Está en la página 1de 3

La leyenda del toro de la laguna

Hace mucho tiempo, había toro negro que vivía tranquilamente con su dueña en
una casita cerca de la laguna clara y cristalina. Y alrededor de esta casita,
crecían juncos y totora, de los que el torito negro disfrutaba alegremente en sus
tardes veraniegas. Le gustaba pastar y pasear tranquilamente por el campo. En
noches de luna llena, subía tranquilamente la montaña y su bramido se
escuchaba en el silencio de la noche. Su vida era pacífica. Acompañaba a su
dueña a todos lados y cargaba de buena gana la leña para el fogón. Los dos
siempre paseaban a las orillas de la laguna y jugaban hasta el atardecer. Su
dueña había perdido un hijo, hace mucho tiempo y el toro se convirtió en su fiel
compañero. La señora era amable y cariñosa con él y en agradecimiento, el torito
negro le prometió que la cuidaría siempre.

Un día hermoso de verano, la dueña decidió salir más temprano que de


costumbre. Se dirigió a la laguna para tomar un refrescante baño; pero esta vez,
su fiel amigo no la acompañaba. El toro negro había salido muy temprano a
saborear el pasto fresco. Cierta mañana, como esta, salió a caminar sin prisa por
el sendero; los rayos luminosos del sol se reflejaban en su piel azabache que
brillaba en la lejanía del horizonte. Pensaba en su dueña, como en una madre,
se alegraba al verla y disfrutaba de sus juegos hasta el atardecer. Iba contento,
pues sabía que a su regreso su dueña y él irían a la laguna a disfrutar de un
maravilloso día soleado.

Cierto día, la dueña caminaba pensativa por el sendero; de pronto, observó que
del corral de su casa salió un pequeño toro blanco y este fue tras de ella en afán
de cuidarla. El torito blanco pensó que, si no estaba el toro negro junto a su
dueña, podría reemplazarlo para protegerla.

Poco a poco fueron avanzando; caminando hacia la laguna, la señora y el torito


blanco, acompañados de unas aves que atravesaron el inmenso cielo azul con
sus cantos que alegraban la mañana veraniega y los felices colores del plumaje
iluminaron el paisaje.

Ya en la laguna, el torito blanco se lanzó a ella y jugó en la orilla, mientras la


dueña meditaba pensativa sentada en una planta de totora:
- ¿Qué será de mi hijo perdido? ¿dónde estará su alma? ¿tendrá paz? -
Susurraba pacíficamente, la señora, mientras observaba la laguna.

El pequeño torito de color marfil, se distrajo con las mariposas y los saltamontes
del lugar, correteaba alegremente y se olvidó por completo de la dueña; quien
poco a poco su corazón se inundaba de tristeza.

Y meditaba la señora: ¿En dónde estará mi toro negro? Hoy es un día muy triste,
mi pequeño hijo partió lejos hace ya tantos años. ¿Dónde se habrá metido mi
querido toro negro, para que me acompañe?

De pronto, el azul cristalino de la laguna se agitó ligeramente desde el centro. La


dueña vio con asombro aparecer un pequeño niño, igual al suyo, igual al que
había perdido hacía muchísimo tiempo.

- Ven hacia mí, le decía el niño. Y ella obedeció.

Poco a poco avanzó el día. El toro negro llegó a casa contento a buscar a su
dueña, pero no la encontró. Buscó y buscó, pero no había nadie en casa. El toro
ya estaba preocupado, porque no sabía dónde estaba ella y si se encontraba
bien. Se había olvidado que en un día como este, el pequeño hijo de su dueña,
había partido a la eternidad.

El toro negro no quiso esperar más y fue en busca de su amigo, el torito blanco.
Al llegar al corral lo encontró tranquilamente y sin ninguna preocupación. El toro
negro le preguntó por la dueña y él le dijo que ella se quedó nadando en el lago.

Algo extraño sintió el gran toro negro y como un rayo se dirigió hacia la laguna.
No encontró a su dueña por ninguna parte, hasta que observó fijamente el centro
de la laguna; la halló y se dirigió a ella nadando rápidamente; sin embargo, ya
era tarde. Todo estaba muy quieto y ella se hundía poco a poco. Él recordó la
promesa que le hizo a su dueña, de que siempre estaría junto a ella; que la
apoyaría y no había cumplido. Lloró y lloró amargamente.

El espíritu de la laguna se compadeció de él y le propuso un pacto:

- Podrás quedarte con tu dueña, si así lo quieres. Ella habita ahora en mi


mundo, en el fondo cristalino de la laguna, pero si deseas recuperarla,
deberás reclutar para mí las almas más sensibles e inocentes de tu casta.
El toro negro, sintiéndose culpable, aceptó el trato, para que se quede con su
dueña eternamente. Y cada cierto tiempo, el toro negro salía a buscar un
torito de piel brillante e inocente para entregarle al espíritu de la laguna, en
cumplimiento a su palabra, ya que era un toro de buena raza, a quien sus
ancestros le inculcaron valores como la lealtad y amor a su dueño.

El espíritu de la laguna se apiadó del torito negro, por ser perseverante y


después de dos años le regresó a su dueña y desde ese entonces viven
juntos sin separarse uno del otro.

Yupay

También podría gustarte