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El tigre negro y el venado blanco

Hace muchísimos años vivían en la selva del Amazonas un hermoso tigre negro y un
primoroso venado blanco. Ninguno de los dos tenía hogar así que hacían su vida al aire libre
y dormían amparados por el manto de estrellas durante la noche.

Con el paso del tiempo el venado empezó a echar de menos cobijarse bajo techo y decidió
construir una cabaña. Muy ilusionado con el proyecto, eligió un claro del bosque y planificó
bien el trabajo.

– Mi primer objetivo será mordisquear la hierba hasta dejar el terreno bien liso ¡Sin unos
buenos cimientos no hay casa que resista!

Trabajó duramente toda la jornada, y cuando vio que había cumplido su propósito, se tumbó
a dormir sobre un lecho de flores.

No podía imaginar que el tigre negro, también harto de vivir a la intemperie, había tenido ese
día la misma idea ¡y casualmente había escogido el mismo lugar para construir su hogar!

– ¡Estoy hasta las narices de mojarme cuando llueve y de achicharrarme bajo el sol los meses
de verano! Fabricaré una cabaña pequeña pero muy confortable para mi uso y disfrute ¡Va a
quedar estupenda!

Llegó al claro del bosque al tiempo que salía la luna y se sorprendió al ver que en el terreno
no había hierbajos.

– ¡Uy, qué raro!… Conozco bien este sitio y siempre ha estado cubierto de malas
hierbas… Ha debido ser el dios Tulpa que ha querido ayudarme y lo ha alisado para mí
¡Bueno, así lo tendré más fácil! ¡Me pondré a construir ahora mismo!

Sin perder tiempo se puso manos a la obra; cogió palos y piedras y los colocó sobre la tierra
para montar un suelo firme y resistente. Cuando acabó, se dirigió al rio para darse un baño
refrescante.

Por la mañana, el venado volvió para continuar la tarea y ¡se quedó alucinado!

– ¡Uy! ¡¿Cómo es posible que ya esté colocado el suelo de la cabaña?!… Supongo que el
dios Tulpa lo ha hecho para echarme un cable ¡Es fantástico!

Muy contento, se dedicó a arrastrar troncos para levantar las paredes de las habitaciones.
Trabajó sin descanso y cuando empezó a oscurecer se fue a buscar algo para cenar ¡Quería
acostarse pronto para poder madrugar!

Ya entrada la noche, llegó el tigre negro. Como todos los felinos, veía muy bien en la
oscuridad y para él no suponía un problema trabajar sin luz.

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¡Se quedó con la boca abierta cuando vio las paredes perfectamente erguidas sobre el suelo
formando un cuadrado perfecto!

– ¡Pero qué maravilla!… ¡El dios Tulpa ha vuelto a ayudarme y ha construido las paredes
por mí! En cuanto monte el tejado, la daré por terminada.

Colocó grandes ramas de lado a lado sobre las paredes y luego las cubrió con hojas.

– ¡El tejado ya está listo y la cabaña ha quedado perfecta! En fin, creo que me he ganado un
buen descanso… ¡Voy a estrenar mi nueva habitación!

Bostezando, entró en una de las dos estancias y se tumbó cómodamente hasta que le venció
el sueño. Era un animal muy dormilón, así que no se enteró de la llegada del ciervo al
amanecer ni pudo ver su cara de asombro cuando este vio la obra totalmente terminada.

– ¡Oh, dios Tulpa! ¡Pero qué generoso eres! ¡Has colocado el tejado durante la noche!
¡Muchas gracias, me encanta mi nueva cabaña!

Feliz como una perdiz entró en la habitación vacía y también se quedó dormido.

Al mediodía el sol subió a lo más alto del cielo y despertó con sus intensos rayos de luz a los
dos animales; ambos se desperezaron, salieron de su cuarto al mismo tiempo y … ¡se
encontraron frente a frente!

¡El susto que se llevaron fue morrocotudo! Uno y otro se quedaron como congelados,
mirándose con la cara desencajada y los pelos tiesos como escarpias ¡Al fin y al cabo eran
enemigos naturales y estaban bajo el mismo techo!

Ninguno atacó al otro; simplemente permanecieron un largo rato observándose hasta que
cayeron en la cuenta de lo que había sucedido ¡Sin saberlo habían hecho la cabaña entre los
dos!

El venado, intentando mantener la tranquilidad, dijo al tigre negro:

– Veo que estás tan sorprendido como yo, pero ya que tenemos el mismo derecho sobre este
hogar ¿qué te parece si lo compartimos?

– ¡Me parece justo y muy práctico! Si quieres cada día uno de nosotros saldrá a cazar para
traer comida a casa ¿Te parece bien?

– ¡Me parece una idea fantástica! Mientras tanto, el otro puede ocuparse de hacer las faenas
diarias como limpiar el polvo y barrer.

Chocaron sus patas para sellar el acuerdo y empezaron a convivir entusiasmados y llenos de
buenas intenciones.

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Lo primero que había que hacer era conseguir comida y por sorteo le tocó salir a cazar al
tigre. Regresó una hora después con una presa que al venado no le hizo nada de gracia porque
era un ciervo… ¡un ciervo blanco como él!

– ¡Qué situación más desagradable, amigo tigre! Este animal es de mi misma especie y como
comprenderás, no pienso probarlo.

Se fue a su habitación disgustado y no pudo pegar ojo.

– “¡Ay, qué intranquilo me siento! El tigre negro ha cazado un venado como yo… ¡Es
terrible! ¿Y si un día le da por atacarme a mí?”

El pobre no consiguió conciliar el sueño en toda la noche pero se levantó al alba porque le
tocaba a él salir a buscar alimento.

Paseó un rato por los alrededores y se encontró con unos amigos que le ayudaron a montar
una trampa para atrapar un tigre. Cuando llegó a casa con el trofeo, su compañero se quedó
sin habla y por supuesto se negó a hincarle el diente.

– ¿Pretendes que yo, que soy un tigre, me coma a otro tigre? ¡Ni en broma, soy incapaz!

Según dijo esto se fue a su cuarto con un nerviosismo que no podía controlar.

– “Este venado parece frágil pero ha sido capaz de cazar un tigre de mi tamaño ¿Y si se lanza
sobre mí mientras duermo? No debo confiarme que las apariencias engañan y yo de tonto no
tengo nada.”

El silencio y la oscuridad se apoderaron del bosque. Todos los animales dormían


plácidamente menos el venado y el tigre que se pasaron la noche en vela y en estado de
alerta porque ninguno se fiaba del otro.

Cuando nadie lo esperaba, en torno a las cinco de la madrugada, se oyó un ruido


ensordecedor:

¡BOOOOOOOM!

Los dos estaban tan asustados y en tensión que al escuchar el estruendo salieron huyendo en
direcciones opuestas, sin pararse a comprobar de dónde provenía el sonido. Tanto uno como
otro pusieron pies en polvorosa pensando que su amigo quería atacarlo.

El hermoso tigre negro y el primoroso venado blanco nunca más volvieron a encontrarse
porque los dos se aseguraron de irse bien lejos de su posible enemigo.

El tigre trató de rehacer su vida en la zona norte, pero siempre se sentía más triste de lo
normal porque echaba de menos al ciervo.

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– ¡Qué pena acabar así! Lo cierto es que nos llevábamos muy bien y yo jamás le habría hecho
daño pero claro… ¡no puedo decir lo mismo de él!

Por su parte, en la otra punta del bosque, en la zona sur, el venado se lamentaba sin cesar:

– ¡Qué simpático era el tigre negro! Formábamos un gran equipo y podríamos haber sido
grandes amigos… Nunca le habría lastimado pero a lo mejor él a mí sí y más vale prevenir.

Y así fue cómo cada uno tuvo que volver a buscar un claro en el bosque para hacerse una
nueva cabaña, eso sí, esta vez de una sola habitación.

Moraleja: Si el tigre y el venado hubieran hablado en vez de desconfiar el uno del otro,
habrían descubierto que ninguno de los dos tenía nada que temer porque ambos eran de fiar
y se apreciaban mutuamente.

Este cuento nos enseña que nuestra mejor arma es la palabra. Decir lo que sentimos o lo que
nos preocupa a nuestros amigos es lo mejor para vivir tranquilos y en confianza.

CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

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La Jirafa Dromedaria
Érase una vez una Jirafa Dromedaria que habitaba en la sabana africana…

Esta curiosa jirafa vivía al margen de su manada porque… ¡apenas se le parecía en nada!.

Su lomo asemejábase más al de un camello, o a un dromedario (o a un tobogán), y ni siquiera


gozaba del cuello largo y rectilíneo del que disfrutaban el resto de las jirafas de aquella
sabana. Ninguna de sus parientes jirafas podía ver en ella ni a una tía, ni a una hermana, ni
siquiera a una prima lejana; ni contemplaban tampoco al verla, a alguien con quien compartir
el agua o las sabrosas acacias. Recelosas, observaban muy erguidas en las alturas a aquel
extraño animal, cuasi jorobado, que tanto se les acercaba.

La Jirafa Dromedaria cansada, con el tiempo, de agazaparse y correr siempre al rebufo del
resto de la manada, decidió vagar sola por la sabana en busca de más jirafas dromedarias, en
busca de una auténtica familia que en apenas algo se le asemejara.

Tras un tiempo observando y buscando su nuevo hogar, la Jirafa Dromedaria creyó haberlo
encontrado al ver el pelaje de un leopardo, intentando camuflarse entre el pastizal.

Acercóse la insensata jirafa hacia el fiero animal, hasta que sus finos y largos bigotes pudo
casi palpar. Pero el leopardo (creyendo ver al mismísimo demonio en la piel de un camello
con sarampión) se quedó tan congelado cuando la llegó a observar, que concedió a la jirafa
el tiempo justo para lograr escapar. Y emprendiendo como pudo una carrera, al trote de un
paso muy vacilante y torpón, la Jirafa Dromedaria de nuevo retomó la búsqueda de su familia
de verdad.

Harta de trotar para escapar del leopardo y de un posible ataque fatal, creyó divisar a lo lejos
un paraíso de antílopes colosal. En la distancia, pudo olisquear el aroma de las hojas y de las
vainas frescas que cubrían parte de los terrenos de aquel esbelto y bello animal, y cansada y
apurada por el hambre, pensó haber llegado al hogar.

A su llegada, los antílopes no dudaron en dar la bienvenida a aquella invitada curiosa y


particular. Agasajaron a la jirafa con hierbas frescas de temporada y, al anochecer, la
acomodaron en un humilde rincón fresco de pasto para que pudiese reposar. Al día siguiente,
ya descansada, la Jirafa Dromedaria se divirtió de lo lindo con las pequeñas y juguetonas
crías del grácil antílope, las cuales se deslizaban por su espalda jorobada, como si recorriesen
mil rampas a lomos de un tobogán. Qué gracia en sus saltos y movimientos… ¡qué cariño en
cada uno de sus gestos!

La Jirafa Dromedaria, por primera vez, parecía formar parte de un grupo, de una manada; y
nunca más se puso en marcha en busca de familiares por la sabana.
Qué extraño resultaba verla en medio de aquella tribu africana. ¡Qué familia tan disparatada
formaban! Y qué felices los niños junto a su nueva amiga del alma.

ALMUDENA ORELLANA PALOMARES

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Uga la tortuga
Los valores son las reglas de conducta y actitudes según las cuales nos comportarnos y que
están de acuerdo con aquello que consideramos correcto. Este cuento, Uga la tortuga,
especialmente, fomenta el esfuerzo y la perseverancia. Además de educar en valores, a través
de los cuentos, fábulas o poemas los niños aprenden sobre su entorno, potencian su
imaginación, desarrollan la creatividad y generan interés por la lectura…..

- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente Uga, la tortuga.

Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi nunca
consigue premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.

- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus compañeros del bosque
le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.

Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas como
amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas de camino hacia
la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.

- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis compañeros?
Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.

- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es hacer el
trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo mejor que sabes, pues
siempre te quedará la recompensa de haberlo conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren tiempo y
esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y siempre te quedarás con
la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.

Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos;
por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de lo que eres capaz.

- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba: alguien que
me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo intentaré.

Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.

Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía porque
era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.

- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles metas,


sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes fines.

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EL MONO Y LAS LENTEJAS
Cuenta una antigua historia que una vez un hombre iba cargado con un gran saco de lentejas.
Caminaba a paso ligero porque necesitaba estar antes del mediodía en el pueblo vecino. Tenía
que vender la legumbre al mejor postor, y si se daba prisa y cerraba un buen trato, estaría de
vuelta antes del anochecer. Atravesó calles y plazas, dejó atrás la muralla de la ciudad y se
adentró en el bosque. Anduvo durante un par de horas y llegó un momento en que se sintió
agotado.

Como hacía calor y todavía le quedaba un buen trecho por recorrer, decidió pararse a
descansar. Se quitó el abrigo, dejó el saco de lentejas en el suelo y se tumbó bajo la sombra
de los árboles. Pronto le venció el sueño y sus ronquidos llamaron la atención de un monito
que andaba por allí, saltando de rama en rama.

El animal, fisgón por naturaleza, sintió curiosidad por ver qué llevaba el hombre en el saco.
Dio unos cuantos brincos y se plantó a su lado, procurando no hacer ruido. Con mucho sigilo,
tiró de la cuerda que lo ataba y metió la mano.

¡Qué suerte! ¡El saco estaba llenito de lentejas! A ese mono en particular le encantaban.
Cogió un buen puñado y sin ni siquiera detenerse a cerrar la gran bolsa de cuero, subió al
árbol para poder comérselas una a una.

Estaba a punto de dar cuenta del rico manjar cuando de repente, una lentejita se le cayó de
las manos y rebotando fue a parar al suelo.

¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban, no podía permitir que una se desperdiciara
tontamente! Gruñendo, descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla.

Por las prisas, el atolondrado macaco se enredó las patas en una rama enroscada en espiral
e inició una caída que le pareció eterna. Intentó agarrarse como pudo, pero el tortazo fue
inevitable. No sólo se dio un buen golpe, sino que todas las lentejas que llevaba en el puño
se desparramaron por la hierba y desaparecieron de su vista.

Miró a su alrededor, pero el dueño del saco había retomado su camino y ya no estaba.

¿Sabéis lo que pensó el monito? Pues que no había merecido la pena arriesgarse por una
lenteja. Se dio cuenta de que, por culpa de esa torpeza, ahora tenía más hambre y encima, se
había ganado un buen chichón.

Moraleja: A veces tenemos cosas seguras pero, por querer tener más, lo arriesgamos todo y
nos quedamos sin nada. Ten siempre en cuenta, como dice el famoso refrán, que la avaricia
rompe el saco.

CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

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CUENTO SOBRE EL RESPETO.

Este cuento, 'Las flechas del guerrero', nos habla de la Paz y de guerra, de cómo compensa
luchar por la Paz en lugar de librar la guerra. Un mundo en Paz, en definitiva, es un mundo
más hermoso.

LAS FLECHAS DEL GUERRERO


De todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más fiero, y el más cruel.
Sus ojos descubrían hasta los enemigos más cautos, y su arco y sus flechas se encargaban de
ejecutarlos.

Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas y brillantes
que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas para alguna ocasión
especial.

En cuanto aquellas flechas se unieron al resto de armas de Jero, y conocieron su terrible


crueldad, protestaron y se lamentaron amargamente. Ellas, acostumbradas a los juegos de la
princesa, no estaban dispuestas a matar a nadie.

¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún pobre
viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis con volver a vuestra
antigua vida...

Algo se nos ocurrirá- respondieron las recién llegadas.

Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron conocer de cerca
la terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que descubrieron la tristeza y la desgana
en los ojos del guerrero, hasta comprender que aquel despiadado luchador jamás había visto
otra cosa.

Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero pensó que
aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó como siempre: oculto
entre las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso, la flecha a punto, esperar el
momento justo y .. ¡soltar!

Pero la flecha no atravesó el corazón de la bella joven. En su lugar, hizo un extraño, lento y
majestuoso vuelo, y fue a clavarse junto a unos lirios de increíble belleza. Jero, extrañado, se
acercó y recogió la atontada flecha. Pero al hacerlo, no pudo dejar de ver la delicadísima y
bella flor, y sintió que nunca antes había visto nada tan hermoso...

Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a tensar el
arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha brillante fue a parar a
un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar los más frescos y alegres cantos
de un grupo de pajarillos...

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Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al guerrero los
pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha, sus ojos y su mente de
cazador se fueron transformando, hasta que la última flecha fue a parar a sólo unos metros
de distancia de la joven, desde donde Jero pudo observar su belleza, la misma que él mismo
estaba a punto de destruir.

Entonces el guerrero despertó de su pesadilla de muerte y destrucción, deseoso de cambiarla


por un sueño de belleza y armonía. Y después de acabar con las maldades de Morlán,
abandonó para siempre su vida de asesino y dedicó todo su esfuerzo a proteger la vida y todo
cuanto merece la pena.

Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el mejor lugar
al que dirigir la vista.

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CUENTO SOBRE EL RESPETO.

Itzerina quería coger para ella sola todos los rayos de sol, pero se encontró con varios
animalillos del bosque que le hicieron cambiar de opinión. El cuento de Itzerina y los rayos
de sol enseña a los niños las ventajas de respetar a los demás y de compartir.

El valor del respeto y la bondad convierte a los niños en mejores personas. El bien común
debe perseguirse como una de las metas a seguir en nuestras vidas.

ITZERINA Y LOS RAYOS DE SOL

Itzelina Bellas Chapas era una niña muy curiosa que se levantó temprano una mañana con
la firme intención de atrapar, para ella sola, todos los rayos del sol.

Una ardilla voladora que brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo alto. ¿A dónde vas,
Itzelina?, y la niña respondió:

- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así tenerlos
para mí solita.

- No seas mala, bella Itzelina - le dijo la ardilla - Deja algunos pocos para que me iluminen
el camino y yo pueda encontrar mi alimento. -

Está bien, amiga ardilla - le contestó Itzelina -, no te preocupes. Tendrás como todos los
días rayos del sol para ti.

Siguió caminando Itzelina, pensando en los rayos del sol, cuando un inmenso árbol le
preguntó. ¿Por qué vas tan contenta, Itzelina?

- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así tenerlos
para mí solita, y poder compartir algunos con mi amiga, la ardilla voladora.

El árbol, muy triste, le dijo:

- También yo te pido que compartas conmigo un poco de sol, porque con sus rayos seguiré
creciendo, y más pajaritos podrán vivir en mis ramas.

- Claro que sí, amigo árbol, no estés triste. También guardaré unos rayos de sol para ti.

Itzelina empezó a caminar más rápido, porque llegaba la hora en la que el sol se levantaba y
ella quería estar a tiempo para atrapar los primeros rayos que lanzara. Pasaba por un corral
cuando un gallo que estaba parado sobre la cerca le saludó.

- Hola, bella Itzelina. ¿Dónde vas con tanta prisa?

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- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así poder
compartir algunos con mi amiga la ardilla voladora, para que encuentre su alimento; y con
mi amigo el árbol, para que siga creciendo y le dé hospedaje a muchos pajaritos.

- Yo también te pido algunos rayos de sol para que pueda saber en las mañanas a qué hora
debo cantar para que los adultos lleguen temprano al trabajo y los niños no vayan tarde a la
escuela.

- Claro que sí, amigo gallo, también a ti te daré algunos rayos de sol – le contestó Itzelina.

Itzelina siguió caminando, pensando en lo importante que eran los rayos del sol para las
ardillas y para los pájaros; para las plantas y para los hombres; para los gallos y para los
niños.

Entendió que si algo le sirve a todos, no es correcto que una persona lo quiera guardar para
ella solita, porque eso es egoísmo. Llegó a la alta montaña, dejó su malla de hilos a un lado
y se sentó a esperar al sol.

Ahí, sentadita y sin moverse, le dio los buenos días, viendo como lentamente los árboles, los
animales, las casas, los lagos y los niños se iluminaban y se llenaban de colores gracias a los
rayos del sol.

Este cuento quiere enseñarnos lo importante que es el respeto al bien común.

Cuento de Luis Antonio Rincón García (México)

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LA GOTA DE AGUA

Había una vez una minúscula gota de agua que mantenida en el aire en una hermosa nube
blanca observaba a lo lejos el azul del oceano.

Solía soñar con estar ahí abajo, se imaginaba lo que sería formar parte de aquello tan hermoso
y azul.

De repente, siendo entrada la tarde de un día de otoño, la bonita nube blanca empezó a
tornarse de color gris, cuando una corriente de aire frio hizo crecer a la minúscula gotita,
convirtiéndola en una brillante y cristalina gota de agua.

La gota de agua miraba desde el cielo hacia el inmenso mar que se extendía al final del rio y
la nube era cada vez más oscura y tenebrosa, cuando de repente todo tembló y el cielo se
iluminó. El sonido atronador que inundó el cielo y la intensa luz azulada sobresaltaron a la
gota de agua.

- ¿ Que sucede ? - se preguntó asustada.

De repente sintió que se movía, ¡ estaba cayendo !. Sintió una velocidad vertiginosa
invadiéndola y a medida que caía se estremecía. No sabía que iba a ser de ella y estaba muy
temerosa. De repente sintió en contacto con algo suave y la caída cesó. Sintió como se mecía
arriba y abajo mientras se recomponía algo aturdida. La gota de agua estaba sobre la verde
hoja de una caña, había ido a parar al verde cañaveral en la ribera del rio.

La gota miró a su alrededor y vio un pequeño gusanito refugiado debajo de una de las hojas
de la caña.

- Hola - saludo la gota de agua al gusanito - ¿ como estas ?

El gusanito estaba distraído intentando acomodarse a lo largo del corazón de la hoja. Cuando
ya encontró un buen lugar para acomodarse giró la cabeza de un lado a otro y en un momento
dado clavo su mirada en la pequeña gota de agua que parecía un diamante sobre la hoja
vecina; no dijo nada, solo la miraba. Claro, el gusano no pudo escuchar a la gota con tanto
ruido que estaba causando la tormenta. El gusanito se enroscó tranquilamente y cerró los ojos
decidido a echarse una siesta mientras la lluvia caía y el estaba seco y protegido por la
hermosa y larga hoja.

La gota de agua miraba al gusano ensimismada, tenía un color verde esmeralda precioso, con
unos anillos negros a lo largo de su cuerpo que le daban un aire de aristocracia. La gota
sonreía viendo como el gusanito se quedaba dormidito cuando comenzó a sentir que
resbalaba por la hoja. - oh oh - pensó - me caigo.... ¡ a ver donde iré a parar ahora !.

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- ¡¡ Yupiiiii !! gritó la gota de agua mientras caía de la hoja - ¡¡ Que emocionante !!

" cuac cuac cuac ! " Un pato silvestre nadaba por el rio buscando refugio e intentaba meterse
en el cañizal. No podía conseguirlo, ya que las cañas estaban tan juntas que su rechoncho
cuerpecito no cabía entre ellas, así que pensó que seguiría nadando rio abajo, no le importaba
mojarse un poco, pues sus plumas le protegían del agua.

¿ Donde está nuestra amiga la gota de agua ? te preguntarás. La pequeña gota de agua ¡ estaba
navegando rio abajo a lomos del hermoso pato !. Se encontraba en la punta de una de las
plumas de sus alas a la cual había caído tras resbalar de la hoja.

- Yehaaaa!- exclamó la gota feliz y contenta - ¡ que divertido ! parezco un cowboy !

El pato siguió nadando y nadando por el rio mientras la gota de agua estaba extasiada viendo
todo a su paso - Cuac cuac ! - graznaba el pato pasando cerca de un grupo de plantas de rivera
donde sobre unas pequeñas rocas había unas ranas disfrutando de una refrescante ducha.

- Heyyyy ¡ hola amigas ! - les grito la gota de agua entusiasmada con tantas emociones,
mientras su imponente barca de plumas de colores continuaba rio abajo.

De repente la lluvia cesó y al cabo de unos instantes un pequeño rayo de sol se escapó de
entre las nubes. El rayo de sol acarició la pequeña gota de agua. Parecía un diamante,
brillante, preciosa, con ligeros destellos de colores. Era algo digno de ver, una esfera
realmente hermosa, que junto a otras gotas de agua iguales que ella llenaban el plumaje del
pato tal cual piedras preciosas. El lindo pato parecía recién salido de un cuento de hadas.

La gota de agua se maravilló del espectáculo, viendo a sus compañeras brillar a su lado,
cuando levantando la vista se estremeció - ohhhhhh- exclamó - ¿ qué es eso tan
increíblemente bello ?. Un camino de colores surcaba el cielo de un lado a otro del rio ¡ era
el arcoíris !. La gota se quedó extasiada mirando el precioso arcoíris sin darse cuenta que el
pato se había detenido. El patito estiró su cuello y sin previo aviso comenzó a alborotar sus
plumas girando su cuerpo como un molinete. ¡ La gota de agua salió disparada ! - Ualaaaaaaa-
grito la gota al verse sobresaltada de repente por este inesperado viaje por el aire.

" cloc " , con este sonido aterrizó la gotita sobre un viejo tronco de madera que flotaba en el
agua , - estaba más cómoda en la pluma - pensó.

El tronco era de la rama caída de un inmenso chopo que crecía en la ribera del rio y parecía
un submarino -soy el capitán - dijo la gota - ¡ todo a babor ! - grito divertida.

El tronco siguió su camino rio abajo mientras la gota de agua disfrutaba del paisaje y el sol
asomaba cada vez más. La gota descubría a un grupo de majestuosos cisnes, vio divertida un

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grupo de ranas saltando al agua como si fueran saltadores de trampolín, sonrió viendo a una
fila de pequeños patitos siguiendo a su mama, se preguntó que era aquella cosa redonda de
madera que giraba junto al rio empujado por la corriente de agua y se sorprendió viendo a
dos niños con chubasquero jugando en la orilla del rio, nunca había visto a un humano.

La pequeña gota de agua comenzó a sentirse extraña, se notaba caliente, no sabía que le
pasaba, el sol estaba calentándola cada vez más y si seguía así mucho por tiempo terminaría
ascendiendo de nuevo al cielo convertida en vapor.

La gota de agua se estaba preguntando por su destino cuando de repente el tronco comenzó
a ir un poco más deprisa, caía por un pequeño desnivel donde la corriente lo arrastraba a
mayor velocidad y después de un pequeño y divertido rafting, volvió la calma y el tronco
flotó tranquilo y sereno.

Tras unos momentos la gota de agua se dio cuenta de donde se encontraba ¡ el mar ! , ¡ aquello
era el mar !. Ante ella se extendía aquella vasta extensión de agua, interminable, azul,
brillante bajo los rayos del sol, impresionante - Guauuuu - exclamó -¡ qué maravilla ! - la
gotita de agua estaba impresionada. Pensó que debía hacer algo para caer al mar, debía
hacerlo, debía conseguirlo.

Una gaviota volaba sobre el tronco y agachando su cabeza, apunto el pico justo hacia el
tronco. De repente la gota de agua vio como la gaviota descendía directa hacia ella y antes
de que pudiera reaccionar, la gaviota se posó en el tronco.

La gota de agua no sabía que estaba sucediendo, en ese momento se sintió inmensamente
grande, poderosa, una sensación casi indescriptible...cuando la gaviota posó su cuerpo en el
tronco, éste se había hundido levemente en el agua , haciendo que la pequeña gota se fundiera
con la inmensidad del agua del mar.

Aquello que había anhelado un día se había hecho realidad, ahora la pequeña gota de agua
formaba parte de la inmensidad del mar azul.

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EL GIGANTE EGOÍSTA
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa
llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los
elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su
ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín,
que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza,
y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas
abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para
correr a la ventana.

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un
jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí
y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce
albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y
al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el
ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para
escuchar sus trinos.

-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.Pero un día el Gigante regresó. Había ido
de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos
siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su
conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo
primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso
y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta…
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la
carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo
rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente
lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en
el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los
pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor
se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió
a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

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Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto
del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles.
Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto
de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo
por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con
nosotros también.

Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados
de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas
alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta
cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto
cambie el tiempo.
Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en
todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento
del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa
llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los
elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su
ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín,
que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza,
y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas
abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para
correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían
entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles
estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y
balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban
cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello.
Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se
encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y
el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba
todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía
sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.

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-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era
demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí.
Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será
para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero
en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno
otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan
llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás,
lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los
pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los
otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente.
Con ellos la Primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha
enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando
con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del
Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del
rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el
Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más
chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era
muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo
se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía
jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de
todas.

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Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno
pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban
descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un
árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas
colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había
echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando
llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas
de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y
cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el
Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía
dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

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