sabría
dónde creció la verdadera Callie. ¿Algo más?
—Tuve la sensación de que fingía no saber quién era yo. Podría
equivocarme, pero lo he visto antes. Algunas chicas intentan
acercarse a los jugadores actuando como si no supieran quiénes
somos. Ella me dio esa sensación.
—Interesante.
—Dime una cosa. ¿Qué vas a hacer si te equivocas y es la
verdadera Callie?
Se encogió de hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¿Simplemente dejarlo pasar?
—Seguiré preguntándome por las incoherencias de su historia. En
este momento, la explicación más plausible será que cometió errores
al ser entrevistada por la policía, pero confío en que mi teoría sea
correcta y pronto tendré pruebas.
—Supongo que sí.
Al día siguiente, tenía que hacer llamadas telefónicas. Planear en
secreto un gran acontecimiento estaba resultando mucho trabajo. Ya
había conseguido que Bowie me dejara utilizar el gimnasio del
instituto y Gibson y su banda habían accedido a amenizarlo.
Todavía tenía que hacer carteles y quería conseguir una pancarta
para colgarla en Lake Drive. Esperaba mantener mi participación en
secreto hasta que se anunciara el evento y pudiera pedirle a June
que fuera mi cita. Más tarde le haría saber que estaba detrás.
Andrea me había enviado los nombres de algunas imprentas
locales, así que llamé para pedir precios. También necesitaba mi
esmoquin. Había pensado en alquilar uno, pero era difícil que me
quedara bien la ropa normal y mucho menos un esmoquin. Andrea
me traía el mío o haría otro viaje a Filadelfia antes de la gran noche.
Con mi lista de comprobación resuelta por el momento, dirigí mi
atención a la pila de correo que había recogido en mi casa.
Normalmente, Andrea me lo clasificaba primero y luego me enviaba
lo que necesitaba. Ya que estaba allí, cogí la pila.
Hojeé los sobres y tiré el correo basura al contenedor de reciclaje.
Había una tarjeta de mi madre con un conejito blanco en el anverso.
Era una auténtica adicta a las tarjetas de felicitación. Enviaba una al
mes, fuera o no festivo, y tenía cajas de zapatos llenas de ellas en
casa.
Al final de la pila había un sobre blanco anodino, pero me llamó
la atención el remitente. Era de Hacienda.
Normalmente habría enviado cualquier cosa relacionada con los
impuestos a Andrea, pero algo me hizo dudar. Si era urgente, sería
mejor que lo abriera.
Deslicé el dedo bajo la solapa y lo abrí. El papel liso se arrugó al
desplegarlo. Al hojear la carta, me detuve en seco.
«… falta de pago…»
«… impuestos atrasados adeudados…»
«… multas aplicables…»
«… investigación por evasión fiscal…»
«… será perseguido con todo el peso de la ley…»
¿Qué carajos era esto?
Volví a leerlo para asimilar los detalles. Tenía que ser un error.
Según esta carta, no solo debía impuestos atrasados de los últimos
cinco años, sino que me amenazaban con investigarme por evasión
fiscal.
La evasión fiscal significaba «cárcel».
Cogí el teléfono e intenté llamar a Andrea, pero no contestó. Me
paseé por la habitación, volviendo a leer la carta. Esto era malo. Muy
malo. Habían pillado a un tipo con el que había jugado en San
Francisco haciendo trampas con los impuestos. Había mentido sobre
los ingresos de sus contratos de patrocinio e intentado ocultar el
dinero. Lo habían perseguido duramente. Sólo evitó la cárcel
pagando una enorme cantidad en intereses y multas. Estuvo a punto
de arruinarse.
La urgencia me hizo llamar a mi abogado, Marc White. Después
de esperar varios minutos, su asistente me puso con él.
—Hola, GT. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Marc, tengo un problema. He recibido un aviso de Hacienda y
no voy a mentir, me dio un poco de miedo.
—Siempre dan miedo —dijo, con voz uniforme—. Dime lo que
dice.
Se lo leí y esperé a que me dijera que estaba exagerando.
—Tienes razón, eso no es bueno. Voy a necesitar que seas sincero
conmigo, GT. Tenemos privilegio abogado cliente, así que sé
honesto. ¿Has estado mintiendo en tus impuestos?
—No —dije, vehemente—. No, Marc, lo juro. Esto tiene que ser un
error.
—De acuerdo. Lo primero que van a hacer es una auditoría.
Tendremos que reunir todos tus registros, declaraciones de
impuestos y todos los justificantes. ¿Quién es tu contador?
—Mi asistente Andrea lleva mi contabilidad.
—¿Te hace los impuestos?
—Sí.
Marc hizo una pausa.
—¿No tienes un contador externo que se encargue de tus
impuestos?
—No. Andrea tiene un título de contabilidad. Ella siempre lo ha
manejado por mí.
—Eso es una gran bandera roja para mí, GT.
—¿Crees que Andrea cometió un error en mis impuestos?
—Si todo esto se debe a un error honesto, es más de uno. Una
auditoría es una cosa. La evasión fiscal es otra. Eso significa que
tienen razones para creer que has falsificado información para
librarte de pagar lo que debes. Eso no es un error, GT. Eso son
múltiples errores a lo largo de varios años o es algo peor.
La advertencia de June pasó por mi mente. Piensa que confío
demasiado en Andrea. Había pensado que estaba exagerando,
dejando que unos celos innecesarios nublaran su juicio. Ahora no
estaba tan seguro.
—¿Qué tenemos que hacer para averiguarlo? —pregunté.
—¿Guarda Andrea sus archivos y registros en algún lugar al que
pueda acceder sin que ella lo sepa?
—Sí, puedo darte mi contraseña.
—Envíala. Investigaré a ver qué encuentro.
—Gracias, Marc.
—Claro. Que no cunda el pánico todavía. Me pondré en contacto
contigo.
Mientras esperaba la respuesta de Marc, decidí investigar por mi
cuenta. Casi nunca miraba mis registros financieros. Era mucho lo
que tenía que hacer Andrea. Era más que una ayudante normal y le
pagaba en consecuencia. Siempre me había parecido mucho más
fácil tener a una persona que pudiera hacerlo todo, desde hacer
reservas para cenar hasta supervisar mis inversiones. Andrea era
buena. Estaba en mi equipo.
¿No?
Me pasé dos días examinando declaraciones de la renta y
extractos bancarios. No sabía lo que estaba buscando. Al principio
todo me parecía griego. No entendía nada. ¿Cómo iba a saber si los
números estaban mal? Y lo que es más importante, ¿sería capaz de
encontrar la causa de las discrepancias?
Al cabo de un tiempo, las cosas empezaron a tener sentido. Podía
ver de dónde procedían algunas de las cifras y compararlas con mis
fuentes de ingresos. Mi sueldo de futbolista era sencillo. Sabía cuál
había sido y las cifras cuadraban.
Pero cuando llegué a las fuentes de ingresos auxiliares,
especialmente algunos de los contratos de patrocinio más pequeños,
algo me pareció raro. Tuve que buscar los contratos para
asegurarme, y luego me costó encontrarlos. Mis archivos parecían
estar meticulosamente organizados, pero faltaban cosas
importantes. Había hecho un anuncio para un concesionario de
autos hace un par de años, y no podía encontrar ningún registro de
ello en ninguna parte y no parecía que lo hubiera declarado en mis
impuestos. Eso no era bueno.
Mis pagos de impuestos tampoco tenían sentido. Lo que Andrea
indicaba en mis declaraciones de la renta como pagado no coincidía
con lo que había salido de mi cuenta bancaria cada trimestre. Parecía
que había estado pagando de más, no de menos, al menos en
comparación con las cantidades que Andrea había calculado.
Entonces, si ese dinero no se había destinado a pagar mis impuestos,
¿a dónde había ido a parar?
Llamé al banco y mi sensación de terror fue en aumento. Todos
mis pagos de impuestos se realizaban a través de una segunda
cuenta, una cuenta en la que no figuraba mi nombre.
No había ninguna razón para que Andrea filtrara mi dinero a
través de otra cuenta. Ninguna «buena» razón, al menos.
Cuando Marc llamó al día siguiente, comparamos notas. Ambos
habíamos llegado a la misma conclusión. Andrea no había cometido
un error en mis impuestos. Me había estado robando.
No había declarado todos mis ingresos a Hacienda, pero aun así
sacó de mi cuenta bancaria el importe íntegro de mis impuestos. No
habíamos podido averiguar exactamente adónde había ido a parar
ese dinero, pero estaba claro que Andrea se estaba embolsando el
dinero extra.
Marc me aconsejó que no le dijera a Andrea que sabía la verdad.
Necesitaba más tiempo para prepararse antes de avanzar en esto.
Me dio una lista de registros y documentación que debía encontrar y
concertamos una reunión para la semana siguiente.
También me aconsejó que, por el momento, no contara los detalles
de mi situación. No quería que Andrea se enterara de que íbamos
tras ella, dándole tiempo para cubrir sus huellas o deshacerse de las
pruebas.
Y no quería que June lo supiera. Me sentí el mayor idiota del
mundo por dejar que esto sucediera. Justo cuando me estaba
asentando; encontrando una nueva dirección, un nuevo lugar en el
mundo; esto tenía que golpearme en el trasero y fue por mi culpa.
Había actuado como un atleta mimado, dejando que otra persona se
ocupara de mis cosas, dando por sentado que estaba bien.
Suponiendo que podía confiar en ella.
No entendía por qué Andrea había hecho esto. Pensaba que había
sido un buen jefe. Le pagaba bien. No hice demandas ridículas ni
actué inapropiadamente con ella. ¿Era esto una represalia por algo?
¿O era sólo una oportunista con un bajo código moral? Por lo que
Marc y yo habíamos descubierto hasta ahora, no parecía que hubiera
estado robando durante el primer año que había trabajado para mí.
El segundo año, había algunos números que parecían erróneos, pero
nada a gran escala. Tal vez me había estado probando, para ver si
me daba cuenta. Cuando no lo hice, porque la dejé hacer lo suyo sin
comprobar nada, fue más allá. Tomó más.
Le envié un mensaje para decirle que iba a desaparecer por un
tiempo. Necesitaba tiempo para recomponerme, así que no estaría
localizable. En realidad, no confiaba en mí mismo para hablar con
ella. Si todo esto resultaba ser cierto, me había traicionado y no creía
que fuera capaz de perdonarla nunca.
Tampoco sabía si sería capaz de perdonarme.
Capítulo 32
June
Estaba en la acera con Cassidy, Scarlett y Leah Mae después de
quedar con ellas para el brunch del sábado. Las tres nos quedamos
mirando la pancarta colgada en Lake Drive. Era blanca, con letras
negras y estrellas plateadas y doradas que recordaban a los fuegos
artificiales.
«Repetición del Baile de Graduación de Bootleg Springs
Sábado 7 de mayo»
—Todo lo que sé es que será mejor que Devlin me pida que vaya
con él —dijo Scarlett.
—¿Al baile de graduación? —preguntó Cassidy.
—Sí —dijo Scarlett—. ¿Un baile de graduación para adultos? Voy
a ir y él será mi cita.
Leah Mae levantó la vista, protegiéndose los ojos del sol.
—Estoy tan emocionada.
—¿Por qué te preocupas por eso, Scar? —preguntó Cassidy—. No
es como si se lo fuera a pedir a otra.
Scarlett puso las manos en las caderas, con la cabeza inclinada
hacia el cartel.
—Mejor que no lo haga si sabe lo que le conviene.
Cassidy se rio.
—Bowie ya me lo ha pedido.
—¿Lo hizo? —preguntó Scarlett—. Quiero decir, eso es bueno,
más le vale. ¿Jameson te preguntó, Leah Mae?
Leah Mae asintió y se llevó las manos al pecho.
—Deberíamos ir todas a comprar vestidos y yo me encargaré de
los accesorios.
—Suena divertido —dijo Cassidy—. ¿Y tú, Juney? ¿George te
invitó al baile?
—Toda esta conversación es extrañamente juvenil —dije—.
Suenan como si estuvieran en el instituto.
—Ah, no seas gruñona porque aún no tienes pareja —dijo
Cassidy, dándome un codazo con el brazo—. Apuesto a que está
planeando pedírtelo.
—Es mi novio.
—Ese es mi punto —dijo Cassidy.
Por las miradas que se dirigían las chicas, me dio la impresión de
que sabían algo o entendían algo que yo no. La verdad era que
sentía una extraña oleada de celos hacia Cassidy y Leah Mae. Ellas
tenían pareja para el baile. Yo no. Era lógico pensar que, si George
deseaba asistir al baile de graduación, me pediría que lo
acompañara, pero no lo había hecho. ¿Qué significaba eso?
No había visto mucho a George en la última semana. Desde que
habíamos vuelto de Filadelfia, había estado más ocupado de lo
normal. Yo había estado ocupada con el trabajo, además de
continuar mi búsqueda para descubrir más información sobre la
supuesta Callie Kendall.
Había pasado las tardes leyendo más libros que Piper me había
recomendado, pero empezaba a preguntarme si explorar mis
emociones leyendo ficción romántica era tan buena idea como había
pensado en un principio. Me encontraba riendo, llorando y
sintiéndome inexplicablemente excitada, dependiendo del
contenido de las historias. Cada libro era como una montaña rusa
emocional. No podía decidir si me había gustado el viaje o si fue
mejor cuando dejaba de lado mis sentimientos y sólo los observaba
de vez en cuando.
—No te preocupes, Juney, seguro que te lo pedirá —dijo Leah
Mae.
Como si nada, George dobló la esquina y apareció ante nosotras.
Iba vestido con una camisa de punto gris y jeans. Llevaba el pelo
oscuro deliciosamente peinado hacia atrás y en las manos, esas
manos que seguían pareciéndome inexplicablemente fascinantes,
tenía un gran… algo envuelto en fino papel marrón.
—Señoritas —dijo y luego me miró a los ojos—. June Bug.
Me entregó ese algo. A primera vista, parecía que iba a ser un
ramo de flores, pero no eran flores. Era un brócoli romanesco.
Me quedé mirando el hermoso capullo de color del Chartreuse.
Parecía un cruce entre coliflor y brócoli, pero lo que lo hacía
asombroso era su aproximación natural a un fractal.
—Esto es tan hermoso.
—Lo siento si es una pregunta tonta, pero ¿qué es eso? —
preguntó Scarlett.
—Brócoli romanesco —dijo George—. Sus brotes forman un
fractal natural, las ramas hacen una espiral logarítmica.
—Son matemáticas en forma de flor —dije, con voz de asombro.
—Guau —dijo Scarlett—. Él es bueno.
Cassidy, Scarlett y Leah Mae empezaron a retroceder lentamente,
dejándonos a George y a mí algo solos en la acera.
—Gracias —dije—. Es una de las cosas más bonitas que me han
regalado. Es muy agradable a la vista.
—Tú también —dijo y oí un sonido de «ahh» detrás de mí. Al
parecer, las chicas no habían ido muy lejos—. Tengo algo que
preguntarte.
Mi mirada se desvió hacia la pancarta y luego hacia él. No tenía
por qué tener el corazón tan acelerado ni experimentar tanta
emoción. No tenía sentido que mi torrente sanguíneo se llenara
repentinamente de adrenalina, como si se tratara de un momento
vital crucial. Si estaba a punto de preguntarme lo que creía que
estaba a punto de preguntarme, no era más que un baile y uno
extraño si a eso vamos.
Pero en ese momento, realmente quería que me lo pidiera.
—¿Me preguntaba si quieres ser mi cita para el baile de
graduación?
Mi cerebro se inundó de endorfinas y no pude evitar que se me
dibujara una sonrisa en la cara.
—Sí. Me encantaría ser tu cita.
Se acercó, deslizó una mano alrededor de mi cintura y se inclinó
para besarme.
—Son tan tiernos que no puedo soportarlo.
—Lo sé, realmente lo son.
—Se acabó. Voy a buscar a Devlin y será mejor que esté listo para
invitarme al baile.
—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó George—. Pensé
que podríamos quedar esta noche, si no estás ocupada. Te he echado
de menos esta semana.
—Yo también te he echado de menos. Me encantaría una noche de
cita.
—¿En mi casa o en la tuya?
—Creo que la tuya es una mejor opción. En la mía está Jonah, que
es un compañero de piso perfectamente decente, pero también
estará en casa esta noche por lo que sé.
—Hum —dijo—. Una noche a solas con mi June Bug. ¿Qué voy a
hacer contigo?
Un cosquilleo recorrió mi espina dorsal.
—Esa era una pregunta retórica que pretendía ser sugerente, ¿no?
—Ciertamente lo era.
—Entonces, dado que la definición de una pregunta retórica es
aquella para la que el que la hace no espera respuesta, me limitaré a
decir… Se me ocurren varias cosas.
Me besó la punta de la nariz.
—A mí también.

Mellow saltó hacia George en cuanto llegamos. Tenía que admitir


que era muy linda. Su diminuto tamaño, su suave pelaje blanco y
sus ojos azul claro eran muy atractivos. Corrió alrededor de
nosotros en círculo, moviendo la naricilla. George la cogió, se la
acercó a la cara y se tocaron las narices.
Cada vez que lo veía hacer eso me hacía pensar en bebés.
Habíamos traído la cena, así que nos servimos en los platos. Nos
sentamos juntos y comimos, charlando sobre cómo nos había ido la
semana. Mellow estaba contenta, mordisqueando un trozo de
verduras frescas.
Después de cenar, nos decidimos por una película. George la
encendió y se tumbó en el sofá. Era tan alto que ocupaba cada
centímetro.
—¿Dónde debo sentarme? —pregunté.
Se acercó a mí.
—Ven aquí.
Me acomodé entre sus piernas, con la espalda pegada a él y la
cabeza apoyada en su pecho. Apoyó su mejilla en mi cabeza, deslizó
un brazo alrededor de mi cintura y pulsó play.
Estar tumbada así con él me hacía sentir bien. Su cuerpo era
cálido y la firmeza de su cuerpo atlético me reconfortaba y excitaba
a la vez. Me hizo pequeños círculos en el vientre con los dedos y me
acarició el pelo.
Su aroma masculino aumentó mi relajación, al igual que la
sensación de su pecho al respirar. Su otra mano se deslizó por mi
caja torácica hasta acariciarme el pecho por encima de la camisa. Me
lo masajeó suavemente y un gemido salió de su garganta.
Me moví ligeramente, la dureza de su erección presionando mi
espalda. Me encantaba esa sensación. Hasta ahora, la anatomía
masculina me había resultado algo alarmante. Mis experiencias no
habían sido del todo positivas.
Pero me sentía segura con George. El marco que había creado
para aumentar gradualmente la intimidad de nuestras interacciones
estaba funcionando. Podía sentir el cambio dentro de mí. Mi afecto
por él crecía, mi deseo de estar cerca de él aumentaba. No sólo me
sentía cómoda con sus caricias, sino que las ansiaba y deseaba más.
Gimió en mi oído mientras me movía de nuevo, presionando
contra su dura longitud.
—Hum, June Bug. Te sientes tan bien.
Su mano se deslizó bajo mi camisa. Me acarició el pezón mientras
me besaba la oreja. Olas de sensaciones recorrían mi cuerpo, mi piel,
mis venas y mis huesos. Su aliento en mi cuello era cálido y no
dejaba de murmurarme al oído.
Aquella exquisita presión crecía entre mis piernas. Moví las
caderas, el instinto se apoderó de mí. Necesitaba fricción. Contacto.
Movimiento.
George deslizó su otra mano por mi vientre, hasta la cinturilla de
mis pantalones.
—Quiero tocarte, bebé.
—Sí. Por favor.
Gimió y levantó las caderas para que su erección se clavara en mi
trasero. No tardó en desabrocharme los pantalones y metió la mano
en mis bragas.
—¿Quieres que te toque el coño? —me preguntó suavemente al
oído. Sus dedos rozaron más abajo, más cerca de donde yo lo
necesitaba.
—Sí.
—Esa es mi chica.
Una deliciosa oleada de placer me recorrió cuando sus dedos
bajaron. Sus manos. Sus manos grandes y gloriosas. Una se deslizó
por debajo de mi sujetador y me acarició el pecho. Miré hacia abajo
y vi que la otra desaparecía entre mis piernas. Aún estaba casi
vestida, pero la imagen de sus manos sobre mí de aquella manera
me resultaba intensamente erótica. Me encantaban esas manos y me
encantaba lo que estaba haciendo con ellas.
Su dedo trazó la hendidura en mi centro, su tacto aún suave y
delicado.
—¿Tienes el coño mojado, cariño? ¿Quieres mis dedos dentro de
ti?
—Dios mío, sí.
—Esa es mi chica hermosa —murmuró—. Quiero tocar ese coño
perfecto.
Cerré los ojos, rendida al sonido de su voz en mi oído, a la
sensación de sus dedos acariciándome. Tenía los pezones tan
sensibles que cada roce de su mano y el tacto de la tela me
producían un hormigueo.
Metió un dedo y jadeé ante la intensa sensación.
—¿Es eso lo que necesitas, cariño?
Asentí con la cabeza.
Su dedo se deslizó más adentro, moviéndose con facilidad por mi
humedad. Entraba y salía, su palma presionaba mi clítoris, su dedo
me daba la fricción que tanto necesitaba.
Moví las caderas contra su mano, buscando más.
—Mierda, June, me encanta hacerte sentir bien. Tu coño está tan
caliente. Tan mojado. ¿Quieres más?
—Sí.
Gruñó por lo bajo y deslizó dos dedos dentro de mí. Mis piernas
se abrieron más y mi cabeza se apoyó en su hombro. Metió los
dedos más deprisa y apretó la polla contra mí al mismo ritmo.
—Eso es, mi chica hermosa —dijo—. ¿Te gusta? ¿Te gustan mis
dedos dentro de ti?
Me estaba volviendo loca. Mis mejillas se sonrojaban y la tensión
crecía en mi interior. Mantuve los ojos cerrados, sin concentrarme en
nada más que en lo que sentía. Su palma frotándome el clítoris. Sus
dedos entrando y saliendo de mí. La humedad, el calor, la deliciosa
presión.
—George —susurré.
—Sí, mi dulce June Bug —dijo—. Sí, mierda, tu coño se siente tan
bien.
La presión en mi interior alcanzó su punto álgido, un manojo de
tensión apretada y caliente que me hizo gemir, suplicando más.
Suplicándole que siguiera.
—No te detengas. No pares.
Y entonces me desmoroné.
El orgasmo me invadió con docenas de pequeñas explosiones. Me
apreté contra sus dedos. Una vez. Dos veces. Otra vez. Me estremecí
y palpité mientras sujetaba su mano durante mi clímax.
Cuando acabó, sacó la mano de mis bragas y me rodeó la cintura
con los brazos, abrazándome con fuerza.
Necesitaba más que eso. También necesitaba abrazarlo.
Me soltó mientras yo giraba para quedar frente a él. Me coloqué a
horcajadas sobre él, dejando que mis piernas se deslizaran a ambos
lados de su cintura y le rodeé los hombros con los brazos.
Su erección se apretó entre mis piernas mientras nos
abrazábamos. Me moví contra él, frotándome arriba y abajo varias
veces. Él gimió. Ese gruñido grave que emanaba de su garganta era
tan masculino. Tan erótico.
Me incorporé y lo miré a los ojos, lamiéndome los labios mientras
le desabrochaba los pantalones.
—June Bug, no tienes que hacerlo.
—Lo sé. Quiero hacerlo.
Como el resto de George Thompson, su polla era
impresionantemente grande. Hacía fuerza contra sus pantalones y
se soltó cuando le bajé los calzoncillos. Me tomé un momento para
admirarla. La cabeza lisa. El grueso tronco. Era una belleza.
Al rodear la base con la mano, una gota de humedad brilló en la
punta. Ejercí presión, probando su reacción. Respiró hondo. Lo tomé
como una señal para continuar.
—Ahora mismo estoy tan excitado que estoy listo para salir
disparado como un cohete —dijo.
La tensión de su voz era sensual. Me gustaba poder hacerle esto.
Lo acaricié arriba y abajo, limpiando la humedad con el pulgar. Los
dos mirábamos, con los ojos clavados en su virilidad.
—Santa mierda —respiró.
Se engrosó aún más, su polla más dura que nunca. Volvió a
gruñir, frunció el ceño y sus músculos se flexionaron.
—June, me voy a correr.
Era como si apenas pudiera sacar las palabras. No me detuve. Lo
acaricié más rápido, deleitándome con la sensación de su polla
palpitando en mi mano. Gruñó cuando un grueso chorro de semen
brotó por la punta. Seguí, casi frenética por la embriagadora
sensación de verlo correrse. Otra pulsación y más semen. Otro más.
Gruñó y gimió, sus abdominales se flexionaron y su cuerpo se puso
rígido al empujar contra mí.
Pude sentir cuando terminó, que su polla se ablandaba
ligeramente. Lo solté, dándome cuenta de que respiraba tan fuerte
como él.
—Mierda. —Apoyó la cabeza en el sofá—. No me lo esperaba.
—¿Se sintió bien?
Me agarró, acercándome, y capturó mi boca con la suya.
—Eso se sintió tan bien —dijo—. ¿Y tú?
—Tan bien.
Nos miramos entre nuestros cuerpos aún vestidos.
—Siento el desastre —dijo.
—No me importa si a ti no te importa.
Una amplia sonrisa se dibujó en sus facciones.
—No me importa nada. ¿Qué te parece la tercera base?
—La tercera base es buena.
Capítulo 33
June
Esperaba tener noticias del laboratorio de genética sobre la
muestra de ADN cualquier día, pero de momento, no había. No es
que tuviera ninguna duda de lo que mostrarían los resultados. Ver a
la supuesta Callie Kendall en persona no había hecho más que
aumentar mi confianza en mi teoría.
Se parecía mucho a la Callie que recordaba. Incluso tenía que
admitir que el parecido era asombroso, pero el fenómeno del doble
era muy real. Estadísticamente hablando, la mayoría de la gente del
planeta tenía al menos una persona que se parecía notablemente a
ellos sin compartir una estrecha relación genética. Me parecía
fascinante e incluso había colgado mi foto en el sitio web «Find My
Twin» para ver si encontraban a mi doble.
A pesar del parecido, estaba segura de que tenía razón. Y cuando
tuviera pruebas, podría desenmascararla.
El miércoles por la tarde terminé pronto de trabajar. Decidí
sorprender a George con su comida favorita: pastel de carne y puré
de papas con salsa. Me puse a trabajar en la cocina, preparando la
mezcla del pastel de carne y metiéndola en el horno. Luego me puse
con las papas y la salsa.
Jonah entró en la cocina mientras cocinaba.
—Hola June. Eso huele bien.
—Gracias. Lamento decir que no podré compartir. Le llevaré la
comida a George.
—No importa. —Abrió el refrigerador y sacó un recipiente—. He
preparado la comida, así que estoy bien.
—Tus dotes organizativas son admirables, sobre todo cuando se
trata de tus hábitos de nutrición.
—Gracias. —Colocó su cena en un plato y la puso en el
microondas—. Así que, la repetición del baile de graduación. Eso es
algo importante, ¿eh? ¿George te va a llevar?
Sonreí mientras removía la salsa.
—Sí, me pidió que lo acompañara. ¿Piensas asistir?
Se apoyó en la encimera de la cocina y se encogió de hombros.
—Puede ser. Estaba pensando en preguntarle a Lacey Dickerson.
—No pareces muy entusiasmado.
—Bueno, ahora mismo no estoy seguro de salir con nadie, pero
parece que todo el mundo lo está, así que quizá debería intentarlo.
—Si te sientes excluido, puedo identificarme con eso —dije—.
Supongo que te habrás dado cuenta de que soy un poco diferente a
la mayoría de la gente de Bootleg Springs. Sé lo que es estar un poco
al margen.
—Sí. No me malinterpretes, mis hermanos son geniales. Esperaba
mucha más resistencia cuando llegué aquí, pero… no sé si es aquí
donde debo estar.
—Y salir con alguien complicaría las cosas, sobre todo si te
encuentras con lo que te gustaría que fuera una relación duradera.
—Sí, exactamente. —Se frotó la nuca.
Jonah y Lacey Dickerson. Era difícil de imaginar. Ella tenía la
edad adecuada, ciertamente, sólo un año menor que yo. Guapa, con
pelo rubio y ojos azules. Y soltera, lo cual era un requisito obvio.
Pero había algo en la idea de que Jonah saliera con ella que no me
gustaba. No sabía por qué. No solía tener buenos instintos cuando
se trataba de relaciones humanas.
Quizá estaba aprendiendo.
También estaba aprendiendo que no siempre era mejor decir todo
lo que se me pasaba por la cabeza. Este parecía un caso en el que
guardarme mis pensamientos sería prudente. No creía que Jonah
debiera salir con Lacey, pero era probable que tuviera que
averiguarlo por sí mismo.
—Si decides seguir adelante con tu petición, espero que responda
afirmativamente.
—Gracias, Juney. —Respiró hondo por la nariz—. Eso realmente
huele bien a George le va a encantar.
—Gracias. —Apagué el fuego y batí la salsa unas cuantas veces
más—. También lo creo.

Cuando la cena estuvo terminada y empaquetada en


contenedores para su transporte, me dirigí a casa de George. Me
detuve fuera, mirando la pequeña cabaña. La ubicación era
excelente para un alquiler. Cerca del pueblo. Vista parcial del lago.
Pero era más un alquiler de vacaciones que un hogar permanente.
Estaba haciendo preparativos para mudarse a Bootleg y, cuando
lo hiciera, dudaba que viviera aquí. Había mantenido mis ojos
abiertos por una propiedad adecuada de bienes raíces. Una casa, tal
vez. O tal vez querría hacer lo que estaban haciendo Scarlett y
Devlin: comprar un terreno y construir algo a su gusto particular.
También me preguntaba otra cosa. ¿Y si viviera conmigo?
No me cabía duda de que su decisión de trasladarse a Bootleg
Springs se debía al menos en un ochenta y siete por ciento a mi
presencia aquí. El otro trece era una mezcla de la comida en el
Moonshine Diner y las aguas termales, pero en gran parte, George
se mudaba aquí por mí.
Era un pensamiento embriagador, que este hombre al que
admiraba, y del que me estaba enamorando profundamente,
deseara trasladarse para continuar nuestra relación sin la tensión de
la distancia.
Su seguridad financiera parecía bien garantizada, así que incluso
después de jubilarse del futbol americano, supuse que viviría
cómodamente, siguiera o no otra carrera a tiempo completo y si me
lo pedía, podía ayudarlo con sus finanzas e inversiones. Era una
experta en ello, ya que me había asegurado varios activos y
proyectos lucrativos.
Su mudanza aquí tenía sentido. Quizás mudarse conmigo
también tenía sentido.
¿Estaba nuestra relación preparada para ese nivel de
compromiso? Nunca me lo había planteado. En general, prefería
vivir sola. Jonah había demostrado ser un buen compañero de piso.
Era tranquilo y reservado, pero vivir con George no sería lo mismo
que vivir con un compañero de piso. Sería realmente compartir mi
espacio con otra persona. Abrir mi vida de una manera que nunca
había hecho antes.
Descubrí que me gustaba mucho la idea.
Sintiendo una pizca de euforia ante mis ensoñaciones de
convivencia, recogí la cena que había preparado y me dirigí a la
puerta de George. Quizás esta noche abordaría el tema.
George respondió vestido con una camiseta blanca y un pantalón
de chándal gris. Scarlett me había dicho una vez que podías
descubrir todo lo que necesitabas saber sobre un hombre mirándolo
con un pantalón de chándal gris. No había entendido lo que quería
decir, hasta este momento. Tenía un aspecto espectacular. La
camiseta limpia se amoldaba a su cuerpo atlético, insinuando el
cuerpo delgado y musculoso que había debajo y ese pantalón de
chándal. Le llegaba a las caderas y mostraba el bulto de su virilidad
de la forma más tentadora.
—Oh, hola June.
Jadeé y volví a mirarle a la cara.
—Hola.
Su expresión era tensa, su ceño fruncido, pero sus ojos se
iluminaron mientras sus fosas nasales se encendían.
—¿Huelo a salsa?
Levanté los recipientes.
—He traído la cena.
—Vaya, gracias, June Bug. —Se hizo a un lado para que pudiera
entrar y cerró la puerta tras de mí—. Es muy amable de tu parte.
Mellow se acercó dando saltitos por el suelo de madera.
—Hola, Marshmellow. ¿Estás cuidando bien de George?
Me olfateó el pie.
—Dame, déjame coger todo eso. —Cogió nuestra cena y la llevó a
la cocina.
Me quité la chaqueta y la dejé sobre una silla. Desde allí tenía una
vista despejada de la habitación individual. La maleta de George
estaba sobre la cama.
—¿Vas a alguna parte?
—Sí, así es. Iba a llamarte esta noche para hablarlo contigo. Tengo
que volver a Filadelfia por un tiempo.
—Ya estás haciendo la maleta. —Señalé hacia el dormitorio—.
¿Este viaje es inminente?
—Me voy por la mañana.
—¿Oh? ¿Cuánto tiempo crees que estarás fuera?
Se frotó la nuca.
—No estoy seguro. Un par de semanas. Quizá más. Depende.
Sentí un bajón, como si mi estómago hubiera descendido de
repente.
—Es un tiempo considerable. ¿Dónde te alojarás?
—En mi casa. La retiré del mercado por el momento.
—¿No la venderás?
Respiró hondo.
—Lo haré, con el tiempo, pero ahora no puedo. Primero tengo que
ocuparme de algunas cosas.
—¿Qué cosas?
—Sólo algunas cosas. Cosas financieras.
No me gustaba el giro que había tomado la conversación. George
parecía indeciso, como si no quisiera hablar conmigo de esto. Pero
las finanzas eran una de mis áreas de especialización.
—George, si tienes problemas financieros, podría ayudarte.
—Sí, lo sé. Hay algunas cosas de las que tengo que ocuparme.
Su tono de voz no correspondía con sus palabras. Estaba dejando
de lado el tema, pero yo podía sentir que había algo más. Era como
si algo acechara bajo la superficie, causando esa sombra detrás de
sus ojos.
—¿Vas a mantener tu alquiler aquí? —le pregunté.
—No.
—Así que te mudas. —No era una pregunta—. Te mudas de
vuelta a Filadelfia.
—No, eso no es lo que he dicho.
—Estás renunciando al alquiler, no vendes tu casa y te vas a vivir
allí durante un tiempo indeterminado. Eso suena a mudanza.
—No es permanente —dijo—. Cuando arregle las cosas, estaré en
condiciones de volver a Bootleg y podré venir de visita los fines de
semana. Estaré aquí para el baile y todo eso.
—El baile no es mi mayor preocupación, sólo… —Me quedé a
medias, sin saber qué decir. No sabía cómo se suponía que iba a
funcionar esto—. ¿Qué cosas necesitas manejar? ¿Por qué no te
explicas?
Puso las manos en las caderas, aún de cara a la ventana.
—Estoy jodido, June. Ese es el problema. Estoy bien jodido.
—¿De qué estás hablando?
—Tengo problemas con Hacienda.
—¿Qué tipo de problemas?
—Del tipo de evasión de impuestos.
—Evasión fiscal —dije, más para mí que para él.
—No quiero que te veas envuelta en esto —dijo—. Resulta que
Andrea estaba falseando los números. No declaraba todos mis
ingresos para que pareciera que debía menos. Pero sacaba la
totalidad de las cantidades de mi cuenta bancaria y se embolsaba la
diferencia. Para Hacienda, parece que mentía en mis impuestos para
no pagar. En realidad, creo que Andrea ha estado robando.
La ira me brotó del pecho, llenándome las venas de fuego. Cerré
las manos en puños y me clavé las uñas en las palmas.
—¿Ella qué?
—Sí. Y mi tonto culo no tenía ni idea. Tengo que reunirme con mi
abogado y va a haber una auditoría. Estamos tratando de mantener
esto fuera de la prensa, pero un reportero me llamó esta mañana. Mi
abogado cree que alguien de Hacienda filtró la historia. Esto se está
convirtiendo en una tormenta de mierda. Por eso tengo que irme.
—La acusación por evasión fiscal requiere que el contribuyente
haya cometido errores a sabiendas y voluntariamente durante un
período de tiempo.
—En este momento conozco bien la definición.
—Y las cantidades del error tendrían que ser significativas —
dije—. Tiene que haber una forma de rastrear dónde ponía Andrea
el dinero.
—Sí, June, lo sé. Y estamos trabajando en ello.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—¿Importa? Un rato. Mira, yo me encargo. Mi vida es un caos
ahora mismo y necesito poner mis cosas en orden.
—¿Pero por qué no me lo dijiste?
Eso era lo que realmente me molestaba. Era un problema en el
que podría haberlo ayudado. No era contador fiscal, pero entendía
más que el común de la gente.
—No quería que te involucraras —dijo—. Esto es una mierda
seria, June.
—Pensé que íbamos en serio.
—Así es. —Se volvió hacia mí y no había duda de la frustración
en su voz—. No puedo arreglar esto de la noche a la mañana. Tengo
que aclarar esto antes de poder avanzar contigo.
Podía sentir el muro que había levantado entre nosotros tan
seguro como si estuviera delante de un ladrillo de verdad. Me lo
había ocultado, no quería mi ayuda. Y ahora se marchaba.
—Podría haber ayudado —dije, aunque por muy cierto que fuera,
el sentimiento parecía inútil ahora—. Tengo una comprensión mejor
que la media de…
—Maldita sea, June, no necesito otro contador.
Apreté los labios y di un paso atrás.
—Está bien. Dejaré que te encargues tú.
—Bien.
Ya no quería sentarme a cenar con él. Estaba confusa, pero más
que eso, estaba enfadada. ¿No necesitaba otro contador? ¿Sólo servía
para eso?
—Estoy segura de que estás muy ocupado haciendo la maleta.
Dejaré la comida y te dejaré volver a lo que estabas haciendo.
No discutió ni intentó que me quedara. Así que me fui.
Capítulo 34
George
No estaba acostumbrado a sentirme solo y aburrido, pero sentado
en mi casa de Filadelfia, sentía ambas cosas. Durante una década,
había tenido prácticas y ejercicios. Sesiones de entrenamiento y citas
con el fisioterapeuta. Reuniones de equipo, filmaciones de partidos,
campos de entrenamiento. Había tenido apariciones en los medios y
actos benéficos. Sesiones fotográficas o comerciales. Había tenido
mucho trabajo, incluso fuera de temporada.
Ahora tenía demasiado tiempo. Demasiada tranquilidad. Un día,
de vuelta en Filadelfia, me paseaba por el suelo deseando que mi
reunión con Marc fuera más temprano.
Mi casa aquí se sentía tan impersonal. Era bonita, supuse. Con
estilo, pero no había elegido muchos de los muebles. Parecía la idea
de algún diseñador de lo que debería ser la casa de un hombre.
Mucho gris y azul. De las paredes colgaban trozos de mi carrera:
camisetas, premios, fotos. Pero incluso esas cosas no parecían mías.
Ya no.
«Tal vez debería haberme quedado en Bootleg».
Dejé de lado ese pensamiento. Quedarme no era una opción. No
cuando mi vida era un caos. Pero no podía quitarme de la cabeza el
recuerdo de la cara de June cuando le conté lo que estaba pasando y
que tenía que irme, puso cara de desolación. Viniendo de una mujer
que no abre su corazón a la ligera, aquella expresión de dolor en su
rostro había sido como un puñetazo en las tripas.
No es que quisiera dejarla. Ni siquiera temporalmente, pero lo
que quería y la realidad de mi desastrosa vida eran dos cosas
distintas.
Shelby me mandó un mensaje hacia el mediodía, preguntándome
qué pasaba. Resultó que estaría en Filadelfia durante la semana.
Cuando le dije dónde estaba, me contestó «voy para allá».
Aunque tenía la sensación de que mi hermana me iba a echar la
bronca por ser tan idiota, no le dije que no. Incluso un sermón sobre
Andrea era mejor que estar perdido en mi propia cabeza,
volviéndome loco.
Llegó media hora después. Con galletas. Realmente quería a mi
hermana.
—Toma —me dijo, empujándome la caja de galletas—. Son de la
tienda, así que no son tan buenas como las de mamá, pero pensé que
te vendría bien un poco de amor de galleta en este momento.
—Gracias.
Se quitó la chaqueta y la colgó junto a la puerta.
—Pero tienes que contarme qué está pasando. Estás en las
noticias, mamá tiene un ataque de pánico y papá decidió remodelar
el baño de visitas otra vez.
—Eso no es bueno.
Nuestro padre era muchas cosas, pero reparador no era una de
ellas. Por desgracia para nuestra madre, cuando estaba estresado,
tendía a intentar remodelar la casa.
—No, no lo es. Aunque creo que lo convencí de que no intentara
derribar una pared.
—Lo llamaré —dije. Cuando hablé con mis padres hace unos días,
intenté minimizar la situación para que no se preocuparan, pero la
noticia había salido en la prensa. No podría mantenerlo en secreto,
aunque lo intentara.
Entré en la cocina y dejé las galletas. Shelby me siguió. Aunque
agradecía que me trajera algo para animarme, no estaba de humor.
—¿Puedo traerte algo? —pregunté.
Sacó una silla de la mesa del comedor que apenas había usado.
—No. Sólo dime qué pasa.
—De acuerdo. —Tomé asiento frente a ella—. Así que supongo
que sabes que tengo problemas con Hacienda.
—¿Es cierto? —preguntó, con la voz teñida de asombro—. Pensé
que tenía que ser un rumor.
—No, no es un rumor. Estoy siendo investigado por evasión de
impuestos.
—Esto tiene que ser un error.
—Gracias por no asumir que realmente mentí en mis impuestos
—dije—. Porque no lo hice. No a propósito, al menos. Sin embargo,
Andrea lo hizo.
—Espera, ¿Andrea mintió en tus impuestos? La prensa está
diciendo que tu asistente podría estar involucrada, pero pensé que
tenía que ser otra persona.
—Fue Andrea. Declaró menos de mis ingresos para que pareciera
que debía menos. Luego se embolsó la diferencia de los pagos de
impuestos.
—Mierda, GT.
—Lo sé. Y no necesito oír que soy un idiota por dejar que pasara.
Me doy cuenta de eso.
—No iba a decir que eres un idiota —dijo—. Andrea trabajó para
ti durante años. Obviamente pensaste que podías confiar en ella.
—Y estaba totalmente equivocado. Estoy jodido, Shelby.
—Bien, ¿cuál es el plan? —Se sentó más recta—. ¿Cuál es tu
primer paso?
—Hoy me reúno con mi abogado.
—Ya has despedido a Andrea, supongo.
—Sí, pero se pone peor. Aún no tengo pruebas de que lo hiciera.
Parece que lo hizo por todo lo que mi abogado y yo hemos
encontrado hasta ahora, pero no tenemos suficiente para atraparla y
como la historia se filtró a la prensa el otro día, y la están
mencionando, me está demandando.
—¿Qué? —prácticamente chilló.
—Sí. Todavía no ha notificado la demanda, pero su abogada envió
lo que llamó «un aviso de cortesía» a mi abogado esta mañana.
—Esto es irreal. Te roba, te jode completamente, ¿y ahora cree que
puede demandarte?
Me pellizqué el puente de la nariz, haciendo una mueca por el
dolor de cabeza contra el que llevaba días luchando.
—Sí. Ahí es donde está mi vida ahora mismo. ¿No estas contenta
por haber venido?
—Vamos, no seas así. No tienes que lidiar con esto solo. Tienes
familia y amigos. Tienes una comunidad que te apoya.
—Creo que tengo que hacer esto solo. Estoy pagando el precio de
confiar demasiado en otra persona.
—Pero eso no significa que no tengas gente a tu lado.
Mellow saltó a la cocina, así que la cogí y la puse en mi regazo.
—¿Por qué está Mellow aquí? —preguntó—. Pensé que la tenías
en tu casa en Bootleg.
—No, me mudé aquí hasta que arreglé este lío.
Entrecerró los ojos.
—Estabas a punto de vender esta casa y mudarte allí. Entiendo
que es un gran problema, pero ¿realmente necesitas estar en
Filadelfia para manejarlo?
—Mi abogado está aquí.
—Claro, pero no es como si fueras a estar en su despacho todos
los días.
—¿Por qué me interrogas sobre dónde vivo? Tengo que poner las
cosas en espera hasta que pase esto.
—Como, ¿tu relación con June?
—¿Cómo…? —Desvié la mirada. Me volvía loco cómo mi
hermana podía leerme.
No estaba seguro de cómo estaban las cosas entre June y yo. Sabía
que ella no quería que dejara Bootleg y estaba disgustada porque no
le había contado lo que pasaba. No nos habíamos separado
exactamente en buenos términos.
—Sí, como mi relación con June. No puedo meterla en esto.
—Pero ella lo sabe, ¿verdad? ¿Fuiste honesto con ella sobre lo que
estaba pasando y por qué tuviste que irte?
—Sí. Quiero decir, eventualmente. Se lo dije ayer.
Cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Oh, GT.
—¿Qué?
—¿Se lo dijiste ayer? Creía que iban en serio.
—Así es o así era.
—Si van en serio, ¿por qué se lo ocultaste?
Exhalé un largo suspiro y acaricié a Mellow entre las orejas.
—Te lo dije, no quería que se mezclara en mi mierda.
—Eso es una relación, GT. Se mezclan en la mierda del otro.
—No es como si hubiera algo que pudiera hacer.
—Esa no es la cuestión —dijo ella—. Mira, el hecho de que
Andrea te jodiera es horrible, pero esa no es una razón para alejar a
todos los demás y ni siquiera me digas que eso no es lo que estás
haciendo.
—No es lo que estoy haciendo.
—Sí, así es. Estás atravesando la mayor crisis de tu vida tras el
final prematuro de tu carrera futbolística. ¿Y vuelves aquí, donde no
tienes apoyo? ¿Por qué harías eso?
—Porque es «mi» problema —dije—. Esta no es la lucha de June o
la lucha de mi familia. No es la pelea de Bootleg. Es la mía.
—GT, no me hagas hablar de nuestra familia. Te queremos. No
necesitas dejarnos fuera y en cuanto a Bootleg, he visto a ese pueblo
unirse para proteger a los suyos. Por todo lo que me has contado, te
abrazaron. Esos amigos que hiciste te cubrirían la espalda ahora
mismo si los dejaras y si June es una mujer que te merece, también
lo haría.
—Que ella me merezca no es la cuestión —dije—. Es al revés.
—No hagas eso. No asumas que porque cometiste un error no
eres lo suficientemente bueno. Todo el mundo comete errores, GT.
Sacudí la cabeza.
—No todo el mundo comete errores que podrían llevarlo a la
cárcel.
—Bueno, ahora no estás en prisión. Si June es la elegida, estará a
tu lado durante todo esto.
Sabía que lo haría. Ni siquiera era una pregunta. Simplemente no
quería que ella tuviera que hacerlo.
—Lo sé.
—Pues déjala.
—No lo entiendes —le dije—. June es la mujer más inteligente que
he conocido. Incluso tenía sospechas sobre Andrea y yo la ignoré.
No sé por qué pensé que podría seguirle el ritmo. Sólo soy un tipo
tonto que solía ser capaz de atrapar una pelota.
Los ojos de Shelby parecían tormentosos.
—No hables así de ti, GT. No eres tonto y nunca lo fuiste.
Me «sentía» tonto. ¿Cuánta inteligencia necesitaba un hombre
para jugar a un juego? ¿Y un hombre inteligente se habría dejado
meter así en problemas con Hacienda? Lo dudaba.
La expresión de Shelby se suavizó.
—Lo siento, GT, no he venido aquí para ponerme mandona
contigo. Pero estoy mirando desde fuera. Hace sólo un par de
semanas, me llamabas todo entusiasmado porque las cosas se
estaban poniendo serias con June. Habías puesto tu casa en venta y
te mudarías para estar cerca de ella. Tu voz… era increíble. No
recuerdo la última vez que sonabas tan feliz.
—Lo estaba.
—Así que apóyate en ella —dijo—. Si ella es tan buena para ti
como parecías creer antes de que esto pasara, la necesitas a tu lado
ahora mismo.
Volví a frotar el dedo entre las orejas de Mellow. Maldita sea,
tenía razón. Todo parecía exponencialmente peor desde que me
había ido de Bootleg Springs. Desde que le había dicho a June que
no necesitaba otro contador. La culpa me invadió. Ella había
intentado ayudar y yo se lo había echado en cara. Otra vez. Había
sido una mierda.
—Tal vez la necesite, pero no me separé de ella exactamente en
buenos términos antes de irme.
—¿Sigues intentando convencerte de que no estás alejando a la
gente? —preguntó, con tono irónico—. Llámala. Déjala entrar.
—De acuerdo. —Me quedé mirando la mesa—. La llamaré
después de mi cita con Marc.
—Me parece justo y llámame también. Quiero saber cómo va.
—Te mantendré informada, no te preocupes.
—Soy tu hermana, por supuesto que me voy a preocupar —dijo—
. Pero GT, realmente creo que esto va a estar bien.
—Gracias, Shelby.
—Además, me gustó la idea de que te mudaras a Bootleg Springs.
Me dará un lugar más permanente para quedarme cuando vuelva.
Me gusta ese pueblito loco.
—A mí también.
Capítulo 35
June
El sonido del televisor me pasó desapercibido. Ni siquiera ESPN
podía mantener mi atención. El consuelo habitual que me daba
sentarme en el sofá de mis padres al ver deportes con mi padre
había desaparecido. En lugar de concentrarme en las últimas
noticias del mundo del deporte, mi mente divagaba repasando lo
que había pasado con George.
No sabía qué hacer con mis sentimientos. Eran tantos. Brillantes,
sus colores ásperos y deslumbrantes. Rebotaban en mi cabeza,
dejándome manchas desordenadas por todo el cerebro, como
salpicaduras de pintura de neón.
Había pensado en comerme mis sentimientos esta mañana, pero
Jonah había bajado las escaleras y me había hablado de un nuevo
estudio publicado recientemente en el «Journal of Sports Nutrition».
Oír hablar de las proporciones de macronutrientes y del ayuno
intermitente mientras Jonah se preparaba un batido de proteínas me
había quitado las ganas de comer carbohidratos y grasas. Así que
había decidido ir a casa de mis padres.
Era el día libre de mi padre, así que iba vestido de civil. De hecho,
era tan temprano que aún no se había quitado la camisa y los
pantalones del pijama. Mi madre llevaba la camiseta del pijama a
juego mientras paseaba por la casa, regando las plantas y
canturreando. Pasó junto a papá y le dio una caricia en la mejilla
antes de ir a la habitación contigua.
Mis padres eran la viva imagen de un matrimonio feliz. Siempre
había dado por sentada su relación, nunca había pensado mucho en
lo que la hacía especial. Ni siquiera en el hecho de que «fuera»
especial. En retrospectiva, me resultaba extraño habérmelo perdido.
Me había criado con los Bodine y su dinámica familiar contrastaba
con la vida que Cassidy y yo habíamos vivido entre estas paredes.
Pero no había prestado atención. Las relaciones me confundían,
me incomodaban. Así que las había ignorado a menos que me
obligaran a lo contrario. Siempre quise a mis padres y me preocupé
por ellos. También a mi hermana. Pero ahora sentía una punzada de
culpabilidad por lo fácil que había sido darlo por sentado. Su lugar
en mi vida era importante, incluso vital. Había tenido que conocer,
amar y posiblemente perder a George para darme cuenta.
Supongo que más vale tarde que nunca.
—Mamá y tú siempre han dado un ejemplo muy positivo de lo
que debe ser un matrimonio sano —dije—. Gracias.
Papá me miró, con el ceño fruncido y el bigote blanco crispado.
—¿De nada?
—Nunca te he dicho lo buen modelo de conducta que has sido.
Así que te lo digo ahora.
Sonrió, con los ojos arrugados en las comisuras.
—Bueno, gracias, June Bug. La verdad es que tu madre me lo
pone fácil. Tengo suerte de que me haya aguantado todos estos
años.
Estaba a punto de responder cuando algo en la televisión llamó
mi atención. ¿Acaban de decir GT Thompson?
—El exreceptor podría enfrentarse a cargos de evasión fiscal.
Thompson se retiró tras su segunda rotura del ligamento cruzado
anterior a mediados de la temporada pasada. Ahora, está siendo
investigado por el Servicio de ingresos internos, y su asistente,
Andrea Wilson, es presuntamente cómplice del fraude.
Papá silenció el televisor y me miró, enarcando las cejas.
—¿Lo sabías?
—No es culpa suya —dije—. Su asistente no declaraba sus
ingresos y le robaba el dinero con el que debería haber pagado sus
impuestos.
Mamá estaba en la puerta, todavía con la regadera de plástico
verde en la mano.
—Oh, cielos. June Bug, invítalo a cenar esta noche. Seguro que
necesita una buena comida.
—No está aquí. Se fue a Filadelfia.
—Bueno, cuando vuelva, entonces —dijo mamá.
Asentí con la cabeza, mirándome las manos entrelazadas en el
regazo.
—¿Hay algo más? —preguntó papá, con voz suave.
—Yo le creo. No estoy disgustada porque podría enfrentarse a
cargos penales.
—Entonces, ¿qué es?
—Podría haber ayudado —dije—. Sólo que no me lo dijo hasta
ayer.
Mamá dejó la regadera en la mesa auxiliar y se sentó en el sillón
junto al sofá.
—El orgullo hace que los hombres cometan estupideces. Como no
pedir ayuda cuando la necesitan.
—¿Así que consideras esto dentro del ámbito del típico
comportamiento masculino?
—Claro —dijo mamá y capté el pequeño guiño que le hizo a mi
padre.
—Pero fue algo más que no pedir ayuda —dije—. Cuando me
habló de su situación, me dio la clara impresión de que «no quería»
mi ayuda. Dijo que no necesitaba otro contador.
—Tal vez ese no sea el tipo de ayuda que necesita —dijo mamá—.
A veces un hombre no necesita que le arregles las cosas. Sólo
necesita que lo ames en los momentos difíciles.
Mamá y papá se miraron con ternura. Había visto esas
expresiones en sus caras cuando se miraban, más veces de las que
podía contar. Pero, por fin, el significado encajaba en su sitio. Eso
era amor. Un amor real y verdadero que había durado décadas.
Un sentimiento me recorrió el pecho, haciendo que todas las
demás emociones conflictivas palidecieran en comparación. Era
cálido y seguro. Una sensación de claridad en medio de la
confusión.
Yo amaba a George. No era información nueva. Sabía que lo
amaba desde hacía tiempo. Incluso le había dicho esas palabras,
pero finalmente entendí lo que eso significaba y lo más importante,
sabía cómo comportarme ante ese hecho.
Tenía razón; no necesitaba otro contador. Probablemente tenía un
abogado competente que lo ayudaría en el proceso. Ellos
contratarían a las personas adecuadas, contadores y demás, para
trabajar en su caso.
Lo que necesitaba era a su novia. Una compañera que estuviera
con él y lo apoyara emocionalmente en un momento difícil y lo
amara, como mi madre había dicho.
—Gracias —dije, levantándome bruscamente—. Creo que ahora lo
entiendo.
—¿Entender qué? —preguntó papá.
—Cómo tener una verdadera relación íntima con otro humano. —
Cogí mi abrigo y me detuve cerca de la puerta principal—. Tengo
que irme. Los quiero a los dos.
—Nosotros también te queremos, June Bug.
Cuando llegué a Filadelfia, George no estaba en casa. Su auto no
aparecía por ninguna parte y no contestaban en la puerta. Me asomé
por la ventana y vi a Mellow profundamente dormida en su cama.
Debía de haberse ido ya a su reunión.
Conocía el nombre de su abogado, así que me resultó fácil
encontrar su despacho. Dentro, me detuve ante el mostrador de la
recepcionista.
—Hola —dije—. Soy June Tucker, estoy aquí para ver a Marc
White con George Thompson.
—¿La están esperando? —preguntó.
—Sí —mentí sin pestañear.
—Deme un momento. —Miró la pantalla de su ordenador—. El
señor Thompson ya está en el despacho del señor White. Puedo
acompañarla.
Seguí a la mujer por un pasillo hasta una sencilla puerta marrón.
Llamó dos veces y la abrió.
—La señorita Tucker está aquí.
George me miró con los ojos muy abiertos. Estaba sentado a un
lado de un gran escritorio de caoba. Al otro lado había un hombre
vestido con camisa de botones y corbata. Tenía el pelo rubio y la
barba pulcramente recortada con más canas que rubios.
—Pido disculpas por mi tardanza. —Me había vestido para la
ocasión con una blusa blanca, una falda lápiz y zapatos negros. Pasé
junto a la recepcionista, entré en la sala y me senté junto a George.
—¿Qué haces aquí? —preguntó George en voz baja.
La puerta se cerró tras la recepcionista.
—Estoy aquí para apoyarte.
—¿Qué?
Le di una palmadita en la rodilla y me acomodé en mi asiento.
—Soy June, la media naranja de George. Perdonen la
interrupción. Continúen.
Marc miró a George, con las cejas enarcadas, pero George me
miraba a mí, con una lenta sonrisa dibujándose en sus facciones.
—Gracias, June Bug.
Asentí con la cabeza, manteniendo los labios apretados,
intentando demostrarle que no estaba aquí para intervenir. No era
su contador. Era su compañera. Cuando me necesitara, estaría aquí.
Bajó la barbilla, un gesto sutil que reconocí. Lo entendía. Esa era
una de las cosas sorprendentes de George Thompson. Me entendía.
—Lo siento —le dijo a Marc y me cogió la mano, entrelazando
nuestros dedos—. Podemos continuar.
Me senté en silencio mientras discutían el caso de George. Como
había llegado a mitad de la reunión, no había oído toda la
información relevante, pero no tardé en ponerme al día. George
había proporcionado a Marc todos sus registros financieros de los
últimos diez años. Marc tenía un equipo de expertos contadores y
abogados revisando la documentación. Estaban preparándose para
la auditoría de Hacienda y buscando pruebas del robo y el fraude de
Andrea.
Marc se aclaró la garganta.
—La demanda de la señora Wilson es una distracción inoportuna
y no ayuda a tu caso. El IRS2 va a investigar antes de que un juez
tenga la oportunidad de ver la demanda civil, pero el IRS será bien
consciente de que estás siendo demandado. En pocas palabras, no
tiene buena pinta.

2
Servicio de Impuestos Internos, es la instancia federal del Gobierno de los Estados Unidos
encargada de la recaudación fiscal y del cumplimiento de las leyes tributarias.
—No, no tiene buena pinta —dijo George—. ¿Hay algo que pueda
hacer al respecto en este momento?
—La verdad es que no. Apostaría a que sabe que no puede ganar.
Sólo está tratando de asustarte para que no la impliques.
George me apretó la mano.
—No funcionará.
Marc negó con la cabeza.
—No. Pero complica mi trabajo. De todos modos, creo que lo
hemos cubierto todo. ¿Tienes alguna pregunta?
—No. —George me miró—. ¿Y tú, June? ¿Alguna pregunta para
Marc?
Apreté la mano de George.
—No. Si tienes todo lo que necesitas, eso es lo que importa.
Ambos nos levantamos y nos despedimos de Marc. Prometió
ponerse en contacto con George en el plazo de una semana para
ponerlo al día o antes si había algún hallazgo significativo.
Ninguno de los dos habló mucho cuando salimos del despacho.
Había mucho que decir, pero ambos parecíamos darnos cuenta de
que el estacionamiento de un despacho de abogados no era el mejor
lugar para la conversación. En lugar de eso, cada uno condujo de
vuelta a casa de George y entramos.
Mellow me saludó saltando en círculo alrededor de mis pies. Me
arrodillé para cogerla.
—Hola, pequeña.
George se quitó el abrigo y se tumbó en el sofá. Dejé a Mellow en
el suelo y me senté a su lado. Un instinto que no sabía que poseía
me hizo atraer suavemente su cabeza hacia mi regazo. Estaba
tumbado de lado, con una mano debajo de mi pierna y la otra sobre
mis muslos.
Le pasé los dedos por el pelo, sentada con él en un cómodo
silencio. Sentí cómo su cuerpo se relajaba lentamente. Lo sentía bien.
Lo sentía correcto. A pesar de la crisis en su vida, estábamos juntos.
Aquí era donde debía estar.
Esto era amor.
—Gracias —dijo, con voz suave.
—De nada.
—No esperaba verte.
—Lo sé, pero me necesitabas.
Asintió contra mi regazo.
—Siento no haberte hablado de todo antes. Debí hacerlo y siento
lo que dije anoche.
—Te perdono. Siento no haber entendido bien lo que necesitabas.
Se dio la vuelta sobre su espalda, con la cabeza aún en mi regazo.
—June Bug, no tienes que disculparte. Siento que tengas que
pasar por esto. No quería que fuera tu problema.
Le aparté el pelo de la frente.
—Pero esto es una relación íntima, ¿no? Si sólo quisiera estar
contigo cuando las cosas van bien, ¿qué clase de compañera sería?
Su boca se enganchó en una sonrisa.
—Ese es un buen punto.
—Y si yo estuviera en problemas similares, tú harías lo mismo por
mí.
—Claro que sí. —Se acercó a mi mejilla y rozó mi piel con sus
dedos—. Te amo, June Bug.
Apoyé la palma de la mano en un lado de su cara.
—Yo también te amo y estoy plenamente convencida de que, a
pesar de los retos evidentes, la justicia prevalecerá para ti.
—Gracias. Espero que tengas razón.
—Estoy bastante segura.
Y tal vez un poco de justicia al estilo Bootleg ayudaría.
Capítulo 36
June
A menudo, la justicia al estilo Bootleg era rápida, inmediata y sin
vacilaciones. En nuestro pueblo, la gente resolvía sus diferencias por
sí misma y sólo recurría a la ley cuando era absolutamente
necesario. Como resultado, no había muchas demandas en Bootleg
Springs. Las reuniones secretas del pueblo, las peleas en los bares,
los comités de justicia y otros medios menos oficiales eran nuestra
forma de actuar.
Era un hecho de la vida que había entendido como algo fuera de
la norma, pero aceptado como la forma en que se hacían las cosas
aquí. Misty Lynn Prosser había engañado a Gibson Bodine, así que
Scarlett le había roto la nariz. Justicia al estilo Bootleg. Earl Wilkins
había atravesado con su cortacésped la cerca de Adeline Porter y se
había negado a arreglarla, así que Adeline la había reparado y pintó
un arco iris en la cerca de Earl. Justicia al estilo Bootleg. El ex de
Leah Mae Larkin se había dedicado a hacer el imbécil en público, así
que los Bodine lo habían tirado a un contenedor de basura. Justicia
al estilo Bootleg.
Pero a veces, la justicia al estilo Bootleg era más silenciosa. No
siempre implicaba contenedores de basura y peleas de bar. A veces
era simplemente una forma de animar a una persona a dejar de ser
un imbécil lameculos, como diría Scarlett.
Andrea Wilson necesitaba sin duda una dosis de justicia al estilo
Bootleg.
No iba a intentar ser el contador de George para arreglar sus
problemas fiscales. ¿Pero con su asistente? Para los estándares de
Bootleg, ella era pan comido.
Así que le pedí ayuda a Cassidy. Sus dotes de investigación
resultaron ser de gran ayuda. Desenterró información muy
interesante sobre la señorita Andrea Wilson y se nos ocurrió un
plan.
Por supuesto, George no sabía nada de esto y no sentí
remordimiento alguno. Mi madre y yo llevábamos años
organizando reuniones secretas; sólo cuando era absolutamente
necesario, por supuesto; sin que mi padre lo supiera. Ella siempre
había dicho que lo que él no supiera no le haría daño y ahora
comprendía de verdad lo que quiso decir. Como era el sheriff, «no
podía» saber cuándo el pueblo se reunía para hacer algo que se salía
ligeramente de los límites de la ley. Incluso cuando era lo correcto.
Y siempre fue sólo «ligeramente» fuera de la ley. Nadine Tucker
era una mujer respetuosa de la ley y nos había criado bien.
Al igual que mi padre, George no podía saber que planeaba darle
a Andrea una dosis de justicia al estilo Bootleg. Era algo que tenía
que ocurrir y, aunque sospechaba que lo entendería, era mejor para
él que no lo supiera. Los trámites legales eran más sencillos así.
Con eso en mente, utilicé el teléfono de George mientras estaba en
la ducha para enviarle un mensaje de texto a Andrea, pidiéndole
que viniera a Bootleg Springs para reunirnos lo antes posible. Me
sorprendió, y me pareció sospechoso, lo rápido que aceptó.
Esperaba que se negara o que no contestara. Pero lo hizo y, una vez
fijada la cita, borré rápidamente los mensajes.
Se lo diría a George cuando estuviera hecho. Por ahora, mi plan
requería ser secreto.
George había vuelto a Bootleg Springs conmigo y, por el
momento, se alojaba en mi casa. Me sorprendió lo a gusto que me
sentía teniéndolo aquí. Mi espacio personal era importante para mí.
Tener a Jonah como compañero de piso había demostrado ser
mínimamente intrusivo, pero esto era mucho más que otra persona
viviendo en la misma casa. Se trataba de un hombre muy grande
compartiendo mi habitación. Mi cama.
Me encantó.
La primera noche, cuando nos acostamos juntos, la primera base
se convirtió rápidamente en segunda. Luego George había robado la
tercera. Había sido satisfactorio para los dos, aunque me sorprendió
que no hubiera sugerido que lanzáramos un jonrón. Quizá después
de nuestra única experiencia con el coito, era reacio a otro intento o
tal vez estaba esperando a que yo lo sugiriera.
En cualquier caso, me había dormido arropada contra su enorme
cuerpo, con su mano extendida sobre mi estómago. Era difícil
imaginar algo más maravilloso.
Mis dichosas noches con George durmiendo en mi cama habían
endurecido mi resolución de manejar la situación de Andrea. La
idea de que George fuera a prisión era aborrecible. Sobre todo, por
su inocencia, pero también porque entonces tendría que renunciar a
él.
Eso era inaceptable.
Al día siguiente, le dije a George que tenía cosas que hacer. Sin
revelarle qué, le había pedido a Jonah que lo mantuviera ocupado.
Los dos iban a salir a correr, la rodilla de George se había curado
hasta el punto de poder correr sin dolor, y luego volverían a casa
para asar filetes. Eso me daría tiempo suficiente para lo que tenía
que hacer y mantendría a George apartado mientras lo hacía.
Poco antes de la hora acordada, fui al Lookout, el lugar designado
para la reunión. Cassidy y Scarlett estaban allí, sentadas en la mesa
de al lado, con bebidas y un plato de papas fritas con ajo, para fingir
que no estaban allí conmigo.
La puerta se abrió. Se me heló la sangre de rabia cuando Andrea
entró. Iba vestida con una elegante blusa y pantalones de vestir, y
llevaba en la mano un bolso de diseñador. Me irrité. Seguramente lo
había comprado con dinero robado.
Miró a su alrededor, creyendo que se encontraría con George. Sus
ojos se posaron en mí y el reconocimiento apareció en su rostro.
Junté las manos delante de mí y la miré, manteniendo una expresión
cuidadosamente neutra.
—¿June? —preguntó acercándose a mi mesa—. Soy Andrea, la
asistente de GT. Ya nos conocimos una vez. ¿Está GT aquí?
—No, «George» no está presente —dije, haciendo hincapié en su
nombre completo—. Pero, por favor, toma asiento.
—¿Qué está pasando?
Cassidy y Scarlett habían sugerido primero que me mostrara
amable, dando a Andrea una falsa sensación de seguridad. Luego
todas reconocimos que la actuación no estaba en mi lista de
habilidades. Ser directa era nuestra mejor opción.
—George no sabe que estás aquí —le dije—. Te pedí que vinieras
para que pudiéramos discutir el tema que nos ocupa. De mujer a
mujer.
Apretó los labios y entrecerró los ojos mientras se sentaba
lentamente frente a mí.
—No tengo nada que discutir contigo.
Sus palabras no se correspondían con sus actos. Afirmaba que no
tenía nada que decir y al mismo tiempo se sentaba, como si quisiera
quedarse. Pero en lugar de confundirme, esta contradicción me
animó.
—No estoy de acuerdo.
—Llevas unos meses tirándote a GT, ¿y crees que eso significa que
puedes hablar en su nombre? He estado trabajando para él durante
la mayor parte de una década.
—Robándole, querrás decir.
—Le he sido leal. No tienes ni idea de lo que es trabajar para un
atleta profesional.
—Supongo que no, pero no veo cómo eso influye en la situación
actual.
Se sentó y se cruzó de brazos.
—Te va a dejar. Los puntos que creas que vas a conseguir aquí no
importarán. Lo he visto muchas veces. No eres especial. Créeme.
Andrea intentaba provocarme, como haría con cualquier otra
mujer. Encender chispas de celos para que me centrara en
defenderme a mí misma y a mi relación con George. Por primera
vez en mi vida, estaba agradecida por ser como era June Tucker.
June Bot de hecho. Los robots no se ponían celosos.
No estaba aquí para demostrarle que George me amaba. Estaba
aquí para negociar.
—Ambas sabemos que hay discrepancias en las declaraciones de
la renta de George, así como en las cantidades pagadas a Hacienda
—dije—. Tengo entendido que tú eres la responsable de las finanzas
de George, incluidos sus impuestos, desde hace varios años.
—¿Me estás acusando de algo?
—Todavía no.
Se lamió los labios.
—Todo lo que tuve para trabajar fue la documentación que GT me
proporcionó. Si pagó de menos, es porque intentaba ocultar cosas.
—Así que afirmas que actuaste de buena fe.
—Por supuesto que sí.
Cassidy se levantó de la mesa que teníamos detrás, vestida con su
uniforme de ayudante del sheriff y se acercó para apoyar la cadera
en la mesa.
—June.
—Oficial.
Scarlett se acercó y se apoyó en la mesa de al lado. Iba vestida de
calle, pero llevaba un cordón al cuello con una especie de tarjeta de
identificación, que yo no podía leer porque estaba al revés. Se cruzó
de brazos y miró fijamente a Andrea.
—Señorita Wilson, ¿conoce un foro en línea llamado «Jersey
Chaser»? —preguntó Cassidy.
Andrea palideció.
—¿Qué pasa con eso?
—Es interesante —dijo Cassidy—. Es un servicio de suscripción
para que las mujeres compartan información y reciban consejos
sobre cómo conseguir un atleta profesional.
—¿Y? Hay muchos sitios así —dijo Andrea.
—Probablemente sea cierto —dijo Cassidy—. Pero este es
especial. Tiene que serlo para exigir una cuota mensual de acceso.
—Este sitio está dirigido por alguien con información privilegiada
—dije—. Alguien con acceso a los datos personales de los jugadores.
Que tiene una red de contactos, otros asistentes, que parecen
encantados de compartir información similar con los suscriptores. A
cambio de una comisión, supongo.
Andrea tenía la columna vertebral erguida y la mandíbula rígida.
—Es una forma de conectar con colegas y otras personas del
sector. La mayoría de nosotros no trabajamos en una oficina donde
podamos ver a nuestros colegas con regularidad. Es como… un
lugar de chismes virtual.
—¿Un lugar de chismes donde se comparten las localizaciones de
los jugadores para que las fanáticas puedan encontrarlos? —
pregunté.
—Es un foro privado —dijo.
—Nada en internet es realmente privado —dije—. Por mucha
atención que prestes a los detalles, no podrías ocultar que eres la
propietaria de este sitio.
—Como he dicho, es un lugar para que la gente del sector se
relacione —afirmó.
—La gente de tu sector seguro que tiene temas interesantes de los
que hablar —dijo Scarlett—. Uno de tus posts más votados se
llamaba «Diez maneras infalibles de follarte a un jugador de futbol
americano».
—La sección de búsqueda de pareja era especialmente fascinante
—dijo Cassidy—. Se parecía muchísimo a una red de prostitución.
—Pero incluso si no lo es —dije—. Has estado utilizando tu
posición como asistente de George para tener acceso a los horarios y
planes de viaje de los jugadores. Sabes exactamente dónde dirigir a
las mujeres para encontrar jugadores, dondequiera que estén.
Clubes, fiestas, habitaciones de hotel.
Andrea resopló.
—Mira, yo no hago que esos tipos se enrollen con esas mujeres.
Ellos se lo buscan. Así que bueno, sí, me gano un dinerillo extra. Me
niego a responsabilizarme de a quién deciden tirarse los jugadores
cuando están de gira.
—Tú das instrucciones explícitas, paso a paso, de cómo
extorsionar la mayor cantidad de dinero de diferentes jugadores —
dije—. Incluidos hombres casados y hombres con pareja. Instruyes a
estas mujeres sobre cómo superar sus defensas, cómo convencerlos
para tener relaciones sexuales y qué hacer después para asegurarte
de que reciban regalos de alto calibre. Incluso tienes una sección
entera sobre embarazos no deseados.
Scarlett puso los ojos en blanco y gimió.
—¿Qué es esto? —preguntó Andrea—. ¿Son todas policías? ¿Qué
quieren de mí?
—Quiero que retires tu demanda —le dije.
Andrea me miró fijamente.
—Mi reputación en esta industria lo es todo. Ya me ha despedido,
mierda. Eso ya es bastante malo. Tengo que hacer esto para
protegerme.
No dije ni una palabra. Me quedé mirándola, con expresión
inexpresiva.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó—. ¿Decirme que has
encontrado un foro donde las fanáticas intercambian secretos? Eso
no es ilegal. Los jugadores quieren cierto tipo de mujer. Yo
simplemente hago que esas conexiones se produzcan. No hay nada
malo en ello.
—De la forma en que lo haces, hay un millón de cosas que no
funcionan —dijo Cassidy.
—¿Qué quieres decir? —dijo Andrea, con expresión de
suficiencia.
—Señorita Wilson, ambas sabemos que eres responsable de la
situación actual de George, pero resolver eso no es mi
responsabilidad. Se lo dejaré a los abogados y contadores. Como ya
he dicho, estoy aquí para pedirte que retires la demanda civil que
has presentado.
—¿O qué? —preguntó.
No respondí a su pregunta. No iba a amenazarla. No
abiertamente. Y a menudo, en una negociación, la gente encuentra
sus propias respuestas a sus preguntas si les das un poco de silencio
con el que trabajar.
—Se supone que el foro es privado —afirmó—. La gente dice allí
cosas que no diría en un entorno abierto. Hay que mantenerlo en su
contexto.
Esperé a que reflexionara sobre las implicaciones de que sus
mensajes se hicieran públicos. Qué pasaría si la descubrieran. La vi
mirar a mi hermana uniformada. A Scarlett, que parecía una agente
de la ley o una investigadora de algún tipo. La tarjeta de
identificación que llevaba al cuello era un bonito detalle.
Andrea volvió a mirarme a los ojos y dejé que mi mirada se
desviara hacia la ventana, donde Bowie estaba de pie delante de un
auto, con una chaqueta negra y gafas de sol oscuras.
—¿Quién es el de ahí fuera? —preguntó—. ¿Vas a arrestarme? Ni
siquiera tienes jurisdicción.
Me abstuve intencionadamente de responder a su pregunta.
—Me pregunto qué pasaría si se corriera la voz de que la asistente
de un deportista ha estado utilizando información privada sobre su
cliente y sus compañeros de equipo para beneficio personal. Esa
misma asistente que supuestamente está implicada en el caso de
evasión fiscal de su cliente.
—Es una buena historia —dijo Scarlett—. Mentiras, dinero, sexo.
—¿Así que chantaje? —preguntó Andrea—. ¿Es eso? Yo retiro mi
demanda, ¿y tú te callas sobre «Jersey Chaser»?
—No —dije, negando con la cabeza. Aquí era donde yo corría el
riesgo, pero si alguien tenía una excelente cara de póquer, esa era
June Bot—. No voy a chantajearte. Eso es demasiado complicado,
pero vas a retirar tu demanda contra George.
Su ojo se crispó de nuevo.
—Entonces, ¿por qué me haces conducir hasta aquí? ¿Por qué no
ir a la prensa?
Miré a Bowie por la ventana. Gibson pasó y le alborotó el pelo.
Casi me estremecí. «Maldita sea, Gibson, vas a estropearlo».
Cuando Andrea miró por la ventana, Gibson ya no estaba. Bowie
casi daba un poco de miedo, ahí de pie, vestido de negro, con la
mandíbula cincelada apretada.
Una vez más, no dije ni una palabra. Dejé que Andrea se
inventara una historia sobre lo que estaba pasando. Obviamente no
íbamos a detenerla, ni Bowie era una especie de agente federal
dispuesto a apresarla. Era el vicedirector de un instituto. Lo peor
que podía hacer era castigarla.
Pero ella no lo sabía. Y si esperaba lo suficiente, si dejaba pasar
unos segundos más, ella podría…
—¿Es del FBI? ¿O algo peor? ¿Qué es esto, una especie de mafia?
—preguntó. Yo seguía sin responder—. Dios mío, está bien. Retiraré
la demanda. Sólo déjame ir. Por favor.
—Llama a tu abogado —le dije.
—¿Ahora?
Asentí con la cabeza.
Le temblaba la mano cuando sacó el teléfono e hizo una llamada.
La observé con el rostro inexpresivo mientras hablaba con su
abogado, solicitando que retiraran la demanda contra GT
Thompson.
—¿Ya estás contenta? —preguntó, volviendo a meter el teléfono
en el bolso.
—Estoy satisfecha con tu decisión de retirar la demanda.
—Entonces, ¿eso es todo? —preguntó, con los ojos fijos en Cassidy
y Scarlett. Ambas actuaban como si estuvieran aburridas—. ¿Vas a
dejarme ir?
—Sí —dije—. Eres libre de irte.
Dudó, entrecerrando los ojos.
—¿Vas a hablar a la prensa de mi página web?
—No.
Con otra mirada cautelosa a las tres y luego a Bowie, se levantó y
recogió sus cosas.
La miré marcharse sin decir palabra. Me miró por encima del
hombro y tropezó. Apenas pudo mantenerse en pie y salió a toda
prisa.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Cassidy y Scarlett estallaron
en carcajadas. No pude contenerme, también me reí.
—¿Viste la expresión de su cara? —preguntó Scarlett—. Estaba a
punto de orinarse en los pantalones.
Bowie entró y rodeó a Cassidy con un brazo.
—Se ha ido. ¿Eso es todo?
—Sí, hemos logrado el objetivo deseado —dije.
—¿Pero por qué le dijiste que no irías a la prensa sobre su página
web? —preguntó Cassidy—. La tenías cogida por las pelotas. ¿Por
qué echarse atrás así?
—Dije que no iría a la prensa —dije—. No he dicho lo que hará
George. Como ella tan amablemente me recordó, no he estado con él
mucho tiempo, así que ciertamente no hablo por él.
—Eres un poco malvada, Juney —dijo Bowie—. Pero me gusta.
—¿Por qué no la hiciste admitir que robó el dinero de George? —
preguntó Scarlett.
—Estimé las posibilidades de obtener una confesión en menos de
veinte por ciento e incluso si lo hiciéramos, habría una alta
probabilidad de que no fuera admisible en la corte. Así que
determiné que lo mejor sería utilizar la influencia de que
disponíamos para convencerla de que retirara la demanda.
—Estoy asombrada —dijo Cassidy—. Me aseguraste que no ibas a
amenazarla con nada que no pudieras respaldar y no bromeabas.
—Me arriesgué y valió la pena —dije.
—¿Qué es esto? —preguntó Cassidy a Scarlett, metiendo el dedo
bajo el cordón que llevaba al cuello—. Te das cuenta de que hacerse
pasar por agente de la ley es ilegal, ¿verdad?
—Es sólo mi tarjeta del gimnasio —dijo Scarlett, sus ojos se
volvieron grandes y redondos en una expresión de inocencia
fingida—. No es culpa mía si la señorita Zorra pensó que yo era del
FBI o algo así.
Cassidy negó con la cabeza, sonriendo.
—¿Se lo vas a decir a George?
Fue mi turno de sonreír.
—Con el tiempo. Por ahora, lo que no sabe no le hará daño.
Capítulo 37
George
La noticia de que Andrea había retirado su demanda me quitó un
peso de encima. Todavía tenía a Hacienda respirándome en la nuca,
pero al menos no estaba intentando librar una guerra en dos frentes.
Y entonces, dos días después, recibí noticias aún mejores. Marc y
su equipo tenían pruebas claras e innegables del robo de Andrea.
Habían reunido un rastro de papel que no sólo era admisible en los
tribunales, sino que demostraría que yo no había defraudado
intencionadamente a Hacienda.
Andrea fue arrestada. Se presentaron cargos.
Marc me advirtió de que probablemente seguiría debiendo
impuestos atrasados, intereses e incluso multas, pero no iría a la
cárcel. ¿Y el resto? Era sólo dinero. Apestaba, pero no me arruinaría.
Saldría del otro lado, entero, libre y mucho más sabio que antes.
Incluso si mi cuenta bancaria había sufrido un golpe.
Lo primero que hice fue llamar a mi agente inmobiliario y decirle
que volviera a poner mi casa en venta. Quería hacer oficial el
traslado a Bootleg Springs.
Lo segundo que hice fue asegurarme de que todo estaba listo para
el baile de graduación. June aún no sabía que yo estaba detrás del
baile. Faltaban pocos días y, ahora más que nunca, quería darle una
noche inolvidable.
¿Quién diría que otra vez estaría esperando tener suerte en la
noche del baile?
Los planes estaban en marcha. Teníamos el lugar, gracias a Bowie.
Entretenimiento, gracias a Gibson y su banda. Leah Mae dirigía el
comité de decoración. Cassidy y Jonah se habían ofrecido
voluntarios para organizar los refrescos, junto con Sonny Fullson,
que traería el moonshine. Como el baile de graduación era para
adultos, el ponche no era opcional, se esperaba.
Todo iba sobre ruedas. Hasta que June me lanzó una última bola
curva, justo dos días antes del baile.
—Lo sabía —dijo mirando la pantalla de su portátil.
Se sentó a la mesa del comedor con una pila de novelas
románticas, su portátil y una taza de té humeante.
—¿Sabías qué?
Levantó la vista de la pantalla y me miró a los ojos.
—Callie Kendall es falsa. No es ella.
Dejó que lo asimilara por un momento mientras me deslizaba en
la silla frente a ella.
—¿No me digas?
—Acabo de recibir los resultados del laboratorio de genética. La
muestra que suministré no coincide con Callie Kendall. No es ella,
George. Tenía razón.
—Guau. —No sabía qué más decir. June había arrancado el pelo
de la cabeza de esa mujer. Como ella había dicho, las pruebas de
ADN no mentirían.
—Sí, guau, y muchas otras exclamaciones de sorpresa y triunfo.
—¿Se lo vas a pasar a Cassidy?
—Sí, pero…
—Pero ¿qué?
Podía ver cómo se movían los engranajes de su gran cerebro. No
estaba seguro de si eso era bueno o malo en este caso concreto.
—Las pruebas de ADN son concluyentes, pero… no son
suficientes.
—¿No es suficiente? Dijiste que el ADN no mentiría. Esto prueba
que no es Callie. Tenías razón. Puedes entregar esto a la policía y
que reabran la investigación sobre la desaparición de la verdadera
Callie. ¿Qué más quieres?
—Quiero hablar con ella.
—¿Hablar con quién? —pregunté.
—La Callie impostora.
—Oh, June Bug —dije—. ¿Estás segura de que es una buena idea?
Es una mujer que finge ser una chica desaparecida. Obviamente no
está bien. ¿Y si es peligrosa?
—Por eso vendrás conmigo.
—Tranquila, Sherlock —le dije—. Quizá sea hora de que cuelgues
la gorra y la gabardina y dejes que se encargue la ley.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque la gente se preocupa.
—Claro que la gente se preocupa —dije, aún sin comprender lo
que quería decir.
Respiró hondo.
—Antes no lo entendía. ¿Por qué mantuvimos esos carteles
durante tantos años? ¿Por qué molestarse? La posibilidad de
encontrar a Callie con vida disminuía cada año que pasaba, pero eso
no importaba en Bootleg. Seguíamos manteniendo la esperanza.
Nunca me di cuenta de lo importante que era. Lo profundamente
que estos acontecimientos están entretejidos en lo que somos.
—De acuerdo, entiendo.
—Bootleg está formado por gente que no deja de preocuparse, sin
importar las adversidades y esta mujer pisoteó todo eso. Tengo que
saber por qué. No entiendo qué pudo motivarla a hacerlo.
—Es una ecuación que no cuadra.
—Sí —dijo ella, con voz excitada—. Exacto.
Sacudí la cabeza. A veces esta mujer era exasperante. Su
necesidad de entender los entresijos de cada problema, matemático
o no, era enloquecedora.
Mierda, me encanta.
—Estás decidida a meterme en problemas, ¿verdad? —le
pregunté.
—Hablaste con ella. ¿Parecía loca?
—No, pero eso no significa que «no» esté loca. Especialmente si
vas a confrontarla con pruebas de ADN de que no es quien dice ser.
—Entiendo las implicaciones de lo que propongo —dijo—. Pero
necesito esto. Si entrego los resultados de ADN, sí, reabrirán la
investigación de Callie y quizá algún día tengamos la verdad, pero
no será lo mismo. Necesito mirar a esta mujer a los ojos y
preguntarle por qué lo hizo.
—¿Y si no quiere dar explicaciones?
—Al menos lo habré intentado.
Tenía la sensación de que eso no era precisamente lo que June
quería decir. Podía reconocer que existía la posibilidad de que
aquella mujer no hablara con ella, que no le dijera lo que quería
saber, pero June confiaba en que lo haría. Podía verlo en sus ojos. En
la determinación que llevaba como algunas mujeres llevan joyas.
Mi dulce June Bug no me pedía cosas caras. No quería un auto
llamativo, ni zapatos de diseñador, ni un piso de lujo. Quería que la
ayudara a corregir un error.
Atravesé la mesa y estreché su mano entre las mías.
—De acuerdo, June Bug. La rastrearemos por última vez.
Como sabíamos dónde vivía la Callie impostora, simplemente
condujimos hasta Filadelfia y acampamos frente a su edificio hasta
que salió. La seguimos, estacionamos a dos cuadras cuando se
detuvo y la vimos entrar en un salón de manicura. Eso no era
exactamente ideal para una confrontación de esta naturaleza, así que
esperamos.
Al salir del salón de manicura, nos hizo un favor involuntario,
dirigiéndose a la cafetería de al lado. Salimos de mi auto y la
seguimos dentro.
El rico aroma de los granos de café llenaba el aire. La Callie
impostora estaba a un lado, con la atención puesta en su teléfono.
Parecía haber pedido y estaba esperando su café.
June entró como si fuera la dueña del lugar, con la espalda recta,
muy segura de sí misma. Se acercó a la mujer, sin romper el paso.
—¿Callie Kendall? —preguntó June.
La mujer levantó la vista.
—Oh, sí. ¿La conozco?
—Deberías, pero no.
Miró a su alrededor y pareció fijarse en mí. Sus ojos se abrieron
ligeramente, ¿me había reconocido?, pero luego volvió su atención a
June.
—¿Necesitas algo? No voy a dar más entrevistas.
—No estoy aquí para una entrevista —dijo June—. Pero necesito
hablar contigo.
El camarero llamó a Callie por su nombre y ella cogió su café del
mostrador.
—¿De qué se trata?
June señaló una mesa del fondo. Sin mediar palabra, seguí a las
dos mujeres y nos sentamos los tres.
—Soy June. Este es George.
—Lo he visto antes —me dijo—. En el restaurante.
—Lo hiciste —dijo June—. Estamos aquí porque sabemos que no
eres Callie Kendall.
Contuve una mueca de dolor. Mierda, lo había dicho sin rodeos.
Nada de juegos con ella. Dios, la amaba.
—¿Disculpa? —dijo la mujer.
—Tú no eres Callie.
—Claro que sí. —Su ceño se frunció y se inclinó hacia otro lado—.
¿De qué estás hablando?
June sacó una hoja de papel de su bolso.
—Tomé una muestra de tu cabello y la comparé con el ADN de
Callie Kendall. No coincidió.
—¿Qué? ¿Cuándo?
June hizo un gesto hacia mí.
—Tomé una muestra de cabello mientras hablabas con él en el
restaurante ese día.
Se quedó boquiabierta y se alisó el pelo con una mano.
—¿Qué demonios?
Mis músculos se tensaron, el instinto de proteger a June me hizo
sentir una oleada de adrenalina. La mujer se estaba enfadando, no
me extrañaba. Me echaría a June al hombro y la sacaría de aquí
antes de dejar que esto se pusiera feo.
La mujer tocó el papel con un dedo, acercándolo, y sus ojos
escudriñaron el texto.
—Tiene que ser una broma.
—Mi sentido del humor no está lo suficientemente desarrollado
como para llevar a cabo una broma de esta magnitud —dijo June.
Miró el periódico durante un largo momento, pero ya no parecía
estar leyendo. Probablemente estaba decidiendo qué hacer.
—¿Qué quieres? —preguntó finalmente.
—Quiero saber la verdad —dijo June—. ¿Quién eres y por qué te
haces pasar por una chica desaparecida?
Su postura cambió. Pasó de ser cautelosa y alerta a estar a la
defensiva. Espalda y hombros rígidos, mandíbula tensa.
—Mi verdadero nombre es Abbie Gilbert.
—¿Por qué finges ser Callie?
Abbie soltó un suspiro y sus hombros se hundieron.
—Es una larga historia.
June no contestó. Sólo siguió mirándola.
—La historia de Callie salió en las noticias y la gente no paraba de
bromear con que yo era ella. Soy un año más joven, pero
obviamente me parezco a ella. Me picó la curiosidad. Así que
empecé a leer todo lo que encontraba sobre su caso. Era fascinante.
Todo ese pueblo mantuvo vivo su recuerdo durante tanto tiempo.
Pasé el brazo por encima del respaldo de la silla de June. La tal
Abbie parecía haberse relajado, pero yo seguía sintiéndome como
un resorte, listo para atacar si resultaba ser una loca peligrosa.
—De todos modos, no estoy haciendo daño a nadie —dijo
Abbie—. En todo caso, estoy haciendo algo bueno. Le devolví a los
Kendall su hija.
—Pero tú no eres su hija —dijo June—. Hacerte pasar por ella
significa que ya nadie busca a la verdadera Callie. Cerraron la
investigación.
Abbie puso los ojos en blanco.
—Callie Kendall está muerta.
—Pareces demasiado confiada al afirmar eso como un hecho —
dijo June.
—Es un hecho.
—¿Tienes pruebas?
—No, no tengo pruebas —dijo Abbie—. Nadie las tiene. Conozco
este caso por dentro y por fuera. Incluso sin un cuerpo, estaba
siendo tratado como una investigación de homicidio. Todo apunta a
que está muerta.
—¿Y crees que eso te da derecho a hacerte pasar por ella? ¿A
mentir a su familia? ¿Al público?
—¿Por qué te importa?
Estuve a punto de cortar con «porque es ilegal y una locura». Pero
mantuve la boca cerrada. Esta era una conversación que June tenía
que hacer. Yo sólo estaba aquí como refuerzo.
—Importa porque la gente todavía se preocupa por ella —dijo
June—. Y le pasara lo que le pasara, la gente se merece la verdad, no
a una impostora que intenta sacar provecho de su tragedia.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Abbie—. ¿Quieres
amenazarme? ¿Chantajearme?
—Ya te lo he dicho, quiero saber por qué. Quiero saber por qué te
tomas tantas molestias para fingir ser alguien que no eres. Aparte de
la clara posibilidad de que tengas una enfermedad mental grave.
—Porque desaparecí y a nadie le importó —dijo Abbie con voz
aguda. Sus ojos se abrieron de golpe, como si se sorprendiera de
haber dicho eso. Cuando volvió a hablar, su voz era más tranquila—
. Abandoné a mi familia el día que cumplí dieciocho años y nadie
hizo nada. Nadie denunció mi desaparición ni intentó encontrarme.
Así que bien, no les importó una mierda. Pensé que lo había
superado. Y entonces, el año pasado, Callie Kendall estaba en todas
las noticias. El misterio de la chica que desapareció de un estúpido
pueblo de Virginia Occidental. Esa gente mantuvo sus carteles
durante más de doce años. Todos esos años y la gente seguía
queriendo encontrarla. Esa chica que se parecía a mí.
—¿Así que decidiste convertirte en ella?
—¿Por qué no? He creado el final feliz que todos querían para
Callie. Los Kendall vuelven a tener una hija. Ese pueblo puede
seguir adelante, sabiendo que el misterio está resuelto.
—Excepto que es mentira.
—Una mentira que no hace daño a nadie.
—Siento discrepar —dijo June—. Hace daño a todo el mundo.
Un destello de miedo cruzó el rostro de Abbie.
—¿Qué vas a hacer?
—Di la verdad. —June se levantó y su silla se deslizó por el suelo.
Me levanté y agarré a June del brazo, decidido a sacarnos de aquí.
Abbie no se movió, se quedó sentada en su silla, mirando a June con
la boca abierta, pero yo no iba a correr ningún riesgo.
—Vámonos.
No solté el brazo de June hasta que llegamos al auto. Subió al
asiento del copiloto y eché un rápido vistazo a mi alrededor,
esperando ver a Abbie. Se me aceleró el corazón. No es que le
tuviera miedo, al menos no físicamente, pero quién sabía lo que
alguien así era capaz de hacer, sobre todo cuando se veía acorralada.
No iba a correr ni un solo riesgo con mi mujer. Había escuchado la
explicación de Abbie. Ahora nos alejaríamos lo más posible de ella.
El paisaje pasaba borroso mientras conducía. June estaba callada.
Me di cuenta de que necesitaba un poco de tiempo para asimilar lo
que había oído. Le cogí la mano y le acaricié suavemente la piel con
el pulgar.
Cuando dejamos atrás la ciudad, por fin empecé a relajarme. Aún
nos quedaba un largo camino por delante, pero mi aguda sensación
de peligro disminuyó.
—Te preocupaba que me hiciera daño, ¿verdad? —preguntó.
—Nunca se sabe. Se tomó muchas molestias para convencer a la
gente de que es Callie. Tiene a los Kendall engañados. Consiguió un
contrato para un libro que vale mucho dinero. Esa mujer lo tenía
todo en juego y la acorralamos. Cualquiera podría ser peligroso en
esa situación.
June asintió en silencio.
—¿Conseguiste lo que necesitabas? —pregunté.
—Sí. Lo extraño es que siento simpatía por ella o quizás es
lástima. Una persona íntegra y feliz nunca haría algo así. Sospecho
que está muy rota.
—Sin duda.
—Esto va a dolerle a mucha gente. Hubo tanto alivio al encontrar
a Callie y esto se lo llevará todo.
—Eso es cierto y creo que significa mucho que lo reconozcas, pero
sigo pensando que la gente se merece la verdad, aunque no sea lo
que quiere oír.
—Estoy de acuerdo.
Le apreté la mano. Tenía razón. Esto iba a herir a mucha gente.
Los Kendall. Habían perdido a su hija una vez y ahora iban a tener
que enfrentarse a que les habían engañado. Los Bodine. Las
sospechas iban a recaer de nuevo sobre su difunto padre, sobre todo
porque ahora ya no había una explicación inocente para la presencia
de las huellas de Callie en el auto de su madre. Todo el pueblo de
Bootleg. Habían celebrado el final feliz de la historia de Callie, y
ahora estarían justo donde empezaron. Nada más cerca de encontrar
respuestas.
Pero al menos ahora alguien estaría observando.
Capítulo 38
June
—Ay. —Alargué la mano para alisarme los pelitos que tenía junto
a la oreja.
—Lo siento Juney —dijo Cassidy—. Estoy intentando no tirar.
Me senté en una silla que habíamos arrastrado al cuarto de baño
de mis padres, de espaldas al espejo. Todavía no entendía por qué
nos preparábamos para el baile de graduación en casa de nuestros
padres, pero a las otras chicas les había encantado la idea. Algo
sobre la nostalgia y «hacerlo bien esta vez».
Desde un punto de vista práctico, mis padres tenían el baño más
grande de todos. La casa de Scarlett estaba a reventar con dos
personas y su gato psicótico. Cassidy y Bowie aún estaban
remodelando su dúplex para convertirlo en una sola residencia. Sólo
el polvo ya era una pesadilla, por no hablar de los pelos de sus dos
gatos, que me provocaban alergias. Mi casa no era diminuta, ni
estaba en obras ni contaminada por pelos de gato. Pero mis dos
cuartos de baño no eran grandes y las otras chicas habían insistido
en que el ritual de acicalamiento sería divertido así.
Tenían razón. Era divertido.
No había entregado mis hallazgos sobre la impostora de Callie
Kendall. Todavía no. Hubo un tiempo en el que no me habría
planteado esperar. Tenía los datos, había que compartirlos. Fin de la
historia. Pero me había dado cuenta de que, cuando se trataba de
personas, los hechos y los datos no siempre eran lo más importante.
Detrás de cada historia, de cada situación, hay pensamientos y
sentimientos. Y en este caso, mi determinación de descubrir la
verdad y desenmascarar a Abbie Gilbert como la impostora que era
tenía que atemperarse con compasión.
La noticia de que Callie seguía desaparecida y de que habíamos
sido engañados por una impostora, iba a afectar duramente a mi
pueblo. Iba a afectar a las vidas de gente que me importaba. A mi
hermana. Scarlett y toda su familia. Así que antes de soltar lo que
sabía, lo había pensado y llegué a la conclusión de que esperar unos
días, al menos hasta después del baile de graduación, era lo mejor
que podía hacer.
Cassidy estaba de pie detrás de mí, haciendo algo con mi pelo que
implicaba un rizador. Tenía un tutorial de YouTube abierto en el
móvil y lo consultaba de vez en cuando, como para asegurarse de
que iba por buen camino. Leah Mae ya me había maquillado, pero
se negaban a dejarme ver los resultados.
Scarlett estaba sentada en la encimera, con una pierna levantada
para pintarse las uñas de los pies. Leah Mae estaba a mi otro lado,
inclinada hacia el espejo mientras se pintaba el párpado.
—¿Por qué no te hiciste la pedicura? —preguntó Cassidy.
—Lo hice, pero no me gustó el color —dijo Scarlett—. ¿Ya casi
terminas? Todavía tienes que hacer el mío.
—Lo sé, no te quites las bragas3 —dijo Cassidy—. Tenemos
tiempo.
—Me las dejaré puestas por ahora, pero definitivamente me las
quitaré más tarde esta noche —dijo Scarlett con una sonrisa
malvada.
—Predica, hermana —dijo Cassidy—. Saber que vamos a echar un
polvo la noche del baile seguro que nos quita algo de presión,
¿verdad?
—Sí —dijo Scarlett—. También lo hace saber que mi cita no es un
imbécil. Lo juro, ¿en qué estábamos pensando en el instituto?

3
Expresión idiomática que en inglés significa mantener la calma.
—Buena pregunta —dijo Cassidy.
Incluso a mí me había decepcionado un chico en el instituto.
Parecía que ninguna de nosotras había salido ilesa.
—La madurez marca una diferencia significativa —dije.
—Eso es muy cierto —dijo Leah Mae mientras metía la brocha de
rímel en el frasco—. Mi cita del baile de graduación se enfadó
porque los tacones que llevaba nos hacían tener la misma altura. No
quería bailar conmigo si no me los quitaba. Así que allí estaba yo,
descalza en la pista de baile y pisé algo afilado.
—Ay —dijo Cassidy.
—Sí y se pone peor —dijo Leah Mae—. Grité y miré hacia abajo.
Ya había sangre por todas partes. Mi cita echó un vistazo a mi pie
que sangraba y se desmayó.
Scarlett se rio.
—Estás bromeando.
—No —dijo Leah Mae—. Se desplomó en el suelo y todo el
mundo estaba tan ocupado asegurándose de que estaba bien, que yo
me quedé allí de pie, sangrando por todas partes. Fui cojeando sola
al baño y luego llamé a mi madre para que viniera a recogerme.
—Es un giro desafortunado de los acontecimientos —dije.
—Mi cita no se desmayó, pero se emborrachó tanto que se pasó
toda la noche vomitando detrás del gimnasio —dijo Cassidy.
—Lo recuerdo —dijo Scarlett—. Y yo estaba cubierta de barro
porque a Freddy Sleeth se le pinchó una rueda de camino al baile y
no pudo cambiarla él mismo.
—Si no recuerdo mal, aún te coronaron reina del baile —dijo
Cassidy.
—Claro que sí —dijo Scarlet y luego hizo una mueca de dolor—.
Diablos, Cass, yo también me emborraché esa noche, ¿no? Tuviste
que lidiar con una cita borracha y una mejor amiga borracha.
—Hum… hum —tarareó Cassidy, tirándome del pelo—. Pero no
pasa nada. Hicimos muchas tonterías por aquel entonces.
—Ahora somos mucho más maduras —dijo Scarlett, señalando a
Cassidy con el pincel de esmalte de uñas—. Aunque no demasiado
maduras.
—Amén a eso también —dijo Cassidy y me alborotó el cabello—.
Muy bien, Juney, creo que hemos terminado.
—Espera, no dejes que mire hasta que se vista —dijo Leah Mae—.
Será como una revelación de cambio de imagen.
—Buena idea —dijo Cassidy.
Me impidieron verme en el espejo y me condujeron al dormitorio
de mis padres, donde nuestros vestidos estaban colocados en bolsas
sobre la cama.
Habíamos ido todas juntas a comprar vestidos a Perrinville:
Cassidy, mamá, Scarlett, Leah Mae y yo. Los dependientes nos
habían mirado raro mientras nos probábamos docenas de vestidos
de graduación, pero no nos había importado. Lo hicimos todo el
mismo día, con almuerzo y mimosas incluidos.
Había elegido un vestido color melocotón con un sutil aire
vintage. Leah Mae se lo había llevado a casa, diciendo que quería
darle un toque especial. Hacerlo «más June», lo que fuera que eso
significara.
Luego cogió el portatrajes con mi vestido y bajó la cremallera.
—Estoy tan nerviosa de repente. Espero que te encante.
El vestido que salió de la bolsa negra parecía sacado de un sueño.
La parte de arriba seguía pareciéndose a su diseño original:
melocotón claro con mangas casquillo y escote en v. Leah Mae había
añadido una cinta dorada a lo largo del escote que formaba un
pequeño lazo en el centro. El dorado hacía juego con el melocotón a
la perfección, añadiendo un toque brillante al vestido.
Pero fue la parte inferior del vestido la que me dejó sin aliento.
Había cosido docenas de mariposas doradas por toda la falda.
Empezando por la cintura, eran escasas, pero se iban engrosando
hacia el dobladillo. La parte inferior estaba repleta de ellas, con sus
pequeñas alas brillando a la luz.
Me llevé la mano a la boca.
—Oh.
—¿Te gusta? —preguntó Leah Mae.
—Póntelo —susurró Scarlett.
Me quedé en silencio mientras las chicas me ayudaban a quitarme
la camisa de franela abotonada que llevaba y a ponerme el vestido.
—Cuidado con su pelo.
—Oh, Dios mío.
—Oh, Juney.
Leah Mae me subió la cremallera.
—¿Qué te parece?
Entré en el cuarto de baño y me miré en el espejo de cuerpo
entero. No reconocí a la mujer que me miraba. Llevaba su cabello
rubio oscuro suelto, con suaves rizos enmarcándole la cara. Sus ojos
destacaban sobre la piel pálida. Pestañas largas. Labios brillantes de
color melocotón.
Pero el vestido. Abrazaba mis curvas; fíjate, tenía curvas; y el
color hacía que mi piel pareciera iluminada desde dentro. Los
toques dorados del escote eran preciosos, pero aquellas mariposas.
Brillaban cuando me movía y hacían que el vestido pareciera
mágico.
—Casi no tengo palabras —dije, con voz suave—. Decirte que es
lo más bonito que he visto en mi vida sería la verdad y aun así no
sería adecuado para describir lo mucho que me gusta.
Leah Mae se llevó las manos al pecho y apretó sus hombros.
—¿De verdad? En cuanto te lo probaste en la tienda, tuve una
visión de lo que podría ser. No dejaba de verte como una mariposa,
saliendo de tu capullo.
—Maldita sea, Leah Mae, ahora tendrás que arreglarme el
maquillaje —dijo Scarlett, secándose las lágrimas de las mejillas.
—El mío también —dijo Cassidy, sorbiendo por la nariz.
Me pasé las manos por la cintura y las caderas.
—No puedo imaginar cuánto tiempo llevó esto. La mano de obra
es increíble.
—Tuve que trasnochar —dijo Leah Mae—. Pero me encantó
hacerlo. Y mírate. Ha merecido la pena.
—Gracias —dije—. Esto significa mucho.
Terminamos de arreglarnos juntas en el dormitorio de mis padres.
Cassidy peinó a Scarlett y Leah Mae a ella. Mi madre entró y rompió
a llorar cuando me vio con el vestido puesto. Ella y mi padre
también asistirían al baile; parecía que casi todos los mayores de
veintiún años de Bootleg estarían allí. Cassidy y Leah Mae se
ocuparon del peinado y el maquillaje de mamá hasta que todas
quedaron satisfechas.
—Señoritas —llamó mi padre desde abajo—. Hay una limusina
elegante afuera. Creo que sus citas han llegado.
Mi madre bajó las escaleras de primero, vestida con un precioso
vestido azul que resaltaba sus ojos. Papá, elegante con su traje y el
bigote bien recortado, la observaba con asombro. La cogió de las
manos cuando llegó abajo y se quedó mirándola largo rato.
—Estás más guapa que nunca —dijo, con voz suave.
Los otros hombres se congregaron cerca de la puerta principal,
con los ojos fijos en nosotras. Bowie llevaba un elegante esmoquin
negro con pajarita morada a juego con el vestido morado de
Cassidy. Devlin parecía un modelo de revista con su traje gris
pizarra y su pañuelo. Incluso Jameson se había vestido para la
ocasión, con un esmoquin negro muy parecido al de Bowie. Llevaba
un pañuelo rosa pálido en el bolsillo de la chaqueta, brillante con
pequeñas lentejuelas, igual que el vestido de Leah Mae.
George esperaba detrás del resto de los hombres. Su traje oscuro
se ajustaba perfectamente a sus anchos hombros y a su alta estatura.
Llevaba una pequeña mariposa dorada, igual que las de mi vestido,
prendida en la solapa. Leah Mae había pensado en todo.
Scarlett bajó las escaleras. Había optado por un vestido corto rojo
con falda de tul y botas vaqueras. Devlin la miraba como si
estuviera dispuesto a arrancarle aquel vestido.
Cassidy fue la siguiente, con su vestido púrpura oscuro crujiendo
alrededor de sus piernas. La forma en que Bowie la miraba me hizo
sonreír y tuve que morderme el labio inferior para evitar que se me
saltaran las lágrimas. Su rostro prácticamente brillaba de felicidad,
como si no pudiera imaginar nada mejor en todo el mundo que mi
hermana.
Me di cuenta de cuántas veces había visto a mi padre mirar a mi
madre con el mismo brillo en los ojos.
Jameson se mordió el labio inferior mientras Leah Mae bajaba con
su vestido rosa pálido, cuya tela brillaba con la luz. Llevaba el pelo
rubio recogido, lo que acentuaba su esbelta figura. La estrechó entre
sus brazos y apretó la mejilla contra la suya.
Era mi turno. Todas las miradas se alzaron, esperando a que
descendiera. Mi corazón se agitó con un nerviosismo repentino, mi
barriga cosquilleaba.
Recogiendo la falda de mi vestido entre el pulgar y el índice para
no tropezar, lo levanté ligeramente y bajé las escaleras. Rara vez
llevaba tacones, pero había encontrado un par que no eran
demasiado altos, así que no me sentía en peligro de caerme.
Todos me miraban, pero en cuanto me encontré con los ojos de
George, me olvidé del resto. Él era todo lo que existía en el mundo.
Sus ojos entrecerrados y las comisuras de los labios con su sonrisa.
Los hoyuelos que fruncían sus mejillas. Su expresión era de
asombro, como si no pudiera creer que fuera yo.
Cuando llegué abajo, George se adelantó y tomó mis manos entre
las suyas.
—Hola, preciosa —dijo suavemente.
Se me quedó la respiración entrecortada y la piel me zumbó de
emoción. Esto estaba ocurriendo de verdad. Yo, con un vestido
elegante, con una cita guapísima para el baile de graduación. Por
segunda vez en el día, me quedé casi sin habla.
—Estás extraordinario —le dije, y me quedé tan corta que casi
parecía mentira. Estaba guapísimo. Delicioso. Hermoso.
Maravilloso. Sexy. Demasiados adjetivos estallaron en mi cerebro.
No podía seguir el ritmo.
—Oh June Bug —dijo, su voz baja—. No soy nada comparado
contigo. Eres una visión esta noche.
Los hombres se habían esforzado con el tema del baile y nos
habían traído a cada una un ramillete de flores para llevar en la
muñeca. George había elegido flores blancas y melocotón con
pequeñas perlas para la mía, a juego con mi vestido. Me colocó la
banda en la muñeca y se inclinó para besarme en la frente.
—¿Están listos? —preguntó papá—. Su conductor está esperando.
Mamá y papá se irían por separado, pero los demás salimos y nos
amontonamos en la limusina que nos esperaba. Nunca había estado
en una limusina y me preguntaba dónde habían encontrado una. No
había ninguna limusina en Bootleg Springs. Debía de venir de un
pueblo vecino.
Los asientos eran de cuero afelpado y había una cubitera con una
botella de champán. Bowie sirvió para todos mientras el conductor
salía a la calle.
—Tenemos que hacer otra parada —dijo Bowie—. Vamos a
recoger a Jonah y Lacey, también.
Los demás esperamos en la gran limusina mientras él paraba en
casa de Lacey para recoger a nuestra última pareja. Jonah estaba
muy guapo con un traje gris oscuro y corbata. Lacey llevaba un
vestido azul claro con una larga abertura lateral. Subieron y se
sentaron uno al lado del otro. El conductor cerró la puerta tras ellos
y, una vez más, nos pusimos en marcha.
Estábamos a unos minutos del instituto, así que el conductor
debió de tomar una ruta más larga o quizá dar una vuelta alrededor
del pueblo, lo que nos dio tiempo a terminarnos el champán.
Cuando llegamos al instituto, todo el mundo reía y tenía las
mejillas sonrojadas. George me ayudó a salir del auto y me ofreció el
brazo. Metí la mano por el pliegue de su codo, respiré hondo y entré
en mi primer baile formal.
El gimnasio se había transformado en todo lo que había
imaginado que sería un baile de graduación. Serpentinas, globos,
luces centelleantes. Una gran pancarta decía «Bienvenidos a la
repetición del baile de graduación de Bootleg Springs». Un fotógrafo
había colocado un telón de fondo en un rincón y había aperitivos y
refrescos en mesas plegables. En la pista de baile parpadeaban luces
de colores. Gibson, Hung y Corbin ocupaban el pequeño escenario y
ya estaban tocando.
Las parejas; con todo tipo de atuendos, desde vestidos de fiesta
con lentejuelas y esmóquines alquilados hasta trajes de época que
parecían haber sido su atuendo original hace cincuenta años;
bailaron, comieron, bebieron y compartieron. Mis padres estaban
allí, cogidos de la mano cerca de la fuente de moonshine. Bernie
O'Dell había cambiado su mono habitual por una camisa de manga
larga y unos jeans nuevos. Opal Bodine, sin parentesco con Scarlett,
llevaba un vestido negro y un lazo en el pelo, en lugar de una gorra
de beisbol.
La abuelita Louisa y Estelle estaban allí, ambas vestidas de
plateado y negro. Wade Zirkel había traído a Zadie Rummerfield.
Vio venir a nuestro grupo y de repente giró en otra dirección. La
justicia al estilo Bootleg no se olvida pronto.
Mirara donde mirara, veía caras conocidas. Gente ataviada con
sus mejores galas, bailando, picoteando o bebiendo ponche y
moonshine. La música llenaba el ambiente y las luces bailaban en las
decoraciones. Incluso ver a Misty Lynn Prosser mirando a Gibson
Bodine mientras cantaba, a pesar de que estaba aquí con Rhett
Ginsler, no empañó mi alegría esa noche.
Fue increíble.
Gibson y su banda cantaron una nueva canción. «Tennessee
Whiskey».
—¿Vamos? —preguntó George, cogiéndome de la mano y
empujándome hacia la pista de baile—. Siento que esta es nuestra
canción.
Asentí y me condujo a la pista de baile. Me puso una mano en la
espalda y con la otra tomó la mía contra su pecho. Nos balanceamos
al ritmo lento de la música y cerré los ojos, dejándome sentir.
—Entonces, ¿qué piensas? —preguntó George.
—¿Sobre qué? —Abrí los ojos y lo miré.
—Todo esto —dijo.
—Es maravilloso. Tengo que dar las gracias a quien tuvo la idea
de este baile.
George sonrió.
—¿Puedo confesarte algo?
Alcé las cejas.
—Sí.
—Fui yo.
Tardé un segundo en entender lo que quería decir.
—¿Tú? ¿El baile fue idea tuya?
Asintió con la cabeza, sin dejar de sonreír.
—¿Tú…? —Casi no podía pronunciar las palabras, era demasiado
impresionante—. ¿Hiciste esto por mí?
—Sí, June Bug. Hice esto por ti. Quería que tuvieras esta
experiencia. Y quería que la tuvieras conmigo.
Las lágrimas me escocían los ojos y me sorprendí con la ridícula
idea de que si lloraba, me estropearía el maquillaje.
—Esto es lo más maravilloso que alguien ha hecho por mí.
—Te tengo reservada toda una vida de maravillas. Eres mía, mi
preciosa mariposita y mi intención es que te quedes conmigo.
Capítulo 39
George
Realmente me gustaba bailar.
Mis brazos alrededor de June, estrechándola. Su cuerpo se
apretaba contra mí mientras nos movíamos al ritmo de la música.
Habíamos tomado un poco de moonshine y unos cupcake de tarta de
queso con cerezas que estaban para morirse. Paseamos y charlamos
con los amigos. Posamos para las fotos. Bromeamos. Reímos.
Bailamos. Una noche casi perfecta.
Me permití un poco de autocomplacencia por haberlo conseguido.
Parecía que la mayoría de la gente se lo estaba pasando bien. Habían
venido residentes de Bootleg de todas las edades, desde
veinteañeros hasta nonagenarios, algunos en pareja y otros en
grupo. Había vestidos, esmóquines, trajes, sombreros, bastones e
incluso el perro de alguien correteando con una pajarita negra.
Me sentí bien por haberlo hecho realidad para June. No se lo
había encargado a una asistente. Me había encargado de la mayoría
de los detalles. Claro que mucha gente había participado en la
planificación y la ejecución. No podría haberlo hecho solo. Pero
había tenido una gran idea y la había hecho realidad. Aumentó
bastante mi confianza, aunque solo fuera un tonto de baile.
La forma en que June me miraba, como si fuera un sueño con alas,
hizo que no me pareciera tan tonto.
Hicimos una pausa en la pista de baile y nos apartamos a un lado.
La fiesta seguía animada, pero hacía tiempo que no veía a Bowie y
Cassidy. Scarlett y Devlin también habían desaparecido temprano.
Aunque habíamos cogido todos juntos la limusina, cada uno había
estacionado su auto aquí, en el instituto, para poder irnos cuando
quisiéramos.
Por casualidad supe que Bowie había alquilado una habitación de
hotel para completar la experiencia de la noche de graduación.
Había pensado en hacer lo mismo. Pero no quería presionar a June.
¿Esperaba anotar un grand slam4 de jonrón esta noche? Claro que sí.
La deseaba con fiereza, pero que ella estuviera lista era mucho más
importante que la presión de mi persistente erección.
—Parece que Jonah se va —dijo June, haciendo un gesto hacia la
puerta.
Estaba a punto de reírme y decir algo sobre que había tenido
suerte, pero estaba solo.
—¿Dónde está Lacey?
—Oh… oh. —June asintió hacia la pista de baile.
Lacey estaba arrimada a un hombre que no era Jonah Bodine.
—¿Quién es? —pregunté.
—Amos Sheridan. Es el exnovio de Cassidy.
La forma en que Amos sujetaba a Lacey no tenía nada de sutil.
Estaban muy pegados, ella le rodeaba el cuello con los brazos y él
tenía las manos en el trasero de ella demasiado abajo para ser
decente.
Volví a mirar hacia la puerta. Jonah se detuvo y miró por encima
del hombro hacia la pista de baile. Sacudió la cabeza y se marchó.
—Ay —dije—. Eso apesta. Pobre Jonah.
—Sabía que no debía haber llevado a Lacey Dickerson al baile —
dijo June—. Quizá no debí guardarme mis recelos.
—Estará bien. Jonah es un buen tipo. Sólo necesita conocer a la
chica adecuada.

4En beisbol, un grand slam es un jonrón que se hace con las tres bases ocupadas, anotando
cuatro carreras.
—Estoy de acuerdo, pero tengo un fuerte impulso de hacer pagar
a Lacey por abandonar a Jonah.
—Despacio, tigre. —Le pasé los dedos por un lado de la mejilla—.
Quizá la justicia al estilo Bootleg pueda esperar esta vez.
La comisura de sus labios se levantó en una pequeña sonrisa y
había un brillo travieso en sus ojos.
—Hablando de justicia al estilo Bootleg… antes confesaste todo
esto. —Señaló el gimnasio engalanado—. Yo también tengo una
confesión.
—¿Ah, sí?
—Fui yo quien consiguió que Andrea retirara su demanda.
Cassidy y yo investigamos, y descubrimos que era la propietaria de
la web «Jersey Chaser». —Dudó, mordiéndose el labio inferior—.
Me enfrenté a ella y accedió a retirar la demanda.
Riéndome, la atraje contra mí.
—June Bug. ¿Qué voy a hacer contigo?
—¿Estás enfadado? —preguntó mirándome. Tenía los ojos
grandes y redondos, pero no intentaba hacerse la simpática para
manipularme. June no sabía hacerse la simpática y eso me encantaba
de ella. Le preocupaba mucho que me enfadara.
—No estoy enfadado. —Me incliné y besé su frente—. Sólo
prométeme que no hiciste nada ilegal.
—Cassidy estaba allí.
—Eso no responde realmente a mi pregunta, pero… está bien. —
La besé de nuevo, decidiendo que probablemente era mejor que no
supiera los detalles—. Gracias por cubrirme las espaldas.
—De nada.
Me recorrió el antebrazo con los dedos. Me había quitado el saco y
remangado. Su tacto era cálido y tentador.
Me incliné hacia ella y capturé sus labios con los míos. La había
besado cientos de veces esta noche, tenía tan buen aspecto que era
imposible resistirse, pero este beso era diferente. Era más. Su lengua
lamió la mía con avidez y me agarró de la camisa, tirando de mí.
Había demasiada gente alrededor para poder besarla como yo
quería. La cogí de la mano y la conduje a través de unas puertas
dobles.
Salimos a un pasillo oscuro lleno de taquillas. Algo primitivo
rugió en mi interior. Empujé a June contra una de las puertas
metálicas de las taquillas y profundicé en su boca. Me agarró por la
nuca, tirando de mí hacia ella, como si me necesitara tanto como yo
a ella.
Sus manos trazaron un camino por mi pecho, sobre mis
abdominales, hasta la cintura de mis pantalones. Ya estaba
empalmado, pero sus manos cerca de mi polla me hicieron gemir.
—Quizá deberíamos irnos —dije entre besos.
—Hum-hum.
Ninguno de los dos hizo ademán de dejar de besarnos. Pero
parecíamos estar solos, así que unos minutos más no harían daño.
Su mano se deslizó hacia abajo y me agarró la polla a través de los
pantalones.
Gruñí.
—June.
Ella apretó.
—Quiero esto.
Una neblina roja de lujuria tiñó mi visión. Besé su cuello mientras
ella frotaba mi polla. Mis manos recorrían su cuerpo, pero había
demasiado vestido. Me estorbaba.
No estaba seguro de cómo iba a hacer el jonrón. Mi sangre hervía,
mi erección palpitaba mientras ella frotaba y apretaba. Me estaba
volviendo loco.
—Deberíamos irnos —dije contra su cuello, luego deslicé mi
lengua por su piel.
—¿A dónde? —respiró.
—A casa.
—Demasiado lejos.
Nunca había oído tanta necesidad en su voz. Tanta desesperación.
Literalmente me tenía agarrado por las pelotas. Habría hecho
cualquier cosa que me pidiera. Pero… ¿aquí?
—¿A dónde quieres ir, nena? —le pregunté.
—Vamos.
Me cogió de la mano y me llevó por el pasillo, prácticamente
corriendo sobre sus tacones. La primera puerta estaba cerrada. La
segunda daba a un aula oscura y vacía. Había filas de pupitres
frente a una pizarra blanca y las persianas de las ventanas estaban
cerradas.
En cuanto se cerró la puerta, June me agarró la camisa y empezó a
desabrochármela.
—Guau, June Bug. —Yo respiraba con dificultad, dolor por ella, y
totalmente en lo que estaba a punto de pasar. Pero quería
asegurarme de que sabía lo que estaba haciendo—. ¿Estamos
corriendo para segunda o tercera aquí?
Se detuvo en el último botón y me miró. En la penumbra, sus ojos
casi brillaban.
—Quiero que hagas un jonrón, George.
«Oh, mierda».
Tragué saliva mientras me bajaba las mangas por los brazos,
esforzándose por desvestirme.
—¿Estás segura?
—Sí. —Ella atacó mi cinturón, pero se detuvo, encontrándose con
mis ojos—. No pienses. Sólo siente.
—Mierda, sí, nena.
La agarré por los brazos, la besé con fuerza. Entonces nos bajamos
las cremalleras, ella se bajó su vestido y yo me quité los pantalones.
Busqué a tientas el condón en mi cartera mientras June
prácticamente se bajaba las bragas.
La levanté y la puse en el borde de un escritorio. Me sacó la polla
de los calzoncillos y me la acarició un par de veces mientras yo abría
el paquete de papel de aluminio. Se pasó la lengua por los labios
mientras me miraba colocar el preservativo.
Abrió las piernas y me acerqué. Agarré mi polla y la froté contra
ella, acariciando su clítoris.
Inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y dejó escapar un
suspiro.
—Oh, George.
—¿Quieres esto? —pregunté, con voz áspera y baja.
—Sí.
—Mírame. —Con la polla aún en una mano, le pasé los dedos por
el pelo, sujetándole la nuca. Quería que me mirara a los ojos y lo
dijera—. Dime lo que quieres.
Su voz era jadeante y llena de deseo.
—Quiero tener relaciones contigo.
Sólo June Tucker podía tomar la palabra menos sexy de la historia
y hacerla tan caliente como la mierda.
La agarré por el culo, alineé la punta de mi polla con su entrada y
empujé lentamente. Sus piernas me rodearon mientras me hundía
profundamente.
—Sí, George —susurró—. Sí, sí, sí.
Necesitaba esos síes. Necesitaba oírlos y saber que eran verdad.
Su coño estaba caliente y apretado a mi alrededor. Salí hasta la
mitad y volví a entrar, deleitándome con su gemido de placer. Salí y
volví a entrar. Me abrazó por los hombros, con los ojos cerrados, el
pelo cayendo en dulces rizos alrededor de su cara.
—Eres tan hermosa —le dije.
Sonrió.
—Esto se siente tan bien.
—Cariño, sólo estamos empezando.
Agarré bien su culo y usé mis caderas para penetrarla. Cada
embestida me producía una oleada de sensaciones. La penetré con
fuerza, aumentando el ritmo, y sus gemidos fueron mejores que el
rugido de una multitud en la Super Bowl.
—¿Sigues conmigo, cariño? —pregunté.
—Sí. Tan bien.
Se estaba calentando, sus paredes se estrechaban alrededor de mi
erección. Un rubor le bajaba por el cuello y le recorría las tetas.
—Sí, George —dijo de nuevo—. Más.
Apreté el agarre y la golpeé con más fuerza. Más rápido.
Gruñendo con cada embestida. El escritorio rozaba el suelo.
Se echó hacia atrás, aun sujetándome por los hombros, y miró
entre nosotros. Vi cómo mi brillante pene desaparecía dentro de ella
y casi me deshice en ese mismo instante.
—Oh, sentí eso —dijo ella—. Tu erección pulsaba.
—Podría correrme dentro de ti ahora mismo —dije—. Pero me
aseguraré de que te corras primero.
La única respuesta fue su respiración acelerada. Tenía los pezones
duros y la piel rosada. Metí la mano entre los dos para acariciarle el
clítoris mientras la penetraba.
—Dios mío, George. Eso es… sí. Oh, sí, por favor, más.
Su cuerpo se movía con el mío, sus caderas se movían al ritmo de
mis embestidas. Me perdí en su tacto. En sus dedos clavándose en
mis hombros. En el calor de su cuerpo y la dulce caricia de sus
lugares más íntimos.
Nuestros ojos se clavaron. Sentí una conexión primitiva con ella.
Esto era mucho más que sexo. Era como si ella se metiera en mí
mientras yo la follaba, envolviéndome el alma.
La había amado antes de este momento. Pero esto selló el trato. Yo
era suyo, para siempre.
—Te amo, June.
—Yo también te amo —susurró.
—¿Mi chica necesita correrse? —Volví a acariciarle el clítoris,
manteniendo mis embestidas rítmicas. Me costaba contenerme.
Quería explotar dentro de ella.
—Sí. Por favor, George.
La aporreé con más fuerza, flexionando los glúteos para meterle la
polla hasta el fondo. Su coño se cerró con fuerza y echó la cabeza
hacia atrás.
—Sí. Oh Dios, sí.
Un empujón más y me deshice. Agarré sus caderas con fuerza y la
penetré, una y otra vez. Gruñendo, gruñendo, el escritorio raspando
el suelo. Toda aquella tensión caliente estalló mientras me
derramaba dentro de ella, con la vista nublada.
Mi orgasmo se calmó y acerqué a June. Me abrazó con fuerza,
respirando con dificultad contra mí. Quería envolverla con mi
cuerpo y no soltarla nunca.
Pero estábamos en un aula de su antiguo instituto…
Me aparté, reacio a cortar el contacto, y le toqué la cara.
—June, ha sido increíble.
La expresión de felicidad en su rostro era mejor que cualquier
cosa que pudiera imaginar. Mejor que conseguir el touchdown
ganador con miles de aficionados vitoreando mi nombre. Lo era
todo.
—George, lo hice.
—Claro que sí, cariño. ¿Cómo te sientes?
Sus pestañas se agitaron.
—Tan bien. Tan… cálida y relajada. Eso fue mucho mejor que un
orgasmo de tercera base. No sé si mis piernas funcionan.
Me reí entre dientes, me separé y me quité el condón. La
incomodidad de tener que deshacerme de él aquí era totalmente
superada por el orgasmo en el que nadaba.
Todavía aturdidos, nos vestimos rápidamente. Hice una breve
parada en el baño, luego salí y la cogí en brazos.
Me incliné para plantarle un beso en la nariz.
—¿Estás lista para irnos ya?
—Sí —dijo ella, con la boca torcida en una sonrisa sexy—. Quiero
más.
Capítulo 40
June
George había desbloqueado algo muy dentro de mí. Una bestia
sexual reprimida durante mucho tiempo. A pesar del increíble sexo
que acabábamos de tener, no estaba saciada.
Mi interior estaba fundido, todo calor, presión y ardiente
necesidad. Caminé hacia su auto con la mano entrelazada a la suya,
completamente absorta por la idea de volver a tenerlo dentro de mí.
No me había dado cuenta de cuánto lo deseaba. Lo mucho que lo
deseaba. Y ahora que lo sabía, necesitaba más.
Mucho más.
Apenas podía contenerme en el trayecto hasta mi casa. Eran sólo
unos minutos, pero quería acercarme a él y bajarle la cremallera. Me
conformé con acariciarle la erección a través de la ropa y me alegró
comprobar que volvía a estar empalmado.
Un aula vacía de mi antiguo instituto no era el lugar en el que
habría predicho que finalmente experimentaría una relación sexual
mutuamente satisfactoria. Pero tenía una extraña lógica, algo que mi
subconsciente había entendido. Todas mis experiencias sexuales
anteriores habían sido en lugares tradicionales. En una cama, detrás
de una puerta cerrada.
Algo sobre el peligro y la emoción de tener sexo en un lugar
prohibido, había estudiado inglés en esa habitación, me había
ayudado a salir de mi caparazón. Alivió mi miedo a no poder
hacerlo con alguien. Si podía tener un orgasmo mientras George me
follaba encima de un pupitre, sin duda podría disfrutar de una
experiencia sexual en un entorno más típico.
Y planeaba hacerlo.
George gimió mientras estacionaba el auto. Mi mano apretando
su virilidad podría haber tenido algo que ver con eso.
—June Bug, me estás volviendo loco esta noche.
—También me siento algo desquiciada.
Se inclinó hacia mí y me besó, lamiéndome el labio inferior con la
lengua.
—Me gustas desquiciada.
El sexo en el auto era enormemente tentador, pero lo siguiente
que quería era una cama. Quería estirarme sobre las sábanas y dejar
que me tocara, como debería haber sido la primera vez.
Salimos del auto y entramos a la casa. Jonah se había puesto ropa
normal, una camiseta de manga larga y un pantalón de chándal, y
había sacado las llaves.
—Hola, Jonah —dije—. Siento que Lacey te dejara por Amos
Sheridan, aunque no me gustaba la idea de que salieras con ella.
Puedes hacerlo mejor, estoy segura de ello.
—Hum, gracias, Juney.
La mano de George bajó hasta acariciarme el trasero.
Jadeé y señalé las llaves de Jonah.
—Probablemente sea mejor que te vayas. George y yo vamos
arriba a tener mucho sexo.
George apretó.
La cara de Jonah se sonrojó y negó con la cabeza.
—Sí, entonces definitivamente voy a salir. Pásenlo bien.
No perdí tiempo esperando a que Jonah se fuera. Cogí la mano de
George, aunque me sentó muy bien que me agarrara el culo así y lo
llevé directamente a mi dormitorio.
George cerró la puerta de una patada y se quitó el saco, tirándolo
al suelo. Me bajó la cremallera del vestido y yo volví a desabotonarle
la camisa.
Mi vestido se acumulaba en el suelo a mis pies. Nos descalzamos
y nos quitamos el resto de la ropa. Me estrechó contra él, el contacto
piel con piel fue electrizante.
Sus labios acariciaban los míos mientras sus manos recorrían mi
cuerpo. Estaba relajada, atenta, totalmente inmersa en el momento.
Podía sentir cada sensación, cada sutil cambio y movimiento.
—Necesito probarte —gruñó.
Se arrodilló y me separó las piernas. De repente, su boca estaba
sobre mí y fue como si hubiera alcanzado un nuevo nivel de
felicidad. Su lengua me lamía el clítoris y el calor y la humedad me
estimulaban como nunca había imaginado.
Me temblaban las piernas y no estaba segura de poder
mantenerme en pie. Pero «no» quería que se detuviera. Jadeé,
moviéndome contra su boca, sintiendo cómo su lengua hacía una
magia extraña e increíble.
Deslizó un dedo en mi interior, gruñendo contra mí. Se me escapó
un gemido y eché la cabeza hacia atrás. Dios, era tan bueno en esto.
Nunca había sentido nada igual.
El segundo dedo casi me deshace. Se enroscaron y acariciaron,
moviéndose en sincronía con su lengua. Me sentí tan bien que pensé
que podría morir allí mismo. La tensión aumentó, un torbellino
caliente de sensaciones que se arremolinaba, crecía y me llevaba al
borde del abismo.
Sin previo aviso, se detuvo. Con un movimiento fluido, se
levantó, me agarró y me tiró a la cama. Me quedé allí jadeando
mientras él sacaba otro condón y se lo ponía.
No empujó inmediatamente. Empezó por abajo, lamiendo entre
mis piernas otra vez. Murmurando lo bien que sabía. Luego subió,
lamiendo y besando mi piel. Tocándome con las manos. Cerré los
ojos, perdiéndome por completo. Esto. Esto era lo que quería con él.
Rendirme. Sin muros entre nosotros. Sólo nuestros cuerpos
respondiendo, conectándose. Amándonos.
Esto era intimidad.
—¿Sigues conmigo, nena? —me preguntó, lamiéndome el vientre.
—Estoy contigo, George. Estoy aquí contigo.
Subió hasta mis pechos, colmándolos de atenciones. Acomodó su
muslo entre mis piernas, dejando que me frotara contra él. No era
suficiente, necesitaba más, pero me presionaba donde lo necesitaba
mientras me lamía y chupaba los pezones. Me retorcí contra su
pierna, frotando mi clítoris contra su piel.
—George, necesito más.
—Hum, yo también, nena.
Llegó hasta mi cuello y me mordisqueó la sensible piel de la base
de la garganta. Su polla estaba entre mis piernas, acariciando mi
entrada. Gemía mientras me besaba y lamía. El roce de sus dientes
me hizo retorcerme bajo él.
Nunca había estado tan frenética y fuera de control. Estaba
desesperada por él, dispuesta a suplicarle que me follara. Nunca me
había sentido tan desvergonzadamente sexual, nunca me había
sentido tan viva.
—Fóllame, por favor —susurré.
Gimió en mi cuello y me penetró con fuerza. Me aferré a su
espalda, con los ojos cerrados, sin pensar en nada. Su gruesa
erección me abría de par en par, la presión era exquisitamente
satisfactoria.
—Dímelo otra vez —dijo.
—Fóllame, George.
—Oh, Dios mío.
Me penetró una y otra vez, gruñendo con cada embestida. Su
cuerpo sobre el mío, su tamaño, era abrumador de la mejor manera.
Me consumió, me tomó por completo. Tenía todo de mí y yo se lo
daba de buena gana.
—June, qué bien se siente tu coño —me dijo en voz baja al oído.
Sus palabras echaron más leña al fuego. Rodeé su cintura con las
piernas y me agarré fuerte, cada embestida era un magnífico viaje
hacia el placer. El armazón de mi cama se golpeó contra la pared,
George gruñó, yo gemí y gimoteé.
Mi clímax se intensificó de nuevo y mis entrañas se derritieron.
Estaba caliente, la presión era tan intensa que apenas podía
soportarla.
—Más —dije—. Dame más.
—Te amo, June Bug.
—También te amo.
Su espalda se endureció y sentí el pulso revelador de su polla
dentro de mí. Era como si se hubiera hecho más gruesa, su tronco se
alargaba y se expandía. Era increíble.
—Sí —dije—. Estoy contigo.
—Vente conmigo, nena —dijo—. Quiero sentirte.
La tensión crecía, mi caliente manojo de nervios palpitaba de
emoción. Entraba y salía, dándome todo lo que necesitaba. Todo lo
que deseaba. Era duro, áspero e intenso, y me encantaba cada
segundo.
Mis paredes se cerraron en torno a su erección y me invadió la
primera oleada de mi orgasmo. La oleada de placer me hizo gritar,
aferrándome a él, como si fuera a arrastrarme. Mi clímax
desencadenó el suyo y él me penetró con fuerza, liberando su
cuerpo.
Nos movimos en sincronía, agarrándonos el uno al otro,
soltándonos. Las ondas de placer se extendieron por mi cuerpo y me
dejaron temblando entre sus brazos. Sus músculos se flexionaron y
se tensaron mientras me penetraba con su orgasmo. Las pulsaciones
de su polla casi hacen que me corra de nuevo, sus gruñidos bajos me
produjeron erotismo y satisfacción.
Empujó dentro de mí una última vez, abrazándome con fuerza.
Cuando se retiró, me dejó respirando con dificultad, con los ojos aún
cerrados.
Un minuto después, estaba de vuelta, estrechándome entre sus
brazos. Abrí los ojos. Tracé círculos sobre su pecho mientras
recuperaba el aliento.
—Eso fue jodidamente increíble —dijo, su voz asombrada—. June
Bug, nunca… ni siquiera sé qué decir.
Me acurruqué contra él, amando lo que sentía. A la deriva de la
felicidad.
—Yo tampoco.
Me besó en la frente y apretó.
Era el momento. Lo había conseguido. No sólo había mantenido
relaciones sexuales mutuamente satisfactorias con George, sino que
había superado la barrera que había erigido en mi mente. Podía
tener una relación íntima con él, tanto emocional como física.
Acabábamos de tener una experiencia sexual increíble, pero había
ido mucho más allá. Habíamos conectado.
Nos habíamos unido.
Esto era lo que tanto había temido no poder tener. Pero había sido
necesario que el hombre adecuado, este hombre maravilloso y
hermoso, tuviera la paciencia suficiente para mostrarme el camino.
Capítulo 41
June
Cientos de velas parpadeaban en el aire fresco de la noche. La
mayor parte de Bootleg Springs llenaba Lake Drive, desde la playa
hasta la biblioteca. Se había cerrado el paso al tráfico, aunque había
sido una precaución innecesaria. No había nadie para conducir.
Estaban todos aquí, de pie, uno al lado del otro, con las velas en la
mano.
Velas en honor a Callie Kendall.
Había acudido a Cassidy con las pruebas de ADN que
demostraban que Abbie Gilbert no era Callie. Al principio, Cassidy
me había sermoneado sobre cómo dejar las cosas en manos de las
autoridades, la recopilación adecuada de pruebas y la admisibilidad
en los tribunales. Pero también reconoció que era mejor que la
verdad saliera a la luz.
Nuestro padre había sido quien le dio la noticia al Juez y a la
señora Kendall. Dijo que estaban conmocionados. Al día siguiente,
emitieron un comunicado, diciendo que estaban profundamente
heridos por las acciones de Abbie Gilbert. No habíamos oído aún si
planeaban presentar cargos, y hasta ahora, no habían sido vistos en
público.
Una vez que la historia había salido a la luz, los sitios de noticias y
blogs se la habían comido. Había tantas teorías sobre cómo Abbie lo
había conseguido como teorías sobre lo que le había pasado a Callie.
Mamá había convocado una reunión pública en la que, junto a mi
padre, contaron la verdad al pueblo. La noticia de que alguien se
había hecho pasar por Callie había sido recibida con gritos de
asombro y peticiones de justicia. Pero mi padre, que era un
pacificador, había calmado a la multitud. Había canalizado la ira
que todos sentían hacia Abbie en compasión y esperanza para Callie
Kendall.
Su caso de desaparición se reabrió oficialmente. Los Bodine no
parecían sorprendidos, pero sí determinados, ante la noticia. Las
preguntas sobre la implicación de su difunto padre seguían sin
respuesta, lo que los situaba de nuevo en medio del misterio.
Al día siguiente, Millie Waggle y Dottie Leigh habían llenado el
pueblo de volantes. «Velas por Callie», lo llamaban, y esta noche
todo el mundo estaba aquí.
El orgullo por mi pueblo me invadió mientras permanecía de pie
junto a George, sosteniendo mi vela. Así éramos nosotros. Teníamos
una gallina vagando libremente por nuestras calles, nuestro
pasatiempo en el pueblo era el licor casero y las peleas en los bares
eran tan comunes como la lluvia, pero nos apoyábamos unos a
otros. Nos cuidábamos los unos a los otros. Esto era nuestro hogar.
Un hogar en el que incluso la chica rara tenía cabida, entre gente que
creía en lo mejor y siempre mantenía la esperanza.
Los Bodine estaban todos juntos, mostrando un frente unificado.
Bowie estaba con el brazo alrededor de Cassidy. Scarlett y Devlin se
cogían de la mano, con el fuego habitual de Scarlett apagado. Leah
Mae rodeaba la cintura de Jameson con los brazos y apoyaba la
cabeza en su pecho. Jonah tenía una vela en una mano y la otra
metida en el bolsillo. Estaba junto a Gibson, que parecía más
enfadado que de costumbre. Miraba con desprecio a cualquiera que
lo mirara a los ojos, como si se atreviera a sacar a relucir el hecho de
que su padre seguía siendo una persona de interés en el caso de
Callie.
George y yo estábamos con los Bodine. Más que nunca, sentí la
conexión entre nuestras familias. No sólo porque mi hermana iba
camino de convertirse en una Bodine en un futuro no muy lejano.
Porque, más que cualquier otra familia de este pueblo, los Tucker y
los Bodine estábamos unidos. Vinculados por una historia y una
amistad compartidas, y por la convicción de que el pasado no tenía
por qué escribir nuestro futuro por nosotros.
Shelby, la hermana de George, estaba a su otro lado. Había estado
aquí, en Bootleg Springs, el año pasado, al final del circo mediático.
Había vuelto esta mañana. No había tenido la oportunidad de
hablar mucho con ella, más allá de nuestras presentaciones iniciales.
Pero estaba aquí haciendo algún tipo de investigación. Me
interesaba saber más.
Scarlett y Jonah la miraron de reojo, pero no estaba segura de a
qué se debía. De hecho, algunas personas la miraban con recelo.
Quizá no la recordaban y se preguntaban por qué estaba aquí, en
una noche tan personal para nuestro pueblo.
Miré al otro lado de la calle y me fijé en Henrietta VanSickle. Miró
a nuestro grupo con intensidad. Hacía meses que no la veía por el
pueblo. Era una ermitaña que vivía en las afueras de Bootleg
Springs. Se rumoraba que había hecho voto de silencio. Nunca la
había oído hablar. Siempre había habido algo ligeramente atractivo
en la vida de Henrietta, tranquila y sola en las montañas.
Pero imagina las cosas que me habría perdido si me hubiera
retirado completamente como ella. Me habría perdido a George y
eso habría sido una tragedia.
Cuando terminó la vigilia, la multitud empezó a dispersarse.
George y yo nos despedimos de su hermana, que se alojaba en un
hostal junto al lago. Cassidy nos pidió a los demás que nos
reuniéramos con ella en la Casa Roja dentro de media hora.
Dirigí a George a la casita de alquiler que tenía Scarlett. Era una
casita muy linda, apartada de la mayoría de las demás propiedades
de alquiler del lago. Cuando llegamos, el largo camino de entrada
estaba lleno de autos.
Todo el mundo estaba adentro. Todos los comercios del pueblo
estaban cerrados, pero alguien había conseguido panecillos de
pepperoni y bocadillos. Otra persona había traído cerveza y
limonada.
Todos los que querían comida o bebida la obtuvieron y nos
instalamos en la pequeña sala. Jameson y Scarlett se sentaron en la
mesita, picoteando una dona. Leah Mae se sentó en el sofá junto a
Gibson. Jonah estaba de pie y me pregunté si inconscientemente se
mantenía separado de sus hermanastros. Devlin se sentó en el
centro, frente a la fría chimenea, y Bowie se sentó en un sillón.
George y yo encontramos un sitio en el suelo. Me rodeó con el
brazo y me acercó.
Cassidy se levantó y echó un vistazo a la habitación.
—Gracias por venir. Me imaginé que estábamos todos en la
misma sintonía, así que mejor sacar las cosas a la luz.
George se movió a mi lado.
—Puedo irme si…
—Puedes quedarte —dijo Gibson, con voz ronca.
—Estoy de acuerdo —dijo Bowie—. Todos estamos involucrados,
ahora.
Cassidy se cruzó de brazos, con expresión seria. Su cara de oficial
Tucker.
—Por ahora, nada de esto sale de esta habitación. ¿Está claro?
Todos asintieron.
—Bien, aquí es donde estamos. Callie sigue desaparecida. Todos
sabemos que Jonah padre tenía su chaqueta. Las pruebas de ADN
muestran que tenía su sangre. También sabemos que sus huellas
estaban en el auto de Connie. La historia de Abbie Gilbert de que
Jonah la llevó fuera del pueblo parecía explicar todo eso. Pero por
supuesto, nada de eso era verdad. Así que seguimos sin saber por
qué tenían la chaqueta o por qué sus huellas estaban en el auto.
Todos se movieron incómodos.
—Se pone peor. —Cassidy respiró hondo—. Los restos de una
adolescente fueron encontrados en el norte del estado de Nueva
York hace una semana. Antes era una zona rural, pero ahora es una
zona en construcción. Se están construyendo casas nuevas. Uno de
los equipos encontró un cadáver.
—Oh Dios —murmuró alguien. No estaba segura de quién.
—Los restos son un esqueleto parcial. No hay suficiente para
obtener una muestra de ADN o registros dentales para una
identificación positiva, pero han podido determinar que lleva ahí
doce o trece años. El sexo y la edad aproximada coinciden con Callie
y fue encontrada a unos treinta y dos kilómetros de donde Jonah
senior fue multado por exceso de velocidad. Recibimos la llamada
poco después de reabrir el caso de Callie. Es una coincidencia lo
suficientemente cercana, nos alertaron.
La cara de Gibson enrojeció y apretó los puños. Bowie se restregó
las manos por la cara. Jonah se frotó la nuca, un gesto que recordaba
que hacía su padre. Leah Mae se acercó y frotó la pierna de Jameson.
Parecía un poco verde. Los ojos de Scarlett brillaban de lágrimas y
Devlin se levantó para rodearla con el brazo.
—Dios, yo sólo… —dijo Scarlett, su voz inusualmente
temblorosa—. Pensé que Callie estaba viva y ahora…
—Jesús —murmuró Bowie.
Gibson miraba al suelo, con la mandíbula tensa. Me pregunté si
estaría a punto de perder los nervios, pero se quedó quieto.
—Así que, eso es todo, entonces —dijo Jameson—. Papá debe
haber…
—Las pruebas no son concluyentes —dije, interrumpiéndolo.
—Es jodidamente concluyente, Juney —dijo Gibson.
—Hasta que haya una identificación positiva de los restos en
cuestión…
—Se la llevó y se deshizo de su puto cuerpo —dijo Gibson. Su voz
estaba cargada de ira y sus ojos azules como el hielo eran de acero
frío.
Me encogí contra George.
—Tranquilo, Gibs —dijo George.
—A la mierda con esto. —Gibson se levantó, empujó a Jonah y
salió por la puerta dando un portazo.
Todo el mundo se agitó en el incómodo silencio, el sonido del
portazo resonó en la habitación o quizá solo resonaba en mi cabeza.
—¿Por qué siempre tiene que empeorar las cosas? —murmuró
Scarlett.
—Le daré tiempo para que se calme y luego iré a hablar con él —
dijo Jameson.
Scarlett le dedicó una débil sonrisa.
—Gracias, Jame.
—Lamento mucho todo esto —dijo Cassidy—. Ojalá las noticias
fueran diferentes. Fue un gran alivio cuando pensamos que estaba
viva y se explicó el papel que tuvo su padre.
—No es culpa tuya. —Bowie se puso a su lado y le rodeó los
hombros con el brazo—. Necesitamos respuestas, Cass. Necesitamos
averiguar qué pasó realmente, para bien o para mal, para que todos
podamos seguir adelante.
—Hay una cosa más —dijo Cassidy—. Ya saben que Bowie y yo
encontramos el viejo GPS de su madre. Tenía la ubicación en la que
había estado el día que murió: el hotel Four Seasons de Baltimore.
—¿Por qué habría ido allí? —preguntó Jameson.
—Al principio no creí que significara nada —dijo Cassidy—. Con
el misterio de Callie supuestamente resuelto, no pensé que hubiera
ninguna conexión entre el accidente de su madre y el caso de Callie.
Pero después de que June me dijera que la mujer era una impostora,
me puse a pensar. Investigué un poco y había un evento benéfico
ese día en el Four Seasons. Estoy segura de que Connie tenía buen
corazón, pero no recuerdo que asistiera a muchos almuerzos de
caridad elegantes en el pueblo.
—No —dijo Bowie.
—Afortunadamente, guardan muchos registros, así que pude
conseguir una lista de invitados del evento —dijo Cassidy—. La
señora Kendall estuvo allí ese día.
—¿Crees que nuestra mamá fue allí a ver a la señora Kendall? —
preguntó Scarlett.
—Parece probable —dijo Cassidy—. No prueba nada y, sin hablar
con la señora Kendall, no sabemos por qué, pero seguro que parece
que fue ahí para hablar con ella y tuvo un accidente de camino a
casa.
—Seamos lógicos —dijo Bowie—. Digamos que papá hizo algo.
Tal vez no mató a Callie a propósito. Quizá fue un accidente. ¿Y si
intentó ocultar lo ocurrido y mamá lo descubrió? Si mamá descubrió
la verdad, podría haber decidido contárselo a la señora Kendall.
—¿Habría hecho eso primero? —preguntó Jonah—. ¿O ir a la
policía?
—Y si se lo dijo a la señora Kendall, ¿por qué los Kendall no
hicieron nada? —preguntó Jameson—. Si tenían la verdad de mamá,
¿por qué no se lo dijeron a la policía? Han dicho que les gustaría que
la investigación hubiera terminado. Si podían terminarla con las
pruebas de mamá, ¿por qué callarse?
—Porque ¿mamá murió? —preguntó Scarlett—. Ella no estaba
para ¿confirmar la historia?
—Supongo —dijo Bowie—. O tal vez la señora Kendall no le creyó
a mamá. O diablos, tal vez mamá cambió de opinión y no lo dijo.
—Pudo haber decidido proteger a papá —dijo Jameson, con voz
tranquila—. Quizá condujo hasta allí y se dio la vuelta antes de
hablar con la señora Kendall.
Cassidy miró a Bowie y él le hizo un gesto con la cabeza.
—Tengo que ser sincera con ustedes. No sé si el accidente de su
madre fue un accidente. No había marcas de frenos en la carretera.
—¿Qué? —chilló Scarlett—. ¿Estás diciendo que alguien podría
haberla sacado de la carretera?
—Es una posibilidad —dijo Cassidy.
—¿Encontró algo el laboratorio forense cuando volvieron a
examinar el auto? —preguntó Devlin—. ¿Algo que nos diga si fue
forzada a salirse de la carretera?
—Sus resultados fueron «no concluyentes» —dijo Cassidy,
subrayando la palabra.
—Odio decir esto en voz alta —dijo Jameson, con voz tranquila—.
Pero ¿podría mamá haberse salido de la carretera a propósito?
—Mamá no habría hecho eso —dijo Scarlett—. Sé que tenía sus
frustraciones, pero nunca nos habría dejado así.
—Creo que Scarlett tiene razón —dijo Bowie—. Mamá era
demasiado testaruda para rendirse en la vida. Demonios, ni siquiera
se dio por vencida con papá. No del todo.
Bowie planteó un punto importante. Jonah y Connie Bodine no
habían mostrado los rasgos de un matrimonio feliz. Pero parecían
hacer todo lo posible para mantener unida a su familia.
—No, ella no renunció a él —dijo Scarlett—. Ella no renunció a
nuestra familia.
—Tienen razón —dijo Jameson—. Pero eso significa…
—¿Podría haber sido un accidente? —preguntó Devlin—. ¿Un
atropello y fuga?
—Es posible —dijo Cassidy.
Scarlett entrecerró los ojos.
—Pero tú no lo crees.
—Hay algo en todo esto que no cuadra —dijo Cassidy—. Fue a
Baltimore, donde podría haber tenido contacto con la señora
Kendall y luego tuvo un accidente de auto de camino a casa.
Cuando añades la chaqueta y las huellas en su auto…
—Es muy sospechoso en el mejor de los casos —dijo Bowie.
—Odio dejarlos con más preguntas sin respuestas —dijo
Cassidy—. Pero voy a hacer todo lo que pueda para averiguar la
verdad… sobre Callie y sobre sus padres.
Se oyeron murmullos de «Gracias, Cass» por toda la sala.
Me apoyé en George, dándole vueltas a los hechos en mi mente.
La chaqueta y las huellas apuntaban a la implicación de Jonah
Bodine. ¿Pero qué hay de Connie? Era su auto. ¿Había hecho algo y
Jonah la había encubierto? ¿Fue al revés?
Connie Bodine podría haber llevado a Callie a algún sitio otro día.
Éramos un pueblo pequeño, una comunidad muy unida. No era
raro que los Bootlegger se comportaran como padres de los hijos de
otros.
Pero ¿por qué habían guardado su chaqueta? ¿Y por qué había
ido Connie a Baltimore aquel día, un año después? Y la pregunta
más importante de todas: ¿habían encontrado por fin el cadáver de
Callie?
Cassidy tenía razón, aún había más preguntas que respuestas.
Parecía como si cada nueva pista no hiciera más que enturbiar las
aguas. Eso me molestaba profundamente y juré que haría todo lo
posible para ayudar a los Bodine a averiguar lo que había ocurrido
realmente. Había desenmascarado a Abbie Gilbert. Quizá también
pudiera ayudar a descubrir la verdad sobre Callie Kendall.
Capítulo 42
George
Era el día perfecto para mudarse. Había salido el sol, pero no
hacía calor. El tráfico desde Filadelfia había sido mínimo. Me había
pasado la última semana empacando y deshaciéndome de cosas que
no iba a necesitar. Hoy, en un luminoso día de mayo, los de la
mudanza cargaron lo que quedaba y lo llevaron a mi nuevo hogar
en Bootleg Springs.
El hogar que compartía con mi June Bug.
En su casa ya había muchos muebles, así que me había deshecho
de la mayoría de los míos. Tenía algunos recuerdos de mis años de
futbolista que ella deseaba exponer. También había decidido que le
gustaba más mi sofá que el suyo, así que lo cambiamos. Pero, en
general, fue una mudanza fácil.
Mi carrera había terminado, mi casa se había vendido y no podía
estar más feliz por todo ello. Si hubiera jugado otra temporada,
nunca habría venido a Bootleg Springs. Nunca habría conocido a
June Tucker. Y eso habría sido una maldita lástima.
Me detuve en el césped frente a su casa o, mejor dicho, frente a
«nuestra» casa; para observarla. Dirigía a los operarios de la
mudanza con la seguridad que la caracteriza, asegurándose de que
sabían exactamente dónde colocar las cosas. La espalda recta, los
brazos a los lados, expresión neutra. Era extraña, hermosa y
raramente hipnótica. Me encantaba.
June Tucker me tiene absolutamente puesto de cabeza. Siete mil
millones de personas en este planeta y no podía imaginar que
hubiera otra como ella. Era lógica, franca y tan inteligente que me
hacía girar la cabeza. Pero también era apasionada y decidida. Me
desafiaba, me hacía querer ser mejor de lo que era y me encanta por
ello.
Esa mujer es mía e iba a ser mía para siempre. No estaba seguro si
ella lo sabía todavía y no iba a apresurarla. Pero me iba a casar con
June Tucker algún día.
—¿Por qué no te tomas un descanso? —pregunté, caminando a su
lado—. Tienen esto bajo control.
—Es un uso más eficiente del tiempo de todos si me aseguro de
que colocan las cajas en los lugares correctos. Si no, tendremos que
moverlas una segunda vez.
—Todo está etiquetado.
—Es cierto, pero no estoy completamente segura de que lean las
etiquetas.
La rodeé con los brazos y la atraje hacia mí para darle un beso.
—Eres tierna cuando insistes en la máxima organización y
eficiencia.
—No sé si es una afirmación seria.
—Por supuesto que hablo en serio —dije—. Eres adorable.
Jonah salió por la puerta principal, justo cuando los dos de la
mudanza llevaban una carga.
—¿Cómo va todo por ahí?
—Casi descargado —dije.
—Gracias. Tengo todo empacado y listo para ellos.
Aunque June y yo nos habíamos ofrecido a dejar que Jonah se
quedara, no necesitábamos el dormitorio extra, él había decidido
marcharse. Cuando June anunció a todo el mundo que «oficialmente
íbamos a participar en un arreglo de vivienda de cohabitación
mutuamente acordado», y les expliqué que se refería a que nos
íbamos a vivir juntos, todos miraron a Gibson, como si esperaran
que se ofreciera a dejar que Jonah se fuera a vivir con él. Gibson no
había dicho nada, sólo había enarcado una ceja, y Jonah se había
apresurado a decir que había decidido buscarse su propia casa.
Shelby llegó en su pequeño sedán azul. Llevaba el pelo recogido
en una coleta y me saludó desde la calle.
—Hola, hermano mayor gigante —dijo mientras se acercaba—.
Hola, June.
—Hola, Shelby —dijo June.
Sabía que a June le costaba un poco simpatizar con la gente, por
no decirlo de otro modo, pero ella y mi hermana parecían llevarse
bien. June incluso había sugerido que le ofreciéramos a Shelby la
habitación que pronto quedaría libre cuando Jonah se mudara.
Shelby nos lo había agradecido, pero decidió quedarse en su alquiler
por el momento. Tuve la sensación de que agradecía la oferta, pero
no quería entrometerse en nuestra intimidad.
La verdad es que me alegré. Quería a mi hermana, pero no quería
que durmiera en una habitación de distancia. No cuando June
acababa de descubrir su lado de gatita sexual. Nos habíamos
divertido mucho explorando su sexualidad. No me gustaba nada
que pudiera estropearlo.
—Ey, Jonah, ¿conoces a mi hermana, Shelby? —le pregunté.
Jonah dudó y cuando habló, había frialdad en su tono.
—Sí, nos conocemos.
—Hola —dijo Shelby, mostrándole una sonrisa—. Encantada de
verte de nuevo, Jonah.
—A ti también —dijo—. Hum, tengo que irme. Mudarme y todo
eso.
—Claro —dijo Shelby. Mierda, conocía esa pequeña chispa en sus
ojos. Tal vez Jonah no lo sabía, pero acababa de retar a mi hermana
y a Shelby nada le gustaba más que un desafío—. Buena suerte con
la mudanza. Tal vez nos veamos por ahí.
—Claro. —Volvió a entrar.
Shelby se cruzó de brazos.
—Bueno, eso fue raro.
—Jonah experimentó recientemente un desafortunado rechazo
público en la repetición del baile de graduación —dijo June—. Tal
vez su estado de ánimo actual se deba a sentimientos persistentes de
resentimiento hacia su cita.
—Qué pena —dijo Shelby.
Bowie y Cassidy llegaron en el auto de Bowie, distrayéndonos de
la abrupta marcha de Jonah. Estacionó detrás de Shelby y ambos
salieron.
—Lamentamos llegar tarde —dijo Bowie—. Pero hemos traído
cerveza, así que espero que les parezca mejor que ayudarlos a
levantar muebles pesados.
—Los de la mudanza se encargaron de la mayor parte —dije—. Y
la cerveza siempre se agradece.
Presenté a Bowie y a Cass a mi hermana. Ya la conocían, pero era
un momento importante. Estos dos iban a ser mi familia cuando me
casara con June. No podía decirlo, por supuesto, pero lo pensaba.
Eso me hizo sonreír.
También me hizo ilusión presentar a June a mis padres. Ya
habíamos tenido varias videoconferencias con ellos. Mi padre estaba
encantado con la base de datos mental de estadísticas deportivas de
June. Habían empezado a charlar por SMS y ella le había invitado a
participar en su liga de futbol americano de fantasía la próxima
temporada. Le había advertido de que June casi nunca perdía, pero,
como a Shelby, le encantaban los retos.
No podía culparlo. A mí también. Era cosa de familia, por lo visto.
Shelby se ofreció a ir al pueblo por comida para todos. Cuando
volvió, los de la mudanza ya se habían llevado las cosas de Jonah a
su nueva casa. Pasamos un rato moviendo cajas por los rincones y
desempacando algunas cosas y luego nos sentamos a comer pizza y
tomar cerveza.
Y maldita sea, se sentía bien.
Cassidy y Bowie descansaban cómodamente en el sofá que apenas
se había usado en mi antigua casa. No había estado en casa lo
suficiente como para usarlo. Shelby estaba sentada en el suelo, con
el plato de papel en el regazo y rascaba la cabecita de Mellow.
June se sentó conmigo en el sillón amplio que había sido suyo.
Apenas cabíamos los dos y precisamente por eso me gustaba
compartirlo con ella. Estaba a medio camino sobre mi regazo, el
calor de su cuerpo era relajante y confortable. Su atención pasó de la
televisión, había puesto ESPN, a las conversaciones a su alrededor.
La abracé con fuerza, disfrutando de la cercanía. La intimidad que
compartíamos, incluso aquí, entre nuestra familia. Me había dejado
entrar en su vida, en su espacio. Me confió su cuerpo y su corazón.
Me ayudó a ver que yo era más que un tipo que podía atrapar un
balón. Que valía más.
Tal vez no éramos la pareja más probable. Pero a veces, la
posibilidad es más fuerte que la probabilidad. Y con June Bug a mi
lado, las posibilidades eran infinitas.
Epílogo
June
Un año después.
Salió vapor de la superficie de la fuente termal. El aire era cálido y
cerré los ojos, dejando que el calor del agua me relajara.
George se sentó a mi lado, jugando distraídamente con mi pelo.
—Me alegro de que mantengan este sitio en secreto.
—Hay varias razones por las que el secreto es beneficioso —dije—
. ¿Cómo está tu rodilla?
Se movió a mi lado, estirando la pierna.
—Como nueva.
El año pasado, cuando llegó el otoño y la temporada de futbol
americano, George empezó a sentir que echaba de menos su
deporte. Pero la oportunidad había llegado en forma de una vacante
como entrenador del equipo de futbol americano del instituto de
Bootleg Springs. No muchos institutos de pueblo podían presumir
de tener como entrenador a una antigua estrella del futbol
americano profesional, pero Bootleg Springs no era un pueblo
cualquiera.
Aceptó su nuevo trabajo con entusiasmo, aunque tuve que
recordarle que no participara demasiado en las prácticas del equipo.
Su rodilla estaba curada, pero después de dos roturas del ligamento
cruzado anterior, la probabilidad de volver a lesionarse era superior
a la media. En general, me hizo caso.
George era un entrenador increíble. Me encantaba asistir a los
entrenamientos y verlo hacer magia con aquellos chicos. Era la
mezcla perfecta de apoyo y desafío: esperaba que sus jugadores
trabajaran duro, pero les daba el refuerzo positivo que necesitaban
para estar a la altura de sus expectativas. Habían llegado a la
postemporada y, aunque no habían llegado hasta el final, siempre
quedaba el año siguiente.
Al parecer, entrenar al instituto en otoño no había sido suficiente
para él. En primavera había organizado una liga para los más
pequeños. Verlo entrenar a niños y niñas con sus pequeños cascos y
protecciones era una de las cosas más bonitas que jamás había visto.
Me hizo pensar en bebés. Sus bebés.
Exhalé un largo suspiro, disfrutando del calor del agua. Había
tiempo de sobra para pensar en tener hijos con George. No tenía
prisa.
—Olvidé mencionar que mis padres llamaron esta mañana —
dijo—. Les gustaría venir de visita este verano. ¿Qué te parece?
—Me parece muy bien —dije—. Por fin podremos presentarles a
mis padres.
—Exacto —dijo—. Me imaginé que estarías a bordo.
Me encantaban James y Darlene, los padres de George. Hacía
varios meses que habíamos viajado a Charlotte para conocerlos.
Afortunadamente, James no me había guardado rencor por haberle
ganado al futbol americano de fantasía. Al igual que con mi propio
padre, había encontrado puntos en común en las estadísticas
deportivas con James Thompson. Habíamos tenido una excelente
visita, y yo estaba emocionada de que vinieran a vernos. A ver
Bootleg Springs.
—Así que June Bug, he estado pensando en algo.
Abrí los ojos. Me agarró por la cintura y tiró de mí para que me
pusiera frente a él, a horcajadas sobre su regazo. Dejé que mis
piernas descansaran a ambos lados de él y le rodeé el cuello con los
brazos.
—¿En qué has estado pensando?
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos aquí? —preguntó.
—Por supuesto que sí. No es algo que una chica pueda olvidar.
Sonrió.
—¿Te gustó lo que viste ese día?
—Fue muy impresionante.
—Vaya, gracias —dijo con un guiño—. He estado pensando en la
primera vez que te vi en el Moonshine y luego cuando nos sentamos
juntos en esta fuente termal. En cómo no tenía ni idea de que
acababa de conocer al amor de mi vida.
Deslicé mis dedos por la parte de atrás de su pelo mojado.
—¿Soy el amor de tu vida?
—Claro que sí. He estado loco y estúpidamente enamorado de ti
casi desde el principio.
—No puedo decir que el amor me haya vuelto estúpida, en un
sentido literal, pero también estoy muy enamorada de ti.
Volvió a sonreír.
—Creo que es hora de que te pregunte algo.
El corazón me dio un vuelco y se me quedó la respiración
entrecortada. Comprendí el subtexto de sus palabras. Solo podía
referirse a una cuestión.
—Sí —dije rápidamente.
—Aún no te he preguntado nada.
—Oh, lo siento —dije—. Me adelanté.
—Está bien, sé que tu cerebro se mueve rápido. —Puso su gran
palma contra mi mejilla—. Pero aun así voy a hacer esto bien y
preguntarte como es debido. Ya hablé con tus padres.
—De acuerdo.
—June Tucker, ¿me harías el honor de casarte conmigo?
Lo miré a los ojos marrones, sintiendo la profunda conexión que
había entre nosotros.
—Sí.
Me acercó para besarme. Lento, dulce y delicioso. Sus manos
subían y bajaban por mi espalda y el agua caliente nos bañaba.
Sentía el corazón tan lleno que casi no sabía cómo contenerlo. Este
hombre lo era todo. Inteligente, constante, tranquilo y divertido. Y
me entendía de una manera que nadie lo había hecho. Ni mis
padres, ni mi hermana. Él no vio a la chica rara. Sólo vio a June. Y le
gustó lo que vio.
Fue algo increíble.
Me había enseñado a desbloquear una parte de mí misma que
estaba convencida de que no tenía. A manejar emociones que a
menudo me resultaban extrañas y confusas. Su amor y su paciencia
me guiaron hacia una relación mutuamente satisfactoria, de la que
estaba convencida que nunca tendría.
Lo amaba mucho.
—Oh, no —dije, apartándome.
—¿Qué pasa?
—Esto significa que las chicas van a querer que tengamos una
boda.
Se rio.
—¿Qué hay de malo en una boda?
—Una boda significa un vestido elegante e invitados y flores, y
decoraciones. Mi hermana se va a poner muy nerviosa con esto.
—¿Deberíamos hacer un viaje a Las Vegas?
Ladeé la cabeza, pensativa.
—Es una sugerencia tentadora.
—¿Qué tal si vamos paso a paso? —dijo.
—¿Como el beisbol otra vez?
—Un poco —dijo—. Primero, te daré un anillo. Luego
anunciaremos la buena nueva a nuestras familias. Después… quizá
veamos qué pasa. Lo importante para mí no es cómo nos casemos,
sino que lo hagamos.
Asentí con la cabeza.
—Eso, puedo hacerlo.
—Hablando del anillo. —Estiró la mano para alcanzar sus
pantalones, colocados al borde de la piscina, y sacó del bolsillo una
cajita con un anillo. La abrió lentamente.
—Oh, George.
Era una banda de plata con dos líneas onduladas grabadas
alrededor del exterior. En el espacio donde se unía cada onda, había
una pequeña piedra incrustada en la banda. Era simple, pero
profundamente hermosa.
—Son ondas sinusoidales —dijo.
—Oh, George —susurré—. Las ondas sinusoidales mantienen su
forma incluso cuando se les añade otra onda de la misma frecuencia.
—Exacto. —Cogió el anillo y lo deslizó suavemente en mi dedo—.
Simboliza la eternidad, por supuesto. Pero también dos cosas que se
unen y siguen conservando lo que son.
—Como nosotros. —Extendí la mano para admirar el anillo.
Brillaba a la luz del sol—. Y son matemáticas.
—Son matemáticas en forma de anillo —dijo con una sonrisa.
—Me entiendes muy bien.
Volvió a tocarme la cara y me besó suavemente. Sentí un
hormigueo de felicidad y amor en todo el cuerpo. El peso del anillo
me sentó bien en el dedo. Se sentía bien. Como si siempre hubiera
estado ahí.
Seguía sin entender a la mayoría de la gente. No en general. Y tal
vez nunca lo haría. Pero George me entendía y eso era mucho más
importante.
Lo que teníamos tenía sentido. Había encontrado a una persona
que me apreciaba por lo que era. Yo lo amaba y respetaba a cambio.
Era como mis padres o mi hermana y Bowie. George y yo nos
mejorábamos mutuamente. Nos hacíamos felices. Nos apoyábamos
cuando las cosas eran difíciles y nos dábamos espacio para ser
nosotros mismos. Nunca quiso cambiarme. Me aceptaba tal como
era, con todas mis rarezas y lo amaba por el buen hombre que es.
Habíamos encontrado el amor. Amor verdadero y no había una
fuerza en el universo que fuera más grande o mejor que eso.
Próximo Libro
Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro y
tuve que apartar la mirada de los vatios. Era
como mirar al sol. El hermoso sol que estaba
haciendo subir la temperatura de mi núcleo y
provocando una descarga hormonal en mi
cerebro. - Shelby Thompson
El entrenador personal Jonah Bodine
descubre más de lo que esperaba con los
hermanastros que no sabía que tenía en el
pequeño pueblo de West Virginia. No sólo
su padre muerto es una persona de interés
en un caso de desaparición sin resolver,
sino que todo el pueblo parece demasiado interesado en el potencial
de Jonah para ser feliz para siempre.
Su verano de soledad en una cabaña junto al lago se ve arruinado
cuando su hermana casamentera le asigna un compañero de piso no
deseado.
La adorable y risueña nerd Shelby Thompson llega a Bootleg
Springs en busca de respuestas y acaba siendo adoptada por los
entrometidos ancianos del pueblo. Se ve obligada a compartir una
casa de campo con el apuesto entrenador, pero saca lo mejor de una
situación complicada ofreciéndole a su compañero de piso, siempre
sin camiseta, una aventura de verano sin ataduras.
Jonah se siente tentado. Muy tentado. Pero Shelby tiene secretos.
Y a medida que se desvela el misterio de Callie Kendall, el propio
pasado de Shelby vuelve a atormentarla. El peligro es muy real y
también lo son los sentimientos que está desarrollando por Jonah.
Nota de la autora
Estimado lector,
Espero que hayas disfrutado de otro viaje a Bootleg Springs. Decir
que Lucy y yo hemos disfrutado trabajando juntas en esta serie sería
quedarse muy corta. Ha sido uno de los mejores momentos del
último año.
Las heroínas extravagantes son una de mis cosas favoritas y June
es probablemente el personaje más extravagante que he escrito. Es
inteligente, franca y a menudo sin filtro. Y no comprende la
complejidad de las emociones y las relaciones humanas.
Pero, como muchos de los personajes que conocemos en Bootleg
Springs, June es más de lo que parece. No es sólo una genio de las
matemáticas que carece de habilidades sociales. Se preocupa mucho
por las personas que forman parte de su vida, aunque no siempre
sepa expresar sus sentimientos.
George Thompson. Un atleta superestrella es un partido
improbable para June Tucker, pero George también es más de lo que
parece. Es inteligente y sensible, y su carácter despreocupado lo
convierte en un buen contrapunto a la lógica de June.
Me encanta escribir personajes que se entienden, sobre todo
cuando los demás no lo hacen. George entiende a June desde el
principio. No piensa en ella como la chica rara. Le encantan sus
peculiaridades y todas las cosas que la convierten en June Bug.
Espero que disfruten de la serie. Nos lo estamos pasando en
grande y aún quedan más travesuras por venir.
Si te ha gustado Bourbon Bliss, considera la posibilidad de dejar
una reseña en Amazon y Goodreads.
Gracias y feliz lectura.
CK
Claire Kingsley &
Lucy Score
Claire Kingsley es una de las
autoras más vendidas de Amazon de
novelas románticas y comedias
románticas sexys y sinceras. Ella
escribe heroínas atrevidas y
extravagantes, héroes deslumbrantes
que aman grandes, románticos felices
para siempre, y todos los grandes
sentimientos.
Lectora de toda la vida, se crió en
libros como El Hobbit, Las crónicas de Narnia y El jardín secreto. Su
amor por la lectura se convirtió en amor por la escritura y pasó gran
parte de su infancia creando historias. Todavía es una ávida lectora,
disfruta de todo, desde fantasía épica hasta suspenso y romance,
además de mucha no ficción.
Vive con su familia en Pacific Northwest. Cuando no está
escribiendo, está ocupada discutiendo con tres niños, paseando a su
perro y manteniendo a su gato fuera de problemas, todos los cuales
son trabajos de tiempo completo.
Lucy Score es una autora número uno
en ventas instantáneas del New York Times.
Creció en una familia de literatos que insistía
en que la mesa era para leer y obtuvo una
licenciatura en periodismo.
Escribe a tiempo completo desde la casa de
Pensilvania que ella y el Sr. Lucy comparten
con su desagradable gata, Cleo. Cuando no
pasa horas creando héroes rompecorazones y
heroínas increíbles, se puede encontrar a
Lucy en el sofá, la cocina o el gimnasio.
Espera algún día escribir desde un velero, un condominio frente
al mar o una isla tropical con Wi-Fi confiable.

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