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La palabra «Puritano» se originó en los años 1560s como un peyorativo hacia las
personas que querían una reforma más profunda la «purificación»de la Iglesia de
Inglaterra.
Esta variante del protestantismo sería seguida en países como Suiza, Países Bajos,
Sudáfrica (entre los afrikaners), Inglaterra, Escocia y los Estados Unidos. Juan Calvino
se opuso a la Iglesia Católica y a los Anabaptistas y criticó la misa cristiana y por eso sus
seguidores rompieron con la Iglesia Anglicana.
En Ginebra, cuando vivía Calvino, se inició un conflicto entre los partidarios de la Casa
de Saboya (católicos) y los confederados (protestantes), que darían más tarde origen a
los hugonotes. Con los ideales iluministas y la doctrina de Calvino, los primeros
protestantes ingleses se volvieron un grupo típicamente conservador.
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La Reforma protestante avanzó rápidamente en Inglaterra, pues el duque de Somerset,
el regente del trono, simpatizaba con la fe reformada. Thomas Cranmer, el gran líder de
la Reforma en Inglaterra, publicó el Libro de Oración Común, dando al pueblo su primera
liturgia en inglés. María Tudor, católica, se convirtió en reina en 1553. Asesorada por el
cardenal Reginald Pole, restauró su religión en 1554. En 1555 intensificó la persecución
de los protestantes. Fueron asesinados trescientos, entre los cuales se hallaba el
arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer (canonizado por la Iglesia Anglicana) y los
obispos Latimer y Ridley. Ochocientos protestantes huyeron al continente, a ciudades
como Ginebra o Fráncfort, donde absorbieron los principios doctrinales de los
reformadores continentales. Isabel I ascendió al trono a los 25 años en 1558, estableció
el «Acuerdo Isabelino», que era insuficientemente reformador como para satisfacer a
aquellos que luego serían conocidos como «puritanos».
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En 1630, John Winthrop lideró el primer gran grupo de puritanos que fue hasta la Bahía
de Massachusetts y, en 1636, se fundó el Harvard College. Laud intentó imponer el
anglicanismo en Escocia, pero esto degeneró en un motín que sirvió para aliar a
puritanos y escoceses calvinistas. En 1638, los líderes escoceses se reunieron en una
«Solemne Liga y Alianza» y sus ejércitos marcharon contra las tropas del rey, que
huyeron.
En 1640, el Parlamento restringió el poder del rey Carlos I. Las emigraciones a Nueva
Inglaterra se estacionaron de forma considerable. La Asamblea de Westminster, así
llamada por reunirse en la Abadía de Westminster, templo anglicano de Londres, fue
convocada por el Parlamento de Inglaterra en 1643 para deliberar sobre el gobierno y la
liturgia de la iglesia y para «defender la pureza de la doctrina de la Iglesia Anglicana
contra todas las falsas calumnias y difamaciones».
Es considerada la más notable asamblea protestante de todos los tiempos, tanto por la
distinción de los elementos que la constituyeron, como por la obra que realizó y aún por
las corporaciones eclesiásticas que recibieron de ella los patrones de fe y las influencias
salutares durante esos trescientos años.
La Asamblea de Westminster
La Asamblea de Westminster se caracterizó no sólo por la erudición teológica sino por
una profunda espiritualidad. Se tomaba mucho tiempo para orar y todo era hecho con un
espíritu de reverencia. Cada documento producido iba al Parlamento para ser aprobado
lo que sólo ocurría después de mucha discusión y estudio. Los llamados «Patrones
Presbiterianos» elaborados por la Asamblea fueron los siguientes:
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En Escocia, la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana adoptó los Patrones de
Westminster después de ser aprobados, dejando de lado sus propios documentos de
doctrina, liturgia y gobierno que databan de la época de John Knox. La justificación era el
deseo de una mayor unidad entre los presbiterianos de las Islas Británicas. De Escocia,
esos patrones fueron llevados a otras partes del mundo.
Dogma y creencias
El dogma central del puritanismo era la autoridad suprema de Dios sobre los asuntos
humanos.
Además, los puritanos subrayaban que el individuo debía ser reformado por la gracia de
Dios. Cada persona, a la que Dios mostraba misericordia, debía comprender su propia
falta de valor y confiar en que el perdón que está en Cristo le había sido dado, por lo que,
por gratitud, debía seguir una vida humilde y obediente.
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