Está en la página 1de 108

1

2
Diarios de ser y piel.

Patricio Cuevas

3
Bubok Publishing S.L., 2013
1ª edición
ISBN:
Impreso en Chile / Printed in Chile
Editado por Bubok

4
Diarios de ser y piel.

Patricio Cuevas

5
Dedicado a todos aquellos
que vivieron estas historias
y me permitieron llevarlas al papel.

6
Diarios de ser y piel.

El desquite.............................................................................8
Dama de compañía..............................................................18
Un café para dos..................................................................34
El paseo...............................................................................40
No hice nada malo...............................................................48
Un héroe sin capa................................................................80
El hermano de mi hermano..................................................92

7
El desquite.

¿Que tan complejo puede ser beber alcohol sin caer


en estado de ebriedad?, es una buena pregunta para
alguien que está acostumbrado a caer en eso para contar
chistes y ser agradable en una conversación, sobre todo
cuando los interlocutores tienen mucha más experiencia
que uno en una infinidad de temas, la verdad es que la
vida de nerd que se masturba viendo mujeres bailar en
Youtube me pasaba la cuenta cuando mis compañeros de
trabajo sacaban a relucir en cada carrete sus historias de
motel. Yo sólo podía entrar a interactuar cuando salía el
porno a la mesa, y peor aún, era pésimo. El sexo en mis 19
años siempre había sido como la promesa de la alegría en
los años ochenta, cada fin de año, desde los 15 me
proponía como finalidad botar la roca, ver el ojo a la papa
o simplemente acostarme con una mina antes que el
calendario terminara en la basura, pero terminaba siendo
casi una broma cuando daba otro abrazo y aún no pasaba
nada, hasta finales del año pasado. Que episodio más
dantesco. Pregunto por lo del alcohol, justamente porque
la tan mal llamada santidad se me fue en una borrachera y
voladera, cuando entre piscolas y rones con energética
cual si fuesen agua, terminé en la cama de un burdel de
mala muerte, con una negra que no debo recordar ni
siquiera el nombre, aunque debe haber sido algo así como
8
entre francés y el coa, mucho menos su cara, no es una
experiencia digna de contar, siquiera recuerdo si fue bueno
o malo, sólo sé que está ahí. El alcohol hace mal, que no ni
no. Me hice la auto-promesa de que esa vez no contaría, la
negra después de se metió en su celular creo, si, si, se
metió a whatsappear, mientras yo dormía los últimos 15
minutos que me quedaban de la hora que pagué. Cero
complicidad, que frío, Dios mío.

De eso hacían ya un par de meses, y mi vida no


parecía cambiar con respecto a lo ocurrido antes de eso, de
hecho para mis amigos tampoco era diferente, ninguno me
creyó que lo había hecho, a excepción de mis compañeros
de la oficina, ellos sabían, ellos me metieron ahí, y yo
definitivamente no los quiero más por eso, mucho menos
con el nuevo apodo de cachero, era sarcasmo, mis lentes
cuadrados y mis tres pelos locos que salían donde debería
estar la barba no eran indicios de ser un soltero codiciado,
pero si puedo decir que sé hablar, y producto de eso, mi
celular vibró esa mañana.

- ¿Te acuerdas de mí? – dijo una voz que yo conocía muy


bien.

- No mucho – Traté de hacerme el interesante, podía ser


buena estrategia. -¿Quién habla?

- La mariposa…- Era ella, un recuerdo de mi no tan oscuro


pasado.

Tamara era mi as bajo la manga, o yo el de ella en


realidad, y de todas las mujeres con las que alguna vez
9
tuve algún tipo de onda, ella era la única que estuvo algo
así como a punto de sacarme la ropa, de no ser porque
nunca estuvimos solos realmente en una pieza, muy
probablemente no estaría escribiendo estas líneas, o quizás
sí, pero de otra manera muy distinta. La conocí en mis
años de futbolero frustrado, jugaba uno que otro partido
con profesores con la finalidad de pasar el rato, nunca fui
bueno, excepto para recibir pelotazos, me defendía bajo
los tres tubos. Ella era del taller de volleyball, y me llamó
la atención, no era precisamente una modelo, pero tenía
esa mirada que a nosotros nos vuelve locos, y una
ignorancia intelectual grosera, lástima que el mundo
busque un equilibrio general en todo, sabía manejar a los
hombres como si fuéramos unos viles volantines, nos
elevaba y cuando parecía que estábamos sólo a merced del
viento, nuestro hilo se partía a la mitad y caíamos a
millares de metros desde dónde partimos. De hecho, fui
uno de tantos, al igual que yo había tres o cuatro hombres
más detrás de como caminaba y sonreía, con la diferencia
que yo si la tuve como pareja.

- Me estuve acordando de ti esta mañana - eso no podía ser


gratis.

- ¿Te sentiste sola? -era una ex, no podía ser para nada
simpático.

La conquiste a partir de palabras bonitas y canciones


mamonas que todos escuchamos alguna vez en la vida,
que sumados a mi cara de imbécil al mirarla eran el marco
perfecto para marcar la diferencia entre la tropa de
descerebrados musculosos a los que estaba acostumbrada.
10
Pero como era de suponer, tenía más experiencia amatoria
que yo, y por eso no funcionamos, “no quise” aprender.
Imbécil. Sin embargo, nunca habíamos perdido el
contacto, a pesar de que ella había tenido ciertas aventuras
en el periodo que yo miraba con cierto recelo, pero
siempre al acecho, sabía que algo le pasaba conmigo, y
muchas veces sabía explotarlo con alguna que otra frase
cliché, y ella terminaba pidiéndome algún tipo de
encuentro.

- Algo así, ¿te parece si salimos esta noche? – lo suponía

- ¿De verdad me estas invitando a salir? –

- Sé que no te gusta salir de noche, pero me gustaría salir


contigo-

- No tengo nada que hacer- Pensándolo bien, no respondió


mi cabeza, bueno sí, ustedes entienden.

En mi interior aún había un episodio de nuestra época de


pareja; fuimos a una plazoleta cercana al colegio, y nos
tiramos en el pasto, por allí cerca de un árbol de copa
frondosa y entre beso y beso mi madurez sexual se fue
poniendo al día después de años mirando por TV, ya que
comenzó lentamente aflorar un bulto en la entrepierna, que
ella experimentada miró de reojo mientras deslizaba la
mano por sobre mi pantalón para presionar lentamente, y
fue en ese momento en que sentí que mi pupila se dilató
por primera vez, señal de que el deseo sexual despertaba
en mi vida, más la vergüenza no pudo ser ocultada, sentí
como me sonrojé y mi primer instinto fue quitar su mano,
11
ella me volvió a mirar con sus ojos oscuros y sonrió, tomó
una de mis manos y me llevó a acariciar sus senos, volvió
a besarme y esta vez con mayor pasión, y no pude evitar
que su mano volviese a dirigirse al mismo lugar, pero esta
vez lejos de presionar, acarició el negro jeans que le
separaba de mi nobel sexo. Tomó una chaqueta que me
había quitado al llegar, y nos cubrió desde la cintura hacia
abajo, para esta vez con su misma mano, desabrochar mi
pantalón y dirigir esta vez sin tapujos su mano a mi pene,
y comenzar a masturbarme, al tiempo que se dedicaba a
besarme, y ofrecerme más tarde al oído hacer de esto y
más el día en que pudiésemos compartir habitación.

Esa noche, tomé una chaqueta de cuero y el mejor jeans


que encontré en mi closet, para estar puntualmente a las 10
de la noche esperándola fuera de su casa, fue inevitable
repasar en esos escasos segundos que demoró en asomar
por la puerta, cada uno de los recuerdos juntos, y si bien
habían algunos suficientemente dolorosos, más fuertes
eran las ganas de finalmente llevarla a la cama, y
demostrarme a mí mismo y al resto de mi grupo de
amigos, que podía, no sabía si ella buscaba eso aquella
noche, pero yo sí. Debía recurrir a todos mis encantos y
añadirle un poco de esa palabrería barata que tanto me
habían contado mis compañeros, eso me faltaba para
poder convencerla de llevarla a un motel. Seguí un consejo
de tomar una cucharada de aceite, fue horrible, pero
espero me ayudara a no embriagarme con dos vasos de
alcohol.

Vistió con una chaqueta oscura, y jeans clásicos, pero


ceñidos al cuerpo, dejaban dibujar su trasero de manera
12
sofisticada, pero era suficiente para querer tocarlo a cada
instante, me saludó y comenzamos a caminar.

-¿Que vas a pedir? – pregunté haciéndome el galán, pero


fuerte, la música del local no dejaba escuchar de buena
manera.

-Vodka y naranja, ¿puede ser? - Dijo, mientras buscaba en


la carta

Pedimos dos vasos para cada uno, además de algo para


picar, las palabras no salían fluidamente como hubiese
querido, la verdad me era incómodo el lugar, ella se acercó
para decirme algo al oído.

- Te extrañaba... ¿sabias? – me debo haber sonrojado, pero


reí por dentro.

- ¿Por qué?- Me acerqué yo esta vez a su oído.

- Porque me gusta tu compañía, y siento que eres


necesario para mi. – Eso último fue muy extraño, vi que
sus ojos me miraron con pena.

- Yo también te necesito – para llevarte a la cama, no la


extrañaba en lo más mínimo.

- Todavía te quiero – puso su mano en mi pierna.

No dudé y le dí un beso, ella respondió inmediatamente


con algo que pude interpretar como la necesidad de
tenerme allí, su beso fue tan apasionado, como si hubiese
13
estado de viaje, y vuelto después de meses. Como si nunca
nos hubiésemos separado; aproveché y tomé la iniciativa,
poniendo mi mano en su cintura, lo cual era fácil,
estábamos sentados uno al lado del otro. Su mano se
movió lentamente por mi entrepierna y la mía subió hacia
su seno derecho.

- ¿Cuando te vas a convencer que siempre serás mía? – Le


dije suavemente al oído.

- Cuando me hagas tuya – dijo, y presionó mi sexo


suavemente, el cual ya comenzaba a endurecerse.

Tomé su mano, y la lleve a la pista de baile, algo que


nunca hubiera hecho, pero necesitaba mostrarme diferente,
que ya no era el niño que ella conoció y dejó por no querer
tener sexo, esta vez sería distinto. La abracé por la
espalda, mientras el reggeaton sonaba en los parlantes de
la discoteque, los movimientos que hacíamos eran cada
vez más sexualizados, y yo besaba su cuello despacio,
mientras ella movía cuidadosamente su cadera para rozar
mi pene, sintiendo como este se erectaba por ella. Volteó
de repente y nos besamos en medio de la pista, e
instintivamente mi mano se movió por su espalda hasta
tocar su trasero.

-¿Vamos a otro lugar? – Me armé de valor y le pregunté al


oído.

-¿Dónde?- ella sabía bien dónde, pero quería que el perno


de lentes se lo dijera.

14
- A un… motel- me compliqué más de lo que debía, pero
finalmente se lo dije.

Salimos rápido del lugar, eran cerca de las 2 de la mañana,


caminamos por la avenida principal para encontrar un taxi,
no pasaron más de quince minutos y ya estábamos dentro
de una habitación.

-Por fin – dijo lanzándose sobre mí, una vez había cerrado
la puerta.

Me besó con ternura en primer momento, pero poco a


poco comenzamos a subir la temperatura, tanto que
pareciese que la ropa que nos íbamos quitando caía y se
congelaba en el frío de la noche, al lado del calor que
emanaban nuestros cuerpos, besé su cuello con
desenfreno, mientras ella inclinaba su cabeza hacia atrás y
yo levantaba su camiseta dejando ver el sujetador blanco,
que contrastaba con su piel canela. Lancé su polera sobre
la cama y besé sus labios como tantas veces lo había
hecho tiempo atrás, pero esta vez con la calma de que no
importaba nada, éramos ella y yo en una sola habitación,
regando libertad por nuestros cuerpos, al paso que lamía
lentamente la curva de sus senos y la levantaba, para que
pudiéramos lanzarnos a la cama, dejándole quitarme la
camisa y besar mi pecho y lentamente ponerse sobre mí y
desabrochar mi pantalón para bajarlo con delicadeza y
tomar mi pene, acariciándolo suavemente, y besándolo
después. No sé que habrá pasado con mis ojos, pero mi
mente estaba en quitarle ese pantalón, aunque pude
quedarme un tiempo disfrutando sus labios aprisionando
mi sexo con calma, para luego subir lentamente hasta
15
besarme la boca una vez más, momento que ya desnudo,
aproveché para quitarle el pantalón y ver, por fin, su
cuerpo cubierto solamente con ropa interior. Su calzón, era
también blanco y combinaba a la perfección con su piel,
tan así que podría haberme quedado horas mirándole
fijamente, pero necesitaba más, así que la abracé fuerte
contra mí, hundiendo mi cara en sus senos al tiempo que
desabrochaba el sujetador, dejándolo caer sobre mi pecho,
ella se sonrojó y me miró. Besé sus pezones con rabia, con
esas ganas locas que tenía desde que me tocó en aquella
plaza, y yo tímidamente pude rozarlos sobre la ropa, ella
sólo dejaba fluir placer de su boca en forma de quejidos
que me invitaban a seguir.

- Habías imaginado esto alguna vez?- le susurré al oído


mientras masajeaba sus senos

- No te imaginas cuantas- Me respondió y me besó con


pasión, mientras se quitaba lo que le quedaba de ropa
interior.

Me miró a los ojos, mientras terminaba de quitarse la ropa


interior, tomó mi pene y lo introdujo lentamente en su
vagina, y ahí pude sentir en ella todo lo que quería
entregarme un par de años antes, lo que sentía cada vez
que me besaba en los pasillos, y me tocaba en la
plazoleta, sentía en cada uno de sus movimientos de
cintura ese pasión que había acumulada, y en cada uno de
los besos, una gota de tiempo que volvíamos atrás.

16
Acaricie su cuerpo con mis manos, mientras ella se movía
suavemente sobre mí, hasta que ambos terminamos, y ella
se apegó a mi lado.

Despertamos con la llamada de recepción, que indicaba


que teníamos quince minutos para salir. Miré el reloj, y
eran las 8 de la mañana, ella se fue a dar una ducha rápida
y yo miré su celular. En primer plano, aparecía un mensaje
de un tal Roberto que le decía “mi amor”. Terminé de
vestirme, y salimos, le di dinero para un taxi.

-Avísame cuando llegues – le dije con un beso.

-Tu también- me dijo y se subió.

Apenas el vehículo viró en la avenida, quité el chip de mi


teléfono, y lo partí por la mitad.

17
Dama de compañía

Me gusta mirar por la ventana cada mañana cuando


despierto, es una rutina que repito todos los días
sagradamente, al menos todos los días que despierto en mi
apartamento, mi trabajo es algo itinerante de vez en
cuando; la vista desde mi ventana es privilegiada, puedo
mirar como el sol aparece por la montaña en mi costado
izquierdo, y por las tardes a lo lejos diviso como se
esconde tras la marea, que no alcanzo a ver, pero imagino
cuando observo desde aquí. Mi apartamento es grande,
costoso, y está ubicado en uno de los sectores más
exclusivos de Santiago, es mi orgullo, el fruto de todos
mis años de esfuerzo, yo creo que nunca olvidaré cuando
puse por primera vez la llave en su cerradura.

Después de contemplar la mañana, me lanzo de inmediato


a tomar un baño, pero antes me miro en el espejo de
cuerpo completo que hay tras la puerta del baño principal,
para esperar que la bañera se llene. Me gusta observar mi
cuerpo, si encuentro alguna imperfección, abro el botiquín
bajo mi lavamanos de piedra, y busco las cremas que he
ido comprando de acuerdo con lo que mi dermatólogo me
ha recomendado, no me puedo permitir ninguna clase de
imperfección, mi cuerpo debe estar perfecto, es mi
herramienta de trabajo. Una vez dentro de la bañera, con
mucha calma jabono mi cuerpo con insumos humectantes,
18
para enjuagarlo con toda la calma del mundo, no tengo
apuros, ya que no hay citas para el día de hoy. Primero mi
torso, con mucho cuidado, masajeo cada una de las curvas
de mis senos, mi barriga, y mi cintura, para después pasar
a la parte inferior; soy muy cuidadosa, debo serlo, no me
gusta dejar nada al azar, no debo.

El cuidado del cuerpo es una de las cosas


primordiales en mi oficio, algún desperfecto podría
significar que no me contraten, y prefieran a alguna otra
que su piel se vea lisa y tensa, como en un montón de
anuncios publicitarios que hay por todos lados, soy una
convencida de que la publicidad es la principal culpable de
que todas nosotras debamos cuidarnos excesivamente en
términos de imagen, si no nos pusieran en gigantografías y
comerciales cada cinco minutos, a una tipa delgada con
pechugas prominentes y un culo parado, el resto de
nosotras no debería por qué preocuparse de esas cosas,
seríamos más felices, no tendríamos que aparentar ni pasar
horas depilándonos o tomando horas de solárium para
parecer deseables y llamar la atención. Siempre he
pensado lo mismo, las mujeres no tenemos por qué tener
un físico perfecto, y ese mito del 90, 60, 90 es el origen de
nuestro calvario, para ser bella no hay que ver estrellas,
para ser bellas, tenemos que creernos que lo somos. Eso
pensaba hace cinco años atrás, cuando cumplía 20.

Hoy ya no puedo vivir de esa manera de pensar,


hoy tengo que cuidar de mi cuerpo como si fuera una joya
única en el mundo, porque es el que me trae el dinero a la
casa, y me permite darle de comer a mi hijo. Es difícil
contar como llegué a ser trabajadora sexual, es más fácil
19
decir que el mundo me trajo a serlo por complicaciones
económicas y falta de oportunidades. Irónicamente, la
puerta de me abrió, cuando mis piernas se abrieron
tímidamente ante un ricachón que me topé una noche en
centro de la ciudad me ofreció dinero por una noche; mi
madre estaba enferma y mi hijo no tenía comida; no
quería, pero la necesidad tiene cara de hereje; y si se dice
que María Magdalena lo fue, quien soy yo para negarme
hacerlo.

No puedo decir que me gustó, fue asqueroso; pero


fue el inicio de todo esto que tengo hoy por hoy. El viejo
ese empezó a correr la voz entre sus amigos, y mis noches
empezaron alejarse cada vez más de la casa de mi madre,
al igual que mi madre se alejaba cada vez más del hospital,
y que irónicamente, mi sinceridad hizo que mi madre me
alejara cada vez más de mi hijo. A pesar de que sus gastos
están cubiertos gracias a mi cuerpo, mi madre no me
dirigió nunca más la palabra cuando le conté. Hoy lo veo
un par de veces a la semana, el cree que mi trabajo me
hace viajar mucho fuera de la ciudad, lo que no es mentira
hasta cierto punto, pero me hace pensar que es una
verdadera bomba de tiempo cuando en unos años más sepa
la verdad; hoy tiene 7 años, no quiero pensar en sus quince
años.

No es fácil la vida de una prostituta, no porque mi


único esfuerzo sea tener sexo con desconocidos, quiere
decir que todo lo que tengo me ha sido fácil; no me gusta
que me regalen nada mis clientes, y cuando lo hacen,
publico los artículos en una página de internet y los vendo
a precios mucho menores de lo que valen realmente. Esos
20
regalos no valen nada, no son con cariño, no son con
afecto, es de calentura por ver a una mina más joven que
se acuesta con ellos, y que piensan van a sacar de esta
mierda en la que vivo día a día.

Prendo el televisor, y veo como otras personas trabajan


con sus cuerpos, unas modelan, otras actúan, pero todos
alimentan este mundo enfermo de gente que necesita verse
mina en el espejo, critican desde el pelo hasta como se
visten, que tontera. Cambio el televisor, y veo que mi
celular vibra sobre el mesón. No era una llamada, era un
whatsapp.

-Me comunico con Antonella?? – Me gusta lo italiano, por


eso mi nombre

-SI, soy Antonella, ¿que deseas?-

-Leí tu anuncio en internet- La foto de perfil era una


imagen algo confusa, como abstracta.

-Las tarifas están publicadas, sólo atiendo por una, tres o


seis horas-

- ¿Pueden ser tres? –

En la página decía que sí, odio esas preguntas. Aunque me


llamaba poderosamente la atención que me enviara
mensajes escritos, generalmente mis clientes llaman
haciéndose los machos, hablando con voz ronca y
personalidad avasalladora, al menos ese es mi segmento, y

21
por eso cobro lo que cobro, no me gustan los clientes muy
jóvenes, ellos no debiesen pagar por esto.

-Por supuesto, te envío la dirección- Cuando estaba en la


mitad, me interrumpió.

-No, quiero que sea acá, en mi departamento, no importa


si tiene otro precio- Me acomoda más que sea en mi
departamento, pero tampoco me era de vida o muerte.

-Bueno, envíame tu dirección y la hora que quieras la cita-

Era una noche de invierno, tomé mi vehículo y conduje


por la ciudad hasta encontrarme con la dirección que este
tipo me había entregado. En estos años, me había topado
con una gran cantidad de hombres diferentes, atiendo casi
siempre uno o dos hombres al día, por lo que cada vez la
intriga por el aspecto del cliente que me visita, o voy a
visitar en menor, yo diría que ya casi no existía. Fue
desapareciendo a medida que aparecía mi capacidad teatral
para hacerles creer que me calentaban, o que sentía algún
tipo de atracción hacia ellos, cuando lo único que me
provocaban (la gran mayoría), era un repudio que sólo
podía soportar al recordar que la cuenta bancaria que le
quedaría a mi hijo sería cada vez más grande, para que
pudiese estudiar o hacer lo que él quisiese. En la
intersección de dos avenidas principales, justo frente a una
estación de metro, el semáforo me mostró la luz roja, pude
mirar mi teléfono y percatarme que el cliente me había
vuelto a enviar un mensaje, esta vez para asegurarse que
iba a su encuentro; algo común, siempre tienen el miedo
que los abandone por alguien que paga más.
22
Aparqué una calle antes del edificio, bajo un árbol de gran
envergadura, pero que acusaba la temporada invernal en
que nos encontrábamos, no tenía casi hojas en su copa, y
me miré en el espejo retrovisor, me fijé que mi pelo rizado
no estuviera más voluminoso de lo normal, y mi delineado
de ojos no se hubiera esparcido por mis bolsas oculares.
Ajusté el escote de mi vestido color rojo, y bajé
asegurando con el control remoto y poniéndome un abrigo
para cubrirme del frío. Me encontraba en la parte trasera
de uno de los sectores más céntricos de la ciudad, y la
dirección daba con un edificio algo antiguo y descuidado,
que acompañado de los árboles secos y la postal del cielo
oscuro, podrían perfectamente haber hecho de esto una
postal para una película de terror.

Mi destino era el departamento 56, ubicado en el quinto


piso, traté de ubicarlo desde las afueras, pero al menos los
apartamentos de ese nivel que daban hacia mí me
mostraban unas cortinas cerradas, y un pequeño balcón.
Ingresé, y en la recepción un tipo de no más de 30 años, de
cabello crespo y el físico de un nerd promedio me recibió.

-Voy al departamento 56, con Gonzalo- Me miró de pies a


cabeza, y sus ojos rebotaron y volvieron a mi escote.

-Su cédula por favor. – la saqué de mi porta-documentos,


me percaté que le quedaba poco tiempo de validez.

-Me está esperando, creo- Me miró extrañado, esta vez a


los ojos.

23
-A ese departamento no viene casi nadie- frunció el ceño –
hace mucho que no veo al dueño.

-¿Puedo pasar?

-Adelante, los ascensores están a la vuelta. – Caminé y


pude sentir sus ojos en mi trasero, sólo sonreí.

El ascensor me hizo recordar a los que tienen esos


edificios antiguos del centro de la capital, esos donde un
tipo te preguntaba a que piso ibas, y cuidaban la botonera
casi como si se tratara de las pechugas de la señora.
Marqué el número cinco, y tras un par de segundos la
puerta se cerró, el ascenso era más lento de lo normal,
volví a chequear mi teléfono, y vi que me quedaban tres
minutos para llegar a la cita, eran las 22:57, y un nuevo
mensaje apareció en mi pantalla.

-Está abierto, sólo entra- me imaginé que era la puerta.

El ascensor abrió sus puertas, y me encontré frente al


departamento 50, y hacia mi derecha estos iban
aumentando su número, por lo que caminé y debí tomar un
pasillo que se veía algo oscuro y angosto, más de dos
personas delgadas como yo no podrían caminar por allí sin
siquiera pasarse a llevar, el primero en aquel pasillo y
ubicado a mi izquierda era el 26. La puerta estaba junta,
como dijo mi cliente, no fue necesario tocar, entré con
mucho cuidado y mi piel se comenzó a enfriar y erizar a la
vez.

-¿Hola?- Nadie respondió.


24
Estaba muy oscuro, no podía ver nada de lo que había
cerca de mí, y por el miedo fue que decidí utilizar la
linterna de mi teléfono celular para poder guiarme, pero
antes de encenderla, por el rabillo del ojo divisé una luz
débil que provenía de la derecha, si forzaba un poco la
vista podía ver un cuadro alargado y delgado con una
figura africana según lograba distinguir, al fondo de un
pasillo que parecía cruzar todo el apartamento. Seguí
lentamente, podía sentir como el miedo corría por mis
venas, caminé un par de pasos más y pude divisar una
mesa, sobre ella una vela encendida, eso era lo que daba el
haz de luz que pude divisar desde el otro lado del pasillo.
Cuando finalmente llegué frente a la vela, pude divisar
completamente la mesa, dos platos y una botella de vino
para dos copas, una frente al plato más cercano, y otra del
otro extremo de la mesa. Me acerqué un poco más a la
mesa, y pude ver que el platillo frente de mí tenía una
pequeña nota que sólo llevaba mi nombre a un costado de
los cubiertos. La escena oscilaba fugazmente entre lo
romántico y lo terrorífico, traté de voltearme cuando
escuché unos pasos venir tras de mí, y una voz ronca salía
desde el otro extremo del pasillo.

-Toma asiento- mi corazón se detuvo, ni siquiera atiné a


voltear – te estaba esperando.

-Gracias- Respondí sin siquiera voltear a mirarle.

Me senté, y luego me percaté que no me había saludado, la


mayoría de mis clientes lo hace y luego me manda a la
cama sin pensarlo dos veces, pero sin embargo estaba a la
luz de las velas, en una mesa y esperando que
25
eventualmente me sirviesen comida. Me armé de valor y
volteé a mirar por el pasillo, pero la oscuridad no me
permitía divisar nada, tomé mi teléfono y traté de alumbrar
un poco con la luz de la pantalla, y apenas ví su pantalón
venir entre las sombras evité que me atrapara mirándole.
Tomé posición mirando hacia el frente, de los nervios
pude recién darme cuenta de que había un mantel dorado
puesto sobre la mesa, la verdad ni cuenta me había dado.
Gonzalo apareció por un costado trayendo una bandeja y
un bowl con algo que parecía ser pasta, debe haber
deducido que me gustaba lo italiano, por mi nombre
artístico.

-Dime cuando esté bien- lo dijo cuando ya llevaba tres


cucharadas, le hice una seña que estaba bien.

Se sentó justo en frente de mí, y mientras se ubicaba pude


ver su aspecto, al menos desde el cuello hacia abajo,
llevaba un ambo oscuro, no supe dilucidar si era liso a
rayas blancas, y una camisa blanca abierta, no me atreví a
mirarle la cara. Cuando alzó la copa para servir el vino,
miré de reojo y ví que algo raro había en su mano, le
faltaban dos falanges en un dedo, el anular para ser
precisa.

Minutos más tarde, sin mirar aún su rostro, pude darme


cuenta de que se encontraba nervioso, la pasta bailaba
sobre sus cubiertos, y limpió más de una vez alguna
mínima mancha que realizó sobre el mantel; también yo
estaba nerviosa, pero lo disimulé tanto como me fue
posible.

26
-Que silente eres- dijo y pude sentir sus ojos mirándome
fijo, yo sólo clavé los míos en mi comida.

-Está rica la comida…- Me contrató para tener sexo, y


después de más de cuarenta minutos me tenía aun
comiendo, no tenía mucho que conversar.

- ¿Te molesta la oscuridad?... Si gustas prendo las luces…-


dijo en voz baja, casi como a regañadientes.

-Está bien así, no te preocupes- la verdad, tenía miedo y


eso me impedía tomar decisiones coherentes.

Terminé de comer y alejé el plato, la verdad es que la


comida si bien no era deliciosa, era mejor de lo que yo
podía cocinar, miré bajo la mesa mi teléfono y habían
pasado 45 minutos de la hora en que él me había citado, y
yo aún sin mirarle una sola vez a los ojos.

-¿Te gustó la comida? –

-Estaba super rico, ¿la pasta es cacera?- levanté la mirada


y comprendí todo. El la bajó de inmediato.

-Voy al baño- se puso de pie velozmente y caminó hacia


detrás de mi con la cabeza agachada. -La última puerta del
fondo es mi pieza, si gustas me esperas allí. – Dijo
devolviéndose por un par de segundos.

Mi miedo pasó de pronto a incertidumbre, escondió la


mirada apenas yo decidí cruzarla con la mía, cuando creí
que eso era lo que él buscaba durante toda la cena. El tipo
27
no quería que lo mirase, por lo mismo la oscuridad y su
sombrero de ala que proyectaba sombra en su cara, por eso
no me recibió en la puerta y su foto del Whatsapp no era
una foto suya, no quería ser mirado a la cara. ¿Pero por
que?. Fue allí que un torbellino de posibilidades cruzó mi
mente de un lado a otro y bamboleaban la posibilidad de
ser violada, de estar frente a un psicópata, o simplemente
estar frente a un cliente virgen que por primera vez iba
tener sexo. No parecía viejo, su envergadura era de un tipo
mayor, pero una nunca sabe en este mundo.

Caminé con la luz de la pantalla hacia la puerta que él me


indicó, e ingresé a un cuarto grande, donde a duras penas
pude divisar un cubrecama azul que me invitó a sentarme
sobre él para prepararme mientras venía a la habitación.
Abrí mi cartera y busqué los condones que siempre tengo
a mano para uso en mis citas, y grande fue mi sorpresa
cuando tomé la caja y estaba vacía. Había olvidado que los
terminé el día anterior, por suerte siempre tengo cajas de
repuesto en la guantera de mi vehículo, sólo era cosa de
bajar por ellos. Volví alumbrar con mi teléfono y caminé
hacia la puerta con la cartera en mano para no traerlos a la
vista de todos. Cuando abrí la puerta sentí que otra
también se abrió.

-Dejé los condones en el auto, vengo en cinco minutos –


Dije en un tono más alto para que me escuchara.

-¡No!- lanzó un grito que me detuvo en seco, y un segundo


más tarde sentí una mano fría tomándome por el brazo. –
No te vayas- dijo con una voz mucho más baja – Por favor
– culminó casi en silencio.
28
-Sólo voy por condones, ya vengo- volteé a mirar y
nuevamente escondió la cara- lo prometo- toqué su
antebrazo y sentí como se relajó. – Espérame en la cama.

Salí rauda, por suerte el viejo ascensor estaba de bajada y


me permitió llegar rápido al primer piso, hacía frío y no
alcancé a tomar mi abrigo que quedó sobre una silla; había
pasado casi una hora de lo pactado y aún no había tenido
que sacarme la ropa, no era algo que me molestase, pero si
me llamaba la atención; nunca nadie me había recibido
con cena, ni había esperado tanto para que cumpliera con
el servicio. Era extraño.

Cuando salí del ascensor, volví a ver la misma puerta


frente a mí, y caminé por segunda vez hasta la puerta que
una vez más estaba entreabierta, la oscuridad era tal cual
fue la primera vez. Pero esta vez yo lo hice diferente, ya
que prendí el flash de mi smartphone para alumbrar mi
camino hasta la habitación, pude ver a lo lejos un par de
fotos sobre un velador, al tiempo que mi cliente se daba la
vuelta y se escondía de la luz.

-Estoy aquí… - dije con una voz provocadora tratando de


animarlo; dejando el celular sobre un antiguo velador que
había junto a la cama, luego me arrodillé con las piernas
semiabiertas sobre el cubrecama mientras abría la caja de
preservativos y sacaba uno.

La nula respuesta de su parte me llamó la atención, fue


entonces que me acerqué más y comencé a tocarle por
encima de la ropa, esta vez si pude sentir algún tipo de
respuesta física involuntaria desde sus partes íntimas; pude
29
sentir como su sexo se erectaba y fue entonces que
desabroché su pantalón y metí mi mano por entre sus
ropas para masajear la zona lentamente. Me acosté a su
lado con mi cuerpo completo pegado al suyo, tratando de
hacerle entrar en ambiente, pero grande fue mi sorpresa al
percatarme que, tras un par de segundos de masaje,
eyaculó.

Volteé a buscar en mi cartera con mi otra mano algo para


limpiar la que estaba sucia, encontré pañuelos que siempre
llevo por ahí y un poco de alcohol gel. Pensaba en que
decirle, que hacer con las casi dos horas que nos quedaban
juntos, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando volví a
escuchar su voz.

-No quise que vinieras para tener sexo-Dijo en un tono


suave, casi pidiendo disculpas.

-A eso me dedico, para eso me contratan- Dije volteando


sorprendida, y algo asustada por lo demás.

-Yo no quería eso- hizo un silencio incómodo.

-¿Entonces?- le devolví el silencio, pero esta vez entendí.

Recordé lo que el tipo en la recepción me había dicho, y


fue entonces que volteó hacia mí lentamente y pude verlo
con mis propios ojos, por primera vez a la cara. Era una de
las cosas más perturbadoras que había visto en mi vida,
tenía cicatrices alrededor de toda la cara y aún también en
el cuero cabelludo, de las que me pude percatar ahora que
su sombrero ya no estaba sobre su cabeza, su calva era
30
muy dispareja, principalmente porque lo que parecía haber
sido quemadura que sin ser una especialista en enfermería
o afines, fueron de un grado muy importante. Su rostro
completo era una mezcla entre el brillo y la rigurosidad de
cicatrices y secuelas que creaban una deformación facial
crítica. Pero lo que más me llamó la atención, fue su ojo
derecho que parecía no abrirse, me tenté de preguntar,
pero creo que estuvo bien que no lo hiciese, es algo que
podría morir sin saberlo.

-Eres libre de irte, el dinero está en el cajón del velador. –


no pude evitar voltear y tomar mi celular- Tómalo, y
perdón por las molestias, no debí llamar.

-Tranquilo – a la suma de sensaciones de la velada, se


sumó una compasión tremenda al ver su rostro- no me lo
llevaré- me apoyé en el respaldo de la cama- no sin
cumplir la cita por lo menos.

-No planeo que te quites la ropa, en serio- dijo taciturno,


casi sin fuerzas.

-No lo haré si no quieres- Aseveré tranquila, casi


tranquilizándolo – Pero puedes pedirme cualquier cosa- le
dije -lo que tu quieras.

El mundo debe haber sido muy cruel con él, no tengo idea
de que le habrá ocurrido, que tipo de accidente habrá
sufrido para quedar con semejantes secuelas, pero el
claustro en el que había decidido vivir era semi-voluntario,
no me interesa si algún día sale de ese lugar, pero al

31
menos mientras yo estuviese ahí, podía brindarle un poco
de compañía, era lo que él necesitaba.

-¿Lo que sea?- preguntó con timidez.

-Queda poco más de una hora, lo que pueda hacer en ese


tiempo.- volví a dejar el teléfono a un costado.

-¿Puedes – su voz se quebró- hacerme cariño? –

Sonreí de complicidad, pero en mi garganta también se


configuró un nudo, lo acerque y apoyé sobre mi pecho, allí
acaricié su cabeza mientras sentía como sus lágrimas se
derramaban en mis senos. También boté un par de
lágrimas, no pude evitarlo. Después de unos minutos, cayó
dormido y lo acomodé a un costado, quedaban cerca de
cinco minutos y comencé a ordenar mis cosas. Prendí el
flash de mi celular para no incomodar su dormir, tomé mi
dinero y caminé fuera de la habitación, pero antes de salir
vi colgado en la muralla una foto de un tipo con su
contextura física. Cambié la luz por la de mi pantalla, y
pude verlo más claramente, era guapo, su cabello era rubio
y tenía ojos azules. Posaba con un una copa de campeón y
un casco de fórmula 1. Tomé mi abrigo del comedor, y
volví a verlo dormir por una última vez, entonces me
marché.

32
33
Un café para dos

El periódico del día y un café semi cargado estaban sobre


la mesa del viejo conserje que miraba como las letras se
tomaban de la mano y le contaban un puñado de historias
que poco le importaban, un par de viejos que se hacen
millonarios ganando la lotería, y los goles de la figura del
torneo, daban lo mismo, el caballero sólo quería matar el
tiempo.

-¡Don César! – dijo un joven de casaca de cuero y cabello


oscuro, cortado por una partidura artificial al lado derecho.

-¿Cómo está mi niño?- respondió el anciano mientras su


interlocutor entraba por la puerta del edificio.

-Bien gracias, ¿y usted?- El muchachos caminó al mesón


donde el viejo se encontraba sentado leyendo el periódico.
– lo veo contento.

-¡Como todos los días pues! – el viejo le tendió su


arrugada y temblorosa mano, la cual el muchacho al que
doblaba en edad acogió en un estrechón de manos, junto
con una palmada en el hombro, el viejo era apreciado. –
Le llegó esto…- buscó entre los compartimentos de su

34
mueble un sobre blanco, que llevaba impreso un logo
reconocible, del mundo financiero.

-Gracias Don César – el muchacho de la partidura


artificial recibió el paquete y lo guardó en el interior de su
chaqueta- Nos vemos al rato.

El viejo asintió y volteó a leer nuevamente el periódico,


mientras a su espalda la chaqueta de cuero desaparecía por
el pasillo rumbo a los ascensores. El viejo quedó
pensativo, el muchacho lo había visto contento, y eso le
llamó la atención, no porque no supiera el motivo, sino
porque no pensaba que se le notara tanto.

Esa mañana el viejo se levantó tal cual lo hacía todos los


días, pero al igual que hacia trescientos sesenta y cinco
días atrás, tenía que cumplir la misma labor que cumplía
de lunes a sábado, pero a su vez viviría lo que vivía cada
10 de agosto, porque aquel día, como cada calendario, se
cumplía un año más desde la primera vez que había
mirado a los ojos al amor de su vida.

Estaba helado, era como todo agosto, pleno invierno. Y


como toda época invernal, el frío calaba hondo en los
cuerpos de los habitantes de la ciudad, el cual sólo daba
tregua con esa pequeña brisa templada que precede a cada
lluvia, eso César o sabía. Luego de una agobiante jornada
de trabajo, debía iniciar su camino normal de cinco
cuadras hasta el paradero más cercano, para tomar un bus
con la finalidad de recorrer los aproximadamente cien
minutos de trayecto al departamento que habitaba con sus
dos hermanos al otro lado de la ciudad. Mamá había
35
muerto hacía poco tiempo, y las antiguas cenas familiares
de cada tarde se habían convertido en una individualidad
tras otra, ninguno sabía cocinar, por lo tanto, comían lo
que encontraban. No quería volver a casa, pero sabía que
mientras más demorara, más complejo sería volver. Ya
había avanzado dos cuadras y el cielo comenzó a llorar, no
llevaba paraguas, por lo que debía cobijarse bajo algún
techo para evitar caer empapado.

El viejo, se miraba al espejo de vez en cuando, sabía que a


ella le gustaba ese tipo de peinado, por más que ya se
adornara con toques más imperceptibles por la falta de
material, y que el cabello que le quedara ya pareciera cada
vez más nevado, pero daba lo mismo, ese tipo de cabello
reflejaba experiencia y el esforzado recorrido de toda una
vida. Miraba la TV también, de vez en cuando, los
matinales mostraban videos que decían, habían sacado de
ese tan nombrado internet, lo oía a cada rato, pero no lo
comprendía, él era de otra escuela, vivía con otros hábitos.

Llovía copiosamente aquella tarde, el joven veía la


bravura misma en el andar de unos perros que
desesperados buscaban algún lugar donde protegerse de la
lluvia y la traicionera humedad que acarrea, César con el
peso de ser jornal a cuestas encontró un quiebre obligado
en su rutina al ver un café, que parecía tener calefacción
en su interior, caminó entre un par de lánguidos árboles,
desnudos por la época, y tomo con su mano la puerta de
vidrio para poder entrar.

La hora no corría, la cita era durante la tarde, después de


salir del trabajo. Los propietarios de los departamentos
36
pasaban y pasaban, los saludaba uno por uno, cuando creía
que ya no quedaba nada para poder salir, habían pasado
sólo sesenta minutos. El viejo seguía mirando TV, pero
pensaba más en esas caminatas de años atrás de la mano,
cuando cualquier cosa era excusa para mirarse a los ojos y
ver el tiempo pasar, y pasaba rápido, más de lo que quería
por ese entonces, e infinitamente más que ahora. El viejo
conserje buscó en su mochila y encontró una botellita de
perfume, el mismo que su viejita le había regalado hacía
años, era cada vez más difícil de encontrar, y que a esta
botella sólo le quedaban un par de gotitas, a ella le
gustaba, había que usarlo.

Una vez dentro del local, miró a las cuatro esquinas y no


había nadie y no había mesas vacías; por el contrario, en
casi todas había una persona, y sólo una persona; el local
era pequeño, no tenía más de ocho mesas, por lo que le
tocaba escoger. Se quitó el abrigo empapado y lo colgó en
los tirantes de la mochila, después hizo un paneo de todo
lo que había en el local, encontró a un viejo canoso, que
devolvió la mirada con ojos de ex oficial de la armada, la
mesa de al lado, había una señora de edad, que tomaba su
bebida con unas temblorosas manos de avejentado pulso, y
más allá, una joven de veintitantos, o “veintisiempre”,
como decían por ahí. Se armó de valor, se pasó la mano
por su opaco cabello y caminó hacía donde la joven.

-¿Me permite?- ella sólo se sonrojó.

El bendito reloj por fin dio la hora, y el viejo salió


corriendo a tomar el bus que lo dejaba en el mismo café,
allí en Vitacura. Una vez pagado el pasaje, dos jóvenes le
37
ofrecieron su asiento, pero el viejo estoico no quiso, pero
se decidió a la tercera vez, porque era el único en pie.
Miraba por la ventana, pero era sólo el fondo para
imaginar todos los años con su viejita. Desde la ternura de
su primer beso, hasta esa candente pasión nocturna que el
tiempo fue apagando con la calma inclemente de quien se
sienta a mirar. ¿Qué es el sexo, sino la excusa perfecta
para acabar desnudo y en brazos de quien amas? Iguales,
como nacieron, como ascenderán al cielo. El viejo sonreía,
ya no quedaba nada.

Las cinco cuadras que caminaba de la obra al paradero


habían cambiado bastante, la urbanización las hacía
parecer irreconocibles, pero aun así, donde hoy habían
estacionamientos para bicicletas, el viejo veía esos
lánguidos y desnudos árboles, podía sentir aún esa tibia
brisa que atrae el llanto del cielo, por más que el día haya
estado más caluroso de lo normal, para él había lluvia.

-Don César, su mesa es la de siempre- le dijo un


muchacho que hacía las de garzón, impecablemente
metido en negro, y con un corte moderno- lo están
esperando.

Eso último le llenó el corazón de nerviosismo al viejo, que


entró por la puerta de vidrio, mucho más moderna, al
mismo café que décadas atrás. Hizo el mismo paneo, ya no
estaban la vieja temblorosa ni el viejo ex armada, pero si
en la misma mesa, estaba ella. Caminó con el pulso que a
cada paso se aceleraba un poco más, y se sentó frente a
frente a su amada. La miró a los ojos, brillantes y
hermosos que veía cada mañana al despertar, con la
38
sonrisa tan clásica que le encantaba provocar, y la cara de
enamorada que había imaginado todo el día.

-Te ves tan linda como siempre- Se acercó con la


esperanza y el deseo de recibir un nuevo beso de esos que
tanto deseaba, y lo recibió, de parte de su amada, pero esta
vez sus labios eran fríos. Entonces, sus ojos de brillantes
de amor, se humedecieron. – No sabes cuánto te extraño,
viejita mía.

39
El paseo

El Juanjo es un buen pololo, es tierno. Me manda cartas y


mensajes bonitos todos los días desde que estamos juntos
y me hace sentir que me quiere todos los días, incluso si
no lo veo. Es lindo, tiene la típica pinta de rubio de clase
media, que pasa piola como descendiente europeo, con
mechón desaliñado, de eso que les dan el toque ondero,
que les saca lo perno. Porque, aunque le gustan los
comics, alucine con esa música metalera que a nosotras
nos carga, y puede pasar días enteros al frente del play, yo
lo quiero porque se sacó la cresta para que yo le diera la
oportunidad, y se ha esforzado caleta, es buena gente. Es
buen pololo. Me va a buscar al liceo, y me lleva flores una
vez a la semana por lo menos, es buen pololo. Yo sé que si
quiero salir a bailar, el Juanjo no va querer ir conmigo,
pero si me va ir a buscar cuando se compre su auto, es
buen cabro, a mi mamá le caerá bien, y con mi papá
hablarán de fútbol. Yo lo quiero, me gusta, quizás más de
lo que me esperaba cuando empezamos el mes pasado.

El problema es que yo ahora estoy en el Quisco, estoy en


cuarto medio y a punto de salir de la media, es mi paseo de
curso y ando con casi todos, el Juanjo me mandó un
mensaje anoche, me echaba de menos dijo. La Javi, la
Paula, y la Josefa andan conmigo, las tres estamos con
bikini, menos la Paula que anda con polera porque se
40
acompleja de que tiene las pechugas chicas, pero por poto
nos da tres vueltas y media a cada una. Vamos bajando por
la avenida principal, bajamos solas porque el resto del
curso se quedó carreteando hasta las siete anoche, u hoy
en la mañana, depende como lo vean. Nosotras no
quisimos, somos quitadas de bulla, aunque cuando
queremos, podemos. Todas llevamos un bikini, pero con
shorts debajo, yo de buzo, la Javi y la Paula de mezclilla,
la Josefa anda con pareo no más, hay sol y ya nos pusimos
el bloqueador, aunque es diciembre tenemos que
aprovechar que nos podemos broncear, eran tres días y ya
queda sólo hoy. Hemos bajado a la playa todos los días,
pero hoy es recién el primer día que nos toca el sol fuerte,
ayer y antes habían sido días helados, pero con agua tibia,
que curioso eso, como si el mar prendiese el calefont
cuando nos queremos bañar, es rico igual.

Pisamos la arena y me acuerdo del Juanjo, lo quiero, es


buen pololo. Reviso el celular y no lo traje, se me quedó
en la casa que estamos arrendando. Es bonita, tiene dos
pisos, arriba nos quedamos las mujeres, y abajo los
hombres. Somos veinticinco, andamos con muchos sacos
de dormir y colchones inflables. No es lo más cómodo,
pero es entretenido. El Juanjo, el también es entretenido,
es buen pololo, pero es perfecto. Y el problema de ser
perfecto, es que no tiene esos defectos que lo hacen único,
y que terminan en esas reconciliaciones de cama después
de una discusión. El Juanjo me hace feliz, pero a la vez me
siento demasiado plena, y eso es malo, los príncipes son
para Disney, y en la vida real hace falta barrio, dientes
chuecos y cabello disparatado. Tengo que hablar con él,
no puede ser tan bueno.
41
-Que está bueno el Pablo- dijo la temerosa Paula tirando la
toalla de Daddy Yankee en la arena

-Es mino- le respondí, era cierto.

-¿Hay visto cómo te mira?- La Josefa me dio en el clavo.

El Pablo era la antítesis del Juanjo. El primero el


compañero de curso que se jactaba de cuantas minas había
tenido en el mes, y que cada vez que pasaba por una fiesta
un par más inscribía en su pecho, como si fuera un
guerrero antiguo tatuándose el nombre de sus víctimas.
Era alto y ancho, con la espalda de un luchador de todo
vale y la cancha de un campeón del mundo. Me ha tenido
del cuello los cuatro años, y es por él que no le había
querido dar la chance al Juanjo, pero ya que nunca me
pescó, decidí intentarlo y no me arrepiento. Pero no puedo
negar que el Pablo le mueve el piso a cualquiera.

Son las dos de la tarde, y el hambre empieza a avisarnos


que no hemos comido nada desde la noche anterior, más
que un paquete de papás fritas envueltas en oxígeno de
esos que venden en los kioscos. Mis amigas proponen
buscar un restaurant o alguna picada cerca de la playa, así
que todas sacamos nuestras poleras de los bolsos y nos las
ponemos, menos la Pauli, que las tiene pequeñas, y eso la
avergüenza. La arena está caliente y caminamos
quemándonos de a poco nuestras plantas de los pies, pero
sentimos alivio cuando nuestros pies tocan la madera que
avisa que llegamos al borde. Hay puestos con baldes y un
montón de juguetes que si tuviera una década menos
estaría pidiéndole a mi papá que me las comprara. Hoy las
42
veo con nostalgia. Encontramos una picada que ofrece
pailas marinas a un precio bueno bonito y barato, como se
dice por ahí, así que decidimos entrar y tomamos una
mesa junto a la ventana, de la que justamente se habían
retirado una pareja de viejitos, un mozo se acerca, limpia
la mesa y nos ofrece el lugar. Lo miro, es un viejo de
como cuarenta, bien afeitado y que parece que lleva años
en el servicio, trae los cuatro platos, dos pailas y dos
pescados con arroz rápido, y todos a la vez, seco.

La Pauli estaba cagada de hambre parece, ya le queda la


mitad de la paila y está mirando mi arroz como si fuera
aire para inflar las pechugas. Mastica y mastica, la miro
sin que se dé cuenta demasiado, y de repente me mira y
me cierra el ojo, ella sabe que estoy pololeando, pero la
muy mal amiga me sigue el juego. ¿Qué juego?, sentí un
brazo en mi espalda, mi polera era sin mangas, sentí su
mano grande y algo húmeda en mi hombro que da la
contra a la puerta. Era el Pablo, ancho y con su espalda de
todo vale, la cancha sale a relucir cuando pesca una silla y
la pone al lado mío, lo miro de cerca y es feo, pero tira
pinta sin tener que verle la cara, habla y Brad Pitt
desaparece al lado de su cancha.

-¿Me puedo sentar con ustedes?- no podemos decirle que


no, ya estaba con nosotros

Llamó al mismo mozo cuarentón de barba bien rasurada y


de aspecto seco, a los cinco minutos le trae una paila y
unos panes chicos que ahora usa para untar en la sopa.
Una cucharada tras otra, un choro y luego una almeja, abre
la concha con cuidado, le unta un poco de limón y la
43
devora de un bocado, casi besando al molusco, pero con la
violencia justa para arrancarla de cuajo del caparazón. La
Josefa quiere ir al baño, le ofresco acompañarla pero la
Javi me pone una mano en la pierna y se para ella, cuando
miro al frente la Pauli ya se estaba parando, me cagaron,
me dejaron sola con el Pablo, en la boca del lobo. El
Juanjo, el Juanjo es buen pololo, es atento y me manda
mensajes, es lindo. Es buen pololo.

-Los cabros bajaron todos a la playa- el no quiso ir, no se


iba ir sin agarrarse a alguna antes de volver a Santiago, y
yo estaba ahí, no me dijo eso, sólo que la casa estaba sola,
y él se ofreció a llevarse las llaves.

Me recontra juró que siempre me encontró mina y que me


miraba las pechugas de vez en cuando, y tenía que
exponer sobre alguna tontera al frente del curso. Que le
gustaba mi cintura y mi sonrisa, que le gustaba que no me
maquillara, que eso me hacía distinta, y que amó cuando
decidí teñirme rubia en cambio de mi moreno natural. Me
vendió esika por Avon y terminé agarrándolo a besos en
pleno restaurant, un par de toqueteos por mi pierna, y
terminamos de la mano subiendo por la avenida, sin pagar
un peso de comida, calientes camino a la casa. Abro la
puerta de la casa, y el la cierra detrás de mi, ya estamos
dentro, volteo y me acuerdo del Juanjo.

Nunca he estado así con él, llevamos un mes y aún ni


siquiera le presento a mi familia, y ya me lo estoy
cagando. Es buen pololo, es lindo, es tierno. Es buen
pololo, es atento, le gustan los comics. Lo quiero, pero aún
no lo amo. Es ahora o nunca.
44
Me toma por la cintura, con la justa para que mi piel se
sienta con sabor a cosquillas de éxito mientras me besa
con esos labios de tremendo recorrido, de galán que tanto
nos gustan a veces. Sus manos empiezan a bajar, pasando
por mis caderas y yo lo abrazo del cuello, aún no
separamos nuestros labios, y mi lengua se hace una con la
suya a la vez que la palma de sus manos ya está pasando
por el borde de los bolsillos de mi short, haciendo la leve
curva de mis humildes nalgas, el las aprieta y a mi los ojos
se me pierden, no sé lo que miro, pero sé lo que siento. No
soy virgen, pero siento que por primera vez voy acostarme
con alguien por calentura, por empacho. Paso mis manos
por su pecho y siento que está con una camisa, y debajo
unos pectorales definidos y con la insignia de su equipo
tatuada al lado izquierdo, al lado derecho el nombre de un
niño, uno que a estas alturas no importa. Me toma en
brazos y me lleva a la pieza del fondo.

-No hay nadie- me susurra al oído.

Se devuelve a la puerta de la casa y pone llave, sólo él


tiene la llave. Vuelve, y yo estoy tirada en la cama, con
mis piernas semiabiertas y esperándolo, se abre los
botones de la camisa que yo empecé a desabrochar, y veo
esa insignia de letras azules que no me importa, tira la
camisa a un lado y yo me saco la polera, para que el me
bese el pecho y el contorno de mis senos con toques de
brisa marina, a él le gusta, porque lo hace con calentura,
con barrio, con aires de maldad, como ese villano que
todas queremos, y que el príncipe no es. Que el Juanjo
parece que no es. Mi espalda se arquea un grado más con
cada roce de sus labios, y la contorsión le deja escabullir
45
su mano que bailaba por mi cintura, hacia el tirante de mi
sostén, que se deshace en un par de segundos y mis
pechugas están al frente suyo. No le sorprenden, debe
haber visto más grandes o más bonitas, pero no me, ni le
importa, porque su lengua las hace sentir únicas. Me besa
y siento como desabrocha su pantalón y lo saca junto a su
bóxer en un movimiento conjunto. Mi pantalón se
desabrocha al unísono y también lo saca mientras me besa
el estómago y me presiona los pechos con sus manos, casi
acariciando, casi hiriendo. Cuando nuestros sexos se
vieron descubiertos, mete la mano bajo el colchón inflable
en que yo estaba tendida, y saca un condón, que sin
mediar aviso lo tenía puesto cuando mis ojos recuperaron
su función por un par de instantes. Miro su pene y no es
grande, no como su cancha, pero ya da lo mismo. Siento
como me invade el látex que recubre su quinta extremidad,
y se interna dentro de mi cuerpo con movimientos suaves
en un inicio y que aumentan la intensidad a medida que
sus manos convierten el fervor con que me recorrían, en
un apretón en mis caderas que aferra el sexo a la carne, y
que convierte mis tímidos gemidos de placer en la
respuesta de mi inconsciente a la conciencia que disfruta
cada movimiento de cintura. Una, y otra y otra vez siento
como su cadera desencadena el rubor de mis sentidos,
quiero más y más. No pares, no quiero que pares. Esperé
tanto por esto y lo quiero disfrutar a morir. Se sigue
moviendo, pero sus manos ahora se deslizan por mi cuerpo
hasta mis pechos, y él se deja caer sobre mi sin dejar de
moverse y me susurra algo al oído que no me importa,
porque me pasa la lengua y eso me calienta, así que mis
manos de estar abrazando su espalda, clavan mis uñas en
su espalda y se arrastran con carne y sexo hasta la parte

46
baja, siento como se excita y con un último espasmo
termina.

Vuelvo en mí, intento acurrucarme a su lado, él se para y


se viste. No tiene poto. Se viste y se va al baño, siento la
ducha por unos minutos. Sale y yo aún desnuda.

-Voy a la playa- lo quedo mirando-… ¿tu? –

Me mira por un par de segundos, y se va. Siento como las


llaves se caen encima de una mesa y la puerta se cierra.
Espero un par de segundos y ya no está, desapareció y se
fue. Me visto y subo a buscar mi celular, en la pantalla un
mensaje del Juanjo.

“Que tengas un lindo día, no aguanto a mañana para darte


un beso otra vez”.

47
No hice nada malo.

La vida del artista es hermosa, ensayas por horas semanas


y días para finalmente recibir un par de segundos de
aclamo popular a cambio del esfuerzo. Mi rubro, la danza.
Mucha gente me ha dicho que no debería llamarme a mí
misma una bailarina, dicen que el utilizar como
herramienta una barra de metal que atraviesa de piso a
techo por unos billetes no es digno de ser aplaudido. La
gente piensa que esto uno lo hace con el énfasis de
provocar algo en el sexo opuesto, y lucrar con el deseo
sexual reprimido de un puñado de hombres, creen que
medimos nuestro éxito en cuanto dinero nos lanzan al
plató, para mí es un medio de expresión, y me permite
botar desde el interior, todas esas ganas de bailar que me
fueron reprimidas de pequeña, pero que se desatan de
noche, me entretienen y que se convierten lentamente en
movimientos de mi piel desnuda, que oculta sólo la
intimidad de mis partes privadas, pero eso no hace que
dejen de tener razón; el dinero es bueno, y me trae las
comodidades que nosotras siempre hemos querido. Pero a
diferencia de las bailarinas profesionales que se balancean
entre “pirouette” y “port de bras”, yo tengo días y días, a
48
veces aparecen un par de viejos con plata, la mayoría de
los días; u otras veces sólo un grupo de oficinistas de mala
muerte que tiran un par de lucas y se van, macabeos.
Probablemente les tengan las cuentas sacadas en sus casas.

Me es divertido mirar al público cuando lo hago, puedo


observar caras de deseo al mirar mi busto generoso, o mis
caderas que muevo con la sensualidad que sus mujeres
probablemente no lo hagan, por algo están ahí, porque
algo les falta, por esa perversión que no tienen en su cama,
y la imaginan en mis pasos medio improvisados. También
han aparecido muchas veces padres con sus hijos pubertos,
que militan entre los 17 y 19 años, los quieren desvirgar y
me han hecho propuestas indecentes, pero no transo, el
sexo es mío, soy la copa que se mira… pero no se toca.
Eso si, mis favoritos son esos que vienen solos, vienen a
ver el show, o vienen a mirarte a ti; no tengo la fantasía
del hombre millonario que entra por esa puerta y me
quiere sacar de este mundo, no lo espero tampoco, me
gusta este mundo, me gusta lo que hago; pero también me
encanta saber que le gusto a los hombres, porque se
fidelizan a mi baile, en particular uno, el de esa noche.

Bailaba Aerosmith, me gusta “Crazy”, y sé que a los


hombres les fascina, tomaba el caño con ambas manos y
me aferraba a él con movimientos serpenteantes,
acercando mi busto y en onda el resto de mi cuerpo,
enfundado en un peto de cuero y un colaless color vino.
Brinqué y me enganché para bajar girando, comúnmente
cerraba los ojos hasta sentir el momento de estabilizarme
en el piso, pero ese día los abrí antes para observar a
quienes estaban en el bar, y entre todo el mundo, la
49
mayoría vestidos de traje y corbata, o al menos camisa; un
hombre caucásico y de espalda ancha con brazos
trabajados caminaba hacia el escenario, vestía
completamente de negro, pantalón y camisa ajustada.
Gateé como una felina para que el público apreciara la
caída de mi busto y el ancho de mis caderas, para
disimular mi dirección a él al tiempo que recorría el cristal
led que utilizaba para bailar, entonces lo miré más de
cerca. Su piel, bajo la luz ultravioleta del club se podía
observar de color mate, con una barba cuidada, un peinado
semi rapado a los lados y con la parte superior peinada
hacia un costado. Dejó un billete de cinco mil pesos sobre
el piso del estrado, al cual me acerqué suavemente y luego
me arrodillé de manera sensual en frente a aquel hombre,
dejando mi pelvis a la altura de su pecho y a medio metro
de distancia, tomé el billete y pasando mi mano por mi
vientre, con extrema provocación, escondí el botín en mi
calzón, al ritmo que el público dejaba escapar un bramido
de excitación, él, sólo me guiñó un ojo y me lanzó un
beso.

Minutos más tarde llegué al camerino, era un cuarto no


muy grande ni muy pequeño, de murallas claras en
contraste a la oscuridad iluminada por láser multicolores y
leds ultravioletas del salón. Tomé asiento en una silla algo
vieja y me quité todo el dinero de dentro de mi ropa
interior para lanzarlo sobre la mesa.

- Viene todos los días a verte- me dijo Kate, mientras me


vio contando mis propinas.

- ¿De verdad? – pregunté – Nunca lo había visto


50
- Se pone detrás de la barra- apuntó hacia fuera del
camerino- allá no llega la luz, por eso no lo veías. - se
quitó el jeans semi roto que llevaba, bailaba en quince
minutos más- ¿Cuánto te dio?

- Cinco mil- metí la mando dentro de mi calzón- ¿qué es


esto?

Saqué el billete que me entregó, era un ejemplar normal de


cinco mil pesos, de esos que circulan por las calles todos
los días, rojizos y con la cara de una poetisa, pero al
desdoblarlo pude acotar que traía consigo una hoja de
cuaderno, o un extracto muy pequeño con una dirección.

-Nueva providencia 2351- leyó Kate, que realmente se


llamaba Andrea, por sobre mi hombro- me huele a
admirador - rio.

-Uno más de tantos-era cierto, en mis años de oficio había


recibido al menos diez direcciones o números de teléfono.

-¿Has tomado alguno en serio?- negué con la cabeza.- ¿y


hace cuanto no estás con un hombre?

-Eso no es para mí- respondí secamente mientras me ponía


de pie y buscaba mi ropa para marchar.

La conversación llegó hasta allí, mi colega salió del


camerino por el túnel que terminaba en cortinas negras, y
yo terminé de contar el botín de la noche, la libido de la
horda de calientes ascendió a los ciento veinte mil pesos;
un mal día. Tomé mi cartera de cuero ecológico y metí
51
dentro los billetes en un compartimento secreto, después
hurgueteé un poco y hallé mi teléfono celular, para
conseguir un vehículo que me llevara de regreso a casa,
que buena idea hacer esto en lugar de pararme en la calle a
esperar que algo pase. Miré de reojo el papel que me dejó
el tipo y lo metí en el bolsillo trasero de mi pantalón, tomé
mi chaqueta de cuero y salí a la calle sin mirar a nadie, por
la dirección apuesta a mi compañera. Crucé el pasillo
estrecho que da a la puerta de colaboradores, ya eran más
de las dos de la mañana y el tráfico de la calle se reducía a
un par de buses que funcionaban bajo la oscuridad y
tranquilidad de la noche, pero ya me esperaba un taxi al
otro lado de la cuadra.

Al día siguiente, abrí mis ojos en medio de la reacción del


calor que sentía por las mañanas de verano que se traducía
en el sudor que brotaba de mi estancado cuerpo, y el
sonido retumbante de mi velador al vibreteo de mi celular,
por un mensaje del dueño del local.

#Después de que te fuiste, un borracho se puso a disparar,


llegaron los pacos y nos pillaron la droga dentro del local,
cagamos#

Así sin más, me quedé sin trabajo. Miré un rato Facebook,


evitando publicar o comentar algo ante mi limitada lista de
contactos. Ellos desconocen mi mundo, pero saben que
gano bien, carretean conmigo y lo pasan bien igual,
aunque de repente se pasan para la punta, y yo les paro el
escándalo, son amigos. Podré ser stripper, bailarina del
caño, pero puta nunca, menos maraca, las prostitutas

52
cobran, las otras no, yo exhibo mi cuerpo, pero no lo
vendo.

El night club estaba ubicado cerca del centro de la ciudad


de Santiago, y alrededor de este existían varios otros un
poco más pequeños que en algún momento quisieron
contar con mis servicios, no me pagaban mejor y en
algunos el contrato estipulaba que debía dejarme tocar, por
eso no acepté.

Esa misma noche fui a presentarme al “Locura”, un par de


estaciones de metro más hacia el oriente de la urbe, era
relativamente nuevo y sabía que tener a una chica tan
importante en el movimiento les vendría de perillas,
incluso me quedaba más cerca de mi domicilio. Al tipo le
gustó mi propuesta, mi perfil y también mi frente.
Empezaba a la semana siguiente. Miré el reloj y ya eran
cerca de las diez de la noche, miré la intersección en que
me encontraba, y la dirección que el tipo de la noche
anterior me había dado era la cuadra siguiente, pero según
recordaba no había residencias cerca de allí.

Era cierto, la dirección daba con un pequeño bar, el


“Bolzoni”. Tenía una fachada con detalles en madera y
luces de neón verdes que trataban de simular algo así
como la Matrix del cine y sus colores, abrí una de las
puertas dobles e ingresé. Busqué con la mirada y no pude
hallar al hombre que buscaba, pero era temprano así que
decidí acercarme a la barra, allí un taburete de madera
oscura estaba disponible y me senté, cuidando cruzar mis
piernas para evitar mostrar algo a la tenue luz del local que
se adornaba aparentemente con mesas tipo codo, de color
53
oscuro y que rodeaban tres de las cuatro paredes con
excepción de los baños, en medio de una de estas; en el
área restante podía observar la barra, donde yo estaba y
llegando a la esquina de mi espalda la escalera para subir
al segundo nivel. Se acercó un tipo delgado y de bigote
setentero, vestía de negro completo, la misma camisa, pero
sin el mismo garvo, era barman, él también debería serlo.

-¿Que se va servir? – me preguntó mientras movía una


coctelera de lado a lado.

-Un mojito- lo miré de arriba a abajo- de menta, por favor.

Me dediqué a observar el comportamiento de la gente y


todos bebían alcohol como si fuese la última cosa que
podrían hacer para sobrevivir. Algunos me miraban de
reojo, mis piernas blancas y contorneadas a mano eran
llamativas para todos los babosos que convertían sus
frustraciones en el mareo insípido de una borrachera
gratuita. Al cabo de un rato, el tipo de negro me entregó
mi vaso y se sentó en frente de mí. Le di el costado para
evitar ser tan evidente y sembrar la incertidumbre de si me
interesaba, pero en el fondo sólo miraba a todos lados
buscando los brazos grandes y la espalda ancha del día
anterior, la cual parecía ser sólo un fantasma que me llevó
a tal lugar.

-Ha hecho calor estos días- intentó entrar en conversación,


yo le hice una mueca. Educación, más no simpatía.

De fondo, sonaba una música en inglés de años atrás.


Miraba y miraba, buscando esos brazos de ensueño, pero
54
no aparecían por ningún lugar. Que tonta, pensé en que
debí haber ido el día anterior, entonces volteé a mirar al
barman, y allí estaba él. Espalda ancha cual sombra
cercana a un foco luminoso, y brazos fuertes, de gimnasio.
Me daba la espalda, y frente a él se alcanzaba a ver la cara
de quien me había atendido, quien al rato salió en
dirección a la otra ala del bar, dando la vuelta y subiendo
por mi espalda al segundo nivel. Mi admirador admirado
se me acercó, y yo disimulé no conocer su presencia.

-No pensé que te vería por aquí – su voz era grave, ronca.
Tanto que mi piel se sintió un par de milímetros más
delgada a cada sílaba.- después de que no vinieras ayer.

-Pasaba por fuera – no era mentira – y quise probar el


lugar- traté de mirarle a los ojos. – es muy nuevo?

-Llevamos un par de meses – se rascó su barba de


candado, perfectamente rasurada. –

-Esto antes era… -

-Un local de comida rápida- me interrumpió. Mi jefe lo


arrienda a la inmobiliaria. Su sueño era tener un bar, y
como tiene un amigo en común con el corredor de
propiedades- dijo sin que le preguntara nada- también es
amigo mio.

-Ya veo- me quedé en silencio, su presencia e imponencia


eran poderosas, tan así que mi voz se recogió.

55
-Eres más bonita de cerca- la luz baja me ayudó, porque
me sonrojé. – De hecho, me gusta cómo te vistes.

Oculté mi mirada en el vaso que estaba terminando de


beber, y revolvía con la pajita tratando de dibujar en el
líquido alguna idea para que no notara mi nerviosismo.

-Soy Arturo- estiró su mano derecha, grande como la de


un oso- Tu…

-Jeanette- Dije levantando mi mirada y centrándola en sus


ojos oscuros. Entregué mi mano y la besó, con cariño, con
seducción – Aloshka es sólo mi nombre artístico.

-Me gusta. – Volteó a tomar unas botellas del mueble


caoba que llevaba a su espalda.

Vació un poco de licor de ambas botellas a la vez en la


coctelera, y la batió por unos cuantos minutos sobre mi
mirada, que debería haber sido sobre, sin embargo me
costaba posicionar mis ojos sobre él por más de unos
segundos sin que denotara la atracción que sentía.

-Veo que eres muy bueno con las manos… - dije al cabo
de un par de minutos-

-Hice un curso express de barman en un instituto de la


región- sonrió- estoy en un momento de mi vida que
decidí hacer lo que me gusta. – vació el líquido en una
copa – y siempre había querido ser barman, es excitante.
Conoces gente nueva cada noche, y te cuentan muchas
historias diferentes, es como leer un libro de cuentos. Hace
56
un par de semanas, por ejemplo una mujer mayor me
contó después de unas cuantas copas que no tenía sexo
hacía tres años, y eso la había sumido en una depresión.
Pagaba consultas extras al ginecólogo para que le
introdujera ese artefacto para hacer los exámenes sólo por
placer. No era guapa, tampoco era fea. Tuvo cáncer de
mamas, perdió un seno, el cabello y ya no se sentía
atractiva.

Tomé un sorbo de mi trago, mientras lo escuchaba.

-Me contó que no pagaba dinero en gigolós porque


pensaba que eso era artificial, que prefería un juguete
sexual o lo que hacía con su ginecólogo. Ella quería sentir
amor, algo de verdad, esa atracción sexual que sólo sientes
cuando estás con alguien que de verdad te mueve el piso y
te come la carne a caricias. En el fondo, más que placer,
quería sentirse mujer.

-Que fuerte- no sabía que decir. –

-¿No tienes nada que preguntarme?- dijo mirándome a los


ojos, aunque yo no pude seguirle ni responder -

-Creo que sé las respuestas a lo que piensas quiero


preguntarte-

-Eso me interesó. – apoyó sus codos en la barra y dejó


caer su cuerpo sobre ellos para ponerme atención. –
cuéntame.

57
-Vas constantemente a mirar mis bailes y mis
espectáculos, no siempre te veo, pero mis compañeras me
contaron, es a mí, porque después siempre te marchas y no
ves a nadie más. – asintió con la cabeza- Y me dejaste el
papel, envuelto en el billete para que yo viniese, porque te
gusto y muy probablemente quieras llevarme a la cama en
el más extremo de los casos, de lo contrario te advierto,
que no me creo el cuento del príncipe que quiere salvar a
la niña de la vida nocturna. Eso me gusta, lo disfruto y
gano mucho dinero fácilmente. – sonreí, pero él se rio a
carcajadas- ¿de qué te ríes?

-El jugar al príncipe es el otro extremo de los casos- bebió


de su copa, que no sé lo que era – Acertaste muchas cosas,
de verdad me gustas, desde hace mucho tiempo, incluso
antes de verte bailar. – mi cerebro se activó, y por más que
lo intentaba, no podía reconocer su rostro de ninguna parte
– Cuando me enteré de que eras bailarina de pole y strip
dance no dudé en pagar entrada cada noche para verte allí,
soy tu admirador número uno.

-Te cuento que clausuraron el club esta mañana –


interrumpí, y él se hundió de hombros-

-Eso da lo mismo, si tú estás sentada en este momento


frente a mí, en este bar, es porque algo te provocó venir, y
a eso es a lo que me aferro en este momento.

Lo miré un poco asustada, un poco incómoda, de cierta


manera él me gustaba físicamente, pero algo allí no me
terminaba de cerrar.

58
-Y no quiero sacarte de tu mundo, quiero ser un pasajero
de él-

-De que me estás hablan…- un beso me interrumpió.

Me besó con amor, con ganas de besar acumuladas por


días, semanas, meses quizás, con labios gruesos y finos
dependiendo del momento adecuado para llevar a cabo la
acción. Yo me dejé llevar, y unos momentos más tarde,
sentía suavemente como su lengua acariciaba la mía en
una coreografía improvisadamente sensual, erizando mi
piel con cada choque de pasión. Todo desapareció, cerré
mis ojos hasta que el beso terminó, y sin pensarlo, al
separarnos yo quería más.

Al cabo de una hora, su jefe, un calvo bajo y de pañuelo


colgando a ambos lados del cuello, le permitió retirarse
antes del bar y la verdad no lo dudé en un más mínimo
instante, tomamos un vehículo de esos que se solicita por
una aplicación de teléfono inteligente y llegamos a un
departamento en un lugar céntrico de la ciudad, en el
décimo piso.

No recuerdo haber visto nada cuando llegué, salvo la


puerta blanca e inmaculada, con el 44 en la parte central
superior mientras él metía la llave en la chapa, después de
eso caí en sus brazos con un beso profundo a la vez que
cruzaba los míos por detrás de su cabeza y me lanzaba
sobre él, aferrándome a su espalda con una tijera de mis
piernas. Arturo con una mano me sostuvo por mi trasero,
mientras con la otra cerraba la puerta de golpe y a la vez
me respondía los besos apasionados y húmedos que le
59
daba sin respiro alguno. No abrí los ojos, pero mientras
nuestros labios se mezclaban en calor pecaminoso, sentí
unos cuantos pasos y roces con las murallas, hasta que una
de estas últimas impactó en mi espalda, haciendo que su
sexo erecto rozara con el mío con la ropa como estorbo, y
eso desató mi instinto carnal, dormido después de un par
de años de soledad pasional, ocupé mis manos para apretar
la derecha sobre su cabello, tirándolo con suavidad y
alevosía a la vez, mientras que la otra se aferraba a la
trabajada espalda que me ofrecía, mientras sus manos se
escabullían por entre mis faldas y sobre mis medias
transparentes, buscando acariciar la curva de mis nalgas,
apretándolas después. Sentía pasión, pero también una
inexplicable sensación de cariño que afloraba en el aire,
más aún cuando la pasión fue factor multiplicador,
volviéndome a levantar y lanzándome a la cama,
transformando esos besos apasionados y calientes en
caricias suaves de sus labios sobre mi cuello, y bajando
por el escote de mi camiseta blanca hasta rozar con su
lengua la comisura de mis senos, entonces yo le hice
levantar la mirada, y con mis manos abrí de par en par la
camisa que llevaba puesta. Sus pectorales gigantes
llevaban tatuado un tribal al lado derecho, y lo que
seguramente era una frase al lado izquierdo, los toqué con
ambas manos y con las uñas desgarré con suavidad, creo
que le gustó, porque segundos más tarde ya me encontraba
sólo en ropa interior, completamente roja mientras él ya se
sacaba los pantalones y su ropa interior.

El sexo con él fue suave, romántico. Tan así, que cuando


me quitó el brassier lo hizo con calma, tocándome la
espalda con suavidad a la vez, y cuando por fin pudo
60
observar mis senos desnudos sus ojos se cristalizaron,
están definidos y naturalmente contorneados con un
tamaño generoso, y mientras los besaba quité mi calzón y
me abalancé sobre el formando con mi cabello oscuro una
cortina que permitía a ambos vernos solamente las caras, y
en su mirada profunda me perdí y lo besé, lo besé con
cariño inexplicable, con pasión desbordante, y pude sentir
como a la vez que nos besábamos su sexo comenzaba a
entrometerse entre mis piernas, haciendo que mi cintura
generara movimientos sensuales y circulares, separando
mi boca de la suya y dejando mi cabeza descansar hacia
atrás mientras me dejaba llevar por el placer y sus manos
que presionaban mi vientre. Los movimientos se
coordinaban a la perfección, a medida que alternaba besos
y movimientos, mientras rozaba su cuerpo y sentía su sexo
invadiendo el mío, hasta que decidió tomarme en brazos y
voltearme, lanzándome de espaldas sobre la cama, siendo
él quien tomaba la iniciativa esta vez, haciéndolo con
movimientos largos y lentos que me llevaban al clímax
cada vez que lo sentía entrar hasta el alma, así fue hasta
que ambos llegamos al final de la relación, con su cabeza
cayendo sobre mi pecho y mis brazos reteniéndolo sobre
mí, mientras acariciaba su cabello, hasta que ambos
caímos rendidos por el resto de la noche.

Desperté primero que él, me costó un poco encontrar mi


ropa esparcida por la habitación, así que me puse su
camisa negra que encontré tirada sobre el cobertor de
color mostaza. No me quedaba muy cómoda, pero al
menos me cubría los senos y mi entrepierna para ir al
baño. Volteé a mirarle antes de salir de la habitación,
estaba metido entre unas sábanas blancas que nos
61
cobijaron durante las últimas horas, estaba boca abajo y
sólo podía mirar su espalda y su cabello desordenado, que
se fundía con un cobertor de cama oscuro. Cuando salí de
la habitación busqué el baño, y pude divisarlo unos metros
a la izquierda de dónde dormí, al final de un pasillo con
pisos de cerámica rojiza, combinadas con el blanco puro
de las murallas. Su baño era pequeño, así como también lo
era el apartamento, pero cómodo a la vez, decorado con
azulejos por doquier y la ducha como cabina en un
costado.

Tenía hambre, así que fui a la cocina por algo. Abrí el


pequeño refrigerador grisáceo, y encontré algo de leche y
yogurt, tomé ambas botellas, ninguna alcanzaba para dos
vasos por lo que serví sólo uno con cada sustancia. En una
repisa, a un costado del electrodoméstico hallé una
bandeja de madera con manilla, especial para el desayuno,
así que ubiqué los vasos allí y tomé un par de frutas, un
plátano y una manzana del refrigerador. Con todo en la
bandeja, volví a la habitación, el aún estaba dormido.

Dejé la comida en una esquina de la cama, y me acerqué a


despertarle, me gustó ver sus ojos abrirse de a poco, como
reaccionando a algo nuevo, y que al parecer le gustaba,
porque sonrió con un dejo de alegría genuina; después de
eso estiró sus labios para que le besara, accedí, y nos
besamos primero de rozón, y después con un beso largo,
pero sin ganas de sexo, un beso con ganas de una tarde de
películas, con ganas de escribir una historia, me gustaba, y
lo sabía.

-No esperaba esto- me dijo cuando le acercaba la bandeja.


62
-¿Que cosa?- tomé la manzana. – ¿que una bailarina de
night club te atienda a la cama?

-No- bebió un sorbo de leche- que una bailarina exótica


esté desnuda, con mi camisa, en mi departamento, y en mi
cama. -…- y si, también que me atienda a la cama.

-Digamos que yo tampoco lo esperaba – medité un


segundo- me han invitado a salir varios clientes, no acepto
nunca- rio - tu eres la excepción, digamos que tenía un
presentimiento.

-¿A que te refieres?-

-No lo sé- hice un silenció y el me miró, pude leer la frase


de su pecho, “Memento Mori”- cuando pasé por el bar
anoche sentí algo raro, no pienses que haría esto con
cualquiera, me provocaste algo, y ese algo me hizo venir.

Era cierto, su manera de ser y hablar me provocaba una


sensación extraña, me sentía acorralada entre su actitud y
la pared, y eso extrañamente me gustaba, no me sentía
obligada a tomar iniciativas, sólo debía dejarme llevar. A
diferencia de lo que él había dicho, el pasajero no era él, si
no yo, en un auto que corría a máxima velocidad por una
carretera rumbo hacia donde yo no conocía, pero no
importaba, yo quería ir.

-Digamos que puse todo lo que tenía sobre la mesa, me la


jugué por un momento contigo- besé sus labios, sentí un
leve sabor a leche, pero no importó.

63
-Me gusta que seas arriesgado- acaricié su cabello
mientras le miraba a los ojos.

Pero entonces ocurrió lo inexplicable.

Sus ojos brillantes chocando con los míos, se volvieron


achinados de repente, y su cara forjó una mueca de dolor
que jamás había visto en mi vida. Sus manos se movieron
inconscientemente a los costados de su cabeza y se
apretaba como si hubiera buscado reventar su cráneo con
las manos. No gimió de dolor, pero su expresión bramaba
en silencio. Mi hombre decidido se convirtió de pronto en
un bebé que yacía en el vientre materno, posicionado
como cual feto espera su turno de vivir.

-¿Que pasa?

-Nada, tranquila – no le creí – en el mueble de allí -apuntó


junto a la puerta, mientras su voz se cortaba de dolor- en
el primer cajón hay una botellita con pastillas ¿me la
puede traer por favor?

Fui al rack donde Arturo me indicó, y tomé de allí dentro


la botella de píldoras, de las que no conocía el nombre,
pero sonaba a algo relajante, o quizás lo intuí por la
situación. Corrí a la cocina y saqué algo de agua en un
vaso y se lo entregué; no me percaté cuanto se demoró en
tomar la pastilla, o las que se tomó.

-Disculpa – me dijo a los segundos – me pasa de vez en


cuando, son dolores que no le doy a nadie en el mundo.

64
-¿Provocados por qué? –

-No lo sé, y la verdad tampoco quiero saberlo. – dejó el


bote de pastillas a un lado y bebió el resto de la leche. –
estoy bien, y si el médico me dice que tengo algo grave, ya
no lo estaré. La psicología es muy poderosa, Jeannete, la
gente no se percata, pero existen personas que se han visto
sanas por toda su vida, hasta que les duele el brazo, el
doctor les diagnostica Cáncer y nunca más tuvieron la
fuerza que los caracterizaba. Lo mío no es nada grave,
hasta que el médico lo decida.

Se hizo un silencio incómodo después de su afirmación,


nos miramos por unos minutos, y luego cambiamos el
tema de la conversación.

De ahí en adelante, comenzamos a vivir una relación de


pareja a grandes velocidades, aunque sin grandes cambios
de acuerdo a lo que estaba pasando antes de aquella noche
en el bar. Arturo continuó frecuentando mis espectáculos,
siempre con su camisa negra y su pelo brillanet en medio
de las luces de neón que adornaban la fotografía, Mientras
bailaba, parecía que un halo de luz lo iluminaba entre tarto
viejo verde y cabro chico en la edad del pabvo, por lo que
me era difícil no observarlo y dedicarle cada uno de mis
movimientos de cintura,un par de veces perdí la
concentración por un par de segundos por la loca obsesión
de correr y besarle hasta caer derrumbados al piso, así
como yo también iba de vez en cuando al Bolzoni a verlo
cuando podía, y le generaba unos cuantos problemas con
su jefe.

65
-Necesito que se vaya- me dijo el calvo una vez que vestía
una camisa blanca, y dejaba caer a ambos costados del
cuello una pañoleta azul cielo.

-¿Cual es el problema con que yo este aquí?- le dije,


mientras otro barman me servía un mojito de menta.

-Arturo …- pensó por unos segundos- es el gancho más


importante para clientas mujeres. – me miró fijamente a
los ojos- míralo, por algo es tu pareja, es guapo.

-Eso yo lo sé- fui un poco maleducada en mi tono de voz-


¿podría explicarme cual es el problema?

-Que, si las clientas te ven tan cerca de él, ya no vendrán a


verlo- no pude evitar reír, y sentirme muy bien.

No por eso dejé de frecuentar el bar después de mis


presentaciones, aunque muchas veces sólo lo hacía para
mirarle, me ponía en alguna mesa escondida por
entremedio de la concurrencia y disfrutaba del ambiente.
El bar era bastante agradable, tocaban música bastante
variada, aunque por lo general me tocaba oír “power
ballads”, como se le llama a la música romántica tocada
por grupos que normalmente se dedican al rock, como
Aerosmith, Scorpions, Bon Jovi, en fin, todo era ideal para
mí. Buena música, buenos tragos, y mirar a Arturo,
muchas veces sin que él se diese cuenta mientras movía la
coctelera y preparaba tragos para hombres que buscaban
seguramente el consuelo en un trago de licor, o para
mujeres que lo miraban por entre el vaso con el deseo de
probar sus labios, labios que eran míos.
66
Nos gustaba caminar de noche, Providencia es un barrio
seguro, donde la delincuencia no era tan latente. Muchas
veces durante la madrugada caminábamos y nos
dejábamos caer en algúna plaza que encontráramos por
allí, nos gustaba la plaza Juan XXIII, cerca del metro
Manuel Montt, e incluso nos amanecíamos por allí,
conversando de nada, pero disfrutándolo todo.

-¿Cómo llegaste a ser bailarina?- Me preguntó cuándo


caminábamos a esa plaza.

-Siempre me gustó bailar, cuando niña quería dedicarme a


eso y alucinaba con los programas juveniles. – rio – me
sabía todas las coreografías, pero nunca pude postular.

-¿Muy caro?- se sentó en el pasto, algo húmedo por cierto.

-No, mis papás eran conservadores y no les gustaban esas


cosas- me miró extrañado, lo entendí- pero cuando iba en
segundo medio, una amiga me consiguió una beca en una
academia de una amiga de su mamá, para poledance. – me
entregó su chaqueta para que la usara de asiento, la tiré en
el pasto- después me ofrecieron el trabajo donde me
conociste, era buen dinero más lo que me diera el público.

-¿Y te proyectas en eso, o es momentáneo?- me preguntó

-La verdad- me lancé al pasto- de pequeña me hubiera


gustado ser bailarina de ballet, pero por como se me han
ido dando las cosas los sueños han ido cambiando- miré al
cielo- hoy me gustaría ser vedette, y hacer shows más
grandes, cantar, tener un cuerpo de baile que me
67
acompañe, llenar teatros, ir de giras y cosas así. – pude
sentir un leve carcajeo.

-Es curioso- lo miré con atención

- ¿Por qué?

-Porque a mí me encantaría tener un teatro propio- me dijo


dejándose caer en el pasto, yo no podía creerlo- es algo así
como un sueño de infancia.

-Aquí cerca hay uno muy bonito- le dije, haciendo


referencia a uno de una conocida marca de bebidas
calientes.

-Lo conozco, he ido a ver un par de espectáculos, está


avaluado en cientos de millones, o eso dijeron cuando lo
construyeron. – mire extrañada- no creas que no lo he
cotizado.

-Así que nuestros sueños están conectados. – volteé a


mirarlo

-¿Crees en el destino? - miraba las estrellas mientras me


hablaba, tirado en el pasto de una plaza cualquiera.

-¿Por qué me lo preguntas? – me enderecé a su lado,


sentándome, mientras el cruzaba las manos bajo su nuca.

-Los japoneses creen que hay un hilo rojo que une a las
personas que están destinadas a unirse. – lo miré – yo no

68
sé si nosotros tengamos ese hilo, pero creo que debíamos
conocernos.

-¿Por qué lo dices?-

-Porque de la nada se me ocurrió entregarte ese papel, y de


la nada se te ocurrió entrar al bar- giró su cabeza para
mirarme- ese de la nada, probablemente haya sido el
destino, y por algo nuestros sueños están así de
conectados, quizás debamos lograrlo juntos.

-Quizás- pensé- pero el destino no nos fuerza a elegir las


cosas, sólo las recomienda, es nuestra decisión seguirlo o
no.

-Yo creo lo contrario- volvió a mirar la noche desde abajo-


La vida para mí, es como cuando tomas un bus, el metro,
un colectivo o lo que sea, imagina que cuando te subes ya
hay un montón de personas en él, ellos representan a tus
amigos, gente que va en la misma dirección que tú y con
los que compartes tu metro cuadrado por un tiempo, sin
embargo habrá varios que bajarán en el camino y se
subirán a otro medio de transporte, así como otros se irán
añadiendo al viaje. En algún momento tú también bajaras
de ese bus, y tendrás que tomar otro para llegar a tu
destino, y probablemente habrá gente que te siga en ese
trasbordo, entonces allí encuentras a los amigos de verdad,
a tu familia o el amor. Todo depende si van al mismo
lugar que tu, o van contigo.

- ¿Y qué hay de las parejas?- pregunté – como tú y yo.

69
-Es parecido, pero por eso te dije que hay gente que
probablemente va al mismo lugar que tú. En este caso,
estamos en camino al mismo lugar.

- ¿Y vamos juntos?

-Dímelo tú- rió, y luego nos besamos.

Se sentía genuino, podía decir que me estaba enamorando


de un hombre después de años sin haber siquiera besado
los labios de alguien. Parecía que Arturo era de ese tipo de
personas que en un par de meses provocan que sientas que
los conoces desde la vida completa. Se sentía genuino,
tanto que no temía comentarlo con nadie, y paseábamos de
la mano simulando ser quinceañeros, cuando ambos
doblábamos fácilmente esa edad, pero no a todos les
gustaba vernos así.

-Deberían comportarse como adultos- me dijo una vez una


compañera en el “Locura”, no pude evitar reírme en su
cara.

Visitábamos el cine con frecuencia, e incluso tomamos


clases de salsa, él era un tanto difícil de aprender a bailar,
pero lo intentaba con tantas ganas que era imposible
enojarse con él cuando fallaba un paso. Una clase,
ensayábamos con música de Victor Manuelle de fondo, y
el paso que ensayábamos contaba con una gran cantidad
de giros de la bailarina. Nuestros profesores lo hacían con
gran naturalidad, nosotros lo intentábamos con mucha
energía, tanto que, al cuarto intento, Arturo no me contuvo
y caí al suelo.
70
-¡¿Estás bien?! – oí que preguntó la voz de nuestro
profesor.

-No se preocupen, estoy bien. – respondí mientras me


ponía de pie, pero nadie me socorrió.

Todos se acercaron raudamente hacia mi pareja, estaba


tirado en el suelo como si un disparo hubiera hecho un
orificio en pleno cerebro en mitad del paso, sin embargo,
según mis compañeros, se desplomó sin mediar estímulos.

-¡Amor!- corrí sobre él.- ¡Arturo!- grité tres veces, hasta


que oí que alguien pedía una ambulancia, yo sólo lo
abracé.

Esa noche fue horrible. No fui a trabajar, y dormí en el


hospital, Arturo sufrió un desmayo, o al menos eso fue lo
que me dijo el médico que lo recibió de urgencia.

-El paciente presenta un TEC cerrado- sólo podía verle los


ojos y la nariz entre el gorro y la mascarilla, tenía ojos
azules el tipo- sufrió un desmayo y producto de eso, se
golpeó la cabeza en la caída.- está con reposo.

-¿Lo puedo ver?- asintió, pero me detuvo.

-¿Ha tenido algún episodio parecido anteriormente?.

-No que yo sepa-

-¿Tiene alguna patología crónica?- me miró.

71
-De vez en cuando le dan dolores de cabeza terribles -dije-
tanto que ha incluso llegado a llorar del dolor.

-Entiendo. – pensó por unos instantes. – le voy a


recomendar unos exámenes, pero lo vemos más tarde. -se
movió a un costado y me indicó que entrase.

La licencia que le entregó el médico lo obligó a quedarse


en la casa por varios días. Días que no lo pude encontrar
entre el público del nightclub. Bailé distintas melodías,
Aerosmith, SIA, Bon Jovi e incluso algún lento de
Madonna que me pidió el dueño del local. De vez en
cuando pasaba a su casa a visitarlo, y le llevé uno que otro
regalo. Pero su actitud se fue tornando cada vez más
taciturna y apática. Me hizo marchar un par de veces del
departamento por sus dolores de cabeza que no le
permitían ser quien es. Otros días parecía estar dopado por
los medicamentos que el médico le había recetado. Mi
hombre decidido se había ido apagando con el pasar de los
días, y no había nada que yo pudiese hacer para evitarlo. Y
lo peor, es que no sabía que le ocurría. Arturo me tenía
mal.

Unas noches más tarde, luego de un show en que terminé


en topless y un calzón rojo con portaliga al final de una
canción de SIA bailada en el caño, la multitud dentro del
local comenzó a gritar mi nombre y cuanto piropo se le
pudiese ocurrir a la calentura personificada, entonces,
pude observar con sorpresa que Arturo volvía a estar
presente entre mi audiencia, él emergió desde el fondo del
salón y caminó hasta el borde del escenario, abrió su
vestón negro, mi favorito, y del bolsillo interior sacó una
72
rosa roja que me alcanzó al momento en que me sonrió
con un dejo de galantería que me derritió; en ese momento
todos los piropos se transformaron en aplausos para él, al
menos en mis oídos, porque para los de él sólo se oían las
pifias de un público envidioso.

-Te amo- pude leer en sus labios cuando me agaché a


tomar la rosa.

Si no lo amaba ya, ese fue el momento en que yo comencé


a hacerlo, y borré de mi mente todas las preocupaciones
que había tenido, al menos por un momento.

-También yo- besé brevemente sus labios, mientras las


pifias subían su volumen.

Esa misma noche, minutos más tarde tomamos un taxi a su


casa, que se demoró bastante poco. El taxista llevaba
lentes oscuros a las doce de la noche, y nos dejó debajo
del edificio donde residía mi pareja. Subimos con
velocidad, y en el ascensor vacío lo miraba con los diez
ojos que me facilitaban los espejos, con ganas de besarlo
tiernamente, pero mi cuerpo me venció y me arrimé sobre
él para darle un beso húmedo y un abrazo que lo apegara a
mí por la vida entera, pero él me rechazó y se llevó las
manos a la cabeza al tiempo que la puerta del ascensor se
abría.

-Tenemos que conversar- dijo escuetamente

Entramos en un silencio incómodo al departamento, y


ahora con más calma pude observar que las paredes eran
73
de color blanco invierno, y tenía colgados cuadros de
varias películas famosas, uno decía “Pulp Fiction” y tenía
dibujado a un tipo con traje bailando en la punta de sus
pies, otros no logré reconocerlos. No fuimos al dormitorio,
nos quedamos mirando en frente de la puerta, y fue
entonces que intenté volverle a besar, esta vez antes de
que intentase acercarme, hizo una seña para que lo evitara.
Caminó al dormitorio, lo observé sentarse en la cama, yo
apoyada en el marco de la puerta, y me invitó a sentarme
mientras que el adoptaba una posición de asiento a lo
indio.

-Necesito pedirte un favor- me dijo, y antes de que le


preguntara prosiguió. – los meses que hemos pasado
juntos, han sido los más bellos que he tenido en mi vida, y
prometo no olvidarlos nunca. Lo mejor que me ha pasado,
es oír de tus labios decir que me amas, aunque podría
pelear la distinción con el momento en que te vi por
primera vez en el bar y nuestro primer beso. Eres hermosa,
inteligente y creo que serás una gran Vedette, sólo no
dejes de luchar por tus sueños, por favor no lo hagas.

Todo aquello me sonaba a despedida, pero aún así Arturo


no me permitió interrumpirlo, y siguió al momento en que
pude verle caer una lágrima por su ojo izquierdo,
lentamente por la mejilla.

-Pero creo que yo no puedo seguir con esto, creo que me


estoy mintiendo a mi mismo, y de paso, te estoy
arrastrando en una fantasía que no tiene ningún futuro. Y
eso es lo que más me apena, Jeanette, el sentir que te estoy
mintiendo.
74
-¿Por qué dices eso?- lo miré asustada, y sintiendo una
lágrima caer por mi mejilla.- hasta donde yo sé, no hice
nada malo, como para que me pase esto.

-Tu no has hecho nada malo, por el contrario, hiciste que


yo me sintiera bien, todo lo de nuestros sueños de mi
teatro y tus shows y giras, fue una fantasía que me daba
muchas ganas de vivir, pero…

-¿Pero que?-..

-Pero los exámenes que me tomé después de que estuve en


la clínica, dijeron que tengo dos aneurismas cerebrales.
Uno a cada lado- usó su índice para mostrarme los lugares.
Entonces, entendí todo.- según los especialistas, tendré
estos malditos dolores tan seguido como voy al baño, y
tendré que vivir dopado, y aún así, nada me asegura que el
próximo sea el último.

-Debe haber un tratamiento, alguna manera.

-Que sea el último, significa que moriré entonces-


estallamos en llanto lo dos.

Lo abracé mientras lloraba, y a mí también me cayeron


algunas lágrimas en el acto, pude sentir como mi camisa
se humedecía con su triste fluido lagrimal, y me aferré a su
espalda como el primer día. Pero entonces, hice la
pregunta que no debí hacer.

-¿Qué necesitas?- se separó de mi.

75
-No quiero vivir en agonía, Jeanette. – se limpió las
lágrimas. - No quiero ver como mi cuerpo se deteriora y
termino metido en mi cama por el resto de mi vida, no
quiero vivir contigo si eso significa que me tengas que
atender de por vida., no quiero… -mis ojos parecieron
agrandarse, y el lo notó cuando hizo un pequeño silencio-..
puedo sentir que ya sabes lo que quiero.

Yo podía deducir hacia donde iba su requerimiento, pero


no quería aceptarlo, no podía.

-Tengo todo tratado Jeanette, abogados pagados para que


no se te inculpe, muestras falsas, todo. - tomó mi mano
donde cayeron un par de lágrimas. – No será un asesinato,
la gente nunca sabrá que fuiste tu, todos creerán que me
suicidé, pero para ti será un regalo, amor. Será como si me
estuvieras inyectando un calmante que no dejará que mi
cabeza me vuelva a doler. Y te estaré eternamente
agradecido por eso.

-¿Y por que no te suicidas y ya?- tomé un largo respiro


después de decir eso- ¿por qué quieres que sea participe
de esto?

-Amor –nunca me había dicho así, y en aquella situación


ya lo había hecho dos veces, eso llamó mi atención- esto
no es vida ni para ti, ni para mi. Si de verdad me amas,
este es el regalo más importante que puedes hacerme, no
quiero seguir viviendo si tengo que tragarme tres pastillas
al día- volvió a sentir el dolor, se tomó la cabeza y yo me
acerqué. - Si de verdad me amas, Jeanette, sabes que lo
mejor para mí, en este momento es morir, morir en tus
76
brazos, morir feliz. Y si quiero que seas tú, es porque no
tengo el valor suficiente para cortarme las venas, o
abrirme la aorta con un cuchillo, además quiero que seas
tu lo último que yo vea antes de morir.

-Arturo…- levantó la mirada y la cruzó con la mía. Me


hizo callar poniendo su dedo en mis labios, y con la otra
mano acarició mi cabello poniéndolo detrás de mi oreja.

Por más que las lágrimas no dejaban de correr por mi


rostro y el suyo, en ese momento mi única reacción fue
besarlo con suavidad, pero con la pasión de un “nunca te
vayas”, con la nostalgia de una despedida, pero a la vez
con la presión de la retención de un ser amado. Lo besé,
por instantes, segundos y minutos también, desvaneciendo
la pena y la ropa a la vez, primero su camisa y luego mi
blusa, después prenda a prenda nos enseñamos nuestros
cuerpos al natural sobre su cama, fue entonces que lo miré
de cerca y me alejé de a poco, poniendo mi mano sobre su
torso desnudo. Abrí el cajón de su mesa de noche, y dentro
de las cosas que encontré, saqué sólo dos. La primera, un
cubre ojos que Arturo ocupaba para dormir de vez en
cuando y se lo entregué para que se lo pusiera, el sonrió y
apagó su mirada. El otro elemento, lo empuñé justo antes
de que me tomara en sus brazos y me lanzara de espaldas a
la cama en un movimiento giratorio, con cuidado y
pendiente del deseo que dominaba mi cuerpo cuando el
deslizaba su lengua por un camino directo desde el origen
de mi cuello hasta mi entrepierna, lo escondí debajo de la
almohada, entonces me dejé llevar. En los meses que
compartimos, su lengua había subido demasiado el nivel
de satisfacción que me entregaba, y ya me sentía en el
77
cielo cuando jaló de mis muslos hacia abajo y me besó en
el cuello, usando de vez en cuando los dientes, porque
sabía que eso me generaba unos espasmos exquisitos. Al
cabo de unos segundos, ya podía sentir como me
penetraba con calma, con amor. Despacio, y cuidando no
cometer ningún error en el disfrute del momento.
Cruzamos miradas y entrelazamos nuestras manos con
fuerza, nos besamos lento, y nos declaramos amor al ritmo
en que lo hacíamos. El ritmo de nuestros movimientos
subía de a poco y yo ocupaba mi lengua para encender aún
más la llama lamiendo el borde de su oído y arañando su
espalda para después comenzar a gemir despacio, para que
me escuchara cerca, luego más fuerte y sentí como
utilizaba más fuerza a la hora de moverse, era el momento
en que el iba a terminar, así que metí mi mano como pude
bajo la almohada y saqué la jeringa a la que dejé entrar
aire, y se la clavé sin pensar en la garganta, entonces
apreté mis piernas sobre su cintura, y sentí como dejaba
salir sus fluidos, al tiempo que yo introducía una burbuja
letal en su organismo a través de su carótida. Arturo se
retorció por unos segundos mientras la inyección
alcanzaba su corazón y se quitó la venda de los ojos, me
miró y sonrió con dificultad, un par de segundos más tarde
se desplomó a mi costado, y yo sobre él una vez que
entendí lo que había hecho.

Al día siguiente, por televisión mostraban el suicidio de un


barman, que fue encontrado muerto con aparente
sobredosis de pastillas en el cuerpo, lo que aparentemente
le había quitado la vida. Sólo dos personas sabían que eso
era mentira. Llamé al número de un abogado que había
bajo la almohada, el ya sabía todo lo que debía hacer y
78
llegó una vez que yo ya me había ido de la casa. Salí, y
caminé por la avenida Providencia por varias cuadras esa
madrugada, estaba tranquilo el ambiente, la que temblaba
era mi consciencia. Me senté en el mismo espacio verde
donde compartimos minutos tantas veces, y me dejé caer
hacia atrás para mirar las escasas estrellas de un cielo algo
nublado. Cerré mis ojos y los sentí humedecerse cada vez
más, y lloré.

He soñado con él muchas veces desde entonces, no me ha


dejado sola. Arturo es quien me soporta en los momentos
en que me siento débil y me aconseja cada vez que me voy
a dormir, e incluso estoy segura que si bien no lo veo, está
presente cada vez que bailo en el local alguna canción de
esas que le encantaban. Una noche soñé que él se sentaba
junto a mi regazo, con su camisa negra ajustada y su
peinado perfecto hacia la derecha, me acariciaba cuando lo
veía. Se acercaba de a poco hasta permitirme abrazarlo y
apretarlo, yo lo sentía real, el tener sus manos suaves sobre
mi cabello, y oír su voz susurrarme al oído una sola
palabra. Gracias, para luego desvanecerse de a poco con
una sonrisa, dándome a entender, que sólo le hice un
favor, y le entregué lo que el más deseaba, yo no maté a
Arturo, yo no hice nada malo.

79
Un héroe sin capa.

La garzona de cabello al hombro y vestido negro cortado


sobre la rodilla, movía sus caderas de un lado a otro con
movimiento de ligereza hipnótica, al son del sonido del
reggaetón ambiente y ante la mirada de los clientes del bar
de mala muerte, en un conocido barrio bohemio de la
ciudad, entre ellos dos amigos que compartían la mesa
número cuatro. Ambos llevaban puestos sus camisas
blancas desabrochadas en los botones superiores,
acusando un poco del calor que sofocaba la tarde de
viernes después de un largo día de oficina para uno de
ellos. El otro, un microempresario de una compañía
modesta, que había dedicado su vida a las tuercas,
actualmente poseía una compraventa de vehículos usados
que le dejaba el dinero suficiente para compartir una vida
tranquila con su esposa y sus tres hijos. Llevaban un par
de horas sentados rememorando lo que había sido su
pasado como compañeros de curso hacía ya unos quince
años atrás, cuando igualmente se sentaban uno frente al
otro en una mesa muy parecida con camisas blancas y un
pantalón de traje, pero entonces como uniforme escolar en
lugar de presentación personal.

80
-¡Señorita!- levantó la mano el oficinista, de apellido
Martinez y nombre Darío cuando la empleada del local
pasó junto a él- Otra botella por favor – la garzona asintió,
mientras este último la miraba con la sensación de
conocerla de alguna parte.

-¿Te gustó lo garzona?- dijo el otro, mirando en su


muñeca izquierda, bajo una camisa arremangada que eran
cerca de las siete de la tarde.

-No- escuetó- es que me recuerda a una compañera del


colegio-

-¿A quién?-

-A la Denisse Soto, una que iba en mi curso- Entonces, su


amigo recordó- ¿tu estuviste con ella cierto? – su amigo
asintió. -Ella no fue la que…- y se largó a reír en una serie
de carcajadas apoyadas por el alcohol que corría entonces
por sus cuerpo. – con ella … – dijo al cabo de un rato,
extendiendo su dedo índice derecho, y doblándolo
lentamente mientras se reía, Cristián sólo lo miraba y
sonreía.

Darío y Cristián no compartían salón en su etapa como


colegiales, pero gracias a la selección de futbol de aquel
entonces habían cruzado sus caminos, cuando uno corría
por la banda derecha en busca de los avances al arco
contrario, el otro armaba los ataques desde la posición de
mediocampista ofensivo, encargado también de anotar de
vez en cuando. Cristián no era ni de cerca un alumno
ejemplar, repitió algún año y cumplía a duras penas con
81
las exigencias impuestas por el colegio, estando muchas
veces al borde de ser expulsado, lo cual nunca llegó a
concretarse. Tenía fama de mujeriego, y corría el rumor
que ninguna mujer que osara acercársele más de lo debido,
podía escapar de tener que besarle, debido a que él se
jactaba de ser un galán que no fallaba nunca. En esa
época, su madre trabajaba y su padre no existía, por lo que
disponía a totalidad de un departamento para él durante
gran parte del día, lugar donde aprovechaba de desatar
deseos carnales con toda mujer que aceptara la invitación
con segundas intenciones.

-Era super bonita ella- dijo Darío después de reírse por un


par de minutos tras su gesto explícito- me acuerdo que
tenía ojos claros. La garzona se parece harto, sólo que usa
el pelo corto, ella lo usaba largo si no me equivoco.

-Imagino que todavía debe usarlo así- sonrió- es linda la


garzona también.

Denisse compartía salón con Darío en un nivel más


adelante que Cristián, aunque los dos primeros nunca
llegaron a ser realmente cercanos. Ella era delgada y
curvilínea, de piel canela con cabello oscuro y ojos claros,
lo que en resumen es el sueño húmedo de gran parte de los
adolescentes que se inician en las artes del sexo, esto
porque tenía un aire caribeño y una personalidad un tanto
tímida, generando esa sensación de querer pervertir la
mente inocente con el consentimiento de la eventual
víctima que entraría en un juego donde probablemente
también terminaría ganando. Cristián siempre se dedicó a
mirarla en los pasillos, siempre la quiso tener ahí, para él.
82
Nunca se la imaginó como una eventual pareja estable,
sólo tenía en su mente un placer pasajero para ambos, tal
cómo lo había hecho con unas cuantas compañeras de
colegio más. Debido a la experiencia en las artes amatorias
de un joven desinhibido, pudo intuir que ella también tenía
interés en conocerlo y probar, lo cual los llevó a cruzar sus
labios un par de veces en algún lugar del patio, sin ningún
tipo de relación estable, sólo diversión para uno y otro
lado y después de aquello, si te he visto, ya no me
acuerdo.

-Me acuerdo de que de un día para otro empezó a faltar-


ya la risa había terminado, y sólo quedaba la voz
arrastrada de una borrachera- ¿de ahí repitió, o no?

-Si – la garzona le entregó una botella de cerveza y la


destapó. Cristián sirvió un vaso para cada uno, y puso el
envase con medio contenido junto a las otras tres cervezas
que ya se habían bebido. – Faltó seis meses, repitió por
inasistencia.

La muchacha comenzó a faltar al colegio en una tarde


determinada y sin previo aviso. Las licencias se
comenzaron a suceder una tras otra, pero al termino de
todas estas, ella nunca volvió sino hasta el año siguiente.
Cristián no lo advirtió, pues a esa altura ya estaba a la caza
de otros labios para degustar, y más que un recuerdo no
tenía de la compañera de su amigo, quien por su parte ya
estaba tratando de enmendar un rumbo académico que le
permitiera terminar la enseñanza media.

83
Fue un cinco de marzo, Berríos llegó tarde y ante la
mirada intimidante del profesor de historia, ocupó un lugar
al azar, siendo la elección indicada el asiento más cercano
a la puerta por donde había ingresado en aquel momento,
Junto a él se encontraba una muchacha que desconocía, o
al menos eso pensaba.

-Pero no volvió ella- hizo un silencio- volvió la hermana,


era increíble cómo estaba de gorda. – a Critstián no le
gustó esa última frase, pero lo disimuló.

-Se enfermó, y eso la hizo subir de peso- dijo en tono


serio, disimulando un poco el efecto de la cerveza.
Denisse había tenido cáncer, pero más allá de él, no mucha
más gente lo supo.

Y más allá de la crueldad del comentario de un etílico


Martínez, si figura era completamente diferente a la que
había dejado de asistir a clases por efecto de su
enfermedad y el tratamiento al que debió someterse para
afortunadamente erradicarlo a tiempo. Su cintura pequeña,
ganó diez centímetros en total, haciendo desaparecer la
curva que la distanciaba de sus caderas, que aún así
también habían ganado algo de tamaño. Sus piernas se
habían ensanchado, eliminando de a poco el pliegue que se
formaba en la comisura con sus glúteos. Convirtiendo a
una de las compañeras más codiciadas de su antiguo salón,
en una de aquellas que nunca nadie mira por su nulo
atractivo físico, sin importar el por qué de aquel cambio,
dentro del nuevo curso que compartía esta vez con
Cristián Berríos

84
Una sonrisa nerviosa de la regresada muchacha le hizo
recordar quien era a su compañero de puesto, ocultaba tras
aquel gesto la vergüenza que le provocaba el haber sufrido
un cambio de imagen tan brusco en menos de un año, y
más aún cuando en su interior siempre había mirado con
ganas de intimidad a Berríos, quien pasmado con la
sorpresa de verla sentada justo allí sonrió también, algo
nervioso al no entender que la misma persona que tenía
sentada a su derecha era a quien había codiciado y besado
en más de alguna ocasión antiguamente.

-¿Y nunca supiste por que empezó a faltar?- preguntó


Darío, pasando su mano algo colorada por su cabello tieso
y cobrizo.- ¿porque después de eso fue que te la llevaste al
departamento o no?

Martínez hizo un salto de tiempo importante, ya que, entre


ese cinco de marzo y el encuentro de pareja que hubo
entre su amigo y Denisse, pasaron algunos meses, en los
cuales ella comenzó a asistir a un gimnasio empecinada en
recuperar la figura que había perdido, utilizó día tras día
máquinas trotadoras, elípticas e incluso contrató a un
entrenador personal, el más guapo de todos los que
aparecieran por el local, robándole también uno que otro
beso de vez en cuando. Trabajó duro por cinco o seis
meses hasta que finalmente lo logró. Para ella, no existía
ninguna prueba más fehaciente de haber alcanzado una
vez más su peso ideal, y su figura de revista, que observar
como con el pasar de los días en paralelo a su trabajo
físico, las miradas de Cristián hacia ella iban mutando
lentamente desde el desdén de la compañera que generaba
risas y chistes crueles, a los ojos de deseo y ave de rapiña
85
que se parecían cada vez más a los del año anterior.
Berríos poco a poco comenzó a acercársele, como cual
gallo rodea a su amada, con el interés de cazarla.

-Se pegó una buena bajada de peso después eso sí- recordó
Martínez- ¿ahí fue cuando empezaste con ella cierto?

-Nunca fuimos pareja como tal, un día nos arrancamos a


los camarines y nos dimos un beso. – terminó de beber su
vaso de cerveza, y antes de que pudiera pensar si beber
más, ya le estaban sirviendo el próximo.

-¿Uno? – se rio- Podría apostar que fueron más, y quizás


que más pasó ahi. – levantó y bajó las cejas en un gesto
insinuante.

-Se entiende, pero no pasamos a más que eso- recordó ese


momento- ahí quedamos de que ella iba a ir a mi
departamento el día después, porque en los camarines
corríamos mucho peligro. Igual- hizo un breve silencio- la
invité a la piscina, pero ella entendía a lo que iba.

Cristián bajó al hall del edificio, y la vio aparecer por


detrás del mesón con unos jeans ajustados y una polera
color celeste que también aportaba a dibujarle la figura.
Sonrió al ver a su anfitrión y se acercó a saludar, con un
beso en la mejilla, pero un abrazo más cercano de lo
normal, buscando rozar los senos con el pecho del
muchacho. En un par de segundos ya estaban esperando el
ascensor mientras ella miraba en su mente lo que le
esperaba, nunca había estado allí pero no importaba,
mientras existiese una cama, lo demás pasaba a un muy
86
irrelevante segundo plano. Él, por su parte se preocupaba
de mirar de reojo los senos de su acompañante, los cuales
dejaban ver su comisura por el escote generoso, que había
ganado algo de tamaño en la subida de peso. Una vez
dentro del departamento, Berríos le indicó dónde estaba su
dormitorio, para que dejase allí sus pertenencias. Ella
asintió, y cuando se agachó a acomodar sus cosas sintió
unas manos alrededor de su cintura.

Se volteó rápido y besó a Cristián con las mismas ganas


que lo había hecho la primera vez, no era amor, era
calentura. Los besos se desataban con furia y se sucedían
uno tras otro al ritmo que las manos del joven le rodeaban
la cintura apretando lo justo para desatar en ella las ganas
de quitarle la polera. Fue así como el se despojó de la
parte superior de su ropa y sintió a la vez que algo en su
pantalón buscaba salir de pronto. Ella lo acarició y él le
dio un suave empujón para que ella se lanzara a la cama,
cayó de espaldas y él se lanzó encima a besarla sin parar.
El pantalón de él salió a los pocos segundos, y mientras él
le desabrochaba y quitaba el pantalón ella se quitó la
polera.

-¿Y por qué te falló? – preguntó Darío. – ¿Comiste algo


raro o te masturbaste mucho ese día?

-No sé la verdad, creo que hay veces que el cuerpo no da


no más, a veces el stress o el cansancio te juegan en contra
y no puedes no más- miró la hora, eran cerca de las ocho
de la noche. – voy a llamar un taxi, no quiero llegar tan
tarde. – Martínez asintió y terminó de beber su vaso de
cerveza.
87
La verdad, es que su erección funcionó sin ningún
problema aquella tarde, pero al quitarle la ropa se terminó
de notar que no cabían dudas de que lo que había allí era
calentura por su parte, y nada de amor. Las secuelas de la
baja de peso de Denisse estaban impresas en su cuerpo,
con una gran cantidad de líneas blancas dibujadas de lado
a lado de su vientre, y marcando también sus muslos, que
también se veían demacrados por piel de naranja en parte
de su exterior, incluyendo también estrías que
contrastaban violentamente con el tono canela de su piel,
acto seguido fue la desaparición de la erección en
coincidencia con la bajada de ritmo que llevaban sus
besos. Denisse tomó una posición más recta, y lo miró
mientras ponía su mano en el corto cabello de Berríos. Le
preguntó que pasaba, y él un par de segundos más tarde de
lo que él hubiera deseado, hizo una mueca de dolor
tomándose el estómago acusando un malestar repentino,
escusándose para ir al baño, dónde llegó raudamente.

En la habitación la muchacha se acomodó de manera


sensual, buscando el ángulo en que sus cuadros marcaran
de mejor manera la figura de sus piernas, para que cuando
su compañero volviera a aparecer por la puerta, se
encontrara con una imagen que le quitara el mal momento
del dolor de estómago, y volviera a la acción cuanto antes.
Pero lo que ella no sabía, es que a unos metros y separado
por un par de paredes y una puerta, Berríos estaba sentado
en el váter con la cabeza entre sus manos. Así pasaron un
par de minutos, hasta que se puso de pie y abrió la llave
cromada del lavamanos y se empapó el rostro, estiró su
mano a la derecha y tomó una toalla blanca que colgaba
desde la muralla y se refregó la cara, justo cuando escuchó
88
desde la puerta a Denisse preguntando si se encontraba
bien. Esperó un par de segundos y accionó la cadena del
baño, luego contó mentalmente hasta diez y abrió la
puerta. Allí estaba ella, en topless esperándolo junto al
marco, abrió sus brazos y los pasó por el cuello apenas lo
vió salir del baño, entonces le dio un beso que el recibió
pero cortó luego de un momento, invitándola a ir a la
piscina mientras el malestar pasaba, con la promesa de
volver a la cama durante la tarde.

Cristián se acostó sobre una reposadera ubicada a un


costado de la piscina mirando torso al sol como su
acompañante nadaba inquieta en el agua, y de vez en
cuando lanzaba alguna mirada provocativa hacia él,
insitándo el volver al cuarto. Su dolor de estómago era la
escusa perfecta para evitar entrar al agua y el contacto
físico con ella, buscando prevenir momentos que invitaran
a intimar una vez más, puesto que la imagen de su vientre
marcado por las secuelas no se borraba de su mente, lo que
impedía a su miembro viril funcionar como de costumbre,
con todo lo culpable que aquello le hacía sentir. Para
lograr que el reloj avanzara, compartió con ella la piscina
por un par de horas, y cuando el momento en que el resto
de los habitantes del departamento se acercaba, la volvió a
invitar a subir. En el ascensor de vuelta al piso diez, dónde
se encontraba su guarida, ella no le quitó la mirada de
encima, y él disimulaba un coqueteo que no levantara
sospechas. Le dolió ver el rostro de la muchacha cuando
se lanzó a la cama y escuchó que la puerta se abría un par
de minutos más tarde mientras él simulaba que buscaba un
preservativo en el cajón, sabía que le iba a generar un gran
dolor, y que inevitablemente ella sufriría al entender la
89
verdadera razón de por qué sucedieron las cosas, lo cual
iba a averiguar dentro de poco y sin importar que él
abriese la boca. Ella se vistió rápidamente por el susto que
le provocó escuchar una voz de mujer mayor dentro del
departamento, y tras unos quince minutos se marchó a su
casa. Siendo aquella la última vez que ambos cruzaron
palabras.

Los amigos de Berríos sabían lo que él iba a hacer esa


tarde, tenían pleno conocimiento de que la muchacha iría a
su casa, y como buen grupo de hombres en plena
adolescencia esperarían un reporte de lo que allí habría
ocurrido, lo que le generaba una gran encrucijada a
Cristián. No les mentiría diciendo que se había acostado
con ella, pero tampoco podía contarles la verdad de lo que
ocurrió y el porqué de la no ocurrencia, temiendo lo que
podría generar en un ambiente tan ávido de burlas como
una sala de clases. Por lo que optó por atacar su propia
hombría, inventando que su órgano sexual no funcionó a
pesar de que lo intentaron muchas veces. Esto generó que
las bromas recayeran sobre él, y sólo entre la malentendida
privacidad de su grupo de amigos, desde dónde Martínez
se enteró.

La puerta se abrió, el departamento era uno mucho más


amplio que aquel en el que había pasado su infancia y gran
parte de su adolescencia, detrás de la puerta en el sillón su
mujer, con su delantal de pastelera lo esperaba con lo que
quedaba del pedido del día, Berríos se le acercó y le dio un
beso en la mejilla, ella le sintió el hálito alcohólico y lo
alejó.

90
-¿Estuviste tomando? – Berríos asintió tímidamente, su
mujer movió la cabeza de un lado a otro en señal de
reprobación. -Eres muy egoísta – Berríos sonrió
internamente, y se retiró al dormitorio.

91
El hermano de mi hermano

Aquella mañana la alarma sonó más veces de lo común, y


la voz de su cantante favorita no sonaba con la alegría de
siempre a pesar de ser la misma canción con tonos
electrónicos y sonidos agudos mezclados de música
moderna. Esta vez sonaba con un tono burlesco a los oídos
de Fernanda, que la noche anterior había disfrutado de una
velada romántica junto a su marido. Habían cumplido un
año de matrimonio y dos que vivían juntos, desde que
decidieron alquilar un departamento pequeño en un sector
céntrico de la ciudad, tratando de independizarse de las
casas de sus respectivos padres, y con la mirada puesta en
camino a formar una familia propia. Fernanda se
incorporó rápidamente de la cama y entró rápido al baño,
un par de segundos más tarde comenzó a sonar la ducha
sorprendiendo a Luciano, que aún no lograba abrir del
todo sus ojos. Este último metió su mano izquierda debajo
de la almohada y extrajo desde allí un control remoto
pequeño y negro, por inercia presionó el botón rojo para
prender el televisor de generoso tamaño que descansaba
un par de pasos en frente de la cama donde habían
92
pernoctado la noche anterior. El sonido del televisor le
ayudó un tanto a despertar, y con un poco de fuerza de
voluntad logró despegar los párpados, y luego de pasar su
mano por su cabellera despeinada, miró hacia el televisor.
Allí, un tipo vestido con un ambo oscuro y una corbata
roja hablaba de deportes, y de como los equipos de fútbol
del mundo hacían rotar jugadores. Él se puso de pie, y en
ropa interior caminó hacia la cocina, ordenada y limpia se
veía, por lo que no le costó demasiado abrir las puertas de
un mueble adosado a la parte superior de la muralla, y
extraer dos tazones rojos con una marca comercial
estampada. En ellos vertió algo de café, y luego el agua
que había puesto a hervir, del mismo mueble extrajo un
bote con azúcar y puso un par de cucharadas en cada
tazón, luego de revolver el liquido y disolver el
endulzante, sacó una bandeja de la encimera. Con esto
caminó hacia el dormitorio.

-Quiero cinco manzanas, tres peras y un litro de leche por


favor- dijo con un gesto de manos sobreactuado mientras
se arreglaba el pelo con la otra.

-Son tres mil pesos- observó su caja registradora e


igualando el ademán de la clienta estiró la mano y recibió
el aire que su prima le entregaba como cambio por los
víveres de plástico que le compraba. Esta última las puso
en un carro de supermercado pequeño, y comenzó a
caminar dejando detrás a la niña vendedora.

- ¡Usted es mi clienta favorita!- gritó Fernanda, la


vendedora a su prima, quien le agradeció con un grito que

93
venía desde lejos dentro de sus mentes, pero realmente
provenía de no más de un metro y medio de distancia.

Fernanda se sentó en su silla de plástico rosada, y


comenzó a contar la mercadería que aún le quedaba por
vender, encontró allí unas cuantas manzanas, unos
plátanos y pan, mucho pan. Tomó una caja de cartón que
había escondido en su espalda, y las puso cuidadosamente
allí, ordenándolas para que no se golpearan, ni mucho
menos se traspasara la podredumbre si es que alguna de
ellas caía en desgracia por el pasar del tiempo. Agrupó las
frutas a un costado, dejando espacio para las que su prima
y clienta favorita le debía devolver, y al otro costado
acomodó la caja registradora, con una precisión que sólo
se logra con mucho cuidado, más aún cuando era su
juguete favorito. La caja era de proporciones importantes,
por lo que a sus diez años la niña tenía que empujarla para
poder moverla, así que tomó con sus dos manos el borde
de la estructura de cartón y la corrió de a poco por el piso
de palmeta hasta esconderla debajo de la mesa de patas
metálicas y encimera de vidrio redondo del comedor.
Entonces recordó que su prima aún tenía parte de sus
juguetes, así que con cuidado la jaló hacia afuera, dejando
cuidadosamente sólo el borde donde se deberían acomodar
los instrumentos faltantes. Volteó y miró hacia adonde
había caminado Elsa. El pasillo era corto, proporcionado
al tamaño del departamento en el cual vivían, de modestas
características en blocks de una zona periférica de la
región. Las paredes eran de material concreto y pintadas
de hasta entonces un sucio color grisáceo, el cual era
adornado de fotos de la familia sin grandes retoques.
Justamente por el pasillo caminó la pequeña, como de
94
costumbre apoyando las yemas de los dedos de su mano
derecha en el muro mientras avanzaba, le gustaba ver
como de vez en cuando se juntaba algo de polvo y podía
marcar sus manos en la ropa, aunque su madre se enojara
por lavar más de una vez sus cosas.

-Vas a tener que dormir con tu prima, ahí ella te presta la


cama- la pequeña vio que Elsa asintió de espaldas a ella,
estaba parada junto a la cama dónde estaban sentados sus
padres, y su tía, madre de Fernanda – tu mamá va a dormir
acá conmigo, y tu papá va a estar castigado, durmiendo en
el sillón porque se ha portado muy mal con tu mamá.

Fernanda pasó por el marco de la puerta y se integró a la


habitación sentándose en la cama, detrás de la posición de
su pequeña pariente. Elsa era sólo un año mayor que ella,
sin embargo, no se veían hacía más de siete años, por lo
que este encuentro a pesar de no ser el primero entre ellas,
se convertía prácticamente en el primero a consciencia, y
el que recordarían hacia el futuro.

-¿Dónde te dejo los juguetes? –

- Debajo de la mesa está mi caja- apuntó a través de la


pared- ahí me lo puedes dejar por favor.

- Hija, vaya a sacar sus cosas de la cama para que quepan


las dos- dijo la mamá de Fernanda a la vez que ella
asentía- Tus tíos se quedarán hasta el domingo, así que
tendrás compañía dos noches ¿no te molesta?- Fernandita
negó con la cabeza – así Elsa te puede contar de como es
su vida allá en su casa, con sus animales y esas cosas,
95
pueden conversar de muchas cosas, y tu le cuentas como
es vivir en Santiago, pero nada de estar trasnochando, mira
que mañana tenemos que salir temprano.

- ¿Dónde vamos mami?

- A la piscina- Fernanda sonrió al escuchar esas palabras,


había ido un par de veces a una piscina, y lo había
disfrutado mucho- va a hacer calor mañana, y así
aprovechamos de pasear con tus tíos que vienen por estos
días, quizás cuando los volvamos a ver.

La pequeña mostró su felicidad, y corrió por el pequeño


pasillo hasta encontrar su habitación en el otro extremo del
departamento. Usualmente vivía sola con su madre y rara
vez recibían algún tipo de visitas más allá de su abuela que
una vez cada cierto tiempo se pasaba a verlos y le traía
algún regalito a ella, y entregaba unos paquetes que nunca
había podido abrir, pero que sabía eran pesados y a su
madre le costaba mucho llevar hasta la cocina. Fernandita
pensaba que sería divertido compartir la cama con alguien,
para poder conversar y jugar hasta entrada la noche, lo que
nunca hacía por su ausencia de compañía. Tomó su oso de
peluche de toda la vida, y lo sentó en el suelo junto a la
puerta, y también sacó de la cama a su perro regalón, el
cual dejó en una silla al lado de donde estaba sentado
Mark el oso. Después jaló las tapas de la cama para
abrirla, y de bajo la almohada sacó su pijama, el cual
observó con cuidado y le encontró una mancha de
chocolate en el hombro, probablemente de la noche
anterior. Salió de la pieza con la polera en sus manos, pero
antes de cruzar el marco de la puerta, escuchó sonar el
96
pestillo que la aseguraba. Al llegar frente a la recién
cerrada entrada, se percató de que sólo quedaba en el
departamento Elsa, du padre y ella. Revisó su caja de
juguetes y encontró allí que su prima había dejado
desparramadas las frutas e ingredientes que había
comprado, por lo que volvió a correr su caja y ordenar sus
cosas.

Cuando ya terminaba, escuchó que algo cayó con fuerza al


piso en el dormitorio de su madre, así que se acercó con
paso lento, pero sin sigilo a la puerta y cuando entró
encontró a Roberto, su tío, abrochándose el cinturón de su
pantalón y recogiendo el control del televisor, su prima
estaba mirando a Bob esponja en el monitor acostada bajo
la ropa.

-¿Que pasa hija? – dijo el tipo, delgado en extremo sin


caer en la enfermedad, y con una cabellera rizada que le
rozaba el hombro a cada lado. – La mamá fue a comprar
pan, si quiere se queda acá con nosotros viendo tele. A la
Elsita le gusta Bob esponja, ¿lo has visto tú?

-No me gusta.

-¡Es bueno! – gritó la otra niña con algo de rabia – con mi


papá siempre lo vemos en la noche, y yo tengo un Patricio
de este porte – hizo un ademán de unos cincuenta
centímetros que no calculó.

-A mi no me gusta- dijo y se volteó para salir de la


habitación, una vez en el pasillo vio como la puerta de
madera con barniz rojizo se abrió y su madre aparecía
97
junto a su tía, a quien no había mirado con detalle, así que
esta vez le vio una barriga un tanto pronunciada, entonces
miró a su madre quien se sobó la barriga en un gesto que
su hija entendió – Tía… ¿está esperando guagüita?

-Si, y es hombrecito, así que vas a tener un primo- La niña


se puso feliz, y corrió a abrazar a su tía quien se agachó y
la recibió con brazos abiertos. Mientras la abrazaba,
escuchó que una puerta se cerró.

- ¿Y la Elsa? – preguntó la madre de Fernanda.

-Está viendo tele, están dando Bob Esponja- dijo Roberto


apareciendo por la espalda de Fernanda, quien volteó a
verlo.

Su mujer trató de avanzar a la habitación hasta donde se


encontraba la niña, pero este la detuvo con un gesto
comédico, insinuando una broma y culminando en un
abrazo.

Por su parte Maria Paz, se acercó al oído de su hija, y le


preguntó si había ordenado la habitación, a lo que esta
asintió para luego ser enviada a la cama. La niña caminó
hasta su dormitorio y se sentó sobre la sábana descubierta
que había dejado minutos antes, y se quitó la camiseta que
llevaba puesta, para ponerse el pijama que no había podido
mostrar a su madre. Miró la mancha de chocolate y
decidió acostarse, por lo que luego se puso la parte inferior
del pijama y se tapó. En el velador tenía un libro de
cuentos que su madre solía contarle cuando le ayudaba a
dormir años atrás, y que en secreto aún revisaba antes de
98
cerrar los ojos, leyendo con dificultad aún algunas
palabras muy complejas. Se situó en la página donde
aparecía el cuento de Pedrito y el lobo, le encantaba ese
cuento porque encontraba que el villano mamífero era
lindo, y cuando pequeña no entendía por qué hacía lo que
hacía, hasta que alguien le nombró que la ley del más
fuerte se ejercía en la naturaleza, y en ese caso era
justamente el lobo quien hacía de ente predominante, de
igual manera siempre comprendió que a pesar de ser el
más débil, Pedrito tenía actitudes que no correspondían
para un niño bueno, el mentir no era algo que su madre le
hubiera enseñado, por lo que no acostumbraba a hacerlo
salvo cuando no quería comer más e inventaba un dolor de
estómago.

La puerta rojiza se abrió, y entró su tía Angela junto a su


pequeña prima en ropas de dormir, Fernanda sonrió y se
corrió hacia el rincón.

-Se duermen tranquilas, no pelees con la Fernanda – le


mostró el índice a modo de broma a su hija- te amo, nos
vemos mañana.

-¿Mi papá donde va a dormir? –

-En el sillón, yo voy a dormir con tu tía en la cama grande,


no cabemos los tres allá, de todas formas tu papá va a estar
acá al frente de la puerta, mira- justamente el sillón se
ubicaba en paralelo a la muralla frontal de la habitación de
Fernanda, por lo que desde la cama podía verse uno de los
brazos del antiguo sillón de cuero desgastado donde
probablemente descansaría la cabeza de Roberto.
99
Al rato, la tía salió de la habitación y Elsa se acostó al
costado que pendía hacia la orilla. Las noches de verano
eran calurosas, por ello María Paz acostumbraba a su hija
a dormir sólo con la sábana de su cama y el cobertor
delgado que le gustaba, con unos osos pequeños dibujados
a modo de patrón sobre un color rosado pastel. Fernanda
se puso como de costumbre en posición fetal, con sus ojos
hacia la vieja pared pintada de blanco, desde donde
colgaba una cortina colorada. Cerró sus ojos, y comenzó a
imaginar cómo su mañana sería un día especial, con la
piscina completa para ella y su familia, buscando escapar
del calor sofocante que se tomaba con inclemencia los
veranos de la capital. Podía ver con claridad como su
mamá tomaba sol en el pasto con sus pantalones cortos y
la polera de Colo Colo que le había visto tantas veces en
aquellas ocasiones, ya casi podía sentir el ruido de los
niños jugando a lanzarse agua por doquier, y a los padres
advirtiendo que tuviesen cuidado, un par de pelotas
volando por sobre el agua, y un salvavidas puesto en una
silla alta vigilando la seguridad de los bañistas. Recordó la
ultima vez que fue a una piscina, y lo mucho que había
disfrutado ese momento, rememoró que había probado un
pollo asado y unas papas fritas frías que había comprado
junto con su madre en un supermercado el dia anterior.
Los huevos duros y el pan con palta del desayuno, y sobre
todo que había olvidado el bloqueador, así que el tomate
en su piel había sido parte del final del día. Casi ya podía
volver a saborear el pollo, cuando sintió un espasmo que
la extrajo del sueño, y es que su espalda se sintió invadida
y unas extrañas cosquillas se aparecieron por su piel y la
incomodaron de a poco. Era una mano, que se deslizaba de
a poco por debajo de su polera y que la congeló. Fernanda

100
no comprendía lo que ocurría, y la mano avanzaba
despacio por sus nóveles caderas llegando hasta su
ombligo, enseñándole una sensación extraña que le hacía
sentir incómoda y no le permitía reaccionar, por lo que
instantes más tarde la mano ya se escabullía por entre sus
ropas interiores, la muchacha dueña de la cama estaba
inmóvil y luchando por poder reaccionar ante lo que
ocurría mientras sentía que su cuerpo se veía invadido, y
al cabo de un par de contactos entre los dedos de Elsa y su
piel tierna, juntó su fuerza de voluntad y le quitó la mano
de allí cuando el pulso ya comenzaba a subir por el temor
a hacer algo que no correspondiese. Su prima también se
asustó y vio caer una gota de sudor por el costado de su
cavidad ocular, entonces se volteó para dormir espalda con
espalda, hasta que el sol apareciese la ventana.

El mismo sol que horas más tarde la golpeaba en la cara


cayendo desde el cielo, y también con el rebote de la luz
sobre el agua donde se bañaba, era el sector habilitado
para niños pequeños a un costado de la piscina regular de
adultos. Junto a ella, había muchos otros niños de distintas
edades que saltaban de un lado a otro disfrutando del
refresco en que estaban inmersos, se detuvo a mirar a un
niño medio rubio con algo de sobrepeso que se lanzaba
con la barriga por delante y levantaba olas cuando entraba
en contacto con el agua. A metros de la piscina, y
separados por una reja estaba el pasto en donde María Paz
y su hermana estaban sentadas, esta última con sus manos
puestas sobre la barriga que aún no se pronunciaba, pero
que le hacía sentir con un aura especial, y con una energía
limpia proveniente del ser que se formaba en su interior.
Elsa estaba sentada a su lado, con un traje de baño para
101
niñas y sobre una toalla que la protegía del pasto. Se
dedicaba a mirar como el resto de los niños se lanzaban
agua de un lado a otro con la cabeza puesta en unirse a ese
goce, pero el cuerpo previniéndole hacerlo. Miraba como
Fernanda se metía una y otra vez lanzándose con distintos
tipos de movimiento en la piscina de niños, pero ella no
era capaz de hacer lo mismo, no se sentía con las ganas
suficientes para intentarlo, por lon que sólo se contentaba
con observar a la distancia y hacer de la entretención del
resto la suya propia.

-¡Fernanda, a comer! – Exclamó al cabo de un rato María


Paz, su hija le indicó con el dedo índice de su mano
derecha que se lanzaría una vez más al agua, y así fue, de
dejó caer de costado y a los segundos ya corría donde su
madre. Pasó por el lado de una tipa rellena, y un barbudo
que fomaba algo verde sin mirarlo siquiera, y se sentó
junto a su madre, sobre la toalla que habían tirando en el
pasto.

Miraba de cerca como María Paz cortaba el pollo y lo


ponía encima de un plato blanco y desechable que sacaba
del bolso deportivo que traía. Le estiró las manos y su
madre le alcanzó su porción de almuerzo, que también
tenía una porción de papas fritas de acompañamiento,
estaban heladas, pero no menos sabrosas. Fernanda tomó
con su mano una papa y saboreó la capa residual de aceite
que aún le quedaba, pero entonces su organismo se hizo
presente.

-Mamá, quiero pipí – María Paz la miró tratando de


decirle sin palabras que no podía acompañarla.
102
-Yo la llevo- dijo Roberto, ofreciéndose y tomándola de la
mano luego de que la pequeña dejase a un lado la comida.

Los baños estaban algo retirados del lugar en donde se


encontraban, por lo que Fernanda caminó al lado de su
nuevo tío por algunos minutos hasta encontrar las casetas.
Eran de madera recubierta y no tenían aspecto muy
cuidado, más bien parecían ser antiguas, pero bien
acomodadas por dentro. La muchacha miró a Roberto,
quien le indicó que avanzara hasta el interior, y la empujó
con su mano tocándole la parte baja de la espalda. La niña
entró al baño, y en el interior había principalmente niñas
de su edad, y una que otra un poco más grande. Las
menores estaban todas acompañadas de una adulta quien
supervisaba que todo estuviese bien, Fernanda estaba sola
por lo que esperó hasta que el cubículo central se
desocupó, dentro no estaba demasiado pulcro, pero limpió
con algo de papel que pudo sacar del dispensador, y una
vez terminó de orinar sentada cuidadosamente, como su
madre le enseñó, se limpió y salió. La imagen que pudo
ver a través de la puerta fue a un Roberto de espaldas,
sentado mirando hacia el horizonte, allí donde su vista se
cortaba con las piernas de unas niñas de su edad, que
tomaban sol sobre el pasto.

-Estoy lista- le dijo una vez que estuvo a su lado. El se


puso de pie y la miró, puso su mano en la espalda y le
instó a caminar, rozándole levemente la parte baja de su
espalda.

Caminaron por unos cuantos minutos por el pasto verde


que parecía haber sido cortado hacía poco tiempo, y que
103
aún expelía el olor característico de cuando fue recién
podado, hasta que llegaron al sector en donde el resto ya
estaba comiendo, Elsa estaba sentada entre ambas mujeres
mayores, y una vez vió aparecer a Fernanda le dedicó una
mirada de sonrisa a la vez que tomaba el trutro de pollo y
lo mordía. Fernanda se situó junto a su madre y retomó el
trozo de ave que había dejado minutos atrás.

La niña comió, tenía hambre luego de horas en el agua, y


ante sus ojos se comenzaban a desmaterializar una por una
las delgadas y grasientas papas fritas, y el trutro de pollo
cada vez se iba adelgazando más, una mordida tras otra, y
así hasta que finalmente se acabó. Le gustaba mucho el
pollo y también las papas fritas, así que miró a su mamá
con una sonrisa coqueta, porque ella acostumbraba a
guardar una pequeña porción de fritura para que se
repitiera, esta vez no fue diferente y de la bolsa sacó un
puñado más que le dejó caer en su plato con cuidado,
después tomó otro poco y se lo extendió a Elsa, que
también sonrió, le gustaban también. Roberto se aferró a
su pareja y comenzó a sobar su barriga despacio y con
cariño, le susurró algo al oído y ella asintió, Tamara era su
nombre.

-Secretos de dos no son de Dios – les dijo María Paz.

-Me estaba diciendo un nombre para nuestro hijo- se rió y


Roberto la besó en la mejilla. – Rober quiere que se llame
Paul si es hombre.

-¿Y si es niñita? – preguntó Fernanda con algo de comida


aún en su boca, así que su mamá la miró con reproche.
104
-¡Josefina!- interrumpió Elsa con ahínco.

-Puede ser, pero también nos gusta Francesca y Stephanie,


así que aún nos queda harto por decidir. Además tengo
recién dos meses, falta para saber el sexo. Y yo creo que
ahí recién nos sentaremos a conversar de nombres y cosas
así.

-Lo más importante es que se va a parecer a ti, va a tener


tu cara, ti cintura y tus curvas. Va a ser preciosa. – Miró a
Elsa- como ella, que es un cheque a fecha ya, no nos
vamos a dar ni cuenta cuando ya esté andando con alguien
y se encierren en la pieza- Tamara le golpeó la rodilla.

-Mamá me quiero ir a bañar de nuevo- dijo al cabo de


unos segundos Fernanda.

-Vaya, pero con cuidado, no te pases a la piscina de los


adultos, sólo en la de los niños porque te puede pasar algo-
la niña asintió - ¿Elsa no vas a ir tú? – la niña miró a su
mamá.

-Bañate con esa ropa, en la mochila te traje una muda.


Digo, si quieres – La muchacha miró a su madre y luego
de un par de segundos de duda se incorporó y siguió a
Fernanda.

-¿Tu no irás?- preguntó Tamara a Roberto- Alguien tiene


que mirar a las niñas de cerca-

-Y ustedes- respondió, y luego añadió- ¿nisiquiera los pies


se van a mojar? -
105
-No me gustan las piscinas- dijo María- venimos acá
porque a la Fernanda le encanta y mientras no pueda
llevarla a la playa, yo feliz con verla contenta, aunque sea
un poco.

-Y yo no quiero, me siento un poco mal, no lo suficiente


como para preocuparse por el bebé- se tomó la barriga-
pero igualmente prefiero quedarme acá. Anda tú, Rober,
así nosotras nos quedamos tranquilas.

Roberto se quitó la camisa, y el pantalón también, llevaba


puesto debajo de sus ropas el traje de baño, así que bajo el
sol imperante de verán caminó por el pasto los diez metros
que lo separaban de la piscina, pasando primero por las
regaderas y luego cruzando la reja que dividía el asfalto
del césped. La temperatura del piso era diferente, de
inmediato pudo sentr que los pies le ardían un tanto y
camino raudo hasta lanzarse una zambullida para
refrescarse.

-Está emocionado con el embarazo, es su primer hijo


biológico, aunque ya ha compartido con la Elsita hace
tiempo. – dijo Tamara mirando desde la distancia,

-¿Cuanto llevan juntos? ¿más de tres años, o me equivoco?

-Casi tres años, en un par de meses los cumplimos.


Pasaron como nueve meses desde que me dejó el papá de
la Elsa cuando lo conocí.

-¿Y ella como lo ha recibido?- Comió una última papa que


quedaba bailando en el bowl donde las había traído.
106
-Bien, hubo un tiempo en que yo no más trabajaba,
Roberto lo despidieron por reducción de personal, y se
quedaba en la casa con ella, veían películas y jugaban todo
el día. Roberto le estuvo enseñando juegos de cartas, ¿te
conté que es mago? Así se la ganó, tanto así que ahora la
Elsa le dice papá.

-¿Pero no te daba nada dejarla sola con él?

-¿Por qué? Yo lo conozco lo suficiente como para confiar


en él. Si no, créeme que ya no estaríamos juntos.

María Paz cambió el tema de conversación al notar la


actitud de su hermana, mientras miraba a lo lejos a
Roberto en la piscina, apoyando sus brazos en el borde y
sobre ellos la cabeza. Desde aquella posición observaba a
las niñas que se lanzaban agua una con otra. El hombre no
se movió de esa posición en un lapso bastante largo, sino
hasta que las muchachas ya estaban fuera de la piscina.

Aquella noche era la última que las niñas dormirían juntas,


Elsa fue la primera en llegar a la cama, ya que Fernanda
estaba en la ducha cuando ella se acostó. Cuando salió del
baño junto a su madre, ya con el pijama puesto, esta
última se acercó para darle el beso de las buenas noches en
la mejilla, entonces Fernanda la abrazó muy fuerte por el
cuello.

-¿Que pasó?- preguntó con un tono tierno María Paz.

-No me quiero acostar- le susurró al oído.

107
-¿Por qué? – le acarició el cabello- ya es tarde, y hoy te
cansaste mucho. Es mejor que descanses, para que mañana
vayamos a dejar a tus tíos al terminal.

-No quiero- apretó aún más el abrazo.

-¿Que pasa Fernanda? – la separó con dificultad y la miró


a los ojos.- ¿Hay algo que no me hayas contado?

Por la cabeza de la niña pasaron los instantes en que Elsa


había rozado su cuerpo con sus manos la noche anterior,
cuando ella se había congelado sin saber que hacer. Se
había sentido extraña, y esa misma extrañeza en su mente
de niña no sabía como explicar lo que sentía, no sabía
como decirle a su madre que no quería que Elsa le hiciera
lo mismo otra vez, cuando dentro de unos minutos
volvieran a compartir la cama.

-Vaya a acostarse, mañana conversamos. – las últimas


letras las pronunció a medias con un bostezo- yo tengo
sueño.

108

También podría gustarte