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Staff Capítulo 18
Sinopsis Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8 Capítulo 27
Capítulo 9 Capítulo 28
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Epílogo
Capítulo 15 Capítulo Extra
Capítulo 16 Próximo libro
Capítulo 17 Sobre la autora
Luli Ludmy
August Vivi
Alana Verónica
Pandora Ana
Shiva Supernova

Selene

August


Nada une tanto a las personas estresadas como los postres.
La venganza es un plato que se sirve mejor caliente. Por eso, Heaven
Wilson, una profesional estresada y amante de los postres, crea un
perfil falso en la aplicación que utiliza su novio infiel para encontrar
ligues.
Pero cuando inesperadamente coincide con Shane H, un hombre
que parece tan dulce como los dulces horneados con los que la tienta,
la venganza se convierte en el menor de sus problemas.
¿Un problema más acuciante? No enamorarse del hombre con el que
está haciendo catfishing hasta que pueda deshacerse de su novio infiel.
¿Más urgente aún? Shane resulta ser el nuevo jefe, profesionalmente
estresado e intimidante, con el que la envían a trabajar.
Y él no tiene ni idea de que ella es la chica cuyos mensajes le dejan
con ganas de más cada noche.
Con un novio que podría condenarla a una enorme deuda
financiera, un jefe caliente y frío e irresistible que complica su vida
laboral, y la intrincada red de mentiras que ella misma ha diseñado,
ésta es la receta perfecta para el desastre.
Cuando se descubre que Heaven no es la única que guarda secretos,
¿se desmoronará finalmente la galleta?
Postres para gente estresada es una tórrida historia de amor,
amistad y dulces. Presenta a dos estresados adictos al trabajo que,
confiando en la fuerza del otro, encuentran el valor para perseguir el
«felices para siempre» que se merecen.
El principio del fin

Leí en alguna parte que las personas de éxito ajustan su perspectiva


cuando la vida les lanza una bola curva, y en general me considero una
persona bastante exitosa. Pero supongo que, por esta vez, me parece
bien ser una «completa» fracasada.
La piel de mi cara palpita entre mis manos, como si un millón de
agujas se clavaran por cada poro. Agarrándome el pecho, intento que
mi corazón vaya más despacio, o de lo contrario me sentiré
gravemente enferma. En realidad, probablemente vomitaré de todos
modos.
Me llevo una mano a la boca, inhalo y exhalo profundamente. En mi
bandeja hay comida sin comer y la gente come a mi alrededor. Los
olores a ternera, salsa de tomate y ajo se mezclan hasta que mis
náuseas alcanzan un nuevo pico.
—Bebe un poco de agua —dice Emma mientras me acerca el vaso.
Aunque lo agarro, no creo que pueda tragarme nada a la fuerza, ni
sólido ni líquido.
—¿Estás segura? —pregunto. Si tuviera fuerzas para levantar la
cabeza y mirarla, sé lo que encontraría. Una mirada de reprimenda con
un toque de burla y otro tanto de dolor. Emma es mi mejor amiga,
después de todo. Cualquier cosa que me haga daño la destroza a ella
también.
—Tú misma lo viste, Heaven —susurra.
La suavidad de su voz me empuja a mirar sus ojos azules como los
de un bebé y, en cuanto lo hago, las lágrimas amenazan con caer por
mis mejillas con violencia. Estoy a un paso de romper a sollozar en la
cafetería de la oficina.
Tiene razón. Lo he visto. Estaba más claro que el agua en la captura
de pantalla que me acaba de mostrar. Aun así, mi cerebro lucha por
darle sentido a todo, por enfocar mi nueva realidad. Aceptar que algo
ha ocurrido (algo fuera de mi control) y que ahora mi vida ya no
volverá a ser la misma. Todos los planes, el futuro que imaginé. Todo
se ha ido por el desagüe.
—No hagas eso —murmura, acomodándose mechones de pelo
rubio atardecer detrás de las orejas.
—¿Hacer qué?
Pone los ojos en blanco y sus labios se tensan hasta convertirse en
unas líneas tan finas que me cuesta conciliarlas con lo llenos que suelen
estar.
—Eso. Preguntarte dónde salió todo mal. Lo que sea que hayas
hecho para convertir a tu novio en un imbécil. —Se burla, mirando a
su alrededor—. Siempre fue un imbécil. Solo que nunca te diste cuenta.
Tal vez tenga razón. Tal vez Alex siempre fue escoria, y me negué a
verlo. Tal vez estaba demasiado ciegamente enamorada para
reconocerlo. Y tal vez, en algún momento, ese amor ciego se convirtió
en confianza ciega. Confianza que obviamente estaba fuera de lugar.
—¿Qué hago…? —susurro.
—Deja su lamentable culo —dice. Podría haberlo visto venir—.
Luego lo atropellas. Lo aplastas como a un insecto sobre el paso de
peatones. Luego tomas su cadáver y…
—Em. —Levanto la mano para callarla. Ella ya está en la etapa de la
ira, porque tuvo la noche anterior para procesarlo. Pero yo todavía
estoy en la fase de duelo. En la parte en la que todos nuestros
momentos juntos pasan ante mis ojos como un triste pase de
diapositivas en tono sepia con música ñoña de fondo.
Simplemente no tiene sentido. ¿Por qué haría esto? Excepto…
excepto que tal vez sí tenga sentido. Tal vez es lo que tiene más
sentido.
Alex me está engañando.
Cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que no me he
dado cuenta de lo que tenía delante. Lo he visto tomar el teléfono y
llevárselo consigo, aunque fuera del sofá a la nevera, riendo entre
dientes con una franja de rubor surgiendo en sus mejillas. Todas las
reuniones tardías a las que ha ido, el fútbol que siempre duraba
demasiado los viernes por la noche, la falta de contacto físico entre
nosotros en los últimos meses.
Echo un vistazo a la captura de pantalla del teléfono de Emma, que
sigue girado hacia mí sobre la mesa. Los penetrantes ojos azul oscuro
que me devuelven la mirada son los mismos a los que me volví anoche
en la cama, cuando le deseé dulces sueños a mi novio.
«Alex D., busca ligues de una sola vez».
Eso es lo que mi novio escribió en Internet. Eso, señoras y señores,
es lo que ven las chicas cuando se deslizan a la derecha en la foto de
mi novio.
Aparentemente, así es como expresas interés en esta aplicación.
Deslizándote a la derecha. Mi vida de citas ha sido exclusivamente
fuera de internet, y la mayor parte, con el propio Alex, pero Emma me
lo explicó brevemente. RadaR es una revolucionaria aplicación para
ligar que se descargó hace un par de días.
—¿Heaven? —Emma llama. Suena lejos, siento ruido blanco de
fondo, y todo lo que tengo a la vista está borroso excepto su teléfono.
La cara ovalada de Alex, sus cejas perfiladas, el pelo corto rubio arena.
La pequeña cicatriz de sus años de hockey en la sien izquierda, la
alegría de su sonrisa. Son recuerdos, momentos, de una persona que
ya no existe. Ahora es diferente. Alguien que no conozco.
—¿Heaven? Mierda, quizá no debería habértelo dicho en el trabajo.
Cuando vuelvo a mirar a Emma, me señala el vaso de agua. Después
de dar un largo sorbo, estoy aún más mareada, pero al menos ya no
me carraspea la garganta; no tengo la sensación de estar masticando
arena.
—¿Cómo ha podido hacer esto? —murmuro—. ¿Por qué lo haría?
—Porque llevan años siendo infelices. —Pone su mano manicurada
sobre la mía y, con un suspiro, apoya el puño derecho sobre la mesa—
. Y es demasiado cobarde para decir que ya no te quiere. Así que… —
Se encoge de hombros.
Así que fue a mis espaldas y me ha estado engañando. Quién sabe
cuánto tiempo ha estado pasando. ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Me
engañaba en nuestro último aniversario, cuando pasamos un fin de
semana en ese romántico spa? ¿Ya me había traicionado cuando
fuimos a casa de sus padres hace un par de meses, y aguanté horas a
su madre hablando de bebés?
Seguro que lleva así al menos un mes, porque fue entonces cuando
Emma me dijo que le vio salir de un hotel con una mujer rubia.
—¿Crees que fue ahí donde encontró a esa mujer con la que lo viste?
¿En RadaR?
Se encoge de hombros.
—Puede ser. ¿Importa?
Supongo que no.
—No puedo creer que confiara más en él que en ti —murmuro
mientras me enrollo un mechón de pelo en el dedo—. Es que… cuando
me enfrenté a él por eso, me dijo que era una colega. Que el hotel se
convertiría pronto en su cliente, y que estaban allí para una reunión. Y
le creí.
—No es culpa tuya, H. Es tu novio. Llevan juntos cinco años —me
consuela mientras me da unas ligeras palmaditas en el dorso de la
mano.
—Pero tú me lo dijiste. Me dijiste que eran más que amigos. Que él
tenía su brazo alrededor de su hombro y…
—Lo sé —me interrumpe mientras toma un poco de salsa de tomate
con la cuchara y se la lleva a los labios—. A veces es más fácil creer una
mentira que la verdad.
Tal vez. Pero debería haber confiado en su sexto sentido, siempre ha
tenido uno bueno.
—Dime que romperás con él —advierte Emma. Realmente es una
advertencia, como demuestran los surcos de su frente, la mirada hostil
de sus dulces ojos.
—Por supuesto que lo haré.
Cuando algunos vendedores pasan por delante de nuestra mesa,
ella suelta una bocanada de aire. Luego, me mira preocupada, como si
no estuviera del todo segura de que lo vaya a hacer. Pero se equivoca.
Tengo que romper con él. No hay otra opción. ¿Qué se supone que
debo hacer? ¿Olvidar que lo sé? ¿Preguntarle? Alex no confesó su
engaño. No merece la oportunidad de explicarse.
Con una nueva oleada de mareos, me seco el sudor de la frente.
—Lo haré después del trabajo. Me iré a casa y… —Iré a casa y
romperé con mi novio. El hombre con el que pensé que me casaría
algún día. El hombre al que amo… o al que creía amar, porque, aunque
el shock me congela y hay cierta decepción por perder mi relación, no
se parece en nada a la angustia y el dolor que deberían oprimirme el
pecho.
Quizás no lo quiero como creía. Seguro que no me quiere si me
engaña. Pero no es por él por quien lloro, sino por el tiempo que invertí
en él. La relación que pensé que teníamos, el futuro que imaginé. No
por él.
—Está bien. Puedes quedarte en mi casa si necesitas algo de tiempo.
—Cuando mis ojos no se apartan del teléfono, Emma suspira y
bloquea la pantalla. Ahora que está apagado, las huellas dactilares por
todas partes son mucho más claras, y el familiar y molesto picor en la
parte posterior de mi garganta viene en serio—. H, ¿me estás
escuchando?
Sí, pero no quiero quedarme en su casa. Emma es más que
desordenada, y comparado con su apartamento, el mío está tan limpio
como un hospital.
Mi corazón se hunde un centímetro más en mi pecho. El
apartamento. El hermoso lugar que Alex y yo alquilamos juntos.
Firmamos un contrato de alquiler y no vencerá hasta dentro de cuatro
meses.
—El contrato.
Entrecierra los ojos y luego asiente con la cabeza como si hubiera
atado cabos.
—No, no te preocupes. No puede negarse a pagar. Los dos tendrán
que rendir cuentas.
No, no lo haríamos. Me doy cuenta de ello como si lloviera, me
inunda la desesperación y me aprieta tanto el estómago que podría
provocarme una úlcera.
Me harán responsable si no pagamos el alquiler, porque yo acepté
el contrato. No teníamos otra opción, porque cuando nos mudamos
juntos, su crédito era terrible.
—Oh, mierda. Emma, está a mi nombre. No a su nombre.
Sus hombros se hunden.
—¿Por qué? —pregunta, y antes de que pueda responder, gime—.
¿Puedes pagar el alquiler sola?
Sacudo la cabeza. Es imposible que pueda pagar esa cantidad. Sería
el ochenta por ciento de mi sueldo, y no tengo casi ahorros.
Seguramente no lo suficiente para cubrir cuatro meses de un alquiler
tan alto en el centro de la ciudad. Probablemente tampoco para un
mes, gracias a mis deudas escolares y el alquiler del coche, también a
mi nombre.
Me agarro la cara entre las manos y contengo las lágrimas. No es
como si se fuera a negar a pagar el alquiler, ¿verdad? Él fue quien me
engañó, y somos adultos. Pasamos cinco años juntos, no cinco días,
cinco años.
Arruinará mi puntuación de crédito por pura mezquindad, ¿no?
Me acomodo unos mechones de pelo sueltos y ondulados detrás de
las orejas y retiro los codos de la mesa. Está pegajosa, cubierta de
huellas dactilares, arañada. Si tuviera aquí mis productos de limpieza,
la dejaría mucho mejor. Limpia, ordenada. La arreglaría, la haría
brillar. Hay algo relajante en poner orden donde hay caos. En fijarse
en algo tan fácil de controlar como limpiar una mesa, en vez de…
—¿Heaven?
Lo sé, lo sé. Miro a nuestros colegas sentados en mesas contiguas, a
la fila junto a los cocineros, a los grupos de gente que charlan junto al
puesto de café, y asiento con la cabeza.
—No pasa nada. No se negará a pagar. No es mala persona, solo…
—Me encojo de hombros—. No es… malo.
Emma se burla, luego murmura un par de palabras en voz baja
mientras se mete más comida en la boca y mastica agresivamente.
—Claro. No es que sea tacaño. Siempre paga la cena y te hace
regalos. No suprime todos los aspectos de tu personalidad que no le
gustan.
—Em —digo, captando la indirecta.
—Y es muy honesto y fiel. Justo el tipo de hombre que nunca haría
algo tan mezquino.
Suspiro y me dejo caer en la silla.
—Ya lo has dicho.
—¿Mi punto? —pregunta ella, apretándose el pecho con fingida
sorpresa—. Ah, sí. Supongo que estaba describiendo al tipo con el que
deberías estar. No a Alex.
A veces creo que tiene un bloc de notas lleno de todas las formas en
que Alex me ha decepcionado a lo largo de los años. Es agotador,
aunque el odio de Emma proviene del hecho de que Alex a menudo se
opone a que salga con ella. Como si necesitara su aprobación. Es un
espíritu libre, o como ella misma dice, no está «encasillada por los roles
de género ni intimidada por las expectativas sociales». A Alex no le
gusta cómo se comporta con los hombres, y cree que de alguna manera
me influirá para que yo haga lo mismo.
Qué ironía.
Mierda. Ciertamente no necesito más deudas, y tal vez incluso
repercusiones legales. ¿Y si me demandan? Y con una mala
puntuación de crédito, ¿podría siquiera comprar una casa algún día?
Saco dos galletas Oreo de la caja que llevo en el bolso. Hoy no he
hecho nada para merecer el postre, pero esta situación sin duda
requiere una excepción a mi regla.
—Bien, mira —dice Emma mientras inhala. Sus fosas nasales se
ensanchan mientras una mirada decidida oscurece sus cálidos ojos
azules—. Aguanta, ¿bien? Encontraremos una solución. No puedes
arruinar tu vida por ese apartamento, no porque tu novio sea una
mierda. Ya se nos ocurrirá algo.
¿Qué solución? Sé que podría pedir ayuda a mis padres o a la propia
Emma, pero agotar sus ahorros no me parece una alternativa mejor.
Tardaría años en devolvérselos.
—Quizá debería intentar hablar con él. Explicarle…
—No. —Emma agarra mi muñeca con su pequeña mano y aprieta—
. No, Heaven. Sé que es tu novio y crees que lo conoces, pero créeme,
mi padre me ha contado todo tipo de historias horribles. Una vez que
rompes, la persona que creías conocer desaparece.
Soy consciente. Su padre, abogado de divorcios, nos dio el discurso
muchas veces mientras crecíamos. Nunca conoces a una persona, ni
siquiera después de décadas, ni siquiera si te quiere. Si el amor fuera
suficiente para mantener las cosas civilizadas, no habría divorcios
desordenados. El resentimiento acumulado, la mezquindad y la
venganza se interponen en el camino. La gente se vuelve
desagradable.
—Está bien, esperaré —acepto—. El contrato de alquiler vence
dentro de cuatro meses. En el peor de los casos… Entonces romperé
con él. —Vuelvo a mi bolso, tomo la caja de galletas y saco dos más,
luego dejo el resto sobre la mesa.
Cuando Emma suspira, me encojo de hombros.
—¿Qué? Mi novio me engaña.
Sus ojos se entrecierran.
—Heaven, «esto» es de lo que estoy hablando. ¿Te gustan las
galletas? Cómete las malditas galletas. —Toma la caja, vierte su
contenido en mi bandeja y la deja a un lado—. Solías disfrutar de la
vida. Solías comerte una caja entera de galletas de una sentada.
Trago saliva, miro las migas que han salido de la caja y ahora
infestan la mesa, y empiezo a limpiar.
—¡Y eso! —exclama. Cuando la ignoro, me aparta las manos de un
manotazo—. Basta, Heaven, lo juro por Dios. Deja de limpiar, deja de
intentar ejercer control sobre el último gramo de libertad que te queda
y recupera tu «vida.
Derrotada, miro las migas. Cientos de puntitos contra la superficie
blanca de la mesa. Hasta hace media hora, no habría sabido por dónde
empezar a hacerlo. Cómo recuperar mi vida. Pero ahora… ahora lo sé.
Deshacerme de Alex. Ahí es donde voy a empezar.

La cara que me devuelve el espejo es de un gris enfermizo.


Mechones rebeldes de pelo castaño enmarcan mi reflejo fantasmal,
escapando de mi coleta de trabajo. Mis ojos están hundidos, y un tono
sombrío de negro y morado rodea el ámbar al que estoy
acostumbrada. Mis labios carnosos están ligeramente agrietados, mi
nariz roja. Parezco un desastre.
Al menos, que no me hayan pedido que me quede hasta tarde en el
trabajo ha sido una bendición, porque Alex no está en casa cuando
llego. Antes de oír abrir y cerrar la puerta principal, tengo tiempo de
esconderme en el baño: depilarme, hidratarme, fregarme y hacer mil
millones de cosas en las que normalmente no perdería el tiempo.
Claro, es un escondite temporal, pero me conformo con lo que haya.
Ojalá pudiera vomitar toda mi rabia contra Alex, o llorar y decirle
que arruinó nuestra vida juntos, los planes que hicimos. Comprar una
casa, tener hijos… ahora todo está destruido. Si fuera por mí, estaría
esquivando muebles y platos. Pero no puedo. Emma tiene razón.
Tengo que pensar qué hacer si resulta ser un ser humano mezquino y
malvado.
—La comida está aquí. ¿Por qué tardas tanto? ¿Te estás preparando
para una boda?
Su voz resuena desde el otro lado de la puerta, y la fulmino con la
mirada. Tal vez sea porque no puedo verlo, pero no siento rabia. No
siento nada en absoluto. Pero tampoco puedo esconderme aquí para
siempre, o sospechará. Eso podría dar lugar a preguntas, y no estoy
segura de poder mantener la compostura si me hiciera la pregunta
adecuada.
—Ya voy.
Me envuelvo en una toalla y salgo corriendo del baño mientras él
baja a recoger la comida. Tengo poco tiempo para entrar en el
dormitorio y vestirme; Dios quiera que no se le ocurra nada si me ve
desnuda. Cuando vuelve, llevo puesta mi sudadera naranja menos
sexy y unos leggings, y me tiemblan las manos. ¿Le digo que estoy
agotada y que me voy a dormir?
—Te he traído un burrito bowl —grita desde la otra habitación.
Aprieto los puños y me escondo en la oscuridad del dormitorio. Mis
temblores no cesan y él va a descubrir que algo va mal en cuanto me
vea. Pero en algún momento tendré que enfrentarme a él, así que
respiro hondo para calmarme y entro en mi salón blanco sobre blanco.
Ya está comiendo y no me presta atención, demasiado absorto con su
programa de crímenes reales.
Echo una mirada preocupada al sofá blanco, la alfombra y la mesa
de centro, y rezo para que consiga mantener la salsa en su burrito.
Pienso en decir algo, pero me llamará gruñona. Dirá que estoy
demasiado tensa, que un poco de suciedad nunca hace daño a nadie
(con ese tono burlón que suele hacerme hervir de rabia), así que
reprimo la punzada de ansiedad en mi pecho.
—Gracias.
Cuando apenas asiente, con los ojos aún pegados a la tele, mi mirada
se posa en mi novio. Media década es mucho tiempo para perderlo con
alguien que busca ligues por Internet. No es muy diferente de hace
cinco años, y aunque lo he visto mil veces con su ropa de trabajo, esta
parece la primera vez. Solía adorar su corte de pelo rubio arenoso, la
forma en que un par de mechones caían siempre sobre su frente. Lo
que más me gustaba eran sus ojos. Son de un azul cobalto intenso, y
sus matices me recuerdan al cielo. Siempre le decía que había una
tormenta en sus ojos.
Cruzo las piernas en el cojín del sofá a su lado y abro el bol del
burrito, hurgando en él con el tenedor de plástico que lo acompaña.
Echo un vistazo a la carne y las verduras sobre un lecho de arroz
blanco y tomo un trozo de brócoli mientras él murmura algo sobre el
policía del programa de televisión.
Mis ojos se mueven de nuevo hacia él. A la forma de su mandíbula,
la línea recta de su nariz, el burrito en sus manos. El hombre alto con
el que pasé la mayor parte de mis veinte años es un completo extraño.
Y lo odio. Él me hizo odiarlo.
Odio cómo se sienta, con las rodillas abiertas como si necesitara todo
el espacio del mundo para acomodar su hombría de tamaño medio.
Me irrita cómo mastica la comida y el ruido húmedo de su saliva. Todo
lo que hace me parece como clavar clavos en una pizarra, ahora que sé
que busca ligues para una sola vez.
Mi cuerpo rechaza cualquier alimento por segunda vez hoy, así que
espero a que termine, decidiendo mi excusa para desaparecer
rápidamente después de cenar. Afortunadamente, no necesito usar
ninguna. Cuando termina de comer, me mira, dice que tiene que
trabajar y se dirige a grandes zancadas al despacho. Pero la expresión
de sus ojos se me queda grabada. La indiferencia, la frialdad.
No puedo decir que no me haya dado cuenta antes de que ya no me
mira como antes, aunque no sé exactamente cuándo ocurrió por
primera vez. Pero desde hace tiempo, sé que no es así como se supone
que debo sentirme. Y también he dudado de mí misma, pensando que
eso le pasa a todo amor. Muere en algún momento o se convierte en
otra cosa. Afecto, tal vez. En algún momento, la familiaridad sustituye
a la lujuria y el deseo.
Tal vez tenga razón y le ocurra a todo el mundo, pero no esperaba
que ocurriera después de solo unos pocos años juntos.
Independientemente de los cambios que ha sufrido nuestra relación,
se supone que él no es infiel. Se supone que mi novio no busca citas
calientes en Internet. Se supone que yo soy su cita caliente.
Con los recipientes de comida fuera del camino, limpio la mesita.
Tomo la única taza que hay en el fregadero, la lavo, la seco y la pongo
junto al juego de tazas blancas idénticas con rayas negras que hay
sobre el fregadero, girándola hasta que queda exactamente en la
misma posición que sus duplicados. Solo una vez que coincide
perfectamente con las demás, mi corazón palpita de satisfacción. Entro
en el dormitorio y, tras enderezar el edredón de lino e inflar las
almohadas, me dejo caer sobre él con un suspiro.
¿Por qué no puedo ordenar mis emociones? Siento una mezcla de
tristeza y rabia, pero no la suficiente. Debería estar furiosa, planeando
escupirle en el café o hacer cualquier otro acto insignificante que me
diera satisfacción. Debería llorar, gritar, jadear, aferrarme al corazón,
donde el dolor debería ser más intenso y físico, pero no es así y no lo
hago.
Quizá porque es más fácil fingir que no ha pasado. O tal vez es
porque su engaño sigue siendo nada más que la captura de pantalla
de su perfil que Emma me envió después de nuestro almuerzo de hoy
temprano.
Abro la imagen y no hay duda de que es él.
«Alex D., busca ligues de una sola vez».
En su foto de perfil, está en la boda de su primo. Lo sé porque yo la
tomé. La que usa para ligar con chicas al azar es una foto que hice yo.
Sonríe a la cámara con la tormenta en los ojos y lleva la camisa blanca
y la chaqueta marrón desabrochadas. Sabe que me encanta esa foto:
parece uno de esos modelos de pasarela que se ven en las vallas
publicitarias de los perfumes. Quizá por eso la eligió. Pensó que a otras
chicas también les gustaría.
Una lágrima se escapa de mis ojos y rueda por mi mejilla. Me la
limpio con el dedo, sin saber qué pensar de ella. Un atisbo de tristeza
me sacude el corazón, como una gota de lluvia que cae en un charco y
crea ondas antes de que el agua se aplane de nuevo.
Necesito más pruebas de su traición. No es que no confíe en Emma,
porque aprendí mi lección, pero quiero ver su perfil con mis propios
ojos. Conseguiré toda la información que necesito antes de
enfrentarme a él.
Sin pensármelo dos veces, cierro el chat con Emma y descargo
RadaR.
Cuando aparece en mi pantalla un corazón rosa en llamas sobre un
fondo rojo, siento que, por primera vez en años, la caja en la que me
han metido me aprieta demasiado. Como si necesitara estirar los
músculos, dejar que mis pulmones se llenen de aire. Como si
necesitara llenarme de energía y explotar. Por primera vez en años, me
siento desquiciada.
Aprieto el teléfono con los dedos y aprieto tanto la mandíbula que
me llegan ondas dolorosas desde los dientes posteriores hasta el
cerebro.
—Ligues de una sola vez, ¿eh? —murmuro en voz baja—. Lo tienes,
Alex.
Agente encubierto

Camino por los grises pasillos del edificio de Emma, mientras mis
dedos teclean al mismo tiempo un mensaje para mi jefe. Aunque
trabajo con la gente más despreocupada del sector del marketing, mi
función como gestora de proyectos me obliga a trabajar como una
esclava de nueve a cinco. Y los sábados, como hoy.
Su apartamento es, por definición, todo lo contrario al mío. Cálido,
indie. Las baratijas de colores abarrotan el espacio, y la mayoría de
ellas tienen una historia, como el gato de porcelana verde que
compramos cuando nos pasamos con el sake en uno de nuestros
restaurantes favoritos.
—¿Hola? —llamo, abriéndome paso por su salón y entrando en la
cocina. Tiene el frustrante desorden habitual por todas partes. Dos
dedos de polvo en los estantes azules, platos acumulándose en el
fregadero. Quizá me deje lavarlos.
—¡Eh! —Aparece detrás de mí y me aprieta fuerte—. ¿Cómo estás?
Al pasar junto a la mesa, su larga melena rubia se agita a cada paso.
Abre la puerta de la nevera y me mira por encima del hombro. Una
mirada de «siento que tu novio te esté engañando».
—Bien. Hice algo… estúpido.
Saca una jarra que contiene un líquido anaranjado-rojizo y sus
grandes ojos azul claro se iluminan. Casi puedo ver cómo mueve el
rabo al saber que vengo cargada de chismes.
—He descargado RadaR.
Deja la jarra sobre la mesa, el líquido resbala por el borde y mi
cerebro se pone en estado de alerta.
—H, ¡es increíble! Deberías salir y divertirte, no suspirar por esa
sabandija. ¿Sabes lo que hice anoche? —Cuando niego con la cabeza,
toma su teléfono y me enseña una foto de un tipo moreno con rastas
rubias que parece que vive en una playa y trabaja como galleta de
coco—. Él. Me llevó a patinar sobre hielo, luego a un camioncito de
comida donde comí los mejores tacos de mi vida, luego me destrozó.
—Se queda sin aliento al pensar en ello mientras vierte el líquido en
los vasos, sus labios carnosos se curvan en una sonrisa complacida.
—Eso es… —hago una pausa, intentando pensar en la palabra
adecuada— maravilloso, Em. Y por mucho que me encantaría que
alguien como… —entrecierro los ojos mirando la pantalla— Juan, me
destrozara, no es por eso por lo que me he descargado la aplicación.
Tras colocar dos pajitas rosas en los vasos, Emma desliza una hacia
mi lado de la mesa.
—Entonces, ¿por qué?
—Para atraparlo en el acto.
—¿Alex? —pregunta, y cuando asiento con la cabeza, da un pisotón
en el suelo—. ¡Oh, me encanta esta nueva vieja Heaven!
Sacudo la cabeza riendo. Una buena amiga me diría que es la peor
idea del mundo. Que debería terminar con él amistosamente y seguir
adelante. Pero Emma no es una buena amiga. Es mi mejor amiga.
—En serio, H. Es genial. ¿Cuál es el plan?
—Crearé un perfil falso y coincidiré con él. —Los siguientes pasos
son bastante fáciles de adivinar. Conseguiré las pruebas que necesito
y la venganza que merezco.
Sorbe de su pajita.
—O podrías saltarte la venganza virtual por completo y ponerle
crema para los pies en el yogur. Incluso mejor, podríamos cortar cada
uno de sus trajes en pequeñas rayas. —Le brillan los ojos—. O
podríamos plantar un par de bolsas de cocaína en su traje, entonces…
—Dios mío, Em. No. Y recuérdame que nunca te haga enfadar. —
Cuando pone los ojos en blanco, jugueteo con un trozo de papel
abandonado—. Concertaré una cita, y apareceré en lugar de su cita
caliente. Luego romperé con él.
—¿Y el apartamento?
Me encojo de hombros y bebo el primer sorbo, dándome cuenta
rápidamente de que estoy bebiendo sangría cuando el líquido ácido y
dulce se apodera de mis papilas gustativas.
—Esperaré a que venza el contrato de alquiler para fijar nuestra cita.
Pero al menos no seré su víctima indefensa mientras tanto. Lo
convertiré en mi víctima.
Sus ojos se desvían, su bonita nariz se arruga mientras se revuelve.
Debe de estar imaginándose la escena, porque sonríe.
—Otra vez, lo entiendo perfectamente. —Ladea la cabeza y su
pendiente de aro asoma bajo sus ondas playeras—. Supongo que estoy
sorprendida.
Mi dedo recorre el borde del vaso de tallo largo.
—Siempre pensé que estaba haciendo lo correcto con Alex, Em.
Pensaba que así es como funciona, que en algún momento tienes que
comprometerte y seguir con alguien aunque las cosas se vuelvan…
—¿Horribles?
—No, solo…
—¿Abusivo al límite?
Pongo los ojos en blanco.
—Solo… aburrido.
Emma me aprieta la mano encima de la mesa cuando mi barbilla se
tambalea.
—Creo que es genial. Terapéutico. Solías ser un toro con bandera
roja, y Alex te robó esa parte de ti. Es hora de volver a tus días de zorra
mala.
Con un movimiento de cabeza vacilante, le paso mi teléfono.
—Prepáralo tú. Si lo hago yo, me lo replantearé con el perfil a medio
crear.
—Está bien —dice con un suspiro. Tomo una patata frita y me quedo
mirando sus dedos, que teclean furiosos en mi teléfono—. Correo
electrónico añadido. Ahora necesitamos un nombre.
Limpiándome las manos en una servilleta azul de papel de dos
capas y evitando las astillas que infestan su mesa más vieja que la vida,
miro fijamente al salón. Mis ojos se centran en la luz roja intermitente
del televisor en modo de espera mientras la duda se desliza por mis
venas, metiendo sus dedos espinosos en mi torrente sanguíneo. ¿Qué
estoy haciendo? Esta no es la forma correcta de hacerlo. Crear un perfil
en una aplicación de citas para sorprender a mi novio in fraganti es lo
más estúpido que podría hacer.
Emma tararea, estirando sus largas piernas en la silla junto a la mía.
—Debería ser algo poético.
—Poético… —murmuro mientras Emma mordisquea su pajita rosa,
con los ojos todavía clavados en el teléfono que tiene en las manos.
—Sí. Este es un momento crucial para la historia de tu vida. Te
deshaces del hombre que te entrega un sobre con dinero en cada
cumpleaños.
Tras una suave carcajada, se hace el silencio. Emma mueve los ojos
de un lado a otro de la habitación, arruga la frente y mueve
ligeramente los labios. Cuando chasquea los dedos, sus ojos se abren
de par en par y brillan.
—Ya está. La convertiremos en tu opuesto exacto. Nombre incluido.
Claro, tiene sentido. Si Alex me quisiera, estaría conmigo. Él quiere
otra cosa.
—Lo contrario de mi nombre. —Puse mi vaso sobre la mesa—. Así
que mi nombre de incógnito es Infierno.
Escribe algo con rabia y le da la vuelta a mi teléfono.
—Nevaeh —leo, y mis labios se curvan en una sonrisa
involuntaria—. ¿Es un nombre?
—Si Apple y Siri son nombres aceptables, también lo es Nevaeh. —
Pulsa otra cosa en la pantalla—. Ahora, necesitamos una foto.
¿Supermodelo al azar?
Mi corazón se hunde. ¿De quién se supone que debo usar la foto?
¿No es eso un delito? ¿Robo de identidad, tal vez?
—No, eso es un lío. Dios mío, Em. ¿Qué estoy haciendo? —pregunto
mientras escondo la cara entre las palmas de las manos.
—Está bien. Vamos a darle un cambio de imagen a sus videojuegos
con un martillo. —Suelta el teléfono, y mi estómago se siente cubierto
de pintura negra mientras la miro fijamente. ¿Es esto lo que significa
estar en una relación? ¿Perder los nervios? Nunca he sido impulsiva,
pero en los últimos años me he convertido en un parásito, demasiado
cómoda en mi capullo de tristeza familiar como para forzar el cambio.
Siempre elijo la alternativa segura antes que la aterradora.
Agarro el pequeño aparato y miro fijamente la pantalla oscura,
esperando que me dé una respuesta, y cuando me vuelvo hacia Emma,
tiene las cejas arqueadas.
—¿Y las fotos de Olivia?
—¿No se han visto antes?
Sacudo la cabeza.
—Sabes que hace años que no la veo. La última vez que nos visitó,
Alex y yo estábamos fuera de la ciudad, y antes de eso… —Con un
suspiro, repaso rápidamente mis recuerdos—. Aún no estábamos
juntos.
—¿No son amigos en las redes sociales? —pregunta Emma, que
inmediatamente pone los ojos en blanco—. Ah, claro. Es un teórico de
la conspiración.
Reprimo una risita. No me atrevería a llamarlo así, pero odia las
redes sociales y no para de despotricar sobre la privacidad y el
Gobierno. Está claro que no piensa lo mismo de RadaR, el hipócrita.
—Ella es cien por cien tu opuesto —dice Emma con una sonrisa
traviesa, mirando fijamente a la pantalla. La gira hacia mí y Olivia me
devuelve la sonrisa desde el móvil.
Me encanta esta foto suya. La tomé el día de su graduación, hace
ocho años. Lleva un vestido de cóctel rojo, sostiene una botella de
champán a punto de explotar y se ríe de algo fuera de cámara. Fue una
de las últimas noches que pasamos las tres juntas antes de que se
trasladara a Sydney para su nuevo y elegante trabajo.
No hay duda de que Alex la encontrará atractiva. Olivia es preciosa.
Durante mucho tiempo, deseé tener unos rizos castaños como los
suyos, que rebotan en todas direcciones cuando camina, su piel
bronceada y sus cautivadores ojos felinos.
Quizá debería preguntarle a Olivia si puedo robarle las fotos para
poner a mi novio al tanto, pero hay catorce horas de diferencia horaria
entre nosotras y probablemente esté durmiendo. Además, Emma,
Olivia y yo somos amigas desde siempre. Sé que no le importará que
se lo cuente mañana. De hecho, si estuviera aquí, me animaría.
—Hazlo —digo con voz firme.
—Bien. ¿Qué tal esto? —Me enseña la pantalla de mi teléfono y echo
un vistazo a las palabras que ha escrito en la descripción de Nevaeh.
«Buscando diversión, sin compromiso serio. ¡Dame un toque si tú
también estás tomando un descanso de tu vida!»
—Sutil —comento con la mirada.
—No intentaba ser sutil.
Con una mirada punzante, golpeo con los dedos el borde de la mesa.
—¿Y ahora qué?
Emma se encoge de hombros.
—Ahora, añade algunas fotos más y empieza a deslizar hasta que
encuentres a tu novio de sofá.
Me bebo el resto de la sangría de un trago, con el estómago revuelto
mientras contemplo lo terrible que es esta idea. Suponiendo que
coincidamos, ¿cómo voy a enviarle mensajes a mi novio sin que se dé
cuenta de que soy yo? ¿Y cómo voy a flirtear con él sabiendo que es un
infiel y un mentiroso? Tal vez Emma debería hacerlo en su lugar.
—¿Cuánto tardaremos en encontrarlo? —pregunto, moviéndome
hacia la nevera para rellenarla—. ¿No hay como un millón de personas
en estas aplicaciones?
—Pondremos algunos filtros. Su edad exacta, y un pequeño radio
de kilómetros. No puedo garantizarlo, pero deberías encontrarlo.
Respiro hondo mientras vuelvo a sentarme.
—Además, nunca se sabe. Quizá tú también conozcas a alguien.
Escupo un ruido raro y agudo, y cuando Emma me saluda con una
ceja levantada, me burlo.
—Quieres decir que Nevaeh también encontrará a alguien.
Emma sacude la cabeza con una suave carcajada.
—Ah, claro. Bueno, tómatelo como una práctica. Si hay algo que te
guste aquí… —señala el teléfono y se encoge de hombros— puedes
volver como tú misma.
Pongo los ojos en blanco cuando termina de configurar el perfil y se
me aprieta el estómago cuando me devuelve el teléfono. Oficialmente,
soy una morena informal, divertida y sin compromisos.
Nevaeh.

Atravieso a trompicones la puerta de mi apartamento poco después


de las diez, con la nariz estrujada por los platos amontonados en la
mesa de la cocina y los calcetines y zapatos de Alex, abandonados
cerca del sofá. Me cuesta tragar la saliva que de repente me llena la
boca.
Sabe que el desorden me hace explotar, y se toma mi obsesión por
el orden como una excusa para dejar sus cosas por ahí.
«De todas formas, te gusta limpiar», dice siempre, y tiene razón. Sin
embargo, me inquieta que se aproveche de ello.
No me molestaba tanto. No hasta ayer, al menos. No antes de
enterarme de que está buscando ligues. Pero ahora… ahora me mata
un poco.
Con un suspiro, recojo los calcetines y los tiro al cubo de la ropa
sucia. Mientras me dirijo al fregadero con los platos en la mano, él
entra en la cocina y se dirige a la nevera.
—Hola, has vuelto.
Asiento con la cabeza.
—¿Estabas con Emma?
—Sí.
Sus labios se fruncen.
—¿Había alguien más allí?
Increíble. ¿«En serio» me está haciendo esta pregunta?
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que te engañe?
Se le cae la mandíbula y se le encienden los ojos.
—¿Por qué dices eso? ¿Por qué dices eso?
Porque «estás» siendo infiel. «Estás» siendo deshonesto, y no tienes
derecho a «hacerme» esta pregunta.
Quiero decirlo. Pero mi apartamento, mis ahorros, mi reputación.
Solo tengo que resistir unos meses.
—Lo siento —murmuro, cambiando mi atención a las migas de pan
en el plato que estoy sosteniendo—. No había nadie más. Emma hizo
sangría y nos quedamos charlando en la mesa de su cocina.
Se vuelve hacia mí con una cerveza en las manos, los ojos
entrecerrados mientras ladea la cabeza.
—¿Estás borracha?
Él sabe que estoy borracha. Según él, cada vez que tomo unas copas,
mis ojos se ponen vidriosos y mis mejillas adquieren un tono rojo
específico.
—Un poco achispada.
Deja la cerveza y se acerca.
—Bonito. ¿Quieres…?
Los platos caen de mis manos al fregadero cuando su mano me toca
el culo, haciendo un horrible ruido metálico al caer sobre tenedores y
cuchillos. Me vuelvo hacia él y trago saliva para quitarme la sequedad
de la boca.
—¿Qué? —pregunto en un suspiro.
Da otro paso y me siento demasiado agitada para hablar. Puede que
sea el simple hecho de que se me está insinuando, cosa que no ha
ocurrido en meses. Pero es más probable que sea consciente de que
cree que el hecho de que yo esté borracha aumenta sus posibilidades
de ligar. ¿Qué he hecho para que piense eso?
Me toma la mano y con la que tiene libre se desabrocha los vaqueros
y se baja los calzoncillos. Lo miro fijamente, una vez más, demasiado
perpleja para hacer nada. Mi mirada se desplaza a su pene blando,
colgando y ahogándose en un vello corto y rizado, y a sus vaqueros
arrugados por los muslos.
—¿Heaven? —Sonríe como si no se diera cuenta de la sorpresa que
se dibuja en mi cara. Si lo hace, no parece importarle—. Ven aquí.
Me acerca, y cuando su mano empuja mi hombro hacia abajo, casi
obedezco. Estoy así de entumecida. Mi cuerpo se dobla, mi mente es
incapaz de procesar lo que está pasando.
Ha hecho esto antes, muchas veces. Pero nunca tan abruptamente,
nunca tan… irrespetuosamente. Como si estuviera aquí para
chupársela cuando quisiera. Donde él quiera. Como si lo único que se
interpusiera entre mi boca y su pene en cualquier momento fuera su
ropa interior o lo mucho que he bebido.
Pero se equivoca.
—Para —le ordeno, apartando su mano de un manotazo.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —pregunta con el ceño fruncido. El hecho
de que parezca disgustado me hace odiarlo más.
—No quiero hacerte una mamada mientras lavo los platos. Eso es lo
que está mal.
Se burla y se abrocha los vaqueros. Una vez más, la sorpresa se
dibuja en su cara, y lo peor es que lo entiendo. Nunca he dicho que no,
así que cree que haré lo que me pida.
—Como quieras. —Sale de la cocina y lo siguiente que oigo es la
puerta del despacho cerrarse de golpe.
Froto el plato en el fregadero, veo cómo mis lágrimas se mezclan con
el agua y el jabón, cómo me escuecen los ojos mientras el rímel se me
apelmaza en las pestañas.
Puede que no haya dicho «no» antes, pero voy a empezar ahora. Y
no es lo único que haré.
Una vez que todo está limpio, me siento en el sofá, me aseguro de
que la puerta de la oficina en casa sigue cerrada y abro RadaR. Parece
bastante sencillo y soy lo bastante experta en tecnología.
RadaR me muestra la primera foto de un hombre que encaja con mi
configuración, y las otras dos categorías son: Coincidencias y Perfil.
Mi mirada se dirige de nuevo a la puerta del despacho antes de
deslizar el dedo hacia la izquierda. Me imaginaba que esta sería la
parte más insoportable, pero los perfiles que encuentro me hacen
sonreír y luego soltar una carcajada.
Robert K. ha subido cinco fotos suyas y no hay ni una camiseta a la
vista. Julian B. debe ser un fanático de la salud. En la primera foto está
trepando por una cuerda, y en la segunda se está flexionando en el
espejo de un gimnasio. Mi favorito hasta ahora es Trevor S. En la
primera foto está sosteniendo un tigre bebé y su biografía dice
«Disfruta la vida. De fiesta. En la playa. Solo mujeres guapas».
Me pregunto cómo no se han extinguido aún los seres humanos,
deslizo el dedo hacia la izquierda y me congelo.
—Shane H. —Leo en voz alta. Un hombre moreno llena la pantalla
y mis ojos se dirigen a sus iris, del mismo color que el cacao. Tiene una
de esas miradas que pueden mover montañas. Profunda e implacable.
Pero su sonrisa es tan genuina y contagiosa que lo último que parece
es antipático.
Echo un vistazo a su traje azul noche y me desplazo a la segunda
foto. Tiene unas bonitas pestañas. Largas y oscuras. Y en esta foto tiene
un poco de barba incipiente. Le queda muy bien.
Paso a la tercera, y es tan buena como las dos primeras. Es más alto
que el grupo de gente que lo rodea y tiene los hombros anchos.
Echando un vistazo rápido, también frecuenta el gimnasio más a
menudo que Alex.
«Shane H. 30 años. Personalidad tipo A. Fanático del control, con
exceso de trabajo, estresado y extremadamente competitivo. Si sigues
leyendo, ya sabes casi todo lo que me pasa. A partir de ahora, las cosas
solo pueden mejorar. Buscando algo casual, pero abierto a negociar
también. #OdioLosHashtags»
Una risita brota de mis labios.
La descripción que hace de sus defectos es como mirarse en un
espejo. ¿Personalidad tipo A? Esa es la descripción de mi trabajo. He
perdido la cuenta del número de veces que Alex me ha llamado
maniática del control por mis hábitos de limpieza, o que mi madre ha
señalado que siempre estoy estresada. Puede que tenga demasiado
trabajo, pero soy una adicta al trabajo, y apenas hay un momento en el
que sienta que es demasiado. Y que Shane H. diga que es
extremadamente competitivo me hace querer demostrarle que soy
mucho más competitiva que él. Así de competitiva soy.
Vuelvo a mirar sus fotos y, ahora que conozco sus defectos, me
parece más guapo, si cabe. Si nuestros defectos son tan parecidos,
¿también lo serán nuestras virtudes? ¿Es simpático hasta la
exageración, como yo? ¿Es inteligente e intuitivo, alguien con quien la
gente cuenta?
Me acuerdo de lo que pasó en la cocina con Alex. Por un segundo,
la mezcla de alcohol y rabia hace que mi dedo planee sobre el botón
«Coincidir». Pero respiro hondo y sacudo la cabeza como un perro se
sacude el pelo. Dejar que mis emociones nublen mi juicio no es algo
que me permita hacer a menudo. Casi puedo oír a Emma gritarme al
oído que debería dejar de darle vueltas a todo y vivir un poco, pero
probablemente el error fue abrir RadaR después de cuatro copas altas
de sangría.
Guardo el teléfono, me dirijo al baño y comienzo mi rutina nocturna.
Es pronto, pero cuando bebo, necesito unas horas más de sueño. A las
diez ya estoy bajo la manta. Alex se une poco después, diciendo algo
sobre ir a casa de sus padres por la mañana. Apenas soporto mirarlo,
y lo que es más molesto es que parece enfadado conmigo.
Una vez tumbado a mi lado, sus dedos me rodean el hombro.
—¿Segura que no quieres?
Lo miro fijamente durante unos segundos, y lo odio con tal
intensidad que casi me asusta.
—Segura.
Con un suspiro, rueda hacia un lado.
—Buenas noches.
Cuando se apagan las luces, estoy segura de que me sale humo por
las orejas. Miro fijamente al techo, pero no puedo dormir mientras
cada una de las cosas horribles que hace a diario se amontonan en mi
cabeza, y la rabia brota de mí como lava caliente. Me caen lágrimas por
las mejillas y me las seco con la manga de la camisa.
Alex es un imbécil. Lo he dejado ser un imbécil, y eso es lo que es
ahora.
Por un momento, desearía poder escapar, pero no hay ningún sitio
al que pueda ir. Claro, podría esconderme en casa de Emma o correr a
casa de mis padres. Pero este es mi apartamento. Mi espacio seguro.
Mi hogar.
Así que no me voy. No le grito a Alex como quisiera, ni lo echo. El
miedo me paraliza. ¿Y si se niega a pagar su parte del alquiler? ¿Y si
acabo cubierta de deudas, demandada, sin casa? Aún no puedo
permitírselo, pero se me ocurre el acto de rebeldía que necesito en este
momento.
Me vuelvo hacia la mesilla de noche, tomo el móvil y abro RadaR.
Luego, mirando fijamente a los ojos de Shane, deslizo el dedo hacia la
derecha.
«Juego, set, match».
El primer contacto

SHANE:
¿Quieres salir ésta noche?

Miro fijamente el mensaje en la pantalla, lo único que puedo ver en


la oscuridad total de mi habitación. El día llegó y se ha ido y el fin de
semana casi ha terminado. Sin embargo, parece que Shane H. todavía
quiere divertirse el domingo por la noche.
Pongo los ojos en blanco y gimo en mi mano. Mataré a Emma. En
realidad, la torturaré y luego la mataré. Y sé que no es culpa suya. Es
culpa mía. Pero me hizo tragar jarras de sangría y no me dio de comer
más que papas fritas. Así que es culpa suya que me fuera a casa y
deslizase a la derecha en la foto del hombre más guapo que he visto
nunca. Y que él coincidiera conmigo y me mandara un mensaje.
Bueno, a mí no. A Nevaeh.
Tomo mi teléfono y releo su mensaje mientras mis manos tiemblan
de aprensión, haciendo que las palabras bailen. ¿Qué demonios se
supone que debo hacer ahora? Bien, supongo que no es una decisión
tan difícil. Ignoraré su mensaje. Conseguirá una pista y se deslizará en
los MDs de otra persona. Pero mis dedos temblorosos dan golpecitos
en el mensaje hasta que se abre el chat entre nosotros, y luego en su
foto de perfil. Aunque no responda, entretenerme con ese
pensamiento durante unos segundos es exactamente lo que necesito
para animarme esta noche.
Mirar fijamente su sonrisa solo confirma la estupidez que he
cometido, porque quiero contestar. Ojalá pudiera decirle que sí. Que
me reuniré con él esta noche. Que puede venir y que podemos tener lo
que imagino que será el mejor sexo de mi vida.
Pero le envió un mensaje a Nevaeh, no a Heaven. Él la encuentra
atractiva, a mí no. Y no voy a dejar que Alex me convierta en una
persona vengativa. Me conformaré con mirar su foto como hacía de
adolescente con mi póster de Johnny Depp.
Recorro las tres fotos de su perfil hasta que las tengo grabadas en la
memoria, las estudio durante tanto tiempo que, cuando dejo caer los
párpados, me imagino su reloj negro mate o la vista de la ciudad a sus
espaldas hasta el más mínimo detalle.
Con un suspiro, bloqueo la pantalla y tiro el teléfono sobre el
edredón. Esto es patético. Estoy de luto por mi relación moribunda y,
aunque este chico es indudablemente guapo, estoy proyectando al cien
por cien. Imaginando que será capaz de sacudir mi mundo, o que es el
tipo de hombre que apreciará mis obsesiones, me apoyará y será un
compañero para mí como yo lo sería para él. Imaginando que no se
parecerá en nada a Alex.
Me arrastro hasta la cocina, lleno un vaso de agua y me lo bebo de
un trago. Cuando vuelvo la vista al dormitorio, un pequeño rectángulo
encima de la cama lo ilumina.
Mi reacción ante la posibilidad de recibir otro mensaje de Shane es
francamente vergonzosa, teniendo en cuenta que nunca lo he visto y
que él cree que soy otra persona. Pero este conocimiento no me impide
entrar en el dormitorio, con la energía nerviosa rebotando en pequeñas
chispas. Me abalanzo sobre el teléfono, que está en el centro de las
sábanas, y apenas he recuperado el aliento cuando miro la pantalla. Es
él.

SHANE:
No, no me dejes en visto. Es peor que el rechazo real.

—¡¿Esta cosa tiene una función de visto?! —grito, arrastrando mi


mano por la cara. Girando sobre mi vientre, me golpeó la cabeza contra
el colchón una y otra vez, y cuando por fin me detengo, mechones de
mi pelo oscuro me cubren buena parte de la cara.
Bien, ha dicho que el rechazo es mejor que el silencio, así que lo
rechazaré educadamente.
Abro el chat, trago saliva en cuanto leo sus dos mensajes. Escribo:
«Hola», y me detengo. El corazón se me acelera, no sé si por el miedo
o por la adrenalina. Después de todo, esto es lo más emocionante que
me ha pasado en, bueno, años.
Vuelvo a escribir, pero lo borro todo. No puedo decirle que esta
noche estoy ocupada. Me propondrá quedar esta semana. Y no puedo
decirle que no me gusta, porque ¿por qué habría deslizado a la derecha
si fuera así? Podría decirle que estoy buscando algo serio, pero mi
perfil dice otra cosa, y por las descripciones de Emma, esta aplicación
no es el lugar para encontrar el amor.
Mi teléfono vuelve a encenderse.

SHANE:
Maldita sea. ¡¿Doble visto?! ¡No tienes corazón!

Gimoteo. No puedo evitarlo: me sale como el corcho de una botella


de champán. Abro el chat y tecleo sin pensármelo dos veces.

NEVAEH:
No pensaba dejarte en visto. Estaba tratando de averiguar qué decir.

Antes de que me dé tiempo a leer el mensaje, ya lo he enviado.


—Dios mío —susurro, mirando fijamente mi teléfono. ¿He
contestado en serio? Y… ¿es eso lo que he elegido decir? Qué tonta.

SHANE:
Oh, así que tienes corazón. ¿Ha habido suerte?
No, nada de suerte. Suerte sería que no supiera mi dirección, si
alguna vez decidiera visitarme. Suerte sería que Shane no volviera a
coincidir conmigo, y no estuviéramos teniendo esta conversación.
Suerte sería que Alex no me engañara después de una relación de cinco
años para empezar.
Cruzo las piernas en el centro de la cama, mirando el móvil, sin
saber qué decir. Me palpita todo el cuerpo y sé que tengo que contestar
con algo, pero no se me ocurre nada. Me ahorra la molestia y vuelve a
enviarme un mensaje.

SHANE:
¿Qué te traes entre manos?

Suelto el teléfono, con los ojos desorbitados. ¿Me está dando


conversación? Me ha pedido quedar y no he aceptado. ¿Por qué no ha
perdido el interés?

NEVAEH:
Dormir.

Debería preguntarle qué está haciendo, sería lo más educado. Pero


no lo hago, porque no quiero abrir la puerta a que me vuelva a
proponer vernos. Los tres puntos que saltan en la pantalla me indican
que está escribiendo.

SHANE:
Nunca consigo dormirme antes de las dos o las tres de la mañana.

Es peligroso lo que esto me hace. Tener la primera pieza del


rompecabezas sobre este hombre. Sé algo sobre él, y la información
reverbera a través de mí. ¿Tiene insomnio? ¿Es adicto al trabajo? ¿Un
búho nocturno?
Tal vez pueda preguntar.
NEVAEH:
¿Por qué?
SHANE:
No estoy seguro. Si le preguntas a mi madre, probablemente te dirá
que jodí mi ciclo de sueño cuando era adolescente. ¿Mi suposición?
El estrés.

Una sonrisa tuerce mis labios. Pero hay un problema. Quiero saber
más. Vuelvo a teclear y los dedos me tiemblan de adrenalina.
Reconozco el hormigueo en mi cuerpo, mis músculos se tensan como
si fuera a saltar al otro lado de la habitación.

NEVAEH:
¿Qué te estresa?
SHANE:
De momento, el no saber si me dejarás en visto y cuándo. Pero
normalmente, el trabajo. Mi familia loca.

No sé si está bromeando. No usa emojis y no puedo distinguir su


tono en un mensaje de texto. Pero, de algún modo, me parece que está
sonriendo mientras lo escribe, y yo también.

NEVAEH:
Te prometo que yo no lo haré. No puedo tener tu ciclo de sueño en
mi conciencia.
SHANE:
Ya estoy mucho más relajado… Y aquí viene el primer bostezo.

¿Está tumbado en la cama como yo, mirando el móvil en el silencio


de su habitación? A lo mejor ha salido de fiesta o a dar un paseo. De
repente, necesito saberlo.

NEVAEH:
¿Qué estás haciendo?
SHANE:
Estoy viendo una película antigua en el canal cinco. Casi ha
terminado, pero pronto empezará una buena.

Está viendo la tele. La idea me llena el corazón de emoción infantil,


porque en todas sus fotos lleva traje, así que así es como me lo imagino.
Con un elegante traje azul, sentado en su sofá y viendo una película.
Cuando los tres puntos vuelven a parpadear, me abalanzo sobre el
mando a distancia. Pulso cinco veces y en la pantalla aparece una
película en blanco y negro. Toda la escena está inundada de un efecto
sepia, la imagen amarilla está granulada y los efectos de sonido son
terribles.
Pulso el botón de información de mi mando a distancia y me burlo.
El Código del Oeste. Me encantan las películas antiguas, pero esta podría
ser demasiado antigua.

SHANE:
¿Te la has puesto?

Con una risita, respondo que sí y pulso más botones hasta que la
guía de los canales aparece en la pantalla del televisor. Una vez que lo
hace, me quedo boquiabierta, con los ojos desorbitados. La siguiente
película es mi favorita. Un clásico. Volver al futuro. He visto a Marty y
Doc intentar no estropear la línea temporal cientos de veces. Cada vez
me pongo enferma, triste, celebrando algo y todo lo que ocurra entre
medias.

NEVAEH:
¿Bromeas? La próxima película no es solo buena. ¡Volver al Futuro
es la mejor película del universo!
SHANE:
Espera un minuto, Doc. ¿Me estás diciendo que construiste una
máquina del tiempo… a partir de un DeLorean?

Se me cae la mandíbula. ¿Se sabe los diálogos de memoria?


NEVAEH:
Tal y como yo lo veo, si vas a construir una máquina del tiempo en
un coche, ¿por qué no hacerlo con estilo?
SHANE:
Eres increíble.

«Soy increíble».
Chillo y me deslizo hacia abajo hasta apoyar la cabeza en la
almohada. Es estúpido y estoy exagerando, pero definitivamente voy
a ver esta película esta noche. Y es para celebrar que soy increíble.

SHANE:
¿La ves conmigo?

Mientras leo las palabras en mi pantalla, mi excitación se disipa. He


olvidado lo que está pasando, por qué me habla. Quiere que vaya a su
casa a ver una película. Pero yo no soy Nevaeh.

NEVAEH:
No puedo.

Es todo lo que puedo decir. No tengo derecho a estar decepcionada,


pero lo estoy. Esta ensoñación ha durado diez minutos y ha sido tan
estimulante que ya tengo síndrome de abstinencia. Quiero que vuelva
el subidón, las mariposas agitando sus alas en mi estómago. Quiero
que piense que soy increíble. Quiero ver mi película favorita con él.

SHANE:
Marty, el futuro no está escrito. Se puede cambiar. Cualquiera
puede hacer de su futuro lo que quiera que sea.

Sonrío, pero esta vez es agridulce. Sigue citando mi película favorita,


intentando convencerme. Pero no puedo hacer mi futuro, no con esto.
Y aunque le prometí que no lo dejaría en leído, frunzo el ceño y miro
el teléfono sin contestar.
Termina la película de vaqueros y aparece un anuncio en la pantalla
del televisor mientras recibo otro mensaje que me acelera el corazón.

SHANE:
Cinco minutos. Tiempo suficiente para hacer palomitas y ver VAF
conmigo.

Oh. ¿Quiere que veamos la película… así? ¿A través de texto?

NEVAEH:
¿Estás comiendo palomitas?

En lugar de los puntos, aparece el icono de una foto, y mi teléfono


se me cae de las manos, sobre la cama.
Dios mío, me envió una foto. ¿Y si es una foto de su cara? O… ¿y si
es una foto de sus… pelotas?
Vuelvo a tomar el teléfono y miro la pantalla, pero no pulso el icono.
En lugar de eso, tecleo.

NEVAEH:
¿Me arrepentiré de abrir esta foto?
SHANE:
No, a menos que tengas antojo de postres.

Lo entiende. Una chica tiene que hacer este tipo de preguntas en


estos día y a esta edad, especialmente en línea.
Decidido a dar un salto de fe y escondiéndome detrás de los dedos
de una mano, susurro:
—Bien, aquí no pasa nada —y luego toco el icono.
Mi corazón se entumece por un segundo mientras miro fijamente la
foto. Es él, y es guapísimo. No lleva traje. Oh, no. Es mejor, mucho
mejor. Lleva una camiseta negra en la que se lee Harvard University, y
hay un pequeño balón de baloncesto descolorido junto al texto. La
gran ventana del fondo me hace pensar que vive en el último piso,
porque solo veo el cielo oscuro y algunas luces de la ciudad. Sostiene
un plato con unos cuantos brownies apilados unos encima de otros, y
tienen un aspecto absolutamente delicioso. ¿Los habrá hecho él?
Mis ojos recorren la pantalla, observando cada detalle. Su cara es…
La imagen se cierra automáticamente a los cinco segundos, así que
la abro de nuevo y ahí está.
Una sonrisa perezosa curva sus labios y parece cansado. No tiene
ojeras y está bien afeitado. Su pelo corto y ondulado parece
perfectamente peinado, aunque esté en casa viendo una película. Pero
noto que está cansado. Quizá sea la forma en que mira a la cámara.
Es tan jodidamente guapo que duele, y apenas he terminado de
mirarlo cuando la imagen vuelve a cerrarse. Doy un golpecito para
abrirla por tercera vez. Probablemente seguiré haciéndolo mientras
Marty y Doc viajan al pasado, y no acabaré antes de que vuelvan al
futuro.

SHANE:
¿Eres nueva en RadaR?

Su mensaje aparece mientras miro su foto por cuarta vez.

NEVAEH:
Sí. Nueva desde ayer.
SHANE:
Entonces debo decirte que recibo una notificación cada vez que abres
la foto.

—¡Mierda! —chillo, pasándome una mano por la cara. La vergüenza


me calienta las mejillas, haciendo que mis oídos palpiten como si se
fueran a caer.
SHANE:
Pero, por favor, no dejes que eso te detenga. A la quinta va la
vencida.

—¡Mátame! —grito de nuevo, mirando fijamente mi teléfono desde


detrás de mis dedos. No vuelvo a contestar. En serio, he terminado.
Esto es tan patético. Quiero borrar todo esto de mi mente e irme a
dormir.
Pero pasa un minuto y vuelve a mandar un mensaje.

SHANE:
Oh, vamos. Si hubiera sabido que te convertirías en un fantasma,
no habría dicho nada. ¿No tengo ningún crédito por ser honesto?

—No. No, absolutamente no. Me has mortificado. —Medio grito,


medio me río al teléfono. Cuando suena una música familiar, miro la
tele y respiro hondo. La película ha empezado, y no quiero verla sola.
Tampoco puedo irme a dormir, con el corazón palpitando como está.
A la mierda la vergüenza. De todas formas, nunca conoceré a ese tipo.

NEVAEH:
Estaba tratando de entender si fuiste a Yale.
#MejorSinVergüenzaQueSinShane

Supongo que el humor es lo único que me queda.

SHANE:
Ya quisieran. Yale apesta. Pero #NevaehrDiceNevaehr
¿Y bien? ¿Están listas tus palomitas?

Atravieso el salón y entro en la cocina. No quedan palomitas, pero


tengo algo mejor: una caja de bocaditos de brownie que compré en el
supermercado hace unos días.
Durante un par de segundos, lo miro fijamente. Sé que no debería,
pero las palabras de Emma vuelven a mi mente y el entusiasmo que
siento al hablar con Shane me tienta demasiado. Hago una foto de la
caja y se la envío.

NEVAEH:
Tengo antojo de brownies después de todo.
SHANE:
No, no, no. No me hagas esto. No puedes comer eso.
NEVAEH:
¿Por qué no puedo?
SHANE:
¡¿Brownies de caja?! El postre es un capricho. Si te das un capricho,
tienes que hacerlo bien.

Me río y me meto un bocado entero de brownie en la boca. Me


parece bastante bueno mientras mastico y el chocolate se arremolina
en mi lengua, pero me encanta que sea tan intenso con el postre. ¿Qué
dice eso de él? Dudo que un estudiante de la Ivy League que lleva
tantos trajes como él sea pastelero, pero ¿quién sabe?

NEVAEH:
No son tan malos. Están rellenos de trocitos de chocolate.
#ReclamandoLibertad #LosQueOdianVanAOdiar
SHANE:
Ugh. Te haré brownies de verdad, y nunca más te acercarás a esas
cosas. #NoHayGalletasDeChocolate #EnBrownies

Me chupo el dedo y tomo la caja de dulces, dirigiéndome hacia el


dormitorio. Podría ver la película en el sofá, pero me parecería
demasiado parecido a lo que Alex y yo hemos hecho muchas veces, y
ahora mismo no quiero recordarlo.
Y con el mismo espíritu de negación, me niego a centrarme en el
hecho de que Shane nunca horneará para mí. Pero vuelve a mi mente
cuando me tapo con las mantas y veo a Marty hablando con Jennifer
en la televisión.
Necesito ponerme un límite. Una fecha límite. Así sabré que puedo
permitirme mi fantasía durante un tiempo y luego volveré a mis
problemas reales y a mi futuro exnovio. No más Shane.
Solo por esta noche. Esta noche, enviaré un mensaje a un chico
guapo que quiere hornear brownies para mí. Mañana, está hecho. Se
acabó. Nunca volveré a pensar en Shane H.

NEVAEH:
Los tuyos tienen mucho mejor aspecto que los míos. Tendré que
conseguir la receta.
SHANE:
Esta es una de las mejores escenas. Y no sólo estoy cambiando de
tema, porque mis recetas morirán conmigo.

Cada vez estoy más convencida de que es pastelero, pero no le


pregunto. Cuanto menos averigüe, más aguantará la fantasía. Si
pregunto, puede que me diga que es abogado de divorcios o
asegurador, y no necesito otra expectativa fallida. Así que decido que
Shane es un pastelero que trabaja en algún lugar del centro de la
ciudad, en esa parte de la ciudad que apenas visito, donde hay
boutiques vintage y pequeñas y bonitas panaderías.

NEVAEH:
Guarda tus secretos entonces. Nunca adivinarás mi escena favorita.
SHANE:
Tú me cuentas la tuya y yo te cuento la mía.
NEVAEH:
Conocerás la mía solo si consigo la receta.
SHANE:
Tendrás la receta si me das tu número.

Jadeo y miro fijamente la pantalla, con el estómago revuelto por algo


nuevo que me cuesta reconocer. Sobre todo porque no dura lo
suficiente. Shane el pastelero quiere mi número y no puedo dárselo. Si
lo hago, llamará o enviará un mensaje. Tendrá una forma de
contactarme después de esta noche. Y esta noche es todo lo que nos
voy a dar.
La ansiedad me hace un agujero en el tórax mientras la película
suena de fondo, hasta que mi teléfono vibra con un mensaje entrante.

SHANE:
¿Es cuando crea el monopatín?

Mi vientre se asienta un poco, el calor vuelve a inundar mis mejillas.

NEVAEH:
No. Cuando envíen a Einstein al futuro.
SHANE:
Maldita sea. Por supuesto. Es un clásico.
NEVAEH:
¿La tuya?
SHANE:
Cuando crea el rock 'n' roll. Estamos en deuda con él.

Es una escena brillante. Acomodo la almohada contra el cabecero y


observo con una sonrisa cómo el DeLorean sale del camión. Cuando
tomo el teléfono para decirle que es otra parte extraordinaria, ya me
ha mandado el mismo mensaje.
Continuamos, escena tras escena. Hablamos de la película, de las
secuelas, del postre. Eso es todo, y sin embargo es la conversación más
interesante que he mantenido nunca. Me dice que hace una crème
brûlée buenísima, y cada vez estoy más convencida de que es pastelero,
pero no le pregunto. Mantengo la ilusión hasta que me quedo dormida
con el teléfono apretado en el puño, cuando ya es demasiado tarde
para dormirme y demasiado pronto para despertarme.
Y Shane está en el centro de mis pensamientos.
Una serie de acontecimientos

Muevo otro elemento de la lista de tareas «pendientes» a la de


«revisión» de mi tablón y suspiro. A veces parece que la gestión de
proyectos consiste solo en eso: en mover tareas de un sitio a otro.
Echo un vistazo a mi escritorio blanco y observo una pequeña
mancha de café. Tomo el trapo que guardo en el segundo cajón y lo
froto hasta que vuelve a estar impecable. Solo entonces se me quita la
irritación de la garganta y siento paz en el corazón.
—¿Vienes a comer? —me pregunta Kimberly mientras pasa a mi
lado dejando un rastro de perfume floral.
—No, hoy es un circo. Comeré algo en mi mesa —digo señalando
mi bolso. Si tardo media hora en comer, tendré que quedarme media
hora más tarde. Aunque me encanta mi trabajo, hoy prefiero comerme
un bocado de avispas.
—Bien, hasta luego.
Su pelo rojo y su traje pantalón rosa desaparecen escaleras abajo y
mi mirada vuela hacia las numerosas paredes de cristal del despacho,
cubiertas de manchas de manos y huellas dactilares. Me encantaría
pasarles la escobilla de goma.
Con un suspiro, tomo lo que Emma llama mi SET, o Súper Ensalada
Triste. Es mi almuerzo habitual, aunque suelo comerla en la cafetería.
Mientras mastico el primer trozo de lechuga, paso a la siguiente tarea.
Tengo que hablar con los desarrolladores web sobre la página de inicio
de la campaña, y no va a ser una charla agradable. Aparte de la barrera
del idioma, siempre llegan tarde. Y el redactor tiene un texto
publicitario listo para que lo lea.
Cuando termino mi SET, envió un correo electrónico al editor y me
dirijo al baño. Mis tacones repiquetean en el suelo de mármol y saludo
a mis colegas en sus despachos, también rodeados de paredes de
cristal.
Vidrio sucio, pero intento alejar ese pensamiento.
De vuelta a la oficina, Julia me llama por mi nombre.
—¿Tienes un minuto? —me pregunta, echándose hacia atrás sus
largas rastas.
No, pero es la ayudante del director y probablemente solo esté
siendo educada al preguntar. Tenga o no ese minuto, me dirá lo que
necesita y tendré que hacerlo.
—Claro, ¿qué pasa?
—Billy quiere verte.
Billy «esencialmente», como se le conoce por estos lares, quiere
verme, lo que probablemente significa que los clientes se han quejado
de que llevamos dos días de retraso. Con un lastimero apretón en el
hombro, se aleja y yo la sigo hasta el último despacho de la derecha. El
único que no es una caja de cristal, porque a Billy le gusta su intimidad.
Cuando llamo a la puerta de madera, me hace pasar. Está hablando
por teléfono y, cuando me coloco en el lado opuesto de su escritorio,
pone los ojos en blanco.
—Sí, está aquí ahora mismo. Le avisaré.
Mientras murmura una serie de «bienes» por teléfono, me fijo en las
manchas de sudor de su camisa y en las hojas verde oscuro de la planta
que hay junto a su escritorio, que se están volviendo amarillas. Aprieto
los labios y respiro por la nariz, intentando calmar el creciente picor.
Le hablaré del ficus a Julia a la vuelta.
Billy «esencialmente», termina la llamada y aplaude.
—Uf. Que día de mierda. ¿Cómo estás, Heav?
Le muestro mi mejor sonrisa, pero odio cuando hace eso. Mi nombre
es ridículo, pero «Heav» suena como el verbo tener en inglés, que es
peor.
—Estoy bien. Mucho trabajo por hacer.
—Sí, por eso quería verte —dice arreglándose la corbata. Desde que
empezamos a trabajar juntos, ha ganado algo de peso, y su pelo negro
es ahora sal y pimienta, igual que su barba—. He hablado con el cliente
y han cancelado el proyecto.
Tardo unos segundos en procesar sus palabras, pero rebotan de un
lado a otro de mi mente, como si estuvieran en un idioma que no
entiendo.
—¿Qué? Llevamos meses trabajando en este proyecto. Estamos a
una semana del lanzamiento.
Sacude la cabeza.
—No tienen dinero para eso, ni para nada más, en realidad.
Esencialmente, están cerrando.
Estoy tan conmocionada que ni siquiera puedo disfrutar del hecho
de que haya dicho el primero de los muchos «esencialmente». En cinco
años de trabajo aquí, esto nunca había sucedido.
—¿Y ahora qué? ¿Dejamos de trabajar en ello?
—Más o menos —confirma.
—Oh… —Mis ojos se clavan en su escritorio. No puedo decir que
odie las noticias, porque esta campaña ha sido aburridísima—.
¿Pagarán a todos por su trabajo? ¿A los autónomos y asesores?
—Por supuesto. Puedes presentar tus facturas. Esencialmente, que
todos dejen de trabajar en esto lo antes posible.
Me humedezco los labios, tratando de sacudirme el shock.
—De acuerdo. ¿Cuándo me asignarán el próximo proyecto?
Cuando juguetea con unos papeles en su escritorio, me entran
escalofríos hasta los huesos.
—De hecho, por eso quería hablar contigo.
Dios mío. No me despedirá, ¿verdad? No hay forma de que me
culpen por la cancelación del proyecto, y soy uno de sus mejores
gerentes. Me lo ha dicho muchas veces.
Se frota las manos.
—Nos gustaría que te unieras a un equipo en la sexta planta.
Temporalmente.
—¿El sexto piso? —pregunto mientras ladeo la cabeza hacia un
lado—. ¿No son eventos?
—Así es. Están planeando un desfile de moda, y el director del
proyecto que ha estado trabajando con ellos ha sido… bueno,
esencialmente, una decepción.
¿Un desfile de moda? ¿Cómo demonios voy a organizar un «desfile
de moda»? Sacudo la cabeza.
—Me temo que no seré de mucha ayuda, Billy. Ya sabes que siempre
he trabajado en campañas web.
Me hace una negación y mueve la mano para descartarlo.
—Lo harás muy bien. Necesitan a alguien como tú ahí arriba. Todo
se les está yendo de las manos y el director está desesperado.
«Alguien como yo». Una personalidad compulsiva, quiere decir.
Analítica, organizada hasta la exageración. «Como un perro con un
hueso», me definió el director general cuando salvé sin ayuda de nadie
una campaña de lanzamiento de un producto que se salió de control.
Estoy a punto de protestar de nuevo cuando gira la pantalla de su
ordenador hacia mí.
—Mira, van por la mitad. Ya tienen una lista de posibles lugares, la
mayoría de sus proveedores y una fecha.
Mis cejas se arquean. No soy una experta en eventos, pero estoy
bastante segura de que haber fijado una fecha no se puede considerar
«medio hecho». Pero al echar un vistazo a la desordenada pizarra en
la que han estado trabajando, mi resistencia disminuye y mi corazón
se aprieta por esos pequeños elementos esparcidos por un
desordenado fondo blanco. ¿Dónde está su lista de tareas pendientes?
¿Dónde está la columna «urgente»?
—¿Por cuánto tiempo? —pregunto.
—Seis semanas. Cuando vuelvas, te espera un buen ascenso. Jefa de
proyecto senior. Esencialmente, deberías agradecerme por conseguirte
este trabajo.
«Esencialmente», no le daré las gracias, Jesús, puede ser tan
condescendiente. Puede expresarlo como quiera, pero me está
enviando a otro departamento porque no pueden ocuparse de sus
propios asuntos. Uno pensaría que los gerentes de eventos serían lo
suficientemente organizados como para planear un evento.
Aun así… Está hablando de un ascenso, y yo lo quiero. Jefa de
proyecto senior. No solo porque debería estar a un par de años de ello,
y esto aceleraría el proceso. Sino porque con los ascensos vienen los
aumentos. Con el aumento de sueldo adecuado, podría pagar el
alquiler por el resto del contrato y soportar solo seis semanas de Alex,
hasta que se solucione el problema, en lugar de cuatro meses.
—¿Puedo pensarlo?
Sonríe, y parece victorioso ante mi respuesta a medias.
—Piénsatelo. Pero necesito que digas que sí.
Aunque me fuerzo a sonreír, probablemente se da cuenta de que no
lo digo en serio. Me gusta trabajar con mi equipo. Sé cómo ponerlos en
línea. A algunos de ellos los he contratado personalmente, y tengo un
conjunto de autónomos y consultores a los que puedo recurrir cuando
surge la necesidad. Aceptar unirme a este proyecto significaría
empezar desde el principio. Nueva oficina, nuevos compañeros,
nuevo jefe. Durante un mes y medio. Puedo hacerlo, ¿pero quiero? La
verdad es que no. Y menos con todo lo que está pasando en mi vida
personal.
Billy me libera y salgo de su despacho sintiéndome profundamente
en conflicto. No hice muchas preguntas que ahora se agolpan en mi
mente. ¿Quién ocuparía mi lugar? ¿Y cuáles serían mis
responsabilidades? ¿Con quién trabajaría?
Vuelvo a mi mesa y respiro hondo. Tengo que informar a todo el
mundo de la cancelación del proyecto, y eso me llevará unas cuantas
horas de trabajo. Después, volveré a pensar en esto.

—¿Qué pasa? —pregunta Emma mientras se une a mi mesa en el


Watering Hole. Sí, así se llama este bar. Siempre venimos aquí, y con
«venimos» me refiero a todos los de nuestra empresa, IMP. Lo que
significa que este bar es donde realmente florecen los chismes de
oficina.
Echo un vistazo rápido y asimilo el espacio. No hay demasiados
colegas aquí esta noche, lo que me viene bien porque esta conversación
tiene que seguir siendo privada. Aun así, observo las mesas y sillas
blancas que nos rodean y los taburetes plateados del mostrador. A
excepción de Ruth, de contabilidad, no reconozco a nadie más.
—Billy esencialmente me llamó hoy a su despacho —le digo.
Mueve las cejas mientras bebe un sorbo de vino blanco.
—Ajá. ¿Hay un ascenso en marcha? Acuérdate de negociar el
sueldo. Pide siempre más.
Emma es parte del Departamento de Ventas, por supuesto. Si yo soy
un perro con un hueso, ella es un tiburón. No, peor, ella es una
tarántula. Sigilosa, pequeña y peligrosa. Convencería a un vegano de
entrar en un McDonalds, a un cura de entrar en un club de striptease.
Contra ella, hasta yo sé rendirme.
Pesadillas de la última vez que me entrenó en negociaciones
inundan mi mente, pero sacudiéndomelas de encima, continúo:
—La sexta planta está en un aprieto. Hay un desfile de moda dentro
de un mes y medio y necesitan un jefe de proyecto.
—¿Qué pasó con el último? —pregunta, metiéndose un par de
cacahuetes en la boca.
Encogiéndome de hombros, digo:
—No estaba a la altura.
Entrecierra los ojos, reflexionando. Emma conoce a todo el mundo
en IMP y siempre está al día de los últimos chismes. Estoy segura de
que me dará información sobre la oficina de eventos que me ayudará
a decidirme.
—La gestión de eventos es un reto. Un trabajo muy duro. ¿Conoces
a Stephen, el tipo que renunció después de tener un ataque de nervios?
Sacudo la cabeza mientras se me retuerce el estómago. Eso no es
prometedor.
Ella pone los ojos en blanco.
—Claro que sí. Estrelló su silla contra la pared de cristal y luego se
meó encima de su mesa. Fue salvaje. —Se ríe entre dientes, con los ojos
rebosantes de alegría por el jugoso chisme.
Recuerdo a Stephen, pero no tenía ni idea de que trabajara en
eventos.
—Mierda —murmuro con una mueca.
Se encoge de hombros.
—Sabes manejar situaciones de mucha presión. Además, necesitas
algo para distraerte de ese horrible parásito que vive en tu casa.
Mueve las pestañas, pero la fulmino con una mirada asesina que
espero la disuada de decir más. No estoy aquí para hablar de Alex.
—¿Cómo es la gente allí?
—Bueno, el director es guapo. Definitivamente mejor que Billy el
esencialmente. Es probablemente el tipo más atractivo que he visto en
mi vida, sinceramente. En el último partido de softball de la compañía,
consideré transferirme. Después del partido, se quitó la camiseta…
—Emma —gimoteo, intentando que se concentre. Sabe que esto no
es relevante, y aunque está casi constantemente pensando en hombres,
se siente como si estuviera estancada—. Solo dímelo.
Pone los ojos en blanco.
—Bien, es un poco imbécil. Y no sé con quién trabajarás, pero casi
todos en ese departamento son neuróticos.
Doy un sorbo a mi Ginger Ale pensativa. Un jefe de mierda y unos
colegas neuróticos. ¿A quién no le gustaría la idea?
—¿Cómo de imbécil? —pregunto.
—Bueno, digamos que el Señor Hassholm no es como lo llaman en
el Departamento.
Inclino la cabeza mientras entrecierro los ojos.
—Señor Imbécil. Lo llaman Señor Imbécil.
El lugar secreto

Salgo del Watering Hole y me meto en un taxi, la forma más rápida


de volver a casa. No me apetece mucho estar en la misma habitación
que Alex, pero espero que tenga trabajo y no nos estorbemos
mutuamente.
Una vez que me relajo en el cómodo asiento de cuero, me recibe uno
de los aires acondicionados más fuertes que he experimentado nunca,
y saco mi teléfono con un escalofrío.
Cuando estoy en el trabajo, me convierto en trabajo. Probablemente
por eso mis jefes me quieren tanto. No me verán revisar mis mensajes,
chismorrear ni holgazanear, nunca. Me gusta pensar que es un rasgo
maravilloso. Que puedo compartimentar mi vida. Al menos, a mí me
gusta, sobre todo porque mi novio es un mentiroso y un infiel.
Pero ahora, estoy fuera. Finalmente estoy fuera del reloj, y para
sorpresa de nadie, no hay nada interesante pasando con mi teléfono.
Hay dos llamadas perdidas, una de Alex y otra de mi madre. Le envió
un mensaje a mi madre preguntándole si todo va bien, porque suelo
ser yo la que se pone en contacto con ella. Luego, con un sentimiento
de culpa en el estómago, ignoro la llamada de Alex.
Puedo hacerlo, ¿verdad? No le debo el mismo respeto que antes.
Después de todo, él no me respeta en absoluto.
Mis dedos se desplazan hasta la última página de aplicaciones de mi
teléfono, organizadas alfabéticamente. Raro, quizá, pero extrañamente
satisfactorio. Todas las aplicaciones que he descargado, excepto la
última, están al final de la última página. Un corazón y una llama, rosa
y rojo. RadaR.
La abro y echo un vistazo al primer hombre de entre muchos (en
realidad, demasiados hombres), e inmediatamente hago clic en la
burbuja del chat. Ahí está. Hago una rápida búsqueda en Internet
antes de caer en la tentación. «¿Pueden verlo los usuarios de RadaR
cuando ves su perfil?» No, no pueden.
Sonriendo, abro su perfil.
«Shane H. »
Estudio su primera foto y suspiro.
Está encantador con ese traje gris claro. Tan delicioso que tengo que
comprobar que no se me cae la baba. Me desplazo a la segunda antes
de terminar de babear por la primera. Volveré a ella más tarde. En esta,
hay un cerezo de fondo y él está sentado en una silla blanca de jardín.
Parece una fiesta al aire libre, quizá una boda. Tercera foto, mi favorita.
Tiene una sonrisa maravillosa en la cara, y su expresión derretiría la
ropa interior de cualquiera.
Suspiro y vuelvo a empezar. Primera, segunda, tercera foto. Hago
una pausa para leer los últimos mensajes que nos enviamos. Me
prometí a mí misma que solo le enviaría mensajes anoche, pero esta
mañana le he mandado un mensaje rápido. Pero no pasa nada, porque
antes también me había prometido que no le dejaría mensajes en visto,
y eso es lo que he hecho al quedarme dormida. Ya se sabe que no se
puede romper una promesa en favor de otra. Incluso hay un dicho
sobre eso, ¿no? Sí, definitivamente lo he oído antes. «La primera
promesa es por defecto la más importante».

NEVAEH:
Lo siento. Me quedé dormida. Gracias por lo de anoche. Me divertí.

Eso es todo lo que le dije. Pero hasta que fiché, y justo después de
fichar, mi estómago estaba nervioso. Anoche fue tan divertido. Es un
buen mensajero, si eso es algo.
Me aprieto más la chaqueta, intentando desaparecer dentro de ella,
y luego miro por la ventanilla del coche. Ya casi estoy en casa y, una
vez allí, no sé cuánto tiempo tendré para contemplar la cara de Shane,
así que vuelvo a abrir las fotos y me ahogo en mi fantasía.
¿Cómo habría sido anoche si le hubiera dicho que sí a su proposición
de quedar? Habríamos comido brownies juntos y… bueno, quizá lo
habría visto como Dios lo trajo al mundo. Apuesto a que es lo que
mejor le queda.
—¿Quieres que baje el aire acondicionado?
Muevo la cabeza para mirar al conductor. El ruido de mis dientes
probablemente me delató.
—Si no es mucha molestia.
Pulsa unos botones en el salpicadero del coche. Cuando vuelvo a
mirar el teléfono, la pantalla está apagada y le doy un golpecito para
desbloquearlo. Hay un mensaje en RadaR.
Un mensaje de Shane.
—¡Mierda! —grito con voz sorprendida cuando el teléfono se me
escapa de las manos y cae a mis pies. Tras una mirada interrogativa
del conductor, sonrío disculpándome—. Lo siento, tengo un calambre
en la mano.
Tomo el móvil y miro la notificación de RadaR con los ojos muy
abiertos. El corazón se me acelera. Cuando no contestó a mi mensaje
esta mañana, no le di mucha importancia. Incluso me alegré. Me
facilitó las cosas. Pero ahora que lo ha hecho, tengo la misma sensación
de nerviosismo de anoche, que me hace cosquillas en cada centímetro
de la piel y me acelera el ritmo cardíaco.

SHANE:
Me lo imaginaba. Pero me dejaste en visto, así que me debes una.
#NevaehrRompeUnaPromesa

Llevándome el teléfono al pecho, cierro los ojos mientras sonrío. No


puedo. No puedo contestar, pero sobre todo, no puedo enamorarme
de este chico. Aún no lo estoy, pero la forma en que se me retuerce el
estómago al ver su mensaje no está bien. Shane cree que soy alguien
llamada Nevaeh y que me parezco a Olivia. Ninguna de las dos cosas
es verdad, así que… no puedo.
—¿Está bien aquí?
—Sí, es perfecto —miento al fijarme en el parque que hay a mi
izquierda. Mi apartamento está a un par de manzanas y llevo unos
tacones de lo más incómodos, pero el conductor ya piensa que estoy
loca y, aunque ha apagado el aire acondicionado, el coche está tan frío
que mis pezones podrían cortar un cristal—. Quédate con el cambio —
le digo con una sonrisa mientras le doy algo de dinero, abro la puerta
y subo a la acera.
Por el lado bueno, caminar unos minutos significa que puedo babear
por Shane durante un poco más de tiempo, y retrasar ver a Alex
tampoco está mal. Me paseo por la calle, tomándome todo el tiempo
posible. Ya tengo el pelo pegado a la cara y me arrepiento más de las
medias que me he puesto esta mañana que de mi relación fallida. Pero
ya nunca salgo a pasear, y es agradable estar fuera. Caminar es
reconfortante. Solo la repetición del mismo movimiento, una y otra
vez, y mi respiración acompasada me hacen compañía.
Hasta que mi teléfono vibra con otro mensaje de Shane.

SHANE:
¿Puedes adivinar lo que voy a hacer esta noche?

Puedo intentarlo. Seguramente comerá mi comida favorita, beberá


mi vino favorito y se acurrucará en el sofá con patatas fritas con sabor
a queso, de las mejores.
Con una risita desganada, me detengo. ¿Y si el karma me está
gastando una broma? Decidí hacer catfish a mi novio, y mi castigo es
conocer a alguien genial, y él está fuera de mi alcance.
Porque es imposible que le diga a Shane que le estoy haciendo
catfishing, sería demasiado humillante.
Cuando mi teléfono vuelve a vibrar, es una foto, y no puedo
resistirme. Gimo, pulso la notificación y ojalá pudiera decir que hay
una auténtica lucha en mi interior, pero sería mentira. Soy así de
voluble.
Mientras el revoltijo de las mariposas crece en mi estómago, doy un
golpecito en la imagen.
Se me cae el corazón, y esta vez es de decepción. No es una foto
suya. Hay un mostrador de mármol negro y una plétora de
ingredientes sobre él. Harina, huevos, trocitos de chocolate, algo que
parece vainilla. Está horneando. Eso es lo que está haciendo esta
noche. Shane el panadero está horneando.
Me lo imagino con un delantal, azul como el traje que lleva en su
foto de perfil, y la sonrisa perezosa de la foto de ayer en los labios.
Maldita sea, ojalá pudiera abrirla. Busco en Internet: «¿los usuarios de
RadaR ven cuando haces una captura de pantalla de sus fotos?» y la
respuesta es decepcionante. Frunzo el ceño, porque sus otras fotos
están a la vista de todos. Ésa es solo mía, y no puedo volver a verla.
Vuelvo al chat antes de que me recuerde que le prometí no dejarlo
en leído, pensativa.

NEVAEH:
¿Brownies?
SHANE:
No. No hay cacao.

Vuelvo a pulsar sobre la imagen. He aprendido por las malas que


recibirá una notificación al respecto, pero bueno, estamos jugando.
Estudiando los ingredientes, considero las posibilidades.

NEVAEH:
¿Galletas de chocolate?
SHANE:
Ingredientes similares, lo reconozco. Pero, ¿para qué usaría los
plátanos?
¿Plátanos? Vuelvo a ver la foto y… maldita sea. Los plátanos se
esconden detrás de la harina.

NEVAEH:
¡Pan de plátano!

Esta vez estoy segura de mi respuesta. Literalmente no se me ocurre


otro postre que se pueda hacer con plátanos. Pero, oye, yo solo compro
postres.

SHANE:
Cerca. Te enviaré una foto cuando esté hecho.

Eso me hace suspirar. No debería estar haciendo planes para charlar


con Shane. Me estoy entregando a algo que no puede tener un
resultado positivo. Pero no protesto ni le digo lo que debería: que no
me interesa.
Sonrío, le mando un pulgar hacia arriba y me voy a casa.

—¿Qué tal el trabajo?


Miro a Alex y sostengo el tenedor en el aire. Es la primera frase que
me dirige desde que llegué, después de un gesto con la mano y un
gruñido distraído para darme la bienvenida.
—Bien. Puede que quieran que me una a un nuevo equipo durante
un tiempo. Eventos —digo, bajando el tenedor—. ¿Y tú?
—La mierda de siempre.
Asiento con la cabeza, miro la comida y suena su teléfono. Está sobre
la mesita, pero la vibración hace un ruido horrible contra la madera, y
los dos nos volvemos hacia él.
Se levanta, lo comprueba y vuelve a la mesa, poniéndolo boca abajo.
—Estaré fuera de la ciudad una semana. Vamos a reunirnos con
nuevos clientes potenciales y tenemos una serie de citas concertadas.
Boca abajo. Puso su teléfono «boca abajo». Porque está esperando
un mensaje que no quiere que vea.
Aprieto los puños y miro la comida a medio comer que tengo en el
plato. Comida que ya no quiero. Me levanto y dejo el plato en el
fregadero. Creo que nunca lo he hecho antes, no sin enjuagarlo y
secarlo, pero lo haré más tarde. Ahora mismo, necesito estar en otro
sitio, o podría asfixiarlo con las sobras de coliflor.
—¿Has terminado de comer? —pregunta.
Respiro hondo antes de darme la vuelta.
—Sí. Creo que voy a dar un paseo.
—Bien —dice poco convencido—. ¿Has oído lo que he dicho?
—Vas a estar fuera de la ciudad por una semana. Entendido. Hasta
luego. —Salgo de la cocina sin darle la oportunidad de decir nada. A
estas alturas, ni siquiera me importa si se da cuenta de que algo va mal.
Busqué en esa maldita aplicación antes del trabajo y durante la pausa
para comer, y aún no lo he encontrado. Tal vez nunca lo haga. Tratarlo
como la mierda que es podría ser la única manera de vengarme un
poco. ¿Y quién sabe? Si lo hago lo suficiente, puede que él mismo
rompa conmigo. Pagaría el alquiler en ese caso, ¿no?
Me pongo unas zapatillas y salgo con los auriculares puestos. Voy a
escuchar música y a pasear por el canal, como solíamos hacer cuando
nos mudamos aquí. Hacerlo sola esta noche me llena de tristeza.
¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué ha ido mal exactamente?
Las frías ráfagas de viento me ponen la piel de gallina, y me alegro
de llevar una chaqueta gruesa, porque el aire huele familiarmente
(como a jazmín en flor y a productos horneados de la pizzería que hay
al final de la calle) y pienso pasar aquí algunas horas.
El agua del canal está oscura (los reflejos de las farolas se agitan en
la superficie) y un pequeño grupo de patitos duerme sobre unas rocas.
Cuando siento los músculos de las piernas gelatinosos por el rápido
paseo, me siento en un banco verde. Hace un frío que pela contra mis
leggings, pero me acurruco en la chaqueta y abro RadaR.
No tiene sentido abrir mi chat con Shane. No me ha enviado ningún
mensaje, o habría recibido una notificación. En su lugar, me desplazo.
Izquierda, izquierda, izquierda. Bonita chaqueta. A la izquierda.
Izquierda. Se hace eterno, y simplemente no puedo encontrar a mi
estúpido novio.
Tal vez sea mi configuración.
Hombres, 27, y el radio es el más pequeño posible. Todo correcto. A
menos que… Con un grito ahogado, llamo a Emma.
—Hola —responde ella, con música a todo volumen de fondo.
—¿Y si su información no coincide con mis filtros? ¿Y si mintió sobre
sí mismo?
—¿Quién es? —pregunta con un grito dramático, y menos mal que
es una gran vendedora porque es una pésima actriz.
—Hablo en serio, Em.
Suspira.
—Entonces no aparecerá en tus partidos.
Tal vez debería revisar su teléfono, pero la idea me hace temblar.
Tendría que sustraerlo y adivinar su contraseña, lo que ya me da
bastante asco. Pero si lo consiguiera (y es poco probable, teniendo en
cuenta que nunca lo deja sin supervisión), tendría que revisar su perfil
de RadaR. Vería los chats que tiene con mujeres. Mujeres con las que
se acostó.
—¿Y si intento cambiar mis filtros?
—Bueno, viste la captura de pantalla. Tus filtros coinciden con su
perfil. Tal vez solo necesitas esperar…
Jadeo, poniéndome de pie en un instante.
—Dios mío, Emma. Lo tengo.
—¿Qué quieres decir?
—Tienes razón, mis filtros coinciden con su perfil. Si aún no lo he
encontrado, debe significar que sus filtros no coinciden con el perfil de
Nevaeh. —El único problema es que Emma lo encontró. ¿Cómo lo
hizo?—. ¿Qué información tienes en tu perfil?
Hay un poco de silencio y luego chasquea la lengua.
—Oh, por supuesto. El filtro de la edad. Él no mintió sobre su edad.
Yo mentí sobre la mía. En mi perfil de RadaR, tengo veintidós años en
vez de veintiocho.
—¿Veintidós? —Ni siquiera intento ocultar mi sorpresa. Ambas
sabemos que Emma no puede pasar por veintidós—. ¿Por qué harías
eso?
—Porque tener nuestra edad a menudo significa querer sentar la
cabeza. Como mujer despreocupada de veintidós años, encuentro
muchos más ligues.
Suspiro. Normalmente le diría mi condescendiente «Oh, Emma»
pero no tengo la moral alta, ¿verdad?
—No me juzgues —dice—. Es mi formación en ventas. No es una
mentira, más bien… un adorno.
Tal vez sería una excelente actriz después de todo, porque suena
como si lo creyera. Contengo mi diversión y pregunto:
—Bien, entonces, ¿crees que busca… mujeres más jóvenes?
—Quiero decir… ¿Sí? Tal vez es porque pensó que cualquiera de tus
amigos podría encontrarlo. Así que puso filtros que lo mantendrían
fuera del feed de tus amigos.
Cierro los ojos. No hay una razón real para ello, pero en mi cabeza,
este nuevo dato lo empeora. Como si yo fuera una vieja esposa y él
buscara pechos más turgentes o menos celulitis. Mis pechos están bien.
¿No es así? Me miro el pecho y pongo los ojos en blanco.
—¿Y qué si cambio de edad?
—Sí. Hazlo. A partir de ahora, tienes veintidós años.
Asiento con la cabeza. Sí, a partir de ahora, tengo veintidós años. Me
gusta el Pilates, bebo frappuccinos con leche de soja y sin espuma, y
recibo notificaciones en Twitter de una cuenta de autoafirmación. Soy
joven, despreocupada y estoy lista para llevar tobilleras e irme de
mochilera a Australia.
Cuando termino la llamada cinco minutos después, hay un mensaje
esperándome.

SHANE:
Ya está. Si tienes la versión empaquetada de esto, por favor abstente
de mostrármela.

Abro la foto que me ha enviado mordiéndome juguetonamente el


labio inferior y, mientras la boca se me llena de saliva, no sé qué mirar
primero. El pan de plátano marrón claro con pepitas de chocolate o la
mano firme que sostiene el plato blanco sobre el que descansa. Sus
dedos son largos, gruesos y tiene un poco de harina en la muñeca, justo
debajo de su reloj negro mate. Sexy.
Antes de que termine de mirar, la foto ha desaparecido.
—Maldita sea.
Me detengo de golpe a verlo de nuevo y me pongo de pie, luego
tomo una foto del canal y la envío.

NEVAEH:
Nada de postres de caja esta noche, lo prometo.
SHANE:
Estás fuera. Lo siento, vuelve a tu noche.
NEVAEH:
Estoy sola. Dando un paseo.
SHANE:
Me encanta esa zona de la ciudad. Si caminas por el canal y luego
giras a la derecha en la fuente de mármol con los caballos, hay un
bonito rincón escondido.

Mis cejas se levantan. ¿Lo dice en serio? Llevo años viviendo aquí.
Alex ha aparcado delante de esa fuente mil millones de veces. Pero,
¿qué hay a la derecha? No puedo recordarlo.
Por supuesto, voy andando. Salto, de verdad. Quiero ver cuál es ese
lugar secreto y, dos minutos después, estoy mirando la fuente cuando
mi teléfono vuelve a vibrar.

SHANE:
¿Ya estás allí?

Me muerdo el labio y miro al cielo. El hombre no me conoce, ¿cómo


puede saberlo? Me acerco y miro a los caballos, de cuyas bocas mana
agua hacia el estanque que hay debajo. En el fondo hay monedas, algo
que siempre me ha molestado. Parecen desordenadas y algunas se han
vuelto verdes. Lucho contra el instinto de entrar, recogerlas todas y
dárselas al primer vagabundo que encuentre.
A la derecha, hay una pared, nada más. Y mientras entrecierro los
ojos, me doy cuenta de que podría haberme tendido una trampa. ¿Y si
me está mirando desde uno de los muchos balcones que rodean la
pequeña plaza?
Levanto la cabeza, pero si hubiera alguien, no podría verlo a estas
horas de la noche. Me palpita el corazón. Estoy bastante segura de que
me ha descubierto, y solo espero a que me toque el hombro y me grite
a la cara lo mentirosa que soy.
Me quedo quieta un rato, pero el agua sigue rugiendo de la boca de
los caballos, la canción a todo volumen en mis auriculares, y la gente
pasa a mi lado lanzándome miradas curiosas. Nada más. Cuando mi
teléfono vuelve a vibrar, le echo un vistazo discretamente.

SHANE:
Oh, mierda. Te caíste al canal, ¿no? Te daré cinco minutos, luego
llamaré a los bomberos. #911LlamadaDeEmergencia

Una sonrisa curva mis labios. Aquí no hay nadie. Estoy siendo
paranoica. Quizá esté en su sofá, disfrutando de una rebanada de pan
de plátano con pepitas de chocolate. Lo que me recuerda que tendré
que preguntarle cómo se mantiene en forma, y más vale que la
respuesta no sea: en el gimnasio, porque no necesito ese tipo de
negatividad en mi vida.

NEVAEH:
Es la pared trasera de un complejo de apartamentos.
#CulpaDeShane
SHANE:
¿Ves el graffiti de la chica?

En la pared hay una figura pintada con spray de una chica con un
vestido rosa. Lleva un paraguas amarillo en la mano y, al acercarme,
me fijo en la expresión de asombro de su rostro. Señala a su derecha,
pero no hay nada. La pared gira y… Hay un estrecho pasadizo entre
la pared y la barandilla del canal que recorre el lateral del edificio.
Bien, esto es un poco demasiado aventurero para mí. Quiero decir,
al menos mientras estoy sola y a estas horas de la noche. Apenas hay
espacio para pisar, y tendría que caminar de lado. Pero la curiosidad
me asalta. Quiero ver ese lugar del que habla. Y soy consciente de que
hay muchas posibilidades de que me esté mirando desde un balcón y
se esté partiendo de risa al verme casi caer al agua fría, pero doy el
primer paso.
Me deslizo a lo largo de la pared, colocando cuidadosamente cada
pisada en el suelo que parece más estable. Algunas partes están
cubiertas de piedras y barro, y casi resbalo dos veces, pero mantengo
las manos planas contra el muro de hormigón. Al cabo de un rato, se
acaba.
A la izquierda hay un arco. Entro en el pasadizo, más grande pero
igual de aterrador, y asomo la cabeza para ver un jardín con
apartamentos en cuatro plantas. Me doy la vuelta una y otra vez y
observo todos los detalles. Las paredes de ladrillo rojo y los tres
pasillos elevados sobre mi cabeza, que conducen a apartamentos
vacíos. Las malas hierbas cuelgan de la barandilla de hierro forjado y
se entrecruzan con flores silvestres de vivos colores. El pavimento de
piedra está plagado de grietas. La naturaleza se ha abierto paso,
reclamando lo que es suyo por derecho, con altos arbustos que salen
de él. Es de una belleza inquietante.
Debería estar más oscuro aquí, y cuando miro hacia arriba, me doy
cuenta de que hay un gran agujero justo en el centro del tejado, y la
luz de la luna brilla hacia abajo, coloreándolo todo con un tono pálido
y plateado.
Este lugar parece a punto de desmoronarse, como si el primer soplo
de viento fuera a derribarlo. Pero por algún milagro, se mantiene en
pie. Y es majestuoso. Ojalá pudiera comprarlo todo y pasarme el resto
de mi vida arreglándolo, limpiándolo hasta convertirlo en una
grandiosa mansión, como estoy segura que fue antes de que lo
convirtieran en apartamentos.
Todavía estoy boquiabierta y dando vueltas cuando vibra mi
teléfono.

SHANE:
¿Qué te parece?
NEVAEH:
Es precioso. No puedo creer que nunca supe que esto estaba aquí.
SHANE:
Muy poca gente lo sabe.
NEVAEH:
Gracias por mostrármelo. Necesitaba un lugar donde esconderme
esta noche.
SHANE:
¿Ves la columna blanca a la derecha de la entrada? Hay algo detrás
de ella.
Me acerco a la columna y me fijo en lo que hay escrito. Hay el
símbolo del comunismo, un montón de penes y algunas etiquetas que
no puedo leer. Camino a su alrededor, intentando leer todas las demás
marcas que la gente ha dejado a lo largo de los años, cuando mi pie
golpea una caja roja de metal, no más grande que un teléfono móvil.
No debería tocarla, no sin al menos cinco pares de guantes, pero
sabiendo que eso es lo que Shane quiere que vea, levanto la tapa.
—¿Pero qué…?
Hay un llavero. No, es una llave dorada y pesada, sujeta a un llavero
blanco que se ha vuelto gris por el polvo y la suciedad. Tomo mi
teléfono y tecleo.

NEVAEH:
¿Qué abre?
SHANE:
Bueno, una puerta. ¡Vaya!

Me río entre dientes y, antes de poder responder, recibo otro


mensaje.

SHANE:
La puerta detrás de ti. #GranNombreParaUnaPelículaDeHorror

Tal como dijo, hay una puerta verde en la pared opuesta en la que
no me había fijado antes. Debe de ser la entrada a este lugar porque es
imposible que la gente tuviera que entrar como yo cuando estaba
habitado. Sin embargo, ¿dónde diablos encontró la llave?

NEVAEH:
¿Es tuya?
SHANE:
Es tuya si la quieres. En caso de que necesites esconderte de nuevo.
Tengo una copia.
Se me caen los hombros. ¿Quiere que tome la llave que abre la
puerta de su lugar secreto? Es evidente que este lugar significa mucho
para él. Claro que podría venir aquí sin ella, como he hecho esta noche,
pero el hecho de que quiera facilitarme las cosas me alegra el corazón.
Básicamente soy una extraña, y aun así comparte esto conmigo. ¿Es
por la conexión que hay entre nosotros, o es porqué dije que necesitaba
esconderme? No sé qué me complacería más.
Ojalá pudiera hacerle un millón de preguntas. Sobre dónde
consiguió la llave y por qué este lugar estaba abandonado. Sobre todo,
quiero saber por qué quiere que yo la tenga, pero no pregunto, porque
la quiero. Siento como si tuviera un trozo de él, y además es precioso.

NEVAEH:
¿Seguro?
SHANE:
Sí. Es un sitio bonito, y no debería ser el único que lo disfrutara.

Es generoso, eso me encanta. Otra similitud que no comparte con


Alex.

NEVAEH:
De acuerdo. Lo tomaré.
SHANE:
Bien. Puedes usarlo para salir. Una vez, al entrar, terminé cayendo
a unos centímetros del canal.

Me río entre dientes, imaginándome a un hombretón como él, con


su traje azul, dando tumbos por el precipicio y casi acabando con los
mocasines en el agua.
Estoy a punto de cerrar la caja roja cuando algo me hace dudar. Yo
también quiero dejarle algo mío. Quizá algún día la abra y vea lo que
le he dejado. Rebusco en mis bolsillos, pero no hay nada. Mi bolso está
en casa y, la verdad, no hay mucho de valor. Podría dejarle mis
auriculares, pero he tardado una eternidad en encontrar unos que me
gusten, y además es un regalo horrible. Algo que se mete dentro de los
oídos. Sacudo la cabeza cuando lo mejor que se me ocurre es un lazo
para el pelo.
Con una exhalación, saco las llaves y encajo la de Shane en la anilla
metálica. Y entonces es cuando lo veo. Mi llavero. Es casi demasiado
perfecto; no sé cómo no se me ha ocurrido antes, aunque
probablemente sea porque me duele la idea de separarme de él.
Me lo compré un día cualquiera, en una tiendecita del centro a la
que nunca volví. Cuando lo vi en el escaparate, no pude contenerme.
Tras sujetarlo con fuerza en la mano, aflojo el agarre del DeLorean
plateado que tengo sobre la palma. Lo libero de la anilla metálica y,
vacilante, lo dejo caer dentro de la caja. No es que vaya a devolvérmelo
nunca, esto es un adiós. Pero al mirar los ladrillos rojos de las paredes,
las flores rosas que sobresalen orgullosas de las grietas venosas del
pavimento, sé que también me ha hecho un regalo importante. Volveré
aquí muchas veces. Me he enamorado de cada detalle, y querré volver
a ver este lugar cuando la luz del día me permita captar más. Quizá
cuando esté lloviendo, para ver el agua caer por el agujero del tejado,
o cuando el sol se esté poniendo, y todo parezca naranja y veraniego.
Trazo la forma de las ruedecitas, las puertas y la parte superior y,
con una sonrisa, cierro la tapa.
Un nuevo jefe

—¡Es él! Lo he encontrado. ¡Es Alex!


Los ojos de Emma se abren de par en par, y una persona normal me
recordaría que estamos en una cafetería, y yo estoy gritando como una
lunática antes de las ocho de la mañana. Por suerte, Emma no es
normal.
—¡Dios mío, déjame ver! —Toma mi teléfono y suspira—. ¿Vas a
deslizarte a la derecha en él?
La gente me mira con distintos grados de fastidio, pero yo me centro
en la mesa de mármol y sorbo mi café. Debo parecer loca. Estoy loca.
Pero una pequeñísima parte de mí bulle de adrenalina.
No puedo creer que haya encontrado a Alex. Cambiar mi edad
funcionó, y me siento tan estúpida por no haberlo pensado antes. Por
supuesto que pensaría en una manera de evitar coincidir con alguno
de mis amigos.
Con un mohín de fastidio, recorro sus fotos. Hay más de diez, y
reconozco la mayoría, incluyendo un par de selfies sin camiseta que me
envió antes. Sí. Subió sus selfies sin camiseta, tomadas en nuestro cuarto
de baño.
—¿Y? ¿Vas a hacerlo? —insiste Emma, sus piernas golpean las mías
bajo la mesa mientras saltan arriba y abajo.
Frunzo el ceño.
—¿No eres tú la que siempre busca el lado poético de las cosas? Este
es un momento crucial. Lo estoy disfrutando.
—Estás dando rodeos, eso es lo que estás haciendo. —Ladea la
cabeza—. Vamos, después de que te mintiera un poco más anoche, no
puedes decirme que sigues dudando.
Me enoja que Emma no lo entienda, pero nunca ha tenido una
relación duradera. Nunca. No entiende que, aunque quiero terminar
con Alex, me cuesta conciliar la persona que creía que era con la que
es en realidad.
—No lo hago. Es solo que… hemos compartido cinco años de
nuestras vidas. Voy a romper con él lo antes posible, y quiero hacerlo
así. Pero sigue siendo difícil y estresante.
Cuando mi voz sale en un susurro, Emma suspira, alcanzando mi
mano sobre la mesa mientras sus rodillas se detienen.
—H, te quiero, pero no. Era un ser humano horrible mucho antes de
ser infiel. Y me alegro de que esto por fin te haya abierto los ojos, pero
piensa en cómo te trata cada día. Concéntrate en ello y será fácil. Te lo
prometo.
—¿Qué crees que hará realmente esta semana? —le pregunto.
Suponiendo que haya mentido sobre su viaje de trabajo, ¿dónde
estará?
Emma se encoge de hombros, mordiendo su danés.
—Quizá tenga planeadas unas cuantas citas calientes. Conseguirá
una habitación de hotel en la ciudad y llevará a sus zorras. O ha
planeado una orgía satánica. No me sorprendería.
Me río entre dientes, pero siento como si alguien me hubiera
atropellado con un tractor. Estoy deseando que termine el desayuno
para fichar. La yo del trabajo puede con todo. En cambio, me siento
tan frágil como el lugar que Shane me enseñó ayer.
Hablando de eso, pulso en nuestro chat y compruebo los últimos
mensajes que compartimos. Anoche nos mandamos muchos mensajes.
Durante horas. Cuando llegué a casa, ni siquiera me fijé en Alex. Y no
me sentí culpable cuando me acurruqué en la cama, me mandé
mensajes con Shane y me reí de sus ingeniosos mensajes. Hice eso
muchas veces.
SHANE:
Esto estuvo bien, pero creo que estás en el país de los sueños. Parece
que me debes dos #DejadoEnVistoOtraVez #BuenasNochesNevaeh

Ese fue el último mensaje que me envió después de que dejara de


contestar. Por segunda vez, me quedé dormida con sus mensajes.
—¿Qué estás haciendo? —Cuando Emma echa un vistazo a la
pantalla de mi teléfono, cierro el chat y vuelvo al perfil de Alex. No le
conté lo de Shane porque diría que debería sincerarme y disfrutar de
un apasionado romance con él. Suena igual que ella. Pero no puedo,
ni en un millón de años. Pensaría que soy una lunática, una mentirosa.
Me quedaría sola y humillada.
—Nada —le digo. Aparta la mirada, claramente luchando por no
arrancarme el teléfono de los dedos y deslizarlo ella misma hacia la
derecha, así que lo dejo sobre la mesa y respiro hondo—. Hagámoslo.
Se anima y se traga el trozo de pastel que está masticando.
—De acuerdo. Hora de patear traseros.
Asiento con la cabeza, muevo los dedos hacia el teléfono y deslizo a
la derecha los últimos cinco años de mi vida.

Al entrar en la oficina, miro a mi alrededor mientras la gente me


saluda con la mano y se me revuelve el estómago. Si vuelvo a
encontrarme con Billy «esencialmente» querrá una respuesta. De
momento, no tengo ninguna. Emma dice poco más sobre el Sr. Imbécil.
Que está bueno, que todos los que lo conocen lo odian y que es muy
reservado, lo que explica por qué no lo había visto antes.
Parece una auténtica delicia, al igual que el resto de la gente que
trabaja allí. Emma me dio toda una hoja de trucos, pero ya he olvidado
la mayoría de los detalles. Lo único que sé es que, de las personas que
me describió, no había ni una sola que pareciera la mitad de agradable
que mis colegas actuales.
Atravieso las puertas de cristal que separan el pasillo en dos
secciones y llamo a la única puerta de madera.
—Adelante —me dice Billy. Respiro hondo y entro en el despacho—
. ¡Heav! Me alegro de verte. Te ves maravillosa hoy.
Uy. Billy es el tipo de hombre que no puedo imaginar teniendo
ningún impulso sexual. Como un gran oso de peluche sin libido. Tiene
hijos, así que supongo que no es el caso, pero sus cumplidos son tan
molestos como si fueran sinceros. Me está adulando.
Le ofrezco una pequeña sonrisa y me siento.
—Por favor, Billy. Ya hemos trabajado juntos bastante tiempo.
Lo que también se traduce como «no me trago nada». Su habilidad
para sacar provecho de la mayoría de las conversaciones lo convierte
en un director maravilloso. Puede convencer a los clientes para que
acepten básicamente cualquier cosa. Pero también lo he visto pasar
demasiadas veces como para caer en ello.
Se endereza la corbata mientras se sienta.
—Bien, bien. Escucha, sé que es mucho pedir. Pero el gran jefe no
aceptará un no.
Suspiro. «El gran jefe». El tipo que posee IMP simplemente porque
su padre lo hizo. No creo que haya trabajado un solo día en su vida, y
la mayoría de sus decisiones proceden en realidad del consejo de
administración del que también forma parte Billy.
—Lo entiendo, Billy. ¿Pero no hay alguien mejor cualificado que yo?
Nunca me he ocupado de eventos —insisto. Tengo la sensación de que
en lugar de un ascenso, estas seis semanas acabarán con mi cabeza en
una bandeja. Después de todo, ¿qué demonios sé yo de moda o de
organización de eventos?
—Créeme. No serías nuestra primera opción para el papel si no
creyéramos que puedes manejarlo. Es un cliente importante.
—¿Y no puedes decirme nada más sobre este proyecto? —pregunto,
aunque sé que no puede. Aún no he firmado el acuerdo de
confidencialidad. ¿Cómo puedo aceptar esto sin saber en qué me estoy
metiendo?
—Esencialmente, estarás haciendo lo que ya haces. Pero para
algunos presumidos de la moda.
Sí… con colegas neuróticos y el Sr. Imbécil.
Sé que no voy a ganar esto. Y estoy bastante segura de que ni Billy
ni el director general saben realmente si seré capaz de conseguirlo,
pero no les importa. Ellos saben que voy a hacer que funcione porque
siempre he entregado los resultados deseados. Siempre les he dado
todo lo que me han pedido, nunca he dicho que no, y se están
aprovechando de ello.
Pero eso no significa que yo no pueda aprovecharlo también.
—Bien —murmuro con un suspiro.
Billy aplaude.
—¡Eres la mejor, Heav! No te arrepentirás de esto, te lo prometo.
Estarás de vuelta en seis semanas con una nueva oficina y un nuevo
título de lujo.
—Y un gran aumento —digo.
Billy ladea la cabeza, pero mantengo la mirada en sus ojos y la
barbilla levantada hasta que asiente.
—Bueno, Heaven, no puedo…
—Un gran aumento, Billy. —Si tengo que trabajar con un montón
de engreídos arrogantes, entonces me aseguraré de poder resolver el
otro asunto de mi vida y deshacerme de la escoria infiel aparcada en
mi salón. Y un pequeño aumento no me bastará para manejar el
departamento sin Alex—. Piensa en una cifra desorbitada y luego
multiplícala por otra absurda e irreal.
Sé que estoy exagerando, pero nadie más aceptaría involucrarse en
este barco que se hunde (al menos no tan cerca de la fecha límite) y no
pueden obligarme. Me necesitan, y sé lo que valgo.
Se frota la barbilla con una risita, parece pensárselo bien, y luego me
pasa el acuerdo de confidencialidad.
—Ya lo tienes. Trabaja como loca al estilo Heaven, y si el evento sale
como debe y el señor Hassholm está contento con tu contribución, me
aseguraré de que recibas un aumento tan grande que te preguntarás si
estás esperando gemelos.
Reprimiendo mi excitación, leo los papeles y los firmo. Si mi
aumento depende de la calidad de mi trabajo, estoy segura de que no
tengo nada de qué preocuparme.
—Maravilloso —dice, sosteniéndolos en alto—. Avisaré a la sexta
planta y alguien vendrá a recibirte para explicártelo todo.
Con una oleada de pavor en el estómago, me levanto y tomo la mano
que me ofrece.
—Estamos eternamente agradecidos. —Parece que lo dice en serio.
Excepto que no lo hace.
—Sí, sí. Un aumento gordo, gordo.
—Necesitará su propio despacho en la esquina —grita mientras
cierro la puerta.
Claro que sí. Y si todo va como quiero, Alex necesitará un nuevo
apartamento.

Comparto un café con mi equipo y doy la noticia. Dalton es al que


más le molesta que me vaya, y estoy segura de que es porque miro
para otro lado por la frecuencia con la que se toma un descanso para
fumar. Es rápido con su trabajo y no entrega nada malo, así que no
tengo motivos para quejarme.
—Vamos, chicos. Es un mes y medio.
Lucy se revuelve nerviosamente un mechón de pelo alrededor del
dedo.
—¿Tendremos un nuevo gerente?
—Sí. Es consultor, pero me han prometido que es genial.
Arruga la nariz.
—¿Tendremos que recibir órdenes de un hombre?
Dalton pregunta por qué eso es tan malo, suscitando un debate
sobre las diferencias de género en la gestión. Con una sonrisa, observo
a las personas que seguramente echaré de menos en las próximas seis
semanas y doy un sorbo a mi café.
—¿Heaven?
Todos nos volvemos hacia quienquiera que sea la mujer de la
puerta, y no cabe la menor duda de que es de la sexta planta. Nos mira
como si fuéramos un grupo de gatos callejeros con doce orejas cada
uno. Sus piernas deben de ser más largas que la autopista, y su pelo es
tan perfecto que casi parece escayolado. Ni un pelo rebelde en su bob
de ébano, ni una arruga en su corto vestido blanco.
—¿Sí?
Me dirige una mirada de asco.
—Estoy aquí para informarte sobre el proyecto Devòn.
Todos mis colegas tienen la misma expresión de fastidio en la cara.
Es comprensible, porque esta mujer es cualquier cosa menos amistosa
o cálida.
—Bien. Los veo en el Watering Hole.
Todos me despiden y puedo leer la compasión en sus ojos. Ellos no
lo tienen bien, pero yo lo tengo mucho peor.
Después de seguir en silencio a la mujer gruñona hasta el ascensor,
me vuelvo hacia ella.
—No he oído tu nombre.
—Marina.
Marina. Incluso su nombre suena como si perteneciera a las revistas
de moda.
—¿Cuál es tu papel?
Ladea la cabeza, su pelo rebota de un lado a otro e inmediatamente
vuelve a su sitio mientras un perfume afrutado invade mis fosas
nasales.
—Asistente del director.
Uf. Es la asistente del Sr. Imbécil. Además, probablemente debería
dejar de llamarlo así antes de que se instale en mi cerebro y lo diga en
voz alta por error.
Salimos del ascensor y, hasta donde alcanza la vista, este lugar es
exactamente igual a mi planta. Excepto por la gente que hay en él, que
deambula de un lado a otro de la oficina como hormigas obreras.
Tienen prisa. Son atractivos. No sonríen.
Frunzo los labios e intento arreglarme el pelo. Aunque está en su
trenza habitual, no necesito un espejo para saber que hay una corona
de encrespamiento que se le ha escapado como siempre pasa cuando
hay humedad.
—Por aquí —dice Marina, señalando un despacho vacío. Se vuelve
hacia la estantería, toma una carpeta y la deja caer sobre el escritorio
con un golpe seco—. Aquí tienes todo lo que necesitas. También tienes
copias virtuales en tu ordenador y, mientras hablamos, la oficina
técnica está configurando tu cuenta.
—¿No es la mismo que la que tengo en el cuarto piso?
Ella sacude la cabeza con una sonrisa, pero su voz sigue siendo
plana.
—No. Usamos algo mejor que su software de prueba gratuito.
La miro fijamente y no digo nada. No solo no usamos una prueba
gratuita de nada, sino que fui yo quien sugirió que usáramos Dawnty,
el software de gestión de proyectos del que depende toda la cuarta
planta.
—De acuerdo.
Se marcha sin mirar atrás, dejándome sola en la lúgubre y vacía
oficina. Al menos, las paredes de cristal están tan limpias que podrías
chocar contra ellas si no tienes cuidado, y todo huele a desinfectante,
lo que me tranquiliza un poco.
Con un suspiro, enciendo el ordenador y busco los archivos que
necesito. Me llevará un par de días revisarlo todo, y teniendo en cuenta
que el evento es dentro de seis semanas, voy a suponer que no
disponemos de esos dos días.
Empiezo de todos modos, desplazándome por un sinfín de
documentos.
Hay una lista de requisitos para el espacio que aún tenemos que
encontrar y las diez mejores opciones disponibles. Ya veo problemas
con tres de ellas, así que tomo nota, se las enseñaré al Sr. Hassholm
cuando me reúna con él.
Entonces, menús potenciales. Me viene a la cabeza Shane. No sé si
un panadero tiene conocimientos suficientes para planificar un menú,
ni sé si él es panadero, pero me gustaría que él u otra persona pudiera
ayudarme porque el sudor me corre por el cuero cabelludo y me
humedece el pelo. Son tantas cosas, tantas cosas ajenas. ¿Cómo se
supone que voy a planificar este evento?
Invitados, música, luces, una pasarela, muebles y decoración. No
hay nada hecho, y ojalá supiera quién es su antiguo jefe de proyecto
para estrangularlo con mis propias manos. Estoy metida de lleno en
las invitaciones, que deberían haberse enviado hace un mes pero aún
no se han seleccionado, cuando se abre la puerta de mi despacho.
—El señor Hassholm está listo para recibirte —dice Marina al
asomar la cabeza.
Con la respiración entrecortada, me pongo en pie. Me aliso el
vestido y me aliso el pelo mientras ella me observa con expresión
divertida, como si nada de lo que estoy haciendo fuera a arreglar el
desastre que soy.
Caminando delante de mí, da una vuelta a la derecha y otra a la
izquierda hasta que llegamos al último despacho. Sus paredes son
totalmente de cristal, lo que significa que a mi nuevo jefe temporal no
le importa su intimidad como a Billy. También significa
probablemente que el señor Hassholm no juega tanto a juegos tontos
en su teléfono.
Marina abre la puerta, en la que hay una gran etiqueta dorada en la
que se lee Sr. Hassholm, y yo la sigo mientras le echo un vistazo…
bueno, a su espalda. Ya puedo decir que es guapo, como dijo Emma.
Lleva pantalones negros y camisa blanca, y es alto como un árbol. Yo
tampoco soy bajita, pero él debe de medir medio metro más que yo.
—Sí. Se hará hoy —dice. Su voz es ronca, profunda, casi helada. Es
tan fría como la de Marina. El hecho de que no haya reconocido que
hemos entrado en la habitación también parece confirmar que es tan
imbécil como todo el mundo dice.
Mira por la ventana y sigue hablando, apoyando la mano derecha
en la cadera. Puede que sea una costumbre suya, porque Marina se
limita a esperar de pie. Todo el mundo está tan quieto que por un
momento parece estar en un museo de cera.
—Bien. Te pondré al día esta noche. Claro, adiós. —Termina la
llamada y se da la vuelta, sus ojos se posan directamente en los míos.
Y el suelo se desmorona debajo de mí.
Esos iris marrón cacao, esos labios. Su pelo ondulado y oscuro. Sus
hombros son tan anchos como imaginaba, su traje el tipo correcto de
elegante. Y aunque no hay harina en su muñeca, ni postres a su
alrededor, no hay duda.
Shane no es un panadero. Es el Sr. Imbécil.
Primeras impresiones fundamentales

—Shane… —susurro.
Sus cejas se crispan un segundo mientras Marina se burla detrás de
mí. Noto cómo su mirada me quema el cráneo, pero no podría dejar
de mirarlo aunque lo intentara.
Está apoyado en la ventana frente a mí, tan guapo que duele, pero
ni siquiera puedo disfrutar de eso, porque es mi jefe durante las
próximas seis semanas. Es el Sr. Imbécil.
—Quiero decir, yo… —Mierda. Tengo que recuperarme, acabo de
decir su nombre de pila—. Señor imbécil —continúo, para mi horror.
Me limpio la frente sudorosa con el dorso de la mano y vuelvo a
intentarlo—. Señor… Hassholm, encantada de conocerlo.
Oh, Dios.
Su cara apenas se mueve, como si no le impresionara en absoluto mi
despliegue de torpezas e insultos.
—Bien hecho, Cuarto Piso.
Con un bufido, Marina se da la vuelta y sale del despacho.
Se me seca la garganta y no puedo dejar de mirar, aunque sé que
debería hacerlo. Debería bajar la mirada porque probablemente él
pueda ver que mi cara ya no está sonrojada, es rojo tomate, rojo sangre.
El tipo de rojo «que la tierra se abra y me trague ahora mismo».
Sus cejas se fruncen.
—¿Quién es usted?
—Yo… yo soy la nueva directora del proyecto para el Devòn…
—Correcto. De las campañas web.
Asiento con la cabeza.
No parece muy contento; de hecho, parece que se ha tenido que
conformar conmigo. Y no hay ni rastro del hombre con el que pasé la
noche charlando. ¿Dónde está su ingenio? Por mensaje, me llamó
impresionante. Bueno, llamó a Nevaeh impresionante. No parece que
sienta lo mismo por mí en este momento.
—¿Has leído todo el material?
Trago saliva. No todo, pero presiento que no le gustará esa
respuesta.
—Me he desplazado…
—¿Cuándo podemos empezar? ¿Cuánto tiempo necesitas?
Mi cabeza se echa hacia atrás. ¿Por qué sigue interrumpiéndome? Si
no le interesa la respuesta, mejor que no haga la pregunta.
—Me llevará un par de días, creo. Sin embargo…
—Bien. Pídele a Marina que te presente al equipo. Ellos despejarán
todas las dudas. —Se sienta en su escritorio, concentrado en la pantalla
de su ordenador. Cuando no me muevo, suspira—. ¿Hay algo más?
—Sí. Las invitaciones deberían haberse enviado hace un mes, pero
aún no han sido seleccionadas.
Sus ojos se dirigen a su reloj negro mate.
—Soy consciente.
—Deberíamos empezar con eso. Además, los lugares que he visto…
—Empieza con lo que creas que es mejor.
El corazón me palpita en los oídos, los músculos del cuello se me
agarrotan. Le ruego a mis labios que se cierren, a mi lengua que se
quede quieta, pero las palabras salen a toda prisa.
—Perdona, no había terminado de hablar.
Sus ojos se dirigen a mi cara y me sorprende no explotar en el acto.
Su mirada podría congelar el sol.
Se estira hacia atrás y respira hondo.
—En este piso, hacemos las cosas un poco diferente a lo que estás
acostumbrada. No somos… —abre las manos—, artistas.
«Artistas». ¿Por qué suena como un insulto? Nosotros tampoco
somos artistas, aunque no tiene nada de malo. Claro, nos dedicamos
sobre todo al diseño, a la edición de vídeo y al trabajo gráfico, pero
difícilmente estamos dibujando figuras de palo con lápices de colores,
que es como suena la palabra artistas en sus hermosos y sonrosados
labios.
Cruzo los brazos con el ceño fruncido.
—Bueno, en la cuarta planta creemos en la contribución de los
demás. Parece que tú me necesitas a mí, no al revés. Estoy más que
feliz de volver a mi piso de artistas, si eso es lo que quieres. O puedes
dejarme hablar.
Se queda inmóvil unos segundos y en el brillo de sus ojos se
vislumbra el hombre que he conocido en Internet.
—¿Tu nombre?
Oh, mierda. ¿Y si conecta los puntos? ¿Por qué dejé que Emma me
convenciera de hacer algo poético?
Cuando dudo, sus cejas se levantan.
—¿Se te olvidó?
—Me llamo Heaven.
—Heaven.
—Sí, Heaven.
Entrecierra los ojos como si estuviera pensando en algo y el sudor
me llega hasta el trasero. Tras el silencio más largo de su vida, agita la
mano izquierda.
—Habla.
Me tomo un momento para respirar y, al notar cómo exhala, fuerzo
las palabras.
—Tres de los lugares no son adecuados para el evento. Te explicaría
las razones, pero estoy segura de que la mitad de mi frase acabaría
interrumpiendo el principio de la tuya.
Sus labios se curvan un instante. Aún tengo un nudo en la garganta,
pero parece que disfruta con mis réplicas y eso hace que se me infle el
pecho de orgullo.
—¿Qué tal si me envías un correo electrónico al respecto? No puedo
interrumpir un mensaje escrito. —Cuando asiento, él también lo
hace—. ¿Algo más? —pregunta.
—No. Tendré un informe completo para ti en cuanto haya revisado
el resto de los materiales.
—Genial —dice, sin dejar de mirarme con sus ojos oscuros y
encapuchados.
Es tan inquietante verlo moverse. Durante días, he estado mirando
fotos de él y ahora está delante de mí. Es horrible, es cierto. Pero sus
ojos son aún más magnéticos de lo que parecen en las fotos, y su pelo
parece más suave que la lana.
Cuando entrecierra los ojos, sé que se pregunta por qué no me he
ido todavía. Así que me doy la vuelta y me alejo, con la garganta
ardiendo por el enfado y unas cuantas palabrotas no dichas.

—Espera un segundo. —Emma se ríe mientras le da un mordisco a


un bocadillo de la charcutería de enfrente—. Le has hecho catfishing a
un tipo y llevan un par de días mandándose mensajes. —Su sonrisa se
ensancha—. Han visto una película juntos y anoche confiaste
ciegamente en él, metiéndote en un sitio donde podría haberte
asesinado. —Inclina la barbilla—. Shane Hassholm.
—Sí, eso es lo que he dicho.
Se echa a reír sin parar, incluso cuando le golpeo la espinilla con el
lateral del zapato.
—Emma, necesito ayuda. ¿Qué demonios hago?
—¿Qué quieres decir? Obviamente hay una chispa entre ustedes
dos. Ghostealo como Nevaeh, e invítalo a salir como tú misma.
Resoplo.
—Oh, debes haberte perdido la parte de la historia en la que era
extremadamente desagradable.
—No, no lo hice. Por algo le llaman el Señor Imbécil. Pero si se llevan
bien por chat, quizá hayas tocado el lado blando secreto del gran y
temible jefe.
Tal vez. Parece mucho más probable que tenga un gemelo en algún
lugar de la ciudad con su mismo nombre.
—Bueno, incluso si ese fuera el caso, no estoy exactamente buscando
una relación. ¿Debo recordarte que todavía estoy en una?
—No, no lo estás —dice y luego mordisquea otro bocado—. Eres
soltera. Tu novio aún no lo sabe. Es justo, teniendo en cuenta que estás
en una relación abierta y no te informaron.
Le lanzo una mirada de «no seas ridícula».
—Emma, es mi jefe.
—Es tu jefe durante las próximas seis semanas. Aprovéchalas para
conocerlo. —Ella guiña un ojo—. Trata de romper la fachada
despiadada. Una vez que ya no sea tu jefe, haz tu jugada.
Está sugiriendo que lo manipule, ¿verdad? Me da asco solo de
pensarlo.
—No respondas más a sus mensajes. Estás en RadaR para atrapar a
ese mentiroso pedazo de mierda.
Tiene razón. No puedo enviar mensajes con él como Nevaeh. Es
estúpido, pero hace que mi corazón se sienta pesado. Después de
anoche, estaba deseando salir del trabajo y ver si volvía a mandarme
un mensaje. Ahora, no importa.
—No puedo creer que te guste el Señor Imbécil. —Emma resopla,
conteniéndose a duras penas mientras se agarra la barriga y tiembla
de risa.
Al menos alguien lo encuentra divertido.

Una semana en el nuevo proyecto, y ya tengo una idea de lo que está


pasando. Ha sido una semana sombría, sin embargo. Alex ha estado
fuera, oficialmente en viaje de negocios, pero probablemente
durmiendo por ahí y mis nuevos compañeros no son lo que se dice
amistosos. O habladores. O agradables. Tengo que agradecer a Emma
por no sentirme completamente alienada.
En su defensa, sin embargo, los miembros de mi equipo son
extremadamente profesionales. No han entregado tarde ni un solo
encargo y todo está siempre tan perfecto que se me derrite el corazón
de satisfacción. Entiendo a qué se refería Shane cuando llamó
«artistas» a la gente de mi planta. Mis colegas habituales no son tan
precisos, ni de lejos.
—Aquí están las invitaciones —dice Asha al entrar en mi despacho.
Tomo la carpeta que me pasa y se va. En este piso no se dice: por
favor, ni gracias.
Con un suspiro, lo abro. Las invitaciones parecen bonitas, pero ¿qué
sé yo? Estoy acostumbrada al diseño web, no al papel. Los clientes han
aprobado el borrador y espero que la versión final también les guste.
Sin embargo, ahora hay algo más que me pesa en el pecho.
Inspecciono la pared de cristal y aprieto los labios. Tendré que llevarle
esto a Shane para que se lo envíe a los clientes.
Esa es otra cosa diferente en este departamento. En la cuarta planta,
Billy y yo trabajamos codo con codo, nos reunimos varias veces al día
para hablar de una cosa u otra. Con Shane no. Él quiere correos
electrónicos. Le he enviado más de doscientos en la última semana y
no, no se me ha escapado la ironía. Ya sea como Nevaeh o como
Heaven, nuestra relación sigue siendo online.
Sin embargo, todo lo demás en nuestra comunicación es diferente.
El último correo electrónico que me envió decía:
«Bien». He recibido unos cincuenta parecidos. El más largo que
envió es: «Los clientes están contentos». Se refería a la empresa de
catering, con la que nos pusimos de acuerdo hace dos días. Los demás
correos son una serie de «Suena bien», «Estoy de acuerdo» y algún
«No, eso no funcionará».
No sé qué estudió en Harvard, pero estoy bastante segura de que no
fue comunicación.
Me levanto y me dirijo a su despacho, en el lado opuesto de la
planta. A mitad del pasillo, me cruzo con Marina y bien podría ser un
fantasma porque ni siquiera me mira. Cuanto más la desconozco,
menos me gusta.
Y desde que me uní al equipo, tampoco he visto mucho a Shane.
Pasa por el pasillo unas cuantas veces al día, pero supongo que la
mayoría de las veces la gente se dirige a él. Siempre que pasa por
delante de mi despacho, sigue sin mirar en mi dirección. Es como si yo
no existiera.
Al doblar la esquina, veo sus profundos mechones castaños entre las
impolutas paredes de cristal de su despacho. Está en su escritorio, con
las cejas fruncidas y creando arrugas en la frente mientras mira su
portátil. Cuando llamo a la puerta, mueve la mano para indicarme que
pase, pero no me mira.
—Buenas tardes —digo al entrar. Mierda, ¿por qué tengo la voz
chillona como una adolescente?—. ¿Cómo estás?
No hay respuesta.
Tras unos segundos de incómodo silencio, me acerco al escritorio y
le tiendo la carpeta.
—Estas son las invitaciones. Ya están listas. Solo necesitamos el visto
bueno de los clientes.
Su mirada está distraída cuando se vuelve hacia mí.
—¿Hm? ¿Quién eres tú?
Trago saliva, vacilante. ¿Qué querrá decir? Es imposible que se haya
olvidado de mí. Nos hemos estado escribiendo toda la semana.
Como no contesto, entrecierra los ojos.
—¿Eres la nueva interna?
—No —digo, y sueno sin aliento, porque lo estoy—. Yo… Yo… —
Intento que mi voz suene más estable—. Soy la directora del proyecto
del evento de Devòn.
—Ah, claro —dice, agarrando la carpeta.
Sin palabras, lo observo fijamente mientras me palpita el corazón y
me tiemblan las piernas. No puedo dejar de parpadear y puede que
sea porque estoy a punto de llorar, aunque parece poco probable, ya
que nunca lloro en el trabajo. Pero se ha olvidado de mí y hay una bola
de fuego que me oprime el pecho. ¿Tan irrelevante soy? ¿Tan… poco
impresionante?
—Tienen buena pinta —dice tras apenas echar un vistazo a las dos
tarjetas de color crema—. Se las llevaré a los clientes. —Cuando
permanezco inmóvil, me mira de frente—. Puedes irte.
Ya estamos otra vez: siento cómo se me escapan las palabras.
Aunque no puedo enfadarme con mi jefe por no acordarse de mí,
tampoco puedo irme. Es un maleducado.
—Ya nos conocemos.
Respira hondo.
—Sí. Lo sé.
—¿Olvidaste cómo luzco?
Su espalda descansa en la silla, sus dedos se enlazan sobre su
estómago.
—No quise ofenderte… err…
Me burlo.
—¿De verdad? ¿Olvidaste mi nombre?
—No, ya me acuerdo. Es…
Mientras frunce los labios, me gustaría darle un puñetazo. No solo
es muy irrespetuoso que olvide mi nombre, sino que es muy poco
probable. Nadie lo ha hecho nunca, lo cual podría ser la única ventaja
de ser la única persona en el mundo que lo tiene.
—Heaven —escupo.
Chasquea los dedos, su cabeza se balancea lentamente arriba y
abajo.
—Bien. Heaven.
Me pongo furiosa y salgo por la puerta mientras la palabra «lo
siento» flota en el aire. Incluso con su voz profunda y cálida, no me
alivia el escozor en absoluto.

Una cosa es segura. Nunca un apodo ha sido más merecido.


Entro en mi despacho y me dejo caer en la silla. Nuevo día, nueva
lista interminable de tareas pendientes. No he visto a Shane después
de la bronca de ayer y tampoco tengo muchas ganas de hacerlo.
Desde que empecé a trabajar aquí, envió tres mensajes a Nevaeh. El
primer mensaje fue un genérico:
«¿Haces algo divertido esta noche?» Con el segundo, me propuso
que viéramos juntos: Volver al Futuro dos. Fue difícil dejarlo pasar. El
tercero, aún más: «¿Ya estás cansada de mí?»
Dios. No estoy cansada de él en absoluto. Estoy cansada de él en la
oficina. Pero no del chat. Y es una mierda que haya desaparecido justo
después de que me diera la llave de su lugar favorito, pero no hay
mucho que pueda hacer al respecto.
Enciendo el ordenador y compruebo mis correos electrónicos.
Cincuenta y tres. Casi me dan ganas de golpearme la cabeza contra la
pared de cristal, pero abro el de Shane.

De: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)


Para: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)
La ubicación debe estar fijada para el fin de semana, Heaven.

Shane Hassholm
Director de Eventos de IMP

Hum. Añadió mi nombre. Nunca había hecho eso antes. Sería una
horrible pérdida de tiempo, que en este piso es un pecado capital.
¿Está haciendo un esfuerzo? Si es así, ¿por qué?
Suspiro y paso al siguiente correo cuando recibo un mensaje.

EMMA:
¿Ya viste al Sr. Imbécil hoy? Vino al Departamento de Ventas hace
media hora y casi me doy contra la pared.
HEAVEN:
No. Pero si nos viéramos, lo olvidaría.
EMMA:
Concéntrate en el verdadero enemigo. Y si Shane te olvida de nuevo,
flashéalo. Tienes unas tetas gloriosas.
HEAVEN:
Tetas que por el momento pertenecen a otro hombre. Sigo sin
coincidir con Alex. ¿Quizás dejó la aplicación? Em, ¿estoy
cometiendo un gran error?
EMMA:
Puede que sí. O tal vez no. Flashea al Sr. Imbécil.

Pongo los ojos en blanco, dejo el teléfono y, justo cuando me dirijo


al ordenador, Shane cruza la puerta del vestíbulo y entra en el pasillo.
Me deja sin aliento. Lleva un traje azul oscuro, que es con diferencia
mi color favorito y está mirando el móvil. Un segundo después de que
teclee algo, mi teléfono se enciende. Mierda. Le estoy viendo
mandarme un mensaje. Bueno, a Nevaeh.
Levanta la vista y, cuando nuestras miradas se cruzan, empieza a
andar. Justo cuando abre la puerta de mi despacho, escondo el teléfono
detrás de mí.
—Hola, Heaven Wilson, nueva gestora de proyectos de la cuarta
planta —dice con voz optimista.
Una sonrisa rígida se instala en mis labios.
—Señor Hassholm.
—Por favor, no seamos formales. —Mientras frunzo el ceño, se
apoya en el marco de la puerta con una sonrisa burlona—. Llámame
Señor Imbécil.
Estupendo. Ahora se burla de mí. Entrecierro los ojos y finjo una
sonrisa.
—Así que recuerdas algunas cosas.
—Sí, lo hago.
Marina aparece a su lado con un ajustado vestido rojo y habla a toda
velocidad sobre otro proyecto en el que está trabajando el
departamento, hasta que él la interrumpe con un:
—Bien.
A ella no parece importarle mientras se aleja, y él me mira fijamente.
—¿Las ubicaciones?
—Tengo citas fijadas a lo largo del día de hoy. Las he restringido a
tres y…
—¿Cuándo vas a…?
Levanto el dedo.
—Sigo hablando —digo mientras él frunce los labios—. Corinne y
yo nos aseguraremos de que estén a la altura. Si es así, ya tengo una
estimación de los costes y una presentación para enviar a los clientes.
Hay un momento de silencio mientras me estudia.
—Hablas mucho.
Una burla sale de mis labios.
—Creo en el poder de la comunicación.
—Creo en el poder de la eficacia del tiempo.
Cruzo los brazos.
—¿Algo de lo que dije no fue eficiente con el tiempo? Podría
suprimir las preposiciones la próxima vez.
Cuando sus labios se curvan en una sonrisa divertida, es como si el
sol estuviera en mi despacho, su luz brillando sobre las superficies
blancas hasta que es todo lo que puedo ver. Luz y una línea de dientes
blancos como perlas.
—Esta conversación no es muy eficiente en cuanto al tiempo.
—¿Entonces por qué la tenemos?
Entrecierra los ojos y la sonrisa de sus labios se suaviza. Ahora, solo
una esquina se levanta en una sonrisa complacida. ¿Soy yo, o este
hombre no tiene sentido?
—Dile a Corinne que se centre en la lista de invitados. Iré a los sitios
contigo.
—¿Qué?
Me siento más erguida, mi voz sale en un tono chillón, de pánico.
—Vamos en mi coche. ¿Cuándo tenemos que irnos?
—¿Por qué…? —Empiezo a preguntar, las palabras mueren en mi
boca cuando sus ojos se ponen en blanco y su pie golpea
impacientemente—. En media hora.
—Nos vemos en la entrada —dice antes de cerrar la puerta y
alejarse.
Miro el móvil y luego la puerta, con los labios entreabiertos. Viene
conmigo. Pasaremos las próximas horas juntos. Muchas de ellas en un
coche, solos. Lo temo y, al mismo tiempo, me muero de ganas.
Él es Shane y el Sr. Imbécil. Yo soy Nevaeh y Heaven. Y esto promete
ser un desastre.
De viaje

—¿Cinturón de seguridad puesto? —pregunta Shane, y cuando le


confirmo que sí, arranca el motor, saliendo a toda prisa del
aparcamiento en su Mercedes-Benz plateado—. Llegaremos en unos
cuarenta y cinco minutos.
—Sí, genial.
Agarrada al asiento de cuero marrón claro, mantengo la vista en la
carretera, pero el bolsillo casi me quema. Dentro está mi teléfono con
su mensaje a Nevaeh.
Se aclara la voz. Su teléfono suena y, con un suspiro, pulsa un botón
del volante.
—Hola, Dan.
Dan, quienquiera que sea, empieza a bombardear a Shane con
información hasta que sus puños se aprietan alrededor del volante, su
pecho sube y baja lentamente. Dan está claramente nervioso
(aparentemente, hay un problema con un evento de patrocinio) y
Shane sigue llevándose la mano al cuello.
Este hombre no tiene un momento de paz, ¿verdad? Supongo que
un día ese podría ser mi trabajo y pienso en aquel dicho: «Ten cuidado
con lo que deseas».
—¿Por qué no llevan los productos al otro almacén? —pregunta
Shane, y Dan le informa de que lo han alquilado y ya no está
disponible.
El que tienen, sin embargo, está completamente inutilizable después
de que se inundara durante la noche por culpa de unas tuberías
defectuosas.
Shane y Dan intercambian sugerencias y cada vez, las descartan. Yo
también lo pienso. No puedo evitarlo: es la gestora de proyectos que
hay en mí. Y creo que tengo una solución, pero mantengo la boca
cerrada y dejo que lo resuelvan ellos mismos. Formaré parte del
equipo durante menos de dos meses, así que no me corresponde
intervenir.
A los quince minutos de conversación, Shane se apoya con el codo
en la ventana y se frota la barbilla. Está muy frustrado y si hay algo
que pueda hacer para ayudarlo, probablemente debería hacerlo.
Cuando me aclaro la voz, sus ojos encuentran los míos por un
segundo.
—¿Sí?
—Yo…tengo una solución.
La comisura izquierda de sus labios se curva en una sonrisa curiosa
mientras me estudia.
—De acuerdo. Oigámosla.
Me enderezo en mi asiento.
—Tenemos un almacén para el evento de Devòn. El patrocinio se
acabará mucho antes de que empiece. Así que… úsalo.
—¿Y dónde ponemos las cosas para nuestro evento?
—No hay nada. Hubo un problema con el transporte y se entregará
mañana.
Ayer le envié un correo electrónico al respecto y recibí un «Bien»
como respuesta.
Shane suspira.
—Sí, pero el patrocinio es esta noche. No habrá tiempo de
empaquetarlo todo y sacarlo del almacén antes de que nos entreguen
nuestras cosas.
Se me agita el pecho cada vez que dice «nuestro evento» y «nuestras
cosas». Como si el evento de Devòn fuera nuestro bebé, algo que él y
yo compartimos. Ignorando la sensación de nerviosismo en el
estómago, me encojo de hombros.
—Hay tiempo para todo. Todo se reduce a contratar a suficiente
gente y gastar algo de dinero. Dan, ¿cómo vas con el presupuesto?
Dan parece dudar mientras dice:
—Estamos bien. Un cinco por ciento por debajo.
Mis palmas miran hacia arriba.
—Me parece una inversión excelente. Y no tendrás que pagar por el
espacio de almacenamiento, porque ya lo hicimos. Usa ese cinco por
ciento para encontrar a alguien que trabaje toda la noche.
Cuando Shane se vuelve hacia mí por tercera vez, señalo la
carretera. No quiero regañarlo delante de su empleado, pero tampoco
quiero morirme.
—¿Señor Hassholm? ¿Qué le parece? —crepita por el altavoz del
coche y los latidos de mi corazón se aceleran peligrosamente.
Shane tarda un minuto entero en contestar, casi puedo oír los
engranajes de su cerebro rodando y picando.
—No veo ningún problema.
Sonrío, con una sensación de satisfacción que me calienta por
dentro. Apuesto a que ahora se acordará de mí. Heaven, la gestora de
proyectos que salvó el día. Heaven, la que encontró una solución
cuando él no podía. Heaven, la increíble mujer que acudió en su
rescate.
Dan suelta un suspiro largamente esperado.
—Estupendo. Dios, gracias… quienquiera que seas, ¡gracias!
Shane apoya un codo en la puerta del coche, con el dedo frotándose
el labio inferior.
—Heaven. Se llama Heaven.
—Gracias, Heaven, entonces.
Apenas noto la risita de Dan. Estoy demasiado concentrada en mirar
a Shane y aún no sé si su repentina obsesión con mi nombre se debe a
que lo siente de verdad o a que me está tomando el pelo.
—Mantenme informado —dice Shane, y mientras Dan se despide,
cuelga.
Qué grosero. Sacudo ligeramente la cabeza, pero si se da cuenta, no
dice nada.
Conduce durante unos minutos, inquietantemente silencioso, con el
corazón en la garganta mientras permanezco sentada a su lado. Antes
de que Dan llamara, estaba a punto de pedirme algo y quiero
desesperadamente que lo haga. Sea lo que sea, pídemelo. Pídemelo,
pídemelo, pídemelo.
—¿Qué estabas diciendo?
Las palabras salen de mí cuando mi pecho finalmente se siente como
si fuera a explotar y sus ojos bailan hacia mí por un segundo.
—¿Perdona?
—Antes de que Dan llamara. Me estabas preguntando algo.
¿Cómo…?
—Bien. ¿Cómo va todo?
—Genial —digo, alisándome el vestido a pesar de que ya está lo más
recto posible.
—No, quiero decir, en la oficina. Ya has pasado tu primera semana.
¿Cómo ha ido?
De acuerdo. No se lleva el premio a la originalidad, pero al menos,
intenta dar conversación.
—Estuvo bien. Creo que le estoy agarrando el truco a las cosas. Pero
tú eres el jefe. Dime cómo lo estoy haciendo.
—Algo estás haciendo bien seguro, o no estaríamos conduciendo
para ver lugares ahora mismo.
Asiento con la cabeza.
—Y no habría resuelto el problema de Dan.
La risa brota de sus labios y es tan bonita que tengo que contenerme
para no levantar el puño en señal de victoria. He hecho reír al Sr.
Imbécil y, lo que es más importante, he hecho reír a Shane. No es la
primera vez, porque algunos mensajes de texto que intercambiamos
eran divertidísimos y la última vez me dijo que casi se atraganta con
un trozo de tarta de manzana. Pero es la primera vez que lo veo, e
inmediatamente me vuelvo adicta.
—Sí. Eres muy buena en tu trabajo, Heaven. Pero me refería a los
compañeros, al ritmo. Es bastante diferente a lo que estás
acostumbrada. ¿Cómo te va? —Cuando lo miro boquiabierta, frunce
el ceño y sus ojos pasan de la carretera a mí repetidamente—. ¿Qué?
—Creo que nunca te había oído usar tantas palabras juntas.
Sus hombros se relajan mientras pequeñas arrugas aparecen en el
rabillo de sus ojos.
—De acuerdo. ¿Y tendré una respuesta larga?
Hago una pausa, y cuando ladea la cabeza, claramente frustrado
porque tarde tanto, lucho contra el instinto de sacarle la lengua.
—Es diferente. Tenías razón. Comparados con ustedes, somos
artistas. Pero creo que lo llevo bastante bien. Solo que no espero que
Marina me invite a su fiesta de cumpleaños pronto.
—Creo que nunca me ha invitado a esa fiesta y he trabajado con ella
cerca de diez años.
Qué triste. He estado en cada una de las fiestas de cumpleaños de
los miembros de mi equipo desde que trabajamos juntos.
—¿Por qué todos en el sexto piso son tan…
No sé qué palabra elegir. No quiero insultarlo, pero el término que
me gustaría usar es «fríos» tal vez «distantes». Definitivamente
«desagradables».
—Estamos allí para trabajar. Hacemos amigos en nuestro tiempo
libre.
Sin embargo, está haciendo un esfuerzo conmigo. ¿Cómo es eso
diferente?
Antes de que pueda preguntar, continúa:
—Funciona. Yo soy el Señor Imbécil y ellos hacen su trabajo.
Mientras no despidan a nadie y hagamos las cosas, no veo el problema.
—Bueno, para empezar, es tenso.
—La tensión es un gran motivador —dice, cambiando las manos en
el volante.
—No. La tensión es tensa. La motivación es un gran motivador.
Sonríe. No sé qué lo hace tan feliz, pero verlo relajado hace
maravillas en mí.
—Así que crees que puedes hacer mi trabajo mejor que yo.
—Sé que puedo.
Una ráfaga de aire acondicionado despeina los mechones de pelo
junto a sus ojos encapuchados mientras mueve la cabeza arriba y
abajo, como si lo impresionara mi confianza. Y tengo mucho que
vender cuando se trata de mi trabajo. Soy genial en lo que hago. Más
que genial, soy increíble.
Estoy a punto de volver a hablar cuando mi teléfono emite un pitido.
Es un ruido raro, una especie de ping que no reconozco. Pero Shane sí,
porque sus ojos se disparan hacia mí.
Oh, Dios. ¿Es RadaR? Tiene que ser.
Me arde la cara. No tengo motivos para sentirme avergonzada, por
supuesto. Shane no sabe que técnicamente aún tengo novio y él mismo
está en esa aplicación. Además, parece que definitivamente no sabe
que Nevaeh y yo somos la misma persona. No obstante, estoy
mortificada. Tanto que tardo un minuto entero en darme cuenta de
que si Shane está sentado a mi lado y me llega una notificación de
RadaR, significa que es Alex. No he deslizado a la derecha a nadie más.
Mi novio está unos pasos más cerca de probar que es el hombre
horrible que ya sé que es.
Al segundo pitido, el pánico se extiende por mí, paralizando todos
mis músculos.
Entonces la pesadilla continúa.
Mi teléfono suena una y otra vez. A la tercera, lo tomo. Al cuarto, lo
tengo en las manos e intento frenéticamente apagar el sonido. A la
quinta, el volumen es tan alto como la bocina de un barco y sudo a
mares. Cuando llega el sexto, me pregunto si es posible que Shane se
haya quedado sordo de repente y se haya perdido las inconfundibles
notificaciones de texto de RadaR.
—Interesante… tono de llamada.
Por lo visto, oye muy bien.
¿Es dramático esperar un accidente de coche? ¿Sí? ¿Qué tal un
pequeño bache para desviar un poco la conversación?
Me encuentro con los ojos de Shane justo antes de que vuelva a
centrarse en la carretera.
—Oh, s-sí. Solo… es un nuevo modelo de teléfono.
—¿Lo es?
Me meto el dispositivo traicionero en el bolsillo.
—Ajá.
—¿Qué marca?
Bueno, decir que mi mentira era una mierda sería educado, pero
ahora estoy muy metida.
—Oh, solo una nueva marca. Hace teléfonos muy baratos. Terribles
sonidos de notificación. No lo sabrías.
—Bien. Entendido.
Permanecemos en el silencio más incómodo conocido por el hombre
y siento como si mi teléfono me estuviera haciendo un agujero en el
bolsillo, pero no lo saco. No decimos nada más durante el resto del
viaje, con la misma sonrisa curvando sus labios. Una vez más, creo que
se está burlando de mí.
El karma realmente es una perra.
Merecer tu postre

—Y este será el backstage de su evento. Como puede ver, hay mucho


espacio para todas sus modelos y bonitos vestidos.
La mujer se vuelve hacia mí, con los ojos y la nariz arrugados. No
tiene ni idea de cuántos vestidos bonitos tendremos que meter aquí.
Mi mirada se dirige a las ventanas. Planeamos tomar un aperitivo
en el exterior antes de que empiece el evento y el jardín que rodea este
lugar es excepcional, así que eso es una tilde en mi lista.
Shane sigue al teléfono, paseándose arriba y abajo mientras nos
sigue. No presta atención a las palabras de la mujer y ha recibido una
llamada tras otra desde que llegamos. No puedo decir que me queje,
porque después del incidente de RadaR en el coche, me vendría bien
un respiro, pero me pregunto por qué se ha molestado en venir.
—¿Esperamos a su colega?
Me vuelvo hacia la mujer, una sonrisa amable suaviza sus facciones
y lleva el pelo recogido en un moño bajo.
—Es mi jefe —le explico antes de volver a mirarlo. Sigue caminando,
sigue estresado—. No, vámonos.
Sigo a la mujer fuera de la sala y entro en la principal. Parece lo
bastante grande para el evento y es grandiosa, sin duda. Molduras de
corona decoran las paredes y el techo es tan alto que me pregunto
cómo limpian esa gigantesca lámpara de araña que cuelga en medio.
Casi me siento indigna por estar aquí sin vestido de noche.
—¿Hay cocina en el local? —pregunto después de tomar algunas
notas.
—Sí, en el piso inferior. ¿Le gustaría verla?
—Si no es mucha molestia.
Me hace señas con la mano y sigue describiéndome la historia de la
mansión mientras me conduce por mil millones de pasillos. Todo aquí
es de un elegante tono crema, quizá beige. Se podría pensar que este
lugar parece una villa vieja y aburrida, pero eso está lejos de la verdad.
Al contrario, parece bañado en lujo.
Llegamos a la escalera principal y hacemos una pausa. Debe de ser
la parte más impresionante de la mansión. Dos escaleras se reflejan la
una en la otra, una a cada lado de la sala, con barandillas talladas y
cientos de cuadros de aspecto renacentista colgados de las paredes. Me
recuerda a las películas sobre la monarquía inglesa.
—… y, por supuesto, retiraremos cualquier artículo si así lo solicita.
La mujer señala una escultura de medio busto junto a las puertas,
pero no se me ocurre nada que haya que quitar. Los grandes jarrones
blancos de la entrada, las esculturas de los pasillos, los espejos de
marco dorado. El espacio no está abarrotado y cada objeto parece
pertenecer a su sitio, pero tomo nota mentalmente de pedir una lista
de objetos para repasarla con el interiorista.
Cuando llegamos a la cocina, cuento ocho fogones. No estoy segura
de si son muchos o pocos, así que inspecciono las encimeras de acero
inoxidable y disfruto de lo impecables que están. Es mi nivel de
limpieza, que no es lo más sencillo de conseguir.
Shane, como si lo hubieran convocado, aparece en la entrada de la
cocina y me mira a los ojos.
—¿Cómo vamos?
—Bien. Vamos a echar un vistazo a la cocina.
Su mirada sobrevuela la habitación.
¿Está pensando que es un lugar donde le gustaría hornear? Todavía
me cuesta creer que el Sr. Imbécil sea el mismo hombre que se pasa las
tardes horneando y viendo viejas películas de ciencia ficción.
Mientras la mujer habla (apenas ha parado desde que llegamos), él
mueve la cabeza sí, pero sus ojos van de un punto a otro. Cuando se
vuelve hacia mí, me estudia, como esperando un veredicto.
Curiosamente, yo esperaba lo mismo de él.
—Tiene buena pinta —comenta—. ¿Qué te parece?
Con los brazos cruzados, la mujer aprieta la boca mientras se calla.
Realmente necesita dejar de interrumpir a la gente.
—Esta mansión es maravillosa. De verdad, es uno de los lugares
más hermosos que he visto —le digo con una sonrisa de disculpa.
Si Shane alguna vez se ha preguntado por qué le han puesto ese
apodo, tengo muchas aclaraciones para él.
Antes de que ella pueda volver a hablar, él interrumpe:
—Tenemos que irnos pronto.
—Sí. ¿Podemos darle una respuesta después? —le pregunto a la
mujer mientras se dirige al pasillo.
—Por supuesto. Tómense su tiempo. Y vuelvan a visitarnos cuando
quieran.
Salimos de la cocina y volvemos a la planta baja, donde echo un
vistazo más a las escaleras antes de dirigirnos al coche.
«Tiene buena pinta». Es todo lo que ha dicho sobre este lugar, e
intento adivinar si le parece adecuado para el evento. Estoy medio
convencida de que querrá que decida qué proponer a los clientes y
tengo que hacer la elección correcta. Maldita sea. No debería
esforzarme tanto por impresionarlo.
—La siguiente ubicación está a veinte minutos en coche de aquí. ¿Te
apetece parar a tomar un café en algún sitio? —Abre la puerta del
coche y, cuando se da cuenta de mi expresión de asombro, levanta las
cejas—. No es necesario que lo hagamos.
—No, no. Café suena bien. De todas formas, la siguiente reservación
es dentro de cuarenta minutos.
Se desliza dentro del coche.
—De acuerdo, entonces. Vamos a tomar un café.

Cuando traigo la bandeja con nuestros dos cafés a la mesa, Shane


sigue al teléfono, con el ceño fruncido, un puño cerrado sobre la boca
y las cejas oscuras inclinadas sobre los ojos.
—Marina, espera. —Se acerca el teléfono al pecho y susurra—:
¿Conoces a alguien que pueda diseñar cinco folletos diferentes hoy?
«¡Caramba!» Me siento y cruzo las piernas.
—Sí, tengo un chico.
—También tenemos uno, pero se rio en nuestra cara. Necesitamos
más de uno. Necesitamos un maldito equipo entero.
Echo un poco de azúcar en el café y remuevo.
—Si esta semana me ha enseñado algo, es que tu chico
probablemente te odia. Mi chico me quiere —me burlo, y aunque él
pone en blanco sus preciosos ojos marrones, sus labios se levantan.
—¿Lo hace?
Soplo el líquido oscuro y bebo un sorbo.
—Otra ventaja de ser amable con la gente.
Me mira fijamente durante unos segundos, tan profundamente que
la piel se me pone de gallina y luego se lleva el teléfono a la oreja.
—Marina. Heaven conoce a alguien que podría ayudar. Deja que te
llame.
Puede que todo esté en mi cabeza, pero hay una cierta chispa que
parpadea de su mirada a la mía. Casi puedo ver los destellos dorados
disparándose entre nosotros.
—Oh, y… ¿Marina? —Hace una pausa—. Gracias.
¿Le dio las gracias el Sr. Imbécil a uno de sus empleados? No me
sorprendería salir de este café y, en lugar del cálido sol, encontrarme
con una tormenta de nieve.
Me muerdo los labios y llamo a Nevil, un freelance al que recurrimos
a menudo para el material gráfico y el único con el que he trabajado
que siempre capta lo que estoy imaginando sin demasiadas
explicaciones. Es una especie de brujo.
Shane deja el teléfono y remueve su café.
—Creo que Marina se ha caído de la silla.
—Estoy a punto de unirme a ella. Esto debe ser una dimensión
alternativa.
Cuando Nevil contesta, le explico lo que necesitamos y le paso el
teléfono a Shane, no sin antes pedirle que, por favor, sea amable. No
puedo enemistarme con la gente con la que trabajo.
Al terminar la llamada, inhala profundamente, con una sonrisa
relajada en los labios.
—Gracias. Es la segunda vez que me salvas el trasero hoy.
Me encojo de hombros.
—Es mi trabajo.
—No, no lo es —dice con una mirada punzante antes de hacer un
gesto hacia el mostrador—. ¿No quieres comer nada? No sé si
tendremos tiempo de parar a comer.
Detrás del panel de cristal hay abundante bollería, pero no parece
que haya comida para almorzar. Y aunque esas magdalenas parecen
apetecibles, ya me he comido tres galletas esta mañana.
—Uh no, gracias.
—¿En serio? —Arquea las cejas y se vuelve hacia el mostrador—.
¿No te gusta el postre?
Mis ojos se encienden mientras sacudo frenéticamente la cabeza. Si
hay algo que no quiero es que piense que odio lo que más le apasiona.
—No, me encanta el postre. Me encanta. Lo adoro. Quizá… —Trago
saliva, intentando contener la locura—. Quizá me gusta demasiado.
—No creo que exista tal cosa —dice mientras apoya la espalda en la
silla—. A menos que estés intentando adelgazar, lo cual… —me
señala— no debería ser tu caso. —Echa la cabeza hacia atrás y,
abriendo mucho los ojos, sacude la cabeza—. Oh. Eso fue… poco
profesional. Lo siento.
¿Se disculpa por decir que soy flaca? Me han llamado cosas peores.
—No, no pasa nada —lo tranquilizo.
Se hace el silencio mientras ambos removemos nuestros cafés, y una
vez que mis ojos vuelven a recorrer los pasteles, él se aclara la voz.
—Entonces… ¿cómo es que a uno le gusta demasiado el postre?
—Oh, no es nada. Es una estupidez.
—Vamos —se burla—. Yo decidiré si es estúpido. Soy el Señor
Imbécil después de todo.
Observo su mirada curiosa e inhalo profundamente. Ahora va a
parecer raro si no se lo digo, así que espero que encuentre mis rarezas
entrañables.
—Yo… —Me muerdo el interior de la mejilla—. Tengo la manía de
comer postre solo como un regalo.
Sus cejas se fruncen.
—¿Un regalo?
—Sí. —Me arden las mejillas, pero miro fijamente mi café y
continúo—: Como un premio. Si hago algo bueno, o… si me lo
merezco.
No dice nada durante un rato. Cuando lo miro a los ojos, parece
distraído, pero rápidamente sonríe.
—Bueno, hoy me has arreglado dos situaciones difíciles. Yo diría
que eso vale un premio.
—Cierto, pero… He desayunado galletas.
Inclina la cabeza.
—Como premio por…
Oh, chico.
—Anoche terminé el libro que dije que leería al final de la semana.
—Bien. Así que… razones totalmente diferentes. Te has ganado un
montón de postres desde entonces.
Su mirada se clava en la mía como si esperara que accediera y así lo
hago. Para ser sincera, se me llena la boca de baba en cuanto veo todas
las tartas y pasteles que hay detrás del mostrador de cristal.
Con una sonrisa, se levanta y se dirige a los pasteles. Al parecer, ha
elegido por mí.
Mi cabeza tiembla mientras él estudia una bandeja de donuts. Me
pregunto qué demonios pasa por su cabeza. ¿Está intentando adivinar
lo que me puede gustar? ¿Está comprobando la calidad de los postres?
¿Puede saber si son buenos con solo mirarlos?
Me reclino en la silla y exhalo.
Es tan guapo. Cada nuevo ángulo que tengo de él lo hace
insoportablemente obvio. Ahora que está inclinado hacia delante con
las manos en los bolsillos, los pantalones le caen sueltos por las
piernas. Sus zapatos están relucientes e inmaculados, como si los
acabara de comprar, sus brazos gruesos y musculosos.
Cuando sus ojos se entrecierran, un pequeño mohín florece en sus
labios. Entonces se le acerca el camarero y habla señalando los
pasteles. No oigo lo que dice, pero la forma en que mueve la
mandíbula, cómo se abren y cierran sus labios, es fascinante.
De repente se vuelve hacia mí, haciéndome dar un respingo
mientras hago como que rebusco en mi bolso. Mierda… ¿Cuánto
tiempo llevo mirándolo?
—Toma. —Miro el plato que me pone con una porción de lo que
parece tarta de queso con chocolate y una magdalena de arándanos—
. Pensé que podríamos compartir.
Oh. Compartir pasteles con Shane.
—Claro, suena bien. —Intento sonar despreocupada, pero es
dolorosamente obvio que no lo estoy.
Compartir el postre con Shane seguramente subirá a mi top ten de
momentos de los últimos… diablos, de mucho tiempo.
Ignorando el ligero aleteo de mi corazón al ver los pasteles, me
arreglo un mechón de pelo detrás de la oreja y tomo el tenedor que me
ofrece.
—¿Cuánto tiempo llevas en IMP? —pregunta.
—Cinco años. ¿Y tú?
—Ocho. Cuando empecé, solo había otras doce personas.
Teniendo en cuenta que había cien cuando empecé, es
impresionante.
Señalo la tarta de queso y apenas puedo reprimir un gemido. Es tan
mantecosa y dulce. Es una de esas sin cocinar, con toneladas de crema
espesa y azúcar.
—Guau, está buena.
—Está bien —dice con voz llana.
Me quedo con la boca abierta.
—¿Solo bien?
—Sí. Está bien. Hago una tarta de queso mucho mejor. Esta es
demasiado dulce —susurra.
Siento un cosquilleo en las mejillas y espero no ponerme roja. Shane
no puede ser tan imbécil si se asegura de que nadie pueda oírlo. O
quizá, como panadero, sabe lo triste que es que critiquen tus postres.
En cualquier caso, es lindo.
Cuando se da cuenta de mi mirada, se encoge de hombros.
—Horneo un poco.
Hornea más que un poco y no voy a fingir que no lo sé, ni voy a
utilizar lo que le dijo a Nevaeh para remover la conversación. Ambas
cosas me hacen sentir que lo estoy manipulando. Así que pregunto
algo que realmente no sé.
—¿Cómo te metiste en eso?
Se lame los labios, traga saliva y levanta la vista.
—Empecé cuando tenía trece años. Mis abuelos tenían una
panadería y me enseñaron.
—¿Cuál es tu postre favorito?
Se pasa una servilleta por los labios y, aunque no puedo asegurarlo,
parece que lo hace para ocultar una sonrisa.
—Es una buena pregunta. Los postres favoritos de la gente dicen
mucho de ellos.
Mis cejas se fruncen.
—¿Cómo es eso?
—Déjame darte un ejemplo. —Me señala con su cuchara—. ¿Dirías
que el postre favorito de Marina es un s'more o un macaron?
Supongo que entiendo su punto de vista. Es presumida y odiosa en
la mayoría de las cosas que hace. Lo más probable es que su postre
favorito encaje en el cuadro.
—Entonces… ¿Puedes adivinarlo? —pregunto, imaginándome qué
tipo de postre me ha ganado mi personalidad.
—¿Tu postre favorito?
Me encojo de hombros.
—El de cualquiera. Si conoces a alguien, ¿puedes decir qué postre le
gustará?
—No soy adivino, pero puedo hacer conjeturas.
Resplandezco.
—Adivina el mío, entonces.
Nuestras miradas se cruzan y su labio inferior desaparece dentro de
la boca. Parece que se lo está pensando y yo enarco la ceja en señal de
desafío. Sé que no se echará atrás, porque yo nunca lo haría. Nunca lo
hago, y recuerdo su biografía en RadaR.
«Fanático del control, con exceso de trabajo, estresado y
extremadamente competitivo».
—¿Qué gano si lo hago?
Estamos coqueteando. Estoy bastante segura. ¿O no lo estamos?
Mierda, ojalá Emma estuviera aquí. No he hecho nada como esto en
años y no estoy segura de si esto somos nosotros coqueteando
juguetonamente o haciéndonos amigos. Tal vez la única diferencia
entre las dos es si me encuentra atractiva.
Me muevo el pelo hacia un lado y remuevo el café. Si esto es flirteo,
¿qué puedo decir a eso? Supongo que, si Emma estuviera aquí, diría
algo atrevido, como «una noche que no olvidarás» o «lo que quieras
de mí». Pero no soy Emma.
—¿Qué quieres? —le pregunto.
Su mirada se clava en mí mientras toma un poco de tarta de queso
y se la come.
—No estoy seguro. ¿Qué tal si decido lo que quiero una vez que
gane?
—O elegiré lo que quiera una vez que pierdas.
Menea la cabeza riendo.
—Sí, claro.
—¿Cuánto tiempo tienes para adivinar?
—Hasta que vuelvas a tu caótico departamentito.
Así que cuatro semanas y media. Estoy bastante segura de que voy
a ganar. Mi postre favorito es tan poco impresionante que nunca
pensará en él.
—Perfecto. Eso me da tiempo suficiente para decidir lo que quiero.
—No, también te dará tiempo suficiente para pensar un plan
alternativo cuando gane y no consigas lo que quieres.
Reprimo una risita y tomo la mitad de la magdalena. No me gustan
mucho los arándanos, pero no me delataré tan fácilmente.
—¿Tenemos un trato? —pregunta.
Miro fijamente la mano que me ofrece y vacilo un segundo, no
porque me falte confianza para ganar, sino porque cuando nos
conocimos no nos dimos la mano y, al pasarle un expediente u otro,
nuestros dedos nunca se rozaron. Esta es la primera vez que podré
tocar a Shane.
—Si te preocupan las cosas degradantes que te pediría que hicieras,
no lo hagas. Lo mantendré lo suficientemente respetuoso. No
queremos dar a Recursos Humanos un dolor de cabeza.
Siento cómo me ruborizo al fijarme en sus ojos traviesos y sus
pestañas oscuras. Entonces le tomo la mano y se la estrecho, ignorando
lo que me produce en el estómago el contacto de su piel contra la mía.
—De acuerdo. Trato hecho.
Se necesita una foto de la polla

Cierro la puerta del piso de una patada e inhalo el olor del difusor
de aroma a brisa marina que compré la semana pasada. Estoy agotada.
No solo Shane y yo hemos caminado mucho hoy, lo que con mis
tacones no ha sido muy agradable, sino que estar cerca de él me pone
tensa. Es difícil de explicar. Me hace sentir segura y cómoda, como una
canción conocida o una película reconfortante. Sin embargo, me
tiemblan las rodillas cada vez que me sonríe.
Coloco los zapatos ordenadamente al lado de los otros tacones que
suelo llevar para trabajar, los que están permanentemente manchados
con mi sangre en la parte interior, luego entro en el cuarto de baño y
me lavo la cara. Hay algo que he estado evitando todo el día, pero ya
no puedo ignorarlo. Mi teléfono. O más bien, las dos personas que
enviaron mensajes de texto a Nevaeh. Shane y Alex. No revisé ninguno
de los dos mensajes de camino a casa porque Shane me trajo hasta
aquí, porque después de que terminamos con la tercera ubicación, ya
había pasado la hora de la oficina.
Al menos siento que sé cuál ubicación debemos elegir. Todavía me
gustaría que Corinne hubiera venido, porque, como era de esperar,
cuando le pregunté a Shane su opinión, dijo que confiaba en mi juicio.
Sí, claro. El hombre es aún más fanático del control que yo. Y estoy
bastante segura de que solo hay una respuesta correcta en su mente, y
me está poniendo a prueba.
Tomo el desmaquillante y me froto la cara.
—No te oí volver.
La botellita de plástico sale volando de mis manos y mi corazón da
un vuelco.
—¡Dios! Me has asustado —le digo a Alex, que sonríe
perezosamente.
—¿Cómo estás? —Se acerca y me besa los labios.
Hace una semana que no lo veía, y estoy tan conmocionada por el
repentino gesto cariñoso que pierdo temporalmente la capacidad de
hablar.
—Estoy bien —digo finalmente—. ¿Qué tal el viaje?
Se encoge de hombros.
—Estuvo bien. Trabajo.
Agarro la botella rosa que yace de lado encima de la alfombra.
—Bien.
—¿Qué hay para cenar?
Hago un mohín mientras me vuelvo hacia el espejo. Por supuesto
que es lo primero que me dice. Porque para eso estoy aquí. Para hacer
mamadas, limpiar y cocinar.
—¿Puedes traer una pizza? Estoy agotada.
Cuando asiente y sale del baño, me miro al espejo. Estoy tan tensa
que me tiemblan las manos. Tomo el móvil, grito que me voy a duchar
y cierro la puerta tras de mí con un renovado propósito. Tengo que ver
lo que le ha dicho a Nevaeh.
Compruebo mis notificaciones y me quedo helada. Como imaginé
durante el trayecto en coche, Alex ha coincidido conmigo y me ha
enviado un mensaje. Sin embargo, lo que me hace entrecerrar los ojos
es que los últimos mensajes que me ha enviado son fotos.
Cada latido de mi corazón es más doloroso, pero abro la
conversación y veo el punto verde junto a su nombre. Con un grito
ahogado, me llevo una mano a la boca y dejo caer el teléfono sobre la
lavadora.
Está en línea ahora mismo, cuando debería estar pidiendo su pizza.
Mientras yo estoy en el baño, a una pared de distancia de él.
Tardo un par de minutos en recuperarme de las náuseas que me
oprimen el vientre, pero cuando lo hago, mi corazón sigue a mil por
hora.
Las fotos. No, no puede ser… no es lo que estoy pensando. Alex es
un montón de basura humana, y no tenía ni idea hasta hace una
semana. Pero es imposible que sea ese tipo de hombre. No. Sin
embargo, no puedo encontrar otra explicación. Tienen que ser
desnudos, o fotos de pollas, o alguna otra horripilante sorpresa.
Suspiro y tomo el móvil: solo hay una forma de saberlo. Abro de
nuevo la conversación y me desplazo hacia arriba.
«Hola», dice el primer mensaje. «¿Quieres ver lo duro que me han
puesto tus fotos?» dice el segundo. Y luego, fotos.
Es ese tipo de hombre.
Probablemente no debería sentirme tan violada como me siento. Es
mi novio quien me envía fotos de sus genitales. Debería abrirlas, hacer
capturas de pantalla y guardarlas en mi teléfono para amenazarlo más
tarde. Pero las lágrimas manchan mis mejillas en un instante. No sé si
es por las fotos, porque él está en línea o porque todo se ha vuelto real,
pero entro en la ducha y lloro hasta que se me enmohecen los dedos.

—Últimamente comes muy poco.


Creo que no tengo fuerzas para mirar a Alex y me sorprende que,
cuando lo hago, no se convierta en polvo. Pero no lo hace, y me encojo
ligeramente de hombros.
—No tengo hambre. Puede que me esté poniendo enferma.
—Deberías acostarte temprano, entonces. No tienes buen aspecto.
Asiento con la cabeza. No me importa que piense que tengo mal
aspecto. Quizá a mí sí. Después de todo, saber que tu novio envía
desnudos a otra chica te hace eso. Tampoco me importa la sinceridad
de sus palabras. Si quiere que me quite de en medio para poder charlar
con su próxima cita caliente, puede hacerlo.
—Sí, creo que me iré a la cama. Duerme en el sofá esta noche. ¿Lo
harás? No quiero que tú también enfermes.
Acepta demasiado rápido y, una vez más, no me importa. Me
escondo en mi habitación, me tumbo bajo la mullida y gruesa manta y
apoyo la cabeza en la almohada. Estoy entumecida. Solo puedo
concentrarme en el olor del nuevo detergente que he comprado: es
jazmín o algo así. Por un segundo, me hace sentir mejor.
Cinco minutos después, empieza Volver al Futuro. Juro que no es la
única película que veo, pero solo el consuelo que me proporcionan
Marty y Doc puede calmar el apretado mordisco en mi estómago. Por
desgracia, a mitad de la película no me siento mejor. Emma me llama,
Olivia me manda un mensaje y las ignoro a las dos.
Cuando mi teléfono se enciende por tercera vez esa noche, resoplo
y lo miro con el ceño fruncido. Excepto que es Shane. Dios mío. Es
Shane enviándome un mensaje en RadaR.
Dejo caer el teléfono, salto de la cama y lo observo como si fuera a
atacarme en cualquier momento, luego intento dar unos pasos hacia
él.
No revisé su último mensaje, pero puedo ver éste en la notificación.

SHANE:
No me gusta tanto ahora que sé que fue un regalo de despedida.

En un intento de ponerme al día con el corazón saltándome del


pecho, me siento. Está hablando del llavero. Debe ser eso. Fue allí, lo
tomó. Y ahora lo tiene.
No puedo resistirme. Necesito ver lo que ha dicho antes, y soy la
persona más impulsiva e inmadura del mundo, pero abro el chat. Y
cuando veo que el mensaje anterior es una imagen, hago clic en ella.
Es él. Sonrío porque él está sonriendo. Sus ojos marrón cacao brillan
de alegría y tiene el puño junto a los labios, sujetando el llavero. El
pequeño DeLorean plateado cuelga junto a su cara.
Es tan guapo. Como Heaven, solo lo he visto con traje, y decir que
parece nacido con él es quedarse corto. Pero como Nevaeh, he tenido
el lujo de verlo con ropa informal, como la sudadera gris que lleva en
esta foto.
Mis ojos se mueven frenéticamente de un lado a otro, intentando
captar el mayor número de detalles antes de que se cierre, pero cuando
lo hace, apenas he empezado. Y ahora que mi insaciable sed y mi
contraproducente curiosidad se han saciado, se me retuerce el
estómago.
Le prometí que no lo dejaría en leído. La foto valió la pena, pero
ahora tengo que mandarle un mensaje. Y sé que es una idea terrible.

SHANE:
Te deben gustar otras películas.
NEVAEH:
Lo juro. Pero este es mi favorito. #MartyyDoc4E
SHANE:
¿En qué minuto estás? #NocheDePelícula

Sonrío demasiado, demasiado. Entonces pulso pausa y tecleo que


estoy en el minuto setenta y seis. La película está a punto de terminar,
pero espero que no le importe y se una de todos modos.

SHANE:
Bien, dame un minuto.

Me llevo el teléfono al pecho y gimo. ¿Cómo puedo sentirme tan


feliz? No debería. Debería estar obsesionada con los mensajes de Alex.
Pero, Dios, no lo estoy. Shane se apodera de mi cerebro por completo.
Eso no quita que llevemos más de veinte minutos mandándonos
mensajes. Sin embargo, no puedo parar. Es lo único que me mantiene
flotando sobre el agua. Si paro esta noche, me ahogaré.

SHANE:
¿Preparada?

Reacciono a su mensaje con un pulgar hacia arriba.


3… 2… 1…
Cuando el siguiente mensaje dice «Ya», pulso reproducir y, una vez
más, estamos viendo juntos mi película favorita.

Bueno… ¿qué tal el día?

Suspiro. Mi día con él fue emocionante, tenso, emotivo, encantador.


Fue un millón de cosas diferentes, y ojalá pudiera decírselo, pero no
puedo.

NEVAEH:
Largo e interesante. ¿Qué tal el tuyo?
SHANE:
Bien. Incluso mejor ahora que Marty está a punto de salvar el
presente tal y como lo conocemos.

Mi risita se convierte rápidamente en un suspiro. No puedo fingir


que esto no estoy disfrutando tanto como lo hago, pero hay algo a lo
que no encuentro explicación. Cuando me pican los dedos y no puedo
contenerlos, tecleo.
NEVAEH:
¿Por qué sigues mandándome mensajes?
SHANE:
¿Qué quieres decir?

Ahora que hemos pasado algún tiempo juntos, sé que sus ojos son
probablemente dos finas líneas en su cara. Todavía me lo imagino con
el traje azul que lleva en su primera foto de perfil, sentado en su sofá
de cuero y mirando atentamente su teléfono.

NEVAEH:
Tu perfil dice que no buscas nada serio. Pero me sigues mandando
mensajes y nunca me pides quedar.

Miro fijamente la pantalla y me cuesta creer que realmente haya


enviado ese mensaje. ¿Y si dice que sabe que soy yo, Heaven? ¿Y si el
truco del nombre al revés no es tan ingenioso como pensaba? ¿Y si dice
que quiere quedar?
No contesta. Espero, pero siempre responde rápido.
El sudor humedece mis axilas. ¿Lo he ofendido? ¿Va a dejarme
plantada? ¿Está enfadado? Me siento más erguida y muevo la cabeza,
intentando estirar los músculos del cuello, y cuando vuelvo a mirar el
teléfono, los tres puntos parpadean.
—Oh, gracias a Dios. —La cabeza casi me da vueltas, y ahora estoy
totalmente nerviosa. ¿Qué va a decir?

SHANE:
Podría decir lo mismo de ti.
Y antes de que me indiques que soy yo quien siempre te manda
mensajes, déjame recordarte el hecho de que has contestado.
Y antes de que me señales que me has ignorado varias veces,
permíteme recordarte el hecho de que en algún momento siempre
has contestado.
Me hormiguean las mejillas mientras me muerdo los labios. Estos
textos no pueden sentar tan bien. No son para mí, no realmente. Pero,
chico, me calientan como una chimenea.

NEVAEH:
Supongo que podrías decir lo mismo de mí. ¿Qué tal si me das tus
razones y yo te doy las mías?
SHANE:
Tu propuesta parece razonable.
NEVAEH:
Trato hecho.
SHANE:
Las damas primero.

Podríamos seguir durante horas, creo. Shane es un hombre


testarudo, y en cierto modo, puede que seamos demasiado parecidos
para nuestro propio bien. Sin embargo, nunca me rindo. Y no voy a
empezar ahora.

NEVAEH:
No me hagas sacar los brownies de caja. #NadaQuePerder
SHANE:
Bien. Tú ganas. Y eres una bruja.

Echo la cabeza hacia atrás con una sonrisa y espero su mensaje.


Aceptó ir primero. Pero, una vez más, no llega nada y me quedo
mirando patéticamente la pantalla.
Cuando vibra mi teléfono, me pongo de rodillas, encima de la
manta, mientras me tapo la boca con la mano. Me ha enviado un
mensaje de voz.
En este momento, saber que estoy a punto de oír su voz, es casi tan
bueno como oírla de verdad. La emoción, la anticipación, el misterio.
Casi puedo saborear su dulce mezcla en la punta de la lengua mientras
mi cuerpo se estremece. Mis músculos se tensan, mis ojos están un
poco secos porque no puedo parpadear. Me quedo mirando. Entonces,
pulso reproducir.
—Hola. Ya que te has puesto existencial conmigo, pensé en llevarlo
al siguiente nivel. Espero que no te importe. —Hace una pausa, y en
el fondo Marty le dice a Biff que deje en paz a Lorraine.
Aunque trago saliva, el nudo en la garganta no se mueve.
»Así que… quieres saber por qué te sigo mandando mensajes. Es
una pregunta justa. Supongo que… Disfruto de tu compañía. La
compañía virtual. —Suelta una risita oscura y áspera que me pone
nerviosa—. Puede que pienses que es una línea… probablemente lo
haría si fuera tú… pero cuando mi teléfono se ilumina con tu
nombre… Sonrío sin esfuerzo. Si eso tiene sentido.
Se aclara la voz y mi corazón pende de un hilo. Su voz es tan cálida.
Tan relajada. Completamente diferente a la del Sr. Imbécil.
»Pero —dice en tono alegre—, no está bien que digas que no te he
invitado a quedar. Fue literalmente mi primer mensaje para ti. Que, si
no recuerdo mal, quedó sin respuesta. HashtagGrosera.
Sonrío, aunque no debería. Esto me pone en una posición muy
incómoda. Pero estoy tan negada que no puedo evitar apoyarme la
almohada en la cara y chillar. Su voz hace que mi pecho se estremezca,
y el hecho de que quiera ver a Nevaeh de alguna manera es algo que
atesoro. Después de todo, puede que no sea mi foto lo que mira, pero
es a mí a quien habla. Y le gusto. Me doy cuenta.
Me deleito en esa conciencia, sosteniendo la manta entre las manos
y reflexionando sobre si debo reproducir el mensaje o si él recibirá una
maldita notificación. Por supuesto, no puedo enviarle una. Podría
reconocer mi voz. Por teléfono es diferente, supongo; la suya suena
aún más grave, pero no puedo correr el riesgo.
Todavía estoy respirando hondo y sonriendo al techo cuando se
abre la puerta del dormitorio y entra Alex.
—Oye, ¿me has lavado los vaqueros?
Mi sonrisa desaparece, pero me temo que se ha dado cuenta de
todos modos. Miro hacia abajo e intento parecer despreocupada, pero
me avergüenzo de lo nerviosa que parezco al decir:
—No. Todavía no.
—¿Qué haces? —pregunta echando un vistazo al televisor.
—Mensajes de texto con Emma. —Mi corazón va a mil por hora,
pero me obligo a dejar de temblar—. ¿Tú?
—Viendo la tele. Me voy a dormir, estoy agotado.
Cuando se inclina para besarme, me giro para que sus labios
presionen mi mejilla y le aprieto la mano antes de que pueda
preguntarme qué me pasa.
—No quiero que te pongas enfermo.
Se endereza y sacude la cabeza hacia el televisor.
—Sigo sin entender por qué te gusta tanto esta película.
Sí, bueno, no espero que lo haga. Y hay muchas cosas que no
entiendo de él, como por qué envía fotos de su salchicha a extrañas en
una aplicación de citas.
—Buenas noches.
Saluda con la mano y cierra la puerta tras de sí.
Respiro hondo, dejo que mis hombros se relajen (no me había dado
cuenta de que estaban tan tensos) y desbloqueo el teléfono. No quiero
hacer esperar a Shane, no después de que haya sido tan sincero en su
mensaje de voz.

NEVAEH:
Sí. Tiene mucho sentido.
SHANE:
Ahora te toca a ti.

Durante un par de segundos, reflexiono sobre qué decir. Busco en


mi corazón una respuesta sincera, pero que no suene demasiado
patética, como «Estoy muy enamorada de ti» o «¿Mariposas? Siento
todo el zoológico cuando estoy contigo».

NEVAEH:
Cada vez que nos mandamos mensajes, es como leer un libro y
pensar: «Mierda, qué bueno es este capítulo».
Dices que el postre es un capricho. Supongo que tú eres mi capricho,
y me estoy dando el gusto.
SHANE:
Soy tu postre. Lo tengo. #ReciénSalidoDelHorno

Me río entre dientes. Sí. Él es mi bandeja de brownies, mi porción de


tarta de queso, mi marca favorita de galletas.

¿Te apuntas a una maratón? No creo que pueda dormir todavía.


La apuesta azucarada

Bostezando, entro en el pasillo y me dirijo a mi despacho. Está a solo


dos puertas, pero consigo encontrarme con Marina, que ignora mi
saludo mientras pasa a toda velocidad a mi lado.
Dios, tengo antojo de café. Aunque quedé con Emma para
desayunar esta mañana, no pude ni tomar un sorbo de mi café con
leche mientras le contaba lo de las fotos de la polla de Alex y me metía
en la madriguera de, «qué habré hecho yo para convertirlo en esto».
Afortunadamente, me sacó de dudas.
Dejo la bolsa en el suelo y veo una cajita de papel azul sobre el
escritorio, justo delante del teclado. Me acerco para examinarla y
desato la cinta blanca de la parte superior, dejándola caer sobre el
escritorio. Si es una bomba, es la más bonita que he visto nunca.
La caja se despliega y dentro hay un pastelito. No estoy segura, pero
creo que es un éclair. Tiene un aspecto delicioso, y como no he
desayunado, casi se me cae la baba.
La puerta de mi despacho se abre y aparece Shane, con una amplia
sonrisa y un aspecto espléndido, con el pelo peinado hacia atrás y un
traje todo negro. El diablo, pero con una sonrisa angelical.
—Buenos días —dice. Estoy bastante segura de que nunca ha dicho
eso en los últimos ocho años.
—Buenos días.
—Veo que encontraste lo que supongo es tu postre favorito.
Mi barbilla se inclina hacia abajo.
—No me di cuenta de que esto implicaría pasteles reales.
Él sostiene la puerta, medio dentro y medio fuera de mi despacho.
—Bueno, no puedes saber si es tu postre favorito, si no lo pruebas.
—Estoy bastante segura de que ya sé cuál es mi postre favorito,
Señor Hassholm.
Mientras cruzo los brazos y levanto la barbilla, su sonrisa se
ensancha.
—Bueno, señorita Wilson, este es mi primer intento, y he trabajado
mucho en él. Por favor, póngase en contacto conmigo lo antes posible.
Casi se desliza por la puerta, pero levanto un dedo.
—Hmmm… ¿Perdón? ¿Primer intento?
—Acordamos cuatro semanas.
—Cuatro semanas para pensarlo. Un intento.
Se pasa una mano por el pelo oscuro.
—Deberías haber puesto condiciones más claras. Tal y como yo lo
veo, tengo intentos ilimitados y cuatro semanas enteras para hornear
tu postre favorito. Y soy tu jefe.
Me burlo. Él oyó lo que dije ayer sobre los postres, ¿verdad?
—¿Así que sugieres que «ruede» a mi piso? No puedo vivir de
pasteles durante un mes.
—Intentos ilimitados. El postre no es un premio, Heaven, y no
deberías jugar al juego de la infelicidad. —Me dedica una ligera
sonrisa—. Por lo que veo, te vendría bien un poco de postre en tu vida.
—Pero lo que lo hace especial es que solo lo obtengo cuando me lo
merezco —me quejo.
Mueve la cabeza.
—Lo que lo hace especial es que lo he horneado para ti. —Señala la
cajita que hay sobre mi mesa—. Ahí está mi pasión, mi tiempo, mis
esfuerzos. Créeme, es especial.
Sabe que no me refiero a eso.
Miro fijamente el pastel y trago la saliva que me sobra en la boca.
Dios, tiene una pinta increíble.
—Bien. Pero…
—Ningún «pero», Heaven. Sabes, podría haberte despedido con
una llamada telefónica. Matado con un correo electrónico. En serio,
cuando el Señor Imbécil dice que debes comer postre, comes el maldito
postre. No querrás meterte con mi imbecilidad. —Cuando estallo en
una carcajada, toda su cara se ilumina. Cambia sus rasgos, le hace
parecer más joven, más feliz. «Más Shane»—. ¿Por mí? ¿Pruébalo? O
mejor aún… ¿por ti?
¿Por él? Sí. Comeré este delicioso pastel por él.
—De acuerdo. Gracias.
Asiente, con una sonrisa victoriosa en los labios.
—Esperaré tu correo electrónico. Y consígueme una respuesta sobre
la ubicación para recomendársela a los clientes.
Antes de que pueda reaccionar, sale por la puerta y se pierde de
vista. Quedamos solo yo y este crujiente éclair con glaseado marrón y
el delicioso relleno que sé que contiene.
Enciendo la pantalla y miro la caja. Probablemente debería tomar
una taza de café para acompañarlo, pero me falta autocontrol o
decencia. En cuestión de segundos, muerdo mi desayuno sorpresa. Y,
¿qué puedo decir? Sus postres están a la altura de las expectativas.
No sé qué es mejor. La cobertura de chocolate y la masa quebradiza
arremolinándose en la parte superior de mi lengua, o la conciencia de
que Shane horneó eso para mí. Es cremoso, mantecoso, crujiente, dulce
y rico. Todos los adjetivos que querrías usar sobre un postre. Y es para
mí.
Cuando coincidimos en la aplicación, pensé que nunca llegaría a
probar los postres de Shane H., y aquí estoy. Me acabo de comer el
mejor éclair, bueno, el mejor postre de toda mi vida, y él lo ha horneado
para mí. No Nevaeh. Solo para mí.
Ahora que lo pienso, puede que las próximas cuatro semanas sean
las mejores de mi vida.

Una vez concluida la reunión con mi equipo, regreso a la oficina


brincando, sin apenas notar el habitual escozor que mis tacones evocan
en mis plantas. Estoy más que agotada desde ayer, pero no puedo
evitar mi buen humor.
Compruebo la pantalla y Shane ha respondido a mi correo
electrónico. Se me escapa un chillido al hacer clic para abrirlo.

De: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)


Para: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)
Me alegro de que te haya gustado. No me alegra no haber acertado.
Afortunadamente, tengo intentos ilimitados.

Sigo esperando tu respuesta sobre la ubicación.

Tic, tac.

Shane Hassholm
Director de Eventos de IMP

Echo un vistazo a la presentación de los lugares y suspiro. He


incluido las tres mansiones que vimos ayer, pero aún no estoy segura
de cuál recomendar. Corinne dijo que elegiría la tercera, pero después
de todo, ella no estaba allí.
Paso de una página a otra y, cuando sigo sin decidirme, me
concentro en el resto de mi lista de tareas pendientes, cada vez más
larga. Hemos elegido dos empresas de catering y los clientes han
enviado a Shane una lista de canciones que les gustaría que tocara la
banda. También habrá un DJ, no sé muy bien por qué. Y hay que
examinar a dos de ellos.
Cuando acabo de responder a mil millones de correos, ha pasado
una hora entera y, mientras tanto, he recibido cinco más. Con un
gemido, abro el primero, pero antes de que pueda contestar, mi
teléfono emite un pitido. Es RadaR.
Mierda.
Lo tomo, esperando a ver qué le ha enviado Shane a Nevaeh ahora.
Es inusual, porque rara vez me envía mensajes durante el día, pero no
puedo decir que no me produzca un cosquilleo en el cuerpo. Me pasa
cada vez que recibo un mensaje suyo. Desbloqueo el teléfono y
compruebo las notificaciones. Mi alegría desaparece de inmediato
cuando veo que se trata de Alex.

ALEX:
Ahora tú.

Eso es todo lo que dice su texto. «Ahora tú». Como que es mi turno
de enviar fotos de mis genitales. En serio, esperarías que alguien se
molestara en escribir una frase entera cuando le pide desnudos a una
extraña.
Me clavo las uñas en la palma de la mano izquierda mientras resisto
la tentación de llamar a su madre y contarle lo que ha estado haciendo
su precioso hijo. Abro el chat apresuradamente, con el cerebro
aturdido por la furia, y escribo que no le enviaré nada de eso y que,
francamente, podría haber prescindido de sus fotos de pollas. Pero en
lugar de enviarlo, borro el mensaje.
Y escribo algo mucho peor.

NEVAEH:
No te enviaré ningún desnudo. Quedemos y te lo enseño todo.

Cierro los ojos y me paso las manos por la cara mientras me invade
una oleada de náuseas. Oficialmente, he perdido la cabeza.
Sé que esta es la razón por la que he hecho todo esto para empezar.
Para sorprenderlo con las manos en la masa y enseñarle lo que se
siente cuando te la juegan. Que alguien pisotee tu confianza, que te
traicione la persona con la que más contabas. Pero no debía hacerlo
ahora. Debía esperar a que me subieran el sueldo y poder echarlo a
patadas. ¿En serio no he sobrevivido a las dos primeras semanas?
Mientras miro fijamente el teléfono, aparecen los tres puntos.
Oficialmente le estoy haciendo catfishing a mi novio.

—Espera. ¿Han acordado… quedar mañana… por la noche? —


pregunta Olivia, con una voz extraña que sale de los altavoces del
ordenador de Emma.
Tomo un trozo de sushi, lo mojo en la salsa de soja y me lo llevo a
los labios.
—Sí —digo mientras mastico.
La sonrisa de Emma desaparece, y el asombro de Olivia, que ocupa
la mayor parte de la pantalla de Emma, se transforma en un ceño
fruncido similar.
—Ay, Heaven. Esto es una mala idea.
—¿Qué? —pregunto con una sonrisa amarga—. ¿Usar un perfil falso
con tus fotos para sorprender a mi novio o aceptar quedar con él,
sabiendo que probablemente pronto me quede sin casa?
Emma resopla.
—Olivia, no conoces a este tipo. Se lo tiene todo merecido.
—No digo que no lo haga. Seguro que sí. Pero, ¿qué vas a hacer con
el apartamento?
Me recuesto en la silla mientras estudio a mis mejores amigas.
Siempre hacemos esto… bueno, tan a menudo como podemos.
Comemos sushi y charlamos. Emma y yo aquí, en su apartamento, y
Olivia desde Sydney por videollamada. Cuando ella vivía aquí,
íbamos a un restaurante de sushi nuevo cada semana, así que hemos
mantenido la tradición lo mejor que hemos podido.
—No lo sé. Para ser honesta, no estaba pensando con claridad.
Vamos, chicas. Fotos de pollas. —Sacudo la cabeza y mis dos amigas
hacen lo mismo.
—¿Cuál es el plan? —pregunta Emma.
Voy por otro trozo de sushi, éste con atún y mayonesa.
—Me ha propuesto que quedemos mañana a las diez en un bar del
centro.
—¿Qué bar? —pregunta Olivia.
—Red Cube.
Emma se da golpecitos en la barbilla.
—¿Red Cube? ¿No es el que está junto al Hotel Silverton?
Olivia jadea.
—Espera, ¿el hotel en el que le viste hace un mes? —le pregunta a
Emma.
Cuando Emma asiente, vuelvo a centrarme en Olivia.
—Con esa mujer que dijo que era su colega. Sí, esa misma. —Tal vez
ese es su modus operandi. Conoce a las chicas en Red Cube, luego las
invita a su habitación.
—¿Dónde te dijo que estaría?
—No dijo nada, pero siempre está fuera los viernes. Jugando al
fútbol hasta las dos de la mañana. —Me burlo. Qué idiota he sido,
creyéndole ciegamente cuando decía que él y los chicos solo se
quedaban a tomar unas copas después de cada partido.
—¿Así que irás allí y… qué?
Esa es la pregunta que intento responder desde que le propuse que
nos viéramos.
—Iré allí y él esperará verte —digo mientras señalo a Olivia—. En
lugar de eso, estaré allí con mi vestido más sexy. Me reuniré con él en
su mesa, rebosante de confianza, y él tartamudeará una disculpa. Le
diré que mande a alguien por sus cosas, que me ha perdido y que se
arrepentirá el resto de su vida.
Es como una película en mi cabeza: el viento soplando entre mis
mechones oscuros mientras me alejo de Alex a cámara lenta con una
melodía triunfal de fondo. No sé qué pasará después. Pero no puedo
compartir mi piso con él durante las próximas cuatro semanas y
media. No puedo fingir que no lo sé, actuar como si no fuera gran cosa
que me haya estado engañando todo este tiempo. Que me bese y
duerma en la misma cama que él.
Cuando Olivia murmura:
—Tus expectativas me preocupan. —Emma pone los ojos en blanco.
—¿Qué crees que pasará? —pregunta Emma, volviendo su atención
a la pantalla.
—Bueno, creo que será incómodo. Los dos harán una escena dentro
del bar, y él intentará inventar un millón de excusas. Te irás, y él te
llamará, te mandará mensajes. Tal vez aparezca en el apartamento.
Eso suena mucho menos impresionante que la película en mi
cabeza, pero es una posibilidad.
Emma sacude sus palillos, agitando un rollo de salmón.
—Mira, Olivia y yo hablamos de esto.
Mis ojos rebotan de una a otra. ¿Qué quiere decir con eso?
—De acuerdo.
—Los dos pensamos que Alex es el equivalente humano de una de
esas arañas gruesas y peludas, y es injusto que tengas que soportar su
cara de imbécil durante un mes más, y mucho menos que te obligues
a acostarte con él. —Emma se aclara la voz, una pequeña sonrisa
hincha sus mejillas—. Así que te prestaremos el dinero para pagar el
resto del alquiler. Puedes romper oficialmente con él. —Antes de que
pueda abrir la boca para objetar, mueve la palma de la mano para
detenerme—. Nos lo devolverás cuando y como puedas. Y no te
molestes en decir que no, porque ya lo hemos decidido.
Suspiro. Sin duda, sé que no debo discutir con Emma.
—Chicas…
—Solo da las gracias, H —dice Olivia con una ligera risita.
Dudo, pero la mirada de advertencia de Emma es suficientemente
reveladora.
—Gracias, lo pensaré.
Es un asco. No, más que eso. Es horrible e injusto. Sé lo mucho que
trabajan para ahorrar. Olivia quiere ahorrar para un viaje en solitario
alrededor del mundo, y Emma planea solicitar una hipoteca. Pero
tampoco puedo negar que saber que tengo una red de seguridad bajo
el trasero me libera de una carga de estrés.
Miro el solitario grano de arroz que flota en la salsa de soja, mi
hambre hace tiempo que se ha ido. Quizá Olivia tenga razón y todo
esto sea un gran error. No será triunfal. Será triste, incómodo y el
comienzo de una dura ruptura.
—Chicas, tengo que irme. Mi descanso ha terminado —dice Olivia,
y ambas saludamos y nos despedimos antes de que cuelgue.
Cuando estamos Emma y yo solas, señala el sushi.
—Vamos. No dejarás que ese imbécil te arruine el apetito.
Tomo un edamame1, pero no me apetece. Mi mente está en espiral, y
cuanto más pienso en mis planes para mañana, menos tranquila me
siento.
—¿Y cómo van las cosas con el Señor Imbécil? —me pregunta en un
evidente intento de distraerme. Funciona, y al ver mi expresión
soñadora, chilla.
Maldita sea. No puedo evitarlo. Cada vez que pienso en Shane,
tengo la misma sonrisa estirada en la cara. De oreja a oreja.

1 Alubia de rama
—En realidad, ayer pasamos todo el día juntos. Y tenemos una
especie de apuesta en marcha.
—¡¿Estás de broma?! ¿Por qué no empezaste con eso? —pregunta,
dejando que el rollo de salmón vuele por el suelo—. ¡Cuéntamelo todo!

Emma y yo pasamos la siguiente hora sobre analizando cada


aspecto de mi día con Shane. Según ella, el hecho de que me
propusiera tomar un café significa que está interesado. Al igual que el
hecho de que lo haya pagado todo. Yo protesto, insistiendo en que es
porque es mi jefe, pero ella no cambia de opinión.
Cuando vuelvo al sofá, Emma se está mensajeando con alguien… a
juzgar por la sonrisa cursi de su cara, un nuevo enamoramiento.
Me siento y tomo el móvil. No hay mensajes nuevos, aunque no los
espero. Abro a medias la bandeja de entrada y me doy cuenta de que
tengo once correos nuevos desde la última vez. Es cruel a todas luces,
pero los reviso de todos modos. Una empresa de catering, una agencia
de modelos, un par de periodistas. Entonces, mi dedo se congela en la
pantalla. Shane. Hay un correo de Shane. El corazón me martillea en
el pecho, pero respiro hondo y abro el mensaje.

De: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)


Para: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)
Vamos a cenar con los clientes. Mañana a las siete de la tarde.

Shane Hassholm
Director de Eventos de IMP

—¡Emma! —grito, y la desesperación en mi tono probablemente la


alarma porque aparece a mi lado en un segundo.
Me quita el teléfono de las manos y jadea.
—Oh, mierda. ¡Oh, mierda!
—¿Qué estás haciendo?
Me mira con corazones en los ojos como si fuera un dibujo animado
mientras voy tras ella.
—¿Qué clientes? ¿dónde? ¿Qué te vas a poner?
—Aléjate del teléfono, Emma. Suéltalo y nadie saldrá herido.
Con una risita, lo deja dramáticamente sobre la mesa y da un paso
atrás.
—Muy bien. —Mientras miro fijamente el correo electrónico, ella se
une a mi lado—. ¿Por qué quiere que vaya?
—Porque le gustas, por supuesto.
Me muerdo los labios. Debe haber una razón por la que pregunta.
Una razón de verdad, una relacionada con el trabajo. Y Emma,
actuando como si me estuviera invitando a salir, no ayuda. No lo está
haciendo, solo me está pidiendo que vaya a una cena con clientes. En
realidad, más que pedir, está exigiendo.
Insisto en responder, ignorando el grito ahogado de Emma, y luego
su murmullo mientras toma una taza de café, aunque capto algo sobre
que por fin le demuestro mi valía a un hombre.
Shane me hace esto: me hace querer demostrarle que estoy a su
nivel. Y quizás eso es lo que me atrae tanto de él. Que actúa como si
yo también lo estuviera.

De: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)


Para: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)
Estimado Sr. Hassholm,

Estaré encantada de acompañarle a cualquier cena que tenga


planeada. ¿Puedo pedir que me lleve? Ah, y «un por favor» o un
«gracias» tampoco me vendrían mal. No me atrevo a soñar con las
dos cosas, pero apunto a una u otra.
Atentamente,

Srta. Wilson
Heaven Wilson, Gestora de proyectos junior en IMP

Cuando le enseño el correo electrónico a Emma, me dice que


estamos flirteando, que no se puede creer que le haya enviado ese
correo. Tengo que admitir que es un poco juguetón, pero es el tipo de
relación que hemos establecido. Al menos eso espero, a menos que…
mierda, ¿fui demasiado coqueta?
Mi teléfono emite un pitido con otro correo electrónico un par de
minutos después, y Emma se lanza en su dirección, pero yo lo tomo
primero. Las dos leemos la respuesta de Shane, con las cabezas juntas
mientras miramos la pantalla.

De: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)


Para: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)
Querida Srta. Wilson,

Estoy seguro de que nunca he conocido a alguien que hable tanto


como tú, por correo electrónico o de otro modo. ¿A qué viene tanta
cháchara? Además, sin presiones, pero sigo esperando tu decisión
sobre el lugar.

Si terminamos con la correspondencia, mi lista de tareas terribles


para hoy es muy larga, y necesito encontrar tiempo para mi segundo
de los intentos ilimitados.

Por favor, ven a cenar conmigo el viernes. Gracias.

Te recogeré a las seis y media. Probaremos el menú del evento. Traje


formal, por favor. Y gracias.

Adiós, y por favor y gracias.

Tuyo de verdad,
Sr. Imbécil

Shane Hassholm
Director de Eventos de IMP

—Dios mío… —Respiro, apoyándome en el sillón.


—¿Dijo tuyo «de verdad»? «¡Tuyo de verdad!»
Me río entre dientes, y Emma salta como una rana drogada con
cocaína, ignorándome mientras le repito que se está metiendo
conmigo.
—¡Oh! ¡Tenemos que conseguirte un vestido! Y por favor, por favor,
¡un par de zapatos nuevos! —Parlotea sobre peinarme de una forma u
otra, y sé que mañana le agradeceré que esté pendiente de mi
apariencia. Pero ahora mismo, lo único que puedo hacer es mirar su
correo electrónico.
Mío de verdad, Sr. Imbécil.
El cielo es caliente como el infierno

—¿Qué tal estoy?


Emma está a punto de llorar, sus ojos redondos brillan con lo que
estoy segura son pensamientos salvajemente inapropiados sobre
Shane y yo.
—Heaven, estás buenísima.
Inclino la cabeza hacia el espejo. No sé si estoy «buenísima», pero es
el mejor aspecto que he tenido en mucho tiempo. Quizá nunca.
—¿Seguro que no es demasiado? —pregunto, rozando con los dedos
la tela roja. Es fina, muy fina. Y tampoco es demasiado. El escote me
llega hasta el estómago, y no llevo sujetador. En vez de eso, Emma me
dio una palmada en las tetas para ver si se mantenían en su sitio. Y así
es.
—¿Demasiado? No, no es «demasiado». ¿Has visto el restaurante al
que te va a llevar?
No me lleva a ninguna parte, pero cada vez que se lo digo, Emma
resopla y pone los ojos en blanco.
Al girar hacia la derecha, el vestido sigue mis movimientos, las dos
profundas aberturas muestran tanto de mis piernas que me vi
obligada a usar ropa interior color piel. Cuando me lo probé en el
probador, me sentí segura. Además, Emma y la dependienta fueron
persuasivas. Malditas vendedoras. Ahora que tengo que ponérmelo
delante de la gente, sobre todo de Shane, me arrepiento de mi carísima
e inapropiada compra.
—No sé…
Emma se pone a mi lado, mirando al espejo.
—Oh, basta. Estás increíble y quieres impresionarlo, ¿verdad?
—Sí, pero…
—Sin «peros». Has venido aquí en vaqueros y camiseta, así que no
tienes alternativa. Es esto o los pezones desnudos.
Tiene razón. Le pedí que me recogiera en casa de Emma (acepto
cualquier excusa para no ver a Alex ahora mismo) y no tengo nada
más aquí. Emma, con su metro setenta y cinco, y yo definitivamente
no somos de la misma talla, así que… Esto es lo que voy a vestir.
Estoy pensando estratégicamente en excusas que me permitan no
quitarme el abrigo en toda la cena cuando suena mi teléfono del
trabajo.
—¡Oh, Dios mío! ¿Es él? ¿Es él? —pregunta Emma mientras mira
por la ventana los faros que se acercan a su complejo de apartamentos.
Me río y tomo el teléfono mientras ella chilla, saltando a mi
alrededor como un conejito.
—¿Diga? —digo después de mandar callar a Emma y pulsar el botón
de responder.
La voz cálida y ronca de Shane dice:
—Hola, Heaven. Estoy afuera.
Oh, Dios. Piel de gallina, náuseas, autoconciencia. Hombre, me
gustaría tener otro vestido.
—Bien, ahora bajo.
Cuando cuelgo, miro a Emma. Probablemente parezco tan asustada
como me siento, porque sus dedos me aprietan el brazo para
animarme.
—Todo va a salir bien. Ya lo verás. Te lo pasarás muy bien y él no te
quitará los ojos de encima ni un segundo.
O pensará que parezco una acompañante. Esperemos que Emma
tenga razón y solo piense que estoy buena.
Me vuelvo hacia el espejo y retoco mi pintalabios rojo. Compruebo
mi maquillaje de ojos, y el eyeliner no se ha corrido alrededor de mis
ojos almendrados, ni tampoco la máscara de pestañas. Y mi pelo
castaño tiene ondas, que rebotan sobre mis hombros cada vez que me
muevo. Tiene razón. Estoy estupenda.
—Vamos, te acompaño abajo.
—No, no —digo inmediatamente, agarro mi bolso, pero Emma está
en el pasillo antes de que pueda detenerla—. Mierda —murmuro,
cerrando la puerta de su apartamento.
Aunque intento seguirle el ritmo, mis tacones me dificultan correr
tras ella escaleras abajo.
—¡Para, Emma! ¡Para! —Medio grito mientras ella sigue riendo y
corriendo hacia la planta baja.
—Estás loca si crees que me perderé el momento en que sus ojos se
posen por primera vez en ti. —Junta las manos y las lleva bajo la
barbilla, batiendo las pestañas dramáticamente.
—Prométeme que no dirás nada. «No» me avergüences.
—Haré lo que pueda —dice con un movimiento de la mano cuando
llegamos a la entrada del edificio. Me da un abrazo rápido y, a
continuación, un ruido de bofetadas resuena en las paredes mientras
me da unos azotes en el trasero—. Ve por él.
Todavía me salen risitas de los labios cuando abre la puerta.
Está aparcado al otro lado de la calle, paseando y mirando al suelo
mientras habla por teléfono. Lleva un traje azul oscuro con una corbata
gris a rayas. ¿Sabe que es mi color favorito o es otra coincidencia? Es
como si estuviera dentro de mi cerebro.
Dudo un par de segundos antes de avanzar finalmente hacia él, que
todavía está caminando y murmurando al teléfono.
Mierda. Es tan guapo que creo que se me cayó la mandíbula unos
pasos atrás. ¿Y si me ve y no reacciona en absoluto? ¿Y si ni siquiera se
fija en mi vestido?
Cuando he cruzado la mitad de la calle, gira la cabeza hacia mí. Mi
corazón late peligrosamente rápido y lucho contra el impulso de
cubrirme cuando su mirada recorre mi cuerpo.
—Hola —le digo.
Consigo dar los últimos pasos para llegar hasta él, y ahora estamos
uno frente al otro. Tiene los labios entreabiertos y mira hacia abajo,
quizá hacia mi escote obsceno o hacia mis piernas, de las que puede
ver una buena parte. Pasan unos segundos y oigo a la persona que le
llama por teléfono. Pero él sigue mirándome, definitivamente
distraído.
—¿Shane? —susurro.
—No… sí. Hola. —Le cuesta más que un pequeño esfuerzo hablar,
o tal vez mirarme a los ojos, e intento disimular lo contenta que estoy
mientras a mi espalda estallan a borbotones las carcajadas.
Ambos nos volvemos hacia Emma, que se despide con la mano.
—¡Diviértete! —grita.
La asesinaré en cuanto tenga la oportunidad.
—Tendré que volver a llamarte —le dice Shane a la persona con la
que está hablando por teléfono, y ésta sigue hablando cuando él
cuelga.
Inclino la cabeza.
—Los malos hábitos son difíciles de matar.
—Creo que se me ha olvidado respirar por un segundo —dice, y sus
ojos vuelven a bajar rápidamente. No sé si está sorprendido o
contento, pero me acomodo el pelo detrás de la oreja e ignoro el aleteo
de mi corazón—. Estás preciosa, más que preciosa.
Bueno… «Preciosa» es mejor que «Buenísima». Mucho, mucho
mejor. O tal vez es porque «él» lo dijo.
—Tú también estás hermoso. —Señalo su traje azul oscuro,
arrugando la nariz—. Quiero decir, guapo. Guapo. —Sacudo la cabeza
con un suspiro—. Ya sabes.
—¿Quién era? —pregunta, dirigiendo la cabeza hacia la puerta.
—Esa es Emma. Departamento de Ventas. Somos amigas desde que
éramos niñas.
Levanta la mirada en contemplación.
—Ya veo por qué.
Me pregunto por qué lo dice, quizá porque somos tan diferentes que
nos complementamos.
—Siempre hemos estado muy unidas. Los primeros años de
instituto, intentó que la gente la llamara Paradise, para que fuéramos
Heaven y Paradise. Se negaba a responder a nadie si no la llamaban
así, incluidos los profesores. —Hago una pausa para respirar, las
palabras salen de mis labios como una bruma—. Pero no se le quedó.
Todo el mundo seguía llamándola Emma, y un día montó tal alboroto
que la mandaron al despacho del director.
Dejo de parlotear e inhalo. ¿Por qué le estoy soltando esta
información? Cuando reúno fuerzas para mirarlo a los ojos,
intentando no parecer tan avergonzada como me siento, sus labios
esbozan una sonrisa.
—Bueno… la pregunta es obligada. ¿Por qué te llamas Heaven? —
Cuando sonrío, él también lo hace. Insoportablemente, porque sus ojos
marrones se clavan en los míos y no puedo apartar la mirada, y mi
respuesta no llega—. ¿Es un secreto?
—No, no es un secreto. —Cambio de un pie a otro—. Solo estoy
considerando qué versión de la verdad darte.
—La única versión que me interesa es la verdadera. —Se ríe entre
dientes mientras yo murmuro, fingiendo que no me convence—. ¿Así
va a ser? ¿Después de que te colme de postres?
—Más bien me metes el postre por la garganta.
—Te vi comer ese pastel de queso hoy. Puede que no sea tu favorito,
pero no estabas precisamente esforzándote.
Después de reírnos un rato, nos acercamos a su coche. Tiene razón,
la porción de tarta de queso con frutas del bosque que encontré en mi
mesa esta mañana «no» era difícil de tragar.
—Bien. Te daré la versión OG2. Pero te advierto que le da asco a la
mayoría.
Abre la puerta del coche por el lado del acompañante y me ofrece la
mano.
—Mis expectativas están en su punto más bajo.
Mis dedos encuentran los suyos y, una vez sentada, desearía no
tener que soltarlos, porque me hormiguea la piel en el lugar donde lo
toca. Pero lo hago a regañadientes, mientras me veo obligada a
sujetarme el vestido para no mostrarle nada accidentalmente.
—De acuerdo. Decepcióname —dice una vez sentado a mi lado. El
motor ruge a la vida, y pronto, estamos en el camino.
—Mis padres tuvieron problemas para concebir y, cuando por fin
mi madre se quedó embarazada, estaban encantados. Pero llegó la
fecha del parto y yo no aparecí.
Cuando la pantalla del salpicadero del coche notifica que alguien le
está llamando, hago una pausa. Pulsa un botón para rechazar la
llamada y asiente.
—Así que no naciste, quisquillosa.
Intentando contener una sonrisa, vuelvo mi atención a la carretera.
—¿Quieres oír la historia o no?
—Por supuesto, pero nunca te he tenido por una rezagada.
Le doy una palmada en el hombro con el dorso de la mano,
dispuesta a ignorar lo «firme» que es, y cuando se ríe, yo también lo
hago.

2 Es un acrónimo de Original Gangster. Significa que es auténtico, original, o de la vieja escuela.


—En fin, el médico programó mi parto y mi padre obligó a mi madre
a ir, aunque ella se negaba. Siempre dice que fue como caminar por la
plancha.
—Suena razonable.
—Durante el parto, hubo una complicación, y mi madre tuvo que
ser sedada para que el médico pudiera practicarle una cesárea. Y
mientras estaba dormida, ella…
Aunque debería estar concentrado en la calle, sus ojos se clavan en
mí, sus labios entreabiertos como si dependiera de mis próximas
palabras.
—Ella…
—Tuvo una visión.
—¿Una visión?
—Sí. Dice que vio una entidad. No sé, Dios, si quieres. Pero ella no
es religiosa, así que supongo que «entidad» es el término correcto.
—De acuerdo —dice. Sonando escéptico.
Yo también lo estaría, pero he oído y contado esta historia cientos
de veces, y también he visto la mayoría de las reacciones.
—Esta entidad le dijo que nos salvaría a las dos y que sería mi ángel
de la guarda. Que me protegería y me ayudaría en cada lucha, a través
de cada obstáculo.
—Siempre y cuando tu madre te llamara Heaven. —Me mira de
reojo y vuelve a centrarse en la carretera.
No puedo saber lo que está pensando. ¿Piensa que mi madre es una
lunática? La gente lo ha hecho antes. Otros se sintieron incómodos
cuando les conté la historia. Como si trataran de encontrar la manera
de no ofenderme.
—¿Crees que es verdad? —pregunta.
—No lo sé. Creo que su cerebro estaba hirviendo a fuego lento en
un montón de drogas entretenidas —digo con una sonrisa—. Pero ella
se lo cree, y es su historia, así que está bien para mí. Además, hace que
parezca que soy especial. Tengo esta capa extra de protección que me
ayuda en la vida.
Sigue asintiendo, y cuando llega una segunda llamada, la rechaza
rápidamente.
—Bueno, esperaba que tu madre fuera fan de Beyoncé o fanática
religiosa. Una visión del inframundo no es exactamente
decepcionante. —Al detenerse en un semáforo, se encoge de
hombros—. Creo que es verdad, su historia. Tu «eres» especial.

Salimos del coche, y estoy agitada, quizá porque esta cena me está
poniendo nerviosa, pero probablemente por lo que Shane dijo
mientras conducíamos. Que soy «especial».
—¿Lista? —pregunta, uniéndose a mi lado.
—Supongo. —Me aliso el vestido y tiro un poco de él hacia abajo,
pero me aprieta la piel y no consigo ningún resultado tangible.
Su mirada es tierna.
—No puedes estar tan nerviosa.
—¿Es tan obvio?
—Sí, estás casi temblando. ¿Cuál es el problema?
Me trago el nudo que tengo en la garganta. Supongo que nunca le
he mostrado esta faceta mía. En el trabajo, soy mucho más segura de
mí misma. Pero por mucho que intento convencer a mi cerebro de que
esta noche es un evento de trabajo, no lo consigo.
—Me siento como un fraude. ¿Y si me hacen preguntas que no sé
responder? No soy organizadora de eventos, nunca he hecho esto
antes. —Mi cabeza tiembla a diestro y siniestro—. No sé nada de
moda. No sé quiénes son estas personas. Diré algo equivocado, y todos
se reirán, y te avergonzaré a ti y a la empresa y…
—Guau, guau, guau. —Shane me agarra de los hombros—. Respira,
Heaven.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Y no ayuda precisamente que me
esté tocando, sus manos firmes y cálidas sobre mi piel.
—Hay tantas cosas que pueden salir mal. ¿Qué pasa si es demasiado
difícil para mí?
Resopla, como si un pensamiento tan ridículo no mereciera
atención.
—No es cierto. Lo estás manejando todo como una profesional.
Mucho mejor que cualquier otro organizador de eventos con el que
haya trabajado. No sé si es porque eres tan simpática y la gente no
puede decirte que no, o porque eres la mejor multitarea del mundo.
Pero este evento será un éxito gracias a ti.
Me encojo de hombros sin convicción. Sé que está intentando
calmarme, así que no le digo que está trabajando el doble que yo y que
mi trabajo de coordinación no valdría ni medio céntimo si no fuera por
todas las personas de talento que participarán en el evento.
—Oye. ¿Por qué no vamos paso a paso? —Su pulgar me acaricia los
brazos por debajo de los hombros—. Esta noche, se trata de probar
comida pretenciosa e impresionar a algunos clientes.
—No sé cómo impresionar a los clientes —protesto.
—No necesitas hacer nada. Ya eres impresionante.
Lo miro a los ojos. Es el segundo cumplido que me hace esta noche
y siento que debería corresponderle. Decirle que es mucho más
impresionante que yo. Que tenerlo cerca es mágico, como si me
hubiera tocado la lotería. O que me encantan sus postres. Cómo me
gustaría no poder comer otra cosa que los deliciosos pasteles que
prepara para mí. Desde que pruebo sus postres, todos los pasteles de
caja que como me saben amargos.
Pero me pierdo en el interminable marrón de sus iris y, mientras lo
hago, no puedo juntar dos palabras. En cambio, sueño con él
inclinando la cabeza hacia delante. Con sus labios rozando los míos y
su barba rasposa rozando mi piel. Casi me convenzo de que lo hará
cuando seguimos mirándonos en silencio y sus manos siguen
apretándome los brazos.
—Lo harás muy bien.
Sus manos se retiran, y la falta de su cálida piel sobre la mía casi me
deja helada, pero me fuerzo a levantar la comisura de los labios. Es
cierto que no me ha besado, pero ha intentado hacerme sentir mejor.
Sigue pensando que soy impresionante.
Camina, pero lo tomo del brazo.
—Espera.
—¿Sí?
—¿Y si preguntan por el lugar? Nunca me dijiste lo que pensabas de
mi elección.
Sonríe.
—No importa lo que yo piense.
Seguramente importa más que lo que yo piense. Mientras se aleja,
me apresuro a su lado.
—Entonces, ¿a cuál les vas a enviar?
—Ya les he enviado mi recomendación.
—¿Lo hiciste? —jadeo—. ¿Cuál es?
Alarga la mano hacia la puerta del restaurante y luego inclina la
cabeza hacia ella.
—Vamos a averiguarlo.

Caminamos hacia una larga mesa: hay diez, quizá quince personas
sentadas a su alrededor. Casi me dan ganas de darme la vuelta e irme
porque noto que todos me miran, aunque probablemente no lo hagan.
Y puede que Shane sea adivino, porque en cuanto se me pasa por la
cabeza esa idea, su mano me agarra del codo y seguimos avanzando.
—¡Shane, jefe! —Una mujer rubia, de mediana edad y
absolutamente preciosa se acerca a nosotros y besa las dos mejillas de
Shane—. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo?
Sonríe y casi puedo ver cómo aumenta su carisma, como si llevara
puesta su máscara de cliente. Apuesto que si tuviera la mitad de su
experiencia en esto, yo también tendría una, pero nunca trato con
clientes y soy como un pez fuera del agua.
—A mí me va muy bien. ¿Y a ti? —responde.
Sus ojos se desvían hacia mí.
—Oh, no sabía que tu mujer se uniría a nosotros. Encantada de
conocerte. —Me ofrece la mano para estrechármela mientras mis
mejillas enrojecen.
—No, no. Ella no es… —Shane intenta recuperarse rápidamente de
la evidente conmoción escrita en su cara—. Ella es la directora del
proyecto a cargo del evento. No es mi… —Se vuelve hacia mí—. No.
No estoy casado. No.
Caramba. ¿He contado cinco noes? Trato de no dejarme llevar por
el hecho de que parece horrorizado por la idea y sonrío, aunque le
lanzo una mirada asesina. Esta noche tiene que mantener la
compostura por mí.
—Encantada de conocerte. Heaven Wilson.
—Soy Therese —responde ella, sin dejar de lanzar divertidas
miradas a Shane—. ¿Has dicho Heaven?
—Sí, Heaven. Como… —Señalo con el dedo hacia arriba.
Se lleva una mano al pecho y se ríe.
—Oh, vaya. Es un nombre particular.
—No me había dado cuenta —digo con una sonrisa juguetona.
Me toma del brazo y me arrastra hasta la mesa.
—¡Es divertida, Shane! Mejor que esa cosita asustada con la que
trabajaste el año pasado. —Enfoca su mirada cortante en mí—. Ven,
vamos a presentarte a la tripulación.
Nos dirigimos hacia el resto de la gente, y hay una rápida
presentación general y un montón de apretones de manos que me
dejan aturdida. Espero no tener que recordar los nombres de estas
personas, sobre todo porque, aparte de Therese, todos son hombres
blancos de edad avanzada con el pelo hacia atrás en diferentes tonos
de gris.
Una vez sentados uno al lado del otro, Shane vuelve a ser
impenetrable y mantiene el interés de todos mientras explica los
progresos que estamos haciendo con el evento. Las palabras salen con
confianza de sus labios y yo me quedo mirando con asombro hasta que
los camareros nos traen una selección de vinos.
Pinot, Verdicchio, vino de Oporto… Parece que están todos. Los he
elegido, junto con el sumiller del restaurante, basándome en el
maridaje, el sabor afrutado, las notas y matices, y un montón de otras
cosas de las que no entiendo casi nada.
Cuando aparecen los primeros comentarios, hay consenso en que
todos los vinos son increíbles. Todos rellenamos los formularios de
preferencias que he preparado de antemano y se los entregamos al
proveedor. Me ayudarán a decidir qué platos se incluirán en el menú
final y cuáles no.
Me mantengo en silencio, sorbiendo vino blanco y escuchando las
conversaciones que tienen lugar a mi alrededor. Aunque recibo
algunas miradas de los hombres sentados a la mesa, nadie interactúa
conmigo, así que me relajo. Parece que esta noche le toca a Shane
salvarme el trasero.
Los camareros se mueven alrededor de la mesa en perfecta sincronía
y colocan platos con varios aperitivos delante de cada uno de nosotros,
mientras uno de ellos nos explica lo que vamos a comer. Yo también
conozco cada uno de estos aperitivos de aspecto extraño, incluso
podría recitar sus ingredientes. Tuve que incluirlo todo en una carpeta
y luego cotejarlo con las listas de invitados y sus alergias o
restricciones alimentarias.
—¿Preguntas? —pregunta el camarero, pero todos parecen
embelesados con los aperitivos, así que Shane sacude la cabeza con un
«Gracias».
Nos atrincheramos. O mejor dicho, yo lo hago. Mi opinión, esta
noche, no importa, y disfruto de los sabores agridulces combinándose
sobre mis papilas gustativas mientras asimilo los comentarios de los
clientes.
—¿Cuáles son veganos? —le pregunta un hombre calvo al otro
extremo de la mesa a Shane, que mira la comida desviando la mirada
de un lado a otro. No se acuerda.
Me aclaro la garganta y señalo cada uno de los aperitivos veganos.
—Champiñones rellenos salados con salchicha vegana, rollitos de
primavera de pepino, fatayer3 de espinacas y baba ganoush4 vegano.
Cuando todos me miran fijamente, Shane sonríe.
—Cierto. Heaven se ha ocupado personalmente de cada uno de los
aspectos del evento durante las dos últimas semanas.
Therese jadea, sus labios carnosos se doblan hacia arriba.
—Oh, ¿así que todas las encantadoras mejoras de los últimos días
son obra tuya?
Sacudo la cabeza, porque no es así. No soy humilde con mi trabajo,
y cuando merezco elogios, los acepto, pero esto ha sido un trabajo de
equipo.
Shane habla antes de que yo tenga la oportunidad de hacerlo.
—Sí. Nuestro anterior director tuvo que ocuparse de una situación
personal y trasladaron a Heaven de otro proyecto para que nos
ayudara.

3 Comida árabe, pastelitos rellenos.


4 Pasta a base de puré de berenjenas
Sus palabras no parecen las de Billy, ni tampoco su expresión
radiante. Tal vez sea que esos labios carnosos están involucrados con
ambos o cómo sus dulces ojos se iluminan mientras habla, pero no es
solo eso. Es que lo dice en serio: está realmente agradecido.
—Qué maravilla. ¿Y estarás en el evento?
Me vuelvo hacia Therese.
—Ya lo creo. Estaré allí al menos doce horas antes de que llegues y
doce después de que te hayas ido.
Uno de los hombres, el que tiene un gran bigote y la cara hinchada,
lanza un gruñido de aprobación.
—Bien. El trabajo es importante. No puedo escuchar todas esas
tonterías sobre las horas extra y las jornadas laborales más cortas. Es
bueno ver que algunas mujeres jóvenes, como tú, siguen trabajando
duro.
Me fuerzo a cerrar los labios, aunque su comentario es tan antiguo
como el viejo Fiat de mi padre, cuando Shane me lanza una de sus
deslumbrantes sonrisas que revuelven el estómago. Casi como si
estuviera orgulloso de mí por no haber reaccionado. Por favor. Él sabe
cuánta paciencia requiere nuestro trabajo para no estallar ante la
incompetencia y la ignorancia de algunas personas. He nacido para
esto.
—Shane también es muy trabajador, ¿sabes? —dice Therese
mientras se inclina hacia adelante, casi como si estuviera
compartiendo un secreto.
—Lo sé. Trabajar con él no es para todo el mundo —digo,
arrepintiéndome inmediatamente de mis palabras, pero Therese
estalla en carcajadas y a Shane le brillan los ojos mientras bebe un
sorbo de vino.
—Los hombres como él no son para todo el mundo —susurra, y
cuando me guiña un ojo, vuelvo rápidamente la vista a mi plato.
Tanto si nos está emparejando por voluntad propia como si ha
captado las vibraciones entre Shane y yo, casi me dan ganas de
arrastrarla al baño y preguntarle si le gusto. Por desgracia, eso sería
muy poco profesional, así que me como el aperitivo y me callo la boca.
Dos no citas

—Heaven, ¿has visto las modelos para el evento de este año?


Me trago el ceviche y me vuelvo hacia Therese.
—Oh, sí. Son todas tan bonitas. Y los vestidos… —Asiento con la
cabeza, como si tuviera idea de lo que estoy hablando y se me calientan
las mejillas.
—Es la primera experiencia de Heaven en el mundo de la moda —
explica Shane. Ante mi mirada asesina, sonríe despreocupadamente—
. Suele trabajar con campañas de marketing.
—¡Vaya! Imagino que es muy diferente.
Parece como si todo el mundo se centrara en mí, inclino suavemente
la cabeza. Maldito Shane. ¿Por qué tuvo que ponerme en el centro de
atención?
—Oh, mucho. Nunca he tratado con proveedores, menús y
ubicaciones. La mayor parte de mi trabajo está en Internet. —Las caras
se fruncen alrededor de la mesa y hago contacto visual con cada
miembro de la mesa.
—Pero también hay muchas cosas parecidas. Superviso el trabajo de
todos y me aseguro de que no se olvida nada.
Therese da un mordisco a su bruschetta, como si ya hubiera perdido
el interés en el tema.
—Oh, quería decírtelo, Shane. Me encanta el lugar.
A Shane se le tuerce la cara de diversión y me planteo seriamente
darle una patada por debajo de la mesa. Ya ha mantenido el misterio
demasiado tiempo. Si Therese pregunta algo sobre el lugar, no podré
responder, porque aún no sé cuál es.
—Esas escaleras… Oh, puedo imaginarme a todos los invitados
bajando con sus preciosos vestidos y esmóquines. Sabes, creo que
deberíamos colocar un par de fotógrafos ahí abajo. Serían unas fotos
preciosas.
Tomo nota mentalmente para decírselo a los fotógrafos y ella sigue
sacudiendo la cabeza con un brillo en los ojos. Dos de los tres lugares
que vimos Shane y yo tienen unas escaleras preciosas que llevan al
piso superior, así que aún no estoy segura de sí les ha recomendado
que elijan el primero o el tercero.
—Y las molduras de corona —continúa—, tengo que decir que te
has superado. Es incluso mejor que la villa del año pasado.
La diversión de Shane me golpea en oleadas, pero me niego a volver
a mirar su cara de satisfacción. Sabe que esto me está matando y
debería intentar disimular mejor lo contento que está.
—Me alegra mucho oírte decir eso, Therese. —Se lleva la copa a los
labios y bebe un sorbo—. ¿Qué te pareció la sala principal?
—¡Oh, esa es la mejor parte! Esos techos altos y esa hermosa araña
de cristal cayendo en cascada justo en medio de la habitación. Es
maravilloso, ¿verdad?
Mi cabeza se vuelve hacia Shane, que sonríe satisfecho. Sabe que lo
sé.
—Elegiste la primera ubicación.
Mueve lentamente la cabeza y frunce los labios.
—No. Tú lo hiciste.
—Pero lo has secundado.
Se encoge de hombros.
—Era la mejor opción.
Lo fue. Sé que lo era. Tenía la cocina más grande, que necesitaremos,
teniendo en cuenta la cantidad de comida que se servirá. Y también
tenía el jardín más bonito, con hermosas flores y un gran espacio junto
a la piscina donde podremos servir aperitivos. Además, era con
diferencia el más lujoso, al menos para mis inexpertos ojos. Así que no
debería sorprenderme. Sin embargo, lo hace. Una vez más, confió en
mi criterio en algo en lo que no tengo demasiada experiencia. Una vez
más, me trató como a su igual.
Cuando se da cuenta de la expresión de asombro de mi cara, ladea
la cabeza.
—¿No fue así?
—Sí, sí, lo era.
Se inclina más cerca de mi oído y susurra:
—Gran trabajo, Heaven.
Gran trabajo. Lo he oído muchas veces, aunque nunca me lo hayan
susurrado al oído. Pero tiene otro significado, viniendo de él. Lo he
impresionado, lo que significa mucho más de lo que debería. Y estoy
segura de que no es por eso por lo que se me eriza el vello de la nuca
al oír su suave tono de voz.
—¿Será posible cambiar las cortinas? Ese tono de rojo es demasiado
horripilante para mi gusto.
Ambos nos volvemos hacia Therese. O no se ha dado cuenta del
momento que hay entre nosotros, o ha terminado de jugar a Cupido.
—Sí, por supuesto. Estamos trabajando en una serie de cambios en
los interiores. Quitaremos las cortinas y las alfombras. En su lugar,
elegiremos colores verdes más relajantes, en consonancia con el tema
del evento —explico.
Levanta las cejas y toma la comida del plato.
—Oh. Eso es genial. Es un gran trabajo.
¿Ves? No es lo mismo. El «gran trabajo» de Shane suena diferente
en mi oído.
Caminamos hasta la entrada del restaurante. Tendremos que
quedarnos cinco minutos más para comentar con el encargado del
catering los comentarios generales que hemos recibido, que han sido
positivos. Aparte de un par de aperitivos que no sentaron bien a
algunos de los hombres, (probablemente porque son un poco
demasiado extravagantes para su gusto de la vieja escuela), la cena fue
muy bien recibida.
—Tu primera cena con clientes —dice Shane, uniéndose a mí en el
mostrador junto a la entrada—. ¿Cómo fue?
—Estuvo bien. Casi me pegó un tiro dos veces, pero en general fue
muy educativo.
Cruzado de brazos, canturrea pensativo.
—Déjame adivinar… ¿Fue cuando Charles habló del declive de la
industria de la moda?
—Hum —digo, inclinando la cabeza—. Supongo que fueron tres
veces.
Se ríe a medias y me hace un gesto para que hable.
—Cuando Charles habló de la decadencia de la industria de la
moda, cuando Therese despotricó sobre las dietas de las modelos y
cuando el calvo de los ojos raros se quejó de que la pasta no se había
cocinado bien durante veinte minutos.
—Oh, sí. Eso fue realmente insufrible.
Mientras nos reímos, sale de la cocina una mujer rubia con los ojos
más verdes que he visto nunca.
—Hola, soy Linda. —Se dirige directamente a Shane con una sonrisa
sugerente, como si no hubiéramos hablado mucho por teléfono antes.
Estoy segura de que no tiene ni idea de quién es esta mujer.
—Encantado de conocerte. Shane Hassholm. —Me hace un gesto—
. Probablemente has hablado con mi colega, Heaven Wilson.
Linda me responde con un gesto de disgusto y vuelve a centrarse en
él.
—¿Qué le ha parecido la cena, señor Hassholm?
Ah, bien. ¿Es así como quiere jugar a esto?
Shane me lanza una mirada incómoda, que yo le devuelvo. No sé
por qué esta mujer finge que no estoy aquí, pero si tengo que adivinar,
le gustan más los hombros anchos y el hoyuelo en la barbilla de Shane
que mi delgada cintura.
Lo entiendo, pero no por ello es menos grosero.
Como si quisiera demostrarlo, sus ojos verde bosque lo estudian de
pies a cabeza, y una sonrisa más amplia aparece en sus labios cuando
él murmura que la cena estuvo excelente.
Con los ojos en blanco, interrumpo:
—He recogido los comentarios de nuestros clientes y debería darte
una respuesta mañana por la mañana. Pero ya te digo que los dátiles
envueltos en beicon y los mini tacos no han gustado mucho.
Solo voy por la mitad de mi pensamiento y puede que Shane esté en
lo cierto cuando me dice que hablo demasiado, porque Linda, que no
se ha molestado en mirarme mientras hablaba, continúa:
—¿Y estará usted en el evento, señor Hassholm?
Vaya, qué sutil. Me tapo la boca, tratando de ocultar mi diversión,
mientras Shane da un paso atrás.
—Sí. Bueno, encantado de conocerte, Linda. Heaven te enviará el
menú final y… te veremos en el evento.
No hay ni un ápice de emoción en su voz, pero Linda mueve las
pestañas y hace girar sus bonitos mechones rubios mientras nos
acompaña hasta la puerta.
Tengo que reconocer que sabe mostrar lo que quiere. Casi envidio
su confianza. Es guapa, pero se le insinúa sin tapujos. ¿Cómo
demonios se hace eso?
La mano de Shane se mueve entre mis omóplatos y hago una mueca
de sorpresa mientras lo sigo fuera del restaurante. Es casi divertido ver
lo rápido que sale de allí. Como un animal asustado.
Linda, la depredadora, nos acompaña fuera del restaurante y nos
dice adiós con la mano; le falta un cartel que diga: «Linda se enamora
de Shane Hassholm» sinceramente. Caminamos por el aparcamiento
y me entran unas ganas locas de meterme con él por lo de Linda, pero
también soy muy consciente de que es mi jefe y no quiero excederme.
Después de todo, somos compañeros, no amigos.
—¿Frío? —pregunta, y lo dice de una forma tan forzada que no
puedo contener la risa. Cierra los ojos y niega lentamente con la
cabeza—. Esa mujer me aterrorizó.
—A mí también me dio un susto de muerte.
—Sí, bueno. No era a ti a quien buscaba, ¿verdad?
Me devuelve la mirada y parece realmente preocupado, así que le
doy una palmadita en el brazo.
—No te preocupes. Te acompañaré al coche y me aseguraré de que
llegues bien a casa.
—Vaya, gracias, Srta. Wilson. Creo que sería apropiado.
Me abre la puerta del coche y, una vez más, me toma de la mano
hasta que me siento. Cuando me giro para darle las gracias, noto su
mirada, fija en mi muslo expuesto.
Rápidamente me cubro con la tela de satén y él cierra la puerta del
coche, dirigiéndose al asiento del conductor.
—Bien. Los clientes están contentos y los dos hemos sobrevivido.
Creo que vamos bien.
Y creo que está cambiando de tema.
—Lo estamos haciendo muy bien.
Salimos del aparcamiento y conduce por las calles oscuras en un
cómodo silencio hasta que se aclara la voz.
—¿Estoy progresando? —Cuando me vuelvo hacia él, se encoge de
hombros—. Con los postres.
Ah, eso. Miro fijamente la carretera.
—No recuerdo ninguna cláusula en nuestro trato sobre darte pistas.
—No recuerdo haber pedido ninguna pista. —Frunce los labios—.
Estoy seguro de que lo averiguaré antes de que vuelvas a tu pisito.
«Mi pequeño piso».
—Tal vez eso es lo que te pediré que hagas cuando gane.
—¿Qué?
Me encojo de hombros.
—Pasar el día en mi pequeño piso, entablar conversaciones triviales
con todos los artistas que deambulan por nuestras plebeyas oficinas.
Usar muchas palabras para decir muy poco. Ese tipo de cosas.
Sacude la cabeza como si no estuviera tan aterrorizado ante la
perspectiva.
—Se me ocurren castigos peores.
—Bueno, ahora, dame algo de crédito. Esto es solo lo que se me ha
ocurrido sobre la marcha.
Con una risita, sigue conduciendo hacia mi apartamento y el
silencio se instala de nuevo. Solo que, esta vez, no estoy tan cómoda.
De repente, la conciencia de que la parte divertida de la noche ha
terminado se apodera de mi estómago y me aprieta. La alegría de estar
cerca de Shane me es absorbida y solo puedo concentrarme en lo que
sucede a continuación.
Nevaeh tiene una cita.
—¿Va todo bien? —me pregunta. Me vuelvo hacia él, aterrorizada
de que me esté leyendo el pensamiento o algo así, y me observa
durante unos segundos—. Parecías alterada por un momento.
—No lo estoy —digo, demasiado rápido, luego inhalo
profundamente—. Es que… Prometí quedar con alguien esta noche y
no me apetece.
—Podría mantenerte ocupada un par de horas más si quieres. Darte
una excusa para salir de esto.
Creo que apenas puedo disimular mi sorpresa, porque aparta la
mirada.
—Puedo intentar adivinar tu postre favorito. Oh, Hmmm… Hay
mucho trabajo que hacer. Podríamos pasar por la oficina.
Me miro las piernas, pero no sé cómo reaccionar. Su primera
propuesta parece… interesante. Pero, ¿pasar por la oficina? Me está
obligando a trabajar. Y no voy a obligarlo a pasar dos horas en la
oficina un viernes por la noche para librarme de algo que sé que tengo
que hacer.
—No, está bien —le digo. No importa cuál era su intención, después
de todo. Por mucho que aprecie su intento de sacarme de esta noche,
ahora es cuando me vengaré. Esta noche, saldré del Red Cube y sabré
que he reparado parte del daño que Alex me ha causado—. Necesito
hacer esto.
—De acuerdo. —Se detiene y me doy cuenta de que estamos debajo
del apartamento de Emma—. Te veré en la oficina, entonces. —Se
reclina en el asiento, con el cuerpo ligeramente girado hacia mí.
Muevo la mano hacia el pomo de la puerta y le lanzo una rápida
sonrisa.
—Gracias.
—Tú me ayudaste. Soy yo quien debería agradecértelo —dice
mientras aparta la mirada.
—Eso sería un terrible desperdicio de palabras perfectamente
buenas, y sé que lo tuyo es la eficiencia.
—Así es —confirma—, gracias, de todos modos. Esta noche ha
sido… menos aburrida.
Menos aburrida. Demonios, lo acepto. Después de decirme que soy
especial e impresionante, es un poco deprimente, pero no deja de ser
un cumplido.
—No hay problema. Nos vemos en la oficina.
—Buenas noches, Heaven.
—Buenas noches, Señor Hassholm.
Salgo de su coche con cuidado de no enseñarle demasiado las tetas,
las piernas o el trasero, pero estoy segura de que le enseño un poco.
Cuando Emma me deja pasar y entro en el edificio, me vuelvo hacia él
con un gesto de la mano y lo veo alejarse.

Salgo del taxi y camino junto al Hotel Silverton en dirección al bar.


En cuanto mis ojos se posan en el cartel de «Red Cube» que brilla al
otro lado de la calle, se me estruja el corazón. Alex me dijo que esta
noche jugaría al fútbol con sus amigos, así que esto está pasando. Me
mintió para quedar con… bueno… conmigo.
Secándome las manos en los vaqueros, intento relajar los hombros.
Sé que había planeado ponerme un vestido impresionante y dejarlo
preguntándose qué demonios le pasa por engañar a una zorra tan
buena como yo, pero después de pensarlo, he decidido que quizá sea
exagerado. No necesito impresionarlo con mi aspecto. Primero,
porque está bastante familiarizado con ello, después de cinco años. Y
segundo, porque hay razones mucho más importantes de las que
espero que se arrepienta esta noche.
Cuando agarro la puerta del bar, me tiemblan las manos. De verdad,
me tiemblan tanto que soy incapaz de realizar acciones tan sencillas
como enviar un mensaje de SOS a Emma.
Quizá debería haberla dejado venir; me lo suplicó, pero me negué.
Pensé que tenerla aquí, presionándome para que entrara y montara
una gran escena, solo me pondría nerviosa, pero tal vez me habría
hecho sentir un poco más segura y no tener tiempo para pensar habría
jugado realmente a mi favor.
—¿Perdón?
Me estremezco cuando alguien habla y me muevo a la izquierda
para dejar pasar a la chica que viene detrás de mí. Este es mi momento:
ahora o nunca.
Cruzo la entrada y miro a mi alrededor. El corazón me retumba
tanto en los oídos que apenas oigo el parloteo de la gente dentro o la
música de fondo. Todo es un gran borrón de ruido blanco que muere
bajo los golpes rápidos y ruidosos.
Mientras recorro la habitación, me siento suspendida en el espacio
y el tiempo. Es una sensación extraña, casi como si el siguiente latido
fuera a ser o bien el más doloroso hasta ahora, o bien el que por fin me
permita sentir algo de alivio.
Después de todo, podría haberse echado atrás en el último
momento. Quizá creó el perfil y chateó con chicas, pero ésta es la
primera vez que realmente ha accedido a quedar con una de ellas. Y
puede que se haya dado cuenta de que es un error y se haya ido, haya
borrado su perfil de RadaR y esté en casa esperándome con una
disculpa y un ramo de rosas. No arreglaría las cosas, pero sería mejor
que la alternativa.
Mi corazón palpita, esperando. Pero no se le ve por ninguna parte.
Me invade una mezcla de alivio y decepción. Ya llego tarde, así que
debería estar aquí, ¿no? A no ser que haya cambiado de opinión. Tal
vez esta era la primera vez y no podía seguir adelante con ella.
Saco el teléfono y una notificación roja con una llama naranja
brillante me indica que tengo un mensaje.

No puedo ir. ¿La próxima vez?

Así que… cambió de opinión. No va a venir. ¿Significa esto que me


quiere? ¿Quizás que quiere arreglar las cosas? ¿Y por qué eso suena
aún peor que la alternativa?
Un accidente de café

Cuando llego a casa, Alex no está. Y no sé qué pensar. A lo mejor


está jugando al fútbol y tenía pensado quedar con Nevaeh, pero ha
cambiado de idea. Lo único que sé es que no creo que pueda dormir
hasta que lo vea, para intentar encontrarle sentido a esta situación.
Me siento en el sofá y leo. Pasan las horas y apenas puedo
concentrarme en las palabras. Finalmente, me rindo y enciendo la
televisión. Cuando eso tampoco me distrae, empiezo a dar vueltas. Ha
sido una semana larga y emocionalmente agotadora y la tensión está
acabando conmigo.
Mi cabeza palpita de dolor a las tres de la madrugada, cuando se
abre la puerta del apartamento y entra Alex.
—Oh —dice, dejando caer las llaves sobre el mueble de la entrada—
. Estás despierta.
Parece angustiado, con la mandíbula tensa y los ojos cansados.
Quizá sea culpa. Dios, ¿y si tengo razón y ha cambiado de opinión? ¿Y
si lo confiesa todo? Pensar en ello me pone enferma, porque podría
sugerirme que superemos nuestras diferencias y hagamos las paces y
eso ya no es lo que quiero.
No después de todo lo que ha hecho y definitivamente no desde
Shane.
—Te estaba esperando. Es tan tarde… ¿qué ha pasado?
Con una mano sobre su rostro cansado, murmura:
—Hubo un problema en el trabajo.
—¿En el trabajo?
—Sí. Mi jefe me llamó en cuanto salí de aquí. Tuve que entrar y
calmar a mucha gente. —Con una risita amarga, se sienta en el sofá y
se lleva una mano a su corte rubio arenoso—. Como si no tuviera cosas
mejores que hacer con mi tiempo.
Oh. Así que… no cambió de opinión. Simplemente no pudo estar en
la cita que fijó debido al trabajo. En el texto, él dijo: «la próxima vez»
así que supongo que no solo estaba diciendo. Habrá una próxima vez.
Y acabo de pasar la mitad de la noche esperando al imbécil.
—¿Sí? ¿Tenías planes divertidos? —murmuro. Sin esperar su
respuesta, me alejo a grandes zancadas. Por desgracia, el sonido de sus
pasos resuena detrás de mí.
—¿Qué carajo pasa? ¿Qué pasa?
—Nada. —Me meto debajo de la manta y luego me giro hacia el otro
lado. Lo que sea, mientras no tenga que mirarlo.
—¿Heaven? —Se sienta a mi lado—. Deja de ser controladora todo
el tiempo. No tuve tiempo de mandar mensajes.
Inhalo profundamente, cierro los ojos y busco el último gramo de
fuerza que me queda para fingir que no lo sé. Está en algún lugar de
mi cerebro, pero todo lo demás está tan empapado de ira que me
cuesta encontrarlo.
«Recuerda lo que está en juego, Heaven».
—Tienes razón —murmuro entre dientes apretados. Cuatro
semanas más. Mi puntuación de crédito. Es mi problema, no el de mis
amigas. Puedo hacerlo—. Lo siento.
Me toma el hombro y me da un suave apretón.
—No pasa nada. Aunque me vendría bien descargarme, ha sido una
noche de mierda. ¿Quieres chupármela?
Es como una patada en el estómago que me deja sin aliento. Dejando
a un lado el hecho de que solo me lo pide porque no pudo ver su cita
original, una vez más, la forma en que me lo pide me pone la piel de
gallina. Una vez más, se comporta como si yo solo estuviera aquí para
complacerlo. Para atender el apartamento, cocinar su comida, vaciar
sus testículos.
Lucho por no retroceder ante su contacto, pero me quedo quieta.
Todos mis músculos están tensos, todo mi cuerpo me pide que me
vaya. No lo hago. Pero también sé que no puedo seguir así. No puedo
pasarme el próximo mes sintiéndome incómoda en mi casa, teniendo
que soportar sus manos sobre mí, sus besos, sus peticiones.
—No.
Con un suspiro, se levanta.
—Alex, mi empresa me envía a un seminario —estallo,
incorporándome rápidamente.
Abre el armario.
—¿Ah, sí?
—Sí. Por una semana. Será fuera de la ciudad.
Asiente con la cabeza.
—De acuerdo.
Desinterés total. No le importa si estoy cerca, francamente, es casi
una locura que creyera mi mentira para empezar. Sabe lo del evento
de Dèvon. Le dije que era de última hora y que puede ver lo agobiada
que estoy. Pero no se da cuenta, no pregunta. Porque no le importa.
En cambio, probablemente está pensando en todas las citas que puede
alinear.
Vuelvo a tumbarme y respiro aliviada. Al menos, puedo
esconderme en el apartamento de Emma durante una semana. Y una
vez que esté de vuelta… eso es un problema para el futuro. Por ahora,
solo necesito alejarme de él.
Los caballos de mármol me miran y yo a ellos. El agua que sale de
sus bocas debe de estar sucia y fría, pero llevo sudando lo suficiente
como para que me resulte apetecible.
Bebo un sorbo de té helado de mi botella de aluminio y vuelvo a
guardarla en el bolso. Cuando suena un mensaje de Emma en mi
móvil, lo compruebo rápidamente sin intención de contestar. Han
pasado ocho días desde mi casi cita con mi casi exnovio y desde
entonces me quedo en su casa. Por desgracia, estoy a punto de volver
a casa, pero antes necesito estar sola para asimilarlo todo.
Un niño grita, corriendo a mi lado y le siguen unos cuantos más. Al
otro lado, una pareja charla y ríe mientras sostiene unas bolsas de la
compra. Los niños llegan hasta el camión blanco de los helados y un
grupo de adolescentes se sienta junto a los bancos del centro de la
plaza.
Creo que podría quedarme aquí todo el día. Asimilarlo todo. Que es
lo que intento hacer, pero mi mente sigue yendo allí. A la prisión a la
que estoy a punto de volver.
Al menos Emma me recibió con los brazos abiertos y no ha insistido
en que me lleve el dinero. Hemos pasado una semana divertida.
Mucho helado, pizza, películas terribles y risas. Shane no le ha enviado
ni un solo mensaje a Nevaeh, pero no he tenido ocasión de echarlo de
menos, porque hemos pasado mucho tiempo juntos en la oficina. Ha
estado bien.
Aunque pensé que probablemente nunca usaría la llave que me dio,
cuando llegué al grafiti de la chica hace un par de horas, había
demasiada gente como para deslizarme por la pared del fondo sin que
me vieran, así que tuve que pasar por la puerta. Pasé el mayor tiempo
en su lugar secreto, pensando.
Con la luz del día, me he dado cuenta de muchos más detalles. Por
ejemplo, estoy casi segura de que el tejado se cayó porque cedió al peso
de las malas hierbas que crecían sobre él. Todavía caen en cascada
desde el tejado hasta el agujero, colgando a varios metros del suelo. ¿Y
el grafiti de la niña señalando el pasadizo secreto? También hay uno
en el jardín interior. La niña lleva el mismo vestido y tiene una
expresión de sorpresa parecida, pero levanta las manos en señal de
victoria. Me pregunto quién las pintó y por qué. ¿Fue Shane? ¿O
encontró esa entrada por las pintadas?
Una chica camina a mi lado y se vuelve de espaldas a la fuente
envuelta en una nube de risas.
Oh, no, tirará una moneda. Una moneda que pronto se volverá
verde y repugnante junto con las cien similares que ya están allí.
La fulmino con la mirada mientras su amiga graba un vídeo en el
que arroja el pequeño disco metálico a la fuente y luego da vueltas
sobre sí misma. Qué asco. Adolescentes. ¿No tienen que hacer
TikToks?
—¿Vas a empujar a esa chica?
Doy un respingo al oír la voz de Shane y me vuelvo hacia él mucho
más rápido de lo que debería.
—Señor Hassholm —digo, mientras se mete las manos en los
bolsillos de los vaqueros.
Su sonrisa se complace cuando sus ojos se posan en los míos. Es
como si hubiera chocolate derretido en sus iris.
—Heaven. ¿Qué haces aquí? —Señala la fuente—. ¿Además de
mirar a los adolescentes?
Mierda. Podría haberme descubierto dentro de su lugar secreto.
Todavía podría darse cuenta de que algo no cuadra. Especialmente si
no pierdo mi expresión de pánico y respondo.
—Vivo a un par de calles de aquí.
—Así es. Así es —asiente—, es un barrio bonito.
—¿Vives cerca?
—No. Estoy a diez minutos de la oficina.
El silencio se extiende entre nosotros. Es la primera vez que lo veo
en camisa y vaqueros, si exceptuamos las fotos que envió a Nevaeh. Es
digno de un modelo. Está divino con una camisa blanca ajustada con
un bolsillo rojo brillante en el pecho que le queda tan bien que supongo
que se la han puesto alrededor de sus músculos perfectos, adaptada a
sus anchos hombros y torso. Lo que me recuerda que… mierda, llevo
puestos mis leggings gastados y una camiseta vieja de gran tamaño que
uso como vestido. Tampoco llevo maquillaje en la cara y el pelo
recogido en un moño desordenado. Debe de ser una imagen muy
distinta a la del vestido inapropiadamente revelador de la semana
pasada.
—A los clientes les encantó el servicio de mesa. Recibí un correo
electrónico esta mañana. ¿Sabes algo de los de la construcción?
Ladeo la cabeza, decepcionada de que solo quiera hablar de trabajo
cuando la cabeza me da vueltas por el profundo y terroso olor a jabón
que desprende y su deslumbrante sonrisa.
—No creo que me paguen lo suficiente para trabajar un sábado.
Se lleva la mano a la nuca y no puedo evitar mirar cómo se flexionan
sus bíceps.
—Por supuesto, lo siento. Es la fuerza de la costumbre, supongo.
Seguimos sonriendo amablemente y no puedo explicar la tensión
que hay entre nosotros. Es casi como si fuéramos conscientes de que
ya no tenemos motivos para seguir hablando, pero ninguno de los dos
quiere parar. O quizá solo sea yo.
—¿Quieres un café? O, no sé… ¿almorzar?
Son las diez de la mañana, así que comer no es una opción. Pero
estoy demasiado nerviosa al darme cuenta de que no soy solo yo para
señalarlo. Quiere que pasemos tiempo juntos.
—Me encantaría un café.
—¿Sí? Hay un bonito café a un par de calles de aquí.
—¿La de las grandes estanterías?
Sonríe.
—¿Lo sabías? Hacen las mejores galletas.
—¡Claro que sí! Emma y yo vamos siempre. La dueña nos adora.
Nos llama Hemma porque siempre estamos juntas.
Caminamos hacia la cafetería, charlando despreocupadamente.
Estar en su compañía es más fácil ahora, no me siento tan tensa. Y él
es completamente diferente a como es en la oficina. Incluso podría
engañar a algunas personas haciéndoles creer que es un tipo
simpático. Sigue hablando y estoy segura de que lo que dice es
interesante, pero su sonrisa relajada me distrae. Tiene una barba
oscura en las mejillas; teniendo en cuenta que en el trabajo siempre va
bien afeitado, no puede tener más de un par de días. En cualquier caso,
le queda bien.
Sus cejas se arquean, rebotan, giran. Son la parte más expresiva de
su rostro cuando habla y, por primera vez, noto una pequeña cicatriz
justo debajo de la derecha, sobre el cálido marrón de sus ojos.
Me pregunto si parece tan entusiasmado como ahora cuando
prepara esos deliciosos postres que me ha estado dando. No puedo
elegir cuál me ha gustado más: la tarta de manzana que encontré en
mi mesa el miércoles o las barritas de limón que me esperaban ayer
por la mañana. Pero todos los dulces que me ha preparado en las dos
últimas semanas me han dejado sin palabras. ¿Qué me esperará en mi
mesa el lunes?
—¿Qué pasa? —pregunta al notar mi insistente mirada—. Vamos.
¿Qué?
—Nada. Estaba pensando en tus postres.
Señala una tienda al otro lado de la calle.
—¿Ves esa tienda?
—¿La zapatería?
—Ahí estaba la panadería de mis abuelos —dice, metiéndose las
manos en los bolsillos.
¿Le entristece que la panadería haya desaparecido? ¿Que ahora
haya una tienda destartalada que vende botas de montaña?
Sigue caminando y, al notar mi mirada inquisitiva, se encoge de
hombros.
—Estoy acostumbrado. Antes de esta tienda, había un cibercafé, y
antes de eso, una pizzería. Ha pasado tiempo.
—¿Por qué cerró la panadería?
La nostalgia se graba en sus hermosos ojos oscuros.
—Mi abuelo falleció y mi abuela siguió trabajando en la panadería
hasta que también murió. Solía decir que era la única forma de seguir
sintiendo a su marido con ella.
—Apuesto a que pasaban más tiempo allí que en casa.
—Por supuesto. Cuando mis padres me dejaban con ellos, que era
la mayor parte del tiempo, me despertaban a las cuatro de la mañana
e íbamos todos a la panadería. Yo dormía en el sofá de atrás y ellos me
despertaban para ir al colegio con postre todos los días.
Una sonrisa transfigura su hermoso rostro de alegría y casi puedo
ver una versión infantil de él, durmiendo en un sofá diminuto con una
manta puesta, despertándose con caras dulces y viejas y el olor a
mantequilla y azúcar.
—¿Tus padres lo vendieron cuando fallecieron? —pregunto.
Cuando su sonrisa se aplana, casi desearía no haberme entrometido.
—Sí. Mi padre se dedica a la política. Mi madre trabajaba como
dentista, así que los dulces pegajosos no eran lo suyo. No tenían
tiempo ni interés en mantener abierta la panadería, así que la
vendieron. Pero mi abuela trabajó allí hasta el día antes de morir. Tenía
ochenta y ocho años.
—¡Dios mío! —grito.
—Sí, la mujer era impresionante. Muy trabajadora. Mi madre dice
que me parezco a ella en más cosas de las que puede contar. Estoy
seguro de que es el mejor cumplido que me ha hecho nunca.
Abre la puerta de la cafetería y me dan la bienvenida los suelos de
madera y los paneles de las paredes mientras me envuelve el rico
aroma del café. Me encanta este lugar. Hay un árbol gigantesco en el
centro de la sala y columnas blanquecinas dividen el espacio. Todas
las paredes están llenas de libros. Todas ellas. La de detrás del
mostrador también, pero sospecho que esos libros probablemente
estén manchados más allá del punto de salvación.
—¡Heaven! —Me vuelvo hacia la anciana dueña de la cafetería. Es
el ser humano más pequeño que he visto nunca, con las mejillas
hinchadas y una masa de pelo rubio caramelo salvaje atado sobre la
cabeza: una pequeña bola de energía mientras corre hacia mí—. Oh,
querida. ¿Dónde está Emma?
Shane y yo compartimos una sonrisa antes de volver a centrarme en
la señora Powdy, cuyas cejas están fruncidas por la preocupación.
—Emma está en casa. Yo estoy aquí con un… —Señalo con la mano
a Shane, pero me quedo paralizada. ¿Debo llamarlo amigo? ¿Colega?
¿Jefe?
—Shane Hassholm —dice, ofreciéndole la mano a la Sra. Powdy
para que se la estreche.
Me lanza una mirada orgullosa, sus finos labios se curvan en una
sonrisa cómplice…
—Oh… ¿Se acabó Hemma? ¿Ahora es Shaven?
Oh, mierda. Aunque no puedo verlas, mis mejillas deben de estar
más cerca del rojo carmesí que de mi rosa habitual.
—Sí, en fin —digo, intentando cambiar de tema y luego abro mucho
los ojos—, quiero decir, no. Yo…
—Este lugar es maravilloso. He estado aquí antes, pero creo que no
hemos tenido ocasión de hablar. —Shane se dirige a la señora Powdy,
salvándome de nuevo de la incomodidad.
—Ven, ven —dice, dando palmas con entusiasmo mientras su
delantal se agita a izquierda y derecha—. Te enseñaré nuestro muro
de historia mientras Heaven se encarga de tu pedido.
La señora Powdy no espera a que esté de acuerdo antes de llevárselo
a rastras y no puedo evitar reírme al ver cómo frunce el ceño. Apuesto
a que es la primera vez que alguien le toca tan agresivamente sin
firmar antes un formulario legal.
Me acerco al mostrador y saludo a la camarera.
—Hola, Jill. Dos cafés, por favor.

—¡Señora Powdy! ¿Puedo recuperar a Shane?


La mujer bajita da vueltas y nos dice que disfrutemos del café y que
ni se nos ocurra pagar. Pero siempre dice lo mismo, así que ya he
pagado.
—¿Todo el mundo te quiere? —me pregunta Shane mientras me
sigue por la cafetería con mirada curiosa.
Nos sentamos en una pequeña mesa blanca (mi favorita, porque es
de estilo terrazo, con pequeñas piedras mixtas de colores que asoman
a través del material blanco).
—La señora Powdy quiere a todo el mundo.
Revolviendo su café, sacude la cabeza.
—No es solo ella. Tus colegas, la gente que nos dio las visitas a los
lugares, todos en la cena, el señor Thompson.
—¿Te refieres a Billy esencialmente? —pregunto, con una sonrisa
burlona.
Sus hombros tiemblan de risa.
—Sí. Un apodo apropiado. Deberías oír cómo Billy esencialmente
habla de ti.
Me encojo de hombros.
—Es un auténtico lameculos. El maestro del lameculos.
—No, Heaven. Eres tú. Eres una persona agradable y considerada y
le gustas a la gente.
Bien, tiene razón. Me gusta que me quieran, aunque no acepte
mierdas de la gente. Hago un esfuerzo cuando puedo porque me
siento bien.
—¿Sabes quién le gusta a la gente? —pregunto, y él ladea la
cabeza—. Los panaderos. ¿Por qué no tienes tu propia panadería? Está
claro que te encanta.
Sonríe, como si supiera que estoy cambiando de tema.
—Es un hobby. A menudo, cuando tu hobby se convierte en tu trabajo,
deja de ser divertido.
Lo entiendo. Si abriera una panadería, la repostería solo sería una
pequeña parte de su trabajo. Pero no es que no pueda manejar el estrés
o no le guste dirigir. Yo diría que le gusta demasiado.
—¿Seguro que es por eso? —bromeo.
—¿Sí? —Su ceja derecha se levanta—. ¿Cuál crees que es la
verdadera razón?
Me encojo de hombros.
—Quizá tengas miedo de fracasar.
—Nunca he fallado en nada en mi vida, Heaven.
—Por eso te aterra la posibilidad de fracasar en lo que más te gusta
—insisto, y cuando se le levanta la comisura de los labios, me encojo
de hombros—. Es solo una suposición.
—Bien, tienes razón. Tu aprecio por mis postres me halaga, pero no
estoy seguro de que estés lo suficientemente cualificada para
considerarlos dignos de venta. O para recomendar que base mi
sustento en la tarta de queso.
Da un sorbo a su café y, con una mirada mordaz, le respondo:
—Yo tampoco estoy lo bastante cualificada para dirigir el evento de
Devòn y, sin embargo, aquí estamos.
—Eres casi tan engreída como yo, ¿lo sabías? —susurra,
inclinándose hacia delante.
Imitando su posición, chasqueo la lengua.
—Soy mucho más vanidosa que tú.
Me dedica una amplia sonrisa, sus ojos se posan en mis labios un
segundo mientras apoya la espalda en la silla. El corazón se me acelera
en el pecho, la nube de tensión sexual entre nosotros es tan densa que
me sorprende que no se me haya abierto el sujetador por voluntad
propia.
—Bueno, si alguna vez cambias de opinión, yo seré tu gerente —
murmuro, tratando de recuperar algún tipo de control sobre la
situación—. Tú horneas y yo me encargo de todo lo demás.
—Gerente, ¿eh? ¿Esa es tu posición en nuestro negocio?
—Sí. Jefa de la junta directiva y reyes.
Con una sonrisa divertida, se pasa los dedos por el pelo,
peinándoselo hacia atrás.
—Bueno. ¿Cuál es el mío?
—Bueno, tú eres el panadero, por supuesto.
Doy un sorbo a mi café mientras él se apoya con los codos en la
mesa, apoyando la barbilla en las manos.
—Por supuesto. ¿Y vamos a entrar en esto al cincuenta por ciento?
—Si te refieres a beneficios, sí. Inversiones… en absoluto. Tu sueño,
tus inversiones. Seré la jefa de todos, esa es mi contribución. Además,
soy muy simpática.
Cuando se ríe, le golpeo el brazo juguetonamente. Lentamente, su
sonrisa se suaviza, su nuez de Adán sube y baja repetidamente
mientras sus ojos recorren mi cara.
—Estaba pensando… —Mira a la derecha y vuelve a centrarse en
mí—. Quizá podríamos… hay un sitio muy bonito junto a los canales.
—Se rasca la cabeza y se encoge de hombros—. ¿Puedo invitarte a
cenar algún día?
Oh. Mi cuerpo se estremece. Shane me está invitando a salir. A mí.
No Nevaeh. A mí. Lo miró fijamente y él vuelve a tragar saliva
mientras su mandíbula se tensa. Claro, no es fácil invitar a alguien a
salir, aunque ese alguien sea yo.
Parece recordar algo y levanta las manos.
—No sientas que tienes que decir que sí. Sé que ahora soy tu jefe y…
—Se frota la mandíbula—. Quería esperar a que volvieras a tu
departamento. Pero supongo que era el momento adecuado.
Muevo la mano hacia arriba.
—No, lo sé. No me siento…
—No te despediré si dices que no —dice, con una risita nerviosa—.
Perdona, te he interrumpido. Sé que lo odias. —Frunce los labios,
como si quisiera dejar de divagar. No lo consigue—. Pero no tienes que
preocuparte por nada. Si no te interesa.
Me interesa. Realmente lo hago. Y parece tan nervioso, me está
poniendo ansiosa a mí también. Ojalá pudiera decir que sí. ¿Pero qué
pasa con Alex? ¿Puedo aceptar antes de romper oficialmente con él?
Supongo que puedo. Puedo decir que sí, luego ir a casa y romper con
él, que se joda esperar el aumento. Se siente asqueroso, sin embargo.
Y deshonesto.
Me paso los dedos por el pelo y golpeo el servilletero. Mis ojos se
abren de terror cuando cae lentamente hacia delante, golpeando el café
de Shane y una vez que el líquido chapotea en el aire, casi vivo una
experiencia extracorporal y veo la escena como si se reprodujera a
cámara lenta. El café de Shane cae hacia atrás, derramándose por toda
la mesa y empapando su ropa.
—¡Oh, mierda! Mierda, lo siento mucho —gimo mientras él
retrocede para evitar empaparse más. Tiene café por toda la camisa
blanca. Agarro las servilletas y empiezo a limpiar furiosamente el café
de la mesa—. Dios, lo siento mucho.
—Está bien —dice, apretando su camisa en el puño para sacar un
poco del líquido oscuro—. Pero podrías haber dicho que no. —Mis
ojos se disparan hacia los suyos y debo de parecer bastante
preocupada porque me enseña las palmas de las manos—. Estoy
bromeando. Intento animar el ambiente.
Vuelvo a limpiar, ignorando el calor abrasador que me recorre las
mejillas y la señora Powdy se une con una esponja. Limpia la mesa y
el suelo, aunque le digo que puedo hacerlo yo, mientras Shane y yo
permanecemos sentados en un incómodo silencio. La señora Powdy
está hablando, pero no le prestó atención. El corazón me martillea e
intento averiguar qué hacer, qué decir si vuelve a preguntar.
Cuando la Sra. Powdy se va, lo miro.
—Señor Hassholm, lo siento mucho.
—Ya lo has dicho. Todo está bien, Heaven. —Se limpia la camisa
húmeda con una servilleta—. Y llámame Shane. Acabo de invitarte a
salir, después de todo.
—Bien, Shane. ¿Puedo invitarte otro café?
—No, de verdad. Estoy bien.
No sé si está enfadado porque aún no le he contestado, o si le
molesta lo del café. Quizá esté tan mortificado como yo y quiera irse.
Pero no puedo dejar que se vaya, no después de que me pidiera salir
y yo intentara derretirlo.
—¿Quieres pasar por mi apartamento? Puedes limpiarte un poco.
Puedo intentar quitar la mancha.
—No hace falta. Es una camisa vieja.
—No, no —insisto, levantándome. Mi casa está cerca y Alex no
llegará hasta más tarde. He llamado a una empresa de limpieza para
que venga a ordenar mientras yo estaba fuera, ya que él parece incapaz
de hacerlo por sí mismo, así que el apartamento también debería estar
ordenado y, con mi minimalismo ligeramente obsesivo, no podrá
darse cuenta de que vive un hombre allí—. Tardaré un minuto. Lávate
un poco antes de irte a casa. Por favor, me hará sentir mejor.
Él también se levanta y respira hondo mientras fija su profunda
mirada en mí.
—De acuerdo, claro. ¿Me darás una respuesta, entonces?
—Sí, lo haré —acepto inmediatamente.
Solo… No sé cuál será.
La respuesta

En cuanto entramos en mi apartamento, le señalo a Shane el cuarto


de baño. Ya me ha dicho mil veces que no me preocupe, pero me siento
culpable de todos modos. Lo he empapado de café. Por suerte, no le
ha quemado.
Y no quiero pensar en lo que dijo justo antes de eso. Me invitó a salir.
Me invitó a salir y derramé café sobre su ropa.
Ahora, espera una respuesta que no puedo darle. ¿Hay alguna
forma de pedirle que me lo vuelva a pedir mañana? No me cabe duda
de que quiero decirle que sí, pero técnicamente sigo teniendo novio.
Cuando entra en el baño, me tapo la cara y deseo desaparecer. ¿Qué
puedo hacer para compensarlo? Podría hacer café, pero no creo que
me quiera cerca de bebidas calientes ahora mismo.
El ruido del agua que sale del grifo es audible a pesar de la puerta
cerrada, incluso con el latido que se me sale del pecho. Con un gemido
frustrado, me dejo caer en el sofá y me agarro la cara entre las manos
cuando se abre la puerta principal.
Mierda. Mierda, mierda, mierda. Ese es Alex. ¿Qué está haciendo en
casa?
Entra en el apartamento y se quita los zapatos en la entrada,
abandonándolos sobre la alfombra de bienvenida.
—Hola, has vuelto pronto —dice, y cuando oye el agua correr,
señala la puerta del baño—. ¿Emma?
Ignorando su tono disgustado (no tiene derecho a que no le guste
Emma), intento que mi lengua se mueva, que las palabras salgan de
mi boca.
—No. No, es mi jefe.
Su cabeza se inclina.
—¿Billy?
Trago saliva.
—No, el nuevo jefe.
—¿Qué le pasó a Billy?
Mis brazos se cruzan sobre mi estómago, la rabia aprieta
rápidamente mi pecho.
—Te he dicho que me he unido a un nuevo equipo. ¿El de eventos?
—Ah, sí —dice, con los ojos entrecerrados como si no lo recordara—
. ¿Por qué está aquí?
Jugueteo con los ribetes de mi camiseta.
—Me lo encontré, y… tomamos café, pero derramé el suyo sobre él,
así que… se está limpiando.
Dios, sueno tan culpable.
Frunce el ceño, probablemente preguntándose por qué estoy tan
nerviosa. No es que me preocupe su reacción; para ser sincera, no
podría importarme menos. Pero no puedo permitir que monte una
escena delante de Shane. Tampoco puedo imaginar cómo reaccionará
cuando vea a Alex. Acaba de invitarme a salir y nunca le dije que tengo
novio.
—¿Por qué estás…? —Alex se da la vuelta cuando Shane sale del
baño.
Enderezándose la camisa manchada, Shane lo mira y luego me mira
a mí.
—Hola —dice y suena tan confuso como parece.
Alex camina hacia él, mi estómago se aprieta con fuerza cuando sus
manos se encuentran. Supongo que mi obsesión por la limpieza
también se aplica al alma de alguien y el alma de Alex está sucia. No
quiero que manche a Shane con su horror.
—Encantado de conocerte. Alex.
—Shane Hassholm.
La mirada de Shane se desvía hacia mí, y Alex debe de notarlo,
porque se acerca y me rodea el hombro con el brazo.
—Heaven me dice que las cosas van bien con tu proyecto.
Nunca se lo he dicho, pero mantengo la mirada en el suelo, solo
robando miradas a Shane. Los latidos de mi corazón son tan fuertes
que apenas oigo la conversación.
Las cejas de Shane se encogen sobre sus ojos, los hermosos labios
que sueño con besar dibujados en una línea implacable.
—Sí. Heaven ha sido una gran incorporación al equipo. Siento que
estemos sobrecargándola de trabajo.
Suena tan frío. Tan profesional. Tan Sr. Hassholm.
—Es muy trabajadora. —Alex me besa cariñosamente el costado de
la cabeza, y todo mi cuerpo se pone rígido. Finge estar orgulloso de
mí, pero está claro que solo está haciendo una declaración. Que soy su
novia—. ¿Tú también estuviste en el seminario?
Oh… mierda. La mentira que le dije a Alex sobre dónde he estado
la semana pasada. Casi puedo sentir cómo la sangre deja de fluir por
mis venas. Mi corazón también, algo entre no latir y latir demasiado
rápido. Y la cara de Shane… Dios, su cara. El asombro se apodera de
sus hermosos ojos durante unos segundos y luego asiente con la
cabeza.
—Sí… sí, yo también estuve en el seminario. Todo el equipo estuvo.
Me zafo de Alex lo más despreocupadamente que puedo y me
obligo a hablar. Me gustaría disculparme, explicarme. Dios sabe lo que
debe de parecerle esto a él. En lugar de eso, con voz débil, digo:
—Tu camisa… ¿Puedo…? —No sé qué le estoy ofreciendo. No
puedo lavársela, no tiene otra. Y no puedo pagar la tintorería porque
es una camisa. La meterá en la lavadora. Tampoco puedo ofrecerle una
de las camisas de mi novio, obviamente.
—No te preocupes. Es solo una mancha —dice apretando los
dientes.
Nos miramos fijamente. Hay muchas cosas que me gustaría decir y,
por lo que parece, él también tiene algunas palabras que decirme.
Palabras crueles.
—¿Fue el café caliente? ¿Mi novia te mutiló? —pregunta Alex.
Qué jodidamente asqueroso. Lo ha dicho, como si el espectáculo que
ha montado no fuera lo suficientemente transparente.
Shane se acaricia la camisa.
—No. Fui yo. Soy muy torpe. Aunque no hay daños.
—Creía que habías dicho que le habías tirado el café encima. —Alex
fija su mirada acusadora en mí.
—Oh, bueno. Intentaba ser caballeroso. —Shane sonríe
rígidamente—. No quería…
—No quería avergonzarme. —Intento tragarme mi tensión
nerviosa—. Gracias, Señor Hassholm. Y siento de nuevo lo de la
camisa.
Lo sigo a zancadas hacia la puerta, con mi novio tan pegajoso de
repente solo unos pasos por detrás. Cuando Shane llega a la puerta, se
vuelve hacia Alex.
—Encantado de conocerte —dice, y luego me dedica la sonrisa más
fría que he visto nunca—. Nos vemos el lunes.
Sujeto la puerta con la mano mientras él cruza el pasillo. Antes de
que doble la esquina, sus ojos se posan en mí y le ruego que me
perdone. Que comprenda. Que espere antes de decidir que me odia.
Pero sacude ligeramente la cabeza y desaparece por las escaleras.
—¿Por qué estabas tan rara?
No tengo oportunidad de recuperarme del shock de lo ocurrido
antes de que Alex empiece a interrogarme. Es curioso. Parece que no
comparte la misma despreocupación por mí cuando está con otros
hombres que cuando está con otras mujeres.
Me vuelvo hacia él y me cruzo de brazos.
—Porque estabas haciendo un espectáculo. Tocándome,
besándome. Me llamabas tu novia.
Se burla.
—Bueno, lo eres. ¿Qué hay de malo en tocarte y besarte?
—Lo hiciste para demostrarle que estaba contigo.
Sus cejas se fruncen.
—Bueno, parecía que tenía que demostrarle que estabas conmigo.
Parecía bastante sorprendido.
Me pavoneo en la cocina y abro de un tirón la parte superior de la
cafetera, coloco un filtro dentro y lo lleno con el polvo marrón. No
quiero un café, pero necesito tener las manos ocupadas y nunca
terminé de beberme el que compré con Shane.
—¿Por qué no le dijiste que tenías novio?
Me esfuerzo por no perder los nervios. No quiero sacar el tema de
RadaR ahora, porque parecerá que estoy justificando mi
enamoramiento de Shane con su engaño.
—Porque es mi director, no mi amigo; tampoco es simpático. No le
dije que tengo novio como no le dije nada más. —Odio mis palabras
mientras las digo, pero son parcialmente ciertas. Estoy segura de que
serán más ciertas a partir de ahora.
—¿Y por qué estabas tomando café con él un sábado por la mañana?
Cierro la máquina.
—Estaba en la plaza. Me vio, vino a saludarme y me invitó un café.
No sé, quizá intentaba ser amable ya que soy nueva.
—Más bien intentaba ser amable ya que estás buena y quiere
hacértelo.
Me quedo boquiabierta al ver su ceño fruncido e inmediatamente
miro el armario.
—Bueno, aunque así fuera, tu pequeño espectáculo ha dejado claro
que estoy ocupada. —Tomo una taza y abro la boca para preguntarle
si quiere café cuando me rodea con los brazos y me aprieta el pecho
contra la espalda.
—¿Qué estás haciendo? —susurro.
—Ha pasado tiempo. —Sus labios me rozan el cuello, de la forma
que sabe que me gusta. Respiro hondo y noto cómo se me encoge el
corazón con cada nuevo picotazo y toda la rabia que sentía hacia él se
transforma en dolor. Ahora que vuelve a ser el de antes, recuerdo todo
lo que tiró por la borda. Los últimos cinco años de nuestras vidas
juntos, cómo los manchó.
Cuando sus brazos me rodean el vientre, pienso en todas las veces
que ha hecho esto antes. No creo que haya pasado un solo día fregando
los platos sin que me interrumpiera así durante los seis primeros
meses que vivimos juntos.
Dejo caer la cabeza a un lado y sus besos se dirigen a mi oreja.
Me da la vuelta, me besa los labios y me sube las manos por los
costados. Es incómodo, su lengua se entromete demasiado en mi boca
y sus manos son demasiado ásperas bajo mi camiseta. Le empujo
ligeramente y me inclino hacia atrás para detener el beso.
—Alex, no estoy de humor.
Me devuelve la mirada, con los ojos entrecerrados, mientras espero
a que se vaya. Seguramente tiene mucho que hacer y poco tiempo.
—¿Habrías estado haciendo esto con tu jefe si no hubiera vuelto
cuando lo hice?
Mis labios se separan, pero no sale ningún sonido. ¿Es tan obvio que
me gusta Shane?
—Por supuesto que no —digo. Y lo digo en serio. De ninguna
manera mancharía lo que hay entre Shane y yo involucrándolo en una
aventura. No cuando ya lo he complicado todo con Nevaeh.
—De acuerdo. —Se muerde el labio superior—. Supongo que estoy
un poco celoso. Te estaba mirando… no sé. No me gusta ese tipo.
—Será mi jefe unas semanas más. Eso es todo.
Se rasca la cabeza y sale de la cocina, lanzándome una mirada
dubitativa.
Una vez que se ha ido, miro la taza vacía que sostengo y suspiro
profundamente, liberando tensión de mis hombros. Me siento tan
vacía como la taza. Hay una pequeña mancha marrón en el fondo:
parece un poso de café. Tomo la esponja y froto, cada vez más fuerte,
hasta que mis manos se cubren de espuma y la taza se llena de ella.
Después de quitarme el jabón, queda impecable, pero friego un poco
más. Y luego otra vez y otra vez. Como si esta esponja pudiera fregar
el dolor que siento, la conciencia de que soy débil. Que estoy dejando
que Alex gane.
Seco la taza y la coloco junto a las demás de la estantería, observando
las brillantes cerámicas en línea recta. Todas están a la misma
distancia, con el soporte a la derecha. Blancas y relucientes. Mi mano
alcanza una, pero vacilo. En lugar de eso, agarro la cafetera y la inclino
hacia un lado, observando cómo el líquido caliente se vierte sobre
ellas.
Necesito algo más para lavar.
—¿Qué quieres decir con que se conocieron? —La voz de Emma
resuena a través del teléfono.
Alex sigue en el sofá, concentrado en la tele, así que me apoyo en la
barandilla del balcón y miro a la gente y los coches que pueblan la calle
de abajo.
—Se conocieron. Fui a la plaza esta mañana y me encontré con
Shane. Me pidió una cita y derramé una taza entera de café sobre su
camisa. Lo invité para limpiarla y para que pudiéramos hablar,
cuando Alex llegó a casa. Y se conocieron.
Ya le he contado todo esto y no sé si no está prestando atención,
(puedo oír sus pasos en la cinta mientras corre), o si está demasiado
conmocionada por la información como para procesarla.
—Oh, vaya mierda. ¿Cómo reaccionó Shane?
—No muy bien. No dijo nada, por supuesto, pero me miró.
—¿Una mirada de «me ganaré tu corazón por encima de este idiota
con el que sales»?
Me burlo y echo un vistazo al apartamento. Alex está escribiendo en
su teléfono.
—Una mirada de «no puedo creer que no me hayas dicho que tienes
novio». O tal vez una mirada de «estás muerta para mí».
—Estás siendo dramática. Es tu jefe. No tienes que revelar tu estado
sentimental a toda la oficina.
Sí, técnicamente no tiene motivos para estar enfadado conmigo,
pero también hemos estado flirteando las últimas semanas. Yo lo sé, él
lo sabe, incluso Emma lo sabe.
—Además, no es como si hubieras dicho que sí. No puede culparte
de nada. Solo explícale la situación el lunes.
Agarro la regadera y abro la bomba de agua, llenándola.
—¿Y qué le digo? Ah, sí. Tengo novio, pero me engaña. Le estoy
haciendo catfishing para sorprenderlo in fraganti y en cuanto me suban
el sueldo y pueda pagar el alquiler sola romperé con él.
Después de unos pitidos, la oigo suspirar.
—No, pero tal vez puedas decirle que tu novio es un jodido imbécil
y que estás rompiendo con él. Y que por eso no aceptaste
inmediatamente salir a cenar con tu jefe superguapo.
Cierro la bomba de agua y me froto los ojos con dos dedos. Tiene
razón, es lo único que puedo decir. Con suerte, me escuchará.
Cuando cometo el error de contarle que casi me acuesto con Alex en
un momento de debilidad, me paso los diez minutos siguientes
recibiendo todo tipo de insultos y recomendaciones para que no caiga
en la trampa. Aunque supongo que me los merezco. Riego todas mis
plantas y quito algunas malas hierbas que han crecido fuera de los
jarrones, luego me hace prometer que no volverá a ocurrir antes de
que finalmente colguemos.
Cierro de un tirón la puerta del balcón y entro en el salón, y Alex
sigue con la cara pegada al teléfono.
—¿Te ha enviado mi madre un correo electrónico sobre el
formulario de la declaración de la renta? —pregunta con voz aburrida.
Estoy a punto de contestar cuando mi propio teléfono vibra y se me
encoge el corazón. Hay una notificación de RadaR, y no es Shane. Es
Alex.

ALEX:
¿Cuándo puedo ver tu coño?

Miro fijamente la pantalla, incapaz de responder ni a la pregunta de


Alex ni a su texto mientras la temperatura de mi cuerpo desciende y
pequeñas gotas de sudor frío se acumulan sobre mi frente.
—¿Heaven?
—No, dijo que aún no había encontrado al adecuado. —Las palabras
se arrastran fuera de mi boca antes de que él se enfrente a la televisión
con un «Hm», su teléfono todavía apretado en sus manos.
—Recuérdaselo la próxima vez que hables con ella.
—Es tu madre. Tu declaración de la renta. Recuérdaselo.
Se retuerce en el sofá, con los labios fruncidos como si le hubiera
ofendido.
—¿Cuál es tu problema?
Mi problema. Quiere saber cuál es mi problema.
—Mi trabajo es coordinar un millón de cosas, asegurarme de que
todo está solucionado en la oficina. No quiero hacerlo también en casa.
—¿De dónde viene esto? —pregunta mientras se levanta.
Aparto el teléfono y levanto la barbilla. Viene de él. Su
desagradecimiento, sus mentiras.
—No creo que esté fuera de lugar que te sugiera que hables con tu
propia madre.
Abre la boca y, como no emite sonido alguno, salgo corriendo hacia
el dormitorio y tomo el ordenador de mi bolsa de trabajo, ignorando
los pasos rápidos que da tras de mí.
—Se trata de ese tipo, ¿no?
Me burlo.
—¿Me estás preguntando si me niego a recordarle a tu madre el
documento que necesitas para tus impuestos porque estoy enamorada
por mi jefe?
Dejando escapar un gigantesco suspiro, se pasa una mano por la
cara.
—Te pregunto si estás enamorada de él.
—¿Y si lo hago? —pregunto, consciente de que esto es lo más que
hemos hablado en mucho tiempo. Especialmente sobre nuestros
sentimientos.
—Si lo haces, entonces… bueno, déjalo.
Con una risita amarga, salgo del dormitorio y entro en el despacho.
—¿Lo estás? —me pregunta mientras me sigue.
Dejo el ordenador sobre mi mesa y lo conecto al enchufe. No sé por
qué me peleo con él. Sé que esto no es lo que debo hacer. Pero no
aguanto más. He vuelto hace unas horas y me siento completamente
atrapada. Estoy inquieta, infeliz… para ser sincera, ya no puedo más.
—Tal vez sí.
El silencio se instala en la habitación, el único ruido es el de mis
dedos sobre el teclado. No lo miro. No puedo. Ahora necesito ser yo
en la oficina. Trabajando. No puedo soportar que Shane me pida una
cita e inmediatamente después se entere de Alex y que después haya
roto con él.
—Bien, escucha. —Junta las manos y se las lleva a los labios—. Estás
enamorada por un hombre. No pasa nada. Hemos estado juntos
mucho tiempo y está bien tener enamoramientos siempre y cuando no
actúes en consecuencia.
Estudio su cara, intentando recordar algo de él que me guste, pero
no hay nada. No sé qué es peor. Su desinterés por mi enamoramiento
o el hecho de que sea tan hipócrita.
—Tienes razón. Actuar sería un error —le doy la razón.
Traga saliva.
—Aléjate de él. Pasará.
Mis manos se cierran en puños y, aunque siento que se me va a
quebrar la voz, necesito sacar las palabras. Me salen de los labios,
espesas y densas como lava caliente mientras me suben por la
garganta.
—Alex, sé que has estado…
—Lo siento —dice mientras saca su teléfono, que suena en su
bolsillo. Su cabeza se inclina hacia delante y me muestra la pantalla—
. Mi jefe. Espera un momento.
Parpadeo un puñado de veces y, en cuanto sale de la habitación, me
dejo caer en la silla, una vez más derrotada.
Nevaeh ataca de nuevo

El domingo es un día largo. Aunque supongo que la mayoría de la


gente piensa que nunca dura lo suficiente. Pronto vuelve a ser lunes y
todos volvemos al trabajo. Estoy de acuerdo con el concepto, en teoría.
Excepto que hoy no quiero quedarme en casa, y en la oficina es donde
veré a Shane. Dios, necesito verlo. Este domingo apesta.
Desde que se fue ayer de mi apartamento, le he enviado quince
correos electrónicos relacionados con el trabajo. Suele contestar
inmediatamente, sea fin de semana o no, pero ayer no fue así. Supongo
que hoy tampoco.
Alex, por otro lado, salió anoche. Supongo que cuando Nevaeh no
respondió, se fue a ladrar a otro árbol. Y desde esta mañana, ha estado
en casa de su padre. O eso dijo.
No es que realmente me importe. Solo puedo pensar en Shane.
Conseguir que Shane me hable, conseguir que me perdone. Conseguir
que me mire como lo hizo en la cena de la semana pasada.
Frotándome un dedo en la sien, me concentro en el correo
electrónico que le estoy enviando.

De: Heaven Wilson (heaven.w@imp.com)


Para: Shane Hassholm (shane.h@imp.com)
He hablado con la empresa constructora. La pasarela estará lista el
miércoles. Hazme saber que recibiste este correo.

Heaven Wilson
Gestora de proyectos junior en IMP
No quiere contestar. Está furioso, y tiene todo el derecho a estarlo.
Excepto que no me dejó explicarle, y una vez que lo haga, todo será
mucho, mucho mejor. Al menos, eso espero.
Cuando termino de trabajar y no hay nada más que hacer, limpio.
El mármol blanco de la cocina y los suelos de madera blanca del salón
acumulan polvo con bastante rapidez, y se nota lo suficiente como
para que pase la aspiradora cada dos días.
Cuando ha pasado la mitad de la tarde, Alex sigue fuera, Shane aún
no ha contestado y yo no tengo ningún trabajo extra en el que
concentrarme. El apartamento está limpio, y me pregunto si debería ir
a la plaza, junto a la fuente de los caballos. Tal vez me tropiece de
nuevo con Shane.
Cuando el ruido en mi cerebro se vuelve tan fuerte que apenas
puedo seguir pensando, tomo mi teléfono y abro RadaR. Mis ojos se
posan en un icono redondo verde junto al nombre de Shane, y casi se
me parte el corazón. Siento como si alguien me hubiera dado una
patada en el estómago, magullándome las costillas, y ahora cada
respiración me escuece.
No me habla, pero está en línea.
Eso nunca ha pasado antes, y lo he comprobado muchas veces.
Obviamente está hablando con otras chicas. ¿Lo que pasó ayer tiene
algo que ver con esto?
No puedo contenerme. Abro nuestro chat y escribo.

NEVAEH:
Hola. ¿Cómo va tu fin de semana?

Miro fijamente la pantalla y gimo al darme cuenta de la estupidez


que estoy cometiendo. No me habla, así que lo estoy engañando. ¿Qué
demonios me pasa?
Cuando aparecen los tres puntos, respiro hondo. No puedo evitar el
alivio que siento. Llevo veinticuatro horas sin hablar con él y lo echo
de menos.

SHANE:
¡Vaya! Un mensaje no instigado de la única Nevaeh. Me siento
halagado.
NEVAEH:
Podrías haber dicho: «Mi fin de semana es maravilloso #Bendecido
como todo el mundo.
SHANE:
Mi fin de semana es maravilloso #Bendecido #LaVidaEsUna. ¿Qué
tal el tuyo?

Su fin de semana no es tan bueno, me temo, pero no insistiré y usaré


mi alter ego para fines malvados. Ya estoy jodiendo mi karma para los
próximos veinte años.

NEVAEH:
Un poco aburrido, debo decir.
SHANE:
¿Otra maratón?

Rebuzno como una mula. ¿Este hombre guapo y exitoso no tiene


nada mejor que hacer un domingo por la tarde que ver películas de
ciencia ficción y mandar mensajes de texto conmigo?

NEVAEH:
Tus películas favoritas esta vez.
SHANE:
Claro. La trilogía de El Señor de los Anillos. #Casémonos
NEVAEH:
¿Hablas en serio?
Estoy medio convencida de que lo dice por decir. Es una apuesta
segura para impresionarme: sabe que me gustan las películas de
ciencia ficción y fantasía porque hemos hablado de ello largo y
tendido.

SHANE:
Como un ataque al corazón. Puedo citar primera y segunda a la
letra.
NEVAEH:
La tercera apesta. #SméagolMerecíaAlgoMejor
SHANE:
¿He mencionado ya lo increíble que eres?

Inmediatamente le digo que prepararé un cubo de palomitas. La


saga de El Señor de los Anillos es larguísima. Aunque solo veamos las
dos primeras, acabaremos pasándonos toda la tarde mandándonos
mensajes.
Esa conciencia me hace tan feliz que es patética.

SHANE:
Si lo piensas, es una locura lo buena que es esta película. Cuando se
estrenó, yo tenía nueve años.
NEVAEH:
Tienes razón. El próximo maratón de cine, veremos la trilogía de
Matrix.
SHANE:
Claro. ¿Entonces me toca elegir a mí? Yo digo
#LosHombresDeNegro

Me río, estirando las piernas en el sofá. Los hombres de Negro es


otra de mis películas favoritas. Dios, cómo me gusta que lo entienda.
Estoy a punto de responder cuando Alex me envía un mensaje. A
mí, no a Nevaeh. Dice que va a cenar en casa de su amigo Glenn y me
pregunta si quiero ir. Probablemente sea mentira: sabe que no me llevo
bien con ese tipo y que le diría que no a cenar en su casa. Además, creo
que nunca me había pasado antes. Lo ignoro cuando recibo otra
notificación de Shane.

SHANE:
Mentí antes. Mi fin de semana apestó. Me alegro de que aparecieras.

Su fin de semana ha sido un asco y estoy segura de que es culpa mía.


Me pesa el pecho, pero suspiro y le contesto.

NEVAEH:
Lo siento. Me alegro de haber podido ayudar.

Luego, al darme cuenta de que eso es lo que diría un amigo virtual,


vuelvo a teclear.

¿Quieres hablar de ello?

Espero que me diga que pensaba que había una chica a la que le
gustaba, pero que se ha enterado de que tiene pareja, y ya me estoy
acobardando. ¿Cómo voy a responder a algo así? No quiero
manipularlo, engañarlo. Quiero que me dé una oportunidad porque
yo lo convencí, no porque Nevaeh lo hizo.

SHANE:
No vale la pena pensar en ello.

Se me cierra la garganta, pero no me lo tomo como algo personal. Sé


que solo está enfadado, y en su lugar yo probablemente sentiría lo
mismo. Aun así, se me encoge el corazón ante la idea de que no quiera
escucharme. ¿Qué haré entonces?
NEVAEH:
Entonces no lo hagas. Piensa en otra cosa.
SHANE:
Lo estoy. Ahora mismo, estoy pensando en Keanu Reeves.
NEVAEH:
A menudo pienso en Keanu.
SHANE:
Hum. Parece que tengo que desempolvar la vieja chaqueta de cuero
hasta los tobillos.
NEVAEH:
Por favor, hazlo. Estaré esperando un selfie.

Mientras me dirijo a la cocina para tomar un vaso de agua, mi


teléfono vibra.

SHANE:
Dime algo que nunca le dirías a una cita.

Miro la pantalla del móvil, pero no sé qué pensar de su petición. Tal


vez sea mi ego, pero siento que está relacionado con lo que pasó ayer.
Quiere que Nevaeh sea brutalmente sincera porque yo no lo fui. Y no
lo cuestiono. Casi le debo el darle este pedazo de verdad entre todas
las mentiras que es Nevaeh.
Al abrir el chat, miro las letras en la pantalla, pero mi mente está en
blanco.

SHANE:
¿Demasiado poco convencional?

Me paso una mano por la cara y me apoyo con la espalda en el


mostrador.

NEVAEH:
No. Es más difícil de lo que parece. Estoy pensando.
SHANE:
Cuando estaba en el instituto, me acosté con dos mejores amigas.
Rompió su amistad, y todavía hoy me arrepiento.

Con risitas que brotan de mis labios, espero el siguiente texto que
está tecleando.

¿Lo ves? No es tan difícil. Sin embargo, podría causar algunas


dudas.

Doy golpecitos con los dedos en la encimera: Dios, mi vida es


demasiado vainilla, ¿verdad?

NEVAEH:
Cuando tenía catorce años, robé un pintalabios en el centro
comercial. Mi amiga y yo lo hicimos, simplemente por diversión.

Cuando aparecen los tres puntos, chillo y vuelvo al sofá.

SHANE:
No estoy seguro de estar cómodo charlando con una criminal,
Nevaeh…
NEVAEH:
¡No estoy segura de sentirme cómoda charlando con un
rompeamistades, sin vergüenza!
SHANE:
Me parece justo. Mi turno.

Mientras los hobbits se encuentran con Aragorn por primera vez, mi


teléfono vuelve a vibrar.

SHANE:
La mayoría de la gente con la que trabajo me odia. Me llaman Señor
Imbécil. #TienenRazón
Tras echar un vistazo a mi pantalla, jadeo. Es la primera vez que las
vidas del Sr. Imbécil y Shane se cruzan, y eso hace que se me apriete el
pecho.
Ojalá pudiera decirle que no lo odian. Le temen, pero también saben
que es muy bueno en lo que hace. Si dejara de ladrar órdenes y se
esforzara de verdad, sus empleados le querrían al cien por cien. Pero
supongo que es mi turno, así que me centro en la televisión y elijo una
información autodespreciativa para compartir con él.

NEVAEH:
Hace años que no soy feliz.
SHANE:
¿Por qué no?

Chasqueo la lengua.

NEVAEH:
Puede que tenga que comprobar las reglas de este juego…
SHANE:
Las encontraré mientras escribes la respuesta. Están en uno de estos
cajones, no llevará más de un minuto.

Me río entre dientes, dudando un segundo antes de teclear.

NEVAEH:
Porque me conformé. Decidí que lo que tenía era suficiente y no
busqué nada mejor. Resultó que no era suficiente.

Me tumbo en el sofá y miro al techo, esperando su respuesta.


Cuando mi teléfono vibra, espero que me haga más preguntas. Pero
no lo hace.

SHANE:
Mi padre era una mierda con mi madre, y tenemos una relación
horrible. Apenas soporto verlo, así que… nada de cenas familiares
para mí, me temo.
NEVAEH:
¿Siguen juntos?
SHANE:
Sí. Ella nunca lo dejó, que es parte de la razón por la que las cosas
están tensas. Si hubieran roto cuando su amor se extinguió,
probablemente tendríamos una relación diferente.

¿Puedo preguntarle más al respecto? No sé si forma parte de las


normas que nunca llegué a aprender, ni quiero disgustarle con un
tema delicado. Sacudiendo la cabeza, pienso en cómo puedo
contribuir. No se me ocurre nada.

SHANE:
Esto ha tomado un giro bastante depresivo. Déjame arreglarlo. Una
vez, mi madre tuvo que recogerme y llevarme a casa desde la escuela
primaria porque me ensucié encima. Me hizo tumbarme boca arriba
para no ensuciar los asientos del coche. #SrPantalonesSucios

Menos mal que ya no bebo agua, o me saldría por la nariz. Las


carcajadas me sacuden hasta casi hacerme rodar del sofá, y ahora me
gustaría poder pedir más detalles, pero me toca humillarme, y tengo
uno perfecto.

NEVAEH:
Una vez estaba visitando a mi abuela en verano, y me emborraché
tanto que vomité sobre ella mientras dormía. Y ella no se despertó.
#VomitoSinFin #ElExorcistaSaleDeMi
SHANE:
Maldición. Y yo que pensaba que mi historia de la caca era
insuperable.

La dulce conciencia de que he ganado se instala en mi pecho. Incluso


cuando se trata de humillarme, soy un desastre competitivo.
Los tres puntos indican que está tecleando, y empiezo a pensar en
la próxima cosa horrible que compartir. Después de todo, este promete
ser un domingo mucho mejor de lo que había imaginado.
Una semana como enemigos

Cuando me despierto el lunes, no me siento preparada para


afrontarlo todo. Para enfrentarme a Shane. Aún no ha contestado a
ninguno de mis correos electrónicos y estoy segura de que seguirá con
su silencio. Así que envió un correo electrónico al equipo, haciéndoles
saber que voy a trabajar desde casa hoy. Sé que va a ralentizar las cosas
un poco, pero llorar un río maldito no ayudará. Soy una cobarde.
Una consentida, porque ya estoy enfadada porque hoy no empezaré
la mañana con uno de los pasteles de Shane. Pero intento sentirme
mejor con un cruasán congelado. Lo meto en el horno, lleno un vaso
con zumo de naranja y tomo un par de rebanadas de pan para untarlas
con Nutella. Esto habría sido un desayuno de lujo para mí hace un mes,
pero supongo que cualquiera cambiaría de opinión si un hombre
guapísimo e inescrutable llevara un tiempo sirviéndole bollería para
desayunar.
—¿No trabajas hoy?
Me vuelvo hacia Alex, que lleva un traje azul oscuro. No es el mismo
azul oscuro que el de Shane y, en cualquier caso, no le queda tan bien.
—Trabajo desde casa.
Se arregla las mangas de la chaqueta y me lanza una mirada severa.
—Gracias. Me hace sentir mucho más cómodo.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes. Tu enamoramiento. Soy feliz si te mantienes alejada de
ese tipo.
Increíble.
—No voy a alejarme de Shane. Y si estás cómodo o no, no es asunto
mío. Hoy trabajo desde casa y mañana vuelvo a la oficina. —Me doy
la vuelta antes de que diga nada más, soltando un profundo suspiro
solo cuando la puerta principal se cierra tras él.

El martes transcurre de forma parecida. Me levanto con la intención


de ir a trabajar, pero desisto antes del desayuno. Sigo sin tener ganas.
El miércoles vuelvo a la oficina e inmediatamente me dirijo a mi
mesa. Está vacía, por supuesto. No esperaba que hubiera un postre
esperándome, pero de todos modos se me aprieta el estómago. La
puerta de mi despacho se abre y no tengo tiempo de asustarme,
porque enseguida me fijo en Marina.
—Cuarto Piso, has vuelto. Pensábamos que se habían fugado.
—¿Cómo dice? —pregunto, sentada en mi escritorio. ¿Está hablando
de Shane?
—El señor Hassholm se ha ido. Tú también te habías ido. Pensamos
que estaban juntos.
Trago saliva, con las mejillas encendidas.
—No sé por qué piensas eso.
—Oh, por favor. Llevan semanas flirteando.
—No hemos estado…
—Sí, lo has hecho —interviene ella—. No tiene sentido. Eres la
persona menos atractiva de esta planta. —Cuando la miro
boquiabierta, se encoge de hombros—. ¿Qué? También eres más lista
que la mayoría.
Giro mi silla hacia el escritorio.
—¿Necesitas algo, Marina?
—Los clientes están encantados con los centros de mesa. Therese le
pidió al señor Hassholm que te lo hiciera saber. Ahora ya lo sabes.
Se escabulle por la puerta y desaparece; me sorprende que no deje
tras de sí una pequeña bocanada de humo como en los dibujos
animados. Y yo me quedo mirando la pared blanca y estéril.
Shane ha estado recibiendo mis correos electrónicos. También se ha
estado comunicando con los clientes. Deliberadamente no me
responde.
Salgo de mi despacho y me dirijo al suyo. Sé que no está, pero busco
a Marina. Está sentada en su escritorio, justo fuera del despacho de
Shane.
—¿Y si necesito comunicarme con él?
—Envíale correo electrónico. ¿Empezaste ayer?
No contesta a mis correos, pero ella obviamente no lo sabe. Se
comporta como un niño. Entiendo que le he hecho daño, pero es mi
jefe y estoy aquí para ayudarlo a salvar su evento; no puedo hacerlo si
se niega a hablar conmigo.
—Debe haberse perdido el último y no puedo localizarlo en su
teléfono del trabajo. ¿Me puedes dar su número personal? —le
pregunto a Marina.
Con los ojos azules como el hielo fijos en un espejo portátil, se
extiende una capa de pintalabios rojo cereza sobre el carnoso labio
inferior.
—¿No te dio su número?
—No.
Pone los ojos en blanco, como si no me creyera y pensara que intento
guardar las apariencias. Lo cual, teniendo en cuenta que no he
intentado llamarlo, no está muy lejos de la verdad.
—No estamos flirteando, Marina —digo con un gemido—. No tengo
su número.
Se pasa los dedos por su perfecta melena negra y se encoge de
hombros.
—le preguntaré.
Supongo que eso significa que no tendré su número de teléfono.
Vuelvo a mi despacho dando pisotones, maldiciéndome a mí misma
y a él por esta situación. Solo hay una solución. Reprimir todos mis
sentimientos y ponerme a trabajar.
Y eso es exactamente lo que hago durante tres horas. Algunos
periodistas esperan un comunicado de prensa, y yo respondo a esos
correos. Una vez hecho esto, miro los vídeos de las bandas que el
equipo ha seleccionado. Todo me suena al mismo jazz suave. El DJ…
eso es posiblemente peor.
Cuando mi teléfono del trabajo parpadea con una llamada, pongo
en pausa el vídeo y contesto.
—Heaven Wilson.
—Hola, Heaven.
Me levanto, mi silla rueda hacia atrás y golpea la pared. Es él.
Reconozco su voz, parecida al mensaje de voz que me envió aquella
vez. Es más frío que eso, pero mi cuerpo hierve a fuego lento al oírlo.
—Hola, señor Shane. Gracias por llamar, lo siento…
—Marina dijo que necesitabas algo.
Supongo que volvemos a la comunicación supe eficaz y a las
interrupciones constantes.
—No has contestado a ninguno de mis correos. No sé qué piensan
los clientes…
—Si hay algún problema, te lo haré saber. Si no, asume que está bien.
Tienes que tomar una decisión sobre la banda y el DJ. Y necesitamos
una lista del equipo necesario para ello.
Me agarro al borde del escritorio. Quiero hablar con él, explicarle.
Pero me va a cortar, y me niego a jugar al juego de quién tiene la voz
más alta.
—Shane, ¿podemos hablar?
—No hay nada de lo que tengamos que hablar, Heaven.
Sigue diciendo mi nombre, aunque esté enfadado. Y eso me da valor
para insistir.
—Pero hay una explicación. Déjame hablar contigo.
—Adiós.
Cuando cuelga, localizo mi silla y vuelvo a sentarme. Esto no está
saliendo como debería.
Miro la pared de cristal, pero está limpia. El escritorio es tan blanco
que casi duele mirarlo. No hay nada que pueda limpiar, y no voy a
verter café en mi ordenador. En lugar de eso, me vuelvo hacia la
entrada cada vez que se abre la puerta, deseando echarle un vistazo
que no tendré en el resto del día.

Jueves en marcha y no estoy segura de si Shane estará en la oficina.


En algún momento, supongo que tendrá que volver. Ese punto podría
no ser hoy.
Cuando me encierro en mi despacho, no compruebo si está aquí. Si
está, supongo que lo veré. Pero a la hora de comer, necesito saber si los
clientes han elegido los trajes del personal, y me aventuro a su lado de
la planta.
Está ahí, sentado en su escritorio. Levanta la vista y, cuando me ve,
respira hondo y se vuelve hacia su ordenador. Pero ahora está aquí.
Ahora tiene que escuchar.
Llamo a la puerta y respiro tranquilamente cuando me hace un gesto
para que entre.
—Buenos días —le digo, acercándome a su mesa.
—Buenos días, Heaven. —Mantiene la mirada en el ordenador—.
¿En qué puedo ayudarte?
—Los trajes de los camareros y demás personal.
Asiente con la cabeza.
—Me han prometido una respuesta para esta noche.
—También está la banda que he seleccionado. Tenemos que verlos
actuar, y…
Enlaza los dedos sobre el escritorio.
—Iré a verlos tocar mañana.
Y el subtexto de eso es que no estoy invitada.
—De acuerdo, claro.
—¿Algo más?
Me siento en la silla frente a él. Estoy diciendo mi parte, es ahora o
nunca.
—Shane, puedo explicarlo.
—Heaven, ¿es tu novio? —pregunta con una voz tan fría que me
atraviesa.
—Sí, pero…
Me hace un gesto para que me aleje.
—Entonces no hay nada de qué hablar.
Por supuesto que no. Tiene que dejarme hablar, al menos me debe
el respeto de escuchar mi explicación.
—Shane, estoy rompiendo con él.
Suelta una sonora carcajada.
—Bien por ti.
Cuando Marina se sienta en su mesa y nos mira con curiosidad,
maldigo las paredes de cristal del despacho de Shane. Estaría muy bien
que fueran de madera, como las de Billy.
Ignorando el espanto que siento en el estómago, dirijo mi atención
al hombre enfadado que está al otro lado del escritorio.
—Lo digo en serio. Puede que tú seas el Señor Imbécil, pero él es el
Rey Imbécil. La única razón por la que no dije que sí a lo que me
pediste es que no soy una infiel. Él lo es. Y quería decir que sí más
que… cualquier cosa.
Sacude ligeramente la cabeza mientras su mano abandona el ratón.
Parece como si cada palabra que pronuncio no hiciera sino aumentar
su decepción. Cuando su mirada se fija en mí, pregunta:
—¿Y el seminario? ¿Dónde estabas mientras tu novio pensaba que
estabas fuera por trabajo?
—En casa de Emma. Necesitaba un descanso de Alex, de la
situación. —Me agarro a su escritorio y me inclino hacia delante—.
Shane, lo juro, no estoy mintiendo.
—¿Sí? —Sonríe, aunque es cualquier cosa menos alegre—. ¿Qué
pasa con RadaR?
Mientras lo miro fijamente, sus ojos se achican.
—Sí. La aplicación de citas. Yo también la tengo, y he oído la
notificación en tu teléfono. Tienes un novio al que no engañas, y sin
embargo estás en una aplicación de citas. Y flirteas conmigo.
Desearía no parecer tan nerviosa como me siento, pero no pensé en
esa estúpida aplicación y en el hecho de que él la escuchó en mi
teléfono.
—Estoy en RadaR… porque él está en RadaR.
—¿Y cómo es eso mejor?
Me arreglo un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Porque… porque no estoy en RadaR para ligar.
—Entonces, ¿por qué estás en ella, Heaven? ¿Es para hacer nuevas
amistades duraderas? —Está susurrando, pero su voz es dura como el
cemento.
—No. Yo… —Tartamudeo, intentando encontrar las palabras
adecuadas—. Quería coincidir con él y sorprenderlo in fraganti.
Frunce el ceño y, tras unos segundos de silencio, suspira.
—Bien. ¿Sabes qué? Me alegro de que haya ido como ha ido. Olvida
que te he pedido salir. Me retracto: no más flirteo, no más salir. Solo
trabajo.
Siento como si me hubiera dado un puñetazo en la cara. No necesita
ni un minuto para pensarlo, ¿verdad? Así de fácil, todo ha terminado.
—Vaya. ¿Eso es lo que vale esto para ti? ¿Un minuto y estás fuera?
Sus ojos se disparan hacia los míos.
—¿Hay algo más?
—Voy a ver a la banda mañana. Este es mi proyecto.
—No. No tienes experiencia en eventos —dice mientras saca su
teléfono y marca un número.
—Estoy perfectamente preparada para hacer frente a esta tarea.
Me mira con el ceño fruncido.
—Soy tu superior. Yo me encargo de la banda. Fin de la discusión.
Cuando siento la cabeza como una tetera a punto de silbar, me alejo
furiosa. Ojalá pudiera cerrar la puerta tras de mí, pero es de esas que
se cierran solas por mucho que tires de ella. Así que vuelvo corriendo
a mi despacho y me siento en la silla, presionándome las sienes con los
dedos.
Quizá no pueda hacer nada para que cambie de opinión sobre mí y,
después de su reacción, no estoy segura de querer que lo haga. Pero
no me dejará fuera de este proyecto. Necesito ese ascenso, y no voy a
dejar que gane.
Me pongo inmediatamente en contacto con la banda y, en menos de
media hora, sé dónde tengo que estar y a qué hora. Me tendrá allí
mañana por la noche, me quiera o no.

Viernes. Esta semana ha sido insufrible. Nadie en la oficina me habla


realmente (ni entre sí) y ahora que Shane y yo no nos hablamos, he
vuelto a comer en la cafetería con mis antiguos compañeros de equipo
para tener algún contacto humano. Están trabajando en unas
campañas de marketing para una celebridad local y han conseguido
entradas para ir a ver su espectáculo.
Aunque sabía que iba a arrepentirme de esta aventura en el sexto
piso, no tenía ni idea de que sería tanto.
Al menos, apenas he visto a Alex también. Su startup está intentando
atraer a un nuevo socio de algún lugar de Asia, y ha estado teniendo
reuniones a las horas más absurdas. Una rutina del tipo cena-
desayuno, que estaría perfectamente bien si no dejara un desastre por
todas partes.
Aun así es mejor que verse obligado a soportar su compañía,
supongo.
Tomo mi bolso, asegurándome de que me he acordado de mi
ensalada súper triste y de mi caja de galletas Oreo (a veces estoy tan
cansada por la mañana que me las olvido en la encimera de la cocina),
pero cuando salgo, Marina me llama por mi nombre.
—Reunión.
—Voy de camino a comer.
Me lanza una mirada que yo interpreto como «no podría
importarme menos» así que la sigo a regañadientes a la sala de
reuniones. Todo el equipo está allí, con Shane a la cabeza de la mesa.
Cuando nos miramos, no estoy segura de quién se da la vuelta
primero, porque sucede así de rápido. Entonces me siento y espero.
—Hace tiempo que no nos reunimos como equipo, así que he
pensado que valdría la pena ponernos al día —dice Shane cuando las
últimas personas entran en la sala de reuniones. Dando golpecitos con
los dedos en la mesa de cristal, continúa—: Pónganme al día.
Esa es mi señal, así que me levanto de la silla.
—Todo está bajo control, nosotros…
—David, ¿cómo vamos con el presupuesto?
Mientras David saca su tableta y empieza a verter números como si
fuera una calculadora, me desplomo en la silla. Miro a Shane con tanta
intensidad que podría prenderse fuego, y él debe de notarlo porque
sus ojos se disparan hacia mí, irradiando tanto desdén como los míos.
—Genial —dice Shane en cuanto David termina de hablar—.
¿Willow? ¿Alguna novedad en las redes sociales?
—Oh, hmm… —Willow, que tiene menos que ver con las redes
sociales que yo con la ingeniería aeronáutica, me lanza una mirada
desesperada, y yo intervengo.
—Estamos en línea con los objetivos…
—le pregunté a Willow, no a ti —ladra Shane.
Miro hacia la mesa con un resoplido. Se está portando como un
imbécil. Está enfadado, lo he entendido alto y claro, pero parece
olvidar que estoy aquí porque me necesita.
Cuando los latidos de mi corazón apagan las voces de mis
compañeros y me tiemblan las manos, me levanto y me dirijo hacia la
puerta.
—¿Adónde vas?
Volviéndome hacia Shane, me obligo a cuadrar los hombros.
—Obviamente no me necesitan en esta reunión, así que no
malgastaré mi hora del almuerzo en ello.
—Heaven, te irás cuando termine la reunión.
Hay un concurso de miradas, y todos sabemos lo que siento por
ganar. No dejaré que me trate así, por muy dolido que esté. Si va a
traer nuestros problemas a nuestro lugar de trabajo, entonces no lo
respetaré como mi jefe.
Con una mirada fulminante, me doy la vuelta y abro la puerta,
dejándolo a él y a la estúpida reunión detrás de mí.

Frunzo el ceño mientras Dalton y Lucy hablan del último viernes en


el Watering Hole.
Interrumpiendo a Dalton a mitad de la frase, Lucy susurra:
—Guau. Qué demonios…
Me giro en la dirección en la que me mira, y Shane viene hacia mí a
grandes zancadas. La razón por la que parece que acaba de ver un
fantasma, sin embargo, es la forma en que me mira mientras camina
con los puños cerrados. Como si fuera a matarme.
Cuando está delante de la mesa, la golpea con las manos, no lo
bastante fuerte como para que la gente sentada en otras mesas se dé
cuenta, pero sí lo suficiente como para que mis colegas y yo nos
sobresaltemos.
—¿Es así? ¿No te sales con la tuya y te vas? —sisea.
Fingiendo no estar muerta de miedo, mastico perezosamente un
tomate cherry.
—Me fui porque no dejabas de interrumpirme y te negabas a
dejarme hacer mi trabajo.
—Tu trabajo es seguir mis instrucciones.
Mi silla chirría contra el suelo cuando me pongo de pie para que
estemos frente a frente.
—No. Mi trabajo es encargarme de tu estúpido evento porque
parece que la gente que trabaja para ti no puede hacerlo bien.
—¿Es así?
La furia en sus ojos profundos y oscuros me desestabiliza por un
segundo.
—Sí.
—Bueno, me alegra oírte decir eso, porque necesitamos que alguien
se ponga en contacto con todas las partes implicadas para hacerles
saber que el evento se ha retrasado un par de horas. A todos. Invitados,
proveedores, suministradores. —Sus labios se fruncen—. Iba a pedirle
a Marina que lo hiciera, pero creo que deberías encargarte tú.
Asegúrate de que la gente que trabaja para mí no lo estropea.
El parloteo que suele haber en la cafetería ha desaparecido, así que
supongo que todo el mundo se está fijando en el duelo de miradas que
hay entre nosotros. Aun así, me gustaría poder saltar por encima de la
mesa que nos separa y… No sé, ¿qué hay entre besar y asesinar a
alguien?
—Bien. ¿Quieres que haga tareas serviles por teléfono en vez de mi
verdadero trabajo? —Me río entre dientes—. Soy la persona más capaz
de tu planta. Pero, oye, como quieras. Seguro que Marina lo tiene
cubierto.
Me siento y, al darse la vuelta, me contesta:
—Asegúrate de que esté hecho hoy.
Oh, vete al diablo.

Me paso el resto de la tarde al teléfono o enviando correos


electrónicos para informar a todo el mundo de que el evento se ha
trasladado. Mientras repaso la lista de contactos por millonésima vez,
sigo teniendo la sensación de haberme olvidado de alguien. No le daré
a Shane esa satisfacción.
Estúpido, guapo, dulce Shane.
Le ha mandado dos mensajes a Nevaeh esta semana, pero no le he
contestado, porque no puedo fingir que me gusta cuando se comporta
así. Alex, que sigue ocupado con su aventura asiática, también envió
un mensaje a Nevaeh, proponiéndole otra cita para follar. No debe
estar tan ocupado, supongo.
No debería tomarme tan a pecho que a los dos hombres de mi vida
les guste más mi alter-ego que yo, pero vaya si me gusta. Como me
importa que sean las ocho de la noche y yo siga inclinada sobre mi
escritorio, intentando terminar las tareas pendientes de hoy. Las doce
horas de trabajo casi ininterrumpido me oprimen la espalda dolorida,
y los golpes palpitantes en las sienes me dicen que también estoy
mentalmente agotada.
—¿Cómo va todo? —pregunta Shane con voz severa al aparecer en
mi puerta—. ¿Has salvado ya la empresa? —Está de pie con los brazos
cruzados, engreído y terriblemente guapo con otro traje, este casi
plateado con una camisa rosa claro debajo. Debe de ser su atuendo
más elegante, y desde luego no es el mismo de esta mañana.
—¿No tienes nada mejor que hacer un viernes por la noche que
darme la lata? —pregunto mientras me llevo el bolígrafo que sostengo
a los labios.
—Yo sí. De hecho, ya me voy.
—No dejes que la puerta te golpee donde el Buen Dios te partió —
digo con una sonrisa poco sincera en los labios.
Se esfuerza mucho por permanecer serio, pero al final su cuerpo se
estremece de risa, y pronto, yo también me río. No sé si él siente lo
mismo, pero estar enfadada con él me está agotando.
—Oh, Heaven…
—Oh, Shane… —Me burlo, intentando sonreír.
Cuando suena su teléfono, lo saca del bolsillo.
—Mi cita me está esperando. Discúlpate con Alex por mí, ¿quieres?
No quería separarlos. —Con un guiño, cierra la puerta de mi despacho
y desaparece por el pasillo, luego por la escalera.
—¿Una cita? —Me burlo, congelada en mi asiento.
Qué imbécil.
Admitir la derrota

Una pequeña pero alborotada multitud me da la bienvenida al bar,


un local destartalado, en su mayor parte de madera y aislado de todo
y de todos. No ha sido fácil llegar hasta aquí, porque está a cuarenta
minutos de la ciudad y, una vez más, Alex tiene el coche. Así que
después de cuatro horas de sueño, once horas de trabajo y dos trenes,
me duelen las plantas de los pies y me arden los ojos cada vez que las
luces del escenario brillan con un intenso color púrpura. Pero estoy
aquí para ver a la maldita banda.
No se ve a Shane por ninguna parte. Solo suelos sucios y de aspecto
pegajoso, paredes cubiertas de carteles y unos cuantos borrachos
disfrutando de la música de un tipo con un ukelele en el escenario.
Me siento en una mesa libre y casi limpia y espero. Juro por Dios
que si la banda no está aquí esta noche, me volveré loca.
Mientras pido una copa de vino blanco, un anciano vestido de
vaquero blanco sube al escenario para presentar a la banda. Gracias a
Dios. Quizá tenga suerte y Shane no aparezca. Después de todo, dijo
que tenía una cita. Tal vez se olvidó de la banda.
No creo que suceda, porque alguien tiene que aparecer. Además,
supongo que no sería tan satisfactorio decirle en la oficina que estoy
aquí. Quiero que vea que no tiene control sobre mí, y que cuanto más
luche contra mí, más lucharé yo.
—Tienes que estar bromeando.
El dulce abrazo de la victoria me hincha el pecho incluso antes de
volverme para mirarlo. Está de pie unos pasos detrás de mí, sus ojos
son dos implacables rendijas… y a su lado hay una preciosa morena
de dulce sonrisa y labios en forma de corazón.
Trajo una cita. Dios mío, trajo una cita. No me estaba tomando el
pelo, está aquí de verdad con una chica.
Mis ojos se abren de par en par mientras me paro en un instante.
—¿Hablas en serio?
—¿Perdón? —pregunta con un tono plano y el ceño horriblemente
fruncido.
—¿Trajiste una cita?
Su rostro se dulcifica al rodear con un brazo los hombros de la chica,
cuyos ojos castaños claros y vueltos hacia arriba pasan de Shane a mí
mientras hablamos. Su pelo oscuro cae en suaves rizos desordenados
sobre sus hombros desnudos. Su piel perfecta asoma por el crop top
que lleva, del mismo color que la arena o el oro. Es preciosa, como él.
—¿Y? ¿Y si lo hiciera?
—Entonces… —Mi corazón es como un martillo neumático en mi
pecho, y mi cuello se tensa—. Así que… ¡esto es un evento de trabajo!
—¿Un evento de trabajo? —Sacude la cabeza—. Ni siquiera debías
venir.
—Pero lo hice, y no estás aquí para hacer un movimiento en tu cita.
Estás aquí para escuchar a la banda y decidir si es la adecuada para
nuestro evento. ¿Crees que es apropiado traer a una chica? ¿No puedes
tener citas en tu tiempo libre, como la gente normal? Quiero decir…
increíble.
Resoplo y resoplo, sin llegar a silbar como un tren, y la sonrisa de su
cara se estira hasta ir de una oreja a la otra. Le encanta. Le encanta que
me ponga nerviosa y busque una razón para justificar mi indignación.
La chica se aclara la voz y me ofrece la mano para que se la estreche.
—Hola, soy Riley. La hermana de Shane. —Ella lo mira y sonríe—.
Y tú debes ser Heaven.
Oh. Oh, dulce Jesús.
—Hola. —Tomo su mano entre las mías con una sonrisa de
disculpa—. Lo siento, supuse… Somos una especie de…
—Estamos en guerra —explica Shane.
Sí, estamos en guerra, y él podría estar ganando esta batalla, pero
Riley sabe mi nombre, y teniendo en cuenta que no sabía que yo estaba
aquí, no tenía ninguna razón para hablarle de mí. Pero lo hizo. ¿Qué
le dijo?
—No mencionaste que era muy guapa —se burla de él.
Espera, es eso… es eso. Es el Sr. Hassholm sonrojándose mientras le
lanza una mirada mortal.
—No te he dicho nada en absoluto.
Pellizcándole la mejilla, se apoya con el codo sobre su hombro.
—Oh, has dicho algunas cosas.
―¿Algunas cosas? ¿Qué cosas? ¿Cosas de «hay una chica que me
gusta y quiero besarla hasta consumir sus labios»? ¿O cosas de «una
mujer horrible me engañó y ahora estoy decidido a arruinar su vida
laboral»?
Shane señala la puerta, ignorando las risitas de su hermana.
—De todos modos, la banda está a punto de empezar. Y nosotros
estamos aquí, así que… puedes irte, Heaven.
Casi caigo de rodillas para rogarle que me lo cuente.
—No me voy a ninguna parte —digo cruzándome de brazos—. He
tardado una hora en llegar.
Shane se queda boquiabierto.
—¿Una hora?
—Sí. No tengo mi coche. Tomé dos trenes y un taxi.
Dándose la vuelta rápidamente, Shane se echa a reír.
—¡Qué! —exclamo, empujándole el brazo.
—No me puedo creer que te pases la noche del viernes agarrando
dos trenes hasta aquí después de haber trabajado, ¿qué, doce horas al
día durante la última semana? —Se echa a reír de nuevo—. ¿Qué
quieres demostrar, Heaven?
A Riley le falta poco para comer palomitas mientras disfruta del
espectáculo que estamos montando, su mirada baila de él a mí como
si no fuera a perderse ni un segundo de esta película.
Levantando la barbilla, vuelvo mi atención al escenario.
—Que estoy perfectamente cualificada para esta tarea, a pesar de
que parezcas convencido de lo contrario.
—¿Y cómo piensas volver a casa?
—No es de su incumbencia, Señor Hassholm.
—¿Cómo, Heaven?
Ladeo la cabeza y me encojo de hombros.
—Bueno, no volveré nadando. Tomé un tren para venir, tomaré uno
de vuelta a la ciudad.
Sus ojos se entornan y una amplia sonrisa se dibuja en su rostro.
—Creo que te has perdido el último —dice con una alegría inaudita
en la voz—. El próximo es a las seis de la mañana.
Mierda. ¿Cómo es que a una maniática del control como yo se le
escapa un detalle tan fundamental? ¿Y qué sabe él al respecto? ¿Tiene
todos los horarios de trenes grabados en la memoria?
Frunzo los labios, tratando de encontrar una respuesta plausible que
no le haga ganar, pero salvo «tengo mi propio tren» no se me ocurre
nada.
Y se echa a reír de nuevo.
—Tomaré un Uber.
Él asiente.
—Seguro que sí. Encontrarás toda una caravana de ellos a estas
horas, tan lejos de la ciudad.
—Oh, Shane. Déjalo ya. —Riley le hace un gesto con la mano para
que lo deje y le señala los asientos de delante para que se siente—. Él
te llevará de vuelta, Heaven.
No voy a volver a ningún sitio con él. No después de cómo me ha
tratado toda la semana, y menos aún después de haberse reído de mí
dos veces en cinco minutos. Pero todos nos sentamos, Shane se desliza
en la silla entre su hermana y yo; tengo la sensación de que no es por
casualidad.
—Estaré encantado de llevar a Heaven de vuelta, tan pronto como
admita su derrota.
—Oh, por el amor de Dios. ¿Tienes catorce años? —se burla.
—¿Derrota? —Lo fulmino con la mirada—. No admito la derrota
por nada en absoluto. Estoy aquí, ¿no? El único derrotado eres tú.
Cuando Riley murmura algo sobre que en realidad tenemos catorce
años, Shane es tan engreído que hasta su cara bonita parece golpeable.
—Básicamente estás sin casa hasta mañana por la mañana, a menos
que te lleve de vuelta.
—Llamaré a alguien para que me recoja. No eres la única persona
en el mundo con coche, ¿sabes? —murmuro con los ojos en blanco—.
Guárdate tu complejo de héroe para otro.
—Bueno, entonces, problema resuelto. Tal vez tu novio te dé un
poco del suyo.
Eso me calla mientras miro al escenario, rezando para que no se me
salten las lágrimas. Ahora desearía no haber venido aquí. En vez de
eso, estoy atrapada con él durante las próximas dos horas, escuchando
a una aburrida banda de jazz.
Y así empieza. Mucho saxofón, bajo y batería ligera. Todo lo que
hace es casi acunarme hasta dormirme, pero el resto de la gente de la
sala parece apreciar a la banda. Ni siquiera estoy segura de cómo saben
cuándo acaba una canción y empieza la otra. Para mí, todo suena igual,
como una nana. Tras el largo día y lo poco que he dormido, el hombro
de Shane me parece el lugar perfecto para apoyar la cabeza y cerrar los
ojos durante un minuto.
—¿Quieres beber algo? —Riley me da un golpecito en el brazo,
alzando la voz por encima de la música y sacándome de mi
ensoñación.
En un segundo, me animo. Esta es mi oportunidad.
—Claro, iré contigo.
Shane aparta el brazo de su hermana del mío.
—No, no, no lo harás. No te necesito a solas con mi hermana. Riley
no puede cerrar la boca.
Riley jadea y empiezan a discutir. No puedo oír demasiado debido
a la música, pero oigo que se lanzan un «dramático» y un «inmaduro»
y con un mohín, su hermana finalmente se dirige sola al bar.
Shane y yo permanecemos en un silencio incómodo. Bueno, si
excluyes la música alta. De todos modos, parece silencio. Apoyando la
barbilla en la mano y el codo en la mesa, cierro los ojos.
—¿Estás lista para admitir la derrota? —Shane pregunta mientras se
inclina más cerca, su voz dominando la música sin necesidad de gritar.
Abro los ojos de golpe.
—Ya he encontrado quien me lleve a casa. Así que creo que eres tú
quien tiene que darse la vuelta y enseñar la barriga.
Se pasa una mano por la mandíbula y susurra algo que no entiendo.
No sé si se creyó mi mentira. Tal vez se dio cuenta de que ni siquiera
saqué mi teléfono. Pero tengo que convertirlo en verdad antes de que
acabe la banda, o tendré que admitir que necesito su ayuda.
No. Eso sería demasiado humillante. Preferiría dormir en el baño.
Que, a juzgar por el estado de esta habitación, debe ser bastante
asqueroso.
Cuando Riley vuelve, me pasa una copa de vino blanco, y yo se lo
agradezco, diciendo que ya traeré la siguiente ronda. Y eso es todo.
Permanecemos en completo silencio hasta que la banda termina de
tocar, y yo sigo sin tener quien me lleve a casa.
Sé que Emma tiene una cita y no quiero estropearle la noche del
viernes preguntándole si vendrá a recogerme. Y podría mandarle un
mensaje a Alex, pero la idea de sentarme en un coche con él durante
cuarenta minutos me da dolor de cabeza.
En el peor de los casos, podría pedirle a mi padre que me recogiera.
Le cuesta dormirse, así que probablemente esté viendo la tele. Pero mis
padres viven al otro lado de la ciudad, y tardará casi dos horas en
llegar.
Para cuando la banda está recogiendo, sé que tendré que elegir a
quién llamar para mi misión de rescate o admitir que he perdido.
Finalmente, cedo, porque soy así de orgullosa, y le envió un mensaje
de texto a Alex. Espero que no esté ocupado con una de sus amantes.
Nos levantamos con el resto del público mientras Riley le lanza
miradas horribles a Shane, que sigue con esa sonrisa molesta en la cara.
Ya está saboreando el momento en que cederé y le pediré que me lleve.
Bueno, ese momento no llegará.
—¡Hola! ¿Señor Hassholm? —Nos giramos hacia el saxofonista, que
estrecha la mano de Shane—. ¿Cómo va todo?
—Una actuación impresionante —comenta Shane.
¿Realmente piensa eso o solo lo dice? Sinceramente, es difícil
saberlo.
—Gracias. ¿Tienes cinco minutos para discutir algunos detalles?
—Por supuesto. Esta es Heaven Wilson. Es la directora del proyecto
a cargo del evento. —Shane se vuelve hacia mí, con la máscara de
trabajo tan apretada alrededor de la cara que ya ni siquiera me doy
cuenta de que está enfadado—. ¿Vamos?
—No —dice Riley, enlazando su brazo con el mío—. Lo tienes,
Shane. Heaven y yo te esperaremos fuera.
La expresión de Shane se vuelve asesina.
—Heaven realmente quiere ser incluida en esta decisión, Riley.
Viajó una hora para estar aquí.
Me mira fijamente, y si alguna vez he visto a un hombre
aterrorizado, es ahora. Sus fosas nasales están abiertas, su mandíbula
tensa. Estoy segura de que aprieta tanto los dientes que se le han roto
algunos.
Aprieto más el brazo para que Riley me sujete y me río a duras
penas.
—Hmmm… Creo que estoy bien. No me necesitaste hoy en la
reunión, y estoy segura de que puedes arreglártelas sin mí esta noche.
Shane vacila y se marcha, pero solo después de mirar a su hermana
una vez más. Su mensaje es claro: «no digas nada». Creo que su
mensaje también es inútil.
—Tómate tu tiempo —dice Riley con un gesto de la mano—. ¿Así
que tú y mi hermano? —continúa, literalmente, en cuanto él se da la
vuelta.
—Creo que todavía está al alcance del oído.
Ella se burla.
—Si hay alguien a quien mi hermano no puede controlar, soy yo.
Bueno… y a ti. —Me arrastra fuera del bar hasta que estamos en la fría
noche, caminando por el aparcamiento. Habla de lo bueno que era el
grupo y de que deberíamos contratarlos, y cuando nos hemos alejado
lo suficiente del bar, me suelta el brazo y me mira—. Tú y mi hermano.
—No estoy segura de lo que has oído…
Sus finas cejas se tensan sobre sus ojos.
—Que te pidió una cita y luego se enteró de que tienes novio.
Ay, Eso no suena muy bien.
—Bueno, sí. Pero voy a romper con él —digo, con las manos
pringosas de sudor.
—Shane también dijo eso. Que tu novio te engaña.
Asiento con la cabeza, mirando la grava del aparcamiento. Emma y
Shane son los únicos que lo saben. Bueno, ahora Riley también lo sabe.
Pero se me hace raro oír a la gente decirlo en voz alta. Raro, real y
humillante.
—Heaven, escucha —dice, dando palmaditas con su mano en la
mía—. A Shane le gustas mucho. Me doy cuenta. Pero mi hermano…
es un poco sensible con estas cosas.
Oh. Mi corazón palpita al pensar que podría haber abierto alguna
vieja cicatriz.
—¿Lo engañaron?
Ella sacude la cabeza, la alegría de sus ojos marrones se apaga.
—No, nada de eso. Son… nuestros padres.
Por supuesto. Le dijo algo de eso a Nevaeh. Que tiene una relación
horrible con su padre porque no fue bueno con su madre. Y que ella
no lo dejó, por eso las cosas entre ellos se pusieron peor.
—La cuestión es… —se inclina para susurrar— que rompas con el
idiota de tu novio, y te prometo que verás una faceta totalmente nueva
de Shane.
Me pregunto si se refiere a su lado Shane el panadero o chat-Shane.
O como quiera que lo llame. Conozco esa parte dulce, divertida y
cariñosa de él. Y la echo de menos.
—Sí, creo que le he echado un vistazo.
Toda su cara se ilumina, una sonrisa contagiosa aparece en sus
labios.
—¿Y? —Como no entiendo lo que me pregunta, se agarra a mis
hombros—. ¿Te gusta?
—Oh… —Mis mejillas vibran de calor mientras miro al suelo—.
Prefiero no…
Me agita el brazo, dando saltitos mientras su larga melena se agita
delante de su cara.
—¡Oh, vamos!
Con una risita, miro hacia otro lado. No puedo decírselo, ¿verdad?
Se lo dirá a Shane en cuanto estén solos. Y entonces… espera. ¿Y
después qué? Quiero que sepa que me gusta. Necesito que sepa que
quiero ir a esa cita a la que me invitó.
Tras una profunda inhalación, susurro:
—Me gusta demasiado.
Grita, fuerte y alegremente, justo cuando Shane sale del bar, girando
la cabeza a izquierda y derecha hasta encontrarnos. Respira hondo,
murmura algo y camina hacia nosotras.
—Te alegrará saber que ya tenemos nuestra banda para el evento —
dice cuando nuestras miradas se cruzan—. ¿Han hablado de algo
interesante? —continúa dirigiéndose a su hermana.
—Ya conoces a las mujeres. Bolsos, zapatos, chicos.
Estoy un millón por ciento segura de que Riley le dirá a Shane lo
que dije, pero no me importa. Lo echo mucho de menos. Echo de
menos sus pasteles, sus sonrisas, sus trajes, y estoy cansada de fingir
que lo odio. Me enfada, sí. Sobre todo cuando se comporta como un
imbécil controlador delante de nuestros colegas. Pero no lo odio. Todo
lo contrario al odio.
Solo por esta vez, tal vez, podría dejarlo ganar.
—Genial —dice sarcásticamente, robándome una mirada y
volviendo a centrarse en el aparcamiento—. ¿Y ahora qué?
Ahora, se supone que debo mentir y decir que alguien viene a
recogerme. Se irá y no tendré que admitir mi derrota. Pero Alex no ha
contestado a mi mensaje «Dios sabe que nunca lo hará» y se acabaron
los juegos. Prefiero pasarme cuarenta minutos esquivando las miradas
de Shane que devolviendo las sonrisas de Alex.
—¿Me llevas a casa?
Espero que Shane se regodee o me pida que diga las palabras
«admito la derrota». En lugar de eso, me observa en silencio durante
unos instantes y luego hace un gesto hacia el coche.
—Primero tenemos que dejar a mi hermana a cinco minutos de aquí.
Oh, gracias a Dios. Tal vez hayamos terminado con esto, estos
horribles e insoportables seis días que quiero borrar de mi mente.
Quizá podamos volver a flirtear, a mandarnos correos y a hablar de
postres. No he soñado con otra cosa todas las noches de esta semana.
Así que sonrío.
Él me devuelve la sonrisa.
La sonrisa de Riley es tan amplia que creo que puedo ver sus treinta
y dos dientes cuando llegamos al coche, pero permanece en silencio.
Solo un par de minutos después de empezar a conducir, pregunta:
—Dime, Heaven, ¿cuántos años tienes?
—Veintiséis.
—¿Tienes hermanos?
—No, solo yo.
—¿Y en qué sueles trabajar? Mi hermano me dijo que solo llevas un
par de meses en su equipo.
Los labios de Shane se fruncen con fastidio mientras yo ahogo una
carcajada.
—Campañas web. Marketing y cosas así.
—¿Eres de por aquí?
—Riley, deja de entrevistarla —ladra Shane, mirándola desde el
retrovisor.
—Apenas la estoy entrevistando. Solo estoy conociendo a la chica
por la que has suspirado durante años.
—Oh, mira. Estamos aquí —casi grita, deteniéndose.
—¿Qué quiere decir con «suspirando durante años»? Solo nos
conocimos hace unas semanas.
—Bien. Bueno, Heaven, ha sido un placer conocerte. —La sonrisa de
Riley es tímida mientras me palmea el hombro—. Voy a dar una
pequeña fiesta por mi cumpleaños el martes. Deberías venir.
Supongo que a Shane no le importará, porque no dice nada, así que
me vuelvo hacia Riley.
—Gracias. Me encantaría.
Me da su teléfono y, después de guardar mi número en él, se lo mete
en el bolsillo y me saluda con la mano.
—Genial. Te enviaré los detalles.
La mirada de Shane se dirige hacia mí cuando la puerta se cierra tras
ella y él se aleja; el único ruido procede del aire acondicionado y de
sus manos deslizándose sobre el volante. A estas alturas, ya soy una
experta en sentarme en el coche con él y siempre hemos hablado.
Siempre hemos tenido mucho que decirnos. Ahora tengo aún más que
decir, pero aún no estoy segura de que me escuche. Y el silencio es
ensordecedor.
La pantalla del salpicadero del coche se ilumina con una llamada.
Es Dan. Si no lo conociera bien, diría que se ha propuesto
interrumpirnos a Shane y a mí en cuanto entramos en un vehículo en
movimiento. El dedo de Shane vuela hacia el botón verde, pero antes
de pulsarlo, se detiene. Me echa un vistazo y opta por pulsar el botón
rojo.
Atrapo el labio inferior bajo el superior para reprimir una sonrisa.
—Siento lo de mi hermana —empieza, pero lo único en lo que puedo
concentrarme es en su mandíbula cuadrada y su nariz perfecta. Ojalá
pudiera tocar cada parte de él hasta que me resultaran familiares—. Y
no la escuches, habla mucho y la mayoría son tonterías.
—Es encantadora. No tienes de qué preocuparte.
Desestima mis palabras con un gesto de la mano, pero las arrugas
que se forman a los lados de sus ojos lo dicen todo. Aunque juega a ser
un hermano rudo con ella, la quiere profundamente. Como cuando se
hace pasar por un jefe rudo, pero en realidad es una persona muy
considerada.
Solo que ahora me doy cuenta de que podría estar haciendo
catfishing a Shane, pero él hace catfishing con todo el mundo a su
alrededor.
—¿A qué se refería cuando dijo «suspirando durante años»? —
aventuro, aunque todo en mí me ruega que me detenga. Quizá se
refería a otra mujer, quizá solo era una trampa para que le confesara
mis sentimientos. Demonios, tal vez era una hipérbole. O tal vez no.
Al fin y al cabo, llevamos media década trabajando en el mismo
complejo de edificios.
—¿Hm? —Traga saliva—. Oh, no, has oído mal.
—¿Sí? —Me muerdo el interior de la mejilla, con los músculos
endureciéndose por la tensión—. ¿Qué ha dicho?
—Hum, que yo… estaba… cazando ciervos.
Parpadeo.
—Lloriqueando por mis miedos. —Me mira de reojo—. ¿Bebiendo
un puñado de cervezas?
—Shane —canturreo—. ¿Qué dijo Riley?
—Es solo que he estado suspirando por unas nuevas… —con el
dorso de la mano, golpea la palanca de cambios— unas nuevas
marchas.
¿Añorando algún engranaje? Dios, está adorable cuando se pone
nervioso. Tiene las mejillas sonrosadas y la lengua hecha un nudo que
me encantaría deshacer con la mía. Hasta la forma en que se le mueve
la frente me hace vibrar el corazón.
—Eso definitivamente no es lo que dijo.
Con un suspiro tan profundo que puedo respirar el ligero aroma a
vino de su aliento, se vuelve hacia mí. Con sus hermosos ojos marrón
cacao, me susurra suavemente:
—Sí, lo es, Heaven.
Vamos.
—Yo…
Un fuerte golpe interrumpe mi frase. El coche se sacude, y él vuelve
a centrarse en la carretera mientras su brazo protector se mueve
delante de mí y se retrae antes de tocarme.
—Mierda. Un bache. —Sus brazos se tensan mientras lucha por
agarrarse al volante. Después de unos segundos, chasquea la lengua y
se detiene—. Genial. La rueda se reventó.
Sale del coche y, cuando me reúno con él, se pasa una mano por la
cara mientras mira fijamente la rueda delantera derecha.
—¿En serio?
Asiente con la cabeza.
—¿No tienes una de repuesto?
—No. —Se frota la frente—. Se me clavó un clavo la semana pasada
y usé la de repuesto. Aún no la he repuesto.
No hay nada a nuestro alrededor salvo edificios, y las señales de
tráfico me informan de que estamos a punto de salir de la pequeña
ciudad en la que está el bar. La ciudad está demasiado lejos para llegar
andando, y Alex nunca contestó a mi mensaje.
—Llamaré a alguien para que nos recoja —le digo. Cuando se ríe y
se aleja, lo sigo a zancadas—. ¿Adónde vas?
—Hay un hotel a un minuto de aquí. Me voy a dormir.
—Eres increíble. ¿Ibas a dejarme sola al lado de la carretera por la
noche?
—¿Estás sola al lado de la carretera por la noche?
—No —le digo, a lo que él se encoge de hombros. Pongo los ojos en
blanco e insisto—: ¿Y tu hermana?
—Mi hermana tiene un niño ruidoso y un marido parlanchín que no
me disgusta pero con el que no puedo lidiar después de la semana que
he tenido. —Me lanza una mirada y ladea la cabeza—. Ahora que lo
pienso, ustedes dos se llevarían bien.
«¿De verdad soy tan habladora?» Con un suspiro, lo sigo.
—¿Así que vamos a dormir en un hotel?
Señala hacia delante.
—No, no solo vamos a dormir en un hotel. Vamos a comer un kebab
en el sitio de enfrente, posiblemente beberemos una cerveza. Luego,
voy a dormir en un hotel. No sé tú, pero yo he dormido veinte horas
en los últimos cinco días, y no voy a esperar al lado de la carretera a
que tu novio atraviese la ciudad y me deje en mi apartamento dentro
de dos horas.
Lo sigo hasta que gira a la derecha y nos encontramos frente a un
pequeño edificio blanco con manchas grises en la fachada. El letrero
de neón que dice «hotel» parpadea y vuelve a apagarse rápidamente.
Si este lugar da tanto miedo por dentro como por fuera, prefiero
arriesgarme al baño del bar de jazz.
Un anciano en la recepción nos recibe con los brazos abiertos.
—¡Shane! ¿Qué te trae por aquí? —pregunta desde detrás de un
mostrador de madera. Debo decir que este lugar no es tan malo como
uno podría pensar.
Shane se retuerce ante mi mirada inquisitiva.
—Hola, Arnold. Necesitamos un par de camas para pasar la noche.
—Oh, claro. ¿Están tus padres fuera de la ciudad?
—No. Pasaba por aquí y se me pinchó una rueda. No los he visto.
Arnold le habla a Shane al oído, diciéndole lo mucho que le echan
de menos sus padres y que debería visitarlos más a menudo, y yo lo
asimilo todo. Shane es de aquí. Este pequeño pueblo en el que
probablemente he estado dos veces en mi vida, simplemente de paso.
Su hermana vive aquí, y también sus padres. Por eso conoce tan bien
este lugar y probablemente también el horario del tren.
—Tenemos una habitación doble. Camas separadas.
Shane gruñe su desaprobación.
—No. Dos habitaciones. Doble, individual. Sacos de dormir. Áticos.
No importa, pero dos.
Dudo que este lugar tenga áticos, y no puedo evitar sentirme
ofendida de que esté siendo tan grosero al respecto. ¿Soy tan repulsiva
que la idea de pasar la noche en la misma habitación le convierte de
nuevo en el Sr. Imbécil? No compartiremos habitación, pero tampoco
estoy enferma.
—Claro, claro. Tengo las dos habitaciones del último piso
disponibles. Las suites.
—Suena genial. —Shane le pasa su tarjeta a Arnold y yo saco la mía,
pero él mueve la mano para detenerme—. Cuenta de la empresa.
En cuanto Arnold nos da las llaves, salimos del hotel y cruzamos la
calle. Pedimos un kebab y una cerveza, y nos sentamos en una de las
mesas de plástico blanco que hay fuera del pequeño quiosco de
comida. Todo está oscuro y silencioso, salvo por una pareja que pasea
a su perro y un pequeño supermercado 24 horas cuya luz de neón hace
un zumbido.
—¿Cuál es el postre favorito de tu hermana? —pregunto,
interrumpiendo el silencio.
Respirando hondo, mira a lo lejos.
—Pastel verde.
Suelto una risita.
—¿Pastel verde?
—Ese era su favorito cuando era niña. Ahora dice que es tarta de
fresa, pero yo sé que sigue siendo pastel verde.
Cuando muerde su kebab, sonrío. Vuelve a vislumbrarse. Un raro
avistamiento de Shane el panadero.
—¿Qué? —pregunta, echándose hacia atrás en la silla y pasándose
una servilleta por los labios. Como no contesto, insiste—. ¿Por qué me
miras, Heaven?
—Nada. —Pico la carne que sobresale del envoltorio—. Tu hermana
mencionó que tú y tus padres no se llevan bien.
Sus hombros se tensan mientras mira a lo lejos, y mi corazón se
rompe un poco. Ojalá fuera tan abierto conmigo como lo es con
Nevaeh, por muy psicótico que suene.
—Mi padre y yo. —Juguetea con el tapón de su cerveza, moviéndolo
de un lado a otro con dos dedos—. Mis padres no se llevan bien.
Siempre se han peleado mucho, desde que éramos niños. Mi hermana
y yo discutimos más de una vez sobre de quién era la culpa de que
gritaran. —Se aparta un poco el pelo de la frente—. Cuando cumplí
catorce años, mi madre me dijo que nos mudábamos. Riley y yo
hicimos una maleta rápida y nos fuimos.
Oh, Dios… eso debe haber sido difícil, especialmente para un
adolescente.
—Tuvimos que dejarlo todo atrás. Mi hermana lloró durante días
por un tonto vestido rosa que le encantaba. —Cuando una mueca de
asco tuerce sus labios, se aclara la garganta—. Así que, un día, decidí
ir a buscarlo. Mi madre no quería salir de la cama y Riley echaba de
menos a nuestro padre. Estábamos tristes y confusos y… —Se encoge
de hombros—. Agarré mi bicicleta y volví a casa. Abrí la puerta y…
bueno. No estaba solo. Ni llevaba ropa.
Miro fijamente la mesa y se me hace un nudo en la garganta.
—La primera vez estuvimos fuera seis meses. Luego… cada vez fue
más corto. Cinco, cuatro, tres meses. Luego unas pocas semanas cada
vez. —Se burla—. Durante años, le rogué a mi madre que lo dejara,
cada vez que lo descubría en la última aventura. No sé cuántas fueron,
pero supongo que docenas. Pero siguieron peleando y discutiendo
hasta que ambos nos mudamos. Y siguen haciéndolo.
Miro mi kebab, se me ha quitado el hambre.
—¿Todavía la engaña?
Hace bolas la servilleta entre las manos.
—De vez en cuando, recibo una llamada de mi madre. Dice que ha
terminado. Esta vez la ha cagado de verdad, no hay vuelta atrás, ha
hecho una de más. Llora, se odia, no come, no habla. Entonces, ella
vuelve con él en dos semanas. Y vuelve a empezar. —Mientras observo
la mesa, toma su cerveza y bebe un sorbo—. Mi padre arruinó la vida
de mi madre, su matrimonio. Y arruinó a sus hijos.
—Me parece que su hijo lo está haciendo bien —susurro—,
considerado todo.
Me sostiene la mirada unos segundos antes de sacudir la cabeza y
quitarse de encima la pesadez del momento.
—En fin… ¿Qué tal el kebab?
—¿Por eso te negaste a que te lo explicara?
Hay un momento de silencio.
—Sí. De alguna manera, en este momento, ambos son mis padres.
Soy una mujer débil que ha sido engañada y no tiene la fuerza para
dejarlo ir, y una que engaña sin preocuparse en lo más mínimo por
quien sale lastimado. Eso es lo que quiere decir.
—Te equivocas, ¿sabes? —Trago saliva, tratando de encontrar en mí
la forma de decir las siguientes palabras—. En cuanto supe lo de Alex,
supe que lo nuestro se había acabado. Y así es. Querer vengarme fue
una estupidez por mi parte, pero la única razón por la que aún no lo
he dejado es el contrato de alquiler del apartamento.
—¿El alquiler del piso? —se hace eco mientras frunce el ceño.
—Está a mi nombre y no caducará hasta dentro de unos meses. —
Bajo la mirada hacia mis piernas cruzadas e ignoro el calor de la
vergüenza que me sube por el cuello—. No puedo permitirme
exactamente pagar el alquiler sola, ni puedo contar con que él pague
su parte si rompo con él.
Sus labios se entreabren y, por un segundo, parece que no sabe qué
decir. Cuando baja la barbilla, me preocupa haber dicho demasiado.
Seguro que no quiere que le eche encima mi barril de problemas.
—Heaven —susurra con algo más que un poco de tristeza en la
voz—. Deberías habérmelo dicho. Te ayudaré, cueste lo que cueste.
Me encojo y miro hacia otro lado.
—No, Shane…
—Sí. Por supuesto, sí —suspira—. Mírame. —Tiene la mandíbula
apretada, las cejas sobre los ojos. Más que triste, ahora, parece a punto
de cometer un asesinato—. No estarás atrapada en tu propia casa. Con
ese… hombre. Solo dime cuánto necesitas, y mañana…
—Shane. —Sonrío—. Aunque aprecio el gesto, de ninguna manera
aceptaré dinero de ti. Eres mi jefe y… —«Mierda. ¿Y qué, Heaven?»—
. Y no quiero complicar más nuestra situación. Además, debería
conseguir un ascenso y un aumento pronto.
Se burla.
—No, me estoy ofreciendo, Heaven. No discutas conmigo. Yo…
—Mis amigas ya se han ofrecido —lo tranquilizo. No necesita saber
que pensar en aceptar me duele. Que para ellas, probablemente sea un
sacrificio mucho mayor de lo que sería para él. No puedo involucrarlo
en esto. No lo haré—. Apenas está en casa y de todas formas paso la
mayor parte del tiempo en casa de Emma. Son solo unas semanas más.
Sus párpados se cierran durante unos segundos, como si absorbiera
el golpe. Como si me hubiera fallado personalmente al negarse a
escucharme antes. Sobre todo, como si siguiera triste, molesto y más
que un poco dubitativo.
—¿Estás segura? Si solo estás diciendo…
—No lo hago —insisto—. Me lo han ofrecido, y yo acepté al
principio, pero a la hora de la verdad, me parecía demasiado mal que
interfiriera también en sus vidas, y no solo en la mía. Él es mi error, no
el de los demás. —Dejo el kebab.
Se pasa una mano por la boca y agarra la cerveza. No se la bebe, solo
la aprieta lo suficiente como para que sus nudillos se pongan blancos.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque todo sucedió unos días antes de conocernos, Shane. Y no
empezamos exactamente en términos amistosos. No pude. Cuando lo
intenté, después del mezquino espectáculo de Alex en mi
apartamento, me apartaste completamente.
Parece que quiere protestar, pero se lo piensa mejor y aprieta los
labios.
—Ahora te escucho.
—Bien.
—Cuéntame. Lo que querías decirme.
Observo sus iris, marrones, profundos y hermosos. El subtexto está
muy claro. Mis próximas palabras son las que marcarán la diferencia.
Eso decidirá si podemos dejar atrás todo este asunto de Alex. O no.
Durante una fracción de segundo, intento pensar en lo que más le
impresionaría. Pero ya lo sé.
La única versión que le interesa es una.
La verdad.
—Shane, nunca quisiera que dudaras de mi lealtad. Porque tienes
que saber que yo… —sacudiendo la cabeza, exhalo— no nos
parecemos en nada a tus padres. —Me atrevo a mirarlo, con el corazón
acelerado en el pecho, y sus cejas se arquean dulcemente sobre sus ojos
encantados—. Esa es la única razón por la que no dije que sí cuando
me pediste salir.
«Puedo hacerlo. Puedo decirlo».
Tras un gran suspiro, continúo:
—Porque la primera vez que me beses, no quiero ser la novia de
otro.
Definitivamente no es una cita

No puedo creer que acabo de confesarle mis sentimientos a Shane,


al mismísimo Sr. Imbécil, pero como prueba de que lo he hecho, sonríe
de oreja a oreja. Por lo que no me arrepiento de habérselo dicho.
Intercambiamos una tímida sonrisa y, cuando aparto la mirada,
jugueteo con el envoltorio de aluminio que envuelve mi kebab. Nunca
había sido tan directa con un hombre, pero Shane es diferente,
¿verdad? Todo en él lo es. Y cuando estoy con él, es como si fuera yo,
pero de una forma más intensa. Como si volviera a ser la de antes,
quizá incluso algo más.
Después de mirarnos un rato más, se endereza y coloca las manos
sobre su abdomen. Utiliza esa típica mirada para flirtear conmigo, y
con las piernas cruzadas y su precioso traje plateado, es mi más
perfecto placer culposo.
—Digamos que te creo.
No puedo evitar sonreír.
—Digamos que sí.
Con un brillo juguetón en los ojos, continúa:
—Igual no voy a invitarte a salir. Por el momento.
—No aceptaría la invitación si lo hicieras. Por el momento.
Cuando él hace un gesto, yo lo sigo. Parece que volvemos a la
provocación. Bebe un trago de cerveza y mira a una pareja que entra
en el local de kebabs.
—Así que estamos de acuerdo, no vamos a tener una cita.
—En definitiva, estamos de acuerdo en que no vamos a tener una
cita.
Toma un sorbo.
—Entonces, ¿qué deberíamos hacer esta noche?
—Creí que querías dormir —digo, echando un vistazo al inexistente
reloj de mi muñeca—. ¿No es más de medianoche?
Una sonrisa infantil brota de sus labios.
—De repente me siento renovado con energía fresca.
Nunca me he sentido más identificada con algo.
—En ese caso… Esta noche deberíamos hacer lo contrario a una cita.
—¿Así que, en vez de cenar en un restaurante, comeremos postre en
pijamas?
Chasqueo los dedos.
—Y en vez de una película en el cine, leeremos un libro en el sofá.
—Y al final de la noche, en lugar de un beso, te chocaré los cinco —
se pasa la lengua por el labio superior. Se levanta y me mira con una
sonrisa llena de emoción—. Supongo que podemos hacerlo. ¿Qué te
parece?
—Me parece la mejor no-cita de mi vida.
Me hace señas para que le siga hasta que estamos dentro del
pequeño supermercado de enfrente. Parece que no solo vamos a comer
postre. Lo vamos a hornear. Mi sospecha se convierte en certeza en
cuanto asalta el supermercado en busca de todo el material de
repostería que encuentra. Tazas medidoras, espátulas, un batidor.
Cuando le pregunto por sus planes, me dice que vamos a hacer algo
fácil y, aunque no lo parece por la cantidad de cosas que compra, lo
sigo, a ciegas y dichosa, mientras me señala todos los ingredientes de
las estanterías.
Pronto salimos del supermercado y caminamos de vuelta al
pequeño hotel. Entramos en su suite, justo al lado de la mía, y mientras
ponemos nuestro botín en el pequeño mostrador, señala la bolsa.
—¿Empiezas a separar las claras?
Rompo el primer huevo, pero cuando dos trozos de cáscara caen
dentro del cuenco de plástico, creo ver morir una pequeña parte de él.
Me lo quita de las manos y, con una sonrisa paciente, me muestra
cómo hacerlo.
—Así. Con delicadeza. Pasa la yema de una media cáscara a otra y
deja que la clara caiga dentro del bol.
Me enseña una y otra vez, y cuando me toca a mí, también lo hago
bastante bien. Luego tamiza la harina y el polvo blanco cubre
rápidamente la encimera de madera.
—Ten cuidado —digo mientras tomo una esponja.
—El cuenco es más pequeño que el tamiz, no hay mucho que pueda
hacer.
Aun así, está por todas partes. Recojo el bol y limpio la encimera,
luego limpio la cocina y me doy cuenta de que hay un poco de clara
de huevo junto al otro bol naranja que acabamos de comprar, así que
también lo limpio. Solo entonces, inhalo, mis latidos por fin se calman.
Cuando me vuelvo hacia Shane, me observa con ojos curiosos.
—¿Mejor?
Mierda. Cuando estamos así, nosotros, me siento tan cómoda que
olvido que a la gente normal le parecen raras mis obsesiones. Que son
desagradables, y que necesito controlar mi locura.
—Sí, discúlpame.
—¿Disculparte? —Frunce la ceja izquierda—. ¿Por limpiar?
Vuelvo al cuenco y espero a que siga tamizando. Cuando empieza,
la harina vuelve a caer por todas partes, pero yo me quedo quieta,
inmóvil, observando los puntitos blancos que cubren la superficie de
madera como si no fuera para tanto.
—¿Quieres limpiar? —pregunta una vez que ha terminado.
Me encojo de hombros, fingiendo desinterés. Claro que quiero
limpiar. Es tan molesto… No entiendo a la gente desordenada, de
verdad. Cada vez que algo no está en el sitio correcto, siento un picor
en el cerebro del que no puedo deshacerme.
—¿Heaven? —Shane llama mientras cierra la pequeña nevera—.
¿Por qué te disculpaste? —Ante mi mirada de culpabilidad, entrecierra
los ojos—. Venga. Habla.
—Bien. Me disculpé porque… —Me llamo los labios secos y echo
otra mirada al montoncito blanco que hay alrededor del cuenco—.
Porque la gente odia que yo…
—¿Que limpies?
—Puedo ser un poco obsesiva al respecto.
Se pone a mi lado y mira hacia abajo, con la cara cerca de la mía.
—Así que eres una maniática del orden. No tienes por qué
disculparte. Si a la gente no le gusta, entonces no es tu gente.
Pienso en todas las veces que Alex se quejó cuando le pedí que no
dejara la ropa en el suelo del baño, o cuando le supliqué que colgara
bien las toallas y no las dejara hechas una bola en el colgador. Veo
todas las veces que me llamó obsesiva compulsiva, maniática del
control, psicópata, cuando le regañé por usar zapatos dentro del
apartamento o por no bajar la maldita tapa del váter.
Pero Shane no sabe lo profunda que es mi obsesión.
—Dices eso porque no vives conmigo. Si tuvieras que verlo todos
los días, lo odiarías. Me suplicarías que me controlara —digo
riéndome mientras añade más cosas a los ingredientes secos.
Cuando se vuelve hacia mí, la anterior jovialidad de su rostro
desaparece. En su lugar, su mirada es inexpresiva.
—En primer lugar, nunca te pediría que te controlaras por nada. Tú
eres como eres, Heaven. —Hace una pausa, escudriñando cada
centímetro de mi rostro—. Y, además, nunca podría odiar nada de ti.
Ni una sola cosa.
Solo cuando asiento vuelve a centrarse en el cuenco de los huevos y
bate.
Paso a paso, me acerco al lavabo, tomo la esponja y limpio. Es una
sensación estupenda. Ver desaparecer toda la suciedad, la superficie
debajo limpia, brillante, impecable. La perfección es tan satisfactoria…
Ojalá yo también pudiera ser perfecta, no el desastre que soy.
—Mantengo todas mis tazas en la misma posición —susurro,
aventurando una mirada hacia él.
Asiente.
—¿Y? ¿Cómo es eso digno de odio?
Suspiro.
—No, Shane, no lo entiendes. Tengo un juego de doce tazas. Son
idénticas. Blancas con rayas negras. Y las pongo todas en la misma
posición sobre el fregadero, con el asa cuarenta y cinco grados a la
derecha. —Cuando deja de batir para mirarme, trago saliva—. Cuando
se rompió una, compré un juego nuevo en eBay, porque no las venden
por separado. Y guardo los once nuevos en el sótano, porque en mi
cocina quiero exactamente doce tazas, seis a cada lado del grifo, en la
misma posición idéntica.
Me mira fijamente durante unos segundos y luego asiente.
—Debe ser visualmente agradable.
Inclino la cabeza y continúo:
—Doblo la última capa de papel higiénico en triángulo.
—No vuelves a tener problemas para encontrar la orilla. Deberías
hacer eso con la cinta scotch, puede llegar a ser muy molesto.
—Ordeno mis libros por colores.
Me hace señas para quitarle importancia.
—Mucha gente lo hace.
—Y mi ropa, bolígrafos, comida. Incluso mis productos de limpieza.
Echa la barbilla hacia atrás.
—¿Ordenas la comida de tu nevera por colores? —Cuando asiento,
hace una mueca—. ¿Como la carne roja junto a los tomates y el maíz
junto al queso?
—Exactamente así.
—Bueno, eso está mal. En nuestro frigorífico —dice mientras mueve
un dedo entre él y yo—, ordenaremos los alimentos por grupos. Los
lácteos arriba, los alimentos listos para el consumo en el centro y luego
la carne. Y las verduras y la fruta van en los cajones.
Independientemente de los colores. —Me mira de reojo y frunce la
nariz—. O… podríamos fingir que he dicho algo normal.
¿Se supone que debo ignorar el hecho de que dijo nuestra nevera?
Porque para compartir una nevera, tendríamos que compartir mucho
más. Como una casa, con una cama. Una vida. Una relación.
—Entonces… —Decido centrarme en el mensaje original—.
¿Sugieres que sustituyamos mi obsesión por la tuya?
—Es solo una buena práctica de almacenamiento de alimentos, no
una obsesión. —Reanuda el batido—. Y yo no sustituiría tu obsesión
por nada. No me importan… no, en realidad, me gustan tus
obsesiones. Todas, si tienes más de una.
Apoyada en la encimera, dibujo pequeños círculos en ella con el
dedo.
—Bueno, hay otra cosa.
Se vuelve hacia mí.
—Siempre que salgo de una habitación, tengo que pedir permiso a
las voces de mi cabeza, o me dicen que haga cosas horribles… terribles.
Arquea las cejas y abre los ojos de par en par. Tarda un par de
segundos, pero finalmente sonríe mientras se endereza un poco,
tratando de ocultar su incomodidad.
—¿De… de verdad?
No puedo aguantarme. Asiento por un instante y luego me tumbo
sobre la encimera, ocultando la cara mientras estallo en carcajadas.
—Mierda, por el amor de Dios, Heaven. —Suspira y estalla en una
carcajada mientras me empuja a un lado con suavidad.
Leer entre líneas

Solo después de que todos los ingredientes secos están juntos y


estamos batiendo los huevos, me doy cuenta de que no sé lo que
estamos haciendo. No pregunto, sino que intento adivinar. Va a usar
la cocina. Hay una pequeña cocina en la habitación, pero no hay horno.
Y ha comprado miel. Pienso en panqueques o crepes, pero ninguna de
las dos cosas requiere miel.
Mezcla los ingredientes húmedos y secos hasta obtener una masa
lisa y líquida. Se vuelve hacia la sartén y se asegura de que está lo
suficientemente caliente, luego echa un poco de aceite. Mientras
chisporrotea, vuelve a la masa, y bate un poco más. Está concentrado.
Va de un lado a otro de la encimera, mueve el cuerpo como si estuviera
hecho para estar en una cocina, su traje plateado le sienta a la
perfección.
—Es fascinante verte cocinar —digo con voz soñadora y nada sutil.
Sonríe.
—Yo también estaría hipnotizado si en verdad estuvieras
ayudando.
¿Pero, cómo podría? ¿Y perderme a Shane, el panadero? No, creo
que mejor me mantengo al margen, me aseguro de que no manche su
precioso traje vigilándolo muy de cerca. Tal vez debería quitárselo,
solo para prevenir.
Cuando me lanza una mirada mordaz, me acerco a él con un saludo.
—¿Qué debo hacer, Señor Hassholm?
—Asegúrese de que el aceite cubra cada centímetro de la sartén,
Srta. Wilson. Por favor. Y gracias.
Giro la sartén de izquierda a derecha para esparcir el aceite por
todas partes, y él aparece a mi lado con una sonrisa burlona y un pincel
de cocina de silicona roja.
—Oh.
Una vez que lo uso para untar el aceite, se une a mí y vierte cuatro
charquitos de masa en la sartén. Así que está haciendo panqueques. O
crepes. Finalmente, mi curiosidad es demasiado grande para
ignorarla.
—No sé qué estamos preparando.
—Dorayakis. Un postre japonés.
—Oh, ¿no es el de Doraemon?
Se vuelve con las cejas levantadas.
—Sí, lo es. Friki.
—Que sí —murmuro, volviendo a mirar la sartén—. ¿No se supone
que debemos rellenarlos?
—No. Es como un sándwich con dos panqueques.
Eso explica por qué compró tres tipos de mermelada y un chocolate
para untar.
Jugueteo con una gran cuchara de plástico y sonrío ampliamente.
—¿Todo esto es una treta para saber si soy de las que prefieren
mermelada o chocolate?
Me arrepiento de mis palabras tan pronto como las he pronunciado.
¿Y si está cansado de colmarme de postres? Puede que nuestra apuesta
se haya acabado.
—Bueno… —Voltea los discos de masa mientras se encoge de
hombros juguetón—. No digo que no vaya a contar cuántos de cada
uno te comerás.
El corazón me da un vuelco y tengo que luchar contra el instinto de
apretar mi cuerpo contra él y abrazarlo fuerte. Realmente quiero
hacerlo, ahora que volvemos a ser nosotros. Estaría bien abrazarlo por
detrás. Podría rodearle el abdomen con mis brazos, por debajo de los
suyos, y luego apretar mi mejilla contra su ancha espalda. Me
encantaría.
—¿Me pasas un plato? —pide. Mientras le paso uno, continúa—: Me
estás mirando fijamente otra vez. Lo haces demasiado.
—¿Te molesta?
—No, no me molesta. Yo también te miro. Solo que tengo suficiente
autocontrol para hacerlo cuando no estás mirando.
¿No es lo mejor que he oído en toda la semana? Sí. Sí, lo es.
Cuando la masa está cocida y los dorayakis están apilados en el plato,
nos sentamos a la mesa y empezamos a rellenarlos. Chocolate,
mermelada de albaricoque, mermelada de higos, mermelada de fresa.
Repetimos.
Me apunta con una cuchara.
—Creo que vamos bastante bien con esto de no salir.
Extiendo chocolate sobre el dorayaki humeante y caliente en mi
mano.
—Yo también lo creo. Estamos dominando el arte de los encuentros
platónicos.
—Ajá. Aun así, somos dos personas altamente competitivas,
crónicamente estresadas que viven para los desafíos… Seguro que se
vuelve aburrido. —Cuando lo miro, se encoge de hombros—. Ya que
se nos da tan bien.
No puedo evitar sentirme desbordada por su alegría mientras me
dedica la sonrisa más encantadora.
—Supongo que entiendo lo que quieres decir.
—Entonces… Tal vez, en algún momento, podría invitarte a salir de
nuevo. Si crees que estás preparada para eso. —Se queda mirando el
dorayaki que tiene en las manos como si fuera a él a quien está
invitando a salir—. Podríamos intentar dominar las artes de las citas
también. Solo que… lejos del café y otras bebidas calientes.
Mi corazón late tan deprisa que parece a punto de desplegar las alas
y salir volando de mi pecho, pero me fuerzo a mantener la voz estable.
—Quizá en algún momento puedas hacerlo.
—¿Y dirías que sí?
Casi puedo ver la cabeza de Emma explotando. Es la segunda vez
que me invita a salir, y juro por Dios que esta vez no la cagaré. No
habrá ni café, ni Alex, ni interrupciones.
—Sí. Sí, diría que sí. Sí. Sí.
Se echa a reír y, al detenerse, entrecierra los ojos.
—¿Dijiste cinco veces sí?
—Sí —repito por sexta vez. Lo repetiré si él quiere. Diez veces.
Demonios, cien veces. Me tatuaré un gran SÍ en la frente si no capta el
mensaje. Sí.
—Genial. Entonces… Supongo que esperaré a que estés soltera, y
continuaremos desde ahí.
Me trago el repentino nudo en la garganta.
Durante la última semana, he estado tan centrada en el trabajo y en
mi guerra contra Shane, que pospuse la decisión sobre qué hacer con
Alex, si debía aceptar la ayuda de Olivia y Emma o esperar a que me
subieran el sueldo. Pero el darme cuenta de que lo único que se
interpone entre una cita entre Shane y yo es mi novio me hace darme
cuenta de lo que debo hacer.
—Mañana. En cuanto volvamos a casa, romperé con él.
La expresión de Shane es mucho más seria ahora, pero su sonrisa
sigue siendo cálida y afectuosa.
—Bien. Me alegro de oírlo.
Espero que me crea. Que ocultarle a Alex no haya acabado con su
confianza en mí y que sepa que no soy como su madre. Romperé con
Alex y no decepcionaré a Shane.
—Por supuesto, podrías cambiar de opinión —dice Shane.
Extiende una gruesa capa de mermelada de albaricoque sobre el
dorayaki que tiene entre las manos y se me acelera el corazón. Está
preocupado, lo que no me hace feliz, pero las arrugas de su frente, el
mohín de su boca… son signos de lo mucho que le importa.
Si alguna vez he deseado poder teletransportarme como los
personajes de Star Trek, ha sido ahora. Larga vida y prosperidad, le
diría a Shane, y luego me iría corriendo a mi apartamento y dejaría a
Alex tan rápido que se quedaría con dolor de cabeza.
—No lo haré. Va a ser una conversación difícil, pero no tengo
ninguna duda de lo que quiero.
—Genial. No eres precisamente de las que se dejan intimidar. —
Cuando abro los ojos como platos, se señala a sí mismo—. No te asusto
ni un poco, y asusto a todo el mundo.
Después de unir los dos lados del dorayaki, lo dejo caer en el plato.
Si supiera lo tensa que me siento a su lado, no diría eso.
—¿Cómo lo sabes?
—Para empezar, cuando nos conocimos, me hiciste callar. «Tal y
como yo lo veo, estoy aquí para ayudarte, no al revés. Puedo volver al
piso de artistas del que vengo, o puedes dejarme hablar» —dice con
una voz aguda que casi le hacer ganarse un medio dorayaki relleno de
higos en la cara.
Me esfuerzo para contener el rugido de rabia dentro de mí.
—Sin embargo, no causé mucha impresión. —Cuando ladea la
cabeza, continúo—: Olvidaste quién era.
—No lo olvidé. —Unta mermelada en el pequeño disco de masa
mientras evita mi mirada. Carraspeo y él pone los ojos en blanco—. No
se me ha olvidado. Es que… Me llamaste Señor Imbécil. Fue lo
segundo que me dijiste. Sabía que ya te habías formado una opinión
de mí y supongo… —Sonríe amargamente a su plato—. Decidí actuar
como tal.
Espera, ¿qué? No puede hablar en serio.
En cuanto se da cuenta de mi mirada poco convencida, suspira.
—Lo sé, no es mi mejor acción. Supongo que tengo una ligera
tendencia a actuar como un… —sonríe— «imbécil», cuando me siento
ofendido. O herido. —Mira hacia abajo y murmura—: A veces
contraataco cuando me siento herido.
He sido testigo de eso muchas veces, pero el hecho de que lo
reconozca parece una especie de disculpa. Quizá también por lo de la
semana pasada.
Se aclara la voz y toma el tarro de mermelada de higo.
—De todas formas, esperaba que te enfadaras como la primera vez
que te interrumpí. No esperaba que te alteraras tanto.
—¿Lo dices en serio? —le pregunto. Después de todo, podría estar
intentando compensar sus malos modales fingiendo que lo sabía—.
¿De verdad te acordaste de mí?
Se encoge de hombros.
—No importa.
—A mí sí —protesto.
Deja de trabajar en el postre para mirarme fijamente.
—Entraste con Marina. Llevabas un vestido blanco, zapatos azules
y un par de pendientes de plata. Llevabas el pelo recogido en esa
complicada trenza lateral que siempre llevas en el trabajo. —Cuando
sonrío, él también lo hace—. Estaba hablando por teléfono. Cuando
me di la vuelta, dijiste mi nombre. Shane. Luego, me llamaste Señor
Imbécil. Solo entonces murmuraste mi apellido real. Tus ojos eran más
grandes de lo normal, como si hubieras visto un fantasma, y me
miraste fijamente hasta que hablé.
Lo recuerda. Cada detalle.
Abro la boca, pero él se me adelanta.
—Eras la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Tan
hermosa como hoy. Imposiblemente hermosa, y ahí estás, así que es,
de algún modo… —inhala—, posible. ¿Continúo?
Es la historia más entretenida que he oído nunca. Pero niego con la
cabeza y él suelta un largo suspiro.
—Bien. No podría olvidarte, aunque quisiera, Heaven. De hecho, mi
problema ha sido lo opuesto.
¿Está diciendo que le gusto desde el primer momento en que me vio,
cuando entré en su despacho y accidentalmente lo llamé imbécil?
Tengo tantas ganas de que sea verdad. Seguro que lo he impresionado
para que se acuerde tanto de mí. ¿Sabe que yo también lo valoro?
¿Que, como en su biografía de RadaR, veo «las cosas negativas sobre
él» pero sigo leyendo?
Nuestras miradas se cruzan mientras ambos guardamos silencio.
Esta planta del hotel debe de estar desierta, porque no se ha oído
ningún ruido desde que entramos en la habitación, y ahora también
hay un silencio antinatural. No lo experimentamos a menudo en la
ciudad. Si a eso le unimos el brillo de los iris de Shane, la tensión
creciente entre nosotros hasta que sus ojos se desvían hacia mis labios,
lo tenemos. Paz total y absoluta.
—Deberíamos comer mientras están calientes —murmura, y cuando
se me pasa la tensión, tomo un tenedor y un cuchillo. Pienso comer
exactamente uno de cada relleno, aunque odio la mermelada de higo.
Él no puede saberlo.
Cuando terminamos de atiborrarnos de postres, en realidad me he
comido cinco, y tengo en el plato otros tres dorayakis que pensaba
comerme. Mi estómago está tan lleno que podría explotar, pero no hay
nada que este hombre cocine que no sea digno de las mejores
pastelerías.
Tiene que levantarme de las manos para convencerme de que dé el
corto paseo hasta el sofá y, una vez que me acomodo en el cómodo
cuero, me da el lector de libros electrónicos que ha traído de su coche.
Pero yo soy de las que prefieren los libros de bolsillo de toda la vida y
le enseño la novela de romance que siempre llevo en el bolso.
—Ajá —dice. Me quita el libro de las manos y se tumba en el otro
sofá pequeño, frente a una mesita de cristal—. Intercambiemos.
—Vas a odiar ese libro.
Abre la primera página con una sonrisa de satisfacción.
—Espera a ver lo que estás leyendo.
Toco la pantalla del dispositivo y aparece su biblioteca. Me desplazo
por las páginas. Hay docenas de ellas, y me lleva un rato. Pero es como
con la música de su coche, una vez más estoy viendo dentro de su
alma. Hay algunos libros de ciencia ficción, los reconozco porque a mi
padre también le encantan. Asimov, algunos noirs, thrillers.
—Estás fisgoneando, ¿no?
Me encojo de hombros, vuelvo a la página de inicio y leo en voz alta
el título del libro que está leyendo.
—Gestión de eventos. Cómo… —Cuando levanto la vista hacia él
con mirada aburrida, se echa a reír y me uno a su alegría—. ¿Hablas
en serio? ¿Alguna vez dejas de pensar en el trabajo?
Vuelve a mirar el libro rosa que tiene entre las manos.
—Sí. A menudo pienso en ti.
Sonrío al lector de libros electrónicos, con el corazón a punto de
estallar.
—Bueno, viendo que trabajo contigo, eso sigue siendo preocupante.
Aunque no lo miro, siento su mirada. Casi oigo sus pensamientos.
«No pienso en ti de la misma manera que en el trabajo». No lo dice,
pero flota en el aire entre nosotros.
Estiro las piernas en el sofá y me concentro en el libro: debe de ser
lo más aburrido que se ha escrito nunca. Es el más aburrido que he
leído. Pero lo recorro, página tras página, y me distraigo cada vez que
Shane se mueve, gruñe o resopla.
Cuando suspira y murmura algo, me vuelvo hacia él.
—¿Qué es?
—Este libro es ridículo.
—¿Por qué?
Se incorpora.
—Se conocieron hace dos minutos, y ella le dijo que lo ama. Así no
funciona la vida.
Miro a la pareja que aparece en la portada del libro y me encojo de
hombros.
—Él la salvó de la humillación pública durante el velatorio de su
padre. Obviamente, ella está pasando por un tumulto de emociones.
Levanta las manos.
—Eso es otra cosa. ¿Flirtearías con un tipo en el funeral de tu padre?
—¡No están flirteando! —Protesto mientras me siento.
—Oh, por favor. Ella lo ve bajar la mirada hacia su vestido y su… —
desplaza algunas páginas y lee en voz alta—: todo su cuerpo tiembla
de desesperación ante la necesidad que siente por él. —Sonrío y él
también—. Es ridículo.
—Es romántico —corrijo.
—Oh, por supuesto. —Da una palmada a la portada, como si
hubiera cometido un terrible error—. Muy romántico. El cuerpo de su
padre aún no está frío.
Ahogo una risita y coloco el lector de libros electrónicos sobre mi
abdomen.
—Entonces, ¿cómo funciona la vida real según el Señor Imbécil, el
rey de hielo?
Arruga la nariz mientras lucha claramente por contener una sonrisa.
—Bueno, en la vida real, aunque pudieras enamorarte de alguien en
dos minutos, no podrías decírselo. La persona saldría corriendo sin
mirar atrás, si es que es lista. —Pone mala cara durante medio
segundo—. En la vida real, necesitas tiempo y un poco de suerte.
—Bueno, estos dos no tienen ni lo uno ni lo otro —digo mientras
señalo el libro que tiene en las manos—. Pero él la ve como realmente
es. Detrás de las capas de desconfianza, miedo y problemas, él
simplemente la ve y la quiere. —Cuando me encuentro con sus ojos,
me está mirando tan profundamente que siento calor en las mejillas—
. Y ella… lo ayuda a superar sus limitaciones. Lo empuja a convertirse
en la persona que siempre quiso ser antes de que… bueno, la vida se
interpusiera.
No dice nada, pero sonríe ampliamente mientras me observa.
—Alerta de spoiler.
—De todas formas, suena mejor de tus labios que de la pluma del
autor.
Vuelvo a mi lectura, dispuesta a ignorar sus continuos sonidos de
desaprobación y chasquidos de lengua. Ese libro ha vendido millones
de ejemplares, y no creo que pueda decir lo mismo de este maldito
manual de gestión de eventos. ¿Y qué si no es superrealista? Por algo
lo tomé en la sección de ficción.
Una vez que el cojín de cuero marrón se me pega a las piernas, paso
a la alfombra y me tumbo con la espalda apoyada en la base del sofá.
Voy por la mitad del capítulo siete cuando Shane se une a mi lado con
un destello de picardía en los ojos.
—Tuvieron sexo —dice.
Asiento.
—Gran escena.
Resopla.
—¿De verdad? Es la primera vez que la toca, pero sabe exactamente
cómo hacerla llegar al orgasmo, y le lleva… —estudia la página— dos
párrafos. —Con una mirada cómplice, arquea una ceja—. Le lee la
mente, ¿verdad? —Trago saliva mientras él sigue riéndose, pero se
detiene al ver mi expresión agitada—. ¿Qué?
—Dijiste «orgasmo».
Asiente brevemente.
—¿Y? Es una palabra.
—Una palabra que nunca has dicho.
—Estoy bastante seguro de haberlo dicho antes. —Su lengua moja
su labio inferior—. Pero no cerca de ti.
Sí. Nunca ha dicho la palabra «orgasmo» delante de mí. Ni la
palabra «sexo» Nunca hemos hablado de este tipo de cosas, y ahora
que estamos hombro con hombro, se siente extrañamente íntimo.
Nunca he sido una mojigata, pero Shane es mi jefe. Y él es… Shane.
—Quizá tenga mucho talento —digo señalando el libro.
—Debe tenerlo. La hizo venir con su mente. O puede ser que sea un
Adonis con… —abre el libro y lee en voz alta— algo grueso y abultado.
—Dios mío —digo, escondiendo la cara detrás del lector electrónico,
y él suelta una carcajada, las notas de su risa estridente golpean todos
los puntos correctos dentro de mí. Soy muy consciente de que se ríe
del hecho de que esté leyendo este libro, más que del libro en sí—. Está
bien. Es un libro tonto, pero me hace feliz.
Cuando choca su brazo contra mi hombro, lo miro a la cara, tan cerca
de la mía. Por mucho que él se burle de mi libro pervertido, yo me
quedo con el protagonista. Podría hacerme llegar al orgasmo con un
beso. Es lo único que deseo ahora mismo. Su aliento está en mis labios,
y puedo oler el azúcar, la miel. Es como un postre gigante y necesito
un bocado. Solo uno.
Sus dedos rozan los míos y, al principio, doy un respingo y
retrocedo ligeramente. Es como si el contacto de nuestras pieles
quemara. Vuelve a encontrar mi mano y esta vez entrelazamos los
dedos. El corazón me late en el pecho, y ya hemos tenido suficientes
momentos como para saber que éste es otro. Quizá el más intenso
hasta ahora. Estamos tomados de la mano, y eso nunca había pasado
antes.
Se me corta la respiración mientras miro nuestros dedos, apretados
en un cálido abrazo, y cuando vuelvo a mirar su rostro, sonríe.
—Esto parece una cita —susurra.
Él empezó, pero mi mano está tan agarrada a la suya que no puedo
considerarme inocente.
Le suelto la mano, pero antes de que mi palma se separe de la suya,
él me agarra con más fuerza.
—No quiero parar.
Mientras aprieto su mano con las yemas de los dedos, él frota la mía
con el pulgar y luego se concentra en su libro, acercando mi mano a su
cuerpo cada vez que necesita pasar página, a pesar de mis quejas.
Nuestros dedos solo se separan cuando me acompaña a mi
dormitorio y me desea buenas noches, chocándome los cinco como me
había prometido.

Cuando Shane estaciona frente a mi complejo de apartamentos,


siento un vacío en el estómago. Las últimas doce horas han sido tan
estupendas que apenas he pensado en lo que va a pasar ahora.
Cuando nuestros ojos se encuentran, ambos apartamos la mirada.
Él piensa lo mismo, probablemente le preocupa que no rompa con
Alex. Que le dé largas, y que no mantenga mi promesa.
Yo también me lo pregunto, por un segundo, luego sé que eso no
será problema. Porque no pasará nada entre Shane y yo hasta que Alex
esté fuera de escena. Y necesito desesperadamente que pase algo entre
nosotros.
—¿Cómo te sientes? —pregunta mientras pulsa el botón para
apagar el aire acondicionado.
—Estoy considerando utilizar un correo electrónico para hacer esto
—digo apenas por encima de un susurro mientras estudio la puerta
del pasillo—. Eres un experto en eso. ¿Hay algo que deba saber sobre
el formato para los correos electrónicos de ruptura?
—Acuérdate de añadir «Te lo mereces» en el asunto.
Alex se merece eso y algo peor. Por desgracia, lo mío no es una
ruptura por correo electrónico.
—Tenemos una reunión con el equipo de marketing el lunes a las
diez —digo aferrándome al bolso.
Se queda mirando por la ventana.
—Y por la tarde vendrán unos periodistas con algunas preguntas.
Estamos estancados. Ambos sabemos lo que pasará el lunes, pero no
queremos irnos. Yo no, porque pasar las últimas doce horas con él ha
sido exactamente como imaginaba que sería. Y más. No estoy
preparada para tener una conversación de ruptura con Alex, y estoy
igual de poco preparada ante la idea de despedirme de Shane después
de lo de anoche.
—Y el martes…
—Heaven —dice, girándose en su asiento para quedar frente a mí—
. Solo quiero que sepas que… entiendo la importancia de lo que
compartiste conmigo anoche. Y yo… Creo que eres perfecta.
Miro mi regazo y sonrío. ¿De dónde viene esto? Quiero decir, no es
que sus palabras no sean como oro líquido sobre mi alma, pero… ¿por
qué está pasando esto ahora?
—Gracias, pero hablaba en serio cuando dije que rompería con Alex.
—No, lo sé. No es eso. Es que… —Sonríe como si se estuviera
contando un chiste—. Yo te veo. Te veo tal como eres, detrás de las
capas de desconfianza, miedo y problemas. Te veo, y tú eres… —
Niega con la cabeza—. No cambiaría nada.
Sonrío, conteniendo a duras penas las lágrimas.
—Yo…
—Y sé que no soy… —ladea la cabeza—. Te he vuelto a interrumpir,
¿verdad? —Cuando asiento, se inclina más hacia mí—. Sé que no soy
la mejor persona que podría ser, y sé que tú podrías cambiarlo. Con
facilidad. Ya lo has hecho. Cambiaría cualquier cosa por ti, la esencia
misma de lo que soy. —Se ríe a medias—. Puede que hacerlo no sea lo
correcto, pero… lo haría.
—Está bien —respiro—. Tienes razón, no sería correcto, pero nunca
te lo pediría. Me gusta tu esencia tal y como es. Y que conste que
siempre puedes interrumpirme para decirme cosas así.
Sonríe, rompiendo nuestro intenso contacto visual tras unos
segundos.
—Tomo nota.
Agarro la manija y me dispongo a salir, pero Shane me agarra de la
muñeca.
—Espera —dice, con el pánico grabado en su voz—. Mírame.
—¿Qué? ¿Qué es?
Traga saliva, su pecho sube y baja con rapidez. Parece como si
alguien le hubiera dado una patada en la ingle.
—Estaba… quizás deberíamos tomar un café. Antes de que te vayas.
¿Un café? Nos hemos tomado dos esta mañana y, sinceramente, ya
estoy a un paso de mearme en los pantalones. Desvío la mirada,
intentando no asustarme por el hecho de que no quiera que me vaya.
—No —dice, lo bastante alto como para hacerme estremecer. Se
relaja cuando mis ojos vuelven a posarse en los suyos—. No, mírame.
Vamos a tomar un café. —Arranca el coche y yo sigo muy confusa.
¿Qué le pasa?
Mira por un instante hacia la derecha, y lo sigo con la mirada hasta
que observo una pareja que camina por la calle y se detiene frente a la
puerta de entrada de mi complejo de apartamentos. El hombre agarra
el trasero de la chica y la besa; casi puedo ver su lengua en su garganta.
Los dos sonríen, felices. Ella estruja su pelo y él se esfuerza por abrir
la puerta porque no puede quitarle las manos de encima; mi novio no
puede quitarle las manos de encima a otra mujer.
—Heaven…
Oigo a Shane, pero hago como que no y sigo observando cómo Alex
entra en el edificio y desaparece en su interior.
Trae a una chica a mi apartamento. Me está engañando en mi propia
cama.
—Oye, Heaven… —Shane repite mientras sus dedos aprietan los
míos, deteniendo mis temblores—. Todo está bien.
—No lo está. Él está… —Inspecciono la puerta—. La está llevando a
mi cama. Mis… mis cosas están ahí. ¡Esa es mi casa!
Shane se inclina más cerca y presiona con ambas manos mi rostro.
—Vamos a mi apartamento. Te prepararé algo de comer. Podemos
seguir leyendo, tener otra no-cita.
Tal vez debería. Definitivamente no quiero entrar en mi habitación
y ver a Alex metido en otra chica. El hombre que dijo que me amaba,
el mismo que me llevó a París. El que me mantuvo despierta noches
enteras con sus sueños y ambiciones, el que me pidió que nos
fuéramos a vivir juntos durante un picnic muy romántico en la playa.
Está trayendo a otra mujer a nuestro apartamento porque anoche le
dije que volvería por la tarde y no me espera hasta dentro de unas
horas.
Las manos de Shane son suaves y firmes en mi cara mientras me
acaricia la mejilla con el pulgar y muestra una sonrisa triste. Me
mantiene tranquila, y no es la primera vez que me siento así a su lado.
Si se va, me ahogo.
Así que me acerco. Me inclino. Me olvido de todo lo que dije. Que
no seré una infiel, aunque Alex lo sea. Que no quiero que mi novio
traidor empañe lo que está pasando entre Shane y yo. Me inclino hacia
delante para que mis labios se encuentren con los suyos y así sentirme
mejor por un segundo.
Pero cuando mi boca está a escasos centímetros, suelta mi rostro y
se aparta a un lado para abrazarme.
La última pelea

He sido rechazada dos veces en mi vida.


La primera vez ocurrió durante mis primeros años de adolescencia.
Durante muchos de mis paseos con Emma por el centro de la ciudad,
siempre veía a un tipo, mayor que yo. Rubio, alto, con un verdadero
problema de actitud. Pero estaba obsesionada con él. En un momento
dado, Emma decidió que ya estaba harta de oírme hablar de él y lo
paró en la calle para pedirle el número porque su amiga estaba
interesada.
Me miró y me dijo:
—No, gracias. —Duro, pero mirándolo ahora, yo habría hecho lo
mismo en su lugar.
El segundo rechazo vino de un chico con el que fui a la escuela.
Estuve enamorada de él durante años hasta que me dijo que sus
padres se mudaban y le confesé mi amor. Dijo que solo me veía como
una amiga, y que en realidad estaba enamorado de Emma.
La cuestión es que no soy ajena al rechazo. Pero creo que ninguno
de ellos fue tan malo como éste.
Tardo un momento en recuperarme mientras Shane me aprieta
contra él. Demasiado fuerte. Casi como si supiera que quiero irme. No
puedo creer que intentara besarlo. No puedo creer que me rechazara.
Me echo hacia atrás y él finalmente me suelta, evitando mi mirada.
—Me voy—le digo, e intenta decir una palabra, pero le
interrumpo—. Está bien.
—Si no quieres venir a mi casa, déjame llevarte a la de Emma.
Niego con la cabeza. No puedo aguantar ni un minuto más en este
coche. Mis mejillas están sonrojadas, y puedo sentir cómo el resto de
mi cuerpo también se acalora.
—Todo estará bien, Shane. Te lo prometo. —Fuerzo mi expresión de
trabajo sobre mi cara. La misma que le ofrezco a Billy cuando me da
una noticia horrible y finge alegrarse por ello, y la misma que le doy a
la madre de Alex cuando me pregunta cuándo pensamos casarnos y
tener hijos.
Hace una mueca y, antes de que pueda insistir, salgo del coche.
—Espera. —Se une a mi lado, el ruido de mis tacones en la acera es
mucho más acelerado de lo habitual mientras las lágrimas arden en
mis ojos—. Espera, Heaven, por favor.
—Shane, estamos bien. Estamos… estamos bien. Tengo que irme. —
Me tiemblan las manos mientras me esfuerzo por meter la llave en la
cerradura.
—Lo siento —dice en voz baja—. Por favor, ya sabes…
Las lágrimas amenazan con salir, así que empujo la puerta del
edificio y subo corriendo las escaleras. Casi tropiezo dos veces, pero
me levanto y continúo. Aparto la imagen de Shane rechazándome,
como si nunca hubiera ocurrido. Compartimentar, eso es lo que tengo
que hacer. Y cuando me detengo, la sangre recorre a borbotones mis
extremidades.
Sin aliento, echo un vistazo a la puerta de mi apartamento, luego a
las escaleras que he subido.
Puedo volver atrás y enfrentarme a Shane, o puedo seguir adelante
y enfrentarme a Alex. Una tercera opción incluye llamar a Emma y que
arregle mi desastre, pero por muy tentador que suene, necesito hacer
esto. Necesito encontrar la fuerza para luchar por mí misma, y lo estoy
haciendo ahora.
Me acerco al apartamento y no dejo que los latidos erráticos de mi
corazón me disuadan. Voy a entrar. Introduzco rápidamente la llave
en la cerradura, abro la puerta y doy un fuerte portazo tras de mí.
Tiene que saber que estoy en casa, que estoy dentro.
Susurros y movimientos me llegan desde el dormitorio. Es obvio
que no perdieron el tiempo.
Respiro hondo e intento contener la sensación de bichos
arrastrándose bajo mi piel. No puedo creer que invite a chicas. ¿Lo ha
hecho antes? ¿Cuándo estaba en el trabajo, tal vez, o cuando pasé esa
semana en casa de Emma?
Después de dejar el bolso en la cocina, abro la nevera y tomo una
botella de agua. Bebo un sorbo, luego dos. No tengo sed, pero estoy
esperando.
Se oyen más susurros, y luego un furioso:
—No quiero involucrarme en esto —seguido de un mucho más
apagado—: Por favor.
No puedo creer que intente convencerla de… ¿qué, exactamente?
¿Decir que es doctora y que está allí para una visita a domicilio?
¿Quiere que baje por la escalera de incendios?
Lo que sea que le pide, no lo hace. En lugar de eso, sale corriendo
del dormitorio y me lanza una mirada que no logro descifrar. Quizá
está avergonzada o me odia. Lleva los zapatos en la mano y, al salir
del piso, toma también su bolso.
—Tu top está al revés —digo. O más bien, sale de mis labios. No
tengo nada en contra de esta chica, y parece tan incómoda como yo.
Con mirada hosca, sale del apartamento y no se molesta en cerrar la
puerta, y yo tampoco. ¿Qué tan cobarde puede ser? Tiene que saber
que en algún momento tendrá que afrontar las consecuencias de sus
actos.
Cuando pasa un minuto entero y él sigue dentro del dormitorio,
dejo la botella de agua sobre la mesa de la cocina y voy hacia él a
grandes zancadas. Está sentado en la cama con la cara entre las manos.
Se ha vuelto a poner la ropa y hay un condón en mis sábanas.
Sin mediar palabra, me dirijo al armario, tomo la maleta más grande
que encuentro y empiezo a meter toda su ropa.
—¿Qué haces? —pregunta. Su voz es áspera y quebrada, pero no me
importa.
Paso a sus camisetas, metiéndolas dentro.
—Nunca has sido bueno empacando. Lo hago por ti. —Cuando se
levanta y me agarra de la muñeca para detenerme, me zafo de su
agarre. El infierno se congelará antes de que vuelva a ponerme las
manos encima—. No te atrevas a tocarme.
Meto pares de vaqueros en el equipaje, y está completamente lleno
antes de que haya recogido la mitad de sus cosas. El hecho de que lo
haya metido todo a la ligera dentro no ayuda. Cierro la maleta y la
arrastro hasta el salón.
—Heaven, para. Vamos a hablar de esto.
La ira me oprime el pecho e intenta abrirme por dentro. Me doy la
vuelta y grito:
—¿Ahora es el momento de hablar, Alex? ¿Ahora? ¿Por qué no has
hablado antes?
—Sabes que esta situación no es solo culpa mía. Hemos estado
distanciados durante…
—No —gruño—. Si tuvieras algún interés en salvar nuestra relación,
habrías hecho algo al respecto. Dormir por ahí no es una solución. Es
egoísta, asqueroso y horrible.
Se pasa ambas manos por la cara, se acerca a mí y se apoya en mis
hombros.
—Lo sé, Heaven. Lo sé. Por favor… —Sus iris azul cobalto brillan
con lágrimas mientras sorbe por la nariz. Está a punto de llorar, y eso
no ocurría desde que murió su abuelo hace cuatro años. Por un
segundo, me quedo helada. Ya no estoy acostumbrada a ver sus
emociones—. Cometí un error, lo sé. Pero puedo compensártelo. Te
prometo que no volverá a pasar.
Niego con la cabeza y doy un paso atrás para que deje de tocarme,
pero él da uno hacia delante.
—Suéltame —le digo, y como no lo hace, le aparto los brazos de un
manotazo—. No quiero que me toques, Alex.
Él solloza (derrama las primeras lágrimas) y yo también lloro
mientras nos miramos fijamente durante unos segundos.
Sabe que se acabó, y caigo en la cuenta de que ahora sí. Es el fin. He
tenido mucho tiempo para acostumbrarme, ¿por qué no lo hago? ¿Por
qué parece que es la primera vez que pienso en ello?
—No puedo estar sin ti —se queja. Parece que lo dice en serio.
Hemos estado juntos tanto tiempo, que es probable que sea cierto—.
Sabes que te quiero.
Me seco las lágrimas con la palma de la mano y resoplo. Puede que
sea la última vez que oiga su voz. O, al menos, la última vez que me
diga que me quiere. Cuando me despierte mañana por la mañana, ya
no oleré su café recién hecho ni su loción para después del afeitado. Y
no lo veré mirando su estúpida serie policíaca cuando vuelva a casa
del trabajo.
—Tienes que irte —insisto.
Niega con la cabeza.
—No lo haré. Lo resolveremos juntos. Por favor.
—Necesito que te vayas —digo, y casi suena como si estuviera
suplicando. Tal vez sea así. No voy a echarlo a la fuerza del
apartamento, no puedo. Es más alto y más pesado que yo; además,
ésta también es su casa. Pero no voy a hacer peor espectáculo de
nuestra relación. Tiene que darme esto. Después de todo lo que me ha
quitado, necesito que me dé esto.
—Heaven, por favor…
—No —insisto—. Me has mentido. —Me llevo las manos a la cara e
intento ocultar cuánto me duele. Mi voz no suena tan segura como me
gustaría, tan fría como una piedra—. Me has ignorado durante meses
y no te importo. ¡Por Dios, para lo único que me quieres cerca es para
mamadas!
Cuando mira detrás de mí, se le endurece la expresión. Lo suficiente
como para hacerme girar y encontrarme con la mirada de Shane.
Mierda. ¿Cuánto ha oído de esta conversación? Debe de haber oído la
última parte.
—¿Es por esto que no me das una segunda oportunidad? —
pregunta Alex con una expresión rencorosa en el rostro. Su mirada
sigue clavada en Shane, oscura y furiosa y definitivamente más
violenta de lo que debería.
Niego con la cabeza.
—No. No te daré una oportunidad porque no te la mereces.
—Bien. Así que la diferencia entre tú y yo es que a mí me
descubrieron.
Mi pecho vibra de furia. Nunca me había sentido tan agresiva en
toda mi vida y, por un segundo, me asusta. Pero la ira vuelve a
invadirme como una ola, y me falta poco para gruñir cuando le grito:
—La diferencia entre tú y yo es que yo no te he engañado.
Se ríe con amargura.
—¿Y qué hacías anoche? ¿No me engañabas? ¿O estabas con él,
actuando como una puta para conseguir tu ascenso? —Se burla—.
Acuérdate de cobrar todas esas horas.
—Basta —dice Shane mientras da un paso adelante—. Heaven te
pidió que te fueras. Dale tiempo para resolver las cosas antes de decir
algo peor.
Está tan controlado, tan sereno. No intenta luchar contra él, ni actúa
como si necesitara su protección. Para alguien que no lo supiera,
parecería que es amigo de los dos.
—Oh, bien —dice Alex, dando unos pasos hacia él mientras aprieta
los puños. Al lado de Shane, su barriga cervecera es más evidente.
Parece más pequeño, más delgado, más débil que de costumbre.
Parece indigno del tiempo que he perdido con él—. ¿Quieres que me
vaya? ¿Para que puedas quedarte y follarte a mi novia en mi casa?
—Ya no soy tu novia. —Cuando Alex se vuelve hacia mí con una
mueca, le ofrezco su equipaje—. Y con quién me acueste no es de tu
incumbencia. Ahora, por favor, vete, porque no pienso quedarme bajo
el mismo techo que tú ni una noche más.
—Entonces vete tú. —Suelta el equipaje, que cae a un lado con un
fuerte golpe, y luego señala a Shane—. Puedes quedarte en su
apartamento.
Shane se pasa una mano por la cara y parece a punto de hablar, así
que levanto la mano para detenerlo. Le agradezco que esté ahí, pero
no quiero que se involucre más de lo que ya está. Y menos después de
que rechazara mi beso en el coche.
Pero Shane Hassholm no escucha a nadie.
—Alex, ¿verdad? —pregunta, parándose a mi lado, pero
manteniendo una distancia adecuada. Alex lo mira intensa y
febrilmente—. No ha pasado nada entre Heaven y yo. Soy su jefe y me
gustaría pensar que nos hemos hecho buenos amigos. —Alex aprieta
los puños, pero antes de que pueda intervenir, Shane da un paso hacia
él—. No me quedaré aquí. Y sé que no tienes motivos para creerme,
así que… Bajaré contigo. Te ayudaré con la maleta. Y luego nos iremos
los dos. —Me mira y vuelve a centrarse en Alex—. No estoy
intentando fastidiarte. Heaven necesita procesarlo todo y quedarse
solo empeorará las cosas. Tienes que respetar su decisión e irte.
Alex echa los hombros hacia atrás y se acerca a Shane.
—No necesito hacer una mierda. Pero si vuelves a decirme lo que
tengo que hacer, tendré que patearte el trasero.
Shane lo mira. Tranquilo, muy poco impresionado. Como si no
tuviera intención de luchar contra él, cosa que agradezco a Dios.
—De acuerdo. Entonces, ¿qué tal esto? —susurra Shane—. El
contrato de alquiler de este apartamento está a nombre de Heaven, y
si no te vas de inmediato, llamaré a la policía y haré que te echen de su
propiedad. —Con una ligera sonrisa, continúa—: Tú eliges.
Me apoyo en la pared, noto la superficie fría y dura contra mi palma
sudorosa, y una nueva tristeza me inunda el pecho. Shane y yo ni
siquiera hemos tenido una cita todavía y está presenciando esto. Yo en
mi peor momento, gritándole a un hombre que se suponía que me
quería y que, en cambio, me ha traicionado.
Cuando Alex me mira interrogante, asiento. Sí, llamaré a la policía
si no se va. Viendo lo que he tenido que sufrir por este alquiler, puede
que disfrute de las ventajas de tenerlo a mi nombre. Da igual, con tal
de que se vaya.
Se vuelve de nuevo hacia Shane, pero cuando recibe la más fría de
las miradas, retrocede. Creo que ve lo mismo que yo: parece que Shane
está a punto de romperle el cuello a Alex.
—Bien. Iré a casa de mis padres y te daré la noche para que te
calmes. Te llamaré mañana y tú contestaras el teléfono —dice Alex,
mirándome por un instante antes de volver a centrarse en Shane.
No quiero hablar con él mañana. Pero más que nada, quiero que se
vaya, así que asiento al instante.
Camina arrastrando los pies y me observa como si fuera la última
vez que me verá. La tormenta en sus ojos es más apagada, más débil
que de costumbre, mientras toma su equipaje. Una vez que camina,
Shane lo sigue hasta la puerta y luego me mira durante unos
interminables segundos. No sé qué significa su mirada. Puede ser
preocupación o puede ser lástima.
Tal vez puede ver que mi corazón está roto.

—Su condón sigue en mi cama.


La primera frase completa que sale de mi boca, tres horas después,
me produce escalofríos.
Emma se sienta a mi lado, me da un té de menta y me frota la
espalda, intentando calmar mis sollozos histéricos.
—Mierda, H. Lo siento mucho. Estaba en una cita y mi teléfono
quedó atrapado en el fondo del bolso.
—Em, está bien.
Me ofrece la mano y me arrastra hacia arriba. Tras entrar en la cocina
sin decir palabra, toma una bolsa de basura del segundo cajón y un
par de guantes de plástico verde del fregadero. Camina hacia el
dormitorio y me hace señas para que la siga.
—Vamos.
La sigo y, cuando llego al dormitorio, me tiende la bolsa y los
guantes con una sonrisa alentadora.
—Da rienda suelta a la maniática del orden que llevas dentro. —Se
acerca y entrecierra sus vibrantes ojos azules—. Deja. Que. Brille.
Con una sonrisa de oreja a oreja, tomo el equipo de limpieza. Los
guantes me envuelven la piel, el olor a látex me alivia increíblemente.
Miro fijamente la cama y, tras respirar hondo, me sacudo el susto.
Se acabaron las dudas.
Tiro la manta a la bolsa de basura, luego hago lo mismo con las
fundas de las almohadas y el edredón que tanto me gusta. Podría
lavarlo, pero quién sabe de cuántos fluidos corporales está manchado
y de cuántas personas.
—¿Te quedas con el colchón? —pregunta Emma una vez que mi
cama está completamente desnuda.
Una risa a medias sale de mis labios. No voy a tirar un colchón en
perfecto estado solo porque mi novio lo utilizó para acostarse con otras
mujeres.
—Por supuesto.
—¿Le damos la vuelta, entonces?
Miro a Emma y luego al colchón.
—Sí, vamos a darle la vuelta.
Me da sábanas limpias. Las ponemos en la cama y, cuando ella toma
el edredón amarillo, yo lo pongo encima. Lo odio, me pica la piel. Pero
supongo que es mejor que la gonorrea, así que de momento me sirve.
Cuando terminamos, me dice que espere ahí, desaparece del
dormitorio y vuelve al cabo de un minuto con otra bolsa de basura. Al
abrir el armario, mete todas las cosas de Alex que no cabían en la
maleta.
—No necesitas hacer eso. Puede venir a recoger sus cosas —le digo.
Mete todos sus cinturones y gorras en la bolsa de basura.
—Puede, pero estarán en la acera. Así que mejor que venga rápido.
No voy a dejar sus cosas en la acera, pero una vez más, ella tiene
razón. No quiero que vuelva a este apartamento. Así que abro el otro
armario, el de sus trajes, y los meto en la bolsa, asegurándome de
arrugarlos todos.
Eso es lo que hacemos durante las siguientes horas. Recorremos
todo el apartamento y llenamos cuatro bolsas de basura de diez
galones con todas sus pertenencias. Sus videojuegos, la consola, su
desodorante. Todo menos la pantalla del ordenador. Emma también
quería meter eso, pero puede que me lo quede.
Cuando terminamos, llamamos a Olivia y pasamos media hora
quejándonos y lloriqueando sobre él. Entonces, he terminado. No
quiero pensar en el asqueroso ser humano que es. Estoy harta de dejar
que me envenene.
Nos sentamos en el sofá con una pizza y vemos un reality show
bastante malo, como hemos hecho muchas veces antes. Sin embargo,
esto me produce la sensación más extraña de todas. No tengo la
sensación de alivio que esperaba. En su lugar, siento que mi corazón
se ennegrece y le es más difícil seguir con cada latido.
Se suponía que esto tenía que parecer un final. Un punto y final al
final de una frase. En cambio, siento que es el comienzo de un período
tan difícil como el que termina hoy. Y mañana, tanto Shane como Alex
querrán hablar.
No estoy preparada para ver a ninguno de los dos.
Un postre sucio

Llaman a la puerta, así que enciendo la luz y miro por la mirilla. No


espero a nadie y son casi las nueve de la noche. El corazón se me cae
al estómago en cuanto aparecen los rizos avellana sobre su frente.
Shane. Shane está aquí.
No lo he visto desde ayer por la mañana, y aunque me he pasado
todo el día pensando en lo que pasó con Alex, Shane se me ha quedado
atascado en el cerebro. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Respiro hondo y retrocedo unos pasos para ver mi reflejo en el
espejo. El pelo oscuro me cae por los hombros y mis mejillas están
sonrosadas tras la ducha. Infundiendo confianza con una mirada
gloriosa en mis asustados ojos ámbar, intento no encogerme. Como si
la vergüenza de intentar besarlo justo antes de romper con mi novio
no fuera suficiente, ahora tengo que enfrentarme a él con mi pijama de
oso polar.
Vuelvo a la puerta y la abro, recibiendo su ligera sonrisa. Sus ojos se
arrugan con simpatía, el marrón intenso de sus iris casi brilla mientras
traga saliva. Y tiene tan buen aspecto: su traje habitual ha desaparecido
y en su lugar luce un acogedor jersey blanco crema que pide a gritos
ser utilizado como almohada. Su pelo, unos tonos más oscuro que el
mío, le cae suelto por la frente, desordenado y suave. Es una visión.
Una visión que me rechazó.
—Hola —dice.
Inmediatamente siento un cosquilleo en la garganta.
Mierda, estoy a punto de llorar. El tono de su voz es tan
reconfortante, tan dulce. Es Shane. No hay rastros del Sr. Imbécil por
ningún lado. Y después de la mejor no-primera cita jamás planeada,
creo que la cagué.
—Hola —le susurro.
Su camisa se mueve arriba y abajo mientras su pecho se agita, luego
mete la mano en el bolsillo trasero de sus vaqueros negros.
—Espero no molestar. Quería ver cómo estabas. Aunque
probablemente debería haber llamado.
Me rodeo con el brazo.
—No, está bien. Gracias por venir.
Si viene a disculparse por haberme rechazado, no lo quiero. No es
culpa suya, y me ha ayudado mucho desde entonces. Pero no puedo
decirle exactamente que no tiene por qué sentir lástima por mí, así que
me quedo quieta y nos miramos fijamente durante un par de
segundos.
—Yo… —Traga saliva—. He traído algo. —Levanta la bolsa de
plástico que tiene en la mano y saca una preciosa caja de papel morado
decorada con remolinos blancos y un lazo a juego.
Me ha traído dulces, no necesito abrirlo para saberlo. Así es como
expresa sus sentimientos.
—Gracias. —Tomo la caja y abro la tapa, el intenso olor a cacao me
hace la boca agua.
—Son brownies. —Se me para el corazón al recordar nuestra
primera charla en RadaR—. No hay nada mejor que el chocolate para
cuando estás estresada. Se supone que reduce los niveles de cortisol y
catecolaminas. —Se encoge de hombros y se frota la oreja—. No sé.
—Es genial. Me encantan los brownies. Gracias —vuelvo a decir.
Parece que no se me ocurre nada más. Espero que me diga que nos
veremos mañana en el trabajo o algo así, pero sigue observándome en
silencio—. ¿Quieres…? —pregunto, señalando la habitación detrás de
mí.
—Sí. Claro.
Me hago a un lado y, una vez que está en la entrada, cierro la puerta.
Mientras da unos pasos hacia el salón, gira lentamente el cuello a
izquierda y derecha, mirando a su alrededor. Después de todo, las dos
veces que estuvo aquí, probablemente no prestó demasiada atención a
mis muebles y estaba algo más preocupado por Alex.
Dejo los brownies sobre la mesa, mirándolos mientras se me espesa
la saliva.
—¿Quieres algo de beber?
—Un café iría bien con eso.
Le lanzo una mirada de reprimenda, me acerco a la máquina y
señalo el reloj de pared, que indica que son casi las nueve de la noche.
—Sabes, no deberías tomar café a estas horas.
—No me gusta dormir. Con café o sin café. —Me sigue hasta la
cocina y pone la bolsa sobre la mesa con un esfuerzo considerable. Al
notar mi mirada interrogante, golpea suavemente la parte superior de
lo que haya dentro—. También he traído otra cosa.
Casi espero que saque una carpeta gigantesca sobre el
acontecimiento de Devòn, pero me hace un gesto para que mire
dentro.
—Misterioso… —le digo.
Le da un codazo con la cabeza.
—Vamos. Echa un vistazo.
Me acerco a la bolsa azul y miro dentro. Es un contenedor de comida
de plástico con tapa verde, pero es enorme. Tan grande que debe caber
un pavo entero.
—¿Qué es?
Lo saca de la bolsa y lo pone sobre la mesa, flexionando los
músculos. Dentro hay una sustancia marrón y densa: ¿chocolate para
untar? ¿Le ha echado veinte envases de Nutella?
—Estoy confundida —digo mientras lleno la cafetera de agua. Si eso
es chocolate para untar… ¿por qué cree que necesito seis kilos?
—¿Recuerdas que mi hermana te invitó a su cumpleaños? —Se pasa
los dedos por el pelo—. Bueno, me pidió que le hiciera una tarta.
Cuatro capas con mermelada de frambuesa y ganache de chocolate.
Cubierta de más chocolate y estúpidas florecitas.
Mientras él pone los ojos en blanco, yo reprimo una carcajada.
—Entonces… ¿necesitas que te ayude a hornear?
—He visto tus almuerzos en el trabajo. Y la debacle del dorayaki.
Nunca volverás a tocar la comida cerca de mí.
Coloco las manos sobre las caderas con un resoplido.
—Discúlpame. Resulta que soy una excelente cocinera. No una
panadera como el mismísimo Señor Hassholm, pero mi salmón
escalfado está delicioso.
Estudia mi cocina y la juzga.
—Bien. Supongo que tendremos que tener una cita. Tú cocinas, yo
horneo.
Mi sonrisa se debilita y me dirijo hacia la cafetera, aunque el café
aún no está hecho. Dejo las tazas y saco el azúcar y la leche mientras él
permanece en silencio junto a la mesa. Aunque llevo semanas sin soñar
con nada más que una cita con él, estoy demasiado avergonzada por
lo que pasó ayer como para disfrutar de esta conversación.
—¿Quieres saber qué hace esto aquí? —Señala la monstruosidad de
chocolate.
—Sí.
—Bueno, el pastel está horneado, perfecto. He hecho las estúpidas
flores rosas y, obviamente, tengo todo listo con ganache. —Señala el
recipiente—. ¿Y adivina qué? La fiesta se ha cancelado. El hijo de Riley
le contagió el sarampión. Y ahora tengo cien kilos de ganache, un
montón de flores de azúcar y una tarta ridícula.
Con una risita, asiento en señal de comprensión.
—Bueno, por mucho que aprecie quince galones de ganache de
chocolate, hubiera preferido comérmelos con tarta.
—No. Puede que te encanten mis postres, pero a esa tarta le habría
salido moho antes de que pudieras comerte la primera mitad. —Se
pasa una mano por la barba incipiente—. Lo he dado al comedor
social.
Oh, hombre. ¿Por qué sigue mejorando?
—¿Con las flores rosas?
—No. Nada de malditas flores. Son prácticamente incomibles, y se
ven tan tontas. —Saca su teléfono—. Hice otra cosa.
Después de darle unos golpecitos, me enseña una foto. Es su tarta,
y es preciosa. Como una tarta de boda, pero de esas modernas y
elegantes que salen en las revistas. Hay mermelada y ganache de
chocolate entre las capas, pero no hay nada fuera. En su lugar, frutos
rojos y hojaldres de crema caen en cascada a lo largo en una espiral.
—Guau —digo, embelesada— ¿Haces fotos de todos tus postres?
Sus mejillas se enrojecen.
—Sí, la mayoría de las veces. No si estoy haciendo algo fácil, como
brownies o galletas. Pero cosas más complicadas, sí. Es mi… no sé.
Cuando sus labios se curvan, los míos también.
—Tu arte.
Mi mirada se funde con la suya y nuestros rostros quedan bastante
cerca. Lo suficiente para que pueda ver todos los tonos de marrón
intenso de sus ojos, las largas pestañas que los rodean, la pequeña peca
que tiene junto a la nariz.
—Alguien que conozco diría que es mi capricho —susurra con una
sonrisa afectuosa.
Se me estruja el corazón de culpa al reconocer las palabras que le
dije como Nevaeh, y me alejo, temiendo que se dé cuenta de mi
expresión y descubra que alguien soy yo.
—Creo que el café está listo.
—Bien. Seguimos desviándonos. El ganache de chocolate. —Da
golpecitos con el dedo en la parte superior del recipiente.
—Sí. ¿Por qué no donaste eso también? —pregunto, sirviendo café
en las dos tazas idénticas (normalmente no bebo café tan tarde, pero
tampoco es que tenga esperanzas de dormir de todos modos).
—Pensé que podría tener un mejor uso.
Cuando me vuelvo hacia él, su sonrisa se ensancha.
—¿Cuál?
—Dijiste que te gustaba limpiar. E imagino que después de lo que
pasó ayer, debes estar un poco alterada. Tal vez… estresada. —Se
arremanga la camisa y deja al descubierto unos antebrazos delgados
salpicados de vello castaño corto.
Encandilada por su piel bronceada y sus músculos perfectos,
abandono las tazas sobre la encimera y le hago un gesto dubitativo con
la cabeza. ¿Qué demonios está diciendo?
—Bueno… ¿hay algo en particular que te guste limpiar? —pregunta
mientras se inclina sobre la mesa.
Los dos nos reímos, y no sé por qué. ¿Tal vez trajo el recipiente
porque quiere que lo lave?
—¿Qué quieres decir?
Levanta la tapa.
—¿Te gusta limpiar el suelo? ¿Lavar los platos? ¿Desempolvar las
estanterías?
No hay ni una pizca de juicio en su voz. La mayoría de la gente
piensa que mi obsesión por la limpieza y el orden es rara o molesta,
pero él no. Se limita a esperar expectante una respuesta.
Mientras deja la tapa de la monstruosidad sobre la mesa, miro la
deliciosa ganache de chocolate y sacudo la cabeza.
—Me gusta todo limpio.
Señala el ganache. Quiere que lo pruebe, pero no lo hago. Estoy
aterrorizada, porque es evidente que está planeando algo, pero no
tengo ni idea de qué. Cuando se da cuenta de mi vacilación, moja el
dedo en la ganache y se lo lleva a la boca mientras sus ojos me
observan. Son tan hambrientos que se me corta la respiración cuando
la punta de su dedo desaparece detrás de sus labios. Si hay algo
parecido al sexo visual, creo que lo estamos haciendo.
—Ya está. No está envenenado.
Levanto la mano para defenderme.
—La gente de la oficina te llama imbécil, así que…
Me da un empujón juguetón en el brazo y me señala la
monstruosidad.
—Ahora tú. Quiero saber si te gusta.
Oh, Dios. ¿Le puso sal o algo así? ¿Y eso qué tiene que ver con la
limpieza?
Echo un vistazo a la masa marrón y aterciopelada y trago saliva. Me
comí un puñado de caramelos después de comer, además de las dos
galletas que me gané limpiando el baño. Y si estamos a punto de
comernos también esos brownies…
—Te lo mereces, Heaven —dice con una pequeña sonrisa—. Has
sido fuerte, y sé que no ha sido fácil.
Aprieto los labios.
—Es solo que hoy ya he…
—No importa. —Me acomoda el pelo detrás de la oreja y me recorre
un escalofrío—. Siempre te mereces el postre.
Con un movimiento de cabeza, sumerjo la punta del índice en la
crema fría y la chupo, soltando inmediatamente un gemido, porque
está así de buena. Dulce, pero no nauseabundo. El sabor a chocolate es
tan rico, y la textura mantecosa y deliciosa. Casi desearía que no
hubiera donado el pastel.
—Dios, esto es increíble.
Una sonrisa orgullosa se abre en su rostro.
—¿Sí?
—Sí. Tenemos suerte de tener suficiente para llenar una casita.
Con una sonora carcajada, sacude la cabeza.
—Chica, te vas a arrepentir mucho de haber dicho eso.
Estoy a punto de preguntarle por qué, cuando un destello de
picardía ilumina sus iris. Mete la mano en el recipiente mientras yo lo
miro fijamente, preguntándome si ha perdido la cabeza. Cuando saca
la mano, está cubierta de chocolate.
—¿Pero qué…? ¿Qué haces?
El chocolate gotea por el suelo y por su ropa, dejando enormes
manchas marrones por todas partes.
—Bueno… —Da un paso atrás y se encoge de hombros—. Como he
dicho, este es un momento estresante para ti. Necesitamos algo para
limpiar. ¿No?
Se muerde el labio inferior, su mano se posa en el armario blanco
detrás de él. Mi despensa.
Me quedo boquiabierta cuando arrastra la mano hacia abajo hasta
dejar una larga huella de chocolate en la puerta del primer armario.
Solo una vez que me río, él también lo hace. Vuelve al recipiente,
mete la mano dentro y lo arrastra por toda la cocina. Sobre la cubierta
de plástico que hay sobre mi mesa de madera blanca, sobre todos y
cada uno de los armarios. Ensucia los platos, el fregadero, los fogones,
el horno.
—Si esto te está provocando, házmelo saber —dice, yendo a por otra
inmersión.
¿Provocando? Verlo manchar mi cocina de chocolate debe ser lo
mejor que he presenciado. Y esta noche, realmente necesito reír y
limpiar. Señalo la ventana.
—El cristal es mi favorito.
Cierra lentamente los ojos y los vuelve a abrir.
—Por supuesto. La parte más molesta de las tareas domésticas. —
Inclina la cabeza—. Yo tomo el de la derecha, tú el de la izquierda.
Miro mi camiseta rosa claro cubierta de simpáticos pandas y luego
el ganache de chocolate.
—Bien —digo con un chillido, apresurándome a meter las dos
manos en el recipiente y soltando una risita cuando las saco y el
chocolate cae encima de mis zapatillas azules mullidas. Me dirijo a la
ventana, dejando un rastro de pisadas achocolatadas, y luego me
coloco frente a ella.
—¿Lista? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Lista.
Miro el cristal limpio y brillante. No tiene ni una sola huella dactilar.
He limpiado toda la suciedad que traía el viento y he utilizado un
producto para darle más brillo. Pero quizá el desorden no sea siempre
algo malo. A veces, puede que sea mejor tomar la decisión equivocada,
actuar antes de pensar, hacer cosas sin sentido y ser impulsiva.
Con los labios apretados, empujo las manos contra el cristal y las
arrastro hasta que está tan sucio que la luz lucha por filtrarse y casi me
quedo sin aliento. No es porque me esté moviendo, ni tampoco es
adrenalina. Se siente… liberador. Como si me soltara.
Shane me agarra del hombro y, cuando me vuelvo hacia él, ya no se
ríe. En cambio, tiene las cejas fruncidas.
—¿Estás bien?
Es tan guapo. Ojalá pudiera tenerlo… él entero.
—Sí. Esto es tan divertido.
—¿Quieres continuar?
Tanto. Quiero ensuciar este apartamento. Quiero que el olor a
chocolate impregne las paredes. Quiero olerlo durante semanas.
Volvemos al recipiente, discutiendo sobre quién mojará primero las
manos. Me aparta el hombro cuando dejo mi huella de chocolate en la
manga de su jersey y se echa a reír. Estoy segura de que, con chocolate
o sin él, si alguien de la oficina lo viera ahora, no lo reconocería.
No está rígido, recto como un lápiz. En cambio, está relajado,
moviéndose frenéticamente por la cocina y encontrándose con mi
mirada cada vez que puede con una sonrisa exultante.
Una vez que tenemos las manos bañadas en ganache de chocolate,
ideamos un plan de acción. Yo ensucio todas las paredes del salón. Él
se centra en la mesa de centro y el escritorio. Probablemente hemos
manchado el sofá y la alfombra para siempre, y el chocolate gotea del
cuadro hasta la pantalla del ordenador de Alex.
Mi apartamento parece la escena de un crimen de postre.
Cuando corremos hacia el recipiente para otra ronda, resbalo con el
chocolate y caigo de culo. No dejo de carcajearme, aunque me duele el
coxis, y su mirada de preocupación se transforma rápidamente en una
carcajada desgarradora.
—Oh, Heaven —dice, tirando de mí hacia arriba. Desde que lo
conozco, me he enamorado de mi nombre. Estudia mi cara con una
sonrisa satisfecha y susurra—: Tienes algo de chocolate en la cara.
No me sorprende, teniendo en cuenta que hemos estado actuando
como niños de guardería usando el chocolate como pintura y mi
apartamento como lienzo.
—¿Dónde? —pregunto, luchando contra el instinto de limpiarlo.
Aún tengo las manos llenas de chocolate, solo lo empeoraría.
Me señala la nariz y me pasa la mano por la cara hasta que el
chocolate me llega hasta las fosas nasales. También debe de haber algo
en mis pulmones, teniendo en cuenta el rápido chorro de aire que
inhalo.
Dando un paso atrás mientras el chocolate me pega las pestañas,
gruño:
—Oh, estás tan muerto —y luego meto las manos en el recipiente
mientras él se aleja de mí a grandes zancadas hacia el otro lado de la
mesa.
—¡Por favor, no me vengas con esas! Ya lo sabías —dice, sin
molestarse siquiera en intentar parar su ataque de risa.
No lo sabía, pero mientras salto a un lado y él se mueve rápidamente
para mantener nuestra distancia, sonrío.
—Y ya sabes lo que te espera ahora.
Sacude la cabeza.
—Tienes que atraparme primero.
Oh, lo atraparé. Lo atraparé en su auto mientras se aleja si es
necesario.
Nos movemos de un lado a otro de la mesa y le grito que se rinda y
sucumba, pero no lo hace. A cada paso que doy, él se aleja, y estoy
pensando en saltar por encima de la mesa y abalanzarme sobre él
cuando levanta las manos.
—Bien, bien. Estamos en un callejón sin salida.
—No tardaremos mucho si dejas que te atrape —digo, corriendo
hacia la derecha.
Se precipita junto al frigorífico, resbalando sobre el charco de
chocolate que hay junto al recipiente y provocando que ambos
estallemos en más carcajadas. Creo que hacía años que no me divertía
tanto.
—Tengo una propuesta —dice, levantando las manos mientras
vuelve a ponerse en pie.
—Te escucharé, siempre y cuando el plan implique usarte como pan
humano para todo este chocolate que tengo entre manos.
Sacude la cabeza.
—Eso no va a pasar.
Sí, lo hará. Doy unos pasos y él también.
—Bien. ¿Cuál es tu propuesta?
—Te compraré el almuerzo apropiado en el trabajo para el próximo
mes.
—Pff —digo. Eso es todo lo que pienso de su propuesta, aunque
mientras salto a la izquierda, no avanzo.
—De acuerdo. Hornearé para ti. Lo que quieras.
—Pero lo harías igual, ¿no? —pregunto mientras cruzo los brazos y
los descruzo rápidamente para no mancharme más la ropa. Como no
replica, niego con la cabeza—. No te librarás de esto.
Sus hombros se desploman, una expresión de derrota aparece en su
rostro, pero dura poco más de un segundo. Luego, con una nueva
resolución en los ojos, hunde las manos en el recipiente de ganache de
chocolate, ahora casi vacío.
—Está bien. Pero tú también te ensuciarás.
—Ya estoy sucia. Esa es la maldita cuestión, Shane —medio grito,
agarrando un mechón de pelo pegajoso con la mano—. ¡Tengo
chocolate en el pelo!
Su sonrisa radiante me pone nerviosa. Parece tan orgulloso de
haberme metido chocolate en el pelo que casi olvido cuánto deseo
vengarme. Especialmente cuando camina lentamente hacia mí, y yo
hacia él, como depredadores esperando el momento de atacar.
Los dos sabemos lo que va a pasar. Nos empaparemos de chocolate,
porque ninguno de los dos cederá. Ninguno se echará atrás, ninguno
se rendirá. Nos desafiaremos el uno al otro todo el tiempo que
podamos.
Sus ojos parpadean con algo que me revuelve el estómago y pronto
estamos cara a cara. Ninguno se mueve. Nos perdemos en la mirada
del otro.
—¿Te rindes? —susurra.
Mi mirada se fija en sus labios. No puedo evitarlo. La forma en que
se mueven cuando habla es hipnotizante.
—Nunca.
Acorta los últimos centímetros de distancia que nos separan y mis
latidos se aceleran. El chocolate es todo lo que puedo sentir, oler y
saborear, y por un segundo, me pregunto si todo esto es un sueño. Si
me despertaré sola en mi cama, en una casa que no huele nada a postre
y mucho a mentira.
Muevo mi mano viscosa hacia su mejilla, y no estoy segura de si lo
hago para vengarme o simplemente porque quiero tocarlo.
Antes de que pueda decidirme, se inclina hacia delante hasta que
sus labios chocan con los míos.
Besos dulces

Nuestros labios solo se rozan antes de que él se eche hacia atrás y


me mire a los ojos. Hay todo lo que siento y más en ellos. El calor, la
sensación de pertenencia, la maravilla de lo que acabamos de crear con
este beso. Lo que somos y lo bien que sienta.
—Me estás besando —le digo, con la mano en la mejilla.
—Te estoy besando. —Sus labios vuelven a los míos y esta vez los
utilizamos para saborearnos el uno al otro… y sabemos a mucho
chocolate. Su aliento es abrasador, su boca se enreda con la mía hasta
que respiramos ruidosamente y mi corazón palpita con fuerza y se
salta latidos al mismo tiempo.
Cuando me tiemblan las rodillas, me agarro a sus brazos para
mantener el equilibrio. Cada centímetro de mi piel es piel de gallina, y
puedo sentir este beso con algo más que la lengua, los dientes y los
labios. Puedo sentirlo con mi cuerpo, con mi alma. Destruyéndome y
embadurnándome mientras él lo arregla todo al mismo tiempo hasta
que estoy entera.
—Dios mío, Shane.
Retrocede unos pasos, arrastrándome con él.
—Me estás besando.
—Sí. —Me levanta la cintura hasta que estoy sentada en la encimera
de la cocina. Una vez encajado entre mis piernas, la áspera tela de sus
vaqueros roza la sensible piel de la cara interna de mis muslos por
debajo del pantalón corto del pijama, y entonces vuelve a acercar su
boca a la mía.
Mi cerebro no puede procesarlo. Este beso es demasiado bueno, sus
labios demasiado cálidos. Sus manos se posan en la parte baja de mi
espalda y su respiración se acelera aún más que la mía. Nuestras
lenguas se enredan y es mágico. Más irreal que el libro por el que se
burló de mí.
Mis labios están hechos para besar los suyos.
Le agarro del cuello y acerco su cara a la mía. Mis piernas presionan
sus costados para mantenerlo en su sitio, y nos besamos hasta que
abandona mis labios y pasa a mi mejilla, luego a mi cuello.
Me saltan chispas por el estómago cuando sus dientes me
mordisquean la piel, y luego me da dulces picotazos en el hombro.
Jadeo cuando me sujeta con más fuerza y vuelve a concentrarse en mis
labios, chupando el inferior mientras yo acerco mi boca a la suya.
—Te estoy besando —susurra.
Cuando gimo en respuesta, me ayuda a bajar de la encimera.
Nuestros labios vuelven a encontrarse y tropezamos por la cocina.
Gime cuando su trasero golpea la mesa, y cuando su lengua se desliza
por mis labios y sus manos me aprietan el trasero, dejo de reírme.
Tomando la sabia decisión de no dejarme ir, me guía por el salón y,
cuando estamos en la entrada del dormitorio, siento como una patada
en el estómago que me deja sin aliento. Veo los fantasmas de las chicas
que Alex llevó allí, las cosas que les hizo, las mentiras que les ha
contado. Tiñen la habitación de oscuro, y traer a Shane allí sería como
rebajar lo que hay de hermoso y puro entre nosotros.
Tal vez sí necesite comprar un colchón nuevo.
—Sofá —le digo, tirando de él hacia atrás. Me acerca arrastrándome,
porque yo no puedo dejar de besarlo más de lo que él puede dejar de
hacerlo. Cuando por fin estamos frente al sofá, me tumba en él.
—Shane —gimo cuando se tumba encima de mí. Un charco de calor
se ha apoderado de mi vientre, y mis labios siguen palpitando,
vibrando de placer.
—Heaven—responde con los ojos vidriosos.
Tiro de su cuello hasta que nuestras bocas se ahogan la una en la
otra, y mis manos se pasean por su espalda. Tocan todo lo que pueden
alcanzar, como si intentara memorizar sus hombros musculosos, su
pecho macizo. Aún no he visto todo lo que se esconde bajo su camiseta,
y estoy deseando sentir su cuerpo sobre mí, piel con piel.
Me lame la mandíbula, su lengua húmeda y cálida y jodidamente
deliciosa. Se me pone la piel de gallina, me arqueo contra él, intento
acercarme aunque ya estemos hechos un nudo. Y es tan duro, tan
grande, tan jodidamente tentador (músculos cubiertos de chocolate
por todas partes) que no puedo evitar frotarme contra él.
Cuando gruñe, suena como poesía envuelta en la melodía más
perfecta. El mejor ruido que he oído nunca: ronco y gutural. Caliente.
Tan caliente, de hecho, que recorro con mis labios su cuello, su
garganta. Lascivamente, con adoración.
—Sabes a chocolate —susurro, casi sin aire.
—Sabes a… —ladea la ceja dramáticamente— cielo.
Suelto una carcajada.
—Oh, eso es tan malo…
Me mordisquea la mejilla hasta que ambos soltamos una risita y, en
cuanto volvemos a mirarnos fijamente, la tensión nos invade con toda
su fuerza. Me mete la mano por debajo de la camiseta y me agarra por
la espalda hasta que se me apaga el cerebro. Es grande y cálida. Sus
largos dedos, que durante nuestras reuniones de trabajo he mirado
más veces de las que me gustaría admitir, se hunden en mi piel,
dejando en ella marcas rojas y deliciosas.
Se apoya en el codo, pero yo tiro de él hacia mí. Quiero sentirlo
entero, más bien lo necesito. Y cuando su cuerpo descansa sobre el
mío, los dos suspiramos.
En la última hora, he pasado de sentir escalofríos ante la idea de
volver a verlo a sentir su… abultada circunferencia, como la llamaba
el libro romántico… Y se siente diferente a la de Alex.
Todo en Shane es diferente de Alex. Shane es seguridad, cuidado,
confianza. Shane es un capricho. Es el mejor postre, el que no tienes
que demostrar que te mereces.
Sus labios vuelven a recorrerme el cuello y, esta vez, me baja el
tirante de la camiseta del pijama y me besa el pecho. Lo hace con
reverencia, como si cada nuevo rincón mereciera el doble de atención
que el anterior. Hace que mi cuerpo se estremezca con respiraciones
agitadas mientras lucho por mantenerme quieta.
Cuando sus dientes recorren la piel de mi pecho, un ruido ronco sale
de mi garganta. No sé si mi cuerpo reacciona así por él o si de repente
soy una mezcla de zonas erógenas, como la chica del libro.
—Quítatela —le digo agarrándole la camiseta, y él se arrodilla
rápidamente. Lo siguiente que veo es su camiseta volando sobre la
mesa de café cubierta de chocolate.
—Increíble. —Miro fijamente su pecho mientras se mueve hacia
abajo, sobre mí, luego lo empujo hacia atrás. Mis dedos recorren sus
pectorales definidos, siguiendo con sus abdominales—. ¿Qué es todo
esto?
Con una risita, pone su mano sobre la mía mientras descubro cada
surco de la parte superior de su cuerpo. Me ha engañado. Nunca supe
que todo esto estaba debajo de sus camisas de algodón neutro. Es un
Adonis. Y es espectacular.
Acerca la cara, pero no he terminado de mirarle el paquete y vuelvo
a empujarlo. Únicamente cuando me dice:
—Quiero besarte.
Me obligo a mirarlo a los ojos. Están casi cerrados, su respiración es
entrecortada. Se inclina por tercera vez y, mientras nuestros labios
bailan uno sobre el otro, me tengo que conformar con tocarle el pecho,
que resulta ser incluso mejor que mirarlo.
Su cabello suave y oscuro me hace cosquillas en las yemas de los
dedos, y sus músculos se tensan bajo mi contacto. Le recorro los bíceps,
luego los hombros, hasta la parte baja de la espalda. No creo que pueda
saciarme de él.
Me agarra del elástico de los pantaloncillos y mi cerebro es un
laberinto. Es demasiado rápido, demasiado pronto, pero cualquier
racionalización se ha ido por la ventana y ya no puedo encontrarme a
mí misma, estoy completamente perdida. Todo lo que me rodea es él,
y la única forma de encontrar el camino de vuelta es con este hombre.
Hasta que todo se derrumba.
No sé lo que es. Tal vez sea el hecho de que me acaricia los muslos,
peligrosamente cerca de mi ropa interior. Tal vez sea que su dedo
cuelga del borde de mis bragas, y nadie me ha visto desnuda en cinco
años salvo Alex. Tal vez sea porque, mientras me besa el hombro, me
fijo en la maqueta de avión que Alex me regaló en nuestra tercera cita.
Supongo que Emma y yo nos olvidamos de tirar algunas cosas.
Pero en un instante, soy consciente de que esto lleva al sexo, y no
estoy preparada para ello. No estoy lista para Shane. No en el mismo
sofá en el que Alex se sentó hace solo un par de días, no cuando está
aquí para hacerme sentir mejor por mi ruptura. Todas las diferentes
emociones que he sentido por Shane en las últimas veinticuatro horas
me asaltan, y no puedo con todo.
—Espera —susurro—. Shane.
—Hmmm. —Sus labios presionan suavemente mi clavícula, casi
como si no me hubiera oído y definitivamente como si no tuviera
intención de parar—. ¿Sí?
—Tenemos que… parar. Esto es demasiado. Todo es demasiado.
Sus ojos recorren mi cara, como si intentara comprender, intentando
que su cerebro se concentre. El mío tampoco puede. Está demasiado
distraído con él, su olor a chocolate y a hombre, y su cuerpo perfecto.
—Bueno —dice, apartando la mano de mi pierna. Me toma la cara y
acerca sus labios a los míos, envolviéndome lentamente con su boca.
Antes de darme cuenta, estoy mordiéndole suavemente los labios,
frotándome contra él mientras sus dedos se clavan en mis muslos. No
podemos evitarlo, o al menos yo no puedo.
—Espera —susurra cuando le rodeo el cuello con los brazos. Pero
no puedo. Sabe tan bien. Su lengua es tan pecaminosa, sus labios tan
aterciopelados—. Espera, Heav…
Vuelvo a besarlo y a apretarlo hasta que gruñe. El ruido me llega al
alma, así que vuelvo a mover las caderas hacia delante y hacia atrás.
Otro gruñido.
—Dios, Heaven —susurra, agarrándome de las caderas para
calmarme, y nos miramos fijamente con un brillo en los ojos, una
sonrisa abriéndose en nuestros rostros.
—Suenas como un telegrama de un cura.
—No es mi culpa que tu nombre sea ridículo.
Le doy una palmada en el pecho.
—Cállate. Te encanta.
Con un suspiro, vuelve a rozar sus labios con los míos.
—Sí, me encanta.
Creo que vamos a seguir besándonos como adolescentes, pero se
levanta y agarra su camiseta. Tiene chocolate en la oreja y estoy segura
de que yo también lo tengo por todas partes; me veo chocolate en los
dedos de los pies.
Cuando tiene la camiseta puesta, me da la mano y me levanta, me
rodea con los brazos y me presiona la frente con los labios.
—Siento que las cosas se pusieran un poco, hum…
—Yo no. Fue muy divertido.
Me pellizca la sien con sus labios.
—Sí. Pero me dejé llevar. Sé que acabas de romper con esa
mierdecilla, y este sitio… —Se encoge de hombros—. ¿Qué tal si te
pido oficialmente una cita?
—¿Oficialmente?
Sus manos se dirigen a la parte baja de mi espalda.
—Oficialmente. Lo notificaré al Departamento de Recursos
Humanos y todo eso. Incluso haré que Marina lo añada a mi
calendario.
Aprieto la frente contra su pecho y sacudo la cabeza con una risita.
—No, por favor.
—Oh, pero lo haré. Y haré que todos te llamen Señorita Imbécil.
—Basta —me quejo cuando sus brazos me rodean los hombros y no
me deja apartarme—. Quizá consiga que todos te llamen Señor
Simpático.
Finalmente me suelta y sacude la cabeza.
—No veo que eso suceda, Heaven.
Vuelvo hacia él, arrepentida de haberme alejado de su abrazo, y
cuando lo hago, me acoge de nuevo entre sus brazos. Sus manos
vuelven al punto de mi espalda que aún me hormiguea, y vuelvo a
apretarme contra su pecho.
Quiero saber más sobre esta cita. No sobre lugares, logística. Qué
vamos a hacer o a quién se lo vamos a contar. No lo sé y no me importa.
Quiero saber cuándo. ¿Cuándo vamos a tener esta cita? ¿Cuánto
tiempo tengo que esperar?
Pronto volvemos a besarnos. Tal vez ahora que empezamos, eso es
todo lo que podemos hacer, y estoy más que bien con eso. Tan bien
que es estúpido.
Cuando mis dedos se enredan en su pelo, estoy segura. Este es mi
lugar favorito en el mundo.

El ruido del timbre nos distrae lo suficiente como para dejar de


besarnos, y ambos nos volvemos hacia la entrada.
—¿Estás esperando a alguien? —pregunta Shane, y sé dónde está su
mente. La mía está pensando en lo mismo. ¿Podría ser Alex?
—No —suspiro y me dirijo al timbre—. ¿Hola?
Del interfono sale una voz alta y burbujeante.
—¡Hola! ¡Tengo comida y bebida! Déjame entrar.
Es Emma. Compruebo la expresión de Shane, y parece aliviado, así
que pulso el botón que abrirá la puerta de abajo y camino hacia él.
—Hey, una cosa.
—¿Emma está completamente desquiciada?
—Sí. ¿Puedes ser amable?
Me picotea los labios.
—Por supuesto. Tus amigos también son amigos míos. —Entra en
la cocina y tira el resto del chocolate por el desagüe. Lo que me
recuerda el estado de mi apartamento, mi cara y mi ropa. Miro mi
reflejo en el espejo y parece que no me haya duchado en seis semanas.
Inspecciono el pelo que se me está pegando en mechones marrones
alrededor de la cara y sonrío.
Cuando llaman a la puerta, la abro con una risita, ensanchando los
brazos.
—¡Hola!
La expresión de Emma cambia de alegre a preocupada.
—Dios mío, ¿eso es caca?
Mis brazos caen a los lados mientras ella mira boquiabierta el
apartamento detrás de mí, la risa de Shane viajando hacia nosotras
desde la cocina.
—No, ¿no lo hueles? Es chocolate.
Su boca se ensancha y señala hacia la cocina, luego dice:
—¿Está Shane aquí?
Casi sin hacer ruido, susurro:
—Nos besamos.
Grita, lo suficientemente alto como para que todo el ejercicio de
hablar con la boca sea inútil, y luego pasa junto a mí y entra en el
apartamento.
Cuando me reúno con ella en la cocina, Shane le ofrece su mano
manchada de chocolate, que ella mira con asco.
—Oh, claro, lo siento. —Se acerca al fregadero y se lava las manos—
. Encantado de conocerte por fin. Tú debes ser Paradise.
—¿Porque soy la respuesta a todas tus plegarias? —Emma
canturrea.
Creo ver cómo le explota el cerebro a Shane mientras su rostro se
desfigura de horror. Sus ojos se dirigen hacia mí mientras sus mejillas
se tiñen de rojo sangre y agita las manos mojadas sin control.
—No, no, eso no… solo quería decir… Heaven dijo…
No puedo dejar que sufra así.
—Sabe lo que querías decir, Shane —lo tranquilizo, enviando una
mirada de advertencia a Emma—. Y tú… Para la única vez que alguien
te llama así. No te estás vendiendo muy bien.
Riéndose un poco demasiado por fuera, se acerca a Shane y le da
unas palmaditas en el brazo.
—Encantada de conocerte a ti también. —Se queda mirando el
cuerpo cubierto de chocolate de Shane—. ¿Quieres que meta esa
camisa en la lavadora por ti?
Gruño.
—Emma, compórtate.
—Bien, bien —dice, girándose para mirar las paredes y luego el sofá
blanco de antaño—. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Explotó la fábrica de
chocolate?
—Me imaginé que Heaven necesitaría algo para limpiar hoy. —
Shane señala la cocina, sus mejillas vuelven a su tez habitual—.
¿Dónde puedo encontrar artículos de limpieza?
Le señalo el armario de la derecha, se dirige hacia él y saca aerosoles
y paños. ¿Se ofendería si le dijera que esos son los buenos? Si los usa
con todo este chocolate, tendré que tirarlos, y los pedí expresamente
por Internet.
—¿Qué pasa? —pregunta.
Mierda. Se dio cuenta de mi mirada.
—Hum, nada.
Se vuelve hacia los aerosoles.
—¿No son estos los adecuados…?
Cuando mi mirada se dirige a los paños, los recoge.
—¿Éstos? ¿No quieres que los use?
La cabeza de Emma rebota de él a mí.
—Son de microfibra —susurro, sabiendo muy bien que estoy siendo
rara delante de él, liberando a la bestia fiera del control, como la llama
Alex.
—Bien. ¿Qué tal estos? —Saca unas sucias y viejas, y una vez que
mis hombros se relajan, se acerca al microondas y empieza a limpiar—
. Bien.
Genial. Eso es todo. No hay rollo de ojo, no hay comentarios
sarcásticos. No le importa. Está bien.
—Ahora volvemos —dice Emma tras unos segundos de silencio.
Mientras tira de mí hacia el dormitorio, miro por encima del hombro,
donde Shane nos observa con una sonrisa.
La puerta se cierra detrás de nosotras y, cuando me dirijo al armario,
ella aparece a mi lado.
—¿Qué demonios ha pasado? ¿Se han acostado? —susurra.
Sus susurros son demasiado fuertes.
—No, no. —Tomo un par de joggers y una camiseta—. Pero nos
hemos besado.
—¿Eso es todo? —Hace una mueca, vuelve a acomodar la camiseta
y me da otra en su lugar.
—Sí. Ha sido demasiado rápido para mí con… bueno, con todo lo
que ha pasado. —Miro el cargador del teléfono de Alex junto a la cama
y suspiro—. Pero me invitó a una cita.
—¡Es genial! —grita—. ¿Cuándo? ¿dónde? ¿Qué llevarás puesto?
—¿Quizás podamos hablar de ello mañana, cuando no pueda
escuchar a escondidas?
—Bien, bien. Dime una cosa —me dice mientras me quito el pijama
y me pongo los joggers grises—. ¿Cómo fue?
«¿Besarlo?» Recuerdo el sabor de sus labios, su ligera barba
incipiente pinchándome la piel. Sus manos subiendo por mi muslo, su
lengua plana contra mi cuello.
—Como desearía que no estuvieras aquí, para poder hacerlo un
poco más.
—Si te hace desear que no estuviera aquí, entonces debe ser la
deidad de la follada en seco.
Golpeando juguetonamente su brazo, me acomodo la camiseta.
—No sé. Fue… el beso más increíble de mi vida.
—¿Lo has visto sin camiseta? ¿No te lo he dicho? —pregunta, y
como no podemos quedarnos todo el día en esta habitación mientras
le describo todos sus músculos (son demasiados), asiento rápidamente
y me niego a dar más detalles.
—No puedo creer la suerte que tienes —dice Emma mientras sacude
la cabeza.
Me gustaría recordarle que, para llegar hasta aquí, tuve que
descubrir que mi novio de toda la vida me engañaba, luego decidir
hacerle catfish, emborracharme, emparejarme con un desconocido, que
me asignaran a un equipo aleatorio de locos y descubrir que Shane es
mi jefe. Pero no es así.
Tiene razón, y yo tampoco puedo creer que tenga tanta suerte.
Sr. y Srta. Imbécil

La ciudad se ve preciosa desde esta pared de cristal. Los altos


edificios se alzan ante mí, pero detrás, ocultos por un gran centro
comercial, asoman los canales. El agua brilla y centellea con los rayos
del sol, como mil millones de diminutos espejos, y no puedo evitar la
amplia sonrisa que curva mis labios. En algún lugar al este de allí está
el lugar secreto de Shane.
Me doy la vuelta y maldigo entre dientes a las puertas del ascensor.
Siempre me emociona llegar al trabajo, y eso es especialmente cierto
desde que empecé a trabajar en la sexta planta hace un mes. Pero hoy
alcanza otro nivel. Hoy tardan un minuto entero más de lo habitual en
cerrarse.
—¡Espere!
Meto la mano entre las puertas que se cierran, que vuelven a abrirse,
y Shane entra en el ascensor a toda prisa, con el olor almizclado de su
loción para después del afeitado llenando el estrecho espacio.
—Señorita Wilson —dice, con los dedos revolviendo los botones de
su chaqueta.
—Señor Hassholm. Creo que llega tarde a su primera reunión de
hoy.
Se endereza la corbata y mira el reloj.
—Hmmm. No te creerías la noche que he tenido.
—¿No lo haría?
—No. He pasado horas limpiando el apartamento muy sucio de una
chica y esquivando las preguntas muy inapropiadas de su amiga.
Me muerdo el labio inferior, pero antes de que pueda decir nada
más, suena su teléfono. Supongo que lo hará a menudo, sobre todo
ahora que se acerca el evento.
—Mierda. —Se lo lleva a la oreja—. Marina, estoy en camino. Lo sé,
estoy en el maldito ascensor… sí, lo sé. Tráeles un café… dije que lo sé,
Marina. —Cuando escondo una sonrisa tras la palma de la mano, se
mete el teléfono en el bolsillo—. Ahora te ríes de mi miseria.
—No. —Me miro las uñas—. Bien, quizá un poco.
Se vuelve hacia mí y avanza hasta que estoy apretada entre él y la
pared del ascensor, la fría superficie sobre mi espalda equilibrada por
el calor de nuestros cuerpos en contacto.
Estoy a punto de preguntarle si ha perdido la cabeza, porque
alguien podría unirse a nosotros aquí en cualquier momento y estoy
bastante segura de que hay cámaras en la esquina superior, cuando
pulsa un botón y el ascensor se detiene de repente.
—Dios mío, ¿qué estás haciendo?
Sus dedos alcanzan un mechón de pelo que se ha escapado de mi
trenza.
—No sé. Debo de estar inspirado por tu libro. Supuse que
apreciarías que parara el ascensor y te robara un beso.
Acaricio su mano con la mía.
—Así es. Y estoy esperando a que me inunde el pánico, esperando
que sepas cómo deshacerlo.
—Ya se me ocurrirá algo. —Me pone el mechón detrás de la oreja—
. Buenos días, Heaven.
Inhalo profundamente. Ya no hay chocolate, pero aún percibo un
toque de postre. Me pregunto si es mi cerebro jugándome una mala
pasada o si se pasa algo de azúcar detrás de las orejas por la mañana.
—Buenos días, Sh…
Presiona sus labios sobre los míos y, una vez más, no me importa su
interrupción. Se me acelera el corazón, como un helicóptero en el
pecho, y estoy a punto de echar a volar cuando su lengua roza la mía,
cálida, exigente y deliciosa.
—Te he echado de menos —murmura contra mis labios.
Mi estómago se revuelve, se aprieta, se retuerce.
—Me viste hace unas horas.
—Lo sé. Es demasiado tiempo. Dejemos el trabajo y abramos esa
panadería. —Sus labios recorren mi cuello, su respiración suave y
abrasadoramente caliente contra mi piel—. Te daré de comer postres
y me pasaré el día besándote.
Arrastro los dedos por sus músculos flexionados. Sé que hemos
estado flirteando durante un tiempo, pero decir que es un tipo intenso
se queda corto. Desde nuestro primer beso de ayer, apenas me ha
quitado las manos de encima.
—No suena como un plan de negocios asesino.
—Hmmm. —Me mordisquea el cuello—. No pasa nada. Solo
necesitamos ingresos para comprar más postres.
Cuando suelto una risita, se queda mirándome los labios. Al cabo
de un segundo, su mirada se endurece, como si se le pasara por la
cabeza una idea inquietante.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Hoy no podré besarte así.
—Oh, lo sé. No te preocupes, cuando estamos en el trabajo, estamos
en el trabajo.
—Sí. El trabajo es el trabajo, y no podemos dejar que nuestra
situación personal interfiera en nada. —Sacude la cabeza—. Pero no te
lo decía a ti. Intento convencerme a mí mismo.
—Ah. —Le pico la punta de la nariz y le rodeo la cintura con los
brazos—. ¿Qué tal si compartimos el postre esta noche?
—Sí. Pero aún faltan de diez a doce horas.
—Eres un chico grande. Sobrevivirás.
Ladea la cabeza y me llevo la mano a su precioso pelo castaño,
arreglándoselo un poco después de haber tirado de él. Cuando le
ajusto la corbata, pulsa un botón y el ascensor reanuda su ascenso.
—Tienes razón. Soy un chico grande. Son diez horas, no es para
tanto.
Con una inclinación de cabeza, volvemos a nuestras posiciones,
cada uno a un lado del ascensor, con la suficiente distancia entre
nosotros como para que nadie se dé cuenta de que pasa algo más.
—O podríamos escabullirnos durante la pausa del almuerzo…
—Sí. Definitivamente eso —responde sin saltarse nada.
Sigo riéndome cuando se abren las puertas y entra nada menos que
nuestro director general. Tras saludarme con la cabeza, le habla a
Shane al oído. Este viernes se inaugura un hotel en el que llevan meses
trabajando, así que tiene muchas preocupaciones que compartir.
Cuando llegamos a la sexta planta, Shane se excusa y se dirige a su
despacho sin mirarme. Parece que oficialmente hemos vuelto al
trabajo.

Shane llama a la puerta de mi oficina, y verlo a través del cristal me


anima de inmediato. Han pasado veinticuatro horas desde nuestro
angustioso viaje en ascensor, y los dos hemos estado demasiado
ocupados con el trabajo como para hacer algo más que mirarnos con
nostalgia.
Lo que hemos hecho. Mucho.
El hombre con el que he estado hablando por teléfono se despide
rápidamente antes de colgar, así que hago pasar a Shane.
—Hola —me dice. Parece bien descansado, aunque sé con certeza
que anoche se fue pasadas las diez. Su traje de hoy es de un aburrido
tono beige que haría parecer Mr. Bean a cualquiera, pero que en él
resulta espectacular.
Perdiéndome por un segundo en el estampado cuadriculado de su
corbata rosa salmón, me tapo la boca para reprimir otro bostezo.
—¿Acabas de llegar?
Entrecierra los ojos.
—No, es casi la hora de comer. ¿A qué hora llegaste?
—No me he ido.
Sus labios se entreabren y sus cejas se levantan. Con el sol entrando
por la ventana e iluminando sus iris marrón oscuro, me mira
boquiabierto.
—¿Desde ayer?
Desde ayer. Le dije que tenía que trabajar cuando se fue anoche, y
lo dije en serio. Cuando volví a levantar la vista del ordenador, eran
las tres de la madrugada. No tenía sentido salir de la oficina, teniendo
en cuenta que no había terminado ni la mitad de mi lista de tareas
urgentes.
—Heaven, te va a dar un ataque de nervios. En realidad, podría
darme uno si no te cuidas mejor.
—Soy más dura de lo que parezco —digo con una sonrisa
perezosa—. He hablado con la empresa de seguridad. Me enviarán su
presupuesto para veintidós guardias extra.
Inhalando profundamente, fija su dura mirada en mí.
—Necesitas descansar…
—Tengo que hacer mi trabajo y hacerlo bien —insisto, intentando
tranquilizarle con una sonrisa—. Estoy aquí para salvarte el trasero,
¿no? Esto es lo que parece.
Chasquea la lengua, pero antes de que pueda discutir, Emma
irrumpe en el pasillo y se pone a su lado.
—Mira quienes están unidos por la cadera —dice mientras se asoma
a mi despacho.
—Emma, lo siento, lo siento, lo siento. No puedo ir a comer, olvidé
mandarte un mensaje. —Gruño, señalando la pantalla de mi
ordenador—. Tengo un montón de cosas que…
—No, vete a comer —dice Shane mientras camina hacia mí y me
pone de pie—. No has descansado en veinticuatro horas. Apuesto a
que tampoco has comido bien. Vete.
Estoy a punto de protestar, pero su mirada ardiente me dice que no
tiene sentido. El Sr. Imbécil se asoma por las rendijas y me reta a que
le lleve la contraria.
—Bien, vuelvo en media hora.
—Una hora. Vete. Necesitas comer si vas a salvar mi trasero.
—Bien. Adiós —refunfuño mientras tomo mi bolso, pero mi mohín
no hace nada por detener la sonrisa que se dibuja en su cara cuando
paso a su lado, y él no se aparta para dejarme pasar. En lugar de eso,
tengo que ponerme de lado para salir del despacho, ya que él ocupa
casi toda la entrada. Cuando lo hago, sus ojos recorren mi cuerpo,
vuelven a clavarse en los míos y me mira como si fuera la mejor noticia
que ha recibido hoy.
Es nuevo y, francamente, espectacular. Más que eso, es peligroso
pensar lo fácil que podría acostumbrarme a él.

Después de un almuerzo rápido y de mucho perderme con Emma,


vuelvo a mi despacho. Sobre mi mesa hay una caja de postres a
cuadros azules y blancos que me calma los nervios mejor de lo que lo
haría cualquier medicamento recetado. La abro, y esta vez hay algo
más que un lazo y una caja para guardar. Hay una nota.
Cuando la agarro, me da un vuelco el corazón y la alegría me recorre
la piel como el más suave de los pellizcos.

Querida Srta. Imbécil,


No me olvidé de nuestra apuesta. Este es tu postre favorito. Tenga razón
o no, merezco un beso por el esfuerzo. ¿Vienes a una cita conmigo el
sábado?
Tuyo de verdad,
Sr. Simpático.

Me apresuro a ir a su despacho, ignorando las miradas de reproche


que recibo a mi paso. Está al teléfono, pero me hace un gesto para que
entre.
—¿Sí?
—Sí.
Él sonríe, sosteniendo el teléfono contra su pecho.
—Sí, es tu postre favorito o sí, ¿vienes a una cita conmigo?
—Sí a la cita. No sé qué es esa cosa. Sin embargo, parece delicioso.
—Es una trufa de coco.
—No es mi favorito, me temo.
Se pasa un dedo por el cuello de la camisa.
—Bien. Estoy deseando volver a adivinarlo. ¿Lo dejamos para otro
día?
—Ya lo creo.
Suena otro teléfono y, con un suspiro, lo saca del bolsillo. A pesar
de lo impresionante que es hacer malabarismos con dos teléfonos y
una conversación, saber que este trabajo no es su sueño me entristece.
Si pudiera, le abriría una panadería y lo obligaría a dejar el IMP. Lo
obligaría a seguir su sueño y calmaría todos sus temores al respecto.
Se queda mirando la pequeña pantalla, las notificaciones hacen que
suene una y otra y otra vez. Aunque no se detiene, Shane lo deja a un
lado y vuelve a centrarse en mí, y mi corazón se desploma.
Lo puso boca abajo. Boca abajo. Hacia abajo. Así no puedo ver quién
lo está reventando con un millón de mensajes.
—¿Heaven? ¿Va todo bien?
No puedo dejar de mirar el pequeño aparato negro. No sé si es su
teléfono personal o el del trabajo, pero no hay mucha diferencia,
¿verdad? Podría usar cualquiera de los dos para hablar con otras
chicas, para estar en RadaR. Y si pone su teléfono boca abajo cuando
estoy cerca, entonces debe ser así.
—¿Heaven? ¿Qué está pasando?
Toda su cara está tensa. Tiene la mandíbula apretada y arrugas en
la frente. Supongo que yo estoy igual de angustiada, porque siento
como si alguien me pisara el pecho.
—¿Sigues con RadaR? —le pregunto.
Sus labios se separan. Sus ojos recorren mi cara, pero no emite
ningún sonido durante un rato.
Lo tiene.
—Todavía no lo he borrado. No he tenido mucho tiempo para
hacerlo y no me lo he pensado. —Se pasa una mano por la cara cuando
lo miro sin comprender—. Oye, no me hagas esto, ¿bien? Podemos
hablar de lo que quieras, pero el director general va a venir a una
reunión, tengo clientes al teléfono y tú te me estás viniendo abajo.
Tiene razón. La tiene. Le dije que el trabajo es el trabajo, y estoy
demostrando que me equivoco. Pero puso su teléfono boca abajo, y
puedo sentir el sudor formándose en mi espalda. Debe significar algo,
y no volveré a dejarme engañar como lo hice con Alex.
Aun así, intento sonreír, pero apenas asoma una comisura de mis
labios.
—Tienes razón. Hablaremos de esto más tarde.
—Espera —me dice cuando doy un paso atrás y, cuando me vuelvo
hacia él, tiene una expresión suplicante en la cara—. Por favor, dame
una oportunidad. Sé que estás debatiéndolo, pero necesito que confíes
en mí.
Asiento con la cabeza y salgo rápidamente de su despacho antes de
que pueda decir nada más.
Oh, quiero confiar en Shane. ¿Pero puedo? Tal vez sea un mal
momento, tal vez romper con Alex no sea suficiente y necesite tiempo
para sanar. Para no estar aterrorizada por los teléfonos y las
aplicaciones de citas. O tal vez tengo razón, y él está mintiendo,
haciendo quién sabe qué a mis espaldas.
Antes de doblar la esquina, no puedo evitar mirar, y el corazón se
me oprime dolorosamente en el pecho.
Está mirando la pequeña pantalla.
Nevaeh con vacilación

Dejo los tacones en el zapatero y miro el reloj de pared. Me dice


bruscamente que ya han pasado dos horas desde la hora en la que debí
haber llegado a casa, pero que todo va a empeorar de aquí en adelante
hasta que este acontecimiento termine por fin. Parece que nunca lo
hará.
En el baño, me desmaquillo, tomo el móvil y miro los mensajes de
Alex. Hoy me ha enviado siete. Van desde «lo siento» a «¿estás con
él?» y lo más aterrador, «voy a ir después del trabajo».
El trabajo para él ha terminado hace tiempo, así que no creo que
haya venido. Si lo hizo, no creo que haya entrado, porque todo está en
el lugar correcto, donde lo dejé.
Le respondo que hablaremos pronto. El trabajo es duro porque se
acerca el evento y estoy haciendo horas extra. Horas extra es un
eufemismo, teniendo en cuenta que llevo más de treinta y dos horas
sin llegar a casa.
No tengo fuerzas ni para cocinar ni para pedir la cena, así que me
conformo con unas galletas Oreo. Sentada en mi mesa vacía, en mi
apartamento vacío, me como las galletas recién sacadas de la caja, en
completo silencio. Después del día que he tenido, es lo único que se
me antoja.
Suena mi teléfono y, con un gemido al ver que es Alex, contesto. Es
mejor que tenerlo aquí.
—¿Hola?
—Oh, hey, Heaven… Hola.
Parece sorprendido de que haya contestado, probablemente porque
es la primera vez que lo hago desde la ruptura. Y se me encoge el
corazón al oír su voz.
—Hola, Alex. Escucha, acabo de llegar a casa del trabajo después
de…
—Lo sé, lo sé. Quería decirte que estoy trabajando en ello.
Mi cara se frunce mientras dejo la galleta sobre una toalla de papel.
—¿Trabajando en qué?
—En mí mismo. Voy a ver a un psicólogo, y voy a hacer las paces.
Haré lo que quieras que haga.
¿Viendo a un psicólogo? Se fue hace apenas unos días. Casi me dan
ganas de abrir RadaR y ver que está en línea, solo para demostrarle
que se equivoca, pero estoy demasiado cansada y desinteresada.
—Bien.
—Lo juro, Heaven. Te lo compensaré. Nunca volverá a pasar.
—Alex, no quiero que volvamos juntos.
Se hace un silencio.
—¿Es por ese tipo?
Apoyo el codo en la mesa y jugueteo con la esquina de la caja de
galletas.
—No voy a mentirte y decirte que no hay nada entre nosotros. Pero
él no es la razón por la que no quiero que volvamos juntos, no.
Se queja.
—Lo es. Por favor, dime que no te acostarás con él. Por Dios. Dime
que no lo has hecho ya.
—¿Me estás escuchando? —pregunto mientras mi voz alcanza un
tono más alto. Tengo que reconocerlo, hay que tener audacia para
decir eso después de haberlo sorprendido acostándose con otra mujer
en nuestra cama hace solo unos días.
—Sí. Lo hago. Dime que no te acuestas con él.
Ignoro la sensación de ira líquida que hierve en mí e intento
mantener un tono firme en su lugar.
—Alex. Hemos terminado. Tengo todas tus cosas empaquetadas.
Envía a alguien a recogerlas, por favor, y sigamos adelante con esto.
—No, no. No se ha acabado. Nada ha terminado, Heaven. Te quiero
—gimotea, seguido de un fuerte golpe—. Por favor, déjame arreglar
esto. Te juro que puedo arreglarlo.
Dios, no debí haber contestado el teléfono. Probablemente piensa
que, si sigue insistiendo, cederé.
—Alex, lo siento, de verdad. Pero es demasiado tarde.
Cuando vuelve a protestar, cuelgo. Sé que no me soltará y no puedo
aguantar más sus ruegos. Hoy no. Hoy necesito dormir.
Antes de que pueda morder la siguiente galleta, recibo un correo
electrónico de la empresa de catering. Les respondo inmediatamente
y, una vez que he terminado, me relajo en la silla y cierro los ojos. Me
dormiré así si me quedo aquí un minuto más.
Mi teléfono vuelve a encenderse, vibrando contra la mesa, y lo tomo
sin dudarlo. No sé si es Alex o el trabajo, pero dormiré con él bajo la
almohada para asegurarme de no perder ninguna llamada importante.
Por desgracia, no es ninguna de las dos cosas.
Con un golpe seco, mi teléfono cae sobre la mesa mientras me tapo
la boca con una mano. Es de RadaR. Shane. Shane le envió un mensaje
de texto a Nevaeh en RadaR.
Me arden los ojos y, con el primer parpadeo, la pantalla que tengo
delante se difumina. El silencio reina en mi apartamento, excepto por
el tic-tac del reloj de pared y el latido mucho más rápido de mi
corazón. Entonces las lágrimas dan paso a los sollozos, que no hacen
más que aumentar cada vez que aparece uno nuevo. Cada vez más
fuertes y dolorosos.
No puedo creer que hiciera esto. No puedo creer que buscara a
Nevaeh. Hemos estado saliendo por… bueno, no hemos empezado
todavía, ¿y ya está buscando a otras chicas?
¿Soy yo? En serio, ¿hay algo fundamentalmente malo en mí que
hace que los hombres necesiten más?
Apretándome el pecho, jadeo una y otra vez, pero parece que no
entra nada de aire. Es la ira, probablemente, pero me siento agotada.
Agotada. Agotada.
He terminado.
Tomo mi teléfono y pulso el icono de RadaR. Borraré este estúpido
perfil, esta estúpida aplicación. He terminado con esto, he terminado
con todo. Pulso sobre la notificación y se abre el chat con Shane.
Aunque no quiero leer el mensaje, me doy cuenta de que la burbuja
verde me cubre toda la pantalla y, a través del desenfoque de mis ojos,
leo sus palabras.

SHANE:
Hola Nevaeh. Hace tiempo que no hablamos, el trabajo me tiene
ocupado. No estoy seguro de lo que estoy haciendo o si este mensaje
tiene sentido, teniendo en cuenta que no nos conocemos. Pero
tampoco quiero dejarte sin palabras. Creo que es justo decir que
compartimos una conexión, aunque no llevó a nada romántico. Así
que quería que supieras que voy a borrar esta cuenta. Conocí a
alguien, y si fuera cualquier otra situación, me encantaría seguir
siendo amigos. Pero supongo que no sería fácil explicar mi amistad
con una chica misteriosa de una aplicación para ligar. Siento que
nunca pudiéramos ver Matrix juntos. Para compensarte, esta es mi
frase favorita. «¿Alguna vez has tenido esa sensación de no estar
seguro de si estás despierto o soñando?» Shane

Me quedé boquiabierta ante el mensaje. Por supuesto, dejé de


sollozar. Ahora, sonrío y estoy triste al mismo tiempo, lo cual es
posiblemente más idiota.
Su foto de perfil ha desaparecido, y si hago clic en su nombre, no
aparece nada. La cuenta ha desaparecido. No está pensando en borrar
la aplicación. Si hay otras chicas, no les dio la oportunidad de
convencerlo de quedarse. Solo les hizo saber que está fuera. Es mío. Y
está citando Matrix, la película que él y Nevaeh nunca llegaron a ver
juntos. Tal vez lo hagamos, algún día.
Pulso el pequeño icono que muestra el perfil de Nevaeh y me
desplazo hacia abajo hasta que mi dedo se posa sobre el botón
«Eliminar». Dudo, intentando grabar este momento en mi memoria.
Por muy tonto que haya sido todo esto, no creo que Shane y yo
estuviéramos aquí hoy si no fuera por la conexión que compartimos
gracias a Nevaeh. No habría visto su lado dulce como el postre que
ahora adoro. No habría sido más que el Sr. Imbécil para mí.
Con un último suspiro, pulso «Eliminar» y cierro la sesión de la
aplicación. Nevaeh está fuera de mi vida. Se ha ido.
Casi en el momento justo, llaman a mi puerta y sé que no son Alex,
Emma o la vecina que siempre me pide sal o azúcar. Es Shane. Salió
del trabajo y envió ese mensaje a Nevaeh de camino aquí, a mí.
Corro hacia la puerta y la abro. Apenas me fijo en sus ojos cansados,
en cómo tiene la mandíbula desencajada y los hombros tensos por el
estrés, porque le tomo la cara entre las manos y lo beso, tirando de él
hacia dentro hasta que cierra la puerta tras de sí.
—Hmmm… hola —dice cuando recuperamos el aliento, pero ahora
estoy bien de oxígeno y vuelvo a besarlo. Tendrá que esperar al
próximo descanso para que lo salude.
Sus manos se mueven hasta la parte baja de mi espalda, y nos
quedamos de pie en medio del pasillo, saboreándonos los labios como
si la combinación de los dos fuera nuestro postre favorito. Sé que es el
mío.
—Hola —le digo cuando nos detenemos de nuevo. Antes de que
pueda lanzarme sobre él, me pasa los pulgares por las mejillas,
húmedas de lágrimas.
—¿Qué está pasando? —Me abalanzo sobre él, pero me sujeta los
hombros—. ¿Estabas llorando?
—Ya no importa.
Con mirada inquisitiva, deja caer un picotazo sobre mis labios.
—¿Podemos sentarnos y hablar un momento?
No quiero volver a entrar en pánico por nada, pero sé que hoy no he
sido la mejor versión de mí misma, y un peso se me instala en el
estómago, dificultándome la respiración. Nunca es bueno que los
hombres quieran hablar. ¿Lo es?
—Ven —dice mientras nos sentamos en el sofá con las rodillas
juntas—. Tengo algo para ti. —Saca un papel de su chaqueta y me lo
pone en las manos.
Lo miro con cansancio, pero él me insta a abrirlo.
—0347, 9628 —leo en voz alta—. Dime que son números premiados
de la lotería, porque mi jefe es un auténtico imbécil.
Con una amplia sonrisa, levanta sus dos teléfonos y los deja sobre la
mesita. Oh, deben ser sus códigos pin.
—Shane, no, yo…
—Heaven, escúchame. —Su labio inferior desaparece detrás de sus
dientes—. He borrado RadaR. Y entiendo que luchas con la confianza
en este momento, así que tienes mis códigos pin. El del trabajo cambia
cada semana, pero te daré el nuevo en cuanto lo tenga. Puedes revisar
mis teléfonos cuando quieras. También puedes contestarlos, solo
que… si es mi teléfono del trabajo, tendrás que fingir que eres Marina
y pasar el mensaje.
Cuando miro hacia abajo, me levanta la barbilla con el dedo.
—Oye, lo digo en serio. Solo te pido una cosa a cambio —dice—.
Prométeme que intentaremos crear confianza juntos. Con tiempo. Y
hasta que estés lista, mis teléfonos están ahí para que los uses cuando
quieras.
—Shane. —Respiro hondo y aprieto su mano entre las mías. Shane
no es Alex, y no dejaré que mi relación pasada arruine lo que está
pasando entre nosotros ahora mismo. Me niego a hacerlo. Me vuelvo
hacia las contraseñas, rompo el papel cuatro veces, hasta que no tengo
fuerzas para hacerlo de nuevo, y luego los dejo sobre la mesita con un
suspiro—. Lo siento.
—No necesitamos apresurarnos, Heaven. Puedes tomarte tu
tiempo.
—No, no quiero. —Le echo los brazos al cuello y lo abrazo fuerte. Sé
que las cosas aún no están resueltas; hará falta más que esta noche para
que confíe plenamente en otro hombre. Pero estoy decidida a hacerlo
lo mejor que pueda y de la forma correcta—. No necesito revisar tus
teléfonos. Lo que me preocupa es…
Me acaricia la mejilla cuando dudo, escrutando mis ojos.
—¿Qué pasa?
Tomo su teléfono y lo pongo boca abajo sobre la mesita.
—Eso es lo que hiciste hoy. Eso es lo que Alex hizo a mi alrededor,
porque…
—No quería que vieras los mensajes que recibía. —Se pasa una
mano por la cara cansada—. No, Heaven, giré mi teléfono porque no
quería que mis ojos fueran allí si la pantalla se encendía. Quería
centrarme en ti; siempre quiero centrarme en ti. Sobre todo, si estoy en
el trabajo y solo puedo estar contigo cuatro minutos. —Mi pecho se
agita mientras él se rasca la cabeza—. Pero, oye, esto es bueno. Ahora
que sé que te molesta, no le daré más vueltas.
Me muevo contra él, empujando mis labios hacia los suyos y
arrastrándole a un profundo y largo beso.
—Nop. Si esa es la razón, por favor, hazlo todo el tiempo.
—Lo que tú quieras —susurra, agarrándome por la espalda y
bajando los ojos hasta mis labios. Cuando me siento a horcajadas sobre
él y lo acribillo a besos mientras le desabrocho la camisa, sus manos
suben por mis piernas hasta tocarme el trasero—. Hmmm… Heaven.
Deslizo las manos bajo su camisa, sintiendo sus tonificados
músculos con cada dedo. No puedo terminar de desabrochársela, me
entran demasiadas ganas. Rechino contra el bulto cada vez más duro
de sus pantalones, le beso el pecho y gimo de lo bien que sabe. A
azúcar y a hombre. ¿Puedo lamerle todos los músculos, uno a uno?
¿Sería raro?
—Vamos a la cama. —Cuando me coloca un mechón de pelo detrás
de la oreja, me pongo en pie. Tomados de la mano, caminamos hacia
el dormitorio y, con una sonrisa diabólica, se quita la corbata y luego
el resto de la camisa—. Ven aquí —me dice.
Camino hacia él y lo beso hasta que caemos sobre la cama uno al
lado del otro entre risitas. Parece agotado. Le rozo la mejilla con los
dedos y me pregunto qué aspecto tengo. Me he quitado el maquillaje
y hace días que no duermo.
—Eres tan bonita —me dice mientras nos da la vuelta para tumbarse
encima de mí. Está leyendo mi mente otra vez—. ¿Yo también soy
guapo?
—Oh, ¿nos estamos burlando el uno del otro? —le pregunto
mientras le golpeo juguetonamente en el hombro.
Me aprieta las muñecas con los puños y las sujeta contra el colchón.
—Dudo que encuentres algo por lo que burlarte de mí.
—¿En serio? «Oh, no. Ella no es mí, hmmm, esposa. No, no estoy,
hmmm, no, casado, no» —me burlo.
—Ah, sí. Eso no fue muy sutil, lo reconozco. —Picotea a lo largo de
mi mandíbula—. Therese es tan astuta. Y no quería que pensara que
eras mi amante.
—Resulta que eras el mío —susurro, y cuando me muerde el cuello
con un gruñido, chillo—. ¡Lo siento! Lo siento.
—¿Estás durmiendo con esto? —Me suelta las muñecas y se agarra
a mi camiseta. Cuando asiento, me llueven más besos por toda la
cara—. Entonces métete bajo la manta. Es hora de cerrar los ojos.
Me sostengo sobre el codo mientras él se levanta para quitarse los
pantalones. Observo sus musculosas piernas salpicadas de vello corto
y oscuro, y me pregunto qué se sentiría al apretarlas con las mías.
—¿Quieres… dormir?
Sonríe mientras dobla los pantalones y los deja caer sobre el sillón
de cuero blanco.
—Sí. No has descansado en cuarenta y ocho horas. Estás agotada y
acabas de llorar.
Estoy demasiado cansada para discutir, pero me gustaría que esta
noche fuéramos más lejos. Aun así, cuando mi cabeza toca la
almohada, me siento como flotando en una nube. Cierro los ojos y
siento que me quedo dormida en un segundo.
—Muévete —susurra Shane.
Diría que el lado derecho de la cama es mío (normalmente lo haría),
pero apenas puedo moverme lo suficiente para que él se tumbe.
Tampoco puedo concentrarme en el hecho de que Shane está tumbado
a mi lado, con el pecho pegado a mi espalda mientras me besa el
hombro. No puedo disfrutar del contacto de su piel contra mi
camiseta, de sus piernas enredándose con las mías. Apenas soy
consciente de su mano acariciándome el brazo, de su delicioso olor
dejando su huella en mis sábanas.
Es la primera vez que pasa algo de esto, y me lo estoy perdiendo,
porque me estoy quedando dormida, pero mi corazón no había tenido
un entrenamiento tan intenso en años. Estar aquí con él es todo lo que
necesito, siempre.
Él y sus postres.
La cita

No tengo ni idea de lo que Shane y yo vamos a hacer esta noche.


Contemplo en el espejo los mechones castaños que vagan por mis
hombros, las ojeras que plagan mis ojos cansados y la pálida piel de
mi cara, y dejo el maquillaje sobre el escritorio. Como dormir no ha
sido una opción en los últimos días, el maquillaje servirá.
Pintalabios rojo, sombra de ojos ahumada. Podría ser demasiado.
¿Maquillaje nude? Tal vez sea demasiado simple. Si me dijera a dónde
vamos, esto sería mucho más fácil.
Aun así, no puedo esperar a mi primera cita con Shane. En serio, es
ridículo. Hemos pasado la mayor parte de las últimas cinco semanas
juntos, pero esta noche es oficial, especial. Nueva y emocionante. Lo
que también significa que soy un manojo de nervios.
Cuando suena el timbre, dejo de aplicarme la base de maquillaje.
Esa no es Emma. Ella sabe que voy a salir con Shane esta noche.
Tampoco creo que sea Shane, porque le di una llave del apartamento.
Con todo lo que ha estado pasando en la oficina, al menos uno de
nosotros siempre termina quedándose en el trabajo hasta medianoche,
cuando el otro está profundamente dormido. Y me gusta demasiado
despertarme a su lado, así que, aunque es absurdamente temprano
para ello, tiene una llave.
Me dirijo al interfono y pulso el botón.
—¿Sí?
—¿Puedo pasar?
Al oír su voz quejumbrosa, se me retuerce el estómago.
—No, Alex. No puedes.
—Ésta también es mi casa, Heaven. Si no me dejas entrar ahora
mismo, llamaré a tus padres. Me presentaré en el trabajo. Esperaré
aquí mismo hasta que salgas. Y no pagaré el alquiler, te echarán.
Ahí está. Aunque sabía que este momento llegaría desde que Emma
me enseñó esa captura de pantalla, me golpea como si no lo hubiera
previsto. Como si surgiera de la nada. Como si no supiera que el
hombre con el que he pasado los últimos cinco años de mi vida me
tiraría debajo del autobús en un minuto, sin pensárselo dos veces.
—Llama a mis padres, si quieres. Llama también a los tuyos.
Cuéntales toda la mierda que has estado haciendo, ya que estás. —
Pulso el botón con más fuerza—. Y no te preocupes por el alquiler,
porque no quiero tu dinero.
Faltan pocos días para el evento, y con él llegarán mi ascenso y mi
aumento de sueldo. Nadie puede negar que hice un gran trabajo, todo
considerado, así que definitivamente lo tengo en la bolsa. Al diablo
con Alex.
—No es culpa mía…
—¡Me has engañado, Alex! Me menosprecias constantemente, me
utilizas y me dejas de lado cuando terminas. No me amas, solo quieres
tenerme cerca.
—¡He cometido un error! Uno, ¿y esto es lo que obtengo?
Me burlo.
—¿Un error? ¿Un error?
—¡Sí, uno! Y juro que no volverá a ocurrir.
Respiro hondo. Entiendo que esté sufriendo, pero tiene que dejar de
acosarme y no voy a mimarlo mientras me miente una vez más.
—Unirse a una aplicación de citas es más que un error, Alex. De
hecho, puedes contar a cada una de las chicas con las que coincidiste
como un error separado.
—¡Aplicación de citas! ¿De qué estás hablando?
—¡RadaR, Alex! Estoy hablando de RadaR.
Hay un momento de silencio, entonces, desde el intercomunicador,
sale su voz.
—¿Qué carajo es RadaR?
Arrugo las cejas.
—RadaR es la aplicación de citas que has estado usando para ligar.
Ligues de una sola vez. Lo sé, Alex. Me hice un perfil allí para
sorprenderte engañándome. Soy Nevaeh.
Tras otra breve pausa, tartamudea:
—Una vez… ¿RadaR? ¿Por qué iba a unirme a una aplicación de
citas, Heaven? Ya sabes lo que pienso de la privacidad. ¿De verdad
crees que soy tan estúpido como para unirme a esos sitios web? No
voy a poner mis datos a disposición del gobierno para que…
Pongo los ojos en blanco cuando su voz se convierte en un ruido de
fondo. No puedo oír otra perorata sobre cómo todo el mundo quiere
hacerse con sus datos. ¿Qué datos? ¿Y quién es todo el mundo?
Pero hay algo más que me llama la atención: la sinceridad de su voz.
La confusión grabada en su tono. El hecho de que realmente parece
que no tiene ni idea de lo que estoy hablando.
—Escucha, déjame… hablemos —suplica con urgencia.
—No. No quiero, y además… pronto tendré una cita. Tienes que irte.
—Más silencio. Quizá saber que estoy con otra persona le ayude a
entender que hemos terminado.
—¿Es con ese tipo?
—Shane.
—¿Es con él?
Me apoyo con la espalda en la puerta.
—Sí. —Un fuerte golpe suena en el interfono y se me arruga la
frente—. Alex, tienes que irte. Esto empieza a dar miedo.
—Sabes que nunca te haría daño, Heaven, por favor.
—Ya lo has hecho —digo, mirando el suelo de madera y viendo una
pequeña mancha de chocolate en el zócalo. Todo mi piso sigue oliendo
a chocolate, y espero que ese aroma no se vaya nunca.
—Heaven, por favor…
Froto el dedo sobre la mancha achocolatada, equilibrándome sobre
un pie para mantener la otra mano en el intercomunicador.
—No, Alex. Se acabó. Estoy con Shane.
Hay más silencio, y cuando lo llamo por su nombre, no responde.
Espero que se haya ido.
Una vez que vuelvo a maquillarme, me sujeto la barriga mientras
un enorme peso se asienta sobre ella, pero termino con los últimos
retoques y, para cuando termino, me he imaginado cien escenarios
diferentes relacionados con esta noche y vuelvo a estar de buen
humor.
Me asomo al dormitorio y me muerdo el interior de la mejilla
mientras miro fijamente la almohada del lado derecho. Camino hacia
ella y acerco la nariz para oler un poco a Shane. Sería increíble poder
meter la cara en ella (no admito ni niego que lo he hecho varias veces),
pero acabo de terminar de maquillarme.
Entonces, abriendo el armario, elijo un vestido azul claro que
compré hace un par de meses. Es lindo, sexy… debería servir para lo
que sea que vayamos a hacer, a menos que implique escalar paredes o
deslizarse por el barro.
Cuando termino de arreglarme, es media hora antes. Riego las
plantas, luego me fijo en otra mancha de chocolate y la limpio. Espero
hasta que los segundos se convierten en minutos y se me hace un nudo
en el estómago. Cuando vuelvo a sentarme, ya han pasado cinco
minutos de la hora a la que Shane debería haber llegado. Y él nunca
llega tarde. Pero no me dejaría plantada, ¿verdad?
Mi mente salta de un miedo a otro, y cuando por fin suena mi
teléfono, lo tomo de un salto. Es Shane.
—¿Hola?
—Hola…
Mis cejas se curvan. El tono de Shane no es… El tono de Shane.
—¿Qué pasa?
—No puedo ir a la cita esta noche. Ha habido un problema con… Sí.
No. No lo sé, Marina. Arréglalo —suspira—. ¿Heaven?
—¿Sí?
—Estoy atrapado en la oficina. Lo siento mucho. Habría llamado
antes, pero pensé que ya habríamos terminado. Resulta que ni siquiera
estamos cerca.
Me aclaro la garganta. No quiero que oiga lo disgustada que estoy,
pero hay un bulto del tamaño de una naranja bloqueándome las vías
respiratorias.
—Oh, no pasa nada. ¿Está todo bajo control?
—Sí, más o menos. Tendré que quedarme unas horas más. Se
suponía que hoy teníamos que enviar todas estas cajas para que
lleguen a los clientes la semana que viene, por el aniversario de la
empresa. Pero alguien se olvidó. Marina programó una nueva
recogida para mañana, y hay cientos de cajas que tienen que estar listas
para entonces.
—¿Puedo ayudar? —pregunto mientras me dejo caer en el sofá. La
decepción de saber que no tendremos nuestra cita esta noche no es tan
desgarradora como saber que no lo veré hasta más tarde, cuando esté
medio dormida.
—No, no. Disfruta de tu noche. Y te llevaré a esa cita mañana… Lo
tenía todo planeado. —Parece tan disgustado como yo, lo que me
anima un poco. Al menos él también me echa de menos.
Antes de que pueda contestar, vuelve a gritarle algo a Marina.
Finalmente, se disculpa y cuelga.
Pago al taxista y me dirijo hacia las puertas de doble cristal de la
oficina. Ya he estado aquí muchas veces por la noche y siempre me
relaja. El edificio parece más grande, más aséptico, mientras mis
tacones repiquetean en el suelo.
Al entrar en el ascensor, pulso el botón hasta la sexta planta mientras
el parpadeo de los coches y las farolas ilumina la noche de fuera. Me
aliso el vestido y me arreglo los mechones de pelo que me caen por los
hombros, aunque ambos están bien, y cuando por fin se abren las
puertas, camino hacia el despacho de Shane.
Él está sentado en su escritorio con camisa negra y corbata negra,
gritando direcciones, y Marina corre de un lado a otro de la habitación,
con los tacones aún puestos y una falda lápiz que la hace moverse
como una muñeca rota.
—Avenida Wynyard. Robert Garland.
—Comprobado —responde Marina.
—Calle John Kane. Kimberly Simmons.
—OK.
Mientras escribe algo cada vez que Marina le da un «visto bueno»
observo las cajas por todas partes. ¿Un par de horas? No sé cuánto
falta, pero parece que será un trabajo de toda la noche.
—Heaven —susurra una vez que se fija en mí, sus cejas se arquean
sobre su frente cuando Marina se detiene.
Me lanza una mirada de odio antes de pasar junto a mí y salir al
pasillo.
—Voy por un café.
—¿Qué haces aquí? —Shane camina hacia mí con impaciencia en la
mirada, y mi mente entra en modo cuenta atrás. Tres… dos… uno… y
me abraza. Inmediatamente me relajo contra su pecho; nunca sabré
cómo es tan cómodo. Pero no lo había abrazado desde esta mañana, y
eso es demasiado tiempo para una pareja tan pegajosa como nosotros.
—He venido a ayudar —murmuro contra su pecho firme.
—No es tu trabajo —murmura, los picotazos que me da en el pelo
me dicen que no le importa lo suficiente como para parar.
—Lo sé. Pero parecía que me necesitabas.
—Siempre lo hago. Aun así, no podría pedirte que vinieras. Ya
tienes demasiado trabajo, y ni siquiera se trata del proyecto Devòn.
Resistiendo el impulso de frotarme la cara contra su camisa porque
se mancharía de maquillaje, aspiro su olor adictivo.
—Sé que no me lo pedirías. Por eso he venido.
Da un paso atrás mientras me sujeta las manos, con los ojos caídos.
—Mírate. Estás toda arreglada para nuestra cita. —Sacude la cabeza
con un suspiro—. Estás… Dios, qué guapa estás.
—¿Hemos terminado aquí? —pregunta Marina, que entra en la
habitación con el ceño fruncido mientras sostiene una taza de café.
La mirada de Shane la fulmina.
—Como mi asistente, tal vez quieras preguntarme si también quiero
un café.
—Soy tu asistente, no tu barista.
La mirada de Shane sigue sus movimientos por la habitación. Casi
como si esperara que ella explotara, como si él estuviera tan
claramente ordenando con sus ojos. Cuando ella no lo hace, él ladra:
—Y tal vez gracias a Heaven por venir aquí a ayudarnos.
—Nadie me dio las gracias por estar aquí.
Una vez que la expresión de Shane le impide decir más, ella
ensancha los ojos dramáticamente.
—Gracias, Cuarto Piso. Todos estaríamos perdidos sin ti.
—De nada, Sexto Piso. —Dejo caer mi bolso sobre la silla y no puedo
evitar la risita que me sale de los labios—. ¿Por dónde empezamos?

Bebo un sorbo de café amargo y revitalizante y me recojo el pelo en


un moño. Mi habitual trenza de trabajo está ahí por una razón: odio
que el pelo se me mueva delante de la cara.
—Daniel… Radcliffe.
—El actor no —responde Shane moviendo la cabeza—. Lo tenemos.
¿Eso es todo?
—Eso es todo. —Dejo caer el papel que sostengo y estiro las piernas.
Shane ha mandado a Marina a casa hace una hora; al parecer, a partir
de las tres de la mañana se vuelve más desagradable de lo normal, y
me prometió que no quería estar cerca de ella.
—No puedo creer que hayamos terminado. —Mira los cientos de
cajas esparcidas por la habitación, luego su corbata y su chaqueta,
desechadas en un montón más alto junto a la esquina más alejada. A
estas alturas, sé que cada una de las cajas contiene unos cuantos
folletos sobre la empresa, una bolsa de mano, algunos productos de
belleza y un montón de material de oficina, además de una botella de
vino caro y un bote de unos tomates secos de lujo.
—¿A qué hora viene el mensajero a recoger esto?
—Mañana a las ocho. —Se deja caer en la silla frente a mí, se inclina
hacia delante y arrastra mi silla hasta que rueda contra la suya.
Mientras subo los pies para que descansen sobre sus muslos, me
masajea las plantas—. No puedo creer que hayas venido a ayudarnos.
—¿No puedes? Soy conocida por ser amable.
—Me gustaría pensar que nuestra singular situación también tuvo
algo que ver. —Sus dedos frotan círculos sobre mis piernas y la piel se
me pone de gallina.
Una semana juntos, aún sin sexo. Emma está perdiendo la cabeza
por esto. Cada día me manda un mensaje y me pregunta si lo hemos
hecho. Cada día usa una expresión diferente y colorida.
«¿Has mojado la galleta?» era una buena, pero «¿Has hecho Netflix
and chill?» —también merece un aplauso. Tuve que buscarla para saber
qué demonios quería decir.
—¿Nos vamos a casa? —pregunto, ahogando un bostezo—. Porque
estoy tan cansada que no me importaría dormir en la sala de descanso.
Se ríe, pero yo hablo cien por cien en serio. La idea de ir hasta mi
apartamento y tener que lavarme la cara y ponerme el pijama me
parece espantosa. Sobre todo, si dentro de cuatro horas tenemos que
volver a estar aquí. Y sé que tanto si dormimos aquí como en casa, esta
noche tampoco habrá sexo. Nunca lo había visto tan cansado y, a pesar
de las tres capas de corrector que me he echado en la cara, tengo unas
ojeras evidentes.
—Vámonos de aquí —dice, empujando mi silla hacia atrás hasta que
mis piernas caen al suelo.
—Bien —gimo mientras lo sigo por el pasillo. Me sujeto los tacones,
porque es imposible que me los ponga después de la noche que hemos
pasado, y probablemente también tenga que ducharme antes de irme
a la cama. Estos suelos deben de estar muy sucios.
Cuando llegamos al ascensor, me suelta la mano con un suspiro.
—Ven aquí. —Se vuelve hacia mí y tira de mí hacia arriba, mis
piernas lo rodean.
Apoyando la mejilla en su hombro, susurro:
—Creo que se me ve la ropa interior.
—No pasa nada. No hay nadie que la vea.
Cierto. Cierro los ojos y me agarro a su cuello. Huele tan bien
después de trabajar dieciséis horas. Es injusto.
Una vez en el coche, me obligo a despertarme y entablar
conversación. Las calles están en silencio y todo está oscuro. Como sé
que él también está agotado, temo de verdad que se duerma al volante.
Pero se comporta bien mientras conduce por la ciudad y responde a
mis comentarios, aunque parece ensimismado en sus pensamientos.
—Siento lo de esta noche.
Inclino la cabeza.
—No pasa nada. Podemos ir a tu gran noche mañana.
—Sí, pero se suponía que iba a ser nuestra primera cita de verdad, y
siento haber tenido que cancelarla en el último minuto.
—Aún tenemos que pasar tiempo juntos. Tenemos todo el tiempo
del mundo para salir.
Cuando sus ojos se fijan en los míos, me pregunto si he dicho algo
demasiado intenso. Es difícil recordar que solo llevamos juntos una
semana. Llevo mucho más tiempo enamorada de él que él de mí.
—¿Te apetece quedarte despierta un poco más? —me pregunta.
Una alarma roja se enciende y se apaga en mi cabeza. Sexo. Sexo.
Sexo. No saber cuándo ocurrirá me llena de tensión nerviosa. La
primera vez con alguien siempre es un poco accidentada y quiero
quitármela de encima. Más aún porque no he tenido una primera vez
con alguien en cinco años. Encima, lo deseo tanto que siento todo el
cuerpo en vilo.
—Sí. Sí, por supuesto —digo, animándome vergonzosamente
rápido.
Cuando gira a la izquierda, se me revuelve el estómago, pero luego
gira a la derecha y me desplomo en el asiento. La casa está del otro
lado, así que supongo que el sexo queda descartado una noche más.
Cuando aparca, mi corazón se detiene por un instante.
La plaza está desierta, pero es hermosa. A estas horas de la noche
también sale agua de la boca de los caballos. Sé que las monedas están
ahí, cobrizas y verdes contra el mármol blanco.
Shane me lleva a su lugar secreto.
Mierda. No puedo esperar a que lo haga, pero temo este momento
con la misma intensidad. ¿Cómo debo reaccionar? No quiero fingir
que no lo sé. Lo sé, pero no puedo decírselo.
Lo sigo fuera del coche y, tomados de la mano, caminamos hacia el
grafiti de la niña del vestido rosa, pasando por la fuente, hasta que nos
enfrentamos al muro.
—¿Ves ese grafiti? —me pregunta.
—Ajá.
—Esa es mi hermana.
Mis ojos se mueven de la pared a él y viceversa.
—¿Tu hermana?
—Sí. Me lo dibujó una amiga. Está inspirado en una foto de mi
hermana de niña, con el vestido rosa que tanto le gustaba. Tenía un
sentido de la maravilla increíble. Todavía lo tiene, de una forma
semiadulta.
Dios, hay tanto que quiero saber de este hombre. Está muy unido a
sus abuelos, y he visto la relación afectuosa entre él y Riley. ¿Pero tiene
amigos cercanos? Dijo que su hermana tiene un hijo. ¿Es niño o niña?
¿Cómo es con su sobrina o sobrino?
Señala el estrecho pasadizo entre el muro y el canal.
—Si sigues ese camino de ahí, llegas dentro. Hay un arco.
Me arrastra hasta la entrada del edificio, hasta la puerta verde para
la que tengo llave, y espero mientras la abre.
—¿Por qué mandaste a hacer el grafiti?
—No lo sé. Supongo que me gustó la idea de que aquellos que
comparten el mismo sentido de la maravilla que Riley, la misma forma
juguetona de ver la vida, encontraran este lugar.
La puerta se abre con un chirrido y, tras unos pasos, entramos en el
espacio familiar y pintoresco que tanto me gusta.
—Aquí es donde vivía de niño, con mis padres y mi hermana. —
Camina hacia el centro de la habitación con mirada nostálgica—. Aquí.
Aquí es donde él… ¿Qué?
Cuando se da cuenta de que me he quedado paralizada, tira de mi
espalda contra su pecho y vuelve a señalar hacia arriba.
—Segundo piso.
No puedo ver gran cosa, aparte de las barandillas negras y las malas
hierbas que crecen a su lado. Están enredadas con flores de colores que
cuelgan sueltas sobre nuestras cabezas. Amarillas, azules, rosas. Un
espectáculo pastel y decadente.
—Es precioso, Shane. ¿Es este… es este el lugar…?
—Sí. Este es el lugar del que me vi obligado a salir y al que volví —
dice mientras pierde lentamente la sonrisa—. Siempre he sentido esta
necesidad de… no sé, escribir sobre los malos recuerdos aquí con
algunos buenos. —Sonriendo, continúa—: Mucho que
desempaquetar, ¿eh?
—La verdad es que no —suspiro y vuelvo a levantar la vista. Si hay
algo con lo que me identifico, es con intentar controlar algo cuando
eres totalmente impotente en todo lo demás—. Lo entiendo.
Nunca he estado aquí tan tarde por la noche, y esta noche no hay
luna iluminando el cielo, pero las estrellas lo hacen lo suficiente como
para que pueda reconocer la columna tras la que encontré la llave, el
arco que da al canal, la pared con el otro grafiti de la chica. Ahora lo
entiendo. Está levantando las manos porque está contenta. Ha
encontrado el lugar secreto.
El pecho de Shane sube y baja detrás de mí. Me siento genial, y más
aún cuando respira hondo en el rincón de mi cuello.
—Hora de confesar. Lo he comprado.
—¿Qué…? —Se me cae el corazón al pecho. ¿Acaba de decir… que
lo ha comprado?—. ¿Qué quieres decir?
—Echaron a todos los inquilinos hace unos diez años. El
ayuntamiento iba a derribar el edificio y hacer otra cosa en su lugar,
ya que esta parte de la ciudad es prometedora. —Me suelta, se acerca
a una pared y se cruza de brazos—. Pero nunca lo hicieron. Nunca
tuvieron suficiente dinero para ello, o, no sé. Mala gestión del
proyecto.
Ambos sonreímos.
—Entonces, ¿compraste todo el edificio? —pregunto.
—Sí. Lo pusieron a la venta hace unos años, con la esperanza de que
alguien lo comprara y lo arreglara. Tengo la obligación contractual de
repararlo en los próximos cinco años.
Se me cae la mandíbula.
—Eso… suena… —Caro. ¿Por qué lo haría? Sé que es rico de familia,
pero debe haber invertido mucho dinero en este lugar. ¿Para luego…
dejarlo así?
—¿Tonto? ¿Emocional? ¿Completamente diferente a mí? —Cuando
asiento con la cabeza, él también lo hace—. Sí. Te dije que hay mucho
que desempaquetar. Honestamente, estar aquí de vez en cuando vale
la pena.
—¿Cómo lo compraste?
—Lo vendían por casi nada, siempre que yo me hiciera cargo de las
reparaciones. Conseguí una hipoteca.
—Pero, ¿por qué?
Reprime una carcajada.
—El plan era arreglarlo. Mis padres y yo íbamos a hacerlo juntos.
Luego… —Se frota la barbilla con los dedos, como si le diera
vergüenza—. Entonces mi padre tuvo una de sus aventuras, y mi
madre se retiró. Esa vez fue particularmente malo, así que lo perdí con
él. Él también se retiró.
Maldita sea. La relación de sus padres afectó más que su infancia,
¿no?
—Entonces… ¿qué vas a hacer? —le pregunto.
Debe de notar la preocupación grabada en mi voz, porque se ríe
entre dientes.
—Tengo un comprador interesado. Lo derribará y construirá otra
cosa. Con los precios de esta parte de la ciudad subiendo por
momentos, pagaré la hipoteca y obtendré un buen beneficio.
Eso suena mucho más a él.
Mientras exhalo profundamente, vuelve hacia mí y me toma la
mano.
—¿Te preocupaba tener que pagar mis deudas?
Me encojo rápidamente de hombros.
—Un poco. No puedo dejar que vayas a la cárcel.
Me toma entre sus brazos.
—Bueno, hasta que lo venda o se nos caiga encima, ¿vamos a
trabajar en esos buenos recuerdos?
Aquí no hay discusión.
Beso sus labios, su sabor me hace cosquillas en la lengua, especiado,
cálido y mío. Hay tanto silencio a nuestro alrededor que solo oigo el
sonido de nuestras bocas. Hasta que oigo también nuestras
respiraciones agitadas. En un minuto, sus manos están por todas
partes y lo miro a los ojos, a punto de suplicarle que me lleve a casa.
Me devuelve la mirada, y hay tanta tensión sexual entre nosotros
que, si no ocurre ahora, acabaremos haciéndolo bajo la mesa de su
despacho uno de estos días.
—Heaven —susurra contra mis labios.
Dejo escapar un suspiro. ¿Cómo puede ser tan atroz la forma en que
dice mi nombre? Es un nombre religioso y estúpido, pero él lo hace
sonar tan sucio y sexy.
—Shane —le susurro, sus labios rozando los míos.
Sus dedos presionan la suave piel de mis caderas y, tras unos
instantes de silencio, una tensa sonrisa curva sus labios.
—¿Nos vamos a casa?
—Sí, por favor.
Hogar, dulce hogar

Shane me lleva a su casa. Aunque no puedo decir que me haga


mucha gracia el motivo (sé que piensa que me asustaré como la última
vez por mis recuerdos con Alex), también estoy deseando echar un
vistazo a su rutina, a su vida. ¿Usa zapatos dentro del apartamento?
¿Hay un montón de correo sin leer en la mesita? De acuerdo, es seguro
decir que no. Aun así, ¿qué aspecto tiene su cocina, con todo lo que
hornea? ¿Tiene plantas? ¿Su colchón es blando y cómodo?
—Ya hemos llegado —me dice mientras su mano suelta la palanca
de cambios y se posa en la parte inferior de mis muslos. Me aprieta
suavemente, lanzándome una mirada cómplice, y cierro las piernas
para calmar el creciente dolor. Al menos, en sus ojos hay una
impaciencia similar a la que yo siento en mi interior.
Salimos del coche y caminamos hacia un edificio alto. Me recuerda
vagamente a nuestro complejo de oficinas, aunque éste es de cemento
en lugar de cristal. Pero es igual de frío, pulcro y profesional. Entramos
en el vestíbulo, luminoso y minimalista, aunque no tengo demasiado
tiempo para mirar a mi alrededor mientras Shane me arrastra hasta el
ascensor.
Apenas me fijo en el espejo de un lado, en el horrible suelo
enmoquetado de rojo, porque su boca se pega a la mía y avanza,
obligándome a retroceder hasta que me aprieto entre él y la fría pared.
Ni siquiera veo qué botones pulsa. Lo único que sé es que justo
cuando sus largos dedos me aprietan la parte superior del muslo, las
puertas se abren con un tintineo y él se mueve, con sus labios aún
unidos a los míos. Es una suerte que no caigamos de una pared a otra
como en un pinball, porque no presta ninguna atención a dónde vamos.
En cambio, está mucho más concentrado en enterrar su cara contra mi
cuello, salpicándolo de besos abrasadores.
—Aquí —me dice mientras se detiene junto a la tercera puerta del
pasillo. Me suelta para sacar rápidamente sus llaves, luego abre la
puerta y me toma de la mano para meterme dentro. Una vez que la
puerta se cierra tras nosotros, respiro el espacio.
Es Shane. La quintaesencia de Shane. La mayoría de los muebles son
oscuros, y el suelo es de una preciosa madera clara. Rústico, pero
también lo suficientemente elegante como para responder a mi
pregunta sobre los zapatos dentro del apartamento. Las paredes son
blancas, decoradas con algunas obras de arte que parecen
cuidadosamente elegidas. Diviso la nevera de la cocina a la derecha, y
tengo que obligarme a quedarme quieta. Sería descortés irrumpir en
la casa y hacer una visita guiada.
Cuando su mano encuentra la mía, me vuelvo hacia él. Su mirada se
clava en mis labios y, tras darles un suave beso, se echa hacia atrás. Por
un segundo, parece confuso, luego sonríe levemente.
—Quieres fisgonear, ¿verdad?
Siento un cosquilleo en las mejillas y me encojo de hombros.
—Has visto mi apartamento un puñado de veces. Es justo.
Con una risita, me lleva a su salón. Hay un sofá de cuero marrón
frente a un televisor de pantalla plana, y la mayoría de las paredes
están cubiertas de estanterías llenas de libros, así que «sin duda» lee
algo más que ese aburrido manual sobre gestión de eventos.
A continuación, nos ocupamos de la cocina. Me tomo mi tiempo,
mirando las caras máquinas que él me explica que son una amasadora,
una gofrera, una cortadora de pan y un montón de otras cosas que no
entiendo. Está impecable. Más limpio que mis estándares. Debe de
pasar aquí la mayor parte del tiempo, pero está tan limpio que
cualquiera diría que se acaba de mudar. Es como si prestara especial
atención a este espacio, más aún cuando endereza uno de los cuchillos
en una banda magnética junto a la estufa. Le queda bien. Después de
todo, Shane es el tipo de persona que cuida bien lo que ama.
Espera pacientemente a que examine cada centímetro de sus
armarios negros y brillantes y su tecnología de cocción, y solo una vez
que estoy ante él con una sonrisa de satisfacción, pregunta:
—¿Baño? —Y luego sonríe con satisfacción.
Bien. Solo faltan dos habitaciones. El baño, y luego…
—No, el tour ha terminado. Dormitorio, ahora.
Asiente con el pecho visiblemente agitado. Acercándose un paso,
enreda su lengua con la mía, barriendo y girando hasta que respiro
apresuradamente en su boca.
—Por aquí.
Cuando salimos de la cocina y entramos de nuevo en el salón, todo
mi cuerpo se pone rígido. Hay una cosa más en su precioso
apartamento que no me ha enseñado.
Me detengo, y sus dedos abandonan los míos mientras miro a mi
derecha las luces parpadeantes de la noche. Es la vista que vi en su
foto, la que le envió a Nevaeh. Casi puedo verla. Su sonrisa perezosa,
su acogedor jersey. El balcón detrás de él y la vista de la ciudad. Tenía
razón, estamos en el último piso. Es impresionante.
—¿Va todo bien?
—Sí. —Me concentro en los preocupados ojos marrones que
exploran mi cara y le acaricio la mejilla. Dios, ¿por qué estoy haciendo
esto? ¿Por qué estoy mintiendo a esta hermosa persona que parece
preocuparse tanto por mí? ¿Cómo puedo estar aquí, en su
apartamento, a punto de compartir algo tan importante, cuando él no
sabe toda la verdad?—. Es solo que la vista es hermosa.
—¿Quieres…
—No —le tranquilizo—. Dormitorio.
Con un gesto de duda, vuelve a tomarme de la mano y nos
acompaña al dormitorio. Está en el extremo izquierdo de su piso y es
el doble de grande que el mío. La cama parece acogedora, con
almohadas mullidas y una manta gruesa y cálida de colores neutros.
Sus zapatillas están en el lado derecho, y hay un par de auriculares en
la mesilla de noche, junto a su pijama doblado. Es su vida, su rutina. Y
aunque me complace en algún recóndito y profundo rincón de mi
interior conocer algunos datos sobre él, una repentina toma de
conciencia también me congela en el acto. «No tengo derecho a estar
aquí». No en su casa, no cuando no he sido sincera al cien por cien con
él.
—Heaven, ¿qué pasa?
Realmente puede leerme como a un libro.
Frotándome la frente, sonrío al suelo.
—Nada, lo siento. Es que…
Se aclara la voz.
—¿Me estoy precipitando? Porque podría haber malinterpretado…
—¡No! —chillo en un remolino de pánico. Intentando llevar mi tono
de voz a un estado más calmado, sacudo la cabeza—. No, no has
malinterpretado nada en absoluto. De verdad que quiero.
Se acerca, me rodea la espalda con el brazo y me roza la mejilla con
los nudillos de la otra mano.
—¿Estás segura? Podemos dormir. Los dos estamos agotados, y solo
llevamos juntos una semana, además…
Pongo mis labios sobre los suyos. Terco, considerado Shane. Sé que
no lo convenceré de que esto no se trata de él o del sexo. No con
palabras, al menos. En lugar de eso, lo beso apasionadamente,
deslizando las palmas de las manos por su pecho. Suelta un gemido, y
justo cuando estoy a punto de alcanzar la dura longitud que presiona
contra mi pelvis, sus labios encuentran mi cuello y cualquier
pensamiento vuela por la ventana. Solo estamos él y yo. Heaven y
Shane. Sin alias, máscaras, ni mentiras.
Lo que sí tenemos, sin embargo, es demasiada ropa encima.
Tardo una eternidad en quitarle la corbata y, cuando lo consigo, me
lío con los botones de su camisa, gruñendo contra sus labios en señal
de frustración.
—Déjame —dice, y vuelve a meterme la lengua en la boca antes de
que pueda aceptar.
Mis manos se dirigen a su chaqueta, la tiran al suelo y yo dejo caer
la mía con ella. Su camisa sale volando rápidamente y, cuando le
desabrocho el cinturón, su cara se separa de la mía.
—Tenía toda una cita planeada.
Deslizo el cinturón por su cintura.
—Lo sé.
—Cena, en este romántico restaurante junto a la playa. —Le
desabrocho los pantalones, sus labios presionan mi cuello y luego mi
pecho de golpe—. Íbamos a dar un paseo por el muelle. Y está ese
pequeño parque de atracciones. Tengo dos entradas.
—Suena tan dulce, Shane —susurro, bajándole los pantalones.
Me sujeta la nuca hasta que mis labios están a un palmo de los suyos,
mezclándose el calor de nuestros cuerpos.
—Quería que fuera perfecto.
Asiento con la cabeza. Entiendo que esto no es lo que habíamos
planeado para esta noche, pero también hay algo más que considerar.
—Shane, no puedo esperar más.
—Yo tampoco. —Me empuja a la cama y me sigue hacia abajo. Me
sube el vestido por el cuerpo y me dice—: Fuera. Fuera.
Lo entiendo. Hablar es un reto. Ojalá pudiera decirle lo considerado
que fue al pensar en una cita tan bonita para nosotros. Que esto es
perfecto y que no necesitamos una cita romántica para mejorarlo. En
lugar de eso, me aprieto contra él, familiarizándome con su cuerpo
sobre el mío. No me salen las palabras.
—Heaven —dice, y sus ojos recorren mi cuerpo con adoración en
cuanto me quito el vestido. Su mirada ya parece sexo. Desplaza sus
grandes y cálidas manos por mi vientre y pasa la lengua entre mis
pechos. Gimo, su aliento caliente se abanica sobre el lugar que ha
humedecido con su saliva—. ¿Se siente bien aquí?
Me retuerzo cuando lo hace de nuevo, sus ojos parpadean de placer.
Sus dedos se dirigen al broche de mi sujetador y su otra mano me
presiona los omóplatos hasta que arqueo la espalda. Cuando me lo
quita, su mirada es oscura y sus pupilas se dilatan.
—¿Qué camino es mejor? —pregunta—. Así… —Cuando succiona
la punta de mi pecho en su cálida boca, gimo roncamente, sorprendida
y complacida a partes iguales—… ¿o así? —Me retuerce el pezón con
la lengua, y mis puños se agarran a su suave y espeso pelo y se tensan.
—Esto —digo sin una pizca de vacilación—. Esto es mejor.
Lo hace una y otra vez, en un pezón y en el otro, mientras
respiraciones rápidas y desiguales salen de sus labios. Cuando me
pellizca con los dientes, subo las caderas al encuentro de su cuerpo.
Todo en este hombre es divino. Paso las manos por sus mechones y
me agarro a sus anchos hombros, y ni siquiera me pongo nerviosa. Mi
cerebro está apagado. Se ha ido de vacaciones.
Sus dedos cuelgan de la cintura de mi ropa interior y sus besos
recorren mi cuerpo hasta que se agacha entre mis piernas. Me
estremezco cuando su barba rasposa me roza la piel de la cara interna
del muslo y, cuando me da los primeros picotazos, jadeo con tanta
fuerza que cualquiera diría que ya está allí.
—¿Esto está bien? —respira.
Está más que bien. Es embarazoso, porque su aliento es abrasador
contra mí, incluso con las bragas puestas, y sus dedos rozan la tela
empapada, humedeciéndola aún más.
Cuando asiento con la cabeza, desliza la tela rosa por mis piernas,
abriéndolas más una vez que desaparece la última capa de algodón
entre sus ojos y yo.
—Heaven —susurra con reverente sorpresa—. Estás…
—Lo siento. Es… —Mis mejillas se calientan y sacudo rápidamente
la cabeza—. Llevamos un rato esperando y…
Sus ojos se oscurecen cuando se acerca y sus manos acarician mis
muslos. Cuando su lengua roza mi carne sensible y resbaladiza, mis
piernas casi se rinden y mi cerebro se cierra en un segundo.
—Dios mío —respiro, arqueando la espalda. Al oír sus risitas, me
tapo la boca con una mano—. No te burles de mí mientras estoy
desnuda y vulnerable.
—Bien. Me burlaré de ti más tarde.
—No, si dices eso no podré dejar que vay… ohh…
Su boca me rodea el clítoris y succiona. Mis músculos se tensan y
luego se relajan. Se crispan como si estuviera haciendo algo más que
saborearme, algo más que chupar, lamer y tragar. Como si estuviera
tocando cada uno de mis nervios, encendiendo cada bombilla y
conectando cada cable.
Muevo las caderas, pero su brazo descansa sobre mi vientre,
manteniéndome atrapada. Gemidos y quejidos brotan de mis labios
cuando su lengua me penetra pecaminosamente, y sus zumbidos de
satisfacción tocan un punto en mi interior que me hace derretirme
como una vela demasiado cerca de una llama.
—Quiero hacerlo toda la noche —gruñe mientras su lengua recorre
lentamente mis pliegues. Me abre más las piernas, me frota lentamente
el clítoris con el pulgar, luego me abre con la lengua y se sumerge en
mi interior hasta que oigo mi voz, que grita, suplicante, y no puedo
reconocerla como mía, por muy débil y temblorosa que sea.
Cuando me pasa rápidamente la lengua por el clítoris, la presión
aumenta en mi estómago, lo bastante como para hacerme gritar
pidiendo más.
Sus gruesos dedos se hunden en mí y luego se enroscan en un punto
que hace que mis ojos se crucen hasta que todo está borroso y distante.
Muevo las caderas al ritmo de sus manos, y su nombre sale de mis
labios un millón de veces mientras un orgasmo abrumador me
atraviesa. Mi placer se convierte en un millón de chispas y explota,
como fuego mezclado con gasolina, y por mucho que me retuerzo, él
se aferra a mis muslos mientras su mirada hambrienta se clava en la
mía.
E incluso cuando los temblores cesan y mis ojos se cierran, él
permanece exactamente donde está, sus dedos húmedos
acariciándome el interior del muslo y su lengua entrando y saliendo
de mí suavemente. Los latidos de mi corazón se ralentizan, su nombre
sale de mis labios una y otra vez. Es lo único que hay en mi cerebro.
—Espera… —murmuro cuando la punta de su lengua roza mi
clítoris—. No es… yo no…
—Solo una más —dice, su voz baja y dominante—. Vente en mi cara
una vez más.
—No, tú… —Mis piernas se aprietan ligeramente mientras alejo su
frente—. Te deseo.
Tiene una mueca amarga en los labios, pero cuando tiro de su
hombro, su cuerpo se apoya en el mío, pesado y cálido incluso contra
mi piel caliente. Su lengua sabe a mi orgasmo y, cuando le acaricio la
cara, está resbaladiza. Es tan erótico y tan nuevo: hacía años que no lo
hacía.
Con una sonrisa orgullosa en la cara, mueve los dedos hacia mi pelo
y luego hacia mi cuello, como si no pudiera soportar no tocarme ni un
minuto.
—Quizá el libro tenía razón después de todo —dice.
—Tal vez —suspiro. Mi voz está tensa, mis labios secos—. Quizá
seamos nosotros.
Debe de pensar que estoy bromeando, porque me mordisquea la
mandíbula, pero no es así. Una primera vez nunca se había sentido tan
bien, tan natural. Como si estuviera predestinado, esperando a que nos
pusiéramos al día.
Me lamo los labios resecos, mis manos se alzan para alcanzar su
espalda.
—Creo que es hora de que verifique los otros aspectos mencionados
en el libro.
—¿Qué es eso?
—El grosor de tu polla.
—Mi «abultada» polla —corrige.
Meneo las cejas mientras mis manos recorren su estómago,
sintiendo la dura consistencia de sus músculos flexionados.
—Sí. Tu abultada polla. Sin presión.
Para ser honesta al cien por cien, sé que su… polla no es
decepcionante. La he sentido antes, aunque nunca la haya visto,
tocado o estado cerca de ella. Y, de todos modos, si hay un momento
en el que pienso que realmente no importa, es éste. Pero mi mano lo
encuentra, y me da la razón. No hay nada decepcionante en Shane.
Cuando mis dedos rodean su dura y gruesa polla, sus ojos pierden
claridad, como si se los tragara una niebla oscura.
—Ahora te toca a ti decirme cómo te gusta —susurro.
Lo acaricio, luego froto suavemente la punta, extendiendo la perla
de humedad sobre ella. Su respiración, agitada contra mi clavícula, es
rápida y caliente.
—Más rápido —susurra, besándome un punto bajo la oreja. Cuando
mi mano sube y baja más rápido, gime contra mi oreja—. Más fuerte.
Heaven, maldición…
Cuando lo hago, todo su cuerpo se estremece: su placer me golpea
en lo más profundo del estómago. Empapándome de sus gemidos,
aprieto su muslo entre mis piernas y me froto contra él, mientras sus
músculos se tensan contra mi cuerpo.
—Mierda, ahora es demasiado bueno. Para, para.
Me río entre dientes, sintiendo el escozor de su mordisco en mi
hombro mientras su risa vibra contra mi piel.
—No pasa nada si te corres, Shane —le digo mientras le paso los
dedos por el pelo de la nuca—. Llevamos tiempo esperando.
—Lo sé. Ven aquí. —Su boca toma la mía con avidez, y con su
erección presionando contra mi pelvis, me muevo, intentando
acercarlo más.
—¿Puedo? —Miro hacia abajo y, cuando sus cejas se fruncen en
señal de confusión, le presiono el pecho con la palma de la mano hasta
que su espalda se apoya en el colchón y me pongo a horcajadas sobre
él.
Señor, ten piedad.
Nunca lo había visto desde aquí arriba y, maldita sea, tiene buen
aspecto. Sólido, como la madera dura. Es todo pecho ancho,
abdominales definidos, hombros fuertes y brazos gruesos. Mis manos
lo exploran todo, y él se estremece con cada nuevo punto que toco, y
cuando eso no es suficiente, hago algo con lo que he soñado durante
semanas. Recorro los músculos de su pecho con la lengua.
Ni siquiera puedo decir que lo hago por él. Este es mi momento
glorioso.
Despacio, me deslizo hacia abajo, frotándome contra su longitud
hasta que lo mojo, y nuestros labios emiten jadeos bajos mientras nos
miramos a los ojos.
—Heaven, solo… —Se le corta la respiración. La mía también. Estoy
tan excitada, tan perdida en el placer, que casi me empujo hacia abajo
hasta llenarme de él. Y creo que lo lee en mis ojos, porque toma la
cartera de la mesilla.
—No, no. Ahora no. —Me obligo a sentarme sobre los talones, entre
sus piernas, y luego miro la abultada polla de la que tanto hemos
hablado.
Cuando muevo la mano arriba y abajo con una sonrisa de
agradecimiento, se echa a reír.
—¿Sí?
Me llevo una mano al pecho.
—Oh, absolutamente. Considérame impresionada.
Inclinándome hacia delante, le rodeo con los dedos la base de la
polla, pero él se incorpora, con las cejas apretadas.
—Espera, Heaven, espera.
Mi mirada preocupada vuela hacia él.
—¿Estás segura?
Suspiro, dispuesta a ignorar el motivo de su pregunta. En lugar de
eso, giro suavemente la lengua sobre la punta y luego la deslizo hacia
abajo, recorriéndola hasta la base. Sisea, retrocede lentamente y,
cuando me lo meto en la boca y chupo, gime. No sé qué le gusta más.
—¿Cuál, Señor Hassholm?
Sacude la cabeza, con la mandíbula apretada. La tensión irradia de
él como si no fuera capaz de soportarlo, y a juzgar por lo duro que está,
creo que está bastante cerca.
—Todo. Todo.
Su sabor único es agradable en mi lengua cuando empujo mi boca
hacia abajo. Ajusto el ángulo, meto más o menos la mitad, y el eje duro
me llena la boca. Me hace mover las piernas intentando calmar el dolor
que siento.
—Oh, Dios —respira—. Maldición, Heaven, eres tan buena…
perfecta. Eres… sí. Tu boca. —Las sábanas se le arrugan en los puños
mientras aspira aire—. Despacio, despacio. Harás que me corra.
Bien. Lo froto sobre mi lengua lentamente, un suspiro profundo y
desesperado sale de sus labios entreabiertos. Cuando me pasa los
dedos por el pelo, creo que me va a empujar hacia arriba y hacia abajo
para acelerarme, pero se limita a frotarme el cuero cabelludo. Mueve
las caderas hacia delante y emite un sonido grave desde lo más
profundo de su garganta.
—Heaven, sí, eso es. Sí, no pares —murmura.
No podría aunque quisiera, y no lo hago. En lugar de eso, lo tomo
hasta que su punta está en el fondo de mi lengua y ya no puedo
respirar.
—Mierda —gruñe. Su puño se aprieta contra mi pelo, sujetándome,
y solo cuando me inclino hacia atrás, sus músculos se relajan—. Eso.
Eso es lo mejor…
Lo hago de nuevo, recorriéndolo con la lengua. No creo que necesite
respirar mientras él haga esa expresión.
—Mierda. Para, para. —Nunca lo había visto tan tenso, con las venas
tensas contra la piel y una coloración rosada sobre las mejillas.
—Otra vez —digo cuando me tira del brazo. Mi voz es ronca, el
palpitar entre mis piernas hace difícil elaborar mucho más. Estoy
completamente perdida en su placer. Es adictivo—. Otra vez, una vez
más.
—Me vendré —advierte, como si eso fuera a desmotivarme. No lo
hace.
Se estremece cuando me meto su polla en la boca, empujando hasta
que desaparece casi por completo dentro de mí. Respiro por la nariz,
absorbo su aroma almizclado y observo su expresión mientras se
derrumba. Saber que le estoy haciendo eso es tan bueno como sentir
placer yo misma.
—Heaven —suplica—. Para, para. No puedo soportarlo.
Cuando me inclino hacia atrás, el placer brota de él en oleadas
mientras su pecho sube y baja. Bombeo con las manos, rodeo su punta
con la boca y de sus labios brotan gemidos tan profundos y ahogados
que puedo sentirlos dentro.
—Mierda —gime Shane entre las réplicas de su orgasmo, con sus
penetrantes ojos marrones desorbitados. Apartándose los mechones
oscuros de la frente, parece sorprendido, extasiado y disgustado a la
vez—. Maldición, Heaven, yo…
Me hace un gesto para que me acerque mientras se incorpora y, en
cuestión de segundos, me rodea con sus brazos, con nuestros cuerpos
deliciosamente húmedos de sudor.
La noticia es que de alguna manera sigue oliendo increíble.
—No tenías por qué hacerlo. —Me aparta suavemente un poco de
pelo de la cara y luego presiona sus labios contra mi hombro y mi
clavícula.
—¿Por qué asumes que no quería?
—Bueno… lo que le dijiste a tu ex. No quiero que pienses que
necesito eso.
—Es diferente, Shane —le digo mientras le doy un beso en el
hoyuelo de la barbilla—. Este eres tú.
—Pero sabes, solo porque yo lo hago, no espero que tú…
—Shane, quería hacerlo —le corté—. Quiero hacerlo todo contigo.
Asiente y entonces sus labios se pegan a los míos, el beso se alarga
hasta que está encima de mí. Nuestras lenguas se entrelazan, nuestros
gemidos se amortiguan en la boca del otro, pero no puedo decir si ha
pasado un minuto o una hora. No es que importe. No tengo otro sitio
donde estar, y si lo tuviera, probablemente me iría. Aquí es donde
quiero estar durante el próximo millón de horas.
Cuando le acerco la cintura y noto cómo se endurece, gimo en un
ruego silencioso. Alarga el brazo y, aunque no puedo ver el condón
con su lengua aún clavada en mi boca, el ruido del envoltorio de
plástico se mezcla con nuestras respiraciones entrecortadas.
Mis dedos se clavan en sus hombros cuando su mano desciende
entre nosotros, y supongo que debería sentirme nerviosa, pero no es
así. Todo mi cuerpo bulle de expectación. Es la primera vez que me
acuesto con alguien que no es Alex en cinco años, y nunca he estado
más preparada para ello. Quiero que el último hombre con el que me
acueste sea Shane. Y el siguiente también.
—Esto puede resultar un poco incómodo —susurra contra mis
labios.
—Si dices las palabras «polla abultada», me volveré loca.
Me acaricia la mejilla, sus ojos parpadean con diversión y algo
mucho más profundo que me calienta la piel y me llena el estómago.
—Heaven, te he esperado durante tanto tiempo. ¿Lo sabes? ¿Te he
dicho alguna vez que eres lo mejor que me ha pasado en la vida?
Nunca me lo dijo, pero creo que puedo verlo en la forma en que está
a mi alrededor. Cómo se le ilumina toda la cara cuando entro en una
habitación, lo natural que parece todo esto. Como si todo lo que
hubiera pasado antes hubiera sido para que yo llegara aquí, entre sus
brazos.
—Y tú eres mío —susurro suavemente.
Cuando su mano vuelve a bajar, abro más las piernas. Nuestras
respiraciones son rápidas y ruidosas mientras su cintura presiona la
mía, su punta se alinea con mi centro. La frota contra mí hasta que los
dos gemimos e intentamos besarnos, pero solo rozamos nuestros
labios.
—Estoy listo cuando tú lo estés —susurra, pero los dos estamos
demasiado confusos, demasiado ansiosos, y tras un intento fallido de
un «sí» por mi parte que no suena nada parecido, él empuja.
Centímetro a centímetro, me estira, encajando dentro de mí
mientras me adapto a su presencia. Su cara cae sobre mi hombro con
un gemido, y mis pies se apoyan en su espalda baja para acercarlo
hasta que estoy tan llena que apenas puedo respirar.
—Tan caliente, tan jodidamente apretada —dice sobre mis labios
mientras se desliza suavemente.
Mis manos se aferran a su cuello, mi cuerpo ya llora su presencia.
Cuando vuelve a empujar, mis dientes pellizcan con fuerza su labio
inferior y, con un siseo, aumenta el ritmo de sus embestidas.
—Dime cómo —ronca, con gruñidos que estallan cada vez que está
dentro de mí.
Aunque entiendo lo que me pide, no puedo hablar más que él.
—Más rápido. Más.
Sus manos me agarran por las caderas y, con un tirón brusco, me
empuja más cerca. Me empuja hacia delante y luego me penetra más
profundo, más rápido, más fuerte… todo se nubla cuando llega al
punto más delicioso y la habitación entera se queda sin ecos. Solo
puedo concentrarme en sus ojos, oscuros por la excitación y llenos de
adoración.
—¿Así?
Pongo los ojos en blanco.
Me besa el cuello, luego sus dientes se hunden en la piel de mi
hombro.
—Mírate. Mira lo jodidamente preciosa que estás conmigo dentro
de ti.
Me aprieto a su alrededor, sus palabras me hablan directamente al
alma, y él gruñe en respuesta. Desprovisto de todo autocontrol, se
desliza fuera de mí, luego sus manos presionan la parte baja de mi
espalda y tiran de mí hacia arriba.
Se arrodilla en la cama mientras yo me subo a él y, una vez dentro,
me relajo contra su cuerpo. Sus manos me sujetan el trasero y, aún
agitada por el frenético placer, aprieto la boca contra su hombro y
muevo las caderas.
—Heaven, dime cómo hacer que te corras —dice.
Vuelvo a quedarme sin palabras. Todo lo que puedo hacer es rebotar
encima de él, tratando de encontrarme con sus caderas que suben más
rápido, más fuerte. Corro tras el placer como una adicta mientras me
aferro a su húmedo cuello y grito para que continúe.
Desplaza rápidamente una mano hacia la parte baja de mi espalda
y la otra entre nosotros. Su pulgar me rodea el clítoris y el ruido de su
empuje se mezcla con otros sonidos resbaladizos.
—Así, tómalo —gime mientras mis paredes se aprietan una y otra
vez a su alrededor—. Dios, si supieras las cosas que quiero hacerte.
Ahogo mis gemidos en su boca mientras me arrastra, tomada de
nuevo por el placer, y cuando aplica más presión con el dedo, echo la
cabeza hacia atrás, sus labios se posan sobre mi pezón.
—¿Más rápido? ¿Más despacio?
—Sí, sí, sí, sí —canto.
Gruñe de un modo que retumba en todo mi cuerpo mientras sus
dedos continúan sus tortuosos círculos sobre mi clítoris. Mi cuerpo se
tensa, esperando la liberación, y el sudor me recorre la espalda.
Estoy tan cerca, tan cerca.
—Eres mía. Eres jodidamente hermosa y perfecta. Y tú eres mía —
ladra contra mi cuello mientras sus embestidas tartamudean,
golpeando lentamente el punto perfecto dentro de mí.
No puedo procesar todo lo que ocurre entonces. Soy vagamente
consciente de que estoy gritando, porque me esfuerzo por oír su voz,
pero mi mente está en blanco. Solo puedo sentir. Siento su erección
hincharse dentro de mí. Siento cómo se retuerce, cómo empuja. Siento
su aliento en mi boca. Siento sus dedos apretados en la parte baja de
mi espalda. Siento a Shane. Toda su esencia, toda su alma.
Y entonces siento que nuestros orgasmos chocan entre sí como olas,
cada vez más altas y potentes a medida que se encuentran. Es
impresionante, inimaginable, fenomenal, y viajo fuera de mi mente y
vuelvo, de alguna manera todavía entera.
Dice mi nombre. Lo oigo en el fondo de mi mente y siento como si
lo repitiera cien veces. Entonces mi mejilla se aprieta contra la suya y
lo abrazo tan fuerte como puedo mientras me derrumbo.
Nos quedamos encerrados en ese abrazo durante tanto tiempo, que
estoy casi segura de estar dormida para cuando mi cabeza toca la
almohada, con las palabras más dulces susurradas en mi oído.
«Eres todo lo que siempre he querido» y, «nunca te dejaré marchar».
Al principio, le beso el hombro. Es todo lo que puedo hacer. Luego
tampoco hago eso y disfruto de sus labios besando mi cabeza y de su
cuerpo aún junto al mío.
Su mentira sobre mi verdad

Los próximos días pasan tan deprisa que el jueves la cabeza me da


vueltas. El evento es mañana y estamos preparados. Pero no lo
estamos.
—La comida está ahí —grita Keira.
Sosteniendo el teléfono junto a la oreja, paso otra cosa a la columna
«Hecho». La comida está ahí, lo que significa que ya he terminado con
ella. También he terminado con la decoración, la lista de invitados, los
periodistas, el personal y una veintena de cosas más. Pero aún hay una
cantidad aterradora de notas de colores en la lista de tareas pendientes.
—¿Heaven? —Un Shane muy disgustado entra en mi despacho—.
¿Hemos aprobado esto? Porque hay una maldita errata.
Miro el cartel del que habla y niego con la cabeza.
—No. Me di cuenta y lo arreglé hace una semana. —Suelto una
risita—. ¿Dónde tienes la cabeza?
Sus labios se tuercen con una sonrisa traviesa.
—No sé. Anoche casi me la arrancas con tu cin…
—¿Sí? Hola, soy Heaven Wilson, de IMP —digo, saltando para
taparle la boca en cuanto la agencia de modelos contesta al teléfono.
Le beso los labios, señalándole la puerta, y se marcha con la sonrisa de
siempre.
No sé si aquí la gente le sigue llamando Sr. imbécil, pero a estas
alturas es ridículo. Está contento. Silba, «silba, por Dios», y tiene una
sonrisa permanente en la cara.
Toda la oficina sabe lo nuestro, por supuesto. No se le da bien
ocultarlo, o quizá no tenía intención de empezar. Al fin y al cabo,
aunque ahora sea mi jefe, no es él quien paga mi sueldo, quien toma
las decisiones sobre mi carrera. Y después de mañana, nuestros
trabajos no se cruzarán de ninguna manera.
Tras una reunión de una hora sobre los últimos ajustes para el
evento, me obliga a parar para comer. Al parecer, considera que no es
legal trabajar dieciocho horas sin descanso. Señalarle que
probablemente también deberían arrestarlo a él tampoco le convenció.
Cuando dejo atrás la oficina, todo el mundo está enloquecido,
corriendo de un lado a otro de la planta y gritando información. Este
lugar nunca ha sido relajante, pero hoy es un completo manicomio. No
puedo imaginarme cómo será mañana.
Salgo del ascensor en la segunda planta, donde está la cafetería.
Envío un mensaje de texto a Emma, le pregunto si está libre para un
almuerzo rápido, pero una vez allí, la encuentro en una de las mesas.
—¡Eh! —chilla cuando me acerco—. ¿Qué haces aquí? Me imaginé
que no tendrías tiempo de respirar, y mucho menos de comer.
—Shane —explico mientras me siento—. Al parecer, el Señor
Imbécil se convierte en el Señor Niñera cuando hace falta.
—Eso es porque está loco por ti —dice con una enorme sonrisa—.
¿Y nada nuevo con Alex?
Sacudo la cabeza. Ha pasado más de una semana y se ha ausentado
sin permiso, lo que debe significar que se ha rendido. Quizá lo único
que necesitaba para seguir adelante era saber que estoy con Shane.
Fuera lo que fuese, funcionó, así que no puedo quejarme.
—¿Y has borrado el perfil de Nevaeh?
Asiento con la cabeza.
—Se ha ido.
—Para que podamos dejar todo esto atrás.
Inclino la cabeza y suspiro. Aunque tiene razón y toda esta debacle
de RadaR ha terminado técnicamente, Shane no sabe la verdad, y ojalá
la supiera. En algún momento, tendré que confesar.
—Desearía poder contarle todo a Shane, ¿sabes?
Chasquea la lengua y hace rodar unos espaguetis con el tenedor.
—Lo sé, H. Pero te quitarías un peso de encima y se lo pondrías a él.
A veces, es mejor guardarse la verdad.
—Pero está muy obsesionado con la honestidad. Sus padres… hay
mucho drama allí, y… —Digo mientras el pavor me llena el
estómago—, no tolera las mentiras.
—Pero la mentira que dijiste fue… —Emma pone los ojos en
blanco—. ¡Fue una buena mentira! Te hizo romper con un imbécil
infiel y los unió a Shane y a ti.
Sacudo la cabeza con un suspiro.
—No existen las mentiras buenas, Em. Todas las mentiras son
malas. Se te van de las manos y acaban haciendo daño a la gente que
te rodea, aunque solo tuvieras buenas intenciones.
—No seas ridícula —insiste—. Claro que hay mentiras buenas. A
veces, una mentira es más fácil de creer que la verdad.
Al principio, sonrío ligeramente. Pero entonces, la confusión de
Alex cuando le hablé de RadaR aparece como una presencia fantasmal
en el fondo de mi mente, y se me desencaja la mandíbula. Emma ya
me había dicho esa misma frase cuando me enseñó la captura de
pantalla de Alex en RadaR.
—Emma… —Estudio su cara mientras traga saliva y mira hacia otro
lado—. Emma, tú…
Ella no lo habría hecho. No se habría hecho pasar por mi novio en
RadaR solo para que rompiéramos. Es mi mejor amiga y la persona en
la que más confío del mundo.
—Dime que no lo hiciste, Em —le suplico—. Dime que no lo hiciste
y te creeré. No te creí cuando me dijiste que Alex había salido del hotel
con esa mujer, pero ahora sí. —Mira hacia su regazo—. Solo dime que
no me mentiste ni me manipulaste solo porque no te gustaba el
hombre con el que estaba.
Se burla, pero le tiemblan las manos al cerrarlas en puños.
—¿Crees que lo hice por eso?
Oh. Dios. Dios.
Deja caer el tenedor y me mira a los ojos, sus brillantes iris azules
brillan con lágrimas.
—Lo vi, Heaven. Lo vi salir de un hotel de la mano de esa mujer,
pero él solo te vendió sus mentiras y tú le creíste. Creíste sus mentiras
por encima de mi verdad.
—Em —murmuro mientras me agarro al borde de la mesa. El
corazón me late con fuerza, el sudor me empapa el pecho y el cuello
mientras una mezcla de pánico y rabia se apodera de mí.
—No podía dejar que te consumieras por más tiempo. Estabas
desapareciendo. —dice Emma mientras sus lágrimas resbalan por sus
mejillas—. Eres mi mejor amiga y estabas sufriendo, pero no tenías la
fuerza para ponerle fin tú misma.
Trago saliva, mi cerebro lucha por comprender lo que está pasando.
—¿Así que decidiste cazarme?
—No, claro que no. —Se limpia la mejilla con el dorso de la mano—
. Pensé que romperías con él en cuanto te enseñara la captura de
pantalla. Nunca me hablaste del alquiler, no tenía ni idea. No sabía
que estarías atrapada con él durante meses.
Ella lo hizo. Ella estuvo detrás de todo esto… Alex nunca estuvo en
RadaR. El concepto sigue girando en mi mente, pero se me escapa.
¿Cómo pudo hacerme esto?
—Y entonces… entonces dijiste que querías unirte a RadaR. Me
aseguré de que no coincidiéramos con el filtro de edad. Pero te diste
cuenta…
Las lágrimas me arden en el fondo de los ojos y no puedo evitar que
me rechinen los dientes.
—¿Y? ¿Sentiste la necesidad de mandarme un mensaje? ¿Enviarme
fotos de la polla de alguien? —grito mientras me pongo a su lado.
Unas cuantas personas me miran mal, pero yo las ignoro mientras
Emma se levanta también e intenta agarrarme la mano, con las
lágrimas aun cayendo libremente por sus mejillas. Cuando se la retiro,
continúa:
—Añadí sus fotos en su perfil. Estaba segura de que en cuanto las
vieras, decidirías olvidarte de coincidir con él. Creerías que era él y ya
está.
—¿Dónde has encontrado esas fotos? —pregunto, la respuesta
aparece en mi mente incluso antes de que ella lo confirme—. Eran fotos
que me envió Alex. Las tomaste de mi teléfono.
Ella asiente.
—Y, H, no te envié fotos de pollas. Sabía que no las abrirías. —Busca
un kleenex en su bolso—. Estabas dudando de ti misma, ¿recuerdas?
Pensabas que estabas cometiendo un gran error.
Lo recuerdo. Y los otros mensajes también llegaron en los momentos
adecuados. No puedo creer que no me diera cuenta antes, aunque
probablemente sea porque le confié mi vida a Emma.
—¿Cómo sabías que no estaría conmigo cuando le propusiste
quedar en el Red Cube?
Emma mira su regazo.
—Dijiste que ha estado jugando al fútbol todos los viernes, que
siempre vuelve tarde. ¿Y cuándo lo vi salir del hotel con esa mujer? El
sábado por la mañana. Sabía que fue entonces cuando conoció a su
amante. —Me lleva la mano al brazo, con la desesperación dibujada en
su rostro bañado en lágrimas—. Lo siento. No sabía qué hacer y solo
quiero que seas feliz. Como lo eres con Shane.
Miro hacia la mesa, pero no encuentro nada que decir. El corazón
me late demasiado deprisa, me pesa el pecho y tengo las piernas como
de goma.
Claro, si ella no hubiera hecho todo esto, yo nunca habría chateado
con Shane. Nunca habría visto el otro lado de él que tanto se esfuerza
por ocultar en el trabajo. No habría pasado las últimas seis semanas
conociéndolo, las últimas dos semanas saliendo con él.
Pero eso no lo hace mejor.
Mi teléfono suena como si nada, y es Marina. Intento forzar mi voz
para que salga estable y descuelgo.
—¿Hola?
—Cuarto Piso. ¿Dónde estás?
—Descanso para comer —murmuro.
—¿Descanso para comer? ¿Estás loca? Nos estamos muriendo aquí.
Respiro hondo.
—¿Necesitas algo?
—Necesito ver el plano de asientos. Anna quiere saber si estamos
destrozando los lirios y hay algún problema con el sistema de sonido.
Gimo y me presiono la sien con un dedo.
—Bien. Vuelvo en unos minutos.
—¿Unos minutos? ¿No has oído…?
Pulso el botón rojo con tanta fuerza que me sorprende que no se me
rompa la pantalla, y luego me vuelvo hacia mi amiga. La que mejor
me conoce en todo el mundo. La que me traicionó y me manipuló.
—Por favor, dime que me perdonas. Eres mi hermana, Heaven.
Dime que lo entiendes.
Los grandes ojos de Emma se entrecierran mientras más lágrimas
caen por su bonito rostro. Tiene la boca torcida en un horrible ceño
fruncido, los sollozos le sacuden los hombros mientras espera a que yo
diga algo. Estoy furiosa, pero hay un pensamiento del que no puedo
deshacerme. Aunque lo que hizo está al borde de la locura, sé que no
quería hacerme daño. Su mentira, igual que la mía, se le escapó.
—Tengo que decírselo a Shane —susurro.
Emma se queda boquiabierta.
—¿Sobre Nevaeh?
Asiento con la cabeza. Sí, tengo que contarle lo de Nevaeh. Estoy
cansada de la red de mentiras, del lío en que se ha convertido toda esta
situación. Necesito ser sincera, para que podamos empezar de cero y
construir nuestra relación sobre la única cosa que me pidió. La verdad.
—Espera, Heaven… —empieza Emma, pero mi ceño la detiene. Ya
se ha entrometido bastante en mi vida, y desde luego no voy a aceptar
ningún consejo suyo en lo que respecta a la honestidad.
—Tengo que irme. Ahora mismo.
Cuando me levanto, Emma viene a ponerse delante de mí. Aunque
en cierto modo entiendo su motivo, tampoco puedo mirarla en este
preciso momento.
Respiro hondo y salgo de la cafetería, aún demasiado agitada para
reaccionar adecuadamente a la traición de Emma. Sin duda, el
almuerzo ya no es una opción. Todo lo que sé es que tengo que hablar
con Shane, y tengo que hacerlo ahora.
¡Gracias por nada, Nevaeh!

Estoy metida de lleno en un documento que tienen que firmar los


periodistas cuando llaman a mi puerta. Shane ha estado en una
reunión desde que volví de mi no-almuerzo, y le dije a Marina que lo
enviara hacia mí en cuanto terminara, así que mi mirada vuela hacia
la entrada. Pero no es él quien me saluda a través del cristal.
Estudio sus ondas castaño chocolate, su piel morena y su nariz
puntiaguda. Su sonrisa es amplia, sus dientes brillantes y sus ojos
marrón ceniza cálidos de afecto. Hace años que no la veo, pero la
reconocería aunque se hubiera afeitado la cabeza y viniera vestida con
una bolsa de basura.
—¿Olivia?
Sus brazos se ensanchan, sus labios se curvan hacia arriba mientras
abre la puerta.
—¡Sorpresa!
Tardo un segundo. Al principio, estallo de felicidad, luego me doy
cuenta de lo que significa que ella esté aquí. Ella es Nevaeh, al menos
para Shane. Si viene y la ve antes de que pueda hablar con él…
—¡No, no, no, no! —susurro aterrada, agarrándola y empujándola
hacia la entrada—. ¡Tienes que irte ahora mismo! Tienes que irte.
Me devuelve la mirada con expresión confusa, pero camina a pesar
de todo, y llegamos al pasillo sin encontrarnos con Shane, con el
corazón a un paso de estallar.
—¿Qué está pasando?
—¿Qué haces… Shane, Olivia! ¡Shane!
—¿No era ayer el evento? —pregunta apartándose unos rizos de la
cara, y cuando señalo el enorme cartel que hay detrás de mí y en el que
se lee «Departamento de Eventos», sus ojos se abren de par en par.
—¡Mierda!
Pulsa el botón del ascensor, aunque yo ya lo he pulsado, y los diez
segundos siguientes son los peores de mi vida. Me concentro en los
latidos de mi corazón y me apoyo contra la pared mientras zapateo.
¿Estoy respirando? ¿Estoy viva?
Cuando suena el timbre y se abren las puertas del ascensor, suelto
un suspiro de alivio que enseguida vuelvo a contener. Alex está allí,
de pie, con una sonrisa boba en la cara, el pelo rubio peinado hacia un
lado y los hombros echados hacia atrás con confianza.
Dios mío, Alex está aquí. ¿Por qué demonios está aquí?
—Hola —dice, el plástico que rodea el ramo en sus manos se arruga
al moverse. Sale del ascensor y, cuando ve a Olivia, entrecierra los
ojos—. Hola.
Olivia frunce el ceño y luego se vuelve hacia mí con una mirada de
pánico, que probablemente solo sea la mitad de aterrorizada que la
mía.
—¿Qué haces aquí? —pregunto.
Mi voz es de papel mientras el aire se vuelve más denso y cálido.
Con solo la mitad de las horas que un cuerpo necesita para dormir a
mis espaldas y el estrés de hoy, esto es el clavo en el ataúd. Creo que
estoy a punto de desmayarme.
Extiende el ramo de rosas rojas.
—Vine a mostrarte que soy diferente. Que ahora las cosas serán
diferentes.
Frotándome las cejas, reflexiono sobre qué hacer. Si fuera cualquier
otro día, le diría que las cosas no funcionan así. Que no puede
presentarse en el trabajo de alguien dos semanas después de una
ruptura declarando ser diferente. Que la gente no cambia en tan poco
tiempo y que, en cualquier caso, he terminado con nuestra relación.
Pero hoy, no tengo tiempo para esto. Con Olivia aquí, necesito que se
vaya. Necesito que se vayan los dos.
Cuando se da cuenta de que no se ha ido, Alex se vuelve de nuevo
hacia ella y estudia su rostro.
—¿Eres…puedo ayudarte? —le pregunta.
—¿No te acuerdas de mí? —canturrea Olivia—. Chateamos en
RadaR cuando engañabas a mi amiga.
Es difícil mantener a todo el mundo al día, con tantas mentiras.
Me paso una mano por la cara y suspiro.
—Tienen que irse —le digo a Olivia—. Los dos.
Puedo lidiar con mi ex, pero si Shane ve a Olivia, todo esto irá cuesta
abajo muy rápido.
Pulsa frenéticamente el botón del ascensor, pero justo en ese
momento, la puerta que hay detrás de mí se abre y una voz familiar y
cariñosa pronuncia mi nombre.
—¿Heaven?
Mis hombros se tensan, mi corazón se detiene.
—¿Va todo bien?
Clavo los ojos en Olivia y tiemblo con cada latido de mi corazón.
Aunque ella se vuelve hacia el ascensor, ocultando su rostro, sé que
estoy acabada. Si no la ha visto ya, sabrá que algo va mal en cuanto
nuestras miradas se crucen.
—¿Qué está pasando? —insiste Shane cuando me giro hacia él. Su
atención se centra en Alex, concretamente en las rosas que lleva en la
mano.
—Estoy aquí para hablar con Heaven. —Alex se desliza entre
nosotros, dándole la espalda a Shane y apretándome el hombro—.
¿Podemos ir a un lugar privado?
Shane aprieta la mandíbula, pero al menos no mira a Olivia.
—¿Tengo que llamar a seguridad? —pregunta con un deje de
fastidio en la voz.
Casi digo que sí. Así tendrá que irse. Al final, sacudo la cabeza y
respiro hondo. Alex es un imbécil, y probablemente merezca que lo
saquen a rastras del edificio, pero no caeré tan bajo.
—No, está bien. —Vuelvo a mirar a Alex—. Esto es ridículo.
—Heaven, no sé qué es todo este asunto de… RadaR es. Nunca he
hecho un perfil en ninguna parte. Sí, cometí un error con Pauline, pero
eso es todo. No ha vuelto a pasar y no volverá a pasar.
Las cejas de Shane se fruncen sobre sus ojos, él tampoco sabe aún de
la traición de Emma, aunque ese es el menor de mis problemas.
Cuando Alex me toma la mano, intento liberarme de su agarre, pero,
para mi horror, se arrodilla frente a mí y abre una caja de anillos.
Dentro hay un anillo de oro kitsch con una enorme piedra amarilla
como el vómito rodeada de diamantes más pequeños.
—Heaven, sé que he metido la pata y que te he hecho daño.
Me quedo boquiabierta.
—¿Qué demoni…?
—Pero ahora que te he perdido, he visto cuánto de mí necesitaba
cambiar.
—Alex, para —interrumpo.
—Lo hago por ti. Estoy aquí para demostrarte que soy tuyo para
siempre. Por favor, cásate conmigo, Heaven Wilson.
Lo miro fijamente, preguntándome si ha perdido la cabeza. En
realidad, estoy bastante segura de que así es.
Una mirada severa convierte el hermoso rostro de Shane en una
máscara de ira.
—Me tienes que estar jodiendo —dice con un largo suspiro.
El enorme y feo anillo que hay en la caja negra que Alex me ofrece
es lo único que puedo mirar fijamente, y estoy segura de que no acaba
de atraer mi atención, porque Shane mira más allá de mí y sus cejas se
tensan.
—¿Nevaeh?
Cuando su pregunta resuena en mi mente, todo se derrumba. Me
quitan la alfombra de debajo de los pies. El castillo de arena se
desmorona en un millón de pequeños granos.
—¿Qué estás …? —pregunta, y debe ver en la expresión de Olivia
que ella no tiene ni idea de quién es él, porque toda su cara se frunce—
. Nevaeh… —Su mandíbula cae lentamente y se vuelve hacia mí—.
Heaven.
Lo sabe. Sabe que soy Nevaeh. Sabe que lo estafé, le mentí, lo
engañé. Sabe que estaba hablando conmigo todo el tiempo.
Su rostro se descompone y el asombro de sus cejas arqueadas es
sustituido por una mueca de enfado en sus labios. Sus ojos se
entrecierran en rendijas y el odio instantáneo casi vibra en una nube
verde y tóxica.
Trago saliva y paso junto a Alex, que está hablando. No lo oigo por
encima de mis agitados latidos. Me agarro a la chaqueta de Shane y la
cierro en puños mientras el pánico me invade el pecho.
—Escúchame. No es lo que piensas, ¿bien? Deja que te lo explique.
Me aparta la muñeca con un apretón mientras le tiemblan las manos,
y de sus labios salen unas respiraciones cortas y rápidas.
—Fuiste tú. Todo el tiempo, fuiste tú.
Las primeras lágrimas brotan de mis ojos.
—Sí, pero es más complicado que…
—Dijiste que confiabas en mí. Te di la llave. Vimos películas… —Es
como si los flashes pasaran delante de él como un pase de diapositivas,
y cada uno de nuestros recuerdos se viera manchado por la conciencia
de que le mentí.
Su puño se mueve sobre su boca, y cada vez que parpadea, respira,
traga, lo sé. Lo que estoy presenciando es su corazón rompiéndose.
No parece que sienta alivio ni alegría por el hecho de que su
conexión perdida haya resultado no ser tan perdida después de todo.
No está contento, no hay ni una pizca de alivio en su rostro angustiado
al pensar que fui yo todo el tiempo.
Aunque le ruego que espere, que me deje explicarle y que me
escuche, se da la vuelta y entra a grandes zancadas en el despacho,
dejándome atrás.
Y mi corazón también se rompe.
Pasan cosas a mi alrededor. Olivia obliga a Alex a levantarse y a
marcharse, aunque no sé muy bien cómo. Lo único que hago es mirar
fijamente la puerta de cristal que Shane acaba de cerrar tras de sí,
consciente de que lo he conseguido. He arruinado lo mejor que me ha
pasado nunca, y todo por mi culpa.
Las lágrimas me nublan los ojos, me humedecen las mejillas y me
saben saladas en la boca mientras Olivia me acompaña al ascensor. No
podría ir tras él, aunque supiera qué decir, porque no estoy segura de
que mi boca funcione. No creo que me salieran las palabras, que
consiguiera no derrumbarme ante la nueva conciencia de mi mente.
Lo arruiné. La forma en que Shane me miró… definitivamente se
acabó entre nosotros. Me golpea, una y otra vez, como un cuchillo
cortando mi estómago. Lo perdí. Perdí al mejor hombre que he
conocido.

Cuando llamo a la puerta de Shane unas horas más tarde, me mira


durante un segundo antes de concentrarse en un montón de papeles
que tiene delante. Entro de todos modos, me dirijo a su escritorio y me
siento.
Permanece en silencio. No hay nadie más en el despacho, he
esperado expresamente a que Marina se fuera para venir aquí y el
único ruido que oigo es mi propio corazón latiendo incontroladamente
en mi pecho.
—Shane, ¿podemos hablar?
—No.
Trago saliva, pero tengo la boca seca.
—Tenemos que hablar. Si necesitas tiempo, lo entiendo, pero…
No aparta los ojos de la pantalla.
—No necesito tiempo. Hemos terminado.
No lo dice en serio. Solo está enfadado y decepcionado. No hay
forma de que lo diga en serio, y si lo hace, no lo aceptaré.
—Shane, sé que no debería haber…
—Heaven, mírame. —Ya lo estoy, así que me quedo quieta—.
Hemos terminado. Sal de mi oficina.
Me paralizo. No sé qué hacer. Es imposible que quiera romper
conmigo sin oír lo que tengo que decir al respecto. ¿No? No puede
volver a dejarme fuera. Prometió que no lo haría.
—Estás enfadado, y tienes todo el derecho a estarlo. Pero, ¿en serio
vas a acabar con nosotros? —Me trago un sollozo, forzando las
palabras—. Nuestra relación no es una mentira. Las últimas seis
semanas no han sido una mentira.
Sus ojos recorren la página que tiene delante.
—Eso es lo que pasa con las mentiras. Una vez que te atrapan en
una, tu palabra no vale nada.
Su tono me abre en canal, pero intento contener las lágrimas. Dice
cosas que no piensa cuando está enfadado. Y se pone esa máscara para
fingir que nada, ni nadie puede hacerle daño. Pero ahí está todo el
problema. Le he hecho daño.
—Solo tenemos que hablar de ello. Ahora no, si no quieres. ¿Pero
mañana?
Sacude la cabeza lentamente, luego me mira directamente a los ojos;
más aún, me hurga en el alma.
—No, Heaven.
Las lágrimas finalmente se derraman. No puedo contenerlas más.
No sé qué decir para convencerlo de que me dé una oportunidad. No
se me ocurre nada, aparte de suplicar.
Cuando pasa un minuto entero y yo sigo sentada en su silla
llorando, levanta la vista y me señala la puerta, luego vuelve a
centrarse en el periódico.
Con todo el cuerpo sacudido por los sollozos, me alejo, sabiendo que
merezco esto y más.
Lo que no merezco es a él. Él y el postre.
Nadie se apoya en el cielo

Me despierto en una cama sin Shane. Es un asco. No en el sentido


de que sea malo, sino en el sentido de que literalmente me chupa la
alegría. Más aún cuando me doy cuenta de que me he despertado
porque Billy me está llamando.
—¿Diga? —gruño mientras pulso el botón verde de mi pantalla.
—¡Hola, Heav! ¿Qué tal estás? No estabas durmiendo, ¿verdad?
—Estoy bien. ¿Está todo bien? —pregunto, incorporándome. Su
humor alegre solo puede significar una cosa: tiene malas noticias. Hoy
no soporto las malas noticias.
—Todo está genial, y estoy a punto de hacerte muy feliz. ¡Volverás
hoy a tu equipo!
—¿Qué? —pregunto, mientras el pánico se extiende por mí y tensa
mis músculos—. ¿Qué quieres decir?
—Tenemos un nuevo proyecto que hay que empezar cuanto antes.
Te encantará. Una empresa de videojuegos que quiere una de esas
campañas súper elegantes en todos los medios principales. Se están
gastando mucho dinero.
—¿Hoy? Billy, no puedo. El evento de Devòn es hoy. Esto tendrá
que esperar hasta el lunes.
—Ya he hablado con el Señor Hassholm. Está todo resuelto.
Trago saliva. Lo que significa está muy claro. Shane le pidió que me
llamara.
—Aun así… No estoy de acuerdo con esto. Me ocuparé del evento
en el que he estado trabajando durante cerca de dos meses. Estoy
segura de que lo entiendes.
Billy suspira.
—Heav, esencialmente, no tienes elección. Escucha, no sé qué ha
pasado. El Señor Hassholm escribió una carta muy halagadora sobre
ti, recomendándote que consiguieras el puesto de directora de
proyectos y… francamente, un aumento de sueldo ridículo. Pero
quiere que te vayas. Ahora mismo.
Se me caen los hombros y me tiemblan los labios. No puedo creer
que siga adelante con esto… ¡y que apenas se lo piense! Pero se
aseguró de que me ascendieran y me subieran el sueldo, así que aún
le importo. Una parte de él todavía lo hace. Tal vez sea la misma parte
a la que puedo apelar.
Aun así, rompo a sollozar, derramando innumerables lágrimas
mientras hablo por teléfono con Billy. Ahí es donde está mi vida.
—Oh. Oh, vamos, Heav. Pensé que estarías encantada de volver.
¿Disfrutaste tanto de los eventos?
Sacudo la cabeza, pellizcándome el puente de la nariz.
—Yo… Billy, si el señor Hassholm accede a dejarme terminar mi
último día, ¿puedo empezar el lunes?
—Sí, por supuesto. Pero yo lo dejaría como está, Heav.
Esencialmente, fue muy contundente.
Solo puedo imaginarlo.
—Está bien. Intentaré ver qué pasa. Hablaremos pronto.
Después de colgar, me levanto y miro mi cama vacía y fría. Lloro
mientras me ducho y luego mientras me cepillo los dientes. Lloro
mientras preparo el café y rompo en sollozos histéricos mientras
sostengo la llave del apartamento que le di a Shane. Cuando volví a
casa anoche, me estaba esperando sobre la mesa. Debe de haber
enviado a Marina a devolvérmela.
Cuando se me acaban las lágrimas, estoy tan enfadada que apenas
puedo maquillarme. Sé que la he cagado. La cagué a lo grande. Pero
este comportamiento de Shane es poco profesional, injusto. No tiene
derecho a echarme del proyecto unas horas antes de que esté
terminado. Sabía que me molestaría. Más que eso, no puede romperme
el corazón por un estúpido error y negarse a escucharme. Prometió
que no me echaría sin escuchar primero mi versión.
Finalmente, me conformo con una máscara de pestañas y un poco
de base de maquillaje (de todas formas, estoy hecha un desastre) y
salgo furiosa de mi apartamento y me meto en un taxi, como un
huracán dispuesto a arrasar el mundo.

—¿Me has mandado al banquillo? —Exploto, entrando en la oficina


de Shane a toda prisa.
Una rubia y una morena sentadas al otro lado de su mesa se vuelven
hacia mí, nerviosas y con los ojos muy abiertos.
Shane aprieta la mandíbula.
—Puedes ver que estoy en una reunión, Heaven, ¿verdad? No es el
momento de…
—¡¿Me has mandado al banquillo?! —pregunto con la misma voz,
golpeando con ambas manos su escritorio. Tengo el corazón en la
mano, pero me niego a echarme atrás. Puede mirarme todo lo que
quiera, este es mi trabajo y no pienso irme.
—Vamos a… Hablemos de esto más tarde —dice amablemente a las
dos mujeres.
Asienten rápidamente y se levantan, cerrando tras de sí la puerta.
Una vez solos, Shane suspira y cruza los dedos delante del
estómago, clavando su mirada en mí como si yo fuera lo peor que le
ha pasado a su oficina.
—Tu trabajo está hecho. Nos has ayudado enormemente, y ahora
solo es cuestión de ocuparse de los últimos detalles. Para lo que
Marina está perfectamente cualificada. Billy te necesitaba de vuelta, así
que no veo cuál es el problema.
—¡El problema es que me estás mandando al banquillo! Este es mi
evento. Yo…
—¿Tu evento? —Se ríe entre dientes, arreglándose la corbata—.
Llevas menos de dos meses trabajando en él. Yo llevo un año.
Tiene una capa de desinterés en los ojos que me dan ganas de tirarle
algo. Acercándome más, gruño:
—Y qué gran trabajo hiciste hasta que me uní al equipo. Tuvieron
que rogarme que viniera a salvarle el trasero al Señor Imbécil.
Su pecho se levanta mientras respira profunda y frustradamente.
—Volverás con tu equipo un día antes. Conseguirás tu ascenso y tu
aumento hoy. Y volverás a tu piso de artistas. Funciona bien para
todos.
Cruzo los brazos y giro los hombros hacia delante.
—No funciona para mí.
—Bueno, no importa, ¿verdad? —pregunta, volviendo las palmas
hacia arriba—. Soy tu jefe, y Billy también. Tomamos las decisiones, te
guste o no.
—¿Y qué hay del «trabajo es trabajo»? Pensé que íbamos a dejar
nuestras vidas personales fuera de esto. ¿Eso solo se aplicaba a mí? ¿O
estabas mintiendo?
Se levanta de golpe, acercándose con una mirada de tiburón.
—Creía que eras una persona decente. Creía que no nos
mentiríamos, que no traicionaríamos la confianza del otro. Pensé que
lo entendías mejor que nadie.
Enderezo la espalda hasta que hay algo de espacio entre nosotros, y
toda la indignación con la que llegué queda barrida bajo la alfombra.
Todo lo que siento es una profunda y envolvente tristeza.
—Lo comprendo.
—Sabías lo que sentía por la deshonestidad, por lo que pasó con mis
padres. Sabías que necesitaba que fueras sincera, que quería crear
confianza. Y fingiste ser otra persona para… ¿qué? ¿Para espiarme?
¿Para ver si era quien realmente decía ser?
—Shane, no —digo, mi tono se suaviza con cada palabra—. Creé ese
perfil para sorprender a Alex siendo infiel. No sabía quién eras cuando
coincidimos.
—¿Y por qué demonios has coincidido conmigo? ¿Eh? ¿Si estabas
allí por Alex?
Gruño.
—Estaba borracha y…
—¿Por qué no me lo dijiste después? ¿Por qué continuaste? —grita,
sus palabras resuenan en mi silencio.
Tiene razón. ¿Qué puedo decir? Tiene razón al cien por cien. Debería
haber confesado, y probablemente nos habríamos reído. Habríamos
visto juntos Volver al Futuro. Matrix, El Señor de los Anillos, Hombres de
Negro. Habríamos comido postre y reído y besado, perdiéndonos las
mejores partes de mis películas favoritas.
Me llevo las manos a la cara e intento que me salgan las palabras.
—No sabía cómo decírtelo —gimoteo, pero no sé si puede entender
mi voz apagada detrás de mis dedos.
—Me has engañado. Tomaste la llave del lugar más importante de
mi vida y me mentiste. Me dejaste en ridículo en esta oficina. Me
hiciste creer que tus intenciones eran genuinas, que eras una
persona…
—¡Lo son! Son auténticas. Yo soy auténtica —respondo gritando,
como en un columpio roto entre la tristeza y la rabia—. Y tú eres el
peor embustero de todos. Finges que no te importan tus empleados, tu
familia, yo. Pero lo haces. Finges ser el Señor Imbécil, que no se inmuta
por nada, ¡pero no lo eres!
Mira detrás de mí mientras ambos recuperamos el aliento.
—Ve a trabajar a la oficina de Heaven —le grita a Marina.
Con una mirada fulminante, ella se aleja, desapareciendo en el
pasillo.
—Nunca he fingido que no me importas, Heaven. Y no fingiré
ahora. —Shane abre su cajón, sus movimientos apresurados y furiosos,
luego toma algo y me agarra la muñeca, poniéndola sobre mi palma—
. Te he traído algo. Lo atesoré como el regalo de un amigo. Algo tan
importante como la llave que le di.
Ya sé lo que es. El frío y metálico DeLorean me aprieta la palma de
la mano, haciéndome un agujero.
Sus ojos se clavan en los míos, manteniéndome en mi sitio,
mostrándome lo mucho que siente lo que está a punto de decir. Y sé
que este será el golpe que me mate, el que me deje sin aliento. El que
escribirá las palabras «el final» en nuestra intensa pero breve historia
de amor.
—Te lo dije. Tienes el poder de labrar tu propio futuro. —Sonríe sin
alegría—. Bueno, Nevaeh, has hecho el tuyo. Ahora vuelve a tu piso,
porque aquí ya no te quieren.
Me suelta la muñeca y se aleja, sale de su despacho y se pierde de
vista.
Con las lágrimas cayendo por mis mejillas y el llavero apretado en
el puño, me quedo allí de pie, con un dolor tan fuerte que es físico.
Es el golpe lo que me mata.

—No creo que pueda ir más lejos —dice el taxista mientras echa un
vistazo a la multitud que tiene delante.
—No, aquí está perfecto. —Me fuerzo a sonreír mientras pago y
salgo del coche. Cuando veo el entorno, se me revuelve el estómago.
Gente guapísima, todos más altos y más delgados que yo, se pasean
con trajes y vestidos caros y exuberantes. La alfombra roja está
rodeada de fotógrafos y periodistas a ambos lados, y la villa que hay
detrás tiene un aspecto magnífico. La última vez que estuve aquí era
de día, y ahora la decadente fachada beige se ilumina con haces de luz
que apuntan al cielo. Es impresionante, lo que no ayuda a la presión
que ya siento en el pecho.
Cuando suena el teléfono dentro de mi bolso, lo saco y suspiro.
Emma.
No hemos hablado desde su confesión de ayer, aunque me ha
llamado unas cincuenta veces. También me ha enviado cientos de
mensajes de texto, y Olivia me ha rogado que ponga fin al tortuoso
tratamiento del silencio. Es ridículo, pero también es el mayor tiempo
que he pasado sin hablar con Emma desde que nos conocimos, y con
lo que pasó con Shane y lo que estoy a punto de hacer… Me vendría
bien una amiga.
Tapándome la oreja izquierda contra el ruido, me acerco el teléfono
a la izquierda.
—¿Hola?
—¡H! Oh… yolosientosoyunahorribleperso…
Arrugo la nariz y alejo el teléfono unos centímetros.
—Solo los perros pueden oírte, Em.
—Lo… lo… lo siento…
—Lo sé, cálmate —suspiro, haciéndome a un lado para dejar pasar
a un par de preciosos rubios gigantes—. Entiendo por qué lo hiciste,
Em. Estabas frustrada y tienes un historial de comportamiento
impulsivo. De verdad, me sorprende que no lo asesinaras.
—Lo consideré —se queja.
Con una sonrisa rígida, observo la punta de mis tacones azules.
—Solo necesito algo de tiempo para… no sé, perdonar y olvidar.
—Sí, lo entiendo. Te daré todo el tiempo que quieras. ¿Pero todavía
me quieres?
—Sí, lo… —Un fuerte bocinazo me sobresalta.
—¿Dónde estás?
—Oh… —Echo un vistazo a la multitud de limusinas y coches
lujosos que se detienen frente a la alfombra roja—. Estoy en el desfile
de Devòn.
—¿Qué? Pero Olivia dijo que Shane enloqueció…
—Sí, y me prohibió venir.
—¿Y fuiste de todos modos?
Con un mohín, digo:
—Más o menos.
—Suena razonable.
—¿Verdad?
—¡Por supuesto! No puede excluirte de tu evento veinticuatro horas
antes de que se celebre. Es poco profesional y totalmente injusto. No
te dejó otra opción.
—¡Eso es exactamente lo que estaba diciendo! —grito.
Las dos nos reímos y, cuando se hace el silencio, miro a los
guardaespaldas vestidos de negro en las puertas.
—Por supuesto, existe la posibilidad de que no me dejen entrar. O
que lo hagan, y la mirada asesina de Shane lo convierta finalmente en
un Escáner.
—¿Un qué?
—Un Escáner. ¿De la película «Escáneres»? —Sacudo la cabeza—.
Individuos que pueden herir a otros con sus poderes psíquicos
mirándolos fijamente.
—Así que… cosas de cerebritos.
Con los ojos en blanco, estudio nerviosa la alfombra roja. ¿Debería
ir? ¿Importa siquiera si gano? De todas formas, el premio no es Shane.
—Ojalá pudiera ir contigo —dice Emma mientras exhala un gran
suspiro.
—Lo sé. Todo irá bien. —Enderezo los hombros y empiezo a
caminar. Tal vez no tenga sentido que vaya, pero desde luego sé que
alejarme y rendirme no me acercará más a Shane—. Mira, tengo que
irme, pero… hablaremos pronto, ¿bien?
—De acuerdo. Ve a buscar a tu hombre. Te quiero, y… lo siento, otra
vez.
En cuanto me acerco, los periodistas se dan cuenta de que no soy
nadie a quien merezca la pena fotografiar, me hacen unas cuantas fotos
perezosas y siguen su camino.
Al pasar por la alfombra roja, aprieto los puños para que no me
tiemblen las manos. Sobre todo cuando me enfrento al guardia que me
pregunta mi nombre.
—Heaven Wilson.
Con un movimiento de cabeza, hojea la lista.
El corazón me palpita en el pecho. Será tan humillante si mi nombre
no está en esa lista y tengo que caminar por la alfombra roja hacia atrás
y buscar un taxi.
—No veo tu nombre aquí. Espera un segundo.
Se da la vuelta e indica a alguien que se acerque y, para mi alivio
instantáneo, no es Shane. Aunque puede que no sea mucho mejor,
porque se trata de Marina, que pone los ojos azules como el hielo y
mira mi vestido de arriba abajo con un ligero desdén.
—Cuarto Piso.
—Hola —le digo, arrastrando los pies. ¿Le pido que me deje entrar?
Probablemente no. Se excitaría, y dudo que mis ruegos la hicieran
cambiar de opinión.
—¿No volviste a tu departamento?
No tengo alternativa. Es hora de mendigar.
—Este es mi evento también, Marina. Por favor.
Ladea la cabeza y niega, pero no dice nada durante unos segundos.
Mira hacia atrás y luego hacia mí y gime.
—Bien. Está dentro.
Casi podría abrazarla mientras la sigo al interior del local, y creo que
ella lo nota porque se detiene y se vuelve hacia mí.
—No lo hago por tu ridícula relación. Solo porque necesitamos
ayuda. —Se ajusta los ribetes del vestido—. Sobre todo porque el Señor
Imbécil ha sido de todo menos útil hoy. Arrastrándose como un zombi.
—Cuando no digo nada, pone los ojos en blanco—. Y me ha metido en
su vida privada, lo cual es inaceptable. Preguntándome si estaba
cometiendo un error.
La miro fijamente, con las cejas fruncidas. ¿Me está ayudando?
—¿Qué le dijiste? —le pregunto.
—Que no lo era. Que está mucho, mucho más bueno que tú, y que
está mejor con literalmente cualquier otra persona en el mundo.
O tal vez ella no me está ayudando en absoluto, la arpía.
—Y que nunca sonrió tanto desde que te conoció. Así que si una
mala decisión le hace feliz, quizá no sea tan mala decisión —añade con
la mirada.
Camino tras ella, y no tengo tiempo de analizar el latigazo que me
está dando, porque ya está hablando de lo que tenemos que arreglar,
comprobar y resolver. Pero cuando me pregunta si la he entendido, la
abrazo y, aunque se pone rígida, no la suelto.
Tal vez no le gusto, pero creo que le gusta Shane. Ella tiene sus
mejores intereses en el corazón. Y eso podría ser lo único que tenemos
en común.
No veo a Shane hasta pasada una hora del evento. El lugar es así de
grande y hay demasiada gente. Y cuando lo hago, casi me desplomo
al suelo. Lleva su traje azul oscuro, del mismo color que mi vestido. Le
pedí que se lo pusiera esta noche, y lo hizo, aunque yo no debía venir.
Como si le llamaran, sus ojos se dirigen a los míos. Directamente. Lo
suficiente para que me pregunte si ya sabía que estaba aquí. Después
de mirar mi vestido con los labios ligeramente entreabiertos, hace una
mueca y se da la vuelta.
Desde ayer, ya ha pasado un puñado de veces, y cada vez, me mata
de nuevo. Me mira como si todo estuviera arruinado, como si no
hubiera vuelta atrás. Supongo que es la misma forma en que miré a
Alex.
Ignorando el creciente pavor en mi interior, apago fuegos toda la
noche, corriendo de un lado a otro de la mansión mientras Shane se
sienta en su mesa y entabla conversación con Therese y el grupo de
clientes.
Me ignora durante las siguientes horas, pero cuando estoy
engullendo un par de aperitivos en la cocina, aparece a mi lado y me
arrastra hasta el pasillo. Me veo obligada a seguirlo, agradecida de
que, una vez más, me toque, aunque dista mucho de parecerse a la
forma en que me tocaba antes.
—Así que haces lo que te da la gana. ¿No es así? —pregunta
mientras se detiene y centra su mirada enfurecida en mí.
Levantando la barbilla y enderezando la espalda, me preparo para
la batalla que se avecina.
—No iba a dejar que me dejaras en el banquillo, Shane. He vertido
mi sangre, sudor y lágrimas en este proyecto. Merezco estar aquí.
Mira hacia otro lado.
—¿Quién te dejó entrar?
No habla en serio, ¿verdad? No regañará a Marina por dejarme
entrar. ¿Cómo sabe que mi nombre no está en la lista de invitados?
Me quedo boquiabierta.
—¿Pediste que quitaran mi nombre de la lista?
—Te conozco, Heaven —dice, ladeando la cabeza—. Sabía que
aparecerías.
Es. Un. Imbécil.
Me burlo, cruzándome de brazos. Si así es como quiere jugar,
entonces lo haremos. Sabe que sé pelear.
—Entonces sabes que hace falta más que eso para detenerme.
—Informaré a Billy de que has ido en contra de mis órdenes directas
y te has unido a un evento del que te pedí específicamente que te
mantuvieras alejada.
—Asegúrate de decirle que me he pasado toda la noche arreglando
los inconvenientes de los que tu equipo no puede ocuparse.
—Eres increíble —murmura.
—Soy increíble —respondo.
Le tiemblan los ojos. Casi se le cae la máscara y, por un segundo,
parece el hombre más triste que he visto nunca. Luego recupera
rápidamente la compostura.
—Bien. Tú ganas. Quédate en el evento. Salva a mi equipo y haz lo
que quieras, como siempre.
Mientras se aleja, doy un paso tras él.
—No es lo único que gano.
—¿Qué? —Me mira, con las cejas fruncidas por la exasperación.
—No es lo único que gano. Hicimos una apuesta, y hoy es la fecha
límite.
Metiendo las manos en los bolsillos, se burla.
—Sí. ¿Y qué es lo que quieres?
—Otra oportunidad —le digo, y antes de que pueda negarse, le
pongo las manos en el pecho—. Shane, sé que lo que hice estuvo mal,
pero no hubo malicia en mis acciones. Si me dejaras explicártelo todo,
estoy segura de que lo entenderías.
Respira hondo y me mira las manos. Me aprieta los nudillos con las
palmas de las manos y el calor que desprenden me reconforta hasta el
punto de hacerme llorar.
—Aunque quisiera, no puedo, Heaven. No confío en ti. Lo hecho,
hecho está.
Agarrándome las manos, las aparta.
—¿De verdad? ¿Lo hecho, hecho está? —Insisto una vez que
empieza a caminar de nuevo—. «Puedes labrarte tu propio futuro,
Marty». —Me ignora, pero no me doy por vencida. Si es necesario, le
seguiré la pista toda la noche. Hasta que tenga la oportunidad de
hablar, hasta que me escuche—. Si estás tirando todo por la borda por
un estúpido error, por una estúpida mentira…
—¿Entonces qué, Heaven? —suelta, dándose la vuelta tan
repentinamente que casi choco con él.
Lo miro fijamente a los ojos, ahora casi sin vida.
—Entonces, ¿te importo siquiera? ¿Fue esto… real? ¿Significó algo?
Mira a un par de camareros que caminan a nuestro lado. Cuando
están lo suficientemente lejos, se centra en mí.
—No me culpes de esto, Heaven. Todo lo que quería era una
oportunidad, eso era todo lo que pedía. Que fueras sincera y me dieras
una oportunidad para demostrarte que podías confiar en mí.
—Eso es lo que te estoy pidiendo ahora mismo, Shane, pero ni
siquiera me escuchas.
Con una risita amarga, sonríe.
—Sí, bueno. Me suenas irritantemente familiar. ¿Qué tal si Alex y tú
se dan otra oportunidad? El anillo era bastante espectacular.
Abro la boca, pero no sale ningún sonido, aunque tengo muchas
cosas que decir. Si mi lengua cooperara, le diría que chatear con él a
través de un perfil falso no tiene nada que ver con la mierda en la que
se ha convertido mi relación con Alex. Que la diferencia entre Shane y
yo, comparado con mi ex y yo, es que compartimos sentimientos el
uno por el otro. Que el anillo era una mierda y que, como todo lo que
hace Alex, demuestra lo poco que me conoce.
Pero mi boca permanece abierta y vacía, y Shane me lanza un
«adiós» marchándose sin mirar atrás.
Exploro la habitación que me rodea mientras siento cada latido de
mi corazón, cada aliento que sale de mis labios. A mi alrededor, este
lugar está decorado con objetos que he visto mil veces. Los invitados,
vestidos con magníficos trajes y esmóquines, son personas con las que
he hablado o a las que conozco por su nombre. Se mueven por un lugar
que yo elegí, comiendo comida que yo probé. Y en todo eso, también
está Shane. Es casi demasiado doloroso mirarlo.
Las reuniones sobre la distribución de los asientos, cambiando
pequeñas chinchetas en un tablero de un lado a otro. La banda que
vimos juntos, antes de nuestra no-cita. La pasarela que me hizo probar
hace unos días, mientras fingía hacerme fotos con las manos.
No debería estar aquí.
Me dirijo a Marina y le entrego la tabla que me dio al principio de la
noche.
Tras mirarlo y luego a mí, se aleja en silencio y con el ceño fruncido
de siempre.
Yo tampoco tengo nada más que decir.
Avanzo hacia la entrada, me vuelvo una vez más hacia la habitación
y mis ojos se encuentran con los de Shane. Inhalo profundamente,
demorándome un segundo, pero no voy a llorar más. No delante de
él.
Da unos pasos hacia mí y, por un momento, la esperanza me hace
levitar unos centímetros del suelo. Pero alguien lo detiene, y llevo el
tiempo suficiente frente a la puerta para que parezca raro, pero él no
me presta atención, así que salgo y me adentro en la noche.
La gratitud de las consecuencias

Camino hacia la cafetería por la transitada calle. Hoy he terminado


de trabajar temprano, así que puedo disfrutar del agradable calor del
sol sobre mi cabeza y de la inusual vitalidad del centro de la ciudad
durante el fin de semana.
Alex está sentado en la última mesa de la derecha y, al verme, se
levanta.
Le saludo con la mano.
—Hola, gracias por reunirte conmigo.
—No hay problema. ¿Te traigo un café? —Levanta la mano para
llamar la atención del camarero, que está sirviendo a un hombre unas
mesas más allá. Cuando se acerca, pido un café con leche y, una vez
más, me quedo a solas con Alex.
Se me revuelve el estómago mientras se frota las manos y, cada vez
que nos miramos, sonreímos de forma torpe y forzada.
—Entonces… ¿Has pensado en mi pregunta? —pregunta.
—Alex…
—¿No es por eso por lo que querías verme?
—En parte. —Cruzo las piernas y centro mi mirada en él—. A pesar
de todo, creo que no deberíamos terminar nuestra relación de cinco
años con una nota tan amarga.
Suelta un suspiro que hace sonar sus labios.
—Déjame adivinar… Ese tipo rompió contigo y ahora estás aquí
para suplicar. —Me quedo boquiabierta, pero antes de que pueda
hablar, levanta las dos manos—. No pasa nada. Los dos cometimos
errores, y…
—Tienes razón —lo interrumpo. Tengo miedo de que si lo dejo
hablar, no siga adelante—. Ambos hemos cometido errores, y estoy
aquí para disculparme por los míos.
El camarero me trae el café y, después de musitar un:
—Gracias —se marcha, dejándonos a Alex y a mí en otro silencio
incómodo. Quizá haya sido una mala idea. Llevamos aquí dos minutos
y ya quiero estrangularlo.
—Escucha —digo mientras miro fijamente la infusión oscura en mi
taza. Realmente quiero hacer esto, así que le daré una verdadera
oportunidad—. No estoy aquí para decirte que volvamos a estar
juntos. Sé que es horrible decirlo, pero desde que rompimos soy más
feliz. Nuestra relación se fue a pique hace años. —Abre la boca y
muevo la mano hacia la suya—. Aun así, te mereces una disculpa. No
debería haber actuado a tus espaldas. Debería haber hablado contigo,
haberme enfrentado a ti, cuando supe lo de RadaR.
—Nunca estuve…
—Lo sé. —Con una sonrisa, le suelto la mano—. Sé que no lo estabas.
Y si hubiera hablado contigo, si hubiera sido sincera… —Suspiro.
—¿Por qué no lo hiciste, entonces?
—Sinceramente, tenía miedo de que, si rompía contigo, no pagaras
tu mitad del alquiler y acabara endeudada y me echaran del piso.
—¿De verdad crees que soy tan horrible? —pregunta con las cejas
muy arqueadas sobre los ojos.
Con una mueca, me cruzo de brazos.
—Bueno, eso es exactamente lo que dijiste después de que rompiera
contigo.
Pone los ojos en blanco, pero no dice nada.
—En cualquier caso, debería haber afrontado esto mejor. Debería
haber sido honesta y directa, y lamento no haberlo sido. Sobre
nosotros, sobre Shane. Debería haber hablado contigo.
Asiente, pero su mirada no se cruza con la mía. Después de lo que
parece un minuto entero, levanta la vista, con los labios temblorosos.
—Yo también lo siento, Heaven. Sé que debería haberlo hecho
mejor.
Con una pequeña sonrisa, agarro mi taza y bebo un sorbo. Hay
muchas cosas que tenemos que discutir, como qué hacer con el
apartamento, el coche. Qué decirles a nuestras familias y amigos.
Después de cinco años, nuestras vidas están tan entrelazadas que
tardaremos en asimilar todo.
—Nunca estuve en RadaR —dice con un resoplido—. Nunca me
uniría a una aplicación de citas. Pero te engañé…. más de una vez.
El corazón me palpita en el pecho mientras dejo la taza. No hay
mucha razón para ello. Supongo que es el hecho que estoy a punto de
saber la verdad, por fin.
—Me acosté con Pauline. Todos los días en el trabajo, ella… no
paraba de flirtear conmigo. —Hace una mueca—. No intento culparla,
sé que es culpa mía. Pero había pasado tanto tiempo desde que sentí
que alguien realmente me quería que empecé a quererla a ella también.
Hasta que fui a una cena de trabajo hace un par de meses y bebí
demasiado. Ella me besó y… y no pude detenerla. Así fue como
empezó. Nos vimos unas cuantas veces en un hotel del centro desde
entonces.
El hotel Silverton, donde Emma los vio a los dos.
—¿Alguna vez ibas a decírmelo, Alex? —Respiro—. Me enfrenté a
ti por ello, y mentiste.
Juguetea con la cuchara en su taza.
—Porque no quería perderte. Sé que no tiene sentido, pero te quiero.
No quiero estar con ella. En cuanto terminamos, quería que se fuera.
Te quería allí.
—Tiene sentido. —Le aprieto el brazo, soltándolo rápidamente
después—. Creo que puede tener algo que ver con tener miedo. No
quieres estar solo, así que prefieres tener algo. Sigue siendo mejor que
nada, aunque no lo es todo. Pero te debes a ti mismo aspirar a todo.
—Sí. Supongo que tienes razón —dice poco convencido mientras
estudia su taza.
Se hace el silencio, doy un sorbo a mi café y vuelvo la vista a la calle.
La gente pasea, se cruza al subir a la acera, y me pregunto cuántos de
ellos experimentaron el afecto que Alex y yo sentimos el uno por el
otro. Hubo mucho al principio, y en cierto modo eso me hace
afortunada.
«Más vale haber amado y perdido que no haber amado nunca», dijo
alguien en algún momento.
Echándome hacia atrás en la silla, abro la boca para preguntar por
el millón de cosas que deberíamos resolver, pero una sombra se
proyecta sobre la pequeña mesa redonda que hay entre Alex y yo. Al
girarme a la derecha, veo la desafortunadamente familiar mueca de
Marina.
—Vaya, qué sano.
Arrugo las cejas cuando sus ojos de gata nos miran a Alex y a mí.
—Hola, Marina. ¿Qué…?
—¿Para esto has venido a la sexta planta? —Se cruza de brazos, la
docena de bolsas en sus manos se arrugan al ser empujadas contra su
vientre plano—. ¿Para tomarte un respiro de tu impresentable
existencia y causar estragos, solo para volver con tu novio granjero?
Con un suspiro, pregunto:
—¿Qué problema tienes conmigo? ¿Son celos? ¿Estás enamorada de
Shane o algo así?
Se ríe por lo bajo.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Que quiero robarte a tu exnovio? —Pone
los ojos en blanco y me da la espalda—. Increíble.
—Bueno, entonces, explícamelo.
Parece considerarlo un momento mientras se detiene, luego se da la
vuelta y se inclina ligeramente, sus iris helados recorriendo los míos.
—¿Quieres saber cuál es mi problema, Cuarto Piso?
—Por favor.
—Bien. —Ella se burla—. Mi vida ha sido miserable durante los
últimos cinco años. Shane ya hacía de jefe imbécil antes, pero fue
entonces cuando empezó a dar lo mejor de sí.
¿Cinco años? ¿De qué está hablando? Sabía que no sería sincera,
pero intentar culpar de su resentimiento a su lugar de trabajo de
mierda y luego sugerir que es culpa mía porque entré en la empresa
hace cinco años… bueno, eso no tiene sentido.
—Si ese es el caso, te sugiero que se lo digas al Señor Hassholm,
porque…
—Entonces apareces y es un puto adolescente. —Su boca se tuerce
de asco—. Sonriendo, silbando, coqueteando. —Señala a Alex—. Pero
tuviste que ir y arruinarlo todo.
Lanzándole una mirada, sacudo la cabeza.
—No tiene nada que ver con Shane y conmigo.
—Como si me importara una mierda, Cuarto Piso —dice mientras
se da la vuelta para irse.
—Parece que sí. —Me paro, esperando mientras ella me mira—.
Después de todo, me dejaste entrar en la fiesta de Dèvon. —La
desafío—. ¿Fue porque nos quieres juntos para que sea más fácil
trabajar con él?
—No, no —dice, moviendo lentamente la cabeza—. Me encantan las
parejas horripilantes. No dejes que el vómito que sale de mis ojos te
engañe.
Por supuesto, ella no me cubre las espaldas. Eso ya lo sabía. Pero le
sacaré la verdad. Me ha engañado durante un tiempo, pero la noche
del evento, cuando me fui, vi la decepción en su ceño fruncido. No era
descontento por su situación laboral, era verdadera tristeza.
—Bueno, ahora, cálmate —dice Alex, moviéndose incómodo en su
asiento mientras mira a Marina.
Levanto la mano y le impido intervenir.
—De acuerdo. ¿Qué quieres de mí? —pregunto, cruzándome de
brazos.
—¿Qué quiero de ti? —murmura—. Para empezar, no quiero que
vuelvas a la sexta planta. Deja en paz a Shane y déjanos vivir nuestras
putas miserables vidas porque tú y tu novio no pueden separar el
trabajo de sus asuntos privados.
Sin impresionarme, asiento con la cabeza.
—No te preocupes, no tengo intención de volver.
Me estudia y, por un segundo, parece que va a caer en mi trampa.
Luego asiente con la cabeza, visiblemente enfadada mientras su
melena oscura sigue el movimiento de la luz.
—Genial. Porque es un desastre, y no necesitamos que vengas y lo
empeores.
Reprimiendo una sonrisa, vuelvo a asentir. Sabía que no odiaba a
Shane tanto como aparentaba.
—Totalmente. Ni se me ocurriría.
Aparta la mirada, como si decidiera qué decir, y luego vuelve a
clavarla en mí.
—E infeliz. Está básicamente deprimido. No ha sonreído ni una vez
desde la fiesta de Dèvon y se está matando con trabajo.
—Entendido.
Con las venas del cuello a punto de estallarle y los labios tan
fruncidos que se le ponen blancos, murmura: «Putos heteros» mientras
se da la vuelta. Tras un segundo de sorpresa, la llamo por su nombre.
Se detiene, congelándome con su mirada.
—¿Qué?
—Todos los de la sexta planta le tienen miedo, pero tú y yo… —
Sonrío—. Las dos sabemos que tiene un corazón precioso. Solo que lo
han roto mucho.
Me mira como si fuera una cucaracha de tamaño humano.
Trago saliva para que baje la saliva que tengo en la garganta y fuerzo
una sonrisa más profunda.
—Solo… invítalo a tu próxima fiesta de cumpleaños.
Frunce el ceño un momento, pero sin decir nada más, se da la vuelta
y se marcha.

Mi teléfono suena cuando entro en mi apartamento, con las bolsas


de la compra colgando de mis dos manos. Son Emma y Olivia en una
videollamada. Dejo caer una bolsa al suelo y respondo.
—Hola —saludo a la pantalla, y ambas me devuelven el saludo.
Olivia voló de vuelta a Sydney hace unos días, y quién sabe cuánto
tiempo pasará antes de que la vuelva a ver. Ya la echo de menos—.
¿Cómo estás?
Olivia gime.
—El trabajo ya es un infierno. Mi nuevo jefe odia cada una de mis
ideas.
Emma se une con un ruido nasal similar.
—Estás predicando al coro. Hoy he perdido una venta que estaba
prácticamente hecha.
—Lo siento, chicas. —Con el ceño fruncido, me dirijo a la nevera.
Cuando la abro y tomo un refresco, el silencio de mi piso es
ensordecedor. Echo un vistazo a la tableta de chocolate del estante
superior, junto a un puñado de kiwis y un tarro de arroz integral.
Aunque no me merezco nada, he estado comiendo postre de todos
modos. Si no, creo que no habría sobrevivido a las dos últimas
semanas.
Cuando me vuelvo hacia Emma y Olivia, están mirando a la cámara
en silencio.
—¿Qué? —pregunto.
—Bueno… ¿cómo estás?
Intento ignorar el tono de Olivia. Como si estuviera hablando con
un paciente inestable que se ha escapado del psiquiátrico.
—Estoy bien.
Emma ladea la cabeza.
—Eso no es verdad, Heaven.
—Lo estoy.
—Heaven…
Suspiro y golpeo la soda contra la mesa con la fuerza suficiente para
que se derrame un poco y caiga sobre la superficie blanca, con las
burbujas encrespándose contra ella. Las burbujas magnifican una
mancha sucia de ganache de chocolate, tan pequeña que nunca me
habría dado cuenta. Me molesta. No, más que eso: siento como si
alguien me arañara la piel, me rascara la parte posterior de los ojos y
me pellizcara el interior de la garganta.
Me dirijo al fregadero para tomar la esponja más cercana y asiento
con la cabeza.
—Tienes razón. No estoy bien. Han pasado doce días y no he vuelto
a saber nada de Shane. Básicamente, pasamos el mismo tiempo juntos
que separados. Así que se acabó. Lo mejor que me pasó en la vida se
acabó, y no duró lo suficiente como para llamarlo una relación.
Mientras mi voz se vuelve estridente, continúo:
—Y lo peor es que todo esto es culpa mía. Toda mía. He encontrado
al hombre más increíble que jamás haya tenido delante y le he
mentido. Lo engañé lo suficiente como para convertirlo en un
monstruo que me borró de su vida en menos de noventa segundos.
¡Todo!
Ahora estoy gritando, y la voz tranquilizadora de Emma sale de mi
teléfono.
—Oye, Heaven… intenta calmarte. ¿Quieres que vaya?
Ignorándola, sigo fregando, aunque el refresco hace tiempo que se
ha ido y la parte áspera de la esponja está arañando la superficie
blanca, por lo demás perfecta.
—No, en realidad, lo peor es que me gustaría hacer un chiste sobre
que usó el neuralizador de Hombres de Negro para olvidarme tan
rápido, ¡pero él es el único que lo entendería!
Me quedo quieta, observando la mancha gris sobre la mesa,
despojada de su pintura. Aunque recupero el aliento, mi corazón sigue
latiendo con fuerza y, sin quererlo, rompo a llorar, apoyando la
espalda en una de mis paredes perfumadas de chocolate. El olor nunca
se fue.
Después de todo, parece que Olivia tenía razón. Soy un desastre
inestable.
—Oh, Heaven… —Olivia dice con voz quebrada, y en mi pantalla,
mis dos amigas lloran conmigo, lo que solo me hace sollozar más
fuerte, y… bueno, eso las hace llorar a ellas.
Tardamos diez minutos en parar y, cuando lo hacemos, me siento
agradecida por segunda vez en el día. Puedo contar con las mejores
amigas de todo el mundo. Personas que me quieren tanto que mi dolor
es también el suyo.
Claro, lo que Emma hizo estuvo mal, sin importar las buenas
intenciones con las que lo hizo. Pero ella lo sabe, y por mucho que lo
intente, no puedo enfadarme por algo que me trajo a Shane. Nevaeh
también me despojó de él, pero esas seis semanas que Shane y yo
pasamos trabajando juntos, esas dos semanas en las que salimos
juntos… esos fueron los mejores momentos de mi vida hasta ahora.
No puedo arrepentirme de ellos.
Y eso no es todo. Porque con el aumento absurdo que me dieron,
podré conservar mi apartamento, y además me encanta mi nuevo
puesto. Tengo salud y unos padres que me apoyan. Tengo todo lo que
necesito. Y soy más infeliz de lo que he sido nunca.
Emma se seca las manchas de maquillaje bajo los ojos con la punta
de los dedos.
—¿Heaven? Harás algo, ¿verdad? No puedes rendirte.
Sonándose la nariz, Olivia sacude la cabeza.
—Claro que no. Ella nunca se rinde.
Las miro fijamente y luego bajo la mirada.
—No, nunca lo hago. Pero… esto no es algo sobre lo que tenga
control. Puedo hacer que me escuche o que hable conmigo. Ya he
hecho ambas cosas. Pero no puedo hacerlo cambiar de opinión. No
puedo cambiar lo que siente por mí.
—Pero lo quieres tanto —se queja Emma.
Otro sollozo rompe el silencio en mi apartamento. Lo quiero. Lo
quiero.
—Tengo que respetar su decisión. Yo hice mi propio futuro.
Ninguna de las dos entiende mi cita. No lo creo, al menos. Pero sé
lo que haré ahora. Veré Volver al Futuro y, ¿por qué no?, me comeré
una caja entera de galletas.
No necesito merecer el postre.

Veo al padre y a la madre de Marty a través de un velo de lágrimas.


Todo lo remotamente romántico me hace llorar, pero no creo que haya
nada que me aleje de esta película. Ni siquiera el hecho de haberla
visto con Shane.
Voy por la mitad de la película cuando me doy cuenta de que hay
una cosa más por la que estoy agradecida.
Shane.
La vida se ha pasado el día haciéndome tragar un millón de razones
por las que debería ser feliz. Abofeteándome con la conciencia de que
soy una perra afortunada. Pero de alguna manera olvidé incluir a
Shane en la lista. Shane, que hizo que todos los amores que he
experimentado antes que él fueran irrelevantes. Quien me hizo sentir
un tipo diferente de amor. Amor verdadero, apasionado, desgarrador.
Creo que podría haberlo amado antes de conocerlo, porque con sus
mensajes me despertó del coma en el que vivía. Me mostró todo lo que
no tenía, y luego me lo dio todo y más.
Postres. Amor. Risa. Vida.
La razón por la que no me aplasté bajo el peso de las últimas seis
semanas es Shane. Y eso es cierto para muchas cosas. Mi trabajo, mi
vida personal, mi bienestar. Él me mantuvo anclada y segura, y ahora
lo amo. También lo perdí, sí. Pero eso fue culpa mía. Y sigo agradecida
de que formara parte de mi vida, aunque durara poco.
Ojalá pudiera decírselo. Realmente me gustaría que supiera que a
pesar de cómo terminó, no me arrepiento de él, incluso si él se
arrepiente de mí.
Mientras miro a Marty corriendo hacia Doc e intentando salvarlo de
la muerte, mi teléfono suena en la mesita. Lo tomo, sabiendo que son
mis padres o una promoción de algo que no necesito.
Cuando me doy cuenta de que es un número que no está guardado,
deduzco que es lo segundo y casi cuelgo el teléfono. Pero al escanear
rápidamente la pantalla, me quedo paralizada.

RILEY:
Heaven, ¿qué pasó en nombre de Dios?

—Mierda —murmuro ante la pantalla mientras me tapo la boca con


la mano. Es la hermana de Shane. Le habrá contado lo nuestro y le
estará preguntando qué ha pasado. O tal vez le ha contado lo de
Nevaeh y se pregunta si soy normal. De cualquier manera, mi corazón
está por las nubes.
Esto es lo más cerca que he estado de Shane desde la última vez que
lo vi en la fiesta de Dèvon. No me he cruzado con él en la cafetería ni
en el pasillo. Ni miradas en el aparcamiento ni incómodos viajes en
ascensor. Nada. Está solo dos pisos por encima de mí, pero podría
estar en otro planeta.
Pero ahora… ahora Riley me envió un mensaje. Tengo que
responder.

HEAVEN:
Hola Riley. ¿Qué tal estás? Qué bueno saber de ti. Las cosas… se
complicaron, como probablemente sepas. Metí la pata, y tu hermano
se merece algo mejor.

Puede que me esté enrollando, pero no es que no crea lo que digo.


Además, soy consciente de que es más que probable que Shane lea
esto. Si es el último medio de comunicación que nos queda, me
aseguraré de que mi mensaje quede súper claro.

RILEY:
OMG, me vas a matar. No me dirá lo que pasó, pero tiene el corazón
roto. Tienes que arreglar esto. No puede haber esperado años, para
estar contigo solo una semana.

Aprieto los labios con fuerza. La mitad de mí sigue convencida de


que se equivoca de persona, pero también está lo que dijo Marina. Que
hace cinco años fue cuando Shane se volvió aún más imbécil.
Con un suspiro, me tumbo de nuevo en los cojines del sofá y me
quedo mirando su mensaje. Dice que tiene el corazón roto, y Marina
describe una situación similar. ¿No duerme? ¿Ha llorado? ¿Me
convierte en una persona horrible que espere que sea una especie de
zombi insomne plagado de lágrimas y remordimientos constantes? ¿Y
qué puedo hacer para solucionarlo?
Quizá no pueda decirle que le estoy agradecida, pero puedo
demostrárselo. Quizás haya algo que pueda hacer para hacerle saber
que lo quiero. Incluso si él no me quiere. Aunque hayamos terminado.
Incluso si es un desastre porque le hice daño.
Me levanto, me dirijo al escritorio y enciendo el portátil. Ya sé lo que
voy a hacer. Lo que hago mejor. Y para eso necesitaré una cafetera
recién hecha.
Mientras camino hacia la máquina, una sonrisa decidida se dibuja
en mi rostro. Tecleo rápidamente en mi teléfono y envío un mensaje
más.

HEAVEN:
Tienes razón, Riley. No te preocupes. No me voy a rendir.
Volver al futuro

La fuente de los caballos está rodeada de turistas que hacen fotos y


comen helados en el quiosco del otro lado de la plaza. El sol calienta,
debe de ser por eso que hay tanta gente aquí un martes cualquiera.
Agarro la caja con la mano y suelto un suspiro tembloroso. He
pensado mucho en esto y espero que Shane lo aprecie, pero no puedo
estar segura. Aun así, me ha llevado cuarenta y ocho horas seguidas
de trabajo desde que se me ocurrió, así que… «Demasiado tarde para
echarme atrás» murmuro para mis adentros.
Pero me vendría bien un poco de suerte.
Con una sonrisa, rebusco en el bolsillo trasero de mis vaqueros y
saco una moneda. Me alejo y me giro hasta que la fuente queda a mis
espaldas. Entonces, deseo de todo corazón que a Shane le guste mi
gesto, que no piense que es un patético intento de comprar su perdón,
y arrojo la moneda por encima del hombro a la fuente.
Vuelvo corriendo hacia los caballos y miro a través de las ondas del
agua cómo el pequeño disco plateado se hunde y se une a cientos de
otros iguales. Saber que todos son símbolos de los deseos y esperanzas
de la gente me hace verlos con otros ojos. Ahora me encantan.
El viento sopla con tanta fuerza que temo acabar con el culo en el
canal, pero me agarro a la caja y me deslizo por la pared hasta llegar
al arco. Con un último salto, salto al otro lado.
Aquí todo sigue como antes, por supuesto. La maleza ha crecido, y
el tejado podría estar un día más cerca de ceder y derrumbarse. Pero
todo parece igual, aunque para mí todo es diferente.
Me desplazo al centro del espacio, donde Shane me besó bajo las
estrellas, y miro a través del agujero del techo derruido. Las nubes se
suceden sobre el fondo azul. Si cierro los ojos, casi puedo saborear aún
sus labios, sentir su respiración mezclándose con la mía.
Después de caminar hasta la columna, coloco la caja que sostengo
detrás de ella, exactamente donde recogí la roja hace casi dos meses.
La mía es blanca y mucho más grande, pero supongo que la intención
es lo que cuenta. Al menos, eso espero.
Mirando hacia la puerta verde, dejo caer la llave de Shane sobre la
caja. Es lo justo, teniendo en cuenta que me devolvió mi llavero.
Además, creo que nunca podré volver aquí. Por mucho que me guste,
este lugar es de él, y es suyo. Con suerte, recibirá mi caja y lo apreciará.
Lo entenderá.
Echo un último vistazo alrededor, mi mirada se detiene en las
barandillas negras, en los ladrillos rojos que cubren las paredes. Echaré
de menos este lugar casi tanto como a Shane.
—Parece que esta ciudad no es lo suficientemente grande para los
dos.
De un salto, me giro y veo a Shane de pie junto a la entrada. Mi
corazón late tan rápido que me llevo la mano al pecho.
—Jesús… mierda.
Sonríe, pasando bajo el gran arco. Lleva su atuendo habitual y,
aunque el traje azul le sienta tan bien como siempre, parece un poco
más cansado que la última vez que lo vi. Tiene barba incipiente en las
mejillas y parece algo tenso. Quizá nervioso.
—El Código Western —susurro. Lo que acabo de decir (es una cita
de la película que estaban proyectando la noche en que chateamos por
primera vez en RadaR) se me ha quedado grabado para siempre.
—Hum. O Toy Story. —Se detiene frente a mí—. Lo siento, no quería
asustarte.
Todavía consiguiendo que mi corazón se ralentice, le hago un gesto
con la mano para que se vaya.
—¿Por qué no usas la puerta?
—Es más divertido así —dice, mordiéndose el labio inferior por un
segundo—. ¿Qué haces aquí?
—Nada, yo… —No le mentiré nunca más. Posiblemente no volveré
a mentir a nadie en el resto de mi vida—. Me voy. Te estaba dejando
algo.
Mira la caja, pasa junto a mí y se acerca a ella.
—¿Me dejé algo en tu apartamento?
Oh, no. Todo lo suyo desapareció de mi apartamento el mismo día
que todo acabó, cuando mi llave extra apareció en mi mesa. No se dejó
nada.
—No. Es solo… —Se inclina para abrir la caja—. Es un… —La tapa
se abre—. ¿Shane?
Se detiene, sus iris de cacao escanean mi cara.
—¿Sí?
—Me gustaría que lo comprobaras solo cuando me haya ido. Temo
que de otro modo puedas malinterpretarlo.
Con una sonrisa en los labios, pasa los dedos por las carpetas que
hay dentro.
—Creía que ya habíamos dejado claro que no siempre puedes
conseguir lo que quieres, Heaven. —Toma la primera y frunce el ceño
al leer el título—. Esquema del proyecto. —Me mira y se encoge de
hombros—. ¿Qué es esto?
—Quería darte las gracias. —Arrastro los pies y me lamo los labios
resecos—. Es mi forma de decirte que lo siento y que te agradezco el
papel que has desempeñado en mi vida. Por breve que haya sido.
Se rasca la nuca.
—Bien. ¿Pero qué es?
—Esto. —Señalo a mi alrededor—. Este lugar. Sé que quieres
venderlo y sacar algún beneficio, pero se me ha ocurrido otro plan. Si
te interesa conservarlo.
Entrecierra los ojos un par de segundos y abre la carpeta, pasando
las páginas.
—Bien. Véndeme tu visión.
Respiro hondo.
—Eso no es realmente lo que he…
—Pensé que nunca te rendirías, Heaven.
Miro fijamente sus cejas, levantadas en señal de desafío. Aunque soy
consciente de que sabe exactamente lo que está haciendo, si quiere
oírlo de mí, lo hará.
—De acuerdo. —Respiro y me aferro a cualquier pizca de mi yo de
oficina que aún funcione cuando Shane está cerca—. Esta zona es
prometedora y está bien conectada. Los alquileres aquí serían de miles
al mes. —Me acerco a él y me seco el sudor de las manos en los
vaqueros—. Tengo los planos de la ciudad. La mayoría de los
apartamentos de este edificio tienen tres dormitorios, balcón y dos
baños.
—No se puede alquilar este tugurio hasta que esté arreglado. —Pasa
rápidamente las páginas—. Y para arreglarlo se necesita…
—Dinero. Mucho. Pero si hay gente que gastaría mucho dinero por
una ubicación céntrica, no son los inquilinos privados. Son las
empresas.
—¿Negocios?
Asiento con la cabeza.
—Bares, agencias, tiendas. Hay espacio para entre seis y doce en la
planta baja, dependiendo de las dimensiones.
Lee unas líneas.
—Eso sigue sin explicar cómo piensas traer dinero para arreglar este
lugar. Puede que las empresas quieran alquilar la central, pero no si el
tejado se les va a caer encima cualquier día… —Hincha el pecho
mientras cierra la carpeta, como si me tuviera en jaque.
Pero no es así.
—No se les caerá nada encima si venden.
Se apoya en la columna, con la frente arrugada.
—Creía que todo esto era un plan para que no vendiera.
—No venderás el edificio, solo el espacio de la tienda. Encontrarás
suficientes contratistas y les ofrecerás parte de la propiedad como
pago. Arreglarán los daños estructurales, el sistema eléctrico y de
agua, la fachada y el tejado. Esos son los mayores gastos con
diferencia.
—Sería demasiado costoso y arriesgado para ellos. ¿Por qué
aceptarían como pago una propiedad que probablemente ni siquiera
necesitan? Tendrían que venderla. —Sacude la cabeza, poco
convencido—. Nadie lo aceptaría.
Una amplia sonrisa se apodera de mi rostro.
—¿Estás seguro?
Silencio. Nos miramos fijamente y casi puedo ver cómo gira la rueda
de su cabeza. ¿De verdad cree que le presentaría esto si no lo pensara
bien?
Parece darse cuenta de que ese no sería mi estilo sin que yo se lo
indicara, porque sus labios se curvan.
—¿Números?
Camino hacia él, tomo la carpeta y la paso a la página veinticuatro.
—Plan de negocio. A uno, cinco y diez años —le digo. Sus cejas se
arquean mientras pasa a las páginas siguientes—. Proyecciones para…
—Sí, sé leer.
Retrocedo unos pasos. Está tan guapo… no, tan guapo como
siempre. Y sin duda lleva su traje de señor imbécil, pero parece que ya
no me odia tanto.
—Vaya —dice, y cuando vuelve a mirar la caja—. ¿Qué es lo
siguiente?
Echo un vistazo a las carpetas.
—Hum… Renders, luego algunos inversores potenciales. Hay un
montón de estimaciones de costes, una línea de tiempo, lo que tendría
que hacer en términos de cumplimiento legal. Tendencias de alquiler,
posibles complicaciones.
Una sonrisa malvada curva sus labios y, agarrando la caja, se posa
sobre una pizarra de aspecto estable.
—Bueno. Vamos a comprobarlo.

Aclarándose la garganta, Shane se inclina hacia un lado y toma la


caja.
—Hay una carpeta más. —Me lanza una mirada—. Y un sobre.
Inmediatamente, desvío la mirada. Llevamos aquí dos horas y,
aunque de lo único que hemos hablado ha sido de mi plan para este
lugar, puedo decir sin lugar a dudas que éste es el mejor momento que
he vivido en dos semanas. Pero las cosas podrían estar a punto de
cambiar.
—¿Por dónde empezamos?
Señalo su mano izquierda, que sujeta la carpeta.
Con una sonrisa de complicidad, lo abre y lee la primera página. Sus
labios se entreabren mientras sus ojos se mueven de izquierda a
derecha y la sorpresa se dibuja en su rostro.
—¿Qué es esto?
—Eso sería… tu panadería.
—¿Mi panadería?
Me arrodillo frente a él, con la carpeta entre los dos, y señalo el plano
de la primera página.
—Todos los presupuestos que hemos revisado excluyen un espacio,
que seguiría siendo tuyo.
Le enseño los renders de la panadería que creé con él. Me encantan.
Pintura azul oscuro, suelos blancos y una cascada de chocolate
empotrada en la pared del fondo. Hay neveras de acero inoxidable y
un mostrador de madera, así como mesas coordinadas. Y plantas por
donde se mire.
—¿Postres para gente estresada? —pregunta, con una chispa en la
mirada que nunca había visto.
—Sí, es… —Me encojo de hombros—. Solo una sugerencia. No sé.
Supongo que todo el mundo quiere postre cuando está estresado. Lo
sabemos mejor que nadie. Y es… Creo que es diferente. Es pegadizo.
Deja escapar un resoplido de sorpresa, vuelve a mirar la carpeta con
asombro, y creo que veo que se le llenan los ojos de lágrimas cuando
llega a los renders. El los ama.
—¿Qué pasa con la casa de mi infancia?
—Es tuya. Dieciocho apartamentos. Diecisiete en alquiler.
Necesitará un préstamo para arreglarlos, pero no será demasiado alto.
Es una excelente inversión. Cualquier banco lo aceptará.
Después de sacudir ligeramente la cabeza, me mira con la misma
expresión soñadora.
—Heaven, esto es increíble.
Moviendo un mechón de pelo detrás de mi oreja, sonrío.
—¿Lo pensarás?
—Ya lo hago —responde, perdido en sus pensamientos.
Con el corazón lleno, me siento mientras él se inclina hacia la
derecha y agarra el sobre. La maldita carta que me olvidé.
—¿Puedes esperar para leerla hasta que me vaya? —pregunto
mientras el pánico hace que se me apriete la garganta. Si él lee eso
delante de mí… diablos, ni siquiera lo sé, y tampoco quiero saberlo.
Mira el sobre blanco crema y luego a mí.
—Hemos llegado tan lejos. ¿Por qué dejarlo justo antes de que todo
mejore?
Cuando le doy un asentimiento con resignación, extrae el papel
doblado, lo abre y lee las palabras que escribí a mano esta mañana.
—«Querido Shane. Señor Imbécil. Cualquiera de ustedes que haya
aparecido aquí. —Me mira fijamente, pero esa ni siquiera es la parte
vergonzosa—. Esta es mi manera de agradecerte. Has inyectado mi
vida de alegría y postre, y la tuya también debería serlo. Te mereces
este lugar lleno de buenos recuerdos».
Traga y se lleva una mano a la boca.
—«Esas seis semanas contigo fueron las más desafiantes de mi vida
y demasiado hermosas para describirlas. Pero los atesoraré para
siempre, como te atesoro a ti. Nevaeh nunca pudo responder tu último
mensaje, así que déjame. Sí, he tenido esa sensación de no estar segura
si estoy despierta o soñando. Me he sentido así desde el día que te
conocí. Saber que…»
Mantengo la mirada fija en el pavimento roto, mis mejillas están
cálidas y hormigueantes. No puedo mirarlo. Es demasiado
vergonzoso.
Se aclara la garganta.
—«Que te amo y mis paredes siempre olerán a chocolate. Te
atrapare en el futuro. Heaven».
Una vez que deja la carta, el silencio es ensordecedor. ¿Es incómodo
para él saber que lo amo? ¿Está tan tenso como yo ahora?
—No quise que sonara como si estuviera tratando de recuperarte.
Es… se suponía que no debía estar aquí —murmuro.
—Me alegro que así fuera. Hacerme decir a mí mismo que me amas
ya es bastante triste como para que se lo diga a las paredes.
Cuando lo miro, él está sonriendo, así que yo también sonrío. Se
siente tan familiar hablar con él, bromear. Casi puedo saborear cómo
sería. Pero no da segundas oportunidades a los mentirosos. Ya lo sé.
Suena mi teléfono y lo saco de mi bolsillo con un suspiro. Emma. Ha
estado llamando constantemente, así que no estoy segura de si sus
sentidos de araña están funcionando o si se trata solo de un control de
rutina. Y no es exactamente el mejor momento para charlar, pero la
última vez que no respondí, casi llamó a los bomberos.
—Lo siento, tengo que aceptarlo —le digo a Shane antes de
acercarme el teléfono a la oreja—. ¿Hola?
—¿Dónde estás? ¿Te tomaste libre hoy?
Se oye un timbre familiar: suena como el ascensor, por lo que debe
estar en la oficina.
—Sí, he estado trabajando en un proyecto y necesitaba un par de
días. —Pateo una pequeña piedra, que rueda hasta la puerta verde—.
¿Por qué? ¿Querías algo?
—No, no. Yo solo… —suspira—. Está bien. Sé que recientemente me
has perdonado por mi último error, pero…
Mis músculos se ponen rígidos y mi estómago rápidamente se
contrae. Aunque esta no es una frase reconfortante viniendo de nadie,
el hecho de que sea Emma la que la diga hace que se me erice el vello
de la nuca.
—¿Qué pasó?
—Antes de que te lo diga, debes saber que…
—Emma, ¿qué hiciste? —respiro.
—Vino a buscarte hoy.
Le lanzo una mirada a Shane. Por supuesto, desearía que estuviera
hablando de él, pero sé que existe la misma posibilidad de que
Mahatma Gandhi pasara por mi oficina. Emma no está hablando de
Shane. Está hablando de mi otro ex.
¿Por qué Alex me busca? Pensé que habíamos aclarado las cosas.
Que acordamos ser amigos, algún día.
Pero lo más importante, ¿qué hizo Emma?
—¿Y? —le insto a que continúe.
—Y podría haberlo hecho… Más o menos, tal vez le grité un poco.
Puaj. Otra vez esto no.
—Em, sé que no te agrada, pero no puedes seguir enojada con él
para siempre.
—No es que no me guste, H.
Mis cejas se fruncen.
—Pero es un maldito idiota. Y un imbécil, aunque lo podríamos
haber visto venir.
Los ojos de Shane se encuentran con los míos.
—Em… —murmuro.
—Esperaba mucho más de él y ahora estás desconsolada y
agresivamente infeliz.
¿Está hablando de Shane? Será que… ¿Que él esté aquí ahora mismo
no es una coincidencia?
—Espera…
—Y como fui yo quien te guio por este camino de agonía del traje
azul, no puedo evitar sentirme responsable…
—Emma —la llamo, mi corazón late tan rápido que hace temblar
todo mi cuerpo—. ¿De quién estás hablando?
—De mí. Ella está hablando de mí —dice Shane, su mirada dulce y
nerviosa mientras estudia mi expresión—. Lo asumo, ya que ella
simplemente perdió el control frente a toda la empresa.
—Tú… —murmuro, mi brazo cae por mi costado. Lo miró fijamente,
tratando de entender lo que significa.
Vino a buscarme. Él no se rindió conmigo.
Llevo de vuelta a mi oído el teléfono, cuando escucho la voz de
Emma.
—… de todos modos, una vez que le dije todo eso, simplemente
murmuró que le habían dicho en el cuarto piso que te habías ido. Dije
que probablemente estarías en casa, así que él podría ir a tu casa
después del trabajo.
Trago.
—Em, tengo que irme.
—Por favor, ¿no te enojes conmigo? ¡Al menos te estoy avisando! Y
cuando vaya, dile que lo siento. Si está ahí para humillarse y
arrodillarse a tus pies, por supuesto. De lo contrario, dile que puede
irse a la mierda…
—Adiós —digo corriendo en un suspiro antes de colgar.
Shane no se ha movido, con una media sonrisa en su rostro y sus
manos juntas sobre sus muslos. ¿Cómo supo que estaría aquí? Quizás
fue a mi apartamento y, al no encontrarme, probó en este lugar.
Me ruego no asumirlo. No soñar que la razón por la que está aquí es
porque quiere que vuelva. No creo que sobreviviría a la decepción esta
vez. Pero, aun así, es todo en lo que puedo pensar. Tal vez esté aquí
para darnos otra oportunidad.
Podríamos recoger las cosas donde las dejamos; no necesitaría que
se humillara. Sería suficiente que me demostrara que le importa. Que
está dispuesto a luchar por nosotros. Que no estoy sola en esto, y que
no importa lo difíciles que se pongan las cosas, él encontrará la
capacidad de escucharme y no me alejará.
Que escribiremos otro final para nuestra historia.
—Dónde… ¿dónde estábamos? —le pregunto cuando él permanece
en silencio.
Su sonrisa se desvanece, convirtiéndose lentamente en una
expresión de dolor como nunca antes había visto. Como si se odiara a
sí mismo. Llevándose una mano a la nuca, suspira.
—Emma te lo dijo, ¿verdad? ¿Sobre lo que pasó hoy en la cafetería?
—Sí. —Enderezo mi camiseta sin arrugas—. Lo siento por lo que ella
dijo…
—Ella dijo que soy un imbécil. Un cobarde. Un desertor. Que,
aunque pueda pensar que me perdiste, soy yo quien perdió a alguien.
Alguien a quien intentaré reemplazar con cada persona que conozca.
Caramba. Incluso para los estándares de Emma, eso es duro.
—Que es fácil correr en la dirección opuesta cuando la mierda se
pone fea, pero las personas fuertes resuelven sus problemas. —Él mira
hacia el techo, un suave zumbido sale de su garganta—. Eso… uh, que
te alejé, así que será mejor que no espere que estés allí cuando
finalmente esté listo, y que pronto me daré cuenta de que lo que
extraño ni siquiera es lo que teníamos, sino lo que casi tuvimos.
Oh Dios. ¿Por qué estoy segura de que hay más? Solo puedo esperar
que se haya desconectado en algún momento.
Chasqueando el dedo, continúa:
—¿Ella también dijo algo acerca de que no dejarás de brillar solo
porque me siento intimidado por tu luz? —Con una dulce sonrisa, se
encoge de hombros—. Pero creo que en ese momento se le estaban
acabando los insultos.
Reprimo una sonrisa. Aunque Emma realmente no entiende el
concepto de límites, no puedo decir que no me sienta afortunada de
tenerla a mi lado. Y agradezco que no estoy en su lado malo.
—Lamento que te haya agredido así —le digo mientras me rodeo
con un brazo y me agarro del codo—. Pero no me disculparé por lo
que dijo, porque creo que tiene razón al…
—Ella tenía toda la razón —susurra.
Cuando mis ojos se abren, él se pone de pie. Yo también,
conteniendo la respiración mientras él mira hacia abajo, sus hombros
suben y bajan rápidamente. Se pasa una mano por la frente, abre la
boca y luego la cierra. Mientras me mira de nuevo, hay una nueva
determinación en sus ojos.
—Dios, pasé las últimas dos semanas deseando tener un DeLorean
que viajara en el tiempo y me llevara al pasado para poder arreglar el
futuro.
Los latidos de mi corazón se aceleran, mis manos de repente
hormiguean por la necesidad de tocarlo.
—Pero no existe tal cosa. No en la vida real. —Da un paso vacilante
hacia mí y luego deja escapar un largo y lento suspiro—. Y como no
tengo un auto deportivo mágico que me ayude a arreglar las cosas,
pensé en usar un Mercedes Benz antiguo para encontrarte, luego
disculparme por todo lo que he hecho y esperar que me aceptes de
regreso.
Mi corazón late con fuerza, el aliento sale de mis labios mientras mis
ojos brillan con lágrimas.
Dijo que quiere que vuelva.
Lo dijo con nuestra película.
Todo lo que quiero hacer es decir que sí. Quiero gritarlo. Y luego tal
vez saltar sobre él, besarlo, pasar un día entero oliendo su cabello y
tocándolo por todas partes, hasta que esté convencida de que esto es
real. Pero me lleva demasiado tiempo y Shane Hassholm no tiene
mucha paciencia.
—¿Nunca te callas y ahora eliges guardar silencio sobre mí? —
pregunta, mordiéndose los labios nerviosamente.
Mi sonrisa se convierte en una risita y solo entonces veo sus
hombros relajarse. Dando un paso adelante, susurro:
—No voy a dejarte en visto Shane. Estaba pensando en qué decir.
Él asiente y una risa sale de sus labios.
—¿Tuve suerte?
Sí, mucha suerte. La suerte no ha dejado de sonreírme desde el día
que coincidí con Shane. La suerte es que volvió a coincidir conmigo, y
todo lo que ha pasado desde entonces. La suerte es que estamos aquí,
teniendo esta conversación.
Lo miro, su cara tan cerca de la mía que finalmente puedo oler el
azúcar otra vez.
—Me preguntaba si esta es la parte en la que me besas.
—Pero aún no me he disculpado.
—Estás perdonado —insisto.
Con una ligera risa, sus manos cubren ambos lados de mi cara.
—Heaven, lo siento mucho. Yo…
—Está bien —respiro—. Asunto olvidado.
—Déjame terminar —dice con voz severa—. Prometí que no te
dejaría fuera otra vez, y cuando fue necesario, no te dejé dar
explicaciones. Te lastimé porque estaba sufriendo. A pesar de eso,
estás aquí ahora mismo. —Se vuelve hacia la caja blanca y, una vez
que me mira, hay una sonrisa triste en su rostro—. Luchaste por mí,
Heaven, y simplemente me rendí.
—Pero no lo hiciste —susurro—. Tú también estás aquí.
El lado izquierdo de sus labios se inclina hacia arriba.
—Sí. Sí, lo estoy.
Me pongo de puntillas, tratando de alcanzar sus labios ahora que
dijo su parte.
—Aún no he terminado —dice mientras acerca su índice a mi boca—
. ¿Nadie te dijo que interrumpir a los demás es de mala educación?
Increíblemente increíble.
Con una sonrisa, mete la mano en el bolsillo delantero de su
chaqueta, saca una pequeña caja negra, estira el brazo y me la ofrece.
—Que… —Tropiezo hacia atrás, con los ojos llameantes mientras mi
cerebro explota en confeti. Esto no es lo que tenía en mente… en
absoluto. Quiero salir con él, aprender cada detalle de él, crecer y
cambiar juntos, no casarme con él. ¡Salimos durante dos semanas!
Agitando frenéticamente mis manos de izquierda a derecha, miro el
joyero como si fuera a matarme.
—No. No, no, no. ¿Estás bromeando, Shane? No. No me hagas esto,
por favor.
Sus labios se contraen.
—Cinco. Fueron cinco no.
Abre la caja y en el centro está la Oreo más hermosa. Bueno, es una
Oreo normal, pero la combinación de alivio y euforia la hace lucir aún
mejor.
—Oh, señor Hassholm. —Me llevo una mano al pecho mientras
recobro el aliento y luego la tomo—. Mi favorita. Pensé… ¿cómo lo
descubriste?
—No lo hice.
Mis cejas se fruncen profundamente sobre mis ojos.
—No era necesario.
¿No lo era? ¿Qué significa eso? Pienso en nuestra conversación
cuando hicimos la apuesta y me pregunto qué me delató exactamente.
—Entonces… ¿Puedes adivinarlo?
—¿Tu postre favorito?
—El de cualquiera. Si conoces a alguien, ¿puedes decir qué postre le
gustará?
—No soy adivino, pero puedo hacer conjeturas.
—Adivina el mío, entonces.
Cuando mis ojos brillan, la sonrisa en su rostro se profundiza. Él
sabe que yo lo sé.
—Nunca adivinaste —respiro—. Te pregunté y no me dijiste.
Entonces dijiste que el postre favorito de alguien dice mucho sobre esa
persona… —Sacudo la cabeza—. Entonces te reté a que adivinaras.
Nunca lo hiciste.
—Te dije. —Da otro paso—. No lo necesitaba, Heaven.
Apretando el puño, intento darle un puñetazo simulado en el
hombro.
—Ya lo sabías, ¿no? —grito—. ¿Por qué no lo dijiste?
Él se ríe, encerrando mi mano en la suya cuando intento darle un
segundo golpe y estallo en un ataque de risa.
—¿Y perderte toda esa diversión horneando para ti? Te lo dije,
parecía que necesitabas postres.
—Ay dios mío. —Me río mientras me suelta. Probablemente debería
estar más molesta porque jugó conmigo, pero sus postres eran
demasiado deliciosos para que yo sintiera algún tipo de
resentimiento—. No puedes ser tan competitivo si haces una apuesta
con la intención de perder.
Él cuadra sus hombros.
—Soy extremadamente competitivo. Simplemente competíamos
por cosas diferentes.
Perdiéndome en sus hermosos iris, trago. Creo que estaba
compitiendo por mí, eso es lo que quiere decir.
—¿Cómo diablos lo supiste? —pregunto mientras mi sonrisa se
suaviza.
Él extiende su mano y una vez que la agarro, sus dedos se entrelazan
más con los míos.
—¿Algo que nunca le diría a mi cita?
Una sonrisa nerviosa se curva en mis labios al recordar ese día, hace
una eternidad, cuando nos contamos las peores cosas que habíamos
hecho en nuestras vidas.
—Claro, Sr. Pantalones Sucios.
Después de soltar una carcajada, inhala profundamente.
—Durante cinco años he estado enamorado de una mujer que no
sabía que yo existía hasta hace diez semanas.
Mi respiración se corta en mi garganta, mi cuerpo se estremece en el
momento en que mi cerebro registra sus palabras. Apretando su
agarre, me mantiene anclada una vez más.
Dijo que me ama. Dijo que me ama desde hace cinco años.
No puedo entenderlo en los segundos de silencio que siguen.
Después de todo, vine aquí sabiendo lo que éramos y pensando que
nunca volveríamos a serlo. Que tendría que aprender a extrañarlo en
silencio, ya que eso era todo lo que me quedaba de nosotros.
—¿Cinco años? —pregunto mientras trato de leer la verdad en sus
ojos. Brillan.
—Desde que te uniste a IMP.
Mi corazón da vueltas en mi pecho. ¿Es eso lo que quiso decir su
hermana cuando dijo que había estado suspirando por mí durante
años? ¿Es eso lo que quiso decir Marina?
—¿Qué… por qué no dijiste nada?
Su mandíbula se aprieta mientras me mira fijamente detrás de sus
largas pestañas.
—En tu segunda semana en IMP, tuvimos una fiesta de Navidad.
Viniste con Alex y obviamente eran felices juntos. Pensé que, si esto
debía suceder, sucedería de forma natural.
Recuerdo esa fiesta. Quizás fue nuestra quinta o sexta cita. La idea
de estar sola allí me asustó, ya que para entonces no conocía a la gente
lo suficiente y Emma aún no se había unido.
Shane toma mi mejilla.
—Cinco años después, Billy me dice que me enviará a su mejor
directora de proyectos y tú apareces en mi oficina.
—Eso es… —Dejo escapar un suspiro tembloroso—. Pero me
gustabas cuando aún no nos conocíamos. Cuando eras solo un chico
guapo en RadaR y no tenías idea de quién era yo. ¿Y estuviste
interesado en mí todo el tiempo?
—Sí —dice, acunando ambos lados de mi cara con sus manos.
Mientras su pulgar roza un lugar en mi mejilla derecha, sonríe—. Dios,
durante cinco años has comido unos tres almuerzos a la semana en la
cafetería —dice con una sonrisa amorosa—. Sacaste una caja de
galletas Oreo de tu bolso, tomaste dos y guardaste la caja, luego te las
comiste y tomaste dos más. —Me picotea la punta de la nariz—.
Durante cinco años te he visto incapaz de resistirte al postre. —
Presionando sus labios a un lado de mi cabeza, inhala profundamente
y me susurra al oído—: Puede que te haya gustado primero, pero
comencé a amarte hace cinco años y todavía no he terminado.
Mi cabeza se siente ligera. Shane me amaba incluso antes de que
encontrara su perfil de RadaR. Él estuvo esperándome en el futuro
todo el tiempo.
Una sola lágrima cayendo por su mejilla.
—Amarte cambió mi vida, Heaven. Perderte también lo haría.
Se siente como si mi corazón llorara.
La gente siempre dice que sabes que es amor cuando tu persona
sonríe y eso te hace sonreír a ti también, pero cuando veo a Shane llorar
por primera vez, me doy cuenta de que no es así. Es cuando su agonía
te desgarra, te parte en dos, te deja abierto y en carne viva, que sabes
que es amor. Y ahora mismo, ser testigo del dolor de Shane se siente
como si alguien me estuviera apuñalando, perforando mi corazón con
un millón de heridas.
Borrando la distancia entre nosotros, tomo su rostro entre mis
manos y luego uso mi pulgar para secarle la lágrima.
—Nunca podrías perderme, Shane, porque esto no es temporal.
Se inclina más cerca, roza sus labios con los míos y luego se detiene
en el último segundo.
—Creo que voy a besarte ahora.
Poniendo los ojos en blanco juguetonamente, sonrío.
—Gracias a Dios. Te has vuelto tan jodidamente hablador.
Sonríe durante medio segundo, pura alegría brotando de él, luego
sus labios están contra los míos. No sé cómo es posible que se sientan
incluso mejor que antes, pero lo hacen. Mi mano se entierra en su
cabello justo cuando él toma mis muslos y me levanta. Una vez que
mis piernas lo rodean, él gime contra mi boca.
—Te amo muchísimo.
—Dilo de nuevo —exijo, mirándolo profundamente a los ojos.
—Te amo, Heaven.
Las lágrimas se derraman.
—Dilo de nue…
Su lengua se introduce en mi boca con la misma hambre que siento,
luego da un paso hacia la derecha hasta que mi cuerpo queda
presionado entre él y la pared de ladrillos.
—Tu turno —dice, usando su pulgar para secar mis lágrimas—. He
esperado bastante.
—Te amo, Shane —respiro. Mi corazón está explotando, estoy
bastante segura—. Te amo.
Cuando estalla en algo entre lágrimas y risas, rápidamente lo sigo.
Nos besamos una y otra vez, saboreando los labios del otro de todas
las formas posibles, murmurando «te amo» como si fueran las palabras
más naturales del mundo.
Una vez más, el chocolate es todo lo que puedo sentir, oler y
saborear. Chocolate por todas partes.
¿Mi consejo?
Es el mejor postre para personas estresadas.
Dos años después

—Hey. —La voz de Shane acaricia mi oído, su nariz acaricia


suavemente mi cuello—. Despierta dormilona.
—Déjame en paz —gimo, apartando su rostro—. Lunático.
Mientras me quita un poco de pelo de la cara, siento la vibración de
su risa contra mi mejilla.
—Eso es lo que dices todas las mañanas. Y todas las mañanas me
envías mensajes de texto enojada porque no te desperté antes de irme.
Sé que tiene razón, pero en este preciso momento, mi almohada es
demasiado cómoda para escuchar lo que dice.
—Bueno. Lo intenté.
Sus labios besan la comisura de mi boca y, cuando está a punto de
retirarse, lo agarro por los hombros.
—Estoy levantada. Estoy despierta —me quejo—. ¿Qué hora es?
—Las cuatro de la mañana
Gimo y abro los ojos. Se ve impecable con su abrigo negro y su
sonrisa descansada, aunque nuestro maratón de Terminator nos
mantuvo despiertos hasta anoche. ¿Cómo es posible que nunca
parezca cansado?
—C-3PO no tiene nada contra ti, robot.
Besa mi nariz, luego mis labios.
—Llegare tarde.
Lo sé, pero no puedo dejarlo ir hoy. Y debe leerlo en mis ojos, porque
me levanta en brazos y, mientras le rodeo la nuca con las manos,
camina por el apartamento.
—Mierda —gime cuando su brazo golpea los muebles a medio
ensamblar que ocupan la mayor parte de la sala de estar—. Odio esta
estantería.
—Me encanta nuestro apartamento —le susurro, acurrucándome
contra su pecho y viendo el sofá vino tinto, la alfombra persa y la mesa
de café bohemia. ¿Cómo es que nunca me di cuenta de cuánto
necesitaba color este lugar?
Después de pasar por la entrada para tomar mi abrigo y un juego de
llaves, entra en el ascensor.
—No soy un peso ligero, Shane —digo, besando su pecho—. Te
dolerá la espalda.
—Vaya, no tengo cien años —murmura.
Me río contra su pecho mientras abre la puerta del ascensor y
camina hacia su auto, finalmente colocándome en el asiento del
pasajero. Cuando se une a mi lado, conducimos.
La ciudad está oscura y vacía tan temprano (o tan tarde), pero sé la
ruta que estamos tomando como la palma de mi mano. En la librería
va a girar a la derecha, luego tomamos la segunda calle a la izquierda
y seguimos recto un rato.
Mientras frena suavemente, oigo el ruido del agua que corre por la
boca de los caballos. Y detrás de ellos, el hogar. Bueno, todavía no lo
es y no lo será hasta dentro de unos meses. Hemos elegido los azulejos
y los colores de pintura para el apartamento, pero ahora le toca a la
empresa constructora.
—Puedes comprobar el progreso, si quieres.
Shane toma mi mano y la besa tan pronto como estaciona. Él sabe
que estoy más que emocionada por mudarme. Probablemente porque
hablo constantemente de ello, mostrándole una interminable
presentación de diapositivas de cosas que deberíamos hacer o
conseguir para el nuevo lugar.
Honestamente, el cincuenta por ciento de la razón por la que estoy
tan entusiasmada con la mudanza es que será más fácil para él una vez
que lo hagamos. Su rutina será un poco menos agotadora.
—¿En realidad? He estado allí dos veces esta semana. Los
trabajadores me odian.
—¿Necesitas que les recuerde quién es el jefe?
Supongo que saben que es el dueño del edificio.
—Te encantará lo que tengo en mente para hoy —dice mientras
caminamos, y su sonrisa es tan amplia y llena de emoción infantil que
mi pecho se oprime. Shane Hassholm es la mejor parte de mi mundo,
y eso se ha vuelto más cierto en los últimos dos años.
Al cruzar la plaza, miro a la chica del vestido rosa, pero en lugar de
una pared, está representada en un escaparate. Debajo brilla en letras
azules brillantes «Postres para personas estresadas». El logo de la
hermosa panadería de Shane.
Una vez que la puerta se abre y la alarma se desactiva, Shane besa
mis labios y me da unas palmaditas en el trasero.
—Vete. Te veré más tarde.
Aunque debería protestar y preguntarle si necesita ayuda, lo veo
alejarse con una sonrisa. Ha estado realizando entrevistas y periodos
de prueba para encontrar un ayudante de panadero, pero hasta ahora
no ha tenido suerte.
Sabiendo que no aceptará mi ayuda inútil y somnolienta, camino
hacia atrás, en la pequeña cama que él me preparó y me quedo
dormida.

—Buenos días otra vez.


Son las siguientes palabras que escucho.
Shane besa mis mejillas, mi nariz, mi frente y antes de despertarme
por completo, mis labios se extienden sobre mi cara.
Mantequilla, pan, cacao, azúcar. La mezcla invade mis fosas nasales
y hace que mi estómago borbotee. Incluso después de despertarme
varias veces a la semana durante un año, desde que abrió «Postres para
personas estresadas», sigue siendo la mejor alarma que podría pedir.
—Mmm. Huele tan bien.
Shane se ajusta encima de la manta, su cuerpo firme contra el mío,
me abraza mientras abro los ojos.
—Espero que tengas hambre, porque hice tu postre favorito.
—Mi postre favorito, ¿eh? —Escondo mi rostro contra su pecho,
respirando un poco de harina y mucho de Shane. Ahora que ya casi no
usa trajes, su pecho está aún más cómodo. Solo una camiseta y kilos
de músculos perfectos.
—Tu postre favorito. Tengo confianza esta vez.
¿Qué diablos se le ocurrió esta vez? Estoy bastante convencida de
que he probado todos los postres que han existido hasta ahora, pero él
sigue diciendo que tiene muchos trucos bajo la manga que aún no ha
usado.
—Aún no me has dicho cuál es tu postre favorito.
Él arquea la ceja.
—¿De verdad? Pensé que era obvio. —Sus ojos se dirigen a mis
labios—Tú.
—Lo digo en serio.
—Yo también.
—Shane —presiono.
—¡Soy serio! —insiste, y cuando nota la mirada mordaz en mi
rostro, sonríe—. Tú y cualquier cosa que tenga la cantidad adecuada
de azúcar. Suponiendo que esté bien horneado. Y nada de postre
envasado. Y nada de esa porquería baja en calorías que sabe a cartón.
Y…
—Ay, no puede ser—me quejo.
—Eclairs y tarta de queso con frutas del bosque, tarta de manzana,
barritas de limón, trufas de coco, aunque también me encantan los
dorayaki y los brownies.
Me burlo, riéndome entre dientes mientras cierro los ojos. Aunque
ya sabía que él nunca intentaba adivinar mi delicia favorita, no tenía
idea de que pasó esas primeras siete semanas alimentándome con sus
postres favoritos.
—Me encanta.
—Y yo te amo.
Se levanta rápidamente y me arrastra hacia el frente de la tienda. La
cascada de chocolate en la pared del fondo ya está zumbando, y reviso
la tierra de las muchas plantas colocadas alrededor de la tienda para
asegurarme de que no necesitan agua.
—¿Dónde está Tess? —pregunto, notando que su única empleada
falta.
Se mueve detrás del mostrador, estudiando los pasteles en la vitrina
de cristal.
—Ella vendrá esta tarde. Su hijo protagoniza un espectáculo en la
escuela.
Apenas intentando contener una risita, asiento. El Sr. Imbécil ya no
está. Sigue siendo un tipo melancólico, lo cual podría ser lo que más
me gusta de él, y esta panadería es nada menos que la perfección, como
siempre, pero es un jefe amable y generoso.
—Ven —dice, agarrando algo del mostrador.
Toma mi mano con la que tiene libre y camina hacia un costado de
la tienda, por la puerta que da al jardín interno.
—Hora del desayuno.
Difícilmente he escuchado palabras más dulces.
Me siento en una de las mesas de cristal de afuera, el sol brilla sobre
mí desde el tragaluz del techo negro. Dejando a un lado el agujero,
aquí todo lo demás está igual. Las paredes de ladrillo siguen en pie y
el pavimento se arregló por menos dinero del que cabría esperar. Las
barandillas negras originales sostienen toneladas de hermosas plantas
que caen en cascada sobre nuestras cabezas, y las columnas han sido
repintadas, pero todas siguen allí.
Supongo que la única diferencia son las tiendas que nos rodean y la
gente que entra y sale por la puerta verde como abejas ocupadas.
—Espera, te traeré algo de beber —dice mientras coloca un plato
frente a mí.
Antes de que pueda siquiera echarle un vistazo, Jenny abre la parte
trasera de su restaurante indio y la persiana se levanta con un rugido
desagradable.
—Sigue mimándote con postres, ¿eh? —ella grita por encima del
ruido.
—Siempre —le respondo y, con un gesto, ella desaparece dentro de
la tienda.
Siempre me mima, con postres y todo lo demás. Dice que ha
decidido que merezco postres para siempre y sigue dando razones
para ello. Algunos de ellos también son ridículos. Con el muffin que
trajo ayer del trabajo, también me dio una nota que decía: «Colocación
correcta de los alimentos en el refrigerador» y durante nuestro
maratón de Indiana Jones el domingo pasado, me puso un cubo de
palomitas de caramelo en las manos y dijo: «Te convertiste en una
profesional separando claras de huevo» lo cual ciertamente no lo soy.
Miro el pastel que preparó hoy y Shane vuelve a salir.
—Té de jengibre —dice, dejándolo sobre la mesa.
—¿Es esto… —Señalo el plato, con la boca bien abierta mientras
parpadeo para disipar la sorpresa—. ¿Son estas galletas Oreo?
—Oreos caseras.
Él sonríe.
—Pensé que, si este es tu postre favorito, puedo intentar superarlas.
—Pero odias las galletas Oreo.
—No. Odio los postres envasados. —Señala las tres hermosas
galletas Oreo en mi plato—. Estas no lo son.
Mi estómago gruñe, repentinamente vacío, y conteniendo un grito
de emoción, abro la nota que viene con ellas.

Nuestras tazas son coloridas, no combinan y las asas están colocadas


exactamente cuarenta y cinco grados a la derecha.

—¿Por eso merezco el postre hoy? —pregunto con una risita.


Definitivamente se le están acabando las excusas.
—No. Te mereces el postre porque lo posees como una maldita reina
—dice mientras me besa un costado de la cabeza.
Agarro la primera galleta. Es un poco más grande que una Oreo
normal y el patrón complicado en la parte superior no está ahí. En
cambio, sí lo está el logo de la tienda de Shane. La muerdo y la textura
también es un poco diferente. Más mantecosa, quizás también un poco
más suave. Y la crema es tan buena que un gemido se escapa de mis
labios.
—¿Bien? —pregunta, con los ojos llenos de expectación mientras
espera el veredicto.
—Oh, Shane. —Mis ojos se ponen en blanco—. Bueno no llega a
cubrirlo.
Entrelazando ambas manos detrás de su cabeza, me observa comer.
Contenido. Satisfecho. Pacífico.
—¿Entiendes las posibilidades de esto? —pregunto, abriendo la
segunda galleta y lamiendo el relleno.
—Realmente no lo hago.
Se cruza de brazos y se sienta a mi lado, sus labios se tuercen.
—Bueno, ahora puedes hacerme todo tipo de galletas Oreo. Oreos
de Nutella, Oreos de pistacho, Oreos de ganache de chocolate.
Su cabeza se sacude ligeramente.
—Oh, ¿qué he hecho?
—Me condenaste a una vida de diabetes.
Se inclina más cerca, coloca su mano sobre mi rodilla y besa mi
muñeca.
—¿Es este tu postre favorito, Heaven?
Mientras estudio su rostro, no puedo decir si quiere que sea honesta
o que siga jugando. Por un lado, creo que este podría ser mi postre
favorito, pero por el otro, verlo intentar encontrar algo que me guste
más que las galletas Oreo envasadas durante los últimos dos años ha
sido lo más destacado de mi vida.
Al final, opto por la honestidad. Es una política que nos ha
funcionado bastante bien hasta este mismo momento.
—Este es cien por ciento mi postre favorito.
Cierra los ojos con una sonrisa. Es casi como si pudiera descansar
ahora que preparó mi postre favorito. ¿Es algo primordial? Tal vez sea
el equivalente a los hombres de las cavernas que buscan comida.
Quiere ser quien hornee los pasteles que me harán más feliz.
Es lindo. Pero supongo que ahora hemos terminado de jugar este
juego.
—Bueno.
Se da una palmada en los muslos y se levanta.
—Ahora, debe haber algo que te guste más que las galletas Oreo
caseras, ¿verdad? Algunos postres requieren días de preparación,
decenas de ingredientes. Me niego a creer que el postre favorito de mi
novia sea una maldita galleta de chocolate con un relleno de azúcar
suave.
Oh, es más que lindo. Él es lo mejor que me ha pasado en la vida,
seguido de estas Oreos caseras. De pie, tomo su rostro con ambas
manos y presiono mis labios contra los suyos.
—¿Entonces seguirás intentándolo?
—Nunca dejaré de intentarlo.
Sonreímos el uno contra la boca del otro, la puerta de la tienda se
abre y la campana tintinea.
—¡Hola, pareja asquerosamente feliz! ¿No han superado esa fase en
la que hacen que todos los que les rodean quieran vomitar?
—Hola, Paradise.
Shane besa mi frente y se gira hacia Emma, su cabello rubio recogido
en un moño desordenado y sus labios abiertos en la sonrisa más
brillante.
—¿Qué puedo ofrecerte esta mañana?
—Un muffin de arándanos, un capuchino y un trozo de tarta de la
selva negra.
Emma debe notar nuestras miradas curiosas, porque se encoge de
hombros.
—La tarta es para mi hora de almuerzo.
—Mmm. Ya viene.
Una vez que Shane entra a la tienda, Emma se sienta a la mesa y
luego tiene la audacia de intentar arrebatarme una de mis galletas.
Apartando su mano de un golpe, sacudo la cabeza.
—Tendrás que empezar a pagarle por lo que comes, ¿sabes?
—Por favor. Este lugar siempre está lleno. Estoy segura de que está
ganando más dinero que tú y yo juntas. —Ella inclina la cabeza y bate
las pestañas.
—Además, él me ama. Soy su nueva mejor amiga.
—Recuerdo los buenos momentos en los que eras mi mejor amiga.
Tomo un sorbo del té de jengibre y observo cómo una madre y su
hija se sientan en una de las mesas con un plato de galletas Oreo
caseras. ¿Ves? Cambio el juego.
—Buenos tiempos, mi trasero —murmura Emma—. Apenas comí
pasteles. Cuando lo hice, no fueron gratis.
Mientras Shane le trae a Emma su pedido, ella me lleva corriendo
hacia atrás para prepararme. Quince minutos después, estoy usando
uno de los vestidos que dejé atrás durante los días que duermo aquí.
Quizás sucedan con demasiada frecuencia.
Emma todavía está desayunando en la mesa afuera, pero junto a ella
se sienta un hombre al que nunca había visto antes.
—Qué… —La señalo, y Shane levanta la vista de la caja registradora.
—Oh sí. Un cliente. Lo conoció hace un minuto.
Por supuesto que sí. Algunas cosas nunca cambian, gracias a Dios.
Mi teléfono suena, lo saco del bolsillo y sigo a Shane hasta la parte
de atrás.
—¡Oh! ¡Mira, mira!
Él finge gemidos, luego me hace un gesto para que responda
mientras deja una bandeja de galletas en el mostrador de madera.
—¿Hola? —digo, presionando el botón verde y el altavoz.
—¡Hola, Heaven! ¿Cómo estás? Escucha, ayer trabajé hasta pasada
la medianoche, así que tomaré la mañana para dormir un poco.
—Por supuesto. —Contengo una risa—. Suena bien. ¿Te diste
cuenta de esa debacle de relaciones públicas?
—Sí, no te preocupes. Te he enviado todo. Compruébalo cuando
llegues a la oficina. Le dije a Mark que te siguiera como una sombra
hasta que yo regresara, así que deberías estar bien.
Shane sacude la cabeza, sus hombros saltan arriba y abajo con risas
silenciosas.
—Genial, gracias.
—Ningún problema. Ah, por cierto, ¿estás en la panadería?
—Sí. ¿Quieres algo?
—Mmm… ¿Puedo conseguir un bollo? No, de hecho… ¿Recuerdas
esa cosa con ricotta que trajiste la última vez?
—Cannoli. Sí, llevaré algunos.
—Eres la mejor jefa del mundo, Cuarto Piso.
Mientras me echo a reír, Shane pone los ojos en blanco.
—Gracias, Sexto Piso.
—¿Está Shane allí?
Con el ceño fruncido, camina hacia mí y luego mira el teléfono.
—Hola, Marina. Estoy aquí, ¿qué pasa?
—Señor Imbécil—dice en el tono que solo reserva para él.
Aunque su relación ha cambiado mucho, sigue siendo mucho más
complicada de lo que jamás entenderé. A esta altura, creo que les gusta
fingir que no se preocupan el uno por el otro.
—Es posible que la señorita Imbécil ya te lo haya dicho, pero…
Patricia y yo vamos a celebrar una pequeña fiesta por mi cumpleaños
en mi casa el próximo fin de semana.
La mirada de Shane se encuentra con la mía mientras una ligera
sonrisa curva sus labios.
—Ella lo mencionó, sí.
—Bien… deberías venir. Si horneas el pastel, claro.
Una exhalación lenta.
—¿Me estás invitando o contratándome?
Hay un momento de silencio, y cuando levanto las cejas, él asiente
y protesta poniendo los ojos en blanco.
—Gracias Marina, allí estaré. Solo envíame un correo electrónico
con los detalles de tu pastel. Yo invito.
—Encontrar a Heaven fue lo mejor que te ha pasado —murmura.
Aclarándose rápidamente la garganta mientras reprimo una risa,
continúa:
—Te veré entonces. Adiós, Hassholm —luego cuelga.
Hurgando en el costado de Shane, me regodeo.
—¿Ves? ¿No te lo dije? Es una persona diferente ahora que tiene una
jefa maravillosa, comprensiva y paciente.
—Ajá.
Me envuelve con sus gruesos brazos, y tras un beso que si
estuviéramos en casa se convertiría en otra cosa, suspira.
—Bien. El Departamento de Eventos de IMP ha prosperado desde
que te convertiste en su directora. Eres mejor en mi trabajo que yo.
Rozando mis labios contra los suyos, sacudo la cabeza.
—No. Tu trabajo es este. Hacer postres para personas estresadas
como Emma, Marina y yo.
Su sonrisa es brillante mientras sus dedos frotan mi espalda baja.
—El mejor trabajo que he tenido.
Después de un beso lento y delicioso, le aparto un poco de pelo de
la frente.
—Tú también eres mi postre favorito. Mejor que las galletas Oreo
envasadas y caseras.
—Ojalá pudiera creerte, pero te he visto con galletas. —Muerde mi
mejilla mientras me río—. ¿Cuál crees que será su postre favorito?
Él sonríe, sus ojos brillan con amor mientras pone una mano sobre
mi vientre, frotando suavemente el bulto.
—Solo cuatro meses más.
—Espero que su primera palabra sea «azúcar» o «mantequilla». —
Mi mano se mueve sobre la suya—. Pero sí sabes que los bebés no
comen brownies durante el primer año. Tendrás que esperar más de
cuatro meses.
Por un segundo, parece sumido en sus pensamientos.
—Le prepararé leche con chocolate.
Emma grita desde el frente que llegamos tarde al trabajo. Realmente,
somos las jefas. Llegamos tarde al trabajo si decimos que llegamos
tarde al trabajo. Pero de mala gana me alejo de Shane.
Antes de que pueda desprenderme por completo de su ropa
cubierta de harina, me toma entre sus brazos y sonríe juguetonamente
en mis labios, acariciando mi espalda con sus manos.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? Me contaste la historia de tu
nacimiento. Por qué tu mamá te llamó Heaven.
Asiento, acariciando su mejilla.
—Sí. ¿Por qué estás pensando en eso? ¿Estás preocupada por el
nacimiento?
—No, no. Por supuesto que no. —Arrastra sus labios por mi frente
y dulces besos llueven sobre mi piel, cada uno más precioso que el
anterior—. Solo estaba pensando… No puedo esperar para contarle a
nuestro bebé la historia de su nombre.
Con una sonrisa, miro mi generoso bulto. Antes de que pueda decir
una palabra, Emma grita de nuevo, esta vez para decir que llegamos
muy tarde.
—Ve, ve. Por favor, patea traseros, ¿de acuerdo?
Shane aprieta mi mano.
—Gracias. Y cuida de mi hija. Por favor y gracias. Te veré esta noche
—dice mientras toma un lado de mi cabeza y besa mi otra sien.
—Sí, Señor Imbécil, señor —digo mientras lo saludo.
Se agacha y mira directamente a mi vientre como siempre lo hace.
—Y tú, cuida de tu mamá, Nevaeh.
El fin
¿Dónde estábamos? Ah, claro.

[…]
Se inclina más cerca, roza sus labios con los míos y luego se detiene
en el último segundo.
—Creo que voy a besarte ahora.
Poniendo los ojos en blanco juguetonamente, sonrío.
—Menos mal. Te has vuelto tan jodidamente hablador.
Sonríe durante medio segundo, pura alegría brotando de él, luego
sus labios están contra los míos. No sé cómo es posible que se sientan
incluso mejor que antes, pero lo hacen. Mi mano se entierra en su
cabello justo cuando él toma mis muslos y me levanta. Una vez que
mis piernas lo rodean, él gime contra mi boca.
—Carajo, te amo muchísimo.
—Dilo de nuevo —exijo, mirándolo profundamente a los ojos.
—Te amo, Heaven.
Las lágrimas se derraman.
—Dilo de nue…
Su lengua se introduce en mi boca con la misma hambre que siento,
luego da un paso hacia la derecha hasta que mi cuerpo queda
presionado entre él y la pared de ladrillos.
—Tu turno —dice, usando su pulgar para secar mis lágrimas—. He
esperado bastante.
—Te amo, Shane —respiro. Mi corazón está explotando, estoy
bastante segura—. Te amo.
Cuando él estalla en algo entre lágrimas y risas, rápidamente lo sigo.
Nos besamos una y otra vez, saboreando los labios del otro de todas
las formas posibles, murmurando «te amo» como si fueran las palabras
más naturales del mundo.
Una vez más, el chocolate es todo lo que puedo sentir, oler y
saborear. Chocolate por todas partes.
¿Mi consejo?
Es el mejor postre para personas estresadas.

¡Pero hay más! Cinco años antes…

Shane
Bueno, ¿no es jodidamente genial?
Una sonrisa tensa se dibuja en mis labios cuando entro al amplio
espacio que IMP alquiló para la fiesta de Navidad. Lo juro por todo, a
veces desearía que todavía fuéramos doce en lugar de los cien
empleados actuales.
Algunos miembros de mi equipo pasan y me envían la mirada
habitual. Asustada, insegura e intimidada por la que trabajé duro para
que tuvieran cuando estoy cerca. Los hace más agradables, acelera el
trabajo y les mantiene agachados. Pero estoy empezando a
preguntarme si vale la pena.
—Señor Hassholm —dice Dianne.
Ella sonríe levemente y luego inmediatamente mira hacia otro lado.
Con un débil saludo, no le devuelvo la sonrisa y en lugar de eso me
muevo por el espacio, mirando las decoraciones navideñas sobre las
paredes. Mierda, es como si Santa vomitara aquí. Cortinas rojas,
manteles, flores. Incluso la mayoría de mis colegas van vestidos de
rojo. Enormes bastones de caramelo cuelgan de los techos, nieve
artificial y árboles de Navidad colocados demasiado juntos y
abarrotando el espacio.
Me acerco a la barra, luego espero a que el camarero prepare mi
bebida y veo al dueño de la empresa riéndose de los chistes de algunos
jóvenes pasantes, aunque estoy bastante seguro de que no es su humor
lo que le interesa.
De cualquier manera, no es asunto mío. Solo estoy aquí para hacer
una aparición, estrechar la mano de algunas personas, desearles «Feliz
Navidad» a algunas personas y luego volver a casa y caer en estado de
coma en mi sofá.
Veintisiete horas. Eso es lo que dormí en los últimos cinco días.
Estoy bastante seguro de que un cuerpo necesita varios más para
funcionar, pero entre la feria artesanal en la que estamos trabajando y
mi proyecto de croissants, es lo mejor que pude hacer. La feria va como
una mierda, pero al menos he conseguido hacer una tanda perfecta de
croissants. Perfecto. De hecho, son tan perfectos que mi corazón canta
de alegría cuando los imagino en la encimera de mi cocina. Con una
corteza crujiente de color marrón oscuro y una masa maravillosamente
suave por dentro. Aireado y burbujeante.
—Shane.
Tomo mi cerveza y me vuelvo hacia la voz familiar. Su corte de
cabello bob corto y oscuro parece pegado sobre su cabeza como un
casco, su rostro atractivo y hostil cerca del mío.
—Marina.
La comisura de su labio se mueve cuando se inclina aún más cerca,
una nube de perfume seco me golpea como un puñetazo en la cara.
—Recibí esa llamada de Daniel. Solucionó el problema del espacio.
Jodidas gracias.
Asiento mientras ella se recuesta y luego respiro profundamente.
Parece que podría estar durmiendo esta noche. Ese idiota de gerente
de proyecto que fue asignado a mi equipo calculó mal los espacios de
stand que necesitaríamos para la feria, y dos tiendas que pagaron una
suma considerable para exhibir sus productos quedaron eliminadas.
Lo juro, estoy muy cerca de rogarle al CEO que despida a Terrence.
Nadie es tan estúpido.
—Está bien. Entonces disfruta de la fiesta.
Ella entrecierra sus fríos ojos azules hacia mí; incluso Terrence
descubriría por qué. Quiere que le agradezca. Decirle que ha hecho un
gran trabajo y que es invaluable para el equipo. Ella realmente lo es.
Es cierto que también es insoportable y pasa demasiado tiempo
maquillándose en el trabajo, pero es eficiente, rápida y una gran
asistente. Aun así, no hago cumplidos. No, a menos que sean
realmente merecidos. Lo único que ha hecho es su trabajo y le pagan
por ello.
—¿Disfruta la fiesta? —se burla.
Asiento con la cabeza y apunto mi vaso a mi alrededor.
—¿Esta multitud de borrachos? Eso es una fiesta.
Con una burla, se cruza de brazos.
—¿Cómo sabrías siquiera cómo se ve el disfrute?
—¿Algo más que necesites de mí? —pregunto.
Cuando se le presenta la opción de ser desagradable, Marina
siempre irá por ese camino. He aprendido que es más fácil ignorarlo
que involucrarse.
Ella frunce sus labios regordetes, cubiertos con un lápiz labial rojo
de aspecto húmedo, y luego chasquea la lengua.
—No. no —dice con una voz dolorosamente sarcástica—. Es solo
que disfruto terriblemente de tu compañía.
—¿Entonces qué es?
Saca su tableta y se desplaza por la pantalla durante una eternidad,
y yo miro las mesas cubiertas de comida y veo la que tiene postres. Ni
siquiera como tantos dulces; eso no es lo que me atrae de ellos. Lo que
me gusta es darle a la gente mis postres. Riley, mi mamá. Algunos días
también le metería un poco de masa en la garganta a Marina, pero eso
es por una razón completamente diferente.
Estudio las galletas de avena de la derecha. Conseguimos de todo
en una gran panadería del centro, pero las mías son mejores. Más
crujiente y la panadería de Poppy usa demasiada mantequilla. Pero
hacen una excelente tarta de queso de Oreo y me complace notar que
nos entregaron dos, tal como les pedí.
Están en el extremo izquierdo de la mesa y lucen cremosos e
ilegalmente dulces. La vista hace que mi estómago gorjee justo cuando
una mujer se para enfrente y se sirve un trozo. Y en una fracción de
segundo, me olvido por completo de la tarta de queso
¿Quién es ella? Nunca la había visto antes, aunque hemos estado
contratando gente a un ritmo tan alarmante, lo mismo ocurre con
muchas otras personas en esta sala. Pero ella… ella es espectacular.
Espléndida. No, más que preciosa. Es como si estuviera mirando una
obra de arte que me deja sin palabras. Como respirar aire fresco
después de años de contaminación. Como sentir el sol en tu piel
después de nada más que oscuridad.
Se da vuelta y mira tímidamente a su alrededor, con una cuchara
atrapada entre sus labios y su rodilla rebotando ligeramente. Su
cabello está recogido en una trenza lateral, pero algunos mechones
morenos caen por sus mejillas y, mierda, de alguna manera sé que se
ve aún más hermosa con ese hermoso cabello cayendo sobre sus
hombros en ondas. Sus pequeños pies están calzados con un par de
tacones altos color nude y sus piernas son increíblemente largas.
El calor recorre mi cuerpo como si mi sangre estuviera ardiendo, y
cuadrando mis hombros, descaradamente dejo que mis ojos vaguen
hasta sus rodillas, luego noto con más que un poco de disgusto que
sus muslos están ocultos por la tela blanca de su vestido ajustado.
Su piel es clara, sus ojos de un hermoso color marrón ámbar. Sus
mejillas son ligeramente rosadas y sus labios se arquean como el
corazón más perfecto. Incluso sus orejas son sexis. Su delicado cuello,
sus cejas arqueadas mientras mira su plato.
¿Quién es ella?
—… ¿te llamo?
Trago. La voz de Marina me llega, pero no puedo quitar los ojos de
la mujer morena que está enterrando su cuchara en su rebanada de
tarta de queso con una sonrisa.
—¿Shane?
Miro a Marina.
—¿Qué?
—¿Cuándo quieres que él te llame?
¿Él? ¿Quién es él?
—Mañana. En cualquier momento.
Ella asiente y lo anota en su tableta, luego continúa hablando
mientras yo me concentro en la extraordinaria mujer que está a unos
pasos de mí. No puedo evitarlo. Es como si hubiera absorbido toda la
luz y el color de la habitación, y ella fuera la guardiana de todo. La
única persona aquí que vale la pena mirar.
Mis ojos se dirigen a sus anchas caderas y su delgada cintura, y soy
muy consciente de que la absorbo, pero mi mirada se dirige a su escote.
Hasta el atisbo de piel que se asoma a través del tejido. Tiene el cuerpo
más perfecto, la sonrisa más hermosa y contagiosa.
Sacando la cuchara de entre sus labios, deja escapar un murmullo
de satisfacción. Aunque no puedo oírlo, casi vibra dentro de mí
cuando sus labios se presionan y su lengua se desliza sobre el superior.
Mis rodillas casi se doblan.
—¿Qué diablos te pasa hoy?
Aparto la mirada de ella y me giro hacia Marina. Mi mente está
confusa, apresurada. Los latidos de mi corazón están por las nubes y
el calor cubre la piel de mi cuello con sudor.
—Nada. —Tomo un sorbo de mi cerveza, luego meto un dedo en el
cuello de mi camisa, esperando que me dé algo de alivio—. ¿Qué
estabas diciendo?
—¿Podemos trasladar la reunión a las doce?
¿Qué reunión? ¿Por qué? ¿A quién le importa? Lo único que quiero
saber es quién es esa mujer.
—Seguro.
—¿Y la cena? ¿Puedes posponerla hasta el próximo martes?
—Sí.
—Bueno. Ahora, el nuevo diseñador. Recursos Humanos seleccionó
algunos candidatos. ¿Podemos repasarlo la semana que viene?
Tal vez ella mire hacia aquí.
—Bueno.
—Y una vez que hayamos terminado, necesitaremos…
—¿Quién es ella? —estallo.
Mierda. Mierda, mierda, mierda. Se suponía que no debía preguntar
eso en voz alta. Quizás a Billy o a alguno de los otros directores. Pero
no a ninguno de mis empleados, especialmente a Marina.
La cabeza de Marina se vuelve hacia la mujer y luego se encoge de
hombros.
—No la conozco.
Mierda. Intento enterrar mi decepción, pero creo que se nota,
porque Marina sonríe.
—¿Por qué?
Tomo un sorbo de mi cerveza. Una vez, dos veces, tres veces. No
hace nada para calmar mi sed; más bien, es como usar un balde de
agua para sofocar un incendio forestal. Pero al menos me estoy
demorando.
—Nunca la había visto antes.
Marina tararea, lanzándole otra mirada.
—Nunca has visto tanta gente en esta sala. ¿Como ese tipo viejo y
feo? —Señala a un hombre que se encuentra en el rincón más alejado
de la habitación—. Sin embargo, no quieres saber quién es. ¿O sí?
Bueno, ¿no es jodidamente genial? Le doy a Marina mi mirada
característica, aunque no funciona en ella como en los demás. Ella sabe
que es para demostrar.
—Uuu. Espeluznante —dice rotundamente—. A menos que planees
sacar un látigo y hacerme pasar un buen rato, mantén tu mirada
furiosa hacia alguien que realmente te tenga miedo.
—¿Qué más quieres? —escupo.
No sé quién es esa mujer ni por qué está aquí. Podría ser la esposa
de alguien y es posible que nunca la vuelva a ver. Incluso si trabaja
para IMP, no está en nuestro piso y yo nunca voy a la cafetería. Así
que esta noche es el momento de descubrirlo. Marina tiene que irse.
Ella inclina la cabeza con una sonrisa de complicidad.
—Nada. No dejes que te interrumpa en mitad de la erección.
¿Es tan obvio? Mierda, ¿se nota? Cambiando incómodamente el
peso sobre mis pies, me concentro nuevamente en la diosa del vestido
blanco. Nunca esperé controlar a Marina y seguramente no empezaré
esta noche.
—Considéralo tu regalo de Navidad para mí y vete. Adiós.
—Es usted un tipo grosero, Señor Imbécil —bromea—. Aunque no
es tu corazón el que ha crecido tres tamaños, ¿verdad?
—Vete —gruño.
—Haz lo que quieras. Pero sí sé algunas cosas sobre ella.
Ella se da vuelta, pero antes de que pueda dar un paso, le agarro la
muñeca y luego la suelto inmediatamente. ¿He perdido la cabeza?
—Lo… lo… siento mucho —digo, mirando mi mano con horror. No
puedo agarrar así a mis empleados, ¿qué carajo estoy haciendo?
Sus labios se abren cuando sus ojos se fijan en mí, muy abiertos y
divertidos. Luego, con una risa sin humor, se me acerca.
—¿Tienes… —Ella atrapa su labio inferior con sus dientes, luego
bate dramáticamente sus pestañas—… un enamoramiento por la chica
nueva?
Chica nueva. Eso debe significar que ella trabaja aquí. Santa mierda.
Ella trabaja aquí. Estoy casi demasiado feliz como para reprimir una
sonrisa.
—Dime, Marina.
—Quiero un aumento.
Pongo los ojos en blanco.
—No. Solo dime.
—Mi propia oficina.
Cada segundo que no estoy con esa mujer es un momento perdido.
Mi molestia crece. Mi inquietud aumenta.
—Solo. Dime.
Ella se encoge de hombros y se da vuelta, con los brazos cruzados
sobre el estómago.
—Está bien, está bien —digo, dando un paso hacia ella. No
demasiado cerca, por si la mujer nos nota. No quiero que piense que
hay algo entre Marina y yo—. Está bien —repito mientras ella inclina
la cabeza—. Dos horas de descanso para almorzar durante un mes.
—Un año.
—Seis meses —murmuro con los dientes apretados.
Su sonrisa se vuelve malvada y sus ojos se entrecierran con un brillo
de deleite.
—Trato. —Se inclina más cerca y luego se vuelve hacia la mujer—.
Ella es la nueva subdirectora de proyectos. Campañas online y
marketing.
Entonces ella trabaja para el equipo de Billy. La miro mientras charla
con una mujer rubia que nunca había visto antes, y aunque la rubia es
atractiva, palidece en comparación.
—Aparentemente, ella está pateando traseros.
Mi pecho se infla de orgullo. No tiene sentido; ni siquiera sé su
nombre. No puedo estar orgulloso de sus logros. Pero en algún lugar
muy dentro de mí, algo se hincha de satisfacción. Mi chica es hermosa,
es inteligente, patea traseros. Y ella no es mi chica, pero lo es. Podría
serlo, si ella quisiera.
—Ella ayuda a Alice —continúa Marina, y cuando se encuentra con
mi mirada vacía, se encoge de hombros—. Pelo rubio y rizado. Un
montón de puntas abiertas.
Bueno, eso lo aclara.
—De cualquier manera, Alice la odia. —Ella se ríe—.
Aparentemente, la chica lleva aquí una semana y ya está haciendo un
mejor trabajo que ella. Y Billy se dio cuenta. Sigue diciendo que será
directora en poco tiempo.
Oh, mi chica no solo es inteligente. Es talentosa. Muy talentosa, si
Billy habla de ella en términos tan entrañables.
Especialmente si su superior directo la odia, que es algo con lo que
tendré que lidiar. Asegurarme de que Billy la cuide bien y la ayude a
subir escalafones, si eso es lo que quiere. Y que ella también sabe a qué
se está apuntando. No hay manera de que ella trabaje sesenta horas a
la semana, y tampoco es que yo pueda impedir que alguien alcance
sus objetivos. Pero debería descansar más de cuatro horas por noche y
disfrutar de la vida. Ella merece comer postres y reír como lo está
haciendo ahora. Con los dientes a la vista y los ojos brillando incluso
en la penumbra.
—Ugh, Shane. Nunca te había visto sonreír antes.
Marina dice mientras tuerce la cara con disgusto.
«¿Dios, Shane. Tranquilízate, ¿puedes?».
—¿Algo más? —pregunto.
—No. Disfruta la erección —dice secamente.
Mientras ella se pavonea con sus tacones increíblemente altos, me
concentro por completo en la mujer. Ella no me ha mirado ni una sola
vez, pero me pregunto cómo se sentiría tener esos ojos puestos en mí.
Que me miren profundamente antes de besarla.
—¡Shane! —dice Robert.
Es el jefe del departamento de ventas y un aburrido. Ciertamente no
es la persona con la que deseo hablar ahora.
—Hola, Robert —lo saludo mientras le estrecho la mano—.
Disculpa, pero me están llamando. —Señalo un lugar indefinido al
otro lado de la habitación y me alejo, acercándome a ella.
Una vez que estoy al otro lado de la habitación, ella sigue hablando
con la mujer rubia. Quizás sea otra nueva colega. Lo único que sé es
que casi se ha comido una segunda porción de tarta de queso y es tan
tentadora que espero que coma una tercera porción.
Tengo que hablar con ella. Tengo que.
Porque esta podría ser mi única oportunidad.
Ella trabaja aquí. Lo que significa que es solo cuestión de tiempo
antes de que alguien le diga que soy el Sr. Imbécil, el jefe más odiado
de IMP. Quizás el más odiado en mil millas. Demonios, mis empleados
dirían que soy el peor de todo el maldito planeta. Y si se entera de
cómo hice llorar a ese interno el año pasado, o de cómo despedí a
cuatro personas en una semana hace un par de meses, se le formara
una idea de mí. Será demasiado tarde.
Tengo que hablar con ella esta noche.
Bebo el resto de mi cerveza y me arreglo el cabello
desesperadamente. Como un adolescente. Luego me arrepiento de
haber bebido la cerveza, porque probablemente es a eso a lo que huelo
ahora. Eso no es demasiado sexy. No cuando probablemente huele a
chocolate, crema y pura perfección.
Tan pronto como la mujer rubia se aleja, respiro hondo y me acerco.
Ella me da la espalda y por un momento me detengo. ¿Qué puedo
decir para impresionarla? No puedo simplemente saludar, ¿verdad?
Ella vale más. Más que «¿Quieres pasar el rato esta noche?» Ya he
tenido aventuras de una noche.
Ella mira la mesa con una sonrisa codiciosa y yo podría mirar su
expresión durante horas. Lo adoro. A ella le encanta el postre. A nadie
que conozco le encanta tanto como a mí, y nunca he visto a nadie
disfrutarlo como ella lo disfruta ahora. Parece que está tratando de
resistir la tentación mientras sus ojos van de las galletas al pastel y
luego a las rebanadas de pastel. Quizás eso es lo que debería decirle.
Debería caminar hacia ella y decirle…
«Hola. ¿Ves esas galletas, ahí mismo? Son geniales, pero las mías
son mejores. Y quiero hornear para ti. En cualquier momento que
desees. Tu favorito, sea lo que sea. Te despertaré todos los días con
olor a azúcar, mantequilla y cacao. Te prometo que, si me das una
oportunidad de hacerlo, será la mejor elección de tu vida».
Sí. Eso la hará correr hacia el otro lado lo suficientemente rápido.
Secándome el sudor de la frente, me acerco a su lado y la miro de reojo.
Ella todavía no se ha fijado en mí. Mierda, tal vez sea que no esté tan
fascinada con los postres. Quizás ella simplemente no me encuentre
atractivo.
Doy otro paso a un lado, pretendiendo mirar los pasteles como ella,
y el siguiente literalmente hará que nos encontremos. Entonces, es
hora de decidir. Creo que simplemente diré «Hola».
Ignorando los latidos de mi corazón y la alarma cerebral que me
advierte que estoy a punto de ser rechazado, me giro hacia ella. Ella
está cerca. Tan cerca que puedo oler el aroma floral que sale de su piel.
Es como si hubiera derretido toda la nieve afuera y ya fuera primavera.
Su brazo avanza y, cortando otra pequeña porción de tarta de queso
Oreo, se muerde el labio inferior. Lo deja en su plato de papel y,
mientras se lleva a los labios la primera cucharada de su tercera
porción, sonrío.
Creo que podría estar enamorado de ella.
Ella debe sentir mi mirada, porque se da vuelta, pero alguien se
mueve frente a mí antes de que nuestras miradas se encuentren.
—Oye —dice, pasándole un trago a la hermosa mujer—. Aquí está
tu agua. Lo siento, la fila en el bar era una locura.
Oh, mierda.
Me congelo y el chico se gira hacia mí, con el ceño fruncido con
fuerza. Es rubio, algo atractivo, supongo. Con ojos azul oscuro. Parece
de su edad, por lo que no puede ser su padre. Quizás sea un amigo.
Por favor, dime que es su hermano.
—¿Te importa? —pregunta, señalando hacia abajo. Por supuesto,
estoy a su lado, donde él quiere estar.
Doy un paso atrás y él le rodea la cintura con el brazo. Así que
definitivamente no es un hermano. Me temo que tampoco es un amigo.
Es como si alguien me raspara la piel desde dentro. Y no puedo
moverme. Mientras ella le sonríe y toma la bebida, mientras su mano
se acerca a su pecho, mientras sus ojos se llenan de amor. Tenía razón:
sus ojos. La mirada en ellos la hace aún más insoportablemente
hermosa. Y si estuviera dirigida a mí… no lo sé. Creo que moriría. Me
daría un infarto y moriría con una sonrisa en la cara.
Pero no está dirigida a mí. Es para que la disfrute su novio. Un novio
del que está claramente enamorada. Uno que la haga feliz, y espero
con toda mi alma, uno que le consiga todos los postres que quiera.
Cuando se vuelve hacia mí de nuevo, con los ojos entrecerrados y
las cejas arqueadas en una pregunta silenciosa, agarro una galleta y
me doy la vuelta, caminando en dirección opuesta. Pero siento como
si hubiera dejado una parte de mí atrás. Dejo caer la galleta en la
papelera (ya no hay manera de que pueda comer nada) y me vuelvo
hacia ella una vez más. Una última vez, necesito verla.
Bien, eso es una tontería. La miraré mucho, si tengo la oportunidad.
Quizás en la cafetería, si es que alguna vez está allí. O puedo
encontrarme con Billy en su piso a veces. Sucede que nuestros
proyectos se superponen y necesito su experiencia. Y si así debe ser,
tal vez algún día ya no esté con ese idiota rubio. Tal vez ella se
desenamore. O tal vez no lo haga y será feliz para siempre.
Pero puedo comprobarlo. Asegurarme de que siga sonriendo así
cada vez que la vea por la oficina. Quizás algún día ella me note. Todo
lo que sé es que mantenerme alejado de ella es lo mejor que puedo
hacer. No podré evitar cuánto la miro, ni mi expresión cuando lo hago,
aparentemente, porque estoy sonriendo como un niño de secundaria
con un enamoramiento.
Camino hacia la puerta, resoplando mi decepción. Podría averiguar
fácilmente su nombre, ahora que sé un poco más sobre ella. Pero no
quiero. La primera vez que escuche su nombre, quiero que sea por sus
hermosos labios rosados. Solo sé que tiene la voz más hermosa. Y tal
vez algún día ella también diga mi nombre.
Cuando llego a la salida, doy la vuelta por última vez. Ella todavía
está allí, apoyada en su novio, sonriendo mientras él susurra palabras
en sus labios. Su chica. Cuando él la suelta, ella echa otro vistazo a la
mesa de postres y se aleja, desapareciendo con él entre la multitud.
No sé qué me ha hecho, pero algo ha hecho bien. Esto… esto nunca
había sucedido antes. Ni siquiera he estado enamorado ni he tenido
relaciones a largo plazo, pero ahora, quince minutos de comerme con
la mirada a una extraña, siento que mi corazón nunca volverá a ser el
mismo. Durante esos quince minutos que la he visto, ella se ha
convertido en mi todo. Ella me elevó, me hizo sentir diferente a mi
habitual soledad e infelicidad. Durante esos quince minutos, mientras
me enamoraba de cada cosa que podía ver sobre ella, ella hizo que
todos los problemas desaparecieran.
Ella es más que un enamoramiento.
Ella es puro cielo.
¿Cuántas bodas hacen falta para enamorarse?
Hace un año, Amelie lo tenía todo.
Casi comprometida con su novio de la secundaria, cercana a su
mejor amiga de la infancia y cocinando en el restaurante de su padre:
su vida era exactamente lo que había ordenado.
Hasta que Ian, un obstinado que odia las bodas, apareció de la nada
y demostró que podría gustarle algo fuera del menú.
***

Un año después, Amelie lo ha perdido todo.


Está desempleada, soltera y tomando un descanso de su amistad.
¿En cuanto a Ian? Él también se ha ido.
Cuando visita la ciudad natal de Ian para impartir una conferencia
de cocina de una semana de duración, espera tener un encuentro
fatídico. Pero su reencuentro está lejos de ser feliz cuando Amelie
descubre que Ian es el hijo del rival comercial de su padre.
¿Un fiasco aún mayor? Él solo quiere amistad.
Amelie tiene una semana para cambiar de opinión, y si la verdad de
por qué su vida se vino abajo permanece oculta, su historia de amor
podría incluso terminar con una boda.
The Wedding Menu es una comedia
romántica apasionante, de doble línea de
tiempo y de risas a carcajadas sobre bodas,
secretos y delicias francesas. Presenta a dos
amigos que deberían ser rivales pero que se
eligen mutuamente contra todo pronóstico.
Letizia Lorini es la autora de la serie Amor y otras recetas. Es una
escritora italiana apasionada por los libros conmovedores y con un
alto potencial de risa.
Actualmente radicada en una pintoresca ciudad con bonitos canales
en el sur de Suecia: Malmö, habita el país escandinavo con su pareja y
su peludo Spitz japonés.
Cuando no está escribiendo o leyendo novelas románticas, está
inventando una nueva historia, investigando el negocio independiente
o deseando ser mejor en marketing o diseño gráfico.
También es licenciada en sociología y otra en criminología, habla
tres idiomas y bebe la dosis diaria recomendada de café antes del
desayuno.
Letizia se ríe de casi todo y no se toma nada lo suficientemente en
serio, como lo demuestra su ridícula biografía de autora.

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