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Obra original

Autor: Víctor Hugo Almanza Rincón


2018© - A.O.M.P.S.
oippds@gmail.com
Todos los derechos reservados
DRA Min. interior 1-2018-116886

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El jaguar (Panthera onca), el gran depredador de las selvas
americanas, ha sido un importante símbolo para las distintas culturas
que han habitado el continente. Su inmensa área de influencia, desde
el sur de los Estados Unidos hasta el norte de Argentina, lo ha convertido
en un ícono cultural, y su imponente figura es frecuentemente utilizada 3

como el centro de programas de conservación y de educación


ambiental. El jaguar es símbolo de gracia, elegancia y fortaleza, Tan sólo
observando las fotografías de las esculturas olmecas, chavines, moches,
incas, san agustinas; los dibujos de los códices y pinturas de los templos y
pirámides mayas y aztecas, podemos darnos cuenta de la gran
influencia de este felino en las culturas prehispánicas.

El jaguar representa los instintos básicos, primarios, la animalidad que


subyace a la apariencia civilizada del ser humano. Para los mayas, por
ejemplo, existían cuatro clases de “hombres Jaguar”: Balam Quitzé
(tigre sol o tigre fuego), Balam-Acab (tigre tierra), Mahucutah (tigre luna)
e Iqui-Balam (tigre viento o tigre aire). Ellos eran buenos y hermosos,
tenían buena vista y la capacidad de hablar, caminar y organizar las
cosas. Ellos representaban a los líderes de cada una de las tribus según
sus habilidades y la capacidad de influir positivamente a los demás. Por
otra parte, hace más de cuatro mil años, para la civilización chavín, en
el antiguo Perú, el jaguar era visto como el animal perfecto, el cual
estaba en total simbiosis con la naturaleza y era capaz de capturar
virtualmente cualquier otro animal. Los kogui de la Sierra Nevada, se
consideran a sí mismos los herederos del jaguar, su poder y su
responsabilidad de ser guardines de la naturaleza.

“…El Guerrero ideal debía fundirse con el alma del felino para volverse

uno con él y servir de ejemplo a la comunidad…”

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Gracias
A quienes alimentaron esta novela de ficción histórica con sus historias, anécdotas o
conocimiento ancestral y cooperaron, mediante su acompañamiento permanente y
apoyo, para construir un documento que permita visibilizar tanto la rica cultura
indígena prehispánica, como el sufrimiento de los pueblos indígenas por el abandono
4
estatal y por la explotación irracional de los recursos naturales a manos de extraños y
extranjeros.

Gracias:

Dr. Griboldi Hernán Ciprian Nieves Tutor y orientador jurídico, elegido como el mejor
cónsul de DDHH en 2015. Profesional y Magister en
Derecho.

Dr. Jhon Jairo Sánchez Serrano defensor de DDHH, investigador y profesional del
derecho.

Dr. Esteban Pardo Sarmiento Vocero de la Oficina Interamericana para la Paz y


el Desarrollo sostenible en Colombia, profesional
en Derecho.

Jahuer Puentes Méndez Amigo incondicional, quien aportó correcciones y


datos puntuales que enriquecieron esta obra.

Gerardo Muñoz Poeta, escritor y compañero de tragedia.

“Pekinés” Excelente amigo quien solicitó obviar su nombre


real por su seguridad y la de su familia. Doy fe que
ahora es un hombre transformado, un líder social y
de convivencia en el sistema penitenciario de
Colombia.

César Mondragón Empresario, defensor de derechos humanos y


ávido lector.

Wilmer Tenempaguay Amigo Ecuatoriano de origen indígena. Me ayudó


a construir su personaje

Miguel Ángel Alba Compañero de camino, el primero que escuchó


la historia, y prestó su mano para la portada.

A m i fam ilia, aliados incondicionales de m i aventura literaria, por su acom pañam iento,
paciencia y fe incom prensible en esta ingrata labor de denunciar y visibilizar a las poblaciones
vulnerables .

**Algunos de ellos autorizaron el uso de sus nombres para los personajes de la novela, sin
embargo, ninguno ejerce las actividades de los personajes que intervienen en la narración. Se
incluyen como un homenaje a ellos y para la protección de los verdaderos protagonistas. Todos
los lugares mencionados existen tal y como se relaciona en los llamados a pie de página, al
igual que los datos estadísticos, geográficos, o noticiosos.

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Prólogo

Lo despertó el dolor que sentía en todo su cuerpo. Entreabrió


los ojos y descubrió que respiraba con suma dificultad,
debido quizá al disparo que le propinó “el gato” en los
estertores de su muerte. Frente a él, como en una escena
surrealista sacada de algún triller de terror, sobre una fogata
estaba la cabeza cercenada de alias “El Gato” amarrada
del cabello a un madero atrav esado sobre las llamas. Sintió
pánico. La mirada de los ojos desorbitados del cráneo
mientras se derretía entre el fuego, parecía la confirmación
del presagio que le hiciera hace tiempo, la anciana loca en
la aldea de los Kogui1 de la Sierra nev ada de Santa Marta.

Intentó mov erse pero estaba firmemente atado de pies y


manos. De repente sintió su aroma. Ese perfume que lo había
cautiv ado desde que la conoció. Por la espalda, una mano
femenina suav emente se desplazaba entre su cabello, ahora
apelmazado por su propia sangre.

-Lo siento Philippe- le dijo ella al oído. –se supone que nunca
llegarías hasta aquí-.

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Los kogui de la Sierra Nevada, se consideran a sí mismos los herederos del jaguar

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Lentamente y con cuidado, ella lo giró en el suelo hasta
quedar boca arriba y, antes que él pudiera articular palabra,
lev antó su mano derecha con un enorme puñal plateado
rematado en una empuñadura dorada con forma de cabeza
de Jaguar.
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-no podemos arriesgarnos a dejarte vivir amor mio- le dijo ella
con los ojos llenos de lágrimas.

Y sin dudarlo un segundo, asestó un certero golpe en el


pecho del inv estigador, quién sintió como la hoja y la
decepción de morir a manos de la única mujer a la que se
atrev ió decirle que la amaba, taladraban su corazón.

Sintió como la sangre salía a borbotones mientras se le


escapaba la v ida, y justo cuando ella retiró la mano del
puñal, v io la pulsera sagrada de los miembros del Clan
Jaguar.

Su v isión se hizo borrosa, y mientras entraba en el oscuro


pasaje de la muerte, escuchó un rugido entre la maleza y lo
entendió todo. Él era el sacrificio para el Jaguar. Alimento
sagrado para el espíritu protector de la selv a.

Cerró los ojos y partió sin llorar. Como le habían dicho que lo
hacían los Hombres Jaguar desde el inicio de los tiempos.

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«…En el principio el Gran Espíritu permitió la vida en la tierra.
De ella brot o el achiwit t i 2, y luego el Palkii 3 que alejaba el frio y el sueño.
Junt o a ellos hizo su nido el Pariwana 4, padre de las aves que no vuelan.
Sus ramas acogieron al Cuanuincura5, padre de las aves que cazan y
pescan. Ent onces, el Gran espírit u creo al Gran Jaguar, el único que
veía de noche y podía alejar a los enemigos de la selva. 7

A él le dio el poder de ser invisible y la voz del t rueno para alejar a los
dest ructores de la selva. Cuando el Umarsca6 vino a dest ruir la selva y los
ríos, el Gran Jaguar le hizo frent e y sembró pánico en sus filas.

El Umarsca y sus animales le t emieron, y dejaron de perseguir a los


Kággabba7. Ellos ent onces aliment aron al Gran Jaguar y aprendieron
sus cost umbres para que él se quedara cerca para defenderlos.

El Gran Espírit u vio que era just o que los defendiera y desde ent onces,
los Kággabba viven en la selva, lejos del Umarsca y sus ciudades,
enseñando a los mejores de sus hombres, los secret os del Gran Jaguar,
para que cuando escuchen su rugido no t eman, sino ent ienda que el
Gran Espírit u est á cerca y junt o a él, defiendan la selva con sus propias
vidas…»

(Tradición Uyewaqui)

2
Árbol comestible, fundamental para la alimentación indígena.
3
Sustituto del café.
4
Tipo de flamenco andino, apreciado por su plumaje y elegancia.
5
Ave rapaz que habita las lagunas de los Andes
6
Caído, enemigo, destructor
7
Los kogui o kággabba, son un pueblo amerindio de Colombia, que habita en la vertiente norte de la
Sierra Nevada de Santa Marta en los valles de los ríos Don Diego, Palomino, San Miguel y Ancho. Son
unas diez mil personas que hablan su propia lengua.

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Índice
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Capítulo 1: Buenas noticias.

Capítulo 2: Aura del Sol.

Capítulo 3: La esmeralda más grande del mundo.

Capítulo 4: Mas allá de los ríos sagrados.

Capítulo 5: La senda del Jaguar.

Capítulo 6: El Umarsca.

Capítulo 7: El Clan Jaguar.

Capítulo 8: El rugido del Jaguar.

Corolario

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Buenas noticias. 9

La lluv ia resbalaba a cantaros por las v entanas de su aparta estudio


estratégicamente ubicado en el barrio Odeón, en pleno centro cultural de
París. De pie, mirando hacia la plaza Henri- Mondor, se balanceaba inquieto
hacia atrás y adelante con las manos en la espalda.

¡Cómo le hubiera gustado que no estuv iera lloviendo! Pues así podría caminar
las escasas cuadras que le separaban del café “Le Procope”, ubicado en el
número 13 de la calle de l´Ancienne-Comédie, donde se reunían importantes
figuras de la literatura y la política parisinas. Al menos así podría distraerse
durante las angustiosas horas en que esperaba respuesta de la Oficina para el
patrimonio I nmaterial de la UNESCO 8, disfrutando de una taza de café y una
conv ersación amena con Colette, la gentil y hermosa chica que pagaba sus
estudios de literatura en la Univ ersité Catholique de lille con lo que ganaba
atendiendo la barra frecuentada por escritores, poetas, intelectuales y locos
de la ciudad y el extranjero.

Ella se esforzaba por brindar una sonrisa y unos pocos minutos de atención a
cada v isitante, de tal manera que todos la percibían como su amiga, lo que
obv iamente, en Paris, y en el corazón premeditadamente solitario de los
intelectuales, era una actitud que redundaba en rentabilidad para el negocio.

Philippe Merchand era un citadino por adicción, soltero por elección y


ciudadano del mundo. O al menos así era como se presentaba cuando
alguien le preguntaba en alguna de sus frecuentes conferencias en
univ ersidades de Francia, América, I nglaterra o Dios sabe dónde, sobre su
origen nacional y sus preferencias culturales.

8
Es la sigla de United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

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Apenas acababa de cumplir 50 años y ya era licenciado en Arqueología e
historia del arte de la Univ ersidad de Calgliari, Magister en Antropología social
de LUND Univ ersity, y en inv estigación antropológica ancestral de la Vrue
Univ ersiteit de Amsterdam. Lector y estudioso apasionado de las culturas
precolombinas y especialmente apasionado por la figura totémica del jaguar
para tantas tribus y naciones prehispánicas en toda América.

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Su gran amor, desde que sufrió la muerte de su nov ia Ann Marise, en un
accidente a la salida de una fiesta de la univ ersidad, era la lectura. Había
desarrollado la habilidad de leer v arios idiomas, incluso jeroglíficos Egipcios
antiguos, y recientemente inscripciones Mayas, Aztecas y Toltecas, que le
habían impulsado a realizar v arios v iajes a Mesoamérica en busca de nuev os
secretos de las culturas existentes y perdidas en la espesura de la selv a.

Fruto del ultimo de esos v iajes, fueron las seis semanas que debió pasar
hospitalizado por haber contraído Leishmaniasis y malaria en las selv as del sur
de México, Honduras y Panamá. Como el mismo decía: “por andar
persiguiendo un jaguar, casi me matan los mosquitos”. Estaba absorto en sus
pensamientos, cuando sonó la alerta de un mensaje entrante en su lap top.

Encendió la lámpara de pié que estaba en el rincón junto a su escritorio de


caoba abarrotado de papeles y sentándose frente a el, abrió la
computadora, se acomodó los lentes, frotó las manos con fuerza y le dio click
en “bandeja de entrada”.

Tenía un solo mensaje entrante que titilaba con insistencia titulado: “réponse
au projet du Clan jaguar”. Tragó saliv a y se dispuso a leerlo:

« Cher Philippe, nous avons le plaisir de vous informer que votre projet
a été approuvé. Soyez présents à notre siège à New York, le 15
octobre prochain. En pièce jointe, nous envoyons un formulaire pour
l’inscription du projet.
Félicitations

Françoise Passe
Chef de l'UNESCO à Paris »

“Apreciado Philippe: con agrado le informamos que ha sido


aprobado su proyecto. Preséntese en nuestra oficina central, en
Nueva York, el próximo 15 de octubre. Adjunto, enviamos formulario
para la inscripción del proyecto. Felicitaciones. Francoise Passe.
Encargado de la UNESCO en París”.

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Un escalofrío le recorrió la espalda. Pensó en gritar, pero las paredes y los pisos
de estos aparta estudios eran como una caja de resonancia para un suspiro.
Volv ió a leer palabra por palabra para saber si no estaba equiv ocado. “votre
projet a été approuvé. ». Era el sueño que había perseguido durante los últimos
v einte años de su v ida.

Ahora toda su esperanza se estaba haciendo realidad. Pensó en llamar a sus


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amigos, publicar la noticia en Facebook, env iar una cadena de Whats App…
pero recordó que no tenia ningún amigo, nunca habia abierto un perfil en
Facebook ni tenia celular. Así que abrió una botella de Alain Brumont,
Château Bouscassé Les Jardins, y se sentó de frente a la v entana, se sirv ió una
copa y por primera v ez, desde el entierro de Anne Marisse, lloró, pero esta v ez
de alegría.

El 14 de octubre llegó a Nuev a York en pleno otoño. El Central park era un


regocijo para la v ista con sus hojas multicolores y los días frescos que le
ayudaron a aclimatarse rápidamente. Se hospedó en el Ace Hotel, en pleno
Dow n Tow n de la capital del mundo. Le encantaba ese hotel, pues exhibía
regularmente obras de arte de pintores famosos y realizaba en su lobby
ev entos culturales de todo el planeta.

Al día siguiente, en la reunión adelantada en la sede de la Oficina para el


patrimonio I nmaterial de la UNESCO, Philippe Merchand mostró su más
preciado tesoro. Durante una de sus periplos a la América central y del sur,
había logrado adquirir, por medios, la v erdad, no muy legales, el único
brazalete del Clan Jaguar auténtico, completo y primorosamente labrado en
metales preciosos. Cuando lo sacó de su cajita de madera con terciopelo
negro y lo puso sobre la mesa, un apagado murmullo de admiración llenó la
sala. Era una pulsera de hilo trenzado color negro, con la cara de un jaguar
primorosamente ribeteado en filigrana de oro sobre un cuarzo blanco y dos
esmeraldas por ojos.

Alrededor de la pulsera se podían v er claramente las ocho esferas de oro, que


simbolizan los principios del Clan Jaguar, así como las cuatro esferas de coltán9
negro, adornadas con cintas doradas que simbolizan los cuatro pilares del
hombre jaguar, y el remate con las cuatro esferas, dos de plata y dos de oro
que mostraban que se trataba de una pulsera de alguien de gran niv el en la
supuesta organización secreta.

-¿Dónde consiguió este brazalete?- pregunto Louis Bringer, jefe de la comisión


de inv estigación de culturas ancestrales y patrimonio inmaterial, mirando
asombrado el brazalete y acercándose mucho a la mesa.

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es un mineral metálico negro y opaco de gran valor, compuesto por los minerales columbita y tantalita,
empleado en la fabricación de elementos electrónicos.

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-Esa es la esencia del proyecto señores- respondió complacido Philippe, al
notar el interés que despertaba su tesoro. -encontrar al portador original de
este brazalete y si la suerte nos sonríe, documentar por primera v ez en la
historia, a una de las culturas ancestrales que aún permanecen ocultas para la
ciencia y el mundo: el Clan Jaguar-

-Todos sabemos que esto es parte de una gran leyenda que pretende justificar
12
lo que algunos han llamado algo así como “el enigma sagrado”, el Santo Grial
de las culturas precolombinas. - Afirmó Beringer, haciendo en el aire la señal
de comillas con los dedos de ambas manos, mientras retornaba a la
compostura y se sentaba a horcajadas en su silla, con un ev idente aire de
superioridad. –Desde los v iajes de Marco Polo en el siglo XI I I ,- continuó el
hombrecillo- se menciona el Clan Jaguar, como una especie de grupo elite
de los nativ os que presentó fiera defensa a los conquistadores… meras
especulaciones, si me permiten decirlo francamente-.

Pero Philippe estaba preparado para esa ev entualidad. Guardando de nuev o


el brazalete de hombre Jaguar, extendió sobre la mesa de los eruditos, un
enorme mapa de América con una cara de jaguar finamente pintada en una
esquina. Con él, comenzó a explicar a los presentes las ev idencias que había
encontrado en su v iaje desde México, en el que pudo apreciar el “Jaguar de
Acapulco”, hallado en Palma Sola, Acapulco. La representación del felino se
localizó en la pared Oeste, de un enorme soporte rocoso con escenas
grabadas en la parte superior y un asiento sobre su cabeza 10. La
increíblemente detallada y enorme escultura Jaguar en Copán Honduras,
Centro América. El monolito gigante en Nicaragua11 ; la escultura12 Metate de
cuerpo entero, del Guerrero jaguar sagrado en Panamá y finalmente el
camino del jaguar en la selv a Panameña que continuaba hacia Colombia,
pero que no pudo recorrer por las enfermedades tropicales adquiridas en su
último v iaje.

- No sé - bufó Beringer, un hombre regordete y bajito que tenía la incómoda


costumbre de mirar por encima de sus lentes redondos. –Es demasiado
arriesgado y teórico para inv ertir 950.000 dólares en este proyecto basado en
tradiciones orales y supersticiones, más aun considerando que el único soporte
ev idente es una artesanía que pudo haber sido hecha, con todo respeto,
Profesor Merchand, por cualquier almacén turístico en América latina-.

-Supersticiones que han sido la base fundamental de las creencias de cientos


de culturas, durante milenos a trav és de tres continentes, si me permite precisar
la información- dijo Philippe, clav ando la mirada en el crítico de su proyecto.

10
www.rupestreweb.info/acapulco.html
11
antharky.ucalgary.ca/caadb/sites/antharky.ucalgary.ca.caadb/files/Falk_and_Friberg_1999_0.pdf
12
ifigeniaquintanilla.com/2012/08/10/un-metate-excepcional-del-sitio-barriles-o-cuando-la-escultura-
en-piedra-no-tiene-limites/

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-¿afirma usted, que con este dinero y antes de un año, podrá darnos pruebas
fehacientes de la existencia del Clan jaguar que sobrepasen esta hermosa
artesanía que nos ha presentado?- repostó Beringer, sin quitar la v ista de la
caja que contenía la pulsera.

-sin duda alguna- respondió Philippe irguiéndose y colocando sus manos en la


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espalda, al mejor estilo del catedrático que había sido toda su v ida. –
caballeros- dijo mirándolos a todos- he recorrido medio mundo, exponiendo
mi v ida, solo para lograr que la UNESCO aprobara mi proyecto. Tengo pruebas
irrefutables de la existencia histórica del Clan Jaguar, y con su apoyo, no solo
rev elaremos su estructura sino el enigma sagrado más grande de la historia
latinoamericana. Estando en Paris, recibo un mensaje de aprobación, v iajo
hasta aquí por indicaciones de Monsieur Passe ¿y ahora v an a decirme que no
me han aprobado el proyecto?

-¡no se trata de eso Monsieur Philippe!- dijo una v oz profunda que ingresaba a
la sala de juntas.

Todos se pusieron de pie de un salto, ante el extraño que ingresaba seguido de


dos escoltas v estidos de traje negro y corbata.

-Estos caballeros tienen la misión de v erificar que los muy escasos fondos de la
oficina de patrimonio inmaterial de la UNESCO no se pierdan en empresas….
Como decirlo diplomáticamente… quijotescas.-

-¿y usted es?- imprecó Phillipe extendiendo su mano derecha para saludar.

-Michael Frendch- respondió el recién llegado aceptando el saludo. –


Delegado del Secretario General de la ONU para la financiación de proyectos
culturales, por fav or caballeros – dijo refiriéndose a todos – sentémonos y
sigamos con la reunión que tengo poco tiempo. Frendch era ese tipo de
hombre que inspira respeto con solo v erlo. Alto, de contextura atlética, con
marcados rasgos de indígena americano. Su cabello profundamente negro y
brillante, cortado al estilo militar, le daba un aire de jefe, que ninguno discutía
en el salón. Vestido con traje y corbata, sus ademanes demostraban una
gran educación y sobretodo, un don de gentes que no pasaba
desapercibido.

Durante las dos horas siguientes, Philippe expuso, con lujo de detalles el
proyecto. Sustentó los objetivos, la manera como inv ertiría los recursos, y sobre
todo los indicios ev identes de la existencia real del Clan jaguar. Su plan era
retomar el rastro del v iaje interrumpido en Panamá por sus afecciones de
Salud. Su objetiv o primordial, era v isitar los asentamientos Kogui de la Sierra
Nev ada de Santa Marta en Colombia,

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Con la absoluta conv icción respecto a que, las tradiciones orales y los registros
de las crónicas españolas, coincidían en lo fundamental: las culturas
prehispánicas, desde el sur de los Estados Unidos hasta Perú e incluso en norte
de Argentina, tenían al Jaguar como objeto de culto, y a su alrededor se
había creado toda una cultura de guerra, que, de alguna manera se había
extendido por toda la región.

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Su teoría apuntaba a que la frustración de algunos de los líderes indígenas en
Centroamérica, Suramérica y el caribe frente a la escasa o nula resistencia a la
conquista española, y el dolor por la masacre y el despojo, habían dado
origen a una fuerza de combate especializada en la protección de los pueblos
aborígenes y sus tesoros, gente que no v eía a los europeos cono Dioses o sus
emisarios, sino que comprendían que eran seres humanos impulsados por la
codicia.

Disertó sobre cómo la identidad del Guerrero jaguar, en todas sus v ariaciones,
está presente en la orfebrería, las tallas en madera, las esculturas y la tradición
oral de v arias naciones con ev identes barreras idiomáticas, geográficas y
culturales aparentemente insalv ables, con el atractiv o adicional, de poder
establecer, si lograba probarlo Philippe Merchand, que esta línea de
pensamiento internacional e intercultural en torno al Guerrero jaguar, existía
desde los v iajes de Marco Polo hasta nuestros días.

Frendch, que escuchaba con atención, dijo:

-Respetado Philippe, permítame expresarle mi admiración por su conocimiento


del tema y sobre todo por el apasionamiento en el proyecto. Sin embargo, me
cuentan que usted trajo un brazalete, que no pude v er por no llegar a tiempo,
que tiene un simbolismo muy especial para este Clan jaguar que usted
persigue, ¿podría ser más específico?-

Philippe sonrió y le brillaron los ojos. Sacó con cuidado el brazalete de nuev o y
lo extendió en la mesa.

-v erá Señor Frendch- dijo sentándose en medio de todos, mientras el grupo se


acercaba a la mesa tratando de detallar el objeto. –cada elemento, tiene un
significado muy profundo y especial-.

El hilo negro trenzado – continuó diciendo el inv estigador- es hilo Wayuu. La


tradición dice que una v ez existió, al inicio de los tiempos, una araña conocida
como Walekerü, que tejía a escondidas bajo la luz de la luna. Una noche, una
niña se le acercó para alabar su destreza con el hilo.

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La araña, conmov ida, se ofreció a enseñarle su más preciado tesoro: el arte
de tejer. Durante ocho lunas, la niña tejió sin parar hasta alcanzar la habilidad
de reproducir el arte de su maestra, la araña. Por eso la manilla tiene ocho
nudos dobles trenzados, uno por cada luna.

-ohhhhh- se escuchó en el salón

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-En el caso de la cabeza del jaguar- dijo Philippe mientras señalaba con un
apuntador laser el objeto para no tocarlo – v en que está ribeteado en ocho
hileras de filigrana de oro sobre un pequeño cuarzo blanco y con dos
esmeraldas por ojos.

El oro, como todos los saben en esta sala, era considerado en las culturas
aborígenes, más como un objeto de tributo que como un símbolo de riqueza
material. Era utilizado para transmitir mensajes que eran considerados
sagrados, conv irtiéndose en la materialización del Sol (Sue) y su energía
cósmica. El cuarzo, por su parte, simboliza además de la luna llena, el poder
de la tierra, la energía complementaria del sol. Lo que los Muiscas
colombianos llamaban Chia, la pareja, el equilibrio de Sue. La esmeralda, que
forma sus ojos, se relaciona con la realeza, la div inidad del Jaguar. Su destino y
labor como protector de lo div ino en la selva. Verde como la v egetación, duro
como la piedra y preciosa como la div inidad.

Recuerden que los ojos de los felinos brillan en la oscuridad. Por eso la mirada
del Jaguar es brillante, alerta, atemorizante para sus enemigos. Esta pulsera en
particular, tiene v arios símbolos grabados en su anv erso, no he podido
identificar el lenguaje en que están escritos, pero esa es otra de las misiones en
este v iaje, encontrar escrituras y registros que sirv an para la lectura
comparada de ese enigma grabado en la cabeza de cuarzo.

Alrededor de la pulsera se v en ocho esferas de oro, que simbolizan los


principios del Clan Jaguar: Lealtad, v alor, sacrificio, unidad, respeto, secreto,
pureza, y serv icio. Las cuatro esferas de coltán negro, adornadas con cintas
doradas, simbolizan los cuatro pilares del hombre jaguar: Su compromiso con
el cuidado de la selv a, su compromiso con el cuidado del agua, su
compromiso con la familia y su compromiso con su Clan.

Al cierre de la pulsera, a manera de broche, v emos dos hilos con el remate de


cuatro esferas, dos de plata que significan que el portador es un mítico “Balam
Quitzé” u “Jaguar de Fuego”, un Guerrero de las más altas calidades del Clan
jaguar, es decir, el que forma a los nuev os miembros en las artes de la guerra y
la superv iv encia en la selv a, posiblemente miembro de una estirpe real o
sacerdotal, como lo fuera el legendario Sugamuxi, y cerrando, dos esferas de
oro que significan que ha llegado a su máximo niv el.

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Un silencio profundo y prolongado llenó el salón. Todos esperaban la sentencia
del delegado del Secretario General.

Michael Frendch le hizo un ademán a uno de sus escoltas que le alcanzó un


maletín negro en el que nadie había reparado hasta ahora, del que sacó
unos guantes de paño, como los que se usan en los museos para cuidar las
obras de arte. Se los puso y extendió, con muchísimo cuidado frente a los
16
atónitos asistentes, una tela blanca finísima, que parecía tener cientos de
años. En ella, dibujado con tintes v egetales, se v eía un brazalete exactamente
igual al que tenía y había acabado de explicar Philippe. Todos quedaron
estupefactos.

En la parte inferior, casi ilegible, en símbolos de lengua Miskito 13, podían v erse
tres series de grabados antropomorfos y zoomorfos.

Philippe, se acomodó los lentes, se acercó a la tela con las manos en la


espalda, y leyó:

“Aihma Wakaia aiklabanca daukaia aikuki asla prakaia ar daukaia aimplikra


aisankara kasak lukaia apia bakahnu taki daukan w arka inipis lalah tikaia”

“Solo debes extraerlo para unificar tu tierra. Desconfía del ladrón que quiere
malgastarlo, úsalo para pelear la insurrección final por todos nosotros”

A Beringer le sudaban las manos. -¿También sabe leer Miskito Doctor Philippe?-
dijo con cierta ironía.

-Miskito, Nahuatl, Mexcali, Quechua, Egipcio, Asirio y algo de Hindu y hebreo


antiguo- respondió triunfante el Profesor Philippe Merchand, incorporándose y
regresando a su lugar en la mesa de reunión.

-Reservé hasta ahora este valioso objeto para no afectar su juicio caballeros –
dijo Michael Frendch, mientras lo guardaba con extremo cuidado en el
maletín.

– A la fecha, era la única prueba que teníamos de la existencia del Clan


Jaguar. Es una tela mortuoria encontrada en una región llamada I tagüí en el
departamento de Antioquia Colombia, y según los estudios arqueológicos y la
datación, tiene más de 2.000 años de antigüedad14-.

13
El misquito es una lengua misumalpa hablada por el pueblo misquito en el norte de Nicaragua, particularmente
en la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte y en el este de Honduras, en el departamento de Gracias a Dios.
14
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Frendch se colocó en pié, entregó el maletín al escolta, y ya saliendo del salón
dijo sin mirar atrás: -Tiene el dinero para su expedición, Monsieur Philippe, le
informaré personalmente al Secretario General de este marav illoso hallazgo,
por fav or garantice la custodia de ese marav illoso brazalete, seguramente es
el objetiv o de muchos cazadores de tesoros-

Al salir del salón de reunión, todos felicitaron a Philippe. De algún modo


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extraño, ahora todos eran sus admiradores y seguros compañeros de
av entura.

Pero uno de ellos, en la penumbra, tecleo un nerv ioso y rápido mensaje de


texto en su celular. Le escribía a sus secuaces a miles de kilómetros de
distancia. El tesoro que tanto habían buscado, inv irtiendo miles de dólares y
desapareciendo cientos de personas, acaba de aparecer frente a sus ojos por
azar.

Michael Frendch tenía razón. El brazalete jaguar acababa de despertar la


típica codicia de los hombres blancos. Tal como en la época de Colón,
Balboa, Jiménez de Quezada y el resto de inv asores, el corazón dominó la
razón, y mov ió la mente tras el espejismo de la cantidad de oro, y joyas
preciosas más grande que la historia de la conquista española hubiese
registrado jamás: el gran tesoro real del templo del sol de Sugamuxi; el gran
“enigma sagrado”.

Llamado así por los cronistas que lo buscaron hasta la muerte. La tradición
siempre había dicho que lo custodiaban los Guerreros jaguares en alguna
parte de centro américa, bajo el resguardo de las selv as impenetrables y las
enfermedades mortales. Pero era la primera v ez que un blanco tenía en sus
manos la llav e para al fin localizarlo y apoderarse de él.

Muy lejos de allí, en las selv as del Orinoco v enezolano, en una mina de Coltán
ilegal, un temible delincuente, cabecilla de la organización criminal más
grande de explotación ilegal de oro y coltán, esclav itud, trata de personas y
narcotráfico del continente, recibía el mensaje env iado desde Nuev a York.

-¡Pekinés! ¿Dónde está pekinés?, ¡llámenme urgente a ese marica!-

Vocifero a sus hombres en medio del ruido ensordecedor de las maquinas que
extraían y acumulaban el material extraído de las entrañas de la tierra por sus
esclav os indígenas.

-¡Mande patrón!-

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Dijo alias “Pekinés”, al llegar a la tienda en la que estaba sentado su jefe al
lado de un v entilador demasiado pequeño para su enorme humanidad.

-¿usted tiene v isa americana cierto?- preguntó el cabecilla.

-SI patrón. ¿Por qué?-

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-Aliste maleta que se v a para Nuev a York. Me v a a seguir a este man – alargó
el celular para mostrarle una foto que le habían env iado junto al mensaje –

-Es un inv estigador francés. Al parecer, es el muñeco que tiene “nuestro


brazalete”. No le pierda paso. En cuanto pueda róbele esa mierda. El jefe la
necesita-.

-¡esa si es buena noticia patrón! A v er si al fin salimos todos de pobres que esta
selv a me tiene harto! Ya me le pongo a la pata y cualquier cosa le av iso.
¿Toca darlo de baja o solo recuperar esa v aina? –

-por ahora la instrucción es seguirlo y robársela. Nada más. Pero si las cosas
cambian, o se pone difícil, ya sabe, duro y a la cabeza-. Contestó con frialdad
el jefe, ofreciéndole un v aso de Wisky a su subalterno, que rió ruidosamente.

Al tiempo, en la sede de las Naciones Unidas, todos celebraban al


inv estigador. Le auguraban éxito, se tomaban fotos con él, le daban
palmaditas de ánimo en la espalda. Ninguno sabía en ese momento, el
infierno que enfrentarían Philippe y sus asistentes en los meses siguientes
cuando caerían en manos del Umarsca, en las profundidades sin cielo de la
manigua colombiana.

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Aura del Sol. 19

Philippe Miró el reloj en la penumbra de su habitación. Marcaba las 5:30 a.m.


horario de Nuev a York. Es decir que, según sus cálculos, estaba llegando el
medio día en Paris. La hora en que sin falta llegaba a diario al café “Le
Procope”, de la calle de l´Ancienne-Comédie, a tomar un bocado liv iano, leer
la prensa y conv ersar sobre literatura mediev al con Colette, su única “amiga”,
si por eso se puede tomar una persona que compartía su interés por la historia,
la literatura y la conserv ación cultural. Prefería ir de lunes a juev es, porque los
v iernes, por ser un punto de encuentro de intelectuales, se convertía en un bar
muy deprimente. Hacía ya un año que intercambiaba libros y artículos de
rev istas especializadas con Colette. Ella los leía y hacía algunos apuntes que
luego discutía con Philippe, aprov echando el perfil del profesor y su profundo
conocimiento de la historia y la sociedad humana.

Salió del hotel luego de desayunar, sobre las 9:00 a.m. y pensó en pasar una
mañana tranquila en el Central park, mientras llegaba la hora de su v uelo a
Colombia. Entró caminando desprevenido al enorme parque emblemático de
la capital del mundo. Se recostó sobre la baranda de la pista de patinaje
Wollman Rink, que apenas comenzaba a derretirse. Le agradaba pensar que
en ese escenario, grandes películas como Lov e Story, habían hallado un plató
perfecto. Almorzó en el Av ern on the Green, el más famoso restAurante de
Central park. Luego caminó hasta la famosa y espléndida Bethesda Terrace,
su zona fav orita del parque. El bonito conjunto está presidido por la estatua
del Ángel de las Aguas en la Bethesda Fountain, construido en 1873. Suspiró al
recordar que en esa fuente, le había pedido matrimonio a su amada Ann
Marise, en una tarde de v erano, cuando durante un programa de
intercambio, habían pasado un tiempo en Nuev a York. Una lágrima silenciosa
rodo por su mejilla, que pronto enjugó con el puño de la camisa.

Al regresar al hotel, poco antes de las 4:00 de la tarde, comenzó a empacar


sus cosas metódicamente, como se había acostumbrado a hacerlo durante
sus años de v iajes por todo el mundo.

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Sintió un ligero pesar, al darse cuenta que su haber y legado se redujera a una
lap top marca Apple, un estuche de aseo personal que adquirió en un bazar
en Estambul, dos toallas egipcias, cuatro camisas, y sus pantalones del mismo
color, todos oscuros, sev eros, como él mismo.

El único objeto fuera de lugar era la cajita que contenía la pulsera del Clan
Jaguar. Toda su v ida cabía en un morral de excursionista. Se sintió mal por
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haberles mentido a los eruditos de la ONU, pero no podía rev elar la manera
como había adquirido la codiciada joya, y menos cuando fue una situación
tan turbia y peligrosa.

Puso la caja de madera sobre la mesa y la miró con detenimiento. Era muy
arriesgado llev arla a este v iaje, sobretodo porque estaría en plena selv a y no
aportaba mayor utilidad, en la medida que ya había serv ido para la gestión
de los recursos del proyecto. Le dio v arias v ueltas en la mano, la abrió y
extendió el brazalete, que ejercía una atracción magnética sobre él. De
repente sonó el teléfono. Se sobresaltó y rápidamente regresó a la realidad.

- ¿sí? – dijo al lev antar el auricular.

Una v oz femenina, muy cálida le dijo en francés:

-Monsieur Merchand, v ous nous avez demandé de v ous informer de v otre v ol.
a une réserv ation pour 20h Voulez-v ous que nous appelions un taxi? – (usted
solicitó que le avisáramos de su vuelo. tiene reserva para las 8:00 p.m. ¿desea
que llamemos un taxi?) ….

El profesor Mechand suspiró profundamente ante la inminencia del inicio de la


av entura que había perseguido durante los últimos 20 años de su v ida. Se miró
en el espejo de la pared. Ya no tenía la apariencia de un av enturero, pero aún
conserv aba los rasgos duros de quien ha pasado mucho tiempo a la
intemperie. Sus cienes entrecanas, sus espesas cejas, complexión atlética y su
porte distinguido, aun le daban ese aire, que Anne Marise llamaba en broma
“v isage d'I ndiana Jones” (cara de Indiana Jones).

-¿monsieur?- repitió la v oz femenina al otro lado de la línea.

-disculpe- respondió Philippe – si, por fav or necesito un taxi. Gracias.

Unos instantes después, avanzaba raudo por la Liberty av enue en dirección al


aeropuerto Jhon F Kennedy. Al llegar a la terminal, se dirigió rápidamente al
Check point, registró su morral de campo como equipaje de mano e ingresó
directo a la sala aunque llev aba tiempo de sobra, porque no le gustaba la
v ida flotante de los bares y tiendas de aeropuerto. Desde su punto de v ista,
era como estar en un mundo superficial lleno de baratijas no tan baratas.

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Escucho el llamado a abordar su v uelo y se ubicó en la cabeza de la fila de
v iajeros. Al ingresar al enorme av ión de American Air Lines con destino a
Bogotá D.C., Capital de Colombia, caminó hasta su silla, elegida
específicamente junto a la v entanilla atrás del ala, para poder distraerse con
el paisaje.

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Desafortunadamente el profesor Merchand, no reparó en el misterioso hombre
que v enía siguiéndolo desde que abordó el taxi en el Ace Hotel. Era alto,
delgado, con apariencia más bien latina, v estido de traje pero sin corbata, de
unos cincuenta y tantos años. Se sentó a dos filas de distancia en diagonal,
donde pudiera tener dentro de su campo de v isión al francés durante todo el
recorrido.

El v uelo nocturno, duró algo más de 6 horas, fastidiando al inv estigador,


porque el único paisaje que pudo v er todo el trayecto, fue el bombillo de
posición que parpadeaba en el extremo del ala de la aeronav e. Prefirió
recostar un poco su asiento y meditar en lo que lo esperaba al llegar. ¿Cuánto
tiempo tardaría en hallar los primero indicios?, solo disponía de un año desde
su llegada a Colombia y el día de la presentación de conclusiones ante la
UNESCO.

Su objetiv o final, era develar los secretos del Clan Jaguar, registrarlo como una
cultura prehispánica aun superv iv iente y por qué no, aspirar al premio que la
UNESCO entregaba cada año al descubrimiento más espectacular y
detallado. Esos 200.000 dólares, seguro le permitirían iniciar una nuev a
av entura arqueológica. Se durmió pensando en el brazalete, su última
trav esía por el tapón del Darién antes de contraer Malaria y sobre todo con el
futuro promisorio para su carrera. Se sintió como un moderno Vasco Nuñez de
Balboa, mov ido por el espejismo de “El Dorado”, solo que esperaba no morir
delirando de fiebre en la selv a, como el desafortunado expedicionario
Colónial.

-Ladies and gentlemen, w elcome to Bogotá- anunció el audio desde la


cabina. - please, fasten your seatbelt, secure your indiv idual table, and place
the chair in an upright position- (Señoras y Señores, bienvenidos a Bogotá. Por
favor abroche su cinturón de seguridad, asegure su mesa individual, y coloque
la silla en posición vertical).

Bogotá los recibió con una temperatura de 6 grados centígrados al filo de la


madrugada. Philippe se sorprendió (Como la mayoría de los extranjeros), al
v er que la ciudad no era el pueblito que se mostraba en las películas de
Holllyw ood, sino que era una metrópoli gigantesca, que se extendía sobre la
enorme sabana que antes fuese la laguna sagrada de los Muiscas, esa misma
que Bachué desaguó rompiendo la peña en el salto del Tequendama.

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Al dirigirse a la banda transportadora de equipaje el profesor no se dio cuenta
que el hombre que no había dormido en todo el v uelo, lo espiaba desde
detrás de una columna de la enorme sala. Merchand tomó su mochila de
campista, la terció al hombro, se subió las solapas de la chaqueta y se
encaminó a la puerta de salida de los v uelos internacionales después de los
trámites de rigor.

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Justo en la puerta, un hombre v estido de traje oscuro y corbata le esperaba
con su nombre en un letrero del tamaño de una hoja de papel carta. El
profesor se le acercó y le saludó, el hombre le hizo una rev erencia con la
cabeza y trató de recibirle la mochila, pero el profesor no la entregó

-es demasiado v aliosa para mí- dijo el profesor con un español marcado de
tonos franceses. – Por fav or salgamos de aquí – sentenció.

Se dirigieron a un automóv il Mercedes Benz clásico color negro, que estaba


en el estacionamiento del aeropuerto. Mientras tanto, el hombre que estaba
v igilando al inv estigador, se había colocado muy cerca del francés sin que
este o su anfitrión se dieran cuenta, y había escuchado perfectamente
cuando el profesor había dicho de su equipaje que “era demasiado valioso”, y
esa era justo la frase que estaba esperando escuchar.

Mientras los dos hombres se dirigían al v ehículo, alias “Pekinés”, sacó un celular
del bolsillo de su chaqueta, marcó un número, esperó que respondieran y solo
dijo:

-listo patrón, llegamos a Bogotá… y si la trae-

Segundos después una camioneta Dimax, negra doble cabina, con v idrios
polarizados, recogió a “Pekinés” a la salida del aeropuerto y partió a gran
v elocidad rumbo a las oscuras y frías calles Bogotanas.

-Bienv enido al hotel Sheraton- le dijo amablemente el jov en que le recibió en


la recepción del hotel. -¿último v uelo desde Nuev a York v erdad?-

Philippe sonrió y asintió con la cabeza.

-Por fav or firme aquí Doctor Merchand, la Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para Colombia ya cubrió toda su estadía, así que puede subir
inmediatamente a descansar. ¿Desea comer algo o que le despertemos a
alguna hora?-

-No gracias, es usted muy amable, solo deseo descansar, me espera un largo
día- Respondió en español el profesor Merchand.

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Antes de caminar al ascensor, giró hacia el conductor y le extendió un billete
de 100 dólares. El conductor le miró con asombro, e intento rechazarlo.

-recíbalo- le dijo Philippe- no sé cuánto le paguen, pero pararse a la media


noche en la entrada de un aeropuerto en una ciudad con este clima, ¡no
merece cien dólares sino una medalla!-

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Al llegar a la habitación, ubicada en el piso decimo de la torre, se tiró cuan
largo era en la cama, y rápidamente se quedó dormido.

Sonó el teléfono.

Merchand saltó de la cama asustado por el repiqueteo incesante del aparato


y se dio cuenta que eran las nuev e de la mañana del día siguiente. Se había
quedado profundamente dormido sin siquiera quitarse los lentes.

-¿Si?-

-Porfesor Philippe Merchand- le dijo una v oz femenina al otro lado del teléfono.
–aquí hay una señorita que afirma que le urge v erle, tiene una identificación
de las Naciones Unidas-

- très bien- contestó en francés el profesor .-por favor dígale que me espere, en
media hora bajo. Colgó el teléfono y con mucha prisa abrió el morral, sacó
alguna ropa. De un salto llegó al baño, abrió la ducha mientras se cepillaba
los dientes y trataba de afeitarse…. Todo al mismo tiempo.

Apenas había salido del baño, y se había colocado el pantalón, camisilla y la


camisa abierta cuando golpearon en la puerta. Merchand se quedó quieto
esperando confirmar que era en su puerta que estaban llamando. Tres golpes,
esta v ez más fuertes, confirmaban que alguien estaba llamando a la puerta
de su habitación, podría ser el serv icio al cuarto o simplemente un botones
para av isar nuev amente de la llegada de la v isitante… a medio v estir y sin
zapatos, se dirigió hacia la puerta y la abrió con la firme intención de
deshacerse del inoportuno v isitante, pero quedó paralizado.

Frente a su puerta había una mujer jov en, alta, con una larga cabellera negra
brillante que le caía elegante y sensual sobre sus hombros, su rostro perfecto
de facciones latinas muy finas, enmarcaba sus dos grandes y hermosos ojos
con forma de av ellana de un profundo color miel. Philippe no pudo ev itar fijar
la mirada en sus labios, definidos con un arte y una exquisitez que Merchand
solo había v isto en cuadros del museo del Louv re.

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Unos lentes redondos enmarcaban su mirada y el traje de oficinista le iba
perfectamente bien, resaltando su contorno ev identemente latino, rematado
en unas piernas elegantes y largas que terminaban en zapatos de tacón alto.
Pero lo que en realidad dejó al profesor medio v estido paralizado en la puerta,
fue el aroma que inundó la habitación tan pronto como abrió. Era Black
Opium de Yv es Saint Laurent… El mismo perfume que usaba Colette, su
confidente del café “Le Procope”.
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-¿Profesor Philippe Merchand?- le dijo ella sonriendo mientras bajaba la v ista


ante el desolador panorama.

- Ehhh…si, digo oui, perdón si… yo soy… ¿y usted es?-

-Aura del Sol- Respondió la mujer mientras ingresaba sin permiso en el cuarto y
en la v ida de Philippe Merchand- soy pasante profesional de arqueología en
la delegación de la UNESCO aquí en Colombia.

Tengo el gusto de ser su guía, asistente y testigo durante todo el v iaje por
encargo directo de la Oficina de patrimonio inmaterial de la Unesco en Nueva
York-. Mientras hablaba, acomodó un computador en la mesa, sacó v arias
carpetas de su bolso y las desplegó sobre la cama, y se sentó con aire de
estudiante frente al sorprendido profesor que aún no cerraba la puerta.

-Por fav or profesor- dijo amablemente – cierre la puerta que le v a a dar un


resfrió y con sus antecedentes de paludismo ¡no podemos correr esos riesgos!-.

Merchand obedeció sin mediar palabra. Cerró la puerta y se sentó frente a la


chica consternado y un poco apenado por la presentación personal.
Ciertamente, era reconocido por ser muy cuidadoso con ese detalle.

-yo soy… yo v ine… pero no entiendo…- balbuceo el inv estigador.

-no se preocupe profesor. Sé exactamente quién es, de donde v iene, que ha


hecho, qué busca y cuál es el contenido de su proyecto. Yo planearé todo el
v iaje, las rutas, los medios de transporte, los alojamientos, también seré su
enlace con las autoridades civ iles y de policía, museos, y univ ersidades, tengo
todo el proyecto que usted presentó, lo he estudiado y en base a él, ya tengo
planificadas las dos primeras semanas, de hecho, a las 11:30 am de hoy
tenemos nuestra primera cita con el Dr. Griboldi Hernán Ciprian, curador en
jefe del Museo del oro de Bogotá.-

-permítame al menos v estirme Señorita… ¿sol me dijo que era su nombre?-

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-Aura. Aura del Sol- precisó la nuev a compañera de v iaje del francés. –por
fav or termine de arreglarse, yo revisaré detalles de la agenda mientras tanto, y
programare todos los números y citas en su teléfono celular- y puso manos a la
obra, ignorando la obv ia intención del profesor, que era que ella saliera del
cuarto mientras él se v estía.

Ante la arrolladora personalidad de la extraña v isitante, no pudo más que


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claudicar, llev ar sus ropas al baño y encerrarse a terminar de v estirse.

-¡No tengo teléfono celular! Gritó desde adentro en tono triunfal el francés
desde el baño.

-no se preocupe por eso- le respondió en el mismo tono la chica sonriendo –


¡ya tiene! – Hizo una pausa observ ando el contenido de la maleta y gritó de
nuev o -¡también tendremos que comprar ropa adecuada profesor!- .

Philippe recordó la época en la que su mama rev isaba su closet mientras él


estaba bañándose.

Aura del Sol condujo rauda su v ehículo Veloster color blanco, que además de
apariencia de nav e espacial, tenía un enorme panorámico por techo, lo que
le permitió a Philippe disfrutar del paisaje de la ciudad. Recorrieron la calle 26
pasando frente al cementerio central, donde Aura del Sol le explicó que
estaban las tumbas de las personas importantes en la historia del país. Subieron
por el planetario distrital a buscar la carrera 6 y luego la calle 9 hasta la carrera
quinta, numero 17 – 79, sede de la Gran Logia de Colombia.

Dejaron el v ehículo en un parking cerca del antiguo edifico e ingresaron en él.


Un hombre anciano v estido de librea y corbatín, a la usanza de los clubes de
alcurnia en I nglaterra, les saludó cortésmente indagando el motiv o de su v isita.

Aura del Sol, respondiendo el saludo, le extendió una tarjeta negra. El hombre
sonrió, se hizo a un lado y les indicó el camino. Caminaron por un corredor
adornado con retratos al óleo de quienes muy seguramente fueron personajes
importantes de la logia desde su fundación. Al llegar al final del corredor,
ingresaron en lo que parecía ser un gran salón de reuniones de forma
cuadrangular, con paredes color crema y marfil, en el centro destacaban dos
columnas doradas que llegaban al techo sosteniendo dos orbes de porcelana,
que brillaban bajo un techo bellamente iluminado como un cielo del
atardecer tachonado de estrellas organizadas en las formas de los símbolos
del zodiaco. En la pared derecha colgaban cuatro mandiles tradicionales de
la logia y en una esquina del templo, cruzado de brazos recostado contra una
pared, mirando absorto por la v entana, estaba el Doctor Griboldi Hernán
Ciprian, curador principal del Museo del oro de Bogotá.

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Al v er a los v isitantes, el Doctor Ciprian av anzó hacia ellos saludando con
efusiv idad a Aura del Sol y extendiendo un cordial saludo a Phillipe.

-Por fav or sentémonos – dijo el Doctor Ciprian, Hombre de mediana edad,


ev identemente educado y v estido con un traje de corte inglés y zapatos
perfectamente lustrados. Llev aba cinco años como curador principal del
Museo del oro de Bogotá, uno de los más prestigiosos del mundo en materia
26
de orfebrería precolombina y había llegado de trabajar como curador auxiliar
en el museo arqueológico de Montreal. Doctorado en arqueología, historia del
arte y restAuración de objetos históricos de la Univ ersidad de Londres, era tal
v ez, uno de los eruditos más notables del ramo en toda América.

-Monsieur Philippe- dijo el Curador dirigiéndose con respeto al extranjero –


debe parecerle extraño que hagan una parada en este templo del saber,
antes de llegar al Museo del oro. Pero todo tiene una explicación y una razón
de ser-

-ciertamente me gustaría conocerla- interpeló Phillipe, v isiblemente incomodo


por estar dentro del templo masón. – no se ofenda, pero este tipo de
ambientes “espirituales” y tendientes a las teorías de conspiración, me
incomodan un poco, máxime cuando hay presupuesto de la ONU de
promedio.

-le concedo la razón Profesor Merchand – respondió suspirando el Dr. Ciprian –


el código Dav inci nos dio un tipo de publicidad que ni deseábamos ni
esperábamos – pero que le v amos a hacer, son los tiempos de los medios de
comunicación y la mercadotecnia… pero no se preocupe usted por la ONU,
Michael Frendch, quien autorizara el patrocinio a su proyecto, es bastante
“cercano” a nuestra fraternidad, por decirlo de alguna manera, y fue él, quien
lo env ió directo a mí-.

Ante la cara de asombro del profesor Merchand, Aura del Sol puso su mano
sobre la de él y mirándolo con su sonrisa cautiv adora, le dijo:

-No se inquiete profesor, todo es por su seguridad y la del proyecto-

-Verá- continuó retomando la palabra el Doctor Ciprian – usted está a punto


de internarse en las selv as de un país en conflicto armado, esto implica unos
riesgos que, aunque son calculables, no por eso son despreciables. Por
ejemplo, -se recostó en la mesa acercándose a Philippe, como queriendo
hablar con más cuidado y secreto, -v amos a cambiar su título de
“inv estigador” por el de “periodista” porque aquí la palabra “inv estigador”
significa “policía” lo que creará una barrera innecesaria con las personas que
entrev istará.

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También es necesario obv iar por completo el nombre del Clan jaguar en
cualquiera de sus interv enciones, porque genera temor y suspicacias
innecesarias entre las poblaciones aborígenes de las tierras que planea v isitar.
En adelante usted es un periodista de la rev ista National Geografic, que está
realizando, por encargo de la ONU un estudio etnográfico de los pueblos
indígenas colombianos.-

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Merchand, v isiblemente disgustado, se lev antó de la mesa e intentó salir del
salón.

-¡debo llamar inmediatamente a Frendch! - Espetó mirando alternadamente a


sus interlocutores. - Con todo respeto, pero hasta ahora no he hablado con
ningún funcionario de la ONU, y no he tenido oportunidad ni siquiera de
v erificar las credenciales de la Señorita-

Mientras Merchand, puesto de pie y v isiblemente alterado estaba expresando


sus reserv as, Ciprian estaba marcando un número de su celular.

-Profesor Merchand- dijo el curador sin inmutarse ante la intempestiv a reacción


del inv estigador, -esta llamada es para usted – y le alargó el teléfono.

Philippe tomó el aparato y lo llev ó al oído -¿si?-

-Profesor Merchand, habla Michael Frendch, ¿Qué tal su v iaje?-

Merchand se sentó de nuev o.

-¡Gracias a Dios Frendch! Esto es una locura, pretenden que me haga pasar
por otra persona, que diga que v engo a hacer otra cosa, ¿Cómo aspiras que
logre los objetiv os propuestos para el proyecto, si no puedo hablar de él?, esto
es irreglamentario, ilegal … esto es...-

-¿renuncia a su proyecto entonces?- le respondió Frendch interrumpiéndolo


fríamente.

-no es eso- respondió el profesor Merchand ya v encido. - es solo que,..-

Las condiciones para el proyecto son estas, profesor – dijo cortante Frendch – si
necesita cubrir su gastos de regreso a Paris, no dude en que lo haremos y nada
ha pasado. No se preocupe. Lo que decida, infórmeselo a Aura del Sol y a
Ciprian, estoy en una reunión muy importante- y colgó….

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Philippe, v isiblemente sonrojado, disimuló que ya habían colgado al otro lado
de la línea y dijo: –Perfecto Frendch solo bajo tu responsabilidad – y le entregó
el teléfono a Ciprian.

-Bueno- dijo nerv ioso y disgustado el francés con gesto de derrota –


continuemos. -¿en qué rev ista es que trabajo?

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Entre tanto, aprov echando que el profesor se encontraba fuera del hotel,
“Pekinés” acercó una tarjeta de color gris plomo a la cerradura de la puerta
de la habitación de Philippe. Tuv o cuidado de poner el letrero de “no
molestar” al exterior, se colocó unos guantes de cuero color negro, Al quitarse
la chaqueta para mov erse con más libertad, se pudo v er una chapuza de
lona en la que llev aba una pistola Glock automática calibre 9 milímetros y
cuatro prov eedores llenos.

Comenzó a abrir con cuidado de no producir el menor ruido, cada cajón,


cada bolsillo del maletín de campo de Pilippe, rev isó debajo de la cama,
detrás de las cortinas, en el baño, en el closet. Pero no la encontró. Se sentó en
la orilla de la cama, como imaginando donde guardaría un arqueólogo un
tesoro de esa magnitud. Lev antó con cuidado el espejo, abrió con gran
destreza el telev isor y el teléfono.

Palpó con precisión cada costura del morral buscando una costura oculta,
una cremallera o un bolsillo de seguridad. Nada. Rev isó los zapatos, camisa,
pantalones, libros y ya desesperado, tomó su teléfono celular y marcó.

-No está aquí. Seguro la carga con él. ¡Quisiera arrancársela junto con su
pellejo!-

-Aun no- le contestó el hombre en el teléfono. – síguelos, algún error


cometerán y en ese mismo instante….-

“Pekinés” colgó la llamada, rev isó que todo quedara exactamente como
estaba, salió de la habitación retirando el av iso de la puerta y desapareció sin
dejar rastro.

Al mismo tiempo, y sin tener idea del plan que se estaba fraguando lejos de
allí, Aura del Sol, el Doctor Ciprian y el no tan conv encido Philippe Merchand,
salían del templo masón y se dirigían a un restAurante cercano a almorzar.

-Doctor Ciprian- le dijo Philippe al Curador. – no he podido ev itar ver que usted
porta el anillo del senescal, típico de científicos relacionados con tesoros -

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-así es profesor, le felicito por su capacidad de observ ación. Tengo el singular
priv ilegio de servir como senescal de la cofradía de “Les bergers d`Arcadie”15
que se identifica por el anillo de plata en el dedo meñique izquierdo.

-ilústreme un poco por fav or, para cambiar un poco de tema-

Pidió el inv estigador ahora conv ertido, por obra y gracias de la seguridad en
29
periodista.

-Este anillo- continuó el Doctor Ciprian, alagado por v er que el connotado


académico se mostraba interesado en su accesorio, - es de plata, símbolo de
la pureza y la rectitud. Tiene dos apliques de oro, símbolo de la realeza, en el
centro una piedra preciosa en forma de ojo, símbolo fundamental de la
hermandad. Se porta en el dedo meñique de la mano izquierda porque es la
más cercana al corazón. Este pequeño anillo se conoce como el “iad” que es
una palabra hebrea que tiene dos significados: serv icio y autoridad.

Por otra parte, la tradición judaica nos cuenta que la mano izquierda de Dios
se relaciona con la Justicia y la sabiduría. ¿Sabía usted que el “iad” se porta
exclusiv amente en el dedo meñique de la mano izquierda, cuando se es
senescal o guardián del tesoro?, lo que en mi caso particular, mi estimado
Philippe, es literal, al ser encargado de custodiar, cuidar, restAurar, clasificar y
entender todo lo que se expone en el Museo del oro, que es apenas lo poco
que queda, lo que quedó después de la barbarie y el saqueo, un tesoro que
ensoñaría cualquier bucanero.

Cientos, millones de piezas sobrev iv ientes a la niebla de los días, al óxido del
tiempo, que nos dan a pensar que esta gente marav illosa, nuestros
antepasados, debieron ser nombrados “Gente de Oro”16.

-admirable su pasión y el conocimiento de su trabajo Doctor Ciprian- comentó


Philippe.

15
M.Baigent, R. Leigh y H. Lincoln; “El Enigma Sagrado; P.53.
16
kevin101828.wordpress.com/ Museo del oro

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-El Doctor Ciprian custodia, en su colección, la cabeza de jaguar de un
brazalete del Clan jaguar original- apuntó Aura del Sol.

-es eso cierto?- exclamó Phillipe asombrado al tiempo que detenía su paso.

El curador del museo, v isiblemente contrariado por la infidencia de su hermosa


compañera de caminata, solo atinó a contestar con un lacónico asentimiento
30
de cabeza.

– Es cierto, - continuó Ciprian - tenemos la única cabeza de jaguar de oro de


un brazalete real que exista en este país. Llegó al museo por medio de un
donador anónimo que creyó, acertadamente he de apuntar, que una pieza
de tan incalculable v alor histórico debía hacer parte del tesoro insignia de
Colombia. I ngresó a la colección, rotulada como una pieza de la cultura Sinú,
famosa por su orfebrería de gran calidad y detalle. Tiene algo más de dos
centímetros de diámetro. Está hecha de ónice con las facciones resaltadas en
hilos de oro.

Para nosotros, -continuó el curador- la cultura del jaguar, su culto y la


integración del concepto del hombre jaguar, tiene una connotación de gran
profundidad, de hecho, la cabeza se considera un ejemplo excepcional de los
objetos que componían el grandioso tesoro de lo que el historiador español
Zamora, llamara “el enigma sagrado”17. Según cuentan los cronistas de la
época, fue Don Juan de Montalv o, en v irtud de su “matrimonio” con
Zoratama, hermosa y núbil princesa Muisca, quien v io por primera v ez, en lo
que hoy es el territorio colombiano, a Guerreros del Clan Jaguar, dados como
dote y custodia por el cacique Opón a su hija.

Fue esta una unión amañada y políticamente útil tanto para los indígenas,
quienes v eían salv ada su v ida y sus posesiones frente al embate cataclísmico
de las hordas del General Quezada, como para los “conquistadores”
españoles, que, después de ocho meses de caminata desde Cartagena, a
estas alturas v eían francamente diezmadas sus fuerzas y recursos para
enfrentar a los Guerreros jaguares.

Esa dote, que intencionalmente incluía Guerreros jaguar, buscaba acercar a


los defensores de la América originaria (al menos a la élite guerrera), a los
Colónizadores europeos, con la esperanza de establecer alianzas de sangre
que facilitaran la empresa española y redujera los costos en recursos y v idas.

17
Posada Eduardo; “Los hombres del Dorado” Instituto de Cultura de Colombia; P.5

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De hecho, fue Joan de Castellanos, reconocido por ser el principal testigo del
cacique Guatav ita durante las ofrendas de la balsa 18, quien afirmara que de
no ser por este matrimonio, las fuerzas de Quezada nunca hubieran podido
arrasar la sabana del cacique Bogotá meses después, y muy seguramente
hubieran perecido de inanición y fiebre en el camino.

Y es ese Don Joan de Castellanos, quien en su obra “varones ilustres de


31
indias”19, define a los Guerreros jaguares diciendo que son hombres y mujeres:

“imponentes, musculosos, de gran estatura (detalle importante si se


tiene en cuenta que la población indígena de América no se
distinguía, exceptuando algunos pocos casos, por su gran talle),
dotados de gran agilidad y habilidad deportiva, pintados siempre
para la guerra, con diseños similares a un tigre, con escasas ropas
ceñidas al cuerpo, lo que muy seguramente les daba más agilidad
al moverse en combate. Temibles en gran manera para huestes y
bestias por igual. Portan siembre una aljaba plétora de flechas
envenenadas y una riñonera de cuero con diversos dardos que
disparan por una cerbatana de caña de enorme longitud. Los indios
les respetan como sagrados y por ellos veneran al gato montés
llamado Jaguar. Su altivez y orgullo impío es singular, creyéndose
reyes y custodios de los reinos de los indios”.

-¡Admirable su memoria Doctor Ciprian!- apuntó el inv estigador Francés


reconociendo la erudición de su anfitrión. –pero, ¿Existe en Colombia, algún
registro histórico de las costumbres, organización u objetiv os del Clan Jaguar?-
preguntó con interés Philippe.

-Nuestro únicos registros infortunadamente son de fuentes hispánicas –


contestó apesadumbrado el Dr. Ciprian. -Pero, - continuó, el curador –
contamos con petroglifos, grabados, pinturas, orfebería, tradición oral, mantas
y muchos otros v estigios que atestiguan la antigüedad de lo que hoy día se
conoce en los recónditos parajes de las selvas de centro y sur américa como el
Clan Jaguar, los defensores de la tierra, el agua y la v ida de la selv a-

-¿hoy día Doctor Ciprian?- interrumpió el francés -se supone, y es lo que tengo
por cierto que el Clan Jaguar se extinguió hace siglos-

Aura le lanzó una mirada fulminante al curador, quien, con un gesto de quien
ha cometido una infidencia, desv ió el tema completamente, al tiempo que se
sonrojaba.

18
www.flickr.com/photos/cerisolafer/3864605442 “La leyenda del cacique de oro”
19
Castellanos Joan; “Varones ilustres de indias” p.143

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-en conclusión, Philippe, esa es la única pieza prehispánica que sirv e de
prueba de la existencia histórica, si lo prefiere así, del Clan Jaguar-

-hasta hora- interpeló Aura del Sol desv iando su mirada hacia una v itrina de
manera suspicaz –coméntele Philippe, el Doctor Ciprian aún no sabe que
usted tiene un brazalete completo y que por eso la ONU está patrocinando su
v iaje expedicionario-
32

-¡infelices norteamericanos, siempre con sus secretos! ya v erá Frendch cuando


necesite un fav or mío!- exclamó el Doctor Ciprian agitando su puño en el aire.

-¿Cómo es posible que haya estado tan cerca de tal marav illa y nadie me lo
haya dicho? Por fav or profesor permítame apreciar esa joya, ¡déjeme
experimentar el gozo más grande de mi carrera!-

-todo a su tiempo mí querido Griboldi- respondió riendo a carcajadas el


profesor Merchand, div ertido con la explosión de ira del hasta ahora, muy
flemático curador –todo a su tiempo. Por ahora almorcemos que muero de
hambre.-

Los tres científicos continuaron su conv ersación amena durante el almuerzo,


mientras del otro lado de la calle, “Pekinés” a borde de la camioneta negra,
tomaba fotografías con un poderoso lente.

-Visitaremos hoy su tesoro Capitán Garfio?- preguntó jocoso Philippe, ya de


buen humos al curador del museo.

-no solo lo v isitará Profesor Merchand. Tengo preparada una excursión priv ada
para que experimente el ambiente de misterio que rodea a estas marav illosas
piezas de incalculable v alor- le dijo Ciprian con el brillo del arqueólogo
apasionado en sus ojos. Hoy se internará usted en un mar de oro y piedras
preciosas que llev ó a la muerte y la locura a cientos de miles de europeos
durante cientos de años. ¡Ojalá usted sea más sensato que sus coterráneos!-.

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La esmeralda más
33

grande del mundo


Sobre las cuatro de la tarde, después de haber cerrado el Museo del oro de
Bogotá sus puertas al público, el Doctor Griboldi Ciprian, ahora conv ertido en
anfitrión de lo que había sido el centro de su v ida e inv estigación durante los
últimos años, se aprestó a darle un tour priv ado al Profesor Philippe Merchand y
a su atractiv a compañera.

El museo, desde el arco de la entrada es absolutamente imponente. Después


de ingresar a él, el v isitante siente como si estuv iera en otra época de la
historia. Está organizado en cuatro salas de exposiciones permanentes y dos
de exposiciones temporales. Sus piezas, el estado de conservación y la manera
en que está distribuido, atraen cada año, cientos de miles de turistas de todas
partes del planeta. De hecho, en 2017, fue seleccionado por la ONU como
uno de los diez mejores museos de historia del mundo 20

Ciprian, ya en una posición mucho más cómoda, se aprestaba a lucir todo su


conocimiento frente a un profesional en la materia, que seguramente
disfrutaría y v aloraría su labor, especialmente cuando estuv iera frente al
hombre jaguar, expuesto en una de las salas permanentes.

-bienv enido Profesor, - inició el Doctor Ciprian su presentación – sepa usted,


que según la rev ista National Geographic Society, el Museo Británico, el Museo
de Historia Natural de Londres, el Museo de Historia Natural de Nuev a York, el
museo v aticano y el de la Acrópolis de Atenas, son los únicos que compiten en
belleza, contenido y estado de las piezas expuestas con este Museo del oro
del Banco de la República de Bogotá, distinguido como el nov eno más
completo y mejor conservado de la tierra21.- afirmó colocando sus manos en la
espalda, como dando una de sus clases de historia en la univ ersidad. Muchos
esfuerzos priv ados y de gobierno han sido necesarios para rescatar las piezas

20
www.banrepcultural.org/bogota/museo-del-oro
21
www.banrepcultural.org/noticias/el-museo-del-o ro-uno-de-los-mejores-museos-de-historia-del-
mundo

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aquí expuestas de colecciones priv adas en muchos países, y de env íos de
contrabando interceptados a mercaderes de arqueología-.

-¡gente despreciable!- apuntó Aura - ¿Cómo pueden comerciar con cosas


que no solo representan la memoria de una nación, sino que además han
costado incontables v idas a lo largo de la historia? En lo personal los encerraría
a todos y botaría la llav e…-
34

-Philippe Merchand tragó saliv a. En su corazón guardaba un secreto


v ergonzoso respecto a su posesión más preciada.

- Somos, - continuó el Doctor Griboldi Ciprian - modestia aparte, la sede de la


colección de cerámicas, orfebrería y textiles prehispánicos más grande del
mundo. Contamos con treinta y cuatro mil piezas de oro, algunas de una
belleza excepcional además de su v alor histórico, como la Balsa Muisca, única
en el mundo entero. (Famosa pieza que representa un ritual de ofrenda y
adoración).

-Si la he oído mencionar- comentó Philippe, mientras miraba cada pieza con
detenimiento. – Es una historia apasionante que de hecho originó grandes
leyendas y costosas expediciones españolas, portuguesas, alemanas e inglesas
en busca de un espejismo-.

-Más historia que espejismo mí estimado profesor – le corrigió Griboldi. - Si nos


atenemos a las crónicas españolas. Permítame, por ejemplo, citar mi v erso
fav orito de Don Joan de Castellanos, de su obra “v arones ilustres de I ndias”:

“visto de cierto rei que, sin vestido


En balsa iba por una laguna
A hacer oración según he vido.
Ungido todo el de trementina
Y encima cantidad de oro molido,
Desde los pies hasta la frente
Como rayos de sol resplandeciente.
Navega este rei en balsa noble
Hecha de juncos y madera roble
Llena toda de esmeraldas, topacios y de cobre,
Flota hasta el centro de las aguas turbias
Arrojase a las aguas y con él,
Toneladas de bellas gemas y artefactos
Por miles se cuentan los topacios
Por millares cosas de oro incandescente”22

22
Citado en “Los hombres del Dorado” Publicado por el Ministerio de Cultura de Colombia. 1971

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-Debo afirmar, con certeza científica – continuó con aire inspirado el curador -
Que el ritual del Zipa era real. Tan históricamente real, que en una población
cercana a esta ciudad llamada Guatav ita, que entre otras cosas, en la época
precolombina, era el segundo zybyn (Clan) más importante del Zipazgo,
después del hogar del cacique Bacatá, quien reinaba aquí en esta capital
ancestral llamada Bogotá, funcionaba la capital religiosa del Zipazgo, y era
allí, en la Laguna de Guatav ita donde se celebraba la ceremonia que dio
35
origen a la leyenda de El Dorado.
La ceremonia Muisca, tenía lugar en una cav idad cónica de apariencia
v olcánica. Esta , en realidad se originó por la disolución de un gigantesco
domo de sal en tiempos prehistóricos, dejando tras sí, una laguna de un color
v erde esmeralda profundo sin ingreso o salida de agua, que se mantiene
gracias a las lluv ias y no tiene ningún tipo de peces, por su baja
concentración de oxígeno. En dicha ceremonia, el heredero del trono
del Zipazgo tomaba posesión del trono, con lo que adquiría la dignidad
de Zipa.
La descripción que en 1636 hizo el cronista Juan Rodríguez Freyle en su
libro Conquista y Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, más conocido
como El carnero23, recoge el testimonio de algunos Muiscas que habían v iv ido
antes de la llegada de los españoles.
Según este cronista, después del proceso prev io por el que tenía que pasar el
heredero del trono del Zipazgo, éste debía ir a la Laguna de Guatav ita para
ofrendar a los dioses. En la orilla de la laguna estaba preparada una balsa de
juncos, aderezada y adornada de manera v istosa. En la balsa había cuatro
braseros encendidos en los que se quemaba mucho moque, que era el
sahumerio de los Muiscas, y trementina, con otros muchos y div ersos perfumes.
Alrededor de la laguna permanecían, como espectadores, toda la nobleza,
los principales gobernantes y muchos v asallos, así como
los güechas (Guerreros), los Guerreros Jaguar (casta de protección al Zipa), y
los chyquy (sacerdotes), adornados cada uno con sus mejores galas y con
muchas antorchas encendidas a la redonda.
Cuando llegaba el Psihipqua, lo desnudaban completamente, le untaban en
todo el cuerpo aceite de trementina y lo espolv oreaban con oro en polv o, de
tal manera que su cuerpo quedaba totalmente dorado. Luego se subía en la
balsa, en la cual iba de pie, y a sus pies ponían un gran montón de tunjos de
oro (figurillas que representaban a los dioses) y esmeraldas, como ofrendas
para los dioses. En la balsa entraban los cuatro principales Uzaques (nobles de
sangre pura), también desnudos, y cada cual llev aba su ofrecimiento.

23
ti tul ada originalmente como: "El Carnero. Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias
Occidentales del mar Océano y fundación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, primera de este Reino donde se fundó
la Real Audiencia y Cancillería"

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Una v ez que partía la balsa, muchos hombres que estaban en la orilla
comenzaban a tocar instrumentos musicales: cornetas, fotutos, entre otros, y
todos los asistentes aclamaban al Psihipqua hasta que la balsa llegaba al
centro de la laguna. En ese momento, se alzaba una bandera, que hacía la
señal para el silencio. Entonces el Psihipqua hacía su ofrecimiento a los dioses,
arrojando todo el oro y las esmeraldas a la laguna, y los Uzaques que iban con
él hacían lo mismo con sus respectiv os ofrecimientos. Después, el Psihipqua se
36
sumergía en el agua para que el oro en polv o se desprendiera también como
ofrecimiento a los dioses. Cuando acababan, se bajaba la bandera, que
durante el ofrecimiento había permanecido alzada, y partiendo la balsa de
nuev o hacia la orilla, se alzaba un griterío con música y danzas alrededor de la
laguna, con lo que quedaba inv estido el nuev o Zipa - puntualizó Ciprian
mientras los inv itados lo miraban y escuchaban embelesados.
-Con ese contexto, en adelante podrán ustedes deleitarse con una colección
extraordinaria que les llev ará a v iajar hasta las raíces de las diferentes culturas
indígenas asentadas en la actual Colombia antes de la llegada de los
españoles, incluyendo claro está, el hombre jaguar, presente en todas nuestras
culturas orfebres.-
-¿El mismo hombre jaguar de Centroamérica?- preguntó interesado el profesor
Merchand mientras av anzaba junto a sus anfitriones hacia las exposiciones.

-Precisamente- le contestó Ciprian – De alguna manera, que aún


desconocemos, todas las culturas prehispánicas mesoamericanas y
suramericanas, e incluso algunas norteamericanas del sur de ese país,
comparten casi de manera idéntica el culto al Jaguar y sobretodo, la
seguridad de ser, algunos de ellos, herederos de su fuerza espiritual y su misión
en el mundo-

-ser los guardianes de la selv a, los ríos y la gran nación indígena- terció Aura
del Sol-

-efectivamente mi estimada Señorita- afirmó el curador del museo – de hecho,


v eremos cómo el Clan jaguar, que tanto apasiona a nuestro ilustre v isitante, es
una presencia a v eces evidente y a v eces intrínseca de todas las culturas que
originan la exposición.-

-¿puedo tomar fotos?- preguntó muy interesado el profesor Merchand-

-sí que puede- respondió el curador – pero sin flash, y sin tocar los v idrios, pues
cuentan con un sistema de alarma ultrasensible-

Comenzaron a recorrer las diferentes salas y exposiciones, y a cada paso


Philippe se asombraba más del detalladísimo trabajo orfebre de las culturas
Sinú, sibundoy, caribe, calima y muchas otras.

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Millardos de piezas desfilaban frente a sus ojos, reparando más tiempo en
aquellas cuya perfección solo era posible detallar con enormes lupas
dispuestas en los mostradores, pues su trabajo de labrado y formado eran
absolutamente minúsculos. Como el interés de Merchand se centraba en el
papel del jaguar en la ruta del Clan jaguar, fotografiaba cada pieza zoomorfa
y buscaba la relación que podría existir entre ella y el contexto de su
37
inv estigación.

-este es un jaguar ¿no es cierto?- dijo Merchand tomando la foto de una


preciosa pieza de oro con forma de animal. -Efectiv amente. Es un colgante
zoomorfo. Clasificado como parte de la cultura de las llanuras del Caribe-
Zinú, se utilizaba bajo los pectorales de los líderes y caciques 24. Fíjese en la
manera de redondear el metal en una época en que no había ni forjas, ni
herramientas especiales. Las técnicas empleadas, a pesar de ser tan básicas, o
tan rusticas más bien, alcanzaron un niv el de perfección alucinante - precisó
Ciprian. – pero permítame tener el honor de presentarle, sin más demoras, a
nuestro primer y grandioso hombre jaguar, miembro de la clase noble de los
Tukano, hallado en las profundas selv as del Vaupés:

-detalle por fav or, -continuó la explicación del experto curador frente a la
figura- la postura corporal que adopta el Guerrero en su v uelo mágico:
describe el despliegue de brazos y piernas a manera de alas desplegadas al
Cielo y la cola de jaguar bifurcada, simbolizando la Tierra. Fue encontrado en
las cataratas de Meyú, Pira-Paraná. En tumbas de I ndígenas Tukano25 ;

Pero ésta - dijo el curador, como dev elando un gran secreto –seguro le
parecerá muy conocida- y señaló a una v itrina en el centro de la sala:

24
Imagen publicada por el Museo del oro de Bogotá©

25
expertconsulting.com.co/Colombia

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38

-¿Eees lo que yo creo que es?- preguntó incrédulo el experto francés

-exactamente- dijo Ciprian sin quitar la mirada de la pieza- una cabeza


original de un brazalete sagrado del Clan Jaguar, datada en más de 1.000
años, encontrada en la región de la sierra nev ada de Santa Marta, al norte del
país. Ni más, ni menos-

Era una prueba sobrecogedora de la seriedad y la necesidad de la


expedición de Philippe. Ahora no solo contaba con un lienzo pintado hace
2.000 años en poder de la ONU, y su inv aluable brazalete completo del Clan
Jaguar, sino que está frente a lo que quizá fuera el primer intento de pasar de
la pintura a la escultura de la cabeza de hombre jaguar que después serv iría
para adornar el brazalete sagrado. Esta cabeza simbolizaba la materialización
de todos sus sueños. No se había equiv ocado Aura al contactarlo con el
Doctor Griboldi Ciprian, quien no solo compartía su pasión por la historia, sino
que además parecía conocer mucho del Clan jaguar.

El profesor Merchand sintió que le faltaba el aliento. Retrocedió unos pasos


antes de tomar la fotografía y le pareció que estaba cometiendo alguna
especie de sacrilegio.

El doctor Griboldi Ciprian lo miraba complacido.

Si esta marav illa lo dejó sin aliento- comentó Ciprian – lo que estoy por
mostrarle en la sala superior, temo que le prov ocara un infarto profesor-

En la base de la v itrina que contenía la cabeza, enmarcada en un v idrio de


seguridad, había un escrito que parecía muy antiguo. Muy similar a uno que
sirv ió para la copia que poseía el Profesor Merchand, y que luego le daría
luces a Aura sobre la razón de la expedición.

En él, en hermosa caligrafía antigua, se leía claramente:

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“De repente, en medio de la noche, se oyeron unos gritos en una
colina; luego otros más allá, después otros, y a manera de un eco
múltiple, en el valle y en los cerros, una gritería espantosa. Era como
un alarido formidable, y al mismo tiempo como un grito de guerra. Lo
daban millares de voces y duró horas enteras. Los pobres
conquistadores, tuvieron que resignarse a la cruel realidad: sin darse
cuenta habían sido seguidos y rodeados por Guerreros Jaguares, que
39
pronto darían cuenta de ellos. Unos se arrodillaron a rezar, otros
cargaron las pocas municiones que les quedaban en sus armas
deshechas, otros empuñaron sus espadas y esperaron la embestida.
En pocos minutos todo acabó. Solo tres de nosotros escapamos y
pudimos refugiarnos bajo los muertos. Centenares de flechas
envenenadas cayeron sobre hombres y bestias por igual. Los
Guerreros jaguares habían cobrado una nueva victoria.”26

Philippe se inclinó y le tomó una fotografía. Encontrar una referencia al Clan


jaguar en el nov eno museo más prestigiosos del mundo, era una fuente
inv aluable para la inv estigación principal. Sin embargo, le inquietaba que
hasta este momento, todas las referencias a ese grupo en particular,
describieran una actitud hostil a los conquistadores. Esperaba que con el
pasar de los siglos esa actitud de guerra hubiese menguado por el bien suyo y
de su compañera de expedición.

Los tres estudiosos continuaron su recorrido por la historia prehispánica.

Ante sus ojos se desplegaban milenios de historia de una cultura impresionante,


que alejaba el concepto de los aborígenes ignorantes, ateos, desnudos e
irracionales que los españoles promov ieron en Europa durante 500 años.
Pendientes, tocados, v estidos, ajuares de reyes y sacerdotes, adornados de
amatistas, topacios, esmeraldas, ónices, y mil plumas de todos los colores del
arco iris, dejaban al inv estigador con la boca abierta en cada sala que
pasaba.

-Estas personas eran una cultura marav illosa- dijo asombrado Philippe

-¡SON!- corrigió Aura del sol – Son una cultura marav illosa. Muchos de ellos aún
existen y sobrev iv en fuera del alcance de eso que nosotros llamamos
“civ ilización”-

En el tercer piso, en una sala primorosamente iluminada, en el centro de una


única urna de v idrio, un tesoro aún más asombroso esperaba al grupo de
eruditos.

26
Duquesme. “Calendario de los Muiscas” – citado en “Los Hombres del Dorado” 1971

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-¡No puede ser!- exclamo el francés. – ¡no sabía que existía este artefacto!
Hasta ahora solo había v isto pictogramas borrosos en Centroamérica… ¡el
símbolo supremo del Clan jaguar!27, la cabeza de una empuñadura de la
daga para los sacrificios 28… ¡es increíble!

- Más que increíble – afirmó Ciprian – es majestuoso.


40

Una v ez más, junto a la v itrina que contenía la empuñadura, dos escaparates


contenían la historia de los sacrificios rituales desde el punto de v ista de los
Muiscas, fusagasugaes, Caribes, Muzos y otras culturas aborígenes
colombianas, que guardaban un impresionante paralelismo con los rituales de
Aztecas, Toltecas Mayas, Quiches, y otras civ ilizaciones mesoamericanas.

Si Philippe Merchand lograba demostrar el hilo inv isible que unía estas culturas
y sus rituales, no solamente justificaría el presupuesto asignado a su expedición,
sino que además, llegaría a descubrir que el Clan jaguar, no solamente era
una realidad histórica, sino que de alguna manera, aún desconocida, habían
permeado cada cultura desde Norte América hasta Perú, lo que sería un
descubrimiento absolutamente impresionante.

Los escritos daban cuenta de sangrientos sacrificios que se realizaban en una


localidad llamada Gachetá. Narraba en esta ocasión el cronista español, que
frente a un enorme cercado, había un ancho camino que trazaba
absolutamente recto en dirección oriente. Más o menos a una legua de
distancia de la casa del cacique, se lev antaba la figura monstruosa de un
ídolo con cabeza de jaguar.

Tenía, según la referencia, la estatura de un hombre; su nariz era un triángulo,


su boca un rectángulo con grandes colmillos, sus ojos dos esmeraldas de gran

27
raicesdemitierra.wordpress.com/tag/orfebreria/
28
Sinú Colombia. 150 a.c. Oro sóli do. Colección particular, Miami EEUU

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tamaño; apoyaba los brazos sobre el pecho, y en una mano sostenía un
báculo. A sus pies había una piedra con grandes manchas de sangre seca.
Frente a él, al momento de narrar la crónica, dice el autor que se ubicaban los
grandes Jeques, Zipas y una gran muchedumbre.

En medio de sonido de zampoñas y tambores, entraban los güechas, soldados


de alta graduación, trayendo a los prisioneros de la última guerra. Uno a uno,
41
eran decapitados frente al ídolo por cuatro fornidos Guerreros jaguares, que
lev antaban las cabezas cercenadas a la multitud antes de entregarlas a los
sacerdotes para ser quemadas.

Los cuatro últimos sacrificios no son decapitados. Por costumbre se organiza


una carrera en honor a Chaquén, el dios de las carreras. Estos prisioneros son
flagelados en las piernas con cañas y luego liberados en el inicio del camino. El
objetiv o es que corran con todas su fuerzas mientras a los lados del sendero
conv ertido en pista de carreras, la multitud los golpea y les lanza piedras.
Quien logre llegar al final del sendero con v ida, se salv ará y será proclamado
“Uz Chaquen”, el elegido del dios de las carreras. Será v estido con mantas
lujosas, dotado de una pequeña fortuna y env iado de regreso a su tierra29.

-No existe ningún relato o reseña que explique la manera en la que se


seleccionaban estos últimos sacrificios. Tal v ez, ateniéndonos a lo que
conocemos de estas culturas, se elegirían a los más fuertes o los que más
fiereza hubiesen demostrado en el combate- apuntó Ciprian cuando Philippe
hubo terminado de leer la explicación.

-Me asombra la presencia constante preeminente del jaguar y de los hombres


jaguar en todos estos relatos tan crueles y v iolentos- comentó Philippe.

-no ceo que sea acertado llamarlos crueles o v iolentos profesor. Recordemos
que estamos leyendo las crónicas de los españoles y debemos conceder algo
de duda a la imparcialidad de los mismos. Además, también es preciso hacer
claridad que para un Guerrero, fuese de la cultura que fuera, era un priv ilegio
y un honor morir en combate o a manos de sus enemigos. Los Guerreros que
escapaban del combate y regresaban a sus casas, eran deshonrados y
torturados mil v eces peor-. Aclaró Ciprian.

-Es cuestión de puntos de v ista Philippe, las tradiciones de los pueblos eslav os,
francos, burgundios y europeos en general son tanto o más crueles. Debes
reconocerlo.- interv ino Aura.
En las afueras del Museo del oro, “pekinés” se paseaba nerv ioso en el parque
Santander, junto a la fuente que arroja columnas de agua a v arios metros de
altura frente a la entrada del prestigioso museo capitalino. Desde donde se

29
Posada Eduardo. “Los Hombres del Dorado” 1971 P.22

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encontraba, podía v er la fachada del Gun Club, sede de los ev entos de la
rancia aristocracia de la ciudad. Frente a él, el edificio frio y poderoso del
Banco de la República, que rompe con el estilo Colónial de ese sector de
Bogotá. Frente al banco, la I glesia de San Francisco de Asís, construida en
1550, es la iglesia católica más antigua de la ciudad.

El sigiloso espía, sabía que debían salir por la misma puerta que entraron.
42
Había recorrido varias veces el museo y conocía de memoria sus exposiciones,
pasadizos, ascensores etc. Y no porque fuera un apasionado de la historia y la
arqueología, sino porque se le había dado la orden de recorrer el sitio antes,
para saber lo que se iba a encontrar el inv estigador de la UNESCO que había
llegado a inv estigar el Clan jaguar.

Se ponía más nerv ioso cada v ez que miraba el reloj. ¿Y si escapaban? Bueno,
aún quedaba la alternativ a de encontrar al profesor en su hotel, pero el
personal ya lo había v isto y lev antaría sospechas. Se aseguró a sí mismo que la
próxima v ez que tuv iera la oportunidad, le instalaría un rastreador GPS al
automóv il de Aura del Sol, solo así podría estar tranquilo si los perdía en el
congestionado trafico capitalino.

Mientras tanto, dentro del edificio, los v isitantes especiales y su anfitrión,


llegaron finalmente a la gran sala de la exposición central. Una enorme
puerta de bóv eda de banco, de más de dos metros de altura y uno de
espesor, se abrió lentamente frente a ellos. El curador del museo, div ertido
por la expresión de sorpresa de Philippe, entró primero y animó a sus dos
compañeros de v isita a ingresar. Tras ellos, se cerró la puerta y quedaron
sumidos en la más profunda penumbra, lo que, luego de estar en un templo
masón, no le causaba mucha gracia al profesor Merchand.

De repente, los trinos de miles de pájaros tropicales comenzaron a escucharse


suav emente, luego se percibió el sonido de agua burbujeante y finalmente,
v iento, que unidos al juego de luces completaban la ilusión de estar en algún
lugar de la selv a colombiana. Poco a poco, comenzando por tonos de azul
de los más opacos a los más claros, múltiples rayos de luz fueron ascendiendo
por el techo, que era una especie de bóv eda celestial imitando
perfectamente un amanecer. Las luces laterales, se encendieron poco a poco
hasta deslumbrar a los tres personajes reflejándose en cientos de miles de
objetos de oro en las paredes, el suelo y absolutamente todo el espacio a su
alrededor. Los ojos de Philippe se llenaron de lágrimas. Su profundo amor por
la historia, y sus años de formación académica no le habían preparado para
estar de pie, sobre una sucesión de espejos que se perdían en la profundidad
reflejando el fulgor del oro de los dioses andinos. El rugido de un jaguar se
dejó escuchar por los altoparlantes de la gigantesca caja fuerte convertida en
sala principal y gran orgullo de la exposición.

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Entonces la v io: una impresionante esmeralda de dos kilogramos de peso, y
miles de quilates, la más grande esmeralda jamás encontrada en el planeta30,
reflejaba con todas sus aristas la luz desde un depósito ofrendario, tras un
grueso v idrio de seguridad, justo a sus pies.

Junto a este portento de la naturaleza, joyas de inigualable belleza,


ornamentos de todos los tamaños, y piedras preciosas multicolores, confundían
43
la v ista de los espectadores. Este sin duda, es un tesoro que fácilmente
riv alizaría con el del más grande faraón de Egipto. La pared circular los
env olv ía con millones de narigueras, orejeras, figuras zoomorfas, armas,
coronas y toda clase de atav íos de la rancia nobleza precolombina.

Por los altoparlantes, sonidos de canticos chamánicos y tamboriles


completaban la ilusión. Justo en ese instante Philippe entendió la sensación
que debió tener el gran Zipa al sumergirse en la laguna sagrada bañados de
oro. Un metal sagrado que representaba al sol, al soberano supremo de la
cosmogonía indígena, que junto con la sangre, la sal y el maíz, eran las más
preciadas ofrendas v otiv as que podrían ofrecerse.

Las luces comenzaron a hacerse más tenues a medida que simulaba el


atardecer y al fondo, en la pared principal tras el grueso cristal, por efecto del
juego de luces y la acomodación de las piezas, los v isitantes pudieron v er un
enorme y dorado rostro de un Jaguar, el custodio inmaterial del tesoro de los
Zaques. Al caer de nuev o la penumbra, se abrió la puerta de bóv eda por la
que ingresaron, y Salieron el Doctor Ciprian y Aura. Al dar pocos pasos, se
percataron que Philippe aún permanecía de pie, paralizado en la oscuridad
contemplando en la penumbra el tesoro sagrado.

-¿Philippe?- le llamó Aura desde el exterior.

El profesor, sobrecogido, por unos segundos se sintió como los hombres


jaguares, listo para salir a pelear por su tierra, sus principios y sus ancestros.
¡Cómo anheló tener en ese instante el brazalete del Clan jaguar! Sin pensarlo
lo hubiera donado al museo para que lo pusieran allí, en ese templo
marav illoso, y que todos pudieran disfrutar de su esplendor. La trav esía de
Philippe Merchand hacia el camino del jaguar, había comenzado

30
www.youtube.com/watch?v=trS2dsudVGs “La esmeralda las grande del mundo”

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Más allá de los ríos 44

sagrados
-Estoy lista- le dijo con una enorme sonrisa Aura del sol a Merchand, con su
morral de girl Scout a la espalda.

-¡Mon Dieu, Aura, son las 3 de la mañana!- refunfuñó Merchand, obv iamente
recién lev antado y aun en pijama.

-Soy de esas personas que calculan todo a tiempo, y déjeme decirle que los
problemas de tráfico en Bogotá y más en la v ía del aeropuerto, son
inimaginables- respondió sin inmutarse Aura del sol, al tiempo que, de nuev o,
entraba a la habitación del francés sin esperar inv itación.

-esto se está v olv iendo un hábito bastante molesto-dijo Merchand, mientras


cerraba la puerta v isiblemente disgustado.

Nuev amente, con la resignación de quien sabe estar en una batalla perdida,
tomó a regañadientes algunas ropas y se encerró en el baño mientras Aura del
Sol, arreglaba los detalles de su v estido frente al gran espejo del tocador
ubicado en la pared frente a la cama, bajo el telev isor.

-¿puedo preguntarle algo profesor?-

-dígame mademoiselle Aura-

-específicamente y desde el punto de v ista histórico, ¿Qué es lo que está


buscando?-

El Profesor Merchand, ya v estido y listo para salir, mientras rev isaba que nada
quedara en los cajones y armarios de la habitación, comenzó a empacar
cuidadosamente en el morral de campista mientras hablaba.

-En un v iaje que hice hace poco a Centroamérica, del que seguramente
también estará enterada – dijo con ev idente ironía – tuv e la oportunidad de
recorrer el continente desde ese mágico centro conocido como el „„lugar
donde los hombres se convierten en dioses”, popularmente conocido por su
nombre en lengua Nahuatl como Teōtihuācan.

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Luego, siguiendo los rastros arqueológicos, me embarqué en un periplo que se
convirtió en un rompecabezas cultural, construido sobre la línea del culto al
jaguar. Viajé desde México hasta Panamá, donde fui detenido por la
leishmaniasis y el paludismo, afecciones que revistieron de alguna grav edad al
punto de obligarme a retornar a Europa.

Justo antes de ingresar por la selv a de la frontera sur de Panamá, camino a


Colombia, tuv e acceso a algunos manuscritos originales de los escritos de Iv án 45

Flórez de Ocariz, y especialmente a uno llamado “conquistas del nuevo reino”.

Ese hallazgo, - decía desprevenidamente el Profesor mientras recogía sus cosas


y terminaba de arreglarse - Poco antes de enfermarme, me animó a
comprometerme con regresar algún día al sendero del Jaguar, y más que eso
a la búsqueda de los misteriosos miembros casi inv isibles del Clan Jaguar.
Luego, gracias a ti, debo reconocerlo, v i las narraciones del Museo del oro, y
de alguna manera logré retomar el hilo conductor de la historia como si
hubiese estado ahí esperando por mí.

Aunque debo condesarle, en gracia de discusión, que me desconcertó el


Doctor Griboldi Ciprian, cuando mencionó que el Clan Jaguar estaba…
¿Cómo dijo?.. “activ o hoy”. En fin, en esos escritos, los que encontré en
Panamá, leí una descripción que me animó a estar aquí, en esta habitación, a
las tres de la mañana, con Dora la Exploradora.- terminó Philippe.

-Aura, ignorando el insulto, se paró frente a él con los brazos cruzados y


preguntó - ¿y que decía ese escrito que tanto impacto logró en usted?

Philippe, sin mirarla, tomó una hoja de entre sus apuntes y se lo alargó a Aura
del Sol, quien se sentó a la orilla de la cama a leerlo. Era una fotocopia de un
texto, al parecer antiguo, en cuidadosa caligrafía. Era obv io que hacía parte
de un v olumen más extenso, pero que había sido copiada por el inv estigador,
tal v ez en v irtud a su contenido. Con facilidad se leía:

“..Y cuando creyeron ver el término de sus penalidades, se doblaron


estos de una manera más cruel. A la persecución e incansable
hostigamiento del Clan jaguar, resultó unido que debían continuar
por cuarenta leguas más, por ciénagas y tremedales y ríos crecidos
sin alimento alguno. Su capitán era Nicolás de Federman, cuya
presencia era hermosa y agraciada, el rostro blanco y el pelo rojo,
afable con liberalidad, y apacible con agrado; respetado aun por los
Guerreros jaguares, por su valor y destreza en el combate.

Los Guerreros del Jaguar, o del Clan jaguar, como decíanse a sí


mismos los salvajes, en sus batallas tienen una costumbre bien
extraña, que los que han sido afamados en la guerra, los más fuertes,
desprenden la cabeza de sus enemigos prisioneros más feroces, y las
queman en rituales tenebrosos a la vista de los prisioneros vivos, de

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entre los que luego elijen la mayoría para ser sacrificados y dejados
para alimentar a las fieras de la zona, y unos pocos son liberados
para que propaguen la leyenda de terror..”

Aura del sol, v isiblemente consternada, le dev olv ió la hoja al profesor en


absoluto silencio.

-estoy listo mi estimada practicante asociada- sentencio Merchand, al tiempo 46


que se terciaba el morral y acomodaba sus lentes.

Al poco rato y aun antes de amanecer, el v ehículo que los transportaba


recorría raudo la av enida calle 26 rumbo al aeropuerto el Dorado.

-“El Dorado”- masculló Merchand ojeando un folleto turístico – no podían


haber elegido un nombre más irónico e irrev erente para los conquistadores
españoles. Murieron por miles buscando lo que ahora es una puerta….que
ironía.-

El automóv il se internó en la oscuridad de la madrugada bogotana, mientras


el cielo opaco y frio, apenas permitía unos tímidos v isos solares brillando por
entre las montañas orientales que serv ían de cerros tutelares. Esas mismas
alturas desde donde Gonzalo Jiménez de Quezada descendió hacia la llanura
de los Zaques y los Zipas pensando que había encontrado la tierra del hombre
de oro.

A poca distancia, una camioneta Dimax doble cabina color negro con v idrios
polarizados, seguía al transporte del inv estigador y su compañera. En él,
“Pekinés” con la mirada fija en el v ehículo que av anzaba adelante,
jugueteaba con su reloj, un Tissot Touch para deportes extremos.

Tal como lo v aticinó el Profesor Philippe Merchand, llegaron con demasiada


anticipación al aeropuerto I nternacional, lo que le molestó mucho, dado su
desdén hacia la v ida de los aeropuertos, Ahora le tocaría esperar v arias horas
sentado en la sala de abordaje hasta que pudiera estar en el av ión que le
llev aría a Valledupar.

Esa hermosa ciudad, elegida por Aura del Sol para iniciar la expedición, se
llamó originalmente “Ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar”, y está
ubicada en el punto intermedio de las dos cuencas de explotación
carbonífera más grandes del país: Cerrejón al norte y el complejo minero
operado por Glencor: La Loma-La Jagua al sur. También es uno de los
principales epicentros musicales, culturales y folclóricos de Colombia por ser la
cuna del v allenato, género musical de mayor popularidad en el país y
actualmente símbolo de la música colombiana31.

31
www.colombia.travel/es/a-donde-ir/caribe/valledupar

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Aura del Sol, en cambio, parecía disfrutar cada segundo. Saludó con una
enorme sonrisa al dependiente del mostrador de chequeo, entregó su maleta
para ser embarcada como equipaje, al contrario del Profesor quien siempre
registraba su mochila como equipaje de mano y no la perdía de v ista ni un
segundo.

-déjela en la báscula profesor, es demasiado grande y aparatosa para llev arla


en la cabina- le dijo la chica al inv estigador, refiriéndose a su morral. 47

El sin mirarla, y recogiendo sus documentos del mostrador, solo respondió:

-siempre la he llev ado conmigo, es demasiado v aliosa para mí-.

“Pekinés” esperó que los dos se chequearan y ascendieran por las escaleras
eléctricas para acercarse al mostrador. Pasó sus documentos y también
registró como equipaje de mano su maletín, una bolsa pequeña tipo militar.
Prudentemente, sin llamar la atención, se deslizó por debajo de la escalera y
se instaló en un pequeño café a esperar la llamada a abordar.

Aura del sol, ya libre de su morral, tomó del brazo al profesor Merchand, lo que
le causó sorpresa al inv estigador.

-¿no acostumbra a v iajar mucho con mujeres v erdad?- le dijo mirándolo con
su primorosos ojos de av ellana.

-no.- respondió el francés algo incómodo con el roce del brazo de la chica-

-en realidad siempre he v iajado solo-

-no siempre profesor- dijo con v oz cálida Aura del Sol – sé lo de su preciosa
nov ia. Déjeme decirle que lo siento muchísimo.-

Philippe sintió como si un rayo lo recorriera de arriba abajo y se detuv o


bruscamente. La sangre inundaba los v asos sanguíneos de su frente y cuello y
apenas controlando la cólera ev idente, se sacudió el brazo de Aura, se
acomodó los lentes y exclamó:

-Seamos claros señorita. Este es un v iaje profesional de dos profesionales para


inv estigar unos hechos históricos trascendentales para la cultura precolombina.
En ningún momento confunda mi respeto y atención por usted, con confianza
o con la lejana posibilidad de entablar una amistad con alguien durante este
v iaje. Su compañía es impuesta por la organización, pero ciertamente he
recorrido miles de millas sin tener que acudir a una guía turística, ¡por muy bien
preparada que esté!-

Afianzando el morral sobre sus hombros, siguió adelante, dejando a Aura


estupefacta en la mitad del corredor. Al parecer, no sería el v iaje cálido y
av enturero que ella seguramente esperaba.

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La sala de abordaje estaba completamente v acía, fría y a media luz. No
habían instalado siquiera el letrero del v uelo ni el mostrador de la aerolínea.
Philippe se acomodó en la última butaca del fondo de la sala, y puso su
mochila en la silla de al lado tratando de poner distancia con Aura.

Ella, se recostó en el enorme v entanal que serv ía de pared de la sala. Al otro


lado del cristal, un univ erso febril de cargue descargue, salida y llegada de
av iones, parecía permanecer ajeno a la llov izna pertinaz y al frio que calaba 48

los huesos.

Philippe se descubrió pensando lo hermosa que era. Ahí, de pie, a contra luz,
con su camisa cazadora, su pantalón de faena y sus boticas que parecían de
juguete, era sin dudarlo la mujer más sensual que había v isto y una v isión
realmente hipnótica para cualquier hombre. La cabellera negra, recogida en
cola de caballo, caía por su espalda recta hasta la cintura torneada. Su rostro,
cortado contra el gris de la mañana, tenía una tersura y un color latino que
contrastaba con un maquillaje discreto y bien balanceado. Sus labios
entreabiertos parecían decir una plegaria mientras la mirada se perdía a lo
lejos.

Philippe se sintió terrible por haberle tratado tan mal y se acercó junto a ella
haciendo como que estaba mirando por la v entana.

-hermoso día para v olar ¿no?- trató de iniciar una conv ersación.

Ella lo miró con frialdad y no respondió. Suspiró desv iando la mirada para otro
lado.

-perdóneme Aura. No estoy acostumbrado a tratar con mujeres. Mi trabajo me


ha v uelto huraño...-

-¡y un v erdadero niño malcriado!- interrumpió ella mirándolo por encima de sus
lentes de científica yuppy.

Los dos rieron y ella le dio un puño en el brazo y se dio por superado el tema.

-¿Qué es eso tan v alioso que llev a en la mochila profesor?-

-algún día lo sabrás Aura… ¿puedo tutearte v erdad?-

-solo si me prometes lev antarte temprano- contestó ella quitando el morral de


la silla y sentándose junto al inv estigador.

Fue un v uelo bastante tranquilo. Transcurrió entre bromas y comentarios de los


ahora sí, compañeros de av entura.

Al bajar del av ión en el aeropuerto “Alfonso López Pumarejo” una bocanada


de aire caliente golpeó al francés en el rostro.

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-¡bienv enido a la tierra del olv ido profesor!- le dijo div ertida Aura del Sol, al v er
la reacción sorpresiv a del inv estigador ante la temperatura de la ciudad.

-esta ciudad v ive en un eterno verano, aunque una v ez que se acostumbra, es


bastante relajante-

-¿acostumbrarme?- pensó Merchand - ¡si en el v erano europeo me escondo


como una cucaracha bajo el congelador! 49

El calor húmedo que le pegaba las ropas a la piel, le hizo recapacitar en las
palabras que Aura del Sol, le dijera en el hotel cuando se conocieron. Era
v erdad. Tenían que comprar ropa adecuada para este clima. El pantalón de
paño, los botines de charol, la camisa abotonada hasta el cuello y la camisilla
de algodón, solo colaboraban en el proceso de deshidratación que estaba
experimentando.

Aunque era un explorador que conocía las selv as tropicales de


Centroamérica, tenía que reconocer que la mayoría del tiempo la pasaba en
univ ersidades, bibliotecas y hoteles. En muy pocas ocasiones acampaba al
aire libre, y la última v ez que lo había hecho, había contraído leishmaniasis y
paludismo, así que no era precisamente un aficionado al camping. Este v iaje
sería su primera experiencia de “campo” literalmente. Merchand planeaba
v isitar comunidades indígenas, recorrer senderos selv áticos (no solo parque
arqueológicos y museos, como lo había hecho hasta hora). Eso implicaba una
adecuación de sus hábitos. Su mochila de campista había sido una excelente
elección, le permitía mov erse con facilidad, además de confundirse con los
turistas que llegaban por cientos a esta “tierra del olv ido”.

Cuando terminó de pensar, se sorprendió ingresando al hotel Sonesta. En la


recepción, estreno su nuevo cargo: Philippe Merchand (escribió en el registro)
Periodista de la National Geographic Society para Europa. Motiv o del v iaje:
documentar las culturas ancestrales de la sierra nev ada.

Aura del sol se registró como intérprete y asistente practicante de la UNESCO.

Tan pronto como desaparecieron en el ascensor, la recepcionista env ió un


mensaje de texto:

“Ya llegaron. Se registraron como periodistas. El sí trae la mochila”

-Aura…quiero pedirte dos fav ores…-dijo Philippe abriendo la puerta de su


cuarto contiguo al de su asistente.

-Por fav or ev ita llegar antes de que esté listo. Me incomoda mucho tener que
v estirme estando tú en la habitación. Pongamos una hora de encuentro en el
restAurante y seré puntual te lo prometo. Y además, quiero por fav or que me
acompañes a comprar ropa adecuada. Definitiv amente tenías razón…-

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Ella le sonrió y asintió con la cabeza. I ngresaron a sus respectiv os cuartos y
comenzaron a acomodar sus haberes. Al menos estarían en ese hotel como
base de operaciones durante un mes. Cuando terminó de distribuir sus cosas,
Philippe abrió su lap top y rev isó su correo electrónico. Tenía 10 mensajes sin
leer de Colette, la chica del café de París, alguna publicidad de ONG con las
que cooperaba, y otros mensajes sin importancia.

Colette le contaba que ya había terminado su estudio. Que lamentaba el no 50

poder inv itarle a la ceremonia de graduación, porque se había enterado, por


algunos de los comensales del café, que había partido en un v iaje de
inv estigación o algo así. Que ya había terminado de leer el libro de los
“enigmas sagrados” que le había prestado y tenía v arios apuntes por discutir
con él. Y en el último mensaje, escrito hace apenas unas horas antes, solo
decía que lo extrañaba y estaba muy preocupada por él.

Merchand respondió cada mensaje con paciencia y detalle. Le contó del


proyecto, del v iaje intempestiv o a Nuev a York, de Bogotá y su impresionante
Museo del oro y de su actual ubicación. Omitió detalles que consideraba
podrían preocuparle, como lo del templo masón, el cambio de identidad, y
sobretodo ev ito mencionar a Aura del Sol.

Al env iar el último mensaje, el profesor, inv estigador y ahora periodista, se


quedó pensando un momento, mirando fijamente la pantalla del ordenador.
El sonido apagado del aire acondicionado y el rumor de los carros al exterior
del hotel era lo único que escuchaba. De repente, como cuando se toman
decisiones importantes, tomo un sobre grande color marrón de entre sus
papeles y comenzó a escribir sobre el:

“Paris - Francia
Mademoiselle Collete Venture Dacorde
Café “Le Procope”, número 13 de la cal le de l´Ancienne-Comédie”

Cuando terminó, tomó el teléfono celular y le env ió un mensaje de texto a


Aura del Sol:

“Estoy listo. En diez minutos en la recepción”

Ella respondió con una “carita feliz”

-Qué extraña e inquietante chica – pensó Philippe. – Tenía la increíble


habilidad de controlar cada aspecto de la v ida del francés, incluido su
temperamento.- Sonrió al descubrir que no le disgustaba para nada.

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Tomó el sobre, la billetera, el celular, y lo introdujo todo en un pequeño
portafolios de mano color negro, como los que se usan para transportar
instrumentos musicales. Al llegar a la recepción descubrió que aún no había
llegado Aura del sol. Se sintió v ictorioso de haber ganado al menos una v ez a
la exageradamente puntual asistente.

Sacó el sobre de manila que había marcado en la habitación y le solicitó a la


51
señorita de recepción que por fav or se encargara de env iarlo por
correspondencia, le entregó un billete de 100 dólares para pagar el importe
con la instrucción que conserv ara el resto para ella.

Justo al terminar la solicitud, se abrió la puerta del ascensor y apareció frente a


él Aura del sol, v estida justo como su nombre lo indicaba. Traía un v estido
blanco, suelto, de corte strapple. La falda a mitad de pierna, resaltaba su
porte latino. A Philippe le pareció que se mov ía con tal elegancia, que daba
la impresión de ir flotando, casi como un ángel. Zapatos blancos de tacón alto
tipo romano, se adherían a sus pies con cintas que subían hasta la pantorrilla.
El cabello húmedo recogido en cola de caballo, brillaba en tonalidades de
azul. Remataban el ajuar, aretes y gargantilla de piedrecillas típicas
tradicionales y semillas de múltiples colores, que al mov erse resaltaban su
hermoso cuello de cisne.

-cierra la boca y v ámonos de compras- le dijo Aura al francés, mientras


pasaba frente a él, complacida del efecto que había causado.

Recorrieron v arias tiendas. En cada una de ellas, Aura del Sol lo obligaba a
probarse la ropa, a lo que Philippe al principio presentó resistencia, pues su
costumbre era comprar lo que le parecía que necesitaba sin probárselo. Y la
v erdad, tenía que reconocer que muchas v eces camisas, sacos, e incluso
zapatos, pasaban años en su ropero porque le quedaban grandes o
pequeños.

Ella, lo miraba de arriba a abajo, hacía que diera la v uelta, cuchicheaba con
las dependientes de los almacenes, se reían, lo dev olvían al v estier…el suplicio
de comprar ropa se estaba v olviendo muy incómodo. Sin embargo, se sometía
con obediencia a cada capricho.

“pruébate esta camisa”, mira este sombrero”, “ahora estos lentes”, las ordenes
de Aura del sol eran tan seguidas que lograron ponerlo nerv ioso. Al final de la
tarde, regresaron al hotel con tantas bolsas y cajas que parecía que habían
comprado la tienda entera. Reían mucho. Eso, para Aura del sol era un
excelente síntoma.

Acordaron descansar y refrescarse un poco para v olv erse a encontrar para


cenar a las 8:00 pm en el comedor.

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-ponte el pantalón de dril café y la camisa blanca que compramos de último,
por fav or – le dijo ella con un guiño a la entrada del cuarto. El, a su v ez asintió y
entró bastante enredado con los paquetes y las cajas.

-gracias Aura- le dijo cuando ella se marchaba – fue…distinto... y… estás


preciosa-
52

Cerró la puerta y se sintió como un adolescente tratando de hacer un torpe


cumplido a la chica linda del salón.

Ya más tranquilo, luego de tomar una ducha, Merchand lev antó el teléfono y
se comunicó con la recepción para av eriguar si se había env iado el paquete
por correo. El jov en que atendió la llamada le informó que ya tenía la guía de
transporte de la empresa de mensajería y que se la env iaría al cuarto.

-Merci- respondió Philippe, colgó y se recostó en la cama en la penumbra


apenas rota por la luz que se filtraba desde los faros de la calle. Pensó en Aura,
en su perfume, ese aroma tan particular, tan de ella. En su rostro iluminado por
esa marav illosa sonrisa mientras lo v eía cambiarse una y otra v ez.

Timbró el teléfono.

-Philippe – era la v oz de Aura del sol – que te parece si salimos a cenar esta
noche. Mira que nos espera una jornada larga y compleja en adelante y dudo
que v olv amos a tener una noche tranquila para compartir como amigos o
como colegas, en fin tú me entiendes.-

-me parece buena idea Aura, ya estoy listo, v en cuando quieras- respondió el
francés, y colgó. Dos segundos después, ella golpeaba a su puerta.

Riders Bikes Bistro, es un restAurante espectacular a la v ista y al gusto ubicado


en el parque nov alito en Valledupar 32. La sugerencia del recepcionista del
hotel, fue sin duda acertada para los dos comensales, que pasaron una
v elada espectacular llena de anécdotas, bromas, v ino, buena comida,
música tradicional, más v ino y miradas imperceptibles.

Ya tarde, sobre las 10 de la noche, en el lobby del hotel solamente estaba el


recepcionista nocturno, quien los v io pasar rumbo al ascensor, tratando de
disimular su ev idente ebriedad.

32
www.tripadvisor.es/RestAurant_Review-g1009235-d12173790-Reviews-Riders_bike_bistro-
Valledupar_Cesar_Department.html

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-gracias- le dijo Philippe a Aura. Con v oz suav e, cuando se cerró la puerta. –
había renunciado a compartir estos momentos tan agradables. Me había
condenado a ser un v iejo uraño y repelente –

-¿v iejo?- le interpeló Aura mientras se acercaba con mov imientos felinos y le
daba un beso suav e y sostenido, dándole un pequeño mordisco al terminar.

53
Philippe, quedo paralizado. A duras penas pudo reaccionar frente a la
atrev ida e inesperada acción de su asistente. Cerró los ojos. Ese aroma, esa
piel, esos labios suav es y tibios, que había imaginado desde que la conoció.

Salieron del asesor dando tumbos contra las paredes, entrelazados en un


abrazo y una lucha de besos casi v iolentos, desesperados, con 30 años de
espera explotando en él y 20 años de pasión desbocados en ella. A tientas
encontraron la cerradura de la habitación de Aura, entraron y cerraron tras
ellos. Ella lo arrojó de un empujón de espaldas sobre la cama.

-ha sido usted un grosero y un muy aburridor compañero de v iaje Profesor


Merchand- decía con una lev e sonrisa seductora mientras se quitaba la blusa
y se acercaba hacia él.

-hoy v a a pagar todo lo que me ha hecho sufrir en estos días- le susurró al


oído, pegando su cuerpo firme y bien torneado contra el del francés.

A partir de ese punto, las manos de Merchand cobraron v ida propia. Verla en
su lencería blanca, ahí, tendida sobre su cabellera negra, percibiendo ese
perfume que desde que la v io lo v olv ía loco, despertó en él, impulsos y
reacciones que había sepultado junto a su nov ia de la univ ersidad.

Recorrió cada curv a de su cuerpo. Exploró con ansia la piel satinada de su


ejercitado abdomen, las piernas largas y contorneadas que lo aprisionaban
como tenazas mientras ella le arrancaba la ropa sin quitarle la mirada
penetrante y felina. Todo fue suspiros, gemidos apagados, manos
encrespadas sobre las sabanas, gotas de sudor resbalando por la espalda,
cayeron al suelo y luego fueron a la ducha donde juguetearon con el agua
que resbalaba caprichosa por la piel de los dos cuerpos.

Sonó el teléfono.

-¿diga?- contestó ella perezosamente, aun enredada en los brazos de


Philippe.

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-Señorita- le dijo la recepcionista. –estamos llamando al cuarto del profesor
Merchand para av isarle que está aquí el Coronel Sánchez Serrano,
comandante de la brigada contra la minería ilegal. Dice que le urge hablar
con el profesor. Como usted es su asistente nos atrev imos a llamarle.

La v erdad es que las cámaras del hotel, habían registrado la escena del
ingreso de la pareja, pero la educación y las buenas maneras impedían a la
54
recepcionista entrar en detalles.

-en seguida le llamo a su celular señorita, muchas gracias. Por fav or dígale al
coronel que nos espere en el lobby- dijo Aura, mientras mov ía con fuerza a
Philippe para despertarlo.

Poco rato después, bajaba ella primorosamente v estida y arreglada como


siempre.

-Coronel, buenos días- saludó Aura extendiendo la mano con formalidad. –Soy
Aura del Sol, asistente del profesor Philippe Merchand. Es un gusto saludarle, el
Profesor bajara en un instante, esta… algo indispuesto.-

La recepcionista sonrió y agachó la cabeza.

-Coronel Jhon Jairo Sánchez Serrano, comandante de la Brigada contra la


minería ilegal del Ejército de Colombia. A su serv icio.- respondió con tono
marcial el oficial v estido de camuflado. Recibí un mensaje de la oficina del
Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Colombia, informándome que
ustedes v enían para acá en comisión cultural de la UNESCO y estoy a cargo
de su custodia. Me urge hablar con ustedes… en priv ado.-

Justo en ese instante, llegó Philippe Merchand con una expresión de inusual
satisfacción en el rostro. El coronel se adelantó hacia él y se presentó
nuev amente.

-¿custodia y protección?-atinó a preguntar Philippe a Aura con expresión de


asombro.

-por fav or acompáñenos- dijo el Coronel señalando a v arias camionetas


blancas con el logo del Ejército que estaban estacionadas frente al hotel.

Aura y Philippe salieron en dirección a la carav ana fuertemente custodiados.


Lo v ehículos recorrieron raudos las calles de Valledupar.

La recepcionista env ió un mensaje de texto:

“el ejército vino por ellos. No llevan la mochila.”

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Las camionetas ingresaron rápidamente a las instalaciones de la décima
brigada blindada del ejército colombiano en Valledupar. Al descender de las
camionetas, Aura, Philippe y el Coronel Sánchez, fueron conducidos a un salón
donde ya los esperaban otras personas.

-¡Permiso sigo mi General! – exclamó el coronel mientras entraba al salón con


55
sus inv itados. – Le presento al Doctor Philippe Merchand y a su asistente, la
doctora Aura del sol.- dijo el coronel frente a su superior, que saludó
cortésmente con una sonrisa a los inv estigadores.

En el salón, en torno a una mesa rectangular con v arias sillas, estaban


sentados un alto oficial del ejército (esto era ev idente por sus insignias y
condecoraciones), otros militares en traje camuflado, y tres hombres
uniformados pero con ropa civ il, con chalecos color caqui, camisas blancas
de manga corta y pantalón de fatiga del mismo color.

-tomen asiento por fav or- dijo cortésmente el oficial al que el coronel había
llamado “mi General”.

–v erá profesor, -dijo inmediatamente, dirigiéndose a Merchand - para nosotros


no es buena noticia que usted esté aquí y menos aún que v aya a entrar a las
regiones que dice que v a a v isitar, pues es un área en pleno conflicto territorial
con v arias organizaciones armadas al margen de la ley. Sin embargo, tengo
orden de “Facilitar” (dijo haciendo la seña de las comillas con sus dedos) su
ingreso a las áreas en cuestión y garantizar su protección, custodia y v igilancia.
En esa tarea, nos v an a ayudar estos señores (señaló a los hombres de chaleco
color caqui), ellos son funcionarios de la UNP 33, que conocen la zona y le
acompañarán permanentemente. –

Philippe v isiblemente consternado, miraba a Aura que mantenía prudente


silencio ante las palabras del General.

-Disculpe General- interrumpió Philippe. –cada v ez me encuentro con más


sorpresas y les ruego entiendan mi contrariedad. Se supone que solo v engo a
hacer un reportaje periodístico sobre unos pueblos aborígenes y ¡no entiendo
como podré adelantar mi labor rodeado de hombres armados, chalecos
antibalas y helicópteros dando v ueltas a mi alrededor!-

-entiendo su prev ención profesor.- le dijo el General en tono conciliador- pero


le pido entienda que, hasta ahora, es la primera v ez que usted v iene a
Colombia, y no alcanza a percibir el riesgo que implica permitir que un
extranjero, periodista, delegado de la UNESCO, se interne solo en la selv a.-

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Unidad Nacional de Protección

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-Por fav or permítanos mostrarle el panorama general de seguridad- intervino el
Coronel Sánchez Serrano – y luego nos expresa sus reparos... ¿Le parece?-

Philippe asintió y se sentó junto a Aura para escuchar la exposición.

Las luces de la sala se apagaron y se encendió el proyector.


56

-En la sierra nev ada de Santa Marta existen grupos armados ilegales desde la
década de los años setenta. Tanto de la guerrilla como de las autodefensas.
Pero es a partir de los últimos ocho años que la presencia de estos grupos
armados ha intensificado su presencia y acciones armadas al interior de los
territorios de resguardo de los pueblos indígenas 34.- comenzó su exposición el
Coronel.

-La presencia al interior de los territorios de resguardo ha sido especialmente


v iolenta, por parte de los div ersos frentes de las guerrillas y sus disidencias,
quienes ante la presión ejercida por los grupos de autodefensa en las partes
bajas de la sierra, se mov ilizaron hacia las partes medias y altas donde se
encuentra la mayor cantidad de los asentamientos de los cuatro pueblos.
Mientras que la presencia de las autodefensas se concentró en las partes
bajas y medias del territorio, realizando incursiones hacia el interior de los
resguardos en div ersas ocasiones.-

-siguiente diapositiv a- ordenó el coronel al operador del equipo de v ideo.

-La presencia de grupos armados al interior del territorio indígena y dentro de


sus comunidades, ha tenido como principal consecuencia el desconocimiento
y suplantación de sus autoridades tradicionales, es decir, los Mamos y los
Cabildos como representantes legales de los indígenas y de
sus organizaciones ante el estado. En términos generales, esta consecuencia
apunta hacia la pérdida de uno de los principales propósitos de lucha de sus
organizaciones y de sus pueblos: alcanzar la autonomía de sus autoridades en
el control y ejercicio del poder en todo el territorio tradicional y al interior de sus
comunidades.-

-¿y entonces quien defiende a los indígenas?- interv ino Merchand.

-ese es otro factor generador de v iolencia – respondió el Coronel.- Los


indígenas se han organizado para defender sus territorios, pero son superados
en armas y numero por los grupos ilegales que ahora se v en reforzados por
mineros piratas y cultiv os de coca.-

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www.monografias.com/trabajos47/conflicto-sierra-nevada/conflicto-sierra-nevada.shtml

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-Esta situación ha llev ado incluso al asesinato de muchos de sus líderes y
miembros de las comunidades, Philippe. – I nterv ino Aura que había
permanecido en silencio hasta ese momento.- Con las grav es consecuencias
que ello conllev a para el futuro de los pueblos indígenas no solo de la Sierra
Nev ada de Santa Marta, sino de toda la gran nación indígena en Colombia-

-precisamente señorita- sentenció el Coronel.- Además la perdida cultural es


57
enorme. Debemos tener en cuenta que para los pueblos indígenas, la
condición y principio fundamental de conv iv encia y de misión en el territorio,
es su carácter de sagrado. Cada río, cada montaña, cada piedra, cada
animal o planta que existe es sagrado; Todo cuanto existe tiene esa condición.
Siempre alrededor de cada uno de sus asentamientos existe por lo menos un
sitio de v ital importancia que ha de ser cuidado por todos y cada uno de los
habitantes de ese lugar. Son lugares donde se hacen los div ersos trabajos
espirituales que como indígenas, cada uno de los miembros de los pueblos
debe realizar. Por lo general son sitios ubicados en pequeñas colinas donde
se puede tener una buena v isibilidad sobre los alrededores, de ahí que sean
usados con frecuencia por parte de los grupos armados para establecer sus
campamentos, con las terribles consecuencias espirituales que conllev a este
comportamiento, pues las piedras son remov idas o usadas como fogones, y
además alrededor de estos lugares hacen las necesidades fisiológicas,
v iolando por completo lo sacro y lo espiritual de estos sitios-.

-concentrémonos en lo importante Coronel- ordenó el general.

-el aspecto cultural y espiritual es muy importante General- interrumpió


Philippe, esa es la esencia de nuestra inv estigación. La motiv ación para que el
Clan Jaguar arriesgue la v ida para conserv ar el sentido sacrosanto de sus
territorios-

Hubo un silencio incomodo después de estas palabras.

-¿El Clan jaguar profesor? ¿Es usted otro loco buscatesoros en busca de esa
leyenda? Definitiv amente los europeos están perdidamente locos. ¡500 años y
no aprenden!- dijo molesto el General. – ¡Vamos a proteger a un par de
soñadores que muy seguramente pondrán en riesgo a nuestros hombres por
una leyenda absurda y sin fundamento!.-

-Mi General, le ruego me permita continuar con la exposición, por el bien de


todos- dijo respetuosamente el Coronel Sánchez Serrano.

Antes que el General respondiera, continuó la exposición.

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-Según un reciente informe de las comunidades indígenas a la Procuraduría
General de la Nación, la situación ambiental es crítica, tanto así que la Sierra
Nev ada está a punto de dejar de existir. El 70% de los glaciales de la Sierra se
derritieron y parece no importarle a nadie. Esto es el lugar donde nacen los ríos
y de donde prov iene el agua de la costa colombiana35. Aumenta, así mismo,
de manera preocupante la desaparición, desplazamiento forzado y asesinatos
de los pueblos Kogui, arhuaco, w iwa y kankuamo, solo por mencionar algunas
58
tribus. La expansión de la minería ilegal amenaza la cultura y modo de v ida
de los pueblos ancestrales. El principal causante de esta tragedia, se ha
identificado como alias “el gato”, cabecilla de la organización ilegal
conocida como “los gav ilanes”. Este sujeto es responsable de masacres,
desplazamientos y la dev astación de grandes extensiones de bosques, así
como del env enenamiento de ríos, nacederos y afluentes en toda la región.

Un retrato hablado apareció entonces proyectado en la pantalla

.-Le dicen “el gato” – comentó otro de los militares que estaban en la reunión –
porque ha sobrev iv ido a v arios operativ os en los que prácticamente lo
teníamos agarrado o dado de baja.

-gracias capitán – comentó el Coronel Sánchez Serrano.

-este sujeto – continuó el expositor – se las ingenia para construir dragas


ilegales en los ríos, procesar el oro y el coltán, y aunque no lo crean, exportarlo
fuera del país. Pero lo peor de todo, es que esclav izan a los indígenas jóv enes,
obligándolos a trabajar hasta la muerte en condiciones menos que
inhumanas.-

Cuando encendieron la luz, Aura estaba llorando.

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Todo esto – dijo el General acomodándose en su silla y mirado fijamente a
Philippe – es para contextualizarlos frente a la región y los intereses a los que
ingresarán durante su inv estigación. Y por eso es que consideramos muy
importante y estratégico que sean acompañados permanentemente por
personal de la UNP.

-¿Puedo preguntarle algo General?- dijo Philippe.


59

-claro profesor – respondió el oficial.

-¿Existe la posibilidad de ev itar la escolta que tan generosamente nos ofrece?


Digo, usted entenderá que llegar a un poblado indígena con personal
armado, no solo cierra puertas, sino que además pone en riesgo la v ida de los
indígenas, la v ida nuestra y obv iamente la de los escoltas. No creo que dos
funcionarios, con el mayor respeto a ustedes – dijo refiriéndose a los hombres
de chaleco- representen mayor dificultad para ese delincuente, según lo que
expuso el sargento Sánchez.-

-Coronel – corrigió el expositor.

-La v erdad, si existe una opción – respondió el General. – deberían ustedes dos
firmar un documento en el que renuncien a la protección de la UNP pero eso si
le adv ierto, que deberá portar un GPS suministrado por la ONU, y un teléfono
satelital con el que deberá av isar cualquier nov edad. Estará conectado
directamente con el Coronel Jhon Sánchez Serrano y además, deberá
aceptar que, de considerarlo nosotros, en cualquier momento, lo retiremos de
la zona y usted no opondrá ninguna resistencia.-

Philippe miró a Aura, quien le asintió con la cabeza.

-De acuerdo General. Me parece un buen trato-

-perfecto- cerró el coronel Sánchez Serrano – no se diga más entonces, los


regresaremos a su hotel y mañana a primera hora le llev aremos el documento.
Sobra solicitarles por fav or se abstengan de salir de allí hasta que les llev emos
el GPS y el teléfono satelital.-

Philippe miró a Aura del Sol, que se sonrojó y bajó la mirada. Seguramente no
tendrían ningún problema en quedarse 24 horas en un hotel a puerta cerrada.

Se terminó la reunión, todos se dieron la mano y le desearon éxito al profesor


en su proyecto. Abordaron una de las camionetas y regresaron al hotel.
Apenas tuv ieron tiempo de despedirse de los escoltas y saludar a la
recepcionista.

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Una v ez cerrada la puerta del ascensor, se borraron los camuflados, las
imágenes, las adv ertencias, las premoniciones. Solo hubo tiempo y espacio
para el amor desenfrenado.

Mientras tanto, en la oficina asignada al Coronel Sánchez Serrano en la


décima brigada blindada, el oficial se paseaba nerv ioso de un lado a otro con
las manos en la espalda. No confiaba lo suficiente en la estrategia del
60
General. I gual, de todas formas él sería el responsable de lo que le pasara al
francés y a su acompañante, aunque sabía que Aura del Sol era digna de su
más absoluta confianza.

Timbró su teléfono celular.

-Coronel Jhon Sánchez Serrano – dijo el oficial, con su acostumbrado timbre


militar.

-Coronel, es un priv ilegio saludarle- dijo la v oz al otro lado de la línea. – No se


imagina la cantidad de influencias que tuv e que mov er para lograr que usted
esté cerca del Profesor Philippe Merchand.-

-¡Señor Michael Frendch! Tanto tiempo sin saludarlo – respondió el coronel


mientras se sentaba en su escritorio mirando por la v entana hacia el campo
de paradas, ahora bajo el sol canicular de Valledupar. –¡pensé que nunca me
llamaría!-

-al contrario mi estimado Coronel le respondió el alto funcionario de la ONU -


usted sabe que desde que compartimos nuestra….”hermandad” … ando
pendiente de todas las acciones del Clan, y con mayor razón ahora que hay
un profano muy cerca de la v erdad.

Sin embargo, le confieso que no percibo como un enemigo al Profesor


Merchand. Al contrario, creo que su intención es buena y que podría incluso
ayudarnos a definirnos y de paso denunciar abiertamente y en círculos
internacionales a los mineros ilegales y los asesinos de indígenas.-

-temo por Aura del sol- respondió el coronel con un brev e suspiro.

-no menosprecie a Aura, Coronel. Ya en otras misiones mucho más


comprometidas ha sabido sortear enormes dificultades. Me preocupa más la
cercanía de “el gato” ¿sabía usted que “Pekinés” está en Valledupar y
alojado en el mismo hotel que Aura y Merchand?

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El rostro del Coronel se tensó en un gesto de ira. “Pekinés” era un v iejo amigo
que se había conv ertido en un temible adv ersario por cuenta de la v iolencia
paramilitar. Habían estudiado juntos en el colegio, y jugado en el mismo
equipo de futbol del municipio. Cuando el jov en Jhon Jairo Sánchez Serrano
decidió inscribirse en la Escuela militar de cadetes en la capital, ”Pekinés”
había elegido quedarse a cultiv ar sus tierras y apoyar a sus padres.

61
Después de muchos años, el entonces teniente Sánchez Serrano había sido
env iado a combatir las fuerzas de los paramilitares en el magdalena medio,
con la mala fortuna de cruzarse en un combate con su amigo. Entonces,
Luego de horas de intercambios de disparos, el apoyo aéreo había hecho
retroceder a “pekinés”, quien dejó más de diez soldados muertos en su
retirada. Desde ese día, el coronel Sánchez Serrano no le había perdido la
pista. Lo había combatido con firmeza, pero siempre había escapado, y ahora
tenía serios indicios, corroborados por la información que le estaba dando el
delegado de la ONU, que estaba v inculado a la banda de alias “El gato” en la
zona de la Sierra nev ada de Santa Marta.

-no se preocupe Señor Frendch.- dijo finalmente el Coronel mintiendo, –ya


teníamos esa información y lo tenemos controlado.-

Mientras Aura y Philippe exploraban sus ansias en cada rincón de la


habitación, “Pekinés” esperaba en su cuarto nuev as pistas e informaciones de
los inv estigadores. Había contratado v arias fuentes de información
estratégicas que le mantenían al tanto de cada mov imiento de la pareja sin
necesidad de exponerse a ser v isto. No salía para nada de su cuarto,
desayunaba, almorzaba y comía a puerta cerrada. Sin v er telev isión. Solo
escuchando y esperando mensajes que le dieran información.

Se desesperó de no recibir noticias y env ió un mensaje de texto:

“no han salido ni los han llamado?” - “negativo” – fue la respuesta escueta
que recibió de su informante.

-¿sabes algo Aura?- dijo Philippe mientras jugaba con el cabello de la jov en,
que estaba recostada sobre su pecho.

-dime-

-Siempre quise tener una av entura de v erano. –Continuó el francés - No me


mal intérpretes. Me refiero a conocer a alguien como tú, justo como nos
conocimos, hacer un v iaje como el que estamos haciendo, experimentar una
situación como la de anoche, y estar justamente así, como estamos en este
momento sin saber nada ni esperar nada…- Parece que alguien estuv iera
escribiendo esto en este momento.-

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Ella lo beso lenta, delicada y profundamente. Lo miró a los ojos y sonrió. Era
absolutamente irresistible. Se lev antó despacio de la cama y caminó hacia el
baño sin v oltear la mirada, mientras Philippe detallaba sus hermosos cabellos
negros cayendo como una cascada azabache por la espalda bronceada. La
torneada cintura terminaba en la cadera más sensual que hubiera v isto el
europeo jamás. Dos hoyuelos en la cintura atrapaban su mirada mientras la
cadencia de sus pasos de gacela la alejaban de él.
62

-ahora entiendo algo de los Españoles- dijo él, en medio de un suspiro.

-¿a qué te refieres?- preguntó Aura mirándolo de reojo sobre el hombro


derecho sonriéndole.

-A que ahora entiendo por qué de los 600 hombres con que Hernán cortés
llegó a la costa Centroaméricana, solo diez regresaron a Europa-

Ella, girándose y recostando la espalda contra un costado del marco de la


puerta del baño, sin el mínimo atisbo de v ergüenza, exponiendo todos sus
atributos de escultura americana, y pasando todo su cabello al hombro
izquierdo con una gracia felina, v olv ió a preguntar, mordiendo lev emente su
labio inferior:

-¿a qué te refieres… exactamente?-

-A que si la princesa azteca que enamoró al conquistador español Pedro de


Alv arado, fue la mitad de lo hermosa que eres tú, entiendo porque jamás
quisieron regresar a Europa- le respondió Philippe mientras la llamaba de
nuev o a sus brazos.

Muy temprano, al día siguiente, se presentó en el lobby del hotel el Coronel


Jhon Sánchez Serrano y como en la ocasión anterior, les transportó hasta las
instalaciones militares. Esta v ez, no había nadie más en la oficina excepto el y
un mapa de la región extendida sobre la mesa.

-Profesor Merchand- le dijo mientras se quitaba la gorra camuflada y la dejaba


sobre su escritorio. Supongo que no está muy relacionado con la geografía del
lugar-

-La v erdad Coronel, no creo que sea muy diferente a la de los países que ya
he recorrido en América central- contestó con desdén el francés.

– En realidad, -continuó diciendo Philippe - y para centrar la expedición, me


interesa llegar a los puntos en los que nacen los ríos “Don Diego”, “Palomino”,
San Miguel” y “Ancho”. Debido a que, según mis indagaciones anteriores, es
en esos puntos en los que se han encontrado v estigios del Clan… -

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-¡otra v ez con lo del famoso Clan!- interrumpió el Coronel al inv estigador, al
tiempo que este último se sonrojaba al reconocer su error.

-¡Clan, cultura, aldea!- excuse mi español, aun no domino todos los giros y
v ocablos del idioma a pesar de compartir la raíz latina del francés.- atinó a
corregir Philippe, mientras Aura desv iaba la mirada.
63

-Bien, -continuó el coronel, como si nada, señalando el corazón de la Sierra


nev ada de Santa Marta, – el río Don Diego es, sin duda un buen punto para
comenzar. Es único en belleza, fauna y flora, si lo desea, puede definirlo como
el rey de los ríos del parque tayrona. Viene del corazón de lo que los
aborígenes llaman “la madre sierra”, nace como un tímido rio pequeño,
recogiendo a su paso tributos de otras corrientes. Su nacimiento está protegido
y es territorio conocido de jaguares- -por otra parte – continuó el Coronel,
mientras trazaba un círculo rojo en las zonas que le iba explicando al
inv estigador – El rio Palomino corre cerca de la costa del Mar Caribe. Allí hay
un corregimiento de gente muy pacífica y trabajadora con el mismo nombre
del rio y que sirv e como punto limítrofe entre La Guajira y el Departamento del
Magdalena. El rio recorre todos los pisos térmicos, desde el niv el del mar hasta
las Niev es perpetuas de la Sierra Nev ada de Santa Marta.

El rio San Miguel, y el rio Ancho, aunque no son tan grandes y majestuosos
como sus predecesores, guardan íntima relación con la cosmov isión de los
pueblos ancestrales de la sierra e infortunadamente son objeto de explotación
ilegal por parte de Colónos e inv asores ilegales. Allí tenemos una base
temporal de la brigada contra la minería ilegal, pero los bandidos de alias “el
gato” se las ingenian para ser todo un dolor de cabeza.- terminó el Coronel
incorporándose y esperando los comentarios del I nv estigador y su
acompañante.

-Creo que Philippe debería conocer la cultura Kogui antes de internarse en la


selv a Coronel- dijo Aura desde el otro lado de la mesa del mapa.

-ya lo había pensado- respondió el oficial – les propongo que, salv o mejor
opinión, los llev emos en un v ehículo particular, debidamente custodiado con
personal de bajo perfil, hasta el mercado central de Santa Marta a eso de las
11:00 a.m., desde allí salir a Río Ancho, un caserío al borde de la carretera,
donde podrán almorzar y prepararse para iniciar su ascenso a la Sierra
Nev ada.

Luego de unas 3 horas de camino, llegarán al primer pueblo indígena. Allí


tenemos una av anzada de la brigada, así que controlaremos sus tiempos de
desplazamiento sin dificultad.

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En este pequeño pueblo harán una parada corta, en ese lugar, como ya
debe saber, es preciso hacer algunas ofrendas a los indígenas para poder
continuar el camino durante una hora y media más, hasta la posada donde
podrán pasar la noche.

-tiene todo calculado- comento sonriendo Philippe.


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-Es nuestro deber mi estimado profesor- respondió el coronel mientras seguía
mostrándoles con un señalador laser su recorrido sobre el mapa

Al día siguiente, después del desayuno, y obv iamente un refrescante baño


ritual de agua fría en el río, continuarán el ascenso durante 3 horas hacia el
segundo pueblo Kogui, hasta ahí nos dejan llegar los indígenas. Una v ez en el
pueblo, se instalará en su choza. Este día pueden aprov echarlo para que, en
compañía de un guía que trabaja con nosotros, recorran el río, y aprov echen
para compartir con los indígenas, hablar con ellos y descubrir esta civ ilización
de una manera más cercana a trav és de la comida, las artesanías y su trabajo
agrícola. Diríjanse a los indígenas de manera respetuosa, ellos son de
naturaleza tímida, pero sé que colaborarán con su inv estigación-.

-¿Cuando salimos?- preguntó Aura.

-Estoy coordinando el transporte aéreo hasta Santa Marta con la Av iación


Nav al, no será cosa de más de unas pocas horas. Mañana, al amanecer,
ustedes dos iniciaran un v iaje sobrenatural más allá de los ríos sagrados.

Philippe sintió un raro escalofrío. Se asomó a la v entana de la oficina del


Coronel y miró el profundo azul del cielo despejado, y el suelo rev erberante
bajo la canícula solar. Puso las manos detrás de la espalda. Y sintió nostalgia
por Paris. ¿Habría recibido ya Nicolle el sobre de manila que le env ió desde el
hotel?

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El camino del jaguar 65

En el camino de regreso al hotel, Philippe Merchand se notaba v isiblemente


disgustado. Aura, que había elegido abordar la camioneta en el asiento
delantero junto al conductor, lo miraba por el espejo retrov isor.

-¿Qué sucede Philippe?-

-No me gusta que me tomen por tonto-.

-¿a qué te refieres?-

-A que no entiendo porque me trajiste a Valledupar, si el v iaje realmente inicia


en Santa Marta… ¡254 kilómetros de distancia!.. Cinco días completamente
perdidos… eso es tomarme por tonto… ¿creías que yo no había inv estigado
las posibles ciudades que v isitaríamos? ¡Por Dios Aura! Soy un inv estigador
¿recuerdas?-

-no pretenderás culparme a mí, – respondió Aura en tono conciliador y


girando sobre su hombro izquierdo hasta donde se lo permitía el cinturón de
seguridad. – recuerda que claramente te dije en Bogotá, que el itinerario inicial
me lo había indicado el alto comisionado de las Naciones Unidas para
Colombia, no tengo nada que v er, al igual que a ti, me toma de sorpresa el
plan de v iaje del ejército, pero debemos dejarnos orientar, después de todo, tu
solicitaste llegar a esos ríos en específico… mira Philippe, no te preocupes, ya
mañana iniciaras tu v iaje de inv estigación y terminaras el terrible suplicio de
tener que soportarme a mí-. Y regresó en absoluto silencio a su posición en el
asiento.

EL soldado que conducía el v ehículo, miró de soslayo a Aura y sonrió,


augurando una inminente v ictoria femenina en la discusión.

-no es eso… - atino a balbucear Philippe, es que me preocupa el tiempo... No


tiene que v er contigo… -

-Discúlpenme por interv enir doctor y señorita – dijo div ertido el soldado.

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–Jamás discuta con una mujer colombiana profesor, esa es la primera lección
de superv iv encia en este país. ¡Mínimo termina pagando una cena muy
costosa!-

Los tres rieron estrepitosamente ante la ocurrencia del militar y continuaron su


camino hacia el hotel. Ninguno se percató del v ehículo que los seguía desde
que salieron de la unidad militar. “Pekinés”, jugando con su reloj, se
preguntaba sobre el asunto que habrían tratado con el Coronel Sánchez 66

Serrano. No le gustaba para nada que v isitaran tan frecuentemente la


Brigada, porque allí no tenía informantes y eran v acíos de información que
luego tendría que llenar con conjeturas o sospechas.

El teléfono celular de Aura timbró. Era el Coronel Sánchez Serrano.

-Coronel- dijo Aura al responder.

-Aura - respondió el - … Ten cuidado. Los hombres dalias “El gato” están detrás
de ustedes desde Bogotá, se supone que no debía alertarlos, pero me
preocupas, por fav or cuídate -.

El rostro de Aura se sonrojó. ¿Por qué “el gato” estaba tan interesado en este
v iaje como para seguirlos con sus perros de caza? ¿Sabrían algo del enigma
sagrado?

- No Coronel, aún no hemos llegado al hotel, pero estamos muy cerca - dijo
Aura para distraer la atención del francés que la miraba atentamente desde
el asiento de atrás.

-Aura,- continuó el Coronel – dile a Philippe que lo v a a buscar el Mayor Cesar


Mondragón del Grupo Aeronav al del Caribe, de la Armada Nacional. El
coordinará la logística de su transporte desde aquí y luego desde Santa Marta
hasta los sitios a v isitar. Con él estaremos pendientes de su seguridad. Al
abordar el av ión, recibirá el profesor el brazalete con geo localización junto
con las instrucciones. … Aura por fav or ten cuidado, no soportaría perderte…-

Aura cortó al Coronel antes que pudiera decir algo más

-Ehhh… si … coronel, muchas gracias, ya le doy sus indicaciones al profesor.


Que tenga buen día. Y gracias de nuev o –

Colgó.

Un profundo suspiro escapó inev itablemente de Aura. Miró al horizonte


acomodándose las gafas y guardó el teléfono en su bolso.

-… ¿y? … - dijo impaciente Philippe Merchand, esperando las instrucciones


que se supone debía transmitirle del coronel.

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Aura estaba como en las nubes. Apenas si pestañeaba. El soldado miró al
francés por el retrov isor y le hizo un gesto como de que esperara, que
entendiera. Siguió un prolongado silencio en el v ehículo hasta llegar al hotel.

Aura, tocó el brazo del soldado y le sonrió en señal de agradecimiento, bajó


del auto de prisa y sin cerrar la puerta se dirigió al ascensor. Merchand,
completamente confundido, solo atinó a preguntarle al soldado:
67
-¿hice algo malo?-

-No profesor- respondió el conductor miliar. - Dele tiempo. Se nota que es una
mujer muy inteligente, pero igual sigue siendo mujer y no existe el hombre que
las entienda. Buen v iaje profesor, tenga cuidado en esa selv a, a v eces no es
bueno hurgar tanto en los problemas de esa gente. Se conv ierte uno en
objetiv o militar-.

-Gracias por sus consejos, los tendré en cuenta- le contestó Philippe


estrechándole la mano derecha mientras salía del v ehículo frente al hotel.
Cuando la camioneta arrancó, él se quedó de pie, ahí, observ ando la calle…
la brisa recorría delicadamente la calle mientras v arias mujeres se abanicaban
en las bancas del parque cercano.

Un grupo de ruidosos estudiantes pasaron a su lado. Se notaba que no había


clases ese día porque las calles circundantes rev erberaban de jóv enes con
uniformes de todos los colores. Respiró profundo, como queriendo grabar en su
memoria el aroma a flores y frutas que flotaba en el aire de Valledupar. Giró
sobre los talones y entró al hotel. Al pasar frente a la habitación de Aura, tuv o
la intención de golpear a la puerta, per se contuv o y siguió a su cuarto
pensando que tal v ez ella estaría empacando para el v iaje inminente. Gracias
a eso, no v io a Aura hecha un ov illo, sentada en el suelo de la habitación junto
a la cama, llorando amargamente.

Tal como le anunciara el Coronel Sánchez Serrano a Aura, el Mayor Cesar


Mondragón llamó a Philippe.

-¿Oui?- contestó Philippe.

-Profesor Philippe Mechand, soy el Mayor Cesar Mondragón , oficial del Grupo
Aeronav al del Caribe, de la Armada Nacional. Como debió av isarle mi
Coronel Sánchez, soy el encargado de su transporte y seguridad a partir de
este momento.

Philippe supo inmediatamente que esas eran las instrucciones que había
recibido Aura en la camioneta.

-Si claro – contestó Mechand para no poner en ev idencia a su asistente-

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- Mañana a las 5:00 a.m. lo recogerá el mismo v ehículo militar que le llev ará
hasta el aeropuerto, ahí tendré el gusto de conocerle. Yo seré el piloto de la
aeronav e que traerá a Santa Marta y debo entregarle algunas cosas que no
puedo comentar por este medio. Nos v emos mañana profesor. Feliz resto de
tarde.-

-Hasta mañana, gracias por av isarme- respondió distraídamente Philippe y


colgó, pensando en la razón que pudiera haber tenido Aura para no 68

informarle esto, sobre todo teniendo en cuenta que, hasta ahora, había
demostrado ser extremadamente cuidadosa con los detalles. Comenzó a
preparar su maleta sin molestarla, siguiendo el consejo del conductor del
v ehículo militar.

A las 8:00 p.m. ya preocupado por no saber nada de su compañera de v iaje,


se armó de v alor y fue hasta su habitación. Dudó unos segundos antes de
golpear a la puerta, tratando de escuchar algún ruido o adiv inar que le estaría
sucediendo. Levantó la mano derecha y golpeó tres v eces… nada. Golpeo
más fuerte. Esperó... Nada. Comenzó a timbrar el teléfono de la habitación del
francés. Sin dejar de mirar la puerta de la habitación de Aura se dirigió a su
cuarto y a regañadientes entró a responder.

-¿diga? –

- no pude ev itar v er por la cámara de seguridad que está golpeando a la


puerta de la habitación de la Señorita Aura del sol – dijo una v oz femenina al
otro lado de la línea. – Ella salió del hotel desde las 2:00 p.m. –

Guardo silencio esperando una respuesta.

-gracias- dijo Philippe y colgó.

¿Desde las dos de la tarde? ¿A dónde fue? ¿Por qué no le dijo nada de la
llamada del mayor? ¿Por qué se había encerrado en la habitación? Y la
situación se tornó más acuciosa cuando cayó en cuenta que lo único que
conocía de esa ciudad eran esas dos habitaciones. Ni siquiera recordaba el
camino de regreso a la brigada.

Esperó hasta las 10:00 pm sentado a los pies de su cama, con la puerta
abierta. Los segundos pasaban tortuosamente lentos. De repente, escuchó
unos pasos por el corredor, se lanzó a la puerta, pero no había nadie.
Finalmente, ya pasadas las once de la noche, sin darse cuenta se quedó
dormido.

-Philippe, despierta- le susurraron al oído.

De un salto quedó de pié completamente desorientado. Era Aura, que


sentada en la orilla de la cama, lo miraba con desasosiego.

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-¿Qué hora es? … ¿dónde estabas? … ¿Por qué no me av isaste? … yo… yo…
¿Cómo me haces esto? – balbuceaba Philippe entre disgustado y aliv iado por
v erla de nuev o.

- ya estoy aquí. Eso es lo importante. Debes descansar, mañana salimos a las


5:00 am. ¿Hablaste con el mayor de la nav al?

Philippe se había sentado en una de las sillas de la pequeña mesa junto a la 69


cama y sostenía la cabeza entre sus manos. Lev antando la mirada con
disgusto, preguntó: -¿Dónde estabas? ¿Por qué no me av isaste? Hubieras al
menos, no sé, env iado un mensaje de texto un Whats App, una nota escrita, un
mensaje en recepción… ¡Por Dios Aura, Has puesto en riesgo todo el
proyecto!-

-no exageres Philippe. Estaba v isitando algunos amigos en la ciudad antes de


irnos. En ninguna parte del contrato dice que debo reportarte todos mis
mov imientos así que deja el melodrama. Pero sabiendo que te importo tanto, -
sonrió mirándolo con ternura y suav izando el tono - te prometo que te tendré
informado cuando haga algo diferente a estar a tu lado como tu pajecito
real-. Y salió de la habitación dejándolo completamente desarmado.

A las 5:00 en punto de la mañana, el teléfono sonó. Era la recepcionista


anunciando la llegada del v ehículo que los llev aría hacia su v uelo. Antes de
entrar en las instalaciones del Aeropuerto “Alfonso López Pumarejo”, la
camioneta v iró e ingresó directo a la pista sin pasar por los controles de chek
in.

Se dirigió a un enorme hangar al final de la pista, y al ingresar, se estacionó


junto al av ión Casa C-212 Av iocar, que estaba siendo preparado para salir. Un
Hombre rubio de mediana edad, atav iado con un ov er all color v erde oliv a
típico de los militares de av iación, se acercó al v ehículo. El soldado salió y lo
saludó marcialmente:

- ¡Soldado Gutiérrez Torres Miguel se presenta mi Mayor! -.

El mayor respondió el saludo y continuó hacia la v entanilla abierta de la


camioneta.

-El Famoso Profesor Philippe Merchand y su no menos prestigiosa asistente la


Doctora Aura del Sol. Mucho gusto. Soy el Mayor Cesar Mondragón , piloto
nav al y su custodio a partir de este punto-.

El alto oficial abrió la puerta y extendió la mano a Aura para ayudarla a bajar
del v ehículo. Ella sonrió cortésmente y aceptó la ayuda. En seguida salió el
profesor Merchand con su inseparable morral de campaña.

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-Mayor, es un placer saludarle. Por fav or salgamos en cuanto las normas y el
clima lo permitan. Me urge comenzar en firme mi trabajo- le dijo Philippe al
oficial estrechando su mano con calidez. En seguida saludó al soldado
agradeciéndole todos sus serv icios y atenciones, y terciándose el morral, se
dirigió directamente a la escalerilla.

Ya a bordo del Av iocar, el Mayor Mondragón se acercó a los científicos y


abrió una pequeña caja negra pastica sobre sus rodillas. 70

-este es un brazalete especialmente diseñado para personajes y dignatarios


profesor. Consta de una correa de hule de alta resistencia y kevlar, que puede
aguatar fuego, presión e inmersiones a un niv el casi inv erosímil. Cuenta con un
dispositiv o de nanotecnología que permite la trazabilidad satelital de la
persona que lo porta-.

.¿En serio? – Preguntó Aura - ¡parece una manilla artesanal!-

-Esa es la idea - respondió el Mayor- que pase desapercibida. Es necesario


que se la coloquemos profesor por instrucciones directas de la UNESCO. Debe
entender que es un extranjero de alto v alor para los grupos armados ilegales y
que v a a internarse en territorios a los que, por respeto a las culturas indígenas,
tratamos de ingresar lo menos posible. Una v ez instalado, se activ a, y solo
puede ser desactiv ado cuando se le retire o mediante una clav e que solo yo
sabré a partir de este momento-.

Resignado, el inv estigador alargó el brazo derecho y miró para otro lado,
como hacen los niños cuando les v an a poner una v acuna. El procedimiento
solo tomó unos segundos. El Mayor Mondragón se comunicó con la oficina
central de la Unidad Nacional de Protección para confirmar la activ ación y el
código de la señal. De inmediato, una diminuta luz, casi imperceptible color
v erde se iluminó bajo el cierre del brazalete.

-Confirmado el enlace profesor, podemos decolar-. Sentenció el Mayor


incorporándose y dirigiéndose a la cabina de la aeronav e.

Veinte minutos después, el av ión flotaba apacible sobre las nubes del caribe
Colombiano. Merchand miraba por la v entana, regocijándose en el paisaje.

-¿puedo preguntarte algo? Le interrumpió Aura.

Philippe giró la silla y la miró a los ojos.

-¿Por qué no me has dejado v er la pulsera del Clan jaguar? ¿No te he


demostrado mi lealtad y confiabilidad?-

-No has v isto la pulsera – le respondió el francés- sencillamente porque no la


tengo.

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La sonrisa se borró del rostro de Aura. Una liv idez de angustia recorrió su cara. -
¿Cómo es eso que no la tienes?- ¿pero existe v erdad?

-¡claro que existe!- contestó div ertido Merchand al v er la reacción de Aura. –


está a buen recaudo en Francia. Me pareció inútil y arriesgado portarla en
este v iaje en la selv a, así que se la env ié a una persona en la que confío
plenamente y de quien conozco su amor por la historia y la arqueología-.
71
El resto del v iaje fue en absoluto silencio. De pronto Philippe Merchand sintió
como si el interés de Aura en él hubiese disminuido drásticamente. Ella se giró
hacia su v entanilla y apoyó la frente en el cristal.

-repasemos el itinerario- dijo Philippe tratando de establecer contacto


nuev amente.

-claro, mira,- respondió Aura enseñándole la Tablet – de acuerdo a lo


establecido por el Coronel Sánchez Serrano, un v ehículo particular, nos llevará,
hasta el mercado central de Santa Marta a las 11:00 a.m., desde allí saldremos
a Río Ancho, un caserío al borde de la carretera, almorzaremos e iniciaremos
el ascenso a la Sierra Nev ada.

Caminaremos hasta llegar al primer pueblo indígena. Allí haremos algunas


ofrendas a los indígenas para poder continuar el camino durante dos horas y
media más, hasta la posada donde finalmente pasaremos la primera noche
en la Sierra-.

-Estimados pasajeros- se escuchó la v oz del Mayor por los altoparlantes del


Av iocar, -si miran por la ventanilla de la izquierda, y aprovechando este
espectacular día, verán la majestuosa sierra nevada de Santa Marta, su
territorio de investigación-.

Philippe se sobrecogió ante el panorama. Podía entender porque era


considerada sagrada para todas las tribus de la región.

Aura del Sol, v io en el asombrado rostro del francés, la oportunidad para


demostrar sus conocimientos.

-Ella es la Sierra Nev ada de Santa Marta Philippe. El sistema montañoso litoral
más alto de Colombia; constituye por sí mismo un sistema aislado de Los
Andes, se elev a abruptamente desde las costas del Mar Caribe hasta alcanzar
picos nev ados a una altura de 5.777 msnm, Con una superficie aproximada de
17.000 km², se encuentra separada de la cordillera de Los Andes por el sistema
de v alles que forman los ríos Cesar y Ranchería. Su pico más alto es el Pico
Cristóbal Colón, que es de paso, la montaña más alta de Colombia.

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Por ser una montaña de más de 5.000 metros de altura, cuenta con todos los
climas, desde el cálido seco hasta el de Niev es perpetuas. Asimismo el clima
de toda la región está determinado por los v ientos alisios y por la elev ación
con respecto al niv el del mar. Es por ello que la temperatura v a de 30 °C en la
parte baja del parque hasta los 0 °C en los picos más altos de la Sierra.
La UNESCO la declaró Reserv a de la Biosfera en 1979, dada la red de
ecosistemas que albergan innumerables formas de v ida y que son hogar de 72
v arias comunidades indígenas-.
-¿ella? – interrumpió Philippe. Te referiste a la montaña como “ella”; ¿Por qué?-
- La sierra es la madre, el origen, la fuente sagrada para los kogui, los
arhuacos, y los w iw as Todos estos pueblos tradicionalmente hablaban lenguas
de la familia lingüística chibchense. En las estribaciones orientales de ella, se
encuentra un pequeño grupo de indígenas w ayuú prov eniente de la parte
alta de La Guajira, pero este último pertenece a la familia lingüística araw ak.
Durante el siglo XVI también había otros pueblos como los mocanáes y
los malibúes, cuyas lenguas están poco documentadas y por tanto no pueden
clasificarse. En 1993 se estimaban 32.000 indígenas según la Organización
Gonawindúa Tayrona, aunque la oficina de Asuntos I ndígenas reporta
actualmente un total de 26.500 -.
-¡Waw ! – fue lo único que atinó a decir el francés,

Aura rió complacida de v er que al fin había algo que ella sabía, que ignoraba
por completo el afamado profesor y doctor en arqueología y culturas
ancestrales.

Tal como estaba planeado, el av ión, aterrizo en el aeropuerto I nternacional


“Simón Bolív ar” y de inmediato los pasajeros abordaron v arios v ehículos de
insignia nav al.

En el que los conducía a ellos dos, también iba el Mayor Mondragón.

-¿Qué tal el v uelo?- indagó el oficial, buscando la obv ia aprobación a su


trabajo.

-¡fantástico!- le contestó inmediatamente Philppe, - y gracias por la cortesía de


mostrarme la Sierra nev ada de Santa Marta desde el aire. Su majestuosidad
inspira respeto. ¿Qué sigue Mayor Mondragón ?-.

- v amos directo al consulado nav al de Santa Martha, para no ingresar a una


unidad militar. En el camino los está esperando su transporte hacia el mercado
central de la ciudad. Por fav or v erifiquen que tengan mi número de teléfono
celular y del teléfono satelital, ambos estarán encendidos las 24 horas. Si en
algún caso el brazalete dejara de transmitir o se saliera de la ruta prev ista, le
llamaré tres v eces a intervalos de tres minutos, y si no responde iniciaremos una
operación militar.

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Tengan esto en cuenta porque si no responden a mi llamado, ciertamente
costarán mucho dinero al estado y prov ocarán una incursión militar en
territorio indígena sagrado, con las implicaciones sociales y políticas que esto
conllev a-. Dijo el oficial mirando a Aura.

-claro que si Mayor- le respondió la chica. –Estoy al tanto de los protocolos


militares-.
73
-lo sé- dijo el Mayor – pero no sobra dejar todo claro antes de cualquier
contingencia-.

La carav ana se div idió al llegar a cerro Ziruma por orden del Mayor. La
mayoría de los v ehículos siguieron con su algarabía de sirenas hacia la base
nav al mientras el v ehículo de los v isitantes, seguido de lejos por otro automóv il
civ il con militares, apagó las luces y la sirena y se enfiló hacia el consulado.

Una camioneta blanca tipo v an, se puso a la par del v ehículo de los v isitantes
bajó la v entanilla y el copiloto le hizo un gesto casi imperceptible al mayor. Los
dos v ehículos redujeron la v elocidad y se colocaron uno detrás del otro. Al
llegar a un recodo desolado del camino, se detuv ieron colocando las luces
estacionarias, mientras el automóv il escolta se parqueaba unos 40 metros
atrás.

-es su transporte- dijo el Mayor Mondragón . –estarán en mis oraciones. Por


fav or pásense a esa camioneta rápidamente y sin saludar o hacer ningún
ademán-.

Los v isitantes, en silencio y sorprendidos por el sigilo del mov imiento, bajaron
del v ehículo nav al y abordaron la camioneta que partió rauda casi sin darles
tiempo de acomodarse en los asientos.

Philippe v io con preocupación cómo los dos v ehículos en los que v enían hasta
hace unos segundos simplemente daban la v uelta y se alejaban en sentido
contrario.

A partir de ahora estaban solos. Y aunque era justo lo que quería desde el
principio, se había acostumbrado tanto al trajín de los militares, que, a pesar
suyo, descubrió que ahora se sentía completamente desprotegido.

Philippe miró el reloj: eran las 10:45 minutos de la mañana.

El mercado central de Santa Marta, se lev anta con una estructura enorme que
se ha conv ertido en centro turístico gracias a su permanente prov isión de
frutas tropicales especias y hierbas de todo tipo.

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Philippe miraba fascinado los trajes de las mujeres atav iadas de colores y
v estidos de palenque que ofrecían dulces y frutas a gritos. Se embelesó con
los trajes típicos de los indígenas que al pasar dejaban el aire perfumado a
canela, y con la exuberancia de los escaparates rebosantes de v ida, color,
aromas y sabores que causaban un mareo cultural al europeo.

-ese es su transporte- dijo el copiloto del v ehículo que los había recogido en el
camino, señalando una camioneta Nissan Urv an a la que se les notaban los 74

años, los kilómetros y la sal marina que había sufrido. –sale a las 11:00 am en
punto, estaremos v igilando el sector hasta que partan. Buen v iaje-. Y subió la
v entanilla dejándolos, como dicen en Colombia “a la buena de Dios”.

Aura dejó a Philippe en una fuente de soda improv isada frente al paradero de
los buses y colectivos, degustando un típico jugo de borojó 36. Y retirándose los
lentes oscuros, se dirigió al conductor que, recostado sobre un costado del
v ehículo, espantaba las moscas y el calor con un trapo rojo que tenía en el
hombro.

-¡buenas!- dijo Aura (usando una expresión típica colombiana.) – ¿esta es la


camioneta para la sierra nev ada?-

-si señorita – respondió el conductor, mirándola de arriba abajo sin disimular sus
intenciones. – pero nadie me dijo que “la Señorita Colombia” v iajaría hoy en
mi camioneta… ¡me hubiera bañado! ... Dijo mirando a sus compañeros y
soltando una risotada que le hizo caer el palillo con el que jugaba entre los
dientes.

-mire- continuó Aura sin inmutarse, extendiéndole los dos tiquetes que le había
entregado el coronel durante el trayecto desde el aeropuerto.

-salimos en cinco minutos- le respondió el conductor secándose con el trapo


las lágrimas que le había causado la risa- ¿trae maletas?-

-una sola- contestó Aura señalando al francés que la miraba desde la sombra
del puesto de jugos.

Todos los presentes rieron ruidosamente celebrando con palmas el humor de la


hermosa chica.

-¿Por qué ríen tanto?- preguntó Philippe a Aura cuando esta regresaba a
recogerlo - ¿acaso se burlan de mí? –

- ¡cómo se te ocurre! – Dijo div ertida Aura – ¡si en mi país respetamos


profundamente a los europeos blancos, con morral, y con cara de asustados!-.

36
Borojo es una fruta, altamente energética, y nutritiva. Se utiliza comúnmente en Colombia

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El v ehículo se internó en los caminos que atrav iesan la memoria de la Sierra
nev ada. Luego del suav e pav imento, v ino el v ibrante concreto. Después, la
tierra apisonada, luego v erdaderas trochas en las que parecía que la
camioneta se hundiría irremediablemente en el lodo, para finalmente llegar a
“Rio Ancho”, primera parada del camino Jaguar.

Con una historia perdida en el tiempo y la memoria, “Paso Ancho” toma su


nombre del rio que lo bordea y del puente que pasa de una margen a otra 75

precisamente por el sitio más ancho y hondo de la corriente, tomando de allí


su nombre.

El pueblo no tiene más de 1.000 habitantes y se respira un ambiente rural, con


brisas mezcladas entre la montaña, el mar y el rio, lo que da origen a una
v egetación exuberante y una frescura permanente.

En el punto en que desembarcaron los pasajeros de la camioneta, había gran


cantidad de guías turísticos ofreciendo sus serv icios.

-¡Conozca las grutas sagradas!- gritaban unos; -¡v iv a en una aldea Kogui!-
gritaban otros, formando una algarabía que le recordaba a Philippe el
mercado de Estambul, donde había comprado su estuche v iajero de aseo
personal.

En medio de este maremágnum de iniciativ as empresariales, se les acercó a


los dos exploradores un hombre de baja estatura, moreno, con el cabello
negro brillante. Su rostro rev elaba una v ida rural dura y exigente con miles de
días de sol de trabajo. Su enorme sonrisa contrastaba con la dureza de sus
facciones que, con un cuerpo musculoso y sin los rezagos de la v ida
sedentaria, le prov eían de un aspecto humilde pero respetable.

-¡Señorita!, ¡profesor francés!- gritó tratando de superar la bullaranga de las


ofertas turísticas, que poco a poco iba diluyéndose a medida que los v iajeros
acordaban con unos u otros sus contratos v erbales de av entura.

-¡Señorita!, ¡profesor francés!- gritó hasta llegar a ellos – Buenos días señorita –
dijo con cortesía, inclinando la cabeza mientras le estrechaba la mano a Aura
del Sol –¡Buenos días señor profesor francés! – se dirigió respetuosamente a
Philippe. – soy Kenkurua Tenenpaguay Urariyü a su serv icio. Seré su guía y
compañero en adelante. Me contrató el “don” Mondragón (y les guiñó el ojo
derecho), así que no se preocupen. Todo está en orden… a propósito, para
que les quede fácil llamarme, solo díganme Teme… -

Recogió la mochila de Aura del suelo e intentó sin éxito tomar la mochila de
Philippe, quien mantuv o férrea la mano derecha sobre la correa del hombro.
Teme lo miró y le sonrió, metió un poco de coca en su boca y continuó con su
perorata:

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-les llev aré a la casa que los v a a acoger para almorzar. Es la familia de un
Mamo.
-¿un Mamo? – preguntó Philippe.
-El Mamo- continuó Teme, - es el personaje central dentro del sistema de
representación de los Kogui.
Él es el intermediario entre las fuerzas celestiales y los hombres. Su sabiduría y 76
conocimiento permite el equilibrio entre las fuerzas. Para ellos el fin del mundo
se acerca, pues ustedes, los "Hermanos Menores" no están interesados en
proteger la naturaleza. – continuó explicando mientras caminaba por el
andén sorteando v endedoras de fruta, promotores de excursiones, turistas y
perros callejeros. - Ser Mamo es un gran priv ilegio. Solo algunos niños de corta
edad son seleccionados para v iv ir en chozas al pie del glaciar y dentro de
ellas son educados en los principios de v eneración a las fuerzas naturales y
formados por años sin v er el exterior hasta que cumplen unos 18 años.
Entonces son sacados un día antes del amanecer y observ an su primer salida
de sol. A partir de ese día empiezan a aplicar su instrucción místico-religiosa
fuera de las chozas y con el tiempo a su v ez se conv ierten en instructores de
otros jóv enes que les sucederán. Así de importante es su anfitrión-. Puntualizo
Teme.
Después de recorrer algunas calles secundarias del poblado, se encaminaron
por un sendero bordeado de grandes árboles y miles de flores que eran la
delicia de abejas y mariposas multicolores. Al llegar a la casa, a Philippe le
pareció haber retrocedido 500 años en la historia. En la entrada, amarrados
con lazos trenzados, tres borriquitos pacían tranquilamente. Una casa circular,
grande, hermosamente terminada en bahareque 37 y pintada de blanco
inmaculado, ocupaba toda la v ista. Al fondo, como en una pintura surrealista,
se dibujaba el perfil de la enrome Sierra Nev ada de Santa Marta. El rumor de
corrientes de agua rebotando en rocas, acusaba la cercanía del rio. Un
pequeño perro criollo salió al encuentro de los v isitantes, latiendo, saltando y
batiendo la cola.
En la entrada de la casa, estaba la anfitriona. Una mujer de treinta y tantos
años, hermosamente atav iada con una manta finísima multicolor y su rostro
pintado con pali‟isa38, en un hermoso e intrincado diseño que resaltaba sus
hermosos ojos negros. Junto a ella tres pequeños en orden de estatura, una
niña morena, delgada, espigada de unos doce o trece años de edad con su
cabellera negra hermosamente trenzada con flores. Los dos chicos, que, a
pesar de su corta edad, permanecían inmóv iles al lado de su hermana,
extrañados más no temerosos de los v isitantes.

37
Material utilizado en la construcción de viviendas compuesto de cañas o palos entretejidos y unidos con
una mezcla de tierra húmeda y paja.
38
Las figuras son realizadas con una sustancia que resulta de mezclar con un poquito de agua una tiza
denominada pali’isa, un preparado que se obtiene de un árbol del mismo nombre que generalmente crece
en las zonas montañosas.

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Teme hizo una pausa, soltó el morral de Aura y le pidió a Philippe que
descargara el suyo y se quitara le sombrero porque no podía entrar con ellos a
la casa del Mamo. Philippe obedeció la instrucción y guardo prudente
distancia junto a Aura.
-Preparen la primera ofrenda para el Mamo – les dijo teme en v oz baja.
-¿la que?- Preguntó el Francés.
77
-no te preocupes- terció Aura, -yo siempre estoy preparada- dijo, mientras
sacaba de su mochila una blusa, una camisa y otros elementos para los niños.
-En la relación con las tribus del Sierra nev ada, es muy importante el
intercambio de ofrendas. – le informó Aura al francés. - Ten siempre en cuenta
Philippe, que los Kogui jamás le dan la mano a nadie. Ellos intercambian
ofrendas o detalles, y entre ellas principalmente hojas de coca39-.
En ese momento, salió de la casa el anfitrión. Un hombre alto de mediana
edad, una fisonomía notablemente corpulenta se adiv inaba debajo de su
ajuar de Mamo Mayor. La dignidad de su postura, y su caminar cadencioso,
anunciaban un hombre de autoridad y gobierno.
Vestía un traje confeccionado en algodón con adornos de colores que
simbolizan las normas y los elementos de la naturaleza, además, finamente
tejido, llev aba el típico kursuno40; sobre los hombros, dos mantas que al
cruzarse formaban una túnica larga, sujeta a la cintura con una faja ancha de
algodón; El tutosoma o sombrero, elaborado en algodón con forma de cono,
le daba un toque real, sacerdotal, que inspiraba respeto. El blanco prístino
del tutosoma simboliza la niev e y su pelo largo y negro, la montaña.
Complementaba su atuendo con un poncho de lana de ov eja, dos bolsos
tejidos (uno para el poporo y otro para las hojas de coca) y en su mano
derecha el bastón de mando.
El Mamo los miró detenidamente. Teme se acercó y le saludó en su lengua
nativ a, explicándole la presencia de los v isitantes. El Mamo av anzó hacia
Philippe, que lo miraba absorto y Aura que lo esperaba con las ofrendas para
intercambio.
-Bienv enido- dijo el Mamo. – para mí y mi familia es un priv ilegio recibirles en
casa – y les extendió a cada uno una hoja de coca que sacó de su mochila.
Aura le entregó las ofrendas y el llamó a su esposa para presentarle a los
v isitantes. Los niños se alegraron con los regalos que les traía Aura, quien
pronto desapareció tras la casa de la mano de la esposa del Mamo.

39
entreloprofanoylosagrado.wordpress.com/2016/01/22/indumentaria-kogui-y-arhuaca-simbologia-y-
protocolo/
40
pantalones de algodón

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-Me llamo Kaklabe Wahuhu41, soy licenciado en educación y tengo la
responsabilidad de liderar a mi comunidad y v elar por sus derechos humanos.
Hablo un poco de inglés y me encantaría aprender algo de francés también.
Pero por fav or, profesor Merchand, pase a mi casa, que por estas horas será la
suya-.
Philippe, sorprendido por la presentación de su anfitrión, sonrió y le siguió hacia
la puerta de la casa. 78

-¿porque el techo de la entrada de su hermosa casa es tan bajo? – preguntó


el francés, ya en confianza.
-para que cualquier persona que entre, aunque no lo quiera, haga un saludo
respetuoso a la santidad de nuestro hogar-. Le respondió Kaklabe.
-¿Qué lo trae a nuestros territorios sagrados Doctor Merchand?- le preguntó el
Mamo, mientras se acomodaba en una sillas hermosamente talladas en
madera de un solo bloque y le inv itaba a acompañarle en un sillón frente a él.
-Como inv estigador de la rev ista National Geografic – comenzó a explicar
Phillipe, - adelantaré un estudio etnológico sobre los ancestros y orígenes
históricos de los diferentes pueblos de la Sierra Nev ada de Santa Marta. Usted
como profesional en educación, comprenderá que es muy importante
entender el origen de la naturaleza cultural de los pueblos para poder
proyectar un futuro que, desde ese conocimiento, logre v islumbrar un mejor
destino para sus pueblos-.
-yo estoy suscrito hace más de 15 años a esa publicación científica y, con todo
respeto, jamás he leído un reportaje suyo- dijo el Mamo inclinándose
suspicazmente hacia Philippe.
El Francés, sin perder el control ni la compostura europea, acostumbrado a
que sus estudiantes le cuestionaran constantemente durante sus clases y
conferencias, también se inclinó hacia el mamo y dijo:
-hace 2.000 años la gente cree que Jesucristo es el Salv ador, tengo v arias
v ersiones de la Biblia en diferentes idiomas y yo no he leído ni un solo artículo
escrito por él -.
Luego de un corto silencio mirándose a los ojos, ambos rieron div ertidos por el
ocurrente apunte del francés.
-¡A comer!- se escuchó una v oz femenina desde el fondo de la casa y los niños
cruzaron la casa a toda v elocidad.
Abundantes manjares de toda clase llenaban la mesa. Carnes de todo tipo
humeaban recién sacadas del horno. Frutas, v erduras cocinadas, jarras de
jugos naturales.

41
“Jaguar Buho”. Nombre adoptado para simbolizar su puesto de gobierno y su sabiduría.

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El padre se situó al a cabecera de la mesa. A su derecha, su esposa y la niña.
A su izquierda sus dos hijos hombres y Teme. Al lado de las mujeres estaba el
sitio para Aura del Sol y frente al Mamo, la silla para Philippe. El inv estigador
recién se acaba de dar cuenta que estaba literalmente muriendo de hambre.
Desde la noche anterior, Solo había bebido medio jugo de borojó en Santa
Marta.
-Gracias madre tierra y gracias a todos los animales y frutas que comparten su 79
v ida hoy con nosotros. Danos la fuerza de ser tan útiles como ellos-. Dijo
Kaklabe Wahuhu, luego se retiró el totusomo e indicó que podían comer.
Conv ersaron durante todo el almuerzo sobre la Sierra Nev ada, los pueblos
indígenas, los ríos y la felicidad de la v ida sencilla. Philippe les contó de Europa,
de su v ida en la univ ersidad, del bar en Paris que solía frecuentar y que era
atendido por su gran amiga y discípula Colette.
Terminado el almuerzo, Aura se lev antó y comenzó a recoger los platos con la
esposa del Mamo y la niña mayor. Los chicos regresaron a sus juegos y los
hombres se sentaron en dos chinchorros guindados a la puerta de la casa.
Pronto Philippe se quedó profundamente dormido.
A las 4:00 de la tarde, ya repuestos del v iaje y preparados para seguir en el
camino del jaguar, el Mamo los llev ó a la sombra de un árbol frondoso y les
pidió que repitieran una oración ancestral Kogui, mientras les colocaba una
aseguranza en la muñeca derecha:

“Voy a tejer la tela de mi vida, voy a tejerla blanca como una nube,
voy a tejer algo de negro en ella, voy a tejer oscuros tallos de maíz, voy
a tejer tallos de maíz en la tela blanca, voy a obedecer la ley divina.
Voy a caminar con respeto por el mundo, voy a proteger la vida en
todas sus formas y cuando regrese a la tierra seré vida para otros”
Cantó el Mamo en su lengua nativ a, y luego puso una hoja de coca en la
palma de la mano izquierda de cada uno.
-esta hoja no es mala. El hombre que la usa es malo. Ella nace, crece y busca
al sol y al agua para crecer. Es inofensiv a. Para nosotros es camino de
espiritualidad y fuerza para el trabajo. Su efecto dependerá de sus corazones.
Ella puede ser muerte y destrucción en las manos de Umarsca, del demonio
destructor de la v ida. Ustedes elijen el camino que sigue.-
Luego lev antó las manos hacia la Sierra Nev ada y gritó:

-¡Yo soy Kaklabe Wahuhu, el jaguar y el búho…. Madre, dile a sus


espíritus que cuiden a estas personas que van a caminar tus sendas.
Que el jaguar ande a su lado de día y el búho vuele sobre ellos en
la noche!-

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Philippe Merchand sintió un escalofrío premonitorio en todo el cuerpo. Levantó
la mirada y v io los picos nev ados elev ados impasibles hacia el cielo. Cerró los
ojos y sintió la brisa cálida acariciar su rostro. Al abrirlos de nuevo una pequeña
mariposa blanca con el borde de las alas de un azul turquesa profundo, se
posó sobre su corazón.
Caminaron guiados por “Teme” por trochas selváticas inverosímiles. Riachuelos
cristalinos corrían a lado y lado de la calzada y miles de mariposas se posaban 80
en el lodo a beber. El sonido adormecedor de las chicharras y las primeras
luciérnagas de la inminente noche, completaban un paisaje de otro mundo.
Tras la cortina de v egetación, sobre las 5:30 de la tarde, ya oscuro por el
efecto de la montaña sobre la selv a, llegaron a Kasakumake, el caserío que los
acogería como su centro de operaciones.
Una v ez acomodados en la casa que les fue asignada, Philippe conectó su
computador portátil a trav és de su celular para rev isar su correo electrónico.
Tenía v arios mensajes sin leer, entre ellos dos de Colette. Cuando estaba a
punto de abrirlos, Aura del Sol entró en la habitación atav iada con una manta
guajira blanca con estampados tornasolados. Se paró frente a él y extendió los
brazos de tal manera que su silueta perfecta y desnuda, se podía adiv inar
traslúcida gracias a la luz que había tras ella.
-¿Qué te parece phill?- le preguntó mientras daba una graciosa v uelta
completa. -¿parezco una princesa guajira? Me la regaló Majayura, la esposa
del Mamo mientras ustedes dormían a pierna suelta-.
-te v es espectacular Aura del Sol, ¡haces honor a tu nombre!- le dijo el francés
mientras se recostaba de espaldas sobre los codos en la cama.
-Mañana comenzaras a v iv ir y experimentar la magia de la Sierra- le dijo
suav emente Aura mientras se sentaba a horcajadas sobre él. Pero esta noche,
yo seré tu magia-.
El la abrazo tiernamente y le susurró en el oído:
-te amo-.
La noche se alzó silenciosa jugueteando entre las Niev es eternas del pico más
alto de la sierra nev ada de Santa Marta. Desde lo alto se div isaban las luces y
el fuego v acilante de los fogones de las aldeas y caseríos indígenas que
pueblan las llanuras, v ertientes y mesetas de la montaña.
Mientras tanto, en una saliente de roca cercana, Kenkurua Tenenpaguay
Urariyü, atav iado a la usanza de su pueblo, de rodillas frente a una fogata,
hacia rogativ as y oblaciones inv ocando la protección de la Madre Sierra en
este camino que ciertamente sabia cuan peligroso podía llegar a ser. A su
espalda un búho ululó misterioso. Una señal de mal augurio para el guía
indígena. Alguno de ellos tres, seria reclamado para quedarse eternamente en
la montaña.

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Muy temprano en la mañana, el guía los acompañó a desayunar para discutir
el recorrido del día. El programa incluía, de acuerdo a lo establecido por el
Coronel Sánchez Serrano, un baño ritual de agua fría en el río Ancho, para
continuar el ascenso durante 3 horas hacia el segundo pueblo Kogui, en la
v ertiente norte de la Sierra.
Empacaron y enfilaron por la riv era de rio en una trav esía ascendente cada
v ez más difícil por lo escarpado del terreno. Finalmente alcanzaron una 81
meseta de tamaño mediano, en la que se habían construido cinco chozas
para los caminantes bajo la custodia de los indígenas de la zona. Philippe miró
su brazalete y dudó que estuv iera transmitiendo en esa lejanía, pero esperó
que funcionara perfectamente para ev itar la intromisión militar que le había
v aticinado el Mayor Mondragón si no tuv iesen señal de su posición.
Antes de ingresar al caserío, poco antes del mediodía, el profesor adv irtió,
medio sumergido entre la maleza, un tótem de piedra casi imperceptible, pero
que no escaparía a sus ojos de arqueólogo entrenado. Se acercó con cautela
y pudo constatar que era el tótem de un jaguar rugiendo, símbolo inequív oco
del Clan Jaguar. Le hizo señas a Aura, quien se acercó con un corto trote y se
acurrucó junto a él.
-mira esto Aura- dijo con la respiración entrecortada por el esfuerzo y secando
el sudor de la frente – es el símbolo del Guerrero del Clan jaguar-
-es un Mahucutah- precisó Aura del Sol. Un jaguar luna. El símbolo de las
mujeres jaguares-.
-¿Cuánto tiempo tendrá este tótem?- reflexionó Philippe
-al menos 1.000 años si nos fiamos de las narraciones y mitos culturales de la
región-. Respondió ella incorporándose para tomar algunas fotos y geo
referenciar el tótem.
Teme, su v alioso guía indígena, les indicó la cabaña que compartirían los tres
al menos durante los próximos dias. Era un espacio rustico, con piso de tierra
apisonada, y tres hamacas colgadas en triangulo en el centro de la
construcción circular de Bahareque, sobre ellos, en forma de cono, un techo
de paja apisonada y mezclada con lodo, y a unos cinco metros de distancia,
una letrina de pozo, dotada de un ingenioso sistema de reciclaje de agua que
permitía ev acuar los desperdicios sin contaminar la tierra hasta un pozo de
compostaje excav ado en la parte baja a unos 100 metros del poblado. Al otro
lado de la cabaña, una construcción de ladrillos de lodo cocido hacía las
v eces de estufa de carbón o leña y la ropa debía lav arse en el rio pero con
jabón de tierra para no contaminar las aguas.

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Para darle algo de priv acidad a Aura, Teme colgó una sábana desde una
v iga del techo que separaba una de las hamacas y una sección de la
cabaña quedo conv ertida en una habitación para ella. Estaban en la labor
de organizar sus pertenencias en el reducido espacio, cuando de repente,
como salida de la nada, una anciana mujer de baja estatura, atav iada con la
típica manta de algodón, apareció de pie en la puerta.
-bienv enidos arijunas42- saludó desde la entrada. – ya está serv ido el almuerzo, 82
por fav or acompáñenme.
Almorzaron carne frita, arroz, legumbres y jugo de banano.
Aura intentó lev antarse para recoger los platos, pero cuatro jov encitas de la
ladea rodearon la mesa en absoluto silencio y realizaron la labor con tal
presteza que no requirieron ninguna ayuda.
-Gracias. Estaba delicioso – dijo el francés dirigiéndose a la anciana que lo
miraba desde la cocina. – Creo que descansaré un poco –
- yo iré al rio a refrescarme y luego los alcanzo – repuso Aura.
Cuando Philippe se lev antó de la mesa y pasó frente a la cocina, la anciana lo
tomó del brazo y lo atrajo al interior. Puso ceniza en su mano derecha y
mirándolo a los ojos dijo:
-Viniste por una verdad y te las llevaras todas. Una garra penetrará
profundo, pero tus lágrimas no rodarán. Los secretos de la Sierra son
de la Sierra-.
Le puso brev emente la mano derecha en el corazón y se fue.
Las estrellas comenzaban a titilar en la bóv eda celeste y Philippe recordó la
bóv eda del Museo del oro. Parecía como si se hubiese insertado en una
película de ciencia ficción. Como si todo lo que había v iv ido hasta ahora
estuv iese irremediablemente diseñado y destinado para llev arle a algún lado
que le incomodaba no conocer.
En el rio, en un tranquilo pozo, Aura se bañaba desnuda. Su cabellera negra
como la noche que la rodeaba, caía sobre su espalda torneada. El agua
apenas si se mov ía a su alrededor y la luna caía multiplicada en millones de
diamantinos destellos por su piel de terciopelo, recorriendo sin pudor cada
pliegue de su sensualidad exuberante. Philippe no se había equiv ocado. Era
una princesa en todo el término de la palabra, pero lo que el ignoraba, era el
poder que se escondía en su corazón de Jaguar.
Teme, por su parte, atav iado con una linterna de minero, de esas que se usan
en la frente, rev isaba los planos de los caminos y las proyecciones de los
recorridos principales y alternos. No podía darse el lujo de equiv ocarse, en la
montaña sagrada miles de ojos estaban sobre ellos. Animales, espíritus y
demonios estaban listos para salir a su encuentro.

42
Extranjeros, visitantes, blancos, en dialecto Wayuu

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Esa noche cada uno reposó en su hamaca. En realidad, ninguno pudo dormir.
A los tres los asaltaba la misma ansiedad: ¿Qué les esperaría en su ascenso a la
Sierra Nev ada de Santa Marta? A kilómetros de allí, el Mamo miraba el cielo
estrellado y pensaba en los exploradores. Había algo en Aura del Sol que le
causaba inquietud. Al tiempo, en la capital colombiana, a miles de kilómetros
de distancia, el sistema de posicionamiento global, marcaba con precisión
absoluta la ubicación del francés.
83
“Pekinés”, entre tanto, había llegado al campamento base de los mineros
ilegales, muy cerca del caserío en el que acantonaban los inv estigadores.
Lejos estaba de imaginarse, que a partir de ahora, el también sería
sigilosametne seguido por el Clan Jaguar.

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El Umarsca 84

A la mañana siguiente, luego del desayuno, Philippe, v io un anciano que


pescaba a la orilla del rio sentado sobre una gran roca, se acercó y se sentó a
su lado, recordando las indicaciones del coronel Sánchez Serrano, respecto al
tacto que había que tener para acercarse a los indígenas de la región.
-¿Qué tipo de peces hay en este rio? – preguntó Philippe mirando el pozo en el
que se hundía en el anzuelo.
-antes había muchos de diferentes especies – respondió el abuelo sin mirarlo,
estirando el hilo de la caña. – Pero por la contaminación del Umarsca con
ácidos para sacar oro, si al caso agarramos sardinitas 43 y eso en días de lluv ia-.
-¿Umarsca?- preguntó Philippe, al notar que el anciano correspondía a la
conv ersación.
-Los destructores de la montaña. Los que env enenan los ríos, esclav izan a los
Kággabba, y rompen la tierra para robar los tesoros que por derecho nos
pertenecen. Umarsca es todo aquel que sin permiso de la naturaleza ingresa
a nuestros territorios a robar, matar y destruir-.
-¿y nadie puede interponerse a ellos?, digo no hay leyes, autoridades, el
ejército por ejemplo, yo conocí hace poco al Coronel Jhon Sánchez Serrano,
comandante de la brigada contra la minería ilegal… - comentó el
inv estigador-.
-¡JA!- atinó a responder el anciano. –aquí el gobierno solo v iene a fumigarnos y
a decirnos que todo es de ellos, y que tenemos que salir de nuestros territorios
sagrados. La ley, de aquí para arriba, (señaló los picos de la Sierra), la ley es
de ellos, del Umarsca. – Suspiró – antes era diferente-.
-¿Cómo diferente?-
-Nos cuidaban los Guerreros Jaguar. Ellos v enían de rio arriba, llegaban por
sorpresa y los ahuyentaban. Pero ya nadie se interesa por nosotros-.
Philippe prefirió no preguntar más para no forzar la incomodidad del anciano.
Justo en ese momento el hilo de la caña se tensó y una reluciente sardinita
saltó luchando v alientemente contra el anzuelo.

43
Pequeño pez de rio típico de la región.

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Aura ya había regresado a la cabaña de su baño matutino y estaba sentada
en la hamaca conv ersando con Teme, confirmando el recorrido prev isto para
el siguiente día, sobretodo haciendo énfasis en los posibles riesgos del camino
y puntos en los que podría parar a hidratarse.
El guía le mostro cuatro puntos clav e sobre el mapa, cada uno de ellos situado
en una cara de la montaña y a diferentes alturas. Eran refugios para turistas
extrav iados. Estaban perfectamente señalados en el terreno y contaban con 85
alimentos deshidratados, mantas térmicas, agua en depósitos sellados, y luces
de bengala. Su objetiv o era permitir la supervivencia de los caminantes que se
extrav iaran en la agreste montaña mientras llegaban a rescatarlos.
Uno se llamaba “la Garza” y estaba justo en su recorrido inicial. El otro, en el
costado izquierdo de la montaña y sobre los 1.000 metros de altura se llamaba
“el oso”. El tercero, sobre el costado derecho de la montaña y a unos 800
metros de altura, “se llamaba “la paloma”. Y el más peligroso, al otro lado de
la montaña, en el límite del glaciar, a unos 700 metros de altura, frente a un
despeñadero de roca v ertical de v arios metros de profundidad, se llamaba “el
nido del águila”.
-¿puedo preguntarle algo señorita?- indagó el guía.
-si claro dígame Teme- respondió la chica sin quitar los ojos del mapa.
-si el objetiv o de su expedición es entrev istar indígenas y estudiar los
asentamientos, ¿Por qué quieren recorrer los ríos hasta su nacimiento si esto
implica precisamente alejarnos de los caseríos y adentrarnos en territorio
inhóspito y francamente peligroso?-
-no se preocupe Teme. Philippe está realizando un lev antamiento topográfico
de los sitios simbólicos que sirv en de marco al desarrollo cultural de los pueblos
ancestrales de la Sierra Nev ada, por eso quiere ir a los nacimientos. Es una
forma de enmarcar, por así decirlo su inv estigación-. Puntualizó Aura dando fin
a la conv ersación para ev itar dar demasiada información al guía.
-¡Nos v amos!- dijo Philippe ingresando intempestiv amente a la cabaña.
-¿nos v amos? ¿A dónde?- le inquirió Aura.
-Rio arriba. Recién son las 9:00 am, podríamos fácilmente alcanzar nuestro
primer objetiv o antes del final del día. Teme, ¿a qué distancia estamos del
primer punto programado para el recorrido?-
-a nuev e kilómetros… unas siete horas ida y regreso- respondió el guía aun sin
entender la urgencia de Philippe.
-¡Perfecto!- estaríamos de regreso antes de las 6:30 pm. Es un buen plan. Por
fav or Aura prepara la cámara de v ideo, las planillas de geo referenciación y
usted Señor Tenempaguay, por fav or asegúrese de llev ar agua y v iandas
suficientes, cuerdas, anclajes y el botiquín. Yo v erificaré que el teléfono satelital
tenga batería suficiente y a las diez en punto partimos hacia el nacimiento de
Rio Ancho.

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-es bueno que se apliquen bastante talco en los pies para ev itar ampollas y se
amarren bien las botas, no dejen espacio en el talón que pueda herirlos, y
llev en dos pares de medias de cambio, porque si se dejan las mismas todo el
camino, se crían hongos, empaquen la chaqueta rompe v ientos, la ropa
mojada es muy peligrosa con esos fríos de allá arriba.- aportó el experto guía.
A las diez en punto, tal como había ordenado Philippe, Teme estaba listo junto
a Aura. El francés, llegó contrariado porque él era el que había puesto la hora 86
de salida, y llegó al último. Ya v erificado que tuv ieran todo lo necesario,
partieron por el margen del rio en busca del punto de nacimiento del primer
río sagrado.
El objetiv o de la primera parte de la expedición, era detectar posibles
ev idencias del paso del Clan jaguar. Philippe no les había dicho nada del
comentario del anciano Kogui en la mañana, pero las palabras del indígena,
combinadas con el ídolo de piedra encontrado a la entrada del poblado y el
nombre del Mamo, le decían que estaba en el camino indicado. Los
primeros dos kilómetros no presentaron mayor dificultad para los excursionistas,
sobretodo porque al caminar por la riv era, el agua amortiguaba en algo el
calor de la mañana. Sin embargo, a medida que av anzaban, debían
distanciarse más del rio, debido a que no había espacio para av anzar al
margen.
En un punto intermedio, el rio se internaba entre muros de roca de v arios
metros de altura y se arrojaba majestuoso formando una enorme cascada de
espuma. Los exploradores debieron buscar entonces, un camino accesible en
medio de la maleza. Teme abría camino con un machete mientras Aura y
Philippe no le perdían paso en el ascenso.
Las plantas de taro 44 se adherían a los pantalones y las botas de los
expedicionarios y las espinas de los tallos de yuca salv aje rasgaban de v ez en
cuando la tela de sus ropas. Sin darse cuenta, se alejaron más de un kilómetro
de la ronda del rio y atrav esaron un meandro 45 por medio de la manigua46.
En un momento de ascenso, justo después de cortar unas enormes hojas de
plátano, Teme retrocedió espantado, haciendo un gesto de alto con la mano
y se agachó tras un árbol.
-¿Qué sucede Teme?- susurró Aura.
-¡shhhhh!- siseó el guía colocando el dedo índice sobre los labios con la cara
descompuesta en un gesto de angustia. – Agáchense- le dijo a los dos
inv estigadores que se acercaron en posición de cuclillas al árbol en el que
estaba escondido.
-¿Qué pasa teme?- le susurró el francés al guía.

44
Planta que alcanza un tamaño de 6 cm de diámetro. Las hojas son peltadas, sus vellosidades se
adhieren a la ropa.
45
Un meandro es una curva descrita por el curso de un río, cuya sinuosidad es pronunciada.
46
terreno pantanoso con mucha maleza.

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-minería ilegal- contestó hiperv entilando el indígena – son “los gav ilanes”, la
gente de alias “el gato”, debemos dev olv ernos inmediatamente, ¡por fav or
regresemos!-
Justo cuando terminó de hablar, una bala silbó sobre la cabeza de los tres
intrusos. Uno de los guardias los había detectado y les había disparado.
Aura agarró del brazo a Philippe y prácticamente lo arrastró de regreso por el
87
sendero que habían abierto por la selv a. Tras ellos, completamente
desencajado, corría Tenenpaguay. A sus espaldas y progresiv amente cerca,
se escuchaban gritos, insultos y ladridos de perros. Otro disparo surcó el aire y
fue a impactar un tronco muy cerca de la cabeza de Philippe.
Aura, tomada por sorpresa, resbaló en una roca y cayo a los pies de Philippe.
Él intentó agacharse para ayudarla a lev antar, pero el frio del cañón de un
arma puesta en su cabeza lo dejó paralizado. En pocos segundos estaban
rodeados.
-¡todos de rodillas con las manos en la nuca!-
Gritó un hombre corpulento que difícilmente lograba controlar un enorme
mastín que luchaba para zafarse y arrojarse sobre los tres indefensos intrusos.
Los colocaron de rodillas, uno al lado del otro, con las manos en la nuca y lejos
de sus mochilas. Un total de cinco hombres fuertemente armados con dos
perros de caza los rodeaban y los miraban amenazadoramente.
-Soy Philippe Merchand, inv estigador de la National Geografic Society, ella es
mi asistente y traductora Aura del Sol, y un guía que solo me está llev ando al
punto de nacimiento del Rio, no queremos problemas… por fav or – dijo
Philippe forzando la pronunciación del español con acento francés para
reforzar la idea de extranjero.
-Yo solo v eo tres muertos a punto de hundirse en el rio-. Dijo socarronamente el
hombre que había encañonado al francés.
– ¡Requísenlos bien!- ordenó a dos de sus secuaces.
Los hombres tomaron las mochilas y v oltearon todo su contenido en el suelo.
Cuando v ieron el teléfono satelital, lo rompieron a culatazos. Abrieron los
teléfonos celulares y rompieron las Sim Cards. En medio de las pertenencias de
Aura, hallaron la credencia de la ONU.
-¿asistente y traductora no?- dijo el hombre del perro, en tono de haber
descubierto algo muy importante.
-¡lev ántelos muchachos, llév enlos a la base!-
El grupo, con el hombre del perro al frente, los prisioneros con las manos en la
nuca, y el resto de hombres armados detrás de ellos, recorrió lentamente la
distancia hasta el campamento que había v isto el guía poco antes del primer
disparo.

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Desde arriba, la orilla del rio era un paisaje desolador. Decenas de indígenas,
hombres, mujeres y niños, desfilaban como fantasmas de lodo, cargando
grandes cantidades de arena en la boca insaciable de la draga construida
por los piratas en la riv era izquierda del rio, aguas abajo.
Varios hombres armados con fusiles AK-47, Galil y G- 3 custodiaban a los
obreros que, sumergidos hasta la cintura, extraían sin pausa el barro para que
la draga lo lav ara con ácido sulfúrico y otras sustancias con el fin de lograr la 88
precipitación del polv o de oro al fondo de la canaleta de extracción.
Los llev aron hasta una casucha hecha de guadua y hoja de palma. En medio
de ella, arrellanado en un sillón y bajo un enorme v entilador eléctrico, estaba
Pedro Laurencio Aguirre Solorzano. Alias “Pekinés”.
Se lev antó lentamente, con una botella de ron en la mano y un radioteléfono
en la otra. En el cinto, al frente, llev aba una pistola Walther P 99 calibre 9
milímetros, con la cara de un jaguar labrada en la cacha de hueso. Su mirada
penetrante se fijó directamente en Philippe Merchand. Av anzó hasta estar
frente a él, y con aliento alcoholizado le dijo:
-Es usted muy escurridizo francesito… pensé por un momento que se me había
perdido, y mire… v iene usted solito a entregarse…. ¿Qué cosas no? Pero no le
v oy a negar – agregó mientras tomaba un trago y se dirigía hacia Aura que
mantenía la mirada fija en el suelo – que el v iaje a Nuev a York v alió la pena-. Y
sonrió esperando que Aura lev antara la mirada.
-En cuanto a usted Doctorcita Aura del Sol…. ¿Sánchez no? – Dijo sentándose
en un tronco frente a ella y subiendo con la botella el ala de su sombrero-.
Aura se sonrojó y Philippe le miró con extrañeza.
-que… ¿no le había dicho que ella es la hija del Coronel Sánchez? ¿En serio?
Pasó con usted dos noches completas y JAM ÁS le dijo quién era en realidad?-
Comentó “Pekinés” div ertido esperando alguna respuesta de Philippe.
- Déjeme ilustrarlo mi querido Profesor Philippe Merchand. Pero primero, ya
pueden bajar los brazos y sentarse. ¡León, tráigame tres limonadas hombre no
seamos desatentos con la v isita!! -Le gritó a uno de los hombres que los
custodiaban, que en un santiamén alcanzó los v asos a cada uno de los
prisioneros-.
- Con Aurita nos conocemos hace rato… ¿cierto princesa? Hace casi tanto
tiempo como el que llev a su papito buscándome. Tuv e el priv ilegio de
celebrarle los 15 años en las selv as del Guav iare, cuando no la cargamos para
ev itar que el papá agarrara un cargamento de cocaína que salía por
Ecuador. Ahora creo- dijo dirigiéndose a ella- que no debí soltarte. ¿Sabías
que “el gato” me dio la orden de desaparecerte pero a mí me dio pesar?-.

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Le dijo en v oz baja, como si susurrara un secreto a Aura, mientras apuraba otro
largo trago de ron. Los prisioneros, mientras tanto, y temblando de miedo,
apenas si lograban pasar pequeños tragos de la amarga limonada que les
habían traído.
-por su parte, mi querido profesor, - continuó “Pekinés” levantando de nuevo la
v oz - el Doctor Louis Beringer ha hecho grandes inv ersiones y esfuerzos para
garantizar que yo le llev e el brazalete del Clan jaguar que usted, tan 89
apasionadamente le mostró en las Naciones Unidas – concluyó mientras se
quitaba el sombrero manchado de sudor y se secaba la frente con el brazo.
-¡usted miente descaradamente! – Le increpó Merchand - ¡Louis Beringer, es
jefe de la comisión de inv estigación de culturas ancestrales y patrimonio
inmaterial, jamás contrataría a un matón de poca monta para obtener algo
que había logrado solo con pedírmelo!-.
-ahí es donde usted se equiv oca profesor – respondió “Pekinés”
acomodándose en el improv isado asiento.
– El Señor Beringer no está interesado en el… como decirlo… significado
cultural del brazalete… Aura, ayúdame un poco ya que estamos en este
momento de honestidad-.
Aura del Sol, sin mirar a Philippe, y manteniendo los ojos en el suelo, contestó:
-es cierto Philippe. Beringer hace mucho tiempo dejó de interesarse en el
patrimonio inmaterial de la humanidad y ahora lidera un cartel internacional
de tráfico de armas, personas y tesoros. De hecho, el brazalete que tú tienes es
muy especial, porque la persona que lo portaba es descendiente directo del
gran cacique de los Chorotegas 47 que, según informes de nuestra gente,
grabó en el respaldo de la cabeza, con signos casi inv isibles, la ubicación
exacta de un gran tesoro que está perdido desde la época de la conquista-.
-¡CORRECCI ON! I nterv ino “Pekinés”… en realidad esa persona “era”
descendiente directo del gran cacique de esa gente que mencionas. La
v erdad es que este indio con ínfulas de cacique, decidió enfrentarse al “gato”
en Panamá, y pues, obv iamente perdió. Las únicas pertenencias que le
encontraron de v alor, fueron algunos adornos de oro, entre ellos “ese”
brazalete. Desafortunadamente, “el Gato” no tenía ni idea del v alor que
tenía, así que se lo v endió a un buscador de tesoros francés que estaba
desesperado por probar una supuesta teoría de un tal Clan jaguar …. ¿Le
suena conocida la historia profesor? –
Aura v olv ió la mirada llena de rencor y reproche hacia Merchand, quien se
puso lív ido y cerró los ojos.

47
Los Chorotegas son un grupo étnico de Nicaragua, Costa Rica y Honduras. Actualmente quedan
solamente alrededor de 500 de ellos

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-¡No lo puedo creer! Gritó divertido “Pekinés”, lev antando los brazos al cielo. –
¿Tampoco sabias eso princesita? – todos rieron div ertidos.
-Resulta que tu héroe europeo, como cualquier bandido, sin importarle de
donde v enía el brazalete, pagó una millonada en un bar de mala muerte para
poder llev arse algo para mostrar a sus jefes en Francia…! Colón le quedó
chiquito a este marica!- gritó “Pekinés mirando a sus hombres, que
respondieron con risas y burlas 90

-ya me aburrió esta conferencia-. Dijo “Pekinés” incorporándose. –llévenlos a la


llorona. Voy a llamar al jefe a v er qué quiere que hagamos con ellos-.
La “llorona”, era un sistema de jaulas cuadradas indiv iduales a pleno sol,
hechas de guadua amarrada con fibras v egetales, elev adas unos dos metros
del suelo y sin piso. Es decir, que una persona de la estatura de Philippe,
literalmente debía hacerse un ov illo para poder respirar en el interior de esta
caja de torturas. Habían construido una v eintena de ellas y en algunas
permanecían los cadáv eres putrefactos de algunos indígenas que habían
muerto durante la tortura.
Llegó la noche. El sonido de las chicharras y la brisa del rio arrullaban a los
prisioneros. Un solo guardia armado los custodiaba, mientras a unos cincuenta
metros se podía v er la mortecina luz de una lámpara de aceite iluminando el
cobertizo en el que permanecía “Pekinés”.
-es solo cuestión de tiempo- pensó Merchand-. Mañana a esta hora estaremos
muertos, sea por estos hombres, por el sol o por el hambre-.
Cerró los ojos y deseó estar el Paris, frente a Colette, discutiendo algún libro de
historia. Pero el olor a muerte y excrementos que llenaba el aire le impedían
pensar con claridad. El cielo tronaba con furia augurando una temible
tormenta, de esas que son tan comunes en la selv a del trópico. La absoluta
oscuridad solo le permitía div isar el resplandor de las luces a lo lejos.
De repente sonó un golpe seco y un cuerpo cayó al suelo en la oscuridad. Se
escucharon pasos que se acercaban a la jaula de Philippe. El francés apretó
los ojos y sintió que llegaba su hora.
-¡profesor … profesor …¿está v iv o? – le susurraron muy cerca.
Era Teme. El guía indígena que de alguna forma había conseguido escapar.
-pero como… es imposible… - balbuceo Philippe.
-después le cuento- susurró teme – por fav or salga sin hacer ruido. Agáchese lo
que más pueda y espéreme aquí, mientras v oy por la señorita Aura-.
Philippe obedeció completamente desorientado. Se arrastró por la puerta de
la jaula y se quedó en cuclillas junto a los palos desatados, en medio de la más
absoluta oscuridad.

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Comenzó a llov er. Aunque más bien parecía que se había caído el cielo sobre
la selv a. No podía escucharse nada más que las enormes gotas golpeando
con furia contra el suelo y nada se v eía a un metro de distancia por la
densidad de la lluv ia.
Una mano tocó el hombro derecho de Merchand y lo hizo saltar del susto.
-v amos profesor- susurró Teme. –la Señorita Aura nos está esperando en la orilla
91
del sendero.
Av anzaron a tientas y temblando del frio bajo la lluv ia pertinaz hasta donde
Teme había dejado a Aura, pero ella no estaba ahí. Teme la buscó a tientas
por los alrededores, pero no pudo encontrarla. Abajo, a unos metros de
distancia, el rio rugía furioso con su caudal embrav ecido por la lluv ia.
-debió caerse al rio la pobre – le dijo el guía apesadumbrado al inv estigador-
Philippe no supo que contestar. Agradeció la lluv ia que disimulaba las lágrimas
que ahora corrían por su rostro. Era su segundo amor trágicamente perdido.
Aura era su gran amor, tenía tantas cosas que explicarle, que decirle. Pero,
por ahora, debía salir de allí, o pronto la acompañaría en el fondo de esas
aguas turbulentas.
Se arrastraron por el lodo rodeando el campamento durante toda la noche.
Como recordaban haber caminado aguas arriba, buscaron las caídas de
agua que habían v isto en el sendero y al encontrarlas supieron que estaban a
unos tres kilómetros del caserío. Después de la cascada, se metieron al agua y
dejaron que los llev ara rápido, lejos de los gav ilanes que seguramente ya
habían detectado su fuga. La corriente impetuosa los arrastró por largo trecho
y los abandonó exhaustos sobre un playón de arena, en un recodo del rio. Se
durmieron de puro cansancio.
En la madrugada, cuando ya había escampado, en Kasakumake, el caserío
donde Philippe había entablado la conv ersación con el anciano pescador,
“los Gav ilanes” habían llegado como langostas y sacado a todos de sus casas.
Los tenían tendidos boca abajo en el suelo fangoso.
¿Qué hacemos con este anciano? Le preguntó un gigante hombre armado
con una ametralladora M -60 apodado “macaco” a “Pekinés”-.
Descabece a ese perro y ponga la cabeza en la entrada del camino pa´que
sepan que de mi nadie se burla – le contestó el bandido.
-¡nadie los ha v isto comandante!- le dijo otro de sus secuaces, que llegaba
con los dos perros de presa.
”Pekinés”, con el rostro desfigurado por la furia, y con la premura de haber
av isado a su jefe que ya tenía en su poder al francés, sacó la pistola del cinto y
le descerrajó tres tiros a una mujer anciana que lloraba en un rincón.

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-¡maten a todos estos hijueputas indios! – gritó, mientras se subía en el jeep y se
alejaba pro el camino. Tras él, ráfagas de ametralladora y gritos apagados,
daban cuenta de la orden cumplida.
Philippe y Teme despertaron adoloridos por la trav esía al filo de la noche. El rio
había v uelto a su cauce habitual y el cielo se v eía completamente despejado.
Ajenos a la tragedia sufrida por sus anfitriones, los ahora náufragos y prófugos
se preparaban para reiniciar el camino. 92

Se lev antaron como pudieron y se encaminaron hacia el caserío, extrañados


de no escuchar la algarabía típica de perros, niños y animales de corral. Se
desplazaron cautelosamente. Al llegar, apenas disipándose la bruma del
amanecer, frente a las ruinas y los cuerpos destrozados a machete de
hombres, mujeres y niños, Philippe cayó de rodillas. A la entrada, junto al tótem
hecho añicos a punta de disparos de fusil, en una estaca de guadua, estaba
la cabeza del anciano al que había hablado mientras pescaba. No pudo
contener el llanto.
¿Qué había pasado? ¿Causó él la masacre de un pueblo que lo acogiera con
tanto cariño? A medida que se adentraban en las cabañas, sus peores
temores se confirmaron. Todos los indígenas y tres turistas yacían muertos por
todo el caserío. Todas las casas estaban derrumbadas y humeantes, lo que
indicaba que habían ardido durante horas y se habían extinguido al acabarse
el material inflamable.
Kenkurua Tenenpaguay Urariyü, juntó los cuerpos, 32 en total. Y les dio
sepultura. Hizo la oración de despedida y los entregó a la montaña. Ya
ningún arijuna ni ningún Umarsca podrían dañarlos, ahora eran parte de la
Madre Sierra.
Philippe lo miraba desde la distancia. El dolor por Aura, mezclado por la ira
contenida que le causaba v er a los indígenas masacrados, taladraba su
corazón. Ya no importaba la expedición, ni el Clan Jaguar. Él había causado
más de 30 muertes en una noche. Eso era demasiado para cualquier
inv estigador.
-Debemos regresar a Santa Marta- Dijo Teme con v oz grav e, apesadumbrado
por todo lo que estaba sucediendo. – No podemos comunicarnos, Aura murió,
toda esta pobre gente… - el llanto le quebró la v oz – ¡ocho niños profesor!
¡Ocho niños! ¿Qué les hicieron ellos a estos bandidos desgraciados?
– Se secó las lágrimas y continuó – debemos regresar inmediatamente
profesor. Las autoridades deben saber esto, el Coronel debe saberlo, que
v engan y acaben con esos animales… -
-no puedo regresar sin Aura, Teme… – dijo con v oz grav e Merchand. –no me
lo perdonaría jamás. Regresa tú. Yo no tengo familia, ni quien me espere en
una casa. Regresa y da a v iso a las autoridades.

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Es más, ayúdame a rev entar el brazalete de seguridad, eso disparará una
alarma y en pocas horas tendremos al ejército sobre nosotros. Eso me dará
tiempo de buscar a Aura. No puedo regresar sin ella. Menos ahora que sé que
es la hija del Coronel. No podría mirarlo a los ojos… sé que me entiendes
teme.-
El guía indígena, sin decir ni una sola palabra, tomó el cuchillo de cacería que
había hurtado al centinela de “las lloronas” y comenzó a cortar el brazalete. 93
Luego de v arios intentos, finalmente la diminuta lucecita v erde imperceptible
se apagó.
-que el espíritu del jaguar le proteja profesor – dijo Teme apesadumbrado por
separarse de él. Puso sus manos sobre los hombros y lo miró fijamente a los ojos.
–No se las dé de héroe, cuando suene un helicóptero, póngase en un campo
abierto para que lo localicen, mire que puede ocasionar un daño más grande
si no lo encuentran. ¿Sí? Por fav or-.
-No te preocupes teme. Creo que ya lo peor pasó. Esos hombres me creen
muerto. Aprov echaré eso y buscaré a Aura, si cayó al rio, no puede haber
pasado más allá del recodo donde el agua nos dejó a nosotros, porque allí se
v uelve menos profundo, solo recorreré la distancia hasta las cascadas y luego
regresaré aquí a esperar al ejército-.
-prométamelo Philippe-
-te lo prometo amigo mío. Ahora v ete, la oportunidad no durará para siempre-
Teme se internó a paso firme en la selv a, mientras, Philippe acomodaba los
andrajos que le quedaron por ropa para regresar por Aura. Se sorprendió de
descubrirse tan temerario. Pero de algo tenía que serv irle ese aire, que Anne
Marise llamaba “v isage d'I ndiana Jones” (cara de I ndiana Jones). Entró en
una de las chozas destruidas y tomó unas mantas que acomodó como pudo
sobre su cuerpo lastimado para contrarestar el frio. Respiró profundo y se dirigió
al rio. Salió siguiendo el ruido del agua.

El corazón le retumbaba en los oídos. Con los ojos desmesuradamente


abiertos, av anzó agazapado entre las rocas y las plantas de la orilla rio arriba,
calculando la distancia en la que habían sido arrastrado por la corriente.
Después de haber av anzado lo que a él le parecieron unos cuatro kilómetros,
se atrev ió a salir a la orilla y explorar en dirección a lo que creía que era el
campamento de donde había escapado. Subió con sumo cuidado, mirando
el sitio en el que colocaba cada pie y cuidando de no romper una sola rama
para no alertar a los perros que muy seguramente estarían rastreándolo aun.

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Se acomodó en la raíz de un enorme árbol milenario y por primera v ez reparó
en las profundas heridas y raspones que le recorrían brazos, piernas y torso, de
los que aun manaba sangre, pues no se habían podido cauterizar debido a
que había permanecido mucho tiempo entre el agua. En ese momento fue
consciente del dolor que le apretaba el pecho. Seguramente v arias costillas
rotas por los golpes contra las rocas en la corriente, le apretaban los pulmones
dificultando el paso del aire.
94

Se secó el sudor, que ahora le hacía arder una profunda incisión sobre la ceja
derecha y miro hacia lo alto. Un techo v erde espeso de enormes arboles le
cubría de la inclemencia del sol. Una brisa tibia recorría el lugar, refrescada por
las aguas del rio y la v oz de cientos de pájaros se escuchaban por toda la
montaña.

Se rev isó las heridas y concluyó que no podía seguir av anzando en ese
estado. Pronto el clima, el sol, los insectos y la pérdida continua de sangre,
darían cuenta de él. Era muy urgente que encontrara ayuda y atención
médica. Deseó con todas sus fuerzas que el centro de monitoreo de la
Armada Nacional, hubieren detectado ya la señal de auxilio del brazalete
cortado. Se giró despacio sobre el lado izquierdo de su cuerpo
manteniéndose oculto y lev antó la cabeza muy lentamente sobre el tronco
tratando de v er al otro lado sin ser descubierto. No se v eían las jaulas en las
que los habían encerrado, ni hombres ni animales. Pero si se podía div isar el
techo de tres casuchas, como los refugios de los cambuches48 que construyen
los trabajadores de las minas.

Esperó a v er si v eía algún mov imiento en el área. Giró hacia el otro lado del
árbol y no v io a nada ni a nadie. Se incorporó de espaldas al árbol dándose
cuenta que el dolor se incrementaba por el calor, y los miembros antes
entumecidos por el frio del agua, ahora reclamaban descanso y quietud.
Afortunadamente las botas habían resistido el escape y eso le serv ía para
caminar por el monte.

Apenas respirando, giró nuev amente para tener un mejor punto de


v isualización, y cuando v olv ió a asomarse lentamente de filo tras el árbol, se
sobresaltó al v er un rostro adusto, indígena a pocos centímetros de distancia.
Philippe dio tres pasos hacia atrás y cayó de bruces mientras era rodeado por
v arias personas cuyos rostros no podía distinguir por el sol que brillaba tras ellos
con todo su esplendor. Vencido por el cansancio, la angustia y la hemorragia,
perdió el conocimiento.

48
un lugar o un espacio improvisado para dormir

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Cuando despertó, abrió los ojos y se tomó unos minutos para ubicarse. Sobre
el, había un techo cónico de hojas de palma, como el que había v isto en
casa del Mamo. Un humo con olor a hierbas se esparcía por el lugar. Solo
escuchaba la brisa y el canto de los pájaros.

I ntentó incorporarse, pero el dolor del pecho se había incrementado. Se tocó


el torso con la mano derecha y descubrió que había sido v endado fuerte y
95
hábilmente. Su brazo izquierdo estaba entablillado y en cabestrillo. Le habían
quitado la ropa y estaba v estido con algo que parecía un pañal y unas
mantas indígenas cruzadas. Todas sus heridas abiertas habían sido atendidas y
curadas.

Lev antó la cabeza hasta donde pudo y miró a su alrededor. Efectiv amente
era una v ivienda indígena. La manera ordenada y limpia en que todo estaba
dispuesto a su alrededor, le indicaba que su ocupante era alguien que no solo
llev aba mucho tiempo en ese ambiente, sino que era importante. A su lado a
la cabecera de la camilla en la que lo habían acostado, estaba su reloj y las
botas. Nada más. Bajó la cabeza y se alegró de haber env iado el brazalete a
Paris.

-¡kéyniga!49- escuchó Philippe, que alguien decía detrás de su cabeza.

-¡saludos arijuna!- le dijo en español un hombre de mediana edad, contextura


delgada, cabello largo y nariz prominente, ev identemente indígena que
estaba sentado a la cabeza de la camilla-.

-Hola- Atinó a decir el profesor en su español afrancesado. – Soy un


inv estigador de las Naciones Unidas. Me está buscando el ejército, Necesito
llamar urgente a la fuerza nav al colombiana, ¿Cuánto tiempo llev o aquí?
¿Dónde estoy?-

El hombre se acercó y puso un paño empapado de agua fría en la frente del


francés.

-¡Afán!- refunfuñó el enfermero indígena. –el hombre blanco v iv e de afán- no


le bastan 24 horas suyas para v iv ir. Quiere más… siempre quiere más.

-usted no entiende- susurró Philippe por el dolor que le causaba el esfuerzo en


las costillas. -fuimos atacados por los gav ilanes, hay una mujer desaparecida,
mataron una aldea completa, debo av isar urgente-

El I ndígena sin inmutarse, continuaba rev isando las heridas del cuerpo del
profesor Merchand.

49
Formula cordial de saludo en lengua Arhuaca

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-Lo sé- dijo finalmente el enfermero. –yo los v i. Ellos a mí no, pero v i como
asesinaron a los Káagabaa. Fue muy triste. Los Umarsca que están matando
nuestra tierra ahora son más crueles y atrev idos…esos niños no eran ningún
peligro. Pero ellos se creen los dueños de todo, hasta de nosotros-.

Suspiró y continuó cambiando los v endajes de las piernas.

96
Philippe miraba el techo fijamente, frustrado con la imposibilidad de mov erse y
la pasiv idad de su interlocutor. Una lágrima rodó desde su ojo derecho.

-cuando lo encontramos espiándonos- continuó el indígena – pensamos que


eran “los gav ilanes”, la gente dalias “El gato”, que nos había encontrado. Pero
uno de los hermanos esclav os que se fugó del campamento en el que los
tuv ieron presos a usted y a sus compañeros, lo reconoció y nos dijo que lo
había v isto preso en las jaulas-.

-¿esclav o?- preguntó el francés haciendo muecas de dolor mientras le


cambiaban las v endas e emplastos que habían puesto sobre sus heridas.

-Si – respondió el hombre, secando con el antebrazo el sudor de su frente. – las


personas que” los gav ilanes” se llev an a la fuerza a trabajar en las dragas de
oro y las minas de coltán. Ellos secuestran a nuestros jóv enes, y cuando se
pone escasa la mano de obra porque se fugan, los matan o se mueren, se
llev an a los hombres e incluso a las mujeres son importar si están embarazadas
o tienen a sus bebes de brazos. Los obligan a v iv ir en campamentos que ellos
mismos construyen con ramas y palos. No los dejan lev antar casas ni
alojamientos porque dicen que la policía los v e desde el aire. Muchos viven en
cuev as excav adas en las montañas para ev itar ser detectados. Algunos nos
fugamos de v ez en cuando, y nos reunimos en grupos pequeños como el que
v ive aquí, para sobrevivir en medio de la selv a, porque si regresamos a nuestros
pueblos los asesinarían a todos-.

-¿y las autoridades saben eso?-

-cobran muy bien para hacer que no saben- dijo con ironía el enfermero-.

-¿Cuánto llev o aquí?- v olv ió a inquirir Philippe.

-dos soles y dos lunas- le respondió el hombre. – ha pasado el tiempo gritando


una tal Aura y Teme, pensé que la fiebre le iba a ganar la batalla. Cuando me
lo trajeron era una sola llaga de la cabeza a los pies y había perdido mucha
sangre.-.

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-¡Tres días! – pensó el francés. – Si en dos días no le había encontrado,
seguramente Aura y Teme estarían muertos. Todo por su ambición disfrazada
de inv estigación. Había pretendido quedar en la historia como el hombre
que había encontrado y dev elado los misterios sagrados del Clan jaguar, y
ahora nadie lo recordaría. Lo darían por desaparecido. Pobre Aura. Pobre
teme…-.

97
-Por fav or no se muev a ¿sí?, v oy a traerle algo de comer, debe recuperar
fuerzas si quiere ir a dar av iso a las autoridades.

Esperemos tres soles más, y uno de nuestros jóv enes, que conocen la región, le
guiará hasta la falda de la Sierra para que pueda contactar a los militares. Se
han escuchado helicópteros, y más av iones de los normal, yo creo que lo
están buscando a usted…. ¡imagínese, un gringo perdido en pleno territorio
del Jaguar! ¡Deben estar enloquecidos buscándolo!– dijo, y rió
estrepitosamente mientras salía de la casa.

El profesor Philippe Merchand, intentó infructuosamente de incorporarse.


Estaba demasiado débil y adolorido. Esperaría un poco, tal v ez comiendo y
cuidando bien las heridas, el tiempo de espera sería menor y podría salir en
busca de sus compañeros.

Un día y una noche pasaron para que Philippe pudiera ir al baño sin ayuda. El
retrete estaba ubicado a diez pasos de la casa principal, pero a él le parecían
kilómetros. Cada hueso sonaba como si estuv iera quebrado y la respiración
pesada dificultaba su desplazamiento, por lo que era asistido constantemente
por dos jóv enes que le ayudaban al enfermero cuando este dormía o salía de
la casa.

Al tercer día de conv alecencia, sintiéndose un poco mejor, pidió a los jóv enes
que le dejaran salir solo. Caminó la distancia al retrete y cerró la puerta
haciendo señas de tranquilidad a sus cuidadores. Ellos se regresaron a la casa
mientras Philippe los observ aba por una rendija de la puerta. Esperó unos
quince minutos, y al no v er a nadie, salió y se alejó de la casa en dirección al
rio, o al menos eso creyó él.

Preparando su fuga, Merchand, mientras el enfermero no estaba, y


aprov echando momentáneos descuidos de los cuidadores, había guardado
en una mochila tejida algunos dulces y una botella de agua que habían
dejado junto a la camilla. Poco a poco, cada v ez que lo llev aban al baño,
aprov echaba cuando lo dejaban solo en el retrete y ocultaba una cosa allí,
otra por allá, hasta lograr reservar algunos recursos de supervivencia suficientes
para un día de camino.

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Cuando los cuidadores decidieron entrar en el retrete para v er si le había
pasado algo, ya Philippe estaba a suficiente distancia y escalaba en dirección
al árbol donde se había desmayado. No le resultó difícil identificarlo, porque
su enorme tronco dominaba un pequeño promontorio a poca distancia del
caserío.

Mientras escalaba, escuchaba a su espalda gritos de alarma. Seguramente


98
eran sus cuidadores alertando de su fuga, por lo que apuró el paso hasta
llegar al árbol. Se sentó en el mismo hueco de la raíz y bebió un trago de agua.
Lo inv adió la euforia de la adrenalina al darse cuenta que había logrado
escalar hasta allí sin ayuda luego de estar una v ez más, al borde de la muerte.
Estaba sonriendo por su pequeña v ictoria, cuando una ráfaga de
ametralladora lo saco de su ensimismamiento.

Gritos de espanto y dolor, fueron seguidos por dos explosiones y v arios disparos.
Luego silencio. Philippe, paralizado por el terror, no se atrev ía a asomarse.

-¡Donde está el francés!- gritó un hombre amenazante - ¡díganme donde está


o los v oy a borrar del mapa a ustedes y a todas las aldeas de esta maldita
montaña hasta que aparezca!-. Rugió amenazante. -¡tráiganme al enfermero!-

A Philippe se le heló la sangre. Como pudo y sin mov erse más que unos
milímetros a la v ez, se asomó sobre la raíz. Era el mismo hombre que les había
hablado en el campamento minero, el tal alias “Pekinés”.

Dos hombres trajeron a rastras al enfermero que lo había curado y ayudado.


Su rostro desfigurado por los golpes, apenas dejaba v er rasgos reconocibles. El
indígena jadeaba postrado de rodillas frente a Pekinés”.

-¿Esta piltrafa es el enfermero?- le preguntó a los demás indígenas “Pekinés”.


Pero ninguno de los que estaban allí, postrados boca abajo en el suelo con las
manos en la cabeza le contestó. Desenfundó su pistola y sin mediar palabra
disparó a la cabeza de cuatro personas, salpicando a los demás con la
sangre, y causando gritos apagados de ira y angustia en los otros prisioneros.

-Preguntaré una v ez más… ¿este perro es el enfermero?-

-¡Si patrón… yo soy el enfermero …- dijo el indígena lev antando su rostro


molido a golpes hacia “Pekinés”- yo …. Yo soy señor… por fav or, déjelos en
paz…- “Pekinés” guardó la pistola y caminó hacia el hombre que estaba de
rodillas y le colocó el cañón de un fusil galil en la nuca.

-¿Encontraron a la colombiana o al indígena que los traía?- pregunto


“Pekinés” a los hombres que arrastraban al enfermero.

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-no patrón. No hay nadie fuera de estos- contestó uno de ellos pateando con
fuerza en un costado al enfermero, que permanecía de rodillas frente a
“Pekinés”.

-¿La colombiana y el indígena?- repitió mentalmente las palabras de “Pekinés”


Philippe… eso significaba que no los habían ni capturado ni asesinado, una
buena noticia después de todo. Continuó en silencio observ ando lo que
99
pasaba más abajo en el caserío de los esclav os fugados.

-lo v oy a preguntar una v ez. Y quiero ser claro. Solo necesito una respuesta y
todos los que quedan v iv en. Si no me satisface, ¡por su perra madre que los
acabo a todos! … ¿Dónde está el puto francés?-

El enfermero indígena, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se puso de pié, se


quitó el pelo ensangrentado del rostro, y escupiendo a “Pekinés” gritó:

-¡está en la cama de tu madre!-

Una ráfaga cerrada, de v arios fusiles y armas automáticas, escupió una lluv ia
de balas contra los inermes indígenas que murieron en el acto. “Pekinés”,
mirando con desprecio los cuerpos mientras se limpiaba la sangre de la cara,
una v ez más sentenció:

-¡Quemen todo!-.

Philippe Merchand permaneció quieto en su lugar durante v arias horas. Ya no


tenía llanto para llorar más muertos. ¿Cómo era posible tanta maldad y
sev icia? ¿Qué delito terrible habían cometido esos indígenas aparte de nacer
en una tierra rica y abundante? El olor a humo llenó el ambiente.

Ya llev aba una semana perdido. Si no apuraba el paso, lo más seguro es que
lo dieran por desaparecido y dejaran de buscarlo, aún más si, como le había
dicho el enfermero, las autoridades operaban de acuerdo con los gav ilanes
en esa zona.

Pero también en la cabeza le daba v ueltas la preocupación por Aura y Teme.


Debía encontrarlos, se sentía en la obligación de buscarlos y no permitir que
ese asesino despiadado los encontrara primero. Al terminar la tarde, mientras
los pájaros regresaban a los nidos, el inv estigador reinició su camino,
desandando, confiado en su escasa memoria, el sendero que había tomado
desde el rio. De repente, un ronroneo profundo hizo que el corazón le diera
un v uelco. Como pudo, subió a un Caracolí 50y permaneció inmóv il.

50
Considerado la mamá de todos los árboles, son los que más crecen, están siempre en la orilla de l os
ríos y ayudan a cuidar el agua.

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A poca distancia de la raíz del enorme árbol, un jaguar pasó oteando el aire
como buscando algo. Era un macho imponente, de unos 100 kilogramos de
peso. Su larga cola ondeaba con elegancia, mientras mov ía sus cortas orejas
en todas direcciones. Los músculos, prominentes y felinos, se mov ían
acompasados mientras el enorme felino caminaba desprev enidamente bajo
100
el inv estigador.

Philippe sabía que si el animal lo detectaba, subiría en dos segundos a donde


se encontraba oculto y lo destazaría en un dos por tres con sus potentes
garras, reconocidas por poder penetrar la coraza de un armadillo adulto. Lo
admiró en todo su esplendor. Era ev idente la razón por la que tantas culturas
milenarias le consideraban div ino. Su elegancia, la figura estilizada del cazador
eficiente, el temor que infundía con su solo ronroneo, eran razones suficientes
para temerle y rev erenciarle.

Aunque el Jaguar se alejó, Philippe decidió esperar allí lo que restaba del día y
la noche hasta que amaneciera, sin mov erse mucho en las enormes ramas, se
sintió agradecido porque el aroma de los ungüentos y emplastos del
enfermero, seguramente habían ayudado a camuflar su aroma de blanco
europeo, que le hubieran conv ertido en todo un filet mignon para el amo de
las selv as americanas.

Despuntando el alba, descendió y continuó el camino con la esperanza de


llegar al rio. Sabía que si seguía su curso rio abajo, en algún momento llegaría
a algún poblado, pues los indígenas de la zona le habían demostrado ser
hábiles pescadores, lo que significaba que habían desarrollado una cultura
riv ereña. Trepó hasta una saliente de roca para tener mejor perspectiv a del
territorio y localizar, de una v ez por todas, el curso principal del rio. Se arrastró
cautelosamente para no ser v isto desde la distancia por los hombres de los
gav ilanes. El panorama lo desconsoló. Kilómetros y kilómetros de selv a no
solamente le impedían v er o escuchar el curso del agua, sino que le
confirmaban su peor sospecha: estaba completamente perdido.

Decidió desnudarse y colocar las mantas que le serv ían de ropa y las botas
sobre la roca para que el sol las secara, recordando la recomendación de su
guía Temenpaguay respecto a ev itar la humedad para mantenerse
saludables. A falta de talcos, se restregó los pies con arenisca seca que raspó
de la roca y por primera v ez, admiró su cuerpo a la luz del día. Cualquier
escultor le hubiese contratado como modelo para un cristo. No había un solo
centímetro de su piel sin una magulladura, una cortada, una herida o un
raspón.

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-Ha sido una semana de mucho ajetreo selv ático- pensó, mientras bebía los
últimos tragos de agua de la botella que había sacado del caserío y comía un
pequeño trozo de dulce de guayaba que llamaban “bocadillo”. Se recostó
en la roca pensando en Aura. Visualizó su cabello negro y brillante. Sus
hermosos e inteligentes ojos que lograban silenciarlo con una sola mirada. El
aroma de su piel a nuez y frutas… se quedó dormido de puro cansancio y
arrullado por el sol y la brisa de la tarde. Soñó con Aura.
101

El frio de la noche que llegaba desde la cima nev ada de la Sierra, le despertó.
Se v istió rápidamente. La ropa seca se sentía bien y el sueño había sido
reparador. Estaba listo para caminar una noche más pero, ¿hacia dónde?
Miró nuevamente hacia la selv a cerrada y entonces, a unos trecientos metros,
sobre unos peñascos cercanos, dentro de lo que parecía una cuev a, una
pequeña luz bailoteaba en la oscuridad. ¿Sería un campamento de los
gav ilanes? ¿Sería otro caserío indígena? ¡No! No causaría la muerte de nadie
más. ¿Será producto de la imaginación? Dudó por unos instantes, pero era la
única pista que tenía para salir de esa montaña que parecía querer engullirlo
por tener la temeridad de caminarla solo. Ese sería su destino en esta noche:
llegaría a esa luz y estaría dispuesto a asumir lo que tuv iera que asumir. Ya
había sobrev iv ido a mucho para tener miedo a estas alturas.

Un búho ululó en lo alto de un árbol y lo siguió con la mirada. Luego se elev ó


en su v uelo fantasmagórico y silente tras la huella de un roedor que solo sus
oídos div inizados podrían escuchar.

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102

El Clan Jaguar
En la oficina del Coronel Jhon Sánchez Serrano, entraban y salían militares con
mensajes, mapas y órdenes a ritmo febril. Ya hacía más de tres días que el
brazalete de Philippe había dejado de env iar la señal y los sobrev uelos de la
Av iación naval no habían surtido frutos. El Coronel, v estido en traje de fatiga
permanecía de pié frente a una pantalla interactiv a de gran tamaño que
mostraba imágenes satelitales de la Sierra nev ada y le permitía ampliar las
zonas con solo tocar el monitor con los dedos. En ella, un asistente
diagramaba las ev entuales rutas que pudieron seguir los exploradores, la
ubicación de los principales poblados y de las dragas de los mineros ilegales.

Estaba en permanente comunicación con el puesto de mando unificado


colocado por la Av iación Nav al en la base de la montaña, desde donde
despegaban a interv alos regulares helicópteros Back Haw k equipados con
sensores flir y otros av anzados equipos para la detección de personas.

-¡Permiso sigo mi Coronel!- dijo anunciándose una jov en teniente que entraba
con una hoja de papel en la mano. El coronel le hizo un ademan con la mano
derecha para que ingresara y extendió el brazo para recibir el mensaje que le
traía la jov en militar.

-El Puesto de Mando unificado de la av iación nav al reporta que encontró al


guía indígena que acompañaba a los personajes que estamos buscando-
informó la teniente mientras el Coronel Sánchez miraba la hoja con
detenimiento.

-comuníqueme con el Mayor Mondragón por una línea segura teniente,


¡inmediatamente!- ordenó el oficial.

A los pocos segundos, le entregaron un teléfono satelital.

-Mi coronel- se escuchó la v oz del Mayor Mondragón al otro lado.

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-Mayor- respondió el Coronel – tenemos que encontrarlos. Esto es un caos
diplomático. Recibo llamadas de la ONU, la UNESCO, la embajada de Francia,
la Presidencia de la Republica, el Ministerio de defensa… cuénteme del guía
que encontraron por fav or-

-Si mi Coronel, me imagino cómo está su despacho, pero le cuento que


103
tenemos buenas noticias. Según el guía, tanto Merchand como Aura están
v ivos. Cayeron prisioneros de la gente de “el gato”, pero escaparon. Philippe,
muy inteligente, trozó el brazalete para poder env iar la alarma, pues los
bandidos destruyeron los teléfonos que tenían en su poder. Lo preocupante es
que el guía dice que el francés se regresó a la selv a a buscar a Aura, y pues no
ha sido posible que nos indique la zona en que se separaron. Lo están
atendiendo los médicos de la nav al y la idea es que mañana a primera hora,
abordemos él y yo un helicóptero para sobrev olar la zona con la esperanza
que pueda ubicarse y darnos pistas mi coronel, pero creo que los
encontraremos más pronto que tarde-.

El Coronel Sánchez se había sentado y escuchaba el informe del Mayor


Mondragon con la cabeza apoyada en la mano izquierda mientras sostenía el
teléfono satelital con la derecha. Respiró con tranquilidad al escuchar que su
hija estaba con v ida.

-Mi Mayor ¿puedo pedirle un fav or? No me pida explicaciones, solo dígame si
es posible o no…-

-claro mi Coronel, lo que ordene, dígame-

-me gustaría ir en ese helicóptero. Me siento absolutamente impotente en esta


oficina y soy un militar de tropa- dijo el coronel mintiendo. Su preocupación
por Aura era superior a su deber.

-será un priv ilegio tenerle a bordo mi Coronel ¿tiene como llegar a Santa
Marta?-

-Si mi Mayor- le dijo cortésmente el coronel Sánchez, sonriendo y recostándose


en la silla, más tranquilo por lograr su cometido – hoy mismo v uelo a Santa
Marta y me le presentaré en el Puesto de mando unificado antes del
amanecer-.

El Coronel se comunicó con el Ministerio de defensa y argumentó que como


comandante de la brigada contra la minería ilegal, era el oficial más
competente para asumir la búsqueda de los inv estigadores.

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Rápidamente recibió la aprobación para mov erse de jurisdicción y además la
autoridad para comunicarse directamente con el Ministro de defensa y con el
alto comisionado de las Naciones Unidas en Colombia para brindar
información. El Coronel Sánchez era un oficial respetado y querido en todos los
niv eles de autoridad del Ejército.

Al día siguiente, a las 5:00 a.m. el Coronel Jhon Sánchez Serrano estaba
104
desembarcando del v ehículo que le llev ó de Santa Marta al puesto de mando
unificado de la Av iación Nav al. Al ingresar a la carpa de comando, encontró
al Mayor Mondragón y otros militares, alistándose para salir.

Cuando uno de los militares que estaba en la carpa v io las insignias del
Coronel, gritó: -¡Atención, mi Coronel en la carpa!- y todo se colocaron firmes.

-prosigan por fav or- dijo el Coronel dirigiéndose al Mayor.

-Mi Coronel. Desde el momento en que el brazalete salió de cobertura, se


inició el plan de reacción que se había establecido. Se informó
inmediatamente por las v ías oficiales a usted, al Señor Ministro de Defensa y al
Señor alto comisionado de las Naciones Unidas en Colombia. Hemos
mantenido estricta reserva hacia los medios de comunicación y solo desplacé
hasta aquí el equipo necesario para un plan de atención de emergencias
estándar para no despertar sospechas. La operación se llama “av alancha”
para que esta época inv ernal sirv a de cubierta. Tenemos dos equipos de
búsqueda aérea en dos Black Haw k, un equipo de seguridad en un
helicóptero “Arpía”51 y un O-2 Skymaster 52 sobrev olando el área.
Desafortunadamente no registramos nada de los inv estigadores.

Cuando me llamó ayer, acababa de ser encontrado y extraído el guía


indígena que los acompañaba. Es un sujeto confiable, ya había trabajado con
nosotros. Afirma que la rededor de 100 bandidos al mando de alias “Pekinés”
están tras Philippe… -

-¿podemos hablar en un lugar más priv ado mi Mayor?- le interrumpió el


comandante de la Brigada contra la Minería ilegal, v isiblemente nerv ioso.

-Claro mi Coronel, acompáñeme a mi carpa- le dijo el Mayor indicando la


salida con la mano y saliendo tras de él.

51
El AH-60, denominado e Arpía, es un helicóptero artillado de combate desarrollado por la Fuerza
Aérea Colombiana, Elbit Systems y Sikorsky Aircraft a partir del UH-60L Black Hawk.
52
El Cessna Skymaster es un avión bimotor con configuración mixta tracción-empuje. En lugar de
montar los motores en las alas, uno va montado en el morro y otro en la parte trasera del fuselaje. Es
usado como avión de observación y Guerra psicológica

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Cuando estuv ieron dentro de la carpa, el Coronel v erificó que no hubiera
nadie alrededor de la carpa, cerró la puerta y se acercó al Mayor con una
mueca de angustia dibujada en el rostro.

-Mayor – le dijo al oficial nav al, mientras jugueteaba con la v isera de su gorra
camuflada. –No sé si está enterado, pero Aura del Sol… es mi hija –

105
El Mayor Mondragón quedó estupefacto. Se dejó caer sobre la litera de
campaña y mantuv o la mirada en los ojos del Coronel.

-¿su hija mi coronel? Y como demonios resultó metida en este embrollo, si


puede saberse, claro… -

-ella tiene entrenamiento militar, conoce las tribus de la zona, es arqueóloga y


cuando me propuso ser la guía del francés por seguridad de él y mía, no
calcule este tipo de riesgo…. No se… ahora no estoy tan seguro. ¿Qué ha
dicho el guía sobre Aura?-

-Permítame mi Coronel – contestó el Mayor comprendiendo la angustia del


militar – v oy a traerlo y usted le hará las preguntas que quiera.

-Por fav or Mayor, que nadie se entere de lo que acabo de comentarle…


podría costar la v ida de mi hija y mi carrera-

-Cuente conmigo mi coronel, también soy padre de familia y me imagino lo


que está sintiendo… ya le traigo al guía- dijo el mayor colocándose su gorra
militar y saliendo de la carpa.

Un increíble aguacero se desgajó sobre el puesto de mando unificado. Los


soldados corrían asegurando las aspas de los dos helicópteros que estaban en
tierra para que no se dañaran con el v endav al. El av ión y el otro helicóptero
av isaron pro radio que se dirigían a la base aérea de Santa Marta porque era
imposible tocar tierra en esas condiciones en la base temporal. El agua
azotaba con tal fuera la carpa en la que se encontraba el coronel que
parecía que se iba a caer sobre él en cualquier momento. Sin embargo, el
oficial solo pensaba en lo que estaría pasando su hija sola, tal v ez herida, allá
afuera. Por primera v ez en su v ida, puso la cabeza entre las dos manos y oró
por ella. Rogó v olv erla a v er con v ida.

Teme ingresó con el Mayor al a carpa completamente empapado. El Coronel


le ofreció una silla de campaña para que se sentara frente a él mientras los
dos oficiales se acomodaron en la litera para escucharlo.

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-Soy el Coronel Jhon Sánchez Serrano, comandante de la Brigada contra el
narcotráfico del Ejército Nacional – se presentó el oficial al guía que lo miraba
con respeto. – supongo que mi Mayor le comentó que estamos muy
interesados de conocer hasta el último detalle de lo que le sucedió a usted y a
los dos inv estigadores de la comisión de las Naciones Unidas. Por fav or
siéntase en la libertad de no omitir detalles, igual con este v endav al, no
podremos v olar hasta dentro de algunas horas- Dijo el Coronel.
106

-Bien- comenzó Teme frotándose las manos y mirando al suelo. –desde que
salimos del poblado rumbo al nacimiento del rio, como habían sido las
instrucciones del Profesor Merchand, todo av anzó sin inconv enientes.
Desafortunadamente, nadie sabía, ni los indígenas ni los militares que me
asignaron la tarea, que justo en el curso del rio, antes del nacimiento, había
una draga de “los Gav ilanes” sacando oro del rio. Cuando llegamos, debido a
la sorpresa del encuentro, no alcanzamos a reaccionar y un v igía nos v io y nos
disparó. Nos persiguieron por un trecho, y pues nos superaron en número y nos
rodearon-.

-¿hirieron a alguno de ustedes?- pregunto interrumpiendo el Coronel.

-No señor- contestó cortésmente Teme. Los disparos fueron de adv ertencia.
Cuando nos capturaron nos requisaron y destruyeron los teléfonos que
llev ábamos, y nos obligaron a entrar en el campamento hasta donde estaba
este tipo, un tal “Pekinés”…-

El Coronel miró al Mayor.

-¿Sabe usted qué tipo de armamento usan estos bandidos?- inquirió el mayor
Mondragón

-¡si claro! Respondió el guía. –tiene fusiles Galil de última generación, fusiles M4
y M16 en excelente estado. Granadas de mano, pistolas, escopetas, lanza
granadas tipo MGL y alcancé a v er unas cajas de metal similares a las que se
usan para munición de ametralladora M -60.-

-¿Cómo sabe usted todo esto?- preguntó asombrado el Coronel.

-Soy reserv ista de primera clase de la I nfantería de Marina Coronel. Conozco


de armamento-

-Bien- continuó el coronel - ¿y la chica?

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-¡Ella es una tremenda Coronel! – contesto con acento de admiración el guía.
– aguantó sin chistar los insultos y el maltrato de esa gente. Cuando la
metieron en las jaulas de castigo, ni gritó, ni lloró, ni suplicó…se v eía
preocupada porque el tal “Pekinés” les estaba diciendo algo sobre un tesoro,
un brazalete y que ella era hija de no sé quién…-

-¡Perfecto, perfecto! -I nterrumpió el Coronel- … continúe con el informe por


107
fav or.

-Cuando nos encerraron en las jaulas comenzó a llov er a cantaros….como


ahora - continuó el relato de Teme – no tuv ieron la precaución de iluminarnos,
me imagino que para ev itar que sobrev uelos de las autoridades nos v ieran y
ubicaran el campamento. Con los dedos recorrí los nudos y las uniones de
cada v ara de mi jaula, hasta que encontré un lazo suelto. Comencé a
desatarlo haciendo palanca sobre la unión hasta que, gracias también al
agua de la lluv ia, cedió por completo. Después de esa v ara, se soltaron las dos
que la sostenían, así que me pude escabullir de mi jaula. Esperé a escuchar
algo y no hubo ninguna reacción. Tomé la v ara que más punta tenía y fui
hasta donde Aura, repetimos la acción y logramos liberarla. Le pedí que me
esperara junto a la jaula mientras sacaba al profesor, y cuando fui a liberarlo a
él, un centinela se me atrav esó …y … bueno … era el o yo … no me
enorgullece contar esto, pero le clav é la estaca en la garganta. Le quité el
cuchillo y arrojé lejos el fusil, el radio y la pistola. Fui hasta donde el profesor y lo
libere con mucha facilidad al contar con el cuchillo. Cuando regresamos a
donde había dejado a Aura, ya no estaba… ni rastro de ella… -

El coronel intentó detenerlo, pero el Mayor le tocó el brazo para que lo dejara
terminar

- … El profesor me dijo que se dev olv ía a buscarla,- continuó Teme con su


relato- él creyó que se la había llev ado el rio, yo no creo porque ella no se
v eía débil ni desorientada… me ordenó salir a buscar ayuda y con el cuchillo
cortamos la manilla para que dejara de transmitir y prov ocar la reacción de
ustedes. Yo logré llegar hasta Paso Ancho, de allí, me comuniqué con la
av anzada de la Nav al y aquí estoy con ustedes hoy-.

Un impresionante trueno sacudió la tierra y la carpa. En ese mismo instante un


soldado con una gabardina impermeable, asomó a la puerta de la carpa.

-Permiso sigo mi Coronel… Mi Mayor… creo que encontramos algo, por fav or
v engan al puesto de comando-.

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Los oficiales y el guía salieron apresuradamente de la carpa y se dirigieron al
puesto de mando unificado, donde un radio operador escaneaba con un
equipo especial, las bandas de radio activ as en la zona, y estaba tratando de
triangular una transmisión no identificada.

-Verde uno de gacela- decía repetidamente una v oz femenina por el altav oz.

108
–verde uno de gacela, contesten... Estoy donde las águilas ponen sus huevos-

-¡Es Aura! – Gritó el coronel, - ese es mi código de la brigada y gacela es un


código que usábamos cuando era niña y quería jugar a los militares
conmigo… ¿de dónde v iene esa señal soldado?-

-Parece que es una transmisión en banda abierta desde un radio APX 8000,
pero no entiendo como…-

-¡ya sé dónde está!- Gritó el guía y todos se quedaron atónitos mirándolo.

-¿ y bien? – le dijo el Mayor al v er que no agregaba nada a su comentario

-ese sitio se encuentra aproximadamente a 10° 52' Norte y a 73° 43' Oeste, es
un punto de apoyo a mediana, algo así como un escondite de superv iv encia
que tenemos los guías en v arios senderos principales, para casos de personas
extrav iadas, yo le comenté a ella, en el caserío antes de salir, que ese tipo de
sitios existía, y uno se llama el “nido del águila”, lo conozco bien. Ella de seguro
subió para tener mejor recepción… ¡que inteligente! Debe estar usando el
radio que le quitamos al centinela del campamento minero, en esos refugios
hay v iv ieres y un botiquín, no sé cómo llegó pero sé exactamente dónde
queda…lo malo es que está al otro lado de la Sierra y son salientes rocosas, no
creo que un helicóptero llegue, podríamos llegar a pie, pero es una jornada de
al menos tres días… ¡y con esta lluv ia!-

-¡Mayor!- Grito el Coronel sacando a todos del ensimismamiento. Organice un


v uelo de reconocimiento, salimos tan pronto pase la tormenta.

-¡Sargento! -le dijo luego a un suboficial que se encontraba a su lado-


comuníqueme inmediatamente por una línea segura con el comendo de la
brigada, Necesitamos un grupo de comandos que desciendan por cuerdas,
un rescate v ertical, mi gente es experta en eso… y usted señor… señor… - dijo
señalando al guía.

- Kenkurua Tenenpaguay Urariyü- contestó el indígena- pero puede decirme


Teme mi Coronel-.

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-Señor Teme, su información ha sido inv aluable, por eso usted irá con nosotros.

La tormenta eléctrica que azotaba la Sierra nev ada de Santa Marta era
apocalíptica. Los animales, que normalmente disfrutan de los periodos de
lluv ia, se refugiaban de la inclemencia de la lluv ia monzónica. Grandes
caudales de agua descendían v eloces por las rocas de los acantilados
buscando los lechos siempre sedientos de los ríos tutelares de la Sierra nev ada.
109

La base militar temporal en la que estaban los oficiales, estaba cerca de


Arumaque, a orillas del rio Duriameina.

Dentro del parque natural, la planicie formada por una meseta circular, que
se prestaba para el despegue y aterrizaje de los helicópteros.
I nfortunadamente, el refugio del “nido del águila” estaba en el peligroso
costado norte de la sierra, en el sector llamado “la plateada” justo al otro lado
del enorme sistema montañoso, lo que implicaba que las aeronav es debían
esperar a que desapareciera por completo la tormenta para sobrev olar el
área, o someterse a un v uelo de más de tres horas para rodear todo el sistema,
lo que agotaría el combustible y arriesgaría la v ida de los rescatistas.

Desafortunadamente, otro operador de radio estaba escaneando las


frecuencias activ as en la zona, y también captó la comunicación.

En la v ertiente sur del rio “Garav ito” al norte de la sierra nev ada, a unos 70
kilómetros de distancia de los militares, estaba la draga ilegal del
campamento de alias “El Gato”, que esperaba impaciente la comunicación
de “Pekinés”, quien días antes le había dicho que tenía en su poder al francés
y su comitiv a, pero no había v uelto a tener razón de él. Caminaba en círculo
dentro de la carpa con las manos atrás, maldiciendo la tormenta que no lo
dejaba av anzar ni comunicarse con el grupo de su compinche.

-¡Patrón!- le gritó desde afuera uno de sus escoltas – encontraron algo los del
radio-

“EL Gato” se colocó un sombrero camuflado que había heredado de sus


tiempos de comandante guerrillero, se terció su M.16 y salió de la carpa rumbo
al cambuche de radio.

-¡Qué cogieron compa!- le dijo “El gato” al Radio operador que estaba frente
al equipo de escaneo.

-Patrón…es la v oz de una mujer…escuche – le respondió el sujeto, mientras


amplificaba en un altav oz la v oz clara de una mujer angustiada.

-verde uno de gacela, contesten... Estoy donde las águilas ponen sus huevos-

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-Verde uno de gacela, contesten... Estoy donde las águilas ponen sus huevos-

-Está muy cerquita jefe, con esta tormenta debería haber estática, pero se
escucha perfecto, está transmitiendo por uno de nuestros equipos y por banda
abierta- comentó el radio operador.

-¿Qué tan cerca?- pregunto “el gato recostándose en la mesa junto a su


110
operador-

-No más de 100 kilómetros- le respondió el hombre. – menciona un sitio que


llama “donde las águilas ponen su huev os” ¿Qué diablos será eso? –

-Donde las águilas ponen sus huev os… donde las águilas ponen sus huev os…-
meditaba “El gato”-

-¡Miguel!- llamó al escolta que fue a buscarlo antes.

-¡Ordene patrón! – le dijo el escolta.

-¡Tráigame un mapa digital de la sierra! , y dígale al “zorro” que v enga urgente,


ese man fue guía del ejército aquí, y seguro sabe de lo que están
hablando…!CAI MAN!- gritó a otro de los hombres armados que prestaba
guardia frente a la draga que consumía sin parar el lodo que los esclav os
indígenas arrojaban a sus fauces, luego de excav ar la riv era en plena
tormenta, amarrados de la cintura con sogas para no ser llev ados por la
corriente –

-¡Organíceme 20 cazadores… que v ayan livianos que v amos a caminar ligero,


pero bien armados!-

El hombre al que apodaban “caimán”, hizo un gesto de asentimiento con la


cabeza y desapareció en medio del torrencial aguacero.

-Ya v erás Aurita,,, pronto nos v eremos- dijo frotándose las manos mirando
desde la entrada del cambuche hacia la Sierra iluminada por imponentes
relámpagos y estremecida por los truenos, bajo la capa negra de nubes que la
cubría como un manto de luto.

-Operador- le dijo en tono más calmado al hombre de la radio- llame a


“Pekinés”, dígale que localizamos a la v ieja, que se v enga rápido para acá,
pero que no traiga mucha gente para no llamar la atención-.

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Arriba, en el “nido de águila”, Aura se resguardaba de la tormenta en la
cuev a que los guías y cuidadores del parque habían adecuado como refugio
para los caminantes y excursionistas. Le había costado mucho esfuerzo llegar
hasta allí. Cuando fue liberada por Teme de la jaula de tormento en el
campamento de “Pekinés”, ella, consciente de su formación militar, había
sabido que tendría más oportunidades de conseguir ayuda av anzando sola
que con sus compañeros. Además, Teme era un guía experto en la zona y
111
seguramente llev aría a Philippe a salv o a la base de la Nav al.

Había aprov echado, luego de ser rescatada de la jaula, el momento en que


Teme la dejó sola para ir a buscar a Phillipe, y había recogido el radio y el fusil
del centinela que el guía había degollado. Luego, sin esperar el regreso de
los dos compañeros, en medio del aguacero y la oscuridad, se alejó lo más
que pudo del campamento y se trepó a un inmenso árbol a esperar que
amaneciera. Con los primeros rayos del alba, y luego de asegurarse que no
la estaban siguiendo, se había desplazado con la agilidad de un jaguar por la
selv a hasta encontrar la referencia de la saliente de rocas que Teme le había
mostrado en el mapa antes de iniciar el recorrido.

Escaló v aliéndose de su atlético estado físico, agradeciendo al cielo por su


juv entud y por la presión que su padre siempre había ejercido para que se
reentrenara constantemente. Al llegar al refugio, se había curado las heridas,
se había hidratado, alimentado y descansado un poco. Al día siguiente
comenzó a intentar transmitir por el radio del centinela, pero no había logrado
ninguna señal. Durante la semana transcurrida, había intentado subirse a la
copa de unos árboles cercanos y a una roca prominente para buscar señal sin
éxito. Finalmente, al fondo de la cuev a, logró escuchar algunas transmisiones
ininteligibles, pero eso indicaba que en ese punto podría transmitir, tal v ez era
la conformación metálica de la roca, pero lo importante era que podía
transmitir.

Cuando comenzó la tormenta eléctrica, recordó que en el entrenamiento le


habían enseñado que en esos momentos, las ondas radiales se transmitían con
mayor facilidad, así que se propuso, mientras hubiera batería disponible, a
transmitir insistentemente. Eligió el nombre clav e que usaba con su papá de
pequeña, rogando que ese mensaje llegara a él, quien sabría
inmediatamente que hacer. Aura no imaginó que ese mensaje había puesto
en marcha dos enormes operaciones de búsqueda, la de su padre, el Coronel
del Ejército Jhon Sánchez Serrano, que usando su poder, estaba organizando
el despliegue militar necesario para rescatarla, y la de alias “El gato” quien,
para su desgracia, estaba mucho más cerca del refugio que su padre.

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Philippe av anzó por la espesura, a pesar de la lluv ia torrencial que llenaba
cada milímetro de la tierra y el aire creando enormes lagunas y haciendo más
resbaladizo y peligroso el fangoso suelo de la selv a. Esta v ez, fruto de su recién
adquirida experiencia, iba marcando los arboles del camino para ev itar
caminar en círculos. Lejos estaba de imaginar el encuentro que tendría muy
pronto.
112

En el puesto de mando unificado, el Coronel lideraba los preparativ os a toda


marcha. Miraba con desespero ev idente el encapotado cielo, que no daba
muestras de despejarse por algunas horas más. Antes había llegado por tierra
desde la ciudad de Santa Marta, un equipo de comandos anfibios de fuerzas
especiales para el rescate, porque la brigada de Valledupar, no podía
destinar esos recursos a un punto tan lejano de su jurisdicción.

Al mando de la unidad, estaba el jov en capitán de infantería de marina Edgar


Alberto Galeano. Un jov en intrépido conocido en su medio por su arrojo en
operaciones especiales. En su adolescencia tuv o que decidir entre ser
sacerdote o ser militar. I ntentó lo primero, pero luego de ser bloqueado en su
iniciativ a social, optó por la escuela nav al de cadetes, donde siempre se
distinguió en los primeros puestos.

Había sido el mejor en el curso “Jaguar” de combate especializado, que


había tomado en la 105 Brigada de infantería en la selv a del Amazonas 53. Su
figura atlética, carácter decidido y prestigio militar, resultaban ser la carta de
presentación necesaria para que se le confiara la delicada misión de rescatar
a una comisión de las Naciones Unidas en las inhóspitas selv as de la Sierra
Nev ada de Santa Marta.

Junto a él, en las carpas lev antadas para el equipo de interv ención aérea, 20
jóv enes militares atléticos y en traje de camuflado, rev isaban los arreos,
cuerdas, municiones, equipos de v isión nocturna y cuanto recurso técnico se
necesitara para esta delicada misión.

Todos esperaban luz v erde del comando de la Nav al para poder abordar los
helicópteros. Ninguna nav e podía v olar hasta que la oficina de monitoreo
satelital de la Armada Nacional lo autorizara, y la tormenta era demasiado
intensa para permitir el v uelo de los helicópteros o del av ión. Las horas
pasaban lentamente mientras el agua caía a cantaros sobre la base que se
mov ía como un hormiguero preparándose para tomar v uelo.

53
Curos de combate especializado de las fuerzas armadas de Colombia en Leticia.

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Por su parte, “EL Gato”, con la capacidad de despliegue que le daba el poder
av anzar sin tener que pedir permiso a nadie, había tomado la iniciativ a. Con
él como cabeza de lanza y el guía indígena a su lado, escalaban en medio de
la tormenta hacia el “nido del águila”, sabiendo, por coordenadas y señales
del guía, que estaban a menos de 70 kilómetros de distancia. “el Gato”
conocía demasiado bien a su némesis, el Coronel Sánchez Serrano, y sabía
que en la menor pausa que diera el clima, el militar se lanzaría con todos sus
113
recursos a rescatar a su hija, por ahora atrapada en el risco.

A medida que los hombres de “el Gato” rompían la selv a y se acercaban al


refugio, desde la manigua, absolutamente imperceptibles, v arios pares de ojos
los observ aban en absoluta inmov ilidad y silencio. Hombres cubiertos de pieles
animales, adornados con pintura de guerra, y armados con cerbatanas y
grandes arcos flexibles, los seguían en su ascenso, rodeándolos sin que los
delincuentes se percataran de ello.

El Profesor Philippe Merchand, entre tanto, llegó a pocos metros del refugio y
se ocultó tras un matorral. Subió a un árbol cercano y esperó. No v io mas
casas, ni caminos, ni animales de granja. Solo el fuego que titilaba dentro de
una cav idad entre las rocas muy cerca de un tenebroso precipicio. Esperó
pacientemente hasta que cayó la tarde ignorando las grandes gotas de agua
helada que rodaban por su cuerpo, entumeciéndolo en la incómoda posición
que mantenía sobre la rama. Ya conv encido que no había peligro, se deslizó
como pudo por las rocas hasta la entrada del refugio.

Se estiró cuan largo era en el suelo para poder colocar la cabeza en la


entrada y escuchar sin ser v isto. Casi sufre un infarto cuando escuchó la v oz de
Aura que repetía:

-Verde uno de gacela, contesten... Estoy donde las águilas ponen sus huev os-

-¿Aura del Sol?- dijo sin poder dominar la sorpresa que le causaba escuchar su
v oz luego de darla por muerta.

Aura dio un salto al v erse sorprendida y tomó instintiv amente el fusil, lo


desaseguró y apuntó hacia la puerta dispuesta a desocupar el prov eedor al
primer intruso que osara asomar la cabeza.

Pasaron algunos segundos, en los que solo se escuchaba la estática del radio y
la lluv ia pertinaz sobre las rocas.

-¿Aura?- dijo tímidamente Philippe desde la entrada. Soy yo Philippe… no te


preocupes, no estoy armado…ayúdame por fav or, estoy muy débil…-

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-¿Philippe?- preguntó con tono incrédulo Aura. - ¿en serio eres tú?... entra por
fav or- A pesar de su preocupación por Philippe, no bajaba le arma,
pensando que alguien lo estaba obligando a hablar para hacerla salir.

Philippe entró muy despacio y al v erla en posición de disparo, apuntándole,


cayó de rodillas y lev antó las manos.

114
-¡No dispares por fav or!- suplicó Philippe asustado por el arma.

Aura soltó el fusil y se arrojó en los brazos del francés. Lloraron juntos por todo el
tiempo de separación. Liberaron la angustia de las luchas que tuv ieron que
afrontar los últimos días. Rieron al v er el deplorable estado de sus cuerpos,
incluso compararon heridas. Aura revisó la cicatrización de las cortadas y puso
gasa con antibiótico sobre los raspones. Le ayudó a quitarse la ropa mojada y
lo env olv ió en una manta térmica. La lluv ia no cedía un ápice.

-¿puedo preguntarte algo Aura?. Le dijo Philippe tiritando del frio.

-Sé lo que me v as a preguntar.- respondió con aire de resignación la chica –

-Pero antes de responderte, debo decirte que todo lo que te dije, e hice,
siempre fue pensando única y exclusiv amente en tu seguridad. No te
confundas. Para nosotros, el asunto del tesoro es algo absolutamente
secundario, insignificante frente a la importancia de recuperar el brazalete de
un legítimo descendiente de la casa real Xochimilca. No sabes lo delicado del
asunto y la situación tan compleja que se ha generado alrededor de ello, llega
incluso a arriesgar la estabilidad de todo el Clan jaguar.

-¿del Clan jaguar?- preguntó Merchand con un gesto de asombro.

-Déjame terminar- le pidió Aura al tiempo que le serv ía una taza de café
caliente- escúchame y al final me haces las preguntas que desees.

-Hace mucho tiempo, - Continuó la arqueóloga- se conformó el Clan jaguar.


Después de la terrible época de la v iolenta Colónización española, algunos
focos de resistencia quedaron diseminados por toda centro y sur américa. Al
principio, también había grupos de aborígenes norte americanos, pero estos
focos fueron exterminados por los Colónos ingleses, lo que rompió la
comunicación con ellos. Hacia 1493, el cacique Caunabó 54, destruyó
completamente el fuerte “nav idad” construido pro Colón en las Antillas, más
precisamente en la isla que Colón llamara “la Española”.

54
www7.uc.cl/sw_educ/historia/conquista/parte2/html/nh002.html

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Esa fue la primera acción antiimperialista de los pueblos ancestrales
Americanos. Cuando el supuesto descubridor y constructor del fuerte, regreso
de su primera expedición y encontró las ruinas humeantes, el cacique
Guacanagarí, le explicó que los españoles, groseros y v ulgares, habían
v iolentado v arias mujeres de la isla y asesinado sin motiv o a v arios indígenas
que no habían querido prestarse para ser esclavizados. Como v es, lo que hace
actualmente alias “el gato” y sus secuaces, no es nuev o, sino una negra
115
costumbre que nos ha perseguido por los siglos-.

Philippe la escuchaba con atención, entre sorbo y sorbo de café y con el


sonido de la tormenta sirv iendo de fondo a la historia.

-La rebelión Taína, por otra parte, fue la más exitosa, sin lugar a dudas,- siguió
narrando Aura sin inmutarse –y se considera el punto de nacimiento de lo que
se conoce hoy como el Clan Jaguar.

Fue encabezada por un indígena que los europeos denominaron “Enriquillo”


en La Española. Enriquillo era hijo del cacique Maxicatex, muerto junto a la
legendaria Anacaona55. Él había pasado su infancia en un conv ento de los
franciscanos, y recibió de las autoridades un grupo de indígenas y tierras para
su sustento.

Un problema muy puntual de índole personal prov ocó la rebelión del cacique
en 1519, quien instó a otros señores a la sublev ación. Se enfrentó a los
españoles hasta 1533, v aliéndose de un acertado plan de combate tipo
guerrilla en las montañas de la isla. Su posición casi inv ulnerable en los
refugios que proporcionaban los montes, forzó a los españoles a la
negociación y les significó cuantiosos gastos del erario real. Enriquillo falleció
en paz y triunfante en sus dominios, sin poder ser desalojado nunca. Él fue el
primer gran Jaguar sol, o Balam Quitzé. Su brazalete pasó de generación en
generación, hasta llegar, gracias a ese asesino apodado alias “El gato”, a tus
manos. Entenderás la importancia histórica, antropológica y étnica de ese
objeto para nosotros. ¡Qué ironía que nuev amente sea un europeo el que lo
haya comprado de manos de unos homicidas!-. Puntualizó Aura, mientras
sorbía un poco de café y rev isaba el radio, que ya se quedaba sin batería.

-Pero…- intentó terciar Philippe, en su defensa.

-déjame terminar. Me prometiste que no me interrumpirías- apuntó Aura


mientras se acercaba a la entrada de refugio intranquila porque la tormenta
en v ez de menguar, arreciaba, y el agua comenzaba a escurrir por las rocas
hacia el interior.

55
De esta historia nace la letra de la canción “Anacaona” de Cheo Feliciano

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-si sigue así el clima – dijo preocupada- tendremos que buscar refugio en otra
parte. Esta cuev a está muy pequeña y si se inunda, el agua podría arrastrarnos
al precipicio… Pero bueno, sigamos la historia- afirmó mientras se sentaba
frente a Philippe.

En Centroamérica div ersos caciques se opusieron a los españoles a partir del


asentamiento de las huestes de Balboa y, posteriormente, de Pedrarias. De
116
esta resistencia, simbolizada en las figuras de los caciques Pacra, Careta,
Cemaco o Comogre, no quedaron mayores v estigios que estos nombres.
Sabemos hoy, que a pesar de la dispersión de la población nativ a del Darién y
Veragua, ésta resistió al inv asor en la medida de sus posibilidades. No obstante,
las ev identes desventajas en relación al armamento de los conquistadores y las
constantes luchas entre cacicazgos, impidieron que esta resistencia se
tradujera en triunfos decisiv os contra los españoles-.

Un pájaro aturdido por los relámpagos aterrizó desorientado dentro de la


cuev a. Revoloteó torpemente rebotando contra las paredes, y a pesar de los
esfuerzos de los dos científicos, salió disparado, y la fuerza de la lluv ia lo arrojó
a lo profundo del acantilado. Los dos se quedaron en silencio
apesadumbrados por la angustia de su muerte.

-¿quieres más café?- atinó a preguntar Aura para romper el silencio.

-No gracias-respondió Philippe, mientras rev isaba las mantas hechas girones y
apelmazadas por el barro, que se había quitado de encima al llegar. – tendré
que hacerme ropas nuev as con estas mantas térmicas. Voy a parecer un
extraterrestre, pero no puedo andar por ahí desnudo… ¿Qué pasó después de
esa rev uelta?-

- En Colombia, fueron los Taironas y los Quimbayas, los más activ os opositores
a la penetración hispana. –Refirió Aura - Especialmente durante la segunda
mitad del siglo XVI , se sucedieron las rebeliones y los ataques a los poblados
de Santa Marta y Bonda, que tuv ieron que ser reconstruidos en muchas
ocasiones por los ataques continuos de los jaguares. Las principales ofensivas
Taironas se registraron en 1555 y entre los años de 1571 y 1575. En respuesta, los
gobernadores env iaron div ersas expediciones de castigo al inter ior y se
tuv ieron que realizar gastos de enormes proporciones. Tribus más pequeñas,
como los Chimilas y los Tupés, excelentes y audaces flecheros de dardos
env enenados, también colocaron en aprietos a los asentamientos españoles,
recurriendo especialmente al ataque nocturno, que se conv ertirían en el arma
y la estrategia preferida por el Clan jaguar a partir de entonces. En v irtud de
esta resistencia y la abigarrada geografía de la región, la conquista española
recién cobró fuerza desde el siglo XVI I -.

-Pero aún no me has dicho que es en sí, el Clan jaguar- interv ino Philippe.

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-Es una promesa. Un compromiso de proteger la historia y la cultura ancestral a
cualquier costo. No somos una logia, ni una organización propiamente dicha.
Somos más una hermandad de personas que compartimos los ancestros y la
dignidad de los pueblos aborígenes. Gente de toda clase, obreros,
estudiantes, profesionales, indígenas, que queremos proteger a la selv a de la
codicia de los blancos. De hecho has conocido v arios Guerreros jaguares en
tu camino….- precisó la narradora-.
117

-¿v arios? ¿Quiénes?- preguntó nuev amente Philippe.

- Michael Frendch, por ejemplo- le respondió su asistente mirándolo fijamente a


los ojos, mientras atizaba la fogata. – él es un cherokee nativ o Americano,
bisnieto de una indígena y un Colóno I ngles. Su nombre indígena es
“Akecheta”, que significa…-

-¡no me digas, Guerrero jaguar!- interrumpió animado Philippe.

-exacto- sentencio Aura.

-También está el Doctor Hernán Ciprian, mi Padre, el Coronel Jhon Jairo


Sánchez Serrano y el Mamo que te recibió en su casa e hizo la oración por
nosotros-.

Philippe rió por primera v ez desde que inició esta av entura trágica

-Estoy siguiendo un maullido rodeado de gatos! ¡Que estúpido he sido!- dijo


div ertido.

-En realidad Philippe, el Can jaguar desea recuperar el brazalete para ponerlo
a buen recaudo. La información que está grabada en el anv erso de la cabeza
del jaguar es demasiado v aliosa y delicada. Tanto como para hombres como
“el gato” y “Pekinés”, sean capaces de asesinar pueblos enteros como lo has
v isto. Desafortunadamente, como en todas partes, entre nosotros hay gente
que ha perdido sus hijos, sus propiedades y su libertad a manos de los blancos,
y sienten un odio v isceral hacia los europeos. Por eso a mi padre y a mí nos
pareció apropiado que yo te acompañara, por si en algún momento te los
encontrabas, al principio pensamos en robártelo, luego el Doctor Ciprian dijo
que era mejor pedirte que lo dejaras en el museo, pero Frendch insistió en
dejarte seguir adelante. Ya la ONU había autorizado tu expedición, si la
interrumpíamos lev antaríamos demasiadas sospechas y Beringer escaparía,
Necesitamos descubrir a todos los que están en esto, encontrar a los asesinos
del legítimo propietario del brazalete, destruir a los gav ilanes y asegurar el
tesoro de los jaguares. Si realmente existe y está donde marca le brazalete,
debe ser inv ertido en los pueblos aborígenes y en la lucha por la selv a.

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-¿o sea que soy una simple carnada?- preguntó Philippe, pero no tuv o ninguna
respuesta.

La lluv ia comenzó a ceder y ahora solo se escuchaban gotas dispersas


golpeando las hojas cercanas y las rocas. El radio se había apagado
definitiv amente y la madrugada se cernía sobre ellos. En lontananza, el sol
rompía el v elo sideral con flechas doradas y rayos multicolores.
118

Aura se puso en pié. Tomo un puñado de tierra en su mano derecha y la arrojó


fuera de la cuev a. Luego, con ceniza del rescoldo de la fogata, trazó sobre su
rostro una línea en la frente, una sobre la nariz y una bajo cada ojo. Lev antó
sus brazos hacia el sol y dijo:

“Ya de los blancos el cañón huyendo,


hoy a lo alto de la sierra v ine,
como el sol v ago, como el sol ardiente.
como el sol libre.

¡Padre sol, oye!, por el polv o yace


de Manco el trono; profanadas gimen
tus santas aras: v engo a adorarte sola,
sola, mas libre.

¡Padre sol, oye!, sobre mí la marca


de los esclav os
Señalar no quise a las naciones;
a ofrendarme v engo,
a morir libre.

Hoy podrás v erme desde el mar lejano,


cuando comiences en ocaso a hundirte
sobre la cima del v olcán tus himnos
cantando libre.

Mañana solo, cuando ya de nuev o


por el oriente tu corona brille,
tu primer rayo dorará mi tumba,
mi tumba libre.”56

-El poema del último I nca. Hermoso y lúgubre- dijo Philippe, acurrucado junto a
los últimos maderos encendidos para tomar calor.

56
Fragmento adaptación del poema “En boca del ultimo Inca” de José Eusebio Caro

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-Hay cosas que no es necesario que v eas o v iv as Philippe. – Le dijo en tono
suplicante la asistente ahora conv ertida en una guerrera Jaguar- Te suplico
que nos dev uelvas el brazalete, si quieres dónalo personalmente al Museo del
oro de Bogotá como quiere el Doctor Ciprian, si es que eso te da más
tranquilidad. Hay enigmas sagrados que deben ser un enigma para siempre.
Por fav or, en cuanto nos rescaten, regresa a Francia, olv ida el Clan jaguar.
Usa la información que recolectamos para decirle a las Naciones Unidas que
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somos una leyenda, que nunca existimos. Podrías prestar un serv icio más útil
de esa manera. Tú eres un objetiv o militar para todos por tener el brazalete. Si
no lo tienes, ya no representaras un peligro para nadie. Por fav or… te lo
ruego…huye por tu v ida-.

-¿y nosotros Aura?- susurró el francés, refugiándose en la manta térmica, como


queriendo desaparecer de ese lugar, intuyendo la respuesta, que sabía no le
iba a gustar-.

-No puede haber un “nosotros” Philippe. Aunque nada de lo que ha


sucedido ha sido actuado o premeditado, debo reconocer que, al dejarme
llev ar por mis impulsos te puse engrav e peligro. Quisiera que las cosas fueran
diferentes, pero mi compromiso con el Clan es demasiado grande y lo que
está en juego, es la v ida de cientos de personas indefensas que no puedo
abandonar- respondió apesadumbrada la jov en.

Mientras todo esto estaba ocurriendo, la columna de alias “El gato” ascendía
a escasos 200 metros del refugio ganando v elocidad con el calor del sol y la
ausencia de lluv ia. Distanciados por algunos metros entre uno y otro, los
hombres corpulentos y fuertemente armados, escalaban con gran agilidad los
riscos, encabezados siempre por su temible líder, que de cuando en v ez,
lev antaba la v ista hacia la cuev a para calcular la distancia. La codicia
ancestral del hombre blanco, impulsaba la adrenalina por sus v enas.

Al otro lado de la sierra, en la base del puesto de mando unificado, los dos UH-
60 black Haw k rugían lev antando v uelo con todos sus ocupantes: el coronel
Jhon Sánchez Serrano, el Mayor Cesar Mondragón , que pilotaba la primera
aeronav e, los 20 comandos de rescate, el guía indígena Tenenpaguay y dos
artilleros en cada nav e, que operaban cada uno una ametralladora gatling
multi cañón, diseñadas para disparar 4.000 cartuchos de 20 milímetros por
minuto57, una v erdadera lluv ia de fuego sobre cualquier enemigo. El tiempo
estimado de v uelo era de 45 minutos a la cima y de allí 10 minutos más hasta
el refugio, es decir, que en una hora, esperaban estar rescatando a Aura y
posiblemente al francés, y poder terminar así esta pesadilla diplomática.

57
es.wikipedia.org/wiki/Minigun

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Aura se arrodilló frente a Philippe, que ciertamente daba lastima después de
todo lo que había v iv ido, y con sumo cuidado le besó los labios, aun partidos y
heridos por la trav esía.

-¡Miren nada más a los tortolitos!-

Gritó “el gato” mientras montaba el matillo de su pistola apuntándoles desde


120
la entrada de la cuev a. Aura intentó alcanzar el fusil que estaba en un rincón,
pero un fuerte puntapié en la espalda se lo impidió. Dos hombres de alias “El
gato”, entraron y aseguraron a empujones a los dos inv estigadores con la cara
contra el suelo. Philippe apretó los ojos, era el fin.

Les amarraron los pies y las manos con v arias v ueltas de cinta adhesiv a y a
Philippe le colocaron un pantalón corto y una camisa raída, que consiguieron
entre las mochilas de los cazadores que v enían con “el gato”. Sacaron todas
las cosas del refugio y las arrojaron al precipicio. Esparcieron las cenizas de la
fogata y las taparon con tierra para ev itar la producción de humo.

-¡v amos rápido!- rugió “el gato- ¡debemos llegar a la draga en el menor
tiempo posible, antes que lleguen los tombos 58 por la princesita!

Los cazadores amarraron a Philippe y Aura a sendos troncos, como cuando se


cargan fardos pesados entre dos hombres. Los terciaron como maletas,
atados boca arriba, con la boca y los ojos tapados y absolutamente
imposibilitados para mov erse. Con la misma agilidad que subieron, el
destacamento de bandidos descendió hasta un sector boscoso. En ese
momento escucharon el rugir lejano de los rotores de las aeronav es.

-¡rápido, maniobra de ev asión, helicópteros!- Gritó el guía indígena que iba


delante de la columna.

En cuestión de segundos, cada uno de los hombres se agazapó cubriéndose


con las enormes hojas de la v egetación circundante, cuidando de cubrir a los
inv estigadores para que no pudieran v erse desde el aire.

-Águila dos de águila uno- anunció el mayor Mondragón por el radio de los
helicópteros.

-siga para Águila dos- le respondió el piloto del otro aparato.

-posición de defensa. Yo desciendo para que el equipo intervenga, fuego de


cobertura para descenso, bandidos armados en la zona- respondió el Mayor
Mondragón .

58
Palabra despectiva para referirse a los policías y los militares en Colombia.

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-Entendido Águila uno. Me elevo a 1.000 pies. Artilleros desasegurar, fuego a
discreción si se detecta fuego hostil- ordenó el piloto del segundo helicóptero.

-Artillero uno preparado – se escuchó por el radio al tiempo que sonaba el


sistema de disparo alistarse para abrir fuego. –Artillero dos preparado- el
segundo helicóptero se elev ó y comenzó a sobrev olar el sitio del rescate en
121
círculos amplios pendiente a cualquier hostigamiento.

-Base de Águila uno, ¿me copia?- preguntó el Mayor Mondragón al Puesto


de Mando unificado localizado al otro lado de la montaña.

-Adelante águila uno, aquí base, fuerte y claro- le respondió el soldado


operador del sistema de radio en la base de la que habían partido unos
minutos antes.

-iniciamos descenso, águila dos en vuelo de cobertura, solicito permiso para


desplegar unidades- informó el Mayor.

-prosiga con la operación Águila uno, ¡que Dios guíe sus alas!- fue la respuesta
de la base.

Al instante cuatro comandos anfibios, dos por cada lado de la aeronav e


descendieron en rappel hacia el risco frente a la cuev a. Al aterrizar, se
desengancharon de la cuerda y, mientras tres tomaban posición de fuego,
uno se acercaba cautelosamente a la cuev a. El Coronel Sánchez, desde el
puesto del copiloto de Águila uno, seguía la operación sin perder detalle.

-Águila uno de rescate uno- se escuchó por el radio.

-siga rescate uno- respondió el mayor, que luchaba por mantener estable el
helicóptero en los v ientos cruzados causados por la altura, la montaña, y la
reciente tormenta.

-Mi Mayor, aquí no hay nadie.- Era el Teniente Galeano, quien como siempre,
había elegido encabezar el operativ o.

-confirme teniente- le dijo el Coronel Sánchez tomando parte en la


conv ersación radial.

-repito… aquí no hay nadie, no hay nada. Ni radio, ni personas. Solo unos
rescoldos de una fogata todavía calientes, se ven las pisadas de varias botas
militares ¿Qué ordena?-

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Justo en ese momento y cuando el Coronel iba a responderle al teniente, el
otro helicóptero hizo un mov imiento brusco.

-¡Águila uno, Águila uno de Águila dos!- exclamó el otro piloto – detectamos
movimiento en la zona boscosa a sus 600, parece ser un grupo grande de…- la
comunicación fue interrumpida por una descarga de v arios fusiles que
impactó los dos helicópteros, las balas rebotaron en el blindaje inferior de las
122
aeronav es obligando a los pilotos a realizar maniobras ev asiv as.

Abajo, entre la v egetación, en un descuido de los cuidadores, Aura se había


logrado zafar del tronco al que estaba atada y había intentado huir dando
saltos, causando la reacción de dos de los cazadores que se abalanzaron
sobre ella rodando v arios metros cuesta abajo.

Cuando “el gato” v io que uno de los helicópteros había girado hacia ellos,
gritó -¡mierda!- y comenzó a dispararles, seguido de otros de los hombres que
les acompañaban.

Uno de los artilleros alcanzó a accionar su ametralladora barriendo en una sola


pasada a v arios de los hombres que disparaban, e hiriendo a otros.

-¡alto el fuego! ¡Alto el fuego! Rehenes en el área ¡alto el fuego!- Ordenó el


mayor Mondragón , mientras giraba le aparato para ev itar que el otro artillero
barriera la selv a con su arma. Abajo, los hombres de “el gato”, lev antaron a los
dos rehenes y les apuntaban con las armas a la cabeza, mientras le hacían
señas a los helicópteros que se alejaran.

-Águila uno de rescate uno- era el Teniente Edgar Galeano, que en medio de
la confusión, había logrado bajar hasta la margen de la zona selv ática con los
otros tres comandos.

-Siga rescate uno- respondió el piloto.

-Elévese y apártese mi mayor. No nos han visto, podemos atraparlos. Veo


varios heridos y varios cuerpos en el suelo. Son alrededor de 25 bandidos pero
en pie de combate quedan máximos diez- Dijo el teniente al mando del
comando de cuatro que habían descendido desde Águila uno hasta la
cuev a. Durante el hostigamiento a las aeronav es, se habían deslizado por el
sendero hasta le margen del bosque sin ser detectados, aprov echando que
los hombres de alias “el gato” estaban concentrados en las aeronaves y en sus
heridos.

El Mayor dudó un segundo. Miró al coronel, quien con el dedo pulgar de la


mano derecha en alto, le indicó que estaba de acuerdo.

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-Águila dos de Águila uno, retirada y sobrevuelo rasante a cinco kilómetros.
Rescate uno avanza en la operación. Prepárese para desembarcar a rescate
dos para apoyo terrestre-.

-Águila dos confirmado-

Los dos helicópteros se alejaron y descendieron tras las copas de los árboles a
123
unos seis kilómetros de distancia en línea recta desde el punto de contacto,
para que no escucharan el sonido de los rotores, mientras que el segundo
helicóptero desembarcaba el otro equipo de comandos anfibios.

Abajo, los captores habían reducido a Aura y la habían regresado a su


posición atada al árbol. Cinco de ellos se desplegaron para ofrecer resistencia
a cualquier av ance de tropas, mientras los demás juntaban los cuerpos y los
heridos que dejó la ráfaga de la ametralladora del helicóptero.

Por la imprudencia de uno de los captores, que había accionado su fusil


contra la aeronav e, ahora solo quedaban 11 hombres v iv os en situación de
combatir y tres más grav emente heridos. A uno, las balas le habían arrancado
de raíz el brazo izquierdo y le había hecho añicos la pierna del mismo lado, el
otro sobrev iv iente, tenía cinco impactos en el estómago y gritaba
retorciéndose del dolor, mientras el tercero, en estado de shock miraba sus dos
piernas amputadas, con el rostro bañado en sangre que manaba de una
herida cerca de la oreja derecha.

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124

El rugido del Jaguar


Los hombres de “el gato”, por el terror sembrado en sus filas por el rugir de la
gatilng, no habían detectado la presencia de los cuatro comandos anfibios, y
de hecho pensaban que habían sido recogidos por el helicóptero, así que se
alistaron para seguir adelante.

-¡rápido muchachos!- dijo en v oz baja alias “El gato”. –Esos perros v an a


respirarnos en la nuca en media hora, ni crean que se fueron tan tranquilos.
Conociendo a Jhon Sánchez como lo conozco, ¡nos v a a caer hasta con
misiles nucleares!-

-¡patrón aquí hay tres heridos grav es!- le dijo uno de sus hombres que estaba
v erificando las bajas después del ametrallamiento del helicóptero. Alias “El
gato”, fue hasta el lugar y v io a los hombres destrozados por los impactos de
bala. Sin mediar palabra, sacó la pistola y le dio un tiro en la cabeza a cada
uno.

Anta la mirada de reproche de algunos de los sobrev iv ientes, el “gato


exclamó:

-¿Qué?... ¿Quieren que el peso de cargarlos signifique la muerte para todos


nosotros? El que se quiera quedar a enterrarlos quédese, si no, agarren las
armas, la munición, los radios y salgamos ya de aquí… ¡ni que nunca hubieran
estado en combate carajo!-

“El gato” había labrado su fama de asesino en la filas de la guerrilla de las


FARC59. Como cabecilla de la cuadrilla 19 en la sierra nev ada, había
sembrado la muerte y el terror durante 13 años, hasta que esa organización
terrorista había sido desarticulada por el propio Coronel Jhon Sánchez Serrano,
cuando al mando de una operación de la primera brigada del ejército, había
logrado dar de baja a 25 guerrilleros, se habían rendido otros 33, ocho habían
capturados, y las tropas habían ejecutado el desalojo de fincas que
ocupaban, la inmov ilización de cuatro v ehículos todo terreno, y v arias

59
Grupo insurgente autodenominado Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia

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motocicletas, así como el decomiso de abundante material bélico y de
comunicaciones60.

Esa era una deuda que estaba pendiente por cobrar con el Coronel Sánchez
Serrano. Alias “El gato”, durante 13 largos y dolorosos años, había
desaparecido, desplazado, fusilado, esclav izado y torturado cientos de 125
indígenas que habitaban las áreas protegidas del parque natural de la Sierra
Nev ada.

Después del golpe mortal que le proporcionara el Ejército colombiano, había


optado por “independizarse” de la organización, y concentrar sus fuerzas en la
extracción ilegal de oro y Coltán, así como en el cobro de impuestos a
ganaderos y traficantes de droga en toda la región.

Luego del conteo de bajas, se informó al cabecilla que quedaban 11 hombres


en pié. Había muerto “caimán”, hombre de confianza dalias “El gato” desde
hacía tiempo atrás. Por seguridad, decidieron separarse en dos grupos. Uno,
el más grande, con 7 hombres al mando de “gato”, av anzaría hacia la draga
de donde habían partido, donde encontrarían hombres, munición y v ehículos
para escapar monte arriba con los secuestrados. El otro grupo se dirigiría
hacia la draga principal, donde habían capturado por primera v ez a los
inv estigadores, con el fin de encontrarse con “Pekinés”, ponerlo al tanto de la
situación y organizar un foco de resistencia a las operaciones militares. La
orden que llev aban estos últimos, era dinamitar puentes, quemar poblados e
instalar trampas por todos los caminos y senderos para retrasar la operación
militar.

Desde la selv a, entre la espesura, los Guerreros jaguares que los habían
seguido, esperaban el momento propicio para atacar. Ellos si habían v isto a los
comandos y por eso prefirieron esperar a que actuaran primero.

Después de ocultar los cadáv eres de sus compañeros en huecos excav ados
en la tierra húmeda y cubrirlos con v egetación, los grupos comenzaron a
av anzar. Cuatro de los compañeros de alias “El gato”, se encargaron de
cargar a los secuestrados, dos de la custodia mientras su jefe iba al frente
abriendo camino por la maleza. El otro grupo, liderado por el guía indígena al
serv icio de los delincuentes, enfiló monte abajo, sin saber que estaba a punto
de caer en una emboscada mortal.

El teniente Edgar Galeano, al mando del comando que habían denominado


“rescate uno” hizo señas a sus compañeros para seguir al grupo que llev aba a
los secuestrados.

60
www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-198408

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El segundo grupo, que ahora orientaba el guía indígena, av anzó corriendo
por el sendero que habían usado para subir hasta el refugio. Pero por el afán
de salir de la zona de combate, y llev ar la orden de su jefe al grupo de
“Pekinés”, descuidaron la seguridad.

Al llegar a un claro de la selv a, e intentar cruzarlo, una lluv ia de dardos


126
env enenados cayó sobre ellos desde los matorrales cercanos. Ninguno
alcanzó a accionar sus armas.

Había hecho blanco en los hombres de alias “el gato” el v eneno de la rana
dorada, usado por los Guerreros jaguares en sus cerbatanas y flechas. Era un
tóxico mortal legendario desde la época de la conquista española. Esta
terrible sustancia, produce una liberación sostenida de acetilcolina 61 en el
cerebro, lo que trae como consecuencia la contracción muscular tetánica y
la muerte por paro respiratorio a causa de una parálisis de los músculos
respiratorios. Una gota era letal en minutos, diez dardos env enenados,
insertados al tiempo, causaban la muerte instantánea.

Alias “El gato”, ajeno a lo que le había sucedido a sus secuaces, y confiado en
que “Pekinés” le daría cobertura, prefirió descansar un momento cerca de una
pequeña cascada que llev aba el agua de la reciente tormenta a los lechos
de los ríos principales. Apenas eran las cuatro de la tarde, pero por la sombra
de la Sierra, y la espesura de la v egetación, parecían las diez de la noche.

Ordenó que le quitaran la v enda de los ojos y la mordaza a los secuestrados.


Luego que los desataran de las manos, pero que los encadenaran a un árbol,
porque Aura siempre estaba intentando escaparse. Los cuatro portadores,
que v enían cargando a los secuestrados, se refrescaron en la quebrada
mientras otro encendía una fogata bajo unas rocas para no llamar la atención
con el brillo del fuego. Los demás prestaban guardia en puntos cercanos.

alias “El gato”, extendió un trozo de tela en el piso, y sacó de su morral los
elementos de aseo para su arma. Mientras iba desmontando cada sección
con una delicadeza religiosa, le pregunto a Philippe:

-¿Dónde está mi brazalete francesito de mierda?-

Merchand y Aura, obv iamente maltratados y cansados por las ataduras y por
la manera de cargarlos, permanecían sentados, encadenados por el cuello,
mirando al suelo. El otro hombre, el de la fogata, le alcanzó a cada uno, una
lata de frijoles caliente y una cuchara.

61
es.wikipedia.org/wiki/Phyllobates_terribilis

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-¡coman! -Les dijo “el gato” bruscamente.- En la selv a, el que no come se
muere-.

Los secuestrados, a regañadientes, pero consientes de la v eracidad de las


palabras del secuestrador, comieron los frijoles, pero Aura dejó cerca la lata, al
v er que aún conservaba la tapa, que, gracia a su filo, podía serv ir para cortar
las ataduras o ser un arma en un momento de necesidad.
127

Aalias “El gato”, después de haber comido lo mismo que sus v íctimas,
armando el fusil y brillando cada cartucho con una delicadeza y atención casi
sicótica, v olv ió a preguntar:

-¿Si me oyó gringo? ¿Dónde carajos está mi brazalete francesito de mierda?-

-No lo tengo conmigo- le respondió Philippe mirándolo a los ojos. -¿me cree
tan estúpido como para traerlo a esta selv a al alcance de alimañas como
usted? ¡fils de pute!- le dijo Merchand a su secuestrador, con tono
amenazador.

La respuesta no se hizo esperar, un culatazo le rompió la ceja izquierda y lo hizo


caer de medio lado sobre el suelo.

-v amos a ponernos claros francesito de mierda- siguió diciendo alias “El gato”
mientras limpiaba la sangre de la culata del fusil. –cuando le v endí esa v aina a
usted en Panamá, no tenía idea del v alor que tenía. El indio al que se lo quité,
no me dijo nada de eso… bueno… ¡tampoco tenía cabeza para poder
hacerlo!- rió dejando v er toda su dentadura amarilla por el tabaco.

-Después de llegar aquí, -continuó el bandido mientras ajustaba el cerrojo del


fusil- y contarle a todos como había estafado a un pinche europeo, mi jefe
casi me mata cuando supo que le había v endido el “famoso brazalete del
Jaguar de Fuego”- dijo con tono de burla, haciendo muecas e imitando a su
jefe. –por eso nos tomamos tantas molestias para mandarlo seguir desde
Nuev a York. Yo hubiera preferido simplemente matarlo y quitarle la caja, pero
el gringo se caga del susto por todo, y monto una operación creyéndose
“james bond” ¡y mire el mierdero en el que nos metió!... en fin… - suspiró al
terminar de limpiar y armar las armas, mientras guardaba los implementos de
aseo.

-usted me v a a llev ar a ese tesoro, ¡así tenga que sacarle las coordenadas del
culo profesor!- dijo colocando la hoja de su enorme cuchillo en la barbilla de
Merchand, obligándolo a mirarlo a los ojos. – ¿O prefiere que le pregunte a la
princesita?- giró la cabeza hacia Aura relamiéndose los labios.

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-piénselo francesito de mierda- siguió diciendo sin dejarlo responder. Le v oy a
dar esta noche para que lo piense. Mañana, cuando v ea arder toda la Sierra
nev ada, y lo llev e a mirar la cabeza de mil putos indígenas, sé que cambiará
de parecer-. Se alejó de ellos, haciéndole un ademan al centinela para que
acercara y rev isara las cadenas que los ataban al árbol.

En la penumbra de la noche, que se cernía como un manto de muerte sobre


128
la región, los comandos se acercaban y ocupaban posiciones estratégicas
asegurando en su mira a cada uno de los sujetos del grupo del gato. Cuando
todos estuv ieron en línea de disparo, los infantes de marina esperaron la señal
del teniente Galeano para atacar.

La noche estaba completamente despejada. No había luna. Las estrellas


titilaban enormes y diáfanas sobre la tragedia, ajenas a la carnicería, el odio y
la codicia humanas. El aire frio que bajaba de los picos nev ados, refrescaba
de v ez en cuando el calor pegajoso y húmedo del suelo de la selv a.

-Aura…. ¿Estás bien?- preguntó Philippe, con el rostro bañado en la sangre que
manaba por la herida de la ceja.

-debimos haberte dicho la v erdad desde el principio.- respondió en tono


apesadumbrado su compañera. – actuamos exactamente igual que Beringer.
Queriendo ser diferentes, te usamos para llegar hasta él y mira, hemos
causado la muerte de tanta gente, que ya perdí la cuenta-.

-¿de qué tesoro hablan? –Le indagó el francés - Digo, en los v iajes y las
inv estigaciones que hice sobre el Clan jaguar, nunca encontré referencias a
un tesoro o algo así. ¿En serio ellos creen que ese tesoro existe y que de existir,
está en un punto marcado por unas coordenadas escritas quien sabe por
quién, quien sabe hace cuanto, y quien sabe en qué idioma?-

Aura se recostó en el tronco que tenía a la espalda. Verificó que el centinela


no pudiera escucharla y le respondió en v oz baja a Merchand, mientras se
sobaba las muñecas maltratadas por las ataduras al tronco en que los
transportaron.

-Cuando los españoles llegaron a la población de I raca, donde reinaba


Sugamuxi – comenzó a narrar la guerrera jaguar, aun con algunos rastros de
los trazos rituales que hizo sobre su rostro en la cuev a al amanecer – entraron
al templo del sol, que rebosaba de oro y joyas preciosas, mantas, tejos de sal y
muchas ofrendas acumuladas por siglos de tradición religiosa.

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Recuerda Philippe, que para los aborígenes, el oro y las esmeraldas le
pertenecían al sol, no se consideraban metales preciosos, por lo que su
significado era meramente ritual. Es más, para ellos era mucho más preciosa la
sal, moneda de intercambio en los reinos de Suramérica, que el mismo oro,
objeto de la codicia de los europeos.

Dos de los soldados, que portaban las antorchas, - continuó el relato- por la
129
sorpresa que les causó el tesoro encontrado, dejaron caer las teas sobre las
alfombras de algodón que cubrían el piso.

Debido al aceite contenido en ellas y las columnas de madera, el fuego se


propagó rápidamente sin darles tiempo a huir 62. Solo dos hombres que
estaban apostados al exterior como centinelas, luego del incendio, robaron lo
que les cupo en las alforjas y fueron a dar av iso al grueso de la tropa.

Entre tanto, los indígenas, tomaron todos estos tesoros, y en andas lo llev aron a
un paraje desconocido, sellado por el propio Sugamuxi, quien dio orden de
sacrificar a los portadores para que solo él y su sequito de Guerreros jaguares,
supieran la localización. Tiempo después el mismo sugamuxi murió, en la
cámara de torturas de los españoles, sin rev elar el secreto de la ubicación del
increíble tesoro. Uno de los Guerreros jaguares, algo así como el senescal
elegido por Sugamuxi para custodiar el lugar, pudo salir en la noche y
adentrarse, con la ayuda de sus hermanos de causa, en las selv as de Centro
américa. Tú, como estudioso de las culturas prehispánicas, debes saber que
los Muiscas tienen un profundo conocimiento de la astronomía, al igual que los
Toltecas, Mayas, Aztecas y demás pueblos ancestrales-.

-¡si claro!- contestó el profesor Merchand, acomodándose para escuchar la


explicación de Aura, animado por su interés en las profundidades de la
historia. -He sido asiduo lector de las obras de Fray Pedro Simón que hablan
sobre la estructura de los calendarios de la época; o José D. Duquesne, quien
también realizó un análisis extenso de los calendarios Muiscas. De hecho sé
que en épocas modernas otros inv estigadores han estudiado la cosmogonía
Kogui como Gerardo Reichel Dolmatoff 63-.

-Exacto- contestó Aura mirándolo fijamente a los ojos. – las coordenadas que
están en el brazalete que tu compraste, no son geográficas, pues ese es un
concepto desarrollado en Europa.

62
Los Hombres del Dorado. Eduardo Posada. Colección, Biblioteca colombiana de cultura, P.72
63
www.oocities.org/acarvajaltt/temas/astronomia_colombia.htm

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Estas coordenadas, registran la ubicación exacta del tesoro de Sugamuxi,
respecto a la posición de las estrellas en cierta época, en una fecha precisa…
pero no del calendario que conocemos en occidente, sino del calendario
Muisca… por eso es que no ha podido ser hallado, y por eso es que estos
bandidos necesitan a un Guerrero jaguar para interpretar los símbolos… de
hecho, por eso Beringer no está escatimando esfuerzos para hacerse al
brazalete que le mostraste en Nuev a York, él tiene el conocimiento para
130
descifrar el mapa-

-¡Mon dieu!- exclamo asombrado el profesor. –

-¡LOS TOMBOS!- Gritó un centinela apostado a unos v ente metros de donde se


encontraban los secuestrados, y una milésima de segundo después, su cráneo
explotó en mil pedazos por efecto de un disparo. Luego, una seguidilla de
detonaciones dio cuenta de otros dos hombres que intentaron reaccionar.

“El gato” apagó con el pié derecho la fogata y con el primer disparo logró dar
de baja a uno de los comandos, que lanzó un gemido al caer. Siguió un
silencio apenas roto por las chicharras y los murmullos de la selv a. Al parecer,
los comandos, al v erse descubiertos y tener una baja, decidieron replegarse
para no poner en riesgo la v ida de los plagiados.

Cinco kilómetros más abajo, el equipo de comandos anfibios llamado “rescate


dos”, av anzaba cauteloso desde el lugar de desembarco. Aprov echando las
sobras de la noche, y usando su conocimiento del terreno así como la
experiencia en combate, el sargento Alba guiaba a sus hombres en la
dirección en que habían dejado a “rescate uno” enfrentando a los bandoleros
de alias “el gato”. El Mayor Cesar Mondragón , había ordenado silencio
radial y había regresado a la base del puesto de mando unificado, desde
donde podrían monitorear, por medio de las cámaras infrarrojas que habían
llev ado los militares del segundo equipo, los pormenores de la operación.

“Pekinés”, ignorante de todo lo que estaba pasando a poca distancia de su


campamento, estaba sentado sobre una roca, irónicamente a la orilla de la
misma quebrada en la que había acampado, algunos kilómetros más arriba
“El gato”.

Con una piedra Wüsthof, diseñada para afilar cuchillos, repasaba la enorme
hoja de su puñal. A su lado, estaban 10 de sus mejores hombres. Había
dejado al resto en la draga principal, porque los indios se habían intentado
rev olucionar dos v eces durante el último mes, y necesitaban incrementar la
producción antes que le ejército los encontrara y destruyera la draga.

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Era un juego de larga data que ya se había acostumbrado a jugar. Construir
tres o cuatro dragas, esclav izar todos los indígenas que pudiera en las
cercanías del rio, ponerlas a plena producción durante 24 horas al día, estar
atento a las informaciones de sus infiltrados y campaneros 64 para saber
cuándo v enia la tropa, y salir corriendo antes que una bomba de 200 kilos
cayera sobre el aparato y el campamento, desde algún av ión de la fuerza
aérea.
131

Uno de sus hombres, conocido con el alias de “oso”, por sus enormes manos y
gran estatura, se sentó junto a él colocando el fusil M -16 en posición v ertical
con su mano izquierda.

-Lastima ¿no patrón?- le dijo el “oso”.

-¿Lastima de qué?- le preguntó “Pekinés, rev isando que el cuchillo quedara


listo para la próxima masacre.

-Pues que nos toque v olv er mierda todo esto tan bonito-. Dijo el “oso”
suspirando.

“Pekinés” lo miró con incredulidad. Se subió el sombrero con la punta del


cuchillo, lo guardó en su funda y mirando el curso del agua le dijo:

-¿Sumercé65 es que se me mariquió66 o qué? ¡Qué tal este huev ón con las que
me sale! No pues… santa Teresa de Jesús…. ¡v aya releve al centinela es lo que
ha de hacer gran pendejo! ¡Y deje de fumar esa porquería que es lo que tiene
así! – le ordenó, al tiempo que le daba un fuerte empujón, que lo tumbó de la
roca con todo y fusil.

-¡Bobo marica! –

Gritó “Pekinés”, mientras “el oso” se alejaba renqueando por el golpe al caer.
Para “Pekinés” no existía otro modo de v ida. Desde muy pequeño se había
v alido solo para sobrev iv ir. Hijo de una familia de jornaleros del Magdalena
Medio67, que era demasiado grande para las tres yucas que conseguían para
desayunar, almorzar y comer, pasó su infancia en la casita de campo en la
que v iv ía con sus padres y su hermanita. Gente “humilde pero honrada”,
decía su padre cuando le proponían algún chueco.

64
Personas ubicadas alrededor de los cambuches para observar el movimiento de las tropas y dar aviso
de cualquier operación.
65
Apócope de su merced, una expresión que se usa en Colombia para referirse a otra persona en lugar
de titearla.
66
Acobardó, enloqueció, perdió el juicio.
67
corporacionavre.org/proyectos/cobertura -territorial/region-magdalen-medio

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El pequeño Alberto, antes de ser el temible “pekinés”, recorría al galope las
dos v eredas que separaban la tienda de su casa, solo para poder comer
dulces. Se regalaba para cualquier mandado, con tal que quien lo env iaba,
le comprara un paquetico de galletas Rondalla o un “tabaco” de dulce, un
caramelo alargado, fabricado con melao, el jugo solidificado de la caña de
azúcar. Era una familia feliz. Ninguno había estudiado, ni estudiaba. Todos,
hasta la hermanita de 8 años, tenían que ayudar en la labor de sobrev iv ir, la
132
más urgente e ingrata misión de los seres humanos.

Un día, en una de esas diligencias entre la casa y la tienda de don “Pacho”,


trayendo las v iandas que su papá le había dicho y, obv iamente habiendo
cobrado el v alor del mandado en dulces y galletas, Alberto se encontró de
manos a boca con un jaguar.

Los dos quedaron paralizados del susto, ya que si el animal hubiera querido
tragarlo, con un solo zarpazo habría partido en dos su escasa y macilenta
humanidad. Pero el felino retrocedió. Al parecer estaba tras la pista de una
presa y no le agradaban mucho los humanos. Alberto, le arrojó a la cara
todo lo que traía (menos los dulces), y salió corriendo como dicen en esas
tierras: “como alma que llev a el diablo”. Sus pequeñas piernas se multiplicaron
por efecto de la adrenalina que a borbotones, solo daba una orden a su
pequeño cuerpo:

¡corre!

Al llegar a la casa, tal era la cara de muerto que traía que la mamá soltó lo
que tenía en la mano y corrió a recibir a su hijito que estaba a punto de
desmayarse. El padre, que a la sazón estaba en la sala afinando la guitarra, se
paró de un salto.

-¿qué paso mijo?- le decía la madre tratando de calmarlo.

-un… un… un tigre mamacita, ¡casi me come un tigre!- decía entre sollozos el
pequeño.

-¡chino pendejo por aquí no hay tigres!-v ociferó el papa, pero dos segundos
después, una andanada de golpes con un mantel, una escoba y dos
chancletas v oladoras lo hicieron retroceder a la sala.

-¡Se lo dije v iejo perezoso, que un día de estos al chinito le iba a pasar algo por
mandarlo solo por allá!- gritaba la madre enfurecida persiguiendo a su marido
por la casa y arrojándole todo lo que encontraba a la mano.

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-¡Pero es que al señor no se le ocurre sino mandar a un peladito a hacer lo que
le toca a él! ¡Vaya a v er carajo mate ese bicho que después v a a v enir a
comerse las gallinitas! ¡Que hubo a v er carajo!- ordenó la madre angustiada.

El padre no tuv o más remedio que cargar la escopeta que guardaba sobre la
puerta de la casa, y salir en busca del “tigre” que había asustado a su hijo.
Alberto, por su parte, ya repuesto del susto, y env alentonado por la protección
133
materna, echó mano de una escopeta de fisto de un solo tiro, que un tío le
había regalado para su cumpleaños número doce, que dizque porque “ya era
un hombre”, y salió decidido detrás de su padre. La mamá se quedó
persignándose en la puerta de la casita de campo.

Al encontrar el rastro del animal, el padre se asustó, porque, por el tamaño de


la huella y su profundidad, debió tratarse de un felino macho adulto, de unos
120 kilos de peso. Más adelante, encontró las bolsas con el mercado que
Alberto había tirado al hocico del animal para distraerlo, pero no había seña
del jaguar.

Se agachó para rev isar si había orinado marcando el terreno, y no pudo v er


que a su espalda, arriba de un árbol, el depredador se agazapaba tensando
todos sus músculos para saltar sobre él. Alberto llegó justo en el instante en el
que el inmenso gato caía con todo su peso y furia sobre la humanidad de su
padre.

-¡Papá!- gritó el niño, quien sin pensarlo dos v eces, subió la escopeta al
hombro y le descerrajó el único disparo al animal que, al escucharlo, se giró
hacia él y rugió poderosamente. El disparo atrav esó el cráneo del felino y lo
dejó tendido sobre su padre que no se mov ía. Alberto temió lo peor.

-¡Ayúdeme a quitarme este animal de encima mijo!-

Dijo el padre ahogado por el peso muerto del jaguar. Comieron carne
durante casi quince días y alcanzó para inv itar a los pocos v ecinos a celebrar
la muerte del jaguar. El padre mostraba orgulloso la piel del felino ya retirada,
salada y extendida para que se secara. Contaba con gestos y gran
dramatismo, como su pequeño hijo, casi un diminuto perrito “Pekinés”68 al lado
de semejante león que lo había atacado, se había llenado de v alor, y lo
había salv ado de las fauces de la muerte con una escopeta de un solo tiro.

A partir de ese momento, Alberto se conoció como “Pekinés” el único niño de


toda la región, que había podido matar un jaguar.

68
es.wikipedia.org/wiki/Pekin%C3%A9s_(raza_de_perro)

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“Pekinés” miró su reloj. Marcaba las 10:45 de la noche. Debía apagar la fogata
y organizar a sus pocos hombres en los turnos de guardia nocturna. Aunque
estaban en sus dominios y a las autoridades les era obligatorio av isar a los
indígenas antes de entrar a algún operativ o, la guerra y la experiencia
delincuencial le había entrenado para ser precav ido. Se acomodó el
sombrero, se terció el fusil y rev isó que no quedará nada sobre la roca. Al
deslizarse de ella para dirigirse al campamento, quedó congelado con dos
134
cañones de fusil I MI Tav or 69 que le apuntaban a centímetros del rostro.

Los comandos de “Rescate 2” los habían encontrado y copado 70 antes de


permitir cualquier reacción suya o de sus hombres. En un santiamén, otro militar
lo puso de rodillas, le ato las manos sobre la cabeza y lo desarmó
completamente. Cuando lo llev aron junto a la fogata, todos sus compinches
habían sido reducidos en absoluto silencio y permanecían boca abajo, uno al
lado del otro con las manos atadas a la espalda, descalzos y desarmados.

El Sargento Miguel Alba, sin pronunciar palabra, dio instrucciones por señas a
sus hombres para que se ubicaran en el perímetro, previendo algún intento de
fuga o rescate. No sabían cuántos eran, ni si había más grupos, así que lo
mejor era asegurar la zona mientras recibía instrucciones del puesto de mando
unificado. El jov en pero curtido Guerrero, Desplegó el dispositiv o robusto
X50071, que enlazado v ía satélite permitía comunicación remota instantánea y
encriptada, en v ideo y v oz con los oficiales que dirigían la operación.

El dilema era que, al haber apresado un objetiv o de alto v alor como “Pekinés”,
la unidad de combate debía retornar al punto de desembarco para que las
aeronav es recogieran a los prisioneros y luego iniciar desde cero el despliegue
de refuerzo para “Rescate uno”, que los requería con suma urgencia, ya que
permanecía incomunicado y sin recursos, los comandos de “rescate uno”,
habían descendido únicamente con la misión de rescatar una personas de
una cuev a, por lo que llev aban su dotación mínima de combate, un fusil de
asalto Colt M-4, con cuatro proveedores, una pistola ligera Sig Sauer P-230, con
dos prov eedores, un morral de asalto básico, con cinta refrescante, un
botiquín de asalto, una batería extra para el radio comunicador de patrulla, y
algunas prov isiones mínimas. El sistema de comunicación también era
limitado, teniendo en cuenta que solo se trataba de descender y subir en
menos de 15 minutos. Debido al silencio radial que se había ordenado, hacía
ya 12 horas que no se sabía nada de “rescate uno”, por lo que era prioritario
llegar hasta ellos.

69
El TAR-21, o simplemente Tavor, es un moderno fusil de asalto de calibre 5,56 mm fabricado
por Israel, considerado como una de las mejores armas de su categoría por su fiabil idad en condiciones
adversas
70
Acción militar de dominar al enemigo mediante acercamiento furtivo sin que se de cuenta.
71
Equipo de comunicación en combate es.getac.com/aboutgetac/news/news_2018022266.html

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El comando central, confiado en la capacidad táctica del Teniente Edgar
Galeano, decidió que lo más prudente y seguro era transportar a los
prisioneros al área de desembarco y luego retornar a la misión de apoyo a
“Recate uno”. Aun no sabían que habían tenido una baja y que el Teniente
Galeano había sido herido en la pierna derecha. Esta decisión táctica,
significaba que la operación de apoyo tomaría al menos, siete horas más, sin
poder acudir a refuerzos de ninguna clase, porque esto traería la atención de
135
los medios de comunicación y todos sabrían que tenían perdido a un
funcionario de las Naciones U nidas, posiblemente en poder de uno de los
delincuentes más peligrosos del país.

En el lugar que habían elegido los hombres de alias “gato” para pernoctar,
todos guardaban un silencio expectante. Aura y Philippe, permanecían boca
abajo en el suelo, cada uno de ellos, con una pistola apuntándole a la
cabeza, lista a disparar en caso de cualquier rescate. Alias “El gato”, con su
fusil desasegurado, trataba de v er en la penumbra de la noche, adiv inando
siluetas para repeler cualquier intento de asalto de las tropas. La unidad de
comandos “rescate uno”, que había estado siguiéndolos, se había replegado
unos cincuenta metros, para ev itar prov ocar una lesión a los secuestrados,
además, su fuerza se había reducido al perder el factor sorpresa. De los
cuatro miembros del comando, uno estaba muerto, y el teniente había
resultado grav emente herido en la pierna derecha. De repente, de entre la
tupida v egetación, varios dardos volaron hacia los militares de “Rescate uno”.
Estos estaban empapados en un poderoso narcótico destilado del fruto del
borrachero, un árbol endémico de la región. Con esa dosis, los soldados
quedarían inmov ilizados durante al menos seis horas. Unos segundos después,
sin producir ningún ruido que permitiera prev er lo que estaba pasando, una
flecha v oló desde un matorral cercano a los rehenes y atravesó desde atrás la
garganta dalias “El gato”, quien lanzó un gemido estertóreo, al tiempo que
disparaba todo su prov eedor en ráfaga, en la desesperación de la muerte
sorpresiv a, matando a sus dos secuaces e hiriendo a Philippe en el hombro
izquierdo. Aura lanzó un grito de terror al sentir la ráfaga de disparos pasar a
escasos milímetros de su cuerpo. Y luego reinó absoluto silencio en la oscura y
húmeda noche de la selv a.

Philippe, en shock por el disparo, se incorporó como pudo y v io salir de entre


las sombras y la v egetación v arios hombres pintados con diseños tribales y de
guerra. Todos ellos ev identemente indígenas, corpulentos y armados con
cerbatanas, arcos y flechas con plumas de div ersos colores. Eran los Guerreros
jaguares que llegaban a reclamar su territorio.

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Sintió un fuerte golpe seco en la nuca y cayó de bruces en el suelo. En su
delirio, se v io a si mismo de pié, reflejado en el v entanal del café “Le
Procope”. Adentro, una desprev enida Collete, servía la barra y reía animada,
seguramente por los comentarios de los comensales. Por el reflejo podía v er
también, tras él, la agitada v ida parisina que subía y bajaba por la calle de
l´Ancienne-Comédie. Cerró los ojos y sintió el aroma del Lait tacheté, que
magistralmente preparaba Colette, en esa cafetera antigua que lo conv ertía
136
en una bebida excepcional. Al abrir los ojos, se v io transportado al Central
park, ahora v estido con un largo gabán de paño oscuro, en el cruce de la
séptima Av enida con la calle cincuenta y ocho w est, justo a la salida hacia
Manhattan, en Columbus Circle, mirando la estatua de Colón. Curiosamente
sintió que ya no lo admiraba ni lo respetaba. La historia que Aura le había
contado sobre el fuerte “navidad”, le había cambiado el punto de v ista sobre
la “gran” empresa del descubrimiento de américa.

Lo despertó el dolor que sentía en todo su cuerpo. Entreabrió los ojos y


descubrió que respiraba con suma dificultad, debido quizá al disparo que le
propinó “el gato” en los estertores de su muerte. Frente a él, como en una
escena surrealista sacada de algún triller de terror, sobre una fogata estaba la
cabeza cercenada de alias “El Gato” amarrada del cabello a un madero
atrav esado sobre las llamas. Sintió pánico. La mirada de los ojos desorbitados
del cráneo mientras se derretía entre el fuego, parecía la confirmación del
presagio que le hiciera hace tiempo, la anciana loca en la aldea de los
Kogui72 de la Sierra nev ada de Santa Marta.

I ntentó mov erse pero estaba firmemente atado de pies y manos. De repente
sintió su aroma. Ese perfume que lo había cautiv ado desde que la conoció.
Por la espalda, una mano femenina suav emente se desplazaba entre su
cabello, ahora apelmazado por su propia sangre.

-Lo siento Philippe- le dijo ella al oído. –se supone que nunca llegarías hasta
aquí-.

Lentamente y con cuidado, ella lo giró en el suelo hasta quedar boca arriba y,
antes que él pudiera articular palabra, lev antó su mano derecha con un
enorme puñal plateado rematado en una empuñadura dorada con forma de
cabeza de Jaguar.

-no podemos arriesgarnos a dejarte vivir amor mío- le dijo ella con los ojos
llenos de lágrimas.

72
Los kogui de la Sierra Nevada, se consideran a sí mismos los herederos del jaguar

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Y sin dudarlo un segundo, asestó un certero golpe en el pecho del
inv estigador, quién sintió como la hoja y la decepción de morir a manos de la
única mujer a la que se atrev ió decirle que la amaba, taladraban su corazón.

Sintió como la sangre salía a borbotones mientras se le escapaba la v ida, y


justo cuando ella retiró la mano del puñal, v io la pulsera sagrada de los
miembros del Clan Jaguar.
137
Su v isión se hizo borrosa, y mientras entraba en el oscuro pasaje de la muerte,
escuchó un rugido entre la maleza y lo entendió todo. Él era el sacrificio para
el Jaguar. Alimento sagrado para el espíritu protector de la selv a.

Cerró los ojos y partió sin llorar. Como le habían dicho que lo hacían los
Hombres Jaguar desde el inicio de los tiempos.

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COROLARIO
-¡Coronel! ¡Coronel!- dijo una jov en periodista presente en la rueda de prensa
que estaba ofreciendo el Ministerio de Ddefensa en la sala de
comunicaciones de su sede principal en Bogotá.
138
-Dígame señorita- Dijo el Coronel Jhon Sánchez Serrano, ahora v estido de gala
y sentado en la mesa principal junto al Teniente Edgar Galeano y otros altos
mando militares.

-¿Por qué un inv estigador de la ONU, se encontraba solo y sin protección en


esa área si era tan peligrosa?- preguntó la comunicadora colocándose en pie.

-Desconocemos la razón por la que este prestigioso inv estigador se había


adentrado en la selv a sin conocerla señorita- respondió en tono oficial el
Coronel – aquí está (y lev antó un documento para que todos pudieran v erlo),
una carta en la que el Profesor Merchand renunció v oluntariamente a
cualquier protección o escolta que pudiéramos brindarle. Como ya lo narró el
Señor Teniente Edgar Alberto Galeano, v erdadero héroe de esta operación, él
se encontraba de patrulla por esa zona, cuando fue emboscado por los
hombres de alias “el gato”. En ese enfrentamiento, fue dado de baja este
peligroso bandido, junto a muchos de sus secuaces y además,
afortunadamente, nuestros efectiv os lograron capturar en plena huida a alias
“Pekinés”, responsable de innumerables masacres, desapariciones forzadas y
acusado formalmente hoy, ante la justicia, por tráfico de personas, secuestro,
narcotráfico, minería ilegal, apropiación de hidrocarburos y diez crímenes más-
puntualizó el Coronel Sánchez.

-Teniente Galeano- interv ino otro periodista dirigiéndose al oficial, que tenía
enyesada la pierna y sostenía las muletas a su lado como testimonio de su
heroísmo. –Aun no me queda claro,- continuó la pregunta - cómo, en medio
de un combate tan recio como el que se narra, y en el que resultaron muertos
o grav emente heridos más de 40 personas incluidos, desafortunadamente
usted y otro militar, ¡aparece el cadáv er de un inv estigador francés,
funcionario de las Naciones Unidas medio comido por animales y
aparentemente, según el informe de Medicina legal, apuñalado en el
corazón!-

El teniente Galeano guardó un silencio incómodo y miró al coronel Sánchez en


busca de ayuda

-Por fav or entiendan - respondió el coronel – que en el área las cosas no son
tan fáciles de digerir como en una rueda de prensa.

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En medio de una operación contra la banda criminal de “Los gav ilanes” al
mando de alias “el gato” y alias “Pekinés”, la unidad de comandos anfibios
de la Armada nacional, logró desarticular una organización internacional
dedicada a la explotación y exportación ilegal de oro, y coltán.

Además extorsionaban y asesinaban personas en toda la Sierra Nev ada de


Santa Marta. Este heroico oficial (puso la mano sobre el hombro del teniente
que ya lucía más tranquilo), logró, no solo el más absoluto éxito militar de los 139

últimos tiempos, sino que además, encontró, rescató y transportó el cadáv er


del desafortunadamente desaparecido profesor Philippe Merchand, quien
adelantaba, para una prestigiosa publicación, una inv estigación etnográfica
de los pueblos de la región. Ahora los inv ito a que nos acompañen al acto de
condecoración de nuestros héroes -. Puntualizó el coronel lev antándose de la
mesa y suspendiendo las preguntas.

Desde un punto lejano del recinto, El Doctor Hernán Griboldi Ciprian,


observ aba todo lo que pasaba con rostro adusto. Tomó su teléfono celular y
marcó un número internacional.

-¡Hernán, cuanto gusto escucharte, cuéntame cómo v a todo!- era Michael


Frendch, desde su oficina en Nuev a York.

-Bien Michael. La v erdad es que el Coronel Sánchez Serrano supo sortear con
gran habilidad a la prensa, creo que todo se quedará ahí. ¿y Beringer?-

-Lo acaba de detener el FBI . Le encontraron v arios mensajes y llamadas de la


gente de alias “El gato”. Creo que le tomara bastantes años tratar de explicar
la conexión, de hecho, él es una coartada excelente, en caso que falle la
v ersión del coronel, pues Beringer es el directo responsable de esta terrible
tragedia-. Puntualizo el funcionario Norteamericano al otro lado de la línea.

-Me siento culpable. Pude haberle dicho al Profesor toda la v erdad desde el
principio y haber recuperado el brazalete antes que se deshiciera de el-
comentó el Doctor Ciprian, con v oz preocupada, mientras salía del recinto de
la rueda de prensa rumbo a su oficina.

-No te preocupes por eso mi estimado Doctor Ciprian. Sabes que nuestro
propósito es superior. Aún hay muchas personas dañando, explotando y
asesinando a nuestros pueblos en toda América. No te desv íes de la misión.
Cualquier sacrificio es poco para salvaguardar nuestra misión en esta tierra. Ya
que mencionas el brazalete… ¿Cómo está Aura? ¿Ya ha env iado algún
reporte de su nuev a misión?-.

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En el mes de marzo, Paris, y en general toda Francia, está en plena migración
entre inv ierno y primav era. Baja la cantidad de turistas en la ciudad y el ev ento
central es la feria del libro, por lo que es común v er literatos, escritores y poetas
llenando los sitios de tertulia, como el café “Le Procope”.

Collete estaba a punto de terminar su turno. Había sido una mañana


especialmente agitada por la llegada de un gran grupo de estudiantes
univ ersitarios. Mientras iba recogiendo las tazas y platos que iban quedando 140

sobre la barra, se fijó en una jov en de rasgos finos, enormes ojos color av ellana
y una cabellera negra larga que caía por su espalda con la gracia de alguien
que cuida mucho su aspecto físico. Notó que tenía enorme dificultad
interpretando un mapa de la ciudad.

-¿Puis-je v ous aider avec quelque chose?-(¿puedo ayudarle en algo? )- pregunto


Colette en francés a la jov en visitante.

- Je ne parle pas très bien le français (no hablo muy bien francés)- le respondió la
jov en sonriéndole.

-¡Oh yo hablo español! Bueno,… algo… pero lo suficiente… - dijo Colette de


manera serv icial, forzando la pronunciación española con la que aprendió el
idioma durante algún tiempo que v iv ió en Madrid.

-¡Gracias a Dios! Exclamó la chica – soy estudiante de literatura. Vengo a


tomar un seminario en la Univ ersité Catholique de lille. Y estoy tratando de
localizar un alojamiento al alcance de mi presupuesto, -¡pero la v erdad este
mapa es bastante complicado de entender!-

-¿En serio?- le dijo Colette – ¡yo soy titulada en literatura de la Univ ersité
Catholique de lille!- es una casualidad increíble… yo podría ayudarte con lo
de tu alojamiento… espera termino mi turno, y te inv ito a cenar a mi casa. ¿Te
parece?

La chica asintió con una expresión de felicidad en su cara.

Colette cerró la caja, registró los ingresos, anunció su salida, le dio la


bienv enida a su relev o, rápidamente cambió su uniforme y se acercó a su
nuev a compañera de facultad.

-¿Vamos?- dijo Colette abriendo la puerta del café.

-¡Si claro v amos, te agradezco muchísimo tu ayuda, no sabes lo importante


que es para mí- dijo la jov en, mientras recogía los libros y el mapa que había
puesto sobre la barra.

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-¡que brazalete más lindo!-

Dijo Colette cuando v io en la muñeca derecha de la v isitante, un brazalete


negro con esferas doradas y la cabeza de un jaguar en oro.- Un amigo muy
querido mío, me env ió uno muy parecido desde Colombia, lo tengo en casa,
te lo enseño al llegar…. ¿Cómo es tu nombre?

-Aura del Sol - le respondió la jov en mientras la tomaba firmemente del brazo. – 141
estoy ansiosa de v er ese brazalete que me comentas-

Salieron del café y caminaron riendo y conv ersando animadamente


perdiéndose en la multitud hacia el apartamento de Colette.

En la Sierra Nev ada de Santa Marta, a ocho mil kilómetros de las chicas, sobre
los desv encijados y humeantes despojos de la draga principal de los
“Gav ilanes”, en medio de grandes cráteres causados por el reciente
bombardeo al campamento, un Jaguar adulto, rugió con fuerza, reclamando
de nuev o su territorio. Una v ez más, como en los tiempos de Sugamuxi, la
huella del jaguar sellaría la entrada al Enigma Sagrado.

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142

FICCION
HISTÓRICA
Aunque el brazalete del Clan
Jaguar existe y está actualmente en
poder del autor, y los lugares,
poblaciones, etnias, hallazgos
arqueológicos y denuncias son
reales, los hechos y su ilación son
fruto de la acción literaria.

Aún no ha podido encontrarse una


prueba fehaciente de la existencia
del Clan Jaguar tal como se
describe en la obra.

La preservación del acervo


cultural, la identidad étnica y la
riqueza de nuestros pueblos
Guerrero Jaguar Maya. aborígenes es una responsabilidad
1.200 A.C. de todos. Actualmente Colombia
Balam Quitzé pierde más de 15 hectáreas de
bosques y selvas por acción de los
traficantes de drogas, latifundistas,
. explotadores ilegales de oro y
coltán y nuestros indígenas siguen
siendo masacrados y esclavizados
de la misma manera cruel que hace
500 años.

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El autor:

Víctor Hugo Almanza es PML © (Certificate), Director del Observatorio de


DDHH de la Oficina Interamericana para la Paz y el Desarrollo; Defensor
de Derechos Humanos, con estudios principales en Justicia Penal
Internacional y procesos ante la Corte Penal Internacional, Experto en
Derechos humanos Indígenas y Cooperación Internacional certificado
por el Instituto de Altos Estudios Universitarios, facultad de Derecho
Internacional, Barcelona - España.

Miembro fundador del Colegio Colombiano de Empresarios, Fundador


de la Corporación para la Defensa de los Derechos humanos Afred
Verdross. Cuenta con amplia experiencia en diseño, evaluación e
implementación de proyectos a todo nivel. Miembro del observatorio
de DDHH del Senado de la República, certificado por la Comisión
interamericana de DDHH y la Cruz Roja Internacional en DIH y DIDDHH. e
Instructor PMI ©. Docente de amplia trayectoria en Derechos humanos y
formador de defensores en el Sistema Interamericano de Defensores y
defensoras de DDHH.

Autor de varios libros, entre ellos «Rata: Crónica crítica a la Justicia Penal
Colombiana» ha ganado diversas menciones como el premio «Ángel de
la Calle» en 2012 y el premio «LOGYCA a la innovación empresarial» en
2009; Se ha hecho acreedor a la Medalla José Acevedo y Gómez en
grado de Gran Comendador y recibió en 2014, la Estrella de la Policía
Nacional por su trabajo humanitario en la capital Colombiana.

Como víctima del conflicto armado que padece Colombia desde hace
70 años, se ha dedicado a formar defensores de DDHH y líderes sociales
empoderados frente a los retos que plantea el contexto internacional
del conflicto colombiano.

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