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La aniquilación de la naturaleza humana en el proceso insurreccional chileno

Juan Cristóbal Demian1


“Las insurrecciones contemporáneas se caracterizan por el hecho de no tener programa, de no
tener líder y de no tener voluntad de tomar el poder — como por ejemplo sucedía en el tiempo de
los bolcheviques. […] La cuestión que se plantea para nosotros es cómo hacer para que la
destitución no sea un momento de la insurrección que, enseguida, viene barrido por ese regreso
constituyente de un nuevo poder.”

-Intervención del Comité Invisible (Tiqqun) en Chiapas (territorio imperado por el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional).

“El “comunismo” es un proceso metafísico, es decir, una configuración


esencial del ente en totalidad, en la que la época occidental de
la metafísica se acaba.”

-Martin Heidegger.

“Junta a tu gente y camina a otras tierras


donde sean hombres que crean en ellos por todo
porque aquí no creen nada.”

-Julio Villalobos.

El proceso insurreccional chileno no puede ni debe ser leído como mero castro-chavismo,
sino como un proyecto novedoso que marcará pauta para el resto del planeta.
Proponemos aquí que este proceso trae consigo la aniquilación de la naturaleza humana,
prerrequisito fundamental para el establecimiento y proyección de un orden político
distópico que denominaremos neocomunismo.
1. Aproximación a la naturaleza humana, su deriva política y su aniquilación.
Entenderemos la naturaleza humana como una condición que se distingue por la
potencialidad de la persona de profundizar su individualidad mediante la sabiduría cabal
del sí mismo, de las relaciones sociales y de la naturaleza del ser; en suma, de la
realidad. E implícita al desarrollo de esta capacidad está la posibilidad, mediada por la
libertad, de prescindir de ella o bien incluso combatirla, es decir, abrazar el olvido o el
abandono del ser para volcarse al vacío metafísico.
Una persona, concreción de la naturaleza humana activa, es, siguiendo a Boecio, una
“sustancia individual de naturaleza racional” y, como indica Roger Scruton (2019, p. 41),
emerge desde (y no de) su naturaleza biológica, complementándola. La persona puede,
entonces, desarrollar lo que Scruton llama “individualidad profunda”, cuyo primer ejercicio
es el conocimiento de sí mismo a través del tiempo. Esta reflexión es esencialista y por
tanto contraria a la metafísica de Heráclito de Éfeso, según quien realidad es solo un flujo
de materia y nada corresponde a la misma esencia a través del tiempo.
Siguiendo la filosofía tomista el hombre es capaz de dos tipos de reflexión inmersas en un
proceso complejo y continuo, por el que la individualidad es capaz de ir adquiriendo un
1
Cientista político de la Pontificia Universidad Católica de Chile, alumno de Magíster en Seguridad, Defensa y
Relaciones Internacionales en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos. Coautor del libro
“Nueva Derecha: una alternativa en curso”.
nivel cada vez más hondo y superior. La primera reflexión, propia de todos los humanos,
es la de aquel que conoce su propia existencia y la de los otros; su conciencia de sí
mismo es general, se concentra en la materia, y obtiene beneficios utilitarios de su
conocimiento parcial y focalizado de las relaciones entre sujetos y objetos en la realidad.
Por su parte, la segunda reflexión, desarrollada en distintos grados por algunos humanos,
y que también podemos llamar intelección, implica conocimiento y entendimiento del
alma y, por ende, del Yo, así como también de las cosas del mundo, pues idealmente se
trata de un proceso virtuoso.
Quien lleva a cabo de forma cabal la intelección se transforma en un metafísico, el cual
“se ocupa de la estructura categorial de la realidad empírica” (Copleston, 1960, p. 34),
puesto que la metafísica “se ocupa del análisis de lo que existe o puede existir,
considerado como tal” (Copleston, 1960, p. 85), es decir de las sustancias. La
consideración de lo que puede existir, lo potencial, corresponde a una sofisticación de la
razón humana que complementa y enriquece el saber cabal de lo que existe. Es decir,
para conocer y entender la realidad de forma verdadera, el ser humano debe ser capaz de
comprender también lo que tiene potencia de existir, de ahí su capacidad de anticipación,
pero también de abstracción.
Si el hombre en su primera reflexión entiende solo la materialidad, el hombre en su
segunda reflexión entiende materialidad y abstracción, y así también entiende existencia y
esencia de las sustancias, cuando el que solo está en su primera reflexión observa solo
existencias y deja las esencias en un plano de mera intuición. Más clave aún, el humano
que intelige comprende inmanencia y trascendencia, cuando el humano que no lo hace,
solo observa la inmanencia.
Esto nos lleva a comprender la función trascendente de este desarrollo intelectivo, propio
de la naturaleza humana, el cual tiene un fin preciso al que Aristóteles llamó eudaimonia –
la vida del sabio que obra con virtud -, Santo Tomás de Aquino lo denominó beatitudo –
condición que “connota la posesión de lo que convierte en acto las potencias de un
hombre, haciéndolo sentirse satisfecho o feliz” (Copleston, 1960, p. 206) – mientras que
Carl Gustav Jung se acercó a este proceso en su veta psicológica denominándolo
individuación, cuya meta es el Self o Selbst, “principio ordenador de la personalidad
entera” (Alonso, 2018, p. 329), al cual se accede mediante la síntesis de lo que está en el
inconsciente a la luz de la consciencia. El ego es accesible a todo humano, pero la
capacidad de emprender un proceso de individuación consciente no es llevada a cabo por
defecto por cualquiera, pues requiere voluntad y decisión. Individuación e intelección son
coincidentes y propias de la naturaleza humana.
Scruton, siguiendo a Georg Hegel, identifica que en el reconocimiento del otro “estoy
forzado a reconocer que yo también soy otro para aquel que es otro para mi” (Scruton,
2019, p. 53), y siguiendo a Ludwig Wittgenstein apunta que la clave está en “el
reconocimiento de que otros están usando la palabra yo como yo lo hago” (Scruton, 2019,
p. 53). Jung aclara la diferencia entre individuación e individualismo radical, reconociendo
a este último como el propósito patológico y contrario a la vida de elevar lo personal a la
categoría de norma, y asegura que “el proceso de individuación no conduce al
aislamiento, sino a una cohesión colectiva aún más intensa y universal” (citado en Alonso,
2018, p. 333). No debe confundirse esto con colectivismo, otra distorsión aberrante, en la
cual se merma la responsabilidad y la ética; apunta Jung: “Cuanto más fuertes son las
normas colectivas que gobiernan la vida de las personas, tanto mayor es su inmoralidad a
nivel individual” (citado en Alonso, 2018, p. 335).
La facultad de establecer una moralidad natural en base a la capacidad de conocer y
entender a otros tal como se hace con uno mismo es el fundamento de la idea de ley; la
existencia de una sociedad de personas que puede naturalmente regirse por una ley da
como resultado la existencia de un gobierno. Dirá Tomás de Aquino (1997) que
“corresponde a la naturaleza del hombre ser un animal sociable y político que vive en
sociedad, más aún que el resto de los animales, cosa que nos revela su misma necesidad
natural” (p. 6) y si seguimos también a Aristóteles (2018), quien prescinda de esa
condición política “será, en todo caso, bestia o dios” (p. 18). De aquí se sucede el principio
de civilización que se opone a la barbarie, ésta última impera mientras menos
desarrollados estén los procesos de individuación e intelección a nivel social. Veremos
que el comunismo consiste en un continuo empeño paralelo de deificar y bestializar al
hombre al mismo tiempo.
La civilización occidental cristiana ha sido enfática en el desarrollo individual de la facultad
de inteligir, pues Cristo es perfecta persona: perfectamente individuo y perfectamente
social. El concepto de libertad, tan fundamental para la civilización occidental, se entiende
como absolutamente complementario a la existencia natural de la ley, puesto que
“Libertad y comunidad están vinculadas por su propia naturaleza, y el ser verdaderamente
libre está tomando en cuenta a los otros para coordinar su presencia con la de ellos”
(Scruton, 2019, p. 11).
Martin Heidegger, sin embargo, hará notar que el gran problema de la civilización
occidental ha sido el “olvido del ser”, esto implica que, por más que el hombre occidental
haciendo uso de su razón pueda definir lo que las cosas son durante su existencia (los
entes), no ha profundizado en el fenómeno que las hace aparecer ante la presencia (el
ser), el principio que explica no solo lo que la realidad es, sino a qué se debe que sea
(Filippi, 2005). Ante el olvido de la pregunta por el ser, la sociedad occidental se ha
alienado ante la técnica y de ahí que su metafísica se condene a su propia abolición. Para
Heidegger el proceso que da muerte a la metafísica occidental es el comunismo. Indica en
tal sentido que “el «comunismo» no es una mera forma estatal, ni siquiera una mera forma
de cosmovisión política, sino que es la constitución metafísica en la que se encuentra el
mundo humano moderno tan pronto como la consumación de la modernidad entra en su
última fase” (Heidegger, 2019, p. 131).
El abandono del ser consiste en el hundimiento intencional de la raza humana en el vacío
metafísico (barbarie más absoluta), que se localiza en el khorismós, el abismo que según
Platón separa lo sensible de lo inteligible y que está entre ser y no ser, donde la niebla de
la indefinición paraliza eternamente y es absoluta. El comunismo es el advenimiento de
una devastación que impedirá volver a fundar cosa alguna, y es que en términos
heideggerianos:
La devastación se está extendiendo. La devastación es más inextricable que la
destrucción […] la devastación bloquea todo futuro crecimiento y previene toda
construcción […] La mera destrucción barre todas las cosas incluida la nada,
mientras que la devastación al contrario establece y propaga todo lo que obstruye.
(citado en Dreyfus y Wrathall, 2005, p. 116).
2. Aspectos de la insurrección chilena y su aporte a la devastación
misantrópica.
Nos interesa analizar los elementos de la insurrección neocomunista chilena más
representativos de la devastación misantrópica que postulan las filosofías de la “muerte
del hombre”: el estructuralismo y la deconstrucción. Chile arriesga ser uno de los primeros
países con una constitución completamente escrita bajo el espíritu filosófico de la
deconstrucción, es decir, bajo cánones radicalmente no-occidentales, antihumanistas y
ametafísicos, lo cual es apenas la punta del iceberg respecto de la transformación de la
sociedad chilena en su sustrato.
Los principales aspectos de vanguardia del neocomunismo fundamentan su acción
teniendo como objetivo crítico la modernidad occidental, representada por el capitalismo.
El comunismo contemporáneo presenta su propia “bondad” como una lucha contra el
sistema económico que impera en Occidente desde hace medio milenio, pero extendido a
todas sus implicancias culturales, especialmente en lo que refiere a la diferencia sexual, la
constitución familiar, la libertad del individuo y la soberanía de los Estados-nacionales
bien definida por fronteras, entre otros aspectos. Culpa el comunismo a la civilización
occidental capitalista de encaminarnos a una gran catástrofe planetaria y postula una
intervención insurreccional por parte de los marginados del sistema con el fin de forzar
ese curso para impedir dicha catástrofe. El proyecto utópico que el comunismo elucubra
como alternativa no permite tampoco elementos del Occidente precapitalista, y a la larga,
también cuestiona las relaciones de poder de toda civilización, incluyendo las no-
occidentales.
Tal como advierte Heidegger, el neocomunismo es mucho más que lucha anticapitalista,
es también preludio del abandono del ser, y el advenimiento de una nueva forma de
control y dirección social en la que un nuevo totalitarismo reducirá al hombre a la barbarie,
arrojándolo al vacío metafísico para esclavizarlo. Heidegger (2011) advierte: “el
proletariado es sólo "liberado" para poner en juego su esencia, es decir, ser servicial a un
poder, que no puede comprender ni en general le es permitido conocer” (p. 225).
Cuatro elementos de sustrato de la insurrección chilena revisaremos para sostener este
punto, dos de ellos han emergido a lo institucional: el indigenismo y el autonomismo; y
dos de ellos exceden aún lo institucional: el neoanarquismo y el posthumanismo.
El indigenismo deviene de la decolonización radical, que busca borrar de América todo
vestigio de la herencia occidental, no solo institucional, cultural y económica, sino también
metafísica, y se asocia al ecologismo radical, clamando por el fin supuesto de evitar la
catástrofe planetaria abrogando la propiedad privada. El indigenismo adquirió sofisticación
teórica y práctica bajo la tutela de los neozapatistas en Chiapas (México) y del régimen de
Evo Morales en Bolivia. Ambos modelos son matriz de la eventual nueva constitución
chilena, debido a la desmesurada fuerza con la que el indigenismo ha logrado imponerse
en la Convención Constitucional en curso.
La doctrina seguida por los movimientos indigenistas es la doctrina del “buen vivir”,
llamada por el neozapatismo mexicano lekil kuxlejal en lengua maya tsotsil, sumak
kawsay en quechua y suma qamaña en lengua aimara por el indigenismo altiplánico y
küme mogen en lengua araucana por el indigenismo chileno. Este concepto fue
consolidado con la aparición formal de la doctrina del “buen vivir” en la Conferencia de los
Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba,
Bolivia, en 2010.
El “buen vivir” se articula como una praxis y una teoría “utópica” anticapitalista y
autonomista/antigubernamental. Discursivamente defiende el derecho de los pueblos
originarios a vivir bajo sus propios códigos restándose de la vida occidental, condición que
se relaciona con un cuidado respetuoso para con el medio ambiente, lo cual deriva en
autogobierno, pero no secesión. La doctrina del “buen vivir” se fundamenta
ontológicamente en el colectivismo radical con tendencia a la descivilización acelerada y
forzada, ya que plantea “el resurgimiento de los pueblos originarios indígenas para que
sea una guía para la salvación de la humanidad y el planeta” (Colectivo Boliviano
Interétnico, 2009, p. 13).
Esta doctrina implica la “reconstrucción de estilos de vida de los pueblos originarios de
América, que han practicado por siglos” (Santana, 2015, p. 172), siendo una
reconstrucción intencionada desde nuestra realidad contemporánea e ideológicamente
regada de conceptualización no-indígena, la cual es dada por la filosofía de la
deconstrucción, que por cierto resignifica conceptos que son efectivamente indígenas,
pero estableciendo una equivalencia arbitraria entre aquellos pueblos.
La resignificación neozapatista de la cultura maya postula que “La aspiración es «tener un
solo corazón», es decir, estar en paz, en armonía y equilibrio, no solo internamente, sino
con todo lo que rodea al ser humano” (Santana, 2015, p. 178), mientras que desde la
adaptación indigenista andina se habla de “La Cultura de la Vida”, la cual se fundamenta
en que “Todos y todo somos parte de la Tierra y de la vida, de la realidad” (Colectivo
Boliviano Interétnico, 2009, p. 164). Esta ontología colectiva panteísta rechaza la
capacidad de conocimiento y entendimiento occidental y postula el “cosmocimiento”, el
cual “surge de la realidad porque los seres humanos nos ubicamos, nos damos, nos
sentimos y nos percibimos dentro de cualquier parte de la realidad, en toda la realidad
para poder “aprehenderla “toda en su “totalidad”, para que la realidad nos hable y nos
cuente su vida” (Colectivo Boliviano Interétnico, 2009, p. 182).
Es cierto que una cosmovisión panteísta no es algo nuevo, sin embargo, el indigenismo
apela al insurreccionalismo para intervenir la realidad total en favor de un colectivismo
comunista totalitario y advierte que “En nuestras comunidades nadie tiene que ser libre,
porque todos nos complementamos” (Colectivo Boliviano Interétnico, 2009, p. 169), y por
ende postula que “En nuestras comunidades no queremos que nadie viva mejor, ya que el
vivir mejor acepta que unos puedan estar mejor a cambio de que los otros, las mayorías,
vivamos mal” (Colectivo Boliviano Interétnico, 2009, p. 163). El neozapatismo maya
postula el xk’uxutaelbatik, es decir, “el reconocimiento profundo de nuestras diferencias y,
a través de eso, construir nuestro propio proyecto de vida, en donde no se admite tomar
ventaja sobre los otros; el trato es de “nosotros y entre todos por igual”” (Hernández,
2017, p. 54).
Para esta doctrina el derecho no es natural, sino que “se gana con el trabajo comunitario”
(Hernández, 2017, p. 60); por su parte, el ayllu, forma social de propiedad colectiva,
asegura la imposibilidad de que puedan emerger la propiedad privada y el mercado. La
organización plurinacional, a su vez, permite un sistema de asambleas autónomas con
sistemas de justicia y fuerza pública paralelos, pero sin escindirse del Estado,
demandándole recursos en tono de exigencias reparatorias; para el caso de Chiapas
grafica esto Hernández (2017) al indicar que “no se debe (si se puede) renunciar al
compromiso que tiene el Estado con nosotros y el recurso que debe proveer a nuestra
sociedad. Al final de cuentas, a lo que se estaría renunciando es al fruto del trabajo de
todos los mexicanos” (p. 50).
Por su parte, mediante el “control cultural” no se niegan las instituciones que ha dejado el
Estado, sino que se ocupan y se resignifican, lo que importa es que hayan “formas de
organización social que están bajo el control cultural del grupo en cuestión,
independientemente el origen histórico de la forma organizativa que se trate” (López y
Espinoza citados en Hernández, 2017, p. 46).
El autonomismo corresponde a una teoría híbrida de marxismo y anarquismo que busca
impulsar la revolución sin necesidad de líderes y partidos, aunque utiliza
instrumentalmente estructuras partidarias que son una fachada para una multiplicidad de
movimientos sociales con el fin de disputar espacios de poder estatal al capitalismo. La
instalación del autonomismo en las universidades chilenas fue obra de Carlos Ruiz
Encina, discípulo de la teórica marxista chilena Marta Harnecker, consejera del régimen
chavista. Ruiz fue mentor, a su vez, de Gabriel Boric. Por eso vemos que el autonomismo
es otra de las caras institucionalmente sólidas en el proceso insurreccional chileno.
El filósofo principal del autonomismo, Toni Negri, junto a su coautor, Michael Hardt,
extraen del filósofo Baruch Spinoza el concepto de “multitud”, que será la piedra angular
de los nuevos procesos insurreccionales. Spinoza profesaba una concepción panteísta
que ha sido resignificada por filósofos neocomunistas tales como Gilles Deleuze o el
mismo Negri. La “multitud” de Negri y Hardt corresponde a una “multiplicidad de
singularidades” (citado en Gelado, 2009, pp. 23-24), donde la noción de “singularidad”
reemplaza la noción de persona, ya que carece de esencia. La singularidad solo adquiere
libertad en la desalienación colectiva; y solo mediante la toma de conciencia anticapitalista
que transforma a la masa (fuerzas productivas del capitalismo) en “multitud” se adquiere
un sentido para la vida. La “multitud” es la suma de singularidades sin cabeza y sin
órganos que tiene la conciencia revolucionaria/insurreccional para derrocar al capitalismo
global. He aquí el fundamento de la multiplicidad de movimientos sociales como el
ecologismo, el feminismo y el indigenismo que cooperan en la lucha por la llegada al
comunismo en tanto proceso metafísico.
La “multitud” se nutre de los avances tecnológicos del capitalismo; tal sería el caso de
internet, que permitiría el libre flujo de información necesaria para la toma de conciencia
de las singularidades alienadas. Más aún, las mismas singularidades deben estar “en
flujo”, siguiendo a Heráclito en la imposibilidad de la intelección del ser, pues reconocen
Negri y Hardt que la principal arma de la “multitud” es su capacidad de hibridación, la cual
refiere a la disolución de la diferencia con el otro. La misma distinción entre civilizado y
bárbaro es eliminada en este punto mediante el volcamiento al khorismós, la
indiferenciación o vacío metafísico. En concreto, Negri y Hardt proclaman “la potencial
riqueza de los movimientos migratorios, base de la mezcla y la hibridación” (Gelado, 2009,
p. 25) y afirman que “los movimientos migratorios entendidos desde una perspectiva de
integración, representan una auténtica forma de oposición al poder global” (Gelado, 2009,
p. 25). Ambos autores celebran la eliminación de las identidades nacionales y raciales
mediante esta abrogación concreta y vivencial que se da mediante la hibridación del local
y el inmigrante.
La “multitud” excede la noción de clase del marxismo tradicional y no es contenida por
fronteras ni etiquetas de ningún tipo, abarcando tantas singularidades como tomas de
conciencia anticapitalista ocurran al interior de las masas alienadas.
El neoanarquismo acecha por fuera a los productos institucionales de la insurrección,
puesto que el comunismo para ellos está ausente donde exista un sistema con un poder
constituido. Se trata de aquel anarquismo que está nutrido por la deconstrucción,
entendida también como postestructuralismo. En concreto, el neoanarquista Saul
Newman asevera que “en su orientación política [el postestructuralismo es]
fundamentalmente anarquista” (citado en Curran, 2007, p. 38), lo que le da, debido a esta
predominancia filosófica, un mayor campo de maniobra al anarquismo que al marxismo en
esta época.
El neoanarquismo busca abolir abiertamente toda noción de esencia humana, pues en
ella ve el fundamento de la dominación. El sujeto tal como lo entiende nuestra civilización
occidental es producido y puede ser mutado y abolido. Para Michel Foucault la forma de
abolir al sujeto es a través de “nuevas prácticas. [Las que] pueden venir de la gente
insertando sus acciones a la red contingente de los eventos históricos e instituciones”
(May, 1994, p. 79). Además de ser una limitación, la existencia de un sujeto es para el
deconstruccionista Gilles Deleuze un engaño, puesto que no existirían ni la capacidad de
controlarse realmente uno a sí mismo, ni la unicidad individual. Su visión es la
exactamente contraria a la búsqueda de un Selbst, pues para Deleuze el
condicionamiento del subconsciente es siempre predominante y caótico, y además es
múltiple, por lo que un ser humano deja de ser “uno”, pudiendo ser una multiplicidad de
cosas a la vez, y así no hay posibilidad de individualidad profunda. En suma, desde esta
perspectiva deconstruccionista se elimina “la habilidad de una persona de reconocer y
controlar conscientemente las fuerzas “dentro” de sí” (May, 1994, p. 79).
La capacidad de intelección es eliminada, puesto que la pretensión de conocer y entender
la realidad tal como es, presumiría la existencia de una objetividad de esta realidad, y esta
no sería posible. Conocer es, para los deconstruccionistas, una acción vinculada al poder
político ya sea para fortalecerlo o para combatirlo. Así, los neoanarquistas indicarán que
el esencialismo es fundamento de “la dominación tanto de la gente como de la naturaleza”
(Curran, 2007, p. 30). Inversamente, entonces, “Es solo desde un no-esencialismo, o
vacío, que un individuo puede construir su identidad”. (Curran, 2007, pp. 37-38). El
neoanarquismo desplazará la idea de la revolución por el de insurrección. Su objetivo es
que nada nunca más pueda ser fundado. El ser humano pierde su derecho a realizarse y
establecer criterios de verdad sobre los cuales construir naturalmente una sociedad
civilizada, pues esto sería contrario a la verdadera libertad, entendida como ausencia de
esencia.
Los neoanarqusitas adquieren múltiples formas. Una de ellas es el anarcoprimitivismo,
que combate la civilización y reivindica abiertamente la neobarbarie, cuestiona la vida
sedentaria generada por las revoluciones agrícola e industrial e incluso critica la
existencia del lenguaje, pues el lenguaje permite la transmisión de cargas simbólicas
(metafísica) y es el antecesor de la tecnología, la que debe ser erradicada. Otra forma es
el anarquismo ontológico del teórico Hakim Bey, que reivindica el anarquismo como
verdadero caos, pues la vida sería caos y el orden sería muerte; dirá Bey que “El gran
pecado del Estado es intentar crear orden donde no puede haber ninguno” (citado en
Curran, 2007, p. 44). Propone Bey la práctica de las Zonas Temporalmente Autónomas
(TAZ), espacios temporales donde no impera el Estado y que deben disolverse antes de
ser aplastadas, para reaparecer en otro lugar y en otro momento.
La estrella del caos, símbolo presente en la insurrección chilena, representa esta facultad
de devenir hacia cualquier dirección de forma imprevista y sin constricción alguna ni del
Estado ni de la realidad; además, sus ocho puntas expresan la apertura total con la cual
esta no-esencia se deja llevar por el flujo del pluralismo y la tolerancia radicales. Es el
flujo, nuevamente, de Heráclito, donde las formas que nos permiten aprehender el ser de
un ente no pueden existir. Bey propone el “particularismo no-hegemónico”, según el cual
cada insurrección o TAZ debe ser única, se rechaza la idea de un ‘modelo’ específico
para llevarlas a cabo y se ejemplifica con la democracia radical neozapatista, la cual no
exige a los demás insurrectos del mundo que ocupen sus mismas formas.
Otra expresión del neoanarquismo es la de la “metafísica crítica”, teoría acuñada por el
colectivo francés Tiqqun y que consta de la disolución de toda metafísica. Buscan dar una
respuesta a la pregunta por el ser de Heidegger indicando que esta metafísica crítica “nos
hará ser, y solo desde este sernos, ser en común” (Manrique, 2014); es decir, anular la
historia afirmando el comunismo. Esta teoría también contesta a Friedrich Nietzsche
incorporando la idea de un nihilismo activo, es decir, un nihilismo que afirma la nada.
Existen quienes perciben que no son nada ni son nadie y que todo el orden civilizatorio
(Estado, capitalismo, espectáculo) son falsedad; sin embargo, es asumiendo ser nadie
que pueden devenir insurrectos; “su pura y simple existencia, la positividad de su nada, es
la amenaza para la dominación” (Manrique, 2014).
Los “nadies” buscan el “comunismo de los singulares” (Manrique, 2014), y aquí
nuevamente la persona es reemplazada por la “singularidad”, la cual es “plural,
cualquiera, impersonal- expuesta siempre a lo común donde antes estaba el sujeto
moderno varón, blanco, soberano, individual, propietario” (Manrique, 2014). Para llegar a
ese comunismo solo queda desertar del sistema, puesto que es imposible tomar el
“biopoder” (poder sobre los cuerpos) de forma positiva. Rechazan también que pueda
existir una economía sustentable, o incluso que se pueda confiar en el “decrecimiento”,
puesto que todo intento de la izquierda de reformular la economía sería “un eufemismo
que trata de justificar el orden actual de las cosas e impregnar de tinta económica todos
los aspectos de la vida” (Perales, 2018, p. 189).
Se apuesta a que estos “nadies” insurrectos sean un poder constituyente, pero “que el
poder constituyente no se agote nunca en el constituido” (Manrique, 2014). Nada debe
constituirse y la mejor constitución es la que no existe. Se afirma desde la metafísica
crítica que “No hay fundamentos estables del estar-en-común” (Manrique, 2014), por
ende, es la ausencia de fundamentos lo que implica comunismo. Dirá el colectivo Tiqqun
que “La irreversibilidad de una insurrección se alcanza cuando se ha vencido, al mismo
tiempo que a las autoridades, a la necesidad de autoridad; al mismo tiempo que a la
propiedad, al afán de apropiación” (citado en Perales, 2018, p. 192).
Perales (2018) resume esta propuesta insurreccional como sigue:
Organizarse en comunas, basadas en la afinidad y un reparto intenso, para vivir
colectivamente de la estafa, del saqueo, del pillaje, en definitiva. Llama también a
difundir la disposición al fraude para de esta manera liberar el mayor tiempo
posible para todos: “Trabajar es la excepción” y el método de sabotaje debe
basarse en el “mínimo de riesgo, tiempo mínimo y máximos daños”. Para ello cabe
formarse, enriquecerse, rehuir de la visibilidad a la que empujan las redes sociales
y las nuevas tecnologías “compartiendo la alegría de no ser nadie”. (p. 191).
Finalmente, el posthumanismo refiere a una realidad a la cual la humanidad se estaría
dirigiendo tendencialmente, caracterizada por ser otra forma de eliminar la naturaleza
humana, y en cuya realización no estaría implicado solamente el comunismo radical
deconstruccionista, sino que participa en su diseño y difusión la mercantilización extrema
de lo humano promovida por el statu quo liberal-progresista en Occidente. El mayor efecto
político de esta tendencia es el adormecimiento de las masas para su autoaniquilación
categorial. Se asocia al posthumanismo con su fase inmediatamente anterior, el
transhumanismo, que apunta a la fusión del hombre con los robots, y cuyo punto de
clímax es el alcance de la singularidad tecnológica, momento en el que los cyborgs
producidos por esta hibridación hombre-máquina no requerirán más de ningún elemento
humano ni de la humanidad en sí, pudiendo replicarse a sí mismos y acceder al poder
total gracias a su inteligencia artificial.
Esta tendencia deshumanizante ha avanzado enormemente en la sociedad chilena debido
tanto al derrumbe del pensamiento metafísico causado por la deconstrucción como al
hedonismo generado por la bonanza económica, sumado todo ello al influjo directo, por
vía de las industrias culturales y comunicacionales, de categorías posthumanistas
asumidas masivamente, lo cual ha provocado en la población chilena una indiferencia
abismal al mal pronóstico que tiene su propio destino.
Según Mané Tatulyan (2021), el transhumanismo y el posthumanismo “se basan en
elementos tecno-científicos-no-humanos para definir el significado del hombre y de todos
los elementos que lo integran, modelos que pulverizan la noción del Yo natural y de la
ontología natural” (p. 82), y su antecedente constitutivo es posible identificarlo en lo que
esta misma autora denomina “la epidemia de la liberación”, esto es, que la sociedad
contemporánea busca liberarse de toda estructura de forma compulsiva, al punto de
liberarse de su propia esencia; se busca “liberar al hombre de lo humano” (Tatulyan,
2021, p. 23), pues sus limitaciones físicas y morales le impiden gozar y experimentar sin
fin ni fines. El anhelo por la anulación del dolor de existir colisiona directamente con el dar
sentido al dolor que propone el cristianismo. Así, el posthumanismo es la apuesta por la
anestesia letal y festeja lo innecesario de que exista siquiera un sentido para la vida. Se
trata de un proyecto político conveniente a la potencial hibridación entre una tecnocracia
inteligente y automatizada y un estricto poder político totalitario e igualitarista, ciber-
comunismo, a cuyo estadio se llega mediante la seducción provocada por la resolución
absoluta de nuestras necesidades biológicas y existenciales gracias al consumo y la
tecnología.
La vía por la cual se expresa esta deriva es la individualización radical, que nada tiene
que ver con la individuación, ya que, en vez de afirmar el Yo natural, lo anula. Indica
Tatulyan (2021) que “Cuando el Yo pierde su referencia, su unidad, su estructura y su
esencia, se desubstancializa, hace de sí misma un espacio indeterminado para la
modificación y experimentación constante, una forma abierta de elementos
intercambiables” (p. 84). Se trata de una situación de pleno vacío metafísico en la cual
“Todos buscan ser diferentes, identificarse consigo mismos, por lo que se terminan
volviendo clones” (Tatulyan, 2021, p. 33), y es que “Todos los poshumanos serán iguales.
Aunque lleguen a ser perfectos o inmortales, serán iguales” (Tatulyan, 2021, p. 96).
Este escenario, ejemplificado en la forma en la que las nuevas generaciones rechazan su
sexo biológico, su etnia, su herencia histórico-cultural, etc., elimina toda noción de
totalidad, cuya captación requiere del ejercicio de la categorización metafísica. Sin noción
de totalidad los seres humanos se transforman en corpúsculos desequilibrados que
conforman una masa dominable por quienes pueden ostentar el control y dirección de
esta transformación. Se informa y configura así el estado anímico que padece la sociedad
chilena -causado por el individualismo radical-, aspecto que la ha llevado a acatar
pasivamente la insurrección y las transformaciones totalitarias que emergen de ella,
puesto que “El epítome de la indefinición lleva, por consiguiente, a la indiferencia”
(Tatulyan, 2021, p. 26).
3. Conclusión
Hemos explorado los fundamentos doctrinarios de distintas vertientes del neocomunismo
presentes en la insurrección chilena y los hemos contrastado con la noción de naturaleza
humana que se encuentra en peligro de abandono y devastación.
El comunismo contemporáneo fundamenta su acción en la catástrofe planetaria que
implicaría la existencia del capitalismo, sin embargo, la solución propuesta es desactivar
todos aquellos elementos fundamentales de nuestra esencia como especie,
especialmente la razón, la voluntad y la libertad, con el fin de anular toda civilización y que
nada más pueda ser fundado, nada más excepto su propio sistema de dominación que
requiere de esta abolición del alma humana en las masas para facilitar su imperio. Más
aún, su acusación contra el capitalismo y la civilización se propaga discursivamente
también como crítica a la mercantilización de la vida, lo cual sería causa de indignidad
para la vida humana; sin embargo, su programa de “salvación de la humanidad” se
sustenta en invitar al hombre a eliminar su propia esencia y reducir su identidad individual
a una mera “singularidad”, “cuerpo”, “dispositivo”, “ser nadie”, “ser nada”, “máquina”,
“rizoma”, “fluir”, etc. El neocomunismo postula que no debemos tolerar que el sistema
capitalista dañe nuestras vidas, pero el primer paso para la rebelión es someternos a
demolición a nosotros mismos, borrarnos, pues nuestra misma individualidad sería
causante de nuestra esclavitud.
La mayor paradoja es que la naturaleza humana admite como posibilidad su
autodestrucción y eso es lo que, de alguna manera, ciertos budistas realizan de forma
personal cuando emprenden el camino a la iluminación, renunciando de forma radical a
esta realidad, buscando abrogar el dolor de la existencia; pero muy diferente a ello es que
una sofisticada maquinación filosófico-política diseñe un modelo para arrojar a la
humanidad completa en un estado de vacío metafísico con el fin de imperar. Eso es lo
que quienes creen en la grandeza humana están obligados a observar, estudiar y resolver
en el transcurso del presente siglo, poniendo especial atención al caso chileno, por ser un
caso de avanzada a nivel mundial.
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