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Índice
Staff Capítulo 18 Capítulo 37
Sinopsis Capítulo 19 Capítulo 38
Capítulo 1 Capítulo 20 Capítulo 39
Capítulo 2 Capítulo 21 Capítulo 40
Capítulo 3 Capítulo 22 Capítulo 41
Capítulo 4 Capítulo 23 Capítulo 42
Capítulo 5 Capítulo 24 Capítulo 43
Capítulo 6 Capítulo 25 Capítulo 44 3
Capítulo 7 Capítulo 26 Capítulo 45
Capítulo 8 Capítulo 27 Capítulo 46
Capítulo 9 Capítulo 28 Capítulo 47
Capítulo 10 Capítulo 29 Capítulo 48
Capítulo 11 Capítulo 30 Capítulo 49
Capítulo 12 Capítulo 31 Capítulo 50
Capítulo 13 Capítulo 32 Epílogo
Capítulo 14 Capítulo 33 Lucy Score & Claire
Capítulo 15 Capítulo 34 Kingsley
Capítulo 16 Capítulo 35 Cosmos Books
Capítulo 17 Capítulo 36
Staff
Traducción y Corrección

Cherry Blossom
Mrs. Darcy

Revisión Final 4
Ludmy

Diseño

Seshat
Sinopsis
«Temo que mi vagina podría ponerse al revés si intentas darle otro
orgasmo tan pronto».
—Scarlett Bodine
Criada por sus tres hermanos dominantes, Scarlett es una chica ruda
como el infierno con un cinturón de herramientas. Un tornado que causa
problemas allá donde va. ¿Sus pasatiempos favoritos? Beber más alcohol
que cualquier hombre y bailar música country, pero no tiene ningún
interés en el amor. Scarlett sólo está siendo amable cuando reclama a su
sexy vecino como su nuevo proyecto favorito.
Devlin es un hombre que ha tocado fondo. Matrimonio, carrera 5
política, un plan de cinco años para llegar a Washington, D.C. Todo
destruido con un golpe bien dado. El chico de oro es ahora la oveja negra
relegada a Bootleg Springs, un diminuto pueblo de Virginia Occidental
con dos reclamos a la fama: 1. Moonshine y 2. El caso sin resolver de la
desaparición de una adolescente.
Devlin sólo quiere lamerse las heridas. Pero Scarlett tiene otras ideas
para su lengua… y para el resto de él. Está decidida a devolverlo a la
vida, aunque conseguir que se recupere signifique no volver a verlo
nunca más. Pero cuando un viejo misterio se convierte en noticia nueva,
ella necesitará su ayuda para sobrevivir al escándalo.
Capítulo 1
Scarlett
Odiaba los funerales. Olían a lirios y tristeza. Había demasiados
abrazos y pañuelos empapados. El vestido negro que encontré en el
estante de liquidación en Target hacía que me picara el cuello donde la
etiqueta se enroscaba contra mi piel.
—Siento mucho tu pérdida, Scarlett. —Bernie O'Dell, de un metro con
ochenta centímetros de altura, me envolvió en un incómodo abrazo.
Cerró la barbería hoy por el funeral. Fue uno de los pocos amigos de
Jonah Bodine que se había quedado con él hasta el amargo final, incluso
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cuando ya no merecía amigos.
Sonreí débilmente a Bernie y le di una palmada en el brazo.
—Papá siempre estuvo agradecido por tu amistad.
A Bernie se le empañaron los ojos y se lo pasé a Bowie, mi hermano
bueno. No es que Jameson y Gibson fueran malos, pero Bowie era
subdirector de instituto. Estaba acostumbrado a lidiar con emociones
que nos aterrorizaban al resto.
—Dios tiene un plan —anunció Sallie Mae Brickman apretándome la
mano para tranquilizarme. Sus manos siempre estaban heladas,
independientemente de la época del año. Podía haber cuarenta grados
el cuatro de julio y las manos de Sallie Mae podían mantener su
limonada medio helada.
—Estoy segura de que sí —dije, para nada segura de que haya un plan
o un Dios. Pero si a Sallie Mae la hacía sentirse mejor creer, entonces,
por supuesto, era bienvenida a la fe.
La fila para ofrecer condolencias se atascó como un foso séptico con
un mal sistema, con Bernie compartiendo una historia de pesca con
Jameson. Mi hermano era una especie de artista solitario y esta era
probablemente su pesadilla personal. Nuestro padre muerto en una caja
detrás de él y una fila larga de Bootleggers bien intencionados saliendo
por la puerta.
Bootleg Springs, en Virginia Occidental, era, en mi humilde opinión,
el mejor lugar del mundo para vivir. Tuvimos una larga historia con el
contrabando durante la Ley Seca. Mi bisabuelo, Jedediah Bodine, fue
una leyenda por haber traído prosperidad a nuestro pequeño pueblo
con su alcohol ilegal y su aguardiente, y estábamos en pleno auge
turístico gracias a nuestras aguas termales y media docena de spas.
Éramos un pueblo pequeño pero poderoso. Todo el mundo se conocía y 7
cuando uno de nosotros moría, sin importar su posición en la
comunidad mientras vivía, todos nos engalanábamos, horneábamos
nuestros guisos y dábamos nuestras condolencias.
—Hola, nena. —Cassidy Tucker, la oficial más guapa y mordaz de
todo Virginia Occidental, iba vestida con su uniforme y arrastraba a su
hermana June detrás de ella. Cassidy, mi mejor amiga desde preescolar
sabía exactamente el lío que se estaba cociendo bajo mi triste semblante.
La abracé con fuerza y arrastré a June Bug a nuestro abrazo.
June me dio dos golpes en la espalda.
—Seguro que te alivia no tener que preocuparte más por las
intoxicaciones públicas de tu padre —dijo bruscamente.
Parpadeé. June era… diferente. Las relaciones humanas la
desconcertaban. Era mucho más feliz comentando estadísticas
deportivas que entablando conversaciones triviales, pero eso no nos
impedía a Cassidy y a mí forzarla a participar en situaciones sociales.
Además, era una Bootlegger. Aquí todo el mundo estaba acostumbrado
a sus rarezas.
—Tienes razón, June —dije. Todos los demás eran demasiado
educados para mencionar el hecho de que mi padre bebió hasta la
muerte. Pero el hecho de que tomara decisiones de mierda en su vida no
significaba que no formara parte del tejido de Bootleg. Todos tendíamos
a olvidar sus defectos cuando la persona era depositada en una caja
forrada de satén en la Iglesia de la Comunidad.
—¿Qué? —preguntó June a Cassidy, enarcando las cejas, mientras
avanzaban por la fila. Cassidy le dio una palmada en el hombro.
El viejo juez Carwell me cogió la mano con las dos suyas y miré
furtivamente a Bowie a mi derecha. Estaba abrazando a Cassidy… con
los ojos cerrados. Hice una nota mental para reírme de él más tarde. «¿Le
olías el pelo a una oficial en el funeral de tu padre, Bowie? Invita a salir
a la chica, carajo».
—Siento lo de tu padre, Scarlett —resolló el juez Carwell. El hombre
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llevaba quince años queriendo retirarse de su cargo de juez, pero el
condado de Olamette no quería oír hablar de ello. El cambio no era fácil
para Bootleg.
—Gracias, señor —dije—. Y por favor agradézcale a la señora Carwell
por el pan de maíz que envió.
El pan de maíz de Carolina Rae Carwell era famoso en cuatro
condados. Había luchado con Gibson, mi hermano mayor, por el último
trozo esta mañana. Luché lo suficientemente sucio como para ganar.
Me alegré por el sustento. Parecía que todo el mundo acudía a dar el
pésame y a cotillear lo triste que había sido la vida de Jonah Bodine y la
bendición que era que todo hubiera terminado.
La verdadera bendición habría sido que mi papá se despertara tras
otra borrachera y decidiera cambiar sus costumbres diez años atrás. En
lugar de eso, mi padre se comprometió totalmente con la idea de ser un
borracho y ahora los cuatro Bodine supervivientes estábamos al frente y
en el centro de la iglesia que no habíamos pisado desde que mamá
murió.
Sí. Era una huérfana de veintiséis años. Por suerte, tenía a mis
hermanos. Esos tres chicos melancólicos eran todo lo que necesitaba en
la vida. Bueno, ellos, una cerveza fría, una buena canción country y mi
cabaña del lago. Podía arreglármelas sin mucho más.

—Ha sido un espectáculo de mierda —murmuró Gibson, dejándose


caer en el primer banco. Se estiró y se quitó los zapatos. Carpintero y
ebanista temperamental de profesión, era alérgico a los trajes y la
quintaesencia del chico malo, alto, moreno y guapo. Con problemas de
ira. Para el resto de Bootleg, era un imbécil. Para mí, era el hermano
mayor que corría a comprarme tampones en mitad de la noche cuando
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los necesitaba.
Para su consternación, tenía el aspecto de nuestro padre. Pelo oscuro,
ojos azul hielo y esa barba que pasaba de bonita y cuidada a hombre de
montaña en dos días. Gibson era la viva imagen de Jonah Bodine y él lo
odiaba.
Jameson bajó su alto cuerpo hasta los escalones alfombrados de verde
que había delante del altar. Se tapó la cara con las manos, pero sabía que
no estaba llorando. Claro que estaba abrumado, pero era por haber
tenido que ser demasiado sociable durante demasiado tiempo.
Bowie me pasó un brazo por el hombro.
—¿Estás bien? —preguntó.
Le dediqué una sonrisa irónica.
—Sí. ¿Y tú?
—También.
El reverendo Duane nos había dado algo de privacidad antes de que
papá fuera preparado para el entierro. A ninguno nos entusiasmaba la
idea. Habíamos sobrevivido al velorio y al funeral. El entierro era
privado y era lo último que se interponía entre nosotros y un montón de
licor.
Le dediqué una mirada a mi padre. No entendía cuando la gente decía
que parecía que los muertos sólo dormían. Para mí, en el momento en
que el espíritu de Jonah Bodine abandonó su cuerpo no había nada
parecido a la vida. Había tenido ese mismo pensamiento hacía cuatro
días, cuando lo encontré muerto en la cama que él y mi madre habían
compartido durante veintidós miserables años.
De todos los Bodine, yo era la más cercana a papá. Trabajábamos
juntos. O, mejor dicho, me había hecho cargo del negocio familiar
cuando no podía mantenerse lo bastante sobrio para terminar un
trabajo. Aprendí a conducir a los doce años. Ese verano, mamá había 10
empezado a enviarme a trabajar con papá para asegurarse de que no
bebiera en el trabajo, siempre bebía, y aprendí a conducir sentada en una
pila de edredones doblados.
Ahora se había ido y no sabía cómo diablos me sentía al respecto.
—¿Sigue en pie la fogata de esta noche, Scar? —Gibson me miraba
como si supiera que no estaba del todo en el bando de «¡Ding-dong! ¡El
borracho ha muerto!»1.
—Sí, sigue en pie.
Mi cabaña, con su franja de playa frente al lago, era el lugar perfecto
para dar la bienvenida a los fines de semana y lo hacíamos con fogatas,
flotadores inflables y conciertos improvisados, Bootleg tenía su cuota de
talento musical.

1 Hace referencia a la canción «¡Ding-Dong! ¡La bruja ha muerto!» de la película El Mago de Oz.
Mientras que para mis hermanos esta sería una fiesta más, para mí
sería la despedida privada al padre al que había amado a pesar de todo.
—Así que, Bowie —dije, mirándolo. Tenía los ojos grises de mamá,
como yo, y el pelo oscuro de papá—. ¿Fue sólo mi imaginación o estabas
tratando de inhalar a Cassidy Tucker? ¿A cuántos otros vecinos
olfateaste mientras recibíamos condolencias?
Apretó la mandíbula, lo que sólo sirvió para resaltar los afilados
pómulos Bodine.
—Cállate, Scarlett.
Sonreí, mi primera sonrisa verdadera del día.
—Sólo decía.
Bowie nunca lo había admitido, pero el hombre sufría de amor no
correspondido. Hasta donde sabía, nunca había hecho nada al respecto.
Yo, en cambio, si había un tipo que me gustaba se lo hacía saber. La vida
era corta y los orgasmos eran geniales. 11
Capítulo 2
Devlin
La casa olía a galletas de azúcar y polvo. Mi abuela llevaba unas
semanas en Europa, disfrutando de unas vacaciones primaverales con
su pareja, Estelle. Cuando se enteraron de los problemas en los que me
encontraba, del caos en el que estaba sumida mi vida, ofrecieron su
confortable casa junto al lago en un pueblecito de Virginia Occidental
del que nadie había oído hablar.
Nunca había estado aquí. No con una vida en Annapolis. La Abue
venía a nuestra casa para las fiestas y eventos. Insistía en que nosotros
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éramos los ocupados, aunque todos sabíamos la verdadera razón. A mi
madre, su hija, le daba un ataque pasivo-agresivo por aventurarse en el
bosque durante cualquier periodo de tiempo.
Sin embargo, este bosque era actualmente mi única opción. La había
jodido «y» me habían jodido. Estaba desterrado, temporalmente. Ahora,
no quería hacer nada más que sentarme aquí con los ojos cerrados y
olvidar los últimos meses.
Incluyendo el momento en que le rompí la nariz a Hayden Ralston.
La violencia nunca era la respuesta, como mi padre útilmente había
señalado, pero el oscuro placer que me produjo el crujido del cartílago
de aquel imbécil sugería lo contrario. No era propio de mí, un hombre
que había sido preparado para la aprobación pública desde preescolar.
Me quedé mirando la noche a través de las puertas de la terraza. Las
había abierto con la esperanza de refrescar el aire viciado del interior,
pero lo único que había conseguido era que la música atronadora en la
casa de al lado se colara en mi soledad. Una alegre cantante de country
se estaba entrometiendo en mi angustia y no me gustaba. No había
venido aquí para escuchar lo que sonaba como una fiesta de primavera.
Vine a revolcarme.
Con un suspiro, me empujé fuera del sillón de la Abue y me dirigí a
la terraza. La puerta mosquitera protestó cuando la abrí de un empujón.
Otra cosa que añadir a mi lista de cosas que reparar. Si la Abue y Estelle
eran tan amables como para acoger a un hombre destrozado, yo también
lo era como para reparar algunas cosas que se podían arreglar. Incluido
yo mismo.
Cuando salí a la terraza, el olor de la fogata llegaba hasta el terreno a
través del bosque. Si un campesino fiestero traspasaba el límite de la
propiedad, con tan solo la punta de una bota vaquera, le daría un susto
de muerte y a sus amigos con una denuncia por allanamiento.
Seguí los sonidos ahora extraños a mis oídos a través del bosque. 13
Risas, gritos de alegría. Diversión. Inclusión. Pertenencia. Ya no sabía
cómo se sentían. Era un extraño que miraba tanto hacia mi antigua vida
como a esta rústica encrucijada. Este limbo entre antes y después.
El sendero entre las propiedades estaba muy desgastado, pero no
estaba seguro si por pisadas humanas o de animales. Cuando atravesé
el bosque, fue como cruzar la frontera hacia otro universo. Festividad.
Las parejas bailaban lentamente y reían bajo las estrellas en el jardín
delantero. Una docena más se apiñaban alrededor de la fogata que
chasqueaba y crepitaba, lanzando columnas de humo azul hacia el cielo
nocturno. El relieve de la tierra descendía gradualmente hasta las
brillantes aguas del lago. La casa, en realidad una cabaña, me recordaba
a una casa de muñecas. Pequeña y bonita.
La música cambió a un himno country que hasta yo había oído antes
y el público reaccionó como si se hubiera ganado la lotería. Alguien
subió aún más el volumen y recordé por qué estaba allí.
—¿De quién es esta casa? —pregunté a una pareja en la improvisada
pista de baile.
—Scarlett —respondió la mujer con un acento tan marcado que casi
no distinguí la palabra.
«Por supuesto, su nombre era Scarlett».
—Está por allá, sobre la camioneta. —El amigo de la «gangosa»
sacudió la barbilla barbuda en dirección a una camioneta roja que estaba
estacionada de retroceso junto al fuego. Una multitud animada rodeaba
la compuerta trasera.
La pareja volvió a balancearse de un lado a otro, frente con frente.
Aceché por la hierba en dirección al jaleo. ¿Jaleo? Parecía que el campo
ya se me estaba pegando.
Me abrí paso allá entre la multitud hasta la parte trasera de la
camioneta y me detuve en seco. Ella estaba de espaldas a mí, de cara a
la multitud. Llevaba una falda vaquera corta, una camisa de cuadros 14
anudada a la cintura y botas vaqueras. Las piernas que unían las botas
y la falda eran delgadas y tonificadas. Tenía el pelo largo, castaño y le
caía por la espalda en ondas. Era menuda, pero la curva de sus caderas
era todo menos sutil. Se veía como la fantasía de la chica de al lado de
cualquier hombre y aún no le había visto la cara.
Echó la cabeza hacia atrás y las puntas del pelo le rozaron la parte baja
de la espalda. El público vitoreó aún más fuerte.
—¡Bebe, bebe, bebe! —Escuché la aclamación con el fuerte acento.
Con una floritura, la mujer se enderezó y abrió los brazos a su adorado
público, mostrando el vaso plástico vacío de 32 onzas que llevaba en la
mano, lo dejó caer sobre la compuerta trasera de la camioneta e hizo una
reverencia, ofreciéndome una vista ensombrecida de lo corta que le
quedaba la falda.
El público la adoraba y tengo que admitir que, si no fuera un cascarón
de hombre, habría caído un poco en ese bando. Bailó un poco de boogie
con esas botas y se inclinó para chocar los cinco con todos los que
estaban alrededor de la plataforma de la camioneta. Hasta que llegó a
mí.
Tenía la boca ancha y unas cuantas pecas en el puente de la nariz
respingona, los ojos grandes y con espesas pestañas.
—Vaya, vaya. Miren quién ha salido por fin a jugar. —Su voz era tan
dulce y potente como el moonshine2 que mi abuela había traído a la cena
de Acción de Gracias.
Antes de que pudiera reaccionar, antes de que pudiera exigirle que
bajara el volumen de la maldita música y respetara a sus vecinos, me
había puesto las manos encima, en los hombros, para ser precisos. Se
preparó y saltó, sólo tuve tiempo de actuar por instinto.
La agarré por la cintura mientras saltaba de la plataforma de la
camioneta. Mis brazos reaccionaron un poco más despacio. La sostuve
en alto y nuestros ojos se encontraron. Eran grises, grandes y brillantes.
¿Se estaba riendo de mí? Despacio, despacio, la bajé hasta el suelo, su
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cuerpo rozando el mío en cada centímetro del trayecto.
Era pequeñita, un hada de los bosques de Virginia Occidental que me
llegaba al pecho.
—Ya era hora de que aparecieras.
—¿Perdón? —Conseguí encadenar dos sílabas y me felicité.
Se llevó los dedos a la boca y soltó un silbido estridente.
—Ya podemos bajar la música —gritó o vociferó o lo que fuera que
hicieran en aquel pueblo dejado de la mano de Dios.
El volumen se redujo inmediatamente casi a la mitad.

2 Licor destilado y distribuido ilegalmente durante la época de prohibición en Estados Unidos.


—¿Te conozco? —pregunté, encontrando por fin las palabras. Estaba
seguro de que era imposible que esta criatura bebedora de cerveza y yo
nos conociéramos.
Ignoró mi pregunta, me cogió de la mano y tiró de mí hacia un trío de
hieleras situadas a medio camino entre la casa y la fogata. Se agachó y
rebuscó en el hielo antes de sacar dos cervezas.
—Aquí —me empujó una—. Todo el mundo, este es Devlin
McCallister. Es el nieto de la abuelita Louisa.
—Ey, Devlin —coreaban los que rodeaban las hieleras con un acento
de los Apalaches.
Confuso, desorientado, miré la cerveza que tenía en la mano y, sin
nada mejor que hacer, le quité la tapa. Habían bajado el volumen de la
música. Misión cumplida. Debería irme.
—Vamos —dijo moviendo la cabeza hacia la multitud cerca del
fuego—. Te presentaré por ahí. 16
En este momento, no podía pensar en nada que me gustara menos que
ser sometido a presentaciones. Sólo quería arrastrarme hasta la casa de
la Abue y esconderme allí hasta que…
Era algo que debía hacer cuando actuaba como representante estatal.
Un hombre casado con una bonita casa y un plan de cinco años para
llegar a Washington. ¿Pero ahora que estaba casi divorciado, un
legislador recién caído en desgracia y de licencia? No tenía prisa por
empezar a charlar con nadie.
—Devlin, este es mi hermano Jameson —dijo, señalando con su
botella de cerveza fría a un hombre con una camiseta gris. Tenía las
manos metidas en los bolsillos y los hombros encorvados, como si a él
tampoco le gustara estar aquí.
Asentí con la cabeza y me devolvió el gesto. Me cayó bien de
inmediato.
—Y este es mi hermano Gibson —dijo, poniendo una mano sobre el
hombro de un hombre que rasgueaba tranquilamente una guitarra.
Me miró como si estuviera en una rueda de sospechosos policial y
gruñó.
«La gente era muy amable por aquí».
—Y este es mi hermano Bowie —dijo, chocando el hombro con un tipo
con una camiseta de punto de gofre que sostenía una cerveza. Los genes
familiares eran muy evidentes cuando los tres estaban cerca. Scarlett, en
cambio, tenía rasgos más finos y, a la luz del fuego, podía ver más rojo
que castaño en su largo cabello.
—Hola, Devlin. ¿Qué tal? —Bowie ofreció su mano y una rápida
sonrisa.
—Hola —repetí como un loro, aparentemente habiendo perdido la
capacidad de actuar incluso durante la más casual de las presentaciones.
Mi madre, la reina de la etiqueta social, se moriría de vergüenza si me 17
viera ahora.
—La abuelita Louisa ha pedido que todos hagamos que Devlin se
sienta como en casa —dijo Scarlett, dirigiendo a Gibson una mirada
mordaz.
Resopló.
—Lo que sea.
Scarlett le dio una palmada en la nuca.
—Haz… lo. —Lo dijo como si fueran dos palabras.
—Sí, sí —refunfuñó Gibson y volvió a su guitarra.
—Es del tipo enfadado y fuerte —dijo Scarlett a modo de disculpa—.
Jameson es del tipo artístico, que me deja en paz y Bowie quiere a todo
el mundo. ¿Verdad, Bowie? —Agitó las pestañas hacia él y la fulminó
con la mirada.
—No empieces otra vez con esas gilipolleces —dijo Bowie,
señalándola con un dedo de advertencia, pero no había enojo tras sus
palabras.
Scarlett se río y sonó como el trinar de los pájaros en una soleada
mañana de domingo. La luz de su risa encendió algo dentro de mí.
—¿Y tú eres? —Me oí decir las palabras.
Me miró de reojo.
—Soy Scarlett Bodine, por supuesto.
Alguien volvió a subir el volumen de la música y Scarlett soltó un
grito al reconocer la canción. Me hizo recordar por qué había venido.
—Te agradecería que bajaras la música —espeté.
—¿Qué? —gritó.
Me incliné hacia su espacio, evitando los brazos que lanzaba al aire al
ritmo de la música. 18
—¡Baja la música!
Se rio.
—Devlin, es viernes por la noche. ¿Qué esperabas?
Esperaba la tranquilidad sepulcral de un pueblo rural cuyos
habitantes se acuestan a las ocho mientras yo me cuido mis heridas.
Esperaba que mi mujer me fuera fiel. Diablos, esperaba que toda mi vida
fuera diferente.
—No a todo el mundo le gustan las fiestas —dije, sonando como un
viejo que echa a los niños de su jardín—. Bájala o llamo a la policía.
—Bueno, discuuulpa. No sabía que la «diversión» era «ilegal» de
donde eres —espetó Scarlett.
—Perturbar la paz es ilegal de donde somos «todos» y tú estás
«perturbando» mi paz.
—Bueno, bendito seas. ¿Quizás necesitas relajarte? —sugirió Scarlett,
batiendo las pestañas con falsa simpatía.
Ahora mismo no estaba seguro de nada, salvo de que había sido un
error venir aquí. Bootleg Springs no era un lugar para esconderse y
sanar.
—Bájale el volumen —murmuré. Me di la vuelta y me dirigí a la
santidad del bosque.
—Encantada de conocerte —me dijo. Una cosa más de la que estar
seguro. Scarlett Bodine estaba mintiendo.

19
Capítulo 3
Scarlett
Rompí el huevo y lo dejé caer en el cuenco con los demás.
—Maldita sea —murmuré y saqué un trozo de cáscara del revoltijo de
yemas. Encontré un tenedor en la gaveta que había junto al fregadero y
lo agité hasta que los huevos quedaron como una sopa.
Cogí el tocino de la sartén un segundo antes de que se convirtiera en
carbón y arrojé las lonchas a un plato donde se partieron en fragmentos
de carne para el desayuno. 20
—¿Qué demonios estás haciendo?
Devlin estaba de pie en la cocina mirándome como si fuera una
delincuente común. De acuerdo, me había metido en su casa, pero, en
mi defensa, la abuelita Louisa me lo pidió.
Le habría explicado todo eso, pero apareció vistiendo sólo un
pantalón de pijama de algodón de tiro bajo. Habría apostado mis
mejores botas a que tampoco llevaba ningún tipo de ropa interior. Con
gran desgana, aparté la mirada de lo que prometía ser un paquete
espectacular y la dejé vagar por su torso desnudo.
Chasqueó los dedos.
—¡Hola!
—Hola —respondí alegremente.
Devlin puso los ojos en blanco y apoyó las manos en sus estrechas
caderas.
—¿Qué haces en mi cocina, Scarlett?
—Te estoy haciendo el desayuno. —Tal vez el hombre no era muy
avispado por las mañanas. ¿Qué demonios iba a estar haciendo en su
cocina sosteniendo un plato con tocino?
—Quiero decir, ¿«por qué» me estás haciendo el desayuno? ¿Cómo
has entrado aquí?
Ladeé la cabeza.
—La abuelita Louisa me pidió que te cuidara y siempre deja la puerta
de abajo abierta. Entré yo sola.
—Irrumpiste en mi casa…
—La casa de la abuelita Louisa —le corregí.
—¿Entraste aquí para hacerme el desayuno?
Empezaba a desear haberle pedido un rollo de canela a domicilio y
dar por terminado el día. Obviamente no sabía el honor que era tener a 21
Scarlett Bodine cocinándole unos huevos revueltos. Los hombres
fantaseaban con este momento y él se quejaba de ello. Era literalmente
la única comida que sabía hacer. Aprendería a cocinar. Con el tiempo.
Pero por ahora, vivía de sándwiches, huevos revueltos y comida de
restaurante.
Para ser sincera, dudaba que me estuviera perdiendo de mucho y
ninguno de los hombres con los que había salido se había quejado de
que fuera mejor en el dormitorio que en la cocina.
—No puedes entrar en casa de alguien, así como así —empezó Devlin
de nuevo. Actuaba como si estuviera explicándole cuánto es dos más
dos a un niño de párvulos.
—Claro que puedo. Todos lo hacemos. Sólo somos buenos vecinos.
Será mejor que te acostumbres —dije, echando los huevos en la sartén.
—No quiero que seamos buenos vecinos. —Apretaba los dientes y
tenía un tic sexy en la mandíbula. Era incluso más guapo de lo que la
abuelita Louisa me había dicho. Me sorprendió porque no era mujer de
subestimar nada.
—Bueno, ahora no tienes muchas opciones —le dije, cogiendo una
espátula que estaba dentro de una jarra en la encimera y volteando los
huevos—. El café está listo —dije, señalando la cafetera con la cabeza—
. Quizá te sientas mejor después de tomar un poco de cafeína.
Me miró fijamente durante casi un minuto antes de acercarse al café.
«Eso» podía hacerlo con los ojos vendados y un brazo atado a mi
espalda.
—Scarlett, no quiero que entres en esta casa sin invitación —dijo tras
su primer sorbo.
Coloqué los huevos en un plato, añadí un par de tiras de tocino extra
crujiente y se lo pasé.
—Oh, sólo lo dices por decir.
—Lo estoy diciendo porque es cierto, pero también lo digo en serio. 22
No estoy aquí para hacer amigos o ser buen vecino.
—¿Entonces por qué estás aquí? —pregunté. ¿Quién en su sano juicio
vendría a Bootleg Springs en busca de soledad? Demonios,
prácticamente vamos de puerta en puerta a las casas en renta sólo para
presentarnos a nuestros nuevos amigos turistas. A Devlin le esperaba
un duro despertar.
Sonó el timbre y sonreí. Lo había instalado especialmente para la
abuelita Louisa. En vez de sonar una campana, sonaba la Quinta de
Beethoven. Siempre hacía sonreír a la abuelita Louisa y a Estelle.
—Timbre —anuncié por si era demasiado tonto para saber lo que era.
—Me lo imaginaba —dijo secamente y se dirigió a la puerta principal.
Me serví una taza de café y consulté mi agenda. Tenía media hora más
antes de salir para mi primer trabajo del día. Por fin había convencido a
Jimmy Bob para que me dejara arreglar las canaletas de The Rusty Tool.
La fachada de la ferretería llevaba unos veinte años sin repararse y
estaba harta de que me cayera agua cada vez que pasaba por delante de
la tienda de camino a la cafetería.
Después de eso, tendría que atender el mantenimiento en una de mis
propiedades. El inquilino de esta semana había conseguido
desprogramar la puerta del garaje. Luego, iría a cambiar los filtros de la
caldera del alguacil y Nadine Tucker, y a revisar su aire acondicionado
para asegurarme de que estaba todo listo para el verano. Planeaba dar
una vuelta para echar un vistazo al elevador de botes del muelle de
EmmaLeigh y Ennis. EmmaLeigh me envió un mensaje esta mañana
para decirme que se les quedó atascado en la parte superior.
Oí voces en el vestíbulo y luego la puerta se cerró.
Devlin volvió a la cocina con la mirada fija en el plato que tenía en la
mano.
Miré a través del envoltorio de plástico.
—¿Son brownies de Millie Waggle? 23
—Supongo. No entendí su nombre. No dijo mucho.
Millie vestía como una maestra de escuela dominical y cocinaba como
una pecadora amante del chocolate. Se le solía trabar un poco la lengua
con los hombres cuya puntuación en la escala superaba el cinco sobre
diez. Me hubiera gustado ver su expresión cuando el despeinado Devlin
abrió la puerta sin camisa. La pobre chica probablemente no hablaría
durante el resto del día.
Tomé un brownie y le di un mordisco.
—Hum, oh sí. Es un brownie de Waggle. Mi Dios, esa mujer es un
genio pecaminoso.
Devlin me miraba con algo ilegible en esos ojos marrones. ¿Interés?
¿Disgusto? ¿Ambos? Me divertía demasiado presionando sus botones.
—Bueno, será mejor que comas antes de que se te enfríen los huevos.
¿Qué quieres cenar? —pregunté, pestañeando.
El tic había vuelto a su mandíbula. Mi trabajo aquí está hecho.
—Yo como solo —insistió.
Sonreí a su cara gruñona y sexy como el infierno.
—Eso ya lo veremos.
Se apartó de mí y abrió de un tirón una gaveta y se desprendió el
tirador en su mano.
—Esto se está cayendo a pedazos —murmuró.
—Puedo arreglarlo —le prometí a Devlin. Sólo era un pequeño
tirador, por el amor de Dios. Actuaba como si toda la casa se derrumbara
a su alrededor.
Cogió un trozo de papel del mostrador y garabateó algo en él.
Curiosa, lo cogí de la encimera en cuanto se fue. «Puertas corredizas
no deslizan, terraza necesita nueva pintura, escaleras crujen, alfombra
es fea, lavabo de arriba gotea, tiradores de los cajones». Le di la vuelta y 24
sentí que se me levantaban las cejas.
—Bueno, definitivamente puedo ocuparme de la primera lista por ti,
pero puede que necesites ayuda profesional para la segunda. —El
reverso del papel era una lista de aparentemente todo lo que estaba mal
en la vida de Devlin McCallister. Empezando por arriba: «Me casé con
la mujer equivocada».
Me lo quitó de la mano.
—Gracias, pero no gracias. No necesito tu ayuda para nada y
definitivamente no necesito que husmees por aquí pretendiendo
arreglar cosas. Tengo una lista lo suficientemente larga como para
contratar a un reparador.
—¿Y dónde vas a encontrar uno? —pregunté, con tono irónico.
Cruzó la cocina y miró el tablero de anuncios de su abuelita. Arrancó
una tarjeta triunfalmente.
—Lo tengo cubierto —insistió.
—Están bastante ocupados en esta época del año, con el comienzo de
la temporada turística.
Obstinado, Devlin marcó.
Sonó mi teléfono en el bolsillo y lo saqué.
—Servicios de Mantenimiento Bodine. Habla Scarlett. ¿En qué puedo
ayudarle?
Devlin colgó con un gruñido.

25
Capítulo 4
Devlin
Unos dos minutos después de echar a Scarlett de casa, sonó mi
teléfono.
—¿Por qué en nombre de todos los cielos echaste a Scarlett Bodine de
mi casa? —exigió mi abuela sin preámbulos.
Estupendo. Mi vecina de al lado era una chismosa.
—Hola a ti también. ¿Cómo está Roma?
26
—No me vengas con «cómo está Roma» —dijo la Abue—. Eres mi
nieto favorito en el mundo, Devlin y sé que estás pasando por una mala
racha, pero no puedes ser grosero con nuestros vecinos.
—Abue, entró en tu casa y me sirvió huevos fríos y medio crudos. —
Los tiré a la basura y me conformé con más café. El apetito me había
abandonado hacía meses.
—Eso sólo es Scarlett siendo amigable.
—Vives en un pueblo donde el allanamiento de morada se considera
amistoso.
—¿Necesito recordarte que vives en un mundo en el que tus amigos
y tu familia te apuñalan por la espalda para llegar a lo más alto de la
cadena alimenticia?
—Creo que estás siendo un poco dramática —dije, sonriendo a mi
pesar. La Abue manifestaba abiertamente su desinterés por el mundo
político en el que nos movíamos mis padres y yo.
—Mira, quiero que seas amable con esa chica Bodine. Entiendo que
quizá no busques compañía, pero su padre acaba de morir la semana
pasada, así que te agradecería que al menos hicieras un esfuerzo por ser
educado.
Y sin más, me sentí el mayor imbécil en los Apalaches. Me hundí en
una de las sillas del comedor.
—No estaba al tanto de eso.
—Bueno, ahora sí. Hazlo mejor.
Miré la lista del mostrador.
—Sí, señora.
—Ahora, aquí está Estelle. Quiere saludarte.
La Abue me pasó a su novia.
—Hola, guapo —dijo Estelle con su voz cantarina.
—Hola, Stell. ¿Cómo va tu gira europea? —pregunté con desgana.
27
—Magnífica. Ayer estuvimos hasta el amanecer bebiendo champán
con un grupo de ancianas de Dinamarca, pero estoy preocupada por ti.
—Estelle y mi abuela habían estado juntas los últimos diez años. Había
sido una transición complicada, incluso para mis liberales padres, pero
ahora no podía imaginarme a mi abuela sin su delgada e insolente
contraparte.
—Estaré bien —mentí.
—Bootleg es un buen lugar para curarse —dijo Estelle—. Asegúrate
de hacer algo de eso y no te encierres como Henrietta VanSickle.
—Odio preguntar.
—Henrietta VanSickle vive en una cabaña en las montañas y baja al
pueblo una vez al mes por víveres. Se rumora que hizo voto de silencio
hace veinte años. Nunca lo ha roto.
O «tal vez Henrietta VanSickle estaba quemada de la vida real y sólo
quería que la dejaran en paz», pensé.
¿Un voto de silencio y una cabaña remota? Me gustó la idea lo
suficiente como para guardarla como mi Plan B oficial. No tenía Plan A
para recuperar mi vida, pero al menos sabía que ahora tenía un respaldo.
—Escucha, el autobús del tour está saliendo para el cabaret de
desnudos. Haznos un favor a tu Abue y a mí y sal de vez en cuando. Tal
vez lleva a Scarlett contigo. Nadie es más vivaz que esa chica.
Hice un ruido de evasión.
—Diviértanse en el cabaret de desnudos.
Nos despedimos y colgamos. Me quedé mirando el teléfono en la
mano y la tarjeta de visita en el mostrador.
—Llámame cuando cambies de opinión —había dicho Scarlett
alegremente mientras la sacaba a toda prisa por la puerta principal.
28
—Joder —murmuré para mis adentros.

—Hay que rehacer estos escalones —dijo Scarlett, escribiendo más


notas en su portapapeles y estudiando las escaleras de la terraza—. Y
esa ventana del final está podrida. Puedo reemplazarla para que el lugar
esté más sellado para el invierno.
Veinticuatro horas después de echarla, estaba de vuelta en casa
repasando mi lista de cosas que había que arreglar y añadiendo sus
propias ideas.
La seguí sin decir una palabra por toda la casa, preguntándome si era
tan buena en su trabajo o si había visto la oportunidad de sacarle algo
de dinero a un imbécil de afuera.
—Y, por favor, por el amor de todo lo sagrado, dime que me vas a
dejar arrancar esa alfombra rosa repollo de arriba.
Realmente era una monstruosidad.
—¿También colocas alfombras?
—Tengo un tipo, pero puedo arrancar la vieja y ahorrarte algo de
dinero. Esa alfombra y yo nos odiamos desde que se mudó tu abuelita.
—Añádelo a la lista. —Era una de las ventajas de ser socio en el bufete
familiar. Mis cheques seguían llegando, incluso después de haber
potencialmente destruido mi reputación.
Asintió enérgicamente.
La lista se hacía cada vez más larga y, llegados a este punto, quería
decir que sí a todo sólo para ver lo que esta chica podía hacer.
No se parecía a ningún reparador que conociera. De acuerdo, era una
observación sexista y totalmente no propia de mí. A pesar de llevar un 29
cinturón de herramientas y una linterna frontal, Scarlett parecía más una
profesora de arte de primaria que una empresaria en servicios de
mantenimiento. Aun así, era inquietantemente hermosa.
Estaba acostumbrado a las mujeres hermosas. Mi padre había sido
senador de los Estados Unidos y habíamos pasado la mayor parte de
nuestras vidas entre Annapolis y Washington, D.C., antes de que él se
jubilara como consultor. Allí todo el mundo era impecable, al menos por
fuera. Scarlett, por el contrario, llegó en una camioneta, con tierra en la
barbilla y aserrín y barro en las rodillas de sus jeans. Sus muy bien
ajustados jeans.
Parecía pertenecer a un póster en la pared de un adolescente con
aquellos jeans sexys y la blusa ajustada. Nunca había considerado sexys
los cinturones de herramientas, pero con las caderas oscilantes de
Scarlett estaba dispuesto a reconsiderar mi postura.
—De acuerdo —dijo Scarlett, guardándose el lápiz de contratista en el
cinturón—. Voy a hacer los números para que tengas un presupuesto
exacto, pero puedo darte una estimación ahora mismo.
Nombró una cifra que no me mareó.
—Eso es con el descuento para amigos y familiares de la abuelita
Louisa —dijo, tomando otra nota en su cuaderno.
La miré por encima del hombro. Tenía la letra de un niño de tres años
intentando averiguar si era diestro o zurdo.
—Puedes pensarlo y decírmelo —dijo, arrancando una esquina del
papel y entregándomelo.
—Hagámoslo —Decidí. Quería ver si era capaz de hacerlo todo tanto
como quería darle a mi abuela y a Estelle las gracias por dejar que me
quedara.
—De acuerdo —dijo Scarlett—. Puedo empezar en la terraza mañana
y hacer lugar para algunos de los proyectos más pequeños aquí y allá. 30
Tengo que trabajar en un techo y algunas paredes que resanar esta
semana, pero después voy a tener un poco más de tiempo.
—Suena bien —dije.
Si le sorprendió que estuviera de acuerdo, no lo demostró.
—Asombroso. Escucha, mientras estoy aquí. Voy a revisar tu tejado.
Hice algunas reparaciones el año pasado y quiero asegurarme de que no
hay nuevas tejas sueltas.
Miré hacia arriba. El tejado estaba tres pisos por encima del suelo. El
primer piso era un garaje y un sótano con salida.
—Buuueno. —No me entusiasmaba precisamente la idea de que
alguien se arrastrara tan alto del suelo.
—No tienes que subir —dijo, dándome palmaditas en el brazo como
si fuera un niño asustado—. Yo me encargo.
Se apresuró a acercarse a su camioneta y sacó la escalera extensible de
la rejilla de carga. Silbando, se la puso por encima de la cabeza y la
levantó en la parte frontal de la casa. Corrí tras ella.
—¿Quieres que te ayude con eso? —Me ofrecí.
Me lanzó una mirada divertida.
—Creo que puedo manejar una escalera de aluminio.
La apoyó contra la fachada de la casa y la extendió hasta arriba. Al
menos desde este punto sólo había dos pisos, pero aun así. Puso un pie
en el primer peldaño y balanceó la escalera hasta que se clavó en el suelo.
Scarlett trepó hasta la mitad de la escalera antes de que yo la alcanzara
para sostenerla.
—¿Estás segura de que deberías estar haciendo esto? —llamé tras ella.
Se agarró con una mano de la parte superior y se rio.
—No te preocupes, Dev. No espero que subas aquí conmigo. 31
No es que tuviera miedo a las alturas. Nunca me habían molestado.
Era que, ahora mismo, todo me aterrorizaba. Lo desconocido, diablos,
«lo conocido». Estar lejos del trabajo, de mi casa, lejos de Annapolis. Lo
único que era peor que estar lejos era la idea de volver. Me había vuelto
adverso al riesgo hasta el punto de que salir de casa me parecía una tarea
monumental. Llevaba tres días en Bootleg y aún no me había
aventurado más allá del límite de la propiedad para ir a la fiesta de
Scarlett.
Entrecerré los ojos a tiempo para ver a Scarlett subir la pierna al tejado
y desaparecer. El cielo parecía hoy más azul, el sol más nítido y esa
sensación de vacío en mis entrañas, la que se había instalado cuando
descubrí a la que era mi esposa desde hace tres años revisando nuestro
acuerdo prenupcial en la mesa del desayuno, no se sentía tan vacía. Los
últimos narcisos se mecían contra mis pernas con la brisa.
—A la mierda —murmuré en voz baja. Podía subir una maldita
escalera y sentarme en un puto tejado. Todavía tenía mis pelotas.
Johanna no se las había quedado en el divorcio.
Trepé. Claro, quizá me dolían los dedos de tanto apretar los peldaños
y puede que me temblaran un poco las rodillas, pero cuando llegué al
borde del tejado, cuando pisé con mucho cuidado la superficie cubierta
de tejas, respiré hondo y fue la primera vez en meses que no sentí que
me ahogaba.
—Lo has conseguido. —Scarlett me sonrió desde su posición en la
punta donde estaba examinando la chimenea.
—Lo hice. —Miré hacia el lago, hay una vista aún mejor aquí que en
la casa. Una extensión resplandeciente que atraía la mirada y la retenía.
Los árboles, verdes con hojas nuevas, se mecían con la brisa. El viento
parecía más fuerte aquí arriba. Me pregunté si sería tan fuerte como para
mover las nubes que se habían anclado sobre mí.
—Las reparaciones aguantaron y no veo nada nuevo de lo que tengas
32
que preocuparte —anunció Scarlett poniéndose en pie y caminando
hacia mí como si estuviera en terreno llano.
—Bien.
—No está mal, ¿verdad? —dijo, mirando las aguas.
—No está mal —repetí.
Respiró hondo y llenó sus pulmones de sol primaveral.
—Me encanta esta época del año. Todo vuelve a la vida.
Dios, esperaba que fuera verdad.
Ambos lo oímos. El traqueteo del metal y me giré para ver con horror
cómo la escalera se inclinaba hacia un lado y desaparecía.
—Ah, joder —maldijo Scarlett y trotó hasta el borde del tejado.
Corrí tras ella y la agarré del cinturón cuando se asomó por el borde.
—Jesús, Scarlett, ¿puedes no tirarte desde el tejado de mi abuela?
—Llevo subiéndome a los tejados desde los doce años —dijo,
poniendo los ojos en blanco ante mi preocupación.
—¿Y de cuántos te has caído? —pregunté.
—Seis o siete. —Se encogió de hombros, despreocupada.
La coloqué lejos del borde para mi propia tranquilidad.
—Estamos en problemas. Estamos atrapados aquí arriba. —Podía
sentir el pánico creciendo en mí y lo odiaba. Me odiaba a mí mismo. La
ansiedad que había asomado su fea e inconveniente cabeza cuando
descubrí que toda mi vida era una farsa se precipitó de nuevo,
golpeándome en el pecho con la fuerza de un puño.
—Sienta tu culo —dijo Scarlett, con voz severa. Me empujó hacia
abajo, clavé los talones en las tejas e intenté no pensar en lo alto que
estábamos. Se agachó frente a mí y me miró fijamente hasta que encontré
su mirada—. Vamos a estar bien. Tengo el teléfono en el bolsillo. ¿Bien? 33
Estaba tratando de tranquilizarme y odiaba el hecho de que fuera
necesario.
Asentí con la cabeza. Me apretó las rodillas a través de los jeans. El
contacto me ayudó.
—¿Te molestan las alturas? —preguntó, con un acento que suavizaba
sus palabras.
Sacudí la cabeza y cerré los ojos.
—La vida me molesta.
Me cogió la cara y abrí los ojos. Sus ojos grises y claros, tan cercanos a
la esterlina, estaban a escasos centímetros de mí. Sus labios, suaves y
rosados, flotaron justo fuera de mi alcance.
—Tú, Devlin McCallister, vas a estar bien.
Sonaba como una promesa o tal vez una amenaza. Me daba igual. Me
aferré a las palabras como a un salvavidas en una tormenta.
—Me voy a aferrar a tus palabras.
—Bueno, vamos a ver cómo progresa esta relación y ya veremos si
hay algo más a lo que te puedas aferrar. —Me hizo un guiño exagerado
y sentí cómo se me torcían los labios.
Scarlett me alborotó el pelo como si fuera un niño.
—Voy a llamar a mi hermano. Nos devolverá al suelo más rápido que
la gravedad.
No se separó de mí, sino que se sentó a mi lado.
—Gibs, ¿qué estás haciendo?
No pude oír su respuesta, pero imaginé que fue algo sarcástica.
—Bien, entonces tienes tiempo para ayudar a tu hermana favorita.
Estoy en el tejado de la abuelita Louisa… 34
Se detuvo y frunció el ceño.
—No me caí de este… No. No necesito una ambulancia… Jesús, Gibs,
cálmate. La escalera se cayó. Dev y yo estamos atrapados en el tejado y
tengo hambre.
Escuchó, poniendo los ojos en blanco.
—Graciasss —cantó antes de desconectar—. Sabe que es una
emergencia cuando hay hambre de por medio. Estará aquí en diez
minutos.
Capítulo 5
Scarlett
Gibson me miró gruñendo cuando mis botas tocaron el suelo.
—No me he caído de nada. Lo juro —suspiré, dándole un puñetazo
en el brazo. Olía a aserrín y pintura.
Devlin bajó detrás de mí. Parecía mucho menos verde cuando pisó
tierra firme.
—Gracias por el rescate —dijo Devlin a Gibson.
35
Mi hermano, como es un cabrón maleducado, gruñó. Le di una patada
en el tobillo.
—¡Ay! ¡Maldita sea, Scarlett! —Me dio un empujón y me reí.
—Te pido disculpas por que mi hermano sea un bastardo
malhumorado, Dev. Lo interrumpí mientras trabajaba. Le gusta tanto
como cuando lo interrumpo durmiendo.
Gibson suspiró.
—No pasa nada. Ya había terminado de pintar de todos modos.
—Gibson hace los mejores gabinetes de este lado del estado —le dije
a Devlin—. Le he estado insistiendo a tu abuelita para que le deje probar
suerte en su cocina. Creo que la estoy gastando.
—¿Necesitas algo más? —preguntó Gibson.
—Eres libre de irte —dije grandilocuentemente, despidiéndole.
Empezó a alejarse, refunfuñando sobre lo molesto que era para él,
pero sólo dio unos pasos.
—Toma. —Se sacó una barra de chocolate del bolsillo trasero y me la
tiró.
Di lo que quieras sobre Gibson Bodine, pero mi hermano tiene un
corazón de oro. Sólo que está bajo un montón de espinas y tal vez
algunas gárgolas y dragones que escupen fuego, pero está ahí, y es
mucho más grande de lo que nadie sabe.
—Gracias, Gibs —dije, desenvolviendo el chocolate. Sin decir nada
más, se subió a su camioneta y se fue. Al menos no hizo una rabieta en
la entrada de la casa de la abuelita Louisa. No era un completo
neandertal.
—Vamos a almorzar —le dije a Dev.
—¿Almorzar? —repitió.
—Ya sabes, ¿la comida entre el desayuno y la cena? 36
—Sé lo que es el almuerzo.
—Estoy pensando en el Moonshine si quieres ir.
—¿Te bebes el almuerzo?
—Es un «restaurante», sabelotodo. El mejor sándwich de pavo que he
comido. —Todavía estaba un poco pálido para mi gusto. No iba a dejar
solo a un hombre en medio de una crisis y no había nada que la comida
de Whit no pudiera arreglar.
No parecía convencido.
—¿Cuántas visitas has tenido hoy? —pregunté, jugando mi as en la
manga.
—¿Contando a tu hermano y a ti? Cuatro.
Asentí con la cabeza.
—Sienten curiosidad por ti. Si te dejas ver por el pueblo, no serás el
extraño melancólico. No sentirán la necesidad de venir a tocar el timbre
y a entregarte productos horneados si sales de casa de vez en cuando.
No parecía convencido.
—¿Estás diciendo que, si voy al pueblo, me dejarán en paz?
—No del todo, pero no tendrás tantos extraños en tu puerta.
—No lo sé, Scarlett. Tengo muchas cosas en la cabeza.
—Un hombre tiene que comer. Vamos. Yo invito. —Enganché mi
brazo con el suyo y no le di opción.
El pobre no hizo ningún aspaviento cuando lo metí en el asiento del
copiloto de mi camioneta. Ya había visto esa mirada antes. Ese pánico
conmocionado. Una vez, cuando éramos más jóvenes y mucho más
tontos, los cuatro estábamos jugando en el hielo. Jameson se había caído,
sus ojos tenían la misma mirada atónita cuando el hielo cedió bajo sus
pies. Lo habíamos sacado como una cadena humana empapada y luego 37
nos quedamos tumbados en el hielo, temblando, riendo y medio
llorando. Es lo que hacíamos cuando uno de nosotros estaba en
problemas. Por lo que parecía, Devlin no tenía una cadena humana
detrás de él.
Le di un paseo rápido por el pueblo.
—Y esas son las aguas termales. Mantienen el lago calentito y atraen
a los turistas como locos. Tenemos un par de spas en este extremo del
pueblo y ese es The Lookout. —Señalé el bar de la colina—. ¿Te contó
algo tu Abue sobre la historia de Bootleg?
—No lo hizo —dijo Devlin. Se frotó las palmas de las manos sobre los
jeans. Sus nervios seguían siendo evidentes, pero al menos empezaba a
decir frases completas.
—Bueno, Bootleg3 Springs fue el pueblo más próspero de Virginia
Occidental durante la ley seca.
—Ah, de ahí el nombre —dijo Devlin, entendiendo.
—Mi bisabuelo Jedediah Bodine fue el primero en montar un
alambique4 y su moonshine se hizo infame. Pronto, el resto del pueblo
empezó a elaborarlo y todos los jueves por la noche cargaban los botes
con licor. Siempre había un vigilante en The Lookout. Cruzaban el lago
hacia Maryland donde entregaban el aguardiente que se distribuía en
Washington y Baltimore.
Devlin hizo un ruido evasivo, pero yo seguí con mi incesante charla
mientras recorría la calle principal y señalaba más lugares de interés. El
lugar donde Jedediah llevó a la policía en una alegre persecución en auto
que acabó con la explosión de su alambique. Aquel suceso aún se celebra
anualmente con una entusiasta representación pirotécnica.
Me acerqué a la acera a media manzana del restaurante. El Moonshine
ocupaba el primer piso de un edificio de ladrillo de tres plantas. Toda la
38
manzana olía a tocino y papas fritas. Restos olfativos de los desayunos.
Llevé a Devlin al interior y me senté en mi butaca favorita, al fondo
de la cafetería. Desde allí podía ver todas las idas y venidas de mis
vecinos.
Devlin miró con escepticismo el grasiento menú que había sobre la
mesa. Yo, en cambio, no necesitaba mirar el mío. Siempre pido lo mismo.
—Hola, Scarlett —dijo Clarabell, la jefa de camareras y propietaria del
Moonshine, sacando el lápiz de su cabello rojo peinado al estilo colmena.
Ella y su marido, Whitfield, el cocinero, llevaban más de veinte años
sirviendo platos deliciosos—. ¿Cómo están?
—Estamos bien, Clarabell —dije, ignorando el hecho de que Devlin
acababa de tener un ataque de pánico en la azotea—. Gracias por los

3Bootleg en inglés significa hacer, distribuir o vender licor u otros productos ilegalmente.
4 Aparato utilizado para la destilación de líquidos mediante un proceso de evaporación por
calentamiento y posterior condensación por enfriamiento
rollos de pepperoni de la semana pasada. Fue muy considerado de tu
parte.
—De nada. Me alegro de que los disfrutaras. Ahora, ¿qué puedo hacer
por ti hoy?
—Tomaré el sándwich abierto de pavo y una Pepsi —dije, deslizando
el menú hasta el borde de la mesa.
Devlin levantó la vista del menú, con la indecisión escrita en su
atractivo rostro.
—Tomaré lo mismo que ella —dijo.
Clarabell le dedicó su característica sonrisa torcida y recogió los
menús.
—Siento lo de tu padre, Scarlett —dijo antes de marcharse detrás del
mostrador.
Fue un extraño golpe de realidad saber que una semana antes había 39
estado sentada en esta misma butaca frente a mi padre, intentando que
se le pasara la borrachera con café y papas fritas.
—Mi abuela me contó lo de tu padre —empezó Devlin—. Lo siento.
—Gracias —dije, con voz ronca. No había tenido tiempo de
acostumbrarme a la idea de vivir sin él. Cada mañana, mi primer
pensamiento era lo difícil que sería despertar a papá y prepararlo para
ir a trabajar si estaba en condiciones de acompañarme. Seguía siendo mi
primer pensamiento, pero ahora iba seguido de la constatación de que
ya no era necesario. Recordé con detalle el momento exacto y doloroso
cuando entré en su dormitorio y lo encontré frío.
Era una forma horrible de empezar cada mañana desde entonces. Pero
si me mantenía lo suficientemente ocupada, era posible huir de eso hasta
que pudiera soportar enfrentarlo sola.
—No fue una gran sorpresa —confesé—. Parecía cuestión de tiempo.
No quería empañar más la memoria de mi padre recordando todas las
veces que le falló a mi familia. No ante un hombre que nunca lo había
conocido.
—Lo siento —dijo simplemente Devlin con auténtica dulzura.
—Gracias —dije y cambié de tema—. ¿Cómo te sientes?
Clarabell volvió con nuestras bebidas y un guiño. Devlin jugueteó con
la pajilla que le dejó.
—Siento que te debo una explicación —dijo.
Observé su rostro. Aunque tenía el ceño fruncido, que se notaba a
simple vista, tenía esa mandíbula cuadrada a su favor y barba incipiente.
Me encantaba la varonil barba incipiente de las cinco de la tarde. Sus
ojos eran del color del café y atormentados. Su pelo era una mezcla de
castaño claro y rubio, y de momento sólo lo peinaba con sus dedos
nerviosos.
—No me debes nada hasta que haya hecho el trabajo —le dije. Si 40
quería mantener esta relación estrictamente profesional, era una opción.
Aunque admití que estaría un poco decepcionada.
—He estado pasando por algo últimamente —dijo—. Aunque nada
como perder a un padre.
—No juguemos a que mi dolor es peor que el tuyo —dije, dándole un
apretón en la mano antes de coger mi refresco—. El dolor es el dolor.
Hizo una mueca.
—Estuve casado. Técnicamente aún lo estoy por unas semanas al
menos.
—¿Divorcio o planeas su asesinato? —pregunté con ligereza.
La comisura de sus labios se curvó.
—Te lo haré saber.
—¿Qué ha pasado?
—Tenía la idea equivocada de que éramos compañeros. Pensaba que
estábamos construyendo algo, siguiendo el mismo camino. No me di
cuenta de que su camino implicaba follar a otra persona.
—¡Ay!
—Lo siento, ha sonado grosero —dijo con un gesto de dolor.
—¿Lo conocías? —Crecer en Bootleg daba a todos los residentes una
ventaja en los interrogatorios. Sabíamos cómo sonsacar detalles a los
incautos, independientemente de que fuera asunto nuestro o no.
Devlin dio un suspiro, sopesando cuidadosamente sus palabras.
—Sabes, creo que quizá lo conocía mejor a él que a ella. Trabajé con
él. Ambos éramos legisladores en la Cámara de Delegados de Maryland.
—¿Eran? —presioné.
—Ahora mismo estamos fuera de periodo de sesiones y estoy de
permiso para poner en orden mi vida. 41
Parecía que había mucho más en esa historia de lo que él estaba
dispuesto a soltar. Decidí ser paciente… por ahora.
—¿La confrontaste? —pregunté, apoyando la barbilla en la mano.
—No tenía sentido, no de manera satisfactoria. Ni siquiera sabía que
me estaba engañando. Tenía mis ojos puestos en una elección al Senado
dentro de unos años. Las carreras políticas se construyen con décadas
de antelación. Significaba prestar menos atención al presente. Quizá
debí prestar más atención.
—¿Sabía sobre tus objetivos profesionales? —le pregunté.
—Por supuesto.
—Entonces es su maldita culpa, Dev, no la tuya.
—Podría haberlo intentado más, haber estado más disponible…
—Sí y ella podría «no» haberse metido la polla de otro —dije sin
rodeos—. No busques razones por las que ella tiene razón y tú no. No la
obligaste a follarse a otro. Así que deja de perder el tiempo diciendo «y
si esto» y «y si lo otro». Es una pérdida de tiempo y energía y no va a
hacer que te sientas mejor.
Devlin parpadeó ante mi brusquedad.
—Te vas a arrepentir de no haberla confrontado —predije.
—Si te pregunto algo, ¿me darás una respuesta directa?
—Claro.
—¿Qué es un rollo de pepperoni?
—¿Lo dices en serio? —Me quedé boquiabierta—. Jesús, María y José.
¡Clarabell, tráele a este hombre un rollo de pepperoni inmediatamente!

42
Capítulo 6
Devlin
Los pocos bocados del rollo de pepperoni que me comí después del
sándwich abierto de pavo caliente que ocupaba todo el plato, estaban de
verdad deliciosos. Hacía un par de meses que no tenía apetito ni
motivación para ir al gimnasio. En consecuencia, mi fuerza y mi energía
estaban disminuyendo. Mi físico, antaño motivo de orgullo, se había
marchitado ante el espejo.
Tal vez un rollo de pepperoni o dos serían mi camino de vuelta al
gimnasio, de vuelta a la vida.
43
Scarlett me dio una palmada en la mano cuando busqué mi billetera.
Pagó en la caja y charló con Clarabell sobre un partido de softball que
parecía más bien una competición de beber.
Clarabell me guiñó un ojo y sacudió el dedo antes de recorrer la fila
de butacas.
Me acerqué a la puerta y la sujeté para Scarlett, pero ella se detuvo en
el tablero de anuncios de la comunidad. Tocó con las yemas de los dedos
el nombre en un cartel de persona desaparecida. Por su aspecto, el cartel
era viejo.
—¿Quién es? —pregunté, mirando fijamente la foto en blanco y negro
de una adolescente.
La bonita boca de Scarlett se abrió en una O perfecta.
—¿La abuelita Louisa no te lo dijo?
—¿Decirme qué?
Se escabulló por la puerta y me arrastró con ella.
—Hay dos cosas por las que Bootleg es famoso —dijo, volviendo al
modo guía turística—. El contrabando y la desaparición de Callie
Kendall.
Fruncí el ceño. El nombre me sonaba. Vagamente.
—La familia de Callie veraneaba aquí. Sus padres aún lo hacen. Callie
desapareció aquí en Bootleg hace doce años este verano.
—¿Secuestro? ¿Asesinato?
Scarlett me tapó la boca con una mano y miró por encima del hombro.
—Cállate ahora, a menos que quieras entrar en un debate de una hora
sobre todas las teorías conspirativas que tienen los Bootleggers.
Volvimos a su camioneta y noté la marcada diferencia entre llegar a
la cafetería y salir de ella. Me sentí más estable. Más conectado. 44
Interesado. Sólo escuchar a Scarlett fue como una conexión salvavidas
con los vivos.
Tenía tanta energía. Era difícil permanecer entumecido a su lado. A
pesar de que su padre había muerto hacía una semana, era ella quien me
consolaba.
—Entonces, ¿qué le pasó a Callie? —Sentía curiosidad por la historia,
pero si he de ser sincero, sólo quería que Scarlett siguiera hablando.
—Bueno, nadie lo sabe con seguridad. Fue un día cualquiera de
verano. Estuvimos en el lago hasta que oscureció, todo el mundo se
dispersó para ir a casa a cenar y ella nunca llegó. En algún lugar entre el
lago y los manantiales, desapareció. —Scarlett se detuvo en la calle y
rodeó la manzana. La calle estaba flanqueada por ordenados edificios
de ladrillo con coloridas fachadas y graciosos nombres en las
señalizaciones de las calles.
—¿La conocías? —le pregunté.
—Claro. Era dos años mayor que yo y quería ser como ella. Siempre
tan inteligente y divertida. Usaba ropa genial y yo sólo era… bueno, yo.
Tenía la sensación de que nadie más en el planeta pensaría en Scarlett
en esos términos en ningún momento de su vida. «Sólo yo» no le hacía
justicia.
—¿Y nadie la encontró? ¿Hubo algún sospechoso?
Scarlett se encogió de hombros.
—La policía local habló con casi todos los adultos del pueblo para
cotejar su paradero y demás. Los padres de Callie dijeron que sufría
depresión, algunos problemas mentales. Creo que pensaron que había
decidido irse y se había escapado o…
Scarlett arrugó la nariz y miró por el parabrisas.
—Suicidado —completé por ella.
—Sí. 45
—¿Qué crees que sucedió?
Scarlett se rio.
—Todo el mundo tiene sus teorías. Está la teoría de «asesinada por un
vagabundo». Luego están las teorías de «se escapó con un chico».
Algunos creen que fue por motivos políticos. Su padre es juez, así que
creen que uno de sus rivales se la llevó. La mayoría está de acuerdo con
sus padres.
—Pero… ¿tú no? —adiviné.
Scarlett negó con la cabeza.
—Puede que sea un poco de adoración hacia mi heroína lo que tiñe
mis recuerdos, pero Callie era una persona estable. Empática, atenta. No
era de las que se van sin más. Nunca vi ningún signo de trastorno
mental. Tal vez algo de ansiedad, un poco de miedo, pero nada que fuera
una bandera roja para mí.
—¿Crees que está muerta?
Scarlett se mordió el labio inferior.
—No quiero creerlo. Me gustaría pensar que se escapó para unirse al
circo o hacer películas o algo así, pero ha pasado tanto tiempo y no se
sabe nada. No sé qué otra respuesta hay.
—Doce años y todavía tienen los carteles colgados —observé.
Scarlett me sonrió.
—Aquí nos cuesta olvidar el pasado. Además, queremos que los
padres de Callie sepan que nunca la olvidamos. Puede que sólo
veraneen aquí, pero eso no significa que no formen parte de la familia
Bootleg.
—¿Lealtad o incapacidad para seguir adelante? —pregunté.
—Un poco de ambas cosas. Lo cierto es que era una buena chica de
buena familia que desapareció y si pienso demasiado en el hecho de que 46
nunca sabré la respuesta, me vuelvo loca y empiezo a inventar
explicaciones descabelladas. No sé si Callie está viva o no, pero me gusta
imaginarla viva y pasándosela muy bien.
—¿Qué creen tus hermanos que le pasó?
—Gibson cree que fue asesinada y arrojada al lago, pero él es una Suzy
Sunshine5. No sé qué piensan Bowie y Jame. Bowie siempre quiere creer
lo mejor de la gente y nadie sabe nunca lo que piensa Jameson.
—Apuesto a que la gente suele saber lo que piensas —bromeé.
—No le veo mucho sentido a quedarme sentada manteniendo la boca
cerrada. La vida es demasiado corta. —Se calló inmediatamente como si
el recordatorio fuera dirigido a ella misma. La vida de su padre había
sido demasiado corta.

5 Modismo americano que describe a una chica alegre y optimista.


Me acerqué al apoyabrazos y le apreté el brazo. Era tan pequeña que
aún me sorprendía. Parecía que una personalidad así necesitaría un
contenedor más grande.
—Gracias por todo lo de hoy, Scarlett.
Se animó.
—Sólo estoy siendo una vecina amable.
Bajé la mano, pero ella se inclinó y me apretó la rodilla.
—Vas a estar bien, Dev. Bootleg te curará y ni siquiera recordarás el
nombre de esa estúpida exesposa para cuando terminemos contigo.
—Siento que me estás amenazando con emborracharme hasta que
pierda el conocimiento.
—Bueno, «estás» en el hogar del mejor moonshine del estado. Tengo
la receta de mi bisabuelito y puede que esté dispuesta a dejar un tarro
para un vecino que necesite olvidar. 47
—Eso no me dejará ciego, ¿verdad?
Resopló.
—Eso sólo pasó con las primeras tandas. Mi bisabuelito también se
lamentaba mucho por ello.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—Un poquito.
Capítulo 7
Devlin
Mi amable vecina se presentó en mi terraza el sábado a las dos en
punto, golpeando a la puerta y aplastando la frente contra el cristal. La
había visto mucho esta semana. Había abordado el trabajo en su lista
con gusto, me hacía tiempo en torno a otros proyectos de trabajo. Me
habría sentido halagado de que les diera prioridad a mis reparaciones,
pero sabía que Scarlett Bodine estaba cuidando de mí.
—Estoy bien, mamá —dije al teléfono por sexta vez mientras abría la
puerta para Scarlett.
48
—Tu padre y yo sólo queremos asegurarnos de que te mantengas
enfocado.
Los McCallister no eran nada sino enfocados. Cuando estaba en
tercero, ya sabía que seguiría los pasos de mi padre en la política. Nunca
me molesté en preguntarme si era lo que quería.
—Estoy bien. Estoy enfocado.
Scarlett entró y bailó sobre las puntas de los pies.
—Bien porque vamos a tener que trabajar para amortiguar la prensa
negativa antes de que empiece el periodo de sesiones del año que viene
y es año de elecciones. Espero que esto no nos haya hecho retroceder
demasiado.
Podía oír el tintineo de la vajilla mientras dejaba su capuchino de la
tarde en el plato. Mi madre era la perfecta esposa de un político. Una
voluntaria de toda la vida, la anfitriona perfecta, una mariposa social
natural. Era la compañera perfecta para la carrera de mi padre. Pensé
que había hecho la misma elección en Johanna.
—Estoy dispuesto a trabajar en ello —prometí.
—Me alegra oírlo. Por ahora, creemos que es mejor que te mantengas
fuera del radar de todos durante unas semanas más. Esperemos que
alguien más les dé algo de qué hablar este verano.
Scarlett saltaba de un pie a otro como un niño, en la mañana de
Navidad, ante un montón de regalos sin abrir.
—Estoy seguro de que surgirá algún escándalo —le respondí a mi
madre.
—Sólo evita que sea tuyo. Si tú y Johanna no pueden resolver esto,
tendrás que asegurarte de que todos sepan que es una separación
amistosa.
No había ninguna posibilidad de que lo resolviéramos y tampoco de
que el divorcio fuera amistoso, pero no creía que fuera el momento de 49
explicárselo a mi madre.
—Tengo que irme mamá. Mi vecina está aquí.
—¡Uf!, sólo puedo imaginarla. ¿Usan overoles?
Mi madre odiaba que a su madre le encantara Bootleg. Mi abuela
invitó a mamá a Bootleg cuando se mudó aquí y tras un fin de semana
en el pueblo mi madre juró no volver jamás. «Esa gente come animales
atropellados» insistía en las cenas cuando era oportuno pintar a su
madre como una excéntrica encantadora.
—Te llamo luego, mamá —dije secamente.
Colgué y tiré el teléfono sobre la mesita.
—¿Por qué estás bailando por mi salón? —pregunté, sorprendido de
que en realidad deseaba saber el motivo.
—¡Coge unas chanclas y vámonos!
Miré hacia abajo. Iba vestido con pantalones cortos y camiseta sin
mangas. El tiempo había mejorado considerablemente, llegando a los
veinticuatro grados Celsius. Con la ayuda del sol y el zumbido de la vida
primaveral, había trotado un kilómetro y medio y conseguido hacer
unas cuantas series de flexiones y abdominales. Un pequeño paso
adelante, pero desde luego no era el atuendo con el que solía salir de
casa.
—No tengo chanclas.
Me miró como si acabara de confesar que odiaba a los bebés.
—Bien. Zapatillas viejas entonces.
—Tampoco tengo.
—Eres un hombre desfavorecido, Dev. Los pies descalzos están bien,
pero no te quejes del barro. —Empezó a arrastrarme hacia la puerta.
Clavé los talones en la alfombra del salón.
50
—¿Adónde vamos? —pregunté.
Scarlett tenía la interesante costumbre de arrastrarme adonde no
quería ir.
—Fiesta en la cubierta. Es el día perfecto para hacerla. Tengo una
hielera con sándwiches, cervezas, agua y no voy a aceptar un no por
respuesta. Así que mueve tu bonito culo.
No sabía muy bien por dónde empezar. ¿Qué era una fiesta en la
cubierta? ¿Y de verdad pensaba que tenía un bonito culo? ¿O se refería
más bien a una declaración del paquete completo? Porque me sentía tan
lejos de mi yo normal como nunca.
—Deja de darle vueltas y ven conmigo —ordenó.
Cogí mi teléfono de la mesa.
—Bien, pero si esto resulta ser una especie de iniciación de Bootleg en
la que me llevas a volcar vacas y me dejas en medio de un campo de
maíz, voy a buscar a otro contratista.
Puso los ojos en blanco y esta vez, cuando me jaló de la mano, dejé
que me arrastrara hacia la puerta.
—A) No existe tal cosa como voltear vacas. Mito urbano. B) Si te dejara
en un campo de maíz, ahora mismo, estarías bien ya que no llega a la
altura de la rodilla hasta el 4 de julio.
Me cogió de la mano y tiró de mí por el bosque en dirección a su casa.
Intenté recordar a la última mujer que me había cogido de la mano con
tanta libertad. Salir con Johanna había sido más como una entrevista de
trabajo. Ambos teníamos objetivos concretos. Yo buscaba la compañera
adecuada para mi carrera. Ella buscaba un marido que le proporcionara
seguridad económica y la posibilidad de seguir con su voluntariado.
Mirando hacia atrás parecía un poco… arcaico. ¿Estéril?
Scarlett me miró por encima del hombro y sonrió, y sentí… algo.
51
Me sonrió y me sentí… alto, interesante, conmovido. No estaba en
condiciones de tener una aventura de primavera o verano. Pero esta
chica de cabello castaño, burbujeante, con un dulce acento sureño estaba
empezando a pintar imágenes en mi cabeza.
Nos alejamos de su casa y bajamos por el muelle de madera sobre las
oscuras aguas del lago.
—¿Quién está listo para la fiesta? —cacareó Scarlett.
El final del muelle estalló en gritos y alaridos. Era una cubierta flotante
de 16 metros cuadrados con un motor fuera de borda, barandillas con
portavasos incorporados y sillas plegables. Allí estaban sus hermanos,
los tres, y dos mujeres cercanas a la edad de Scarlett.
—Cass, este es mi amigo Devlin. Dev, esta es mi mejor amiga Cassidy.
Es oficial del alguacil aquí en Bootleg.
Cassidy me miró por encima de sus gafas de sol y me saludó con la
mano. Llevaba el pelo rubio obscuro cortado a capas cortas. Sus ojos
verdes me miraron con picardía.
—Un placer —dije.
Cassidy enarcó una ceja.
—Bueno, es mucho más educado que tu último «amigo» —dijo
Cassidy.
Scarlett le mostro el dedo del medio y continuó alegremente con sus
presentaciones.
—Esta alta y esbelta de aquí es June, la hermana de Cassidy. June, él
es Devlin.
June era alta y tenía el pelo lacio como un palo, un tono o dos más
oscuro que el de su hermana. Ambas tenían la misma nariz respingona.
—¿Están teniendo relaciones sexuales? —preguntó June. Su rostro 52
permaneció impasible, como si en realidad no le importara si lo
hacíamos o no, sino que se limitaba a entablar una conversación trivial.
Me aclaré la garganta.
—No. No lo hacemos. —Noté que los hermanos Bodine se relajaban
visiblemente y me di cuenta de que podría haber evitado por los pelos
un altercado físico.
—Ya estamos todos —anunció Scarlett, sin inmutarse lo más mínimo
por la pregunta sobre el sexo o por el hecho de que sus hermanos
parecían dispuestos a matarme a golpes y arrojar mi cuerpo al lago—.
Vamos a soltar amarras.
Bowie encendió el motor mientras Cassidy desataba los cabos.
Jameson empujó la cubierta para alejarla del muelle de Scarlett y nos
pusimos en marcha. June preparó una lista de reproducción y del
altavoz que estaba en la barandilla salió algo country y alegre.
—¿Qué te parece? —preguntó Scarlett, colocándose un sombrero
vaquero de paja sobre el pelo oscuro. Parecía la portada de un disco
country con sus pantalones cortos, deshilachados y su camiseta blanca
de «Yo corazón a América». Sus chanclas azules dejaban ver las uñas
rosas de sus pies. ¿Y eso que estaba viendo era un atisbo de bikini rojo?
Que Dios me ayude, lo era. Y yo estaba atrapado en una pequeña barca
con sus tres hermanos.
No me pareció que fuera un buen momento para compartir
exactamente lo que pensaba. En lugar de eso, dije lo obvio.
—Tu cubierta está flotando.
—Hay un banco de arena en medio del lago. En los días cálidos, todo
el mundo se dirige allí.
—¿Para hacer qué?
Me miró desde debajo del ala de su sombrero como si sintiera lástima
por mí. 53
—Para divertirnos, Dev. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste algo
de eso? —Puso una palma contra mi pecho y aunque me gustó «mucho»
cómo se sentía allí, oí a Gibson aclararse la garganta.
Mensaje recibido.
Di un paso atrás y Jameson me puso una cerveza fría en el pecho.
—Tal vez esto te ayude a refrescarte.
—Gracias —dije débilmente.
Navegamos alrededor de las rocas que sobresalían del lago y salimos
a aguas abiertas. Geográficamente, el lago era enorme. Apenas podía
distinguir la orilla opuesta que, si las historias de Scarlett eran ciertas,
era Maryland. Nos alejábamos del pueblo y me di cuenta de que las
casas a orillas del lago eran cada vez más escasas, sustituidas por
salientes rocosos y espesos pinares. No había mucha civilización en este
extremo del lago y si hubiera estado solo, podría haberlo disfrutado.
No debería haber venido. No estaba preparado para socializar y
menos con una cultura totalmente distinta.
Alguien detrás de mí silbó. En el centro del lago había una larga franja
de arena y media docena de cubiertas flotantes. Había pasado días de
verano en el Potomac sobre la cubierta de un velero, pero nunca había
visto nada parecido.
Con la pericia de un capitán de barco, Scarlett nos condujo hasta el
banco de arena, varando suavemente la cubierta. Gibson abrió una
sección de la barandilla y la ató a la cubierta vecina, atándonos a ellas y
creando un portal.
Se intercambiaron saludos, se sincronizaron emisoras de música y se
lanzaron flotadores inflables a las oscuras aguas del lago.
—¿No hace un poco de frío para eso? —le pregunté a Scarlett.
—Aguas termales, ¿recuerdas? —Se inclinó y cogió un puñado de
agua, salpicándome en la cara. No era el baño helado que había previsto. 54
Se rio y me limpié la cara con el dobladillo de la camiseta. ¿Era mi
imaginación o su mirada se había clavado en mis abdominales? Me hizo
desear no haber dejado de hacer ejercicio. Hace unos meses, habría
tenido algo que mirar.
Volví a ponerme la camiseta en su sitio y me dedicó una sonrisa
amistosa.
—Ahora siéntate y diviértete —dijo y se dirigió a la cubierta contigua.
En nuestra flotilla, había veinteañeros tomando cervezas, padres
protegiendo del sol a sus hijos e incluso una cubierta llena de ancianos
con sombreros de ala ancha jugando al Bunco.
Me senté en el borde de la cubierta con los pies descalzos en el agua y
me pregunté cómo mi vida se había parado en seco y me había dejado
aquí y por qué no estaba más contrariado.
—¡Concurso de piruetas! —gritó alguien.
La población de Bootleg representada en el lago vitoreó y comenzó el
cántico.
—¡Piruetas! ¡Piruetas! ¡Piruetas!
Los hermanos Bodine compartieron una mirada y se levantaron al
unísono. Estallaron las ovaciones.
—Vas a tener que moverte hacia atrás para hacer contrapeso —dijo
June, apareciendo junto a mi codo. June, Cassidy y yo nos alineamos en
el borde de la cubierta más cercana al banco de arena mientras los
hermanos hacían ademán de quitarse las camisetas y estirarse.
—¡Espérenme, todos! —Scarlett se acercó desde la cubierta de al lado.
Se quitó la camiseta de tirantes y juro que me quedé sordo durante un
segundo o dos. Había visto a la gente moverse en cámara lenta en las
películas, pero nunca lo había experimentado en la vida real. Se quitó
los pantalones cortos y me dieron de lleno en el pecho. Con una sonrisa,
se puso delante de mí con un bikini rojo cereza que dejaba muy claro lo
sexy que era.
55
Cuando siguió a sus hermanos y se subió a la barandilla superior de
la cubierta, sentí que se me paraba el corazón.
Los nadadores en sus flotadores inflables salieron del agua.
—¡Vamos, chicos Bodine!
—¡Sacudan las plumas de sus colas!
No sabía lo que eso significaba, pero seguro que no estaba preparado
para lo que ocurrió a continuación.
Empezando por Bowie a la derecha, dieron la espalda al lago uno a
uno y ejecutaron perfectas volteretas hacia atrás en el agua.
—Santa mier…
Ni siquiera alcancé a pronunciar las palabras cuando Scarlett saltó,
metiendo las rodillas contra el pecho y girando hacia atrás.
—¡Guau! —Cassidy chilló en mi oído.
—Excelente forma —comentó June.
Salieron a la superficie, de uno en uno, con un parecido familiar
evidente en sus sonrisas de oreja a oreja. Scarlett dio vueltas en el agua
y salpicó a Gibson. Él la sumergió y nadó hasta un flotador vacío.
—Dame agua, McCallister —ordenó Gibson.
Todavía atónito por el cuerpo enérgico y la gimnasia de precisión de
Scarlett, rebusqué en la hielera y le lancé una botella de agua.
Scarlett subió a bordo y cogió la toalla que Cassidy le arrojó.
—¿Cómo está el agua, atrevida? —preguntó Cassidy.
—Más caliente que el aire —dijo Scarlett, doblándose por la cintura y
poniendo la cabeza hacia abajo para secarse el pelo con una toalla. ¿Era
el único que le miraba el culo en aquel pequeño trozo de tela?
Un rápido vistazo a las cubiertas cercanas me dijo que no era el único. 56
Todos los hombres que no eran parientes de Scarlett disfrutaban
ávidamente de la vista.
Me acerqué a ella, bloqueando la vista de los demás, y le di una
cerveza.
—Gracias, Dev. Quédate por aquí el tiempo suficiente y te tendremos
haciendo piruetas en poco tiempo.
No podría imaginar nada menos probable.
Capítulo 8
Scarlett
El sol se ocultaba en el horizonte y proyectaba un resplandor rosado
y anaranjado sobre la superficie del lago. Las sombras se alargaban, las
hieleras se vaciaban poco a poco y la música sonaba de fondo mientras
escuchábamos a los grillos y las ranas en los árboles. Me apoyé en la
barandilla disfrutando del calor que desprendía el cuerpo de Devlin a
mi lado. Hoy se había relajado, sonreía, reía y charlaba.
Misty Lynn Prosser hacía todo lo posible por llamar la atención de
Gibson mientras rebotaba en el regazo de su intermitente follamigo
57
Rhett. Misty Lynn tenía la desgracia de ser la persona que más odiaba
en este mundo. Se había portado mal con Gibson cuando él estaba
deprimido, justo después de la muerte de nuestra madre. Lo engañó y
se rio en su cara cuando él se lo reprochó. Gibson no golpeaba a las
mujeres, pero yo sí.
Su nariz seguía torcida hacia la derecha, casi imperceptiblemente,
debido a mi puño. La justicia al estilo Bootleg era rápida y brutal cuando
era necesario.
Todavía la odiaba hasta el infinito y de vuelta, pero esto era Bootleg.
Así que Misty Lynn aparecía en cada fiesta, en cada fogata, en cada
partido de softball como el resto de nosotros y mientras se la chupaba a
Rhett en el parqueo del Shop'n Buy, yo sabía que aún deseaba ser la chica
de Gibson.
Devlin se movió a mi lado y empujó mi hombro con el suyo. Apuntó
con su botella de agua hacia el sol que por fin desaparecía tras los
árboles. Sonreí.
Había discutido de béisbol con June durante casi una hora y le había
echado a mi bikini algo más que una mirada pasajera. Me gustaba ver
ese calor en sus ojos marrones como el whiskey. Ese lento deshielo en su
interior. Aún había vida en él. Sólo necesitaba que se lo recordaran.
Caía el crepúsculo, era mi momento favorito del día. Claro que el
amanecer tenía su mérito y la puesta de sol tampoco se quedaba atrás,
pero el atardecer era cuando el mundo se quedaba en silencio. El
atardecer era cuando papá hacía bailar a mamá un improvisado baile
two step6 en la cocina los días buenos, cuando la cena estaba lista y
sonaba la canción adecuada en la radio. Al anochecer me sentaba en el
porche y me recordaba lo afortunada que era. Todos los días
aprovechaba ese momento para contar mis bendiciones.
Tenía una casa que me encantaba, una camioneta que arrancaba cada 58
mañana sin falta, un negocio que me hacía indispensable y tenía a mis
hermanos. ¿Qué más podía desear?
Además de tal vez alguien como Devlin con quien tontear. Lo miré de
reojo mientras charlaba con Bowie y Ennis, el marido de EmmaLeigh.
Había algo allí que me hacía vibrar la sangre. Claro, era un placer
mirarlo, pero había algo más. Varias cosas. Estaba pasando por una mala
racha y me encantaba alguien que necesitaba un poco más de amor, pero
la forma en que me miraba era muy diferente de la forma en que lo
hacían los demás hombres del pueblo. Era imposible ser sexy y
misteriosa con un tipo que te había desafiado a comer pasta en el jardín
infantil.
Pero Devlin no me conocía como la hermana pequeña de Jameson o
la hija de Jonah. Me miraba como si fuera una «mujer» y me gustaba.

6 Movimiento de baile de música country.


En ese momento sonó la canción adecuada y alguien subió el
volumen. Los que tenían energía suficiente se lanzaron descalzos a
bailar el boogie vaquero.
—¿Qué está pasando? —me preguntó Devlin al oído mientras la
cubierta se balanceaba con el movimiento.
Se me erizó la piel en mil sitios distintos con él tan cerca.
—Es un baile en línea y probablemente deberíamos movernos…
Era demasiado tarde. El brazo entusiasta de Rocky Tobias me empujó
en el centro del pecho y sentí que me caía. Unos brazos fuertes me
rodearon, pero la gravedad tenía otros planes. Caímos al agua con un
chapoteo y salí riendo. Devlin salió a la superficie a mi lado escupiendo
agua del lago.
—¿Estás bien? —preguntó, sus manos buscaban heridas en mis
brazos.
Mi camiseta flotaba alrededor de mi cintura, dejando mis bragas del 59
bikini como la única barrera para él.
Le rodeé el cuello con los brazos. El agua era profunda en este lado
del banco de arena. Se quedó inmóvil un momento por mi contacto y se
sumergió. Volvió a salir escupiendo.
Apenas podía ver su cara delante de mí en la oscuridad.
—¿Qué estás haciendo, Scarlett? —preguntó bruscamente.
—Intentando algo —le dije. Rodeé su cintura con mis piernas y dejé
que él nos mantuviera a flote. El agua estaba tibia y la oscuridad nos
hacía a los dos más valientes que de costumbre.
Me incliné hacia él y apreté mi húmeda boca contra la suya,
anticipando ese agradable cosquilleo que siempre sentía al besar a un
hombre nuevo.
Pero lo que me golpeó no fue solo un cosquilleo. Devlin vaciló durante
medio segundo y luego me saboreó como si fuera un bufé de postres y
él un hombre hambriento. Su boca estaba dura, golpeando la mía, y
cuando abrí la boca para susurrar «guau» entró en ella como si fuera
suya. Su lengua era fuerte, segura y «hambrienta».
Me pegué a él y sentí cómo se ponía duro. Para mí, «eso» era poder.
Devlin pataleó con las piernas para evitar que nos sumergiéramos y yo
me retorcí contra su erección, preguntándome qué podríamos hacer bajo
el agua.
Se alimentó de mí con una crudeza insospechada que hizo que mi
mente se quedara en blanco. Todo lo que podía hacer era sentir. Sólo
había pensado en tentarlo, provocarlo para que respondiera, pero esto
era algo que no había esperado. Había despertado al dragón, ahora iba
a consumirme y simplemente flotaba feliz hacia mi perdición.
La mano de Devlin subió por mi espalda, sujetó un puñado de mi pelo
y me echó la cabeza hacia atrás. Me besó la mandíbula y el cuello. Me
mordió el tirante de la parte superior del bikini y jadeé de asombro ante
la necesidad que se había disparado hasta la línea roja. 60
No me había imaginado el poder de su necesidad y lo
sorprendentemente hermosa que era. ¿Ser tomada por él, desesperada y
hambrienta? «Oh demonios, claro que sí».
Quería que me tocara en todas partes. Quería que me marcara en este
lago que amaba. Que me tomara en la oscuridad como si fuéramos dos
criaturas nocturnas. Quería pertenecerle aquí mismo, en el agua.
—¿Ya terminaron de manosearse? —preguntó Cassidy desde la
cubierta.
Estábamos en el punto de mira de la linterna de alguien y había
bastante público reunido en las cubiertas para observarnos.
Las manos de Devlin se flexionaron en mi cintura, justo debajo de mis
pechos.
—Continuará —le susurré al oído.
—Sube a la maldita cubierta, Scarlett —gruñó Gibson.
Nadé de vuelta a cubierta y una mano fuerte me agarró del brazo y
me subió a bordo.
—Cuidado —me advirtió Bowie—. No lo conoces.
—Ya le conozco bastante —respondí, sintiéndome agitada. Era difícil
pasar de revolucionar a frenar a fondo.
Mis hermanos cerraron filas a mi alrededor y dejaron que Cassidy y
June subieran a Devlin a bordo.
—Creo que es hora de dar por terminada la noche —anunció Bowie.
—Todos son un asco —dije.
—Tienes que dejarte de tonterías y encontrar a un buen tipo con el que
puedas sentar cabeza —anunció Gibson—. Alguien a quien podamos
moler a palos, si es necesario.
—Cállate, Gibs. No voy a sentar cabeza hasta…
—Los treinta —intervino—. Sí, sí. Le hiciste una promesa a mamá. Lo 61
entiendo. No quería que cometieras los mismos errores que ella. —Lo
dijo como si lo hubiera oído todo un millón de veces antes.
—No los veo a todos corriendo por el pasillo de una iglesia. ¿Verdad?
—Eso es diferente —dijo Jameson, ofreciendo su opinión, algo poco
común.
—Si uno de ustedes, imbéciles, dice «porque yo tengo polla y tú tienes
vagina», juro por Cristo todopoderoso que los asesinaré y nunca
encontrarán sus cuerpos.
—Danos un respiro, Scar —intervino Bowie.
—No. Todos ustedes necesitan darme un respiro. Ustedes me criaron.
Es culpa suya. Así que háganse cargo.
Me abrí paso entre ellos. Pero en lugar de dirigirme al lado de Devlin,
lo que lo convertiría en un objetivo instantáneo, me quedé en la única
esquina desocupada de la cubierta y tramé el asesinato de mis
hermanos.
Eran sobreprotectores, sin duda, pero si fuera un hombre no habrían
tenido ningún problema con que jugara en el agua con alguien, pero no.
Porque tenía una vagina, pensaban que podían dictar mi vida sexual. Ya
no era lindo. No como cuando fui al baile de graduación y se alinearon
en el porche y miraron a Freddy Sleeth hasta que corrió de vuelta al auto
o cuando me rompió el corazón Wade Zirkel el último año. Gibson había
metido a ese chico en el maletero de su auto y condujo durante una hora
antes de dejar que Jameson y Bowie le dieran un golpe cada uno.
Aún no les había contado que me había acostado accidentalmente con
Wade unas cuantas veces a finales del invierno pasado y que no había
acabado bien. Él había coqueteado con Zadie Rummerfield en The
Lookout mientras yo jugaba al billar. Le tiré una jarra de cerveza por la
cabeza y pinché una de las llantas de su camioneta al salir.
Todavía tenía algunas de mis cosas en su apartamento y contra viento 62
y marea, iba a recuperarlas.
—¿Estás bien, nena? —preguntó Cassidy, dándome una toalla.
—Simplemente genial con tres misóginos imbéciles como hermanos.
—Me aseguré de que el comentario fuera lo suficientemente alto para
que todos lo oyeran.
—Te quieren —me recordó Cassidy innecesariamente.
—Eso no les da excusa para avergonzarme —dije, bajando la voz.
—No intentan avergonzarte. Intentan protegerte.
—Soy una adulta.
—¿De verdad una adulta se pone a follar en un lago, entre el agua, a
un desconocido delante de sus hermanos?
Saqué la mandíbula.
—Cuidado, Cass. Casi suena como si estuvieras de su lado.
—Siempre estoy de tu lado, Scarlett. Pero llega un momento en que
todos tenemos que madurar.
Maldita sea la oficial pragmática que es mi mejor amiga. A veces tenía
la clara sensación de que Cassidy se había ido y había crecido sin mí,
dejándome, su mejor amiga en el mundo, sola y a tientas por la vida.
Divisé a Devlin al otro lado de la cubierta mientras Gibson nos llevaba
malhumoradamente a casa. Me observaba con una expresión ilegible en
su fino rostro. Le había pillado por sorpresa en el agua. Demonios, me
había tomado a mí misma por sorpresa con mi reacción. Pero lo que nos
sorprendió a ambos fue la reacción de Devlin.
En momentos así deseaba seguir teniendo una madre con la que
hablar.
Llegamos a mi muelle con el ánimo por los suelos. Bajé de un salto y
até los cabos, ignorando a mis hermanos y a Cassidy, que también había
entrado en mi lista de mierdas. Levanté una hielera de la cubierta y la
sujeté fuerte cuando alguien me la quitó.
63
Pero era Devlin y por las chispas que estallaron con solo rozar sus
dedos, supe que el beso no había sido una casualidad. No estaba segura
si estaba ansiosa por explorarlo o si debía correr en dirección contraria
como mi mamá me había hecho prometer.
«Nunca, nunca te cases antes de los treinta, Scarlett Rose» me había
dicho una y otra vez. Era de dominio público que ella y papá habían
tenido que casarse en pleno último año del instituto, embarazados de
Gibson. La suya había sido una relación inestable con muchos altibajos,
pero los altos seguían siendo lo mejor de mi infancia.
Jameson le quitó la hielera a Devlin y Gibson lo golpeó con el hombro
a propósito.
—No hay razón para que te comportes como un imbécil —le grité a
mi hermano mayor.
Cansado, me miró.
—¿Podemos no hacerlo por una vez, Scar?
—Como quieras. —Me encogí de hombros. Yo también estaba
cansada. Quería irme a casa, sola, y sentarme en la oscuridad. Esta
melancolía me era familiar. Había vivido con ella a diario durante más
o menos un año después de la muerte de mamá y desde que papá…
bueno, me había encontrado de nuevo. Esta noche, estaba cansada de
huir de ella, la absorbería, sentiría, sufriría y mañana empezaría de
nuevo.
—¿Quién está ahí? —preguntó Bowie, tensándose cuando un extraño
caminó hacia nosotros en la oscuridad.
Se detuvo donde el muelle se unía a la tierra.
Mis hermanos se colocaron hombro con hombro frente a mí y no me
pasó por alto que Devlin se encajó entre Gibson y Jameson.
—¿Hay una Scarlett Bodine aquí? —preguntó el extraño.
No parecía de Virginia Occidental y no podía verle la cara en la 64
oscuridad. Cassidy encendió la linterna con la que iba a todas partes,
cegando al hombre.
—¿Podemos ayudarte? —preguntó, toda una oficial sin pelos en la
lengua.
—Busco a Scarlett —dijo.
—Jesús —susurré. Esa voz. La cara. Era como mirar a un fantasma.
—¿Y quién eres tú? —preguntó Cassidy.
—Jonah Bodine.
Capítulo 9
Scarlett
El desconocido tenía la cara de mi padre, pero los ojos de otra persona.
Viéndole junto a mis hermanos, cualquiera habría pensado que era un
cuarto chico Bodine.
—¿Jonah Bodine? —repetí, asomándome de puntillas por encima del
hombro de Devlin.
Asintió y levantó una mano para bloquear el haz de luz de la linterna
de Cassidy. 65
—¿Te importa? —preguntó.
Me abrí paso entre mi hermano y Devlin.
—Soy Scarlett —dije, caminando por el muelle a su encuentro. El
equipo de guardaespaldas se movió al unísono detrás de mí, apiñándose
contra mi espalda—. Tienes el nombre de mi padre… y la cara.
—Supongo que eso lo convierte en «nuestro» padre —dijo Jonah
encogiéndose de hombros.
Había mucho que no se decía en esa simple afirmación. El gesto de
sus hombros contra lo que sonaba a verdad. Su ceño fruncido, sus ojos
entrecerrados, la amargura de sus palabras.
—Mira, no sé quién eres, hombre —empezó Gibson.
—Es nuestro hermano, inútil —dije, girándome para fulminarlo con
la mirada. Yo siempre era la que se recuperaba más rápido de un
puñetazo—. ¡Maldita sea! Otro puto hermano. —Estaba harta de ser la
única chica en una familia sobreprotectora, prejuiciosa y bloqueadora de
pollas.
—Mentira —argumentó Gibson.
—Cristo. Míralo. Míralo bien y dime que no tiene sangre Bodine —le
espeté.
—¿Tienes identificación? —preguntó Cassidy.
Si a Jonah le parecía raro entregarle su carné de conducir a una chica
en pantalones cortos y camiseta de tirantes de Madonna, no lo dijo.
—Vuelvo enseguida —anunció Cassidy, dirigiéndose hacia su auto—
. Que nadie mate a nadie mientras no estoy.
Jameson se quedó mirando a Jonah.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó por fin.
—Treinta.
Bowie se estremeció a mi lado. Bowie tiene treinta años e imaginé que
66
habría algún tipo de sentimientos ahí.
—Espera, Cass —llamó y trotó tras ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Gibson. No había nada
amistoso en su tono.
—Vi la esquela. Vi que tenía hermanos —dijo Jonah simplemente—.
Tu padre y mi madre. Ella era camarera en una cafetería —añadió esto
último desafiante, como si nos retara a decir algo en contra de su madre.
—¿Conociste a mi…? Quiero decir, ¿conociste a nuestro padre? —
pregunté.
—Lo vi una vez cuando era niño y otra cuando tenía diecinueve años
en verano.
Hice los cálculos.
—Joder —respiré. Jonah Bodine padre había ido a buscar a su otro
hijo, o a la madre de su hijo, justo cuando murió mi propia madre.
—Esto es ridículo —empezó Gibson.
—¿Qué quieres? —preguntó Jameson brevemente.
Jonah volvió a encogerse de hombros.
—Papá no tenía nada —escupió Gibson—. Así que, si crees que te vas
a hacer rico con la herencia de un borracho, piénsalo otra vez.
—No quiero nada de él —dijo Jonah.
Me puse entre ellos por si Gibson decidía darle un golpe. Devlin se
movió conmigo.
—Bueno, soy Scarlett —dije, tendiendo la mano—. Y apuesto a que
tienes un montón de preguntas.
Jonah me miró la mano durante un momento antes de estrechármela.
—Hola, Scarlett —dijo en voz baja, su voz tan parecida a la de mi
67
padre me hizo sentir como si estuviera manteniendo una conversación
con un fantasma.
—Devlin —dijo Dev, presentándose—. Me estoy quedando al lado —
dijo.
Jonah asintió.
—Soy Jonah.
—Esto es una mierda —murmuró Gibson.
—Entonces, ¿por qué no te vas como haces siempre? Vete a deprimirte
a tu fortaleza de soledad —le espeté.
—No sabemos nada de este tipo, ¿y quieres ser su amiga?
—Que no te guste lo que tiene que decir no significa que tengas que
portarte como un imbécil —repliqué.
—Está comprobado —llamó Cassidy desde la entrada de mi casa. Bajó
con Bowie a su lado y le devolvió a Jonah su carné de conducir—. Jonah
Bodine, treinta años, actualmente de Jetty Beach, estado de Washington.
Pocas multas por exceso de velocidad. No tiene problemas con la ley.
Bowie le ofreció la mano.
—No estoy seguro de cuáles son las reglas de etiqueta en este caso,
pero soy Bowie. Supongo que soy tu medio hermano.
—Esto es ridículo —dijo Gibson.
—Vete a casa, Gibs —le dije.
Se pasó una mano por la barba y vi ira en sus ojos azul hielo.
—Vete a casa hasta que puedas comportarte como un ser humano —
le ordené.
—¿Dónde te alojas? —preguntó Gibson a Jonah. No sonaba ni
remotamente amistoso. 68
—No se lo digas —le ordené a Jonah.
—Scarlett —dijo Jameson en voz baja, poniendo su mano en mi
hombro.
—No vamos a ir hermano contra hermano esta noche —dije
tercamente.
Gibson se marchó enfadado y un momento después, oímos como
aceleraba su auto poderoso. Salió de la entrada a mi cabaña lanzando
grava por los aires.
—Si tengo que arrestar a un Bodine esta noche, me voy a cabrear —
suspiró Cassidy.
—¿Dónde «te» alojas? —le pregunté a Jonah.
—Todavía no tengo un lugar —dijo—. Quería ver cómo iban las
presentaciones para ver si me quedaba por aquí.
Sonreí.
—Creo que salieron bien, ¿no?
Devlin resopló a mi lado.
—Cállate, Dev. No golpearon a nadie.
—¿Por qué no te quedas conmigo, Jonah? Tengo un sofá y mucho
whisky.
—¡No! —El coro fue fuerte e insistente. Jameson, Bowie y Devlin me
miraban y negaban con la cabeza.
—¿Qué?
—Puedes quedarte conmigo —insistió Devlin—. Tengo habitaciones
de invitados. Podemos tomar prestado el whisky.
—Bien. Como quieras —murmuré—. Te veré mañana para
desayunar, Jonah. Hablaremos. Bowie, ¿por qué no acompañas a June y
Cass a casa? Y Jame, ¿te importaría ir a ver a Gibson de camino? —
Gibson era un imbécil, pero era mi imbécil. 69
—¿Así que su padre tuvo una aventura y dejó embarazada a otra? —
preguntó June a Cassidy de camino a la entrada.
—Eso parece —dijo Cassidy, echando una mirada por encima del
hombro. Bowie las siguió uno o dos pasos detrás.
—No hagas ninguna estupidez —dijo Jameson, señalándome a la cara
con un dedo calloso.
—Sí, sí. No dejes que Gibson te incite a pelear —respondí.
Con una mirada cautelosa hacia nosotros, Jameson cruzó el patio
hacia la entrada.
—Bueno, eso fue divertido —dije—. ¿Por casualidad tienes hermanas,
Jonah? Me estoy hartando del interminable géiser de testosterona que
hay por aquí.
Sacudió la cabeza.
—Hijo único.
—Hasta ahora —le recordé. No podía distinguirlo bien en la
oscuridad, pero me pareció que se le había ablandado la cara al oír mis
palabras. Tanto si Jonah se daba cuenta como si no, ahora era uno de los
nuestros.
De repente me sentí agotada. Todo se posó sobre mis hombros como
un peso inquebrantable.
—¿Necesitan algo para la noche? —pregunté.
Devlin apoyó su mano en mi hombro.
—Vete a la cama, Scarlett. Te veremos por la mañana. —No estaba
segura de lo que su tacto me había hecho sentir, pero estuve a un
segundo de lloriquear sobre él.
Le di un apretón en la mano y saludé a Jonah con la cabeza.
—Nos vemos mañana. —Con eso, los dejé en la oscuridad y me dirigí
a mi casa. No me molesté en encender las luces. Quería la oscuridad.
Quería que me envolviera y me hiciera dejar de sentir cosas. Echaba de 70
menos a mi padre. Pero... ¿lo echaba realmente de menos a él o al
hombre que debió haber sido? El que habíamos visto a lo largo de los
años. El bailador de two step, el que freía tocino, el reparador que siempre
tenía tiempo para conversar. ¿Dónde se había metido ese hombre?
Había desaparecido en una botella y nunca salió.
Miré la estantería de mi cocina que contenía mi colección de licores,
pero nada se me antojaba. Nada me prometía felicidad ni
adormecimiento. Me pregunté si sería eso lo que él había encontrado en
el fondo de una botella.
Pensé en Gibson, en su reacción ante Jonah. Mi hermano mayor había
llevado la peor parte del infeliz matrimonio de mis padres y no tenía ni
idea de lo que le haría sentir la existencia de otro Jonah Bodine.
—Maldita sea —murmuré en voz baja. Quería revolcarme en mis
propios sentimientos de miseria, no preocuparme por los de mi
hermano.
Saqué el teléfono del bolsillo.
Scarlett: No lo siento, pero espero que estés bien.
Me hizo esperar casi cinco minutos antes de responder.
Gibson: Yo tampoco lo siento. Vete a la cama. Podemos pelear mañana.
Así fue como todo quedó bien entre nosotros. Los Bodine no
rompemos promesas y definitivamente no nos disculpamos. Bueno,
Bowie lo hacía y lo hacía muy bien. ¿Pero yo? Las palabras siempre se
me atascaban en la garganta y salían en un revoltijo de excusas y dedos
acusadores.
Me quité la ropa mojada y me puse una camiseta de tirantes y unos
pantalones cortos. Me serví un vaso de agua y me senté en el columpio
del porche. La sinfonía de grillos era ensordecedora en el aire fresco de
la noche.
Normalmente pensaba en todas las cosas por las que tenía que estar
agradecida. Pero esta noche me dejé llevar por todas las cosas que 71
deseaba que fueran diferentes y tal vez pensé una o dos veces en ese
beso.
Capítulo 10
Devlin
—Puedes elegir entre las habitaciones de arriba —le dije a Jonah,
señalando con la cabeza el pasillo que salía de la cocina.
—Gracias.
Estudió la casa con un interés inconexo, como si estuviera
catalogándolo todo y grabando los detalles en su mente.
—Bonito lugar —aventuró mientras miraba la noche a través de las
puertas de la cubierta del salón.
72
—Es de mi abuela. Está de viaje.
—¿Y tú eres el cuidador? —Dejó caer su maletín deportivo al suelo.
—Soy el nieto que atraviesa una mala racha y necesitaba un lugar
donde quedarse.
Jonah asintió, sin juicio en su mirada.
—Parece que elegiste un buen lugar para pasar el temporal.
—¿Has estado aquí antes? —le pregunté.
Jonah negó con la cabeza y volvió a la cocina, metiendo las manos en
los bolsillos de los jeans.
—No. Nunca tuve una razón para hacerlo cuando Jonah estaba vivo.
—¿Mal tipo? —pregunté. Scarlett aún no había hablado mucho de su
padre, pero me di cuenta de que sus recuerdos de él eran más suaves,
más cálidos, que los de Jonah.
—Para mí no fue un héroe —admitió Jonah.
Ya que estábamos aquí, abrí el refrigerador y saqué dos cervezas del
paquete de seis que Estelle me había dejado. Le acerqué una al
mostrador.
Giró la tapa y cruzó la cocina para estudiar una foto en el tablero de
anuncios de la abuela.
—¿Esta es tu abuela? —preguntó.
Eran la Abue y Estelle envueltas en un alegre abrazo en la cima de
Pikes Peak en Colorado.
—Mi abuela y su compañera de vida lesbiana. —Él había parecido
susceptible con el tema de su madre y a mí me pasaba lo mismo cuando
se trataba de la Abue. Le reté a que dijera algo sobre Virginia Occidental 73
y una pareja de lesbianas birracial.
—Genial —dijo, volviendo a la isla donde se deslizó en uno de los
taburetes acolchados con flores.
—¿Qué esperas sacar de esta visita? —le pregunté.
Se encogió de hombros.
—¿Sinceramente? No tengo ni idea. El Jonah Bodine que conocía no
tenía ningún interés en mí y viceversa. ¿Sus hijos? ¿Mis hermanos? —
Sonaba como si estuviera rodando la palabra en su boca, probándola—.
Esa es una historia diferente.
—Familia —murmuré.
—Brindo por eso —aceptó Jonah, levantando su botella. Bebimos en
silencio durante unos minutos.
—Entonces, ¿Scarlett? —dijo finalmente Jonah, dejando la pregunta
en el aire.
—¿Qué pasa con ella? —Sentí que se me ponían los pelos de punta.
—Me he dado cuenta de que eres muy protector con ella —sonrió,
mirando fijamente mis nudillos blancos con los que agarraba el cuello
de mi cerveza.
Relajé las manos y me arrellané contra el mostrador.
—Ella es impresionante —dije—, diferente a cualquier mujer que haya
conocido antes.
—¿Están… juntos? —preguntó Jonah.
Pensé en el beso en el agua. Su boca que me robaba el alma
moviéndose contra la mía y cómo había estado a segundos de hacer algo
realmente estúpido. Me hizo sentir… vivo. Intensamente vivo.
—Sólo vive al lado —dije con cuidado. 74
—Hum —dijo Jonah, sin creerme.
—¿Sabe tu madre que estás aquí? —pregunté, el abogado en mí
despertando de su larga hibernación. Redirigir, pasar a la ofensiva,
mantenerlos fuera de balance.
—No lo sabe —dijo mirando fijamente la etiqueta de su botella—.
Todavía.

Por la mañana nos dirigimos a la pequeña cabaña de Scarlett y


llamamos a su puerta. De cerca parecía aún más una casa de muñecas.
En su porche, como de sello postal, había un columpio y una pequeña
mesa redonda con dos sillas. La puerta estaba pintada de azul marino.
Llamé una vez y miré a través del cristal.
Estaba doblada, rebuscando en su refrigerador, cuando llamé a la
puerta.
Dio un portazo al refrigerador y se dirigió a la puerta. Scarlett sonrió
alegremente cuando nos dio la bienvenida, pero vi las sombras bajo sus
ojos. Parecía que no era la única que no había dormido anoche. Pero mis
pensamientos habían estado ocupados por el beso. Dudaba que los
suyos lo hubieran estado.
—Buenos días, chicos, malas noticias. Tengo un huevo y dos tiras de
tocino.
Jonah y yo miramos maravillados a nuestro alrededor. Había
transformado el interior de la cabaña en un santuario con plantas verdes,
suaves edredones y muebles desgastados. Era acogedor, agradable. Su
delgada mesa de centro estaba ocupada por un ordenador portátil y una
prolija pila de órdenes de trabajo. La cocina tenía el tamaño de una caja
de zapatos. Minúscula y en forma de L, con unos treinta centímetros
75
útiles de encimera. El piso era de pino. Las paredes eran de estuco. Sobre
la gruesa repisa de madera de la chimenea de piedra colgaba un corazón
de metal retorcido.
Jonah dijo algo de que no necesitaba mucho más que café para
desayunar.
—Oh, no. Les prometí un desayuno —dijo Scarlett—. Iremos al
Moonshine.
—Es una cafetería —le dije antes de que pudiera preguntar—.
Estupendos rollos de pepperoni.
Scarlett me sonrió y al instante me sentí tres metros más alto. Si
tuviera esa cara sonriéndome todos los días, no habría muchas cosas en
la vida que no pudiera lograr. Quería volver a besarla o al menos
preguntarle por el beso. ¿Qué significaba? ¿Tendría la suerte de que me
diera otro? Pero no con público.
Debí echarme atrás, dejar que se fueran los dos juntos. Pero sabía que
tendría que responder ante los hermanos de Scarlett si dejaba a su
hermanita con un extraño. Además, si era honesto, quería otro rollo de
pepperoni.
Me ofrecí de voluntario para conducir. Scarlett iba de copiloto y Jonah
ocupó el asiento detrás de ella para tener más espacio para las piernas.
Scarlett estuvo inusualmente callada durante el corto trayecto,
centrando su atención en el teléfono.
Cuando me pilló mirando, me enseñó la pantalla. Era un mensaje de
grupo entre ella y sus hermanos. Me pregunté si acabaríamos
desayunando con más Bodine.
El Moonshine estaba lleno, pero Clarabell nos consiguió una mesa en
la parte de atrás.
—Seguro sigues viniendo aquí con algunos hombres atractivos,
Scarlett —dijo Clarabell con un guiño de sus ojos sombreados de azul.
76
—Tengo una reputación que mantener —bromeó Scarlett y abrió su
menú.
Clarabell se apresuró a ir por nuestros cafés y Scarlett miró a Jonah.
—Una pregunta para la que voy a necesitar una respuesta muy
rápido. ¿Te parece bien que la gente de aquí sepa que eres mi medio
hermano?
Jonah levantó la vista de su menú y recorrió el restaurante.
—Supongo que sí.
—Bien, porque los secretos no se guardan en Bootleg y calculo que
tengo unos cuarenta segundos antes de que alguien se acerque y quiera
saber quién eres. Ese parecido familiar hará que se muevan las lenguas.
Jonah se removió incómodo en su asiento. Me sentí mal por él. Nadie
quería enfrentarse a ese tipo de escrutinio.
Scarlett extendió la mano y le dio una palmada.
—Aquí en Bootleg no se culpa a la gente por los pecados de sus
padres. Nadie te culpará por existir —prometió.
—Dime que hoy tienen huevos benedictinos. —Bowie apareció por
encima de mi hombro y le arrebató el menú de las manos a Scarlett.
—¡Ey!
—Buenos días a todos —dijo, deslizándose en la silla junto a Jonah.
—Me alegro de que hayas podido venir —dijo Scarlett, robándome el
menú.
—¿Crees que echaría de menos nuestro primer desayuno familiar? —
bromeó Bowie.
—Bueno, aquí tenemos a otro guapísimo hombre —dijo Clarabell,
dejando las tazas. Miró a Bowie y Jonah, una y otra vez, y noté que el
reconocimiento le cayó como una tonelada de ladrillos—. Bueno, yo…
—Clarabell, este es nuestro medio hermano Jonah —dijo Scarlett tan 77
despreocupadamente como si estuviera hablando del clima primaveral.
—Bueno, es un placer conocerte, Jonah. Espero que te quedes con
nosotros por un tiempo.
Que empiece la pesca, pensé tosiendo para ocultar mi risa.
—Estoy evaluando las opciones —dijo Jonah, mostrándole una
sonrisa amistosa.
—Clarabell, ¿puedo pedir la tortilla para amantes de la carne con
tostada blanca y extra de jalea de uva? —preguntó Scarlett, cerrando el
menú y devolviéndomelo. Empezó a echarle crema y azúcar en
cantidades alarmantes al café.
—Por supuesto, cariño.
—Café cuando puedas —ordenó Bowie—. Y los huevos benedictinos.
—Lo mismo —dijo Jonah, entregando su menú.
—Quiero tres claras de huevo, el tocino de pavo y tostadas de trigo —
dije cerrando el menú.
—¿No vas a pedir un rollo de pepperoni? —preguntó Scarlett,
batiendo sus pestañas hacia mí.
—Y dos rollos de pepperoni para llevar —añadí. Si todavía tenía un
invitado, tenía que darle algo de comer.
—Nos quedaremos con éste por si aparece algún otro de la prole —
dijo Scarlett.
—Vuelvo enseguida con tu café, Bowie —dijo Clarabell.
Prácticamente corrió hacia el mostrador y casi pude sentir cómo la
noticia se extendía como un reguero de pólvora. Las cabezas giraron en
nuestra dirección. Jonah centró su atención en la parte superior de la
mesa, jugueteando con los sobres de azúcar.
—Entonces —comenzó Bowie.
—Entonces —dijo Scarlett. 78
—¿Ya pidieron? —Jameson se acercó y cogió una silla vacía de una
mesa vecina y la puso al pie de la nuestra.
Scarlett se iluminó.
—Ya era hora —dijo. Pero cuando pensó que nadie la miraba, la
sorprendí diciendo—: Gracias.
—Entonces —comenzó Jameson.
Empezaba a sentirme como un bicho raro. Era un asunto familiar. La
sangre y el ADN estaban alrededor de la mesa, ansiosos por hablar de
historia. Y el McCallister que había en mí quería levantarse e irse. Mi
familia nunca discutiría asuntos privados con extraños.
—Saben, podría ver si puedo conseguir mi desayuno para lle… —
empecé.
—Cállate, Dev. No tenemos secretos —insistió Scarlett.
Jameson se encogió de hombros.
—No tengo problema con eso.
Bowie asintió con la cabeza en la votación de quedarme o irme.
—Por mí está bien.
Todas las miradas se volvieron hacia Jonah. Esta era la primera vez
que tenía voto en un asunto de la familia Bodine.
—Me parece bien —me dijo. La expresión de alivio en su cara me dijo
que no quería quedarse solo con su nueva familia todavía—. Además,
tú nos has traído.
—¿No es esto acogedor? —Gibson apareció junto a Scarlett, y todos se
tensaron alrededor de la mesa. Todo el comedor quedó en silencio
mientras todos se esforzaban por oír.
Scarlett le empujó la silla vacía que había al pie de la mesa.
—Acerca una silla, Gibs. 79
Gibson miró en dirección a Jonah y volvió a apartar la vista.
Capítulo 11
Scarlett
Contuve la respiración y esperé a que mi hermano hiciera su
movimiento. Realmente esperaba que no fuera un golpe en la cara de
Jonah. Afortunadamente, mis oraciones desesperadas fueron
escuchadas y Gibson tomó a regañadientes el asiento que le había
pateado.
Clarabell, como la clarividente camarera que era, llegó con un café
para Gibson.
80
—¿Quieren desayunar? —preguntó a Jameson y Gibson.
Tomó sus pedidos: wafles para Jameson, quien era tan adicto de la
puta azúcar como yo, y sólo café para Gibs.
—Supongo que todos tenemos algunas preguntas para uno de
nosotros —empecé.
—Quiero saber por qué estás aquí —le dijo Gibson a Jonah sin mirarlo.
Su tono era inexpresivo y carecía del calor de la ira de anoche.
—Más que nada por curiosidad —respondió Jonah.
Devlin se movió en la silla a mi lado. Se sentía incómodo con la
situación, pero como Jonah era su compañero de habitación temporal y
pensaba acostarme con Devlin en algún momento, bien podría quedarse
y enterarse de todo.
—¿Sobre nosotros? —le pregunté a Jonah.
Asintió con la cabeza.
—No me importa su padre… nuestro padre —se corrigió—. Él no
tenía ningún interés en mí o en mi vida y estoy feliz de devolver ese
favor, pero no sabía nada de ustedes.
—Yo también tendría curiosidad —admitió Bowie—. ¿Por qué no
hacemos algunas presentaciones preliminares al menos?
Sallie Mae Brickman estaba tan echada hacia atrás en su silla para
captar los retazos de nuestra conversación que me preocupaba que
acabara de culo en su vestido de domingo.
—Ya sabes que soy Scarlett, la más joven y la única chica. Dirijo
Servicios de Mantenimiento Bodine y tengo unas cuantas propiedades
en alquiler aquí en el pueblo.
—Soy Bowie, de tu edad, lo que nos sitúa como los segundos mayores
en el turbio tótem de los Bodine. Soy el subdirector del instituto.
Jameson odiaba este tipo de cosas, así que disfruté viéndole retorcerse.
Le sonreí. 81
—Vamos, Jame. No es tan difícil.
—Jameson, el segundo más joven. Trabajo con metal.
—Es un artista increíble —le dije a Jonah. Y era cierto. Lo que Jameson
parecía no poder poner en sus interacciones humanas, lo retorcía y
soldaba en forma de metal. Su popularidad se había disparado desde
que le encargaron una instalación a gran escala en un parque de
Charleston.
—Ya sabes quién soy —dijo Gibson, con tono hosco.
—Sí, entendemos que eres el imbécil permanente, querido hermano.
Dile a Jonah algo que no sepa —le sugerí servicial.
—Soy el mayor. Soy carpintero.
Resoplé.
—A Gibson le gusta trabajar con madera.
—Nada hace más feliz a Gibs que tener un trozo de madera entre las
manos —asintió Bowie con un guiño.
Incluso Gibson esbozó una sonrisa, mientras los demás nos partíamos
de risa.
—Es en doble sentido sobre las erecciones —le susurré a Devlin, que
parecía no haber pillado el chiste.
—Lo entendí —dijo secamente.
—Tu turno, Dev. Dile a Jonah quién eres.
—Soy Devlin. No tengo nada que ver con tu situación.
—¿En qué «trabajas», McCallister? —preguntó Gibson, trasladando
su cabreo a Devlin.
—Soy un legislador caído en desgracia en la Asamblea del Estado de
Maryland.
Me atraganté con el café y salpiqué la mesa. 82
—Gracias, Scar —dijo Bowie, limpiando el desastre.
—Caído en desgracia ¿en qué sentido? —presionó Jameson, estaba lo
bastante interesado como para hacer preguntas. Esta era la primera vez.
—Ya iba a contarte esta parte —dijo Devlin, mirándome tímidamente.
—Oh, chico. —Sólo podía imaginarlo. Esta era la parte en la que me
contaba que había atropellado a la que pronto sería su exmujer o, «peor
aún», que había hecho voto de castidad.
—Mi mujer me engañaba y estaba demasiado ocupado para darme
cuenta —dijo Devlin con naturalidad—. Cuando me di cuenta, no fue
bonito. Mi divorcio será definitivo en unas semanas.
Me miró de reojo.
—Ajá. —Todo esto ya lo sabía.
—Estoy de baja y tengo órdenes de pasar desapercibido porque, el
último día que estuvimos en periodo de sesiones, agredí al tipo con el
que se acostaba.
Bowie dio un manotazo en la mesa y silbó.
Gibson hizo un gesto casi imperceptible de aprobación.
—Apuesto a que se sintió bien —predijo.
La comisura de la boca de Devlin se torció.
Metí la mano bajo la mesa y le apreté la rodilla. Su verdad parecía
avergonzarle, pero un hombre capaz de darle un puñetazo a un imbécil
no me asustaba. Diablos, en Bootleg, esa era una cualidad admirable.
—Tu turno, Jonah. Desahógate —dije alegremente.
—Soy Jonah Bodine. Mi madre me dio el nombre de mi padre, pero
ese es el único pedazo de él que he tenido o querido tener. Vivo en el
estado de Washington y soy entrenador personal. Hasta hace una 83
semana, pensaba que era hijo único. No quiero nada de ustedes. Sólo la
oportunidad de conocerlos. Si no son todos unos imbéciles. —Jonah
levantó la mano y se frotó la nuca. Mis hermanos y yo compartimos una
mirada. Era un rasgo nervioso que todos habíamos visto en nuestro
padre.
—¿Por qué no quería nada contigo? —preguntó Gibson.
—Joder, Gibs. —Puse los ojos en blanco—. ¿Tal vez bájale un poco a
la intensidad?
—No, está bien —Jonah se encogió de hombros—. Mi madre nunca
hablaba mucho de él. Vivíamos en Virginia. Supongo que conoció a su
padre en una cafetería cuando estaba de paso. No le pedí detalles. No
sabía que estaba casado. Dijo que él trató de hacer lo correcto, pero ella
no quería arruinar una familia. Así que hicimos la nuestra.
—¿Dijiste anoche que te habías encontrado con él dos veces? —insistí.
Jonah asintió.
—La primera vez cuando tenía como seis o siete años. Entonces aún
estábamos en Virginia y un día vino a casa. Estaba jugando en el patio.
Tiramos a la pelota, no sabía nada. Era sólo un niño. Cuando mi madre
salió, se asustó. Me mandó dentro. Hablaron largo rato en el patio y
luego ella lloró el resto de la noche.
Gibson miraba fijamente la mesa. Bowie fruncía el ceño. Jameson era
el mismo de siempre. No estaba segura de a quién le dolía más.
—Antes de que les ponga la comida, ¿se va a unir alguien más? —
preguntó Clarabell, cargando una bandeja de humeante comida para el
desayuno.
Devlin respondió por todos nosotros y ella repartió los platos
calientes.
—Volveré con más café —prometió y se marchó a toda prisa.
Nos atrincheramos en silencio y dejamos que la historia de Jonah se
asentara sobre nosotros. 84
—Dijiste que le habías visto dos veces —dijo Gibson, rompiendo por
fin el silencio.
Jonah hurgó en sus huevos.
—Nos mudamos al otro lado del país cuando empecé la universidad.
Un fin de semana, llegué a casa con un cesto con ropa para lavar y allí
estaba él, en casa de mi madre. Estaba borracho, molesto por algo, y ella
lo trataba como a un niño enfermo. Exploté. Ella tenía novio en ese
entonces, un buen tipo. Pensé que había vuelto para fastidiarle las cosas
otra vez. Me fui, volví a la universidad. Nunca volvimos a hablar de ello.
—No sé si han hecho cuentas, pero eso coincide con el momento en
que papá desapareció tras la muerte de mamá —dije en voz baja.
—Entonces, ¿esperó cinco segundos después de que ella muriera
antes de volver corriendo con la mujer con la que tuvo una aventura? —
preguntó Gibson con amargura—. Sin ánimo de ofender —añadió a
Jonah.
—¿Creen que mamá lo sabía? —preguntó Bowie.
Nadie le respondió.
No sabía cuál sería la mejor respuesta. La relación de mamá y papá
era volátil en el mejor de los casos. En la mayoría de los sentidos, su
relación nunca progresó más allá de los años de secundaria. Celos
mezquinos, expectativas poco realistas. Peleaban más de lo que se
llevaban bien y habíamos crecido pensando que era normal. Había una
buena razón por la que ninguno de los Bodine había sentado cabeza. No
sabíamos cómo.
Los padres de Cassidy y June, el alguacil Harlan y Nadine Tucker,
eran otra historia. Firmes y fuertes. Sé que, a lo largo de los años, habían
dado un paso al frente por cada uno de nosotros cuando nuestros padres
no eran capaces. Estaba agradecida. Y celosa.
Devlin se aclaró la garganta.
—Parece que el siguiente paso sería que pasaran algún tiempo juntos. 85
Conocerse y decidir si es una relación que quieren desarrollar o dejar
pasar.
Todos lo miramos.
—Mírate, todo un abogado —canturreé.
—Bueno, ¿quieren hacer eso los Bodine? —anunció Bowie—. Una
sugerencia madura que realmente tiene sentido.
—Supongo que es menos agotador que darse de golpes —reflexionó
Gibson. Le hizo un gesto a Clarabell para que se acercara—. Clarabell,
he cambiado de opinión. Creo que tomaré los huevos benedictinos.
Capítulo 12
Devlin
Parecía que los Bodine habían llegado a una tregua provisional. Eran
buenas noticias para ellos, pero yo aún no había conseguido encontrar a
Scarlett a solas para hablar con ella de aquel beso. Poco más se me había
cruzado por la mente y cuanto más tiempo pasábamos sin hablar de ello,
más estúpido me sentía sacando el tema.
La observé a través de las puertas de la terraza. Era otro hermoso día
de primavera. Un lunes, y yo no tenía otro lugar donde estar, sino
mirando por la puerta hacia la terraza, donde el sol de la tarde brillaba,
86
los pájaros cantaban y una hermosa mujer gritaba un flujo constante de
maldiciones a una viga particularmente mal colocada.
Llevaba unos jeans que le apretaban el culo y una camiseta vieja con
cuello en V. Sus botas de trabajo parecían para una muñeca y estaban
llenas de marcas de años de uso. Llevaba el pelo recogido en una coleta
alta que me hizo desear enrollarla alrededor de mi puño. «Una nueva
tentación».
—Es mi nueva hermana a la que estás mirando —dijo Jonah con
ironía.
—¿Tienes algún problema? —le pregunté.
Jonah sonrió satisfecho.
—Todavía no lo sé. ¿Cuáles son tus intenciones?
Solté una carcajada seca. Así era Scarlett. Inspiraba una lealtad
instantánea e inquebrantable.
—No sé cuáles son mis intenciones. No puedo tenerla a solas para
hablar con ella el tiempo suficiente para averiguarlo.
—Estoy dividido entre la lealtad familiar recién descubierta y la
gratitud hacia el compañero de piso —declaró Jonah.
Scarlett martilló la viga rebelde con un grito triunfal y estaba
colocando la nueva tabla encima cuando sonó su teléfono. La miré
distraídamente mientras Jonah merodeaba por la cocina.
—¿Quieres huevos? —preguntó.
Habíamos llegado a un acuerdo para repartirnos los gastos de los
víveres y los servicios y, como por arte de magia, apareció comida en el
refrigerador. ¿Una ventaja añadida? Jonah podía cocinar.
—Claro —dije.
—¡Hijo de puta! —Ambos oímos a Scarlett gruñir en su teléfono. Era
diferente a la letanía de palabrotas que había soltado sobre la madera.
87
Jonah dejó los huevos en la encimera y yo empecé a abrir la puerta.
—¡Si no me devuelves mi mierda, te haré la vida imposible!
Jonah y yo intercambiamos una mirada.
—Sí, eso es muy gracioso Wade —gritó Scarlett—. ¿Sabes lo que voy
a hacer? Voy a ir a buscar un bonito frasco diminuto en el que pueda
guardar tus bolitas de bebé. Y cuando lo encuentre, será mejor que te
escondas porque iré por ti y tus microscópicas pelotas.
El desgraciado que estaba al otro lado de la llamada debió de colgarle,
porque Scarlett se puso el teléfono delante de la cara y lanzó un grito de
rabia. Se levantó y arrojó el teléfono desde la terraza al patio.
Jonah silbó.
—Buen brazo.
Cogió la pistola de clavos y empezó a agitarse otra vez.
En un alarde de trabajo en equipo para resolver una emergencia,
Jonah consiguió abrir la puerta y yo la agarré de la cintura antes de que
pudiera lanzarla al patio. Luchó como un animal salvaje en mis brazos.
Pesaba más que ella poco más de unos cincuenta kilos y la sobrepasaba
por treinta centímetros. Fue casi cómico… al menos hasta que el tacón
de su bota chocó con mi rodilla.
La apreté contra el revestimiento de la casa.
—Scarlett —dije con calma—. Respira.
Gruñó y Jonah retrocedió unos pasos.
—Respira —volví a ordenar.
Respiró, hirviente.
—Si te dejo ir, ¿vas a romper algo más?
—Sólo la cara de Wade Zirkel.
Era suficiente para mí. La solté. 88
—¿Quién es Wade Zirkel?
Cruzó los brazos delante de ella, con el temperamento chasqueando
como cables caídos.
—Un gran error que cometí hace unas semanas. Tiene algunas de mis
cosas y cree que puede retenerlas hasta que «entre en razón».
Estaba seguro de dos cosas. Odiaba a Wade Zirkel y esperaba no
enfadar nunca tanto a Scarlett Bodine.
—Me voy a comer —anunció Scarlett y bajó furiosa las escaleras de la
terraza.
Eran las dos de la tarde de un lunes y ya se había comido un sándwich
con los pies en el agua.
Miré a Jonah por encima del hombro.
—¿Qué harían en Bootleg?
Al parecer, en Bootleg se enviaba un mensaje de texto a los hermanos
de Scarlett. En el restaurante, en la tregua familiar provisional, todos
habían intercambiado números. Hoy, Jonah convocó aquí a su primera
reunión familiar. Bowie estaba en la escuela, pero exigió que se le hiciera
una teleconferencia.
—¿Y ahora qué hizo? —exigió Gibson, cerrando de golpe la puerta de
su Dodge Charger en mi entrada. Jameson salió del lado del pasajero.
—Wade Zirkel —dije, poniéndoles al corriente de la situación.
—Odio a ese puto tipo —murmuró Jameson.
—Supongo que no aprendió la lección la última vez —dijo Gibson—.
Tenemos que conseguir bolsas de basura.
89
—¡Ay, diablos! —dijo Bowie desde la pantalla del teléfono de Jonah—
. Me reuniré con ustedes allí, pero no puedo mancharme de sangre.
Tengo una reunión con los padres esta noche.
Gibson me miró y señaló.
—Trae una muda de ropa para Bow —dijo.
—¿Qué haremos exactamente? —pregunté.
—Justicia al estilo Bootleg —dijeron juntos Jameson y Gibson.
El trayecto hasta el apartamento de Wade Zirkel fue relativamente
tranquilo. Jonah y yo nos sentamos atrás, con el rollo de bolsas de
basura, una camisa y unos pantalones limpios entre los dos. Aún no
estaba seguro de si las bolsas eran para las pertenencias de Scarlett o
para el cadáver de Wade Zirkel.
Se me ocurrió que esto era probablemente algo que no debería estar
haciendo mientras pasaba desapercibido. Pero no me gustaba que un
imbécil pensara que podía tratar así a Scarlett y «realmente» no me
gustaba la idea de que él fuera algo de ella.
Gibson se detuvo frente a una casa dúplex y aceleró el motor dos
veces. Una advertencia. Vi cómo se movían las persianas del primer
piso.
El todoterreno de Bowie se detuvo detrás de nosotros y salió vestido
con caquis y camisa de manga corta. Se quitó la corbata y la tiró por la
ventanilla abierta.
—No puedo creer que le haya vuelto a dar la hora a este imbécil —
murmuró Jameson.
—Esta es la última vez —prometió Gibson—. Trae las bolsas de
basura.
Las saqué del asiento trasero y me sentí aliviado al comprobar que 90
ninguno llevaba armas.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunté despreocupadamente.
—Vamos a darle un susto de muerte a este imbécil y a recuperar las
cosas de nuestra hermana —dijo Gibson.
Asentí pensativo.
—Ajá. Claro. ¿Y cómo vamos a hacerlo?
—Sígannos la corriente —suspiró Bowie, arremangándose.
Jonah y yo intercambiamos una mirada preguntándonos, cada uno,
qué estaba ocurriendo exactamente y en cuántos problemas legales nos
meteríamos.
Subimos al delgado porche de hormigón y Gibson ignoró el timbre en
favor de un fuerte puñetazo a la puerta.
Las persianas volvieron a moverse.
—Será mejor que abras la puerta, Wade —dijo Bowie.
Todos oímos el ruido de la cerradura al abrirse. Wade Zirkel se asomó
por el palmo de puerta que había abierto. Llevaba puesta una gorra de
béisbol y un polo que lucía músculos de «voy al gimnasio siete días a la
semana». Era el tipo de ex mariscal de campo con bronceado falso y
dientes blanqueados que aún se enorgullecía de su popularidad en el
instituto. Lo odiaba aún más.
—Bueno, hola, hermanos Bodine. ¿A qué debo el pla…
Jameson entró por la puerta empujando a Wade unos pasos hacia
atrás.
—¡No puedes entrar, así como así! Eso es allanamiento de morada —
chilló Wade.
—En realidad sólo es intrusión —señalé.
—No estamos aquí para bromas —anunció Bowie—. Estamos aquí
por las cosas de Scarlett. 91
—Puedo llamar a la policía —anunció Wade, hinchando su
impresionante pecho. El guapo cabrón parecía un cruce entre Paul
Walker y Vin Diesel de las películas de autos.
—¿De verdad quieres hacer eso? —le pregunté—. Las multas por
intrusión son mucho más leves que por acoso y hurto. ¿Sabías que
puedes enfrentarte hasta a seis meses de cárcel por hurto? —le pregunté.
Wade parpadeó y su rostro moreno se tiñó de rojo.
—Así es, Wade. Nos trajimos a un abogado —dijo Bowie—. Ahora,
¿vas a dejarnos coger las cosas de Scarlett o vamos a tener que hacer esto
por las malas?
Wade movió la cabeza bajo su gorra roja de Venta de Autos Zirkel.
—Sírvanse ustedes mismos —dijo mansamente.
—¿Sabemos qué cosas tiene aquí? —me preguntó Bowie en un
susurro. Me encogí de hombros.
Gibson se acercó a Wade y lo miró fijamente. Era un tipo grande, pero
en cuanto Gibson Bodine invadió su espacio personal, se encogió sobre
sí mismo, con los hombros caídos y la mirada clavada en el suelo.
—Quiero un sándwich —anunció Gibson.
Wade tragó saliva audiblemente.
—De acuerdo.
—Hazme un sándwich, Zirkel.
—S… s… seguro. ¿Carne asada o a… a… atún?
Si Wade supera este encuentro sin mearse encima, lo consideraría un
milagro.
—Vamos —dijo Bowie, guiando el camino por el pasillo y subiendo
las escaleras—. Gibs lo cuidará. —Repartió bolsas de basura. 92
—Todos ustedes vayan al dormitorio. Empezaré en el baño.
No tenía ni idea de lo que estábamos buscando. Encontré una
sudadera rosa con capucha en el suelo del armario y la metí en la bolsa
junto con un par de leggings que dudaba que pertenecieran a Zirkel.
Realmente odiaba la idea de que Scarlett hubiera estado aquí con ese
tipo. Era un imbécil gigantesco con una cara bonita que obviamente no
sabía cómo tratar a las mujeres.
Jonah me lanzó una camiseta de Servicios de Mantenimiento Bodine
y un par de calcetas con corazones.
Irritado, cogí la pila de billetes de lotería de la mesita de noche y los
añadí a la bolsa.
—¿Encontraron cosas? —preguntó Bowie, asomando la cabeza fuera
del baño.
Jonah recogió un trozo de tela de la alfombra.
—¿Qué es esto? Era blanco y negro a rayas y elástico.
—Es el top de la suerte para acostarse de Misty Lynn —dijo Bowie,
mirando el top con el ceño fruncido. Lo arrebató de la mano de Jonah.
Me pregunté brevemente en qué clase de universo alternativo había
aterrizado. Aquí, tus vecinos sabían qué ropa te ponías para tener sexo.
En Annapolis y Washington, guardabas tus secretos bajo llave porque,
tarde o temprano, alguien los usaría en tu contra.
—Y ¿odiamos a Misty Lynn? —Adivinó Jonah.
—Engañó a Gibson cuando murió mamá —dijo Bowie brevemente—
. Y aparentemente el señor Zirkel no tuvo problemas en mezclarse con
ella y Scarlett.
Había un tic bajo el ojo de Bowie.
—Agarren la cortina de la ducha —nos gruñó antes de marchar
escaleras abajo.
93
Jonah y yo nos miramos y nos encogimos de hombros. Entré en el
cuarto de baño, que era una caja de zapatos, y descolgué la cortina de la
ducha.
—¿Por qué tienes la camiseta de Misty Lynn Prosser en el suelo de tu
habitación encima de las cosas de Scarlett? —La voz de Bowie subió por
las escaleras.
—Probablemente deberíamos bajar —sugirió Jonah.
No estaba seguro de si le preocupaba perderse la acción o estar allí
para evitar algún asesinato.
Wade escupía sus excusas en la cocina y Gibson lo miraba como si
quisiera matarlo a golpes con sus propios puños.
—¿Engañaste a nuestra hermana con Misty Lynn? —exigió Bowie.
—N… n… no. ¡Lo juro! Ya habíamos roto cuando…
Gibson agarró a Wade por la parte delantera de la camisa.
—¿Qué clase de idiota eres? ¿Cambiaste a mi hermana por esa planta
atrapa moscas?
El cuchillo para sándwiches que Wade había utilizado para prepararle
a Gibson un sándwich de carne asada con lo que parecían los últimos
restos de su pan estaba a buen recaudo perdido en la pila de platos
sucios del fregadero. Decidí que no quería ser testigo de lo que pasara a
continuación, así que me dirigí al salón, con la cortina de la ducha
crujiendo en la bolsa contra mi pierna.
Vi cómo Jameson sacaba las baterías del control remoto del televisor
y las metía en su bolsa. El control remoto, lo tiró por el hombro detrás
del sofá. Cogió todos los cojines del sofá y los metió en la bolsa de
basura.
Miré a mi alrededor de la habitación destartalada. Más alfombra de
pelo largo. Algunos posters de películas colgaban de marcos de plástico
baratos. Había una colección de zapatillas caras en un zapatero al otro
lado de la puerta. Había un sofá individual y un televisor de pantalla 94
grande de setenta y cinco pulgadas montado en la pared.
Todo el lugar se sentía triste.
Intenté imaginarme a Scarlett aquí acurrucada viendo una de las
películas de la colección que Jameson estaba revisando. Cada tres Blu-
ray abría y tiraba el disco en su bolsa. Cogió otro y gruñó.
Levantó «El Padrino» en mi dirección.
—Quédatelo —Acepté.
Jameson lo metió, con estuche y todo, en su bolsa.
Abrí el armario de los abrigos y encontré una chaqueta de Servicios
de Mantenimiento Bodine y un abrigo morado. Metí los dos en la bolsa.
—Juro que ese horno tostador no es de Scarlett —dijo Wade, pisándole
los talones a Gibson. Jonah y Bowie le siguieron.
Gibson giró sobre sus talones, Wade se detuvo en seco y Bowie y
Jonah se colocaron detrás de él.
—Pero con gusto se lo puede quedar —tragó saliva.
—Tienes toda la razón, se lo puede quedar —gruñó Gibson—. Y
cualquier otra cosa que quiera porque eres un imbécil que nunca
maduró y si vuelves a acercarte a Scarlett, vas a perder algo más que
unos electrodomésticos. ¿Me entiendes?
Wade, con los ojos tan abiertos que se le salían de las órbitas, asintió
frenéticamente.
—Te entiendo. Ya lo creo, y lo siento mucho. Se lo diré si…
—Creo que es mejor que no vuelvas a hablar con ella —dijo Bowie
amistosamente—. Además, mantente alejado de Misty Lynn, joder. Ella
es una mala influencia y se te caerá la polla.
—Lo haré —dijo, moviendo la manzana de Adán.
95
Salimos uno por uno. Jonah se detuvo en la cara de Wade delante de
mí.
—No jodas a Scarlett de nuevo —dijo, su voz baja.
—Es demasiado buena para ti —dije, insistiendo—. No lo olvides.
Nos reunimos alrededor del Charger de Gibson con nuestras bolsas
de basura.
—Scarlett se va a cabrear —dijo Jameson con un fantasma de sonrisa.
Gibson miró el reloj de cuero que llevaba en la muñeca.
—No sé a ustedes, chicos, pero a mí me vendría bien una bebida fría.
Capítulo 13
Scarlett
Sabía exactamente dónde encontrar a esas ratas bastardas.
—¿Creen que pueden resolver mis problemas por mí? —murmuré en
voz baja mientras abría de una patada la puerta principal de The
Lookout. Allí estaban, alineados como patos en una galería de tiro en el
bar, riendo.
No estaba tan enfadada como para no darme cuenta de que Jameson
le daba una palmada en la espalda a Jonah cuando llegaba al remate de 96
cualquier chiste estúpido que estuviera contando. Mientras tanto, Gibs
y Devlin se reían a carcajadas de algo.
—Vaya, vaya. Si no es más que un montón de imbéciles con los que
no voy a volver a hablar —anuncié.
Nicolette, la cantinera severa y sabelotodo, retrocedió con elegancia
hasta la cocina.
—Ahora, Scarlett —Comenzó Bowie.
—¿Y por qué demonios no estás en la escuela? —pregunté,
cruzándome de brazos.
—Tuve una emergencia familiar —dijo con una sonrisa burlona. Lo
fulminé con la mirada hasta que se agachó detrás de Devlin, que no sabía
lo suficiente como para evitarme cuando me ponía así.
—Como no te quites esa sonrisa de la cara ahora mismo, te la voy a
quitar —advertí a mi hermano.
—¿Cuál es el problema? —Jameson suspiró, levantando su cerveza y
sabiendo muy bien cuál era el problema.
—Yo lucho mis propias batallas —le recordé.
—Sí, pero así no teníamos que pagar fianza —replicó Jameson.
Apreté los dientes e intenté matarlos a todos con los rayos láser de mis
ojos.
El bar estaba casi vacío. Se llenaba entre semana a partir de las cinco.
Pero, por ahora, teníamos el local para nosotros solos, salvo por unos
cuantos borrachos. No me importaba mucho el público. En todo el
pueblo ya se hablaba de que mis hermanos habían irrumpido en casa de
Wade Zirkel y le habían hecho mearse encima. Hice una nota mental
para averiguar más tarde si ese chisme era cierto.
—No te enfades —ordenó Gibson, dejando el agua sobre la barra.
Gibson era el único de nosotros que no bebía. Supuse que pensaba que
ya tenía suficientes genes malos de papá como para tentar al 97
alcoholismo.
—¿Quién decidió que no podía ocuparme yo sola de mis problemas?
—pregunté, golpeando el suelo con el pie. Podía arreglármelas sola. Ya
no necesitaba un montón de niñeras crecidas. «No» iba a quemar la casa
de Wade. Pero habría convencido a su casera para que me diera la llave
de repuesto durante una hora o dos y así poder coger mis cosas y
levantar la alfombra para tirar un par de latas de camarones bebés.
Devlin y Jonah compartieron una mirada y yo negué con la cabeza.
—Oh, no. También ustedes dos. ¿Ustedes llevan aquí cuatro segundos
y ya decidieron que no puedo vivir mi propia vida?
—Para ser justos, Scar, a la mayoría de la gente le lleva menos tiempo
darse cuenta de que necesitas una niñera. —Gibson sonreía y mientras
la parte fraternal de mi corazón se alegraba de que se llevara bien con
Jonah, la parte de mujer independiente que había en mí quería darle una
patada en la cara.
Me conformé con la espinilla.
—¡Ay! ¡Joder! —se sujetó la espinilla maltratada y saltó sobre su
pierna buena.
—Punta de acero, hijo de puta. Ahora, por última vez, soy una adulta
y me ocupo de mis propios problemas.
—¿Qué clase de adulta eres si sigues repitiendo tus errores del
instituto? —preguntó Jameson suavemente. Fue lo bastante listo como
para dejar un taburete entre nosotros. Si no, estaría de rodillas.
Estaba demasiado enfadada para hablar.
No estaba orgullosa de haber acabado en la cama con Wade Zirkel
otra vez, pero las opciones eran escasas en Bootleg y maldita sea. Las
semanas previas a la muerte de papá fueron las más solitarias de mi
vida. Sabía que se acercaba. Tenía una sensación que no podía
sacudirme y en lugar de atormentarme por el hecho de que mi padre
estaba bebiendo hasta morir, a propósito, y que a mis hermanos no 98
podía importarles menos, busqué el consuelo que pude encontrar.
Y que se jodan por juzgarme por ello.
Me conformé con mostrarles el dedo de en medio dos veces,
haciéndoles un gesto de desprecio a todos antes de salir enfadada por
donde había entrado.
—Scarlett, espera.
Devlin era el único de ellos lo bastante tonto como para venir tras de
mí cuando estaba de este humor. Un hombre cuerdo me daría el espacio
para superar mi furia. Devlin no. Abrió de un tirón la puerta del pasajero
de mi camioneta.
—Háblame —me dijo.
—O te metes o te quitas de mi vista —sugerí, exhalando fuego.
Tenía mal genio. Era consciente de ello. Lo asumo honestamente. Una
vez, mi padre tiró un martillo contra una mosquitera que acababa de
instalar porque no encontraba la cinta métrica.
Devlin entró, una prueba más de su falta de cordura.
—¿Quieres hablar? —preguntó agradablemente. Se abrochó el
cinturón de seguridad.
—No, «no» quiero hablar —insistí—. ¿Por qué querría hablar de mis
hermanos y de mi vecino escapándose para encargarse de mi trabajo
sucio? Avergonzándome delante de todo el pueblo. No puedo creer que
todavía sientan que tienen que protegerme y limpiar mis desastres. No
puedo creer que les siguieras la corriente. ¿Qué hay en mí que grita
«incapaz de cuidar de mí misma»? Porque te aseguro que llevo mucho
tiempo cuidando de mí misma. Muchas gracias.
Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero seguí adelante.
—¿Y qué si me acosté con el gran perdedor tonto? ¿Y qué si no me 99
devolvía mis cosas? Lo habría arreglado. Puedo arreglármelas sola y no
me gusta que me traten como a la hermana pequeña de alguien todo el
maldito tiempo. Tengo veintiséis años. Dirijo un maldito negocio. Tengo
propiedades. No me he muerto de hambre ni me he prendido fuego. Y
aun así. «Y aun así», todos actúan como si estuviera a un segundo de
caerme por el pozo de una mina.
Esta vez Devlin no abrió la boca.
Me dejó despotricar durante todo el camino a casa. Me detuve en la
entrada de mi casa porque de ninguna manera iba a llevar a casa a un
hombre que decidió hacerle una visita a mi ex «lo que demonios fuera
Wade» y humillarme.
Puse la camioneta en punto muerto y tiré del freno de mano.
—Así que lo que estás diciendo es que estás enfadada —resumió
Devlin.
Me lancé sobre él y casi me doy un latigazo con el cinturón de
seguridad, que seguía bien abrochado. Luché con él, rechinando los
dientes de frustración, hasta que Devlin se acercó y lo soltó con calma.
Me recosté en el asiento y exhalé un suspiro.
—Tal vez no te gusta que tu familia se involucre en tus errores —
comenzó Devlin de nuevo—. Y tal vez sé cómo se siente.
Le lancé una mirada fulminante con el rabillo del ojo y crucé los
brazos sobre el pecho.
—¿Qué sabes tú de eso?
—Me casé con Johanna, una mujer que mis padres prácticamente
habían elegido para mí. Era «el tipo adecuado de compañera» —dijo,
añadiendo comillas al aire—. Y cuando nuestro matrimonio se vino
abajo…
—¿Por qué eres tan educado al respecto? —pregunté—. Esa Johanna,
¿qué clase de nombre es ese? No sólo dejó que tu matrimonio se viniera 100
abajo. Lo destruyó voluntariamente. Es una imbécil.
Devlin me dedicó esa sonrisa tenue que hizo que esa cálida sensación
se alojara en mi vientre.
—Bien —concedió—. Me casé con una imbécil que destruyó
públicamente nuestro matrimonio. Mi familia trató de programar una
consejería para nosotros. Un divorcio tan pronto en la relación era
demasiado vergonzoso.
Me quedé boquiabierta.
—¿Intentaron obligarte a ir a terapia?
Devlin asintió.
—Mis padres y mis suegros decidieron que era mejor para todos que
Johanna y yo siguiéramos casados y solucionáramos nuestros
problemas. A pesar de que es lo último que consentiría en el mundo.
Puede que no haya sido el marido más atento, pero no la forcé a ir a la
cama de nadie más o a nuestra cama, pero encontró una pareja más
adecuada. Alguien cuya carrera progresaba un poco más rápido que la
mía.
Maldije en voz baja. Esperaba conocer algún día a esa Johanna y
decirle lo mierda que era.
—Estoy dispuesta a admitir que «posiblemente» tengas una pequeña
idea de la rabia que siento —dije—. Entonces, ¿qué pasó?
—Me cabreé y le di un puñetazo en la cara a su amante al final de
nuestro último día del periodo de sesiones, puede que también le diera
una patada mientras estaba en el suelo y me negué a acercarme a un
consejero matrimonial.
—¿Por qué pareces avergonzado por eso? —le pregunté. Acababa de
describir la reacción apropiada ante un tramposo imbécil.
—Así no es como los McCallister manejan las cosas —dijo secamente.
—¿Cómo manejan las cosas los McCallister? ¿Se agachan y lo 101
levantan? —desafié.
—Tratamos las cosas en privado. Nunca con violencia.
Ocasionalmente con abogados presentes.
—¿De verdad esperaban que te aguantaras y te quedaras con una
idiota infiel? —Mi familia podía ser muchas cosas, pero lo que más les
importaba, por lo que eran fastidiosamente vocales, era porque querían
lo mejor para mí.
—Es lo que se acoplaba a nuestra agenda. Un divorcio a los tres años
de casados sugiere inestabilidad. En futuras elecciones, un candidato
divorciado sería visto como menos seguro, menos simpático, que uno
casado.
—Puras. Mentiras. ¿Así que se supone que debes seguir casado con
una piraña por el bien de la agenda familiar? Eso es horrible.
Se frotó el entrecejo.
—En este caso, estoy de acuerdo contigo.
—Entonces, ¿por qué fuiste con los cuatro chiflados hoy? —
presioné—. Tenías que saber que no serían civilizados al respecto.
—Curiosidad. Quería ver el tipo de hombre con el que elegías pasar
tu tiempo. Además, nunca está de más tener un abogado contigo cuando
bailas sobre las líneas de la ley. Según tu conversación telefónica, tenía
curiosidad por lo pequeñas que eran sus pelotas.
Dejé caer la cabeza sobre el volante.
—No tienes que darme explicaciones. Sólo porque me he sincerado
contigo sobre mi dolorosa y humillante experiencia. No te sientas
obligada a equilibrar la balanza. Odiaría que me hablaras por culpa.
Me dejé caer contra el asiento y gemí.
—Mira, no es que amara a Wade. Diablos, creo que ni siquiera me cae
bien. Es sólo que no quería volver a casa cada noche y pensar en el hecho
de que mi padre se estaba muriendo y no había una maldita cosa que 102
pudiera hacer al respecto. —Se me quebró la voz y cerré los ojos cuando
las emociones que había reprimido durante tanto tiempo salieron a la
superficie—. Mis hermanos, como habrás adivinado, dieron por muerto
a nuestro padre hace años. Para mí fue diferente. Todavía íbamos a
trabajar juntos casi todos los días. Almorzábamos juntos. Le hacía la
compra. Lo llevaba al médico.
Respiré hondo y me quedé mirando fijamente la dulce casita que
teníamos delante.
—Estuve allí cuando el médico le dijo que le quedaban semanas,
cuando siguió bebiendo y cuando no despertó.
Devlin se inclinó sobre el apoyabrazos y me alcanzó. Me arrastró hasta
su regazo y me apretó la cabeza contra su mejilla.
No me di cuenta de que estaba llorando hasta que se me cortó la
respiración.
—Maldita sea. Yo no lloro. Como, nunca. Esto es estúpido.
Se aferró a mí con más fuerza.
—No quería tener que pensar. Así que avivé las cosas con Wade de
nuevo. Era conocido. Un imbécil familiar, pero aun así no trató de hacer
algo de la nada. Me dejó tomar las decisiones y no puso ninguna
expectativa sobre la mesa.
Devlin me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y dejé de hablar
para poder escuchar el constante latido de su corazón bajo mi oreja. Me
acarició el pelo despacio, sin prisa.
Permanecimos en silencio durante largos minutos. Sentí que la
tensión se filtraba lentamente de mi cuerpo, sustituida por el calor del
suyo. Fue un alivio dejarlo todo por un minuto.
—No me has preguntado por ese beso —dije finalmente.
—No te he tenido a solas desde entonces —señaló.
103
Levanté la cabeza para mirarle a los ojos.
—Ahora me tienes a solas.
—De acuerdo. ¿Por qué me besaste, Scarlett?
Me encantaba cómo sonaba mi nombre en sus labios. Levanté la mano,
jugueteé con el cuello de su camisa y le pasé los dedos por el cuello. Su
aliento me calentaba la cara, el sol entraba por las ventanillas de la
camioneta. Afuera, los pájaros cantaban, las abejas zumbaban y el
mundo seguía su curso.
—Quizá tenía curiosidad —admití.
—¿Y qué has averiguado? —preguntó en voz peligrosamente baja.
Levanté mi mirada hacia la suya. Aquellos ojos marrones cálidos e
interesados.
—Que me gustó.
Hizo su movimiento y se inclinó hacia mí, pero coloqué mis dedos
contra sus labios.
—Espera, Dev. Me prometí que no me metería en la cama de otro
después de la debacle de Zirkel.
Se quedó quieto inclinado hacia mí.
—Pero tú no eres sólo otro y ese beso no fue sólo un beso —continué—
. No he decidido si me acostaré contigo o no —mentí—. Pero me lo estoy
pensando mucho.
—Yo también, Scarlett. Yo también.

104
Capítulo 14
Devlin
No había oído disparos ni gritos procedentes de la casa de Scarlett
desde nuestra charla de ayer en la entrada, así que supuse que ella y sus
hermanos habían llegado a una tregua provisional o que los había
matado a todos y había enterrado sus cuerpos en silencio en el patio
trasero.
Pero cuando Jonah bajó las escaleras a la mañana siguiente, supuse
que o se le había escapado uno o estaban todos vivos. Hoy estaba
trabajando en otro proyecto, lo que me dejó sintiéndome aburrido y
105
echándola de menos. Un McCallister echando de menos a una reina del
drama. Casi ya no me reconocía y no era sólo por la barba que me estaba
dejando crecer.
Volví a trotar lenta y dolorosamente y pasé el resto del día
poniéndome al día con los correos electrónicos del trabajo. Sentirme tan
alejado de mi trabajo era una experiencia nueva para mí. Me habían
preparado para la política desde la escuela primaria. Mi padre pasó
treinta años en y alrededor de la política. Mi madre pasó ese tiempo
dedicada por entero a actos sociales y recaudación de fondos. Yo era la
siguiente generación de sus esfuerzos.
Me encantaba el servicio público. Claro, legislar era tedioso hasta lo
imposible. Y la política se parecía más a trincheras divididas por campos
de minas, pero era una vocación noble.
Cuando no ejercía, era socio del bufete de derecho de familia. El
Derecho era algo que me fascinaba desde hacía mucho tiempo y echaba
de menos ejercer, pero cuando había un legado que construir, los deseos
del individuo no importaban.
Me quedé mirando el correo electrónico que llevaba dos días
ignorando. Era del representante de relaciones públicas de la familia.
Blake era el responsable de trabajar con nuestros abogados para arreglar
el desastre que yo había dejado. Lo abrí y me di cuenta de que mis
padres tenían copia.
Devlin:
Espero que al recibir este mensaje te encuentres bien. Nos hemos reunido con
el señor Ralston y aunque afirma que todavía está considerando cargos por
agresión, estoy seguro de que no quiere que las noticias de su altercado se filtren
a los medios más que tú.
Las cosas empiezan a calmarse y, dentro de unas semanas, creo que será
seguro que hagas algunas apariciones públicas. Pero estoy de acuerdo con tus
padres en que el divorcio debería posponerse. Cualquier cosa que vuelva a llamar
la atención sobre ti ahora mismo será casi con toda seguridad perjudicial para
106
tu carrera política.
Atentamente,
Blake
Cerré la computadora portátil y subí los pies a la mesa. Intentaba
disfrutar del sol primaveral, de la vista del lago, pero mis pensamientos
eran caóticos. ¿Y si aplazaba el divorcio? ¿Y si volvía a besar a Scarlett?
¿Y si todo por lo que había trabajado toda mi vida era imposible ahora?
«¿Y si lo hubiera arruinado todo eligiendo a la mujer equivocada?»
—Hola, cara ceñuda —dijo Scarlett, subiendo a saltitos el último
escalón de la terraza. Me estaba sonriendo y de repente mis dudas ya no
parecían tan importantes—. Por favor, dime que no estás ocupado.
Ahora tenía toda mi atención. Enganché las manos detrás de la cabeza
y admiré la vista de sus delgadas piernas bajo unos pantalones caqui
cortos.
—Creo que puedo despejar mi agenda —dije con una sonrisa.
—Excelente. —Me lanzó una camiseta y me dio en la cara—. ¿Jonah
está libre?
Mis pies cayeron al suelo y me quité la camiseta que me había tirado.
Decía: Crestas de Polla de Bootleg en el pecho alrededor de una cabeza
de gallo gigante.
—Oh, no.
—Oh, sí —sonrió Scarlett. Empujó la puerta de la terraza—. ¡Jonah!
Trae tu culo aquí.
—¿Qué deporte es este? —pregunté.
—Softbol de lanzamiento rápido, mi guapo vecino. —Me guiñó un
ojo.
—Acabo de recordar que tengo planes.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jonah, asomando la cabeza por la 107
puerta.
—Corre —dije secamente.
—Espera a que lleguemos al campo.

Había un puesto de moonshine en el campo de softbol. Claro, había el


puesto de comida habitual con perros calientes y papas fritas blandas,
pero el puesto de moonshine tenía una cola de veinte personas.
—Vamos —dijo Scarlett, cogiéndome de la mano y tirando de mí hacia
el inicio del puesto.
Jonah iba detrás de nosotros, las miradas de los espectadores pesaban
sobre los hombros del Bodine más reciente.
Scarlett se saltó la cola y pidió tres moonshine de pastel de manzana
en una ventanilla lateral que decía: «Solamente Jugadores». Busqué mi
cartera.
—Los jugadores beben gratis —dijo Scarlett, empujando un pequeño
tarro en mi mano.
—¿En serio beberemos alcohol antes de un partido de softball?
—Reglas de la liga. También bebemos durante el partido, si eso te hace
sentir mejor.
No fue así. Jonah se encogió de hombros y se bebió su tarro de lo mejor
de Bootleg. Yo hice lo mismo. Quizá un poco de licor me relajaría. Ardía
de una forma realmente buena. Mi boca sabía a manzanas y canela.
Como si acabara de beberme un trozo de tarta de manzana.
—Guau. 108
Scarlett guiñó un ojo.
—Esa es la receta del bisabuelo Jedediah.
—¿De qué grado de alcohol estamos hablando? —preguntó Jonah.
Scarlett sonrió.
—No querrás saberlo. Vamos, chicos. Vamos a calentar.
La seguimos hasta el banquillo, donde el resto de la familia Bodine
hacía estiramientos o fruncía el ceño mirando el móvil. También había
algunos desconocidos.
—Estos son Nash y Buck —dijo Scarlett, señalando a dos tipos que
eran exactamente opuestos físicamente. Nash era alto y ancho como un
granero, con brazos que amenazaban con salirse de la camisa del
uniforme. Buck era bajo y delgado, con una cabellera pelirroja. Parecía
un niño pequeño jugando a disfrazarse con la camisa de su padre.
Jonah y yo asentimos en su dirección.
—Nash y Buck, estos son nuestros suplentes Devlin y Jonah. Dos de
nuestros jardineros cogieron conjuntivitis de su hijo —explicó—. Y esta
de aquí es Opal Bodine. Sin parentesco.
Opal era delgada y alta, con el pelo corto y oscuro que domaba con
una gorra de béisbol.
—Encantada de conocerlos —dijo mientras practicaba un swing.
Nos saludamos.
Jonah y yo no teníamos zapatos de tacos para ponernos, así que
dejamos que Scarlett nos guiara en el calentamiento. No pude evitar
echar un vistazo a la multitud mientras estiraba los isquiotibiales.
Parecía que toda la población de Bootleg había acudido al partido.
Casi todas las personas mayores de edad en las gradas tenían un tarro
de moonshine en la mano.
109
—Muy bien, corredore de base —refunfuñó Gibson—. Jugamos
contra los Aguiluchos Leñadores. Nos toca batear primero. ¿Están de
acuerdo en jugar? —nos preguntó a mí y a Jonah.
—Claro —Me encogí de hombros. Había jugado en las ligas menores
cuando tenía ocho años y había asistido a bastantes partidos de los
Nacionales. Podía manejar esto.
—Nash, tú primero. Opal eres la próxima al bate.
—Todos en pie para la interpretación del himno nacional —se oyó por
megafonía.
—Ese es Bernie O'Dell —me susurró Scarlett mientras nos
alineábamos frente a la bandera en el campo—. Ha sido el comentarista
desde que estaba en secundaria.
Misty Lynn, con su pelo rubio decolorado y una camiseta muy
ajustada, subió al diamante con un micrófono y cantó una versión
razonablemente buena y bastante dramática del himno. Noté que
Scarlett la fulminaba con la mirada mientras cantaba.
Al público le encantó, aplaudieron y silbaron. Misty Lynn hizo una
reverencia y Scarlett aplaudió educadamente.
—Hombre, la odio a muerte.
Como si la hubiera oído, Misty Lynn se paseó hacia Gibson y le lanzó
un beso. Scarlett hizo ruidos de vómito detrás de nosotros.
—¿Quién es tu amigo, entrenador? —Misty Lynn ronroneó a Gibson
y miró en mi dirección.
—Bendita seas, Misty Lynn. ¿Por qué no vas a llamar a tu médico para
que te dé los resultados del herpes? —sugirió dulcemente Scarlett.
—¿Por qué no te vas a nadar a un retrete, pedazo de mierda?
Pasé un brazo por los hombros de Scarlett y la atraje hacia mí
esperando que no fuera necesario sujetarla más. 110
—Oh, ¿están juntos? —preguntó Misty Lynn con interés. Me miró con
los ojos llenos de rímel—. Me pregunto cuánto durará. Llámame cuando
te canses de la señorita Scarlett, chico alto, moreno y sexy.
Misty Lynn se alejó haciendo equilibrio sobre sus poco prácticas
sandalias de tacón y Scarlett gruñó bajo mi brazo.
—«Odio» a ese cajón de pollas.
—Vamos, bateadora. Vamos a prepararnos para el partido —sugirió
Bowie, remolcando a su hermana hacia el banquillo.
Los Aguiluchos Leñadores tenían toda la pinta de ser leñadores.
Jugaban con camisas de franela y no podía estar seguro sin verlos de
cerca, pero parecía que incluso las mujeres llevaban barba.
En la entrada del campo, se repartieron chupitos de moonshine a
ambos equipos.
—Iguala el juego en el campo —explicó Scarlett bebiendo su tercer
chupito—. No importa si no puedes correr en línea recta porque no eres
un atleta estrella.
Mi visión se estaba volviendo un poco borrosa, pero aun así conseguí
poner la pelota en el guante un par de veces. Todo parecía ir un poco
más despacio. Opal era una gran receptora y bateaba nada menos que
un doble cada vez que se ponía a batear. Pero en la cuarta entrada, se
estaba inclinando a un lado detrás del bateador de los Lumberjack.
Jameson y Jonah se enredaron en una jugada y les costó recuperarse.
Uno de los jugadores de los Aguiluchos tropezó en su carrera hacia la
tercera base y lo eliminaron mientras yacía boca abajo en la tierra.
La única que no pareció sufrir ningún mal efecto del moonshine fue
Scarlett. En la quinta, bateó un triple con las bases llenas. Y en la sexta,
anotó un dulce doble play cuando un toque superó a Bowie en el
montículo del lanzador. Se movía como si el alcohol la hubiera hecho
más grácil, más atlética. 111
En la séptima entrada, ya estaba tragando agua y tirando el alcohol al
suelo. Jonah intentaba contarle al sobrio Gibson una historia sobre un
caballo y un suéter. Opal y Buck bailaron un torpe, pero enérgico baile
two step en el banquillo hasta que Buck se golpeó la cabeza con una
esquina del techo.
A alguien de la multitud se le ocurrió tirarnos un par de perros
calientes. Tomé dos con la esperanza de que absorbieran parte del
alcohol, pero en el fondo de mi corazón sabía que era demasiado tarde.
Vi a Scarlett tragar agua y limpiarse la boca con el dorso de la mano.
¿Por qué todo lo que hacía era tan sexy? Me encantaba mirarla. La
forma en que se movía. La forma en que reía. La forma en que su sonrisa
llegaba a sus ojos. Su boca sucia.
—Ejem. —Jameson me dio un codazo en la tripa—. Estás babeando.
Me limpié la boca.
—Metafóricamente. Deja de mirar a mi hermana.
—Puede mirarme todo lo que quiera —dijo Scarlett—. Yo le miro de
vuelta.
—¡Puaj! —gimió Gibson—. ¿Pueden evitar enrollarse aquí en el
banquillo? Eso es todo lo que estoy pidiendo en este momento.
Scarlett cogió un bate, me guiñó un ojo y le dio a su hermano un beso
en la mejilla.
—Progreso —gritó alegremente por encima del hombro.
Gibson miró al banquillo del otro equipo.
—Creo que están a punto de suspender el partido. —Me acerqué a él
a trompicones y cerré un ojo intentando concentrarme en los
Aguiluchos.
—¿Están durmiendo?
—Se desmayaron. —Gibson le hizo una señal a Scarlett en el campo, 112
y ella asintió.
El lanzador hizo su lanzamiento y Scarlett tuvo que dar dos grandes
pasos a un lado para alcanzar la bola, pero, maldita sea, la alcanzó. El
bate conectó con un tintineo de aluminio y la pelota se elevó en el aire.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Gibson. Las piernas de Scarlett se
comieron la distancia entre el home y primera. Ya se dirigía a segunda
cuando el jardinero perdió la pelota.
—¡Sigue adelante! —balbuceó Bowie a mi lado.
El público estaba de pie, ladeándose con fuerza, pero sin dejar de
animar. Cuando el jardinero controló la pelota y la lanzó, ella ya bailaba
sobre la segunda.
Fue un lanzamiento salvaje. La jugadora que estaba en tercera base
tuvo que abandonar la base y lanzarse para ponerle el guante. Scarlett
pasó a su lado sin mirarla. Aceleró y bajó la cabeza. El receptor de los
Lumberjacks estaba de rodillas, incapaz de mantenerse en pie, cuando
la tercera base lanzó la pelota. Yo estaba fuera del banquillo con el resto
del equipo animando mientras Scarlett se lanzaba de cabeza contra la
tierra, deslizándose hacia el receptor y luego hacia June como una bola
de bolos que busca hacer chuza.
No supe por qué vitoreaban todos hasta que vi la bola rodar suelta
entre el montón de brazos y piernas, y borrachos sonrientes.
—¡A salvo! —gritó June.

113
Capítulo 15
Scarlett
Devlin no parecía entender el concepto del autobús escolar.
—Pero… ¿y mi camioneta? —preguntó por tercera vez señalando en
la dirección exactamente opuesta a donde nos habíamos parqueado.
—Cariño, ninguno de nosotros puede conducir. Para eso está el
autobús escolar. Nos llevarán a casa.
—Pero… ¿y mi auto? —volvió a preguntar.
114
Agarré su cara entre mis manos, disfrutando del tacto de su barba en
mis palmas.
—Te traeré mañana.
—Ssstá bien —dijo, finalmente apaciguado.
Le solté las mejillas. Bootleg se tomaba en serio nuestro softball de
lanzamiento rápido, como todos nuestros buenos momentos. Por eso
había una flota de autobuses escolares esperando para llevar a todo el
mundo a casa. Los equipos visitantes siempre debían tener su propio
autobús y conductores designados que pudieran disfrutar de perros
calientes, todo lo que puedas comer, durante los partidos.
En Bootleg, los miércoles se llamaban «miércoles de borrachera».
Todo el mundo estaba demasiado resacoso para hacer otra cosa que no
fuera comer comidas grasientas y decirle a los demás que no hicieran
ruido.
Devlin había aguantado el alcohol mejor de lo que esperaba. Todavía
estaba de pie. Bowie y Jameson arrastraban a Jonah al autobús cantando
una versión verdaderamente horrible de «Friends in Low Places». Tiré
de él hacia un asiento y tomé el pasillo para presionarlo contra la
ventanilla si era necesario.
—Eres muy hermosa, Scarlett —me dijo mirándome fijamente con un
ojo.
—Estás muy lejos, ¿eh, Dev?
Sacudió la cabeza.
—Estoy borracho. Lo reconozco, pero hay algo en ti. Creo que me
gustas mucho —añadió en un fuerte susurro.
—Creo que tú también me gustas mucho —dije, divertida.
—Eres como un trago… de…
—¿Moonshine? —sugerí. 115
Sacudió la cabeza y la golpeó contra la ventana.
—No, más bien whisky. Provocas que caiga de una patada.
Era un cumplido que podía apreciar.
—Bueno, gracias, Dev. Tú tampoco estás tan mal.
—Quiero besarte.
Creo que quiso susurrarlo, pero salió a todo volumen.
—¡Oooooooh! —canturrearon los ocupantes del autobús.
—Oye, Scar, ¿Devlin te pasó una nota durante el tercer periodo
preguntándote si te gustaba? —preguntó Cassidy, asomando la cabeza
por encima del asiento.
—¿Quieres que te escriba una nota? —preguntó frunciendo el ceño.
—Deberías escribirle una nota —aceptó Buck.
—Tengo papel y bolígrafo —dijo Opal desde dos filas más atrás.
—Son lo peor.
Quince minutos después, ayudé a Devlin y a Jonah a bajar
tambaleándose del autobús en mi casa con una nota dulcemente
garabateada de Devlin en mi bolsillo trasero.
—Jonah, ve tú adelante —decidió Devlin—. Me quedaré aquí y besaré
a tu hermana.
—Bien —dijo Jonah saludando con la mano y tropezando con una
hortensia que estaba vadeando.
Di una palmada para llamar su atención.
—Por el camino Jonah. No por las flores.
—Bien —dijo de nuevo y se dirigió hacia un árbol.
—Estará bien —dijo Devlin con optimismo.
—Vamos a traerte agua, grandullón. —Lo llevé adentro de la casa.
116
Llegamos hasta el vestíbulo antes de que Devlin me agarrara y me
inmovilizara contra la puerta.
—Voy a besarte ahora.
—Vale —respiré.
Su boca parecía funcionar bien bajo la influencia. Desde luego, no
tenía ninguna queja.
—Dios —exhalé. Devlin aplastó sus labios contra los míos y me
levantó, rodeando sus caderas con mis piernas.
Cuando me tocaba, sentía como si por mis venas corriera whisky
puro. No era delicado conmigo y eso me gustaba. Me gustaba que fuera
brusco, que no anduviera de puntillas para ser cuidadoso.
Sólo quería más y más de él. Sus músculos se agolpaban bajo el
algodón de la camiseta mientras me mantenía suspendida entre él y la
madera de la puerta.
—No tengo suficiente —susurró.
Me mareaba. Sus palabras, su tacto, su sabor. Lo quería todo y mucho
más. Me dolía por estar él.
Metió la mano bajo mi camiseta y la sensación de su piel contra la mía
me hizo gemir contra su boca.
—Cariño, te necesito —me confesó. Casi me deshizo.
—Dev, no podemos hacer esto —susurré.
Su mano encontró mi pecho a través del sujetador deportivo e hizo un
ruido sordo en su pecho. Me golpeé la cabeza contra la puerta. Podía
sentir cómo se endurecía contra mí, otra parte del cuerpo que no
necesitaba la sobriedad para funcionar bien. Me moví contra él,
desesperada por conseguir algo de esa fricción que tanto ansiaba.
Cada caricia me dejaba con ganas de más.
—Dev —jadeé cuando me hundió los dientes en el cuello. Mi brazo se 117
agitó por voluntad propia y tiró un cuadro de la pared.
—¿Hum?
—Cariño, no podemos hacer esto ahora —le dije mientras le ayudaba
a quitarme la camiseta por la cabeza.
Se echó hacia atrás, aturdido, y sentí el pulso de su polla contra mí.
Me estremecí con oscuros pensamientos carnales.
—No podemos hacer esto porque estás borracho.
—Estoy bastante seguro de que todas las partes importantes
funcionan —dijo. Su polla palpitó en señal de acuerdo.
Solté una carcajada estrangulada. Nunca en mi vida había estado en
esta situación.
—No, quiero decir, no sé si realmente quieres hacer esto porque estás
borracho o porque me deseas.
Movió las caderas contra mí y yo ronroneé como una maldita gata
cuando su erección me rozó exactamente en el punto exacto.
—Seguro que quiero.
—Me estás matando ahora mismo, Devlin. Necesito que estés sobrio
como un juez y entonces dime que me deseas. Esa es la única manera en
que esto va a suceder.
Dejó caer su frente sobre la mía.
—¿Cuánto crees que tardaré en despejarme? ¿Cinco minutos? ¿Diez?
Me dejó deslizarme por la puerta lentamente hasta que mis pies
estuvieron en el suelo.
Me reí.
—¿Te has emborrachado alguna vez?
—Puesss. Fui a la universidad y a la facultad de Derecho.
—Pero… ¿desde entonces? —presioné.
118
Sacudió la cabeza.
—No ayuda a tu carrera que te vean borracho en público.
—Una carrera en política suena muy aburrida.
—Pequeño precio a pagar para dar forma a nuestro país —dijo con
voz grave.
—¿Estás citando a alguien? —Recogí mi camiseta y tiré de él por el
corto pasillo hasta la cocina. Le di un suave empujón hacia un taburete.
—Mi padre. Esa era su respuesta a todo. No podía jugar al fútbol
porque eso era demasiado brutal. No podía tomarme un verano libre y
viajar por Europa porque necesitaba rellenar mi currículum con
prácticas y voluntariado.
—¿Qué hacías para divertirte? —pregunté, fascinada.
—Hacer felices a mis padres, supongo.
Me volví a poner la camiseta.
—Bueno, ¿adivina qué, Devlin McCallister? Tus padres no están aquí.
Puedes hacer lo que quieras para divertirte.
—Ni siquiera sabría qué hacer —admitió—. Todavía se supone que
debo pasar desapercibido, así que meterme en peleas de bar o volcar
vacas no sería una buena idea.
—Volcar vacas no es algo real.
—¿Estás segura? —preguntó.
Le puse un vaso de agua delante.
—Bebe, grandullón.
Me volví hacia la cafetera y eché lo suficiente para hacer un café que
te pondría de pie y a bailar.
—¿Has estado alguna vez en un kayak? —le pregunté. No es que fuera
una buena idea hoy, cuando ni siquiera podía mantenerse erguido. 119
—¿Un kayak? —Frunció el ceño—. Solía remar los fines de semana en
la universidad.
—¿Como el deporte de los ricos? —resoplé.
—Los pobres también saben remar —dijo exasperado.
—Qué hombre de pueblo eres —bromeé.
—Cállate.
—¿Siempre quisiste dedicarte a la política? —le pregunté.
Asintió con la cabeza.
—Estaba claro desde que nací que me dedicaría a la política.
—Eso no es lo mismo que querer —señalé.
Frunció el ceño, considerando mis palabras.
Mi cafetera emitió un pitido y le serví una taza.
—¿Crema? ¿Azúcar?
Sacudió la cabeza.
—¿Tienes pizza?
Cuarenta minutos más tarde, los restos de una pizza de pepperoni y
champiñones muy grande y grasienta estaban sobre la mesa de café y
Devlin McCallister roncaba en mi sofá con los pies con calcetines sobre
la mesa de centro.
Era adorable y lo deseaba a rabiar. Si no supiera que lo podía molestar,
le habría hecho una foto así.
Decidí que entretener a Devlin sería mi nuevo proyecto paralelo. Tal
vez era hora de que descubriera lo que realmente quería de la vida y con
suerte Devlin sobrio realmente me deseara.

120
Capítulo 16
Scarlett
—¿Por qué esa reunión familiar tan secreta? —pregunté, irrumpiendo
en la casa de Bowie en el centro de Bootleg un buen viernes por la
mañana.
Bowie vivía en un bonito dúplex de ladrillo con un amplio porche
delantero y elegantes molduras alrededor de las ventanas a dos
manzanas del instituto donde trabajaba. Cassidy vivía en la otra mitad.
Y nada en la verde tierra de Dios me convencería de que era una
coincidencia.
121
—Quería desayunar y ninguno de ustedes tiene nada en la cocina —
llamó Bowie desde la parte trasera de la casa. Los Bodine hacíamos la
mayor parte de nuestros negocios durante el desayuno. Todos éramos
madrugadores por naturaleza y todos preferíamos quitarnos la venda
rápido cuando se trataba de situaciones incómodas.
Lo seguí hasta la cocina y encontré al resto de mis hermanos, menos
Jonah, sentados alrededor de la mesa.
—Bueno, esto no es bueno —dije, sacando una silla. Bowie me había
dicho que viniera a las siete y aquí estaba en punto, sin embargo…
¿todos mis hermanos lograron llegar antes? Sólo significaba una cosa—
. ¿Qué quieren que haga, imbéciles?
—Llamó el abogado de papá —empezó Bowie. Dejó caer un plato con
panqueques con crema batida y confeti delante de mí. Encima había una
carita sonriente de crema batida.
«Esto iba a ser realmente malo».
—Alguien tiene que empezar a revisar su casa —soltó Gibson.
—Ah, vamos, chicos. ¿Me van a echar esto encima? —Los odiaba a
todos un poco en este momento, escarbaba en la estúpida cara sonriente
de mis panqueques.
Levanté la vista y todos tenían los dedos en la nariz.
—Sí, sí. Pasan. Lo entiendo.
—Mira, Scar —empezó Bowie—. Si uno de nosotros entrara ahí,
empezaríamos a lanzar cosas. No somos sentimentales como tú. Nos
encargaremos del acarreo, pero necesitamos que revises la casa.
—¿Qué haremos con la casa? —pregunté.
Mis hermanos se miraron.
—¿Qué quieres hacer con la casa? —preguntó Gibson.
—No estaría mal conservarla para darla en alquiler. Tiene más
122
dormitorios que la mayoría de las propiedades.
—Necesita algo de trabajo —señaló Jameson.
—Necesita un puto exorcismo —murmuró Gibson en voz baja.
—¿Podemos tal vez sólo tragarnos nuestro odio por una vez? —
sugerí.
Bowie y Jameson lanzaron miradas severas a Gibson.
—Lo siento —murmuró.
—No puedo creer que me estén echando esto encima. —Igual que me
habían echado a papá encima. Igual que esperaban que me encargara de
todo. Tal vez nos ahorraría algunos problemas y quemaría la maldita
casa hasta los cimientos.
Bowie se sentó a mi lado.
—Scar, sabemos que no es justo pedirte esto, pero si quieres que se
haga bien, esta es la forma de hacerlo.
—La limpiaré, pero ustedes se encargarán del transporte, la venta y el
almacenamiento y luego Gibs y yo nos dividiremos el trabajo de la
renovación —decidí—. Pero quiero trabajo gratis de cada uno de
ustedes. Esto va a tomar tiempo fuera de mi negocio, así que es mejor
que todos ustedes aparezcan cuando los necesite.
—Lo haremos —prometieron con vehemencia.
Sabía que lo harían, pero seguía cabreada y deseando que todos
maduraran y superaran el rencor que le guardaban a nuestro padre.
Estaba muerto. No podía hacer más daño.
Concluidos los negocios, todos se zambulleron en la pila de
panqueques sin sonrisas que había en el centro de la mesa.
—Entonces. ¿Tú y Devlin? —comenzó Bowie.
Le pinché la mano con el tenedor cubierto de sirope. 123
—No… no. A partir de ahora, nos mantendremos al margen de la vida
amorosa de los otros, a menos que Gibson tenga una lesión en la cabeza
y vuelva con Misty Lynn.
—Vamos, Scarlett —dijo Jameson—. Sólo estamos cuidando de ti.
Sacudí la cabeza.
—Lo digo en serio, chicos. No necesito a tres o cuatro bufones ya
crecidos supervisando mis hábitos de citas.
—Devlin no es horrible —dijo Gibson, llevándose a la boca una triple
capa de panqueques.
—Lo secundo —asintió Jameson.
—Bueno, eso sí que es una declaración fuerte —dije secamente.
—Pero tampoco se quedará —dijo Bowie—. Sólo está de paso. ¿Es
realmente alguien con quien queremos que Scarlett pase tiempo?
—Buena observación. —Jameson recogió su café.
—Todos saben que no me casaré antes de los treinta, ¿verdad? —Le
había hecho una promesa a mi madre cada año en mi cumpleaños desde
que tenía memoria. No me casaría antes de los treinta. Lo que significaba
que podía divertirme mucho por ahora.
—Scarlett, ¿por qué no piensas en asentarte con alguien y no casarte?
—sugirió Bowie.
—Eres ridículo.
Gibson se inclinó sobre su plato.
—Mira, Scar. Nosotros te criamos. Si andas por ahí jodiendo, es culpa
nuestra.
—Oh, así que quieres que me calme para que se sientan mejor.
—Sólo queremos que uno de nosotros resulte ser un adulto bien
adaptado —replicó Bowie. 124
—¿Cómo está esa electricista con la que salías? —le pregunté a Bowie,
sabiendo perfectamente que la había dejado a los diez minutos de
enterarse de que Cassidy y Amos Sheridan habían terminado este
invierno.
—Ingeniera eléctrica —corrigió—. Y decidimos ver a otras personas.
—¿Como por ejemplo a tu vecina de al lado? —pregunté
inocentemente.
—Te cachó —asintió Jameson en señal de aprobación.
Gibson sonrió complacido.
Señalé a Gibson con el tenedor.
—No empieces. Sé que después de tus conciertos sólo te llevas a casa
a zorras de bar —le dije. Mi hermano era un cantante y guitarrista con
mucho talento. Tocaba en bares en un radio de 80 kilómetros por
diversión… y mujeres.
—Mi vida sexual es asunto mío.
—No si la mía no es mía —argumenté—. De hecho, creo que voy a
hacer una lista de tus conquistas recientes. Sólo para que todos podamos
estar al día en tu larga y esporádica línea de aventuras de una noche.
Jameson fue lo bastante listo como para mirar fijamente su plato y no
moverse demasiado para no llamar mi atención y mi ira. Para ser
sincera, no estaba segura de la vida sentimental de ese hermano en
particular. Pensé que podría estar saliendo con alguien, pero ella vivía
fuera del pueblo. Nunca había considerado oportuno presentárnosla a
ninguno de nosotros, así que supuse que no iba en serio. Pero podía
averiguarlo si era necesario. Cuando era pequeña, espiar a mis
hermanos era uno de mis pasatiempos favoritos.
—Entonces, estamos de acuerdo —dije—. ¿Nadie me molestará por
mi vida sexual y dejaré la de ustedes en paz?
—De acuerdo —murmuraron.
125
Volví a zamparme mis panqueques y empecé a pensar en cuánto
tiempo quería esperar con Devlin. Era como estar a dieta y vivir al lado
de un puesto de helados.

Pensé toda la mañana en ese irresistible helado con chocolate


derretido que era Devlin McCallister, entre maldecir a mis hermanos,
uno por uno. Tenía proyectos que terminar antes de echarme encima la
casa de papá y si tenían algún problema, podían ir a limpiar sus cosas
ellos mismos. No lo estaba evitando, me dije. Sólo era un buen negocio
poner primero los trabajos remunerados.
Había pasado de ganarme la vida a duras penas a los dieciocho años
a valerme por mí misma. Los ingresos de mis alquileres me mantenían
cuando el trabajo estaba parado en invierno y estaba acumulando unos
buenos ahorros para poder comprar otra casa para dar en alquiler.
Con el trabajo de Devlin, me estaría embolsando unos buenos
honorarios y así como así, volvía a pensar en él. Era un buen espécimen
masculino y su tiempo en Bootleg estaba haciendo maravillas por él.
Cada vez que lo veía, parecía más fuerte, más avispado… más en forma.
Pensé en Dev y en sus bellas formas durante todo el cambio del filtro
de la caldera de mi casa de alquiler y durante mi trabajo de reparación
del tejado en casa de los padres de Zadie Rummerfield. Incluso pensé en
él cuando desatasqué el retrete del piso de arriba de Cassidy porque le
daba vergüenza llamar a su primo fontanero.
Devlin me besó como si fuera una mujer. No una chica que conocía
desde la guardería. No la más joven de cuatro, ahora cinco, Bodine que
lo tirarían al suelo si él daba un paso fuera de la línea. No la pobre hija
de un borracho y perdedor.
Me hacía sentir misteriosa, interesante, sexy. Cosas que no podía
126
sentir a diario con la gente que conocía de toda la vida.
Por mucho que lo intentara, no veía nada malo en una pequeña
aventura primaveral con ese hombre.
Saqué el móvil del sujetador, donde lo había guardado para mi
pequeña escapada de fontanería. Cassidy me había pagado por mis
molestias con un cheque regalo para un spa y una caja de condones. Y
esta noche iba a usar uno de ellos.
Marqué el número de Devlin y contestó al primer timbrazo.
—Vaya, hola —ronroneé.
—Hola, Scarlett. —Oí un pequeño estruendo de fondo y algunas
palabrotas en voz baja—. Quiero decir, hola. ¿Qué pasa? —dijo
casualmente.
Devlin está enamorado de mí y eso calentaba mi corazón de Virginia
Occidental.
—¿Qué vas a hacer esta noche? —pregunté.

127
Capítulo 17
Devlin
The Lookout estaba más lleno esta vez que la anterior. Generaciones
de Bootleggers se acurrucaban alrededor de la barra o en las mesas de la
planta principal. En la parte de atrás había mesas de billar con los
letreros de cerveza en neón de rigor, cáscaras de maní y polvo por todo
el suelo. Cuando pregunté, me dijeron que nadie en Bootleg era alérgico
a los manís. Los lugareños atribuían a las aguas termales y a sus místicos
poderes curativos la ausencia de alergias potencialmente mortales.
—Hola, Dev —llamó Millie Waggle desde una mesa llena de mujeres
128
con una mezcla de franela y vestidos primaverales—. ¿Dónde está tu
compañero de cuarto?
Las saludé. Todas me devolvieron el saludo con una sonrisa en los
labios.
—Jonah está de visita con unos amigos en Virginia —les dije a pesar
de que no era asunto suyo.
Me dirigí hacia la larga barra en forma de L, aunque ya había decidido
que esta noche no me excedería. Mi resaca por el alcohol y softball de
principios de semana fue suficiente para convencerme de pasar el resto
de la semana pidiendo disculpas a mi cuerpo con una serie de carnes a
la parrilla, ensaladas y ejercicios. Ahora sabía que sufría de las resacas
de una semana que todos los adultos llegamos a experimentar.
Pero necesitaba algo que hacer con las manos. Una copa sería el
accesorio más creíble para ocultar mis nervios.
Esta noche, tenía una misión. Scarlett Bodine iba a venir a casa
conmigo o yo iría a casa con ella. De una forma u otra, íbamos a acabar
desnudos juntos. Y para que eso sucediera, no podía ser el romántico
ansioso y esperanzado que me sentía en ese momento.
—Devlin —asintió Rhett, el fornido juguete de Misty Lynn, cuando
pasé junto a él.
—Buenas noches, Rhett —dije, deslizándome a su lado. Era extraño
que fuera un forastero aquí, pero conocía a más gente en Bootleg que en
Annapolis. Supongo que así era en un pueblo pequeño. Todo el mundo
te conocía a ti y tus asuntos. Me pregunté si todos sabía sobre mi historia
reciente. Y si lo hacían, ¿aconsejarían a Scarlett que se mantuviera
alejada de mí?
Ella me había invitado aquí, mencionando que Gibson iba a tocar y
que debía venir. Mierda. ¿Y si sólo me invitó por cortesía? ¿O si era una
reunión de grupo y me había rasurado sin razón? Me preparé
mentalmente para esa humillación. Al menos mi rasuradora y yo 129
seríamos los únicos que conoceríamos mi vergüenza.
Odiaba que esos pensamientos cruzaran mi mente. Hace seis meses,
me sentía seguro de mi existencia. Gracias a la crianza y al refuerzo
regular, tenía la confianza de saber que era importante.
El acuerdo prenupcial había protegido mis cuentas, pero no había
hecho nada por mi ego. Me había llevado más que un golpe con ese
divorcio. ¿Pero una noche con la hermosa Scarlett? No podía pensar en
nada que hiciera a un hombre sentirse mejor que eso.
Y más que eso, quería darle algo que Wade Zirkel nunca pudo darle.
No quería ser sólo un par de brazos familiares. Quería hacer esto
especial para ella. Quería darnos a ambos algo para recordar con cariño
por el resto de nuestras vidas.
Lo único que se interponía entre esa eventualidad y yo era la distancia
entre mis pies y el bar.
La vi. Estaba hablando con dos hombres mayores en el bar. Llevaba
una falda vaquera corta, una camiseta de tirantes de las Crestas de Polla
de Bootleg y un bonito cárdigan encima. Llevaba el pelo ondulado y las
botas vaqueras de la primera vez que nos vimos.
Era oficial. Era la mujer más sexy que había visto en toda mi vida.
¿Quién iba a decir que mi tipo sería una vaquera de campo en vez de
una elegante y sofisticada? Pero no había forma de evitarlo.
Respiré hondo y me abrí paso entre la gente que reía alrededor de
pequeñas mesas.
Me vio a mitad de camino y la forma en que se le iluminó la cara hizo
que se me aflojara la opresión del pecho.
—Hola —dije. «Qué manera para ser suave, idiota».
—Hola —dijo, llevándose la pajilla a los labios.
«¿Era demasiado pronto para pedirle que se fuera a casa conmigo?»
130
—¿Puedo invitarte a una copa? —le pregunté.
Levantó su vaso aún lleno y lo agitó.
—Estoy bien, pero déjame invitarte a una. —Se volvió hacia la barra y
le pasé la mano por el pelo—. ¡Nicolette! Lo que quiera este alto y guapo
hombre.
La cantinera, Nicolette, era una morena bajita que nos había atendido
a mí y a los Bodine la última vez que estuvimos aquí. Esta noche llevaba
una camiseta que decía «Si no te gustan los tacos, yo soy Nacho». Ladeó
la cabeza hacia mí.
—¿Qué deseas, Devlin?
—Sólo una cerveza —dije. Una cerveza no me metería en problemas
con las preocupaciones de consentimiento de Scarlett.
—¿Qué estás bebiendo? —pregunté, inclinándome hacia el oído de
Scarlett para que pudiera oírme. Olía a sol y campo de margaritas.
—Pepsi —dijo con un guiño.
—¿Alguna razón? —pregunté, apenas atreviéndome a respirar.
—Creo que tú y yo podríamos tener planes más tarde esta noche.
Cielo misericordioso. Se me paró el corazón. Era, a todos los efectos,
un muerto viviente por la anticipación de lo que pensé que estaba
diciendo. Luego tomé impulso con una cojera torpe y empecé a respirar
de nuevo.
—Entonces, ¿quieres salir de aquí? —Sólo bromeaba a medias.
Se rio y me pasó la mano por el pecho, bajando por los botones de la
camisa. Se me puso dura cuando se puso de puntillas y dejó que sus
labios rozaran mi oreja.
—Quiero pasarme la noche coqueteando contigo antes de pasarme la
madrugada follándote.
Y así, cualquier gota de sangre que me quedara en la cabeza se fue al 131
garete tan rápido que vi cómo el negro se deslizaba por los bordes de mi
visión.
—Ah —fue todo lo que pude decir.
—Ya está la cerveza —dijo uno de los hombres mayores, tendiéndome
un vaso de medio litro de lo que fuera que había pedido—. ¿Seguro que
no necesitas sales aromáticas, chico?
Scarlett sonrió y me cogió de la mano.
—Vamos, Dev. Tenemos una mesa al frente —dijo, tirando de mí.
Lo de la salida en grupo ya no me preocupaba. No cuando sabía que
esta era «la noche». Sin embargo, no estaba en condiciones de establecer
contacto visual con Bowie y Jameson ni con Cassidy y June. Señalé la
mesa con la cabeza y me senté, esperando que nadie se diera cuenta de
la furiosa erección en mis jeans. Como si me hubiera leído el
pensamiento, Scarlett me puso la mano en el regazo y casi salté de la
silla.
—¿Todo bien ahí? —preguntó Cassidy, levantando una ceja hacia
nosotros.
Agarré la mano de Scarlett y la alejé unos centímetros de mi polla.
—Todo bien —le aseguré.
Scarlett sonrió con suficiencia.
—Hola, June —dije.
June levantó un dedo, mirando atentamente la pantalla de su teléfono.
—No hagas caso a June Bichito —dijo Cassidy—. Está viendo algún
partido y absorbiendo cada estadística medible con su gran cerebro.
June me intrigaba. No como Scarlett. Aquello era lujuria, biología,
química y un flechazo a la antigua usanza, todo en un potente cóctel.
June era diferente. Era increíblemente inteligente y utilizaba sus poderes
para almacenar todas las estadísticas deportivas conocidas. También
parecía no tener interés en las relaciones humanas. A diferencia de 132
Gibson, que parecía odiar a la gente, June estaba dispuesta a aceptar o
rechazar la interacción humana.
Hablando del diablo, el público rompió en aplausos dispersos cuando
Gibson entró en el pequeño escenario. Iba vestido con jeans y camiseta
negra y llevaba una guitarra colgada del pecho. Le acompañaban un
tecladista y un baterista de edades dispares.
—Ese es Hung en la batería —dijo señalando al hombre asiático de
pelo gris con una chaqueta vaquera desgastada—. Y el del teclado es
Corbin. También toca muy bien la armónica.
Corbin parecía tener diecisiete años. Tenía la piel oscura y lisa y el
pelo espeso y erizado. Llevaba pajarita y pantalones Dockers.
No hubo preámbulos, ni presentaciones de la banda sin nombre.
Gibson les lanzó una canción sobre vasos rojos y el público enloqueció
cantando con ellos.
Scarlett cantaba y se balanceaba a mi lado, y yo apoyé el brazo en el
respaldo de su silla para mantenerla cerca. No quería faltar al respeto a
sus hermanos, pero no iba a pasar la velada sin tocarla.
Se inclinó hacia mí y sonrió, y de repente ya no me preocupaban tanto
sus hermanos.
—Me alegro de que estés aquí —me dijo al oído.
«A-le-lu-ya».
—Yo también
—¿Dónde estarías si no hubiera pasado nada de lo otro? ¿Qué estarías
haciendo un viernes por la noche en tu antigua vida? —preguntó
Scarlett por encima de la música.
Me concentré en sus labios mientras pronunciaba las palabras. Tenía
la boca más bonita que había conocido nunca. Una sonrisa de oreja a
oreja con unos labios carnosos. Sabía exactamente lo que se sentía al
tener esa boca sobre mí, y no podía esperar a experimentarlo de nuevo. 133
Me pinchó cuando no contesté enseguida.
—Los viernes solían hacer recepciones o algún tipo de cena o
recaudación de fondos. Red de contactos, hacer acto de presencia. —Me
acerqué y le pasé el pelo por detrás de la oreja. Se acurrucó contra mi
mano.
—¿Te arreglarías? ¿Comerías cosas pequeñas y hablarías de tonterías?
—preguntó.
Asentí con la cabeza. Formaba parte del estilo de vida. Quería avanzar
en mi carrera y así era como se hacía. Claro, significaba que una cena
nunca era sólo una cena. Significaba que la semana laboral nunca duraba
solo cuarenta horas, pero el servicio público no era un trabajo de ocho a
cinco. Era una vocación. Johanna y yo, pensé, habíamos aprovechado las
expectativas. Repasando a quién le habíamos dicho qué, en el camino a
casa.
Y aquí estaba yo, en Bootleg Springs, Virginia Occidental, en jeans, con
una cerveza y una hermosa mujer que me miraba como si fuera el
hombre más interesante del bar. Había polvo de maní en mis mocasines
y una banda de country animando al público.
Me gustó.
—¿Esto es lo que haces la mayoría de los viernes por la noche? —le
pregunté. A veces me sorprendía lo poco que sabíamos el uno del otro.
Otras veces, sentía que Scarlett Bodine era una vieja obsesión. Estaba tan
pendiente de todo lo que hacía, de cada expresión que ponía, de cada
emoción que pasaba tras sus ojos.
Ella asintió.
—Esto o a veces Jameson y yo pedimos comida chatarra en todos los
restaurantes del pueblo y hacemos un cochinillo.
—¿Un cochinillo?
—Sí, cuando comes demasiado en tu propia casa para que nadie vea 134
tu vergüenza.
Me reí y ella me sonrió como si no hubiera nada que pudiera haber
hecho que la complaciera más. Esperaba tener algunos movimientos que
lo hicieran.
Capítulo 18
Devlin
Gibson empezó otra canción, cuyos primeros compases hicieron que
los clientes de The Lookout se agolparan en la pista de baile. El tipo sabía
cantar. Lo reconozco.
La canción era «Save a Horse, Ride a Cowboy» una canción country
que hasta yo había oído de pasada. Y mientras Gibson cantaba, vi a su
hermana pequeña mover su dulce trasero en la pista de baile. Ella y
Cassidy bailaban en medio de una multitud de mujeres que se sabían
todas y cada una de las palabras de la canción. Intenté imaginarme la
135
última recepción o recaudación de fondos a la que había asistido. Nada
destacaba en alta definición como aquello.
Bowie se sentó a mi lado, mirando con nostalgia la pista de baile.
—¿No bailas? —le pregunté.
—¿Eh? —apartó los ojos de las bailarinas.
—¿Bailas? —volví a preguntar.
—Oh, claro. Todos lo hacemos. —Su mirada volvió a patinar en
dirección a Cassidy—. La clase de gimnasia siempre incluía una clase de
baile: baile en línea, square dance7, baile de salón.
—¿Entonces por qué no estás ahí bailando?
—La vista es mejor desde aquí.

7 Baile popular en la música country con parejas dispuestas en un cuadrado.


Tuve que darle la razón. Scarlett se había deshecho del cárdigan y
tenía los brazos tonificados levantados hacia el techo. Giró sobre sí
misma, con el pelo recogido en el aire y flotando detrás de ella.
—Jesús, son patéticos —murmuró Jameson.
—¿Eh? —Bowie y yo dijimos juntos.
—Parece que ambos están sexualmente frustrados —dijo June, como
una científica que observa bacterias a través del microscopio.
Bowie y yo nos miramos y luego apartamos la vista rápidamente.
—¿Alguna vez has salido en una cita, Juney? —preguntó Bowie.
Ella frunció el ceño.
—Por supuesto. Cuando encuentro a alguien lo bastante inteligente
como para no complicar las cosas con expectativas y exigencias
irrazonables.
—¿Irrazonable? —preguntó Jameson. 136
—Alguien que piensa que está bien programar citas los fines de
semana durante la temporada de fútbol.
—Tienes razón —dijo Bowie.
Mis ojos volvieron a encontrar a Scarlett y la observé bailar hasta que
la canción cambió de nuevo y ella volvió a la mesa.
—¿Qué me he perdido? —preguntó.
—June sólo sale con aficionados al fútbol —anunció Jameson—. Y
Bowie y McCallister están sexualmente frustrados.
—¿Ah, sí? —Scarlett volvió a sentarse y se acurrucó a mi lado. Le pasé
los dedos por el pelo y pensé que todo era perfecto en aquel momento.
—Oh, oh —respiró.
Cuando no reaccioné de inmediato ante el peligro que había visto en
la pista, Scarlett me dio un codazo en las costillas.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Señaló a la pista de baile, donde Cassidy estaba siendo arrastrada a
los brazos de un vaquero en un estilo de baile two step.
—Ese es Amos Sheridan.
—Ajá —dije, inclinándome para rozar mis labios contra su pelo.
—El ex de Cassidy.
—Parecen bastante amistosos.
—No me preocupan ellos —dijo, mirando fijamente a Bowie.
Amos debe estar agradecido que nadie haya muerto jamás por una
mirada como aquella. Porque la que Bowie estaba enviando en su
dirección podría haber incinerado carne y hueso.
Bowie tenía la mandíbula tensa. Scarlett se inclinó sobre mí.
—Ve ahí, Bow —le siseó.
137
Ni siquiera miró en su dirección, sino que se levantó y se dirigió a la
pista de baile.
Scarlett me puso la mano en el muslo y yo sabía que debía
concentrarme en la acción frente al escenario, pero su contacto me
distrajo lo suficiente como para que no me importara si Bowie le daba
un puñetazo a un tipo o no.
En un movimiento suave, Bowie los separó y tomó a Cassidy en sus
brazos.
Scarlett respiró aliviada.
—Necesito agua y una partida de billar —anunció.
June y Jameson se llevaron los dedos índices a la nariz.
—Paso —anunciaron al unísono.
—Bueno, Devlin. Parece que es tu día de suerte —dijo con una sonrisa
socarrona.
—No apuestes más de veinte —me advirtió Jameson mientras Scarlett
me apartaba de la mesa.
—No les hagas caso —dijo—. Seré amable contigo.
Le pedimos agua a Nicolette, que se mostraba extraordinariamente
relajada para estar a cargo de los treinta Bootleggers que bebían hasta
emborracharse en su bar.
—Vamos, guapo. Veamos lo que puedes hacer con un palo —dijo
Scarlett, dirigiéndose a las mesas de billar. Había una en la esquina
trasera que estaba vacía.
Me dio el taco de billar y empezó a colocar las bolas. Intenté no mirar
cómo se le subía la falda, pero fue un esfuerzo inútil.
—¿Quieres empezar? —me ofreció.
No quería hacer nada que me impidiera verla. Sacudí la cabeza.
—Adelante. 138
Guardó el triángulo y tizó el taco. No había nada abiertamente sexy
en lo que estaba haciendo, pero estaba hipnotizado. Se inclinó,
alineándose con la bola y contuve la respiración. La falda estaba a un
milímetro de mostrarme lo que quería ver. Lo que necesitaba ver. Desde
mi posición en la pared quería que la falda se levantara, y, como si el
universo hubiera escuchado mi plegaria, vislumbré un simple algodón
blanco.
En lugar de alivio, mi sangre empezó a bombear por mis venas a
velocidades de adrenalina. Había visto mi ración de lencería cara. Pero
había algo en aquella pizca de algodón blanco que me tenía hipnotizado.
No me había dado cuenta de que había tirado hasta que se movió. Ya
se había embolsado dos bolas y estaba preparando una tercera. Recorría
la mesa y me lanzaba miraditas sensuales que me dejaban la boca seca y
la polla más dura que nunca.
El billar como juego previo. Cogí el agua y casi me caigo cuando
Scarlett puso la pierna por encima de la mesa para hacer un tiro.
—¿Te gusta lo que ves, Devlin? —preguntó dulcemente.
Asentí, sin confiar en mi voz. Ella hundió el tiro y bailó un pequeño
boogie.
—Gané, gané… y no me afané. Creo que acabo de patearte el culo,
McCallister.
—Nunca tuve una oportunidad.
Bailó hacia mí, moviendo las caderas al ritmo de la música.
—¿Qué tal si empiezas esta vez?
Cada vez que se inclinaba con esa falda, yo estaba al borde de un
infarto.
Sonrió con satisfacción, guiñó un ojo y me perdí.
No estaba pensando. No hacía demostraciones públicas de afecto. No
139
las hacía. Pero un segundo Scarlett estaba de pie frente a mí
contoneándose al ritmo de la música, y al siguiente, la tenía empujada
contra la mesa mientras le saqueaba la boca. Me encantaba ese momento
en que se ablandaba contra mí, cuando se relajaba con el beso y yo tenía
el control. El control nunca me había importado, pero ahora que mi
mundo había cambiado, lo ansiaba.
Y Scarlett me hace sentir poderoso e impotente a la vez. Se abrió para
mí, sus manos inmovilizadas entre nosotros. Y aproveché mi ventaja,
lamiendo en su boca, acariciando mi lengua contra la suya. Podía
saborear el azúcar de su bebida, el brillo saborizado en sus labios.
Llevaba toda la noche empalmado y ahora que la tocaba, creía que me
iba a morir.
—¿Dónde has aprendido a besar así? —suspiró, apartándose. Le
colgaba el pelo por la espalda, metí las manos en él y le mordisqueé su
labio inferior.
—¿Así cómo? —pregunté.
—Como si yo fuera la única chica en el mundo a la que quieres besar.
Me habría zambullido de nuevo, pero ella me detuvo.
—Vamos, guapo. Te dejaré empezar esta vez.
Volvió a la mesa y mi cuerpo la echó de menos como si hubiera
abandonado el estado. Tomé el taco que aún no había usado, hice lo que
pude para calmar mi dolorosa erección y la seguí hasta la mesa. Me
estaba matando, jugando conmigo. Y una vez más, me sentí impotente.
Colocó las bolas por mí y se inclinó en el extremo de la mesa,
ofreciéndome una vista privilegiada del escote de su camiseta. Había
más algodón blanco a la vista y sentí que me sudaba la espalda. ¿Me
estaba poniendo a prueba?
Me alineé detrás de la bola, di unos cuantos golpes de práctica y
disparé.
140
La bola blanca se detuvo en la parte superior del triángulo y otras dos
bolas se alejaron lentamente de la agrupación.
Scarlett levantó una ceja mirándome.
—Es el peor tiro inicial que he visto.
—Estoy un poco distraído —dije secamente.
—Quizá necesites un poco de entrenamiento personal. —Pasó los
dedos por el borde de la mesa y volvió hacia mí—. Disculpa —dijo
Scarlett, dándome un empujón con el culo para alejarme de la mesa.
Volvió a colocar las bolas.
—Ven aquí, Dev —dijo Scarlett inclinándose sobre la mesa con su taco
de billar. Apreté los dientes. Me acerqué a ella por detrás y me detuve
con un poco de espacio entre nosotros.
Me miró por encima del hombro.
—Más cerca —me ordenó.
Mi polla cantó aleluya cuando se alineó con las dulces curvas de su
culo.
—Buen chico —me elogió—. Ahora ven aquí.
Me incliné sobre ella como si estuviera haciendo el tiro, sujetando el
taco donde estaban sus manos. Miré a nuestro alrededor, pero los otros
jugadores de billar estaban ocupados dándose prisa y contando
historias. Me incliné hacia ella y le mordí el hombro.
—Hum —ronroneó.
No pude evitarlo. Flexioné mis caderas y apreté mi polla contra ella.
Incluso a través de las dos capas de lona, casi podía sentir su resbaladiza
abertura. Se apoyó contra mí, ninguno de los dos tenía prisa por hacer
el tiro.
Se oyó un alboroto procedente de la pista de baile y del escenario y el
resto de los jugadores de billar fueron a investigar. Estábamos solos en
un rincón oscuro del bar. 141
—¿Qué está pasando? —Respiré, acariciando su pelo.
—Probablemente una pelea. Suele haber una o dos los viernes por la
noche. Es lo que hacemos para entretenernos en Bootleg.
Contoneó las caderas, arrimándose contra mi erección, y gemí en su
oído.
—Scarlett.
—Devlin —dijo mi nombre como un reto.
Y por una vez en mi vida, estaba dispuesto a aceptarlo. Quité mi mano
del taco y la deslicé entre ella y la mesa. No me costó ningún esfuerzo
deslizarme bajo su falda.
—Sí —suspiró ella, separando más los pies.
Quería torturarla como ella me había torturado a mí toda la noche,
pero un roce de algodón contra la yema de mi dedo y no pude parar.
Había una mancha húmeda del tamaño de una moneda de 25 centavos,
y me volvía loco saber que había estado mojada todo el tiempo que yo
había estado empalmado por ella. Le rocé el punto húmedo una y otra
vez, trazando pequeños círculos apretados, y Scarlett jadeó, meciéndose
contra mí. No pude evitarlo. Le levanté la falda y dejé al descubierto
aquellos calzones tan sexys que cubrían sus dulces y redondas nalgas.
—Tócame, Dev —exhaló. Y yo la complací.
Deslicé la mano por delante de su ropa interior y encontré mi paraíso
personal. Estaba húmeda, caliente y muy suave. Apreté mi polla contra
ella, deseando poder bajar la cremallera aquí mismo y deslizarme hasta
el fondo. La quería así, indefensa y suplicante debajo de mí mientras la
cabalgaba. Le metí un dedo y gritó.
Lo que ocurría en el escenario era cada vez más fuerte. La música
había parado y se oían gritos. Pero no me importaba. Le estaba metiendo
los dedos a Scarlett Bodine mientras ella me montaba la polla con el culo.
Le metí otro dedo y ella sollozó mi nombre. La sujeté por la nuca. Su 142
pelo caía sobre su cara y se esparcía sobre el verde de la mesa. Nunca
había visto nada más sexy en mi vida. La sumisa Scarlett.
—Dev. Necesito que me folles ahora mismo —siseó. No
completamente sumisa, me di cuenta con una sonrisa dolida.
—Cariño, me encantaría sacarme la polla ahora mismo, pero creo que
esas luces parpadeantes de afuera significan que la policía está aquí.
Gimió, y dejé que levantara la cabeza lo suficiente como para mirar.
—¡Mierda!
—¿Deberíamos ir a asegurarnos de que tus hermanos…?
—Están bien. Probablemente empezaron ellos.
La dejé levantarse y se giró hacia mí. Tenía la cara enrojecida y los ojos
grises vidriosos y aturdidos. Todavía tenía los dedos mojados por su
excitación y quería saber a qué sabía. Podía verle los pezones a través de
la camiseta, rozando los límites de un fino sujetador. También quería
probarlos.
—Vamos —dijo Scarlett, señalando con la cabeza hacia la salida de
emergencia.
—¿Adónde vamos?
—¡A tener sexo!
—¿No tiene alarma esa puerta? —Pero ella ya estaba golpeando la
puerta con la cadera. Habíamos dado cinco pasos cuando nos paró un
policía.
—Buenas noches, alguacil —dijo Scarlett alegremente.
—Scarlett. —La saludó cariñosamente con la cabeza y luego me miró
a los ojos. Era un hombre alto con un espeso bigote canoso. Me resultaba
extrañamente familiar—. Parece que hay problemas. ¿Has empezado
otra vez?
143
Los ojos de Scarlett se abrieron de par en par e hizo una cruz en su
corazón.
—Juro por una pila de biblias que no fui yo. Mi suposición es que
Bowie y Amos se metieron en eso —dijo Scarlett, cruzando los brazos
sobre el pecho.
—¿Cuándo se va a armar de valor ese hermano tuyo para invitar a
salir a mi hija? —suspiró el alguacil.
—Probablemente para cuando estén celebrando su octogésimo
cumpleaños en la residencia de ancianos —predijo Scarlett.
—Suena bien. Bueno, será mejor que entre. Nos vemos la próxima vez.
O ven a cenar. Ya sabes que nos encanta recibirlos a todos. —De nuevo,
me miró de arriba abajo. Tuve la sensación de que yo no estaba incluido
en el «todos».
—¡Lo haré! —dijo Scarlett. Me puso la mano en el brazo y nos fuimos
a su camioneta mientras el alguacil iba a restablecer el orden.
—Abróchate el cinturón, cariño —anunció Scarlett al salir del
parqueo—. Tal vez quieras aprovechar este momento para perder algo
de ropa —sugirió.
—¿Quieres que me desnude en una camioneta?
—No me importa dónde estemos mientras estés desnudo y
haciéndome cosas muy malas. —Sus faros atravesaron el centro de
Bootleg. Era tarde, y las tiendas y restaurantes estaban cerrados. Se
dirigió en dirección opuesta a nuestras casas.
—¿Adónde vamos?
—Con lo agitada que estoy ahora, no hay forma de que llegue a casa.
Vamos a tener que improvisar. —Giró por un callejón, y en menos de
una manzana las farolas habían desaparecido, y las casas estaban cada
vez más separadas. Estábamos en una carretera secundaria de tierra
conduciendo demasiado rápido, y no estaba seguro de si iba a sobrevivir
a esa noche.
144
Capítulo 19
Scarlett
La luz de la luna era brillante y encontré lo que buscaba, el viejo cartel
de «se vende» a un lado de la carretera. La propiedad era un pastizal y
algo de terreno frente al lago. Cinco acres que habían estado en venta
desde que tenía quince años. Salí de la carretera y entré en un pequeño
camino que descendía y luego volvía a subir hasta convertirse en una
lenta colina. Cualquiera que pasara en auto podría vernos. Y eso me
gustaba.
Tiré del freno de mano.
145
—¿Aquí? —preguntó Devlin, mirando en la oscuridad.
—No es un hotel de cinco estrellas. Pero está cerca y es tranquilo, y
todos los policías del pueblo están en el bar. Además, es de esperar que
arresten a mis hermanos, así que no pueden interrumpirnos. Ahora
quítate los pantalones.
Salté de la camioneta y metí la mano detrás del asiento. Siempre
guardaba uno o dos edredones de repuesto en la parte de atrás. Y esta
noche les daría un buen uso.
Devlin salió de la camioneta despacio, como si no estuviera seguro de
que hablara en serio. Bajé la compuerta trasera y extendí los edredones
en la plataforma de la camioneta. Seguía completamente vestido y
parecía cada vez más confuso.
No quería que empezara a darle demasiadas vueltas.
—Tenemos dos camas perfectamente buenas en nuestras casas. Más
si usamos la de Jonah o una de las otras habitaciones de invitados —dijo.
Lo hice callar quitándome la camiseta de tirantes.
—Oh, joder —susurró.
—Ponte al día, Devlin. —No esperé a que empezara. Agarré su
cinturón. Se resistió durante un minuto, pero cuando le bajé la
cremallera de los jeans y su polla escapó por fin de su prisión, Devlin
volvió a la vida. Me agarró la cara por los lados y me besó. Me robó el
aliento cuando me besó. Había besado a buena parte de los hombres.
Diablos, había estado besando desde segundo grado. Quizá fue entonces
cuando mi madre empezó a insistir en que esperara hasta los treinta para
sentar la cabeza.
Pero nunca me habían besado como lo hacía Devlin. Me besaba como
si tuviera que hacerlo, como si yo fuera aire y él me necesitara para vivir.
Me gustaba y me aterrorizaba.
146
Y siempre que algo me asustaba, lo hacía una y otra vez hasta que el
miedo se convertía en emoción… o aburrimiento. Eso es lo que iba a
hacerle a Devlin.
Sus manos abandonaron mi cara y encontraron mis pechos. Me
hubiera gustado tener algo más elegante para él. Quizá si se quedaba un
tiempo, invertiría en sedas y encajes. Pero no parecía importarle lo que
llevaba puesto.
Se apartó un segundo, con el rostro serio.
—Estuve con Johanna durante cinco años.
—Ajá. —Mi atención se centró en su cinturón. El que estaba
deslizando fuera de sus trabillas.
—Quiero decir, no he estado con nadie más en cinco años. Así que, si
hay algo nuevo…
—Cariño, voy a cuidar muy bien de ti. No te preocupes por nada —
prometí.
Entonces la boca de Devlin estaba sobre la mía, magullándome los
labios con un beso enérgico. Me gustaba así, tomando lo que quería.
Fuerte y concentrado. Nunca había sido una chica sumisa en la cama,
pero cuando me miraba como lo estaba haciendo ahora, no había mucho
que no haría.
Llevé la mano al broche de mi falda, pero él me detuvo.
—No. Déjala. —Su voz era tan áspera como las piedras bajo los
neumáticos.
—Dime qué quieres que haga.
En vez de eso, me lo enseñó. Devlin me levantó y me colocó en la
puerta trasera, separándome las piernas para que él pudiera colocarse
entre ellas. Volví a cogerle. Su polla estaba dura y palpitante en mi
mano. La punta estaba húmeda y la rocé con el pulgar. Gimió de 147
aprobación. Abrí más las piernas y guie su húmeda corona entre mis
muslos. Lo acaricié contra mí, apreciando la dulce tortura de no tener
suficiente.
Devlin me quitó los tirantes del sujetador de los hombros y se
apresuró a abrir el cierre delantero. El sujetador cayó de mis pechos y vi
cómo se le cortaba la respiración. Tragó saliva con fuerza. Le agarré la
polla con más fuerza y él apretó los dientes.
—Más despacio, Scarlett.
Hice lo que me decía, disfrutando de la novedad de no ser rebelde por
una vez.
—Buena chica —me dijo. Quería oírle decir esas palabras una y otra
vez.
Como recompensa, me acarició los pechos y gemí al contacto. Sentí
como si hubiera estado esperando esto desde siempre. Mis pezones se
endurecieron contra esas grandes y suaves palmas, suplicando su
atención.
—Oh, maldita sea —susurré.
Se apartó de mí y su erección se deslizó fuera de mi alcance. Y
entonces su boca se posó en mi pecho, con sus suaves labios y su cálida
lengua deslizándose sobre el sensible pico. Me mordió suavemente y
jadeé, echando la cabeza hacia atrás. Miré al cielo.
Estábamos rodeados por la noche. Grillos y ranas entre los árboles, el
parpadeo escalonado de las luciérnagas y el susurro de las flores
silvestres en la brisa oscura. Las estrellas salpicaban la oscuridad, y la
luna llena se agazapaba sobre la línea de árboles que nos separaba del
lago. Devlin se movió hacia mi otro pecho y me estreché contra él.
—Me estás matando, Dev.
No era de las que necesitaban mucho juego previo. Sabía exactamente
lo que necesitaba para llegar a donde quería. Tomar la ruta panorámica 148
siempre me parecía una pérdida de tiempo. Me gustaba ponerme manos
a la obra rápidamente para poder estar en casa envuelta en mi bata
comiendo helado.
Puede que algunos hombres compararan alegremente mi actitud ante
el sexo con la suya.
Pero Devlin estaba tratando mi cuerpo como una comida de siete
platillos. Como si fuera algo para ser saboreado. Me estaba matando.
Su boca fue paciente, alimentándose de mí y trabajando mis pezones
hasta convertirlos en puntos sensibles hasta que las estrellas se
agolparon ante mis ojos. Cuando por fin se retiró, sentí el aire frío sobre
la humedad que había dejado.
—Quítate la ropa interior —ordenó en voz baja.
Me moví hacia atrás y me los quité, y mientras se deslizaban por mis
piernas, Devlin cogió dos de sus dedos y se los metió en la boca.
—Sí. —Ni siquiera me di cuenta de que había dicho la palabra en voz
alta. Pero la sonrisa arrogante que me dirigió me dijo que había gemido.
Dios, me encantaba verlo así.
—¿Sí qué? —Me recorrió el interior del muslo con sus dedos
húmedos. Temblaba tanto, lo necesitaba tanto, que no podía detener los
temblores.
—Sí, por favor —susurré.
Me metió los dedos y perdí la maldita cabeza. Me agarré a él,
intentando atraerlo hacia mí para besarlo mientras movía las caderas
para cabalgar su mano. Pero él me sujetó y me metió los dedos
metódicamente hasta que creí que me moriría. Ya estaba tan cerca y aún
no me había metido esa magnífica polla. La necesitaba. La ansiaba.
Devlin enroscó sus dedos en mí rozando algún punto secreto que yo
misma nunca había descubierto. Vi relámpagos detrás de mis ojos
cerrados. Estaba en la cuerda floja y destinada a caer.
149
—Dev. Dev. Estás haciendo que me ven… —Perdí la capacidad de
formar palabras coherentes cuando el orgasmo se abalanzó sobre mí.
Sentí que mis paredes se cerraban sobre sus dedos mientras me corría.
Me besó entonces, gruñendo en mi boca, tomando posesión.
Lo aguanté mientras mi cuerpo giraba en espiral por el placer que me
había dado.
—Buena chica —volvió a decir y me desplomé sobre los codos. Me
agarró por las caderas y me arrastró hasta el borde de la compuerta
trasera.
—¡Dev! —Estaba demasiado sensible. No podía soportar lo que
quería darme.
Sentí que sus dedos separaban mi sexo y entonces aquella lengua
inteligente bailó sobre aquel nódulo de nervios. Lo lamió de un solo
lametazo y mi cabeza chocó con la plataforma de la camioneta. No se
detuvo a preguntarme si estaba bien y a mí me importaba un bledo si lo
estaba. No quería que dejara de hacer lo que estaba haciendo con su
boca.
Esa lengua bailó desde mi clítoris hasta mi abertura y empujó dentro.
—Ah. —Fue todo lo que pude sacar de mí. Todavía estaba temblando
de mi orgasmo y él me estaba preparando para otro.
Los largos y lentos movimientos de su lengua me llevaron cada vez
más alto. ¿Era esto lo que me había estado perdiendo todos estos años?
Lo agarré por el pelo y lo sujeté con fuerza. Los dedos de los pies se
me enroscaban en las botas que aún llevaba.
—Sabes tan bien, Scarlett.
—Jesús, Dev. ¿Qué me estás haciendo?
Me dio otro lametón en el centro y me chupó suavemente el clítoris.
Fue como si todos los nervios de mi cuerpo ardieran a la vez. Me senté
como un gato en una caja. 150
—¡Ahora, Dev!
Se rio suavemente, pero empezó a desabrocharse los botones de la
camisa. En cuanto estuvo abierta, metí las manos dentro y las apoyé
contra su pecho.
—¿Tienes un condón o quieres uno de los míos?
—Estoy muy preparado. —Sacó uno de su bolsillo trasero.
Me encantaba el aspecto de su polla a la luz de la luna. Escribiría un
maldito poema sobre ella… después de que me hiciera correrme otra
vez.
Mientras él rasgaba el envoltorio, yo lo agarraba de la punta. Juntos,
enrollamos el condón.
—Eres tan pequeña —dijo—. No dejes que te haga daño.
—Ahora me estás matando, así que date prisa y ven a hacer daño. —
Estaba desesperada por tenerlo dentro de mí.
—Échate hacia atrás —dijo, con la voz tensa. Los tendones de su cuello
se erguían rígidos contra su garganta.
Me apoyé en los codos. Los tacones de mis botas se engancharon en el
borde de la puerta trasera. Estaba desnuda para él, bajo las estrellas y el
cielo. Devlin me agarró por los muslos y me acercó aún más,
separándome las rodillas. Se acarició la polla con el puño y me miró.
Llevaba tanto tiempo deseando este momento que no veía qué sentido
tenía seguir esperando. Bajé la mano, decidida a ocuparme yo misma
del asunto o al menos amenazarle para incitarle a actuar.
—No lo hagas —dijo Devlin en tono sombrío.
Deslizó sus manos cálidamente por mis pantorrillas hasta acariciarme
las rodillas y luego las hizo descender por el interior de mis muslos
mientras su erección colgaba pesadamente contra donde más lo
necesitaba. Acariciaba mi carne, la adoraba. Me acariciaba,
electrificando mi piel. Haciendo que mis terminaciones nerviosas
cobraran vida. 151
Sus pulgares se deslizaban cada vez más cerca de donde yo quería,
donde más necesitaba su contacto. Se burlaba de mí deliberadamente,
diabólicamente.
Finalmente, un pulgar rozó mi clítoris suavemente, con ligereza. Y
luego otra vez. Me acarició con toques tiernos que atrajeron otro
orgasmo y justo cuando creía que me lo iba a permitir, justo cuando mis
ojos se cerraban con fuerza, se detuvo.
—¡Maldita sea, Dev!
Me agarró de las caderas y me penetró, envainándose en mi carne.
Grité sorprendida, aliviada de la frustración. Así que «esto» era lo que
me había estado perdiendo. Se sumergió dentro de mí para llenarme por
completo. Pero en lugar de retirarse y volver a introducirse, Devlin se
mantuvo ahí hasta el fondo de mi cuerpo. Sentía el pulso de su polla
dentro de mí, el latido de su deseo. Necesitaba que se moviera. Podría
correrme ahora mismo si se moviera. Pero se mantuvo firme, enterrado
dentro de mí.
Hasta que le miré. Hasta que me encontré con su mirada oscura.
Él tenía el control, estaba a su merced y no podía tener suficiente.
Se retiró lentamente y sacudí las caderas contra la plataforma de la
camioneta, rogándole que lo hiciera de nuevo. Devlin me agarró de los
muslos y empujó dentro de mí una vez más. Estaba felizmente llena,
estirada para acomodarme a él y entonces empezó a moverse. Lo hizo a
un ritmo pausado, como si tuviera toda la noche para disfrutarme
abierta para él.
Sumergiéndose en mí una y otra vez bajo su propio control supremo.
Nunca había visto esta faceta de Devlin y me preguntaba si él la había
visto. Me encantaba verlo deshacerse de la ansiedad, la duda. Y me
encantaba verlo hacerme el amor.
Me miraba fijamente mientras me saqueaba metódicamente. Subió 152
una mano por el muslo y la pasó por el vientre para tocarme el pecho.
Yo pendía de un hilo, de un hilo tenue, y él lo sabía. Quería más. Todo
lo que pudiera darme. Pero sabía que si se lo pedía, me lo negaría.
Tenía que coger lo que quería.
Apoyé mi peso en los talones y levanté las caderas hacia sus
embestidas, desafiándole a que se mantuviera bajo control. Tentándolo.
Bajé la mano y me apreté el pecho, y vi cómo sus ojos entrecerrados
seguían el movimiento. La mano de Devlin se flexionó sobre mi otro
pecho y emití un pequeño gemido.
Sentí que aceleraba el ritmo infinitesimalmente y oculté mi sonrisa de
vencedora. Cerré los ojos y me concentré en las sensaciones. La forma
en que su gruesa coronilla rozaba mi pared frontal, despertando mi
placer. La palma ancha y plana que me aplastaba el pecho, el metal frío
y duro debajo de mí. El material amontonado bajo mi espalda desnuda.
Devlin se inclinó hacia delante, doblándose sobre mí y encerrándome
entre sus antebrazos. Había terminado de torturarme, de provocar la
agonía del placer. Sus embestidas se hicieron más profundas, más
brutales, y me deleité con ellas.
Me llevaba cada vez más arriba. Cada embestida me acercaba más al
orgasmo.
—Vente en mi polla, Scarlett —ordenó, con la respiración agitada—.
Quiero sentir tu coño cerrarse a mi alrededor cuando te corras. Quiero
verte.
Habría hecho cualquier cosa en este momento si eso me garantizaba
el orgasmo que sabía que haría parecer al anterior un bonito aperitivo
del plato principal. Para alguien que, hasta hacía media hora, pensaba
que los orgasmos múltiples se los inventaban los mismos que les decían
a sus hijos que existía Papá Noel, estaba bastante desesperada por ese
segundo clímax.
—¿Dev? ¿Por favor? —Podía sentir cómo crecía, bloque a bloque. Iba
153
a quemar el mundo con este orgasmo.
—Estoy aquí, nena. —Su voz era tensa mientras se flexionaba contra
mí, apretando su pelvis contra mí. Mi clítoris estaba tan hinchado que
no hizo falta mucho más. Un segundo se lo estaba suplicando, y al
siguiente me estaba desgarrando sobre él, a su alrededor, debajo de él.
Gimió, sintiendo las pulsaciones y temblores de mis paredes y esos
delicados músculos cerrados a su alrededor.
—Dios, sí —jadeó, bombeando dentro de mí.
Grité su nombre mientras me rompía en mil pedazos y él nunca dejó
de follarme. Nunca dejó de moverse dentro de mí. Estaba agotada. Las
olas se calmaron y retrocedieron lenta, lentamente, y él siguió
moviéndose dentro de mí. Flácida como un fideo, me quedé tumbada.
Intenté reunir la energía para ofrecerle una mamada. Pero necesitaba un
minuto más para poder articular palabras coherentes.
Devlin tenía otras ideas. Se salió de mí, un deslizamiento resbaladizo
de carne y me dio la vuelta.
—De rodillas —dijo, juntando el edredón debajo de mí—. Ahora,
Scarlett.
Me puse de rodillas y me aparté de él.
Me agarró de las caderas y tiró de mí hacia atrás. Su polla entró de
golpe, imposiblemente más profundo. Ya no había nada controlado en
él. Nada civilizado ni tortuoso. Era una bestia en celo. Mis manos y
rodillas mordían el revestimiento de la plataforma y sabía que me
dolería mañana, pero no me importaba y a él tampoco.
Me cabalgó sin cesar, apoyándose en mí, enroscándose sobre mí. Sus
dedos se clavaron en mis caderas, mordiendo mi carne. Ahora sólo
sentía. Mis pensamientos habían desaparecido. Mis palabras me habían
abandonado. Sólo era el juguete de Devlin McCallister.
Ahora gruñía suavemente con cada embestida. Me sacudí contra él y 154
el golpe que me dio en el culo me sobresaltó. Su mano me escocía la piel
y, milagrosamente, volví a sentir la agitación en mi interior. ¿Tres
orgasmos? Tres orgasmos eran cosa de unicornios y genios en botellas y
un billete de lotería ganador de 400 millones de dólares.
—Siento cómo aprietas más mi polla —gritó Devlin. Me agarró las
caderas con más fuerza—. Tócate.
Se lo agradecí. No quería ser ruda. Cuando mi mano encontró mi
clítoris hinchado y húmedo, temblé.
—Así es, niña bonita.
Usando mis caderas como palanca, bombeó dentro de mí.
Gruñó por lo bajo en su pecho.
—He fantaseado con hacerte esto desde la primera vez que te vi con
esa falda.
Su confesión fue la gota que colmó el vaso. Los bordes de mi cuerpo
se fundieron con los suyos mientras mis entrañas se licuaban. Me corrí
una última vez, un lento resplandor de lava fundida fluyendo. Cada
célula de mi cuerpo floreció como un campo de flores.
—Sí —siseó—. Sí. —Y entonces me empujó entrecortadamente,
gruñendo suavemente. Sentí que se corría conmigo. Sentí su polla
liberar su semilla en el condón dentro de mí.
—¡Scarlett! —Fue mi nombre el que resonó en la noche a través del
prado.
Susurraba palabras que no podía oír y se mecía dentro de mí mientras
ambos sobrellevábamos el clímax. Finalmente, aflojó su agarre y se
inclinó sobre mí, acariciándome con sus manos cálidas. Me besaba
suavemente en la espalda.
La oscuridad me envolvió como una manta y me desplomé boca
abajo. Me quedé tumbada sintiendo a Devlin sobre mí y oyendo la noche
a nuestro alrededor.
155
Capítulo 20
Devlin
Scarlett me miró como si le hubiera sugerido que nos afeitáramos la
cabeza cuando lo único que había hecho era pedirle que pasara la noche
conmigo. Parecía legítimamente confundida.
—Pero mi cama está a doscientos metros en esa dirección —dijo,
señalando a través del bosque hacia su casa.
—Lo sé, pero mi cama está aquí y tú también —insistí.
No había terminado con ella esta noche. Diablos, no sabía si tenía la
156
resistencia para otra ronda, pero no iba a ir a la cama sin ella envuelta
en mis brazos.
No sé qué pasó en ese campo. Algo había se había detonado en mi
pecho y había ido a lugares donde nunca había estado. Nunca había sido
tan posesivo, agresivo. Era inquietante. Y no iba a perder de vista a
Scarlett hasta que me dijera que todo estaba bien entre nosotros.
Frunció el ceño a través de la ventana de la casa de mi abuela.
—Bien. Pero será mejor que tengas comida. Me muero de hambre.
—Jonah tiene un escondite secreto de pizzas congeladas —prometí.
Se animó considerablemente y entramos.
Le di a Scarlett una camiseta para que se la pusiera. Tenía un poco de
miedo de que si se iba al lado a cambiarse, no volviera. Así que la
camiseta resolvió ese dilema. No tenía ni idea de que una hermosa mujer
llevando mi camiseta, que le llegaba a las rodillas, sería tan sexy, tan
dulce.
—¿Qué? —preguntó, mirándome de reojo.
—¿Qué qué? —Deslicé la pizza sobre la rejilla del horno.
—No dejas de mirarme y sonreír.
—¿Es eso un problema?
—No lo sé. Es raro. ¿No es raro? Me siento rara.
Me volví hacia ella y la estreché entre mis brazos.
—Muy raro. ¿Eso te hace sentir mejor?
Me miró con sus ojos grises. Su pequeño cuerpo era fuerte y capaz.
Descalza, Scarlett sólo me llegaba a la mitad del pecho. Se había recogido
el pelo en una cola salvaje. Las pecas espolvoreadas sobre el puente de
su nariz la hacían parecer frágil como una muñeca de porcelana. Sin
duda, un engaño. Era fuerte y delicada, salvaje y dócil. Tantas 157
contradicciones envueltas en un pequeño y sexy paquete.
Me gustaba verla así. Me preguntaba si Johanna se había visto así
alguna vez o si sólo había cambiado los trajes de negocios por vestidos
de cóctel y pijamas de seda.
—Lo estás haciendo otra vez —dijo Scarlett suavemente.
—No puedo evitarlo. Creo que te quedaste con un pedazo de mí esta
noche.
Me lanzó una mirada tímida.
—Creo que tomé tres pedazos de ti esta noche. Uno por cada orgasmo
que me diste.
Lo hizo de nuevo. Scarlett había conseguido aflojar algo apretado en
mí, liberar otra preocupación. ¿Cómo no sentirme el rey del mundo con
esta mujer en mi camiseta, en mi cocina, en mis brazos?
—Probablemente deberíamos hablar —supuse. No habíamos
discutido lo que esto significaría en términos de una relación o mi
tiempo limitado aquí en Bootleg.
—¿Sobre la pizza?
—Sobre nosotros.
—Oh. Eso.
Sentí que mi nueva confianza empezaba a desinflarse como un globo.
Pero sonrió alegremente.
—Creo que ambos conocemos el resultado. ¿Lo que hicimos esta
noche? Definitivamente volverá a ocurrir y tan a menudo como sea
posible mientras estés aquí.
Parpadeé.
—¿Eso es todo?
Asintió con seriedad.
158
—Sí.
—Entonces…
—Entonces, estamos bien. —Se encogió de hombros.
Rebuscó en el refrigerador y sacó dos cervezas. Se puso cómoda y
cogió el abridor del cajón que había junto al refrigerador. Un accesorio
que no sabía que tenía. Jonah y yo habíamos estado abriendo cervezas
utilizando la barandilla de la terraza… como hombres de verdad.
Una vez establecidos los términos de nuestra relación, Scarlett y yo
nos comimos la pizza en un papel de cocina, bebimos cervezas
directamente de la botella y escuchamos música. Sus pequeños pies
descansaban en mi regazo mientras nos sentábamos en extremos
opuestos del sofá.
Me di cuenta de que era la primera vez que la veía relajada. Scarlett
siempre estaba viendo que hacía, siempre en movimiento.
—Nunca te había visto así —admití.
Abrió un ojo y me dedicó una media sonrisa.
—¿Así cómo?
—Quieta.
Se rio.
—Parece que me has quitado toda la energía.
La estudié, acariciando con mis dedos las plantas de sus pies.
—¿Qué haces para relajarte? —le pregunté.
—¿Relajarme? —Le dio vueltas a la palabra como si no supiera su
significado.
Me di cuenta de que no veía la tele. Si Scarlett tenía tiempo libre, no
lo pasaba viendo un programa. Lo pasaba con la gente. Tampoco era de
las que pasaban el tiempo en el teléfono jugando o chateando con
amigos. No sabía si eso se debía a que había crecido en un pueblo aislado
159
con una cobertura de móvil irregular o si para ella era más importante
estar presente. Me gustaba pensar que era lo segundo.
—No tengo tiempo para relajarme. Estoy demasiado ocupada
construyendo mi imperio Bootleg. —Bostezó—. ¿Y tú? ¿Qué haces para
relajarte?
Pensé en ello.
—Estás frunciendo el ceño —señaló.
Jugaba al basquetbol con amigos los fines de semana, pero no eran
realmente amigos. Eran más bien otros legisladores, otros abogados y
hablábamos de negocios, hacíamos tratos, discutíamos casos.
—Supongo que también pasé mi tiempo construyendo mi imperio. —
Y mira a dónde me había llevado eso.
Se estiró, poniendo todo el cuerpo rígido antes de soltar un poderoso
bostezo.
—Hora de dormir —decidí por los dos. La cargué, dejando los restos
de pizza para más tarde.
Chilló y se acurrucó en mi pecho.
—No sé cuáles son tus planes, pero me temo que mi vagina podría
ponerse al revés si intentas darle otro orgasmo tan pronto.
Me reí todo el camino hasta el pasillo y la dejé caer sobre el colchón.
—Vamos a dormir —le prometí. Le indiqué la dirección del cuarto de
baño, el cepillo de dientes de repuesto y cualquier otra cosa que
necesitara y luego me senté en el borde del colchón. Oía correr el agua
al otro lado de la puerta.
Distraídamente, me pasé una mano por el pecho. Esta noche había
sido… resultaba dramático decir que me había cambiado la vida. Pero,
fue así. Nunca había tomado a una mujer de esa manera, nunca había
tenido una amante tan ansiosa por satisfacer mis demandas. Pero nunca
había tenido a Scarlett. Se sentía como una llave encajando en una 160
cerradura, y supe con certeza que, de ahora en adelante, todo sería
diferente.
Regresó a la habitación y se quitó mi camiseta.
—Espero que no te importe. Duermo desnuda.
—No se me ocurre nada que me importara menos.
Apartó el edredón y se metió adentro.
—Para que lo sepas, no me gusta dormir abrazada —dijo, golpeando
las almohadas que tenía debajo hasta someterlas a su gusto.
—Entiendo. —Sentí una chispa de decepción, pero la descarté. Esta
noche había sido de otro mundo, y pedir algo más me parecía codicioso.
Me lavé los dientes con la puerta abierta y la miré por el espejo
mientras se acomodaba bajo las sábanas. Mi mujer y yo habíamos
compartido una cama de generosas dimensiones. Cada uno pegado a su
lado. Respetando el espacio del otro. ¿Le había dado demasiado
espacio? ¿Por eso se había salido de nuestra relación? Era algo que me
había preguntado de pasada cuando no estaba demasiado cegado por la
rabia y la humillación.
Dejé correr el agua del lavabo y decidí que no importaba. Tenía a una
chica de pelo castaño, diminuta y fascinante esperándome en la cama.
Me detuve justo en el umbral de la puerta y la observé. Estaba
tumbada de lado, acurrucada, y cuando me arrastré a su lado, no pude
resistirme. La estreché entre mis brazos, acomodé su espalda contra mi
pecho y acurruqué su culo contra mis muslos.
—¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?
—Déjate llevar —le aconsejé.
—Bien, pero probablemente no podré dormir —refunfuñó.
Sonreí en la oscuridad y apoyé la barbilla en su cabeza.
Un minuto después, ella roncaba suavemente y yo seguía sonriendo. 161
Y cuando me desperté en mitad de la noche, estaba tumbada encima
de mí, profundamente dormida, con la cara pegada a mi cuello. Sonreí
en la oscuridad y le acaricié la espalda desnuda. Ella se acurrucó aún
más.
Iba a ser un buen día.

Los golpes en la puerta principal empezaron poco después de las siete


y media. Scarlett frunció el ceño mientras dormía cuando me la quité de
encima y la puse sobre el colchón. Maldije a quienquiera que se hubiera
entrometido en nuestra primera mañana juntos mientras me ponía unos
pantalones de chándal. Si Jonah se había olvidado la llave, me
preguntaba si podría elaborar una defensa plausible por asesinato.
Seguía sin camiseta cuando abrí la puerta de un tirón.
—¿Qué?
Los Bodine se alinearon en el porche delantero de la Abue. Ya había
visto esto antes, pero la última vez estaba de su lado de la puerta. Jonah
saludó avergonzado desde la parte de atrás del grupo.
—No se llevarán mis baterías del control remoto —dije, volviendo a
la cocina y dejando la puerta abierta.
—¿Anoche tuvieron una buena noche? —preguntó Bowie
casualmente.
Apreté el botón de encendido de la cafetera. Excepto Jonah, todos
tenían magulladuras y cortes leves.
—Mejor que ustedes, parece.
—Hubo una pequeña escaramuza en la pista de baile —dijo Gibson. 162
Tenía un corte en el labio y algunos moretones bajo el ojo izquierdo.
—Déjame adivinar. ¿Amos? —dije secamente.
—Odio a ese tipo —dijo Bowie. Tenía el ojo derecho ennegrecido y los
nudillos arañados y magullados.
—Sí, porque eres demasiado gallina para invitar a salir a su chica —
dijo Gibson, pinchando al oso.
—No es su chica —espetó Bowie.
—Tampoco es tuya —señaló Jameson con suavidad. Tenía un rasguño
en la mejilla, un moretón en la barbilla y un pequeño corte en la frente.
—¿Podemos centrarnos, por favor? —exigió Bowie.
Alineé las tazas de café en la encimera y miré hacia la puerta del
dormitorio, que seguía cerrada.
—¿Supongo que están todos aquí para patearme el culo?
Gibson se cruzó de brazos.
—¿Por qué? ¿Tenemos una razón para hacerlo?
«¿Además del hecho de que su hermana estaba desnuda en mi cama?»
—Supongo que están aquí porque Scarlett vino a casa conmigo
anoche.
—Dale al hombre un chupón. —Bowie asintió.
—Entonces, ¿cuál es la justicia al estilo Bootleg para esto? —pregunté,
sirviendo la primera taza—. ¿Me patean el culo? ¿La sacan a rastras de
aquí y la sermonean sobre sexo prematrimonial? Porque me voy a
cabrear si creen que cualquiera de esas respuestas es la correcta. Quiero
decir, odiaría echarles encima a mi Abue y a Estelle cuando vuelvan por
avergonzar a su hermana adulta y golpearme hasta dejarme
inconsciente y robarles la mitad de sus cosas. Estarían muy
decepcionadas con ustedes.
—¿Qué te hace pensar que te golpearíamos hasta dejarte inconsciente? 163
—preguntó Gibson inocentemente. Cogió una taza y se la sirvió.
—Son los Bodine. Los he visto en acción —dije suavemente.
—¿Por qué no nos tomamos el café en la terraza y hablamos de esto
como adultos? —sugirió Bowie. Su tono amistoso no me engañaba. Pero
tampoco creía que fueran a darme una paliza. Al menos no con su
hermana a seis metros de distancia. Scarlett se pondría de mi lado y
lucharía como una fiera.
Gibson y Bowie iban a la cabeza, y Jameson y Jonah iban a la
retaguardia, dejándome bien encerrado.
—Mira —dijo Bowie—. Todo lo que queremos es que nos expliques si
tu mayor interés es no hacerle daño a Scarlett.
Jameson asintió amenazadoramente.
—¿Por qué demonios piensas que le haría daño?
—Si se enamora de ti y luego te regresas a de donde demonios eres,
vamos a tener un problema —dijo Gibson, acariciándose la barba. Su
postura era engañosamente relajada.
Se abalanzaron al unísono como ninjas del bosque. Aunque luché,
eran tres contra uno. Gibson y Jameson me agarraron cada uno por un
brazo y Bowie se aferró a mi pierna izquierda. De repente, Jonah era el
señor Suiza. Sorbía su café tímidamente a unos metros de la refriega.
—Agarra su pierna, Jonah, antes de que patee a alguien en las bolas
—dijo Gibson.
Jonah parecía sorprendido de ser incluido en la pelea familiar.
—Date prisa, hombre —respiró Jameson—. Es un luchador.
Jonah dejó el café y me agarró la pierna.
—Realmente los odio a todos ahora mismo —gruñí.
Me bajaron por las escaleras de la terraza. 164
—Hacemos esto por tu propio bien —dijo Bowie.
—Y para nuestro propio entretenimiento —añadió Gibson.
—Lo siento, hombre. Es mi hermana —dijo Jonah.
Jameson gruñó.
—Entonces, ¿Cassidy y Amos están juntos de nuevo? —pregunté. En
cuanto Bowie aflojó el agarre de mi pierna, me solté y le di una patada
en las tripas.
Gibson gritó.
—Te lo mereces por no mantener la vista en el premio, Bow.
Bowie se recuperó y sometió mi pierna, pero al menos sentí que no
había caído sin luchar. Oí sus pasos sobre la madera y me di cuenta de
que estaban arrastrando mi culo por el muelle de mi Abue.
—Oh, vamos, chicos. El lago no.
—¿Prefieres un puñetazo en la cara? —preguntó Jonah alegremente.
—¡No voy a lastimar a Scarlett!
—Esto es sólo un pequeño recordatorio de lo que pasará si lo haces —
dijo Bowie, todavía un poco sin aliento.
—No hace falta que hagan esto —intenté de nuevo. Nos acercábamos
cada vez más al final del muelle.
—Seguro que sí —insistió Jameson.
—¡Presentaré cargos!
—Buena suerte con eso —sonrió Jameson.
—El alguacil es un gran admirador de nuestra pequeña Scarlett. No le
va a gustar un tipo que sólo intenta meterse en sus pantalones —explicó
Bowie.
—¡No estoy tratando de meterme en sus pantalones!
—Oh, hola, juez Carwell. Buenos días, Carolina Rae —dijo Bowie,
165
levantando su mano libre hacia una pareja en un bote de pesca.
—Buenos días, a todos los Bodine —llamó el juez Carwell—. ¿Está
cortejando a Scarlett?
—¿Qué clase de pueblo es este? —siseé.
Jonah se encogió de hombros y sonrió.
—Bootleg, hombre.
—Sí, señor. Sólo le estamos recordando que la trate bien —dijo
Gibson.
—Continúen, muchachos.
El juez siguió su camino, sin detenerse siquiera a ver cómo los cuatro
Bodine arrojaban mi cuerpo al lago.
Capítulo 21
Scarlett
Di un paso atrás para admirar mi trabajo y me pasé una mano por la
frente. La nueva terraza brillaba bajo la nueva capa de barniz. Justo a
tiempo para el verano, Devlin tenía una bonita terraza nueva para
nuestras tranquilas mañanas juntos.
También podríamos trasladar aquí algunas de las fogatas de fin de
semana, pensé. Desde un punto de vista práctico, él tenía más cuartos
de baño que yo y un refrigerador más grande para la cerveza. Podría
colgar algunas luces en los árboles, poner una fogata y tal vez añadir
166
una pasarela de adoquines, algo ancho y llano que la abuelita Louisa y
Estelle disfrutaran cuando volvieran a casa.
Tenía una postal de ellas en Madrid. Esperaba que cuando tuviera esa
edad estuviera haciendo exactamente lo mismo que ellas. Viviendo.
Viviendo de verdad.
Terminaría mis proyectos aquí el fin de semana. La casa relucía como
nueva por dentro y por fuera con las mejoras que había convencido a
Devlin que hiciera. Me di una palmadita en la espalda.
Me gustaba trabajar cerca de Devlin. Me gustaba levantar la vista de
mis caballetes o de la asquerosa pila de alfombra color rosa inglesa que
había arrancado y verle mirándome. Me gustaban nuestras largas
pausas para comer, estando desnudos cuando no estaba Jonah. Y me
gustaba «mucho» cómo Devlin se veía un poco más alto estos días,
sonreía un poco más… y me daba palmadas en el culo cada vez que
pasaba a su lado.
Bajé de un salto las escaleras de la terraza y recogí mis herramientas,
guardándolas en la parte trasera de mi camioneta. Silbando, me metí en
el primer piso. Devlin por fin había superado su ridícula noción de
morador urbano de cerrar con llave todas las puertas de la casa. Corrí
escaleras arriba y entré en la cocina.
Había llegado aquí como un cascarón ansioso del hombre que solía
ser. ¿Y ahora? Ahora, me gustaba pensar que estaba viendo al verdadero
Devlin McCallister. No una versión abotonada, blanqueada y
políticamente correcta, sino al hombre real con sus deseos muy reales.
Lo encontré en el salón, con el ceño fruncido frente al portátil y los
pies sobre la mesita. Había montones de correo y papeles esparcidos por
el suelo.
—¿Qué es todo esto? —pregunté.
—Poniéndome un poco al día. —Señaló una alta pila de papeles junto
a su pie derecho—. Proyectos de ley presentados por la legislatura este
año que no se aprobaron, pero que podrían volver a presentarse en el
167
próximo periodo de sesiones. Esa pila son invitaciones para cortes de
cinta, recaudaciones de fondos y recepciones. Y estos son algunos casos
en los que mi bufete está trabajando. Pensé en indagar un poco en
algunos precedentes.
—¿«Quieres» estar haciendo toda esta mierda? —pregunté, mirando
las pilas con escepticismo.
Devlin dejó el portátil en el sofá a su lado y tiró de mí hacia su regazo.
—Prefiero distraerme contigo.
—Esperaba que dijeras eso —dije, poniéndome cómoda en su regazo.
Ya estaba empalmado y me encantaba saber que tenía ese efecto en él.
Le pasé los dedos por el pelo. Lo tenía tan largo que se le enroscaba en
la nuca. Llevaba la barba poblada pero bien recortada. Había seguido
corriendo y haciendo ejercicio, y podía ver la diferencia en su cuerpo.
Los músculos delgados me excitaban mucho.
—¿Es raro que me parezca sexy que huelas a poliuretano? —me
preguntó, acercando su cara a mi garganta e inspirándome.
—Sí —me reí—. Entonces, escucha.
—Oh, Dios. ¿Qué? Espera. No me lo digas. ¿Quieres alejarme del
trabajo para que vayamos a «arrear» cerdos?
—¡Juez McJuzgón! —No había dejado de hablar de la vez que lo
arrastré al bingo Gallina de mierda a favor de la Compañía de Bomberos
de Bootleg. Devlin se lo había pasado en grande e incluso ganó el gran
premio cuando la gallina de la comunidad, Mona Lisa McNugget, cagó
respetablemente en su cuadrado de hierba. Con toda su clase, donó el
premio a la compañía de bomberos e invitó a todos a una ronda de
cerveza. Pero desde entonces, había asumido que todo lo que yo quería
hacer era una rústica y campesina forma de entretenimiento.
En general, no andaba muy desencaminado.
—Sólo por esa actitud, no voy a decirte lo que vamos a hacer —dije 168
con altanería.
Deslizó la mano por debajo de mi camiseta de tirantes y la extendió
sobre mi estómago.
—Sólo dime que implica que te desnude.
Me llevé el dedo a la barbilla.
—Hum. Implica menos ropa que la que llevamos ahora.
Se inclinó hacia mí y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—Entonces estoy dentro.
Reboté en su regazo.
—¡Excelente! Te daré una hora para que termines tu trabajo. Voy al
pueblo a por provisiones.
Me aparté de su regazo.
—¿Qué tipo de provisiones, Scarlett? Mierda. ¿A qué acabo de
acceder?
—Oye, no salgas a la terraza. Acabo de sellarla. ¡Nos vemos en una
hora, Dev!
—¡Scarlett!
Me reí todo el camino hasta mi camioneta.

Junio es cuando la temporada turística empieza a repuntar. Las


familias con niños agotados por un año escolar con exceso de
actividades programadas llegan a Bootleg en cuanto termina el último
día de la escuela. Mis propiedades en alquiler estaban llenas hasta por
cuatro y cinco semanas, y yo era feliz a pesar de las llamadas de servicio
169
adicionales que venían con los alquileres ocupados.
En parte, también podía deberse al sexo regular del que ahora
disfrutaba con mi vecino de al lado. Regular sólo en el sentido del
tiempo. Tenía grandes temores de que Devlin McCallister me estuviera
arruinando para otros hombres. Ahora que sabía que los orgasmos
múltiples eran posibles, bueno, ¿por qué demonios iba a conformarme
con menos?
Me metí en un espacio de estacionamiento frente a la versión de un
minimercado en Bootleg. Por supuesto, el Pop In era una gasolinera y
un local de lotería, pero los clientes también podían comprar cebo,
helados artesanales y la mayoría de los productos de primera necesidad.
Atravesé la puerta de cristal y saludé a Opal Bodine, estrella del softball,
que estaba detrás del mostrador. La tienda había pertenecido a la familia
de Opal durante tres generaciones. Solían vender ginebra de bañera en
botellas de aceite para bebés directamente de la estantería.
Opal estaba atendiendo a una familia que recogía provisiones de
pesca para una excursión de dos semanas a Alaska, así que me dirigí a
la vitrina refrigerada y cogí dos sándwiches, un par de bolsas de papas
fritas y un rollo de pepperoni para más tarde. Dev era adicto.
Hice malabares con mi carga y me dirigí a la caja registradora.
—Que tengan un buen día —dijo Opal a la familia—. Bueno, alguien
se perdió el almuerzo —dijo, mirando mi botín.
—No es todo para mí.
—Te he visto comer después de un partido. Esto no es más que un
aperitivo cuando tienes hambre.
—Ja… ja. Haciéndote la graciosa.
—No veo ningún postre allí —dijo Opal cobrándome.
—¿Tienes algo que me interese? —Intenté actuar con naturalidad,
pero Opal, como todo el mundo en el pueblo, sabía que tenía una 170
debilidad por lo dulce que nunca se saciaba.
—Oh, puede que tenga unos pasteles de triple chocolate recién salidos
de la panadería que no he tenido tiempo de colocar….
—¡Deliciosos!
Cinco minutos después y uno de los deliciosos pasteles de triple
chocolate que compré, dejé las provisiones en la camioneta y crucé la
calle para bajar el subidón de chocolate y azúcar con un poco de cafeína.
—Vaya, pero si es la señorita Scarlett Bodine —dijo Cassidy, saliendo
del Yee Haw Yarn & Coffee con su café con leche para empezar el turno.
Bloqueó la puerta, con la cadera ladeada, y me miró por encima de sus
gafas de sol—. Me has estado evitando.
—¡No lo he hecho! —Me molestó la insinuación—. He estado
ocupada.
—Ocupada acostándote con ese vecino sexy de al lado.
—Entre otras cosas.
—Camina conmigo —dijo Cassidy.
Dudé un momento.
Me acercó su taza de café.
—Compartiré mi cafeína contigo.
—De acuerdo, pero sólo un par de minutos. Tengo unos sándwiches
en la camioneta que no quiero que se pongan blandos.
—¿Cuándo vas a aprender a cocinar? —se burló Cassidy.
—Sólo cuando sea absolutamente necesario.
Caminamos hacia el sur por el Paseo del Lago, la calle principal de
Bootleg, pasando por el escaparate del Rusty Tool con sombrillas para
terraza y una letrina para el exterior con decoraciones. Saludé a Clarabell
a través de la ventana frontal del Moonshine.
—Entonces, ¿qué ha estado sucediendo? No hemos salido. No me has
171
contado nada de tu vida sexual. Ni siquiera te quejaste cuando tus
hermanos lo tiraron al lago.
—Esos idiotas. —Negué con la cabeza. Devlin había vuelto a la cama
empapado de pies a cabeza y habíamos vuelto a empezar la diversión
como una especie de «jódanse» a mis hermanos—. Por suerte parece que
les gusta Dev.
—¿Y a ti también? —señaló.
—¿Qué pasa con el interrogatorio? ¿Me está acusando de algo, oficial
Tucker?
—Sólo intento llegar al fondo de por qué mi amiga desaparece de
repente de la faz de la tierra en un pueblo tan pequeño como Bootleg. Te
has desaparecido tanto que empiezo a pensar en ti como Callie Kendall.
—Eso no es justo, Cass, y lo sabes.
—Mira, nunca te había visto tan interesada en un chico. Y no estás
presumiendo de él o corriendo por el pueblo con él. Nunca has hecho
esto.
Era verdad. Había estado acaparando a Devlin, manteniéndolo todo
para mí. Lo hacía fácil con su natural reticencia a socializar. Todavía se
sentía áspero en los bordes por su divorcio y su violenta, pero totalmente
impresionante, salida de la legislatura. Y tenía tantas ganas como yo de
desnudarse y permanecer desnudo. No era una situación ideal para
socializar.
—Lo llevé al bingo Gallina de mierda —argumenté por argumentar.
—Lo único que digo es que echo de menos a mi amiga —dijo Cassidy,
mirando a los ojos a Rocky Tobias, que había aparcado su brillante auto
poderoso ocupando dos plazas del estacionamiento frente al banco.
Rocky hizo un gesto de culpabilidad y corrió hacia su precioso auto
poderoso antes de que la buena oficial del alguacil pudiera citarle por
imbécil.
172
—¿Te gusta? —preguntó Cassidy.
—¿Quién? ¿Rocky? Es un gran bailarín.
—Devlin, imbécil. ¿Te gusta Devlin McCallister?
—Claro que sí. ¡Si no, no me acostaría con él!
—No es verdad. Wade Zirkel.
—Eso fue diferente. Estaba… aburrida.
Cassidy me lanzó la mirada de «no te creo, pero sigue hablando para
meterte en más líos» que había aprendido de su padre.
—Uf. Bien. Me gusta. Me gusta mucho y sé que sólo estará aquí unas
semanas y que todo es temporal. Pero orgasmos, Cassidy. ¡Oh, los
orgasmos!
La gente nos miraba. El centro, un miércoles en temporada turística,
Bootleg estaba abarrotado.
—Cuéntame más sobre estos orgasmos —dijo, pasándome de nuevo
el café.
—¿Recuerdas que leímos ese libro en el que la chica tenía como treinta
orgasmos en el lapso de diez páginas?
Cassidy asintió, con una mirada lejana en los ojos.
—Sí, creo recordar ese fenómeno ficticio de la naturaleza.
—El sexo con Devlin es así.
—¿Tuviste treinta orgasmos? —Cassidy perdió la calma y gritó esto a
toda la cuadra.
Le tapé la boca con una mano.
—¿Quieres cerrar la boca? No quiero que toda la población femenina
de Bootleg Springs vaya a llamar a la puerta de Dev pidiendo limosna. 173
—Santo cielo, Scar. Con razón no te he visto y, cuando lo hago,
caminas raro.
La arrastré por el callejón Ginebra de bañera, pasando por la tienda
de jabones y lociones naturales y por el Build a Shine, la versión de
Bootleg de Build-A-Bear para los bebedores de moonshine.
—Los orgasmos múltiples son una cosa, Cass. Una cosa hermosa,
hermosa. —Me sentí exactamente igual que la vez que le dije a mi mejor
amiga de seis años que Papá Noel no era real. Estaba revelando una
verdad del universo.
—Creo que tengo que sentarme —dijo Cassidy, tumbándose en la
entrada de The Brunch Club, un escondite popular entre los turistas a
los que les gustaba el brunch con cócteles fuertes. Los clientes tenían que
utilizar una contraseña secreta para entrar.
—Cass, ¿sabes lo que esto significa? —le pregunté, acurrucándome a
su lado y acariciándole el brazo.
—Que hemos estado teniendo sexo con los hombres equivocados —
gimió.
—Exactamente.
—Bueno, ¿dónde puedo encontrar un Devlin?
Quería decirlo. Quería empujarla a los brazos expectantes de Bowie,
pero la lealtad familiar era lo primero siempre y para siempre con los
Bodine. Bowie tenía que ser el que diera el paso. Y al paso que iban, uno
de ellos moriría antes que él diera el paso.
—Te encontraremos uno. Diablos, yo encontré el mío al lado.

174
Capítulo 22
Devlin
El mensaje de Scarlett decía que me reuniera con ella en el patio
trasero. Lo que estaba haciendo en mi patio trasero sin entrar en la casa
escapaba a mi comprensión, pero estaba empezando a darme cuenta de
que la mayoría de las cosas acerca de Scarlett escapaban a mi
comprensión y que valía la pena simplemente unirme al viaje.
Scarlett: Trae tu traje de baño.
Le respondí al salir por la puerta. 175
Devlin: Cuando dijiste menos ropa asumí que querías decir desnudos.
Un silbido agudo atrajo mi atención hacia el agua. Scarlett estaba
descansando en un kayak al final del muelle de la Abue. Otro kayak
estaba atado al suyo.
—Puedes desnudarte si quieres, pero podrías asustar a los turistas —
dijo.
Bajé por el muelle hacia ella. Llevaba un bikini a cuadros rojos y
blancos, gafas de sol y su sombrero de vaquera. Me detuve y saqué mi
teléfono para hacer una foto.
—¿Qué haces? —se rio.
Hice la foto y me guardé el móvil en el bolsillo. Tenía la sensación de
que iba a querer recordar este día.
—Creo que la pregunta debería ser: ¿qué estás haciendo tú?
—Hoy ya me ha interrogado la policía. No intentes subirme al estrado
—bromeó. Me arrodillé en el extremo del muelle y le di un beso.
—¿Estás listo para nuestro picnic en kayak?
—Tengo muchas preguntas —admití.
—Dispara.
—¿Qué es un picnic en kayak? ¿Cómo me subo a dicho kayak? ¿Cómo
hacemos un picnic en kayak? ¿Nos desnudaremos en algún momento?
¿Debo ponerme crema solar?
—Un picnic en kayak es cuando flotamos en el lago y comemos. Te
metes en el kayak llevándolo a aguas poco profundas y sentando el culo
en él. Mi kayak tiene la hielera con comida. El tuyo tiene la cerveza y el
agua. La respuesta a desnudarse es siempre sí y te he traído un protector
solar en spray.
—¿Y mi teléfono?
176
Levantó una pequeña caja de plástico.
—Caja seca, amigo mío.
—Supongo que eso responde a todas mis preguntas.
—Supongo que sí. Sube. —Desató el kayak vacío y me pasó la
cuerda—. Sube ahora.
Lo remolqué como a un cachorro hasta tierra y, quitándome las
zapatillas, me metí en el agua. La calidez del agua del lago siempre me
sorprendía.
—Ponte a horcajadas y déjate caer —sugirió Scarlett. Estaba remando
en círculos justo al final del muelle.
Hice lo que me dijo y me subí al kayak. Por un momento se balanceó
de lado a lado, pero se estabilizó.
—¡Date prisa! ¡Vamos! —dijo Scarlett alegremente. Sumergió su remo
en el agua y aceleró alejándose del muelle.
—¡Espérame! —En la universidad había pasado algún tiempo en
remos y carreras de remos. Pero un kayak era una experiencia nueva
para mí. Agarré el remo sujeto al costado con una cuerda elástica y
sumergí un extremo en el agua.
—El remo está al revés —dijo Scarlett con voz cantarina.
No tenía ni idea de cómo un remo podía estar al revés. Con valentía,
salí del suelo del lago y me impulsé torpemente hacia ella.

—Te dije que te gustaría —dijo Scarlett con suficiencia.


No podía discutir. Las aguas termales a las que nos había llevado,
escondidas en una orilla deshabitada del lago, eran como el jacuzzi
perfecto de la naturaleza. Arrastramos los kayaks hasta la orilla, detrás
177
de unos troncos hábilmente apilados que los ocultaban a la vista.
El agua caliente brotaba de abajo de la superficie para calentar la
enorme piscina. Los afloramientos rocosos y los frondosos árboles nos
ocultaban.
—¿Cómo no hay treinta personas aquí ahora mismo? —pregunté,
reclinándome en una saliente lisa de roca natural desgastada por el
agua. Scarlett flotaba a mi lado.
—No llaman a esto el Manantial Secreto porque sí —se rio.
—Pensé que habías dicho que Bootleg no guarda secretos.
—Entre nosotros. Los Bootleggers conocen este lugar, pero no se lo
decimos a los turistas. Por eso hay un cartel de «prohibido el paso» en la
playa.
—¿Cómo es que no hay Bootleggers bebiendo ginebra y bailando
country aquí?
—Porque lo pedí por dos horas, tonto.
—¿Hay una hoja de inscripción?
—Bueno, sí. No querrías venir aquí a pasar un rato en privado y
descubrir que está ocupado por las señoras de la iglesia, ¿verdad?
—No, no querría. —Pero estaba entendiendo lo que me decía.
Teníamos el lugar para nosotros. Durante dos horas enteras.
Scarlett nadó hacia mí y deslizó una pierna resbaladiza sobre la mía
para acomodarse en mi regazo. Llevé mis manos a su culito apretado y
la atraje hacia mí. Me dedicó una sonrisa sedosa cuando empecé a
engrosarme bajo ella. Había tanto en un cuerpo tan pequeño. Sus pechos
estaban deliciosamente ocultos tras los cuadros rojos y blancos del top
de su bañador. Tenía un pequeño volante de tela en la parte superior de
ambas copas. Una provocación para los ojos.
—Me gusta tu traje —le dije bruscamente.
—Esperaba que lo aprobaras. 178
Quería besarla para darle las gracias por el día de hoy, por todo lo que
había hecho desde que llegué aquí arrastrando los pies hace unas
semanas. Llegué aquí sin poder imaginar una salida de la oscuridad que
había descendido sobre mi vida. Y aquí estaba, con una hermosa mujer
que olía a sol, sentada en mi regazo y sonriéndome como si yo fuera algo
especial, no Devlin McCallister, el legislador estatal, no el hombre que
tenía un camino trazado en Washington, D.C. en los próximos cinco
años. No, ella pensaba que yo era especial. El hombre roto y maltratado
que vivía en la casa de al lado. Sentí una repentina oleada de gratitud y
tiré de ella contra mí, abrazándola contra mi pecho.
—Hum —suspiró contra mi piel, comprendiendo de algún modo que
aquello no eran juegos preliminares.
Le rocé el pelo con los labios. Se lo había echado por encima de la
cabeza y lo había sujetado con una goma elástica. Incluso cuando la
miraba objetivamente, su atractivo era innegable. Iba más allá de su
dulce sonrisa y sus ojos brillantes y traviesos. Más allá de su cuerpo
pequeño y curvilíneo y de sus pecas. Estaba en su energía, la felicidad
que desprendía, los ridículos planes que tramaba, la forma en que movía
su cuerpo en la pista de baile como si adorara la música dejándola
moverse a través de ella.
Ella había logrado reconstruirme, ladrillo a ladrillo, en alguien
diferente de lo que había sido antes. Ella era felicidad, diversión y
dulzura en un pequeño paquete y ahora era mía. De alguna manera, ese
logro me parecía más grande e importante que cualquier otro éxito que
hubiera conseguido en mi vida anterior.
Mi antigua vida. Así la había llamado Scarlett. ¿Cuándo había
empezado a pensar de esa manera?
—Háblame de tu mujer —me dijo.
Mis tranquilos sentimientos dieron un brusco giro a la izquierda y se
convirtieron en ansiedad instantánea.
179
Se rio suavemente contra mi pecho.
—Puedo sentir cada músculo de tu cuerpo en tensión.
—No es mi tema favorito —dije secamente.
—¿Te importaría hablarme de ella?
Me encogí de hombros. Johanna era una herida que empezaba a
cerrarse, pero aún había que tener cuidado para que no volviera a
supurar.
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo era ella antes de todo esto? ¿Cómo la conociste?
Pensé, distraídamente acariciando mis manos sobre la espalda de
Scarlett deteniéndome para jugar con las cuerdas de su top.
—No estoy seguro de cómo nos conocimos exactamente.
Era irónico teniendo en cuenta que sabía que nunca olvidaría el
momento en que conocí a Scarlett. Una chica de pelo castaño bebiendo
cerveza con botas vaqueras en la plataforma de una camioneta. Mientras
esa imagen estaba grabada en mi mente, Johanna siempre había estado
ahí, en la periferia.
—Nos movíamos en los mismos círculos sociales, íbamos a los
mismos eventos, conocíamos a la misma gente. Mis padres la invitaron
a cenar una noche y hablamos mucho.
Recordé la comida, sabía que era una cita arreglada. No me molestó
demasiado. Johanna era una mujer hermosa, un requisito para una
buena compañera. Se expresaba bien y era educada. Todo encajaba. Su
padre era asesor político. Ella entendía los requisitos para la esposa de
un político.
—¿Fue amor a primera vista? —preguntó Scarlett.
Me eché a reír.
180
—No. Nada de eso. Era más bien respeto mutuo.
—Eso no es excitante.
Me reí, trazando círculos en las caderas de Scarlett.
—No, pero en mi mundo, el respeto mutuo y los objetivos
compartidos son más importantes que la pasión y el amor a primera
vista.
Scarlett se inclinó hacia atrás para mirarme.
—¿Por qué crees que decidió engañarte?
No había dicho las palabras en voz alta a nadie. No les había puesto
voz porque temía que al hacerlo se convirtieran en realidad, pero
mantenerlas dentro me estaba carcomiendo.
—No estaba progresando en mi carrera tan rápido como debería —
confesé.
—¿Qué significa eso?
—Significa que me encontré sintiéndome frustrado con todo el
sistema. Conseguir algo requería tantos compromisos que el producto
final no se parecía en nada al original. No se trataba de hacer cosas
buenas por nuestros electores. Se trataba de hacer carrera, de destacar y
de elegir un bando. Toda mi vida he soñado con hacer una diferencia,
con trabajar dentro del marco que establecieron nuestros fundadores y
cuando llegué allí no se parecía en nada a lo que pensaba que sería.
Scarlett ladeó la cabeza, pero no dijo nada.
—Empecé a arrastrar los pies, a hacer menos apariciones. Era un
mandato de dos años, que es muy corto, así que me encontré haciendo
campaña para mantener un trabajo que realmente no me gustaba.
Fue como arrancar una tirita y dejar que la herida respirara. No había
nadie aquí para decirme que era una forma ridícula de sentirse o que
sólo tenía que ser paciente y aumentar mi base de poder para lograr el
cambio.
181
—Se suponía que era mi vocación y odiaba estar en periodo de
sesiones. De enero a abril, estábamos de doce a catorce horas diarias sin
hacer nada productivo. Solo empujando o luchando contra agendas.
Nunca le dije nada a Johanna, pero se dio cuenta. Cuando nos casamos,
pasábamos las noches y los fines de semana en eventos. Trabajando en
red, siendo vistos, haciendo apariciones para apoyar las causas y cuando
empecé a retraerme…
—Fue a buscar a otra persona —completó Scarlett.
Asentí con la cabeza.
—Ella tenía sus propios objetivos. Quería ser la esposa de un senador.
Creo que esperaba incluso más que eso y cuando vio que me alejaba de
ello, fue a buscar a alguien que pudiera llevarla allí.
—¿Qué dijo tu familia?
—Pensaban que era sólo una fase para mí. Que sólo necesitaba volver
a comprometerme con mi camino.
—¿Incluía eso volver a comprometerte con una esposa que era una
idiota infiel?
Me reí y le apreté el culo con las manos.
—Sí, de hecho, así fue. Nos sugirieron terapia matrimonial. Incluso
nos concertaron una cita.
Scarlett se volvió hacia mí, apoyando la cabeza en mi hombro.
—Eso es una mierda.
—Es una valoración acertada.
—Así que, no sólo fuiste traicionado por tu esposa, tu familia se subió
al tren de jodamos a Devlin. No es tu trabajo vivir tu vida para lo que
ellos quieren. Hicieron un ser humano, no contrataron a un empleado.
Oírla decirlo, que Scarlett lo llamara por lo que era, fue como una 182
especie de curación. Una validación de los nebulosos sentimientos de
descontento que había sentido hacia mis padres desde aquel día.
—¿Qué quieres ahora, Dev?
«¿Cuándo fue la última vez que alguien me había preguntado eso?»
—¿Ahora mismo?
Asintió con seriedad.
—Ahora mismo, te quiero a ti. —Me acerqué y desaté las cuerdas que
sujetaban su top.
Capítulo 23
Scarlett
Me incliné hacia atrás en el agua hasta que me cubrió los oídos. Aquí
no había sonido, sólo la sensación de la boca de Devlin en mis pechos,
lamiendo y chupando. Burlándose y tentándome. El cielo azul sobre mí,
el agua caliente a mi alrededor. Las manos de Devlin acariciándome.
Fue como una experiencia religiosa.
Era amable conmigo, no tan exigente como de costumbre, y me di
cuenta de que disfrutaba de esta faceta suya tanto como de la 183
dominante. Me lamió el pezón y me mordió. Levantándome por el culo,
Devlin me alejó de él. Quería quejarme, quería volver con él, pero
cuando me desató un lado de las bragas, me di cuenta de lo que quería.
Floté suspendida entre el cielo y el agua mientras Devlin separaba mis
suaves pliegues con los pulgares. La primera caricia de su lengua fue un
éxtasis. Me adoró allí, en las aguas termales, hasta que me convertí en
una hormigueante bola de sensaciones. Hasta que cada célula, cada
terminación nerviosa, cobró vida. Sentí el sol en mis tiernos pezones,
sentí el agua acariciarme el pelo y me entregué a la naturaleza de todo
aquello.
Devlin deslizó un dedo dentro de mí y luego otro, masajeando
suavemente desde el interior mientras su boca jugaba conmigo. El
orgasmo fluyó sobre mí como una cascada. Caí en una cascada de placer
que ondulaba alrededor de sus dedos.
Estaba hablando. Podía oír las vibraciones, pero no podía distinguir
las palabras bajo el agua, pero las sentía en mi corazón. Me alababa, me
complacía. Todo dentro de mí resplandecía mientras el placer fluía y
fluía y finalmente se desvanecía en éxtasis.
Luego me atrajo hacia él, me sacó del agua y me sentó en su regazo.
El agua corría por mi espalda y Devlin acercó su boca a un pezón.
—Eres perfecta —me susurró.
Metí la mano entre los dos y la introduje en su bañador. Estaba
dolorosamente duro.
Levantó la cabeza de mi pecho.
—Scarlett, no tengo condón.
—Tengo uno en la bolsa —dije sin aliento. Cerré el puño en torno a él
y lo acaricié—. No creo que pueda andar —confesó con una media
carcajada.
184
—Yo me encargo. —Me levanté de él y salí de la piscina. Mi bikini
desatado colgaba de mí. Lo deseché de camino a la bolsa seca y revolví
el contenido hasta encontrar el paquete de papel de aluminio.
Victoriosa, me lancé a la piscina.
—Eres todo un cuadro, Scarlett Bodine. —Respiró Devlin mientras
rasgaba el papel de aluminio con los dientes.
Le enrollé el látex, apretándole la polla desde la raíz. Echó la cabeza
hacia atrás, contra la roca húmeda, con los ojos cerrados en un cuadro
de éxtasis. Me hacía sentir poderosa y desenfrenada, y no quería perder
nunca esa sensación.
—Me encanta lo que siento cuando me tocas —admitió, separando sus
largas y oscuras pestañas para mirarme.
—A mí también me gusta —bromeé. Me levanté sobre las rodillas y
coloqué su ancha cabeza en mi entrada.
—Creo que debería preguntar por el peligro de las bacterias en este
manantial —dijo Devlin de repente.
Me reí y dejé caer mi frente sobre la suya. Tenía medio centímetro de
él dentro de mí y él estaba preocupado por la calidad del agua.
—A veces eres demasiado sensible para tu propio bien. —Me moví
sólo un poco, tomando sólo otro centímetro. No fue suficiente, ni de
lejos—. Y el agua se analiza semanalmente y los resultados se publican
en la página secreta de inscripción en línea. Así que deja de preocuparte
y empieza a hacer que me corra.
Devlin no necesitó más estímulo que ese. Me agarró por las caderas
con un apretón que me dolió y tiró de mí hacia su erección.
Grité algo ininteligible mientras me llenaba. Nunca me acostumbraría
a esta sensación. Tan llena, estirada hasta mi límite y el dolor me excitaba
especialmente.
Devlin levantó la cabeza y encontró mi pecho con la boca. 185
—Te voy a chupar mientras me follas —dijo, acariciando mi carne.
«Oh, dulce bebé Jesús. Iba a morir en las aguas termales». Estaba
inundada de sensaciones. La luz del sol sobre mis hombros, el cálido
tacto del agua, la mágica boca de Devlin chupando y lamiendo mi
apretado pezón. Su polla deslizándose dentro de mí como mármol
caliente. Él era un dios, un Adonis, y yo la jodida diosa del placer.
Me deslicé por su polla y balanceé las caderas. Él gruñó su aprobación
en mi pecho. Ahora lo cabalgaba más rápido.
Me soltó el pezón con un chasquido.
—Tómalo con calma, nena.
Pero no escuchaba. Marcaba el ritmo y quería llevar la voz cantante.
Empujé su cabeza contra mi otro pecho, el pezón necesitado y
desesperado por la humedad de su boca. Utilicé los muslos para
elevarme más y caer con más fuerza sobre él.
Los pies de Devlin se esforzaron por acomodarse bajo el agua contra
la roca y, cuando lo hicieron, cabalgué con más fuerza. No se resistió.
Sentí su desesperación en los fuertes tirones de su boca. Sus manos me
ayudaron, su agarre lo bastante duro como para magullarme, y la idea
de sus huellas dactilares en mí me mareaba.
—Dev —jadeé. Cada vez que empujaba esa corona roma dentro de
mí, mis paredes se convulsionaban. Estaba colgando de un hilo.
—Déjate ir, Scarlett. Dámelo —ordenó, lamiendo mi pezón. Luego usó
sus dientes. Fue como un relámpago en mi corazón. Me estremecí y
exploté. No fueron olas que se formaron y chocaron. Fue una detonación
que recorrió todo mi cuerpo. Él gimió mientras todos esos músculos
codiciosos se cerraban a su alrededor.
Me penetró de golpe, una, dos veces, y luego me retuvo mientras se
corría. Su boca se detuvo en mi pecho mientras su cuerpo se ponía
rígido. Yo estaba con él, con una descarga salvaje que me destrozaba.
Deseé sentir su semilla dentro de mí. Deseaba que no hubiera nada entre 186
nosotros. Entonces nuestras descargas podrían mezclarse dentro de mí
en un sacrificio a los dioses de la euforia.
Capítulo 24
Devlin
Era extraño echar de menos a alguien a quien había conocido hacía
sólo unas semanas y más extraño aún hacerlo cuando ella había
abandonado mi cama esta mañana y yo estaría en la suya esta noche.
Pero Scarlett tenía ese tipo de efecto en mí. No sólo me había devuelto a
la vida, sino que había empezado a arrastrarme aún más al mundo de
los vivos. No recordaba haberme sentido nunca tan ligero, tan libre.
Cuando intenté explicárselo, me dijo que eran las aguas termales. Las
aguas termales eran la respuesta de Bootleg a todo. ¿La cura del
187
resfriado? Las aguas termales. ¿El pequeño Freddy por fin dejaba de
morder en la guardería? Las aguas termales. ¿Ganaste la lotería? Las
aguas termales.
Pero sabía la verdad. Fue Scarlett Bodine la que me hizo reflexionar
sobre mi vida en la nueva terraza con las vistas al lago y los planes de
comida para llevar y la fogata esta noche.
Mi móvil sonó en la mesa junto a mi computador portátil. El pavor
que sentía ahora cada vez que sonaba el teléfono se disipó cuando vi el
identificador de llamadas. Era difícil afrontar las discusiones con mis
padres, nuestro publicista y los abogados cuando no me sentía
especialmente mal por lo que le había hecho a Hayden Ralston. Sin
embargo, mi abuela no me llamaba para ponerme al día sobre mi
antigua vida.
—Abuela, ¿cómo estás?
—Bueno, ciertamente suenas alegre —dijo astutamente.
—Estoy sentado en tu terraza revisando algunos correos bajo el sol.
¿Por qué no estar contento?
—Hum —dijo en su tono de «no me engañas»—. Si no te conociera
mejor, diría que has encontrado una buena chica.
Suspiré. Obviamente, la red de contactos de Bootleg tenía
ramificaciones en Europa.
—Puede que esté disfrutando de mi tiempo con alguien —evadí.
La abuela ululó.
—Está viendo a nuestra Scarlett, Estelle.
—Ya era hora —dijo Estelle de fondo.
—No le hagas caso —dijo la abuela con cariño—. Ella apostaba a que
se juntarían mucho antes. A veces eres demasiado terco para tu propio
bien. 188
—Dime que no había una apuesta sobre Scarlett y yo —suspiré.
—Si quieres que te mienta, lo haré —dijo alegremente.
Me pasé una mano por la barba, no tan enfadado como debería.
—Si hace que Estelle se sienta mejor, yo estaba listo antes que Scarlett
—le dije.
—Ese es mi chico —dijo alegremente.
—¿Dónde están hoy las paseadoras? —pregunté, cambiando de tema.
—Estamos disfrutando del sol de la tarde y de un té en un restaurante
en Malta con nuestros nuevos sombreros —anunció mi abuela.
Se me levantaron las comisuras de los labios al imaginarme a la abuela
y a Estelle despedazando la isla con sus travesuras.
—¿Cómo acabaste viviendo esta vida, Abue?
Ella se río.
—¿Quieres decir cómo me escapé?
Me reí con pesar.
—Tu vida no se parece en nada a la de mamá y papá. —Ni a la mía.
—Y gracias a Dios por eso. Escucha, Devlin, y escucha bien. Sólo
tienes un número determinado de días, un número limitado de
amaneceres y atardeceres. Depende de ti asegurarte de que los
aprovechas al máximo —anunció la Abue.
—No es que haya desperdiciado mi vida —empecé a la defensiva. Me
dedicaba al servicio público. La política era una actividad honorable.
Quería trabajar para mi país, servir a mi pueblo.
—No he dicho que lo hicieras, pero deberías pensar muy bien si esa
es tu vocación o si sólo estás recorriendo el camino que tu padre te
marcó. Porque puedo entender cómo confundirías una cosa con la otra.
Te ha estado preparando desde que naciste. 189
Esta era la parte de la abuela que volvía locos a mis padres. La querían,
por supuesto, pero no la entendían.
—¿Qué otra cosa haría con mi vida si no estuviera recorriendo ese
camino?
—Si me preguntas, creo que ya es hora de que lo descubras. Te lo digo
porque te quiero. No te vi feliz. Ni cuando te eligieron ni cuando te
casaste con esa imbécil de Johanna. Te vi siguiendo un propósito y
fijando y cumpliendo metas, pero ni una sola vez te vi feliz.
Esa ansiedad familiar se instaló como un bloque de hielo en mis
entrañas. Ahora sabía que antes no había sido feliz, pero había tenido
un propósito. Estar aquí sentado en Bootleg sintiéndome más ligero y
feliz, pero sin un propósito no era mucho mejor.
—Quizá no todo el mundo está hecho para ser feliz. Quizá algunos
tengamos que encontrar otras cosas que sentir.
—Eso suena a las patrañas como las que soltaba tu padre sobre el
deber, el honor y el servicio. Si te gusta ser legislador, si te hace sentir
bien «no importante, pero sí bien», sigue con ello. Hazlo. Pero quiero
que seas tú quien decida, no tus padres y desde luego no esa mierda de
exmujer tuya.
—Abuela, ¿por qué viniste a Bootleg? —le pregunté.
Suspiró.
—Es el lugar más real en el que he estado —dijo—. No es un epicentro
político en el que todo el mundo conspira constantemente. Bootleg te
permite saber a qué atenerte. La gente se preocupa por ti. No sólo
calculan lo que pueden ganar por asociarse contigo.
Pensé en los guisos, las cartas y los vecinos que visitaban a los Bodine.
Demonios, Millie Waggle se había presentado en mi puerta con una
bandeja de rollos de canela para Jonah cuando se corrió la voz de que
era un Bodine. Claro, era el medio hermano bastardo que nadie había
conocido antes, pero seguía siendo de la familia y un Bootlegger por
190
asociación.
Los Bodine tenían una red de apoyo en sus amigos y vecinos.
¿Quién había estado a mi lado cuando Johanna me abandonó? ¿Quién
me había apoyado durante el escándalo? Me habían despachado como
a un paria y me habían abandonado a mi suerte. Hasta que vine a
Bootleg. Hasta que conocí a Scarlett.

Mi tarde transcurrió con unas horas de investigación sobre


precedentes judiciales. Terminé y salí a correr por el sendero del lago.
Mi ritmo era más rápido que cuando llegué. Esperaba poder recuperar
la fuerza y la velocidad que había perdido, dentro de unas semanas. Me
prometí no volver a dejar que algo me aplastara así.
—¿Qué tal la carrera? —preguntó Jonah cuando volví a casa, sin
aliento y sudoroso.
—No estuvo mal —dije, llenando un vaso del grifo—. No estuvo nada
mal.
—Tu teléfono estaba tronando —dijo, señalando con la cabeza hacia
donde se cargaba en el mostrador.
Lo cogí y miré la ensalada de pollo a la parrilla que Jonah estaba
preparando. Tenía que aprender a cocinar. Un rápido barrido de la
pantalla y mi buen humor se desvaneció. Sentí una oleada de ansiedad
al ver su nombre.
Johanna no se había puesto en contacto conmigo desde mi
enfrentamiento con Ralston y en ese momento, me había dejado un frío
mensaje de voz diciéndome que estaba decepcionada porque yo no 191
parecía capaz de manejar nuestra situación con madurez y
profesionalidad. La única comunicación que habíamos tenido desde
entonces había sido entre nuestros abogados.
Me planteé ignorar el texto, pero esa era la actitud de un gallina de
mierda y no la de Mona Lisa McNugget.
Los hermanos Bodine no se escondían de su pasado. Demonios,
Gibson veía a su horrible ex casi a diario. Pulsé el mensaje.
Johanna: Tenemos que hablar.
Demonios. No. No me quedaba nada que decirle. Si me hubiera
enviado este mensaje hace unas semanas, cuando estaba sentado en un
pueblo extraño en una casa oscura, habría tenido una letanía de temas
para discutir. ¿Pero ahora? Todo era diferente. Yo era diferente.
Volví a los mensajes y el nombre de Scarlett apareció en la pantalla.
Me dio un vuelco el corazón y me maravillé de la diferencia de mis
reacciones ante las dos mujeres.
Scarlett: Pensando en ti y tu cara sexy. Además, si no estás haciendo nada,
estoy atrapada bajo el porche del juez Carwell y me vendría bien tu ayuda. Si
llamo a Gibson no me dejará vivir en paz.
—Oh, mierda.
La cabeza de Jonah giró en mi dirección. Marqué el número de Scarlett
y cogí las llaves del auto.
—¿Dónde está la casa del juez Carwell? —pregunté cuando
respondió.
—¡Oh, gracias a Dios! Pensé que iba a morir bajo esta madera podrida.
—Voy para allá en cuanto me digas dónde estás.
—Estoy en la avenida Contrabandista. Casa azul, contraventanas
negras. Mi camioneta está enfrente.
Oí un extraño gruñido de fondo.
—¿Qué es eso? 192
—Te lo explicaré cuando llegues. Por favor, date prisa, y no te atrevas
a decirles una palabra a mis hermanos.
—Estaré allí en cinco minutos. —Colgué y me dirigí hacia la puerta.
—¿Emergencia Scarlett? —Jonah preguntó desde la cocina.
—No puedo decírtelo, pero si no puedo arreglarlo, te llamaré —dije,
empujando la puerta mosquitera.
Capítulo 25
Scarlett
Estaba bien atascada. Debí darme cuenta de que no tenía que intentar
arrastrarme bajo el maldito porche con el maldito cinturón de
herramientas puesto. Pero el maldito gato se había escapado cuando
trabajaba en la puerta y lo último que Carolina Rae Carwell había dicho
antes de marcharse fue:
—No dejes salir al gato. —Si no encontraba al Señor Fluffers y lo metía
dentro, nunca volvería a disfrutar del pan de maíz de Carolina Rae.
193
Era un destino peor que la muerte.
Aunque estar tumbada en el suelo bajo un porche hundido con el
collar de un gato siseante enganchado en los dedos tampoco era tan
estupendo.
—¿Scarlett?
Nunca me había sentido tan aliviada en toda mi vida al oír que alguien
me llamaba por mi nombre.
—¡Dios mío, Devlin!
—¿Estás herida? —preguntó.
—Estoy bajo el porche con un gato y mi cinturón está enganchado en
algo, y espero que no estés bien vestido porque voy a tener que pedirte
que te estropees la ropa y te arrastres hasta aquí.
Se hizo el silencio.
—¿Dev? —llamé.
—Estoy aquí.
—Estás grabando esto, ¿verdad?
—Claro que sí.
Pateé el suelo con mis botas de trabajo.
—Me alegro de que te diviertas. ¡Ahora trae tu culo aquí!
—Sí, señora. Allá voy. —Se estaba riendo, pero no me importó.
—Jesús, Scarlett. ¿Cómo voy a caber? —dijo desde detrás de mí.
—Eso es lo que ella dijo —dije miserablemente.
—Ja ja. Pero en serio.
—Sólo arrástrate más cerca de la casa, ese es el punto alto, y luego ve
si puedes alcanzar y desenganchar lo que sea que me tenga atrapada.
El Señor Fluffers soltó un gruñido feroz.
194
—¿Es eso un maldito mapache? —Devlin exigió.
—Sí. Tengo un mapache rabioso por el cuello, Devlin —dije
secamente.
—Suena como algo que harías.
Le oí arrastrarse y giré la cabeza. Llegó hasta mis pies.
—Estoy casi dentro —dijo.
—No eres claustrofóbico, ¿verdad? —pregunté algo tarde.
—No lo parece. —Sentí su mano en mi culo.
—Ahora no es el momento para juegos previos.
—No te estoy manoseando. Tu cincel está encajado en una tabla del
suelo y atascado en tu cinturón.
—Voy a morir aquí, ¿verdad? —me lamenté—. Mi esqueleto se
convertirá en polvo bajo este porche y perseguiré a los que pidan dulces
todos los años a menos que me den algunos de sus caramelos.
Sentí un fuerte tirón y luego otro, y el cinturón se aflojó.
—Lo tengo —anunció Devlin alegremente.
Solté un ujujuy por la emoción.
—Eres el hombre más increíble del mundo, Devlin McCallister.
Me dio una palmada en el culo. El Señor Fluffers siseó.
—Sí, sí. Soy increíble. Ahora, ¿cómo salimos de aquí?
—Vas a tener que echarte atrás. Y entonces creo que vas a tener que
sacarme.
Lo consiguió de alguna manera, primero arrastrándose hacia atrás y
luego arrastrándome por los tobillos. Empujé con una mano y con la otra
agarré a Fluffers por el cuello. 195
Pulgada a pulgada, nos arrastramos fuera de mi casi tumba hasta que
estuve boca abajo en la hierba.
Me levanté de un salto, agarrando al gato por el cuello.
—¡En tu cara, Fluffers!
Devlin se dobló por la cintura y soltó una larga carcajada. Por mucho
que disfrutara oyéndole reír, no me hacía mucha gracia que fuera a mi
costa. Dejé al gato sucio en la casa. Pagaría a los Carwell por un baño de
gato si fuera necesario. Pero ese hijo de puta no iba a salir de nuevo bajo
mi vigilancia.
—¿Qué es tan gracioso, McCallister? —exigí, con las manos en las
caderas y una mirada acalorada.
Llevaba unos pantalones cortos de gimnasia y una camiseta que ahora
estaban manchados de suciedad. No había detergente en el mundo que
pudiera con aquel desastre. También tenía la barba empapada. Parecía
un paleto sucio y sexy, y me encantaba.
Sólo podía imaginar mi propio estado de monstruo de barro.
—Nena, eres increíble —dijo, recuperando por fin el aliento.
—Voy a fingir que era un cumplido. —Sacó su móvil.
—Si intentas hacer una foto, voy a…
Pulsa.
—Oh, ahora estás en problemas. —Me lancé sobre él, sin prestar
atención a los terrones de tierra que arrojaba al moverme. Me atrapó en
pleno vuelo y me hizo girar riendo. No sé si fue el giro o su sonrisa. Pero
se me cayó el estómago y me olvidé por completo de estar enfadada. Lo
único que quería era su boca en la mía.
Lo besé con fuerza y él me apretó contra sí, sin dejar de sostenerme en
alto. Esperaba que mi cinturón de herramientas no se estuviera clavando 196
en ningún sitio importante.
—Gracias por llamarme, Scarlett.
—Gracias por venir cuando te llamé —le dije.
Oí el carraspeo de una garganta y Dev y yo nos volvimos. Carolina
Rae estaba de pie en su pequeña y ordenada acera mirándonos
fijamente. Su marido, el viejo juez Carwell, estaba detrás de ella mirando
por encima del hombro.
Devlin me dejó deslizarme hasta el suelo.
—Hola, Carolina Rae, Juez. La puerta está arreglada, pero tengo malas
noticias para su porche. Las vigas están empezando a pudrirse. Creo que
va a necesitar un porche nuevo el año que viene —balbuceaba. Por muy
progresista que fuera, no solía enrollarme en el césped de mis clientes
con mi… amante.
—Ajá —dijo Carolina Rae, sin dejar de mirarnos. Tenía setenta y dos
años pero sólo admitía sesenta y seis—. ¿Y qué hacías con la lengua en
la garganta de tu joven amigo? —preguntó dulcemente.
—Yo… eh… —Las palabras, esas pequeñas traidoras, me fallaron.
Incluso Devlin parecía apenado.
Sonrió.
—Ah, volver a ser joven. Continúa. Pero no pisotees mi coleos.
Se dirigió a la casa sin decir nada más, dejando al juez Carwell fuera
con nosotros. Estaba mirando a Devlin. La puerta principal se cerró
detrás de Carolina Rae sin el problema que había tenido antes de que yo
llegara. Me preparé para ello.
—¡Señor Fluffers! —Carolina Rae gritó.
—El Señor Fluffers tuvo una pequeña aventura —le expliqué al juez
Carwell.
197
Gruñó, sin dejar de mirar a Devlin.
—¿Eres el abogado, hijo? —preguntó bruscamente.
Devlin asintió.
—Sí, señor.
—¿Has pensado alguna vez en ser juez? —preguntó. El gran bigote
blanco del juez Carwell se crispó bajo su nariz rubicunda.
Los ojos de Devlin se abrieron de par en par y yo me eché a reír.
—¿Todavía intenta retirarse, señor? —le pregunté dulcemente. El juez
Carwell se presentaba sin oposición a todas las elecciones para el cargo
de juez del condado. Estaba tan dispuesto a jubilarse que intentó
convencer a June de que estudiara derecho.
La señora Carwell irrumpió por la puerta principal sosteniendo al
embarrado señor Fluffers.
—¡Scarlett Bodine!
Hice una mueca de dolor.
—Sí, señora. Lo llevaremos al Paraíso de las Mascotas —prometí.

198
Capítulo 26
Scarlett
—Oh, sí. Así, nena —ronroneé.
—Suenas como si estuvieras teniendo relaciones sexuales. —El tono
seco de June irrumpió mi éxtasis por el masaje con aceite caliente. Lula,
mi masajista y amiga desde el instituto, resopló. Lula era alta y flexible,
con una piel morena impecable y una espesa cabellera alborotada. Era
guapísima, una belleza exótica que vestía jeans y camisa a cuadros.
Además, estaba forrada de pasta, pues había aprovechado el auge del
turismo que se había iniciado hacía unos años. Compró el viejo edificio
199
victoriano y, con un poco de mi ayuda, lo reformó para convertirlo en
un spa cursi y refinado.
Ahora, Bootleg Springs Spa era «el» lugar para descansar, rejuvenecer
y soltar una tonelada de dinero.
Cassidy se rio a través de su tratamiento facial de algas.
—Apuesto a que ese es el sonido que tus vecinos han estado oyendo
desde que Devlin y tú empezaron a acostarse —dijo.
—Devlin «es» mi vecino —señalé—. Suele estar ahí haciendo ruido
conmigo.
—He oído hablar de ustedes dos —se burló Lula—. Haciéndose ojitos
en la cafetería. Reservando dos horas enteras en las aguas termales.
—Aprovechamos cada segundo de esas dos horas —dije con
suficiencia.
June, aburrida de nuestra conversación, pasó la página de su ejemplar
de «The Economist» que se había traído de casa. Le estaban pintando las
uñas de los dedos de los pies de rosa nacarado. Cassidy eligió el color
por ella cuando la apatía de June por el tema se hizo patente.
—Cuéntame más sobre esos mágicos orgasmos múltiples —suspiró
Cassidy.
—Maldición, chica —dijo Lula, hundiendo sus fuertes manos en los
nudos de mis hombros—. Eso explica el salpullido que tienes aquí atrás.
Solté una risita. No pude evitarlo. Me sentía bien. El tipo de bienestar
que significaba que todo en mi vida iba en la dirección correcta. Por
primera vez en mucho tiempo, no tenía ningún tipo de duda o ansiedad
sobre el futuro. Mientras crecía, nunca sabía exactamente con quién
volvería a casa: con los padres divertidos y felices que bailaban en la
cocina y hacían empanadas con mermelada o con los padres gritones y
acusadores que se peleaban y luego se enfurruñaban en silencio durante
días. 200
Pero ahora, las cosas parecían asentadas. Tenía un trabajo estupendo,
un vecino sexy que me entretenía, amigas con las que pasar un día en
un spa y cuatro hermanos que me sacaban de quicio. La vida era todo lo
perfecta que podía ser.
—Es genial. Los orgasmos múltiples son geniales y estoy genial —
informé con satisfacción.
—Te odio un poco —suspiró Cassidy.
—¿Qué pasó contigo y Amos en The Lookout la última vez? —le
pregunté, conociendo la versión de Bowie.
—Bailé con él por los viejos tiempos y se puso pesado. Menos mal que
Bowie le cortó el rollo, pero volvió en la canción siguiente, hablando de
que me echaba de menos y «que nos diéramos otra oportunidad» —se
burló en un profundo barítono—. La cosa es que no le he echado de
menos ni un ápice desde que rompimos y eso me dice lo suficiente como
para no volver a subirme a ese carrusel.
—Entonces, ¿cómo empezó la pelea? —pregunté. Los pulgares de
Lula encontraron músculos tensos en mi espalda baja y grité.
—Chica, tienes que estirarte. Te lo digo siempre. No puedes estar de
pie doce horas al día y esperar que tus músculos te sigan el ritmo.
—Sí, sí. Yoga. Pilates. Estiramientos. Entiendo. ¡Vuelve a la lucha!
—Ni siquiera lo sé —insinuó Cassidy. Estaba mintiendo totalmente,
pero eso es lo que se hacía a sí misma cuando se trataba de Bowie
Bodine—. En un momento Amos y yo estábamos bailando, y yo estaba
en plan «gracias, pero no, gracias». Pero él no me soltaba. Insistía en que
le escuchara y le diera otra oportunidad y bla, bla, bla. Debió parecer
que me estaba haciendo daño desde la mesa porque Bowie y Jameson
aparecieron y se dijeron unas palabras.
Resoplé.
—Como si no pudieras cuidar de ti misma. —Cassidy no sólo
dominaba las armas de fuego, sino que sus manos también podían 201
considerarse armas mortales. Cuando yo exigía clases de ballet y faldas
de animadora, Cassidy ganaba un arco iris de cinturones en Tae Kwon
Do. Obtuvo su cinta negra a los dieciocho años.
—¿Verdad? —dijo Cassidy con un suspiro exasperado—. ¡Gracias!
—Así que Bowie y Jameson se dijeron unas palabras con Amos —la
incité.
—Sí. Se dijeron unas palabras, Amos dijo algo estúpido, y luego Bowie
simplemente lo tiró al piso.
—Hum… hum. —Levanté la cabeza e hice contacto visual con Lula.
Puso los ojos marrones oscuros en blanco en señal de comprensión.
Todo el pueblo sabía que Bowie estaba perdido por Cassidy, excepto la
querida, dulce y estúpida Cassidy.
—De todos modos, ya sabes cómo es Bootleg un viernes.
—Todo el mundo está listo para una pelea.
—Sí.
—¿Saben lo que me parece interesante? —intervino June por encima
de su revista.
—¿Qué? —pregunté.
—Que las prisiones están notando un repunte significativo en la
entrega de contrabando a través de drones recreativos.
Cassidy se rio.
—June Bichito, ¿cuándo vas a empezar a interesarte por las relaciones
humanas?
June enarcó una ceja.
—No hasta que sea absolutamente necesario.
Lula y yo nos reímos entre dientes.
—Cambiando de tema —dijo Cassidy—. Lo que me parece interesante
es que nunca he visto a Scarlett Bodine tan atolondrada.
202
—«No» estoy atolondrada —argumenté—. Estoy borracha de
orgasmos.
—Atolondrada. Después de todos los chicos con los que te he visto
salir, en el instituto y desde entonces, nunca te había visto iluminarte
como lo haces cuando Devlin entra en una habitación. ¿Quién diría que
tu tipo sería un político abotonado? Quiero decir, es casi cómico.
—No discrimino ningún tipo de pene —argumenté—. No importa a
qué se dedique la persona que lo tiene.
—Oh, no, creo que es algo más que adoración a la polla —decidió
Cassidy—. Creo que te gusta.
—Pues claro que me gusta —dije malhumorada—. Si no, no me
acostaría con él.
—Wade Zirkel —dijo June, hojeando otra página de su revista.
—Cállate, Juney.
Sonrió con satisfacción.
—Sabes, Scarlett. Quizás los sentimientos que estás experimentando
son lo que otra persona consideraría amor romántico.
Mi cuerpo se puso rígido.
—Guau. Por la forma en que tus nalgas se han agarrotado, supongo
que Juney ha tocado un nervio —señaló Lula.
Levanté la cabeza como un león marino que se lanza al hielo.
—¿Amor? ¿Me estás tomando el pelo? —No me gustaba nada ese
pensamiento. Al fin y al cabo, yo era una Bodine. Los Bodine: A) no eran
capaces de amar. B) hacían un desastre de las relaciones duraderas.
—Sé que tu madre te hizo prometer que esperarías, pero creo que te
haría una excepción por Devlin McCallister —señaló Cassidy
inocentemente. 203
—No hemos hablado de relaciones. Ni siquiera somos exclusivos —
me burlé. Aunque si Devlin McCallister pensaba que estaba bien meterle
esa polla tan buena a otra persona, estaba muy equivocado.
No tenía intención de casarme nunca. No era algo que hubiera
hablado con nadie. La promesa a mi madre era sólo una excusa. Después
de ver el matrimonio de mis padres y todo el drama y el dolor que
conllevaba, no tenía ningún interés en encadenarme jamás para toda mi
miserable eternidad. Así que, si de alguna manera mi corazón se había
confundido y tropezado un poco con Devlin, iba a tener que deshacerse
de ese tropiezo rápidamente.
—Sólo nos estamos divirtiendo —insistí.
—Entonces, ¿no te enfadarás cuando haga las maletas y se vaya a
casa? —preguntó Cassidy.
No había pensado en ello. La verdad es que no. Había estado
demasiado ocupada metiéndome en su piel, en su cabeza… y en su
cama.
—Soy consciente de que sólo está aquí temporalmente. —Se me
revolvió el estómago.
—Annapolis no está tan lejos de aquí —señaló Cassidy.
—¿Qué? ¿Crees que nos apuntaríamos a una relación a distancia? —
No era la peor idea, pero seguro que no era tan conveniente como pasear
por la puerta de al lado para quitarme la ropa.
—O podrías mudarte allí.
—¿Y hacer qué? —pregunté, desconcertada.
—Creo que mi hermana está sugiriendo que podrías seguir a Devlin
y tener una relación —intervino June.
—Es un «político». ¿De verdad me ven siendo la novia de un político? 204
—La sala se quedó en silencio mientras todas las presentes consideraban
la idea. Cassidy empezó a reírse y luego todas se echaron a reír a
carcajadas. Incluso June sonreía.
Aunque me alegré de que me entendieran, admito que me dolió un
poquitín que estuvieran de acuerdo. Yo no era nada del tipo política. No
mantendría la boca cerrada. No me pavoneaba con vestidos de cóctel ni
agitaba las pestañas mientras los «hombres» hacían el trabajo. Sabía que
no era justo que me molestara que estuvieran de acuerdo con mi propia
valoración, pero a veces esperas que las opiniones de tus amigas sean
más elevadas que las tuyas. Su fácil acuerdo marcaba una casilla en la
que había estado intentando evitar pensar.
¿Por qué «no podría» ser una buena compañera para Devlin?
Nunca me había echado atrás ante un reto, no cuando era algo que
quería. Tal vez sólo tenía que averiguar qué era lo que quería en lo que
a Devlin se refería.
Capítulo 27
Devlin
Llamé a la puerta trasera de Scarlett y observé que la pequeña mesa
del porche estaba preparada para dos personas, con servilletas y
cubiertos. Había una vela en la barandilla junto a la mesa.
Oí pasos y vi con placer cómo Scarlett se apresuraba hacia la puerta.
Llevaba un vestido largo con flores de acuarela azules que se agitaba en
torno a sus tobillos. Llevaba los pies descalzos.
—Hola —dijo. Tenía las mejillas sonrojadas y el pelo suelto por la 205
espalda.
Había pasado el día en el spa con sus amigas y esperaba que estuviera
más relajada de lo que parecía.
Me incliné para besarla, con la intención de rozar mi boca con la suya,
pero me agarró el pelo con las manos y se aferró a mí mientras me besaba
con mucha intensidad. Se apartó con la misma brusquedad, dejándome
atónito y sin aliento.
—¿Por qué fue eso? —pregunté.
Me sonrió. Había algo un poco tímido y muy inusual en Scarlett y su
sonrisa.
—Sólo un aperitivo —dijo—. Entra. La cena está casi lista.
Oh… oh. Scarlett Bodine era muchas cosas. Muchas cosas
maravillosas, buenas y salvajes. Cocinera no era una de esas cosas.
Incluso sus sándwiches eran terribles. Yo no era mucho mejor en la
cocina, pero al menos no intentaba engañarme al respecto.
Algo olía a quemado. Otra cosa olía simplemente mal.
—Espero que te guste el pollo. He asado uno —anunció.
—Hum. Eso suena genial. —Necesitaba encontrar un termómetro de
carne inmediatamente. Estaba seguro de que el pollo era una de esas
carnes que podían matarte si estaba cruda—. No sabía que cocinabas.
Se encogió de hombros, parecía ligeramente enferma. Me pregunté si
habría probado algo de lo que había cocinado.
—Quería probar algo nuevo —dijo Scarlett, sacando la barbilla—. Que
sea algo que no haya hecho antes, no significa que no se me dé bien.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —ofrecí.
—¿Qué tal si pones las papas en el microondas mientras reviso los
espárragos? 206
Eché un vistazo a la olla en la estufa. Dios mío, había hervido
espárragos… de una lata.
Al menos tendríamos papas asadas. Las desenvolví y las volqué en la
bandeja del microondas, pulsando el botón de las papas. A prueba de
idiotas.
—¿Cuál es la ocasión especial? —le pregunté. Estaba tramando algo.
Eso estaba claro, pero como con todo lo que hacía Scarlett, ni siquiera
podía empezar a predecir lo que sería.
—Espera, voy a buscar el sacacorchos para el vino —dijo, saliendo a
toda prisa al porche. El porche cubierto de Scarlett servía de bar durante
las hogueras. Allí guardaba el abrebotellas y el sacacorchos.
Abrí un par de cajones antes de encontrar un termómetro de carne
oxidado. Mirando por encima del hombro, abrí el horno e introduje el
termómetro en el ave humeante. Doscientos cuarenta grados. Esperaba
que estuviera lo bastante caliente para eliminar las bacterias. La oí en la
puerta, saqué el termómetro y lo tiré detrás de un rollo de toallas de
papel en la encimera.
—Tiene muy buena pinta —dije como si hubiera estado admirando el
ave ennegrecida y cerré el horno.
Se animó.
—Gracias. Mi mamá siempre decía que no había nada más fácil que
asar un pollo.
La mamá de Scarlett era una mentirosa.
Despreocupadamente, saqué el móvil como si fuera a consultar mis
mensajes. Abrí el navegador e hice una búsqueda rápida sobre la
temperatura del pollo. Al menos ya no teníamos que preocuparnos por
la salmonela.
—Hay tarta de postre —dijo, limpiándose las manos en un paño.
«Oh, diablos». 207
—No tuve tiempo de hornear una así que la compré en el Pop In.
Me tragué un suspiro de alivio.
—¿Johanna podía cocinar? —preguntó Scarlett.
Me inquietó el rápido giro de la conversación. Sobre todo, porque
Johanna había aparecido recientemente en mi vida con el mensaje de
texto de esta tarde.
—Supongo que podía, pero en general prefería no hacerlo. Comíamos
mucho afuera y teníamos un chef a tiempo parcial que nos preparaba las
comidas de la semana.
Scarlett parecía aliviada. Estaba a punto de preguntarle de qué se
trataba todo esto cuando algo explotó. Ambos nos agachamos detrás de
su pequeña isla en la cocina. Cuando no llovieron fragmentos sobre
nosotros, me di cuenta de que era el microondas.
—Las papas —gritó Scarlett.
Llegué primero al microondas y abrí la puerta. Una de las papas
asadas a prueba de idiotas había explotado, cubriendo el interior del
microondas con trozos de papa.
—Al menos podemos dividir esta —dijo Scarlett, estirando la mano
para coger la otra papa—. ¡Ay! ¡Está caliente! —Se la pasó de una mano
a otra.
Golpeó con el codo la encimera y la papa cayó al suelo con un ruido
sordo.
—¡Bueno, mierda!
La recogí y sacudí.
—La regla de los cinco segundos, ¿no? —La papa iba a ser
probablemente la única parte comestible de la comida y no iba a tirarla
a la basura.
—¿Deberíamos lavarla? —preguntó Scarlett.
208
Me encogí de hombros.
—Quizá si no nos comemos la piel no pase nada —sugerí.
Ella asintió.
—Sacaré el pollo y podrás trincharlo.
—Genial. —No tenía ni idea de cómo trinchar un pollo. «¿Estaría
decepcionada por eso? ¿Todos los hombres de Bootleg sabían cómo
trinchar aves? Diablos, probablemente salían y les disparaban primero».
Sacó el asador del horno y lo puso sobre la encimera de madera de la
isla.
—No se parece en nada a la foto —dijo Scarlett, mordiéndose el labio
inferior y estudiando la piel marrón oscuro del pollo.
«No se parecía a ningún pollo asado que hubiera visto».
—Creo que tiene muy buena pinta —mentí.
—¿Necesitas algún utensilio especial? —preguntó.
—Un cuchillo —dije con autoridad. Nunca había visto a mi padre
trinchar el pavo en Acción de Gracias. Siempre nos lo servían.
Scarlett me dio un cuchillo de carne y, después de quemarme la mano
con la piel caliente del pollo, cogí una cuchara de madera de la jarra de
su encimera. Cortar la piel fue como intentar atravesar la piel de los
zapatos con un cuchillo de mantequilla. La carne bajo la piel correosa
estaba seca como un hueso. Al menos podíamos echar la sopa de
espárragos por encima. Hice todo lo que pude para abrirme camino y
raspar la carne del esqueleto de carbón. Llegó al plato sonando como
cecina.
—¿Qué tal si sólo trincho un lado? —sugerí, secándome el sudor de la
frente—. Así el resto se mantendrá… fresco.
—Es una gran idea. Puedo usar el resto para sopa… o algo.
Scarlett preparó nuestros platos, los de verdad, no los de papel como 209
yo estaba acostumbrado con ella, con la mitad de la papa que no había
explotado, una cucharada sopera de espárragos y varios trozos de piel
de pollo.
—Pensé que podríamos comer en el porche —dijo nerviosa.
—Me gustaría —le dije, queriendo borrar la preocupación de su cara.
Le cogí los platos y le hice una seña hacia la puerta.
Nos sentamos en la pequeña mesa, nuestros platos tocándose. Me
estaba preguntando si debía comerme primero la papa entera para
absorber el resto de la «comida» del plato, cuando Scarlett respiró
hondo.
—Tengo algo que decir.
Levanté la vista del plato, agradecido por la distracción.
—Creo que las cosas van bien. Entre nosotros, quiero decir —añadió.
Me miró como si esperara que dijera algo.
—Yo… ¿también creo que van bien? —dije con suspicacia. ¿Estaba
intentando romper conmigo? ¿Provocarme una intoxicación alimentaria
y luego mandarme de paseo? ¿Era esto una especie de extraña
costumbre de Bootleg por no decirle que mi casi exmujer me había
enviado un mensaje arrepentida?
Tentativamente, cogí un trozo de pollo y lo examiné con el tenedor.
—Bueno, he estado pensando que quizás deberíamos… lo que quiero
decir es… Oh, demonios. Nunca he tenido esta conversación antes.
—¿Qué conversación? —Estaba cada vez más ansioso.
—No puedes irte del pueblo sin decírmelo y no puedes desnudarte
con nadie más —soltó.
Parpadeé, perdido.
—Me gustas —le dijo a su plato, sonando como si se estuviera
ahogando con las palabras.
210
Olvidé lo que estaba haciendo y accidentalmente me llevé el pollo a la
boca. Sabía a pies petrificados.
Me aclaré la garganta, intentando ablandar el pollo con la saliva.
—Tú también me gustas —dije entre bocados. Por mucho que
masticara, el pollo no se iba a ablandar. O me lo tragaba entero y me
atragantaba o lo escupía.
—Bueno, ya que nos gustamos. No creo que debas levantarte e irte sin
al menos hablarlo conmigo primero y si crees que me parecería bien que
tuvieras sexo con otra persona, estás muy equivocado. —Alzó la voz.
—¿Estás rompiendo conmigo? —exigí, moviendo el pollo a un lado
de mi boca.
—¿Qué? No. —Parecía horrorizada—. Estoy haciendo lo contrario.
—¿Me estás pidiendo que sea tu novio?
Scarlett parecía incómoda. Se encogió de hombros.
—En realidad, no estoy preguntando. Más que preguntar es contar.
Aspiré para reír y se me alojó el pollo entre las amígdalas. Mi risa se
convirtió en un ataque de tos.
Se levantó de un salto y me dio una palmada en la espalda. Conseguí
escupir el pollo en la servilleta.
—Disculpa —jadeé.
—¿Estás bien?
—Me he equivocado de cañería —dije, tragándome el vino.
Scarlett volvió a sentarse y agarró con su tenedor unos espárragos
blandos. No me importaba lo mucho que ella me gustaba. No iba a tocar
esa baba verde.
—Entonces, ¿qué piensas? —me preguntó, con sus bonitos ojos grises
atrayéndome.
«Pienso que el pollo es un peligro biológico». 211
—Pensé que no querías hablar de relaciones —dije—. La primera vez
que nos acostamos, intenté sacar el tema y me cerraste el pico.
Scarlett respiró hondo.
—Es sólo que nunca esperé encariñarme tanto contigo. Y ahora, si
hicieras las maletas y te fueras a casa, estaría… disgustada. —Sus ojos se
entrecerraron y me señaló con su chorreante espárrago—. Y me
enfadaría mucho si te pillara enseñándole esa polla a alguien más.
—Scarlett, de momento no me voy a ninguna parte y desde luego no
me iría sin al menos hablar antes contigo. Y no sé de dónde sacas la idea
de que querría estar con alguien más cuando te tengo a ti. No hay nadie
como tú. Sería el mayor idiota del mundo si siguiera buscando cuando
te tengo en mi cama.
Me sonrió y sentí que la tensión de mis hombros se relajaba.
—¿En serio?
—En serio.
Sonrió y se removió en su asiento. Vi con horror cómo se metía los
espárragos en su bonita boca. Su cara se congeló y luego sus ojos se
abrieron de par en par al darse cuenta. Se tapó la boca con una mano.
Le acerqué la servilleta.
—Escúpelo antes de vomitar —le ordené.
—¡Puaj! —Agarró la servilleta y se la llevó a la boca—. Oh mi dios. Oh
mi dios. Oh mi dios.
Le tendí la copa de vino.
—Bebe.
Apuró la copa como había hecho con la cerveza la primera noche que
la conocí.
Scarlett dejó la copa con un ruido seco.
—Eso ha sido lo peor que me he metido en la boca.
212
—Todavía no has probado el pollo —señalé.
—¡Cielos! —se lamentó, tirando la servilleta del desastre masticado
sobre la mesa—. ¡Sólo quería que esta noche fuera perfecta!
Me acerqué a la mesa y le cogí la mano.
—Cariño, lo es.
—No. ¡No lo es! La comida es horrible y me puse nerviosa y
básicamente te obligué a ser mi novio, ¡y tengo mucha hambre y todo lo
que tenemos es media papa cada uno!
La agarré de la mano para levantarla de la silla y ponerla en mi regazo.
Se sentó rígida contra mí y oculté mi sonrisa. Su terquedad era
kilométrica, como diría mi abuela.
—Me gustaría señalar que no te he rechazado y tenemos tarta.
—No has dicho que sí —dijo, haciendo un mohín con las manos en el
regazo.
—Scarlett, ¿cuándo fue la última vez que alguien te dijo que no?
—Ocurre en ocasiones.
—No en esta ocasión —le dije.
Levantó su mirada hacia la mía y sentí que mi corazón brillaba un
poco más.
—Seré tu novio con una condición.
—¿Cuál?
—Si me prometes no volver a cocinar.

213
Capítulo 28
Scarlett
Le di una buena patada a la puerta principal. El clima más cálido
siempre hacía que la puerta principal de la casa de mi padre se atascara.
No había vuelto desde la mañana en que lo encontré. Incluso muerto,
Jonah Bodine padre no parecía en paz.
Respiré hondo y entré. La casa de mi infancia era una cabaña. El
revestimiento amarillo siempre me había parecido demasiado alegre
para la familia que vivía entre sus paredes. Sobre todo, después de la
muerte de mamá.
214
Dejé caer las llaves sobre la mesa delgada que Gibson había hecho en
su clase de taller del instituto. Las llaves de papá también estaban allí.
Las dejó allí la tarde antes de morir. Lo había metido a la fuerza en la
casa. Se había llevado un termo a escondidas a una obra y tuve que
traerlo pronto a casa antes de que los clientes lo vieran ebrio en el
trabajo. Recordé que tiré sus llaves sobre la mesa por última vez.
El interior estaba cargado y oscuro, lo que me recordaba que era una
casa vacía. Ya no había vida en la cabaña Bodine. Bajaron las persianas
la noche que papá murió y seguían cerradas desde entonces. Había
estado evitando este lugar y los recuerdos, al igual que mis hermanos.
Pero yo era la única de nosotros que tenía el recuerdo de él muerto en
su cama.
Giré a la izquierda y entré en el largo y estrecho salón. Aquí todo
estaba exactamente igual que siempre. Un sofá blando a cuadros. El
sillón reclinable que no se reclinaba del todo bien. El televisor de
pantalla plana que le había comprado a papá hacía dos años, cuando su
dinosaurio con orejas de conejo dejó de funcionar. Se la había montado
encima de la chimenea con la triste esperanza de que tener algo bonito
le hiciera esforzarse en otros aspectos de su vida.
Mi padre me había enseñado muchas cosas. Me había enseñado a
utilizar todas las herramientas conocidas creadas por el hombre para
solucionar casi todos los problemas. Pero también me enseñó que, por
mucho que esperara, rezara o lo intentara, no podía controlar a los
demás. No podía hacer que tomaran las decisiones que yo quería. No
podía arrastrarlos hacia la salud y la felicidad.
Fue una lección dolorosa y esencial.
Con un suspiro, me dispuse a abrir las persianas y las ventanas de la
larga habitación. Quizá un poco de aire fresco de junio barrería algunos
de esos recuerdos que nos atormentaban a todos.
Una a una, fui abriéndolas antes de pasar a la cocina-comedor, en el
lado opuesto de la casa, y hacer lo mismo. El primer piso estaba dividido
215
por la mitad por las escaleras al segundo nivel. Intenté mirar la casa con
objetividad, como un proyecto nuevo para el que no importaba la
historia.
Siempre había querido ampliar la cocina hasta el rincón del
desayunador inútil. Ahora podría.
Me salté el dormitorio de papá en la parte trasera de la casa. No estaba
preparada para volver a esa habitación. No con sus recuerdos más
recientes.
Al crecer, había sido mía. La única en el primer piso. Arriba había tres
habitaciones pequeñas. Cuando me mudé a los diecinueve años,
trasladé a papá al primer piso, ya que la bebida le hacía inestable.
Miré a mi alrededor intentando decidir por dónde empezar.
Abrumada, me senté en el primer peldaño de la escalera. Seguía
chirriando como hacía quince años. Todos habíamos aprendido a
saltarnos ese peldaño, cuando habría sido más rápido e inteligente
arreglar la maldita cosa.
Exhalé un largo suspiro. Jonah, bendito sea su gran corazón, se había
ofrecido a venir a ayudarme hoy, pero no era justo para él, pedirle que
limpiara la casa del padre que lo había abandonado.
Así que me tocó a mí. Puse la cara entre las manos y me permití un
momento de patética autocompasión. ¿Por qué tenía que estar triste? Yo,
Scarlett Bodine, 26 años, tenía mi primer novio oficial. Anoche habíamos
cerrado el trato con papa asada, tarta y sexo vigoroso y acrobático en el
columpio de mi porche. Al menos hasta que la cadena se rompió y
caímos al suelo.
Merecen la pena los moratones.
En el gran esquema de las cosas, tener que encarar la casa de mi padre
solo fue un inconveniente emocional, pero mis cosas buenas superaban
a las malas. Ahora, si pudiera reunir el coraje para empezar….
216
El crujido de los neumáticos sobre la grava me hizo levantar la cabeza.
«Alguno de mis hermanos se habrá sentido tan culpable por echarme
esto encima que…».
No era un Bodine subiendo los escalones del porche. Era Devlin. Y
quería llorar.
—Oye, pensé en ver si necesitabas una mano…
La velocidad de mi cuerpo al chocar con el suyo le cortó el paso.
Estaba aquí para ayudarme a limpiar un desastre que no era suyo
porque le importo. Me aferré a él como una enredadera de Virginia. La
gratitud hizo que me escocieran los ojos.
—Gracias —susurré contra su camiseta. Me abrazó y me pasó una
mano por la coleta. Respiré, robándole un poco de su fuerza, y luego me
separé de él.
Me observaba con una mirada suave.
—¿Crees que podrías saludarme así cada vez que me veas durante un
tiempo? —me preguntó.
—Sí. Creo que podría hacerlo —dije suavemente. Di un paso atrás y
lo dejé entrar—. Bienvenido a la cabaña Bodine.
Devlin miró a su alrededor y no pude evitar preguntarme en qué clase
de casa se había criado. Apostaría a que era un poco más grande que la
casa de mi infancia.
—Es bonita —dijo—. Acogedora. Apuesto a que hay muchos
recuerdos aquí.
Los había. Suficientes malos recuerdos para atormentarme y
suficientes buenos para hacer que la pérdida aún doliera.
—Sí. Muchos recuerdos —acepté, con un nudo en la garganta.
—¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó—. Me tienes para
todo el día. Tengo artículos de limpieza en el auto, bolsas de basura, un
par de bolsos de plástico. Tengo un escáner en casa de la Abue por si 217
quieres guardar algún documento.
Me empezaron a llorar los ojos. Era el polvo, me dije. No la ayuda
ofrecida gratuitamente.
—Empecemos con el refrigerador. Eso será lo peor. Luego podemos
buscar papeles y álbumes de fotos. Cosas que quiero conservar —decidí.
Asintió con la cabeza.
—Cogeré las provisiones.
Lo vi bajar los escalones del porche, los mismos escalones que yo
había bajado en un intento de escapar de casa dos veces en mi
adolescencia, y me enamoré un poquito de Devlin McCallister.
Devlin no dijo ni una palabra cuando recogimos la docena de botellas
vacías de bourbon barato de Kentucky de los armarios de la cocina. No
mencionó el hecho de que el refrigerador estuviera vacío, salvo por la
cerveza, el moonshine y un tarro de mayonesa muy vieja. Y no enarcó
una ceja cuando abrí todas y cada una de las botellas y las vacié
directamente al drenaje.
Era demasiado educado para hacer preguntas. Sabía lo básico. Pero
yo estaba cansada de no decir nada, cansada de aceptar.
—Mi padre era alcohólico —anuncié mientras sacábamos dos cestos
de basura reciclable al porche.
—Comprendo —dijo Devlin. 218
—Siempre bebió, pero empeoró tras la muerte de mi madre —
continué.
—¿Qué edad tenías cuando ella murió? —preguntó Devlin.
—Tenía quince años. Accidente de auto.
Su mano se posó en mi hombro y dejé de moverme inquieta.
—Lo siento —dijo simplemente.
—Era una buena madre, casi siempre. —Era importante para mí que
me creyera—. Ella y mi padre se quedaron embarazados en el instituto
y se casaron. En cierto modo, nunca crecieron. Peleaban mucho. Había
muchos celos y obviamente al menos uno de ellos no era fiel. Papá bebía
demasiado. Mamá no lo manejó bien y criaron cuatro casos perdidos.
Devlin se inclinó hacia mí y me acarició la mejilla con la mano.
—Cariño. Nada en ti dice que seas un caso perdido.
Cerré los ojos y me relajé con sus caricias.
—Empecé a ir a trabajar con mi padre en los veranos a los doce años
porque mamá pensaba que bebía en el trabajo. Y así era. A los trece ya
lo llevaba a casa. A los quince, yo hacía la mayor parte del trabajo.
Devlin me atrajo hacia él, envolviéndome con sus brazos, creando un
espacio seguro y cálido.
—Gibson lo odia. Papá nunca se calló que Gibs fue la razón por la que
él y mamá se casaron. Bowie es el bueno que intenta deshacer todo lo
malo que hizo papá. Jameson sólo agachó la cabeza y trató de vivir su
propia vida fuera del drama.
—¿Y tu madre? —preguntó Devlin.
—Ella aguantó por nosotros. No sabía lo que era la felicidad. Pero
sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Me hizo prometer que no
me casaría antes de los treinta e hizo prometer a mis hermanos que no
se casarían por otra razón que no fuera la de estar estúpidamente 219
enamorados.
—¿Alguna vez te hizo daño? —preguntó Devlin.
Me eché hacia atrás y miré aquellos ojos tormentosos.
—¿Papá? No. Claro que no. Al menos no físicamente.
Relajó su agarre sobre mí.
—Si no fue físicamente, ¿cómo?
Me encogí de hombros y apreté la mejilla contra su pecho. Era mi
nuevo lugar favorito para estar.
—Solo quería ser lo bastante importante para él como para que no
necesitara beber —confesé.
—Cariño. —Devlin lo dijo tan suave, tan dulcemente.
—Lo sé. Sé que era alcohólico y sé que no puedes importarle a alguien
lo suficiente como para que lo deje. Pero realmente, realmente quería
hacerlo —le dije. De nuevo, me pasó la mano por la cola del pelo.
»No recuerdo ningún momento de mi infancia en el que no me
preocupara que papá y mamá se divorciaran. Mirando hacia atrás, no sé
por qué no lo hicieron. Quiero decir, no es que fueran felices.
—Tal vez pensaron que era lo correcto —dijo Devlin con brusquedad.
—Pero lo correcto no debería hacerte tan infeliz. ¿Verdad? —
pregunté.
—Feliz no significa correcto —señaló Devlin.
Suspiré.
—Hubo un tiempo, justo después de la desaparición de Callie, en que
las cosas estuvieron bien. Todo el mundo lo intentaba. Incluso Gibson
—recordé—. Creo que asustó a todo el mundo y les hizo querer aferrarse
a lo que todos tenemos la suerte de tener. 220
—¿Pero no duró? —preguntó Devlin.
Sacudí la cabeza.
—Nunca es así, supongo. —Miré al patio delantero, a los árboles a los
que solía subirme de niña, fingiendo que estaba en una selva muy, muy
lejana—. De todos modos, gracias por escucharme.
Devlin se inclinó hacia mí y me pasó el pulgar por la mejilla.
—Scarlett, todo lo que es importante para ti es importante para mí.
Dios ayúdame, le creí.
Mi suspiro esta vez fue de alivio.
—Gracias, Dev. ¿Qué te parece husmear en busca de papeles
importantes?
Sonrió.
—Me parece bien.

221
Capítulo 29
Scarlett
Incluso con Devlin presente como apoyo moral, no estaba preparada
para abordar el dormitorio de papá, así que subimos las escaleras.
—Mamá y papá solían usar este dormitorio —le dije, abriendo de un
empujón la puerta pintada de blanco. Chirrió como una maldita casa
encantada.
Las paredes aún lucían aquel papel de rosas inglesas que papá había
jurado quitar. El colchón seguía hundido en su viejo armazón de hierro. 222
Había una estantería empotrada en la pared, el único cambio que mi
padre había conseguido hacer en sus años aquí. Era un amasijo de
papeles, libros y revistas viejas. A juzgar por la capa de polvo, hacía años
que nadie subía por aquí.
—Qué asco. Empecemos con esta fábrica de alergias —sugerí—. Nos
aseguramos de que no haya facturas pendientes, buscamos algo sobre
los impuestos de la propiedad, cualquier título de la casa o de su
camioneta o lo que fuera. Por lo menos no tenemos que preocuparnos
de ningún seguro de vida o papeleo de jubilación —dije secamente.
—El papeleo es mi especialidad —dijo Devlin—. ¿Por qué no buscas
fotos y recuerdos? Seguro que a Jonah le interesaría ver cómo fue tu
infancia.
Fue un gesto muy considerado que no sé si se me habría ocurrido por
mi cuenta. Sabía por dónde empezar. El baúl de mamá estaba
arrinconado junto al armario y enterrado bajo toda una historia familiar
guardada en cajas de zapatos y carpetas manila. Fotos, boletines de
notas, dibujos. Cuando murió, no habíamos terminado con todo aquel
lío. Y en los años siguientes acabamos aumentando el desorden.
Después de rebuscar entre algunas fotos para el funeral de mamá, se las
dejamos a papá para que se ocupara de ellas y, como era de esperar, todo
estaba exactamente como él lo había dejado.
Despejé la parte superior del baúl, haciendo pilas ordenadas sobre el
colchón desnudo. Guardar. Reciclar. Quemar hasta los cimientos.
Cuando intenté levantar la tapa, encontré el baúl cerrado. Fruncí el
ceño al ver la cerradura. Había jugado con este baúl un millón de veces
cuando era niña. Demonios, mis hermanos se turnaban para esconderse
en él cuando jugábamos al escondite. Nunca había estado cerrado.
Miré a Devlin. Estaba sentado en el suelo blanquecino ordenando
pilas de papeles. Estudié la cerradura. No era una cerradura
especialmente complicada. Uno o dos golpes con un martillo romperían
el cierre con bastante facilidad y tenía curiosidad por saber qué habían 223
pensado mis padres que merecía la pena guardar bajo llave, pero no me
gustaba la idea de destrozar algo que mamá valoraba.
Miré a Devlin, que estaba ordenando papeles alegremente como el
nerd buenote que era.
Obviamente, había una llave de algún tipo que cerraba la maldita
cosa. Cerré los ojos y dejé que mi mente vagara. El baúl era viejo. No
sería una llave corriente la que encajara en la cerradura. Abrí los ojos.
No podía ser tan fácil, ¿verdad? Me levanté y bajé corriendo hasta la
puerta principal. El llavero de papá estaba allí. Lo cogí y las observé.
Puerta principal, puerta trasera, garaje. Mi casa. Las llaves de la
camioneta. Y una llave rechoncha, de latón, sin etiquetar.
Contuve la respiración y volví a subir, con el peso de las llaves en la
mano. ¿Qué secretos podrían haber guardado mis padres? Eran un libro
abierto de miseria y dedicación al compromiso. Probablemente era una
pila de números de «Sports Illustrated» o ropa para muñecas. O un
montón de facturas sin pagar de las que mi padre no me había hablado.
Eso sería una buena bofetada en la cara.
Volví al dormitorio y pasé por encima del incomprensible sistema de
organización de Devlin. Arrodillada al baúl, introduje la llave en la
cerradura. Giró sin resistencia.
Sentí un tirón nostálgico cuando vi el forro de tela verde floreada. El
olor era el mismo, viejo y rancio, pero ahora en lugar de ser un escondite
vacío para niños, el interior del baúl estaba repleto. Pasé una mano por
encima del vestido favorito de mi madre. Había empaquetado su ropa
la semana siguiente al funeral y se la había dado a la Bootleg
Community Church para que la distribuyeran entre los necesitados. Ni
siquiera me había dado cuenta de que faltaba su suave vestido verde
primaveral.
Me di cuenta de que mi padre debió haberlo guardado. Junto con su
almohada y su funda cuidadosamente bordada. Los desempaqué
despacio, pasando los dedos por recuerdos familiares. El álbum de boda 224
fue lo siguiente. Se habían casado deprisa y sin la feliz aprobación de sus
familias. Así que su álbum consistía en una docena de fotos en tonos
sepia de mi madre con un vestido de encaje de cuello alto que le había
prestado su prima. Papá estaba muy joven con su traje azul bebé. Su
camisa tenía vuelos, algo que nunca dejó de divertirme. De pequeña, me
había empeñado en hojear el álbum cientos de veces y ni una sola vez
me había dado cuenta de que era como admirar la cadena que ataba a
mis padres a su infeliz vida.
Hojeé las gruesas páginas, estudiando cada foto. No había sonrisas
radiantes durante la ceremonia, pero la última foto era una instantánea
de mi padre mirando a mamá con una ternura que rara vez mostró en
los años siguientes. Mamá le miraba y se reía. En esa foto, ella brillaba.
Su vida juntos no fue del todo mala y esta foto era la prueba viviente de
ello. Hubo momentos de felicidad en esa vida, pero yo quería más que
momentos.
Miré a Devlin y me encontré con que me observaba.
—En el último minuto se han cruzado un millón de emociones por tu
rostro —me dijo.
—¿Ah, sí? —le pregunté. Me dedicó esa media sonrisa que tanto me
gustaba.
—¿Qué has encontrado? —preguntó, poniéndose de pie y pasando
por encima de sus ordenados montones para llegar hasta mí.
Pasé una mano por encima del vestido, recordando abrazos
interminables y mañanas de Pascua. Todo terminaba siempre. Lo bueno
y lo malo. Aunque lo odiaba, también era un consuelo. Papá ya no sufría
y quizá ahora mis hermanos podrían empezar a seguir adelante.
La mano de Devlin me apretó el hombro. Se sentó a mi lado en el
suelo.
—Estas son algunas de las cosas de mi madre —le dije, entregándole
el álbum de fotos.
—¿Puedo? —preguntó. Asentí con la cabeza. 225
Pasó las páginas.
—Me gusta el traje de tu padre —sonrió.
—Se lo puso para su baile de graduación, luego para su boda y una
vez más para el bautizo de Gibson. No creo que usara más que una
corbata después de eso.
—¿Crees que a Jonah le gustaría ver esto? —preguntó Devlin.
Miré el álbum en sus grandes manos.
—Me gustaría enseñárselo —decidí.
—Empezaremos otra pila entonces. —Colocó el libro marfil sobre el
colchón desnudo.
Le di el vestido.
—Este también.
Volvimos a rebuscar en la siguiente capa de cosas del baúl. Me
encantó encontrar el álbum de bebé de Jameson y una pila de informes
disciplinarios del instituto sobre Gibson. Podría usarlos como chantaje.
Devlin se abrió paso entre risas por los informes, asegurándose de que
no hubiera nada importante atascado entre las páginas de la
delincuencia juvenil de Gibson. Encontré más fotos familiares sueltas y
el velo que mamá había llevado el día de su boda. Había una carpeta
mugrienta con las lecciones de la escuela dominical que mamá había
impartido y la pulcra colección de mi padre con todos los programas de
la Representación Anual de la Explosión en Bootleg de Jedediah Bodine.
Encontramos cosas de la vida familiar. Mamá había guardado todos los
bocetos y dibujos que Jameson había hecho mientras crecía. Incluso a los
siete años, había mostrado promesa artística. Los trofeos de Bowie y las
fotos del equipo de fútbol estaban apilados en una caja acrílica.
—Oh, Dev. Mira esto —dije, levantando triunfalmente una foto de las
entrañas del baúl—. Estoy en mi baile de graduación. 226
Devlin la estudió, sonriendo dulcemente a mi yo de 17 años. Me había
puesto un vestido azul eléctrico de dos piezas porque todos los demás
iban de negro. Llevaba el pelo aún más largo, recogido en espirales como
las de Medusa. Yo era la Tinkerbell punk de Freddie Sleeth y sus
sonrientes diecisiete.
—¿Cómo fue tu baile de graduación? —preguntó Devlin.
—Bueno, una dama nunca besa y lo cuenta —le dije—. Pero puedo
decirte que la camioneta de Freddie pinchó de camino al baile y tuvimos
que cambiarla en un charco de barro. Se puso nervioso y se le cayeron
las tuercas al barro, así que tuve que pescarlas. También cambié el
neumático, ya que el padre de «alguien» nunca le enseñó a hacerlo. Fui
la reina del baile incluso cubierta de barro —dije con suficiencia—. ¿Y el
tuyo?
Devlin parecía avergonzado.
—Tomé prestado el chófer y el auto de mis padres con el esmoquin
que ya tenía y llevé a Lilibeth Paxton a cenar pescado a la luz de las velas
sobre el agua, seguido de una velada de elegante entretenimiento y
baile.
—¿Podríamos ser más diferentes? —le pregunté.
Me acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No lo sé, Scarlett. Creo que tenemos suficiente en común como para
compensar esas diferentes diferencias.
Me gustó la respuesta y se lo dije con un beso. Lo mantuve dulce y
ligero. No iba a saltar sobre el sexy culo de Devlin aquí, en casa de mis
padres, rodeada de sus fantasmas.
—Gracias por tu ayuda —susurré, apartándome para admirar su boca
recién besada y aquella cuidada barba.
—Cualquier cosa que necesites Scarlett, siempre. Sólo pídelo.
227
—No diría que no a un almuerzo después de que terminemos este
baúl —dije esperanzada.
Me besó la punta de la nariz.
—Lo que quieras.
Feliz de nuevo, hurgué en las profundidades del baúl. Parecía que ya
habíamos encontrado todo lo bueno. Lo que quedaba eran unas cortinas
de encaje, probablemente de mi abuela, que necesitaban un buen lavado
y una bolsa de plástico hecha una bola en el fondo. Saqué las cortinas y
estornudé. Si pudiera limpiarlas, seguro que quedarían bonitas en las
ventanas de mi casa. Saqué la bolsa de plástico de la esquina trasera del
baúl y me sorprendió que tuviera algo de peso.
—No está vacía —dije, asomándome al interior. Algo rojo cereza que
hizo sonar una campana lejana en mi cabeza—. Hum. —Lo saqué. Era
una chaqueta. La extendí en el suelo y pasé el dedo por los botones.
Cuatro botones grandes y rojos, y el de arriba era un botón blanco con
margaritas amarillas—. Dios mío—. Me invadieron los recuerdos—.
Esta es la chaqueta de Callie Kendall.
—¿La chica que desapareció? —preguntó Devlin, mirando por encima
de mi hombro.
Asentí con la cabeza.
—Siempre tenía la ropa más linda. Perdió un botón de su chaqueta
favorita subiendo a los árboles o algo así, y al día siguiente volvió con
ese botón cosido. A la semana siguiente, todas las chicas se cambiaron
los botones de arriba.
—¿Cómo terminó aquí? —preguntó Devlin.
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Todos los Bootleggers jugábamos juntos. Ella era
prácticamente una más, ya que pasaba aquí todos los veranos.
Probablemente la invitaba a jugar o algo así. Era la chica más genial que
conocía —suspiré—. Inteligente, guapa, simpática. Era muy callada, 228
pero a veces salía de su caparazón y te sentías afortunado de estar a su
lado. Estaba celosa de ella y la admiraba. Si eso tiene sentido. Me quedé
destrozada cuando desapareció.
Algo tiraba de mi memoria y tiraba con fuerza. Me estaba perdiendo
algo importante.
—¿Qué tal si recogemos nuestro botín de hoy y…
Me vino a la mente el cartel de desaparecida. El trozo de papel que
había estudiado miles de veces en los años transcurridos desde la
desaparición de Callie, deseando que me diera una pista, que nos diera
respuestas a todos.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Dejé caer la chaqueta como si fuera una serpiente de cascabel.
Capítulo 30
Devlin
—Necesito que envíes un mensaje de texto a los Bodine… sólo a los
hermanos —le dije a Jonah sin preámbulos cuando irrumpí por la puerta
de la Abue.
—Ajaaá —sacó la palabra y dejó el bocadillo.
—Mándales un mensaje y diles que traigan sus cobardes traseros aquí
ahora.
Entré en el salón y tiré la pila de papeles que le había prometido a
229
Scarlett que escanearía para ella y luego me dirigí a mi dormitorio.
Necesitaba ducharme para quitarme el polvo y el moho de la casa de
Jonah Bodine. Necesitaba calmarme antes de decirles a tres hombres
adultos, quienes no le temían a un poco de violencia, que tenían que
comportarse como hombres y dejar de echar toda la mierda sobre su
hermana.
Estaba agotada cuando salimos de casa de su padre. Incluso se había
negado a comer diciendo que sólo quería tomar una siesta. Estaba
temblorosa y sobre exaltada, y yo culpé directamente a cada par de
anchos hombros Bodine. No deberían haberla obligado a ir sola a casa
de su padre. Era evidente que le había pasado factura. Apenas
terminamos de revisar el baúl, se desplomó sobre sí misma. La llevé a
casa, sin que ella se opusiera, y dejamos allá su camioneta.
Me metí bajo el chorro de agua caliente de la ducha que Scarlett había
reemplazado ella misma. Que la mujer pudiera hacerlo todo no
significaba que debieran esperar que lo hiciera todo. Dejé que la ira se
consumiera. La ira era un cambio bienvenido a lo que había sentido
cuando llegué aquí por primera vez. Había fuerza en la ira.
Diez minutos más tarde, estaba vestido y paseando por el salón
cuando el primer auto se detuvo afuera. Bowie ni siquiera se molestó en
llamar. Entró corriendo por la puerta de la cocina.
—¿Está bien Scarlett? No contesta a los mensajes.
—No gracias a ti —espeté—. Siéntate—. Si le sorprendió mi tono, no
lo demostró. Pillé a Jonah intentando escabullirse por el pasillo hacia las
escaleras—. Tú también, Bodine.
Jonah se escabulló hasta el salón y, lanzándome una mirada curiosa,
cogió el sofá favorito de la Abue.
—Más vale que esto sea jodidamente bueno —dijo Gibson cuando
entró por la puerta principal. Jameson estaba detrás de él. Ambos iban
vestidos como si les hubiera interrumpido en el trabajo. 230
Bowie olfateó el aire.
—¿Eso es pelo del brazo quemado?
Jameson se encogió de hombros.
—El teléfono me asustó.
—Siéntense —dije, señalando con el pulgar hacia el salón.
—¿Qué demonios es esto, McCallister? —exigió Gibson.
—Se trata de que los tres están actuando como gallinas de mierda y le
están echando todo encima a su hermana.
—Un momento… —empezó Bowie.
—No. Yo hablo. Ustedes lo arreglan. Vengo de casa de su padre con
su hermana. Como recordarán, arrojaron sobre ella la liquidación de la
herencia de su padre. Al igual que la cargaron con la responsabilidad de
su cuidado. Ella lo llevaba a las citas médicas, llenaba su refrigerador, lo
llevaba al trabajo. ¿Qué hicieron ustedes tres cobardes?
Gibson se levantó del sofá, con las manos cerradas en puños.
—Esto no es asunto tuyo. No sabes lo que fue crecer con él.
Me puse delante de él, desafiándole a que me diera un golpe.
—No. Yo no. Pero tu hermana pequeña sí. Y estás demasiado ocupado
guardándole rencor a un muerto para actuar como una puta familia.
Gibson entrecerró los ojos.
—Adelante.—Me encogí de hombros—. Dispara contra mí, pero sabes
que es verdad. Saben que ustedes tres se lavaron las manos y le dejaron
a su hermana una responsabilidad que nunca debió ser sólo suya.
Creo que Gibson me estaba gruñendo. Pero iba a decirlo todo.
—Acabo de llevarla a casa desde la casa de su padre, tan abrumada
por los recuerdos que estaba demasiado alterada para conducir ella 231
misma. ¿Y quién de ustedes estuvo allí para ella? Ni uno solo.
—Siento que esto es un asunto de familia —dijo Jonah, empezando a
levantarse de la silla.
—Eres de la familia —le dije—. Viniste aquí para ver cómo eran tus
hermanos y aquí están. Tus hermanos son unos imbéciles egoístas y
negligentes que esperan que otro limpie el desastre de su familia.
—Scarlett nunca dijo que no quisiera hacer todo eso —argumentó
Bowie.
—Eso no es cierto. —Jameson se rascó la nuca. La habitación se quedó
en silencio—. Nos lo decía todo el tiempo. Nos pedía que lo lleváramos
a las citas hacia el final. Quería que fuéramos a ver cómo estaba cuando
ella trabajaba mucho y él no estaba con ella. Seguro que no quería
limpiar su casa ella sola.
Bowie maldijo en voz baja y se miró las manos.
—¿Todos creen que escapó ilesa de su infancia colectiva? No lo hizo.
Es la única de ustedes con las pelotas para enfrentarlo y perdonar. Y si
siguen usándola para hacer el trabajo sucio, son unos cobardes.
—Debería haber acudido a nosotros en vez de enviarte a ti…
Solté una carcajada seca y sin gracia.
—¿Crees que sabe que los he convocado a todos aquí? ¿Crees que
quiere pedirles que la ayuden? Está harta de que la decepcionen. Meten
las narices en su vida amorosa, pero no movieron un dedo para ayudarla
a cuidar de su propio padre. Debería darles vergüenza.
Se sentaron, reflexionando en silencio.
—¿Quieren oír la parte irónica? El único de ustedes que se ofreció a
ayudarla fue Jonah. También es el que tiene la mejor razón para no
mover un maldito dedo. Así que por qué no piensan en eso y se largan
de mi casa y arreglan esto por Scarlett.
«Fue la primera vez que noté mi acento sureño y lo acepté». 232
Se marcharon, con las mandíbulas apretadas, los ojos oscuros, la ira
brotando de sus cuerpos. Pero ni uno solo de ellos se molestó en intentar
defenderse.
—Hombre, debes haber sido un maldito buen abogado —dijo Jonah
desde su silla.
—Todavía lo soy. ¿Quieres un trago?
—Claro que sí.
Cogí un par de cervezas y salí a la terraza. El verano se deslizaba
lentamente en Bootleg, un dedo a la vez. Hoy hacía unos veintitrés
grados y el lago estaba lleno de gente. Barcos de pesca, embarcaciones y
cubiertas flotantes pasaban perezosamente por delante de la terraza de
la Abue. La gente salía a disfrutar de su sábado sin preocuparse de lo
que ocurría dentro de las casas que salpicaban el lago.
Me preguntaba qué otros secretos, qué otros esqueletos existían en
este pequeño pueblo lacustre.
Jonah se unió a mí en la terraza.
—Vaya paliza verbal que les has dado.
Abrí mi cerveza.
—Se lo merecían. Esperan que ella se ocupe de todo porque creen que
no le dolió nada, pero era la única de ellos lo suficientemente fuerte
como para lidiar con ello.
—¿Crees que se disculparán? —preguntó Jonah.
Mis labios se torcieron.
—A su estúpida e ineficaz manera y tal vez Scarlett finalmente los
golpee como se merecen. Entonces tal vez las cosas cambien al menos
un poco. —Mis pensamientos se trasladaron a mi propia familia.
¿Alguna vez me había defendido de verdad o me había dejado empujar 233
por un camino que no quería? ¿Sabía siquiera lo que quería?
—¿Qué es todo esto? —preguntó Jonah, buscando en la bolsa que
había traído del auto.
—Scarlett quiere que veas algunas historias familiares. Creo que ella
quiere hacerlo contigo, pero estaba bastante agotada y me dijo que te
mostrara.
Vi su vacilación. Pero Jonah no parecía el tipo de persona que se
amedrenta ante la incomodidad. Sacó el primer álbum de la bolsa y se
acomodó en la tumbona.
—¿Esta es Scarlett? —preguntó, con una sonrisa dibujada en los
labios.
Acerqué la silla a su lado y miré. La niña con coletas y un vestido rosa
estaba sentada a horcajadas sobre los hombros de su padre, con una
enorme sonrisa.
Durante la siguiente media hora, nos sentamos en silencio y hojeamos
la historia de otra familia.

234
Capítulo 31
Scarlett
Hasta ahora había logrado tranquilizar mi histeria dos veces y una vez
más lo estaba haciendo mientras me paseaba por la alfombra del salón.
Intenté abordar el asunto desde todos los ángulos imaginables y no se
me ocurrió ni una sola razón para que mi padre tuviera la chaqueta que
Callie Kendall llevaba puesta. A menos que tuviera algo que ver con
aquella desaparición.
Me negué a comer con Devlin y me inventé la excusa del cansancio.
Estaba tan cargada de adrenalina que pensé que me pondría en órbita
235
en el viaje de vuelta. Pero Devlin no hizo ninguna pregunta. En lugar de
eso, me cogió de la mano durante todo el trayecto y luego me dejó en la
puerta de mi casa, prometiendo llevarme a casa de mi padre por la
camioneta cuando estuviera preparada.
Puede que nunca esté preparada.
No podía entenderlo. Papá era muchas cosas, muchas de ellas malas.
Pero no era un secuestrador, un asesino. No podía creerlo. No lo creería.
Eché una mirada aprensiva a la chaqueta, perfectamente doblada
sobre la encimera de la cocina. Por sí sola, era inofensiva. Sólo era
algodón y botones, pero el panorama general era mucho más oscuro.
Podía ser la primera pista de un caso sin resolver de hacía doce años y
apuntaba directamente a mi padre.
¿Quizás la había encontrado en algún sitio? Junto a la carretera o en
una zanja. Eso no era un crimen. Entonces, ¿por qué habría de estar
escondida, oculta como un recuerdo familiar… o un trofeo?
Me sacudí la idea de la cabeza. No podía ir allí.
Mi padre no era un asesino.
Y cuántos otros creerían lo mismo que yo, pensé. Ni siquiera podía
contar con mis propios hermanos para que creyeran que papá no había
hecho esto. Gibson ni siquiera se sorprendería. Lo tomaría como una
reivindicación de que nuestro padre era tan malo como lo había
afirmado durante todos estos años.
—Maldición —murmuré para mis adentros—. Y las cosas iban tan
bien.
Cuando llamaron a la puerta, el corazón se me subió a la garganta.
Corrí los cuatro pasos hasta la cocina y cogí la chaqueta que había
metido en una bolsa. Era evidencia. 236
—¿Scar? Abre. —Era Bowie.
—Mierda, mierda, mierda. —Corrí en círculos como una adolescente
a punto de ser pillada en el dormitorio de su novio. Finalmente, metí la
chaqueta bajo el cojín del sofá e intenté parecer natural al abrir la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Bowie.
Malditos sean él y su estúpida naturaleza sensible.
—Nada. ¿Qué quieres? —pregunté con voz inexpresiva.
Jameson me miró fijamente.
—Lo sentimos —anunció.
—Estupendo. Disculpas aceptadas. Ahora, si me disculpan, estoy
ocupada. —Intenté cerrarles la puerta, pero entraron a la fuerza.
—Ahora, Scarlett —dijo Bowie. Así es como siempre me convencía
con su molesta lógica y su brillante buen carácter.
—No me digas ahora, Scarlett. No tengo ganas de hablar.
—Y estamos aquí para hablar de por qué no tienes ganas de hablar.
No había forma de que supieran lo que había encontrado. «A menos
que estuvieran involucrados. Dios mío. Y si mis hermanos atraparon a
papá…».
—Siéntate —ordenó Jameson, empujándome a la silla mecedora de la
Abue.
—Jesús, Scar. Parece que te vas a desmayar. ¿Necesitas un médico? —
preguntó Bowie, agachándose frente a mí.
Salté de la silla como una loca y lo esquivé.
—¿Pueden decirme por qué están aquí para que podamos seguir con
nuestras vidas? —exigí.
Bowie y Jameson intercambiaron una mirada. Había visto esa mirada
cada vez que tenía la regla en la adolescencia y ellos llevaban la peor 237
parte de mis hormonas.
—¿Quieres una compresa caliente o chocolate? —aventuró Bowie.
—Lo que quiero es que vayan al grano y luego salgan.
—Lamentamos haber sido unos imbéciles —dijo Jameson. Se puso
cómodo en mi sofá. En el cojín bajo el que acababa de meter la evidencia
de un caso que había fascinado a la costa este durante más de una
década.
Tragué saliva.
—Sé más específico.
Bowie respiró hondo.
—Lamentamos haber esperado que te ocuparas de todo lo
relacionado con papá, incluida su casa.
—Disculpa aceptada. Váyanse.
—No seas así, Scarlett. Estábamos equivocados y fue injusto de
nuestra parte esperar que te encargaras de todo sólo porque teníamos
rencores y resentimientos.
—Hablando de rencores y resentimientos, ¿dónde está Gibson? —
pregunté.
Compartieron otra mirada. El modus operandi de Gibson era salir
corriendo cuando las cosas se ponían difíciles, complicadas o molestas.
—Llevan años haciendo esto. ¿Por qué la disculpa repentina? —Capté
las muecas de dolor.
—Nos han hecho ver que…
—Devlin nos llamó gallinas de mierda —dijo Jameson, yendo al
grano.
—Vio lo duro que es todo esto para ti. Algo de lo que ninguno de
nosotros se había dado cuenta antes y lo sentimos —añadió Bowie.
238
No tenía tiempo para esto.
—Lo entiendo. Lo lamentan. ¿Podemos saltar a la parte de «todo el
mundo está bien» y dar por terminado el día? —Esa chaqueta iba a
desarrollar un latido delator en cualquier momento.
—No creo que debamos saltarnos esta situación —argumentó
Bowie—. Mira, siento que hemos pasado varios años metiendo la pata,
y un par de disculpas no son realmente suficientes.
—Y Gibson siente que no tiene nada por lo que disculparse, ¿verdad?
—añadí.
—Conoces a Gibs —dijo Jameson crípticamente. Lo conozco y había
ciertas cosas que todos sabíamos sin hablar. Una de esas cosas era que
Gibson veía mi lealtad hacia nuestro padre como una deslealtad hacia
él.
Evité mirar al sofá, por si notaban mi atención.
—Scar, somos familia —dijo Bowie, tomando mi barbilla con su
mano—. Deberíamos estar juntos en estos asuntos y siento haber
esperado que manejaras toda esta mierda tú sola. Ya no va a ser así.
Mañana iré a casa de papá.
—Yo también —suspiró Jameson.
—Arreglaremos esto juntos y luego seguiremos adelante juntos —
prometió Bowie—. Así es como debería haber sido desde el principio.
Has estado aguantando mucho tiempo sola y no quiero que vuelvas a
sentirte así.
—Maldita sea, Bowie. —Pisé con fuerza el suelo de madera—. No
podías simplemente irte, ¿verdad?
—¿Qué? —Parecía sobresaltado.
¿Los hijos de puta querían ser familia? Entonces merecían sufrir
conmigo.
—Levántate Jameson. —Mi hermano hizo lo que le decía mientras me 239
miraba como si tuviera un ataque de nervios. ¿Quién sabe? Tal vez lo
tenía.
Saqué la chaqueta de debajo del cojín y tiré la bolsa sobre la mesita.
—Ahora, ¿cómo vamos a afrontar esto en familia? —pregunté.
La miraron fijamente.
—¿Es demasiado pequeña? —preguntó Bowie—. ¿Tal vez podríamos
pedir una nueva?
—Es un bonito color para ti —ofreció Jameson.
—¡Cristo! —Me dirigí furiosa a mi cocina y rebusqué en los cajones
hasta encontrar lo que buscaba—. Aquí.
Tiré el viejo cartel de «Desaparecida» encima de la chaqueta. Jameson
lo recogió y frunció el ceño. Vi el instante en que captó la conexión.
Apretó la mandíbula y entrecerró los ojos. Le dio el cartel a Bowie y me
miró fijamente.
—¿De dónde ha salido? —me preguntó rotundamente.
—Mierda, Scar. No la habrás matado, ¿verdad? —preguntó Bowie,
estupefacto.
No sé por qué me hizo gracia o quizá no me hizo ninguna gracia y me
puse histérica, pero me tiré al suelo de la risa y lloré.
—¿Asumes automáticamente que tuve algo que ver? —¿No había
hecho yo lo mismo con mi padre?
—Fue un acto reflejo —dijo Bowie a la defensiva, mirando la chaqueta
de Callie como si fuera un jabalí enfadado.
—La encontré en el baúl de mamá, arriba —les dije—. La reconocí
enseguida por el botón. ¿Recuerdas que todas las chicas de Bootleg se
cambiaron el botón de arriba durante un año? Había metido un montón
de cosas ahí. Fotos familiares, algo de ropa de mamá, y esto estaba en el 240
fondo.
Jameson cogió la bolsa y examinó la chaqueta. La dejó caer, con la cara
pálida.
—Está manchada.
—¿Qué? —pregunté, arrebatándosela. La miré contra luz y se veía un
pequeño patrón de manchas—. Parecen gotas o salpicaduras.
—Sangre —dijo Jameson en voz baja.
—Él no lo hizo —dije, sacudiendo la cabeza. Alguien tenía que decirlo
en voz alta. Me preparé para la discusión y contuve la respiración.
Bowie, que seguía mirando la chaqueta ofensora, permaneció en
silencio.
—¿Devlin sabe algo de esto? —preguntó finalmente.
Sacudí la cabeza.
—Sabe que encontré la chaqueta y sabe que era suya, pero no sabe que
desapareció llevándola.
—Es un tipo listo, Scar. ¿Cuánto tiempo tienes que estar en Bootleg
para conocer todos los detalles de la desaparición de la chica Kendall?
Me restregué las manos por la cara.
—¿Qué hacemos? Quiero decir, sé que tenemos que entregarla a la
policía, pero…
El «pero» flotaba en el aire.
—Pero… ¿qué? —preguntó Bowie—. Tenemos que llevarle esto al
alguacil Tucker.
Jameson se pasó una mano por la frente.
—No lo sé, hombre. ¿Y si fue un accidente?
—¿Qué clase de accidente? —exigió Bowie.
—¿Y si conducía borracho esa noche? Ella salió del lago, y estaba
241
oscuro, ¿verdad?
Se me cayó el alma a los pies. Mis hermanos creían que existía la
posibilidad de que nuestro padre hubiera hecho esto.
—¿Y luego qué? —pregunté, casi gritando—. ¿Tiró su cuerpo al lago?
¿La enterró en nuestro patio? No habría hecho eso. No pueden creerlo.
—¿Cuál es otra opción, Scar? —preguntó Jameson—. ¿Por qué otra
cosa tendría escondida su chaqueta manchada de sangre?
—Tenemos que llevarle esto al alguacil —dijo Bowie de nuevo.
—¿Y decir qué? Que nuestro padre ¿podría ser un asesino? Ya sabes
lo que eso haría —argumentó Jameson.
—Todos seremos culpables según los chismes —me dije.
—Tenemos que llevar esto a la policía. Tiene sangre. Esta podría ser
la respuesta que los padres de esa pobre chica han estado buscando —
dijo Bowie.
—Pero podría no ser la respuesta correcta, Bowie —argumenté—.
Antes de lanzarnos a la misericordia de este pueblo y rogarles que nos
crean, ¿no crees que le debemos a papá al menos indagar un poco más
nosotros mismos?
—No somos investigadores de la escena del crimen —espetó Bowie—
. Tenemos pruebas en el caso de la persona desaparecida de más alto
perfil en el estado, ¿y quieres quedarte sentada y esperar que nuestro
padre no tenga nada que ver?
—Votemos entonces —dije. Jameson estaba conmigo. Juntos
podríamos anular a Bowie.
—No estamos todos —dijo Bowie.
A Gibson le encantaría crucificar a papá en el tribunal de la opinión 242
pública. Hacer que el resto del pueblo creyera como él, que papá era ¿un
sucio perdedor? Gibson con gusto nos vendería a todos por esa sabrosa
rebanada de venganza.
—Mira —empecé—. Estoy de acuerdo en que necesitamos a la policía
en algún momento. Pero… ¿podemos consultarlo con la almohada?
Bow, no estoy lista para que todo el mundo empiece a mirarnos como la
razón por la que se ha ido. Piénsalo. Tu trabajo podría estar en juego.
¿Qué dirán tus amigos? ¿Tus vecinos? —Lo estaba presionando
descaradamente para que pensara en Cassidy. Y todo era egoísta.
«En el momento en que la chaqueta se le entregara a la policía tendría
que despedirme de Devlin».
—Esto es una puta pesadilla —dijo.
—Nadie puede saber de esto por ahora, Bowie —le dije. Ni Dev, ni
Cass. Y ni siquiera estaba segura de Gibson en este momento.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Bowie.
—Pensemos en el pasado. ¿Dónde estábamos cuando Callie
desapareció? ¿Recordamos algo concreto de papá en ese momento?
—¿Cómo demonios se supone que vamos a recordar? —gruño
irritado Bowie—. Fue hace más de una década.
—Es una de esas cosas que siempre recuerdas dónde estabas cuando
ocurrió —le dije.
—Con Gibson —dijo Jameson de repente.
Lo miré y me recordé.
—Sí. Sí. Estábamos todos en casa de Gibson. Cassidy llamó para
decírnoslo.
—¿Por qué estábamos todos en el apartamento de Gibson? —
preguntó Bowie, con el ceño fruncido.

243
Capítulo 32
Scarlett
El subterfugio me estaba matando. Llevaba veinticuatro horas
evitando a Devlin. Como buen chico que era, me dejaba espacio y de vez
en cuando me recordaba por mensaje de texto o de voz que estaba cerca
si quería hablar o no.
No volví a casa de papá. Había prometido que no iría allí sin Bowie o
Jameson y, para ser sincera, no había sido una promesa difícil de
cumplir. Una pequeña chaqueta, escondida entre los recuerdos, y toda
la casa me resultaba extraña. Todo me parecía extraño y nuevo, como si
244
mi infancia no hubiera sido lo que yo creía. Mi familia no había sido
quien yo estaba segura que era.
Había una persona que podría tener algunas respuestas y no tenía
muchas ganas de hacerle las preguntas. Después de que ignorara mis
mensajes y llamadas durante un día entero, decidí que ya era suficiente.
Gibson Bodine hablaría conmigo, aunque tuviera que colgarlo boca
abajo sobre una hoguera.
Me subí a mi camioneta que Devlin y Jonah me habían devuelto y me
dirigí a la montaña. Gibson se tomó en serio su papel de forastero y se
construyó una cabaña en más de una hectárea de bosque en un callejón
sin salida a un kilómetro de la carretera. El terreno había pertenecido a
nuestro abuelo. La cabaña que seguía en pie en la parte trasera de la
propiedad, era donde el bisabuelo Jedediah escondía su alambique
durante la Ley Seca.
Los únicos vecinos de Gibson eran ciervos, osos y pájaros. Justo como
a él le gustaba.
Su casa estaba a oscuras, pero las luces de su taller estaban
encendidas. Había construido un edificio metálico para albergar su
negocio de ebanistería y pasaba más tiempo fuera que dentro de casa.
Era un alma inquieta, que prefería trabajar hasta bien entrada la noche a
charlar con los conocidos tomando una cerveza. Todos en el pueblo
creían que era el imbécil que nuestro padre le había dicho que era toda
su vida, y lo aceptaban así. Gibson nunca había parecido dispuesto a
demostrarles que estaban equivocados, aunque yo sabía que había algo
más en él que su mal genio y su mirada melancólica.
Empujé la pesada puerta que había junto al garaje. Estaba lijando unos
armarios bajos. El espacio olía a aserrín y tinte. Gibson, por muy idiota
que fuera, era un maestro artesano y hacía unos armarios preciosos.
Además, cobraba un buen dinero. Pero ponía su corazón y su alma en
cada pieza, haciéndolas perfectas de un modo que él nunca podría serlo. 245
—Estoy ocupado —dijo sin darse la vuelta.
En cierto modo, Gibson y yo éramos los más cercanos de los
hermanos. Jameson estaba en su propio mundo, creando arte, evitando
a la gente. El servicial y simpático Bowie, en cambio, se sumergía en el
mundo exterior. Pero Gibs y yo nos entendíamos. Aunque no siempre
estábamos de acuerdo.
—Necesito hablarte de algo —le dije, deslizándome en un taburete
acolchado contra sus armarios de metal lacados en rojo—. Es malo.
Vi el tirón en sus hombros y luego se volvió para mirarme.
—¿Qué?
No importaba lo que pasara en nuestra vida cotidiana, no importaba
lo mucho que le molestara mi amor por nuestro padre, siempre podía
contar con él.
—Encontré algo cuando estaba limpiando su casa.
Gibson se limpió las manos con un paño y dejó las gafas de seguridad
sobre la mesa de trabajo. Se acercó a un pequeño refrigerador y sacó dos
botellas de agua. Me lanzó una y la cogí en el aire.
—Continúa.
No se lo iba a endulzar.
—Encontré la chaqueta con la que Callie Kendall desapareció. Está
manchada con lo que parece ser sangre.
Me miró como si no hablara el mismo idioma.
—Me estás jodiendo.
Sacudí la cabeza.
—Ojalá así fuera. Es de ella, Gibs. El botón de arriba…
—Margaritas —dijo, interrumpiéndome. Y me pregunté cómo
demonios se acordaba de eso. Pero, de nuevo, todo el mundo en Bootleg
lo sabía todo sobre Callie excepto dónde había desaparecido. 246
Continué.
—Estábamos todos en tu apartamento cuando desapareció. Pasamos
la noche.
Bebió otro trago y apartó la mirada. Recordando.
—¿Por qué estábamos allí, Gibs? Yo tenía catorce años, Jameson
dieciséis y Bowie dieciocho. ¿Por qué pasamos la noche en tu
apartamento?
Cerré los ojos y recé por una respuesta que no me destripara.
—Fue hace mucho tiempo —matizó.
—Gibs.
Suspiró y sacó un taburete igual al mío de abajo de una mesa cubierta
de aserrín.
—Mamá me llamó y me lo pidió.
—¿Te pidió que nos quedáramos los tres en tu casa esa noche?
Se encogió de hombros cansado.
—No lo sé. Era tarde. Como después de las diez. Parecía disgustada.
Dijo que la ayudaría. Supuse que estaban peleando.
«¿Qué sabía mamá? ¿Había algo que pudiera saber?»
Me froté la frente, con una nueva preocupación floreciendo.
—No habría sido la primera vez —dije. Ya se habían peleado antes.
Normalmente Gibs o Bowie me entretenían en sus habitaciones hasta
que cesaban los gritos. A veces íbamos a casa de Cassidy y June y nos
quedábamos allí hasta que terminaba la pelea y todo volvía a la
normalidad.
—Bowie los trajo en auto —dijo Gibson con una pequeña sonrisa.
—¿Te pareció raro que te pidiera que nos quedáramos esa noche y
luego Callie se marchara y desapareciera? —le pregunté. 247
—Nunca se me ocurrió la conexión —dijo—. Crees que él no tuvo
nada que ver.
Con «él» se refiere a nuestro padre. Y definitivamente no era una
pregunta.
Sacudí la cabeza y me puse a la defensiva.
—Sé lo que vas a decir, Gibs. Papá era muchas cosas. Pero no se llevó
a Callie. No le hizo daño.
—¿Entonces cómo coño acabó su chaqueta en su casa?
—Podría haberla encontrado…
Su rabia, como un atizador, me sorprendió. Lanzó su botella de agua
medio vacía al otro lado de la habitación.
—¿Cuándo te vas a dar cuenta por fin de lo despreciable que era, Scar?
—Nunca nos pegó —dije, reponiéndome. Era un viejo argumento.
—¿Desde cuándo coño debería ser eso lo que lo redimiera? —exigió
Gibson—. ¿Por qué todo lo demás hasta el abuso físico estaría bien? Me
dijo una y otra vez que le había arruinado la vida. Que yo era la razón
por la que no estaba tocando en una banda o haciendo algo por sí mismo.
Me dijo que yo no era «nada».
Gibson adquirió su talento musical honestamente. Pero como un
«jódete» a nuestro padre, nunca se dedicó a ello a propósito.
No me dolió la rabia que oí tras las palabras. Era Gibson, un ataque
de rabia andante. Fue el dolor lo que me afectó.
—Lo siento mucho —susurré.
—Me dijo que no era nada. ¿Y sabes qué? Tenía razón. Porque soy
como él. Se aseguró de que Bowie supiera que nunca sería lo
suficientemente bueno para él sin importar cuánto lo intentara. ¿Y
Jameson? Lo rechazaba cada vez que lo buscaba por un abrazo, cada vez
que le pedía ir a pescar, cada vez que le hacía un dibujo especial. Jonah
Bodine aplastó su espíritu, Scarlett, y cuanto antes te des cuenta del
248
monstruo que era, mejor.
Se me saltaban las lágrimas. Llevábamos años dándole vueltas al
tema, sin atrevernos nunca a pronunciar todas las palabras.
—Estaba enfermo, Gibs. Enfermo. El alcoholismo es una puta
enfermedad como el cáncer o el Alzheimer.
—Tuvo una maldita elección en la forma en que nos trató.
—¿Te merecías algo mejor? —pregunté, con la voz quebrada y
resonando en las paredes metálicas—. Por supuesto que sí. «Todos» lo
merecíamos. Nos merecíamos un padre que estuviera a nuestro lado. Un
padre que entrenara al equipo de fútbol, preparara la cena o
simplemente escuchara cuando hablábamos. Uno que no nos viera a
cada uno de nosotros como los grilletes de una vida que nunca quiso.
Pero no teníamos eso. Lo teníamos a él.
—Y ahora se ha ido. Por fin —espetó Gibson.
—Jesús, Gibs. Era nuestro padre.
—No era nada para mí. ¿Y ahora? Ahora, ¿esperas que le dé el
beneficio de la duda y diga que quizá este idiota borracho no tuvo algo
que ver con la desaparición de esa chica? Entonces, ¿cómo coño acabó
esa chaqueta en su casa?
—No lo sé, pero creo…
—¡Maldita sea, Scarlett! —gruñó Gibson—. ¡Para ya! ¡Deja de
defenderlo!
—Jameson no cree que lo hizo…
Gibson se me echó encima.
—¿Lo saben?
Asentí con la cabeza.
—¡Se los dije cuando vinieron a pedirme disculpas por ser unos
pésimos hermanos y descargar toda la responsabilidad sobre mí! —No 249
fue justo, pero estaba cansada de ser justa. Estaba cansada de esconder
las cosas bajo la alfombra y esperar que mejoraran—. Me cargaste con él
todos estos años porque no podías lidiar con él.
—Vete a la mierda, Scarlett.
—Vete a la mierda, Gibson.
Me bajé del taburete y le lancé un gesto de desaprobación.
—Diviértete aquí arriba en tu guarida evitando la vida mientras yo
limpio todo esto por ti. Como siempre.
No oí su respuesta porque di un portazo tan fuerte que traquetearon
las puertas del garaje. Esperaba eso. Pero eso no significaba que me
alegrara de tener razón por esta vez.
Capítulo 33
Devlin
—No puedes hacer que aparezca —dijo Jonah mientras yo miraba a
través de las puertas de la terraza hacia la brillante mañana. Era el tercer
día sin Scarlett.
—¿No tienes nada que hacer? —pregunté suavemente, sabiendo muy
bien que no lo tenía.
Entre los dos pasábamos casi todo el día, todos los días, juntos y
estábamos entrando en un terreno en el que la cara de alguien iba a ser 250
golpeada.
Uno de nosotros necesitaba un trabajo o mi maldita novia necesitaba
volver. Seguía respondiendo a los mensajes, pero no cogía el maldito
teléfono y no me hablaba de lo que le pasaba. Ella no era así. Scarlett
Bodine no dejaba de hablar de lo que le pasaba por la cabeza.
Le había dado todo el espacio que estaba dispuesto a darle.
—No tengo nada más que tiempo libre —dijo Jonah con ligereza, pero
pude oír la irritación en su tono.
«Necesitábamos salir de casa».
—¿Quieres salir de aquí? ¿Quizás comprar un rollo de pepperoni? —
sugerí.
—Sí y sí.
Cogimos el auto de Jonah, un Mustang último modelo, y bajamos la
capota para entrar en Bootleg. Bajo el sol, recorrimos la abarrotada calle
principal y giramos hacia el callejón Ginebra de Bañera para completar
el circuito. No había mucho en Bootleg. La mayoría de los locales
comerciales ocupaban esas dos calles y era un día ajetreado en el pueblo
con turistas disfrutando del encanto.
Pedimos rollos de pepperoni para llevar en la cafetería Moonshine.
Parecía un crimen evitar el buen tiempo de principios de verano, así que
nos llevamos la comida a la orilla del lago. Había gente. Familias en la
playa arenosa. Niños chapoteando en el lago de agua tibia. Adolescentes
tomando el sol y riéndose de las payasadas de adolescentes quemados
por el sol.
Señalé una mesa de picnic vacía bajo unos árboles, la cogimos y nos
sentamos.
Comimos en silencio, contemplando el azul del lago, los reflejos del
sol en su agitada superficie.
—¿Qué estarías haciendo una mañana como esta hace un par de
semanas? —le pregunté a Jonah.
251
Masticó un buen bocado de pepperoni y pensó.
—Le estaría diciendo a Mike que no debería comerse esa dona y si
volvía a pensar en ella, tendría que darme veinte.
—¿Por qué Mike no puede comerse la dona?
—Porque me pagó mucho dinero para ser su entrenador personal. Y
parte de ese trabajo consistía en quitarle la comida de las manos. Lo
mismo con su mujer Betsy, que «sí» me hizo caso y bajó diez kilos en el
transcurso de un año.
—¿Te gusta lo que haces? —pregunté. Había reflexionado mucho
sobre si realmente me gustaba algo o si hacía lo que se esperaba de mí.
La diferencia nunca había sido tan notable.
—Sí, me gusta. El cuerpo humano es algo asombroso. Es capaz de
hacer milagros, incluso con todo el abuso y las donas que nos echamos
encima —dijo Jonah.
Me quedé mirando el lago y pensé en los estragos que me había
causado el estrés. Cuánto mejor me sentía ahora que realizaba un poco
de esfuerzo físico.
—¿Y tú? —preguntó Jonah.
Suspiré.
—Si estuviéramos en sesión, estaría sentado rodeado de los delegados
de mi partido mientras intentamos impedir que el otro bando consiga
algo. Luego, a la hora de comer, cambiábamos. Hubo días en los que
parecía que nos centrábamos en impedir que el Estado consiguiera algo.
—¿Y cuando no estabas en sesión?
—Soy socio del bufete de abogados de mi familia. Siempre hay casos
que consultar, citas en los tribunales, clientes.
—Suena ocupado —aventuró Jonah.
Me encogí de hombros. 252
—Pasaba la mayor parte del tiempo concentrado en cómo llegar al
siguiente paso. Cómo ser reelegido. Cómo pasar de legislador estatal a
federal. Con quién reunirme. A quién apoyar. Con quién entablar
amistad.
Nos sentamos en silencio durante unos minutos observando a los
demás a nuestro alrededor.
—¿Alguna vez sientes que toda tu vida está en el limbo? —preguntó
finalmente Jonah.
—Sólo desde que me despierto hasta que cierro los ojos por la noche.
Soltó una media carcajada.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó. Jonah no quería decir aquí, en el
lago, una mañana entre semana.
—No estoy seguro. ¿Recuperándonos? ¿Reiniciando? ¿Reviviendo?
—Hasta que llegué aquí, ni siquiera sabía que tenía algo de lo que
recuperarme —admitió Jonah.
—Supongo que a veces te puede sorprender.
—¿Te gustaba tu vida? Quiero decir, antes de estar aquí.
—Creía que sí. Hasta que todo se vino abajo y entonces me di cuenta
de que no podía recordar la última vez que me sentí feliz. ¿Y tú?
Jonah se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo era feliz. Me gustaba mi trabajo, mi apartamento, mi
vida. Pero tal vez siempre sentí que me faltaba algo.
Asentí con la cabeza.
—Y si te mantenías ocupado, si seguías avanzando, tal vez esa
sensación desaparecería.
—Sí. No quería que mi madre pensara que no fue suficiente. Que
deseaba un padre que no podía darme. 253
—¿Le has dicho que estás aquí? —pregunté.
Exhaló un suspiro y enrolló el papel encerado de su rollo de
pepperoni.
—Sí. Después de que Scarlett te diera los álbumes para que me los
dieras a mí. No fue una gran conversación. Pero no iba a mentirle sobre
dónde estoy y qué estoy haciendo.
—¿Crees que los Bodine son la pieza que falta?
Me miró arqueando una ceja.
—¿Crees que Scarlett Bodine es «tu» pieza que te falta? —replicó.
—Me gustaría pedir un descanso —bromeé.
—Moción denegada.
Eché la cabeza hacia atrás, disfrutando del calor del sol en la cara.
—No sé lo que pienso, pero seguro que me gusta, y seguro que me
gusta este rollo de pepperoni.
—Supongo que es suficiente por hoy. Sabes, tarde o temprano, los dos
vamos a tener que decidir si es hora de seguir adelante, quedarse quieto
o volver.
Tarde o temprano pero no hoy.

Nos dirigimos a casa contentos de al menos haber salido de casa.


Le quité llave al cerrojo de la puerta principal, una costumbre a la que
no podía renunciar, y nos dejé entrar. Me encantó ver a una mujer de
cabellera castaña y figura esbelta descansando en la terraza trasera.
254
—¿Qué curioso? —dijo Jonah—. Sí hiciste que apareciera.
—Deben haber sido las fuentes termales —bromeé. Me dirigí al pasillo
y crucé el salón, intentando no parecer demasiado ansioso. Cuando abrí
la puerta de la terraza, Scarlett inclinó la cabeza hacia atrás y se levantó
las gafas de sol.
—Hola —dije en voz baja.
—Hola, vecino.
—Cuánto tiempo sin vernos.
Hizo una mueca.
—Sí, sobre eso…
Sacudí la cabeza.
—Sí, sobre eso… —repetí como un loro. Ojalá pudiera verle los ojos,
porque algo parpadeó en su rostro, una emoción que no supe definir.
—Lo pasé peor de lo que pensaba en casa de papá. Gracias por
patearles el culo verbalmente a mis hermanos.
—Había que hacerlo.
Ella asintió.
—Es cierto y quizá también yo necesitaba una patadita para animarme
a decirles por fin que no quería hacer todo esto sola.
—Sólo espero que no haya sido un poco tarde.
Se levantó y caminó descalza hacia mí. Tenía las uñas de los pies rojas
y brillantes. Me rodeó la cintura con sus delgados brazos y me apretó.
—Tengo que pedirte un favor, pero antes me preguntaba si a Jonah le
gustaría ver más álbumes. He traído los míos.
No me lo estaba contando todo, y yo sabía lo que se sentía, ya sabía lo
que eso le hacía a una relación. No me iba a apuntar a eso otra vez.
—Creo que Jonah lo apreciaría —dije con rigidez. Me zafé de su 255
abrazo para marcharme.
—No tiene nada que ver contigo, Dev —dijo—. Es una cosa de familia.
Había algo que sí entendía: los secretos familiares. Todo lo que hacía
mi familia se ocultaba al mundo exterior para permanecer intachable en
público. Un barniz brillante que ocultaba la humanidad que había
debajo.
Asentí, aún no apaciguado.
—Voy a buscar a Jonah.
Lo encontré dentro hojeando una revista de pesca. «Dios, los dos
necesitábamos una vida. Y pronto».
—Oye, Scarlett tiene algo para ti —dije, moviendo la cabeza hacia la
terraza.
Se enderezó de su desplome en el sofá.
—Genial. Oye, escucha. Me he dado cuenta de que has estado
haciendo un poco de ejercicio. Si necesitas orientación, puedo ayudarte.
—Es mejor que sentarse a esperar a los Bodine —dije.
Esbozó una sonrisa torcida.
—Eso es cierto.
Los dejé a solas y encendí mi portátil en la pequeña habitación que
Estelle había convertido en despacho en el primer piso. Por primera vez
desde que había puesto los ojos en Scarlett, me pregunté si estaba
cometiendo un error al quedarme aquí.
Había más correos electrónicos de mi abogada. Uno de Blake, el
representante de relaciones públicas, y dos de la propia Johanna. Se
habían enviado con dos días de diferencia. Sólo con ver su nombre en
mi bandeja de entrada se me disparó la tensión. Me encantaba
arrancarme las tiritas. Siempre había sido así, al menos hasta que mi
vida implosionó dejándome abundantemente cauteloso… o cobarde. 256
Abrí los dos y contuve la respiración.
A: Devlin
De: Johanna
Asunto: Nosotros
Creo que tenemos que hablar. Por favor, llámame.
J

A: Devlin
De: Johanna
Asunto: Necesitamos hablar
Creo que cometí un error.
J
No pedí ser su ex, no me había dado opción, pero no había nada
gratificante en ver ese correo electrónico. Ella había cometido un error,
pero yo no tenía ningún interés en arreglarlo. Había sido un error
casarse sobre una premisa tan tenue como los objetivos compartidos.
Las personas cambiaban. Los objetivos cambiaban. Me había casado con
una compañera de equipo no con mi alma gemela y esa compañera de
equipo me había decepcionado. No iba a quedarme esperando a que
volviera a hacerlo.
Decidí no responder. No le debía nada. No con el generoso acuerdo
prenupcial sobre el que se había construido nuestro matrimonio. Ni con
el acuerdo de divorcio que nuestros abogados habían negociado. Había
terminado.
A continuación, abrí el correo electrónico de la abogada. Antonia era
socia del bufete de abogados de mi familia. Inteligente, aguda y mala
como una serpiente cuando se trataba de negociaciones.
A: Devlin 257
De: Antonia
Asunto: Actualización de divorcio
Los papeles estarán firmados y archivados en dos semanas. Eres casi un
hombre libre. Intenta no cagarla.
Antonia

Hojeé el correo electrónico de Blake. Era más de lo mismo. Con un


chisme interesante al final. Stephan Channing, un legislador, estaba bajo
investigación por un comité de ética por conducta inapropiada. Se
rumoreaba sobre acoso sexual que escaló hasta que el senador estatal fue
denunciado por allanamiento de morada en las casas de dos asistentes
femeninas.
Este podría ser tu billete de vuelta. Mantengo mi oído en el suelo para más
noticias.
Un nuevo escándalo significaba que el mío podía barrerse
tranquilamente bajo la alfombra. Para cuando empezara mi siguiente
sesión, mi divorcio estaría resuelto y otra persona estaría bajo la lupa.
Estaría libre para retomar mi camino.
¿Por qué eso no me hizo sentir reivindicado? Bootleg estaba
arruinando mi motivación.
Contesté a algunos correos, revisé mis mensajes de texto y di mi
opinión sobre algunos casos del bufete. Me puse en contacto con mi
asistente, quien tenía bastante tiempo libre desde mi abrupta marcha, y
hablamos de las últimas invitaciones y eventos. El único que me parecía
remotamente interesante era una barbacoa al aire libre para la asistencia
jurídica de Maryland, una causa que me apasionaba especialmente. El
acto era esta noche en Annapolis.
«Podría conseguirlo. Pero… ¿quería tantear el terreno?»
Lo dejé en un segundo plano, junto con el puñado de peticiones de
comentarios de algunos de los miembros más tenaces de los medios de
258
comunicación que eludían al portavoz de la familia. Parecía que el
interés por mi divorcio estaba desapareciendo.
—¡Devlin! —Dos voces cantaron.
Suspiré y cerré el portátil.
—¿Qué? —respondí.
—Ven aquí —suplicó Scarlett.
Me tomé mi tiempo y me detuve a beber un vaso de agua en la cocina
antes de reunirme con ellos en la terraza.
—Devlin, mira lo que le ha enviado la mamá de Jonah —dijo Scarlett,
golpeando un álbum de fotos con la uña sin pintar.
—Le dije que estábamos intercambiando recuerdos de la infancia y
accedió a regañadientes a enviar esto —explicó Jonah—. Son mis
primeros años.
La mesa de picnic estaba atiborrada de otros álbumes, supuse que de
Scarlett. El parecido entre Jonah y el resto de los Bodine de la infancia
era inconfundible.
—¿Le parece bien a tu madre que estés aquí? —preguntó Scarlett,
pasando la página y arrullando a un pequeño Jonah montado en un poni
moteado.
Jonah se echó hacia atrás en su silla.
—No está entusiasmada, pero envió anoche el álbum.
Scarlett levantó su mirada hacia la mía.
—Puedo entender cómo los lazos familiares se complican.
Me estaba enviando un mensaje, rogándome que lo entendiera.
Aparté la mirada.
—¿Cómo es tu mamá? —le preguntó Scarlett a Jonah.
—Es la mejor. Una mujer dura. No acepta estupideces, pero tiene un 259
centro muy suave.
—Parece maravillosa. Espero poder conocerla algún día. ¿Hay algo
que quieras saber sobre nuestro papá? —preguntó en voz baja.
Jonah se quedó pensativo un momento.
—No sé. Supongo que, ¿fue todo malo? ¿Me perdí de algo al no
tenerlo cerca?
Scarlett se quedó pensativa con las preguntas.
—No fue todo malo, no. Pero todo era incoherente. Nunca sabías si
volvías a casa con mamá y papá felices o con mamá y papá desgraciados.
Eso pasa factura. Papá empeoró después de la muerte de mamá. No
hubo mucho bueno después de eso. Tenías que buscarlo mucho. Pero
aun así me hubiera gustado que lo conocieras. Al menos así tendrías
algunas respuestas.
Hojeaban fotos y compartían historias. Y desde fuera, podía ver el
vínculo que estaban forjando. Scarlett estaba reclamando a Jonah como
familia. Me preguntaba qué haría ella cuando él decidiera volver o
seguir adelante. Me preguntaba qué haría ella cuando yo lo decidiera.
Al cabo de un rato, Jonah se excusó para hacer unas llamadas y yo
tomé asiento en la mesa junto a Scarlett.
—Gibson y yo estamos peleados —admitió mientras guardaba sus
álbumes en la bolsa.
—Lamento oír eso.
—Ya se veía venir —suspiró—. ¿Puedo pedirte ese favor ahora? —Sus
dulces ojos grises me suplicaron.
—Claro —le dije. Que me lo pidiera no significaba que tuviera que
decir que sí. Me dejó fuera y gracias a la reacción de mi familia ante mi
fracaso matrimonial y la casi implosión de mi carrera, tenía una llaga en
esa zona. 260
—Me preguntaba si querías escaparte una noche. Ya sabes. Salir de
Bootleg e ir a algún sitio.
—¿No tienes que trabajar? —pregunté.
Sacudió la cabeza.
—Tengo un reparador al que puedo endosar las llamadas de
mantenimiento durante veinticuatro horas o algo así.
—¿A dónde quieres ir? —le pregunté.
—A cualquier sitio.
Capítulo 34
Scarlett
—¿Seguro que estoy bien vestida? —pregunté, pasando las palmas de
las manos por el dobladillo de mi vestido sin tirantes. Era azul y blanco
con flores gigantes. La cintura era ceñida y la falda acampanada. Lo
había comprado por capricho y no había encontrado ocasión de
ponérmelo en Bootleg.
—Estás increíble —me aseguró Devlin. Llevaba unos pantalones gris
piedra y una sencilla camisa blanca abotonada que le quedaba
demasiado bien.
261
—Me siento muy elegante para una barbacoa —confesé.
Me sonrió desde detrás de sus gafas de sol mientras conducía. Y mi
corazón dio ese incómodo vuelco. Ahora parecía menos enfadado
conmigo y se lo agradecí. No me gustaba guardar secretos, pero este era
un lío en el que no quería meter a nadie.
—Es una barbacoa bastante elegante —dijo.
—¿Y si no encajo? —pregunté.
—¿Es miedo lo que oigo? ¿Quién eres y qué has hecho con Scarlett?
—bromeó.
—No tengo miedo —dije, horrorizada por la acusación—. Es que
nunca había ido a una función política con mi novio político.
—Creo que estarás bien. Ten en cuenta que todos son personas
también.
—Sí —me burlé—. Gente con fondos fiduciarios y títulos de la Ivy
League. Soy Scarlett Bodine de Bootleg, West Virginia. Mis raíces
incluyen un padre alcohólico y un bisabuelo contrabandista.
Me reí.
—Todo el mundo tiene sus secretitos sucios. Sólo que no son tan
sinceros como tú.
—¿Estará Johanna allí? —le pregunté.
La sonrisa se evaporó de su rostro y deseé no haber hecho la pregunta.
—No estará allí, pero la gente que la conoce, nos conocía, estará ahí.
—¿Quieres que finja que no estamos teniendo sexo? —le ofrecí. Si
decía que sí, me iba a olvidar de que estaba intentando compensarlo por
haberlo evitado.
—Scarlett, no quiero que finjas nunca nada conmigo y menos que todo
está bien cuando claramente no lo está. 262
«Ah, mierda. Un golpe directo».
—Sé que te debo una explicación.
—Sí, así es.
—Y sé que te debo una disculpa.
—Sí.
—Pero no puedo darte una explicación porque no quiero meterte en
asuntos de familia y no se me dan bien las disculpas.
—¿Así que se supone que debo dejarlo así? —Devlin no parecía
contento.
—¡No! Se supone que tienes que dejar que te lo compense.
Murmuró algo en voz baja sobre «los putos Bodine» y recorrimos el
resto del camino hasta Annapolis en silencio.
Había estado aquí hace años, en el instituto, en una excursión. Pero
entonces estaba más interesada en flirtear con los chicos y reírme con
Cassidy que en prestar atención.
—Es la ciudad más bonita que he visto nunca —dije mirando por la
ventanilla los edificios de ladrillo rojo y las calles estrechas—. Es tan
limpia y ordenada.
—Ahí está el puerto deportivo —dijo Devlin señalando a través del
parabrisas. Veleros y barcos de pesca se balanceaban amarrados a
muelles y bolas de amarre. Una enorme goleta de madera navegaba por
mar abierto—. Y calle abajo es donde yo vivía. La casa se puso a la venta
como parte del acuerdo de divorcio.
—¿Dónde vives ahora? —pregunté, estirando el cuello para ver mejor
su pasado.
—Mi familia tiene un departamento que nadie usaba. Puedo usarlo
hasta que averigüe qué haré después.
263
No dije nada, pero entrelacé mis dedos con los suyos. Me pregunté si
notaba cómo se tensaba cuando hablaba de lo desconocido del futuro.
—Entonces, ¿dónde es la fiesta de esta noche? —pregunté, cambiando
de tema.
Quince minutos después, habíamos dejado atrás los límites de la
ciudad y habíamos entrado en un camino privado asfaltado que
serpenteaba hacia la bahía. Silbé cuando vi la casa. Era una extensa casa
colonial de Nueva Inglaterra con tejas y molduras de cedro oscuras y
descoloridas. Las vertiginosas líneas de los tejados hacían que la casa
pareciera aún más grandiosa. Había una fuente en el centro del camino
de entrada circular. Y entre la casa y el resplandor de la bahía se alzaba
una enorme carpa blanca que ondeaba con la brisa. Devlin acercó su
camioneta al porche y yo observé la larga fila de autos nuevos que
parecían estar en un concesionario de lujo.
—Esta es la casa del doctor y la señora Contee. Son grandes
contribuyentes de la campaña con una larga lista de causas. Esta noche
estamos creando conciencia para la asistencia jurídica de Maryland.
Se me habían helado las manos en el regazo. No solía intimidarme
fácilmente. Pero me sentía como si me hubiera convertido en Cenicienta
por una noche, cuando lo único que quería ser en realidad era una
calabaza… o una chica corriente.
Levanté la barbilla. «Iba a ser la mejor chica corriente que esa gente
había tenido la desgracia de conocer».
Devlin me apretó la mano como si me leyera el pensamiento.
—Si no te lo estás pasando bien, podemos irnos en cualquier momento
—prometió.
Asentí con la cabeza.
—Y probablemente te van a querer sacar información sobre el
divorcio, mi trabajo, el rencor entre Johanna, el tipo como se llame, y yo. 264
Van a suponer que eres una cazafortunas o que también tenemos una
aventura. Además, no te dirán nada malo a la cara. Así que, consuélate
con eso.
Me reí.
—Básicamente, soy la chica nueva en mi primer día del instituto.
—Esencialmente. Sólo que con más canas y dinero en esta cafetería.
Asentí con la cabeza, contenta de entender mejor la situación.
—Hagámoslo.
Entregamos la camioneta al aparca autos elegantemente uniformado
y entramos por la puerta principal, donde nos recibió una de las
organizadoras de la fiesta.
—Devlin McCallister, es un placer volver a verte —nos dijo una mujer
con una elegante americana roja y una sonrisa cansada—. Por favor,
únete a los demás en el patio trasero. Pásalo bien.
Devlin me apretó la mano y me di cuenta de que no era la única
nerviosa.
—Todo va a salir bien —le aseguré—. Si no te diviertes, podemos
irnos después de media hora.
Se rio al ver que le devolvía sus palabras y me pasó el brazo por el
hombro, atrayéndome a su lado.
—Me alegro de que estés aquí en mi primera incursión en la vida real
—me susurró al oído.
Se me puso la piel de gallina cuando sus labios rozaron el lóbulo de
mi oreja. Me di cuenta de que esto era más una prueba para él que para
mí. Si Devlin era bien recibido, podría reanudar su carrera y seguir con
su vida. Una vida que estaba a dos horas de Bootleg Springs. 265
—¡Devlin McCallister! No te he visto desde…
Devlin colocó su brazo firmemente anclado alrededor de mi cintura e
hizo una docena de presentaciones que olvidé enseguida. Conocimos a
los anfitriones, una pareja encantadora de unos sesenta años que estaba
medio borracha por el ponche que había preparado el servicio de
catering. Alguien me tendió una copa de champán. Una copa de verdad,
en el patio de cemento estampado. O a la gente rica no se le caían las
cosas o no les importaba que se rompiera algo porque no eran ellos
quienes lo limpiaban.
Cada vez que alguien intentaba escabullirme para cotillear, Devlin me
reclamaba y ponía fin a la interacción con pericia.
—Eres bueno en esto —le susurré mientras nos alejábamos de una
señora con curvas y una peluca digna de Liza Minnelli que había hecho
todo lo posible para que Devlin admitiera que estaba destrozado por su
divorcio.
—Tú tampoco estás nada mal —me dijo, inclinándose para darme un
beso en la mejilla.
Liza se había callado la boca cuando solté una risita y pestañeé.
—¿La gente sigue hablando de eso? ¡Eso fue hace meses! Lo juro, a
veces siento como si algunos de nosotros nunca hubiéramos salido del
instituto —había dicho.
—McCallister.
Sentí que Devlin se tensaba contra mí y me volví para mirar al
enemigo. Era alto y delgado, con el pelo color arena y una sonrisa de
anuncio de dentífrico. Llevaba un pantalón azul oscuro, una camisa a
rayas y mocasines lustrosos. Todo en él indicaba sutileza y éxito.
—Anderson, me alegro de verte —dijo Devlin ofreciéndole la mano.
El hombre la estrechó con energía. Sin duda, un político en ciernes—.
Esta es Scarlett Bodine. Scarlett, este es Les Anderson.
—Un placer —dijo Les con suavidad. 266
—¿Cómo está?
Parecía encantado con mi acento. Su sonrisa profesional desapareció
y fue sustituida por una de verdad.
—Vaya, vaya. Todos nos hemos estado preguntando dónde estaba
McCallister y a juzgar por tu acento, puedo aventurar una conjetura.
Deslicé mi brazo a través del de Devlin.
—Dev y yo hemos estado disfrutando de nuestro tiempo juntos en
West Virginia.
Sus ojos se abrieron un poco.
—Y yo que pensaba que estabas lamiéndote las heridas —dijo.
—Ha estado demasiado ocupado lamiendo otras cosas —anuncié.
Devlin tosió y me di cuenta de que quizá me había pasado un poco.
Estaba acostumbrada a insultar a Misty Lynn. No teníamos que
preocuparnos por guardarnos las formas, ya que en Bootleg no existían.
Les sonrió con aprobación. No sabría decir si realmente le caía bien o
le gustaban los chismes que le estaba proporcionando.
—¿Les apetece jugar a las herraduras?
Me animé. Si yo era buena en el billar, y no cabía duda de que lo era,
era aún mejor en las herraduras.
—Eso depende de Scarlett —dijo Devlin, refiriéndose a mí.
—Quizá puedas enseñarme, igual que me enseñaste a jugar al billar.
—Le guiñé un ojo.
Devlin se echó a reír, entendiendo lo que quería decir.
Les hizo una señal a otro hombre, bajo y corpulento, con una corbata
roja y un brillo de sudor y señaló hacia la pista de herradura. 267
Se hicieron las presentaciones. El sudoroso recién llegado era Lewis,
ayudante del fiscal del distrito. Parecía aliviado de que sus tareas de
plática trivial hubieran terminado oficialmente.
—¿Equipos? —dijo Les, llamando a un camarero y distribuyendo
cervezas entre los cuatro.
—Pido a Scarlett —dijo Devlin.

—Vaya, vaya. Creo que acabo de ganar otra vez —dije fingiendo
sorpresa mientras mi última herradura rodeaba la estaca.
—Tú, Scarlett, eres una tramposa, intrigante y estafadora. ¿Has
pensado en meterte en política? —preguntó Les con una rápida sonrisa.
—Sólo en la medida en que implique meterse en los pantalones de
Devlin —bromeé.
Les hizo la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
—Tu Scarlett es un soplo de aire fresco —le dijo a Devlin cuando se
acercó.
Devlin deslizó sus manos alrededor de mi cintura en un gesto de fácil
afecto.
—Así es —aceptó. Me incliné hacia él. ¿Quizá todo esto de la fiesta de
los políticos no era tan malo después de todo?
—Si me disculpan, voy a buscar el baño y otra ronda de cervezas —
dije excusándome.
—No te pierdas —dijo Devlin bruscamente. Le guiñé un ojo y seguí
las luces de latón del pasillo hasta el patio. Un hombre bigotudo con
pajarita me abrió la puerta y me hizo una reverencia fingida.
268
Me iba de maravilla esto de la novia del político. Todos estaban tan
contentos de ver a Devlin tan feliz. Entré en el tocador. Cuando terminé,
comprobé mi maquillaje y me estaba volviendo a aplicar
cuidadosamente el pintalabios cuando oí voces en el pasillo.
—¿Te puedes creer que haya tenido el descaro de presentarse aquí con
ella? —preguntó una mujer con regocijo.
—A Johanna no le va a gustar que su futuro ex esté con una corriente.
Quiero decir, ¡ya oíste su acento!
Se rieron, una tintineante risa culta que probablemente practicaban, y
vi rojo. Sangriento asesinato, rojo de sangrante nariz.
—Devlin actúa como si esto fuera sólo un pequeño golpe a su carrera,
pero está colgando de un hilo. Un paso en falso, un movimiento en falso,
y él está acabado. Todo por lo que sus padres han trabajado habrá sido
un completo desperdicio.
—Lo sé —cacareó la otra mujer—. Que aparezca con una cualquiera
de veinte años es demasiado. Va a necesitar una baja por salud mental
permanente, no sólo temporal.
Miré fijamente mi reflejo. Yo era la maldita Scarlett Bodine. Y era un
lastre. No tenía ni idea de lo que haría la novia de un político. Lo que
Johanna haría. Así que hice lo que yo haría.
Abrí la puerta de un tirón.
—Hola a todas. Qué curioso. Estas paredes son tan finas.
Me miraban boquiabiertas, como si hubieran sido cortadas por el
mismo patrón de postura perfecta y sin culo.
—Me siento realmente mal por escucharlas a escondidas porque
ahora voy a convertir en mi misión personal averiguar todo lo que hay
que saber sobre ustedes. Voy a saber quién de ustedes se acuesta con su
instructor de golf y quién se da un atracón de helado hasta vomitar. —
Me acerqué un paso y las dos retrocedieron uno, apiñándose la una a la 269
otra para apoyarse.
—Voy a averiguar dónde son voluntarias y haré que las echen de
todas las juntas de todas las organizaciones. Y haré que mi misión sea
arruinar sus aburridas pequeñas vidas. Sólo por diversión.
Les hice un gesto con los dedos y empecé a alejarme. Cuando sentí
que se relajaban, me volví y sonreí.
—Ah, y para que no piensen que nadie habla a sus espaldas, una
mujer con un vestido rosa las ha llamado zorras huesudas, y dos señores
con abrigos deportivos estaban hablando de cuál de ustedes da las
peores mamadas.
No había oído nada semejante, pero a juzgar por sus expresiones,
ambas cosas eran completamente plausibles. Me di una palmadita en la
espalda y volví a la fiesta con paso ligero.
«Justicia al estilo Bootleg por la victoria».
Capítulo 35
Devlin
Scarlett duró en la fiesta más de lo que pensaba. Aguantó
pacientemente mientras yo me abría paso entre la multitud. Utilizando
todas las armas de mi arsenal, convencí a cada persona que estaba feliz,
sano y listo para trabajar. Si las preguntas iban más allá del sondeo,
Scarlett intervenía con una reorientación que normalmente mareaba al
interrogador hasta la sumisión.
—Mi bisabuelo fue uno de los fundadores de nuestro pueblo —decía
orgullosa. Me encantó ver cómo la estirada sociedad intentaba disimular
270
su asombro al conocer la historia de contrabando de la familia Bodine,
contada con el mismo orgullo que las historias de su linaje ancestral del
Mayflower.
Una hora después de mi intención de irme, por fin metí a Scarlett en
el auto.
Ambos nos desplomamos contra nuestros reposacabezas con suspiros
gemelos de alivio.
—Bueno, eso fue algo —dijo Scarlett.
—Puedes repetirlo.
—Lo haría, pero estoy demasiado cansada.
—¿Estás demasiado cansado para…
—¿Sexo? No, creo que puedo reunir la energía para un par de
orgasmos —dijo sonriendo sin abrir los ojos.
—Iba a sugerir pizza.
—Definitivamente podría comer y luego tener alguno de esos
orgasmos.
Me llevé su mano a los labios y rocé sus nudillos con un beso.
—Pizza y sexo suenan exactamente como algo perfecto.
—¿Te lo has pasado bien? —preguntó girando la cabeza para
mirarme.
—Todo lo bien que te lo puedes pasar en una función política.
—¿Lo echas de menos? —preguntó.
«¿Lo echo de menos?»
—Hay cierta satisfacción en navegar con éxito por el campo minado
social de la política —dije—. Pero no se compara a una noche en The
Lookout.
Se rio.
271
—Sé que te estás burlando, pero me prometiste pizza y aún te estoy
contentando, así que optaré por no devolverte el disparo.
—Agradezco tu moderación —me reí. Giré la llave en el contacto—.
¿Te lo has pasado bien?
—Fue… interesante —dijo lentamente.
—Hum. Eso ciertamente suena definitivo.
—Aprendí mucho —afirma.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, hay idiotas como Misty Lynn en todos los pueblos.
Tenía curiosidad por saber a quién había etiquetado como Misty
Lynn. Había bastantes opciones probables.
—Y aprendí que nunca es apropiado usar platos y utensilios de
plástico. Y que gustarás más a todo el mundo si los dejas hablar de sí
mismos.
—Todas valoraciones acertadas. Aunque personalmente creo que hay
un lugar apropiado para los vasos plásticos y los platos de papel.
Miró por la ventana, con una sonrisa en los labios.
—Me gustó verte en acción, pero sentí que estaba viendo a un actor
interpretando un papel.
—Eso es más o menos lo que es —admití.
—¿Por qué la gente no puede ser real? —preguntó—. ¿Por qué no
pueden decir: «¿Sabes qué, Stuart? No quiero apoyar tu iniciativa de
encarcelar a los sin techo?». ¿Por qué todo el mundo tiene que fingir ser
educado?
—Así es como se hacen las cosas —expliqué—. Todos fingimos jugar
bien juntos hasta que ya no podemos fingir más. 272
—He oído que estabas de baja. Licencia por salud mental —dijo
Scarlett.
Maldije en voz baja.
—Déjame adivinar. ¿Misty Lynn dos?
—Y tres.
—Cuando golpeé a Ralston, el amante de mi exmujer, mi familia entró
en modo de control de daños. Todos sabían lo que había hecho. La
mayoría habría hecho lo mismo en mi posición. Pero, a los ojos de los
electores…
—Pareces inestable. No puedes conservar a tu esposa. Ahora eres
violento —completó Scarlett.
—Básicamente les di a todos un arma para que la usaran contra mí.
Pedí permiso en mi trabajo. Mis padres y nuestro publicista dijeron a
todo el mundo que era una desafortunada reacción a demasiado estrés.
—Y ahora te queda demostrar que no eres mentalmente inestable.
Sólo eres un tipo normal que golpeó a un imbécil.
—Pero tengo que demostrarlo jugando, siguiendo las reglas.
Me lanzó una mirada.
—¿Y no golpear a nadie más?
—Tengo una segunda oportunidad para hacer que la próxima sesión
sea buena. Mejorar mis posibilidades de reelección. Entonces podré
empezar a pensar en grande.
—¿Quieres?
Giré por una calle lateral y pasé por delante de la pizzería a la caza de
un lugar de estacionamiento. 273
—Mi objetivo es el Congreso.
Seguía mirándome.
—Eso, señor McCallister, no responde a mi pregunta.
—Los políticos no saben responder a preguntas directas.
—Quizá no sepas lo que realmente quieres —aventuró.
Me apretujé en un espacio una cuadra más abajo.
—Es el hambre la que habla. Venga, vamos. Te dejaré elegir los
ingredientes… en tu mitad.
Capítulo 36
Scarlett
Devlin abrió la puerta de su apartamento y me hizo un gesto para que
entrara. Estábamos a la orilla del agua, a cinco pisos de altura. La bahía
de Chesapeake se extendía frente al edificio, agua oscura que se unía a
un horizonte oscuro.
Accionó los interruptores de la luz y la vista exterior desapareció. El
piso era espacioso y estaba bien amueblado, aunque carecía de
personalidad y de color. Los muebles del salón estaban dispuestos
alrededor de una chimenea de gas y una repisa de mármol. El suelo era
274
de madera clara y estaba salpicado de alfombras blancas y negras. Las
obras de arte de las paredes, en su mayoría escenas marítimas, también
eran en blanco y negro. La cocina, pequeña pero el doble de grande que
la mía, también era negra con encimeras blancas. Había una mesa
redonda de cristal y cuatro sillas de acrílico transparente.
—Lo sé. Es un poco austero —dijo Devlin, trayendo mi bolsa de viaje.
—¿Vives «aquí»? —le pregunté. No me extraña que estuviera
deprimido. Este lugar parecía una lujosa habitación de hospital
amueblada. Todo era de cristal, cuero y cromo.
—Estoy viviendo en Bootleg Springs —me corrigió—. Me quedé aquí
temporalmente.
—Te quedas en Bootleg temporalmente —le recordé. No tenía sentido
que fingiéramos lo contrario. La vida de Devlin estaba aquí. Bueno, no
en este apartamento sin alma, pero sí en los alrededores.
Devlin dejó mi bolsa en el suelo y me estrechó entre sus brazos.
—Probablemente deberíamos hablar de lo que haremos cuando
vuelva aquí.
«Nosotros».
—No quiero pensar en que te vas ahora mismo. ¿Te parece bien?
¿Podemos fingir que aún no tenemos que preocuparnos por eso? —le
supliqué.
—Hay muchas cosas de las que parece que no quieres hablar —señaló.
Estaba frustrado conmigo y yo entendía por qué. Pero necesitaba que
Devlin me diera un respiro. Todo lo que hacía era por su propio bien.
No necesitaba revolcarse en el barro conmigo.
Me senté en una silla inflexible de cuero blanco y metal frente a la
pared de ventanas.
—Hay situaciones que es mejor tratar en privado.
275
—Bien, entonces ¿por qué no quieres hablar de nuestro futuro?
No iba a amarrar a Devlin a un compromiso que arruinaría su carrera.
—Porque sólo quiero pasar un buen rato contigo esta noche sin
preocuparme de adónde vamos y qué hacemos —mentí.
—Vamos a tener que hablar de esas cosas en algún momento —dijo
Devlin, su frustración palpable.
Pero dijera lo que dijera, ya fueran razones por las que deberíamos
intentar una relación a distancia o romper ahora, no quería ocuparme de
nada más en este momento.
—¿Ahora puedes indicarme dónde está tu baño? —le pregunté.
Me enseñó el tocador, me encerré en él, miré mi reflejo y dejé caer la
máscara.
Yo no encajaba. Nunca encajaría aquí con él. Me dolía el pecho como
si algo se rompiera o se hundiera sobre sí mismo.
La vocación de Devlin era la política. Su familia había invertido todo
en él y en su carrera. Acababa de recuperarse de un escándalo. Lo habían
exiliado por un pequeño divorcio, tratándolo como si hubiera asesinado
a una camada entera de cachorros en televisión en directo. Nunca
sobreviviría a las consecuencias de salir con la hija de un potencial
secuestrador… o asesino. Yo creía que mi padre era inocente. Pero eso
no significaba que alguien más lo hiciera.
Si Devlin y sus padres pensaban que el divorcio era un clavo en el
ataúd, ¿qué dirían de que su novia estuviera en el centro de una
investigación de un asesinato sin resolver?
Gracias a las gemelas de Misty Lynn, esta noche comprendí mejor
cómo era esta vida. No era la verdad lo que importaba. Era la apariencia.
Y yo, con mi vestidito de Target, mi peinado y un acento tan denso como
la miel, sería un lastre para Devlin. Y eso incluso sin ser la hija de un
acusado de asesinato. Hablando de un verdadero escándalo. Su carrera
y posiblemente su relación con su familia estarían acabadas. 276
«Los pecados del padre tenían peso aquí, aunque sólo fueran
percibidos».
Se me cortó la respiración. En algún momento, había empezado a
pensar que podríamos sobrevivir a la larga distancia y a mundos
diferentes. Ahora lo sabía. Nuestros días estaban contados. Devlin y yo
teníamos fecha de caducidad.
Capítulo 37
Devlin
Abrí la botella de vino y puse dos copas sobre la encimera. Un buen
vino y una gran pizza. Nuestra comida reflejaba nuestro equilibrio. Una
combinación de refinamiento y encanto informal. Haría todo lo posible
por fingir que no había cosas de las que tuviéramos que hablar. Por esta
noche. Pero si Scarlett pensaba que estaría dispuesto a permanecer en
otra relación en la que me mantuvieran a oscuras, se llevaría una
sorpresa.
Lo había hecho muy bien esta noche, pensé, sirviendo el vino.
277
Scarlett nunca fingió ser alguien que no era. Ese era su poder. Su
autenticidad sin disculpas. Es peligroso ser uno mismo en este espacio.
Todo el mundo estaba siempre buscando una debilidad, una
vulnerabilidad, para explotar. Pero con Scarlett, ¿era eso posible? ¿La
debilidad estaba en mí? ¿Era vulnerable porque me esforzaba por
ocultar mis defectos en lugar de aceptarlos? ¿Scarlett acabaría siendo mi
mayor fortaleza o mi más amarga debilidad?
El teléfono zumbó en mi bolsillo. Era tarde para una llamada que no
fuera de emergencia. Cuando vi el número de mi madre en la pantalla,
contesté.
—¿Va todo bien?
—No, no todo va bien, Devlin —dijo ella, con tono cortante.
—¿Qué pasa?
—Se suponía que debías permanecer fuera de la vista. No pasear a tu
novia por la ciudad, restregándoselo por la cara a Johanna. Imagínate lo
que parece. Como si estuvieras tratando de vengarte paseándote con
algún trofeo…
—Scarlett no es un trofeo —interrumpí, molesto por la comparación—
. Y me importa un bledo lo que Johanna piense acerca de que siga
adelante con mi vida. Ella siguió con la suya mientras aún estábamos
casados.
—Al menos lo hizo discretamente —replicó mi madre.
—No puedo creer que la defiendas.
—Y no puedo creer que mi hijo, que ha sido preparado para esta vida,
esté tan dispuesto a tirarlo todo por la borda. La gente estaba
empezando a olvidar y luego tienes que sorprender a todos con Rubi la
pueblerina.
—Scarlett —corregí. 278
—Devlin, perdona que te lo diga, ¿pero crees que me importa cómo
se llama? No permitiré que una pueblerina descalza arruine tu carrera.
Hemos trabajado muy duro para esto, te hemos dado todas las
oportunidades, y verte tirarlo por la borda por una chica… —se
interrumpió como si no pudiera soportar terminar el pensamiento.
—No estoy tirando nada. Por fin estoy disfrutando por primera vez
en treinta y tantos años, madre.
—¿Te diviertes? —Su tono alcanzaba las octavas superiores del
horror—. ¿Crees que tienes libertad para divertirte? Los McCallister
sirven. Es una responsabilidad y un honor.
—Estás exagerando —le dije. Me subía la tensión. No era la primera
vez que uno de mis padres me hacía sentir culpable para mantenerme
en el buen camino. Yo siempre cedía.
—No estás comprendiendo el daño que has hecho esta noche. Todo el
mundo está hablando de ti y de ella. Blake va a tener que trabajar horas
extras sólo para barrer esto debajo de la alfombra.
—No hice nada malo. Llevé a mi novia a un evento en el que ambos
lo pasamos bien —dije con tono ecuánime.
—El hecho de que te niegues a considerar siquiera las ramificaciones
sólo demuestra que no estás preparado para volver. Tu padre va a estar
devastado. Actúas como si ya no quisieras esto.
Me pasé la mano por el pelo, paseándome por la cocina.
—Tengo que irme, madre.
Soltó unos cuantos insultos más y me sentí culpable y terminé la
llamada.
Una vez que la conocieran, entenderían la atracción. Pero no iba a
forzar a Scarlett a visitarlos. Ciertamente no ahora. Ella no había hecho
nada malo. Diablos, yo tampoco estaba convencido de haberlo hecho. 279
¿Por qué estaría mal estar con alguien que me hacía feliz, que me hacía
sentir más fuerte? Scarlett había estado a mi lado cuando mi propia
familia cerró filas contra mí, rechazándome. Había sido Scarlett quien
había recogido los pedazos y los había vuelto a juntar. Fue Scarlett
quien…
—Parece como si estuvieras pensando en un problema de
matemáticas —dijo suavemente desde detrás de mí. Me giré para
admirar la vista.
Llevaba un conjunto de camiseta y pantalón corto en un suave gris
con listones rosas. El pijama nunca había sido tan sexy. Ya se me estaba
pasando el enfado por la llamada de mi madre.
Le entregué una copa de vino.
—Te he oído hablar —confesó, encaramándose al brazo del sillón de
cuero.
—Ha llamado mi madre —le dije, pasándole el pelo por encima del
hombro y recorriéndole el cuello con las yemas de los dedos.
—¿Va todo bien? —preguntó, con sus ojos grises muy abiertos y
preocupados.
Asentí con la cabeza.
—Todo va bien —murmuré.
Ella se animó.
—¿Así que podemos comer esa pizza que huele como el cielo?
Le sonreí.
—Traeré los platos.
—¿Podemos comer en el balcón? —preguntó, señalando con la cabeza
la pared de cristal.
—Por supuesto. —Nos repartimos las rebanadas y los platos y las
especias, sal de ajo para ella, orégano para mí, y lo llevamos todo hasta
280
la puerta corrediza. Annapolis era siempre tranquila por la noche. Podía
oír los ecos lejanos de los comensales nocturnos en el patio de un
restaurante con vistas a la bahía.
Las luces de amarre de los barcos brillaban y se mecían suavemente
en la noche.
Scarlett se tumbó en una de las sillas acolchadas del patio y apoyó los
pies descalzos en la barandilla. Era tan diferente a Johanna. No sabía por
qué sentía la necesidad de hacer la comparación, aparte del hecho de
que mi exmujer y yo habíamos asistido a tantos eventos como el de esta
noche. Johanna nunca había cogido una herradura, ni había montado
una escena por chismes malintencionados. Y cuando volvíamos a casa,
se ponía un pijama de seda y se tomaba un té caliente mientras
discutíamos quién había dicho qué a quién. No era mujer de apoyar los
pies en nada, ni de considerar la pizza una comida.
—Prácticamente puedo oírte pensar —dijo Scarlett secamente, con la
boca llena.
Le dediqué una media sonrisa.
—Sólo pensaba en esta noche.
—Estás pensando en mucho más que en esta noche. ¿Te ha gustado
volver? —preguntó, limpiándose la salsa de la comisura de los labios.
—Me sentí… —hice una pausa y pensé—. Familiarizado. Cómodo.
—Hum —dijo sin más comentarios.
—A mi madre no le gustó que volviera. Le pareció demasiado pronto.
Scarlett puso los ojos en blanco.
—Una madre que no quiere ver a su hijo. Qué bien.
—Hay que guardar las «apariencias» —dije en falsete.
Scarlett rio en agradecimiento. 281
—Déjame adivinar, no estaba contenta contigo paseando a tu novia
pueblerina por todos lados.
—Puede que haya mencionado algo parecido —maniobré.
Scarlett puso su mano en mi muñeca.
—No pasa nada. Porque probablemente a mí tampoco me guste ella.
Me ahogué de risa con el vino. Me ardía la nariz.
Comimos en silencio durante unos minutos.
—¿Por qué están enojados Gibson y tú? —le pregunté.
—¡Devlin McCallister! ¡Eres tenaz!
—Es mi lado abogado.
Suspiró pesadamente y sentí un poco de culpa por haberla
presionado.
—Limpiar la casa de nuestro padre sacó a relucir mucha… historia —
explicó—. Gibson siempre ha odiado a papá y lo único que odia más que
eso es mi lealtad hacia él.
—¿Vio el cuidado a tu padre como una bofetada en la cara?
Asintió con la cabeza, sorbiendo lentamente su vino.
—Es un tema que hemos mantenido enterrado durante mucho
tiempo. Nunca entendió por qué seguía perdonando a nuestro padre y
seguía intentándolo. Gibson no tenía una relación sana con mi padre. Se
llevó la peor parte y le duele que yo eligiera perdonar en lugar de
guardarle rencor.
—¿Y todo esto acaba de llegar a un punto crítico? —pregunté.
—Finalmente dijimos todas las palabras que nos habíamos estado
guardando. No fue bonito y ahora tenemos que esperar a que se asiente
el polvo.
—Entonces, ¿por qué dejarme fuera? —pregunté. 282
Se encogió de hombros y miró fijamente hacia la noche.
—No lo sé. Supongo que estoy acostumbrada a manejar las cosas por
mi cuenta.
—Cuando tu madre se enfadaba con tu padre o con alguno de ustedes,
¿qué hacía?
—Era lo peor. Ella nos daba el tratamiento de silencio durante días.
Sólo ignoraba a todo el mundo.
Levanté una ceja y esperé.
—Espera… No estarás diciendo…
—¿Quizás estás viendo el otro lado? —sugerí suavemente—. Estabas
enojada, abrumada y me ignoraste.
Abrió la boca y la volvió a cerrar.
—No me gusta esta conversación. Ni un poco.
—Todos llevamos trozos de nuestros padres —le recordé.
—Tu mamá acaba de llamar para gritarte por mostrar tu cara en el
pueblo. ¿Qué parte de ella llevas como una cruz que cargar? —exigió
Scarlett.
Estaba enfadada por la insinuación, pero al menos seguía hablando
conmigo.
—¿De mi madre? —musité. De repente tampoco me estaba gustando
esta conversación.
—Sí, no es tan divertido ahora, ¿verdad amigo? —dijo Scarlett con
suficiencia.
—Vamos a reducirlo a esto. Me dolió cuando me ignoraste, Scarlett.
Ya tuve una relación que terminó porque alguien guardaba secretos y
me ocultaba cosas. No me interesa que se repita.
Tragó saliva y mantuvo la mirada fija en la oscuridad. No podía leer
sus pensamientos y me sentí inquieto. 283
—Lo que pasa con los secretos es que algunos hay que guardarlos —
dijo en voz baja.
—Mentira.
Dejó el vino sobre el piso, colocó el plato al lado y se levantó. Se acercó
a mí en la oscuridad y se soltó el pelo de la cinta con la que lo había
sujetado. Era una diosa de la noche. Sabía que debía insistir. Debería
insistir en continuar la conversación, pero ella estaba cogiendo mi vaso
y mi plato y dejándolos a un lado.
Y luego se acomodó a horcajadas en mi regazo.
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Ella subió más, de modo que
mi polla, cada vez más dura, quedó enterrada en el vértice de sus
muslos, suplicando que la liberara de mis pantalones.
La necesidad fue instantánea. Ronroneó y giró sus caderas contra mí.
Y luego rozó sus labios carnosos contra los míos. Un afrodisíaco. Eso era
el sabor de Scarlett Bodine. La besé como un indigente, metiéndole las
manos en el pelo y empujando mis caderas contra ella. Quería
penetrarla, a pesar de las finas capas de ropa que nos separaban.
Se entregó al beso y, mientras nuestras lenguas se deslizaban y
bailaban una alrededor de la otra, pasé las palmas de mis manos por sus
pechos. Sus pezones brotaron al instante bajo la tela de su camisa. Me
hizo sentir poderoso y débil al mismo tiempo. Invencible y desesperado.
—Deberíamos entrar —susurré, presionando con besos febriles sus
labios, su mandíbula, su cuello.
—¿Por qué?
—No llevo condón. —Mi polla se crispó entre nosotros, tratando de
convencerme de que no necesitábamos uno.
Scarlett sonrió, lenta y felina.
—Mira en mi bolsillo.
284
—¿Qué bolsillo?
Se dio unos golpecitos en el cuadradito de tela rosa que tenía justo
encima del pecho.
Metí un dedo en el bolsillo y sentí el roce del papel de aluminio.
—Diablillo ingenioso, ¿no? —pregunté.
—Menos habladuría. Más desnudez —insistió.
Miré a nuestro alrededor. No teníamos a nadie enfrente, pero los
balcones estaban separados por muros de ladrillo. Nadie podía vernos
sin asomarse a su balcón para mirar por la pared, pero cualquiera podía
oírnos.
—Tenemos que hacer silencio —le advertí.
—Me aseguraré de que no grites mi nombre demasiado alto —
prometió.
Gemí mientras ella se movía contra mí, rechinando contra mi
insistente erección.
—Te quiero rápido —me dijo. Sin preámbulos, metió la mano en la
cintura de mis pantalones y agarró mi pene.
Dejé escapar un silbido de aliento. Esta mujer acabaría conmigo. Pero
espero que no en la próxima media hora.
Abrí las piernas para ella y Scarlett se puso de rodillas, liberando mi
polla de los confines del pantalón. Rasgó el papel de aluminio con los
dientes y yo la ayudé con sus manos temblorosas a enrollar el condón
en mi dolorida polla.
Su ropa interior tenía una pequeña mancha húmeda y apreté el pulgar
contra ella. Podía sentir su calor a través del fino algodón. Se estremeció
y dejó escapar un gemidito. La acaricié con la yema del pulgar,
presionando a través de su ropa y entonces me agarró la polla y la guio
entre sus piernas. Comprendiendo su intención, aparté de la entrepierna
su pantalón corto y me acerqué a su abertura. Ella se acomodó en mi
285
punta, envolviendo el primer centímetro en aquel calor resbaladizo y
húmedo. Estaba desesperado por más. No me importaba si no estaba
lista para aceptarme. No me importaba si alguien nos oía. Sólo quería
estar dentro de ella.
Agarré sus caderas y, de un rápido empujón, la penetré hasta la
empuñadura. La cabeza de Scarlett se echó hacia atrás mientras me
sostenía allí, muy dentro de ella, agarrado por aquellas delicadas
paredes. Podía sentirla estremecerse a mi alrededor, sentir su necesidad
zumbando en su sangre.
Jalé el cuello de su camiseta de un tirón, dejando al descubierto un
pecho. Y cuando me aferré con la boca a ese pico tenso, gritó y empezó
a cabalgarme.
Le tomé el pecho con una mano mientras chupaba con fuerza,
caminando por esa fina línea que separa el placer del dolor.
Me cabalgaba con desesperación, persiguiendo un orgasmo que
estaba a su alcance. Me encantaba así. Imprudente, loca de deseo por mí.
Quería llevarla al abismo del placer. Sus pequeños gemidos me ponían
la polla aún más dura.
—Dev —susurró, suplicó. El sonido de su culo al chocar con mis
muslos, húmedas palmadas de carne, casi me hace perder la cabeza.
Todo en esta mujer era una fantasía de perfección. Excepto que ella era
real. Tan real. Apreté su pecho, forzando su pezón a entrar más en mi
boca, y lamí con mi lengua.
—Me corro —siseó. La sentí explotar a mi alrededor. Calientes y
húmedos apretones agarraron mi dolorida polla como fuertes dedos.
Scarlett dejó de respirar y me cabalgó. Con fuerza. No quería correrme
todavía. No quería que esto acabara tan rápido como había empezado,
pero su coño me apretó y necesité toda mi concentración para no
correrme en ese mismo instante.
—Maldita sea, Scarlett —gemí. Me cabalgó sin descanso, y su orgasmo 286
fluyó a través de ella hasta que finalmente se agotó, desplomándose
contra mi pecho. La estreché entre mis brazos mientras el clímax que
había amenazado con matarme se alejaba lentamente.
Pensé que podría abrazarla así para siempre. Envueltos el uno en el
otro, saciados y aún hambrientos. Pero entonces ella se apartó de mí y
se bajó de mi regazo.
Mi polla se deslizó fuera de ella con pesar.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—Aquí mismo. —Se hundió entre mis rodillas abiertas y sacó el
condón de mi pene—. Quiero ver cómo te corres.
Y así como así, mi orgasmo estaba de vuelta, exigiéndome que lo
encontrara. Usó ambas manos sobre mí, su pecho aún desnudo. Y
cuando se inclinó hacia delante para pasar su lengua por mi pene, nunca
había visto nada igual. Ya estaba allí, al borde.
Observó con regocijo mi pene mientras un líquido transparente se
acumulaba en la punta.
—Te gusta, ¿verdad, Dev? —susurró, bombeando mi polla con más
fuerza.
Quería cerrar los ojos, entregarme al clímax que me estaba
arrancando, pero no quería perderme ni un segundo de esos ojos grises
hambrientos, de la forma en que sus labios sonrosados se entreabrían al
sentirme palpitar contra ella.
—Te vas a correr por mí y te voy a mirar —dijo, lamiéndose los labios.
Me pasó los pulgares por los huevos y eso fue todo. Me iba a correr. Los
dos miramos, hipnotizados, cómo la primera gruesa cuerda de mi
eyaculación se soltaba, cayendo sobre mi vientre. Apreté los dientes,
pero no pude disimular el gruñido de satisfacción, de alivio. La siguiente
me llegó al pecho y brilló a la tenue luz del interior.
Scarlett trabajó mi polla con sus manos pequeñas y fuertes,
bombeándome hasta que cada gota que había estado reteniendo se
287
esparció por mis abdominales y mi pecho. Sólo entonces dejé caer la
cabeza contra la silla. Sólo entonces empecé a respirar de nuevo.
—Ha sido malditamente maravilloso —dijo Scarlett con satisfacción,
apoyando la cabeza en mi muslo. Con lo que me quedaba de energía, le
acaricié el pelo y empecé a planear la mejor manera de convencerla de
que nos diera una oportunidad de verdad.
Capítulo 38
Devlin
Puse mi contribución a la cena, una de esas ensaladas grandes en
bolsa, en una ensaladera sobre la isla. Podía oler el chisporroteo de los
filetes en la parrilla de la terraza y oír el murmullo de la conversación.
Habíamos invitado a los Bodine a una comida al aire libre. Incluso
Gibson había venido a regañadientes. Scarlett aún no había llegado. La
habían llamado para que ayudara a un amigo fontanero a solucionar un
problema de desagüe en una casa de alquiler.
Gibson y Scarlett aún tenían que arreglar las cosas y esperaba que una
288
comida al aire libre en terreno neutral allanara el camino.
Oí un auto en la entrada y sentí que se me aceleraba el corazón. Sólo
la expectativa de ver a Scarlett me hacía feliz. Desde nuestro viaje a
Annapolis, había estado pensando seriamente en el futuro, y sabía una
cosa. Quería a Scarlett en el mío.
Oí que llamaban a la puerta principal y fruncí el ceño. Scarlett no
llamaba a la puerta. Ninguno de los Bodine lo hacía. O entraban por la
puerta abierta o se instalaban como en casa en el jardín o en la terraza.
Así son en Bootleg.
Tal vez era Millie Waggle con otra delicia horneada. La mujer podía
hacer milagros con harina y cacao. Creo que estaba enamorada en
secreto de Jonah y yo lo alentaba con tal de disfrutar de tartas caseras,
bollos esponjosos y galletas.
Me limpié las manos en el paño de cocina, metí la ensalada en el
refrigerador y me dirigí a la entrada de la casa.
No era Millie Waggle la que estaba en mi puerta. Era Johanna.
Parpadeé, sin creer lo que veía. Había pasado mucho tiempo desde la
última vez que la vi. Ya había olvidado pequeños detalles sobre ella. El
lunar a un lado de la boca. El pintalabios rosa nacarado que nunca le
faltaba, aunque yo prefería besarla sin él.
Era alta y delgada, casi demasiado, me di cuenta. Hacía ejercicio sin
piedad y controlaba su dieta con la concentración de un general en
guerra. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño bajo en la base del
cuello. Llevaba un vestido sin mangas gris y un collar de perlas
alrededor del cuello que hacía juego con los aretes en sus orejas. Era su
vestuario «informal».
—¿Qué haces aquí? —pregunté, sin confiar del todo en mi voz. La
mujer que tenía delante había compartido mi vida, mi cama, mis
objetivos. Ahora era una extraña.
289
—Devlin —dijo con una suave sonrisa—. Me alegro de verte. Me
gustaría entrar.
—Tengo compañía —le dije. Mi cerebro seguía conmocionado al verla
en mi puerta y no formó el «lárgate de aquí» que creí que se merecía.
Ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Es importante —insistió.
Debí cerrarle la maldita puerta en las narices y haberme unido a la
fiesta en la terraza, pero décadas de entrenamiento en etiqueta y cortesía
social no me lo permitieron. Mantuve la puerta abierta y ella entró.
—Qué casa tan pintoresca —dijo alegremente. La seguí por el pasillo
hasta el salón. Las puertas de la terraza estaban abiertas y se oía música
y risas.
Johanna se apartó de la vista y la diversión del exterior y me miró,
entrelazando los dedos delante de ella.
—Me has estado evitando —dijo.
—Lo he hecho. —No veía razón para mentir o hacerla sentir más
cómoda con la situación—. La mayoría de los hombres hacen eso cuando
se trata de sus exesposas.
—El divorcio aún no es definitivo —señaló Johanna—. Y de eso me
gustaría hablar contigo.
—Créeme, si hubiera algo que pudiera hacer para acelerar el proceso,
lo habría hecho —espeté.
—Quiero cancelarlo. Quiero que nos des otra oportunidad.
Desconcertado, la miré fijamente.
—¿Qué pasa con Ralston? —le pregunté.
—Fue una… mala elección. Un error que lamento profundamente. 290
—Y entonces pensaste que volverías y podríamos retomar donde lo
dejamos.
Sus mejillas se sonrojaron ligeramente, pero fue la única muestra de
emoción.
—Francamente, sí. Hacía tiempo que sabía que no había tomado la
decisión correcta. Te herí profundamente, te avergoncé. Y lo lamento.
Hablaba klingon o portugués, porque no entendía nada de lo que
decía. Nada tenía sentido.
—Creo que no te entiendo. ¿Por qué iba a volver a aceptarte?
—Funcionamos, Devlin. Juntos, hacemos un muy buen equipo. Si
volvemos a estar juntos, todo este escándalo desaparecerá. Entiendo que
llevará algún tiempo antes de que puedas confiar en mí, pero prometo
ser una buena compañera. La compañera «adecuada».
Se estaba aclarando la niebla en mi cerebro.
—Estás aquí debido a Scarlett.
—Quería darte algo de tiempo para aclarar tus ideas y posiblemente
incluso perdonarme. Pero no esperaba que siguieras adelante tan rápido
o con alguien tan… inadecuada.
—Suenas como mi madre.
—Tu madre está justificadamente preocupada. Si consigues la
reelección, tienes muchas posibilidades de llegar al Congreso dentro de
unos años y, a partir de ahí, quién sabe adónde podríamos llegar. Es tu
sueño y puedo ayudarte a conseguirlo —insistió con calma.
—¿Todo lo que tengo que hacer es aceptar que vuelvas? —pregunté
con amargura.
Asintió, esperanzada.
—Podemos encontrar una nueva casa juntos. Incluso podría ser
divertido.
291
—¿Por qué de repente Ralston es un error? ¿Se ha ido ya con otra?
Vi la sombra en sus ojos y supe que mi acusación había dado en el
blanco.
—Ya veo —dije en voz baja.
—Cometí un error —suplicó.
Negué con la cabeza.
—No. No lo hiciste.
—¿Y justamente «qué demonios es esto»? —dijo una voz dulce con
encanto sureño. Scarlett estaba de pie con las manos en las caderas, justo
por encima de su cinturón de herramientas. Llevaba jeans y una camiseta
sin mangas de los Cresta de Polla de Bootleg.
—¿«Esta» es Scarlett? —preguntó Johanna, atónita.
—Oh, tú debes ser la mentirosa, tramposa, pedazo de basura
exesposa. Bendito sea tu corazón —dijo Scarlett, batiendo sus pestañas.
«Oh, mierda».
La música se detuvo en la terraza y la puerta se oscureció con las
sombras de cuatro hombres que observaban absortos.
—¿Quién es? —siseó Gibson.
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —susurró Bowie—. Conozco a la
misma gente que tú.
—Supongo que es la ex —añadió Jonah.
Jameson gruñó.
Si Scarlett se fijó en el público, no le importó.
—Ahora, ¿qué hará una exmujer deshonrada en casa de su exmarido
luciendo tan linda con sus perlas? —reflexionó, llevándose un dedo a la
barbilla—. ¿Has venido a renegociar el divorcio? ¿Has venido a reclamar
la olla de cocimiento lento y la porcelana fina?
Johanna había conseguido ambas en el divorcio. 292
—Estoy salvando mi matrimonio —dijo Johanna con frialdad.
—Como el infierno que sí —anunció Scarlett. Ella era puro fuego para
el hielo de Johanna. Era magnífica.
—Es evidente que no te sientes tú mismo —dijo Johanna, dirigiendo
su comentario a mí y dejando de lado a Scarlett—. Y me hago cargo de
mi parte en esto. Fui yo quien te hizo caer en picada, pero Devlin, no
puedes lograr todo lo que estás destinado a hacer con ella a tu lado.
—Al menos no tiene que preocuparse de que ande buscando otra
polla todo el tiempo —replicó Scarlett.
Oí risitas en la terraza. Johanna se quedó con la boca abierta. Dudaba
que hubiera oído algo tan grosero en toda su vida.
—Discúlpame. Eres solo una niña y una ignorante. No puedes
comprender la clase de compañera que Devlin necesita.
—No necesita una puta compañera —enunció Scarlett—. Necesita
una mejor amiga. Alguien que le cubra las espaldas, no que acabe sobre
las propias debajo de otro.
Sus hermanos aullaban de risa detrás de mí y me acerqué a ellas. Tenía
que interponerme entre Scarlett y Johanna, pero no estaba seguro de
poder contar con la ayuda de ninguno de ellos.
—Tienes que irte —anunció Johanna—. Tienes que irte para que
pueda hablar con mi marido.
—Oh, diablos, no —dijo Scarlett, cruzando los brazos delante del
pecho. Johanna le sacaba quince centímetros de altura, pero Scarlett
tenía a su favor unos buenos seis kilos de músculo. También llevaba un
martillo y varios destornilladores en el cinturón de herramientas—. De
hecho, creo que es hora de que te vayas. Tienes hasta la cuenta de tres
para sacar tu inexistente culo de esta casa.
Johanna espetó.
293
—No me voy a ir. Esta es la casa de Devlin, ¡y soy bienvenida en ella
mientras él lo diga!
—¿Ah, sí? —dijo Scarlett—. ¿Devlin?
—¿Devlin? —Johanna me miró, deseando que la eligiera.
Quería calmar las cosas.
—Vamos a dar un paso atrás…
Los Bodine gimieron detrás de mí y supe inmediatamente que había
cometido un gran error.
Los ojos de Scarlett se entrecerraron.
—No es suficiente, McCallister.
—Johanna, creo que deberías irte —dije con calma.
Scarlett enseñó los dientes y supe que era demasiado poco y
demasiado tarde.
—Devlin, siento que deberíamos continuar esta discusión…
—¡Fuera de esta casa ahora! —chilló Scarlett. Dio un paso amenazador
hacia Johanna, que saltó detrás del sillón—. ¡Llévate tu flaco y tramposo
culo de vuelta a Annapolis y búscate a otro al que joder! Y si vuelvo a
ver tu cara por Bootleg…
Estaba cogiendo el martillo, intentando liberarlo. La mosquitera de la
puerta corrediza implosionó detrás de mí cuando cuatro cuerpos se
abrieron paso a través de ella. Gibson se lanzó hacia Scarlett mientras
Jameson y Bowie empujaban a Johanna por el pasillo hacia la puerta
principal. Jonah bloqueó el intento de Scarlett de perseguirla y yo me
quedé de pie preguntándome qué demonios acababa de ocurrir.
—¡Sáquenla de aquí! —gritó Scarlett a todo pulmón—. ¡Si vuelve a
acercarse a Devlin, la meteré en la fosa séptica de Rocky Tobias! —
Gibson la tiró al suelo y se sentó sobre ella. Jonah trotó por el pasillo
hasta la puerta principal. Podía oír voces alzadas afuera antes de que la
cerrara. 294
No podía comprender del todo lo que acababa de ocurrir. Lo único
que sabía era que la bola de furia que se retorcía sobre la alfombra del
salón de mi abuela se preocupaba más por mí que cualquier apariencia
o cualquier plan. Quería protegerme cuando nadie más de mi familia o
de mi círculo de amigos había estado dispuesto a hacerlo.
Amaba a Scarlett Bodine. Puede que ella aún no lo supiera, pero
seguro que me correspondía.
Jameson y Bowie volvieron a la sala de estar donde Scarlett estaba
jurando a rabiar.
—Cuando la deje libre, intentará matarte —predijo Gibson.
—¿A mí?
—Invitaste a tu exesposa a tu casa. La mujer que te trató como mierda
de perro. No juegas a ser amable con eso —explicó Bowie.
—A menos, claro, que esperes volver con ella —añadió Jameson.
Scarlett se quedó quieta y me miró fijamente.
—Devlin McCallister, si se te ocurre por un segundo volver con esa
friolera que lleva perlas, te sujetaré, te afeitaré la cabeza y… y….
Estaba tan enfadada que ni siquiera pudo hilvanar un insulto.
—No voy a volver con ella, Scarlett. Estoy contigo. —Probablemente
debería haber elegido un tono menos exasperado porque ahora estaba
gruñendo contra la alfombra.
—¿Dónde está tu amor propio, hombre? —exigió Gibson.
—A la mierda el amor propio. ¿Dónde está su instinto de
supervivencia? —se preguntó Bowie.
Me llevé las manos al pelo.
—Ni siquiera sé qué está pasando. ¿Por qué todo el mundo está
enfadado conmigo?
—Porque eres idiota —dijeron los Bodine a la vez. 295
—Voy a dejarla ir —decidió Gibson—. Necesita que lo hagan entrar
en razón.
Se deslizó fuera de Scarlett y ella se puso de pie de un salto.
—¿Qué demonios te pasa? —exigió, empujando su dedo en mi cara.
—No estoy muy seguro. ¿Quizás podrías ayudarme a averiguarlo? —
sugerí.
Dejó escapar un gemido de frustración, cogió el cojín del sofá y lo
arrojó a la cocina.
—Hablando de eso… —Jameson se dirigió a la puerta.
—¿Por qué no nos llevamos los filetes y nos los comemos en cualquier
sitio menos aquí? —sugirió Jonah.
—Buena suerte —dijo Bowie, dándome una palmada en la espalda.
Desaparecieron por la puerta mosquitera pisoteada, dejándonos solos
a Scarlett y a mí.

296
Capítulo 39
Scarlett
—¿Por qué estás tan enfadada?
La estúpida pregunta de Devlin me cabreó aún más.
—Entro y te encuentro a ti y a tu exmujer hablando de darle otra
oportunidad. ¿Y me preguntas por qué estoy enfadada? —chillé. El tono
lastimó mis propios oídos.
—Ella estaba hablando sobre reconciliarnos. ¡Yo no!
297
—No he oído un rotundo «oh, diablos, no» de tu parte —le respondí.
Se hundió débilmente en el sillón y se frotó la cara con las manos.
—Scarlett, estoy un poco abrumado en este momento.
—¿Quieres volver con Johanna? —pregunté con calma, en voz baja.
—¡No! No quiero. Esa no es una opción, ni una posibilidad, ni algo
que quiera volver a considerar pase lo que pase.
Levanté los brazos.
—¿Entonces por qué demonios no lo dijiste?
Frunció el ceño, confuso.
—Intentaba explicarle…
Le corté con un gesto de la mano.
—Devlin, entiendo que verla haya sido un shock y entiendo que se te
exija cortesía profesional en la mayoría de las situaciones, pero esa mujer
te mintió, engañó y decepcionó y luego decidiste que debías aceptarla
de nuevo.
—Espera —dijo, levantando las manos—. ¿No estarás enfadada
porque se ha presentado aquí, sin invitación, debo añadir?
Miré al techo y recé por tener paciencia. Los buenos modales estaban
calados hasta los huesos de este hombre.
—¡No! ¿Quién podría culparla? Eres un puto gran partido y se acaba
de dar cuenta del estúpido desastre que ha hecho de su vida por ser
avariciosa. ¡Estoy enfadada porque sentiste que necesitabas darle la
noticia tan sutilmente que ella todavía pensaba que tenía una
oportunidad!
—Scarlett, no todo el mundo es como tú y no todos los lugares son
como Bootleg. Hay reglas para las interacciones sociales.
—Ella te lastimó, te humilló y puso en riesgo tu carrera. Y ni siquiera
puedes decir un buen «jódete» más allá de tus labios. No puedo enviarte 298
de vuelta al mundo siendo tan vulnerable, Dev. ¡No puedo hacerlo!
—¿De qué estás despotricando?
Parecía conmocionado, como el superviviente de un accidente
traumático. Probablemente así había sentido el abrupto final de su
matrimonio. Traumático. Y ella había vuelto tan campante como la
idiota abusiva que es.
Caminé hasta él y me arrodillé.
—Llegaste aquí resquebrajado, si no roto. Y tienes que tener cuidado
de no volver a ponerte en esa situación. Le abriste la puerta a Zorrana y
ella entró, figurativa y literalmente. No puedes dejar que piense que
tiene una oportunidad. Tienes que olvidarte de ser educado todo el
tiempo y centrarte en ser poderoso.
—Pensé que estabas enfadada porque estaba hablando con mi
exmujer —dijo.
—¡Santa mierda! Pon atención, McCallister. Te has pasado toda la
vida siguiendo las reglas y mira adónde te ha llevado. Quiero que tomes
las riendas como lo haces en el dormitorio.
Miró a nuestro alrededor como si se preocupara por el público.
—¿Ves? ¡Justo eso! —Lo señalé con un dedo acusador y me levanté
para tranquilizar mi furia—. Te preocupa cómo se ve, cómo suena. ¿Por
qué no dices la verdad y sigues adelante?
—No es como se…
—Hace. Lo sé. Lo sé. Bien. ¿Pero no se te ha ocurrido pensar que las
cosas se hacen mal? —Volví junto a él y le puse las manos en las rodillas.
Parecía aturdido—. No estoy tratando de ser mala, Dev. No quiero que
vuelvas a estar en la posición en la que Johanna te puso. Y te aseguro
que no quiero que alguien sienta que merece una segunda oportunidad
contigo.
—Actúas como si yo fuera un niño indefenso —dijo Devlin, 299
totalmente irritado.
¿Habrá visto lo que ella le hizo cuando él vino aquí? Un hombre a
punto de quebrarse. Un hombre solo y a la deriva. No iba a devolverlo
a la familia que lo abandonó y a la mujer que se aprovechó de él sin
mejorar su arsenal.
—No creo que seas un niño indefenso. Creo que sólo estás dispuesto
a tomar lo que quieres cuando estás desnudo.
—Ahora estás siendo ridícula —anunció Devlin, poniéndose en pie.
—¿Yo estoy siendo ridícula? ¿Yo estoy siendo ridícula? —Me levanté
de un salto, alejándome de él.
Se acercó a mí.
—Aclaremos algunas cosas —dijo en voz baja. Sentí que se me
aceleraba el pulso. Ya no era el exmarido conmocionado. Era un
depredador, un cazador. Me encantaba así, con su elegante poder y su
firme deseo.
El aire se cargó entre nosotros con el cambio. Ahora no era sólo ira.
Era ira en guerra con el deseo. Y me di cuenta de que le gustaba. Esto es
lo que quería para él. Pero necesitaba liberarlo. Tenía que ser capaz de
valerse por sí mismo sin mí.
—¿Por qué actúas como si fuera a volver y nunca te veré de nuevo?
—exigió Devlin.
No quería decirlo. No estaba bien decirlo.
—¿Qué me estás ocultando?
«Demasiadas malditas cosas». Hasta que no supiera que podía probar
que mi padre no tenía nada que ver con la desaparición de Callie, no
podría haber nada entre Devlin y yo.
—Lo nuestro no va a funcionar —dije en voz baja. Mis propias
palabras me cortaron. No se echó atrás y di gracias a Dios por los 300
pequeños milagros.
—Scarlett, tú y yo funcionamos mejor que nadie.
Sacudí la cabeza. No sabía cómo decírselo sin decírselo.
—Soy un lastre para ti. No actúo de la forma en que necesitarías que
lo hiciera.
—¿De dónde viene esto?
—Dev, cuando estábamos en esa fiesta, la gente era amable conmigo
en la cara. ¿Pero a mis espaldas? Ellos discutían animadamente tu crisis
de la mediana edad y como pasaste de mal a peor con una pueblerina.
No te ayudaré con tu carrera. Por la que has estado trabajando toda tu
vida. Eso es algo que esa gacela con la que te casaste hizo bien.
—Que se jodan —espetó—. Y que se joda ella. Estamos hablando de
nuestra vida, Scarlett.
—Pero no hemos hablado de esto. Realmente hablado de ello.
Tenemos sexo. Salimos. Pero ambos sabemos que no te vas a quedar
aquí. Y yo no encajo ahí. No soy lo que necesitas.
—Eres a quien «quiero». —La vehemencia de su voz me hizo sentir
punzadas de dolor y un deseo tan feroz que no creí poder soportarlo.
Quería ser adecuada para él. Quería cubrirle las espaldas y tenerlo
sobre su espalda. Pero hasta que no supiera cómo había acabado aquella
chaqueta en casa de mi padre, no podía pedirle que fuera mío. No podía
exigirle ese tipo de compromiso. No cuando significaría renunciar a
todo por lo que había trabajado toda su vida.
—Creo que en el fondo lo sabes —dije, fingiendo que su último
comentario no significaba nada para mí—. Tus padres lo saben. Tus
estúpidos conocidos lo saben. Demonios, hasta Johanna lo sabe. ¿Por
qué crees que estaba tan segura de que la dejarías volver? Le hablaron
de mí. Dañaré tu carrera y estarás resentido conmigo. O te guardaré
rencor por alejarme de mi hogar y tratar de convertirme en alguien que 301
no soy.
Había dejado de discutir y se me rompió un poco el corazón.
—No necesitamos hablar de esto ahora —dijo finalmente. No podría
decir si estaba resignado a la verdad o reagrupándose.
Me sentí aliviada.
—Mira, lo único que tenemos que discutir en este momento es que
cuando vuelvas a tu antigua vida, no seas el mismo blandengue
educado. Luchaste por mí. Te enfrentaste a mis hermanos por mí. Espero
que hagas lo mismo por ti.
—¿Quieres que coja lo que quiero? —dijo, bajo y áspero.
Asentí, mis ojos se abrieron de par en par al ver su cambio.
Pateó la otomana para apartarla de su camino, una muestra de mal
genio que no había visto antes en él. Devlin ejercía control en todas las
cosas. Y a veces ese control se interponía en la vida real. La única vez
que se desataba era en la cama conmigo.
—Reprimir las cosas no va a servir de nada, Dev —le recordé—.
Tienes que desahogarte. Fuiste duro con mis hermanos, que se lo
merecían. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo por ti?
—Tengo responsabilidades —insistió.
—¡A la mierda tus responsabilidades! ¿Son realmente tus
responsabilidades si otro te las echa encima? —¿Y no lo sabía yo de
primera mano?
—¿Sabes lo que quiero, Scarlett? —Su voz era tan áspera como la
grava.
Asentí con la cabeza. Sabía exactamente lo que necesitaba.
«Liberación».
Llevé la mano a la cintura de sus calzoncillos.
302
—Arrodíllate —siseó.
Capítulo 40
Scarlett
Mis piernas cedieron, me hundí en el suelo y le bajé la cremallera.
Cuando metí la mano en la abertura, lo encontré ya medio empalmado.
—¿Te gusta verme de rodillas? —susurré.
Su polla se hinchó en mi mano. Oh, sí. Le gustaba verme así delante
de él. Dispuesta y esperando.
Le acaricié el pene con la mano, sin apretar. Él observaba cada uno de
mis movimientos y yo estaba encantada de darle un espectáculo. Me
303
lamí los labios y me incliné para pasar la lengua por la coronilla. Su
respiración se convirtió en un silbido. Con la parte plana de la lengua,
lamí la parte inferior de su pene y, cuando llegué a la hendidura donde
empezaba a acumularse la humedad, a Devlin le temblaron las rodillas.
—Otra vez —ronroneó. Le obedecí, usando mi lengua como un arma.
Esta vez, cuando llegué a su cabeza morada e hinchada, abrí los labios
y me llevé su polla a la boca.
Su gemido era música para mi alma. Sentí cálido ese insistente latido
entre mis piernas. Complacerle me hacía sentir húmeda y necesitada.
Nunca había sentido esto con nadie. La mecánica era la misma, cóncavo
y convexo, pero de algún modo cada caricia significaba más con Devlin.
Me lo llevé al fondo de la garganta y lo sostuve allí. Él me lo permitió,
un bajo retumbar surgiendo de su pecho.
—Nunca he visto nada más hermoso que tú de rodillas así —gruñó.
Mis muslos se apretaron por voluntad propia. Quería que me
invadiera. Quería que me penetrara hasta que gritara. Pero yo quería
darle esto más.
Empuñé los últimos centímetros a los que no podía llegar y empecé a
trabajarlo con la mano y la boca.
La cabeza de Devlin se echó un momento hacia atrás, pero cuando
pasé la lengua por debajo de su coronilla, todo cambió.
—Joder, Scarlett —siseó. Me metió las manos en el pelo, asumiendo el
control con brusquedad. Sus dedos se cerraron en mi pelo, agarrándolo
hasta que me dolió el cuero cabelludo. Devlin lo utilizó para controlar
mi ritmo sobre su polla.
Empezó a follarme la boca despacio, sin prisa. La cabeza se introdujo
en mi boca hasta el fondo de mi garganta. Tragué convulsivamente
alrededor de su circunferencia.
—Sí, bebé. Justo así. —Ya no era tan lento. Levanté la mano que tenía 304
libre para tocarle los huevos. Me encantaba sentirlos aterciopelados en
la palma.
Levanté la vista hacia él y me encontré con que me observaba con ojos
entrecerrados. Su respiración era agitada y me di cuenta de que estaba a
punto de correrse. Le di un tirón en las pelotas y se estremeció en una
mezcla de placer y dolor.
Enredó mi pelo en una mano y apoyó la otra en la pared detrás de
nosotros.
—Voy a correrme en tu boca, dulce Scarlett.
Gemí y tragué con fuerza.
—Joder, bebé. —Apretó las palabras.
Me dolía la mandíbula. Pero necesitaba saborearlo, necesitaba
regalarle este momento. Que se metiera dentro y se perdiera. Liberar la
ira, la frustración, la ansiedad. Sentí cómo se endurecía dolorosamente,
cómo se le erizaban las pelotas. Lo sentí todo. El dolor entre mis piernas,
el palpitar de mi corazón mientras la adrenalina me recorría
empujándome más allá de la incomodidad. Y entonces se corrió.
Con un ruido largo y gutural, Devlin se corrió en mi garganta. Grueso
y salado y tan satisfactorio. Flexionó sus dedos en mi pelo, acercando su
frente a la pared detrás de mí, y soltó su semilla dentro de mí. Gruñó,
dolorido y satisfecho, mientras yo tragaba cada oleada de su
eyaculación.
Nos desplomamos en el suelo, jadeando. Seguía descaradamente
empalmado.
—Maldita sea, Scarlett —respiró.
—De nada —dije con una media risa entrecortada.
Me hizo girar sobre la alfombra, estirándose encima de mí.
—Tienes dos segundos para quitarte estos jeans.
305
No me moví lo bastante rápido para su gusto y Devlin me soltó el
cinturón y me bajó los pantalones de un tirón. Conseguí liberar una
pierna, y entonces él estaba empujándose dentro de mí. Hice un ruido
entre un suspiro y un grito cuando me llenó sin preparación alguna.
Estaba mojada, pero muy apretada, y tuvo que forzar hasta la
empuñadura. Estaba tan excitada que ya me tambaleaba al borde del
abismo.
—¿Cómo coño sigues tan duro? —jadeé, mis pechos aplastados contra
su pecho. No estaba siendo cuidadoso conmigo y me gustaba.
Se retiró y volvió a hundirse en mí, meciéndose contra aquel manojo
de nervios. La fuerza de su empuje nos hizo retroceder en el suelo.
—Tienes ese efecto en mí —dijo acusadoramente. Levanté las rodillas,
dándole el acceso más profundo posible.
Al cuarto empujón, me corrí. Mis paredes se cerraron en torno a él en
un apretón mortal que le hizo gemir en mi oído mientras me follaba
contra la alfombra. La madera dura y la lana me raspaban la espalda.
Pero me corría en explosiones de color, luz y calor.
—¡Scarlett! —Era una pregunta, un grito, y luego me estaba llenando
con una segunda descarga. Lo sentí correrse dentro de mí, sentí el
temblor y la oleada caliente de su semilla al derramarse dentro de mí.
Nos corrimos juntos, los orgasmos se ordeñaron mutuamente y se
mezclaron en un hermoso y oscuro momento de santidad. Devlin
empujó sus caderas contra mí y se mantuvo así hasta que nuestros
clímax se ralentizaron y se desvanecieron.
—Probablemente debí preguntarte si tomabas anticonceptivos —dijo,
con la cara hundida en mi cuello.
—Creo que acabamos de hacer un bebé —susurré.
Levantó la cabeza, el pánico le daba energía rápidamente.
Me reí al ver su cara de sorpresa.
—¡Es broma! —Le di un golpe en el hombro—. Claro que tomo 306
anticonceptivos.
Volvió a bajar y me mordió el hombro.
—Eres malvada.
—Te encanta.
—Sí. Así es.
Capítulo 41
Devlin
No habíamos resuelto nada en los dos días que habían pasado desde
que Johanna apareció en mi puerta. Y al seguir sin resolver nada, ambos
hicimos todo lo posible por fingir que todo iba bien. Pero ahora sabía
que Scarlett había tenido un reloj con cuenta regresiva en su mente
cuando se trataba de nosotros.
Y ahora yo también lo tenía.
Sujeté la puerta de la cafetería para Scarlett y la seguí hasta el 307
reservado que Clarabell nos había indicado. Era temprano y ella tenía
mucho trabajo, así que decidimos desayunar juntos en lugar de cenar.
Se metió en el reservado y cogió el menú. Me di cuenta de que cada
vez pedía algo diferente. La variedad era la sal de la vida de Scarlett, que
nos proporcionó un verano inolvidable juntos y nada más. Me dolía que
no estuviera dispuesta a intentarlo al menos, que estuviera tan dispuesta
a darnos por perdidos.
Pero ya había tomado una decisión y no sabía cómo convencerla de lo
contrario. ¿Qué iba a hacer en Annapolis? ¿Colgar un letrero y ofrecer
sus servicios de mantenimiento? No podía esperar que lo dejara todo
para apoyarme a mí y a mis sueños. Si seguían siendo mis sueños… No
era un error que volvería a cometer, pedirle a una mujer que se entregara
a mis objetivos.
Scarlett me sonrió al otro lado de la mesa, pero no se reflejó en sus
ojos. Ambos habíamos decidido evitar preguntarnos qué está mal. Iba
vestida con jeans y una camiseta sin mangas. Su uniforme de trabajo para
el verano en Bootleg. No había nada que Scarlett pudiera ponerse que
yo no encontrara sexy. Desde pantalones de pijama a cuadros hasta
pantalones cortos y camisetas de tirantes salpicadas de pintura. Si estaba
en su cuerpo, quería quitárselo. A pesar de que nos habíamos etiquetado
como temporales y de que ambos parecíamos arrastrar el equipaje de
aquella decisión, seguía encontrándome sumergido en ella cada maldita
noche y corriéndome como si estuviera perdiendo parte de mi alma.
—Creo que hoy voy a comer un omelet —decidió alegremente.
—Para mí, claras de huevo y beicon de pavo —dije con menos
entusiasmo. Jonah se había convertido en mi entrenador y me estaba
guiando para salir de la fase de debilitamiento. Ya había recuperado
unos kilos de músculo.
Clarabell llegó con las bebidas habituales que ni siquiera tuvimos que
pedir.
—¿Qué van a querer hoy, tortolitos?
308
Observé atentamente a Scarlett en busca de una mueca de dolor, pero
no la vi. Pedimos y nos sentamos en el incómodo silencio que era nuestra
nueva norma.
—Así que… —empezamos los dos.
—Tú primero —dijo, refiriéndose a mí.
—Iba a preguntarte cómo van las cosas en casa de tu padre. —Me
había ofrecido a volver para ayudar, pero ella había insistido en que sus
hermanos y ella tenían todo bajo control.
Scarlett revolvió su agua helada con la pajilla.
—Despacio.
—¿Gibson y tú se hablan? —le pregunté.
Asintió y me dedicó una sonrisa sincera.
—Sí. Y gracias por eso. Ahora estamos todos de acuerdo.
—Como tiene que ser.
Asintió, pero la sonrisa se desvaneció y vi pesar en sus ojos.
—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó.
—Me estoy abriendo camino entre las comunicaciones de los electores
y un par de borradores para la próxima sesión —dije—. Deberíamos
poder aprobar por fin alguna legislación importante.
—Debes amar lo que haces —se aventuró a decir, mirándome con esos
grandes ojos esterlinos.
—Me gusta más la idea que la realidad —confesé.
—¿En serio? —preguntó.
—Hay muchas cosas que me impiden hacer realmente el trabajo para
el que fui elegido.
—¿Alguna vez has deseado hacer otra cosa?
309
Sentí el peso de la pregunta y me pregunté si había esperanza en sus
ojos. Pero nunca le había mentido a Scarlett. No lo hacíamos.
—Nunca me he planteado hacer otra cosa —le dije.
Su rostro lucía desabatido.
Clarabell volvió con nuestro desayuno y comimos en silencio hasta
que Scarlett tiró el tenedor.
—Esto es lo más estúpido del mundo, Dev. Me caes bien. Quiero cosas
buenas para ti. Por favor, ¿podemos aprovechar al máximo nuestro
tiempo juntos?
—Sigo obsesionado con el hecho de que insistas en que no encajamos
juntos.
Se levantó y rodeó la mesa, deslizándose hacia mi lado del reservado,
de modo que quedamos codo con codo.
—¿Crees que eso me alegra? Si pensara por un segundo que soy buena
para ti, estaría empacando mis cosas, haciéndome las uñas, aprendiendo
a perder el acento y yéndome a Annapolis. Pero ambos sabemos que
sería un completo desastre como… novia de un político. No encajo. Y no
creo que te guste el cambio que tendría que hacer para encajar.
Tiene razón y odio eso. Scarlett se inclinó hacia mí, su brazo desnudo
rozó mi antebrazo.
—Esto es una mierda —dije escuetamente.
—Pero no tiene por qué serlo —insistió. Me rodeó el brazo con una
mano delgada y apretó.
»Que no encajemos permanentemente no significa que debamos tirar
por la borda el resto de nuestro tiempo juntos. Me encanta estar contigo,
Devlin. Y voy a atesorar estos recuerdos por el resto de mi vida. También
probablemente me haga lesbiana porque ningún hombre va a estar a tu
altura en la cama.
310
Me reí, aunque no quería. Scarlett tenía ese efecto en mí y me pregunté
cómo en unas pocas semanas había pasado de preguntarme cómo
podría armar los pedazos de mi vida a desear pasar el resto de ella con
una chica sexy de cabello castaño que podía beber más que yo.
—Sólo quiero aprovechar al máximo nuestro tiempo juntos. ¿De
acuerdo?
¿Cómo podría cualquier hombre del mundo mirar en la profundidad
gris de esos ojos y decir que no?
—De acuerdo, Scarlett.
Me sonrió, y parte del hielo de mi pecho se derritió.
Desayunamos en el mismo lado de la cabina, aislados del resto del
restaurante, e hicimos planes para el resto de la semana. Me sentía más
ligero que cuando llegamos, pero la idea de una vida sin Scarlett aún me
dejaba un vacío.
Caminé detrás de ella hasta la puerta y esperé su ritual casual con el
cartel de desaparecida. Tal como Scarlett lo había dicho, como un
Bootlegger adoptivo, me habían adoctrinado en las teorías,
conspirativas o no, cada vez que ponía un pie en el pueblo.
Vi el titubeo en su paso, la ligera pausa, antes de que Scarlett pasara
por alto el cartel y empujara la puerta principal con la mirada al frente.
«Raro».
Nunca la había visto simplemente salir por la puerta. Me detuve y me
quedé mirando el cartel.
—Vamos, Dev —dijo Scarlett, con la voz apretada—. Te llevaré de
vuelta antes de ir a trabajar.

311
Capítulo 42
Devlin
Ojeé los estantes de la tienda de comestibles y consulté mi lista,
frunciendo el ceño al ver la letra de Jonah. Esta noche iba a cocinar para
Scarlett. Jonah me había dado un menú rico en proteínas que hasta un
idiota podría hacer. Miré las ofertas de pechugas de pollo. Estaba
demasiado distraído para elegir las adecuadas.
—Si sigues mirando así a esos pollos, todos se levantarán y saldrán
volando —dijo Opal Bodine. Llevaba un overol sobre su alta y delgada
figura y el pelo corto y oscuro recogido bajo una gorra.
312
Relajé el rostro y le ofrecí una sonrisa.
—Cocinar me estresa —dije con desgana.
—Por eso hacen comida para llevar —dijo Opal con un guiño. Cogió
un paquete de muslos de pollo y los metió en su cesta—. ¡Nos vemos en
el partido!
No había jugado ni una entrada más con los Cresta de Polla de
Bootleg. La resaca no merecía la pena. Pero había asistido a unos cuantos
partidos desde entonces y me había mantenido bien hidratado.
Empujé el carrito por el pasillo, pasando a la parte de especias de la
lista de Jonah, y mi mente volvió a pensar en Scarlett.
Como abogado, había desarrollado un cierto sentido para saber
cuándo la gente me estaba ocultando algo. Como político, ese sentido se
afiló tanto como una navaja. Scarlett me estaba ocultando algo. Algo que
la había puesto tensa y nerviosa. Algo que la mantenía tan atada a su
propia mente que se había alejado de mí.
¿Era asunto mío? Me pregunté, cogiendo un frasco con tomillo y
echándolo al carro. Scarlett, a todos los efectos, habrá roto conmigo en
cuanto regresé a Annapolis. Estaba convencida de que sería un estorbo
para mí, para mis ambiciones y yo no entendía cómo había llegado a esa
conclusión o por qué no había exigido al menos hacer alguna concesión.
Sí, la gente había hablado durante y después de la barbacoa. Sin
embargo, muy poco había sido negativo. Ella era refrescante, honesta e
interesante. Eso la hacía destacar.
¿Por qué no intentamos lo de la larga distancia al principio? O por qué
no me había exigido que lo dejara todo y me mudara aquí. Tenía que
admitir que al menos lo consideraría. Scarlett me hacía feliz de una
manera que nunca había experimentado, pero ella estaba empeñada en
la idea de que era mala para mí.
Su comportamiento había cambiado incluso antes de la barbacoa. 313
Pensé en el día en casa de su padre. Me pregunté si me había perdido
algo.
Cogí un frasco con romero seco y lo comparé con las ramitas frescas
que Jonah había puesto en la lista.
—¿Cuál es la maldita diferencia? —murmuré.
—El que está en la bolsa de plástico es fresco. El otro está seco, lo que
le da un sabor fuerte con menor cantidad.
—Hola, June —dije, volviendo a colocar la hierba en el estante.
—Hola. —Cogió un bote de eneldo y lo echó en su cesta.
—¿Sabes mucho de cocina? —pregunté, entablando una conversación
trivial.
—Sé mucho sobre muchos temas.
—Bueno, hola guapo —ronroneó alguien detrás de mí.
Me giré y encontré a Misty Lynn con unos pantalones cortos que se
considerarían indecentes en un club de striptease y una camiseta que
mostraba el vientre. Llevaba un paquete de chicles Nicorette y una caja
de tinte rubio platino en el carrito.
—Hola, Misty Lynn —dije llanamente. Pasara lo que pasara entre
Scarlett y yo, no iba a enredarme en la telaraña que estuviera tejiendo
Misty Lynn.
—¡Y mira! Es el robot favorito de Bootleg, JuneBot. —La sonrisa de
Misty Lynn se convirtió en una mueca.
June suspiró a mi lado. Ignoró a Misty Lynn y cogió un bote de
pimienta de limón de la estantería.
—Espero que no te esté molestando —me dijo Misty Lynn en un
susurro teatral—. No es buena con la gente. Creo que está en el E-S-P-E-
C-T-R-O.
Parpadeé, tratando de procesarlo. 314
—Se refiere al espectro —me dijo June—. Afirma que me han
diagnosticado una forma de autismo, cuando en realidad sólo se siente
amenazada por mi intelecto superior. Mientras sopesaba las ofertas de
becas universitarias en el penúltimo año del instituto, Misty Lynn
ofrecía sexo oral a cambio de sobresalientes.
June no parecía de las que mienten. Y, a juzgar por el ceño fruncido
de Misty Lynn, acababa de decir la verdad.
—¡Eso es una sucia mentira, June Tucker! ¡Retira lo dicho!
June parecía perpleja.
—El señor Hower, el profesor de trigonometría, fue despedido por tu
relación con él. ¿No recuerdas? La señora Hower pidió el divorcio…
—¡Cállate la boca ahora mismo! ¿Me oyes? —Misty Lynn clavó una
uña morada en el pecho de June.
Me interpuse entre ellas.
—¿Por qué no nos tomamos un respiro? —sugerí antes de que Misty
Lynn fuera a por los ojos de June con esas garras.
El rostro de Misty Lynn se transformó y empezó a coquetear. Un
camaleón social.
—No le hagas caso a Juney. No está bien de la cabeza, si sabes a lo que
me refiero. —Dibujó, girando un dedo alrededor de su oreja—. Sabes,
Devlin. Me gustaría conocerte mejor. —Bajó las pestañas en un guiño
digno de una sirena de película.
Me aclaré la garganta. ¿Qué les pasaba a las mujeres esta semana?
—Estoy con Scarlett —le recordé. Por temporal que fuera, estaba
comprometido con nuestra relación.
Y Misty Lynn me aterrorizaba.
Hizo un puchero.
—Solo estoy siendo amable —me aseguró, pasándome las uñas por el 315
antebrazo.
«Joder». Esta vez no estaba Scarlett para sacarme del apuro.
Aparté la mano de Misty Lynn de mi brazo y la dejé caer.
—Mira, Misty Lynn, simplemente no me interesas.
—¿No te intereso? —Tenía la boca tan abierta que podía verle la encía.
Por lo visto, no le solían decir «no me interesas».
Ignoré mi necesidad de suavizar el golpe.
—Así es. No me interesas. Ahora, ¿qué tal si seguimos con nuestras
compras?
Misty Lynn fulminó con la mirada a June, quien la miraba fijamente.
—¿Qué demonios estás mirando? —siseó, golpeando el hombro de
June mientras pasaba furiosa.
—Una mujer que parece incapaz de captar una indirecta —dijo June
rotundamente.
Me pellizqué el puente de la nariz y esperé que la burla no la hiciera
volver. Pero Misty Lynn se limitó a mirarnos por encima del hombro y
se marchó dando pisotones, con las chanclas golpeando el suelo de
baldosas.
Entre Scarlett, Johanna y Misty Lynn, había tenido mi ración de
teatralidad alimentada por estrógenos durante la semana.
—Adiós —dijo June bruscamente y se marchó, dejándome solo con
mis hierbas y especias.
Terminé el resto de la compra y evité con éxito cualquier otro contacto
humano innecesario hasta el cajero.
Marge, como rezaba su etiqueta, escaneaba y embolsaba alegremente
mientras mantenía una sesión de chismes con cada cliente. Yo incluido.
Mi mirada se desvió hacia el cartel de desaparecida que colgaba bajo 316
la luz de su caja registradora. Asentí con la cabeza, medio escuchando
las últimas noticias sobre una pelea entre el trío de banjo formado por el
alcalde, el jefe de policía y la señora Morganson, la profesora de tercero.
Marge siguió mi mirada.
—Qué pena, ¿verdad? —dijo. Así empezaban todas las
conversaciones sobre la desaparición de Callie—. En un par de semanas
se cumple el aniversario de su secuestro y asesinato. Su padre ha vuelto
al pueblo al menos por un tiempo. Es juez, pero suele pasar aquí más o
menos un mes en verano. ¿Qué crees que le ha pasado? —preguntó
Marge alegremente.
Abrí la boca para contestar cuando el texto me llamó la atención.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Capítulo 43
Devlin
Conduje a casa aturdido mientras mi mente le daba vueltas a todo.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Scarlett había encontrado una chaqueta roja de punto escondida entre
las cosas de su padre. Una chaqueta que identificó como de Callie. Poco
después del descubrimiento, Scarlett había alegado agotamiento y la
llevé a casa. Luego no la había vuelto a ver en dos días. Cuando por fin 317
volvió, fue con la idea de que éramos demasiado incompatibles para que
esta relación funcionara más allá de un verano en Bootleg.
Golpeé el volante con frustración.
Me había hecho a un lado. Me había ocultado algo enorme cuando yo
era la persona que podía ayudarla. Si esa chaqueta era la que Callie
Kendall había llevado por última vez, a los Bodine les vendría bien un
abogado. Habría una investigación. La prensa se abalanzaría sobre un
nuevo avance en un caso sin resolver como este. Ese tipo de atención se
extendería a todo, convirtiendo sus vidas privadas en un circo público…
«Y por eso estaba terminando las cosas conmigo».
Me detuve en la entrada y recosté la cabeza contra el asiento.
No había ni rastro del alguacil ni de ningún otro agente de la ley en la
puerta de al lado y si Scarlett hubiera denunciado la chaqueta, estaba
seguro de que se habría corrido la voz como el fuego. Sólo podía
suponer que había decidido guardarse el descubrimiento para sí
misma… quizá también para sus hermanos.
Tenía muchos sentimientos al respecto. Conflictivos. Scarlett no
confiaba en mí para hacerme partícipe. Y no iba a dejar que eso me
impidiera ayudarla.
Llevé la compra dentro y la guardé. Cogí agua, mi portátil y una
libreta de notas y me instalé en el pequeño despacho de Estelle. La
investigación era una de mis obsesiones. Me encantaba encontrar
respuestas.
Empecé por los artículos originales sobre la desaparición. Los
artículos eran en su mayoría locales al principio y luego se extendieron
por todo el país a medida que las horas se convertían en días y los días
en semanas. Compartían la misma información una y otra vez. Las
últimas personas que la vieron fueron unos amigos adolescentes que se
habían reunido en el lago, en una playa rocosa frecuentada a menudo
por los lugareños en la cálida noche de julio. 318
Los testigos, algunos de los cuales he conocido, como Nash, Misty
Lynn y Cassidy Tucker, dicen haberla visto caminar de vuelta al pueblo
por la calle Aguardiente. Según sus padres, el juez y la señora Kendall,
Callie nunca regresó a su casa en el paseo Bares Clandestinos, frente al
lago.
Imprimí un mapa y señalé su posible recorrido. La playa de la que se
había ido estaba a menos de doscientos metros de la casa de los Bodine,
pero habría caminado en dirección contraria hacia el pueblo,
manteniendo el lago a su izquierda mientras viajaba hacia el oeste.
Llevaba una chaqueta de manga larga en una calurosa noche de
verano. Lo cual me pareció extraño. ¿No solía hacer suficiente calor para
prescindir de la chaqueta? La curiosidad me llevó a buscar imágenes.
Todas las fotos mostraban a una chica joven y guapa con una sonrisa
tímida que siempre llevaba manga larga. Tomé nota de nuevo y pasé al
siguiente hilo del que tirar.
Me di dos horas para empaparme de todo lo relacionado con la
desaparición de Callie. Tropecé con un foro de teorías conspiratorias
sobre la desaparición. El peligro de adentrarme mucho en ellas era real,
pero hice una lista de todos los sospechosos que nombraban los
miembros del foro. Era una lista corta y no incluía a Jonah Bodine padre
ni a ninguno de los chicos Bodine. Necesitaba saber quién había sido
investigado, entrevistado. Necesitaba acceso a esas notas.
Golpeé un ritmo con el bolígrafo en la libreta ahora llena de notas.
Había una persona en la que Scarlett confiaba implícitamente y era la
misma persona que podía conseguirme información. Me debatí durante
diez minutos, sopesando lo enfadada que Scarlett se pondría conmigo
por hacer la llamada y lo que podría descubrir si la hacía.
No quería mi ayuda, pero la iba a tener.

319

Treinta minutos más tarde, me senté junto a Cassidy Tucker en The


Lookout. No llevaba puesto su uniforme de oficial del alguacil y eso me
hizo sentir como si mantuviera una conversación informal.
—Si se trata del tipo de diamante favorito de Scarlett, más vale que
ahorres tu dinero, Dev. Le prometió a su madre que no se casaría antes
de los treinta —dijo Cassidy levantando su cerveza.
Llamé la atención de Nicolette y señalé la cerveza de Cassidy.
—No se trata de diamantes —dije—. Se trata de algo… delicado.
Los ojos de Cassidy se entrecerraron. Nicolette dejó mi cerveza con
una inclinación de cabeza y volvió a marcharse.
—Define delicado.
—Digamos que represento a la familia de alguien acusado de un
delito. —Esperé un momento y la miré fijamente. Quería saber si Scarlett
ya se lo había contado a Cassidy.
—Jesús, ¿qué hizo Scarlett ahora?
—Scarlett no hizo nada esta vez. Nadie hizo nada. Digamos que todo
esto es hipotético.
—No me gusta cómo está yendo esta conversación —dijo, sentándose
en su silla y cruzándose de brazos. Tenía los ojos fríos e inexpresivos de
un oficial de la policía.
—¿Vino a verte hace poco una buena amiga tuya con algo que
encontró? —le pregunté.
—¿Cómo qué? ¿Un perro desaparecido?
—Como algo relacionado con un crimen.
—¿A dónde quieres llegar, Devlin? 320
Esperé un momento y repetí la pregunta.
Cassidy suspiró, de mala gana.
—No. Nadie me trajo ninguna evidencia recientemente.
Scarlett confiaba su vida a Cassidy, pero no esto. Tenía que confiar en
ella o necesitaba levantarme y salir de aquí ahora mismo.
—Ya dilo, McCallister.
Me incliné y bajé la voz.
—¿Y si alguien encontró algo en la casa de un pariente fallecido?
¿Algo que estuviera relacionado con el mayor crimen jamás cometido en
Bootleg? —pregunté.
Cassidy se puso rígida. Miró a nuestro alrededor y se inclinó.
—¿Qué ha encontrado Scarlett? —preguntó con voz apenas por
encima de un susurro.
—Digamos que es mi cliente —dije.
—Bien. ¿Qué encontró tu cliente? —preguntó Cassidy.
—Primero, ¿qué no harías por Scarlett Bodine? —presioné.
Las cejas de Cassidy se alzaron hacia arriba.
—¿Qué no haría? No hay una maldita cosa en este mundo que no
haría por ella. Si necesita ayuda para enterrar un cadáver, estaré allí con
una pala y cinta adhesiva.
Asentí con la cabeza. Era la respuesta que quería y le creí.
—¿Qué llevaba puesto Callie Kendall cuando desapareció?
—Pantalones cortos, camiseta azul de tirantes, chaqueta roja y
chanclas azules —recitó la lista y recordé que Cassidy había sido una de
las últimas personas en ver a Callie con vida.
—Mi cliente —dije, poniendo énfasis en las palabras—, encontró una
chaqueta roja de punto, que coincide con la descripción, escondida entre 321
las pertenencias de sus padres fallecidos.
Cassidy se inclinó hasta que estuvimos casi nariz con nariz.
—¿Me estás tomando el pelo? —siseó.
Sacudí la cabeza y miré a mi alrededor para asegurarme de que
ninguna de las moscas del bar estaba escuchando.
—¿Y te lo dijo a ti y no a mí? —siseó Cassidy—. ¿Y no fue a la policía?
¿Qué le pasa? Voy a matarla.
Le puse una mano en el brazo.
—Ella no me lo dijo. Yo estaba allí cuando la encontró, pero no me
dijo que era lo que Callie llevaba cuando desapareció.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Cómo te has enterado?
Me encogí de hombros.
—Uní los puntos. Supongo que Scarlett está tratando de manejar esto
por su cuenta. Lo que sea que eso signifique.
—Si se corre la voz de que la primera pista en una década ha aparecido
en ese caso, tendremos a la policía estatal y al FBI y a los medios
arrastrándose por todo este lugar. Jesús, el juez Kendall acaba de volver
al pueblo.
Asentí con la cabeza.
—Y los Bodine estarán bajo el microscopio.
Se dejó caer en la silla.
—Maldita sea, Devlin. Pensé que me habías pedido que viniera para
hablar de anillos de compromiso.
Miré en las profundidades de mi cerveza.
—Ojalá. Scarlett decidió que esto es sólo una aventura de verano y
que, cuando vuelva a Annapolis, se acabó. 322
—¿Qué? —Cassidy dio un manotazo en la mesa. Mi cerveza se
derramó por el borde—. Esa chica está locamente enamorada de ti.
—Dijo que no funcionaríamos. Dijo que sería un lastre para mi carrera.
—Por la chaqueta —suspiró Cassidy, atando cabos—. No quiere
arrastrarte al circo.
—Creo que por eso tampoco te lo dijo —señalé.
—Pues que se joda —anunció Cassidy, cogiendo su cerveza—. Voy a
ayudarla.
—Ambos lo haremos, lo quiera o no —estuve de acuerdo.
Capítulo 44
Scarlett
La casa de Devlin olía a carbón. Todas las ventanas y puertas del
primer piso estaban abiertas de par en par. Vestido con pantalones
cortos de deporte y una camiseta, sacó el humo a la terraza con un paño
de cocina.
—Algo huele muy bien —dije, mirándolo entretenida.
—Graciosa —dijo Devlin secamente. Pero noté cómo su mirada se
detenía un segundo en el cuello redondo de mi camiseta de tirantes—. 323
Coge una toalla y ayúdame.
Saqué una toalla con una imagen de un gallo del cajón y abaniqué
desde la puerta principal hasta que el humo se disipó.
—¿Qué hay para cenar? —pregunté, entrando de nuevo en la cocina,
donde los trozos ennegrecidos de algún tipo de carne humeaban como
brasas.
—Es culpa de Jonah —dijo Devlin—. Su letra es ilegible.
—¿Jonah te está enseñando a cocinar?
Balanceó un brazo alrededor de la cocina arruinada y llena de humo.
—Obviamente no está funcionando.
Apoyé la mano en su brazo, complacida por los músculos que se
tensaban bajo mi tacto.
—Quizá deberíamos afrontar que ninguno de los dos pertenece
dentro de la cocina.
—Me niego a aceptarlo —anunció, dándome un beso superficial en la
frente.
Hundí la nariz en el cuenco tapado de la isla y encontré una ensalada
de papa amarilla. Saqué un cubito de papa y me lo metí en la boca.
Estaba inexplicablemente crujiente. Tragué con fuerza.
Devlin parecía tenso, un poco malhumorado. Podía entenderlo.
Nada entre nosotros había sido normal desde aquel día en casa de mi
padre. Escondí la chaqueta en un armario de la cocina e intenté fingir
que no existía. En mitad de la noche, había tenido un momento de pura
locura y me había preguntado qué pasaría si la tiraba, pero no podía
hacerlo. Sabía que tenía que llevarla a la policía. Tuve que desconectar
mi propia vida tal y como la conocía y fue un asco.
Todo en mi vida se había congelado en ese momento. No podía seguir 324
adelante en casa de mi padre sabiendo que podía haber otras pruebas
que lo relacionaran con Callie. No podía disfrutar de mi tiempo con
Devlin mientras él estuviera aquí porque cuanto más nos acercáramos,
más lo arrastraría a esto. Pero no iba a quebrarme. No iba a ser egoísta y
soltarle la verdad arrastrándolo y a su recién reparada reputación a este
lío.
Necesitaba hacer lo que había que hacer y sólo quería unos días más
con él.
Devlin me empujó los menús de comida para llevar.
—Elige —dijo.
Nuestros dedos se rozaron y sentí ese zumbido eléctrico recorrer mi
sangre. Había sido egoísta por mi parte seguir viéndole mientras
estuviera aquí.
—Sabes, Scarlett, si necesitas ayuda todo lo que tienes que hacer es
pedirla.
Fruncí el ceño.
—Creo que puedo elegir comida para llevar por mi cuenta muy bien.
Me miró y se frotó la barba con una mano. Dios, esperaba que
conservara la barba incluso después de regresar.
—Tienes amigas que estarían dispuestas a ayudarte.
Sentí un cosquilleo que me subía por la nuca. Hablaba como si supiera
algo.
Los menús para llevar se me cayeron entre los dedos flácidos y me
agaché a recogerlos. La puerta principal se abrió y se cerró.
—Huele como si alguien hubiera prendido fuego a la casa —anunció
Jonah, entrando en la cocina.
—Te culpo —dijo Devlin.
—Ni siquiera estaba aquí —argumentó.
—Está culpando a tu letra y pasemos a la parte en la que todos
325
decidimos qué tipo de comida para llevar vamos a pedir —sugerí.
Jonah sacó un taburete y se dejó caer para estudiar los menús. No es
que no los hubiera memorizado ya. Había tres sitios en el pueblo que
ofrecían comida decente para llevar y los habíamos probado todos de
forma rotativa durante las últimas semanas.
—Ya que están los dos aquí —dijo Jonah, estudiando la carta de pizzas
como si fuera la novela más fascinante del mundo—. Estoy pensando
que podría ser hora de que me vaya a casa.
—¿Qué quieres decir con «casa»? —pregunté. Sabía que no había
dedicado mucho tiempo a Jonah la última semana desde el
descubrimiento, pero no estaba dispuesta a dejar marchar a mi nuevo
hermano porque, lo más probable, era que no volviera.
—He estado aquí el tiempo suficiente. Me estoy poniendo nervioso.
Me gustaría volver al trabajo y dejar que los demás vuelvan a sus
rutinas.
—¡Pero no puedes irte! —Noté que Devlin daba un paso atrás, su cara
era una máscara de dolor, y luego desapareció. Seguí adelante—. Jonah,
acabamos de conocernos. No puedes hacer las maletas e irte a casa. ¿No
quieres quedarte y… y…?
—Formar parte de la familia y de la comunidad —dijo rotundamente
Devlin.
—¡Sí! ¡Eso! —estuve de acuerdo, señalándolo.
Jonah miró a Devlin y se comunicaron algo.
—Escuchen, creo que voy a dar una vuelta —anunció Devlin—. ¿Por
qué no se quedan a hablar?
Cogió sus llaves y se fue antes de que pudiera decir otra palabra.
326
—Bueno, ¿qué demonios fue todo eso? —pregunté cuando la puerta
se cerró tras él.
—Scarlett. ¿En serio? —Jonah me miró con desaprobación.
—¿Qué? ¿Qué le pasa a todo el mundo de repente?
—Me rogaste que me quedara porque no has terminado de conocerme
delante del chico al que le dijiste que se fuera a casa sin ti.
—¡Pero eso es diferente! Eres mi hermano —argumenté.
Jonah negó con la cabeza.
—¿Le pediste a Devlin que se quedara?
—¿Por qué demonios se quedaría Devlin aquí? Tiene su carrera, todo
planeado. Ha trabajado para ello toda su vida y no va a renunciar a todo
eso por una chica pueblerina en un pueblo rural.
Jonah abrió el refrigerador y sacó una cerveza.
—Supongo que nunca sabrás la respuesta si no preguntas.
Balbuceé tras él mientras salía de la habitación con la cerveza en la
mano.
—Supongo que entonces me prepararé la cena —dije a la habitación
vacía. Como Devlin se había ido a enfurruñarse y Jonah me juzgaba,
pensé que era más seguro y amable volver a mi casa. Me prepararía un
sándwich y luego pensaría si debía ir a ver a Cass o directamente a su
padre. ¿Tal vez podría rogarles que no se lo contaran a nadie hasta que
Devlin se fuera a casa?
El estómago me dio un vuelco cuando salí por la puerta trasera y bajé
corriendo las escaleras.
«¿Tal vez debería llamar a mis hermanos primero?». Así podríamos
hacer un frente unido. Me apresuré a través del bosque. La había cagado
guardando la chaqueta tanto tiempo. La familia de Callie merecía
respuestas, aunque fuéramos nosotros los que pagáramos el precio.
327
Atravesé el bosque hasta mi jardín y vi el auto patrulla de la policía
en mi entrada. Cassidy estaba apoyada en el capó con su uniforme. La
había visto de uniforme unas diez mil veces. Diablos, incluso la había
visto arrestar gente. Una vez incluso a mí. Pero nunca me había sentido
nerviosa cerca de la policía Cass.
—Buenas noches, Scarlett —dijo.
Ella lo sabía, joder.
—Bowie es un maldito boca floja en lo que a ti respecta —dije
rotundamente. No podía creer que mi propio hermano había ido tras
mis espaldas.
—No sé de qué estás hablando —dijo suavemente, alejándose del
auto—. Pero sí sé que tienes algo que quieres decirme.
Cassidy no solía mentir tan bien. Ya me ocuparía de Bowie y su
enamoramiento más tarde.
Suspiré. Ya no había vuelta atrás.
—Entra entonces.
Cassidy me siguió al interior. Había estado en mi casa cientos de
veces. Habíamos reído borrachas sobre hombres y comido demasiadas
pizzas y docenas de alitas bajo este techo. Habíamos bebido cerveza y
tomado el sol en el muelle y ahora estaba a punto de confesar haber
ocultado pruebas. Un crimen. Lo había buscado en internet.
—¿Estás enojada? —pregunté.
—¡Claro que sí, estoy enfadada! Estoy enfadada porque no me lo
dijiste, Scar. ¿En qué demonios estabas pensando?
Me restregué las manos por la cara.
—¿Me lo preguntas como policía o como mi mejor amiga?
Como respuesta, me dio una bofetada en la nuca.
—¿Qué crees, estúpida? 328
Solté una débil sonrisa.
—La encontré y me llevó unos minutos hacer la conexión. Sabía que
era suya, pero no me di cuenta de que había desaparecido con ella y
cuando lo hice… —Tomé aire y sacudí la cabeza—. Sólo quería alejar a
Dev todo lo que pudiera de esa chaqueta.
—No te habría delatado, idiota.
—Lo sé. Pero querría involucrarse y se presenta a la reelección el año
que viene. Eso no sería una opción si estuviera enredado con la hija de
un potencial… lo que sea que vayas a decir que es papá. Es complicado
salir conmigo. Creo que podríamos haber hecho que funcione, pero no
hay manera de que la carrera de Dev sobreviviera a una investigación
de asesinato.
—Incluso si tu padre tuvo algo que ver, que no estoy diciendo que lo
tuviera, tú no tuviste nada que ver. Ninguno de ustedes lo hizo.
—Sí, pero somos los que quedamos. Habría habladurías de nosotros
hasta la muerte. Tendríamos a los medios en nuestras puertas. No puedo
pedirle a Devlin que me apoye en todo eso.
—Lo haría —señaló Cassidy sin rodeos.
—«Sé» que lo haría. Y por eso no le voy a pedir que lo haga.
—Porque lo quieres.
No quería hablar de si quería o no a Devlin cuando de lo que
realmente teníamos que hablar estaba en una bolsa en el armario.
—Acabemos con esta parte —dije. Abrí la puerta del armario y saqué
la bolsa.
Cassidy la manejó con cuidado.
—Jesús. No me lo creía hasta este momento —confesó.
—No es que no confiáramos en ti, Cass. Es sólo que no quería
arrastrarte a este lío… todavía. Si te hace sentir mejor, Bowie quería 329
arrastrarte enseguida. —Y por lo visto se había ido corriendo a la puerta
de al lado con remordimiento y corazones en los ojos.
Cassidy gruñó, insatisfecha, y no la culpé. Si me hubiera ocultado algo
así, me habría molestado, pero ahora no era el momento de disculparse.
Era el momento de la verdad.
—Tiene manchas salpicadas —dije, moviendo la barbilla hacia la
chaqueta—. Yo no las noté, pero Jameson sí.
—Hum —dijo Cassidy.
Pude ver sus tuercas de policía girando.
—¿Quiénes han tocado todo esto? —preguntó.
Hice una mueca de dolor.
—Sólo yo sin la bolsa. Bowie y Jameson con la bolsa.
—¿Por qué no invitar al equipo de fútbol del instituto Bootleg a jugar
al escondite con ella? —Cassidy era sarcástica cuando estaba enfadada—
. Voy a necesitar que me lleves a donde lo encontraste —dijo.
Asentí con la cabeza.
—Para tu información, no tocamos nada más en la casa después de
encontrarla.
—Al menos hicieron una cosa más o menos bien —suspiró Cassidy—
. Por eso llevamos estas cosas a la policía inmediatamente. Encontramos
cosas que la gente normal no encuentra. Los forenses y todo eso. —Se
dejó caer en una silla—. Jesús, recuerdo la noche que desapareció.
Recuerdo que a la mañana siguiente mi padre recibió la llamada de que
no había vuelto a casa. Recuerdo verla alejarse del lago vistiendo
exactamente esta chaqueta.
—Lo recuerdas todo —dije.
—¿Sabías que esta es la razón por la que me metí en las fuerzas del 330
orden? —preguntó Cassidy.
—No tenía ni idea. Creía que querías ser como tu padre —le dije.
—Eso fue parte de ello, pero recuerdo que necesitaba respuestas,
¿sabes? Alguien ahí afuera sabe exactamente lo que le pasó a Callie. Y
yo también quiero saberlo. Su familia merece respuestas. Demonios,
creo que todos merecemos respuestas.
—¿Fue mi padre alguna vez sospechoso en el caso? —le pregunté.
Cassidy se encogió de hombros.
—Casi todos los adultos de Bootleg fueron entrevistados en las
cuarenta y ocho horas siguientes a la desaparición de Callie —dijo—.
Saqué los archivos. Jonah se presentó en la comisaría a la mañana
siguiente y se ofreció a ayudar a organizar un grupo de búsqueda. Mi
padre hizo una entrevista informal en el acto. Jonah tenía coartada de tu
madre. Ninguno de ustedes estaba en casa esa noche.
—Estábamos todos en casa de Gibson —dije.
—Recuerdo que llamé a tu casa en cuanto papá recibió la noticia. Tu
papá contestó y dijo que estaban en casa de Gibson.
Al menos mi padre había estado en casa esa mañana. Esa era una
respuesta. Había estado devanándome los sesos intentando recordar los
detalles de un día de hacía doce años. Algunas partes estaban grabadas
a fuego en mi cerebro como una marca. El resto era como intentar
recordar lo que desayuné un martes hace una década.
—Ahora mira, Scarlett. Vas a necesitar un abogado. Alguien que
pueda interponerse entre tú y nosotros «y» tú y los medios.
—No se lo pediré a Devlin —le espeté.
—No te estoy diciendo que se lo pidas a Devlin —replicó—. Te estoy
diciendo que consigas un abogado.
—¡Maldita sea, Cass! Se va a comer mis ahorros —me quejé. Había
planeado empezar a buscar otra propiedad de alquiler este otoño y 331
tenerla lista para los inquilinos la próxima primavera.
—Es el precio que pagas por ser una idiota que no confía en sus
amigos ni en su novio, en mi opinión.
Capítulo 45
Devlin
Cassidy: Eso de lo que hablamos pasó. Todo va bien.
Volví a leer el texto con los ojos desenfocados. Eran las dos de la
madrugada y aún no me había dormido. Cuando llegué a casa, vi que la
casa de Scarlett estaba a oscuras y supe que Cassidy había hecho su
movida. Si no podía convencerla durante la cena de que acudiera a la
policía, Cassidy era el plan B.
Me había alejado esta noche, queriendo renunciar a ella como ella 332
había renunciado a mí, pero no pude. Ella le había rogado a Jonah que
se quedara. Demonios, le horrorizaba la idea de que se fuera. ¿Pero yo?
Me había descartado.
¿Qué no habría hecho por ella si me lo hubiera pedido?
Estaba enfadado y dolido. Pero eso no me impidió pedirle un favor a
mi amiga de la facultad de Derecho. Jayme era una abogada astuta que
dirigía su propio bufete en Charleston, un tiburón en un bonito paquete
y lo usaba a su favor, exactamente el tipo de abogada que yo querría
tener a mi lado y eso es lo que Scarlett iba a tener, la quisiera o no. Al
menos podía hacer eso por ella.
Llegué a casa y me encerré en la oficina con la intención de trabajar.
Pero volví a investigar sobre Callie. Cassidy me había dicho
confidencialmente que Jonah Bodine padre nunca había sido
considerado sospechoso y aparte del hecho de que tenía coartada para
la noche de su desaparición, no había constancia de sus movimientos ni
antes ni después.
Devlin: Gracias. Hablé con Jayme. Estará aquí por la mañana.
Cassidy: Pospondremos la entrevista formal hasta que ella esté aquí. Papá
está de acuerdo en mantener sus nombres fuera de los periódicos, pero es
imposible que la gente de Bootleg no sepa de quién es la casa que estamos
registrando.
Exhalé un suspiro y esperé que la lealtad de Bootleg permaneciera
intacta cuando se trataba de los Bodine.
Devlin: Buen trabajo, oficial.
Cassidy: Ella te ama, sabes. Sólo es testaruda al respecto.
Dejé el teléfono y me recosté para mirar el techo y pensar en el hecho
de que Scarlett Bodine era demasiado testaruda para confiar en mí… o
amarme.
333
Los insistentes golpes me despertaron. Miré el reloj de la mesilla. Eran
las siete y media de la mañana y me había dormido hacía apenas una o
dos horas. Me puse unos pantalones cortos y atravesé la cocina para
llegar a la puerta principal. Probablemente era Jayme. Siempre había
sido muy madrugadora.
Abrí la puerta de un bostezo.
—¡Oh, mi señor! Te has dejado barba. Se ha dejado barba, Thomas —
jadeó mi madre.
—¿Mamá? ¿Papá?
Mis padres estaban en mi puerta. No estaba mentalmente preparado
para esto. A partir de ahora, no volvería a abrir la puerta. Siempre
pasaban cosas malas.
—Hola, hijo —dijo mi padre bruscamente.
—Bueno. ¿No nos vas a invitar a pasar? —me preguntó mi madre y
entró en la casa—. Juro que unas semanas en este lugar y ha olvidado
sus modales. Con barba, abriendo la puerta medio desnudo. No sé qué
le echan al agua aquí. —Su letanía de quejas se desvaneció cuando dobló
la esquina hacia la cocina.
—Tienes buen aspecto —dijo mi padre, me abrazó con un solo brazo
y me dio una palmada en la espalda. Me di cuenta de que la última vez
que me había visto había sido el día después de golpear a Hayden
Ralston en el pleno legislativo. Estaba borracho y vacío. Thomas
McCallister me había mandado a paseo. Yo había sido una carga, algo
para barrer debajo de la alfombra.
—¿Está aquí? —gritó mi madre desde la cocina—. ¿Tu amiguita?
—¿Quieres decir, Scarlett? —respondí secamente.
—¡Scar… aaaaah! —el grito estridente de pánico de mi madre nos hizo
correr a mi padre y a mí por el pasillo para ver a qué amenaza se
enfrentaba.
334
Jonah, pobre Jonah, despeinado y privado de sueño, miraba
estupefacto a la mujer rubia que agitaba los brazos como un pájaro.
—¿Quién es usted? —preguntó.
—Mamá, este es Jonah —dije, frotándome los ojos—. Jonah, estos son
mis padres, Thomas y Geneva McCallister.
—Encantado de conocerlos —dijo Jonah bostezando. Sólo llevaba
puesto el pantalón del pijama.
Los ojos desorbitados de mi madre nos miraban a los dos.
—¿Están…? —Echó un vistazo a la cocina como si estuviera a punto
de revelar un secreto—. ¿Se están «viendo»? —preguntó.
Miré el pecho desnudo de Jonah. Esbozó una sonrisa torcida.
—¿Qué tiene esta casa para que la gente se vuelva gay? —se preguntó
mi padre—. No es que haya nada malo en ello —añadió rápidamente.
Los McCallister eran liberales hasta la médula, pero siempre tenían un
ojo puesto en lo que pensarían los electores.
—Creo que podemos darle el giro adecuado e incluso podría ser una
ventaja cuando lleguen las elecciones —reflexionó mi madre sin dejar de
mirar el pecho de Jonah.
—Jonah es el hermano de Scarlett. Se queda aquí.
Mis padres parecían vagamente decepcionados.
—Voy a volver a la cama —anunció Jonah y desapareció en dirección
a las escaleras.
Se marchó y volví a quedarme solo con mis padres. Puse en marcha
la cafetera. La cafeína era necesaria para la mayoría de las
conversaciones con ellos.
—¿Qué hacen aquí tan temprano? —pregunté.
—Queríamos darte la buena noticia en persona —chistó mi madre. 335
—¿Qué pasó?
—Hayden Ralston fue arrestado anoche por solicitar una prostituta.
Una prostituta «menor de edad» —se quedó sin aliento de alegría y
aplaudió.
—Aunque no queremos celebrar la desgracia ajena, nos alegramos de
que la atención se haya desviado de ti y de tu situación —intervino
diplomáticamente mi padre.
Mi madre me cogió de las manos.
—Te das cuenta de lo que esto significa, ¿verdad? Puedes volver. No
hay razón para que te quedes aquí ni un minuto más.
Todo en mi cerebro se detuvo en seco.
—No sé a ustedes dos, pero a mí no me importaría desayunar —dijo
mi padre, acariciándose el vientre plano.
Me froté la barba con una mano.
—Déjame vestirme e iremos a Moonshine.
La nariz de mi madre se arrugó.
—Sinceramente, no sé qué ve mi madre en este lugar.
El problema es que yo sí lo veo.

Clarabell atendió a mis padres en la cafetería y los convenció para que


pidieran un par de platos especiales. Ni siquiera se rio cuando mi madre
intentó pedir un capuchino. Mientras mamá hablaba de un día de
navegación por la bahía, yo intentaba escuchar las conversaciones a
nuestro alrededor. Por lo que pude ver, nadie hablaba de los Bodine ni
de Callie.
336
Eso no duraría mucho. Sería bueno si pudiera sacar a mis padres de
Bootleg antes de que se supiera.
Estaba nervioso. Quería estar con Scarlett ahora mismo,
asegurándome de que los Bodine estuvieran tan alejados de la situación
como fuera legalmente posible. Demonios, sólo quería estar con Scarlett.
Probablemente estaba aterrorizada… o cabreada y odiaba el hecho de
que no hubiera llamado.
Clarabell entregó nuestros pedidos con una floritura.
—¿Vienen a pasar el fin de semana? —preguntó.
—Oh, señor, no. —Se rio mi madre—. Hoy nos vamos todos a casa.
Clarabell enarcó las cejas.
—¿Ah, sí? —preguntó, rellenando el café de mi padre. Me dirigió una
mirada telegráfica preguntándome si Scarlett estaba al corriente de la
noticia.
—No estoy seguro de cuándo me voy —enmendé, no queriendo que
el chisme llegara a Scarlett antes que yo. No me iría si podía ayudarla.
Si me necesitaba.
—No seas tonto. Devlin está muy ocupado como legislador estatal —
presumió mamá a Clarabell.
—Este verano ha estado muy ocupado —dijo. Capté la crítica velada
alto y claro—. ¿Conocen al juez Kendall? —preguntó, moviendo la
cafetera en dirección a un señor mayor que estaba en la esquina y que
parecía vestido para un partido de tenis—. Es juez de un tribunal de
distrito.
Mi padre parecía interesado. Vivía para establecer contactos,
coleccionaba conexiones como quien colecciona sellos o vasos de
chupito.
—Creo que nos hemos cruzado en Annapolis. —Le di treinta
segundos antes de que decidiera acercarse para presentarse.
337
Si el juez Kendall estaba disfrutando de un desayuno en una cafetería,
no había sido notificado de una pausa en el caso de su hija. Era sólo
cuestión de tiempo.
—Bueno, llámenme si necesitan algo —dijo Clarabell y se marchó.
Hice una mueca de dolor cuando la vi sacar el móvil del bolsillo del
delantal.
—Es como si aquí hablaran otro idioma —susurró mamá.
—Vamos hijo. —Papá se limpió la boca con la servilleta—. Vamos a
presentarnos al juez.
—Papá, déjalo comer —le dije—. Su esposa acaba de morir y su hija
desapareció aquí…
—Por eso me suena tanto —jadeó mi madre—. Su hija fue secuestrada,
asesinada o algo así. ¿Eso pasó «aquí»? —Miró alrededor de la cafetería
como si esperara ver al culpable sentado en la mesa de al lado.
Permitir que el hombre disfrutara de un tranquilo último desayuno
antes de descubrir nuevas pruebas sobre la desaparición de su hija era
motivo suficiente para dejarlo en paz.
—Vamos, Devlin. No le importará —insistió mi padre.
Supongo que fue curiosidad morbosa lo que me hizo seguir a mi
padre hasta la mesa del hombre. Vi su futuro inmediato y sería un futuro
doloroso después de lo que sólo podía suponer que era un pasado
doloroso.
Tenía el pelo canoso y ralo, peinado con esmero. Llevaba gafas con
montura de alambre y un polo blanco. Su reloj era caro. Su desayuno era
sensato.
—Disculpe, ¿juez Kendall? —dijo mi padre, interrumpiendo el
desayuno del hombre.
—¿Sí? —Levantó la vista con un deje de resignación, como si estuviera
acostumbrado a que le interrumpieran. El honorable juez, cansado de su 338
gente. Quería dejarlo solo, abandonarlo al último desayuno tranquilo
que tendría en mucho tiempo.
—Quería pasar a saludar. Soy Thomas McCallister y este es mi hijo,
Devlin. Nos conocimos hace unos años en una gala de la Sociedad
Histórica del Estado de Maryland. —La mente de mi padre era un
archivador meticulosamente organizado de personas, acontecimientos
y conexiones.
—Ah, por supuesto. —El juez se relajó ligeramente, deslizándose
suavemente hacia el modo político. Sólo otros iniciados notarían la falta
de sinceridad en la cortés sonrisa del hombre. Le ofreció la mano a mi
padre y se la estrechó—. Me alegro de volver a verlo.
—Devlin está en la legislatura estatal —explicó mi padre. Hablaban
de amigos comunes cuando sonó la campana de la puerta y Scarlett
entró. Llevaba unos pantalones cortos rotos, una de esas malditas
camisetas de tirantes que se ajustaban a sus curvas y el pelo recogido en
una coleta. Tenía todo el aspecto de la hermosa chica de al lado.
Nuestras miradas se cruzaron y vi cómo una docena de emociones
revoloteaban por su rostro. Cuando sus ojos miraron a mi padre y luego
al juez Kendall, se quedó inmóvil.

339
Capítulo 46
Scarlett
De todas las cosas de mierda que podían pasar en un día de mierda,
tenía que recibir un mensaje de Clarabell diciendo que sentía oír que
Devlin se iba del pueblo y luego tuve que entrar a Moonshine y ver a
Devlin hablando con el padre de Callie. El hombre que estaba a punto
de descubrir que mi padre era una persona de interés en el caso de
desaparición de su hija.
Tragué con fuerza y Devlin cruzó el suelo de baldosas blancas y
negras hacia mí.
340
—Hola —dijo en voz baja.
Quería caer en sus brazos y apretar la cara contra su pecho. Había
pasado la mayor parte de la noche enseñándole a Cassidy y luego al
alguacil Tucker dónde había encontrado la chaqueta. Una hora después,
mis hermanos y yo íbamos a presentar un frente unido en la comisaría
para que nos tomaran declaración.
Jonah Bodine padre era oficialmente una «persona de interés». Y
aunque nuestros nombres se mantenían al margen del papeleo, era
cuestión de tiempo para que los investigadores forenses destrozaran la
casa de mi padre y la noticia se extendiera por todas partes.
Devlin McCallister necesitaba alejarse lo más posible de mí.
—¿Tienes un minuto? —pregunté, metiendo las manos en los bolsillos
traseros.
—Por supuesto —dijo—. Mis padres están aquí. ¿Quieres conocerlos?
Sacudí la cabeza y sentí que la cola de mi pelo me rozaba la espalda.
—Ahora no es un buen momento —no mentía.
Salimos a la acera bajo el cálido sol de la mañana.
—Clarabell me mandó un mensaje y me dijo que te ibas hoy —le dije.
Devlin abrió la boca, pero le corté con un gesto de la mano.
—Creo que es bueno que te vayas. Deberías irte. —le dije. Se me
revolvió el estómago y sentí cosquillas en los ojos.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó lentamente.
Asentí con la cabeza.
—Ambos sabíamos que esto era temporal y ahora estás mejor. Sería
una tontería que te quedaras aquí. —Las palabras salieron
apresuradamente. Tenía que hacer que se fuera antes de que se enterara,
antes de que lo supiera. No podía soportar la idea de que me mirara
como si fuera la hija de un asesino. Moriría si el lío de mi familia dañaba 341
su reputación.
—Scarlett, no hay ninguna razón por la que tenga que irme hoy —
empezó—. Si me necesitas para algo, quiero estar aquí para ti.
Siempre tan bueno. Maldita sea. Lo estaba echando a la calle y él se
ofrecía a quedarse conmigo. Probablemente pensó que soy un caso para
el loquero después de los últimos días. Todo se había salido de control.
Si Devlin no dejaba Bootleg ahora, terminaría en medio de este lío
conmigo.
—No necesito nada, Dev. Me has hecho divertirme más de lo que lo
he hecho en mucho tiempo. —Extendí la mano y le acaricié la
mandíbula, sintiendo la barba erizada contra mi palma—. Espero que
conserves la barba —susurré.
—¿Eso es lo que quieres? —me preguntó, y su mano serpenteó hasta
sujetarme la muñeca.
—Es lo que acordamos —dije, eludiendo la verdad. Quería a Dev aquí
conmigo. Quería apoyarme en él, pero eso era egoísta. Alguien tenía que
velar por el bienestar de Dev. Y si una carrera en la política, una vida en
el centro de la atención era lo que quería. Eso es lo que me aseguraría de
que obtuviera.
Me soltó la muñeca, con una expresión ilegible. No pude evitar
extender la mano y pasar las palmas por su ancho pecho.
—No puedo hacer las maletas e irme —dijo—. ¿Qué pasa con Jonah?
La casa de mi abuela…
—A la abuelita Louisa le parecerá bien que Jonah se quede. Ella confía
en mi juicio.
Vi la mandíbula de Devlin apretarse una vez y luego relajarse.
—Esto es lo que habíamos planeado desde el principio —le recordé—
. Pasarlo bien y despedirnos amistosamente.
—Pensé que nos despediríamos de otra manera —admitió Devlin. 342
Le guiñé un ojo descaradamente.
—¿Desnudos, quieres decir?
—Bueno. Sí. Una cena romántica en la terraza viendo la puesta de sol
—dijo, trazando el dorso de sus nudillos sobre mi mejilla—. Una buena
botella de vino. Velas.
Me estaba fundiendo con él cuando lo que necesitaba era alejarme.
Dejé que mis dedos se clavaran en su pecho.
—Gracias por todos los orgasmos —dije, desesperada por parecer
relajada.
Vi un destello de diversión y tristeza en sus ojos marrones, y luego
deslizó sus manos alrededor de mi cintura.
—Gracias por un verano inolvidable —susurró.
Acorté la distancia entre nuestras bocas y lo besé con ansia. No era
una dulce despedida. Era desesperación, una necesidad insatisfecha.
Sentí cómo se engrosaba y endurecía contra mi vientre. Dios, lo deseaba.
Pero no por última vez. Lo quería cada noche para siempre. Estaba
segura de que nadie más me haría sentir como Devlin Brooks
McCallister y en ese momento, casi odié un poco a mi padre.
—Hay un callejón a dos metros de aquí —dijo Devlin, echándose
hacia atrás, con la respiración agitada.
Me reí sin aliento.
—Esa no es una buena idea.
—Sí, claro. Mis padres podrían pillarnos —dijo echando un vistazo a
la ventana de la cafetería. La mitad de los clientes tenían la nariz pegada
al cristal.
—¡Oh, por el amor de Dios! Siéntense y desayunen—grité.
Mona Lisa McNugget, la gallina mascota oficial de Bootleg, pasó 343
pavoneándose picoteando la tostada que el personal de Moonshine le
dejaba todas las mañanas.
—Voy a echar de menos este lugar —dijo Devlin, saludando a la
señora Morganson a través de la ventana.
—Míranos siendo tan civilizados —dije—. Debes haberte contagiado
de mí.
Devlin pasó sus dedos por mi coleta.
—Creo que nos contagiamos mutuamente.
—Eso espero —susurré. Él estaba recuperado. Eso era seguro. Se
había ido el hombre sombrío y ansioso que había llegado a Bootleg. En
su lugar había un hombre fuerte, inteligente y capaz, que más le valía
no aguantar mierda de nadie o tendría que localizarlo y darle otra
lección.
—Dev, prométeme que no volverás con Johanna —le dije—. Sé que no
es justo tratar de dictar con quién sales y con quién no, pero ella no es
buena para ti. Puedes estar con alguien mejor.
—Ya lo he hecho, Scarlett.

344
Capítulo 47
Scarlett
—Si no tienen más preguntas para mis clientes, les dejaremos hacer
su trabajo. —Jayme, nuestra abogada sorpresa, era un tiburón con un
elegante traje de pantalón y tacones altísimos. Casi nos había abordado
a mis hermanos y a mí al entrar en la comisaría, afirmando ser nuestra
representante. Jayme ya había sido informada de nuestra situación y
afirmó que un amigo le había pedido un favor. Supuse que era el
alguacil Tucker preocupado por nosotros, los Bodine. Los viejos hábitos
eran difíciles de romper. 345
El alguacil Tucker intercambió una larga mirada con el detective de
homicidios que había llegado para meter las narices en el caso. Las
profundas líneas en el rostro del detective Connelly reflejaban sus años
de experiencia.
—Haremos todo lo posible por mantener los nombres de sus clientes
fuera de este lío —prometió el alguacil Tucker—. Pero con los forenses
revisando la casa de su padre, es sólo cuestión de tiempo que todos los
entrometidos de la zona de los tres condados lo sepan.
Gibson se removió en su silla, no más contento que yo de que un
equipo de investigadores arrasara la casa de nuestra infancia.
—Agradecemos todos los esfuerzos que hace para garantizar la
privacidad de mis clientes. —dijo Jayme, fría como las mascarillas de
pepino para los ojos en Bootleg Springs Spa.
Seguí su ejemplo y me levanté mientras ella preparaba su maletín.
—Caballeros —dije, saludando con la cabeza al alguacil que conocía
de toda la vida. Su bigote se crispó y supe que esto era tan duro para él
como para nosotros.
Cassidy se paseaba por la puerta y me agarró por los tirantes de la
camiseta.
—¡Estuviste ahí dentro una eternidad, joder!
—Disculpe, oficial. Mis clientes y yo ya nos íbamos. —Jayme me sacó
del agarre de Cassidy y me llevó por la puerta trasera de la comisaría,
donde nuestra abogada había ordenado a Gibson que aparcara en el
callejón—. Tenemos una reunión —anunció—. ¿Adónde podemos ir?
—Podemos ir a mi casa —suspiré.
—Te seguiré. —Jayme se deslizó tras el volante de un pequeño y sexy
vehículo crossover.
Me subí al asiento trasero detrás de Bowie.
346
—Bueno, ha sido divertido —dijo Jameson.
—Hicimos lo correcto —dijo Bowie—. El padre de Callie tiene derecho
a saber, ¿y quién sabe? Quizá aparezcan pruebas que los lleven al
verdadero asesino.
Los ojos de Gibson encontraron los míos en el espejo retrovisor.
Ninguno de los dos dijo nada. Era una tregua provisional.
—No puedo creer que hayas ido a ver a Cassidy a mis espaldas —dije,
dándole una palmada en la cabeza a Bowie.
—¡Ay! ¿De qué estás hablando? Dijo que tú fuiste a buscarla.
Me incliné sobre el asiento y agarré a mi hermano con fuerza.
—¿Estás diciendo que no se lo dijiste? —exigí, aplicando la presión
suficiente para que se sintiera incómodo.
—Gibs, te voy a matar por enseñarle esto —jadeó Bowie.
—¡Júralo, Bow! Jura que no se lo dijiste a Cassidy —gruñí.
Me dio una palmada en el brazo.
—No le dije una maldita palabra a nadie.
—¿Escribiste una carta sin firmar? ¿Hiciste una llamada anónima?
¿Contrataste a un piloto de avioneta para que paseara un rótulo por el
cielo? —presioné.
Su cuello se estaba volviendo de un tono frambuesa intenso.
—Jesús, Scar. Te juro que no se lo dije a nadie.
Lo solté y me senté para mirar a Jameson. Levantó una mano antes de
que pudiera atacarlo por el costado.
—Tampoco fui yo.
Todas las miradas se deslizaron hacia Gibson.
—A mí no me miren. Llevo tres días encerrado en el taller. Ni siquiera
he visto la chaqueta.
—¿Ninguno de ustedes habló?
347
Gibson giró en la entrada a mi casa.
—¿Cómo sabemos que no se lo dijiste?
—¡Se lo «dije», pero sólo porque ella ya lo sabía!
Jayme se detuvo junto a nosotros y no pude evitar mirar al lado. El
auto de Jonah estaba en la entrada, pero no había ni rastro del de Devlin.
¿Se había ido ya? ¿De verdad había desaparecido de mi vida, así como
así? Era lo que tenía que hacer, lo que debía hacer. Pero… ¿por qué
aquella entrada medio vacía me golpeó como un puñetazo en las tripas?
—Bonito lugar —dijo Jayme, quitándose sus gafas de sol de diseñador
y estudiando mi cabaña. No sabía si estaba siendo sincera o sarcástica.
—Entren todos —dije, abriéndome paso.
Puse el café y serví vasos de agua helada mientras Jayme ordenaba
sus carpetas en la mesa del comedor.
—Bien, así está el asunto —dijo, entrando en materia—. La chaqueta
está siendo enviada a pruebas forenses. Los resultados tardarán
semanas en llegar, así que es un pequeño respiro. Sin embargo, el equipo
de investigación de la escena del crimen ya ha empezado con la casa de
tu padre. El alguacil y el detective Connelly han acordado referirse a
todos ustedes sólo como «testigos» en cualquier declaración oficial y
papeleo. Pero crecí en un pueblo pequeño y sé lo rápido que corren las
noticias. No comenten nada con nadie —dijo—. ¿Entendido?
Asentí y Jayme se centró en mí.
—Eso incluye a tu amiga policía.
—Cassidy es de confianza —argumenté—. Ella está de nuestro lado.
—No digas nada a nadie —enunció Jayme tajantemente—. Esto es
ahora un asunto policial y no quiero que se enreden más en esto.
Ninguno de ustedes es sospechoso. Ninguno de ustedes es culpable de
las posibles acciones de su padre o padres. Dicho esto, nombrarán a
Jonah Bodine como persona de interés. Eso, más la chaqueta, cuando se
348
filtre, y se filtrará, hará que los medios los persigan como pulgas.
Mis hermanos y yo nos miramos.
—De acuerdo —dije—. ¿Qué más?
Jayme consultó las notas que había garabateado durante nuestra
entrevista formal.
—No se acerquen al juez Kendall. Sé que viven en un pueblo del
tamaño de una manzana, pero no hablen con él, no intenten defender a
su familia y, por el amor de Dios, no se disculpen.
Evitar a alguien en Bootleg era tan fácil como acabar un maratón con
una sola pierna.
—Si se sienten amenazados por alguien, acudan a la policía —
continuó Jayme.
Resoplé.
—¿Por quién exactamente nos sentiríamos amenazados?
—El juez Kendall. Medios demasiado entusiastas. Ciudadanos
borrachos.
Gibson puso los ojos en blanco.
—Podemos manejarlo.
—No digo que no puedan —dijo Jayme—. Digo que su familia no
necesita más problemas legales en un futuro próximo.
Me reí débilmente.
—Supongo que no pueden empezar más peleas en el bar.
Jayme rodó los hombros.
—Dios, odio los favores —murmuró.

349

Fue mejor y peor de lo que pensábamos que sería.


Lo único que hizo falta para que se corriera la voz como la ginebra
derramada fue que Rocky Tobias pasara por delante de la casa de papá
cuando la policía estatal estaba acordonando la entrada.
Aproximadamente diez minutos más tarde, todo el mundo en Bootleg
fue informado de que algo estaba pasando en la granja Bodine. Menos
de una hora después, la oficina del alguacil estaba tan inundada de
llamadas y visitas que emitieron un comunicado impreciso.
Memorándum del Departamento de Policía de Bootleg Springs
Testigos anónimos descubrieron recientemente pruebas relacionadas con un
delito en una vivienda a las afueras del pueblo. No hay motivos para creer que
exista amenaza alguna para la comunidad en este momento. Por favor, ocúpense
de sus asuntos.
A la hora de comer, el molino de rumores ya no se daba abasto. No
sabía quién había sido el primero en susurrar el nombre de Callie, pero
se encendió como los vapores de la gasolina y cuando el auto del alguacil
Tucker fue visto en la entrada del juez Kendall, las sospechas de todos
se confirmaron.
Memorándum del Departamento de Policía de Bootleg Springs
En respuesta a la avalancha de llamadas y preguntas, el Departamento de
Policía de Bootleg Springs desea recordar a nuestros ciudadanos que no hay
motivo de preocupación. No hay ninguna amenaza para nuestra comunidad.
Simplemente estamos investigando un asunto policial relacionado con un
antiguo delito.
Memorándum del Departamento de Policía de Bootleg Springs
De verdad que tienen que dejar de crear rumores. Es una orden oficial de su 350
alguacil. También, por favor, dejen de pararse frente a la casa del juez Kendall
y nos gustaría aprovechar esta oportunidad para recordarles que acosar a
ciudadanos particulares, lo que incluye inundar a alguien con llamadas
telefónicas exigiendo respuestas, aunque sea por una quiniela, sigue siendo
ilegal en Bootleg Springs.
Se trazaron líneas. Y mi pueblo natal eligió bando más rápido que los
yanquis y los confederados.
Capítulo 48
Scarlett
Tenía gripe, la peste o una intoxicación alimentaria que había durado
seis días seguidos. Me dolía el cuerpo como si hubiera decidido nadar a
lo largo del lago y luego me hubiera atropellado la camioneta
monstruosa de Jimmy Bob Prosser.
Oí abrirse la puerta de atrás y me tapé la cabeza con el edredón. Los
Bodine habían decidido que teníamos que hacer una fiesta y fingir que
todo iba de maravilla. No sabía si lo hacían para sacarme de mi
depresión o para tantear el terreno y ver a quiénes de Bootleg podíamos
351
seguir llamando amigos.
Cualquiera que fuera su motivación, no me movería de mi cama-
cueva. Si el montón de llamadas de mantenimiento que recibía no me
despertaba de mi lecho de muerte, una fiesta tonta tampoco lo haría. No
tenía energía para arreglar nada, y mucho menos para charlar y beber
cerveza.
Quería tumbarme aquí y pensar en Devlin. Preguntarme qué estaría
haciendo. ¿Me echaba de menos? ¿Había vuelto a su antigua vida? ¿Por
qué no me había enviado un mensaje o llamado? ¿Había oído que Jonah
Bodine padre era una persona de interés en la desaparición de Callie
Kendall?
Había empezado a escribirle mensajes mil veces y los había borrado
todos sin pulsar «enviar». Sólo una vez había visto los puntos en nuestra
última conversación de texto que significaban que estaba escribiendo.
Agarré el teléfono con tanta fuerza que me dolían los dedos. Pero los
puntos desaparecieron sin que escribiera nada.
—Scarlett Rose Bodine. —La voz de Cassidy se coló entre el algodón
del edredón.
—Vete. Soy contagiosa.
Me arrancó el edredón sin miramientos.
—¡Saca tu culo de la cama!
—Tiene un aspecto horrible —anunció June desde la puerta,
tapándose la nariz con la camiseta de tirantes como si quisiera
protegerse de los gérmenes—. Tal vez esté enferma.
—Sí que está enferma —confirmó Cassidy—. Enferma de la cabeza.
—Vete y déjame morir —gemí dramáticamente—. Creo que es la
gripe. —Tosí como para probar mi punto.
—Tú no tienes gripe como yo no tengo polla —anunció Cassidy. 352
—Oh, ¿así que ahora eres médico?
—¿Tienes fiebre, escalofríos y dolores en el cuerpo? —preguntó June.
—¡Sí! —Bueno, probablemente no la parte de la fiebre o los escalofríos.
Y los dolores corporales eran en realidad más bien un letargo que
enganchaba sus garras en mí… Pero claramente era la gripe.
—No, no tiene —dijo Cassidy sin piedad—. Tiene el corazón roto y se
lo hizo ella misma.
Me senté en la cama, indignada.
—¿De qué demonios estás hablando, Cassidy Tucker?
—Alejaste a Devlin porque lo amabas y todos sabemos que fue un
gran error.
Ignoré la parte ridícula de su afirmación y me centré en la otra.
—¿Todos?
—Las cincuenta personas en tu patio trasero. Votamos. Tienes que
levantar el culo e ir tras Devlin.
—Nos separamos. Fue muy civilizado —argumenté.
June resopló.
—¿Desde cuándo haces algo civilizado, Scarlett? —exigió Cassidy—.
Amas a Devlin.
—Tuvimos una aventura…
Cassidy sacudió la cabeza.
—Te enamoraste de él como una estúpida. Admítelo.
—Me gustaría compartir mi teoría —intervino June—. Creo que los
sentimientos románticos de Scarlett por Devlin la asustaron y lo rechazó
para protegerse.
—June, ¿me estás llamando gallina de mierda? —jadeé.
—¿Esencialmente? Sí.
353
—¡No soy tal cosa! —Puse los pies en el suelo y me levanté.
—Buen trabajo, Juney. La sacaste de la cama, ahora insúltala de nuevo
para que se meta en la ducha. Huele como un equipo de baloncesto
masculino de secundaria.
—No huelo… —Me olfateé la axila y reconsideré mis palabras.
—Llámalo —dijo Cassidy, empujándome el teléfono—. Llámalo y dile
que eres una idiota arrepentida y que lo echas de menos y que quieres
hacer que funcione. —No tenía ni idea de cuántas veces en la última
semana había querido hacer precisamente eso. Lo extrañaba. Sentía
dolor por un hombre al que había ahuyentado.
—Cass, aprecio tu preocupación, pero no voy a arrastrar a Devlin a
este desastre. Tiene una carrera de la que preocuparse.
—¿Te molestaste alguna vez en preguntarle qué quería o simplemente
tomaste la decisión por él?
—Dios, suenas como Jonah.
—Hablando de Jonah, ¿cómo crees que se siente tu hermanastro al
enterarse de lo de su padre por todo Bootleg y no por ti?
—Demonios.
—Déjame adivinar. ¿Tampoco querías agobiarle? —Cassidy cruzó los
brazos sobre el pecho.
Sólo podía afrontar un error cada vez.
—¿Y si Devlin no se quería quedar? ¿Qué pasa si le hubiera dicho todo
y aún se hubiera ido? —exigí—. ¿Sabes lo que eso me habría hecho?
—Noticia de última hora, idiota. Él lo sabe. Lo descubrió por su
cuenta. ¿Quién crees que me lo dijo para proteger tu culo? ¿Quién crees
que llamó a Jayme la Aterradora? ¿Crees que mi padre o yo tenemos ese
tipo de conexiones?
Me quedé boquiabierta. 354
—Eso no es verdad. ¿O sí?
—Maldita sea, es verdad. Estaba dispuesto a quedarse, a ayudar y tú
lo echaste. No confiabas en que te correspondiera.
—¿Él me ama? —susurré.
—Eso o tal vez tiene tendencias masoquistas —dijo June.
Sacudí la cabeza.
—Ni siquiera importa si me ama o es masoquista. Acabaríamos como
mis padres.
Cassidy levantó las manos y chilló.
—¿Alguien te ha botado de cabeza hace poco? ¿Qué te hace pensar
que estás destinada a repetir los errores de tus padres? ¿Te quedaste
embarazada en el instituto? Eh… ¡No! ¿Te casaste con tu novio del
instituto y luego no maduraste más allá del undécimo curso? Tampoco.
¡Tú y Devlin tenían algo especial, te asustaste y te cagaste en todo!
—¡No me he cagado en nada! —grité.
—¿Sabes qué? —dijo Cassidy, mirándome con desdén—. Cuanto más
hablo contigo, más ganas me dan de darte un puñetazo en la cara.
—Inténtalo, agente Cara de culo.
Cassidy me dio un puñetazo en la cara. Estaba tan sorprendida que
me caí de espaldas sobre la cama, pero en cuanto mi culo tocó el colchón
me lancé sobre ella. La fuerza de nuestros cuerpos golpeando la pared
abolló los paneles de yeso.
Al crecer en Bootleg, Cassidy y yo aprendimos a pelear sucio. La
agarré del pelo y le di un rodillazo en la tripa.
Gruñó y lanzó un codazo que conectó con mi teta derecha.
Le di un golpe corto en la mandíbula que le hizo echar la cabeza hacia
atrás, pero Cassidy no estaba débil por una semana de abatimiento. Me
agarró por la camiseta, la camiseta de los Cresta de Polla de Devlin que
no le había devuelto, y me tiró sobre el colchón. Se subió e 355
intercambiamos golpes, gritando insultos.
—¡Eres la mula más tonta de tres condados! —gritó Cassidy.
—¡Eres una idiota pueblerina!
—¡No puedo creer que seamos amigas!
Saboreé la sangre y no estaba segura de sí era mía o si goteaba de la
nariz de Cassidy.
—De acuerdo. Ya está bien. —La voz de Bowie sonaba divertida
cuando levantó a Cassidy de encima de mí. Eso nos cabreó a las dos.
Cassidy le dio una patada en la espinilla con el pie descalzo y yo le
agarré del pelo.
—¡Ay! ¡Joder! ¡Jameson! —gritó Bowie—. ¡Ven aquí!
Jameson me echó al hombro y me llevó al salón, que estaba lleno de
curiosos.
—¿Qué demonios están haciendo? —exigió Gibson, las manos en las
caderas—. Ustedes han sido las mejores amigas desde el nacimiento.
—Ella empezó —espeté.
—¡Yo lo hice! Porque es una imbécil —gruñó Cassidy, aun luchando
contra el agarre de Bowie—. ¡Justicia al estilo Bootleg!
—No me hagas llamar a mi abogada —grité.
Hubo un silencio sepulcral durante cinco segundos enteros en mi
casa, y entonces Cassidy y yo empezamos a reírnos. No pudimos parar.
¿Llamar a un abogado por la Justicia al estilo Bootleg? Eso no se hacía.
Todo el mundo reía ahora y las restricciones humanas ya no eran
necesarias. Me encontré con Cassidy en medio de la sala.
—¿Amigas de nuevo? —ofrecí.
—Sí. Sólo tal vez si dejas de ser tan tonta.
Nos dimos un abrazo y el público aplaudió. 356
—Ahora, ¿qué vas a hacer con Devlin? —me preguntó Bowie.
—Sí —exigió el público.
—¡Tráiganlo de vuelta! —empezó a corear alguien.
—¡Rollo de pepperoni! —coreó otra persona.
Me subí a mi mesa de café, rodeada de gente a la que quería desde la
guardería. Amigos y vecinos que habían estado ahí durante la muerte
de mis padres y que ahora estaban dispuestos a estar conmigo incluso
en este lío.
—¡Les diré lo que voy a hacer! ¡Voy a darme una ducha!
El público aplaudió.
—¡Y luego voy a conducir hasta Annapolis!
Animaron más fuerte.
—¡Y voy a traer de vuelta a mi hombre!
Estaban alborotando en mi salón. Me levantaron y me llevaron al baño
a hombros de Freddy Sleeth y Corbin, el teclista.
Me dejaron dentro y cerraron la puerta tras de mí.
—Búscame algo conservador que ponerme —le grité a Cassidy—. ¡Le
enseñaré cómo se ve la novia de un político!
Mi reflejo en el espejo sobre mi pequeño tocador me llamó la atención.
—Puedo hacerlo —me dije—. Al menos creo que puedo.
Me duché rápidamente y me lavé los dientes. Cassidy me puso en las
manos un vestido y unos zapatos. Una vez vestida, Opal Bodine entró
en el cuarto de baño y, de pie en el borde de la bañera, me peinó con un
elegante recogido. Me maquillé un poco los moratones recientes para
conseguir un aspecto que dijera «sala de juntas» no «burdel» y lo di por
terminado.
Salí del cuarto de baño y posé para las veintitantas personas que
seguían hacinadas en mi casa. 357
—¿Qué les parece?
—¿Están tus tetas tratando de escapar? —preguntó Millie Waggle.
Bajé la mirada y agarré a mis chicas. El vestido que había elegido
Cassidy era un remanente de mi breve paso por la banda de décimo
curso. Resultó que odiaba el clarinete y el trompetista al que intentaba
impresionar estaba más interesado en uno de los trombonistas, si me
entiendes. Duré un concierto, con este vestido de cuello alto, antes de
dejarlo.
—No creo que a tus pechos les guste la reclusión —dijo EmmaLeigh,
ama de casa y madre de cuatro niños salvajes, mirando la carne que se
derramaba por los lados del vestido. EmmaLeigh era simpática como un
pastel y dulce como el té—. ¿Quizá si te pusieras un pañuelo?
—¡Toma! —Buck sacó la tela rosa de la pantalla de la lámpara que
tenía más cerca y Opal me envolvió con ella como si fuera una chaqueta.
Cassidy se adelantó con una caja para llevar, en las manos.
—Aquí tienes un rollo de pepperoni por si intenta decir que no.
Clarabell dice «buena suerte y trae a tu chico a casa».
Me escocían los ojos cuando acepté la caja.
—No dirá que no —dijo Gibson, acercándose para tomar su turno. Me
levantó la barbilla—. Pero si lo hace. Nos llamas y le patearemos el culo.
Asentí, los pequeños pendientes de oro bailaban en mis lóbulos.
—¿Estamos bien, Gibs? —pregunté.
—Estamos bien. —Levantó una mano para despeinarme, pero Opal le
apartó la mano de un manotazo.
—Tenemos que arreglar las cosas con Jonah —le dije.
Se pasó una mano por la nuca.
—Sí, ya lo sé. Deja que nosotros nos preocupemos de eso.
358
Asentí, confiando en que haría lo necesario. Bowie levantó las llaves
de mi camioneta.
—Cargada y lista para salir.
—Gracias, Bow.
—Ve a buscar a tu chico.
Miré a mi alrededor, a la gente que se agolpaba en la cocina y en el
salón.
—¿Y si ya no puedo quedarme en Bootleg? ¿Y si tengo que mudarme?
—Entonces iremos a visitarte —prometió Bowie—. Llevaremos
moonshine y los rollos de pepperoni.
—Tengo miedo de que las cosas cambien —susurré.
—A veces es mejor cambiar que mantener las cosas igual —dijo
sabiamente.
Jameson fue el siguiente. Me hizo un gesto con la cabeza y me dio una
palmada. En el mundo de Jameson, eso equivalía a un abrazo de cinco
minutos y una conversación. Me dio una bolsa de papel marrón. Miré
dentro y encontré un bocadillo y una caja de condones.
—Por si acaso —dijo estoicamente.
Me reí y cuadré los hombros.
—Nos vemos. Voy a buscarme un novio.

359
Capítulo 49
Scarlett
Cuando Cassidy me llamó, me encontraba a quince kilómetros de
Annapolis a toda velocidad.
—Pequeña metedura de pata —dijo.
—¿Qué? —pregunté, dejando el bocadillo que había estado inhalando
mientras conducía.
—Devlin no está en Annapolis.
360
—Bueno, ¿dónde diablos está? —pregunté.
—Está en casa de la abuelita Louisa.
—¡Qué diablos dices! ¿Volvió y ni siquiera me «llamó»?
Tiré el teléfono al asiento del copiloto y retorné tan deprisa que casi
dejo el culo de mi camioneta en la cuneta. Grava y barro volaron, y luego
yo estaba volando de nuevo a Bootleg.
—¡Ese hijo de puta volvió sin decir una palabra! —Eché humo. Iba a
matarlo y luego a decirle que lo amaba tanto que me dolía respirar sin
él en mi vida, pero definitivamente lo mataría primero.
Devlin McCallister iba a sentir la ira Bodine.
Me preparé para mi segundo combate de la noche y prometí que nadie
lo interrumpiría hasta que me declararan vencedora.
A juzgar por los autos que había en mi entrada, la hoguera seguía en
pleno apogeo. Evité mi casa y me metí en el camino de entrada de la
abuelita Louisa, detrás de la camioneta de Devlin. No tendría
escapatoria.
Accioné el freno de emergencia y apagué la camioneta, dejando las
llaves en el contacto. ¿Devlin había vuelto y no había llamado, enviado
un mensaje de texto o aparecido desnudo y suplicando en mi porche?
Era hombre muerto.
Fui por detrás porque así es como funcionaban los ataques furtivos.
No sería como Johanna tocando el timbre como se debe. Oh, diablos no.
Lucho sucio y juego sucio. Me quité los tacones y subí trotando las
escaleras de la terraza que había renovado hacía sólo unas semanas. Al
menos no tuve que preocuparme por las astillas antes de hacer valer mi
justicia por sus pelotas.
Las luces estaban encendidas y resté aún más puntos a Devlin tras
darme cuenta de que no estaba en la terraza suspirando por mí. Se
merecía una patada en las pelotas. Maldición. Debería haberme dejado
los zapatos puestos. Eran puntiagudos. 361
Tenía la cabeza tan llena de vapor que casi me paso a través de la
puerta mosquitera antes de darme cuenta de que no era Devlin sentado
en la silla con los pies en alto. Era la abuelita Louisa.
—Gracias de nuevo por venir a rescatarme, Devlin cariño —dijo.
Dirigí una mirada láser imaginaria al hombre que le ajustaba el
banquito para los pies. No parecía demacrado ni deprimido.
Simplemente parecía estúpidamente guapo.
¿Quizá si le estropeara un poco la cara no sería tan guapo?
—Me alegro de que hayas llamado, Abue, pero no puedo quedarme.
Mamá vendrá mañana por la mañana para ayudarlas a ti y a Estelle.
Estelle, una negra esbelta de pelo plateado y voz de aleluya, asomó la
cabeza en el salón. Llevaba una sartén de hierro fundido en la mano.
—No sé por qué nos tratas como si fuéramos dos viejas —anunció.
—Bueno, una de ustedes se cayó de una góndola en Venecia y se
rompió el pie —dijo Devlin secamente.
—Calla, Estelle —dijo la abuelita Louisa, haciendo un gesto a su
novia. Devlin pareció perderse el guiño que le envió a su compañera,
pero yo lo capté perfectamente. La abuelita Louisa no tramaba nada
bueno.
—A ver, hijo mío, ¿por qué tienes tanta prisa por volver a algo que te
hace tan miserable?
Mi culo se animó con eso. Miserable era bueno. Muy bueno.
—No soy miserable —dijo ese imbécil—. Tengo una
responsabilidad…
La abuelita Louisa le interrumpió haciendo un prolongado ruido de
pedos con la boca.
—¿Quieres a la chica o no?
362
Se me congelaron los pies. No podría haberme movido, aunque lo
hubiera intentado.
Devlin, el imbécil en potencia, se dejó caer en la silla frente a la
abuelita Louisa. Su expresión melancólica no me proporcionó las
palabras que ansiaba oír.
—Has pasado cincuenta minutos de cada hora desde que llegaste
deprimido en la terraza y mirando a través del bosque en su dirección.
¿La amas?
—Ella no confía en mí. No me pidió que me quedara y ahora está
organizando una fiesta.
—Eso no significa que no la quieras y que ella no te quiera. Significa
que son jóvenes y tontos.
Lo vi entonces. El dolor de mi corazón se reflejaba en la cara sexy de
Devlin. Le dolía por mí. Me extrañaba. Me amaba.
«Por nada del mundo» iba a dejar que él lo dijera primero. Quería ese
honor… y poder echárselo en cara el resto de nuestras vidas.
En mi prisa por gritar las palabras primero, me olvidé de la puerta
mosquitera que había sustituido después de que mis hermanos la
destrozaran. Me abalancé sobre ella, tropecé, la arranqué de sus raíles y
la estrellé contra el suelo del salón. Se estrelló contra la madera,
arrugada y destrozada como mi corazón.
Devlin se levantó de la silla con cara de asombro y tal vez un poco de
miedo.
—Te amo —grité.
La abuelita Louisa parecía un poco sorprendida. Estelle reapareció y
se quedó boquiabierta ante la evidencia de mi espectacular entrada.
—Habla más alto, cariño. No creo que te haya oído —insistió Estelle.
Abrí la boca para volver a hacer mi proclama, pero Devlin levantó una
mano. 363
—Creo que todos hemos oído a Scarlett —dijo secamente. Me miró a
la cara y vi que la nuez de Adán se le agitaba en la garganta.
La abuelita Louisa se agachó y abrió el velcro de su bota. Se la quitó
de una patada y se levantó de un salto, ágil como una cuarentona.
—Nuestro trabajo aquí ha terminado, Estelle. ¿Por qué no vamos a
The Lookout a tomar una ronda de místicas moonshine?
Estelle tiró el paño de cocina al suelo.
—Me parece bien. Me pondré mis pantalones de beber.
Salieron a toda prisa de la habitación, dejándonos a Devlin y a mí
mirándonos fijamente.
—Rompiste la puerta de la abuela —dijo en voz baja.
—También anuncié que estoy enamorada de ti —señalé por si se había
perdido el anuncio.
—Hasta luego —dijo la abuelita Louisa mientras ella y Estelle salían
riendo por la puerta principal.
Reinaba el silencio. Oía cómo el corazón me latía en el pecho. Devlin
avanzó hacia mí y no se detuvo hasta que me puso las manos en las
caderas. Se inclinó hacia mí y pensé que podría avergonzarme y
desmayarme sobre él. Mi cuerpo lo había echado de menos como al
sol… o a la cerveza. Me había engañado al pensar que podía alejarme de
él y estar bien.
Estaba de todo menos bien.
—Una vez más —susurró, su pulgar rozando mi labio inferior, y sentí
el contacto en cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
—Yo, Scarlett Rose Bodine, te amo, Devlin Brooks McCallister y eres
un maldito idiota si crees que voy a dejar que te vayas otra vez sin mí.
—Me dejaste, ¿recuerdas?
—No dije que fueras el único idiota —argumenté. 364
—Fuiste una idiota —estuvo de acuerdo—. Y me fui sin decirte lo que
siento —dijo, acercándome lo suficiente como para que cada centímetro
de mí lo tocara.
—¿Y cómo te sientes exactamente? —le pregunté.
—Como que sin ti hubiera pasado toda mi vida sabiendo que me
estaba perdiendo algo especial. Como si me hubiera alejado de la única
mujer que he amado porque soy un idiota.
—Sigue hablando —le insistí.
—Volví a casa, a ese condominio estéril. Asistí a media docena de
almuerzos, cortes de cinta y recaudaciones de fondos. Fue un asco. Eres
el color, la música y el sabor de mi día. Y no vale la pena arrastrarse
fuera de la cama por la vida sin ti. Te amo, Scarlett. Te amo, y será mejor
que te lo metas en tu dura cabeza de Bodine.
Mi respiración se agitó al inhalar y se atascó en mi garganta.
—¿Qué hacemos al respecto?
—Tengo algunas ideas —dijo, con una lenta sonrisa curvando las
comisuras de sus labios.
—Me parece muy bien —respiré—. ¿Pero tenemos que hablar de tu
abuela fingiendo una lesión para traerte de vuelta al pueblo?
—Tenemos que hablar de ¿por qué no me contaste lo de la chaqueta
de Callie?
—Tenemos que hablar ¿del lío en que se va a convertir tu vida si
empiezas a salir con una chica en medio de una investigación de
asesinato?
—Tenemos que hablar de ¿por qué ni siquiera me diste la opción de
quedarme o irme?
Me mordí el labio. Sí, teníamos mucho de qué hablar y quizá incluso
disculparnos, cosa que no me entusiasmaba en absoluto.
365
—¿Por qué no dejamos todo eso para después? Puede esperar, ¿no?
—Sí, puede esperar —aceptó.
Resonó el estruendo de la música en la puerta de al lado y Devlin
sacudió la cabeza.
—Igual que la primera noche que te conocí.
—No del todo —le dije, metiéndome la mano en el pelo y soltando las
horquillas. Me dejé caer el pelo por la espalda y le cogí de la mano—.
Vamos.
Corrimos de noche por el estrecho sendero que atravesaba el bosque.
Cuando llegamos al otro lado, la multitud nos aclamó.
—¡Me encontré un hombre! —grité.
Devlin me echó al hombro y corrió hacia la camioneta de Buck, junto
al fuego. Me puso con los pies sobre la plataforma de la camioneta.
—Que alguien le traiga una cerveza a la señorita —dijo.
Alguien me puso una cerveza en la mano. Me incliné hacia delante y
subí a Devlin a mi lado en la plataforma de la camioneta.
—Damas y caballeros —dije—. Dedico esto a todos ustedes.
Devlin también levantó una cerveza. Vi a mis hermanos entre la
multitud levantando sus bebidas. Jonah estaba entre Bowie y Jameson.
Inclinó su cerveza en mi dirección.
Devlin y yo chocamos las latas y, a la cuenta de tres, empezamos a dar
tragos.

366
Capítulo 50
Scarlett
Horas más tarde, Devlin y yo estábamos bailando lentamente en mi
patio trasero, la fiesta seguía fuerte a nuestro alrededor.
—Siento lo de la puerta corredera de la abuelita Louisa —dije.
—Perdona. ¿Acabas de disculparte? —preguntó Devlin fingiendo
conmoción.
—Pensé en empezar con una de las cosas más pequeñas e ir subiendo.
367
—Me lo estoy tomando con calma —bromeó.
—Hay mucho de lo que tendremos que hablar, Dev. Medio pueblo
cree que mi papá lo hizo. Cuando se sepa lo de la chaqueta, nada será
igual. Los medios estarán respirando en nuestras nucas. —Necesitaba
que conociera los riesgos. Que los entendiera y que aun así me eligiera.
—Sabes, es bueno que tu novio sea abogado. Es aún mejor que haya
estado pensando en abrir su propio bufete en Virginia Occidental.
Jadeé.
—¿Hablas en serio? ¿No te odiarán tus padres?
—En realidad están amargamente decepcionados.
—¿Ya se los has dicho?
—Scarlett, regresé, pero una parte de mí nunca se fue de aquí. Tú eres
lo que quiero. Que Dios me ayude, pero Bootleg es lo que quiero.
—Tengo que enseñarte algo —anuncié.
—¿Está debajo de ese vestido?
No estaba precisamente complacido cuando lo aparté de mi casa y de
mi cama y me dirigí a mi camioneta en su lugar. Pero tenía una idea
cojonuda y no quería perderla en una nube de lujuria.
—Merece la pena esperar. Te lo prometo.
Devlin me cogió la mano libre mientras lo dirigía hacia nuestro
destino. Sólo había una cosa que deseaba más que tenerlo desnudo y
debajo de mí y era importante.
Me desvié por la carretera y me detuve junto al descascarillado cartel
de «Se vende». Los campos se extendían, brillantes bajo la luna casi
llena. La arboleda susurraba en silencio con la ligera brisa que se
levantaba. Podía distinguir el brillo del agua del lago más allá.
Palmeé el cartel de «Se vende».
368
—¿Qué dices, Dev? ¿Construirás una vida conmigo aquí? Puedes
abrir tu bufete o hacer otra cosa. Enseñar yoga, vender tuercas y
tornillos, llevar mis cuentas. Tengo algo de dinero ahorrado y puedo
hacer parte del trabajo yo misma. Estoy pensando en cuatro dormitorios
y una de esas grandes bañeras con una ventana frente al lago.
Podía sentirlo prácticamente vibrando a mi lado y no estaba segura
de sí era la necesidad física de desnudarme y hacer que me corriera o si
era el plan que estaba trazando.
—Podemos construir una casa, una vida, una familia y algún día,
cuando los niños sean odiosos, les contaremos cómo empezó todo aquí,
en la plataforma trasera de mi camioneta.
Levantó la boca.
—¿Pero Scarlett Bodine, estás proponiéndome matrimonio? —se
burló.
Arrugué la nariz.
—Todavía no. Le prometí a mamá que no hasta los treinta y un Bodine
no…
—Rompe sus promesas —completó Devlin, atrayéndome hacia él.
—Quiero esto contigo, Dev. Quiero una casa grande, niños salvajes y
hogueras.
—Quiero darte todo lo que quieras —me recordó.
—¿Eso es un sí?
—Cariño, eso es, maldición sí. —Me besó con fuerza bajo la luna en el
terreno que compraríamos juntos—. ¿Por qué llevas esto, por cierto?
Se había echado hacia atrás y estaba estudiando mi vestido.
—Planeaba impresionarte con mi camaleónica habilidad para pasar
desapercibida cuando me colara en tu casa de Annapolis. Porque yo
entré en razón primero.
Devlin echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. 369
—Scarlett, cariño, no podrías pasar desapercibida aunque fueras
invisible. Por favor, no lo intentes nunca. Echaría de menos a mi chica
Bootleg, bebedora de cerveza y calzadora de botas.
Lo agarré de la corbata y tiré de él hacia mí.
—Sí, sólo recuerda quién dijo «te amo» primero.
Epílogo
Devlin
Ya estaba despierto cuando sonó el despertador de Scarlett. Hoy era
un gran día, no es que Scarlett Bodine dejara que nadie olvidara que por
fin cumplía treinta años. Cuatro años juntos, pensé, rodando hacia mi
lado, y por fin iba a pedirle que se casara conmigo.
Sus hermanos me habían dado su aprobación hacía años. Fue algo
totalmente ceremonial, me habían vuelto a mojar el culo en el lago, pero
ahora era uno de ellos y había llegado el momento de hacerlo oficial.
370
Scarlett se agitó cuando la arrastré contra mí, besándole el hombro
desnudo.
La luz de la mañana entraba por las ventanas que daban al lago.
Habíamos construido esta casa juntos, Scarlett haciendo ella misma
buena parte del trabajo y enseñándome algunas cosas por el camino. Y
cada maldito día, contaba mis bendiciones cuando arrancaba el largo
camino. Todo lo que más me importaba en esta vida estaba aquí.
El anillo estaba en el cajón de mi mesita de noche. Había pensado en
un millón de maneras de hacerlo durante los últimos cuatro años. Como
con todo lo relacionado con Scarlett, tenía un plan A, B, C y D. Era una
necesidad cuando tu novia era tan impredecible y salvaje como Scarlett.
Mi futura prometida soltó un bufido poco elegante y se sentó derecha.
—¡Por Dios! ¿Qué hora es?
—Es temprano —dije, apoyándome en el codo y viéndola saltar
desnuda de la cama—. ¿Cuál es la prisa, cumpleañera?
Hizo una pausa mientras se ponía unos pantalones cortos y me sonrió.
—Tengo cosas de cumpleaños que atender. Peluquería, masajes y
tratamientos faciales con las chicas —dijo. Saltó en mi dirección y me dio
un beso que convirtió mi erección matutina en una erección furiosa.
—¿Y yo qué? ¿No tengo que pasar el día contigo? —pregunté.
Su sonrisa era tan melosa como su acento.
—No te preocupes, Dev. Serás el punto culminante de mi gran día.
—Tenemos planes para cenar —le recordé.
—Oh, ¿esos misteriosos planes para cenar de los que me has estado
recordando? —Me guiñó un ojo—. Me aseguraré de estar duchada, sexy
y lista para la acción.
Ahora estaba listo para la acción. Me levanté de la cama, mi polla
exigiendo toda su atención.
—Uh… uh. Mantén ese palo sexual lejos de mí. Me tengo que ir. — 371
Scarlett cogió un sujetador y una camiseta de tirantes y salió corriendo
hacia el baño, cerrándome la puerta en las narices—. Buen intento,
cariño —gritó a través de la puerta.
El plan A un gesto dulce, romántico, tranquilo y desnudo, estaba
oficialmente descartado.
Sin inmutarme, cogí unos pantalones cortos de deporte y me dirigí a
la cocina. La casa era la mezcla perfecta de McCallister y Bodine.
Había ventanas por todas partes. Toda la parte trasera de la casa tenía
una vista panorámica del lago. En la puerta principal había un estudio
para mí y Scarlett utilizaba la habitación formal del lado opuesto como
su oficina desastrosa.
Teníamos cinco dormitorios perfectos para las visitas de mis padres y
nuestra futura «manada de niños». El salón y la cocina eran una gran
habitación, lo que facilitaba el entretenimiento. La enorme chimenea de
piedra de montaña del salón dio a Scarlett la excusa que buscaba para
organizar «hogueras de interior» mensuales en pleno invierno.
Abrí el refrigerador y recogí los ingredientes para mi batido de
proteínas. Mi teléfono zumbó sobre la encimera.
Cassidy Bodine: ¿Ya están comprometidos?
Sacudí la cabeza. Iba a ser un día muy largo si no conseguía concretar
a mi novia bola de fuego y le ponía un anillo en el dedo. Todo Bootleg
Springs estaba esperando la señal y entonces el pueblo descendería a
nuestro patio trasero para la hoguera más grande y más loca que Scarlett
había visto nunca.
La oí trotar por el pasillo, con los pies descalzos golpeando la madera.
—Llego tarde, cariño. Si no, estaría pidiendo mis regalos —dijo,
poniéndose de puntillas para besarme la mejilla.
Agarré un puñado de su camiseta y tiré de ella para darle un beso
digno de un cumpleaños. 372
Scarlett se derritió en mis brazos, pero antes de que pudiera reactivar
el Plan A, se estaba zafando de mi agarre.
—¡Buen intento, semental! ¡Continuará!
Desapareció en dirección al garaje y me dejó con mi batido de
proteínas y otra erección insatisfecha.

Levanté la canoa por encima de mi cabeza, con las gotas de agua


cayendo sobre mí y me dirigí al lago. Scarlett y yo habíamos pasado por
todo en los últimos cuatro años. Las bodas de sus hermanos, noches
interminables haciendo el amor, discusiones ardientes, conversaciones
suaves bajo las estrellas, domingos perezosos en el lago, por no hablar
de la investigación que por fin todos habíamos superado.
Scarlett Bodine me había salvado de una vida que creía que quería.
Me levantó en mi momento más bajo y, hace dos años, estuvo a mi
lado, temblando de orgullo con sus botas de vaquera, cuando me
juramenté en el cargo de juez del condado de Olamette. Había hecho
tanta campaña por mí que creo que la mayoría de la gente tenía miedo
de no votar por mí. Así que el juez Carwell pudo retirarse y yo entré en
mi propia sala de tribunal.
No era Washington, D.C. Mi sala de tribunal tenía seis cabezas de
ciervo colgadas en la pared sobre el estrado, pero era más feliz de lo que
nunca había sido. Más feliz de lo que habría sido. Y mis padres estaban
vagamente menos decepcionados ahora que tenían un juez en la familia.
Tendían a omitir la parte de «condado» de mi título. Se habían
encariñado con Scarlett, cosa que no dudaba que sucedería. La mujer
podía descongelar el más frío de los corazones con sus dulces sonrisas y 373
su meloso hablar. Si eso no funcionaba, se dedicaba a limar todas las
asperezas que encontraba hasta que la otra parte no podía recordar una
época en la que no amara a Scarlett.
Bajé la canoa a la playa de arena y la metí en las aguas poco profundas
del lago. Até las cuerdas al muelle y arrojé los edredones y la cesta de
picnic en la canoa.
La hielera de cerveza fue lo siguiente. Me palpé el bolsillo delantero,
asegurándome de que el anillo seguía en su sitio.
—Buenos días. —Jonah, el hermanastro de Scarlett, cruzó el césped
con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos—. Pensé en
pasarme a ver si necesitabas ayuda para preparar la hoguera de esta
noche —dijo.
Sonó mi teléfono y lo cogí del muelle.
—Hola, Scarlett.
—Voy a comer con las chicas —dijo.
—Oh. Uh. —Miré la canoa de compromiso—. Bueno. ¿Cuándo
volverás?
—No estoy muy segura. Sólo llamaba para decirte que te echo de
menos y que te veré esta noche para cenar.
Bueno, diablos. El plan B acababa de cagarse.
—Intenta estar de vuelta a las cinco —dije, esperando sonar casual y
no decepcionado y asustado.
—Creo que puedo arreglármelas —dijo, alegremente inconsciente de
que estaba arruinando el día más importante de nuestra vida.
—Vas a «volver», ¿verdad? —«Diablos, ¿y si después de todos estos
años se había acobardado?» Sentí que mi estómago se revolvía
lentamente.
Su risa era ronca. 374
—Vaya, señoría, sabe que es con usted con quien quiero pasar mi
noche de cumpleaños. De hecho, si yo fuera tú, pasaría la tarde
hidratándome y haciendo estiramientos.
—¿Lo prometes? —dije en voz baja.
—Te lo prometo, Dev. Estoy deseando celebrarlo contigo y estaré
pensando en ti toda la tarde. Te amo.
—Yo también te amo —dije, casi apaciguado.
—Recuerda quién lo dijo primero —cantó antes de colgar.
Maldije en voz baja y me quedé mirando la canoa del romance.
—Bueno, mierda.
—¿Problemas? —preguntó Jonah.
—Scarlett está pasando la tarde con sus amigas.
Jonah se pasó una mano por el pelo oscuro.
—Sí, reunió a las chicas para un día de spa, almuerzo y lo que sea.
Las chicas eran las mujeres de las que los hombres Bodine y yo nos
habíamos enamorado. Yo no era el único hombre que llegaba a Bootleg
para ser sorprendido por el amor. Los últimos años habían sido un
torbellino de lujuria, amor y un montón de bodas, algunas de las cuales
había presidido. Esperaba poder añadir la mía a la lista. Parecía que el
universo o peor aún, la propia Scarlett Bodine conspiraba contra mí.
—¿Ibas a declararte en una canoa? —preguntó Jonah.
Me encogí de hombros.
—Pensé que un almuerzo campestre y algo de tiempo en las aguas
termales sería… ya sabes… romántico y nostálgico.
Jonah asintió.
—Sí, totalmente. —Su mirada se posó en la cesta de picnic—. Es una
pena que se desperdicie.
375
Tenía medio kilo de la ensalada de pollo favorita de Scarlett, un
paquete de seis cervezas frías y tres o cuatro horas que matar antes de
que mis padres aparecieran para celebrar el compromiso que todavía no
era.
—¿Quieres ir? —le pregunté a Jonah.
Se encogió de hombros.
—¿Tienes un par de bañadores extra?

Scarlett definitivamente me estaba evitando. Jonah y yo sudamos la


gota gorda remando hasta las aguas termales secretas, donde comimos
mi almuerzo de compromiso y hablamos de deportes, mujeres y trabajo.
El negocio de entrenamiento personal de Jonah era el complemento
perfecto para los spas diurnos de Bootleg. Los turistas podían pasar la
mañana sudando en un campo de entrenamiento a orillas del lago y
luego comer en cualquiera de los restaurantes del pueblo antes de
relajarse en uno de la media docena de spas del pueblo.
Ahora yo también tenía algunos problemas. Mis hombros estaban
tensos por la preocupación de que Scarlett me evitara o se fuera del
pueblo o la arrestaran de nuevo. Estaba más que listo para hacer nuestro
amor «oficial». Pensé que ella sentía lo mismo. No podía haber
malinterpretado los últimos cuatro años. «¿No?»
El equipo del catering apareció mientras descargábamos la canoa.
Jonah se ofreció a dirigirlos para que yo pudiera ducharme. Para cuando
salí con el pelo mojado y la ropa limpia y el anillo de nuevo en el bolsillo
delantero, mis padres ya estaban en el camino de entrada y los Bodine
habían llegado a nuestra casa.
Gibson y Jameson estaban llenando la hoguera de leña. Bowie llevaba 376
la maleta de mi madre. La mujer se quedaba treinta y seis horas y había
hecho la maleta como si se fuera una semana a París. Mi padre estaba
metiendo las narices en todos los platos contemplados que los
encargados del catering habían colocado en la cocina.
Mi Abue y su novia Estelle servían, a todo el que entraba por la puerta,
vasitos de moonshine de fresa.
Los saludé a todos e intenté disimular mi distracción.
Scarlett todavía no estaba. Sus respuestas a mis mensajes habían sido
vagas. Al menos, así los leía mi mente que empezaba a asustarse.
—Tu casa es preciosa —dijo mi madre, admirando la gran chimenea—
. Tal vez podría traer aquí a mi grupo de las Hijas de la Revolución
Americana para un retiro en otoño —reflexionó.
En realidad, no estaba preguntando. Estaba planeando.
—Dev, ¿tienes un minuto para ayudar a repasar la disposición de las
mesas? —preguntó Gibson, asomando la cabeza por la puerta trasera.
—Claro. —Asentí tontamente y lo seguí afuera.
—Parece que vas a vomitar —observó.
—Todavía no me he declarado —le dije—. ¿Cómo podemos tener una
fiesta de compromiso sin compromiso?
—En tu lugar, yo no me preocuparía —dijo Gibson. Para él era fácil
decirlo. Llevaba un brillante anillo de oro en el dedo anular y una
maldita sonrisa permanente en la cara.
—¿Ya llegaron las chicas? —preguntó Jameson desde el patio.
—Todavía no —dijo Gibson—. Estarán aquí pronto.
—Esperen un segundo. —Me detuve en la terraza—. Ella está
tramando algo. ¿No es así? —Les reté a mentirme a la cara.
Gibson me puso las manos en los hombros y me empujó en dirección 377
a las escaleras.
—¿Scarlett? ¿Tramando algo? —preguntó inocentemente.
Jameson se metió las manos en los bolsillos y silbó sin ton ni son
mientras evitaba mi mirada.
—Si no empiezan a hablar, cancelo el póquer esta semana —amenacé.
—Mira. Quieres comprometerte, ¿verdad? —dijo Gibson,
señalándome en dirección al camión de cajas del que se estaban
descargando dos docenas de mesas redondas.
Me di una palmada en el muslo.
—Esa tramposa cree que va a declararse, ¿verdad?
Gibson y Jameson compartieron una larga mirada.
—Maldita sea. Me ha echado en cara el hecho de que dijo «te amo»
primero durante cuatro años. ¿Te imaginas lo que hará si es ella la que
hace la pregunta?
Asintieron estoicamente, no dispuestos a romper oficialmente el
código de la familia Bodine de chismorrearse los unos a los otros.
Bowie y Jonah se acercaron.
—¿Por qué no se llevan a McCallister a dar un paseo antes de que
explote? —sugirió Gibson.
—¿Sabías algo de esto? —pregunté, pinchando a Jonah en el pecho.
—«Por supuesto» que lo sabía. Mi esposa no puede guardar un
secreto para salvar su vida.
—Ninguna puede —sonrió Jameson.
Cuatro teléfonos sonaron, chirriaron y tintinearon simultáneamente.
Los hermanos miraron sus pantallas y cuatro sonrisas iguales se 378
dibujaron en sus caras. Dios, qué pesados eran.
—Las chicas están aquí —dijo Jonah.
Giré hacia la casa. De ninguna manera iba a dejar que Scarlett Bodine
me propusiera matrimonio. Yo me encargaría de esto primero.
—¿Adónde vas? —llamó Bowie.
—¡A arruinar el plan de Scarlett!
—¿Qué pasa con las mesas? —gritó Gibson.
—¡A la mierda las mesas!
Entré en la casa como una exhalación y seguí el ruido de risas y
chillidos en dirección al baño de arriba.
—Espera a que Devlin te eche un vistazo —oí cantar a Cassidy cuando
abordé la última escalera.
—Te ves atractiva —coincidió la hermana de Cassidy—. Nada que ver
con tu desorden habitual.
—Gracias a todas —dijo mi futura esposa.
Le di una patada a la puerta y asusté a las seis mujeres hacinadas
dentro.
—¡Devlin! ¿Qué te pasa? —exigió Scarlett, con las manos en las
caderas y los codos golpeando a las demás en el reducido espacio. Su
pelo, de un sexy color caoba, colgaba largo y suelto por su espalda, justo
como más me gustaba. Llevaba un vestido blanco de encaje que le
llegaba justo por encima de las rodillas y se alborotaba en la falda.
Era el look perfecto para pedirle matrimonio.
Estaba irracionalmente furioso, que es la única excusa para lo que hice
a continuación.
Yo, Devlin McCallister, juez del condado de Olamette, me eché a mi
novia al hombro y la saqué del cuarto de baño pataleando y gritando. 379
Sus amigas nos seguían con la boca abierta. Cassidy lo estaba grabando
con su teléfono, y a mí me importaba un bledo. Pasamos junto a mis
padres y la madre de Jonah en las escaleras. Scarlett dejó de gritar lo
suficiente para decirles un «hola, hay toallas limpias en el armario de la
ropa blanca» antes de que yo cerrara la puerta de nuestro dormitorio
tras nosotros.
La tiré sobre la cama con tanta fuerza que rebotó.
—Si me despeinas, nunca te lo perdonaré, Devlin Brooks McCallister
—aulló.
Antes de que pudiera ponerse en pie y darme una patada en los
huevos o hacerme una llave en la cabeza, me estiré sobre ella y le tapé la
boca con una mano. Sus ojos pasaron de furiosos a listos para
desnudarse en menos de dos segundos. Yo ya estaba empalmado. Algo
en verla con todo ese encaje blanco hizo que mi sangre se espesara.
—Cásate conmigo —le exigí. Mi discurso, cuidadosamente redactado
y memorizado sin piedad, se fue por la ventana. Diablos, yo estaba en el
Plan Cuádruple Z en este punto. Y no iba a pasar ni un segundo más de
mi vida sin poner un anillo en el dedo de esta mujer. Si tuviera que
luchar para ponérselo, estaba por verse—. Cásate conmigo, Scarlett. Sé
mi esposa.
Emitió un sonido ahogado y retiré la mano antes de que pudiera
morderme. Scarlett nunca dudaba en pelear sucio. Era una de las cosas
que más me gustaban de ella.
—Ya era hora —dijo con una sonrisa arrogante.
—¿Ya era hora? —grité—. Me has estado evitando todo el puto día.
—Tenía que prepararme para esta noche —dijo, rodando sus caderas
contra mí.
Apreté los dientes, intentando concentrarme. Aún no había dicho que
sí. 380
—Di que sí, Scarlett. —Mordisqueé su labio inferior y sentí su pulso
acelerarse bajo mis dedos en su garganta.
—Sí, claro que me casaré contigo —suspiró, rogándome que
profundizara el beso.
—¿Y yo me llevo el mérito de proponértelo? —pregunté, un poco
preocupado de que hubiera dicho que sí tan fácilmente—. Yo te lo pedí
primero.
Dejó caer la cabeza sobre el colchón y se rio.
—Creo que puedo darte eso.
—No puedo creer que pensaras que ibas a declararte —dije
bruscamente, recorriendo con mis dedos la suave piel de su cuello.
—Oh, nunca planeé declararme —replicó Scarlett.
Me levanté, apoyando mi peso en los codos.
—¿Qué?
—Sabía qué harías lo correcto conmigo y me lo propondrías hoy —
dijo con suficiencia—. Pensé que, si nos íbamos a comprometer y yo iba
a cumplir treinta años, ¿por qué no casarnos esta noche?
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Scarlett soltó una risita debajo
de mí.
—Seguro que eres sexy cuando te quedas sin palabras.
—Voy a necesitar que me lo repitas —conseguí finalmente.
—En cuanto me pongas un anillo, «asumiendo» que hay un anillo —
dijo en tono directo—. Vamos a decir algunos votos en frente de la
mayor parte de Bootleg, comer algo de barbacoa, beber algo de cerveza,
empujar pastel en la cara del otro, y luego tú y yo vamos a estar
realmente desnudos y bíblicos.
Dejé caer mi frente sobre la de Scarlett.
381
—Te amo más que a nada en este mundo. ¿Lo sabes?
—Claro que sí y el sentimiento es mutuo. Tú eres el hombre para mí,
Dev. Quiero más de todo esto contigo. Quiero bebés en el piso superior
y nietos en el lago. Te quiero todas las noches del resto de mi vida. —
Acercó su mano a mi mejilla, frotando su palma sobre mi barba—.
Ahora, sobre ese anillo…

Al anochecer, Scarlett desfiló por el pasillo cubierto de hierba del patio


trasero, bordeado de velas de citronela con sus cuatro hermanos como
escolta. Eso no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió fue que los
Bodine entregaran a Scarlett y luego se alinearan a mi lado, un broche
perfecto para las damas de honor del lado de Scarlett. Familia. De sangre
y de otro tipo.
Mientras el viejo juez Carwell recitaba los votos con acento sureño, yo
no podía dejar de frotar las palmas de las manos de Scarlett con los
pulgares, asegurándome de que aquello estaba ocurriendo de verdad.
Mi madre moqueaba educadamente en el pañuelo de mi padre, en
primera fila. La Abue y Estelle estaban sentadas a su lado, sacando mil
fotos con sus teléfonos. La madre de Jonah y los padres de Cassidy
estaban al lado de Scarlett. Más allá estaba la mayor parte de Bootleg.
Por encima de nosotros, a alguien se le había ocurrido encender las
ristras de luces que utilizábamos para las fiestas.
Podía oler a hoguera y a carne asada. Todos los asistentes tenían una
copa en la mano.
Y cuando Scarlett me miró, con los ojos brillantes de una alegría que
reflejaba la mía, supe que estaba más que preparado para otros
cincuenta o sesenta años con ella. Ella era mi aventura y mi lugar seguro. 382
Mi mejor amiga y yo iba a pasarme el resto de mi vida amándola a más
no poder.
Todos nos reímos mucho cuando el viejo juez Carwell llegó a la parte
del «honor y la obediencia».
Y, cuando me dieron el visto bueno para darle a mi mujer nuestro
primer beso, me incliné para que sólo Scarlett pudiera oírme.
—«Sólo recuerda quién lo propuso primero».
Nota de la autora al lector
Estimado lector,
Bienvenido a Bootleg Springs, donde el licor fluye y los vecinos
conocen todos tus movimientos. Espero que hayan disfrutado de su
primera visita. No voy a mentir, sabía exactamente quién era Scarlett
Bodine incluso antes de empezar a escribir este libro. Todo empezó con
la escena en la que Devlin la ve por primera vez bebiendo cerveza en la
plataforma de una camioneta.
Simplemente me enamoré de la idea de esta chica pueblerina que
pensaba en el sexo como un hombre, hacía el trabajo sucio en su familia
y aún tenía tiempo para perseguir cada pizca de diversión que pudiera
encontrar. Me encanta un pueblo que rompe todos esos estereotipos.
Claro que está el meloso acento sureño y el alcalde toca un banjo como
nadie, pero Bootleg es un próspero pueblo turístico con un gran corazón,
vecinos inteligentes y empresarios astutos.
Estoy muy emocionada con esta serie, y no sólo por las razones de
383
siempre, pueblo pequeño, familia loca, hilaridad. El aspecto de suspenso
ha sido muy divertido de planear con Claire. Habrá seis libros, cada uno
con una pareja y un final feliz, pero el misterio no se resolverá hasta el
Libro 6 y, ¡CHICOS, «realmente» quieren saber qué ha pasado!
Así que, una vez más, bienvenidos al pueblo más loco de todo el país.
Espero que se queden por aquí. Si te ha encantado Whiskey Chaser, no
dudes en contárselo a setecientos de tus mejores amigos o dejar una
reseña en Amazon.
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increíbles contenidos adicionales, suscríbete a mi boletín de noticias.
Espero verte por aquí.
Xoxo,
Lucy
384
Lucy Score &
Claire Kingsley
Lucy Score es una autora número
uno en ventas instantáneas del New York
Times. Creció en una familia de literatos que 385
insistía en que la mesa era para leer y obtuvo
una licenciatura en periodismo.

Escribe a tiempo completo desde la casa de


Pensilvania que ella y el Sr. Lucy comparten
con su desagradable gata, Cleo. Cuando no
pasa horas creando héroes rompecorazones y
heroínas increíbles, se puede encontrar a Lucy en el sofá, la cocina o el
gimnasio.

Espera algún día escribir desde un velero, un condominio frente al mar


o una isla tropical con Wi-Fi confiable.
Claire Kingsley es una de
las autoras más vendidas de Amazon de
novelas románticas y comedias románticas
sexys y sinceras. Ella escribe heroínas
atrevidas y extravagantes, héroes
deslumbrantes que aman grandes,
románticos felices para siempre, y todos
los grandes sentimientos.

Lectora de toda la vida, se crió en libros como El Hobbit, Las crónicas de


Narnia y El jardín secreto. Su amor por la lectura se convirtió en amor
por la escritura y pasó gran parte de su infancia creando historias.
Todavía es una ávida lectora, disfruta de todo, desde fantasía épica hasta
suspenso y romance, además de mucha no ficción.
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Vive con su familia en Pacific Northwest. Cuando no está escribiendo,
está ocupada discutiendo con tres niños, paseando a su perro y
manteniendo a su gato fuera de problemas, todos los cuales son trabajos
de tiempo completo.
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