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Hace mucho tiempo, había toro negro que vivía tranquilamente con su dueña en
una casita cerca de la laguna clara y cristalina. Y alrededor de esta casita,
crecían juncos y totora, de los que el torito negro disfrutaba alegremente en sus
tardes veraniegas. Le gustaba pastar y pasear tranquilamente por el campo. En
noches de luna llena, subía tranquilamente la montaña y su bramido se
escuchaba en el silencio de la noche. Su vida era pacífica. Acompañaba a su
dueña a todos lados y cargaba de buena gana la leña para el fogón. Los dos
siempre paseaban a las orillas de la laguna y jugaban hasta el atardecer. Su
dueña había perdido un hijo, hace mucho tiempo y el toro se convirtió en su fiel
compañero. La señora era amable y cariñosa con él y en agradecimiento, el torito
negro le prometió que la cuidaría siempre.
Cierto día, la dueña caminaba pensativa por el sendero; de pronto, observó que
del corral de su casa salió un pequeño toro blanco y este fue tras de ella en afán
de cuidarla. El torito blanco pensó que, si no estaba el toro negro junto a su
dueña, podría reemplazarlo para protegerla.
El pequeño torito de color marfil, se distrajo con las mariposas y los saltamontes
del lugar, correteaba alegremente y se olvidó por completo de la dueña; quien
poco a poco su corazón se inundaba de tristeza.
Y meditaba la señora: ¿En dónde estará mi toro negro? Hoy es un día muy triste,
mi pequeño hijo partió lejos hace ya tantos años. ¿Dónde se habrá metido mi
querido toro negro, para que me acompañe?
Poco a poco avanzó el día. El toro negro llegó a casa contento a buscar a su
dueña, pero no la encontró. Buscó y buscó, pero no había nadie en casa. El toro
ya estaba preocupado, porque no sabía dónde estaba ella y si se encontraba
bien. Se había olvidado que en un día como este, el pequeño hijo de su dueña,
había partido a la eternidad.
El toro negro no quiso esperar más y fue en busca de su amigo, el torito blanco.
Al llegar al corral lo encontró tranquilamente y sin ninguna preocupación. El toro
negro le preguntó por la dueña y él le dijo que ella se quedó nadando en el lago.
Algo extraño sintió el gran toro negro y como un rayo se dirigió hacia la laguna.
No encontró a su dueña por ninguna parte, hasta que observó fijamente el centro
de la laguna; la halló y se dirigió a ella nadando rápidamente; sin embargo, ya
era tarde. Todo estaba muy quieto y ella se hundía poco a poco. Él recordó la
promesa que le hizo a su dueña, de que siempre estaría junto a ella; que la
apoyaría y no había cumplido. Lloró y lloró amargamente.
Yupay