Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cherry Blossom
Mrs. Darcy
Revisión Final 4
Ludmy
Diseño
Seshat
Sinopsis
«Temo que mi vagina podría ponerse al revés si intentas darle otro
orgasmo tan pronto».
—Scarlett Bodine
Criada por sus tres hermanos dominantes, Scarlett es una chica ruda
como el infierno con un cinturón de herramientas. Un tornado que causa
problemas allá donde va. ¿Sus pasatiempos favoritos? Beber más alcohol
que cualquier hombre y bailar música country, pero no tiene ningún
interés en el amor. Scarlett sólo está siendo amable cuando reclama a su
sexy vecino como su nuevo proyecto favorito.
Devlin es un hombre que ha tocado fondo. Matrimonio, carrera 5
política, un plan de cinco años para llegar a Washington, D.C. Todo
destruido con un golpe bien dado. El chico de oro es ahora la oveja negra
relegada a Bootleg Springs, un diminuto pueblo de Virginia Occidental
con dos reclamos a la fama: 1. Moonshine y 2. El caso sin resolver de la
desaparición de una adolescente.
Devlin sólo quiere lamerse las heridas. Pero Scarlett tiene otras ideas
para su lengua… y para el resto de él. Está decidida a devolverlo a la
vida, aunque conseguir que se recupere signifique no volver a verlo
nunca más. Pero cuando un viejo misterio se convierte en noticia nueva,
ella necesitará su ayuda para sobrevivir al escándalo.
Capítulo 1
Scarlett
Odiaba los funerales. Olían a lirios y tristeza. Había demasiados
abrazos y pañuelos empapados. El vestido negro que encontré en el
estante de liquidación en Target hacía que me picara el cuello donde la
etiqueta se enroscaba contra mi piel.
—Siento mucho tu pérdida, Scarlett. —Bernie O'Dell, de un metro con
ochenta centímetros de altura, me envolvió en un incómodo abrazo.
Cerró la barbería hoy por el funeral. Fue uno de los pocos amigos de
Jonah Bodine que se había quedado con él hasta el amargo final, incluso
6
cuando ya no merecía amigos.
Sonreí débilmente a Bernie y le di una palmada en el brazo.
—Papá siempre estuvo agradecido por tu amistad.
A Bernie se le empañaron los ojos y se lo pasé a Bowie, mi hermano
bueno. No es que Jameson y Gibson fueran malos, pero Bowie era
subdirector de instituto. Estaba acostumbrado a lidiar con emociones
que nos aterrorizaban al resto.
—Dios tiene un plan —anunció Sallie Mae Brickman apretándome la
mano para tranquilizarme. Sus manos siempre estaban heladas,
independientemente de la época del año. Podía haber cuarenta grados
el cuatro de julio y las manos de Sallie Mae podían mantener su
limonada medio helada.
—Estoy segura de que sí —dije, para nada segura de que haya un plan
o un Dios. Pero si a Sallie Mae la hacía sentirse mejor creer, entonces,
por supuesto, era bienvenida a la fe.
La fila para ofrecer condolencias se atascó como un foso séptico con
un mal sistema, con Bernie compartiendo una historia de pesca con
Jameson. Mi hermano era una especie de artista solitario y esta era
probablemente su pesadilla personal. Nuestro padre muerto en una caja
detrás de él y una fila larga de Bootleggers bien intencionados saliendo
por la puerta.
Bootleg Springs, en Virginia Occidental, era, en mi humilde opinión,
el mejor lugar del mundo para vivir. Tuvimos una larga historia con el
contrabando durante la Ley Seca. Mi bisabuelo, Jedediah Bodine, fue
una leyenda por haber traído prosperidad a nuestro pequeño pueblo
con su alcohol ilegal y su aguardiente, y estábamos en pleno auge
turístico gracias a nuestras aguas termales y media docena de spas.
Éramos un pueblo pequeño pero poderoso. Todo el mundo se conocía y 7
cuando uno de nosotros moría, sin importar su posición en la
comunidad mientras vivía, todos nos engalanábamos, horneábamos
nuestros guisos y dábamos nuestras condolencias.
—Hola, nena. —Cassidy Tucker, la oficial más guapa y mordaz de
todo Virginia Occidental, iba vestida con su uniforme y arrastraba a su
hermana June detrás de ella. Cassidy, mi mejor amiga desde preescolar
sabía exactamente el lío que se estaba cociendo bajo mi triste semblante.
La abracé con fuerza y arrastré a June Bug a nuestro abrazo.
June me dio dos golpes en la espalda.
—Seguro que te alivia no tener que preocuparte más por las
intoxicaciones públicas de tu padre —dijo bruscamente.
Parpadeé. June era… diferente. Las relaciones humanas la
desconcertaban. Era mucho más feliz comentando estadísticas
deportivas que entablando conversaciones triviales, pero eso no nos
impedía a Cassidy y a mí forzarla a participar en situaciones sociales.
Además, era una Bootlegger. Aquí todo el mundo estaba acostumbrado
a sus rarezas.
—Tienes razón, June —dije. Todos los demás eran demasiado
educados para mencionar el hecho de que mi padre bebió hasta la
muerte. Pero el hecho de que tomara decisiones de mierda en su vida no
significaba que no formara parte del tejido de Bootleg. Todos tendíamos
a olvidar sus defectos cuando la persona era depositada en una caja
forrada de satén en la Iglesia de la Comunidad.
—¿Qué? —preguntó June a Cassidy, enarcando las cejas, mientras
avanzaban por la fila. Cassidy le dio una palmada en el hombro.
El viejo juez Carwell me cogió la mano con las dos suyas y miré
furtivamente a Bowie a mi derecha. Estaba abrazando a Cassidy… con
los ojos cerrados. Hice una nota mental para reírme de él más tarde. «¿Le
olías el pelo a una oficial en el funeral de tu padre, Bowie? Invita a salir
a la chica, carajo».
—Siento lo de tu padre, Scarlett —resolló el juez Carwell. El hombre
8
llevaba quince años queriendo retirarse de su cargo de juez, pero el
condado de Olamette no quería oír hablar de ello. El cambio no era fácil
para Bootleg.
—Gracias, señor —dije—. Y por favor agradézcale a la señora Carwell
por el pan de maíz que envió.
El pan de maíz de Carolina Rae Carwell era famoso en cuatro
condados. Había luchado con Gibson, mi hermano mayor, por el último
trozo esta mañana. Luché lo suficientemente sucio como para ganar.
Me alegré por el sustento. Parecía que todo el mundo acudía a dar el
pésame y a cotillear lo triste que había sido la vida de Jonah Bodine y la
bendición que era que todo hubiera terminado.
La verdadera bendición habría sido que mi papá se despertara tras
otra borrachera y decidiera cambiar sus costumbres diez años atrás. En
lugar de eso, mi padre se comprometió totalmente con la idea de ser un
borracho y ahora los cuatro Bodine supervivientes estábamos al frente y
en el centro de la iglesia que no habíamos pisado desde que mamá
murió.
Sí. Era una huérfana de veintiséis años. Por suerte, tenía a mis
hermanos. Esos tres chicos melancólicos eran todo lo que necesitaba en
la vida. Bueno, ellos, una cerveza fría, una buena canción country y mi
cabaña del lago. Podía arreglármelas sin mucho más.
1 Hace referencia a la canción «¡Ding-Dong! ¡La bruja ha muerto!» de la película El Mago de Oz.
Mientras que para mis hermanos esta sería una fiesta más, para mí
sería la despedida privada al padre al que había amado a pesar de todo.
—Así que, Bowie —dije, mirándolo. Tenía los ojos grises de mamá,
como yo, y el pelo oscuro de papá—. ¿Fue sólo mi imaginación o estabas
tratando de inhalar a Cassidy Tucker? ¿A cuántos otros vecinos
olfateaste mientras recibíamos condolencias?
Apretó la mandíbula, lo que sólo sirvió para resaltar los afilados
pómulos Bodine.
—Cállate, Scarlett.
Sonreí, mi primera sonrisa verdadera del día.
—Sólo decía.
Bowie nunca lo había admitido, pero el hombre sufría de amor no
correspondido. Hasta donde sabía, nunca había hecho nada al respecto.
Yo, en cambio, si había un tipo que me gustaba se lo hacía saber. La vida
era corta y los orgasmos eran geniales. 11
Capítulo 2
Devlin
La casa olía a galletas de azúcar y polvo. Mi abuela llevaba unas
semanas en Europa, disfrutando de unas vacaciones primaverales con
su pareja, Estelle. Cuando se enteraron de los problemas en los que me
encontraba, del caos en el que estaba sumida mi vida, ofrecieron su
confortable casa junto al lago en un pueblecito de Virginia Occidental
del que nadie había oído hablar.
Nunca había estado aquí. No con una vida en Annapolis. La Abue
venía a nuestra casa para las fiestas y eventos. Insistía en que nosotros
12
éramos los ocupados, aunque todos sabíamos la verdadera razón. A mi
madre, su hija, le daba un ataque pasivo-agresivo por aventurarse en el
bosque durante cualquier periodo de tiempo.
Sin embargo, este bosque era actualmente mi única opción. La había
jodido «y» me habían jodido. Estaba desterrado, temporalmente. Ahora,
no quería hacer nada más que sentarme aquí con los ojos cerrados y
olvidar los últimos meses.
Incluyendo el momento en que le rompí la nariz a Hayden Ralston.
La violencia nunca era la respuesta, como mi padre útilmente había
señalado, pero el oscuro placer que me produjo el crujido del cartílago
de aquel imbécil sugería lo contrario. No era propio de mí, un hombre
que había sido preparado para la aprobación pública desde preescolar.
Me quedé mirando la noche a través de las puertas de la terraza. Las
había abierto con la esperanza de refrescar el aire viciado del interior,
pero lo único que había conseguido era que la música atronadora en la
casa de al lado se colara en mi soledad. Una alegre cantante de country
se estaba entrometiendo en mi angustia y no me gustaba. No había
venido aquí para escuchar lo que sonaba como una fiesta de primavera.
Vine a revolcarme.
Con un suspiro, me empujé fuera del sillón de la Abue y me dirigí a
la terraza. La puerta mosquitera protestó cuando la abrí de un empujón.
Otra cosa que añadir a mi lista de cosas que reparar. Si la Abue y Estelle
eran tan amables como para acoger a un hombre destrozado, yo también
lo era como para reparar algunas cosas que se podían arreglar. Incluido
yo mismo.
Cuando salí a la terraza, el olor de la fogata llegaba hasta el terreno a
través del bosque. Si un campesino fiestero traspasaba el límite de la
propiedad, con tan solo la punta de una bota vaquera, le daría un susto
de muerte y a sus amigos con una denuncia por allanamiento.
Seguí los sonidos ahora extraños a mis oídos a través del bosque. 13
Risas, gritos de alegría. Diversión. Inclusión. Pertenencia. Ya no sabía
cómo se sentían. Era un extraño que miraba tanto hacia mi antigua vida
como a esta rústica encrucijada. Este limbo entre antes y después.
El sendero entre las propiedades estaba muy desgastado, pero no
estaba seguro si por pisadas humanas o de animales. Cuando atravesé
el bosque, fue como cruzar la frontera hacia otro universo. Festividad.
Las parejas bailaban lentamente y reían bajo las estrellas en el jardín
delantero. Una docena más se apiñaban alrededor de la fogata que
chasqueaba y crepitaba, lanzando columnas de humo azul hacia el cielo
nocturno. El relieve de la tierra descendía gradualmente hasta las
brillantes aguas del lago. La casa, en realidad una cabaña, me recordaba
a una casa de muñecas. Pequeña y bonita.
La música cambió a un himno country que hasta yo había oído antes
y el público reaccionó como si se hubiera ganado la lotería. Alguien
subió aún más el volumen y recordé por qué estaba allí.
—¿De quién es esta casa? —pregunté a una pareja en la improvisada
pista de baile.
—Scarlett —respondió la mujer con un acento tan marcado que casi
no distinguí la palabra.
«Por supuesto, su nombre era Scarlett».
—Está por allá, sobre la camioneta. —El amigo de la «gangosa»
sacudió la barbilla barbuda en dirección a una camioneta roja que estaba
estacionada de retroceso junto al fuego. Una multitud animada rodeaba
la compuerta trasera.
La pareja volvió a balancearse de un lado a otro, frente con frente.
Aceché por la hierba en dirección al jaleo. ¿Jaleo? Parecía que el campo
ya se me estaba pegando.
Me abrí paso allá entre la multitud hasta la parte trasera de la
camioneta y me detuve en seco. Ella estaba de espaldas a mí, de cara a
la multitud. Llevaba una falda vaquera corta, una camisa de cuadros 14
anudada a la cintura y botas vaqueras. Las piernas que unían las botas
y la falda eran delgadas y tonificadas. Tenía el pelo largo, castaño y le
caía por la espalda en ondas. Era menuda, pero la curva de sus caderas
era todo menos sutil. Se veía como la fantasía de la chica de al lado de
cualquier hombre y aún no le había visto la cara.
Echó la cabeza hacia atrás y las puntas del pelo le rozaron la parte baja
de la espalda. El público vitoreó aún más fuerte.
—¡Bebe, bebe, bebe! —Escuché la aclamación con el fuerte acento.
Con una floritura, la mujer se enderezó y abrió los brazos a su adorado
público, mostrando el vaso plástico vacío de 32 onzas que llevaba en la
mano, lo dejó caer sobre la compuerta trasera de la camioneta e hizo una
reverencia, ofreciéndome una vista ensombrecida de lo corta que le
quedaba la falda.
El público la adoraba y tengo que admitir que, si no fuera un cascarón
de hombre, habría caído un poco en ese bando. Bailó un poco de boogie
con esas botas y se inclinó para chocar los cinco con todos los que
estaban alrededor de la plataforma de la camioneta. Hasta que llegó a
mí.
Tenía la boca ancha y unas cuantas pecas en el puente de la nariz
respingona, los ojos grandes y con espesas pestañas.
—Vaya, vaya. Miren quién ha salido por fin a jugar. —Su voz era tan
dulce y potente como el moonshine2 que mi abuela había traído a la cena
de Acción de Gracias.
Antes de que pudiera reaccionar, antes de que pudiera exigirle que
bajara el volumen de la maldita música y respetara a sus vecinos, me
había puesto las manos encima, en los hombros, para ser precisos. Se
preparó y saltó, sólo tuve tiempo de actuar por instinto.
La agarré por la cintura mientras saltaba de la plataforma de la
camioneta. Mis brazos reaccionaron un poco más despacio. La sostuve
en alto y nuestros ojos se encontraron. Eran grises, grandes y brillantes.
¿Se estaba riendo de mí? Despacio, despacio, la bajé hasta el suelo, su
15
cuerpo rozando el mío en cada centímetro del trayecto.
Era pequeñita, un hada de los bosques de Virginia Occidental que me
llegaba al pecho.
—Ya era hora de que aparecieras.
—¿Perdón? —Conseguí encadenar dos sílabas y me felicité.
Se llevó los dedos a la boca y soltó un silbido estridente.
—Ya podemos bajar la música —gritó o vociferó o lo que fuera que
hicieran en aquel pueblo dejado de la mano de Dios.
El volumen se redujo inmediatamente casi a la mitad.
19
Capítulo 3
Scarlett
Rompí el huevo y lo dejé caer en el cuenco con los demás.
—Maldita sea —murmuré y saqué un trozo de cáscara del revoltijo de
yemas. Encontré un tenedor en la gaveta que había junto al fregadero y
lo agité hasta que los huevos quedaron como una sopa.
Cogí el tocino de la sartén un segundo antes de que se convirtiera en
carbón y arrojé las lonchas a un plato donde se partieron en fragmentos
de carne para el desayuno. 20
—¿Qué demonios estás haciendo?
Devlin estaba de pie en la cocina mirándome como si fuera una
delincuente común. De acuerdo, me había metido en su casa, pero, en
mi defensa, la abuelita Louisa me lo pidió.
Le habría explicado todo eso, pero apareció vistiendo sólo un
pantalón de pijama de algodón de tiro bajo. Habría apostado mis
mejores botas a que tampoco llevaba ningún tipo de ropa interior. Con
gran desgana, aparté la mirada de lo que prometía ser un paquete
espectacular y la dejé vagar por su torso desnudo.
Chasqueó los dedos.
—¡Hola!
—Hola —respondí alegremente.
Devlin puso los ojos en blanco y apoyó las manos en sus estrechas
caderas.
—¿Qué haces en mi cocina, Scarlett?
—Te estoy haciendo el desayuno. —Tal vez el hombre no era muy
avispado por las mañanas. ¿Qué demonios iba a estar haciendo en su
cocina sosteniendo un plato con tocino?
—Quiero decir, ¿«por qué» me estás haciendo el desayuno? ¿Cómo
has entrado aquí?
Ladeé la cabeza.
—La abuelita Louisa me pidió que te cuidara y siempre deja la puerta
de abajo abierta. Entré yo sola.
—Irrumpiste en mi casa…
—La casa de la abuelita Louisa —le corregí.
—¿Entraste aquí para hacerme el desayuno?
Empezaba a desear haberle pedido un rollo de canela a domicilio y
dar por terminado el día. Obviamente no sabía el honor que era tener a 21
Scarlett Bodine cocinándole unos huevos revueltos. Los hombres
fantaseaban con este momento y él se quejaba de ello. Era literalmente
la única comida que sabía hacer. Aprendería a cocinar. Con el tiempo.
Pero por ahora, vivía de sándwiches, huevos revueltos y comida de
restaurante.
Para ser sincera, dudaba que me estuviera perdiendo de mucho y
ninguno de los hombres con los que había salido se había quejado de
que fuera mejor en el dormitorio que en la cocina.
—No puedes entrar en casa de alguien, así como así —empezó Devlin
de nuevo. Actuaba como si estuviera explicándole cuánto es dos más
dos a un niño de párvulos.
—Claro que puedo. Todos lo hacemos. Sólo somos buenos vecinos.
Será mejor que te acostumbres —dije, echando los huevos en la sartén.
—No quiero que seamos buenos vecinos. —Apretaba los dientes y
tenía un tic sexy en la mandíbula. Era incluso más guapo de lo que la
abuelita Louisa me había dicho. Me sorprendió porque no era mujer de
subestimar nada.
—Bueno, ahora no tienes muchas opciones —le dije, cogiendo una
espátula que estaba dentro de una jarra en la encimera y volteando los
huevos—. El café está listo —dije, señalando la cafetera con la cabeza—
. Quizá te sientas mejor después de tomar un poco de cafeína.
Me miró fijamente durante casi un minuto antes de acercarse al café.
«Eso» podía hacerlo con los ojos vendados y un brazo atado a mi
espalda.
—Scarlett, no quiero que entres en esta casa sin invitación —dijo tras
su primer sorbo.
Coloqué los huevos en un plato, añadí un par de tiras de tocino extra
crujiente y se lo pasé.
—Oh, sólo lo dices por decir.
—Lo estoy diciendo porque es cierto, pero también lo digo en serio. 22
No estoy aquí para hacer amigos o ser buen vecino.
—¿Entonces por qué estás aquí? —pregunté. ¿Quién en su sano juicio
vendría a Bootleg Springs en busca de soledad? Demonios,
prácticamente vamos de puerta en puerta a las casas en renta sólo para
presentarnos a nuestros nuevos amigos turistas. A Devlin le esperaba
un duro despertar.
Sonó el timbre y sonreí. Lo había instalado especialmente para la
abuelita Louisa. En vez de sonar una campana, sonaba la Quinta de
Beethoven. Siempre hacía sonreír a la abuelita Louisa y a Estelle.
—Timbre —anuncié por si era demasiado tonto para saber lo que era.
—Me lo imaginaba —dijo secamente y se dirigió a la puerta principal.
Me serví una taza de café y consulté mi agenda. Tenía media hora más
antes de salir para mi primer trabajo del día. Por fin había convencido a
Jimmy Bob para que me dejara arreglar las canaletas de The Rusty Tool.
La fachada de la ferretería llevaba unos veinte años sin repararse y
estaba harta de que me cayera agua cada vez que pasaba por delante de
la tienda de camino a la cafetería.
Después de eso, tendría que atender el mantenimiento en una de mis
propiedades. El inquilino de esta semana había conseguido
desprogramar la puerta del garaje. Luego, iría a cambiar los filtros de la
caldera del alguacil y Nadine Tucker, y a revisar su aire acondicionado
para asegurarme de que estaba todo listo para el verano. Planeaba dar
una vuelta para echar un vistazo al elevador de botes del muelle de
EmmaLeigh y Ennis. EmmaLeigh me envió un mensaje esta mañana
para decirme que se les quedó atascado en la parte superior.
Oí voces en el vestíbulo y luego la puerta se cerró.
Devlin volvió a la cocina con la mirada fija en el plato que tenía en la
mano.
Miré a través del envoltorio de plástico.
—¿Son brownies de Millie Waggle? 23
—Supongo. No entendí su nombre. No dijo mucho.
Millie vestía como una maestra de escuela dominical y cocinaba como
una pecadora amante del chocolate. Se le solía trabar un poco la lengua
con los hombres cuya puntuación en la escala superaba el cinco sobre
diez. Me hubiera gustado ver su expresión cuando el despeinado Devlin
abrió la puerta sin camisa. La pobre chica probablemente no hablaría
durante el resto del día.
Tomé un brownie y le di un mordisco.
—Hum, oh sí. Es un brownie de Waggle. Mi Dios, esa mujer es un
genio pecaminoso.
Devlin me miraba con algo ilegible en esos ojos marrones. ¿Interés?
¿Disgusto? ¿Ambos? Me divertía demasiado presionando sus botones.
—Bueno, será mejor que comas antes de que se te enfríen los huevos.
¿Qué quieres cenar? —pregunté, pestañeando.
El tic había vuelto a su mandíbula. Mi trabajo aquí está hecho.
—Yo como solo —insistió.
Sonreí a su cara gruñona y sexy como el infierno.
—Eso ya lo veremos.
Se apartó de mí y abrió de un tirón una gaveta y se desprendió el
tirador en su mano.
—Esto se está cayendo a pedazos —murmuró.
—Puedo arreglarlo —le prometí a Devlin. Sólo era un pequeño
tirador, por el amor de Dios. Actuaba como si toda la casa se derrumbara
a su alrededor.
Cogió un trozo de papel del mostrador y garabateó algo en él.
Curiosa, lo cogí de la encimera en cuanto se fue. «Puertas corredizas
no deslizan, terraza necesita nueva pintura, escaleras crujen, alfombra
es fea, lavabo de arriba gotea, tiradores de los cajones». Le di la vuelta y 24
sentí que se me levantaban las cejas.
—Bueno, definitivamente puedo ocuparme de la primera lista por ti,
pero puede que necesites ayuda profesional para la segunda. —El
reverso del papel era una lista de aparentemente todo lo que estaba mal
en la vida de Devlin McCallister. Empezando por arriba: «Me casé con
la mujer equivocada».
Me lo quitó de la mano.
—Gracias, pero no gracias. No necesito tu ayuda para nada y
definitivamente no necesito que husmees por aquí pretendiendo
arreglar cosas. Tengo una lista lo suficientemente larga como para
contratar a un reparador.
—¿Y dónde vas a encontrar uno? —pregunté, con tono irónico.
Cruzó la cocina y miró el tablero de anuncios de su abuelita. Arrancó
una tarjeta triunfalmente.
—Lo tengo cubierto —insistió.
—Están bastante ocupados en esta época del año, con el comienzo de
la temporada turística.
Obstinado, Devlin marcó.
Sonó mi teléfono en el bolsillo y lo saqué.
—Servicios de Mantenimiento Bodine. Habla Scarlett. ¿En qué puedo
ayudarle?
Devlin colgó con un gruñido.
25
Capítulo 4
Devlin
Unos dos minutos después de echar a Scarlett de casa, sonó mi
teléfono.
—¿Por qué en nombre de todos los cielos echaste a Scarlett Bodine de
mi casa? —exigió mi abuela sin preámbulos.
Estupendo. Mi vecina de al lado era una chismosa.
—Hola a ti también. ¿Cómo está Roma?
26
—No me vengas con «cómo está Roma» —dijo la Abue—. Eres mi
nieto favorito en el mundo, Devlin y sé que estás pasando por una mala
racha, pero no puedes ser grosero con nuestros vecinos.
—Abue, entró en tu casa y me sirvió huevos fríos y medio crudos. —
Los tiré a la basura y me conformé con más café. El apetito me había
abandonado hacía meses.
—Eso sólo es Scarlett siendo amigable.
—Vives en un pueblo donde el allanamiento de morada se considera
amistoso.
—¿Necesito recordarte que vives en un mundo en el que tus amigos
y tu familia te apuñalan por la espalda para llegar a lo más alto de la
cadena alimenticia?
—Creo que estás siendo un poco dramática —dije, sonriendo a mi
pesar. La Abue manifestaba abiertamente su desinterés por el mundo
político en el que nos movíamos mis padres y yo.
—Mira, quiero que seas amable con esa chica Bodine. Entiendo que
quizá no busques compañía, pero su padre acaba de morir la semana
pasada, así que te agradecería que al menos hicieras un esfuerzo por ser
educado.
Y sin más, me sentí el mayor imbécil en los Apalaches. Me hundí en
una de las sillas del comedor.
—No estaba al tanto de eso.
—Bueno, ahora sí. Hazlo mejor.
Miré la lista del mostrador.
—Sí, señora.
—Ahora, aquí está Estelle. Quiere saludarte.
La Abue me pasó a su novia.
—Hola, guapo —dijo Estelle con su voz cantarina.
—Hola, Stell. ¿Cómo va tu gira europea? —pregunté con desgana.
27
—Magnífica. Ayer estuvimos hasta el amanecer bebiendo champán
con un grupo de ancianas de Dinamarca, pero estoy preocupada por ti.
—Estelle y mi abuela habían estado juntas los últimos diez años. Había
sido una transición complicada, incluso para mis liberales padres, pero
ahora no podía imaginarme a mi abuela sin su delgada e insolente
contraparte.
—Estaré bien —mentí.
—Bootleg es un buen lugar para curarse —dijo Estelle—. Asegúrate
de hacer algo de eso y no te encierres como Henrietta VanSickle.
—Odio preguntar.
—Henrietta VanSickle vive en una cabaña en las montañas y baja al
pueblo una vez al mes por víveres. Se rumora que hizo voto de silencio
hace veinte años. Nunca lo ha roto.
O «tal vez Henrietta VanSickle estaba quemada de la vida real y sólo
quería que la dejaran en paz», pensé.
¿Un voto de silencio y una cabaña remota? Me gustó la idea lo
suficiente como para guardarla como mi Plan B oficial. No tenía Plan A
para recuperar mi vida, pero al menos sabía que ahora tenía un respaldo.
—Escucha, el autobús del tour está saliendo para el cabaret de
desnudos. Haznos un favor a tu Abue y a mí y sal de vez en cuando. Tal
vez lleva a Scarlett contigo. Nadie es más vivaz que esa chica.
Hice un ruido de evasión.
—Diviértanse en el cabaret de desnudos.
Nos despedimos y colgamos. Me quedé mirando el teléfono en la
mano y la tarjeta de visita en el mostrador.
—Llámame cuando cambies de opinión —había dicho Scarlett
alegremente mientras la sacaba a toda prisa por la puerta principal.
28
—Joder —murmuré para mis adentros.
3Bootleg en inglés significa hacer, distribuir o vender licor u otros productos ilegalmente.
4 Aparato utilizado para la destilación de líquidos mediante un proceso de evaporación por
calentamiento y posterior condensación por enfriamiento
rollos de pepperoni de la semana pasada. Fue muy considerado de tu
parte.
—De nada. Me alegro de que los disfrutaras. Ahora, ¿qué puedo hacer
por ti hoy?
—Tomaré el sándwich abierto de pavo y una Pepsi —dije, deslizando
el menú hasta el borde de la mesa.
Devlin levantó la vista del menú, con la indecisión escrita en su
atractivo rostro.
—Tomaré lo mismo que ella —dijo.
Clarabell le dedicó su característica sonrisa torcida y recogió los
menús.
—Siento lo de tu padre, Scarlett —dijo antes de marcharse detrás del
mostrador.
Fue un extraño golpe de realidad saber que una semana antes había 39
estado sentada en esta misma butaca frente a mi padre, intentando que
se le pasara la borrachera con café y papas fritas.
—Mi abuela me contó lo de tu padre —empezó Devlin—. Lo siento.
—Gracias —dije, con voz ronca. No había tenido tiempo de
acostumbrarme a la idea de vivir sin él. Cada mañana, mi primer
pensamiento era lo difícil que sería despertar a papá y prepararlo para
ir a trabajar si estaba en condiciones de acompañarme. Seguía siendo mi
primer pensamiento, pero ahora iba seguido de la constatación de que
ya no era necesario. Recordé con detalle el momento exacto y doloroso
cuando entré en su dormitorio y lo encontré frío.
Era una forma horrible de empezar cada mañana desde entonces. Pero
si me mantenía lo suficientemente ocupada, era posible huir de eso hasta
que pudiera soportar enfrentarlo sola.
—No fue una gran sorpresa —confesé—. Parecía cuestión de tiempo.
No quería empañar más la memoria de mi padre recordando todas las
veces que le falló a mi familia. No ante un hombre que nunca lo había
conocido.
—Lo siento —dijo simplemente Devlin con auténtica dulzura.
—Gracias —dije y cambié de tema—. ¿Cómo te sientes?
Clarabell volvió con nuestras bebidas y un guiño. Devlin jugueteó con
la pajilla que le dejó.
—Siento que te debo una explicación —dijo.
Observé su rostro. Aunque tenía el ceño fruncido, que se notaba a
simple vista, tenía esa mandíbula cuadrada a su favor y barba incipiente.
Me encantaba la varonil barba incipiente de las cinco de la tarde. Sus
ojos eran del color del café y atormentados. Su pelo era una mezcla de
castaño claro y rubio, y de momento sólo lo peinaba con sus dedos
nerviosos.
—No me debes nada hasta que haya hecho el trabajo —le dije. Si 40
quería mantener esta relación estrictamente profesional, era una opción.
Aunque admití que estaría un poco decepcionada.
—He estado pasando por algo últimamente —dijo—. Aunque nada
como perder a un padre.
—No juguemos a que mi dolor es peor que el tuyo —dije, dándole un
apretón en la mano antes de coger mi refresco—. El dolor es el dolor.
Hizo una mueca.
—Estuve casado. Técnicamente aún lo estoy por unas semanas al
menos.
—¿Divorcio o planeas su asesinato? —pregunté con ligereza.
La comisura de sus labios se curvó.
—Te lo haré saber.
—¿Qué ha pasado?
—Tenía la idea equivocada de que éramos compañeros. Pensaba que
estábamos construyendo algo, siguiendo el mismo camino. No me di
cuenta de que su camino implicaba follar a otra persona.
—¡Ay!
—Lo siento, ha sonado grosero —dijo con un gesto de dolor.
—¿Lo conocías? —Crecer en Bootleg daba a todos los residentes una
ventaja en los interrogatorios. Sabíamos cómo sonsacar detalles a los
incautos, independientemente de que fuera asunto nuestro o no.
Devlin dio un suspiro, sopesando cuidadosamente sus palabras.
—Sabes, creo que quizá lo conocía mejor a él que a ella. Trabajé con
él. Ambos éramos legisladores en la Cámara de Delegados de Maryland.
—¿Eran? —presioné.
—Ahora mismo estamos fuera de periodo de sesiones y estoy de
permiso para poner en orden mi vida. 41
Parecía que había mucho más en esa historia de lo que él estaba
dispuesto a soltar. Decidí ser paciente… por ahora.
—¿La confrontaste? —pregunté, apoyando la barbilla en la mano.
—No tenía sentido, no de manera satisfactoria. Ni siquiera sabía que
me estaba engañando. Tenía mis ojos puestos en una elección al Senado
dentro de unos años. Las carreras políticas se construyen con décadas
de antelación. Significaba prestar menos atención al presente. Quizá
debí prestar más atención.
—¿Sabía sobre tus objetivos profesionales? —le pregunté.
—Por supuesto.
—Entonces es su maldita culpa, Dev, no la tuya.
—Podría haberlo intentado más, haber estado más disponible…
—Sí y ella podría «no» haberse metido la polla de otro —dije sin
rodeos—. No busques razones por las que ella tiene razón y tú no. No la
obligaste a follarse a otro. Así que deja de perder el tiempo diciendo «y
si esto» y «y si lo otro». Es una pérdida de tiempo y energía y no va a
hacer que te sientas mejor.
Devlin parpadeó ante mi brusquedad.
—Te vas a arrepentir de no haberla confrontado —predije.
—Si te pregunto algo, ¿me darás una respuesta directa?
—Claro.
—¿Qué es un rollo de pepperoni?
—¿Lo dices en serio? —Me quedé boquiabierta—. Jesús, María y José.
¡Clarabell, tráele a este hombre un rollo de pepperoni inmediatamente!
42
Capítulo 6
Devlin
Los pocos bocados del rollo de pepperoni que me comí después del
sándwich abierto de pavo caliente que ocupaba todo el plato, estaban de
verdad deliciosos. Hacía un par de meses que no tenía apetito ni
motivación para ir al gimnasio. En consecuencia, mi fuerza y mi energía
estaban disminuyendo. Mi físico, antaño motivo de orgullo, se había
marchitado ante el espejo.
Tal vez un rollo de pepperoni o dos serían mi camino de vuelta al
gimnasio, de vuelta a la vida.
43
Scarlett me dio una palmada en la mano cuando busqué mi billetera.
Pagó en la caja y charló con Clarabell sobre un partido de softball que
parecía más bien una competición de beber.
Clarabell me guiñó un ojo y sacudió el dedo antes de recorrer la fila
de butacas.
Me acerqué a la puerta y la sujeté para Scarlett, pero ella se detuvo en
el tablero de anuncios de la comunidad. Tocó con las yemas de los dedos
el nombre en un cartel de persona desaparecida. Por su aspecto, el cartel
era viejo.
—¿Quién es? —pregunté, mirando fijamente la foto en blanco y negro
de una adolescente.
La bonita boca de Scarlett se abrió en una O perfecta.
—¿La abuelita Louisa no te lo dijo?
—¿Decirme qué?
Se escabulló por la puerta y me arrastró con ella.
—Hay dos cosas por las que Bootleg es famoso —dijo, volviendo al
modo guía turística—. El contrabando y la desaparición de Callie
Kendall.
Fruncí el ceño. El nombre me sonaba. Vagamente.
—La familia de Callie veraneaba aquí. Sus padres aún lo hacen. Callie
desapareció aquí en Bootleg hace doce años este verano.
—¿Secuestro? ¿Asesinato?
Scarlett me tapó la boca con una mano y miró por encima del hombro.
—Cállate ahora, a menos que quieras entrar en un debate de una hora
sobre todas las teorías conspirativas que tienen los Bootleggers.
Volvimos a su camioneta y noté la marcada diferencia entre llegar a
la cafetería y salir de ella. Me sentí más estable. Más conectado. 44
Interesado. Sólo escuchar a Scarlett fue como una conexión salvavidas
con los vivos.
Tenía tanta energía. Era difícil permanecer entumecido a su lado. A
pesar de que su padre había muerto hacía una semana, era ella quien me
consolaba.
—Entonces, ¿qué le pasó a Callie? —Sentía curiosidad por la historia,
pero si he de ser sincero, sólo quería que Scarlett siguiera hablando.
—Bueno, nadie lo sabe con seguridad. Fue un día cualquiera de
verano. Estuvimos en el lago hasta que oscureció, todo el mundo se
dispersó para ir a casa a cenar y ella nunca llegó. En algún lugar entre el
lago y los manantiales, desapareció. —Scarlett se detuvo en la calle y
rodeó la manzana. La calle estaba flanqueada por ordenados edificios
de ladrillo con coloridas fachadas y graciosos nombres en las
señalizaciones de las calles.
—¿La conocías? —le pregunté.
—Claro. Era dos años mayor que yo y quería ser como ella. Siempre
tan inteligente y divertida. Usaba ropa genial y yo sólo era… bueno, yo.
Tenía la sensación de que nadie más en el planeta pensaría en Scarlett
en esos términos en ningún momento de su vida. «Sólo yo» no le hacía
justicia.
—¿Y nadie la encontró? ¿Hubo algún sospechoso?
Scarlett se encogió de hombros.
—La policía local habló con casi todos los adultos del pueblo para
cotejar su paradero y demás. Los padres de Callie dijeron que sufría
depresión, algunos problemas mentales. Creo que pensaron que había
decidido irse y se había escapado o…
Scarlett arrugó la nariz y miró por el parabrisas.
—Suicidado —completé por ella.
—Sí. 45
—¿Qué crees que sucedió?
Scarlett se rio.
—Todo el mundo tiene sus teorías. Está la teoría de «asesinada por un
vagabundo». Luego están las teorías de «se escapó con un chico».
Algunos creen que fue por motivos políticos. Su padre es juez, así que
creen que uno de sus rivales se la llevó. La mayoría está de acuerdo con
sus padres.
—Pero… ¿tú no? —adiviné.
Scarlett negó con la cabeza.
—Puede que sea un poco de adoración hacia mi heroína lo que tiñe
mis recuerdos, pero Callie era una persona estable. Empática, atenta. No
era de las que se van sin más. Nunca vi ningún signo de trastorno
mental. Tal vez algo de ansiedad, un poco de miedo, pero nada que fuera
una bandera roja para mí.
—¿Crees que está muerta?
Scarlett se mordió el labio inferior.
—No quiero creerlo. Me gustaría pensar que se escapó para unirse al
circo o hacer películas o algo así, pero ha pasado tanto tiempo y no se
sabe nada. No sé qué otra respuesta hay.
—Doce años y todavía tienen los carteles colgados —observé.
Scarlett me sonrió.
—Aquí nos cuesta olvidar el pasado. Además, queremos que los
padres de Callie sepan que nunca la olvidamos. Puede que sólo
veraneen aquí, pero eso no significa que no formen parte de la familia
Bootleg.
—¿Lealtad o incapacidad para seguir adelante? —pregunté.
—Un poco de ambas cosas. Lo cierto es que era una buena chica de
buena familia que desapareció y si pienso demasiado en el hecho de que 46
nunca sabré la respuesta, me vuelvo loca y empiezo a inventar
explicaciones descabelladas. No sé si Callie está viva o no, pero me gusta
imaginarla viva y pasándosela muy bien.
—¿Qué creen tus hermanos que le pasó?
—Gibson cree que fue asesinada y arrojada al lago, pero él es una Suzy
Sunshine5. No sé qué piensan Bowie y Jame. Bowie siempre quiere creer
lo mejor de la gente y nadie sabe nunca lo que piensa Jameson.
—Apuesto a que la gente suele saber lo que piensas —bromeé.
—No le veo mucho sentido a quedarme sentada manteniendo la boca
cerrada. La vida es demasiado corta. —Se calló inmediatamente como si
el recordatorio fuera dirigido a ella misma. La vida de su padre había
sido demasiado corta.
104
Capítulo 14
Devlin
No había oído disparos ni gritos procedentes de la casa de Scarlett
desde nuestra charla de ayer en la entrada, así que supuse que ella y sus
hermanos habían llegado a una tregua provisional o que los había
matado a todos y había enterrado sus cuerpos en silencio en el patio
trasero.
Pero cuando Jonah bajó las escaleras a la mañana siguiente, supuse
que o se le había escapado uno o estaban todos vivos. Hoy estaba
trabajando en otro proyecto, lo que me dejó sintiéndome aburrido y
105
echándola de menos. Un McCallister echando de menos a una reina del
drama. Casi ya no me reconocía y no era sólo por la barba que me estaba
dejando crecer.
Volví a trotar lenta y dolorosamente y pasé el resto del día
poniéndome al día con los correos electrónicos del trabajo. Sentirme tan
alejado de mi trabajo era una experiencia nueva para mí. Me habían
preparado para la política desde la escuela primaria. Mi padre pasó
treinta años en y alrededor de la política. Mi madre pasó ese tiempo
dedicada por entero a actos sociales y recaudación de fondos. Yo era la
siguiente generación de sus esfuerzos.
Me encantaba el servicio público. Claro, legislar era tedioso hasta lo
imposible. Y la política se parecía más a trincheras divididas por campos
de minas, pero era una vocación noble.
Cuando no ejercía, era socio del bufete de derecho de familia. El
Derecho era algo que me fascinaba desde hacía mucho tiempo y echaba
de menos ejercer, pero cuando había un legado que construir, los deseos
del individuo no importaban.
Me quedé mirando el correo electrónico que llevaba dos días
ignorando. Era del representante de relaciones públicas de la familia.
Blake era el responsable de trabajar con nuestros abogados para arreglar
el desastre que yo había dejado. Lo abrí y me di cuenta de que mis
padres tenían copia.
Devlin:
Espero que al recibir este mensaje te encuentres bien. Nos hemos reunido con
el señor Ralston y aunque afirma que todavía está considerando cargos por
agresión, estoy seguro de que no quiere que las noticias de su altercado se filtren
a los medios más que tú.
Las cosas empiezan a calmarse y, dentro de unas semanas, creo que será
seguro que hagas algunas apariciones públicas. Pero estoy de acuerdo con tus
padres en que el divorcio debería posponerse. Cualquier cosa que vuelva a llamar
la atención sobre ti ahora mismo será casi con toda seguridad perjudicial para
106
tu carrera política.
Atentamente,
Blake
Cerré la computadora portátil y subí los pies a la mesa. Intentaba
disfrutar del sol primaveral, de la vista del lago, pero mis pensamientos
eran caóticos. ¿Y si aplazaba el divorcio? ¿Y si volvía a besar a Scarlett?
¿Y si todo por lo que había trabajado toda mi vida era imposible ahora?
«¿Y si lo hubiera arruinado todo eligiendo a la mujer equivocada?»
—Hola, cara ceñuda —dijo Scarlett, subiendo a saltitos el último
escalón de la terraza. Me estaba sonriendo y de repente mis dudas ya no
parecían tan importantes—. Por favor, dime que no estás ocupado.
Ahora tenía toda mi atención. Enganché las manos detrás de la cabeza
y admiré la vista de sus delgadas piernas bajo unos pantalones caqui
cortos.
—Creo que puedo despejar mi agenda —dije con una sonrisa.
—Excelente. —Me lanzó una camiseta y me dio en la cara—. ¿Jonah
está libre?
Mis pies cayeron al suelo y me quité la camiseta que me había tirado.
Decía: Crestas de Polla de Bootleg en el pecho alrededor de una cabeza
de gallo gigante.
—Oh, no.
—Oh, sí —sonrió Scarlett. Empujó la puerta de la terraza—. ¡Jonah!
Trae tu culo aquí.
—¿Qué deporte es este? —pregunté.
—Softbol de lanzamiento rápido, mi guapo vecino. —Me guiñó un
ojo.
—Acabo de recordar que tengo planes.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jonah, asomando la cabeza por la 107
puerta.
—Corre —dije secamente.
—Espera a que lleguemos al campo.
113
Capítulo 15
Scarlett
Devlin no parecía entender el concepto del autobús escolar.
—Pero… ¿y mi camioneta? —preguntó por tercera vez señalando en
la dirección exactamente opuesta a donde nos habíamos parqueado.
—Cariño, ninguno de nosotros puede conducir. Para eso está el
autobús escolar. Nos llevarán a casa.
—Pero… ¿y mi auto? —volvió a preguntar.
114
Agarré su cara entre mis manos, disfrutando del tacto de su barba en
mis palmas.
—Te traeré mañana.
—Ssstá bien —dijo, finalmente apaciguado.
Le solté las mejillas. Bootleg se tomaba en serio nuestro softball de
lanzamiento rápido, como todos nuestros buenos momentos. Por eso
había una flota de autobuses escolares esperando para llevar a todo el
mundo a casa. Los equipos visitantes siempre debían tener su propio
autobús y conductores designados que pudieran disfrutar de perros
calientes, todo lo que puedas comer, durante los partidos.
En Bootleg, los miércoles se llamaban «miércoles de borrachera».
Todo el mundo estaba demasiado resacoso para hacer otra cosa que no
fuera comer comidas grasientas y decirle a los demás que no hicieran
ruido.
Devlin había aguantado el alcohol mejor de lo que esperaba. Todavía
estaba de pie. Bowie y Jameson arrastraban a Jonah al autobús cantando
una versión verdaderamente horrible de «Friends in Low Places». Tiré
de él hacia un asiento y tomé el pasillo para presionarlo contra la
ventanilla si era necesario.
—Eres muy hermosa, Scarlett —me dijo mirándome fijamente con un
ojo.
—Estás muy lejos, ¿eh, Dev?
Sacudió la cabeza.
—Estoy borracho. Lo reconozco, pero hay algo en ti. Creo que me
gustas mucho —añadió en un fuerte susurro.
—Creo que tú también me gustas mucho —dije, divertida.
—Eres como un trago… de…
—¿Moonshine? —sugerí. 115
Sacudió la cabeza y la golpeó contra la ventana.
—No, más bien whisky. Provocas que caiga de una patada.
Era un cumplido que podía apreciar.
—Bueno, gracias, Dev. Tú tampoco estás tan mal.
—Quiero besarte.
Creo que quiso susurrarlo, pero salió a todo volumen.
—¡Oooooooh! —canturrearon los ocupantes del autobús.
—Oye, Scar, ¿Devlin te pasó una nota durante el tercer periodo
preguntándote si te gustaba? —preguntó Cassidy, asomando la cabeza
por encima del asiento.
—¿Quieres que te escriba una nota? —preguntó frunciendo el ceño.
—Deberías escribirle una nota —aceptó Buck.
—Tengo papel y bolígrafo —dijo Opal desde dos filas más atrás.
—Son lo peor.
Quince minutos después, ayudé a Devlin y a Jonah a bajar
tambaleándose del autobús en mi casa con una nota dulcemente
garabateada de Devlin en mi bolsillo trasero.
—Jonah, ve tú adelante —decidió Devlin—. Me quedaré aquí y besaré
a tu hermana.
—Bien —dijo Jonah saludando con la mano y tropezando con una
hortensia que estaba vadeando.
Di una palmada para llamar su atención.
—Por el camino Jonah. No por las flores.
—Bien —dijo de nuevo y se dirigió hacia un árbol.
—Estará bien —dijo Devlin con optimismo.
—Vamos a traerte agua, grandullón. —Lo llevé adentro de la casa.
116
Llegamos hasta el vestíbulo antes de que Devlin me agarrara y me
inmovilizara contra la puerta.
—Voy a besarte ahora.
—Vale —respiré.
Su boca parecía funcionar bien bajo la influencia. Desde luego, no
tenía ninguna queja.
—Dios —exhalé. Devlin aplastó sus labios contra los míos y me
levantó, rodeando sus caderas con mis piernas.
Cuando me tocaba, sentía como si por mis venas corriera whisky
puro. No era delicado conmigo y eso me gustaba. Me gustaba que fuera
brusco, que no anduviera de puntillas para ser cuidadoso.
Sólo quería más y más de él. Sus músculos se agolpaban bajo el
algodón de la camiseta mientras me mantenía suspendida entre él y la
madera de la puerta.
—No tengo suficiente —susurró.
Me mareaba. Sus palabras, su tacto, su sabor. Lo quería todo y mucho
más. Me dolía por estar él.
Metió la mano bajo mi camiseta y la sensación de su piel contra la mía
me hizo gemir contra su boca.
—Cariño, te necesito —me confesó. Casi me deshizo.
—Dev, no podemos hacer esto —susurré.
Su mano encontró mi pecho a través del sujetador deportivo e hizo un
ruido sordo en su pecho. Me golpeé la cabeza contra la puerta. Podía
sentir cómo se endurecía contra mí, otra parte del cuerpo que no
necesitaba la sobriedad para funcionar bien. Me moví contra él,
desesperada por conseguir algo de esa fricción que tanto ansiaba.
Cada caricia me dejaba con ganas de más.
—Dev —jadeé cuando me hundió los dientes en el cuello. Mi brazo se 117
agitó por voluntad propia y tiró un cuadro de la pared.
—¿Hum?
—Cariño, no podemos hacer esto ahora —le dije mientras le ayudaba
a quitarme la camiseta por la cabeza.
Se echó hacia atrás, aturdido, y sentí el pulso de su polla contra mí.
Me estremecí con oscuros pensamientos carnales.
—No podemos hacer esto porque estás borracho.
—Estoy bastante seguro de que todas las partes importantes
funcionan —dijo. Su polla palpitó en señal de acuerdo.
Solté una carcajada estrangulada. Nunca en mi vida había estado en
esta situación.
—No, quiero decir, no sé si realmente quieres hacer esto porque estás
borracho o porque me deseas.
Movió las caderas contra mí y yo ronroneé como una maldita gata
cuando su erección me rozó exactamente en el punto exacto.
—Seguro que quiero.
—Me estás matando ahora mismo, Devlin. Necesito que estés sobrio
como un juez y entonces dime que me deseas. Esa es la única manera en
que esto va a suceder.
Dejó caer su frente sobre la mía.
—¿Cuánto crees que tardaré en despejarme? ¿Cinco minutos? ¿Diez?
Me dejó deslizarme por la puerta lentamente hasta que mis pies
estuvieron en el suelo.
Me reí.
—¿Te has emborrachado alguna vez?
—Puesss. Fui a la universidad y a la facultad de Derecho.
—Pero… ¿desde entonces? —presioné.
118
Sacudió la cabeza.
—No ayuda a tu carrera que te vean borracho en público.
—Una carrera en política suena muy aburrida.
—Pequeño precio a pagar para dar forma a nuestro país —dijo con
voz grave.
—¿Estás citando a alguien? —Recogí mi camiseta y tiré de él por el
corto pasillo hasta la cocina. Le di un suave empujón hacia un taburete.
—Mi padre. Esa era su respuesta a todo. No podía jugar al fútbol
porque eso era demasiado brutal. No podía tomarme un verano libre y
viajar por Europa porque necesitaba rellenar mi currículum con
prácticas y voluntariado.
—¿Qué hacías para divertirte? —pregunté, fascinada.
—Hacer felices a mis padres, supongo.
Me volví a poner la camiseta.
—Bueno, ¿adivina qué, Devlin McCallister? Tus padres no están aquí.
Puedes hacer lo que quieras para divertirte.
—Ni siquiera sabría qué hacer —admitió—. Todavía se supone que
debo pasar desapercibido, así que meterme en peleas de bar o volcar
vacas no sería una buena idea.
—Volcar vacas no es algo real.
—¿Estás segura? —preguntó.
Le puse un vaso de agua delante.
—Bebe, grandullón.
Me volví hacia la cafetera y eché lo suficiente para hacer un café que
te pondría de pie y a bailar.
—¿Has estado alguna vez en un kayak? —le pregunté. No es que fuera
una buena idea hoy, cuando ni siquiera podía mantenerse erguido. 119
—¿Un kayak? —Frunció el ceño—. Solía remar los fines de semana en
la universidad.
—¿Como el deporte de los ricos? —resoplé.
—Los pobres también saben remar —dijo exasperado.
—Qué hombre de pueblo eres —bromeé.
—Cállate.
—¿Siempre quisiste dedicarte a la política? —le pregunté.
Asintió con la cabeza.
—Estaba claro desde que nací que me dedicaría a la política.
—Eso no es lo mismo que querer —señalé.
Frunció el ceño, considerando mis palabras.
Mi cafetera emitió un pitido y le serví una taza.
—¿Crema? ¿Azúcar?
Sacudió la cabeza.
—¿Tienes pizza?
Cuarenta minutos más tarde, los restos de una pizza de pepperoni y
champiñones muy grande y grasienta estaban sobre la mesa de café y
Devlin McCallister roncaba en mi sofá con los pies con calcetines sobre
la mesa de centro.
Era adorable y lo deseaba a rabiar. Si no supiera que lo podía molestar,
le habría hecho una foto así.
Decidí que entretener a Devlin sería mi nuevo proyecto paralelo. Tal
vez era hora de que descubriera lo que realmente quería de la vida y con
suerte Devlin sobrio realmente me deseara.
120
Capítulo 16
Scarlett
—¿Por qué esa reunión familiar tan secreta? —pregunté, irrumpiendo
en la casa de Bowie en el centro de Bootleg un buen viernes por la
mañana.
Bowie vivía en un bonito dúplex de ladrillo con un amplio porche
delantero y elegantes molduras alrededor de las ventanas a dos
manzanas del instituto donde trabajaba. Cassidy vivía en la otra mitad.
Y nada en la verde tierra de Dios me convencería de que era una
coincidencia.
121
—Quería desayunar y ninguno de ustedes tiene nada en la cocina —
llamó Bowie desde la parte trasera de la casa. Los Bodine hacíamos la
mayor parte de nuestros negocios durante el desayuno. Todos éramos
madrugadores por naturaleza y todos preferíamos quitarnos la venda
rápido cuando se trataba de situaciones incómodas.
Lo seguí hasta la cocina y encontré al resto de mis hermanos, menos
Jonah, sentados alrededor de la mesa.
—Bueno, esto no es bueno —dije, sacando una silla. Bowie me había
dicho que viniera a las siete y aquí estaba en punto, sin embargo…
¿todos mis hermanos lograron llegar antes? Sólo significaba una cosa—
. ¿Qué quieren que haga, imbéciles?
—Llamó el abogado de papá —empezó Bowie. Dejó caer un plato con
panqueques con crema batida y confeti delante de mí. Encima había una
carita sonriente de crema batida.
«Esto iba a ser realmente malo».
—Alguien tiene que empezar a revisar su casa —soltó Gibson.
—Ah, vamos, chicos. ¿Me van a echar esto encima? —Los odiaba a
todos un poco en este momento, escarbaba en la estúpida cara sonriente
de mis panqueques.
Levanté la vista y todos tenían los dedos en la nariz.
—Sí, sí. Pasan. Lo entiendo.
—Mira, Scar —empezó Bowie—. Si uno de nosotros entrara ahí,
empezaríamos a lanzar cosas. No somos sentimentales como tú. Nos
encargaremos del acarreo, pero necesitamos que revises la casa.
—¿Qué haremos con la casa? —pregunté.
Mis hermanos se miraron.
—¿Qué quieres hacer con la casa? —preguntó Gibson.
—No estaría mal conservarla para darla en alquiler. Tiene más
122
dormitorios que la mayoría de las propiedades.
—Necesita algo de trabajo —señaló Jameson.
—Necesita un puto exorcismo —murmuró Gibson en voz baja.
—¿Podemos tal vez sólo tragarnos nuestro odio por una vez? —
sugerí.
Bowie y Jameson lanzaron miradas severas a Gibson.
—Lo siento —murmuró.
—No puedo creer que me estén echando esto encima. —Igual que me
habían echado a papá encima. Igual que esperaban que me encargara de
todo. Tal vez nos ahorraría algunos problemas y quemaría la maldita
casa hasta los cimientos.
Bowie se sentó a mi lado.
—Scar, sabemos que no es justo pedirte esto, pero si quieres que se
haga bien, esta es la forma de hacerlo.
—La limpiaré, pero ustedes se encargarán del transporte, la venta y el
almacenamiento y luego Gibs y yo nos dividiremos el trabajo de la
renovación —decidí—. Pero quiero trabajo gratis de cada uno de
ustedes. Esto va a tomar tiempo fuera de mi negocio, así que es mejor
que todos ustedes aparezcan cuando los necesite.
—Lo haremos —prometieron con vehemencia.
Sabía que lo harían, pero seguía cabreada y deseando que todos
maduraran y superaran el rencor que le guardaban a nuestro padre.
Estaba muerto. No podía hacer más daño.
Concluidos los negocios, todos se zambulleron en la pila de
panqueques sin sonrisas que había en el centro de la mesa.
—Entonces. ¿Tú y Devlin? —comenzó Bowie.
Le pinché la mano con el tenedor cubierto de sirope. 123
—No… no. A partir de ahora, nos mantendremos al margen de la vida
amorosa de los otros, a menos que Gibson tenga una lesión en la cabeza
y vuelva con Misty Lynn.
—Vamos, Scarlett —dijo Jameson—. Sólo estamos cuidando de ti.
Sacudí la cabeza.
—Lo digo en serio, chicos. No necesito a tres o cuatro bufones ya
crecidos supervisando mis hábitos de citas.
—Devlin no es horrible —dijo Gibson, llevándose a la boca una triple
capa de panqueques.
—Lo secundo —asintió Jameson.
—Bueno, eso sí que es una declaración fuerte —dije secamente.
—Pero tampoco se quedará —dijo Bowie—. Sólo está de paso. ¿Es
realmente alguien con quien queremos que Scarlett pase tiempo?
—Buena observación. —Jameson recogió su café.
—Todos saben que no me casaré antes de los treinta, ¿verdad? —Le
había hecho una promesa a mi madre cada año en mi cumpleaños desde
que tenía memoria. No me casaría antes de los treinta. Lo que significaba
que podía divertirme mucho por ahora.
—Scarlett, ¿por qué no piensas en asentarte con alguien y no casarte?
—sugirió Bowie.
—Eres ridículo.
Gibson se inclinó sobre su plato.
—Mira, Scar. Nosotros te criamos. Si andas por ahí jodiendo, es culpa
nuestra.
—Oh, así que quieres que me calme para que se sientan mejor.
—Sólo queremos que uno de nosotros resulte ser un adulto bien
adaptado —replicó Bowie. 124
—¿Cómo está esa electricista con la que salías? —le pregunté a Bowie,
sabiendo perfectamente que la había dejado a los diez minutos de
enterarse de que Cassidy y Amos Sheridan habían terminado este
invierno.
—Ingeniera eléctrica —corrigió—. Y decidimos ver a otras personas.
—¿Como por ejemplo a tu vecina de al lado? —pregunté
inocentemente.
—Te cachó —asintió Jameson en señal de aprobación.
Gibson sonrió complacido.
Señalé a Gibson con el tenedor.
—No empieces. Sé que después de tus conciertos sólo te llevas a casa
a zorras de bar —le dije. Mi hermano era un cantante y guitarrista con
mucho talento. Tocaba en bares en un radio de 80 kilómetros por
diversión… y mujeres.
—Mi vida sexual es asunto mío.
—No si la mía no es mía —argumenté—. De hecho, creo que voy a
hacer una lista de tus conquistas recientes. Sólo para que todos podamos
estar al día en tu larga y esporádica línea de aventuras de una noche.
Jameson fue lo bastante listo como para mirar fijamente su plato y no
moverse demasiado para no llamar mi atención y mi ira. Para ser
sincera, no estaba segura de la vida sentimental de ese hermano en
particular. Pensé que podría estar saliendo con alguien, pero ella vivía
fuera del pueblo. Nunca había considerado oportuno presentárnosla a
ninguno de nosotros, así que supuse que no iba en serio. Pero podía
averiguarlo si era necesario. Cuando era pequeña, espiar a mis
hermanos era uno de mis pasatiempos favoritos.
—Entonces, estamos de acuerdo —dije—. ¿Nadie me molestará por
mi vida sexual y dejaré la de ustedes en paz?
—De acuerdo —murmuraron.
125
Volví a zamparme mis panqueques y empecé a pensar en cuánto
tiempo quería esperar con Devlin. Era como estar a dieta y vivir al lado
de un puesto de helados.
127
Capítulo 17
Devlin
The Lookout estaba más lleno esta vez que la anterior. Generaciones
de Bootleggers se acurrucaban alrededor de la barra o en las mesas de la
planta principal. En la parte de atrás había mesas de billar con los
letreros de cerveza en neón de rigor, cáscaras de maní y polvo por todo
el suelo. Cuando pregunté, me dijeron que nadie en Bootleg era alérgico
a los manís. Los lugareños atribuían a las aguas termales y a sus místicos
poderes curativos la ausencia de alergias potencialmente mortales.
—Hola, Dev —llamó Millie Waggle desde una mesa llena de mujeres
128
con una mezcla de franela y vestidos primaverales—. ¿Dónde está tu
compañero de cuarto?
Las saludé. Todas me devolvieron el saludo con una sonrisa en los
labios.
—Jonah está de visita con unos amigos en Virginia —les dije a pesar
de que no era asunto suyo.
Me dirigí hacia la larga barra en forma de L, aunque ya había decidido
que esta noche no me excedería. Mi resaca por el alcohol y softball de
principios de semana fue suficiente para convencerme de pasar el resto
de la semana pidiendo disculpas a mi cuerpo con una serie de carnes a
la parrilla, ensaladas y ejercicios. Ahora sabía que sufría de las resacas
de una semana que todos los adultos llegamos a experimentar.
Pero necesitaba algo que hacer con las manos. Una copa sería el
accesorio más creíble para ocultar mis nervios.
Esta noche, tenía una misión. Scarlett Bodine iba a venir a casa
conmigo o yo iría a casa con ella. De una forma u otra, íbamos a acabar
desnudos juntos. Y para que eso sucediera, no podía ser el romántico
ansioso y esperanzado que me sentía en ese momento.
—Devlin —asintió Rhett, el fornido juguete de Misty Lynn, cuando
pasé junto a él.
—Buenas noches, Rhett —dije, deslizándome a su lado. Era extraño
que fuera un forastero aquí, pero conocía a más gente en Bootleg que en
Annapolis. Supongo que así era en un pueblo pequeño. Todo el mundo
te conocía a ti y tus asuntos. Me pregunté si todos sabía sobre mi historia
reciente. Y si lo hacían, ¿aconsejarían a Scarlett que se mantuviera
alejada de mí?
Ella me había invitado aquí, mencionando que Gibson iba a tocar y
que debía venir. Mierda. ¿Y si sólo me invitó por cortesía? ¿O si era una
reunión de grupo y me había rasurado sin razón? Me preparé
mentalmente para esa humillación. Al menos mi rasuradora y yo 129
seríamos los únicos que conoceríamos mi vergüenza.
Odiaba que esos pensamientos cruzaran mi mente. Hace seis meses,
me sentía seguro de mi existencia. Gracias a la crianza y al refuerzo
regular, tenía la confianza de saber que era importante.
El acuerdo prenupcial había protegido mis cuentas, pero no había
hecho nada por mi ego. Me había llevado más que un golpe con ese
divorcio. ¿Pero una noche con la hermosa Scarlett? No podía pensar en
nada que hiciera a un hombre sentirse mejor que eso.
Y más que eso, quería darle algo que Wade Zirkel nunca pudo darle.
No quería ser sólo un par de brazos familiares. Quería hacer esto
especial para ella. Quería darnos a ambos algo para recordar con cariño
por el resto de nuestras vidas.
Lo único que se interponía entre esa eventualidad y yo era la distancia
entre mis pies y el bar.
La vi. Estaba hablando con dos hombres mayores en el bar. Llevaba
una falda vaquera corta, una camiseta de tirantes de las Crestas de Polla
de Bootleg y un bonito cárdigan encima. Llevaba el pelo ondulado y las
botas vaqueras de la primera vez que nos vimos.
Era oficial. Era la mujer más sexy que había visto en toda mi vida.
¿Quién iba a decir que mi tipo sería una vaquera de campo en vez de
una elegante y sofisticada? Pero no había forma de evitarlo.
Respiré hondo y me abrí paso entre la gente que reía alrededor de
pequeñas mesas.
Me vio a mitad de camino y la forma en que se le iluminó la cara hizo
que se me aflojara la opresión del pecho.
—Hola —dije. «Qué manera para ser suave, idiota».
—Hola —dijo, llevándose la pajilla a los labios.
«¿Era demasiado pronto para pedirle que se fuera a casa conmigo?»
130
—¿Puedo invitarte a una copa? —le pregunté.
Levantó su vaso aún lleno y lo agitó.
—Estoy bien, pero déjame invitarte a una. —Se volvió hacia la barra y
le pasé la mano por el pelo—. ¡Nicolette! Lo que quiera este alto y guapo
hombre.
La cantinera, Nicolette, era una morena bajita que nos había atendido
a mí y a los Bodine la última vez que estuvimos aquí. Esta noche llevaba
una camiseta que decía «Si no te gustan los tacos, yo soy Nacho». Ladeó
la cabeza hacia mí.
—¿Qué deseas, Devlin?
—Sólo una cerveza —dije. Una cerveza no me metería en problemas
con las preocupaciones de consentimiento de Scarlett.
—¿Qué estás bebiendo? —pregunté, inclinándome hacia el oído de
Scarlett para que pudiera oírme. Olía a sol y campo de margaritas.
—Pepsi —dijo con un guiño.
—¿Alguna razón? —pregunté, apenas atreviéndome a respirar.
—Creo que tú y yo podríamos tener planes más tarde esta noche.
Cielo misericordioso. Se me paró el corazón. Era, a todos los efectos,
un muerto viviente por la anticipación de lo que pensé que estaba
diciendo. Luego tomé impulso con una cojera torpe y empecé a respirar
de nuevo.
—Entonces, ¿quieres salir de aquí? —Sólo bromeaba a medias.
Se rio y me pasó la mano por el pecho, bajando por los botones de la
camisa. Se me puso dura cuando se puso de puntillas y dejó que sus
labios rozaran mi oreja.
—Quiero pasarme la noche coqueteando contigo antes de pasarme la
madrugada follándote.
Y así, cualquier gota de sangre que me quedara en la cabeza se fue al 131
garete tan rápido que vi cómo el negro se deslizaba por los bordes de mi
visión.
—Ah —fue todo lo que pude decir.
—Ya está la cerveza —dijo uno de los hombres mayores, tendiéndome
un vaso de medio litro de lo que fuera que había pedido—. ¿Seguro que
no necesitas sales aromáticas, chico?
Scarlett sonrió y me cogió de la mano.
—Vamos, Dev. Tenemos una mesa al frente —dijo, tirando de mí.
Lo de la salida en grupo ya no me preocupaba. No cuando sabía que
esta era «la noche». Sin embargo, no estaba en condiciones de establecer
contacto visual con Bowie y Jameson ni con Cassidy y June. Señalé la
mesa con la cabeza y me senté, esperando que nadie se diera cuenta de
la furiosa erección en mis jeans. Como si me hubiera leído el
pensamiento, Scarlett me puso la mano en el regazo y casi salté de la
silla.
—¿Todo bien ahí? —preguntó Cassidy, levantando una ceja hacia
nosotros.
Agarré la mano de Scarlett y la alejé unos centímetros de mi polla.
—Todo bien —le aseguré.
Scarlett sonrió con suficiencia.
—Hola, June —dije.
June levantó un dedo, mirando atentamente la pantalla de su teléfono.
—No hagas caso a June Bichito —dijo Cassidy—. Está viendo algún
partido y absorbiendo cada estadística medible con su gran cerebro.
June me intrigaba. No como Scarlett. Aquello era lujuria, biología,
química y un flechazo a la antigua usanza, todo en un potente cóctel.
June era diferente. Era increíblemente inteligente y utilizaba sus poderes
para almacenar todas las estadísticas deportivas conocidas. También
parecía no tener interés en las relaciones humanas. A diferencia de 132
Gibson, que parecía odiar a la gente, June estaba dispuesta a aceptar o
rechazar la interacción humana.
Hablando del diablo, el público rompió en aplausos dispersos cuando
Gibson entró en el pequeño escenario. Iba vestido con jeans y camiseta
negra y llevaba una guitarra colgada del pecho. Le acompañaban un
tecladista y un baterista de edades dispares.
—Ese es Hung en la batería —dijo señalando al hombre asiático de
pelo gris con una chaqueta vaquera desgastada—. Y el del teclado es
Corbin. También toca muy bien la armónica.
Corbin parecía tener diecisiete años. Tenía la piel oscura y lisa y el
pelo espeso y erizado. Llevaba pajarita y pantalones Dockers.
No hubo preámbulos, ni presentaciones de la banda sin nombre.
Gibson les lanzó una canción sobre vasos rojos y el público enloqueció
cantando con ellos.
Scarlett cantaba y se balanceaba a mi lado, y yo apoyé el brazo en el
respaldo de su silla para mantenerla cerca. No quería faltar al respeto a
sus hermanos, pero no iba a pasar la velada sin tocarla.
Se inclinó hacia mí y sonrió, y de repente ya no me preocupaban tanto
sus hermanos.
—Me alegro de que estés aquí —me dijo al oído.
«A-le-lu-ya».
—Yo también
—¿Dónde estarías si no hubiera pasado nada de lo otro? ¿Qué estarías
haciendo un viernes por la noche en tu antigua vida? —preguntó
Scarlett por encima de la música.
Me concentré en sus labios mientras pronunciaba las palabras. Tenía
la boca más bonita que había conocido nunca. Una sonrisa de oreja a
oreja con unos labios carnosos. Sabía exactamente lo que se sentía al
tener esa boca sobre mí, y no podía esperar a experimentarlo de nuevo. 133
Me pinchó cuando no contesté enseguida.
—Los viernes solían hacer recepciones o algún tipo de cena o
recaudación de fondos. Red de contactos, hacer acto de presencia. —Me
acerqué y le pasé el pelo por detrás de la oreja. Se acurrucó contra mi
mano.
—¿Te arreglarías? ¿Comerías cosas pequeñas y hablarías de tonterías?
—preguntó.
Asentí con la cabeza. Formaba parte del estilo de vida. Quería avanzar
en mi carrera y así era como se hacía. Claro, significaba que una cena
nunca era sólo una cena. Significaba que la semana laboral nunca duraba
solo cuarenta horas, pero el servicio público no era un trabajo de ocho a
cinco. Era una vocación. Johanna y yo, pensé, habíamos aprovechado las
expectativas. Repasando a quién le habíamos dicho qué, en el camino a
casa.
Y aquí estaba yo, en Bootleg Springs, Virginia Occidental, en jeans, con
una cerveza y una hermosa mujer que me miraba como si fuera el
hombre más interesante del bar. Había polvo de maní en mis mocasines
y una banda de country animando al público.
Me gustó.
—¿Esto es lo que haces la mayoría de los viernes por la noche? —le
pregunté. A veces me sorprendía lo poco que sabíamos el uno del otro.
Otras veces, sentía que Scarlett Bodine era una vieja obsesión. Estaba tan
pendiente de todo lo que hacía, de cada expresión que ponía, de cada
emoción que pasaba tras sus ojos.
Ella asintió.
—Esto o a veces Jameson y yo pedimos comida chatarra en todos los
restaurantes del pueblo y hacemos un cochinillo.
—¿Un cochinillo?
—Sí, cuando comes demasiado en tu propia casa para que nadie vea 134
tu vergüenza.
Me reí y ella me sonrió como si no hubiera nada que pudiera haber
hecho que la complaciera más. Esperaba tener algunos movimientos que
lo hicieran.
Capítulo 18
Devlin
Gibson empezó otra canción, cuyos primeros compases hicieron que
los clientes de The Lookout se agolparan en la pista de baile. El tipo sabía
cantar. Lo reconozco.
La canción era «Save a Horse, Ride a Cowboy» una canción country
que hasta yo había oído de pasada. Y mientras Gibson cantaba, vi a su
hermana pequeña mover su dulce trasero en la pista de baile. Ella y
Cassidy bailaban en medio de una multitud de mujeres que se sabían
todas y cada una de las palabras de la canción. Intenté imaginarme la
135
última recepción o recaudación de fondos a la que había asistido. Nada
destacaba en alta definición como aquello.
Bowie se sentó a mi lado, mirando con nostalgia la pista de baile.
—¿No bailas? —le pregunté.
—¿Eh? —apartó los ojos de las bailarinas.
—¿Bailas? —volví a preguntar.
—Oh, claro. Todos lo hacemos. —Su mirada volvió a patinar en
dirección a Cassidy—. La clase de gimnasia siempre incluía una clase de
baile: baile en línea, square dance7, baile de salón.
—¿Entonces por qué no estás ahí bailando?
—La vista es mejor desde aquí.
174
Capítulo 22
Devlin
El mensaje de Scarlett decía que me reuniera con ella en el patio
trasero. Lo que estaba haciendo en mi patio trasero sin entrar en la casa
escapaba a mi comprensión, pero estaba empezando a darme cuenta de
que la mayoría de las cosas acerca de Scarlett escapaban a mi
comprensión y que valía la pena simplemente unirme al viaje.
Scarlett: Trae tu traje de baño.
Le respondí al salir por la puerta. 175
Devlin: Cuando dijiste menos ropa asumí que querías decir desnudos.
Un silbido agudo atrajo mi atención hacia el agua. Scarlett estaba
descansando en un kayak al final del muelle de la Abue. Otro kayak
estaba atado al suyo.
—Puedes desnudarte si quieres, pero podrías asustar a los turistas —
dijo.
Bajé por el muelle hacia ella. Llevaba un bikini a cuadros rojos y
blancos, gafas de sol y su sombrero de vaquera. Me detuve y saqué mi
teléfono para hacer una foto.
—¿Qué haces? —se rio.
Hice la foto y me guardé el móvil en el bolsillo. Tenía la sensación de
que iba a querer recordar este día.
—Creo que la pregunta debería ser: ¿qué estás haciendo tú?
—Hoy ya me ha interrogado la policía. No intentes subirme al estrado
—bromeó. Me arrodillé en el extremo del muelle y le di un beso.
—¿Estás listo para nuestro picnic en kayak?
—Tengo muchas preguntas —admití.
—Dispara.
—¿Qué es un picnic en kayak? ¿Cómo me subo a dicho kayak? ¿Cómo
hacemos un picnic en kayak? ¿Nos desnudaremos en algún momento?
¿Debo ponerme crema solar?
—Un picnic en kayak es cuando flotamos en el lago y comemos. Te
metes en el kayak llevándolo a aguas poco profundas y sentando el culo
en él. Mi kayak tiene la hielera con comida. El tuyo tiene la cerveza y el
agua. La respuesta a desnudarse es siempre sí y te he traído un protector
solar en spray.
—¿Y mi teléfono?
176
Levantó una pequeña caja de plástico.
—Caja seca, amigo mío.
—Supongo que eso responde a todas mis preguntas.
—Supongo que sí. Sube. —Desató el kayak vacío y me pasó la
cuerda—. Sube ahora.
Lo remolqué como a un cachorro hasta tierra y, quitándome las
zapatillas, me metí en el agua. La calidez del agua del lago siempre me
sorprendía.
—Ponte a horcajadas y déjate caer —sugirió Scarlett. Estaba remando
en círculos justo al final del muelle.
Hice lo que me dijo y me subí al kayak. Por un momento se balanceó
de lado a lado, pero se estabilizó.
—¡Date prisa! ¡Vamos! —dijo Scarlett alegremente. Sumergió su remo
en el agua y aceleró alejándose del muelle.
—¡Espérame! —En la universidad había pasado algún tiempo en
remos y carreras de remos. Pero un kayak era una experiencia nueva
para mí. Agarré el remo sujeto al costado con una cuerda elástica y
sumergí un extremo en el agua.
—El remo está al revés —dijo Scarlett con voz cantarina.
No tenía ni idea de cómo un remo podía estar al revés. Con valentía,
salí del suelo del lago y me impulsé torpemente hacia ella.
198
Capítulo 26
Scarlett
—Oh, sí. Así, nena —ronroneé.
—Suenas como si estuvieras teniendo relaciones sexuales. —El tono
seco de June irrumpió mi éxtasis por el masaje con aceite caliente. Lula,
mi masajista y amiga desde el instituto, resopló. Lula era alta y flexible,
con una piel morena impecable y una espesa cabellera alborotada. Era
guapísima, una belleza exótica que vestía jeans y camisa a cuadros.
Además, estaba forrada de pasta, pues había aprovechado el auge del
turismo que se había iniciado hacía unos años. Compró el viejo edificio
199
victoriano y, con un poco de mi ayuda, lo reformó para convertirlo en
un spa cursi y refinado.
Ahora, Bootleg Springs Spa era «el» lugar para descansar, rejuvenecer
y soltar una tonelada de dinero.
Cassidy se rio a través de su tratamiento facial de algas.
—Apuesto a que ese es el sonido que tus vecinos han estado oyendo
desde que Devlin y tú empezaron a acostarse —dijo.
—Devlin «es» mi vecino —señalé—. Suele estar ahí haciendo ruido
conmigo.
—He oído hablar de ustedes dos —se burló Lula—. Haciéndose ojitos
en la cafetería. Reservando dos horas enteras en las aguas termales.
—Aprovechamos cada segundo de esas dos horas —dije con
suficiencia.
June, aburrida de nuestra conversación, pasó la página de su ejemplar
de «The Economist» que se había traído de casa. Le estaban pintando las
uñas de los dedos de los pies de rosa nacarado. Cassidy eligió el color
por ella cuando la apatía de June por el tema se hizo patente.
—Cuéntame más sobre esos mágicos orgasmos múltiples —suspiró
Cassidy.
—Maldición, chica —dijo Lula, hundiendo sus fuertes manos en los
nudos de mis hombros—. Eso explica el salpullido que tienes aquí atrás.
Solté una risita. No pude evitarlo. Me sentía bien. El tipo de bienestar
que significaba que todo en mi vida iba en la dirección correcta. Por
primera vez en mucho tiempo, no tenía ningún tipo de duda o ansiedad
sobre el futuro. Mientras crecía, nunca sabía exactamente con quién
volvería a casa: con los padres divertidos y felices que bailaban en la
cocina y hacían empanadas con mermelada o con los padres gritones y
acusadores que se peleaban y luego se enfurruñaban en silencio durante
días. 200
Pero ahora, las cosas parecían asentadas. Tenía un trabajo estupendo,
un vecino sexy que me entretenía, amigas con las que pasar un día en
un spa y cuatro hermanos que me sacaban de quicio. La vida era todo lo
perfecta que podía ser.
—Es genial. Los orgasmos múltiples son geniales y estoy genial —
informé con satisfacción.
—Te odio un poco —suspiró Cassidy.
—¿Qué pasó contigo y Amos en The Lookout la última vez? —le
pregunté, conociendo la versión de Bowie.
—Bailé con él por los viejos tiempos y se puso pesado. Menos mal que
Bowie le cortó el rollo, pero volvió en la canción siguiente, hablando de
que me echaba de menos y «que nos diéramos otra oportunidad» —se
burló en un profundo barítono—. La cosa es que no le he echado de
menos ni un ápice desde que rompimos y eso me dice lo suficiente como
para no volver a subirme a ese carrusel.
—Entonces, ¿cómo empezó la pelea? —pregunté. Los pulgares de
Lula encontraron músculos tensos en mi espalda baja y grité.
—Chica, tienes que estirarte. Te lo digo siempre. No puedes estar de
pie doce horas al día y esperar que tus músculos te sigan el ritmo.
—Sí, sí. Yoga. Pilates. Estiramientos. Entiendo. ¡Vuelve a la lucha!
—Ni siquiera lo sé —insinuó Cassidy. Estaba mintiendo totalmente,
pero eso es lo que se hacía a sí misma cuando se trataba de Bowie
Bodine—. En un momento Amos y yo estábamos bailando, y yo estaba
en plan «gracias, pero no, gracias». Pero él no me soltaba. Insistía en que
le escuchara y le diera otra oportunidad y bla, bla, bla. Debió parecer
que me estaba haciendo daño desde la mesa porque Bowie y Jameson
aparecieron y se dijeron unas palabras.
Resoplé.
—Como si no pudieras cuidar de ti misma. —Cassidy no sólo
dominaba las armas de fuego, sino que sus manos también podían 201
considerarse armas mortales. Cuando yo exigía clases de ballet y faldas
de animadora, Cassidy ganaba un arco iris de cinturones en Tae Kwon
Do. Obtuvo su cinta negra a los dieciocho años.
—¿Verdad? —dijo Cassidy con un suspiro exasperado—. ¡Gracias!
—Así que Bowie y Jameson se dijeron unas palabras con Amos —la
incité.
—Sí. Se dijeron unas palabras, Amos dijo algo estúpido, y luego Bowie
simplemente lo tiró al piso.
—Hum… hum. —Levanté la cabeza e hice contacto visual con Lula.
Puso los ojos marrones oscuros en blanco en señal de comprensión.
Todo el pueblo sabía que Bowie estaba perdido por Cassidy, excepto la
querida, dulce y estúpida Cassidy.
—De todos modos, ya sabes cómo es Bootleg un viernes.
—Todo el mundo está listo para una pelea.
—Sí.
—¿Saben lo que me parece interesante? —intervino June por encima
de su revista.
—¿Qué? —pregunté.
—Que las prisiones están notando un repunte significativo en la
entrega de contrabando a través de drones recreativos.
Cassidy se rio.
—June Bichito, ¿cuándo vas a empezar a interesarte por las relaciones
humanas?
June enarcó una ceja.
—No hasta que sea absolutamente necesario.
Lula y yo nos reímos entre dientes.
—Cambiando de tema —dijo Cassidy—. Lo que me parece interesante
es que nunca he visto a Scarlett Bodine tan atolondrada.
202
—«No» estoy atolondrada —argumenté—. Estoy borracha de
orgasmos.
—Atolondrada. Después de todos los chicos con los que te he visto
salir, en el instituto y desde entonces, nunca te había visto iluminarte
como lo haces cuando Devlin entra en una habitación. ¿Quién diría que
tu tipo sería un político abotonado? Quiero decir, es casi cómico.
—No discrimino ningún tipo de pene —argumenté—. No importa a
qué se dedique la persona que lo tiene.
—Oh, no, creo que es algo más que adoración a la polla —decidió
Cassidy—. Creo que te gusta.
—Pues claro que me gusta —dije malhumorada—. Si no, no me
acostaría con él.
—Wade Zirkel —dijo June, hojeando otra página de su revista.
—Cállate, Juney.
Sonrió con satisfacción.
—Sabes, Scarlett. Quizás los sentimientos que estás experimentando
son lo que otra persona consideraría amor romántico.
Mi cuerpo se puso rígido.
—Guau. Por la forma en que tus nalgas se han agarrotado, supongo
que Juney ha tocado un nervio —señaló Lula.
Levanté la cabeza como un león marino que se lanza al hielo.
—¿Amor? ¿Me estás tomando el pelo? —No me gustaba nada ese
pensamiento. Al fin y al cabo, yo era una Bodine. Los Bodine: A) no eran
capaces de amar. B) hacían un desastre de las relaciones duraderas.
—Sé que tu madre te hizo prometer que esperarías, pero creo que te
haría una excepción por Devlin McCallister —señaló Cassidy
inocentemente. 203
—No hemos hablado de relaciones. Ni siquiera somos exclusivos —
me burlé. Aunque si Devlin McCallister pensaba que estaba bien meterle
esa polla tan buena a otra persona, estaba muy equivocado.
No tenía intención de casarme nunca. No era algo que hubiera
hablado con nadie. La promesa a mi madre era sólo una excusa. Después
de ver el matrimonio de mis padres y todo el drama y el dolor que
conllevaba, no tenía ningún interés en encadenarme jamás para toda mi
miserable eternidad. Así que, si de alguna manera mi corazón se había
confundido y tropezado un poco con Devlin, iba a tener que deshacerse
de ese tropiezo rápidamente.
—Sólo nos estamos divirtiendo —insistí.
—Entonces, ¿no te enfadarás cuando haga las maletas y se vaya a
casa? —preguntó Cassidy.
No había pensado en ello. La verdad es que no. Había estado
demasiado ocupada metiéndome en su piel, en su cabeza… y en su
cama.
—Soy consciente de que sólo está aquí temporalmente. —Se me
revolvió el estómago.
—Annapolis no está tan lejos de aquí —señaló Cassidy.
—¿Qué? ¿Crees que nos apuntaríamos a una relación a distancia? —
No era la peor idea, pero seguro que no era tan conveniente como pasear
por la puerta de al lado para quitarme la ropa.
—O podrías mudarte allí.
—¿Y hacer qué? —pregunté, desconcertada.
—Creo que mi hermana está sugiriendo que podrías seguir a Devlin
y tener una relación —intervino June.
—Es un «político». ¿De verdad me ven siendo la novia de un político? 204
—La sala se quedó en silencio mientras todas las presentes consideraban
la idea. Cassidy empezó a reírse y luego todas se echaron a reír a
carcajadas. Incluso June sonreía.
Aunque me alegré de que me entendieran, admito que me dolió un
poquitín que estuvieran de acuerdo. Yo no era nada del tipo política. No
mantendría la boca cerrada. No me pavoneaba con vestidos de cóctel ni
agitaba las pestañas mientras los «hombres» hacían el trabajo. Sabía que
no era justo que me molestara que estuvieran de acuerdo con mi propia
valoración, pero a veces esperas que las opiniones de tus amigas sean
más elevadas que las tuyas. Su fácil acuerdo marcaba una casilla en la
que había estado intentando evitar pensar.
¿Por qué «no podría» ser una buena compañera para Devlin?
Nunca me había echado atrás ante un reto, no cuando era algo que
quería. Tal vez sólo tenía que averiguar qué era lo que quería en lo que
a Devlin se refería.
Capítulo 27
Devlin
Llamé a la puerta trasera de Scarlett y observé que la pequeña mesa
del porche estaba preparada para dos personas, con servilletas y
cubiertos. Había una vela en la barandilla junto a la mesa.
Oí pasos y vi con placer cómo Scarlett se apresuraba hacia la puerta.
Llevaba un vestido largo con flores de acuarela azules que se agitaba en
torno a sus tobillos. Llevaba los pies descalzos.
—Hola —dijo. Tenía las mejillas sonrojadas y el pelo suelto por la 205
espalda.
Había pasado el día en el spa con sus amigas y esperaba que estuviera
más relajada de lo que parecía.
Me incliné para besarla, con la intención de rozar mi boca con la suya,
pero me agarró el pelo con las manos y se aferró a mí mientras me besaba
con mucha intensidad. Se apartó con la misma brusquedad, dejándome
atónito y sin aliento.
—¿Por qué fue eso? —pregunté.
Me sonrió. Había algo un poco tímido y muy inusual en Scarlett y su
sonrisa.
—Sólo un aperitivo —dijo—. Entra. La cena está casi lista.
Oh… oh. Scarlett Bodine era muchas cosas. Muchas cosas
maravillosas, buenas y salvajes. Cocinera no era una de esas cosas.
Incluso sus sándwiches eran terribles. Yo no era mucho mejor en la
cocina, pero al menos no intentaba engañarme al respecto.
Algo olía a quemado. Otra cosa olía simplemente mal.
—Espero que te guste el pollo. He asado uno —anunció.
—Hum. Eso suena genial. —Necesitaba encontrar un termómetro de
carne inmediatamente. Estaba seguro de que el pollo era una de esas
carnes que podían matarte si estaba cruda—. No sabía que cocinabas.
Se encogió de hombros, parecía ligeramente enferma. Me pregunté si
habría probado algo de lo que había cocinado.
—Quería probar algo nuevo —dijo Scarlett, sacando la barbilla—. Que
sea algo que no haya hecho antes, no significa que no se me dé bien.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —ofrecí.
—¿Qué tal si pones las papas en el microondas mientras reviso los
espárragos? 206
Eché un vistazo a la olla en la estufa. Dios mío, había hervido
espárragos… de una lata.
Al menos tendríamos papas asadas. Las desenvolví y las volqué en la
bandeja del microondas, pulsando el botón de las papas. A prueba de
idiotas.
—¿Cuál es la ocasión especial? —le pregunté. Estaba tramando algo.
Eso estaba claro, pero como con todo lo que hacía Scarlett, ni siquiera
podía empezar a predecir lo que sería.
—Espera, voy a buscar el sacacorchos para el vino —dijo, saliendo a
toda prisa al porche. El porche cubierto de Scarlett servía de bar durante
las hogueras. Allí guardaba el abrebotellas y el sacacorchos.
Abrí un par de cajones antes de encontrar un termómetro de carne
oxidado. Mirando por encima del hombro, abrí el horno e introduje el
termómetro en el ave humeante. Doscientos cuarenta grados. Esperaba
que estuviera lo bastante caliente para eliminar las bacterias. La oí en la
puerta, saqué el termómetro y lo tiré detrás de un rollo de toallas de
papel en la encimera.
—Tiene muy buena pinta —dije como si hubiera estado admirando el
ave ennegrecida y cerré el horno.
Se animó.
—Gracias. Mi mamá siempre decía que no había nada más fácil que
asar un pollo.
La mamá de Scarlett era una mentirosa.
Despreocupadamente, saqué el móvil como si fuera a consultar mis
mensajes. Abrí el navegador e hice una búsqueda rápida sobre la
temperatura del pollo. Al menos ya no teníamos que preocuparnos por
la salmonela.
—Hay tarta de postre —dijo, limpiándose las manos en un paño.
«Oh, diablos». 207
—No tuve tiempo de hornear una así que la compré en el Pop In.
Me tragué un suspiro de alivio.
—¿Johanna podía cocinar? —preguntó Scarlett.
Me inquietó el rápido giro de la conversación. Sobre todo, porque
Johanna había aparecido recientemente en mi vida con el mensaje de
texto de esta tarde.
—Supongo que podía, pero en general prefería no hacerlo. Comíamos
mucho afuera y teníamos un chef a tiempo parcial que nos preparaba las
comidas de la semana.
Scarlett parecía aliviada. Estaba a punto de preguntarle de qué se
trataba todo esto cuando algo explotó. Ambos nos agachamos detrás de
su pequeña isla en la cocina. Cuando no llovieron fragmentos sobre
nosotros, me di cuenta de que era el microondas.
—Las papas —gritó Scarlett.
Llegué primero al microondas y abrí la puerta. Una de las papas
asadas a prueba de idiotas había explotado, cubriendo el interior del
microondas con trozos de papa.
—Al menos podemos dividir esta —dijo Scarlett, estirando la mano
para coger la otra papa—. ¡Ay! ¡Está caliente! —Se la pasó de una mano
a otra.
Golpeó con el codo la encimera y la papa cayó al suelo con un ruido
sordo.
—¡Bueno, mierda!
La recogí y sacudí.
—La regla de los cinco segundos, ¿no? —La papa iba a ser
probablemente la única parte comestible de la comida y no iba a tirarla
a la basura.
—¿Deberíamos lavarla? —preguntó Scarlett.
208
Me encogí de hombros.
—Quizá si no nos comemos la piel no pase nada —sugerí.
Ella asintió.
—Sacaré el pollo y podrás trincharlo.
—Genial. —No tenía ni idea de cómo trinchar un pollo. «¿Estaría
decepcionada por eso? ¿Todos los hombres de Bootleg sabían cómo
trinchar aves? Diablos, probablemente salían y les disparaban primero».
Sacó el asador del horno y lo puso sobre la encimera de madera de la
isla.
—No se parece en nada a la foto —dijo Scarlett, mordiéndose el labio
inferior y estudiando la piel marrón oscuro del pollo.
«No se parecía a ningún pollo asado que hubiera visto».
—Creo que tiene muy buena pinta —mentí.
—¿Necesitas algún utensilio especial? —preguntó.
—Un cuchillo —dije con autoridad. Nunca había visto a mi padre
trinchar el pavo en Acción de Gracias. Siempre nos lo servían.
Scarlett me dio un cuchillo de carne y, después de quemarme la mano
con la piel caliente del pollo, cogí una cuchara de madera de la jarra de
su encimera. Cortar la piel fue como intentar atravesar la piel de los
zapatos con un cuchillo de mantequilla. La carne bajo la piel correosa
estaba seca como un hueso. Al menos podíamos echar la sopa de
espárragos por encima. Hice todo lo que pude para abrirme camino y
raspar la carne del esqueleto de carbón. Llegó al plato sonando como
cecina.
—¿Qué tal si sólo trincho un lado? —sugerí, secándome el sudor de la
frente—. Así el resto se mantendrá… fresco.
—Es una gran idea. Puedo usar el resto para sopa… o algo.
Scarlett preparó nuestros platos, los de verdad, no los de papel como 209
yo estaba acostumbrado con ella, con la mitad de la papa que no había
explotado, una cucharada sopera de espárragos y varios trozos de piel
de pollo.
—Pensé que podríamos comer en el porche —dijo nerviosa.
—Me gustaría —le dije, queriendo borrar la preocupación de su cara.
Le cogí los platos y le hice una seña hacia la puerta.
Nos sentamos en la pequeña mesa, nuestros platos tocándose. Me
estaba preguntando si debía comerme primero la papa entera para
absorber el resto de la «comida» del plato, cuando Scarlett respiró
hondo.
—Tengo algo que decir.
Levanté la vista del plato, agradecido por la distracción.
—Creo que las cosas van bien. Entre nosotros, quiero decir —añadió.
Me miró como si esperara que dijera algo.
—Yo… ¿también creo que van bien? —dije con suspicacia. ¿Estaba
intentando romper conmigo? ¿Provocarme una intoxicación alimentaria
y luego mandarme de paseo? ¿Era esto una especie de extraña
costumbre de Bootleg por no decirle que mi casi exmujer me había
enviado un mensaje arrepentida?
Tentativamente, cogí un trozo de pollo y lo examiné con el tenedor.
—Bueno, he estado pensando que quizás deberíamos… lo que quiero
decir es… Oh, demonios. Nunca he tenido esta conversación antes.
—¿Qué conversación? —Estaba cada vez más ansioso.
—No puedes irte del pueblo sin decírmelo y no puedes desnudarte
con nadie más —soltó.
Parpadeé, perdido.
—Me gustas —le dijo a su plato, sonando como si se estuviera
ahogando con las palabras.
210
Olvidé lo que estaba haciendo y accidentalmente me llevé el pollo a la
boca. Sabía a pies petrificados.
Me aclaré la garganta, intentando ablandar el pollo con la saliva.
—Tú también me gustas —dije entre bocados. Por mucho que
masticara, el pollo no se iba a ablandar. O me lo tragaba entero y me
atragantaba o lo escupía.
—Bueno, ya que nos gustamos. No creo que debas levantarte e irte sin
al menos hablarlo conmigo primero y si crees que me parecería bien que
tuvieras sexo con otra persona, estás muy equivocado. —Alzó la voz.
—¿Estás rompiendo conmigo? —exigí, moviendo el pollo a un lado
de mi boca.
—¿Qué? No. —Parecía horrorizada—. Estoy haciendo lo contrario.
—¿Me estás pidiendo que sea tu novio?
Scarlett parecía incómoda. Se encogió de hombros.
—En realidad, no estoy preguntando. Más que preguntar es contar.
Aspiré para reír y se me alojó el pollo entre las amígdalas. Mi risa se
convirtió en un ataque de tos.
Se levantó de un salto y me dio una palmada en la espalda. Conseguí
escupir el pollo en la servilleta.
—Disculpa —jadeé.
—¿Estás bien?
—Me he equivocado de cañería —dije, tragándome el vino.
Scarlett volvió a sentarse y agarró con su tenedor unos espárragos
blandos. No me importaba lo mucho que ella me gustaba. No iba a tocar
esa baba verde.
—Entonces, ¿qué piensas? —me preguntó, con sus bonitos ojos grises
atrayéndome.
«Pienso que el pollo es un peligro biológico». 211
—Pensé que no querías hablar de relaciones —dije—. La primera vez
que nos acostamos, intenté sacar el tema y me cerraste el pico.
Scarlett respiró hondo.
—Es sólo que nunca esperé encariñarme tanto contigo. Y ahora, si
hicieras las maletas y te fueras a casa, estaría… disgustada. —Sus ojos se
entrecerraron y me señaló con su chorreante espárrago—. Y me
enfadaría mucho si te pillara enseñándole esa polla a alguien más.
—Scarlett, de momento no me voy a ninguna parte y desde luego no
me iría sin al menos hablar antes contigo. Y no sé de dónde sacas la idea
de que querría estar con alguien más cuando te tengo a ti. No hay nadie
como tú. Sería el mayor idiota del mundo si siguiera buscando cuando
te tengo en mi cama.
Me sonrió y sentí que la tensión de mis hombros se relajaba.
—¿En serio?
—En serio.
Sonrió y se removió en su asiento. Vi con horror cómo se metía los
espárragos en su bonita boca. Su cara se congeló y luego sus ojos se
abrieron de par en par al darse cuenta. Se tapó la boca con una mano.
Le acerqué la servilleta.
—Escúpelo antes de vomitar —le ordené.
—¡Puaj! —Agarró la servilleta y se la llevó a la boca—. Oh mi dios. Oh
mi dios. Oh mi dios.
Le tendí la copa de vino.
—Bebe.
Apuró la copa como había hecho con la cerveza la primera noche que
la conocí.
Scarlett dejó la copa con un ruido seco.
—Eso ha sido lo peor que me he metido en la boca.
212
—Todavía no has probado el pollo —señalé.
—¡Cielos! —se lamentó, tirando la servilleta del desastre masticado
sobre la mesa—. ¡Sólo quería que esta noche fuera perfecta!
Me acerqué a la mesa y le cogí la mano.
—Cariño, lo es.
—No. ¡No lo es! La comida es horrible y me puse nerviosa y
básicamente te obligué a ser mi novio, ¡y tengo mucha hambre y todo lo
que tenemos es media papa cada uno!
La agarré de la mano para levantarla de la silla y ponerla en mi regazo.
Se sentó rígida contra mí y oculté mi sonrisa. Su terquedad era
kilométrica, como diría mi abuela.
—Me gustaría señalar que no te he rechazado y tenemos tarta.
—No has dicho que sí —dijo, haciendo un mohín con las manos en el
regazo.
—Scarlett, ¿cuándo fue la última vez que alguien te dijo que no?
—Ocurre en ocasiones.
—No en esta ocasión —le dije.
Levantó su mirada hacia la mía y sentí que mi corazón brillaba un
poco más.
—Seré tu novio con una condición.
—¿Cuál?
—Si me prometes no volver a cocinar.
213
Capítulo 28
Scarlett
Le di una buena patada a la puerta principal. El clima más cálido
siempre hacía que la puerta principal de la casa de mi padre se atascara.
No había vuelto desde la mañana en que lo encontré. Incluso muerto,
Jonah Bodine padre no parecía en paz.
Respiré hondo y entré. La casa de mi infancia era una cabaña. El
revestimiento amarillo siempre me había parecido demasiado alegre
para la familia que vivía entre sus paredes. Sobre todo, después de la
muerte de mamá.
214
Dejé caer las llaves sobre la mesa delgada que Gibson había hecho en
su clase de taller del instituto. Las llaves de papá también estaban allí.
Las dejó allí la tarde antes de morir. Lo había metido a la fuerza en la
casa. Se había llevado un termo a escondidas a una obra y tuve que
traerlo pronto a casa antes de que los clientes lo vieran ebrio en el
trabajo. Recordé que tiré sus llaves sobre la mesa por última vez.
El interior estaba cargado y oscuro, lo que me recordaba que era una
casa vacía. Ya no había vida en la cabaña Bodine. Bajaron las persianas
la noche que papá murió y seguían cerradas desde entonces. Había
estado evitando este lugar y los recuerdos, al igual que mis hermanos.
Pero yo era la única de nosotros que tenía el recuerdo de él muerto en
su cama.
Giré a la izquierda y entré en el largo y estrecho salón. Aquí todo
estaba exactamente igual que siempre. Un sofá blando a cuadros. El
sillón reclinable que no se reclinaba del todo bien. El televisor de
pantalla plana que le había comprado a papá hacía dos años, cuando su
dinosaurio con orejas de conejo dejó de funcionar. Se la había montado
encima de la chimenea con la triste esperanza de que tener algo bonito
le hiciera esforzarse en otros aspectos de su vida.
Mi padre me había enseñado muchas cosas. Me había enseñado a
utilizar todas las herramientas conocidas creadas por el hombre para
solucionar casi todos los problemas. Pero también me enseñó que, por
mucho que esperara, rezara o lo intentara, no podía controlar a los
demás. No podía hacer que tomaran las decisiones que yo quería. No
podía arrastrarlos hacia la salud y la felicidad.
Fue una lección dolorosa y esencial.
Con un suspiro, me dispuse a abrir las persianas y las ventanas de la
larga habitación. Quizá un poco de aire fresco de junio barrería algunos
de esos recuerdos que nos atormentaban a todos.
Una a una, fui abriéndolas antes de pasar a la cocina-comedor, en el
lado opuesto de la casa, y hacer lo mismo. El primer piso estaba dividido
215
por la mitad por las escaleras al segundo nivel. Intenté mirar la casa con
objetividad, como un proyecto nuevo para el que no importaba la
historia.
Siempre había querido ampliar la cocina hasta el rincón del
desayunador inútil. Ahora podría.
Me salté el dormitorio de papá en la parte trasera de la casa. No estaba
preparada para volver a esa habitación. No con sus recuerdos más
recientes.
Al crecer, había sido mía. La única en el primer piso. Arriba había tres
habitaciones pequeñas. Cuando me mudé a los diecinueve años,
trasladé a papá al primer piso, ya que la bebida le hacía inestable.
Miré a mi alrededor intentando decidir por dónde empezar.
Abrumada, me senté en el primer peldaño de la escalera. Seguía
chirriando como hacía quince años. Todos habíamos aprendido a
saltarnos ese peldaño, cuando habría sido más rápido e inteligente
arreglar la maldita cosa.
Exhalé un largo suspiro. Jonah, bendito sea su gran corazón, se había
ofrecido a venir a ayudarme hoy, pero no era justo para él, pedirle que
limpiara la casa del padre que lo había abandonado.
Así que me tocó a mí. Puse la cara entre las manos y me permití un
momento de patética autocompasión. ¿Por qué tenía que estar triste? Yo,
Scarlett Bodine, 26 años, tenía mi primer novio oficial. Anoche habíamos
cerrado el trato con papa asada, tarta y sexo vigoroso y acrobático en el
columpio de mi porche. Al menos hasta que la cadena se rompió y
caímos al suelo.
Merecen la pena los moratones.
En el gran esquema de las cosas, tener que encarar la casa de mi padre
solo fue un inconveniente emocional, pero mis cosas buenas superaban
a las malas. Ahora, si pudiera reunir el coraje para empezar….
216
El crujido de los neumáticos sobre la grava me hizo levantar la cabeza.
«Alguno de mis hermanos se habrá sentido tan culpable por echarme
esto encima que…».
No era un Bodine subiendo los escalones del porche. Era Devlin. Y
quería llorar.
—Oye, pensé en ver si necesitabas una mano…
La velocidad de mi cuerpo al chocar con el suyo le cortó el paso.
Estaba aquí para ayudarme a limpiar un desastre que no era suyo
porque le importo. Me aferré a él como una enredadera de Virginia. La
gratitud hizo que me escocieran los ojos.
—Gracias —susurré contra su camiseta. Me abrazó y me pasó una
mano por la coleta. Respiré, robándole un poco de su fuerza, y luego me
separé de él.
Me observaba con una mirada suave.
—¿Crees que podrías saludarme así cada vez que me veas durante un
tiempo? —me preguntó.
—Sí. Creo que podría hacerlo —dije suavemente. Di un paso atrás y
lo dejé entrar—. Bienvenido a la cabaña Bodine.
Devlin miró a su alrededor y no pude evitar preguntarme en qué clase
de casa se había criado. Apostaría a que era un poco más grande que la
casa de mi infancia.
—Es bonita —dijo—. Acogedora. Apuesto a que hay muchos
recuerdos aquí.
Los había. Suficientes malos recuerdos para atormentarme y
suficientes buenos para hacer que la pérdida aún doliera.
—Sí. Muchos recuerdos —acepté, con un nudo en la garganta.
—¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó—. Me tienes para
todo el día. Tengo artículos de limpieza en el auto, bolsas de basura, un
par de bolsos de plástico. Tengo un escáner en casa de la Abue por si 217
quieres guardar algún documento.
Me empezaron a llorar los ojos. Era el polvo, me dije. No la ayuda
ofrecida gratuitamente.
—Empecemos con el refrigerador. Eso será lo peor. Luego podemos
buscar papeles y álbumes de fotos. Cosas que quiero conservar —decidí.
Asintió con la cabeza.
—Cogeré las provisiones.
Lo vi bajar los escalones del porche, los mismos escalones que yo
había bajado en un intento de escapar de casa dos veces en mi
adolescencia, y me enamoré un poquito de Devlin McCallister.
Devlin no dijo ni una palabra cuando recogimos la docena de botellas
vacías de bourbon barato de Kentucky de los armarios de la cocina. No
mencionó el hecho de que el refrigerador estuviera vacío, salvo por la
cerveza, el moonshine y un tarro de mayonesa muy vieja. Y no enarcó
una ceja cuando abrí todas y cada una de las botellas y las vacié
directamente al drenaje.
Era demasiado educado para hacer preguntas. Sabía lo básico. Pero
yo estaba cansada de no decir nada, cansada de aceptar.
—Mi padre era alcohólico —anuncié mientras sacábamos dos cestos
de basura reciclable al porche.
—Comprendo —dijo Devlin. 218
—Siempre bebió, pero empeoró tras la muerte de mi madre —
continué.
—¿Qué edad tenías cuando ella murió? —preguntó Devlin.
—Tenía quince años. Accidente de auto.
Su mano se posó en mi hombro y dejé de moverme inquieta.
—Lo siento —dijo simplemente.
—Era una buena madre, casi siempre. —Era importante para mí que
me creyera—. Ella y mi padre se quedaron embarazados en el instituto
y se casaron. En cierto modo, nunca crecieron. Peleaban mucho. Había
muchos celos y obviamente al menos uno de ellos no era fiel. Papá bebía
demasiado. Mamá no lo manejó bien y criaron cuatro casos perdidos.
Devlin se inclinó hacia mí y me acarició la mejilla con la mano.
—Cariño. Nada en ti dice que seas un caso perdido.
Cerré los ojos y me relajé con sus caricias.
—Empecé a ir a trabajar con mi padre en los veranos a los doce años
porque mamá pensaba que bebía en el trabajo. Y así era. A los trece ya
lo llevaba a casa. A los quince, yo hacía la mayor parte del trabajo.
Devlin me atrajo hacia él, envolviéndome con sus brazos, creando un
espacio seguro y cálido.
—Gibson lo odia. Papá nunca se calló que Gibs fue la razón por la que
él y mamá se casaron. Bowie es el bueno que intenta deshacer todo lo
malo que hizo papá. Jameson sólo agachó la cabeza y trató de vivir su
propia vida fuera del drama.
—¿Y tu madre? —preguntó Devlin.
—Ella aguantó por nosotros. No sabía lo que era la felicidad. Pero
sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Me hizo prometer que no
me casaría antes de los treinta e hizo prometer a mis hermanos que no
se casarían por otra razón que no fuera la de estar estúpidamente 219
enamorados.
—¿Alguna vez te hizo daño? —preguntó Devlin.
Me eché hacia atrás y miré aquellos ojos tormentosos.
—¿Papá? No. Claro que no. Al menos no físicamente.
Relajó su agarre sobre mí.
—Si no fue físicamente, ¿cómo?
Me encogí de hombros y apreté la mejilla contra su pecho. Era mi
nuevo lugar favorito para estar.
—Solo quería ser lo bastante importante para él como para que no
necesitara beber —confesé.
—Cariño. —Devlin lo dijo tan suave, tan dulcemente.
—Lo sé. Sé que era alcohólico y sé que no puedes importarle a alguien
lo suficiente como para que lo deje. Pero realmente, realmente quería
hacerlo —le dije. De nuevo, me pasó la mano por la cola del pelo.
»No recuerdo ningún momento de mi infancia en el que no me
preocupara que papá y mamá se divorciaran. Mirando hacia atrás, no sé
por qué no lo hicieron. Quiero decir, no es que fueran felices.
—Tal vez pensaron que era lo correcto —dijo Devlin con brusquedad.
—Pero lo correcto no debería hacerte tan infeliz. ¿Verdad? —
pregunté.
—Feliz no significa correcto —señaló Devlin.
Suspiré.
—Hubo un tiempo, justo después de la desaparición de Callie, en que
las cosas estuvieron bien. Todo el mundo lo intentaba. Incluso Gibson
—recordé—. Creo que asustó a todo el mundo y les hizo querer aferrarse
a lo que todos tenemos la suerte de tener. 220
—¿Pero no duró? —preguntó Devlin.
Sacudí la cabeza.
—Nunca es así, supongo. —Miré al patio delantero, a los árboles a los
que solía subirme de niña, fingiendo que estaba en una selva muy, muy
lejana—. De todos modos, gracias por escucharme.
Devlin se inclinó hacia mí y me pasó el pulgar por la mejilla.
—Scarlett, todo lo que es importante para ti es importante para mí.
Dios ayúdame, le creí.
Mi suspiro esta vez fue de alivio.
—Gracias, Dev. ¿Qué te parece husmear en busca de papeles
importantes?
Sonrió.
—Me parece bien.
221
Capítulo 29
Scarlett
Incluso con Devlin presente como apoyo moral, no estaba preparada
para abordar el dormitorio de papá, así que subimos las escaleras.
—Mamá y papá solían usar este dormitorio —le dije, abriendo de un
empujón la puerta pintada de blanco. Chirrió como una maldita casa
encantada.
Las paredes aún lucían aquel papel de rosas inglesas que papá había
jurado quitar. El colchón seguía hundido en su viejo armazón de hierro. 222
Había una estantería empotrada en la pared, el único cambio que mi
padre había conseguido hacer en sus años aquí. Era un amasijo de
papeles, libros y revistas viejas. A juzgar por la capa de polvo, hacía años
que nadie subía por aquí.
—Qué asco. Empecemos con esta fábrica de alergias —sugerí—. Nos
aseguramos de que no haya facturas pendientes, buscamos algo sobre
los impuestos de la propiedad, cualquier título de la casa o de su
camioneta o lo que fuera. Por lo menos no tenemos que preocuparnos
de ningún seguro de vida o papeleo de jubilación —dije secamente.
—El papeleo es mi especialidad —dijo Devlin—. ¿Por qué no buscas
fotos y recuerdos? Seguro que a Jonah le interesaría ver cómo fue tu
infancia.
Fue un gesto muy considerado que no sé si se me habría ocurrido por
mi cuenta. Sabía por dónde empezar. El baúl de mamá estaba
arrinconado junto al armario y enterrado bajo toda una historia familiar
guardada en cajas de zapatos y carpetas manila. Fotos, boletines de
notas, dibujos. Cuando murió, no habíamos terminado con todo aquel
lío. Y en los años siguientes acabamos aumentando el desorden.
Después de rebuscar entre algunas fotos para el funeral de mamá, se las
dejamos a papá para que se ocupara de ellas y, como era de esperar, todo
estaba exactamente como él lo había dejado.
Despejé la parte superior del baúl, haciendo pilas ordenadas sobre el
colchón desnudo. Guardar. Reciclar. Quemar hasta los cimientos.
Cuando intenté levantar la tapa, encontré el baúl cerrado. Fruncí el
ceño al ver la cerradura. Había jugado con este baúl un millón de veces
cuando era niña. Demonios, mis hermanos se turnaban para esconderse
en él cuando jugábamos al escondite. Nunca había estado cerrado.
Miré a Devlin. Estaba sentado en el suelo blanquecino ordenando
pilas de papeles. Estudié la cerradura. No era una cerradura
especialmente complicada. Uno o dos golpes con un martillo romperían
el cierre con bastante facilidad y tenía curiosidad por saber qué habían 223
pensado mis padres que merecía la pena guardar bajo llave, pero no me
gustaba la idea de destrozar algo que mamá valoraba.
Miré a Devlin, que estaba ordenando papeles alegremente como el
nerd buenote que era.
Obviamente, había una llave de algún tipo que cerraba la maldita
cosa. Cerré los ojos y dejé que mi mente vagara. El baúl era viejo. No
sería una llave corriente la que encajara en la cerradura. Abrí los ojos.
No podía ser tan fácil, ¿verdad? Me levanté y bajé corriendo hasta la
puerta principal. El llavero de papá estaba allí. Lo cogí y las observé.
Puerta principal, puerta trasera, garaje. Mi casa. Las llaves de la
camioneta. Y una llave rechoncha, de latón, sin etiquetar.
Contuve la respiración y volví a subir, con el peso de las llaves en la
mano. ¿Qué secretos podrían haber guardado mis padres? Eran un libro
abierto de miseria y dedicación al compromiso. Probablemente era una
pila de números de «Sports Illustrated» o ropa para muñecas. O un
montón de facturas sin pagar de las que mi padre no me había hablado.
Eso sería una buena bofetada en la cara.
Volví al dormitorio y pasé por encima del incomprensible sistema de
organización de Devlin. Arrodillada al baúl, introduje la llave en la
cerradura. Giró sin resistencia.
Sentí un tirón nostálgico cuando vi el forro de tela verde floreada. El
olor era el mismo, viejo y rancio, pero ahora en lugar de ser un escondite
vacío para niños, el interior del baúl estaba repleto. Pasé una mano por
encima del vestido favorito de mi madre. Había empaquetado su ropa
la semana siguiente al funeral y se la había dado a la Bootleg
Community Church para que la distribuyeran entre los necesitados. Ni
siquiera me había dado cuenta de que faltaba su suave vestido verde
primaveral.
Me di cuenta de que mi padre debió haberlo guardado. Junto con su
almohada y su funda cuidadosamente bordada. Los desempaqué
despacio, pasando los dedos por recuerdos familiares. El álbum de boda 224
fue lo siguiente. Se habían casado deprisa y sin la feliz aprobación de sus
familias. Así que su álbum consistía en una docena de fotos en tonos
sepia de mi madre con un vestido de encaje de cuello alto que le había
prestado su prima. Papá estaba muy joven con su traje azul bebé. Su
camisa tenía vuelos, algo que nunca dejó de divertirme. De pequeña, me
había empeñado en hojear el álbum cientos de veces y ni una sola vez
me había dado cuenta de que era como admirar la cadena que ataba a
mis padres a su infeliz vida.
Hojeé las gruesas páginas, estudiando cada foto. No había sonrisas
radiantes durante la ceremonia, pero la última foto era una instantánea
de mi padre mirando a mamá con una ternura que rara vez mostró en
los años siguientes. Mamá le miraba y se reía. En esa foto, ella brillaba.
Su vida juntos no fue del todo mala y esta foto era la prueba viviente de
ello. Hubo momentos de felicidad en esa vida, pero yo quería más que
momentos.
Miré a Devlin y me encontré con que me observaba.
—En el último minuto se han cruzado un millón de emociones por tu
rostro —me dijo.
—¿Ah, sí? —le pregunté. Me dedicó esa media sonrisa que tanto me
gustaba.
—¿Qué has encontrado? —preguntó, poniéndose de pie y pasando
por encima de sus ordenados montones para llegar hasta mí.
Pasé una mano por encima del vestido, recordando abrazos
interminables y mañanas de Pascua. Todo terminaba siempre. Lo bueno
y lo malo. Aunque lo odiaba, también era un consuelo. Papá ya no sufría
y quizá ahora mis hermanos podrían empezar a seguir adelante.
La mano de Devlin me apretó el hombro. Se sentó a mi lado en el
suelo.
—Estas son algunas de las cosas de mi madre —le dije, entregándole
el álbum de fotos.
—¿Puedo? —preguntó. Asentí con la cabeza. 225
Pasó las páginas.
—Me gusta el traje de tu padre —sonrió.
—Se lo puso para su baile de graduación, luego para su boda y una
vez más para el bautizo de Gibson. No creo que usara más que una
corbata después de eso.
—¿Crees que a Jonah le gustaría ver esto? —preguntó Devlin.
Miré el álbum en sus grandes manos.
—Me gustaría enseñárselo —decidí.
—Empezaremos otra pila entonces. —Colocó el libro marfil sobre el
colchón desnudo.
Le di el vestido.
—Este también.
Volvimos a rebuscar en la siguiente capa de cosas del baúl. Me
encantó encontrar el álbum de bebé de Jameson y una pila de informes
disciplinarios del instituto sobre Gibson. Podría usarlos como chantaje.
Devlin se abrió paso entre risas por los informes, asegurándose de que
no hubiera nada importante atascado entre las páginas de la
delincuencia juvenil de Gibson. Encontré más fotos familiares sueltas y
el velo que mamá había llevado el día de su boda. Había una carpeta
mugrienta con las lecciones de la escuela dominical que mamá había
impartido y la pulcra colección de mi padre con todos los programas de
la Representación Anual de la Explosión en Bootleg de Jedediah Bodine.
Encontramos cosas de la vida familiar. Mamá había guardado todos los
bocetos y dibujos que Jameson había hecho mientras crecía. Incluso a los
siete años, había mostrado promesa artística. Los trofeos de Bowie y las
fotos del equipo de fútbol estaban apilados en una caja acrílica.
—Oh, Dev. Mira esto —dije, levantando triunfalmente una foto de las
entrañas del baúl—. Estoy en mi baile de graduación. 226
Devlin la estudió, sonriendo dulcemente a mi yo de 17 años. Me había
puesto un vestido azul eléctrico de dos piezas porque todos los demás
iban de negro. Llevaba el pelo aún más largo, recogido en espirales como
las de Medusa. Yo era la Tinkerbell punk de Freddie Sleeth y sus
sonrientes diecisiete.
—¿Cómo fue tu baile de graduación? —preguntó Devlin.
—Bueno, una dama nunca besa y lo cuenta —le dije—. Pero puedo
decirte que la camioneta de Freddie pinchó de camino al baile y tuvimos
que cambiarla en un charco de barro. Se puso nervioso y se le cayeron
las tuercas al barro, así que tuve que pescarlas. También cambié el
neumático, ya que el padre de «alguien» nunca le enseñó a hacerlo. Fui
la reina del baile incluso cubierta de barro —dije con suficiencia—. ¿Y el
tuyo?
Devlin parecía avergonzado.
—Tomé prestado el chófer y el auto de mis padres con el esmoquin
que ya tenía y llevé a Lilibeth Paxton a cenar pescado a la luz de las velas
sobre el agua, seguido de una velada de elegante entretenimiento y
baile.
—¿Podríamos ser más diferentes? —le pregunté.
Me acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No lo sé, Scarlett. Creo que tenemos suficiente en común como para
compensar esas diferentes diferencias.
Me gustó la respuesta y se lo dije con un beso. Lo mantuve dulce y
ligero. No iba a saltar sobre el sexy culo de Devlin aquí, en casa de mis
padres, rodeada de sus fantasmas.
—Gracias por tu ayuda —susurré, apartándome para admirar su boca
recién besada y aquella cuidada barba.
—Cualquier cosa que necesites Scarlett, siempre. Sólo pídelo.
227
—No diría que no a un almuerzo después de que terminemos este
baúl —dije esperanzada.
Me besó la punta de la nariz.
—Lo que quieras.
Feliz de nuevo, hurgué en las profundidades del baúl. Parecía que ya
habíamos encontrado todo lo bueno. Lo que quedaba eran unas cortinas
de encaje, probablemente de mi abuela, que necesitaban un buen lavado
y una bolsa de plástico hecha una bola en el fondo. Saqué las cortinas y
estornudé. Si pudiera limpiarlas, seguro que quedarían bonitas en las
ventanas de mi casa. Saqué la bolsa de plástico de la esquina trasera del
baúl y me sorprendió que tuviera algo de peso.
—No está vacía —dije, asomándome al interior. Algo rojo cereza que
hizo sonar una campana lejana en mi cabeza—. Hum. —Lo saqué. Era
una chaqueta. La extendí en el suelo y pasé el dedo por los botones.
Cuatro botones grandes y rojos, y el de arriba era un botón blanco con
margaritas amarillas—. Dios mío—. Me invadieron los recuerdos—.
Esta es la chaqueta de Callie Kendall.
—¿La chica que desapareció? —preguntó Devlin, mirando por encima
de mi hombro.
Asentí con la cabeza.
—Siempre tenía la ropa más linda. Perdió un botón de su chaqueta
favorita subiendo a los árboles o algo así, y al día siguiente volvió con
ese botón cosido. A la semana siguiente, todas las chicas se cambiaron
los botones de arriba.
—¿Cómo terminó aquí? —preguntó Devlin.
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Todos los Bootleggers jugábamos juntos. Ella era
prácticamente una más, ya que pasaba aquí todos los veranos.
Probablemente la invitaba a jugar o algo así. Era la chica más genial que
conocía —suspiré—. Inteligente, guapa, simpática. Era muy callada, 228
pero a veces salía de su caparazón y te sentías afortunado de estar a su
lado. Estaba celosa de ella y la admiraba. Si eso tiene sentido. Me quedé
destrozada cuando desapareció.
Algo tiraba de mi memoria y tiraba con fuerza. Me estaba perdiendo
algo importante.
—¿Qué tal si recogemos nuestro botín de hoy y…
Me vino a la mente el cartel de desaparecida. El trozo de papel que
había estudiado miles de veces en los años transcurridos desde la
desaparición de Callie, deseando que me diera una pista, que nos diera
respuestas a todos.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Dejé caer la chaqueta como si fuera una serpiente de cascabel.
Capítulo 30
Devlin
—Necesito que envíes un mensaje de texto a los Bodine… sólo a los
hermanos —le dije a Jonah sin preámbulos cuando irrumpí por la puerta
de la Abue.
—Ajaaá —sacó la palabra y dejó el bocadillo.
—Mándales un mensaje y diles que traigan sus cobardes traseros aquí
ahora.
Entré en el salón y tiré la pila de papeles que le había prometido a
229
Scarlett que escanearía para ella y luego me dirigí a mi dormitorio.
Necesitaba ducharme para quitarme el polvo y el moho de la casa de
Jonah Bodine. Necesitaba calmarme antes de decirles a tres hombres
adultos, quienes no le temían a un poco de violencia, que tenían que
comportarse como hombres y dejar de echar toda la mierda sobre su
hermana.
Estaba agotada cuando salimos de casa de su padre. Incluso se había
negado a comer diciendo que sólo quería tomar una siesta. Estaba
temblorosa y sobre exaltada, y yo culpé directamente a cada par de
anchos hombros Bodine. No deberían haberla obligado a ir sola a casa
de su padre. Era evidente que le había pasado factura. Apenas
terminamos de revisar el baúl, se desplomó sobre sí misma. La llevé a
casa, sin que ella se opusiera, y dejamos allá su camioneta.
Me metí bajo el chorro de agua caliente de la ducha que Scarlett había
reemplazado ella misma. Que la mujer pudiera hacerlo todo no
significaba que debieran esperar que lo hiciera todo. Dejé que la ira se
consumiera. La ira era un cambio bienvenido a lo que había sentido
cuando llegué aquí por primera vez. Había fuerza en la ira.
Diez minutos más tarde, estaba vestido y paseando por el salón
cuando el primer auto se detuvo afuera. Bowie ni siquiera se molestó en
llamar. Entró corriendo por la puerta de la cocina.
—¿Está bien Scarlett? No contesta a los mensajes.
—No gracias a ti —espeté—. Siéntate—. Si le sorprendió mi tono, no
lo demostró. Pillé a Jonah intentando escabullirse por el pasillo hacia las
escaleras—. Tú también, Bodine.
Jonah se escabulló hasta el salón y, lanzándome una mirada curiosa,
cogió el sofá favorito de la Abue.
—Más vale que esto sea jodidamente bueno —dijo Gibson cuando
entró por la puerta principal. Jameson estaba detrás de él. Ambos iban
vestidos como si les hubiera interrumpido en el trabajo. 230
Bowie olfateó el aire.
—¿Eso es pelo del brazo quemado?
Jameson se encogió de hombros.
—El teléfono me asustó.
—Siéntense —dije, señalando con el pulgar hacia el salón.
—¿Qué demonios es esto, McCallister? —exigió Gibson.
—Se trata de que los tres están actuando como gallinas de mierda y le
están echando todo encima a su hermana.
—Un momento… —empezó Bowie.
—No. Yo hablo. Ustedes lo arreglan. Vengo de casa de su padre con
su hermana. Como recordarán, arrojaron sobre ella la liquidación de la
herencia de su padre. Al igual que la cargaron con la responsabilidad de
su cuidado. Ella lo llevaba a las citas médicas, llenaba su refrigerador, lo
llevaba al trabajo. ¿Qué hicieron ustedes tres cobardes?
Gibson se levantó del sofá, con las manos cerradas en puños.
—Esto no es asunto tuyo. No sabes lo que fue crecer con él.
Me puse delante de él, desafiándole a que me diera un golpe.
—No. Yo no. Pero tu hermana pequeña sí. Y estás demasiado ocupado
guardándole rencor a un muerto para actuar como una puta familia.
Gibson entrecerró los ojos.
—Adelante.—Me encogí de hombros—. Dispara contra mí, pero sabes
que es verdad. Saben que ustedes tres se lavaron las manos y le dejaron
a su hermana una responsabilidad que nunca debió ser sólo suya.
Creo que Gibson me estaba gruñendo. Pero iba a decirlo todo.
—Acabo de llevarla a casa desde la casa de su padre, tan abrumada
por los recuerdos que estaba demasiado alterada para conducir ella 231
misma. ¿Y quién de ustedes estuvo allí para ella? Ni uno solo.
—Siento que esto es un asunto de familia —dijo Jonah, empezando a
levantarse de la silla.
—Eres de la familia —le dije—. Viniste aquí para ver cómo eran tus
hermanos y aquí están. Tus hermanos son unos imbéciles egoístas y
negligentes que esperan que otro limpie el desastre de su familia.
—Scarlett nunca dijo que no quisiera hacer todo eso —argumentó
Bowie.
—Eso no es cierto. —Jameson se rascó la nuca. La habitación se quedó
en silencio—. Nos lo decía todo el tiempo. Nos pedía que lo lleváramos
a las citas hacia el final. Quería que fuéramos a ver cómo estaba cuando
ella trabajaba mucho y él no estaba con ella. Seguro que no quería
limpiar su casa ella sola.
Bowie maldijo en voz baja y se miró las manos.
—¿Todos creen que escapó ilesa de su infancia colectiva? No lo hizo.
Es la única de ustedes con las pelotas para enfrentarlo y perdonar. Y si
siguen usándola para hacer el trabajo sucio, son unos cobardes.
—Debería haber acudido a nosotros en vez de enviarte a ti…
Solté una carcajada seca y sin gracia.
—¿Crees que sabe que los he convocado a todos aquí? ¿Crees que
quiere pedirles que la ayuden? Está harta de que la decepcionen. Meten
las narices en su vida amorosa, pero no movieron un dedo para ayudarla
a cuidar de su propio padre. Debería darles vergüenza.
Se sentaron, reflexionando en silencio.
—¿Quieren oír la parte irónica? El único de ustedes que se ofreció a
ayudarla fue Jonah. También es el que tiene la mejor razón para no
mover un maldito dedo. Así que por qué no piensan en eso y se largan
de mi casa y arreglan esto por Scarlett.
«Fue la primera vez que noté mi acento sureño y lo acepté». 232
Se marcharon, con las mandíbulas apretadas, los ojos oscuros, la ira
brotando de sus cuerpos. Pero ni uno solo de ellos se molestó en intentar
defenderse.
—Hombre, debes haber sido un maldito buen abogado —dijo Jonah
desde su silla.
—Todavía lo soy. ¿Quieres un trago?
—Claro que sí.
Cogí un par de cervezas y salí a la terraza. El verano se deslizaba
lentamente en Bootleg, un dedo a la vez. Hoy hacía unos veintitrés
grados y el lago estaba lleno de gente. Barcos de pesca, embarcaciones y
cubiertas flotantes pasaban perezosamente por delante de la terraza de
la Abue. La gente salía a disfrutar de su sábado sin preocuparse de lo
que ocurría dentro de las casas que salpicaban el lago.
Me preguntaba qué otros secretos, qué otros esqueletos existían en
este pequeño pueblo lacustre.
Jonah se unió a mí en la terraza.
—Vaya paliza verbal que les has dado.
Abrí mi cerveza.
—Se lo merecían. Esperan que ella se ocupe de todo porque creen que
no le dolió nada, pero era la única de ellos lo suficientemente fuerte
como para lidiar con ello.
—¿Crees que se disculparán? —preguntó Jonah.
Mis labios se torcieron.
—A su estúpida e ineficaz manera y tal vez Scarlett finalmente los
golpee como se merecen. Entonces tal vez las cosas cambien al menos
un poco. —Mis pensamientos se trasladaron a mi propia familia.
¿Alguna vez me había defendido de verdad o me había dejado empujar 233
por un camino que no quería? ¿Sabía siquiera lo que quería?
—¿Qué es todo esto? —preguntó Jonah, buscando en la bolsa que
había traído del auto.
—Scarlett quiere que veas algunas historias familiares. Creo que ella
quiere hacerlo contigo, pero estaba bastante agotada y me dijo que te
mostrara.
Vi su vacilación. Pero Jonah no parecía el tipo de persona que se
amedrenta ante la incomodidad. Sacó el primer álbum de la bolsa y se
acomodó en la tumbona.
—¿Esta es Scarlett? —preguntó, con una sonrisa dibujada en los
labios.
Acerqué la silla a su lado y miré. La niña con coletas y un vestido rosa
estaba sentada a horcajadas sobre los hombros de su padre, con una
enorme sonrisa.
Durante la siguiente media hora, nos sentamos en silencio y hojeamos
la historia de otra familia.
234
Capítulo 31
Scarlett
Hasta ahora había logrado tranquilizar mi histeria dos veces y una vez
más lo estaba haciendo mientras me paseaba por la alfombra del salón.
Intenté abordar el asunto desde todos los ángulos imaginables y no se
me ocurrió ni una sola razón para que mi padre tuviera la chaqueta que
Callie Kendall llevaba puesta. A menos que tuviera algo que ver con
aquella desaparición.
Me negué a comer con Devlin y me inventé la excusa del cansancio.
Estaba tan cargada de adrenalina que pensé que me pondría en órbita
235
en el viaje de vuelta. Pero Devlin no hizo ninguna pregunta. En lugar de
eso, me cogió de la mano durante todo el trayecto y luego me dejó en la
puerta de mi casa, prometiendo llevarme a casa de mi padre por la
camioneta cuando estuviera preparada.
Puede que nunca esté preparada.
No podía entenderlo. Papá era muchas cosas, muchas de ellas malas.
Pero no era un secuestrador, un asesino. No podía creerlo. No lo creería.
Eché una mirada aprensiva a la chaqueta, perfectamente doblada
sobre la encimera de la cocina. Por sí sola, era inofensiva. Sólo era
algodón y botones, pero el panorama general era mucho más oscuro.
Podía ser la primera pista de un caso sin resolver de hacía doce años y
apuntaba directamente a mi padre.
¿Quizás la había encontrado en algún sitio? Junto a la carretera o en
una zanja. Eso no era un crimen. Entonces, ¿por qué habría de estar
escondida, oculta como un recuerdo familiar… o un trofeo?
Me sacudí la idea de la cabeza. No podía ir allí.
Mi padre no era un asesino.
Y cuántos otros creerían lo mismo que yo, pensé. Ni siquiera podía
contar con mis propios hermanos para que creyeran que papá no había
hecho esto. Gibson ni siquiera se sorprendería. Lo tomaría como una
reivindicación de que nuestro padre era tan malo como lo había
afirmado durante todos estos años.
—Maldición —murmuré para mis adentros—. Y las cosas iban tan
bien.
Cuando llamaron a la puerta, el corazón se me subió a la garganta.
Corrí los cuatro pasos hasta la cocina y cogí la chaqueta que había
metido en una bolsa. Era evidencia. 236
—¿Scar? Abre. —Era Bowie.
—Mierda, mierda, mierda. —Corrí en círculos como una adolescente
a punto de ser pillada en el dormitorio de su novio. Finalmente, metí la
chaqueta bajo el cojín del sofá e intenté parecer natural al abrir la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Bowie.
Malditos sean él y su estúpida naturaleza sensible.
—Nada. ¿Qué quieres? —pregunté con voz inexpresiva.
Jameson me miró fijamente.
—Lo sentimos —anunció.
—Estupendo. Disculpas aceptadas. Ahora, si me disculpan, estoy
ocupada. —Intenté cerrarles la puerta, pero entraron a la fuerza.
—Ahora, Scarlett —dijo Bowie. Así es como siempre me convencía
con su molesta lógica y su brillante buen carácter.
—No me digas ahora, Scarlett. No tengo ganas de hablar.
—Y estamos aquí para hablar de por qué no tienes ganas de hablar.
No había forma de que supieran lo que había encontrado. «A menos
que estuvieran involucrados. Dios mío. Y si mis hermanos atraparon a
papá…».
—Siéntate —ordenó Jameson, empujándome a la silla mecedora de la
Abue.
—Jesús, Scar. Parece que te vas a desmayar. ¿Necesitas un médico? —
preguntó Bowie, agachándose frente a mí.
Salté de la silla como una loca y lo esquivé.
—¿Pueden decirme por qué están aquí para que podamos seguir con
nuestras vidas? —exigí.
Bowie y Jameson intercambiaron una mirada. Había visto esa mirada
cada vez que tenía la regla en la adolescencia y ellos llevaban la peor 237
parte de mis hormonas.
—¿Quieres una compresa caliente o chocolate? —aventuró Bowie.
—Lo que quiero es que vayan al grano y luego salgan.
—Lamentamos haber sido unos imbéciles —dijo Jameson. Se puso
cómodo en mi sofá. En el cojín bajo el que acababa de meter la evidencia
de un caso que había fascinado a la costa este durante más de una
década.
Tragué saliva.
—Sé más específico.
Bowie respiró hondo.
—Lamentamos haber esperado que te ocuparas de todo lo
relacionado con papá, incluida su casa.
—Disculpa aceptada. Váyanse.
—No seas así, Scarlett. Estábamos equivocados y fue injusto de
nuestra parte esperar que te encargaras de todo sólo porque teníamos
rencores y resentimientos.
—Hablando de rencores y resentimientos, ¿dónde está Gibson? —
pregunté.
Compartieron otra mirada. El modus operandi de Gibson era salir
corriendo cuando las cosas se ponían difíciles, complicadas o molestas.
—Llevan años haciendo esto. ¿Por qué la disculpa repentina? —Capté
las muecas de dolor.
—Nos han hecho ver que…
—Devlin nos llamó gallinas de mierda —dijo Jameson, yendo al
grano.
—Vio lo duro que es todo esto para ti. Algo de lo que ninguno de
nosotros se había dado cuenta antes y lo sentimos —añadió Bowie.
238
No tenía tiempo para esto.
—Lo entiendo. Lo lamentan. ¿Podemos saltar a la parte de «todo el
mundo está bien» y dar por terminado el día? —Esa chaqueta iba a
desarrollar un latido delator en cualquier momento.
—No creo que debamos saltarnos esta situación —argumentó
Bowie—. Mira, siento que hemos pasado varios años metiendo la pata,
y un par de disculpas no son realmente suficientes.
—Y Gibson siente que no tiene nada por lo que disculparse, ¿verdad?
—añadí.
—Conoces a Gibs —dijo Jameson crípticamente. Lo conozco y había
ciertas cosas que todos sabíamos sin hablar. Una de esas cosas era que
Gibson veía mi lealtad hacia nuestro padre como una deslealtad hacia
él.
Evité mirar al sofá, por si notaban mi atención.
—Scar, somos familia —dijo Bowie, tomando mi barbilla con su
mano—. Deberíamos estar juntos en estos asuntos y siento haber
esperado que manejaras toda esta mierda tú sola. Ya no va a ser así.
Mañana iré a casa de papá.
—Yo también —suspiró Jameson.
—Arreglaremos esto juntos y luego seguiremos adelante juntos —
prometió Bowie—. Así es como debería haber sido desde el principio.
Has estado aguantando mucho tiempo sola y no quiero que vuelvas a
sentirte así.
—Maldita sea, Bowie. —Pisé con fuerza el suelo de madera—. No
podías simplemente irte, ¿verdad?
—¿Qué? —Parecía sobresaltado.
¿Los hijos de puta querían ser familia? Entonces merecían sufrir
conmigo.
—Levántate Jameson. —Mi hermano hizo lo que le decía mientras me 239
miraba como si tuviera un ataque de nervios. ¿Quién sabe? Tal vez lo
tenía.
Saqué la chaqueta de debajo del cojín y tiré la bolsa sobre la mesita.
—Ahora, ¿cómo vamos a afrontar esto en familia? —pregunté.
La miraron fijamente.
—¿Es demasiado pequeña? —preguntó Bowie—. ¿Tal vez podríamos
pedir una nueva?
—Es un bonito color para ti —ofreció Jameson.
—¡Cristo! —Me dirigí furiosa a mi cocina y rebusqué en los cajones
hasta encontrar lo que buscaba—. Aquí.
Tiré el viejo cartel de «Desaparecida» encima de la chaqueta. Jameson
lo recogió y frunció el ceño. Vi el instante en que captó la conexión.
Apretó la mandíbula y entrecerró los ojos. Le dio el cartel a Bowie y me
miró fijamente.
—¿De dónde ha salido? —me preguntó rotundamente.
—Mierda, Scar. No la habrás matado, ¿verdad? —preguntó Bowie,
estupefacto.
No sé por qué me hizo gracia o quizá no me hizo ninguna gracia y me
puse histérica, pero me tiré al suelo de la risa y lloré.
—¿Asumes automáticamente que tuve algo que ver? —¿No había
hecho yo lo mismo con mi padre?
—Fue un acto reflejo —dijo Bowie a la defensiva, mirando la chaqueta
de Callie como si fuera un jabalí enfadado.
—La encontré en el baúl de mamá, arriba —les dije—. La reconocí
enseguida por el botón. ¿Recuerdas que todas las chicas de Bootleg se
cambiaron el botón de arriba durante un año? Había metido un montón
de cosas ahí. Fotos familiares, algo de ropa de mamá, y esto estaba en el 240
fondo.
Jameson cogió la bolsa y examinó la chaqueta. La dejó caer, con la cara
pálida.
—Está manchada.
—¿Qué? —pregunté, arrebatándosela. La miré contra luz y se veía un
pequeño patrón de manchas—. Parecen gotas o salpicaduras.
—Sangre —dijo Jameson en voz baja.
—Él no lo hizo —dije, sacudiendo la cabeza. Alguien tenía que decirlo
en voz alta. Me preparé para la discusión y contuve la respiración.
Bowie, que seguía mirando la chaqueta ofensora, permaneció en
silencio.
—¿Devlin sabe algo de esto? —preguntó finalmente.
Sacudí la cabeza.
—Sabe que encontré la chaqueta y sabe que era suya, pero no sabe que
desapareció llevándola.
—Es un tipo listo, Scar. ¿Cuánto tiempo tienes que estar en Bootleg
para conocer todos los detalles de la desaparición de la chica Kendall?
Me restregué las manos por la cara.
—¿Qué hacemos? Quiero decir, sé que tenemos que entregarla a la
policía, pero…
El «pero» flotaba en el aire.
—Pero… ¿qué? —preguntó Bowie—. Tenemos que llevarle esto al
alguacil Tucker.
Jameson se pasó una mano por la frente.
—No lo sé, hombre. ¿Y si fue un accidente?
—¿Qué clase de accidente? —exigió Bowie.
—¿Y si conducía borracho esa noche? Ella salió del lago, y estaba
241
oscuro, ¿verdad?
Se me cayó el alma a los pies. Mis hermanos creían que existía la
posibilidad de que nuestro padre hubiera hecho esto.
—¿Y luego qué? —pregunté, casi gritando—. ¿Tiró su cuerpo al lago?
¿La enterró en nuestro patio? No habría hecho eso. No pueden creerlo.
—¿Cuál es otra opción, Scar? —preguntó Jameson—. ¿Por qué otra
cosa tendría escondida su chaqueta manchada de sangre?
—Tenemos que llevarle esto al alguacil —dijo Bowie de nuevo.
—¿Y decir qué? Que nuestro padre ¿podría ser un asesino? Ya sabes
lo que eso haría —argumentó Jameson.
—Todos seremos culpables según los chismes —me dije.
—Tenemos que llevar esto a la policía. Tiene sangre. Esta podría ser
la respuesta que los padres de esa pobre chica han estado buscando —
dijo Bowie.
—Pero podría no ser la respuesta correcta, Bowie —argumenté—.
Antes de lanzarnos a la misericordia de este pueblo y rogarles que nos
crean, ¿no crees que le debemos a papá al menos indagar un poco más
nosotros mismos?
—No somos investigadores de la escena del crimen —espetó Bowie—
. Tenemos pruebas en el caso de la persona desaparecida de más alto
perfil en el estado, ¿y quieres quedarte sentada y esperar que nuestro
padre no tenga nada que ver?
—Votemos entonces —dije. Jameson estaba conmigo. Juntos
podríamos anular a Bowie.
—No estamos todos —dijo Bowie.
A Gibson le encantaría crucificar a papá en el tribunal de la opinión 242
pública. Hacer que el resto del pueblo creyera como él, que papá era ¿un
sucio perdedor? Gibson con gusto nos vendería a todos por esa sabrosa
rebanada de venganza.
—Mira —empecé—. Estoy de acuerdo en que necesitamos a la policía
en algún momento. Pero… ¿podemos consultarlo con la almohada?
Bow, no estoy lista para que todo el mundo empiece a mirarnos como la
razón por la que se ha ido. Piénsalo. Tu trabajo podría estar en juego.
¿Qué dirán tus amigos? ¿Tus vecinos? —Lo estaba presionando
descaradamente para que pensara en Cassidy. Y todo era egoísta.
«En el momento en que la chaqueta se le entregara a la policía tendría
que despedirme de Devlin».
—Esto es una puta pesadilla —dijo.
—Nadie puede saber de esto por ahora, Bowie —le dije. Ni Dev, ni
Cass. Y ni siquiera estaba segura de Gibson en este momento.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Bowie.
—Pensemos en el pasado. ¿Dónde estábamos cuando Callie
desapareció? ¿Recordamos algo concreto de papá en ese momento?
—¿Cómo demonios se supone que vamos a recordar? —gruño
irritado Bowie—. Fue hace más de una década.
—Es una de esas cosas que siempre recuerdas dónde estabas cuando
ocurrió —le dije.
—Con Gibson —dijo Jameson de repente.
Lo miré y me recordé.
—Sí. Sí. Estábamos todos en casa de Gibson. Cassidy llamó para
decírnoslo.
—¿Por qué estábamos todos en el apartamento de Gibson? —
preguntó Bowie, con el ceño fruncido.
243
Capítulo 32
Scarlett
El subterfugio me estaba matando. Llevaba veinticuatro horas
evitando a Devlin. Como buen chico que era, me dejaba espacio y de vez
en cuando me recordaba por mensaje de texto o de voz que estaba cerca
si quería hablar o no.
No volví a casa de papá. Había prometido que no iría allí sin Bowie o
Jameson y, para ser sincera, no había sido una promesa difícil de
cumplir. Una pequeña chaqueta, escondida entre los recuerdos, y toda
la casa me resultaba extraña. Todo me parecía extraño y nuevo, como si
244
mi infancia no hubiera sido lo que yo creía. Mi familia no había sido
quien yo estaba segura que era.
Había una persona que podría tener algunas respuestas y no tenía
muchas ganas de hacerle las preguntas. Después de que ignorara mis
mensajes y llamadas durante un día entero, decidí que ya era suficiente.
Gibson Bodine hablaría conmigo, aunque tuviera que colgarlo boca
abajo sobre una hoguera.
Me subí a mi camioneta que Devlin y Jonah me habían devuelto y me
dirigí a la montaña. Gibson se tomó en serio su papel de forastero y se
construyó una cabaña en más de una hectárea de bosque en un callejón
sin salida a un kilómetro de la carretera. El terreno había pertenecido a
nuestro abuelo. La cabaña que seguía en pie en la parte trasera de la
propiedad, era donde el bisabuelo Jedediah escondía su alambique
durante la Ley Seca.
Los únicos vecinos de Gibson eran ciervos, osos y pájaros. Justo como
a él le gustaba.
Su casa estaba a oscuras, pero las luces de su taller estaban
encendidas. Había construido un edificio metálico para albergar su
negocio de ebanistería y pasaba más tiempo fuera que dentro de casa.
Era un alma inquieta, que prefería trabajar hasta bien entrada la noche a
charlar con los conocidos tomando una cerveza. Todos en el pueblo
creían que era el imbécil que nuestro padre le había dicho que era toda
su vida, y lo aceptaban así. Gibson nunca había parecido dispuesto a
demostrarles que estaban equivocados, aunque yo sabía que había algo
más en él que su mal genio y su mirada melancólica.
Empujé la pesada puerta que había junto al garaje. Estaba lijando unos
armarios bajos. El espacio olía a aserrín y tinte. Gibson, por muy idiota
que fuera, era un maestro artesano y hacía unos armarios preciosos.
Además, cobraba un buen dinero. Pero ponía su corazón y su alma en
cada pieza, haciéndolas perfectas de un modo que él nunca podría serlo. 245
—Estoy ocupado —dijo sin darse la vuelta.
En cierto modo, Gibson y yo éramos los más cercanos de los
hermanos. Jameson estaba en su propio mundo, creando arte, evitando
a la gente. El servicial y simpático Bowie, en cambio, se sumergía en el
mundo exterior. Pero Gibs y yo nos entendíamos. Aunque no siempre
estábamos de acuerdo.
—Necesito hablarte de algo —le dije, deslizándome en un taburete
acolchado contra sus armarios de metal lacados en rojo—. Es malo.
Vi el tirón en sus hombros y luego se volvió para mirarme.
—¿Qué?
No importaba lo que pasara en nuestra vida cotidiana, no importaba
lo mucho que le molestara mi amor por nuestro padre, siempre podía
contar con él.
—Encontré algo cuando estaba limpiando su casa.
Gibson se limpió las manos con un paño y dejó las gafas de seguridad
sobre la mesa de trabajo. Se acercó a un pequeño refrigerador y sacó dos
botellas de agua. Me lanzó una y la cogí en el aire.
—Continúa.
No se lo iba a endulzar.
—Encontré la chaqueta con la que Callie Kendall desapareció. Está
manchada con lo que parece ser sangre.
Me miró como si no hablara el mismo idioma.
—Me estás jodiendo.
Sacudí la cabeza.
—Ojalá así fuera. Es de ella, Gibs. El botón de arriba…
—Margaritas —dijo, interrumpiéndome. Y me pregunté cómo
demonios se acordaba de eso. Pero, de nuevo, todo el mundo en Bootleg
lo sabía todo sobre Callie excepto dónde había desaparecido. 246
Continué.
—Estábamos todos en tu apartamento cuando desapareció. Pasamos
la noche.
Bebió otro trago y apartó la mirada. Recordando.
—¿Por qué estábamos allí, Gibs? Yo tenía catorce años, Jameson
dieciséis y Bowie dieciocho. ¿Por qué pasamos la noche en tu
apartamento?
Cerré los ojos y recé por una respuesta que no me destripara.
—Fue hace mucho tiempo —matizó.
—Gibs.
Suspiró y sacó un taburete igual al mío de abajo de una mesa cubierta
de aserrín.
—Mamá me llamó y me lo pidió.
—¿Te pidió que nos quedáramos los tres en tu casa esa noche?
Se encogió de hombros cansado.
—No lo sé. Era tarde. Como después de las diez. Parecía disgustada.
Dijo que la ayudaría. Supuse que estaban peleando.
«¿Qué sabía mamá? ¿Había algo que pudiera saber?»
Me froté la frente, con una nueva preocupación floreciendo.
—No habría sido la primera vez —dije. Ya se habían peleado antes.
Normalmente Gibs o Bowie me entretenían en sus habitaciones hasta
que cesaban los gritos. A veces íbamos a casa de Cassidy y June y nos
quedábamos allí hasta que terminaba la pelea y todo volvía a la
normalidad.
—Bowie los trajo en auto —dijo Gibson con una pequeña sonrisa.
—¿Te pareció raro que te pidiera que nos quedáramos esa noche y
luego Callie se marchara y desapareciera? —le pregunté. 247
—Nunca se me ocurrió la conexión —dijo—. Crees que él no tuvo
nada que ver.
Con «él» se refiere a nuestro padre. Y definitivamente no era una
pregunta.
Sacudí la cabeza y me puse a la defensiva.
—Sé lo que vas a decir, Gibs. Papá era muchas cosas. Pero no se llevó
a Callie. No le hizo daño.
—¿Entonces cómo coño acabó su chaqueta en su casa?
—Podría haberla encontrado…
Su rabia, como un atizador, me sorprendió. Lanzó su botella de agua
medio vacía al otro lado de la habitación.
—¿Cuándo te vas a dar cuenta por fin de lo despreciable que era, Scar?
—Nunca nos pegó —dije, reponiéndome. Era un viejo argumento.
—¿Desde cuándo coño debería ser eso lo que lo redimiera? —exigió
Gibson—. ¿Por qué todo lo demás hasta el abuso físico estaría bien? Me
dijo una y otra vez que le había arruinado la vida. Que yo era la razón
por la que no estaba tocando en una banda o haciendo algo por sí mismo.
Me dijo que yo no era «nada».
Gibson adquirió su talento musical honestamente. Pero como un
«jódete» a nuestro padre, nunca se dedicó a ello a propósito.
No me dolió la rabia que oí tras las palabras. Era Gibson, un ataque
de rabia andante. Fue el dolor lo que me afectó.
—Lo siento mucho —susurré.
—Me dijo que no era nada. ¿Y sabes qué? Tenía razón. Porque soy
como él. Se aseguró de que Bowie supiera que nunca sería lo
suficientemente bueno para él sin importar cuánto lo intentara. ¿Y
Jameson? Lo rechazaba cada vez que lo buscaba por un abrazo, cada vez
que le pedía ir a pescar, cada vez que le hacía un dibujo especial. Jonah
Bodine aplastó su espíritu, Scarlett, y cuanto antes te des cuenta del
248
monstruo que era, mejor.
Se me saltaban las lágrimas. Llevábamos años dándole vueltas al
tema, sin atrevernos nunca a pronunciar todas las palabras.
—Estaba enfermo, Gibs. Enfermo. El alcoholismo es una puta
enfermedad como el cáncer o el Alzheimer.
—Tuvo una maldita elección en la forma en que nos trató.
—¿Te merecías algo mejor? —pregunté, con la voz quebrada y
resonando en las paredes metálicas—. Por supuesto que sí. «Todos» lo
merecíamos. Nos merecíamos un padre que estuviera a nuestro lado. Un
padre que entrenara al equipo de fútbol, preparara la cena o
simplemente escuchara cuando hablábamos. Uno que no nos viera a
cada uno de nosotros como los grilletes de una vida que nunca quiso.
Pero no teníamos eso. Lo teníamos a él.
—Y ahora se ha ido. Por fin —espetó Gibson.
—Jesús, Gibs. Era nuestro padre.
—No era nada para mí. ¿Y ahora? Ahora, ¿esperas que le dé el
beneficio de la duda y diga que quizá este idiota borracho no tuvo algo
que ver con la desaparición de esa chica? Entonces, ¿cómo coño acabó
esa chaqueta en su casa?
—No lo sé, pero creo…
—¡Maldita sea, Scarlett! —gruñó Gibson—. ¡Para ya! ¡Deja de
defenderlo!
—Jameson no cree que lo hizo…
Gibson se me echó encima.
—¿Lo saben?
Asentí con la cabeza.
—¡Se los dije cuando vinieron a pedirme disculpas por ser unos
pésimos hermanos y descargar toda la responsabilidad sobre mí! —No 249
fue justo, pero estaba cansada de ser justa. Estaba cansada de esconder
las cosas bajo la alfombra y esperar que mejoraran—. Me cargaste con él
todos estos años porque no podías lidiar con él.
—Vete a la mierda, Scarlett.
—Vete a la mierda, Gibson.
Me bajé del taburete y le lancé un gesto de desaprobación.
—Diviértete aquí arriba en tu guarida evitando la vida mientras yo
limpio todo esto por ti. Como siempre.
No oí su respuesta porque di un portazo tan fuerte que traquetearon
las puertas del garaje. Esperaba eso. Pero eso no significaba que me
alegrara de tener razón por esta vez.
Capítulo 33
Devlin
—No puedes hacer que aparezca —dijo Jonah mientras yo miraba a
través de las puertas de la terraza hacia la brillante mañana. Era el tercer
día sin Scarlett.
—¿No tienes nada que hacer? —pregunté suavemente, sabiendo muy
bien que no lo tenía.
Entre los dos pasábamos casi todo el día, todos los días, juntos y
estábamos entrando en un terreno en el que la cara de alguien iba a ser 250
golpeada.
Uno de nosotros necesitaba un trabajo o mi maldita novia necesitaba
volver. Seguía respondiendo a los mensajes, pero no cogía el maldito
teléfono y no me hablaba de lo que le pasaba. Ella no era así. Scarlett
Bodine no dejaba de hablar de lo que le pasaba por la cabeza.
Le había dado todo el espacio que estaba dispuesto a darle.
—No tengo nada más que tiempo libre —dijo Jonah con ligereza, pero
pude oír la irritación en su tono.
«Necesitábamos salir de casa».
—¿Quieres salir de aquí? ¿Quizás comprar un rollo de pepperoni? —
sugerí.
—Sí y sí.
Cogimos el auto de Jonah, un Mustang último modelo, y bajamos la
capota para entrar en Bootleg. Bajo el sol, recorrimos la abarrotada calle
principal y giramos hacia el callejón Ginebra de Bañera para completar
el circuito. No había mucho en Bootleg. La mayoría de los locales
comerciales ocupaban esas dos calles y era un día ajetreado en el pueblo
con turistas disfrutando del encanto.
Pedimos rollos de pepperoni para llevar en la cafetería Moonshine.
Parecía un crimen evitar el buen tiempo de principios de verano, así que
nos llevamos la comida a la orilla del lago. Había gente. Familias en la
playa arenosa. Niños chapoteando en el lago de agua tibia. Adolescentes
tomando el sol y riéndose de las payasadas de adolescentes quemados
por el sol.
Señalé una mesa de picnic vacía bajo unos árboles, la cogimos y nos
sentamos.
Comimos en silencio, contemplando el azul del lago, los reflejos del
sol en su agitada superficie.
—¿Qué estarías haciendo una mañana como esta hace un par de
semanas? —le pregunté a Jonah.
251
Masticó un buen bocado de pepperoni y pensó.
—Le estaría diciendo a Mike que no debería comerse esa dona y si
volvía a pensar en ella, tendría que darme veinte.
—¿Por qué Mike no puede comerse la dona?
—Porque me pagó mucho dinero para ser su entrenador personal. Y
parte de ese trabajo consistía en quitarle la comida de las manos. Lo
mismo con su mujer Betsy, que «sí» me hizo caso y bajó diez kilos en el
transcurso de un año.
—¿Te gusta lo que haces? —pregunté. Había reflexionado mucho
sobre si realmente me gustaba algo o si hacía lo que se esperaba de mí.
La diferencia nunca había sido tan notable.
—Sí, me gusta. El cuerpo humano es algo asombroso. Es capaz de
hacer milagros, incluso con todo el abuso y las donas que nos echamos
encima —dijo Jonah.
Me quedé mirando el lago y pensé en los estragos que me había
causado el estrés. Cuánto mejor me sentía ahora que realizaba un poco
de esfuerzo físico.
—¿Y tú? —preguntó Jonah.
Suspiré.
—Si estuviéramos en sesión, estaría sentado rodeado de los delegados
de mi partido mientras intentamos impedir que el otro bando consiga
algo. Luego, a la hora de comer, cambiábamos. Hubo días en los que
parecía que nos centrábamos en impedir que el Estado consiguiera algo.
—¿Y cuando no estabas en sesión?
—Soy socio del bufete de abogados de mi familia. Siempre hay casos
que consultar, citas en los tribunales, clientes.
—Suena ocupado —aventuró Jonah.
Me encogí de hombros. 252
—Pasaba la mayor parte del tiempo concentrado en cómo llegar al
siguiente paso. Cómo ser reelegido. Cómo pasar de legislador estatal a
federal. Con quién reunirme. A quién apoyar. Con quién entablar
amistad.
Nos sentamos en silencio durante unos minutos observando a los
demás a nuestro alrededor.
—¿Alguna vez sientes que toda tu vida está en el limbo? —preguntó
finalmente Jonah.
—Sólo desde que me despierto hasta que cierro los ojos por la noche.
Soltó una media carcajada.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó. Jonah no quería decir aquí, en el
lago, una mañana entre semana.
—No estoy seguro. ¿Recuperándonos? ¿Reiniciando? ¿Reviviendo?
—Hasta que llegué aquí, ni siquiera sabía que tenía algo de lo que
recuperarme —admitió Jonah.
—Supongo que a veces te puede sorprender.
—¿Te gustaba tu vida? Quiero decir, antes de estar aquí.
—Creía que sí. Hasta que todo se vino abajo y entonces me di cuenta
de que no podía recordar la última vez que me sentí feliz. ¿Y tú?
Jonah se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo era feliz. Me gustaba mi trabajo, mi apartamento, mi
vida. Pero tal vez siempre sentí que me faltaba algo.
Asentí con la cabeza.
—Y si te mantenías ocupado, si seguías avanzando, tal vez esa
sensación desaparecería.
—Sí. No quería que mi madre pensara que no fue suficiente. Que
deseaba un padre que no podía darme. 253
—¿Le has dicho que estás aquí? —pregunté.
Exhaló un suspiro y enrolló el papel encerado de su rollo de
pepperoni.
—Sí. Después de que Scarlett te diera los álbumes para que me los
dieras a mí. No fue una gran conversación. Pero no iba a mentirle sobre
dónde estoy y qué estoy haciendo.
—¿Crees que los Bodine son la pieza que falta?
Me miró arqueando una ceja.
—¿Crees que Scarlett Bodine es «tu» pieza que te falta? —replicó.
—Me gustaría pedir un descanso —bromeé.
—Moción denegada.
Eché la cabeza hacia atrás, disfrutando del calor del sol en la cara.
—No sé lo que pienso, pero seguro que me gusta, y seguro que me
gusta este rollo de pepperoni.
—Supongo que es suficiente por hoy. Sabes, tarde o temprano, los dos
vamos a tener que decidir si es hora de seguir adelante, quedarse quieto
o volver.
Tarde o temprano pero no hoy.
A: Devlin
De: Johanna
Asunto: Necesitamos hablar
Creo que cometí un error.
J
No pedí ser su ex, no me había dado opción, pero no había nada
gratificante en ver ese correo electrónico. Ella había cometido un error,
pero yo no tenía ningún interés en arreglarlo. Había sido un error
casarse sobre una premisa tan tenue como los objetivos compartidos.
Las personas cambiaban. Los objetivos cambiaban. Me había casado con
una compañera de equipo no con mi alma gemela y esa compañera de
equipo me había decepcionado. No iba a quedarme esperando a que
volviera a hacerlo.
Decidí no responder. No le debía nada. No con el generoso acuerdo
prenupcial sobre el que se había construido nuestro matrimonio. Ni con
el acuerdo de divorcio que nuestros abogados habían negociado. Había
terminado.
A continuación, abrí el correo electrónico de la abogada. Antonia era
socia del bufete de abogados de mi familia. Inteligente, aguda y mala
como una serpiente cuando se trataba de negociaciones.
A: Devlin 257
De: Antonia
Asunto: Actualización de divorcio
Los papeles estarán firmados y archivados en dos semanas. Eres casi un
hombre libre. Intenta no cagarla.
Antonia
—Vaya, vaya. Creo que acabo de ganar otra vez —dije fingiendo
sorpresa mientras mi última herradura rodeaba la estaca.
—Tú, Scarlett, eres una tramposa, intrigante y estafadora. ¿Has
pensado en meterte en política? —preguntó Les con una rápida sonrisa.
—Sólo en la medida en que implique meterse en los pantalones de
Devlin —bromeé.
Les hizo la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
—Tu Scarlett es un soplo de aire fresco —le dijo a Devlin cuando se
acercó.
Devlin deslizó sus manos alrededor de mi cintura en un gesto de fácil
afecto.
—Así es —aceptó. Me incliné hacia él. ¿Quizá todo esto de la fiesta de
los políticos no era tan malo después de todo?
—Si me disculpan, voy a buscar el baño y otra ronda de cervezas —
dije excusándome.
—No te pierdas —dijo Devlin bruscamente. Le guiñé un ojo y seguí
las luces de latón del pasillo hasta el patio. Un hombre bigotudo con
pajarita me abrió la puerta y me hizo una reverencia fingida.
268
Me iba de maravilla esto de la novia del político. Todos estaban tan
contentos de ver a Devlin tan feliz. Entré en el tocador. Cuando terminé,
comprobé mi maquillaje y me estaba volviendo a aplicar
cuidadosamente el pintalabios cuando oí voces en el pasillo.
—¿Te puedes creer que haya tenido el descaro de presentarse aquí con
ella? —preguntó una mujer con regocijo.
—A Johanna no le va a gustar que su futuro ex esté con una corriente.
Quiero decir, ¡ya oíste su acento!
Se rieron, una tintineante risa culta que probablemente practicaban, y
vi rojo. Sangriento asesinato, rojo de sangrante nariz.
—Devlin actúa como si esto fuera sólo un pequeño golpe a su carrera,
pero está colgando de un hilo. Un paso en falso, un movimiento en falso,
y él está acabado. Todo por lo que sus padres han trabajado habrá sido
un completo desperdicio.
—Lo sé —cacareó la otra mujer—. Que aparezca con una cualquiera
de veinte años es demasiado. Va a necesitar una baja por salud mental
permanente, no sólo temporal.
Miré fijamente mi reflejo. Yo era la maldita Scarlett Bodine. Y era un
lastre. No tenía ni idea de lo que haría la novia de un político. Lo que
Johanna haría. Así que hice lo que yo haría.
Abrí la puerta de un tirón.
—Hola a todas. Qué curioso. Estas paredes son tan finas.
Me miraban boquiabiertas, como si hubieran sido cortadas por el
mismo patrón de postura perfecta y sin culo.
—Me siento realmente mal por escucharlas a escondidas porque
ahora voy a convertir en mi misión personal averiguar todo lo que hay
que saber sobre ustedes. Voy a saber quién de ustedes se acuesta con su
instructor de golf y quién se da un atracón de helado hasta vomitar. —
Me acerqué un paso y las dos retrocedieron uno, apiñándose la una a la 269
otra para apoyarse.
—Voy a averiguar dónde son voluntarias y haré que las echen de
todas las juntas de todas las organizaciones. Y haré que mi misión sea
arruinar sus aburridas pequeñas vidas. Sólo por diversión.
Les hice un gesto con los dedos y empecé a alejarme. Cuando sentí
que se relajaban, me volví y sonreí.
—Ah, y para que no piensen que nadie habla a sus espaldas, una
mujer con un vestido rosa las ha llamado zorras huesudas, y dos señores
con abrigos deportivos estaban hablando de cuál de ustedes da las
peores mamadas.
No había oído nada semejante, pero a juzgar por sus expresiones,
ambas cosas eran completamente plausibles. Me di una palmadita en la
espalda y volví a la fiesta con paso ligero.
«Justicia al estilo Bootleg por la victoria».
Capítulo 35
Devlin
Scarlett duró en la fiesta más de lo que pensaba. Aguantó
pacientemente mientras yo me abría paso entre la multitud. Utilizando
todas las armas de mi arsenal, convencí a cada persona que estaba feliz,
sano y listo para trabajar. Si las preguntas iban más allá del sondeo,
Scarlett intervenía con una reorientación que normalmente mareaba al
interrogador hasta la sumisión.
—Mi bisabuelo fue uno de los fundadores de nuestro pueblo —decía
orgullosa. Me encantó ver cómo la estirada sociedad intentaba disimular
270
su asombro al conocer la historia de contrabando de la familia Bodine,
contada con el mismo orgullo que las historias de su linaje ancestral del
Mayflower.
Una hora después de mi intención de irme, por fin metí a Scarlett en
el auto.
Ambos nos desplomamos contra nuestros reposacabezas con suspiros
gemelos de alivio.
—Bueno, eso fue algo —dijo Scarlett.
—Puedes repetirlo.
—Lo haría, pero estoy demasiado cansada.
—¿Estás demasiado cansado para…
—¿Sexo? No, creo que puedo reunir la energía para un par de
orgasmos —dijo sonriendo sin abrir los ojos.
—Iba a sugerir pizza.
—Definitivamente podría comer y luego tener alguno de esos
orgasmos.
Me llevé su mano a los labios y rocé sus nudillos con un beso.
—Pizza y sexo suenan exactamente como algo perfecto.
—¿Te lo has pasado bien? —preguntó girando la cabeza para
mirarme.
—Todo lo bien que te lo puedes pasar en una función política.
—¿Lo echas de menos? —preguntó.
«¿Lo echo de menos?»
—Hay cierta satisfacción en navegar con éxito por el campo minado
social de la política —dije—. Pero no se compara a una noche en The
Lookout.
Se rio.
271
—Sé que te estás burlando, pero me prometiste pizza y aún te estoy
contentando, así que optaré por no devolverte el disparo.
—Agradezco tu moderación —me reí. Giré la llave en el contacto—.
¿Te lo has pasado bien?
—Fue… interesante —dijo lentamente.
—Hum. Eso ciertamente suena definitivo.
—Aprendí mucho —afirma.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, hay idiotas como Misty Lynn en todos los pueblos.
Tenía curiosidad por saber a quién había etiquetado como Misty
Lynn. Había bastantes opciones probables.
—Y aprendí que nunca es apropiado usar platos y utensilios de
plástico. Y que gustarás más a todo el mundo si los dejas hablar de sí
mismos.
—Todas valoraciones acertadas. Aunque personalmente creo que hay
un lugar apropiado para los vasos plásticos y los platos de papel.
Miró por la ventana, con una sonrisa en los labios.
—Me gustó verte en acción, pero sentí que estaba viendo a un actor
interpretando un papel.
—Eso es más o menos lo que es —admití.
—¿Por qué la gente no puede ser real? —preguntó—. ¿Por qué no
pueden decir: «¿Sabes qué, Stuart? No quiero apoyar tu iniciativa de
encarcelar a los sin techo?». ¿Por qué todo el mundo tiene que fingir ser
educado?
—Así es como se hacen las cosas —expliqué—. Todos fingimos jugar
bien juntos hasta que ya no podemos fingir más. 272
—He oído que estabas de baja. Licencia por salud mental —dijo
Scarlett.
Maldije en voz baja.
—Déjame adivinar. ¿Misty Lynn dos?
—Y tres.
—Cuando golpeé a Ralston, el amante de mi exmujer, mi familia entró
en modo de control de daños. Todos sabían lo que había hecho. La
mayoría habría hecho lo mismo en mi posición. Pero, a los ojos de los
electores…
—Pareces inestable. No puedes conservar a tu esposa. Ahora eres
violento —completó Scarlett.
—Básicamente les di a todos un arma para que la usaran contra mí.
Pedí permiso en mi trabajo. Mis padres y nuestro publicista dijeron a
todo el mundo que era una desafortunada reacción a demasiado estrés.
—Y ahora te queda demostrar que no eres mentalmente inestable.
Sólo eres un tipo normal que golpeó a un imbécil.
—Pero tengo que demostrarlo jugando, siguiendo las reglas.
Me lanzó una mirada.
—¿Y no golpear a nadie más?
—Tengo una segunda oportunidad para hacer que la próxima sesión
sea buena. Mejorar mis posibilidades de reelección. Entonces podré
empezar a pensar en grande.
—¿Quieres?
Giré por una calle lateral y pasé por delante de la pizzería a la caza de
un lugar de estacionamiento. 273
—Mi objetivo es el Congreso.
Seguía mirándome.
—Eso, señor McCallister, no responde a mi pregunta.
—Los políticos no saben responder a preguntas directas.
—Quizá no sepas lo que realmente quieres —aventuró.
Me apretujé en un espacio una cuadra más abajo.
—Es el hambre la que habla. Venga, vamos. Te dejaré elegir los
ingredientes… en tu mitad.
Capítulo 36
Scarlett
Devlin abrió la puerta de su apartamento y me hizo un gesto para que
entrara. Estábamos a la orilla del agua, a cinco pisos de altura. La bahía
de Chesapeake se extendía frente al edificio, agua oscura que se unía a
un horizonte oscuro.
Accionó los interruptores de la luz y la vista exterior desapareció. El
piso era espacioso y estaba bien amueblado, aunque carecía de
personalidad y de color. Los muebles del salón estaban dispuestos
alrededor de una chimenea de gas y una repisa de mármol. El suelo era
274
de madera clara y estaba salpicado de alfombras blancas y negras. Las
obras de arte de las paredes, en su mayoría escenas marítimas, también
eran en blanco y negro. La cocina, pequeña pero el doble de grande que
la mía, también era negra con encimeras blancas. Había una mesa
redonda de cristal y cuatro sillas de acrílico transparente.
—Lo sé. Es un poco austero —dijo Devlin, trayendo mi bolsa de viaje.
—¿Vives «aquí»? —le pregunté. No me extraña que estuviera
deprimido. Este lugar parecía una lujosa habitación de hospital
amueblada. Todo era de cristal, cuero y cromo.
—Estoy viviendo en Bootleg Springs —me corrigió—. Me quedé aquí
temporalmente.
—Te quedas en Bootleg temporalmente —le recordé. No tenía sentido
que fingiéramos lo contrario. La vida de Devlin estaba aquí. Bueno, no
en este apartamento sin alma, pero sí en los alrededores.
Devlin dejó mi bolsa en el suelo y me estrechó entre sus brazos.
—Probablemente deberíamos hablar de lo que haremos cuando
vuelva aquí.
«Nosotros».
—No quiero pensar en que te vas ahora mismo. ¿Te parece bien?
¿Podemos fingir que aún no tenemos que preocuparnos por eso? —le
supliqué.
—Hay muchas cosas de las que parece que no quieres hablar —señaló.
Estaba frustrado conmigo y yo entendía por qué. Pero necesitaba que
Devlin me diera un respiro. Todo lo que hacía era por su propio bien.
No necesitaba revolcarse en el barro conmigo.
Me senté en una silla inflexible de cuero blanco y metal frente a la
pared de ventanas.
—Hay situaciones que es mejor tratar en privado.
275
—Bien, entonces ¿por qué no quieres hablar de nuestro futuro?
No iba a amarrar a Devlin a un compromiso que arruinaría su carrera.
—Porque sólo quiero pasar un buen rato contigo esta noche sin
preocuparme de adónde vamos y qué hacemos —mentí.
—Vamos a tener que hablar de esas cosas en algún momento —dijo
Devlin, su frustración palpable.
Pero dijera lo que dijera, ya fueran razones por las que deberíamos
intentar una relación a distancia o romper ahora, no quería ocuparme de
nada más en este momento.
—¿Ahora puedes indicarme dónde está tu baño? —le pregunté.
Me enseñó el tocador, me encerré en él, miré mi reflejo y dejé caer la
máscara.
Yo no encajaba. Nunca encajaría aquí con él. Me dolía el pecho como
si algo se rompiera o se hundiera sobre sí mismo.
La vocación de Devlin era la política. Su familia había invertido todo
en él y en su carrera. Acababa de recuperarse de un escándalo. Lo habían
exiliado por un pequeño divorcio, tratándolo como si hubiera asesinado
a una camada entera de cachorros en televisión en directo. Nunca
sobreviviría a las consecuencias de salir con la hija de un potencial
secuestrador… o asesino. Yo creía que mi padre era inocente. Pero eso
no significaba que alguien más lo hiciera.
Si Devlin y sus padres pensaban que el divorcio era un clavo en el
ataúd, ¿qué dirían de que su novia estuviera en el centro de una
investigación de un asesinato sin resolver?
Gracias a las gemelas de Misty Lynn, esta noche comprendí mejor
cómo era esta vida. No era la verdad lo que importaba. Era la apariencia.
Y yo, con mi vestidito de Target, mi peinado y un acento tan denso como
la miel, sería un lastre para Devlin. Y eso incluso sin ser la hija de un
acusado de asesinato. Hablando de un verdadero escándalo. Su carrera
y posiblemente su relación con su familia estarían acabadas. 276
«Los pecados del padre tenían peso aquí, aunque sólo fueran
percibidos».
Se me cortó la respiración. En algún momento, había empezado a
pensar que podríamos sobrevivir a la larga distancia y a mundos
diferentes. Ahora lo sabía. Nuestros días estaban contados. Devlin y yo
teníamos fecha de caducidad.
Capítulo 37
Devlin
Abrí la botella de vino y puse dos copas sobre la encimera. Un buen
vino y una gran pizza. Nuestra comida reflejaba nuestro equilibrio. Una
combinación de refinamiento y encanto informal. Haría todo lo posible
por fingir que no había cosas de las que tuviéramos que hablar. Por esta
noche. Pero si Scarlett pensaba que estaría dispuesto a permanecer en
otra relación en la que me mantuvieran a oscuras, se llevaría una
sorpresa.
Lo había hecho muy bien esta noche, pensé, sirviendo el vino.
277
Scarlett nunca fingió ser alguien que no era. Ese era su poder. Su
autenticidad sin disculpas. Es peligroso ser uno mismo en este espacio.
Todo el mundo estaba siempre buscando una debilidad, una
vulnerabilidad, para explotar. Pero con Scarlett, ¿era eso posible? ¿La
debilidad estaba en mí? ¿Era vulnerable porque me esforzaba por
ocultar mis defectos en lugar de aceptarlos? ¿Scarlett acabaría siendo mi
mayor fortaleza o mi más amarga debilidad?
El teléfono zumbó en mi bolsillo. Era tarde para una llamada que no
fuera de emergencia. Cuando vi el número de mi madre en la pantalla,
contesté.
—¿Va todo bien?
—No, no todo va bien, Devlin —dijo ella, con tono cortante.
—¿Qué pasa?
—Se suponía que debías permanecer fuera de la vista. No pasear a tu
novia por la ciudad, restregándoselo por la cara a Johanna. Imagínate lo
que parece. Como si estuvieras tratando de vengarte paseándote con
algún trofeo…
—Scarlett no es un trofeo —interrumpí, molesto por la comparación—
. Y me importa un bledo lo que Johanna piense acerca de que siga
adelante con mi vida. Ella siguió con la suya mientras aún estábamos
casados.
—Al menos lo hizo discretamente —replicó mi madre.
—No puedo creer que la defiendas.
—Y no puedo creer que mi hijo, que ha sido preparado para esta vida,
esté tan dispuesto a tirarlo todo por la borda. La gente estaba
empezando a olvidar y luego tienes que sorprender a todos con Rubi la
pueblerina.
—Scarlett —corregí. 278
—Devlin, perdona que te lo diga, ¿pero crees que me importa cómo
se llama? No permitiré que una pueblerina descalza arruine tu carrera.
Hemos trabajado muy duro para esto, te hemos dado todas las
oportunidades, y verte tirarlo por la borda por una chica… —se
interrumpió como si no pudiera soportar terminar el pensamiento.
—No estoy tirando nada. Por fin estoy disfrutando por primera vez
en treinta y tantos años, madre.
—¿Te diviertes? —Su tono alcanzaba las octavas superiores del
horror—. ¿Crees que tienes libertad para divertirte? Los McCallister
sirven. Es una responsabilidad y un honor.
—Estás exagerando —le dije. Me subía la tensión. No era la primera
vez que uno de mis padres me hacía sentir culpable para mantenerme
en el buen camino. Yo siempre cedía.
—No estás comprendiendo el daño que has hecho esta noche. Todo el
mundo está hablando de ti y de ella. Blake va a tener que trabajar horas
extras sólo para barrer esto debajo de la alfombra.
—No hice nada malo. Llevé a mi novia a un evento en el que ambos
lo pasamos bien —dije con tono ecuánime.
—El hecho de que te niegues a considerar siquiera las ramificaciones
sólo demuestra que no estás preparado para volver. Tu padre va a estar
devastado. Actúas como si ya no quisieras esto.
Me pasé la mano por el pelo, paseándome por la cocina.
—Tengo que irme, madre.
Soltó unos cuantos insultos más y me sentí culpable y terminé la
llamada.
Una vez que la conocieran, entenderían la atracción. Pero no iba a
forzar a Scarlett a visitarlos. Ciertamente no ahora. Ella no había hecho
nada malo. Diablos, yo tampoco estaba convencido de haberlo hecho. 279
¿Por qué estaría mal estar con alguien que me hacía feliz, que me hacía
sentir más fuerte? Scarlett había estado a mi lado cuando mi propia
familia cerró filas contra mí, rechazándome. Había sido Scarlett quien
había recogido los pedazos y los había vuelto a juntar. Fue Scarlett
quien…
—Parece como si estuvieras pensando en un problema de
matemáticas —dijo suavemente desde detrás de mí. Me giré para
admirar la vista.
Llevaba un conjunto de camiseta y pantalón corto en un suave gris
con listones rosas. El pijama nunca había sido tan sexy. Ya se me estaba
pasando el enfado por la llamada de mi madre.
Le entregué una copa de vino.
—Te he oído hablar —confesó, encaramándose al brazo del sillón de
cuero.
—Ha llamado mi madre —le dije, pasándole el pelo por encima del
hombro y recorriéndole el cuello con las yemas de los dedos.
—¿Va todo bien? —preguntó, con sus ojos grises muy abiertos y
preocupados.
Asentí con la cabeza.
—Todo va bien —murmuré.
Ella se animó.
—¿Así que podemos comer esa pizza que huele como el cielo?
Le sonreí.
—Traeré los platos.
—¿Podemos comer en el balcón? —preguntó, señalando con la cabeza
la pared de cristal.
—Por supuesto. —Nos repartimos las rebanadas y los platos y las
especias, sal de ajo para ella, orégano para mí, y lo llevamos todo hasta
280
la puerta corrediza. Annapolis era siempre tranquila por la noche. Podía
oír los ecos lejanos de los comensales nocturnos en el patio de un
restaurante con vistas a la bahía.
Las luces de amarre de los barcos brillaban y se mecían suavemente
en la noche.
Scarlett se tumbó en una de las sillas acolchadas del patio y apoyó los
pies descalzos en la barandilla. Era tan diferente a Johanna. No sabía por
qué sentía la necesidad de hacer la comparación, aparte del hecho de
que mi exmujer y yo habíamos asistido a tantos eventos como el de esta
noche. Johanna nunca había cogido una herradura, ni había montado
una escena por chismes malintencionados. Y cuando volvíamos a casa,
se ponía un pijama de seda y se tomaba un té caliente mientras
discutíamos quién había dicho qué a quién. No era mujer de apoyar los
pies en nada, ni de considerar la pizza una comida.
—Prácticamente puedo oírte pensar —dijo Scarlett secamente, con la
boca llena.
Le dediqué una media sonrisa.
—Sólo pensaba en esta noche.
—Estás pensando en mucho más que en esta noche. ¿Te ha gustado
volver? —preguntó, limpiándose la salsa de la comisura de los labios.
—Me sentí… —hice una pausa y pensé—. Familiarizado. Cómodo.
—Hum —dijo sin más comentarios.
—A mi madre no le gustó que volviera. Le pareció demasiado pronto.
Scarlett puso los ojos en blanco.
—Una madre que no quiere ver a su hijo. Qué bien.
—Hay que guardar las «apariencias» —dije en falsete.
Scarlett rio en agradecimiento. 281
—Déjame adivinar, no estaba contenta contigo paseando a tu novia
pueblerina por todos lados.
—Puede que haya mencionado algo parecido —maniobré.
Scarlett puso su mano en mi muñeca.
—No pasa nada. Porque probablemente a mí tampoco me guste ella.
Me ahogué de risa con el vino. Me ardía la nariz.
Comimos en silencio durante unos minutos.
—¿Por qué están enojados Gibson y tú? —le pregunté.
—¡Devlin McCallister! ¡Eres tenaz!
—Es mi lado abogado.
Suspiró pesadamente y sentí un poco de culpa por haberla
presionado.
—Limpiar la casa de nuestro padre sacó a relucir mucha… historia —
explicó—. Gibson siempre ha odiado a papá y lo único que odia más que
eso es mi lealtad hacia él.
—¿Vio el cuidado a tu padre como una bofetada en la cara?
Asintió con la cabeza, sorbiendo lentamente su vino.
—Es un tema que hemos mantenido enterrado durante mucho
tiempo. Nunca entendió por qué seguía perdonando a nuestro padre y
seguía intentándolo. Gibson no tenía una relación sana con mi padre. Se
llevó la peor parte y le duele que yo eligiera perdonar en lugar de
guardarle rencor.
—¿Y todo esto acaba de llegar a un punto crítico? —pregunté.
—Finalmente dijimos todas las palabras que nos habíamos estado
guardando. No fue bonito y ahora tenemos que esperar a que se asiente
el polvo.
—Entonces, ¿por qué dejarme fuera? —pregunté. 282
Se encogió de hombros y miró fijamente hacia la noche.
—No lo sé. Supongo que estoy acostumbrada a manejar las cosas por
mi cuenta.
—Cuando tu madre se enfadaba con tu padre o con alguno de ustedes,
¿qué hacía?
—Era lo peor. Ella nos daba el tratamiento de silencio durante días.
Sólo ignoraba a todo el mundo.
Levanté una ceja y esperé.
—Espera… No estarás diciendo…
—¿Quizás estás viendo el otro lado? —sugerí suavemente—. Estabas
enojada, abrumada y me ignoraste.
Abrió la boca y la volvió a cerrar.
—No me gusta esta conversación. Ni un poco.
—Todos llevamos trozos de nuestros padres —le recordé.
—Tu mamá acaba de llamar para gritarte por mostrar tu cara en el
pueblo. ¿Qué parte de ella llevas como una cruz que cargar? —exigió
Scarlett.
Estaba enfadada por la insinuación, pero al menos seguía hablando
conmigo.
—¿De mi madre? —musité. De repente tampoco me estaba gustando
esta conversación.
—Sí, no es tan divertido ahora, ¿verdad amigo? —dijo Scarlett con
suficiencia.
—Vamos a reducirlo a esto. Me dolió cuando me ignoraste, Scarlett.
Ya tuve una relación que terminó porque alguien guardaba secretos y
me ocultaba cosas. No me interesa que se repita.
Tragó saliva y mantuvo la mirada fija en la oscuridad. No podía leer
sus pensamientos y me sentí inquieto. 283
—Lo que pasa con los secretos es que algunos hay que guardarlos —
dijo en voz baja.
—Mentira.
Dejó el vino sobre el piso, colocó el plato al lado y se levantó. Se acercó
a mí en la oscuridad y se soltó el pelo de la cinta con la que lo había
sujetado. Era una diosa de la noche. Sabía que debía insistir. Debería
insistir en continuar la conversación, pero ella estaba cogiendo mi vaso
y mi plato y dejándolos a un lado.
Y luego se acomodó a horcajadas en mi regazo.
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Ella subió más, de modo que
mi polla, cada vez más dura, quedó enterrada en el vértice de sus
muslos, suplicando que la liberara de mis pantalones.
La necesidad fue instantánea. Ronroneó y giró sus caderas contra mí.
Y luego rozó sus labios carnosos contra los míos. Un afrodisíaco. Eso era
el sabor de Scarlett Bodine. La besé como un indigente, metiéndole las
manos en el pelo y empujando mis caderas contra ella. Quería
penetrarla, a pesar de las finas capas de ropa que nos separaban.
Se entregó al beso y, mientras nuestras lenguas se deslizaban y
bailaban una alrededor de la otra, pasé las palmas de mis manos por sus
pechos. Sus pezones brotaron al instante bajo la tela de su camisa. Me
hizo sentir poderoso y débil al mismo tiempo. Invencible y desesperado.
—Deberíamos entrar —susurré, presionando con besos febriles sus
labios, su mandíbula, su cuello.
—¿Por qué?
—No llevo condón. —Mi polla se crispó entre nosotros, tratando de
convencerme de que no necesitábamos uno.
Scarlett sonrió, lenta y felina.
—Mira en mi bolsillo.
284
—¿Qué bolsillo?
Se dio unos golpecitos en el cuadradito de tela rosa que tenía justo
encima del pecho.
Metí un dedo en el bolsillo y sentí el roce del papel de aluminio.
—Diablillo ingenioso, ¿no? —pregunté.
—Menos habladuría. Más desnudez —insistió.
Miré a nuestro alrededor. No teníamos a nadie enfrente, pero los
balcones estaban separados por muros de ladrillo. Nadie podía vernos
sin asomarse a su balcón para mirar por la pared, pero cualquiera podía
oírnos.
—Tenemos que hacer silencio —le advertí.
—Me aseguraré de que no grites mi nombre demasiado alto —
prometió.
Gemí mientras ella se movía contra mí, rechinando contra mi
insistente erección.
—Te quiero rápido —me dijo. Sin preámbulos, metió la mano en la
cintura de mis pantalones y agarró mi pene.
Dejé escapar un silbido de aliento. Esta mujer acabaría conmigo. Pero
espero que no en la próxima media hora.
Abrí las piernas para ella y Scarlett se puso de rodillas, liberando mi
polla de los confines del pantalón. Rasgó el papel de aluminio con los
dientes y yo la ayudé con sus manos temblorosas a enrollar el condón
en mi dolorida polla.
Su ropa interior tenía una pequeña mancha húmeda y apreté el pulgar
contra ella. Podía sentir su calor a través del fino algodón. Se estremeció
y dejó escapar un gemidito. La acaricié con la yema del pulgar,
presionando a través de su ropa y entonces me agarró la polla y la guio
entre sus piernas. Comprendiendo su intención, aparté de la entrepierna
su pantalón corto y me acerqué a su abertura. Ella se acomodó en mi
285
punta, envolviendo el primer centímetro en aquel calor resbaladizo y
húmedo. Estaba desesperado por más. No me importaba si no estaba
lista para aceptarme. No me importaba si alguien nos oía. Sólo quería
estar dentro de ella.
Agarré sus caderas y, de un rápido empujón, la penetré hasta la
empuñadura. La cabeza de Scarlett se echó hacia atrás mientras me
sostenía allí, muy dentro de ella, agarrado por aquellas delicadas
paredes. Podía sentirla estremecerse a mi alrededor, sentir su necesidad
zumbando en su sangre.
Jalé el cuello de su camiseta de un tirón, dejando al descubierto un
pecho. Y cuando me aferré con la boca a ese pico tenso, gritó y empezó
a cabalgarme.
Le tomé el pecho con una mano mientras chupaba con fuerza,
caminando por esa fina línea que separa el placer del dolor.
Me cabalgaba con desesperación, persiguiendo un orgasmo que
estaba a su alcance. Me encantaba así. Imprudente, loca de deseo por mí.
Quería llevarla al abismo del placer. Sus pequeños gemidos me ponían
la polla aún más dura.
—Dev —susurró, suplicó. El sonido de su culo al chocar con mis
muslos, húmedas palmadas de carne, casi me hace perder la cabeza.
Todo en esta mujer era una fantasía de perfección. Excepto que ella era
real. Tan real. Apreté su pecho, forzando su pezón a entrar más en mi
boca, y lamí con mi lengua.
—Me corro —siseó. La sentí explotar a mi alrededor. Calientes y
húmedos apretones agarraron mi dolorida polla como fuertes dedos.
Scarlett dejó de respirar y me cabalgó. Con fuerza. No quería correrme
todavía. No quería que esto acabara tan rápido como había empezado,
pero su coño me apretó y necesité toda mi concentración para no
correrme en ese mismo instante.
—Maldita sea, Scarlett —gemí. Me cabalgó sin descanso, y su orgasmo 286
fluyó a través de ella hasta que finalmente se agotó, desplomándose
contra mi pecho. La estreché entre mis brazos mientras el clímax que
había amenazado con matarme se alejaba lentamente.
Pensé que podría abrazarla así para siempre. Envueltos el uno en el
otro, saciados y aún hambrientos. Pero entonces ella se apartó de mí y
se bajó de mi regazo.
Mi polla se deslizó fuera de ella con pesar.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—Aquí mismo. —Se hundió entre mis rodillas abiertas y sacó el
condón de mi pene—. Quiero ver cómo te corres.
Y así como así, mi orgasmo estaba de vuelta, exigiéndome que lo
encontrara. Usó ambas manos sobre mí, su pecho aún desnudo. Y
cuando se inclinó hacia delante para pasar su lengua por mi pene, nunca
había visto nada igual. Ya estaba allí, al borde.
Observó con regocijo mi pene mientras un líquido transparente se
acumulaba en la punta.
—Te gusta, ¿verdad, Dev? —susurró, bombeando mi polla con más
fuerza.
Quería cerrar los ojos, entregarme al clímax que me estaba
arrancando, pero no quería perderme ni un segundo de esos ojos grises
hambrientos, de la forma en que sus labios sonrosados se entreabrían al
sentirme palpitar contra ella.
—Te vas a correr por mí y te voy a mirar —dijo, lamiéndose los labios.
Me pasó los pulgares por los huevos y eso fue todo. Me iba a correr. Los
dos miramos, hipnotizados, cómo la primera gruesa cuerda de mi
eyaculación se soltaba, cayendo sobre mi vientre. Apreté los dientes,
pero no pude disimular el gruñido de satisfacción, de alivio. La siguiente
me llegó al pecho y brilló a la tenue luz del interior.
Scarlett trabajó mi polla con sus manos pequeñas y fuertes,
bombeándome hasta que cada gota que había estado reteniendo se
287
esparció por mis abdominales y mi pecho. Sólo entonces dejé caer la
cabeza contra la silla. Sólo entonces empecé a respirar de nuevo.
—Ha sido malditamente maravilloso —dijo Scarlett con satisfacción,
apoyando la cabeza en mi muslo. Con lo que me quedaba de energía, le
acaricié el pelo y empecé a planear la mejor manera de convencerla de
que nos diera una oportunidad de verdad.
Capítulo 38
Devlin
Puse mi contribución a la cena, una de esas ensaladas grandes en
bolsa, en una ensaladera sobre la isla. Podía oler el chisporroteo de los
filetes en la parrilla de la terraza y oír el murmullo de la conversación.
Habíamos invitado a los Bodine a una comida al aire libre. Incluso
Gibson había venido a regañadientes. Scarlett aún no había llegado. La
habían llamado para que ayudara a un amigo fontanero a solucionar un
problema de desagüe en una casa de alquiler.
Gibson y Scarlett aún tenían que arreglar las cosas y esperaba que una
288
comida al aire libre en terreno neutral allanara el camino.
Oí un auto en la entrada y sentí que se me aceleraba el corazón. Sólo
la expectativa de ver a Scarlett me hacía feliz. Desde nuestro viaje a
Annapolis, había estado pensando seriamente en el futuro, y sabía una
cosa. Quería a Scarlett en el mío.
Oí que llamaban a la puerta principal y fruncí el ceño. Scarlett no
llamaba a la puerta. Ninguno de los Bodine lo hacía. O entraban por la
puerta abierta o se instalaban como en casa en el jardín o en la terraza.
Así son en Bootleg.
Tal vez era Millie Waggle con otra delicia horneada. La mujer podía
hacer milagros con harina y cacao. Creo que estaba enamorada en
secreto de Jonah y yo lo alentaba con tal de disfrutar de tartas caseras,
bollos esponjosos y galletas.
Me limpié las manos en el paño de cocina, metí la ensalada en el
refrigerador y me dirigí a la entrada de la casa.
No era Millie Waggle la que estaba en mi puerta. Era Johanna.
Parpadeé, sin creer lo que veía. Había pasado mucho tiempo desde la
última vez que la vi. Ya había olvidado pequeños detalles sobre ella. El
lunar a un lado de la boca. El pintalabios rosa nacarado que nunca le
faltaba, aunque yo prefería besarla sin él.
Era alta y delgada, casi demasiado, me di cuenta. Hacía ejercicio sin
piedad y controlaba su dieta con la concentración de un general en
guerra. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño bajo en la base del
cuello. Llevaba un vestido sin mangas gris y un collar de perlas
alrededor del cuello que hacía juego con los aretes en sus orejas. Era su
vestuario «informal».
—¿Qué haces aquí? —pregunté, sin confiar del todo en mi voz. La
mujer que tenía delante había compartido mi vida, mi cama, mis
objetivos. Ahora era una extraña.
289
—Devlin —dijo con una suave sonrisa—. Me alegro de verte. Me
gustaría entrar.
—Tengo compañía —le dije. Mi cerebro seguía conmocionado al verla
en mi puerta y no formó el «lárgate de aquí» que creí que se merecía.
Ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Es importante —insistió.
Debí cerrarle la maldita puerta en las narices y haberme unido a la
fiesta en la terraza, pero décadas de entrenamiento en etiqueta y cortesía
social no me lo permitieron. Mantuve la puerta abierta y ella entró.
—Qué casa tan pintoresca —dijo alegremente. La seguí por el pasillo
hasta el salón. Las puertas de la terraza estaban abiertas y se oía música
y risas.
Johanna se apartó de la vista y la diversión del exterior y me miró,
entrelazando los dedos delante de ella.
—Me has estado evitando —dijo.
—Lo he hecho. —No veía razón para mentir o hacerla sentir más
cómoda con la situación—. La mayoría de los hombres hacen eso cuando
se trata de sus exesposas.
—El divorcio aún no es definitivo —señaló Johanna—. Y de eso me
gustaría hablar contigo.
—Créeme, si hubiera algo que pudiera hacer para acelerar el proceso,
lo habría hecho —espeté.
—Quiero cancelarlo. Quiero que nos des otra oportunidad.
Desconcertado, la miré fijamente.
—¿Qué pasa con Ralston? —le pregunté.
—Fue una… mala elección. Un error que lamento profundamente. 290
—Y entonces pensaste que volverías y podríamos retomar donde lo
dejamos.
Sus mejillas se sonrojaron ligeramente, pero fue la única muestra de
emoción.
—Francamente, sí. Hacía tiempo que sabía que no había tomado la
decisión correcta. Te herí profundamente, te avergoncé. Y lo lamento.
Hablaba klingon o portugués, porque no entendía nada de lo que
decía. Nada tenía sentido.
—Creo que no te entiendo. ¿Por qué iba a volver a aceptarte?
—Funcionamos, Devlin. Juntos, hacemos un muy buen equipo. Si
volvemos a estar juntos, todo este escándalo desaparecerá. Entiendo que
llevará algún tiempo antes de que puedas confiar en mí, pero prometo
ser una buena compañera. La compañera «adecuada».
Se estaba aclarando la niebla en mi cerebro.
—Estás aquí debido a Scarlett.
—Quería darte algo de tiempo para aclarar tus ideas y posiblemente
incluso perdonarme. Pero no esperaba que siguieras adelante tan rápido
o con alguien tan… inadecuada.
—Suenas como mi madre.
—Tu madre está justificadamente preocupada. Si consigues la
reelección, tienes muchas posibilidades de llegar al Congreso dentro de
unos años y, a partir de ahí, quién sabe adónde podríamos llegar. Es tu
sueño y puedo ayudarte a conseguirlo —insistió con calma.
—¿Todo lo que tengo que hacer es aceptar que vuelvas? —pregunté
con amargura.
Asintió, esperanzada.
—Podemos encontrar una nueva casa juntos. Incluso podría ser
divertido.
291
—¿Por qué de repente Ralston es un error? ¿Se ha ido ya con otra?
Vi la sombra en sus ojos y supe que mi acusación había dado en el
blanco.
—Ya veo —dije en voz baja.
—Cometí un error —suplicó.
Negué con la cabeza.
—No. No lo hiciste.
—¿Y justamente «qué demonios es esto»? —dijo una voz dulce con
encanto sureño. Scarlett estaba de pie con las manos en las caderas, justo
por encima de su cinturón de herramientas. Llevaba jeans y una camiseta
sin mangas de los Cresta de Polla de Bootleg.
—¿«Esta» es Scarlett? —preguntó Johanna, atónita.
—Oh, tú debes ser la mentirosa, tramposa, pedazo de basura
exesposa. Bendito sea tu corazón —dijo Scarlett, batiendo sus pestañas.
«Oh, mierda».
La música se detuvo en la terraza y la puerta se oscureció con las
sombras de cuatro hombres que observaban absortos.
—¿Quién es? —siseó Gibson.
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —susurró Bowie—. Conozco a la
misma gente que tú.
—Supongo que es la ex —añadió Jonah.
Jameson gruñó.
Si Scarlett se fijó en el público, no le importó.
—Ahora, ¿qué hará una exmujer deshonrada en casa de su exmarido
luciendo tan linda con sus perlas? —reflexionó, llevándose un dedo a la
barbilla—. ¿Has venido a renegociar el divorcio? ¿Has venido a reclamar
la olla de cocimiento lento y la porcelana fina?
Johanna había conseguido ambas en el divorcio. 292
—Estoy salvando mi matrimonio —dijo Johanna con frialdad.
—Como el infierno que sí —anunció Scarlett. Ella era puro fuego para
el hielo de Johanna. Era magnífica.
—Es evidente que no te sientes tú mismo —dijo Johanna, dirigiendo
su comentario a mí y dejando de lado a Scarlett—. Y me hago cargo de
mi parte en esto. Fui yo quien te hizo caer en picada, pero Devlin, no
puedes lograr todo lo que estás destinado a hacer con ella a tu lado.
—Al menos no tiene que preocuparse de que ande buscando otra
polla todo el tiempo —replicó Scarlett.
Oí risitas en la terraza. Johanna se quedó con la boca abierta. Dudaba
que hubiera oído algo tan grosero en toda su vida.
—Discúlpame. Eres solo una niña y una ignorante. No puedes
comprender la clase de compañera que Devlin necesita.
—No necesita una puta compañera —enunció Scarlett—. Necesita
una mejor amiga. Alguien que le cubra las espaldas, no que acabe sobre
las propias debajo de otro.
Sus hermanos aullaban de risa detrás de mí y me acerqué a ellas. Tenía
que interponerme entre Scarlett y Johanna, pero no estaba seguro de
poder contar con la ayuda de ninguno de ellos.
—Tienes que irte —anunció Johanna—. Tienes que irte para que
pueda hablar con mi marido.
—Oh, diablos, no —dijo Scarlett, cruzando los brazos delante del
pecho. Johanna le sacaba quince centímetros de altura, pero Scarlett
tenía a su favor unos buenos seis kilos de músculo. También llevaba un
martillo y varios destornilladores en el cinturón de herramientas—. De
hecho, creo que es hora de que te vayas. Tienes hasta la cuenta de tres
para sacar tu inexistente culo de esta casa.
Johanna espetó.
293
—No me voy a ir. Esta es la casa de Devlin, ¡y soy bienvenida en ella
mientras él lo diga!
—¿Ah, sí? —dijo Scarlett—. ¿Devlin?
—¿Devlin? —Johanna me miró, deseando que la eligiera.
Quería calmar las cosas.
—Vamos a dar un paso atrás…
Los Bodine gimieron detrás de mí y supe inmediatamente que había
cometido un gran error.
Los ojos de Scarlett se entrecerraron.
—No es suficiente, McCallister.
—Johanna, creo que deberías irte —dije con calma.
Scarlett enseñó los dientes y supe que era demasiado poco y
demasiado tarde.
—Devlin, siento que deberíamos continuar esta discusión…
—¡Fuera de esta casa ahora! —chilló Scarlett. Dio un paso amenazador
hacia Johanna, que saltó detrás del sillón—. ¡Llévate tu flaco y tramposo
culo de vuelta a Annapolis y búscate a otro al que joder! Y si vuelvo a
ver tu cara por Bootleg…
Estaba cogiendo el martillo, intentando liberarlo. La mosquitera de la
puerta corrediza implosionó detrás de mí cuando cuatro cuerpos se
abrieron paso a través de ella. Gibson se lanzó hacia Scarlett mientras
Jameson y Bowie empujaban a Johanna por el pasillo hacia la puerta
principal. Jonah bloqueó el intento de Scarlett de perseguirla y yo me
quedé de pie preguntándome qué demonios acababa de ocurrir.
—¡Sáquenla de aquí! —gritó Scarlett a todo pulmón—. ¡Si vuelve a
acercarse a Devlin, la meteré en la fosa séptica de Rocky Tobias! —
Gibson la tiró al suelo y se sentó sobre ella. Jonah trotó por el pasillo
hasta la puerta principal. Podía oír voces alzadas afuera antes de que la
cerrara. 294
No podía comprender del todo lo que acababa de ocurrir. Lo único
que sabía era que la bola de furia que se retorcía sobre la alfombra del
salón de mi abuela se preocupaba más por mí que cualquier apariencia
o cualquier plan. Quería protegerme cuando nadie más de mi familia o
de mi círculo de amigos había estado dispuesto a hacerlo.
Amaba a Scarlett Bodine. Puede que ella aún no lo supiera, pero
seguro que me correspondía.
Jameson y Bowie volvieron a la sala de estar donde Scarlett estaba
jurando a rabiar.
—Cuando la deje libre, intentará matarte —predijo Gibson.
—¿A mí?
—Invitaste a tu exesposa a tu casa. La mujer que te trató como mierda
de perro. No juegas a ser amable con eso —explicó Bowie.
—A menos, claro, que esperes volver con ella —añadió Jameson.
Scarlett se quedó quieta y me miró fijamente.
—Devlin McCallister, si se te ocurre por un segundo volver con esa
friolera que lleva perlas, te sujetaré, te afeitaré la cabeza y… y….
Estaba tan enfadada que ni siquiera pudo hilvanar un insulto.
—No voy a volver con ella, Scarlett. Estoy contigo. —Probablemente
debería haber elegido un tono menos exasperado porque ahora estaba
gruñendo contra la alfombra.
—¿Dónde está tu amor propio, hombre? —exigió Gibson.
—A la mierda el amor propio. ¿Dónde está su instinto de
supervivencia? —se preguntó Bowie.
Me llevé las manos al pelo.
—Ni siquiera sé qué está pasando. ¿Por qué todo el mundo está
enfadado conmigo?
—Porque eres idiota —dijeron los Bodine a la vez. 295
—Voy a dejarla ir —decidió Gibson—. Necesita que lo hagan entrar
en razón.
Se deslizó fuera de Scarlett y ella se puso de pie de un salto.
—¿Qué demonios te pasa? —exigió, empujando su dedo en mi cara.
—No estoy muy seguro. ¿Quizás podrías ayudarme a averiguarlo? —
sugerí.
Dejó escapar un gemido de frustración, cogió el cojín del sofá y lo
arrojó a la cocina.
—Hablando de eso… —Jameson se dirigió a la puerta.
—¿Por qué no nos llevamos los filetes y nos los comemos en cualquier
sitio menos aquí? —sugirió Jonah.
—Buena suerte —dijo Bowie, dándome una palmada en la espalda.
Desaparecieron por la puerta mosquitera pisoteada, dejándonos solos
a Scarlett y a mí.
296
Capítulo 39
Scarlett
—¿Por qué estás tan enfadada?
La estúpida pregunta de Devlin me cabreó aún más.
—Entro y te encuentro a ti y a tu exmujer hablando de darle otra
oportunidad. ¿Y me preguntas por qué estoy enfadada? —chillé. El tono
lastimó mis propios oídos.
—Ella estaba hablando sobre reconciliarnos. ¡Yo no!
297
—No he oído un rotundo «oh, diablos, no» de tu parte —le respondí.
Se hundió débilmente en el sillón y se frotó la cara con las manos.
—Scarlett, estoy un poco abrumado en este momento.
—¿Quieres volver con Johanna? —pregunté con calma, en voz baja.
—¡No! No quiero. Esa no es una opción, ni una posibilidad, ni algo
que quiera volver a considerar pase lo que pase.
Levanté los brazos.
—¿Entonces por qué demonios no lo dijiste?
Frunció el ceño, confuso.
—Intentaba explicarle…
Le corté con un gesto de la mano.
—Devlin, entiendo que verla haya sido un shock y entiendo que se te
exija cortesía profesional en la mayoría de las situaciones, pero esa mujer
te mintió, engañó y decepcionó y luego decidiste que debías aceptarla
de nuevo.
—Espera —dijo, levantando las manos—. ¿No estarás enfadada
porque se ha presentado aquí, sin invitación, debo añadir?
Miré al techo y recé por tener paciencia. Los buenos modales estaban
calados hasta los huesos de este hombre.
—¡No! ¿Quién podría culparla? Eres un puto gran partido y se acaba
de dar cuenta del estúpido desastre que ha hecho de su vida por ser
avariciosa. ¡Estoy enfadada porque sentiste que necesitabas darle la
noticia tan sutilmente que ella todavía pensaba que tenía una
oportunidad!
—Scarlett, no todo el mundo es como tú y no todos los lugares son
como Bootleg. Hay reglas para las interacciones sociales.
—Ella te lastimó, te humilló y puso en riesgo tu carrera. Y ni siquiera
puedes decir un buen «jódete» más allá de tus labios. No puedo enviarte 298
de vuelta al mundo siendo tan vulnerable, Dev. ¡No puedo hacerlo!
—¿De qué estás despotricando?
Parecía conmocionado, como el superviviente de un accidente
traumático. Probablemente así había sentido el abrupto final de su
matrimonio. Traumático. Y ella había vuelto tan campante como la
idiota abusiva que es.
Caminé hasta él y me arrodillé.
—Llegaste aquí resquebrajado, si no roto. Y tienes que tener cuidado
de no volver a ponerte en esa situación. Le abriste la puerta a Zorrana y
ella entró, figurativa y literalmente. No puedes dejar que piense que
tiene una oportunidad. Tienes que olvidarte de ser educado todo el
tiempo y centrarte en ser poderoso.
—Pensé que estabas enfadada porque estaba hablando con mi
exmujer —dijo.
—¡Santa mierda! Pon atención, McCallister. Te has pasado toda la
vida siguiendo las reglas y mira adónde te ha llevado. Quiero que tomes
las riendas como lo haces en el dormitorio.
Miró a nuestro alrededor como si se preocupara por el público.
—¿Ves? ¡Justo eso! —Lo señalé con un dedo acusador y me levanté
para tranquilizar mi furia—. Te preocupa cómo se ve, cómo suena. ¿Por
qué no dices la verdad y sigues adelante?
—No es como se…
—Hace. Lo sé. Lo sé. Bien. ¿Pero no se te ha ocurrido pensar que las
cosas se hacen mal? —Volví junto a él y le puse las manos en las rodillas.
Parecía aturdido—. No estoy tratando de ser mala, Dev. No quiero que
vuelvas a estar en la posición en la que Johanna te puso. Y te aseguro
que no quiero que alguien sienta que merece una segunda oportunidad
contigo.
—Actúas como si yo fuera un niño indefenso —dijo Devlin, 299
totalmente irritado.
¿Habrá visto lo que ella le hizo cuando él vino aquí? Un hombre a
punto de quebrarse. Un hombre solo y a la deriva. No iba a devolverlo
a la familia que lo abandonó y a la mujer que se aprovechó de él sin
mejorar su arsenal.
—No creo que seas un niño indefenso. Creo que sólo estás dispuesto
a tomar lo que quieres cuando estás desnudo.
—Ahora estás siendo ridícula —anunció Devlin, poniéndose en pie.
—¿Yo estoy siendo ridícula? ¿Yo estoy siendo ridícula? —Me levanté
de un salto, alejándome de él.
Se acercó a mí.
—Aclaremos algunas cosas —dijo en voz baja. Sentí que se me
aceleraba el pulso. Ya no era el exmarido conmocionado. Era un
depredador, un cazador. Me encantaba así, con su elegante poder y su
firme deseo.
El aire se cargó entre nosotros con el cambio. Ahora no era sólo ira.
Era ira en guerra con el deseo. Y me di cuenta de que le gustaba. Esto es
lo que quería para él. Pero necesitaba liberarlo. Tenía que ser capaz de
valerse por sí mismo sin mí.
—¿Por qué actúas como si fuera a volver y nunca te veré de nuevo?
—exigió Devlin.
No quería decirlo. No estaba bien decirlo.
—¿Qué me estás ocultando?
«Demasiadas malditas cosas». Hasta que no supiera que podía probar
que mi padre no tenía nada que ver con la desaparición de Callie, no
podría haber nada entre Devlin y yo.
—Lo nuestro no va a funcionar —dije en voz baja. Mis propias
palabras me cortaron. No se echó atrás y di gracias a Dios por los 300
pequeños milagros.
—Scarlett, tú y yo funcionamos mejor que nadie.
Sacudí la cabeza. No sabía cómo decírselo sin decírselo.
—Soy un lastre para ti. No actúo de la forma en que necesitarías que
lo hiciera.
—¿De dónde viene esto?
—Dev, cuando estábamos en esa fiesta, la gente era amable conmigo
en la cara. ¿Pero a mis espaldas? Ellos discutían animadamente tu crisis
de la mediana edad y como pasaste de mal a peor con una pueblerina.
No te ayudaré con tu carrera. Por la que has estado trabajando toda tu
vida. Eso es algo que esa gacela con la que te casaste hizo bien.
—Que se jodan —espetó—. Y que se joda ella. Estamos hablando de
nuestra vida, Scarlett.
—Pero no hemos hablado de esto. Realmente hablado de ello.
Tenemos sexo. Salimos. Pero ambos sabemos que no te vas a quedar
aquí. Y yo no encajo ahí. No soy lo que necesitas.
—Eres a quien «quiero». —La vehemencia de su voz me hizo sentir
punzadas de dolor y un deseo tan feroz que no creí poder soportarlo.
Quería ser adecuada para él. Quería cubrirle las espaldas y tenerlo
sobre su espalda. Pero hasta que no supiera cómo había acabado aquella
chaqueta en casa de mi padre, no podía pedirle que fuera mío. No podía
exigirle ese tipo de compromiso. No cuando significaría renunciar a
todo por lo que había trabajado toda su vida.
—Creo que en el fondo lo sabes —dije, fingiendo que su último
comentario no significaba nada para mí—. Tus padres lo saben. Tus
estúpidos conocidos lo saben. Demonios, hasta Johanna lo sabe. ¿Por
qué crees que estaba tan segura de que la dejarías volver? Le hablaron
de mí. Dañaré tu carrera y estarás resentido conmigo. O te guardaré
rencor por alejarme de mi hogar y tratar de convertirme en alguien que 301
no soy.
Había dejado de discutir y se me rompió un poco el corazón.
—No necesitamos hablar de esto ahora —dijo finalmente. No podría
decir si estaba resignado a la verdad o reagrupándose.
Me sentí aliviada.
—Mira, lo único que tenemos que discutir en este momento es que
cuando vuelvas a tu antigua vida, no seas el mismo blandengue
educado. Luchaste por mí. Te enfrentaste a mis hermanos por mí. Espero
que hagas lo mismo por ti.
—¿Quieres que coja lo que quiero? —dijo, bajo y áspero.
Asentí, mis ojos se abrieron de par en par al ver su cambio.
Pateó la otomana para apartarla de su camino, una muestra de mal
genio que no había visto antes en él. Devlin ejercía control en todas las
cosas. Y a veces ese control se interponía en la vida real. La única vez
que se desataba era en la cama conmigo.
—Reprimir las cosas no va a servir de nada, Dev —le recordé—.
Tienes que desahogarte. Fuiste duro con mis hermanos, que se lo
merecían. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo por ti?
—Tengo responsabilidades —insistió.
—¡A la mierda tus responsabilidades! ¿Son realmente tus
responsabilidades si otro te las echa encima? —¿Y no lo sabía yo de
primera mano?
—¿Sabes lo que quiero, Scarlett? —Su voz era tan áspera como la
grava.
Asentí con la cabeza. Sabía exactamente lo que necesitaba.
«Liberación».
Llevé la mano a la cintura de sus calzoncillos.
302
—Arrodíllate —siseó.
Capítulo 40
Scarlett
Mis piernas cedieron, me hundí en el suelo y le bajé la cremallera.
Cuando metí la mano en la abertura, lo encontré ya medio empalmado.
—¿Te gusta verme de rodillas? —susurré.
Su polla se hinchó en mi mano. Oh, sí. Le gustaba verme así delante
de él. Dispuesta y esperando.
Le acaricié el pene con la mano, sin apretar. Él observaba cada uno de
mis movimientos y yo estaba encantada de darle un espectáculo. Me
303
lamí los labios y me incliné para pasar la lengua por la coronilla. Su
respiración se convirtió en un silbido. Con la parte plana de la lengua,
lamí la parte inferior de su pene y, cuando llegué a la hendidura donde
empezaba a acumularse la humedad, a Devlin le temblaron las rodillas.
—Otra vez —ronroneó. Le obedecí, usando mi lengua como un arma.
Esta vez, cuando llegué a su cabeza morada e hinchada, abrí los labios
y me llevé su polla a la boca.
Su gemido era música para mi alma. Sentí cálido ese insistente latido
entre mis piernas. Complacerle me hacía sentir húmeda y necesitada.
Nunca había sentido esto con nadie. La mecánica era la misma, cóncavo
y convexo, pero de algún modo cada caricia significaba más con Devlin.
Me lo llevé al fondo de la garganta y lo sostuve allí. Él me lo permitió,
un bajo retumbar surgiendo de su pecho.
—Nunca he visto nada más hermoso que tú de rodillas así —gruñó.
Mis muslos se apretaron por voluntad propia. Quería que me
invadiera. Quería que me penetrara hasta que gritara. Pero yo quería
darle esto más.
Empuñé los últimos centímetros a los que no podía llegar y empecé a
trabajarlo con la mano y la boca.
La cabeza de Devlin se echó un momento hacia atrás, pero cuando
pasé la lengua por debajo de su coronilla, todo cambió.
—Joder, Scarlett —siseó. Me metió las manos en el pelo, asumiendo el
control con brusquedad. Sus dedos se cerraron en mi pelo, agarrándolo
hasta que me dolió el cuero cabelludo. Devlin lo utilizó para controlar
mi ritmo sobre su polla.
Empezó a follarme la boca despacio, sin prisa. La cabeza se introdujo
en mi boca hasta el fondo de mi garganta. Tragué convulsivamente
alrededor de su circunferencia.
—Sí, bebé. Justo así. —Ya no era tan lento. Levanté la mano que tenía 304
libre para tocarle los huevos. Me encantaba sentirlos aterciopelados en
la palma.
Levanté la vista hacia él y me encontré con que me observaba con ojos
entrecerrados. Su respiración era agitada y me di cuenta de que estaba a
punto de correrse. Le di un tirón en las pelotas y se estremeció en una
mezcla de placer y dolor.
Enredó mi pelo en una mano y apoyó la otra en la pared detrás de
nosotros.
—Voy a correrme en tu boca, dulce Scarlett.
Gemí y tragué con fuerza.
—Joder, bebé. —Apretó las palabras.
Me dolía la mandíbula. Pero necesitaba saborearlo, necesitaba
regalarle este momento. Que se metiera dentro y se perdiera. Liberar la
ira, la frustración, la ansiedad. Sentí cómo se endurecía dolorosamente,
cómo se le erizaban las pelotas. Lo sentí todo. El dolor entre mis piernas,
el palpitar de mi corazón mientras la adrenalina me recorría
empujándome más allá de la incomodidad. Y entonces se corrió.
Con un ruido largo y gutural, Devlin se corrió en mi garganta. Grueso
y salado y tan satisfactorio. Flexionó sus dedos en mi pelo, acercando su
frente a la pared detrás de mí, y soltó su semilla dentro de mí. Gruñó,
dolorido y satisfecho, mientras yo tragaba cada oleada de su
eyaculación.
Nos desplomamos en el suelo, jadeando. Seguía descaradamente
empalmado.
—Maldita sea, Scarlett —respiró.
—De nada —dije con una media risa entrecortada.
Me hizo girar sobre la alfombra, estirándose encima de mí.
—Tienes dos segundos para quitarte estos jeans.
305
No me moví lo bastante rápido para su gusto y Devlin me soltó el
cinturón y me bajó los pantalones de un tirón. Conseguí liberar una
pierna, y entonces él estaba empujándose dentro de mí. Hice un ruido
entre un suspiro y un grito cuando me llenó sin preparación alguna.
Estaba mojada, pero muy apretada, y tuvo que forzar hasta la
empuñadura. Estaba tan excitada que ya me tambaleaba al borde del
abismo.
—¿Cómo coño sigues tan duro? —jadeé, mis pechos aplastados contra
su pecho. No estaba siendo cuidadoso conmigo y me gustaba.
Se retiró y volvió a hundirse en mí, meciéndose contra aquel manojo
de nervios. La fuerza de su empuje nos hizo retroceder en el suelo.
—Tienes ese efecto en mí —dijo acusadoramente. Levanté las rodillas,
dándole el acceso más profundo posible.
Al cuarto empujón, me corrí. Mis paredes se cerraron en torno a él en
un apretón mortal que le hizo gemir en mi oído mientras me follaba
contra la alfombra. La madera dura y la lana me raspaban la espalda.
Pero me corría en explosiones de color, luz y calor.
—¡Scarlett! —Era una pregunta, un grito, y luego me estaba llenando
con una segunda descarga. Lo sentí correrse dentro de mí, sentí el
temblor y la oleada caliente de su semilla al derramarse dentro de mí.
Nos corrimos juntos, los orgasmos se ordeñaron mutuamente y se
mezclaron en un hermoso y oscuro momento de santidad. Devlin
empujó sus caderas contra mí y se mantuvo así hasta que nuestros
clímax se ralentizaron y se desvanecieron.
—Probablemente debí preguntarte si tomabas anticonceptivos —dijo,
con la cara hundida en mi cuello.
—Creo que acabamos de hacer un bebé —susurré.
Levantó la cabeza, el pánico le daba energía rápidamente.
Me reí al ver su cara de sorpresa.
—¡Es broma! —Le di un golpe en el hombro—. Claro que tomo 306
anticonceptivos.
Volvió a bajar y me mordió el hombro.
—Eres malvada.
—Te encanta.
—Sí. Así es.
Capítulo 41
Devlin
No habíamos resuelto nada en los dos días que habían pasado desde
que Johanna apareció en mi puerta. Y al seguir sin resolver nada, ambos
hicimos todo lo posible por fingir que todo iba bien. Pero ahora sabía
que Scarlett había tenido un reloj con cuenta regresiva en su mente
cuando se trataba de nosotros.
Y ahora yo también lo tenía.
Sujeté la puerta de la cafetería para Scarlett y la seguí hasta el 307
reservado que Clarabell nos había indicado. Era temprano y ella tenía
mucho trabajo, así que decidimos desayunar juntos en lugar de cenar.
Se metió en el reservado y cogió el menú. Me di cuenta de que cada
vez pedía algo diferente. La variedad era la sal de la vida de Scarlett, que
nos proporcionó un verano inolvidable juntos y nada más. Me dolía que
no estuviera dispuesta a intentarlo al menos, que estuviera tan dispuesta
a darnos por perdidos.
Pero ya había tomado una decisión y no sabía cómo convencerla de lo
contrario. ¿Qué iba a hacer en Annapolis? ¿Colgar un letrero y ofrecer
sus servicios de mantenimiento? No podía esperar que lo dejara todo
para apoyarme a mí y a mis sueños. Si seguían siendo mis sueños… No
era un error que volvería a cometer, pedirle a una mujer que se entregara
a mis objetivos.
Scarlett me sonrió al otro lado de la mesa, pero no se reflejó en sus
ojos. Ambos habíamos decidido evitar preguntarnos qué está mal. Iba
vestida con jeans y una camiseta sin mangas. Su uniforme de trabajo para
el verano en Bootleg. No había nada que Scarlett pudiera ponerse que
yo no encontrara sexy. Desde pantalones de pijama a cuadros hasta
pantalones cortos y camisetas de tirantes salpicadas de pintura. Si estaba
en su cuerpo, quería quitárselo. A pesar de que nos habíamos etiquetado
como temporales y de que ambos parecíamos arrastrar el equipaje de
aquella decisión, seguía encontrándome sumergido en ella cada maldita
noche y corriéndome como si estuviera perdiendo parte de mi alma.
—Creo que hoy voy a comer un omelet —decidió alegremente.
—Para mí, claras de huevo y beicon de pavo —dije con menos
entusiasmo. Jonah se había convertido en mi entrenador y me estaba
guiando para salir de la fase de debilitamiento. Ya había recuperado
unos kilos de músculo.
Clarabell llegó con las bebidas habituales que ni siquiera tuvimos que
pedir.
—¿Qué van a querer hoy, tortolitos?
308
Observé atentamente a Scarlett en busca de una mueca de dolor, pero
no la vi. Pedimos y nos sentamos en el incómodo silencio que era nuestra
nueva norma.
—Así que… —empezamos los dos.
—Tú primero —dijo, refiriéndose a mí.
—Iba a preguntarte cómo van las cosas en casa de tu padre. —Me
había ofrecido a volver para ayudar, pero ella había insistido en que sus
hermanos y ella tenían todo bajo control.
Scarlett revolvió su agua helada con la pajilla.
—Despacio.
—¿Gibson y tú se hablan? —le pregunté.
Asintió y me dedicó una sonrisa sincera.
—Sí. Y gracias por eso. Ahora estamos todos de acuerdo.
—Como tiene que ser.
Asintió, pero la sonrisa se desvaneció y vi pesar en sus ojos.
—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó.
—Me estoy abriendo camino entre las comunicaciones de los electores
y un par de borradores para la próxima sesión —dije—. Deberíamos
poder aprobar por fin alguna legislación importante.
—Debes amar lo que haces —se aventuró a decir, mirándome con esos
grandes ojos esterlinos.
—Me gusta más la idea que la realidad —confesé.
—¿En serio? —preguntó.
—Hay muchas cosas que me impiden hacer realmente el trabajo para
el que fui elegido.
—¿Alguna vez has deseado hacer otra cosa?
309
Sentí el peso de la pregunta y me pregunté si había esperanza en sus
ojos. Pero nunca le había mentido a Scarlett. No lo hacíamos.
—Nunca me he planteado hacer otra cosa —le dije.
Su rostro lucía desabatido.
Clarabell volvió con nuestro desayuno y comimos en silencio hasta
que Scarlett tiró el tenedor.
—Esto es lo más estúpido del mundo, Dev. Me caes bien. Quiero cosas
buenas para ti. Por favor, ¿podemos aprovechar al máximo nuestro
tiempo juntos?
—Sigo obsesionado con el hecho de que insistas en que no encajamos
juntos.
Se levantó y rodeó la mesa, deslizándose hacia mi lado del reservado,
de modo que quedamos codo con codo.
—¿Crees que eso me alegra? Si pensara por un segundo que soy buena
para ti, estaría empacando mis cosas, haciéndome las uñas, aprendiendo
a perder el acento y yéndome a Annapolis. Pero ambos sabemos que
sería un completo desastre como… novia de un político. No encajo. Y no
creo que te guste el cambio que tendría que hacer para encajar.
Tiene razón y odio eso. Scarlett se inclinó hacia mí, su brazo desnudo
rozó mi antebrazo.
—Esto es una mierda —dije escuetamente.
—Pero no tiene por qué serlo —insistió. Me rodeó el brazo con una
mano delgada y apretó.
»Que no encajemos permanentemente no significa que debamos tirar
por la borda el resto de nuestro tiempo juntos. Me encanta estar contigo,
Devlin. Y voy a atesorar estos recuerdos por el resto de mi vida. También
probablemente me haga lesbiana porque ningún hombre va a estar a tu
altura en la cama.
310
Me reí, aunque no quería. Scarlett tenía ese efecto en mí y me pregunté
cómo en unas pocas semanas había pasado de preguntarme cómo
podría armar los pedazos de mi vida a desear pasar el resto de ella con
una chica sexy de cabello castaño que podía beber más que yo.
—Sólo quiero aprovechar al máximo nuestro tiempo juntos. ¿De
acuerdo?
¿Cómo podría cualquier hombre del mundo mirar en la profundidad
gris de esos ojos y decir que no?
—De acuerdo, Scarlett.
Me sonrió, y parte del hielo de mi pecho se derritió.
Desayunamos en el mismo lado de la cabina, aislados del resto del
restaurante, e hicimos planes para el resto de la semana. Me sentía más
ligero que cuando llegamos, pero la idea de una vida sin Scarlett aún me
dejaba un vacío.
Caminé detrás de ella hasta la puerta y esperé su ritual casual con el
cartel de desaparecida. Tal como Scarlett lo había dicho, como un
Bootlegger adoptivo, me habían adoctrinado en las teorías,
conspirativas o no, cada vez que ponía un pie en el pueblo.
Vi el titubeo en su paso, la ligera pausa, antes de que Scarlett pasara
por alto el cartel y empujara la puerta principal con la mirada al frente.
«Raro».
Nunca la había visto simplemente salir por la puerta. Me detuve y me
quedé mirando el cartel.
—Vamos, Dev —dijo Scarlett, con la voz apretada—. Te llevaré de
vuelta antes de ir a trabajar.
311
Capítulo 42
Devlin
Ojeé los estantes de la tienda de comestibles y consulté mi lista,
frunciendo el ceño al ver la letra de Jonah. Esta noche iba a cocinar para
Scarlett. Jonah me había dado un menú rico en proteínas que hasta un
idiota podría hacer. Miré las ofertas de pechugas de pollo. Estaba
demasiado distraído para elegir las adecuadas.
—Si sigues mirando así a esos pollos, todos se levantarán y saldrán
volando —dijo Opal Bodine. Llevaba un overol sobre su alta y delgada
figura y el pelo corto y oscuro recogido bajo una gorra.
312
Relajé el rostro y le ofrecí una sonrisa.
—Cocinar me estresa —dije con desgana.
—Por eso hacen comida para llevar —dijo Opal con un guiño. Cogió
un paquete de muslos de pollo y los metió en su cesta—. ¡Nos vemos en
el partido!
No había jugado ni una entrada más con los Cresta de Polla de
Bootleg. La resaca no merecía la pena. Pero había asistido a unos cuantos
partidos desde entonces y me había mantenido bien hidratado.
Empujé el carrito por el pasillo, pasando a la parte de especias de la
lista de Jonah, y mi mente volvió a pensar en Scarlett.
Como abogado, había desarrollado un cierto sentido para saber
cuándo la gente me estaba ocultando algo. Como político, ese sentido se
afiló tanto como una navaja. Scarlett me estaba ocultando algo. Algo que
la había puesto tensa y nerviosa. Algo que la mantenía tan atada a su
propia mente que se había alejado de mí.
¿Era asunto mío? Me pregunté, cogiendo un frasco con tomillo y
echándolo al carro. Scarlett, a todos los efectos, habrá roto conmigo en
cuanto regresé a Annapolis. Estaba convencida de que sería un estorbo
para mí, para mis ambiciones y yo no entendía cómo había llegado a esa
conclusión o por qué no había exigido al menos hacer alguna concesión.
Sí, la gente había hablado durante y después de la barbacoa. Sin
embargo, muy poco había sido negativo. Ella era refrescante, honesta e
interesante. Eso la hacía destacar.
¿Por qué no intentamos lo de la larga distancia al principio? O por qué
no me había exigido que lo dejara todo y me mudara aquí. Tenía que
admitir que al menos lo consideraría. Scarlett me hacía feliz de una
manera que nunca había experimentado, pero ella estaba empeñada en
la idea de que era mala para mí.
Su comportamiento había cambiado incluso antes de la barbacoa. 313
Pensé en el día en casa de su padre. Me pregunté si me había perdido
algo.
Cogí un frasco con romero seco y lo comparé con las ramitas frescas
que Jonah había puesto en la lista.
—¿Cuál es la maldita diferencia? —murmuré.
—El que está en la bolsa de plástico es fresco. El otro está seco, lo que
le da un sabor fuerte con menor cantidad.
—Hola, June —dije, volviendo a colocar la hierba en el estante.
—Hola. —Cogió un bote de eneldo y lo echó en su cesta.
—¿Sabes mucho de cocina? —pregunté, entablando una conversación
trivial.
—Sé mucho sobre muchos temas.
—Bueno, hola guapo —ronroneó alguien detrás de mí.
Me giré y encontré a Misty Lynn con unos pantalones cortos que se
considerarían indecentes en un club de striptease y una camiseta que
mostraba el vientre. Llevaba un paquete de chicles Nicorette y una caja
de tinte rubio platino en el carrito.
—Hola, Misty Lynn —dije llanamente. Pasara lo que pasara entre
Scarlett y yo, no iba a enredarme en la telaraña que estuviera tejiendo
Misty Lynn.
—¡Y mira! Es el robot favorito de Bootleg, JuneBot. —La sonrisa de
Misty Lynn se convirtió en una mueca.
June suspiró a mi lado. Ignoró a Misty Lynn y cogió un bote de
pimienta de limón de la estantería.
—Espero que no te esté molestando —me dijo Misty Lynn en un
susurro teatral—. No es buena con la gente. Creo que está en el E-S-P-E-
C-T-R-O.
Parpadeé, tratando de procesarlo. 314
—Se refiere al espectro —me dijo June—. Afirma que me han
diagnosticado una forma de autismo, cuando en realidad sólo se siente
amenazada por mi intelecto superior. Mientras sopesaba las ofertas de
becas universitarias en el penúltimo año del instituto, Misty Lynn
ofrecía sexo oral a cambio de sobresalientes.
June no parecía de las que mienten. Y, a juzgar por el ceño fruncido
de Misty Lynn, acababa de decir la verdad.
—¡Eso es una sucia mentira, June Tucker! ¡Retira lo dicho!
June parecía perpleja.
—El señor Hower, el profesor de trigonometría, fue despedido por tu
relación con él. ¿No recuerdas? La señora Hower pidió el divorcio…
—¡Cállate la boca ahora mismo! ¿Me oyes? —Misty Lynn clavó una
uña morada en el pecho de June.
Me interpuse entre ellas.
—¿Por qué no nos tomamos un respiro? —sugerí antes de que Misty
Lynn fuera a por los ojos de June con esas garras.
El rostro de Misty Lynn se transformó y empezó a coquetear. Un
camaleón social.
—No le hagas caso a Juney. No está bien de la cabeza, si sabes a lo que
me refiero. —Dibujó, girando un dedo alrededor de su oreja—. Sabes,
Devlin. Me gustaría conocerte mejor. —Bajó las pestañas en un guiño
digno de una sirena de película.
Me aclaré la garganta. ¿Qué les pasaba a las mujeres esta semana?
—Estoy con Scarlett —le recordé. Por temporal que fuera, estaba
comprometido con nuestra relación.
Y Misty Lynn me aterrorizaba.
Hizo un puchero.
—Solo estoy siendo amable —me aseguró, pasándome las uñas por el 315
antebrazo.
«Joder». Esta vez no estaba Scarlett para sacarme del apuro.
Aparté la mano de Misty Lynn de mi brazo y la dejé caer.
—Mira, Misty Lynn, simplemente no me interesas.
—¿No te intereso? —Tenía la boca tan abierta que podía verle la encía.
Por lo visto, no le solían decir «no me interesas».
Ignoré mi necesidad de suavizar el golpe.
—Así es. No me interesas. Ahora, ¿qué tal si seguimos con nuestras
compras?
Misty Lynn fulminó con la mirada a June, quien la miraba fijamente.
—¿Qué demonios estás mirando? —siseó, golpeando el hombro de
June mientras pasaba furiosa.
—Una mujer que parece incapaz de captar una indirecta —dijo June
rotundamente.
Me pellizqué el puente de la nariz y esperé que la burla no la hiciera
volver. Pero Misty Lynn se limitó a mirarnos por encima del hombro y
se marchó dando pisotones, con las chanclas golpeando el suelo de
baldosas.
Entre Scarlett, Johanna y Misty Lynn, había tenido mi ración de
teatralidad alimentada por estrógenos durante la semana.
—Adiós —dijo June bruscamente y se marchó, dejándome solo con
mis hierbas y especias.
Terminé el resto de la compra y evité con éxito cualquier otro contacto
humano innecesario hasta el cajero.
Marge, como rezaba su etiqueta, escaneaba y embolsaba alegremente
mientras mantenía una sesión de chismes con cada cliente. Yo incluido.
Mi mirada se desvió hacia el cartel de desaparecida que colgaba bajo 316
la luz de su caja registradora. Asentí con la cabeza, medio escuchando
las últimas noticias sobre una pelea entre el trío de banjo formado por el
alcalde, el jefe de policía y la señora Morganson, la profesora de tercero.
Marge siguió mi mirada.
—Qué pena, ¿verdad? —dijo. Así empezaban todas las
conversaciones sobre la desaparición de Callie—. En un par de semanas
se cumple el aniversario de su secuestro y asesinato. Su padre ha vuelto
al pueblo al menos por un tiempo. Es juez, pero suele pasar aquí más o
menos un mes en verano. ¿Qué crees que le ha pasado? —preguntó
Marge alegremente.
Abrí la boca para contestar cuando el texto me llamó la atención.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Capítulo 43
Devlin
Conduje a casa aturdido mientras mi mente le daba vueltas a todo.
«La última vez que se le vio llevaba pantalones cortos de lona y una
chaqueta roja de punto».
Scarlett había encontrado una chaqueta roja de punto escondida entre
las cosas de su padre. Una chaqueta que identificó como de Callie. Poco
después del descubrimiento, Scarlett había alegado agotamiento y la
llevé a casa. Luego no la había vuelto a ver en dos días. Cuando por fin 317
volvió, fue con la idea de que éramos demasiado incompatibles para que
esta relación funcionara más allá de un verano en Bootleg.
Golpeé el volante con frustración.
Me había hecho a un lado. Me había ocultado algo enorme cuando yo
era la persona que podía ayudarla. Si esa chaqueta era la que Callie
Kendall había llevado por última vez, a los Bodine les vendría bien un
abogado. Habría una investigación. La prensa se abalanzaría sobre un
nuevo avance en un caso sin resolver como este. Ese tipo de atención se
extendería a todo, convirtiendo sus vidas privadas en un circo público…
«Y por eso estaba terminando las cosas conmigo».
Me detuve en la entrada y recosté la cabeza contra el asiento.
No había ni rastro del alguacil ni de ningún otro agente de la ley en la
puerta de al lado y si Scarlett hubiera denunciado la chaqueta, estaba
seguro de que se habría corrido la voz como el fuego. Sólo podía
suponer que había decidido guardarse el descubrimiento para sí
misma… quizá también para sus hermanos.
Tenía muchos sentimientos al respecto. Conflictivos. Scarlett no
confiaba en mí para hacerme partícipe. Y no iba a dejar que eso me
impidiera ayudarla.
Llevé la compra dentro y la guardé. Cogí agua, mi portátil y una
libreta de notas y me instalé en el pequeño despacho de Estelle. La
investigación era una de mis obsesiones. Me encantaba encontrar
respuestas.
Empecé por los artículos originales sobre la desaparición. Los
artículos eran en su mayoría locales al principio y luego se extendieron
por todo el país a medida que las horas se convertían en días y los días
en semanas. Compartían la misma información una y otra vez. Las
últimas personas que la vieron fueron unos amigos adolescentes que se
habían reunido en el lago, en una playa rocosa frecuentada a menudo
por los lugareños en la cálida noche de julio. 318
Los testigos, algunos de los cuales he conocido, como Nash, Misty
Lynn y Cassidy Tucker, dicen haberla visto caminar de vuelta al pueblo
por la calle Aguardiente. Según sus padres, el juez y la señora Kendall,
Callie nunca regresó a su casa en el paseo Bares Clandestinos, frente al
lago.
Imprimí un mapa y señalé su posible recorrido. La playa de la que se
había ido estaba a menos de doscientos metros de la casa de los Bodine,
pero habría caminado en dirección contraria hacia el pueblo,
manteniendo el lago a su izquierda mientras viajaba hacia el oeste.
Llevaba una chaqueta de manga larga en una calurosa noche de
verano. Lo cual me pareció extraño. ¿No solía hacer suficiente calor para
prescindir de la chaqueta? La curiosidad me llevó a buscar imágenes.
Todas las fotos mostraban a una chica joven y guapa con una sonrisa
tímida que siempre llevaba manga larga. Tomé nota de nuevo y pasé al
siguiente hilo del que tirar.
Me di dos horas para empaparme de todo lo relacionado con la
desaparición de Callie. Tropecé con un foro de teorías conspiratorias
sobre la desaparición. El peligro de adentrarme mucho en ellas era real,
pero hice una lista de todos los sospechosos que nombraban los
miembros del foro. Era una lista corta y no incluía a Jonah Bodine padre
ni a ninguno de los chicos Bodine. Necesitaba saber quién había sido
investigado, entrevistado. Necesitaba acceso a esas notas.
Golpeé un ritmo con el bolígrafo en la libreta ahora llena de notas.
Había una persona en la que Scarlett confiaba implícitamente y era la
misma persona que podía conseguirme información. Me debatí durante
diez minutos, sopesando lo enfadada que Scarlett se pondría conmigo
por hacer la llamada y lo que podría descubrir si la hacía.
No quería mi ayuda, pero la iba a tener.
319
339
Capítulo 46
Scarlett
De todas las cosas de mierda que podían pasar en un día de mierda,
tenía que recibir un mensaje de Clarabell diciendo que sentía oír que
Devlin se iba del pueblo y luego tuve que entrar a Moonshine y ver a
Devlin hablando con el padre de Callie. El hombre que estaba a punto
de descubrir que mi padre era una persona de interés en el caso de
desaparición de su hija.
Tragué con fuerza y Devlin cruzó el suelo de baldosas blancas y
negras hacia mí.
340
—Hola —dijo en voz baja.
Quería caer en sus brazos y apretar la cara contra su pecho. Había
pasado la mayor parte de la noche enseñándole a Cassidy y luego al
alguacil Tucker dónde había encontrado la chaqueta. Una hora después,
mis hermanos y yo íbamos a presentar un frente unido en la comisaría
para que nos tomaran declaración.
Jonah Bodine padre era oficialmente una «persona de interés». Y
aunque nuestros nombres se mantenían al margen del papeleo, era
cuestión de tiempo para que los investigadores forenses destrozaran la
casa de mi padre y la noticia se extendiera por todas partes.
Devlin McCallister necesitaba alejarse lo más posible de mí.
—¿Tienes un minuto? —pregunté, metiendo las manos en los bolsillos
traseros.
—Por supuesto —dijo—. Mis padres están aquí. ¿Quieres conocerlos?
Sacudí la cabeza y sentí que la cola de mi pelo me rozaba la espalda.
—Ahora no es un buen momento —no mentía.
Salimos a la acera bajo el cálido sol de la mañana.
—Clarabell me mandó un mensaje y me dijo que te ibas hoy —le dije.
Devlin abrió la boca, pero le corté con un gesto de la mano.
—Creo que es bueno que te vayas. Deberías irte. —le dije. Se me
revolvió el estómago y sentí cosquillas en los ojos.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó lentamente.
Asentí con la cabeza.
—Ambos sabíamos que esto era temporal y ahora estás mejor. Sería
una tontería que te quedaras aquí. —Las palabras salieron
apresuradamente. Tenía que hacer que se fuera antes de que se enterara,
antes de que lo supiera. No podía soportar la idea de que me mirara
como si fuera la hija de un asesino. Moriría si el lío de mi familia dañaba 341
su reputación.
—Scarlett, no hay ninguna razón por la que tenga que irme hoy —
empezó—. Si me necesitas para algo, quiero estar aquí para ti.
Siempre tan bueno. Maldita sea. Lo estaba echando a la calle y él se
ofrecía a quedarse conmigo. Probablemente pensó que soy un caso para
el loquero después de los últimos días. Todo se había salido de control.
Si Devlin no dejaba Bootleg ahora, terminaría en medio de este lío
conmigo.
—No necesito nada, Dev. Me has hecho divertirme más de lo que lo
he hecho en mucho tiempo. —Extendí la mano y le acaricié la
mandíbula, sintiendo la barba erizada contra mi palma—. Espero que
conserves la barba —susurré.
—¿Eso es lo que quieres? —me preguntó, y su mano serpenteó hasta
sujetarme la muñeca.
—Es lo que acordamos —dije, eludiendo la verdad. Quería a Dev aquí
conmigo. Quería apoyarme en él, pero eso era egoísta. Alguien tenía que
velar por el bienestar de Dev. Y si una carrera en la política, una vida en
el centro de la atención era lo que quería. Eso es lo que me aseguraría de
que obtuviera.
Me soltó la muñeca, con una expresión ilegible. No pude evitar
extender la mano y pasar las palmas por su ancho pecho.
—No puedo hacer las maletas e irme —dijo—. ¿Qué pasa con Jonah?
La casa de mi abuela…
—A la abuelita Louisa le parecerá bien que Jonah se quede. Ella confía
en mi juicio.
Vi la mandíbula de Devlin apretarse una vez y luego relajarse.
—Esto es lo que habíamos planeado desde el principio —le recordé—
. Pasarlo bien y despedirnos amistosamente.
—Pensé que nos despediríamos de otra manera —admitió Devlin. 342
Le guiñé un ojo descaradamente.
—¿Desnudos, quieres decir?
—Bueno. Sí. Una cena romántica en la terraza viendo la puesta de sol
—dijo, trazando el dorso de sus nudillos sobre mi mejilla—. Una buena
botella de vino. Velas.
Me estaba fundiendo con él cuando lo que necesitaba era alejarme.
Dejé que mis dedos se clavaran en su pecho.
—Gracias por todos los orgasmos —dije, desesperada por parecer
relajada.
Vi un destello de diversión y tristeza en sus ojos marrones, y luego
deslizó sus manos alrededor de mi cintura.
—Gracias por un verano inolvidable —susurró.
Acorté la distancia entre nuestras bocas y lo besé con ansia. No era
una dulce despedida. Era desesperación, una necesidad insatisfecha.
Sentí cómo se engrosaba y endurecía contra mi vientre. Dios, lo deseaba.
Pero no por última vez. Lo quería cada noche para siempre. Estaba
segura de que nadie más me haría sentir como Devlin Brooks
McCallister y en ese momento, casi odié un poco a mi padre.
—Hay un callejón a dos metros de aquí —dijo Devlin, echándose
hacia atrás, con la respiración agitada.
Me reí sin aliento.
—Esa no es una buena idea.
—Sí, claro. Mis padres podrían pillarnos —dijo echando un vistazo a
la ventana de la cafetería. La mitad de los clientes tenían la nariz pegada
al cristal.
—¡Oh, por el amor de Dios! Siéntense y desayunen—grité.
Mona Lisa McNugget, la gallina mascota oficial de Bootleg, pasó 343
pavoneándose picoteando la tostada que el personal de Moonshine le
dejaba todas las mañanas.
—Voy a echar de menos este lugar —dijo Devlin, saludando a la
señora Morganson a través de la ventana.
—Míranos siendo tan civilizados —dije—. Debes haberte contagiado
de mí.
Devlin pasó sus dedos por mi coleta.
—Creo que nos contagiamos mutuamente.
—Eso espero —susurré. Él estaba recuperado. Eso era seguro. Se
había ido el hombre sombrío y ansioso que había llegado a Bootleg. En
su lugar había un hombre fuerte, inteligente y capaz, que más le valía
no aguantar mierda de nadie o tendría que localizarlo y darle otra
lección.
—Dev, prométeme que no volverás con Johanna —le dije—. Sé que no
es justo tratar de dictar con quién sales y con quién no, pero ella no es
buena para ti. Puedes estar con alguien mejor.
—Ya lo he hecho, Scarlett.
344
Capítulo 47
Scarlett
—Si no tienen más preguntas para mis clientes, les dejaremos hacer
su trabajo. —Jayme, nuestra abogada sorpresa, era un tiburón con un
elegante traje de pantalón y tacones altísimos. Casi nos había abordado
a mis hermanos y a mí al entrar en la comisaría, afirmando ser nuestra
representante. Jayme ya había sido informada de nuestra situación y
afirmó que un amigo le había pedido un favor. Supuse que era el
alguacil Tucker preocupado por nosotros, los Bodine. Los viejos hábitos
eran difíciles de romper. 345
El alguacil Tucker intercambió una larga mirada con el detective de
homicidios que había llegado para meter las narices en el caso. Las
profundas líneas en el rostro del detective Connelly reflejaban sus años
de experiencia.
—Haremos todo lo posible por mantener los nombres de sus clientes
fuera de este lío —prometió el alguacil Tucker—. Pero con los forenses
revisando la casa de su padre, es sólo cuestión de tiempo que todos los
entrometidos de la zona de los tres condados lo sepan.
Gibson se removió en su silla, no más contento que yo de que un
equipo de investigadores arrasara la casa de nuestra infancia.
—Agradecemos todos los esfuerzos que hace para garantizar la
privacidad de mis clientes. —dijo Jayme, fría como las mascarillas de
pepino para los ojos en Bootleg Springs Spa.
Seguí su ejemplo y me levanté mientras ella preparaba su maletín.
—Caballeros —dije, saludando con la cabeza al alguacil que conocía
de toda la vida. Su bigote se crispó y supe que esto era tan duro para él
como para nosotros.
Cassidy se paseaba por la puerta y me agarró por los tirantes de la
camiseta.
—¡Estuviste ahí dentro una eternidad, joder!
—Disculpe, oficial. Mis clientes y yo ya nos íbamos. —Jayme me sacó
del agarre de Cassidy y me llevó por la puerta trasera de la comisaría,
donde nuestra abogada había ordenado a Gibson que aparcara en el
callejón—. Tenemos una reunión —anunció—. ¿Adónde podemos ir?
—Podemos ir a mi casa —suspiré.
—Te seguiré. —Jayme se deslizó tras el volante de un pequeño y sexy
vehículo crossover.
Me subí al asiento trasero detrás de Bowie.
346
—Bueno, ha sido divertido —dijo Jameson.
—Hicimos lo correcto —dijo Bowie—. El padre de Callie tiene derecho
a saber, ¿y quién sabe? Quizá aparezcan pruebas que los lleven al
verdadero asesino.
Los ojos de Gibson encontraron los míos en el espejo retrovisor.
Ninguno de los dos dijo nada. Era una tregua provisional.
—No puedo creer que hayas ido a ver a Cassidy a mis espaldas —dije,
dándole una palmada en la cabeza a Bowie.
—¡Ay! ¿De qué estás hablando? Dijo que tú fuiste a buscarla.
Me incliné sobre el asiento y agarré a mi hermano con fuerza.
—¿Estás diciendo que no se lo dijiste? —exigí, aplicando la presión
suficiente para que se sintiera incómodo.
—Gibs, te voy a matar por enseñarle esto —jadeó Bowie.
—¡Júralo, Bow! Jura que no se lo dijiste a Cassidy —gruñí.
Me dio una palmada en el brazo.
—No le dije una maldita palabra a nadie.
—¿Escribiste una carta sin firmar? ¿Hiciste una llamada anónima?
¿Contrataste a un piloto de avioneta para que paseara un rótulo por el
cielo? —presioné.
Su cuello se estaba volviendo de un tono frambuesa intenso.
—Jesús, Scar. Te juro que no se lo dije a nadie.
Lo solté y me senté para mirar a Jameson. Levantó una mano antes de
que pudiera atacarlo por el costado.
—Tampoco fui yo.
Todas las miradas se deslizaron hacia Gibson.
—A mí no me miren. Llevo tres días encerrado en el taller. Ni siquiera
he visto la chaqueta.
—¿Ninguno de ustedes habló?
347
Gibson giró en la entrada a mi casa.
—¿Cómo sabemos que no se lo dijiste?
—¡Se lo «dije», pero sólo porque ella ya lo sabía!
Jayme se detuvo junto a nosotros y no pude evitar mirar al lado. El
auto de Jonah estaba en la entrada, pero no había ni rastro del de Devlin.
¿Se había ido ya? ¿De verdad había desaparecido de mi vida, así como
así? Era lo que tenía que hacer, lo que debía hacer. Pero… ¿por qué
aquella entrada medio vacía me golpeó como un puñetazo en las tripas?
—Bonito lugar —dijo Jayme, quitándose sus gafas de sol de diseñador
y estudiando mi cabaña. No sabía si estaba siendo sincera o sarcástica.
—Entren todos —dije, abriéndome paso.
Puse el café y serví vasos de agua helada mientras Jayme ordenaba
sus carpetas en la mesa del comedor.
—Bien, así está el asunto —dijo, entrando en materia—. La chaqueta
está siendo enviada a pruebas forenses. Los resultados tardarán
semanas en llegar, así que es un pequeño respiro. Sin embargo, el equipo
de investigación de la escena del crimen ya ha empezado con la casa de
tu padre. El alguacil y el detective Connelly han acordado referirse a
todos ustedes sólo como «testigos» en cualquier declaración oficial y
papeleo. Pero crecí en un pueblo pequeño y sé lo rápido que corren las
noticias. No comenten nada con nadie —dijo—. ¿Entendido?
Asentí y Jayme se centró en mí.
—Eso incluye a tu amiga policía.
—Cassidy es de confianza —argumenté—. Ella está de nuestro lado.
—No digas nada a nadie —enunció Jayme tajantemente—. Esto es
ahora un asunto policial y no quiero que se enreden más en esto.
Ninguno de ustedes es sospechoso. Ninguno de ustedes es culpable de
las posibles acciones de su padre o padres. Dicho esto, nombrarán a
Jonah Bodine como persona de interés. Eso, más la chaqueta, cuando se
348
filtre, y se filtrará, hará que los medios los persigan como pulgas.
Mis hermanos y yo nos miramos.
—De acuerdo —dije—. ¿Qué más?
Jayme consultó las notas que había garabateado durante nuestra
entrevista formal.
—No se acerquen al juez Kendall. Sé que viven en un pueblo del
tamaño de una manzana, pero no hablen con él, no intenten defender a
su familia y, por el amor de Dios, no se disculpen.
Evitar a alguien en Bootleg era tan fácil como acabar un maratón con
una sola pierna.
—Si se sienten amenazados por alguien, acudan a la policía —
continuó Jayme.
Resoplé.
—¿Por quién exactamente nos sentiríamos amenazados?
—El juez Kendall. Medios demasiado entusiastas. Ciudadanos
borrachos.
Gibson puso los ojos en blanco.
—Podemos manejarlo.
—No digo que no puedan —dijo Jayme—. Digo que su familia no
necesita más problemas legales en un futuro próximo.
Me reí débilmente.
—Supongo que no pueden empezar más peleas en el bar.
Jayme rodó los hombros.
—Dios, odio los favores —murmuró.
349
359
Capítulo 49
Scarlett
Cuando Cassidy me llamó, me encontraba a quince kilómetros de
Annapolis a toda velocidad.
—Pequeña metedura de pata —dijo.
—¿Qué? —pregunté, dejando el bocadillo que había estado inhalando
mientras conducía.
—Devlin no está en Annapolis.
360
—Bueno, ¿dónde diablos está? —pregunté.
—Está en casa de la abuelita Louisa.
—¡Qué diablos dices! ¿Volvió y ni siquiera me «llamó»?
Tiré el teléfono al asiento del copiloto y retorné tan deprisa que casi
dejo el culo de mi camioneta en la cuneta. Grava y barro volaron, y luego
yo estaba volando de nuevo a Bootleg.
—¡Ese hijo de puta volvió sin decir una palabra! —Eché humo. Iba a
matarlo y luego a decirle que lo amaba tanto que me dolía respirar sin
él en mi vida, pero definitivamente lo mataría primero.
Devlin McCallister iba a sentir la ira Bodine.
Me preparé para mi segundo combate de la noche y prometí que nadie
lo interrumpiría hasta que me declararan vencedora.
A juzgar por los autos que había en mi entrada, la hoguera seguía en
pleno apogeo. Evité mi casa y me metí en el camino de entrada de la
abuelita Louisa, detrás de la camioneta de Devlin. No tendría
escapatoria.
Accioné el freno de emergencia y apagué la camioneta, dejando las
llaves en el contacto. ¿Devlin había vuelto y no había llamado, enviado
un mensaje de texto o aparecido desnudo y suplicando en mi porche?
Era hombre muerto.
Fui por detrás porque así es como funcionaban los ataques furtivos.
No sería como Johanna tocando el timbre como se debe. Oh, diablos no.
Lucho sucio y juego sucio. Me quité los tacones y subí trotando las
escaleras de la terraza que había renovado hacía sólo unas semanas. Al
menos no tuve que preocuparme por las astillas antes de hacer valer mi
justicia por sus pelotas.
Las luces estaban encendidas y resté aún más puntos a Devlin tras
darme cuenta de que no estaba en la terraza suspirando por mí. Se
merecía una patada en las pelotas. Maldición. Debería haberme dejado
los zapatos puestos. Eran puntiagudos. 361
Tenía la cabeza tan llena de vapor que casi me paso a través de la
puerta mosquitera antes de darme cuenta de que no era Devlin sentado
en la silla con los pies en alto. Era la abuelita Louisa.
—Gracias de nuevo por venir a rescatarme, Devlin cariño —dijo.
Dirigí una mirada láser imaginaria al hombre que le ajustaba el
banquito para los pies. No parecía demacrado ni deprimido.
Simplemente parecía estúpidamente guapo.
¿Quizá si le estropeara un poco la cara no sería tan guapo?
—Me alegro de que hayas llamado, Abue, pero no puedo quedarme.
Mamá vendrá mañana por la mañana para ayudarlas a ti y a Estelle.
Estelle, una negra esbelta de pelo plateado y voz de aleluya, asomó la
cabeza en el salón. Llevaba una sartén de hierro fundido en la mano.
—No sé por qué nos tratas como si fuéramos dos viejas —anunció.
—Bueno, una de ustedes se cayó de una góndola en Venecia y se
rompió el pie —dijo Devlin secamente.
—Calla, Estelle —dijo la abuelita Louisa, haciendo un gesto a su
novia. Devlin pareció perderse el guiño que le envió a su compañera,
pero yo lo capté perfectamente. La abuelita Louisa no tramaba nada
bueno.
—A ver, hijo mío, ¿por qué tienes tanta prisa por volver a algo que te
hace tan miserable?
Mi culo se animó con eso. Miserable era bueno. Muy bueno.
—No soy miserable —dijo ese imbécil—. Tengo una
responsabilidad…
La abuelita Louisa le interrumpió haciendo un prolongado ruido de
pedos con la boca.
—¿Quieres a la chica o no?
362
Se me congelaron los pies. No podría haberme movido, aunque lo
hubiera intentado.
Devlin, el imbécil en potencia, se dejó caer en la silla frente a la
abuelita Louisa. Su expresión melancólica no me proporcionó las
palabras que ansiaba oír.
—Has pasado cincuenta minutos de cada hora desde que llegaste
deprimido en la terraza y mirando a través del bosque en su dirección.
¿La amas?
—Ella no confía en mí. No me pidió que me quedara y ahora está
organizando una fiesta.
—Eso no significa que no la quieras y que ella no te quiera. Significa
que son jóvenes y tontos.
Lo vi entonces. El dolor de mi corazón se reflejaba en la cara sexy de
Devlin. Le dolía por mí. Me extrañaba. Me amaba.
«Por nada del mundo» iba a dejar que él lo dijera primero. Quería ese
honor… y poder echárselo en cara el resto de nuestras vidas.
En mi prisa por gritar las palabras primero, me olvidé de la puerta
mosquitera que había sustituido después de que mis hermanos la
destrozaran. Me abalancé sobre ella, tropecé, la arranqué de sus raíles y
la estrellé contra el suelo del salón. Se estrelló contra la madera,
arrugada y destrozada como mi corazón.
Devlin se levantó de la silla con cara de asombro y tal vez un poco de
miedo.
—Te amo —grité.
La abuelita Louisa parecía un poco sorprendida. Estelle reapareció y
se quedó boquiabierta ante la evidencia de mi espectacular entrada.
—Habla más alto, cariño. No creo que te haya oído —insistió Estelle.
Abrí la boca para volver a hacer mi proclama, pero Devlin levantó una
mano. 363
—Creo que todos hemos oído a Scarlett —dijo secamente. Me miró a
la cara y vi que la nuez de Adán se le agitaba en la garganta.
La abuelita Louisa se agachó y abrió el velcro de su bota. Se la quitó
de una patada y se levantó de un salto, ágil como una cuarentona.
—Nuestro trabajo aquí ha terminado, Estelle. ¿Por qué no vamos a
The Lookout a tomar una ronda de místicas moonshine?
Estelle tiró el paño de cocina al suelo.
—Me parece bien. Me pondré mis pantalones de beber.
Salieron a toda prisa de la habitación, dejándonos a Devlin y a mí
mirándonos fijamente.
—Rompiste la puerta de la abuela —dijo en voz baja.
—También anuncié que estoy enamorada de ti —señalé por si se había
perdido el anuncio.
—Hasta luego —dijo la abuelita Louisa mientras ella y Estelle salían
riendo por la puerta principal.
Reinaba el silencio. Oía cómo el corazón me latía en el pecho. Devlin
avanzó hacia mí y no se detuvo hasta que me puso las manos en las
caderas. Se inclinó hacia mí y pensé que podría avergonzarme y
desmayarme sobre él. Mi cuerpo lo había echado de menos como al
sol… o a la cerveza. Me había engañado al pensar que podía alejarme de
él y estar bien.
Estaba de todo menos bien.
—Una vez más —susurró, su pulgar rozando mi labio inferior, y sentí
el contacto en cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
—Yo, Scarlett Rose Bodine, te amo, Devlin Brooks McCallister y eres
un maldito idiota si crees que voy a dejar que te vayas otra vez sin mí.
—Me dejaste, ¿recuerdas?
—No dije que fueras el único idiota —argumenté. 364
—Fuiste una idiota —estuvo de acuerdo—. Y me fui sin decirte lo que
siento —dijo, acercándome lo suficiente como para que cada centímetro
de mí lo tocara.
—¿Y cómo te sientes exactamente? —le pregunté.
—Como que sin ti hubiera pasado toda mi vida sabiendo que me
estaba perdiendo algo especial. Como si me hubiera alejado de la única
mujer que he amado porque soy un idiota.
—Sigue hablando —le insistí.
—Volví a casa, a ese condominio estéril. Asistí a media docena de
almuerzos, cortes de cinta y recaudaciones de fondos. Fue un asco. Eres
el color, la música y el sabor de mi día. Y no vale la pena arrastrarse
fuera de la cama por la vida sin ti. Te amo, Scarlett. Te amo, y será mejor
que te lo metas en tu dura cabeza de Bodine.
Mi respiración se agitó al inhalar y se atascó en mi garganta.
—¿Qué hacemos al respecto?
—Tengo algunas ideas —dijo, con una lenta sonrisa curvando las
comisuras de sus labios.
—Me parece muy bien —respiré—. ¿Pero tenemos que hablar de tu
abuela fingiendo una lesión para traerte de vuelta al pueblo?
—Tenemos que hablar de ¿por qué no me contaste lo de la chaqueta
de Callie?
—Tenemos que hablar ¿del lío en que se va a convertir tu vida si
empiezas a salir con una chica en medio de una investigación de
asesinato?
—Tenemos que hablar de ¿por qué ni siquiera me diste la opción de
quedarme o irme?
Me mordí el labio. Sí, teníamos mucho de qué hablar y quizá incluso
disculparnos, cosa que no me entusiasmaba en absoluto.
365
—¿Por qué no dejamos todo eso para después? Puede esperar, ¿no?
—Sí, puede esperar —aceptó.
Resonó el estruendo de la música en la puerta de al lado y Devlin
sacudió la cabeza.
—Igual que la primera noche que te conocí.
—No del todo —le dije, metiéndome la mano en el pelo y soltando las
horquillas. Me dejé caer el pelo por la espalda y le cogí de la mano—.
Vamos.
Corrimos de noche por el estrecho sendero que atravesaba el bosque.
Cuando llegamos al otro lado, la multitud nos aclamó.
—¡Me encontré un hombre! —grité.
Devlin me echó al hombro y corrió hacia la camioneta de Buck, junto
al fuego. Me puso con los pies sobre la plataforma de la camioneta.
—Que alguien le traiga una cerveza a la señorita —dijo.
Alguien me puso una cerveza en la mano. Me incliné hacia delante y
subí a Devlin a mi lado en la plataforma de la camioneta.
—Damas y caballeros —dije—. Dedico esto a todos ustedes.
Devlin también levantó una cerveza. Vi a mis hermanos entre la
multitud levantando sus bebidas. Jonah estaba entre Bowie y Jameson.
Inclinó su cerveza en mi dirección.
Devlin y yo chocamos las latas y, a la cuenta de tres, empezamos a dar
tragos.
366
Capítulo 50
Scarlett
Horas más tarde, Devlin y yo estábamos bailando lentamente en mi
patio trasero, la fiesta seguía fuerte a nuestro alrededor.
—Siento lo de la puerta corredera de la abuelita Louisa —dije.
—Perdona. ¿Acabas de disculparte? —preguntó Devlin fingiendo
conmoción.
—Pensé en empezar con una de las cosas más pequeñas e ir subiendo.
367
—Me lo estoy tomando con calma —bromeó.
—Hay mucho de lo que tendremos que hablar, Dev. Medio pueblo
cree que mi papá lo hizo. Cuando se sepa lo de la chaqueta, nada será
igual. Los medios estarán respirando en nuestras nucas. —Necesitaba
que conociera los riesgos. Que los entendiera y que aun así me eligiera.
—Sabes, es bueno que tu novio sea abogado. Es aún mejor que haya
estado pensando en abrir su propio bufete en Virginia Occidental.
Jadeé.
—¿Hablas en serio? ¿No te odiarán tus padres?
—En realidad están amargamente decepcionados.
—¿Ya se los has dicho?
—Scarlett, regresé, pero una parte de mí nunca se fue de aquí. Tú eres
lo que quiero. Que Dios me ayude, pero Bootleg es lo que quiero.
—Tengo que enseñarte algo —anuncié.
—¿Está debajo de ese vestido?
No estaba precisamente complacido cuando lo aparté de mi casa y de
mi cama y me dirigí a mi camioneta en su lugar. Pero tenía una idea
cojonuda y no quería perderla en una nube de lujuria.
—Merece la pena esperar. Te lo prometo.
Devlin me cogió la mano libre mientras lo dirigía hacia nuestro
destino. Sólo había una cosa que deseaba más que tenerlo desnudo y
debajo de mí y era importante.
Me desvié por la carretera y me detuve junto al descascarillado cartel
de «Se vende». Los campos se extendían, brillantes bajo la luna casi
llena. La arboleda susurraba en silencio con la ligera brisa que se
levantaba. Podía distinguir el brillo del agua del lago más allá.
Palmeé el cartel de «Se vende».
368
—¿Qué dices, Dev? ¿Construirás una vida conmigo aquí? Puedes
abrir tu bufete o hacer otra cosa. Enseñar yoga, vender tuercas y
tornillos, llevar mis cuentas. Tengo algo de dinero ahorrado y puedo
hacer parte del trabajo yo misma. Estoy pensando en cuatro dormitorios
y una de esas grandes bañeras con una ventana frente al lago.
Podía sentirlo prácticamente vibrando a mi lado y no estaba segura
de sí era la necesidad física de desnudarme y hacer que me corriera o si
era el plan que estaba trazando.
—Podemos construir una casa, una vida, una familia y algún día,
cuando los niños sean odiosos, les contaremos cómo empezó todo aquí,
en la plataforma trasera de mi camioneta.
Levantó la boca.
—¿Pero Scarlett Bodine, estás proponiéndome matrimonio? —se
burló.
Arrugué la nariz.
—Todavía no. Le prometí a mamá que no hasta los treinta y un Bodine
no…
—Rompe sus promesas —completó Devlin, atrayéndome hacia él.
—Quiero esto contigo, Dev. Quiero una casa grande, niños salvajes y
hogueras.
—Quiero darte todo lo que quieras —me recordó.
—¿Eso es un sí?
—Cariño, eso es, maldición sí. —Me besó con fuerza bajo la luna en el
terreno que compraríamos juntos—. ¿Por qué llevas esto, por cierto?
Se había echado hacia atrás y estaba estudiando mi vestido.
—Planeaba impresionarte con mi camaleónica habilidad para pasar
desapercibida cuando me colara en tu casa de Annapolis. Porque yo
entré en razón primero.
Devlin echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. 369
—Scarlett, cariño, no podrías pasar desapercibida aunque fueras
invisible. Por favor, no lo intentes nunca. Echaría de menos a mi chica
Bootleg, bebedora de cerveza y calzadora de botas.
Lo agarré de la corbata y tiré de él hacia mí.
—Sí, sólo recuerda quién dijo «te amo» primero.
Epílogo
Devlin
Ya estaba despierto cuando sonó el despertador de Scarlett. Hoy era
un gran día, no es que Scarlett Bodine dejara que nadie olvidara que por
fin cumplía treinta años. Cuatro años juntos, pensé, rodando hacia mi
lado, y por fin iba a pedirle que se casara conmigo.
Sus hermanos me habían dado su aprobación hacía años. Fue algo
totalmente ceremonial, me habían vuelto a mojar el culo en el lago, pero
ahora era uno de ellos y había llegado el momento de hacerlo oficial.
370
Scarlett se agitó cuando la arrastré contra mí, besándole el hombro
desnudo.
La luz de la mañana entraba por las ventanas que daban al lago.
Habíamos construido esta casa juntos, Scarlett haciendo ella misma
buena parte del trabajo y enseñándome algunas cosas por el camino. Y
cada maldito día, contaba mis bendiciones cuando arrancaba el largo
camino. Todo lo que más me importaba en esta vida estaba aquí.
El anillo estaba en el cajón de mi mesita de noche. Había pensado en
un millón de maneras de hacerlo durante los últimos cuatro años. Como
con todo lo relacionado con Scarlett, tenía un plan A, B, C y D. Era una
necesidad cuando tu novia era tan impredecible y salvaje como Scarlett.
Mi futura prometida soltó un bufido poco elegante y se sentó derecha.
—¡Por Dios! ¿Qué hora es?
—Es temprano —dije, apoyándome en el codo y viéndola saltar
desnuda de la cama—. ¿Cuál es la prisa, cumpleañera?
Hizo una pausa mientras se ponía unos pantalones cortos y me sonrió.
—Tengo cosas de cumpleaños que atender. Peluquería, masajes y
tratamientos faciales con las chicas —dijo. Saltó en mi dirección y me dio
un beso que convirtió mi erección matutina en una erección furiosa.
—¿Y yo qué? ¿No tengo que pasar el día contigo? —pregunté.
Su sonrisa era tan melosa como su acento.
—No te preocupes, Dev. Serás el punto culminante de mi gran día.
—Tenemos planes para cenar —le recordé.
—Oh, ¿esos misteriosos planes para cenar de los que me has estado
recordando? —Me guiñó un ojo—. Me aseguraré de estar duchada, sexy
y lista para la acción.
Ahora estaba listo para la acción. Me levanté de la cama, mi polla
exigiendo toda su atención.
—Uh… uh. Mantén ese palo sexual lejos de mí. Me tengo que ir. — 371
Scarlett cogió un sujetador y una camiseta de tirantes y salió corriendo
hacia el baño, cerrándome la puerta en las narices—. Buen intento,
cariño —gritó a través de la puerta.
El plan A un gesto dulce, romántico, tranquilo y desnudo, estaba
oficialmente descartado.
Sin inmutarme, cogí unos pantalones cortos de deporte y me dirigí a
la cocina. La casa era la mezcla perfecta de McCallister y Bodine.
Había ventanas por todas partes. Toda la parte trasera de la casa tenía
una vista panorámica del lago. En la puerta principal había un estudio
para mí y Scarlett utilizaba la habitación formal del lado opuesto como
su oficina desastrosa.
Teníamos cinco dormitorios perfectos para las visitas de mis padres y
nuestra futura «manada de niños». El salón y la cocina eran una gran
habitación, lo que facilitaba el entretenimiento. La enorme chimenea de
piedra de montaña del salón dio a Scarlett la excusa que buscaba para
organizar «hogueras de interior» mensuales en pleno invierno.
Abrí el refrigerador y recogí los ingredientes para mi batido de
proteínas. Mi teléfono zumbó sobre la encimera.
Cassidy Bodine: ¿Ya están comprometidos?
Sacudí la cabeza. Iba a ser un día muy largo si no conseguía concretar
a mi novia bola de fuego y le ponía un anillo en el dedo. Todo Bootleg
Springs estaba esperando la señal y entonces el pueblo descendería a
nuestro patio trasero para la hoguera más grande y más loca que Scarlett
había visto nunca.
La oí trotar por el pasillo, con los pies descalzos golpeando la madera.
—Llego tarde, cariño. Si no, estaría pidiendo mis regalos —dijo,
poniéndose de puntillas para besarme la mejilla.
Agarré un puñado de su camiseta y tiré de ella para darle un beso
digno de un cumpleaños. 372
Scarlett se derritió en mis brazos, pero antes de que pudiera reactivar
el Plan A, se estaba zafando de mi agarre.
—¡Buen intento, semental! ¡Continuará!
Desapareció en dirección al garaje y me dejó con mi batido de
proteínas y otra erección insatisfecha.