Está en la página 1de 1

Tu recuerdo y una última carta.

Nunca olvidaré el día que te fuiste, eran las cinco de la tarde en punto, el día 21
del mes, el cielo comenzaba a nublarse, como si tuviera conocimiento de que algo
estaba por suceder, presagiando lo insospechado, pero inevitable.
Odio la atmósfera que se imprime en un lugar al pasar tantos momentos ahí junto
a alguien especial, un recordatorio de lo que fue y no será ya más. Quedamos de
vernos en aquél parque, ése donde estuvimos un sinfín de tardes después de la
escuela, donde el césped y los árboles fueran testigos del primer beso, beso que
conmemoró eso que surgía entre nosotros y que se extendió a través de los días
en impresiones constantes del mismo.
Siempre que pienso en ti viene a mi mente aquél poema de Sabines que dice:
“Recuerdo que besas como si mordieras uvas, ninguna paloma como tú se había
vuelto mujer hasta ahora, me gusta pensar en ti desde que pienso”. Y es que sólo
bastaba mirarte para encontrarle sentido a toda la poesía. Pero te fuiste, y me
dejaste aquí, solo, refugiándome en cada verso, en cada prosa.
¿Cómo puede uno saber cuándo será la última vez de algo?, el último encuentro
con alguien sin saber siquiera que es la despedida, ¿será que habrá algo en el
aire que anuncia lo irrevocable? Te notaba distinta, sí, pero creía que se trataba
solamente de un mal día, que ya pasaría. Pero no fue así, me dijiste que me
querías, y que nunca dudara de eso, que el tiempo que habíamos pasado juntos
hasta ahora, había sido lo mejor que te pudo pasar, fue entonces cuando me diste
un beso, sutil y ligero, tomaste mis brazos rodeando tu cintura con ellos,
quedándonos inmóviles un largo rato, y así, sin decir más, te alejaste caminando.
Llegando a mi casa tenía un mensaje tuyo, donde me confesabas que no podías
continuar conmigo, que nunca buscaste algo serio y que tu alma, cual ave, quería
emprender el vuelo para continuar descubriendo nuevos horizontes. El amor es
como darle a tu asesino el arma con la que serás liquidado, con el gatillo puesto y
listo para expulsar esa bala, la que aparece de forma imprevisible dejándote sin
oportunidad alguna de escapar de su impacto.
Eres recuerdo persistente, el olvido no existe para quien ama.
Aún camino por el parque y tu imagen se reproduce en cada rincón como
fantasmas que me persiguen. Quiero que sepas que te sigo queriendo, que aún
sueño con tus ojos, tus labios, tu cabello, tu figura, que mis manos te saben de
memoria y recuerdan cada sitio de tu cuerpo, que todavía escucho aquella canción
que me obsequiaste como ofrenda y comienzo a temblar, que guardo en mi cajón
tu foto y, en ocasiones, cuando estoy cansado del mundo, acudo a ella y la
contemplo e inevitablemente las lágrimas me alcanzan (¿será que te lloro o me
lloro?). Sigo mi camino, te sigo queriendo y, sin embargo, ya no te espero.
Leopoldo Jiménez

También podría gustarte