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INSTITUTO DE FORMACIÓN TEOLÓGICA

INTERCONGREGACIONAL DE MÉXICO
Historia de la Iglesia Antigua I
Trabajo Vida Religiosa
Oswaldo Alexis Hernández Bedolla
06/12/2023
Esbozo de los orígenes de la vida religiosa

La Iglesia tiene necesidad de personas consagradas que, aún antes de comprometerse en una u otra noble
causa, se dejen transformar por la gracia de Dios y se conformen plenamente al Evangelio.1
Las personas consagradas testimonian que «quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace también más
hombre»2
La misión peculiar de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo es testimoniar a Cristo con la vida, con
las obras y con las palabras.3

La revelación de Dios se ha dado en la historia, y tal irrupción ha transformado la humanidad,


de manera que si buscamos acercarnos al acontecimiento cristiano y su efecto, no podemos hacerlo
fuera de su contexto. Así mismo, la vida religiosa que surge como signo visible del Reino en la
historia, no podemos comprenderla sin sus orígenes, y mucho menos ver su actualidad ni vislumbrar
su futuro. En otras palabras, no podemos saber lo que es la vida religiosa sin saber su historia, pues es
esta la que nos lo explica.
Por lo tanto, acercarnos a la historia que es “una continuidad viviente en la que cada hoy nace
del ayer y florece en la mañana”4 nos permitirá situarnos ante el «hoy» de la vida religiosa, y sobre
todo, ante las realidades que nos interpelan y confrontan, pues ¿qué sentido tiene ser religioso en un
mundo lleno de organizaciones sociales? ¿Para qué seguir el modo de vivir de Cristo en lugar de solo
sus enseñanzas? ¿Para qué consagrarse si el llamado a la «perfección» de la caridad es para todos?
Sin embargo, estas líneas no buscan hacer todo un recorrido desde el llamado «origen» hasta
la actualidad de la vida religiosa, ya que tal empresa es titánica, y a la vez existente. Por lo cual, el
objetivo será conocer los orígenes, a saber: ¿cómo surge la vida religiosa? o mejor dicho ¿por qué y
para qué surge? Volver por tanto a los orígenes nos ayudará a mirar nuestro presente, debido a que no
se trata de recordar una lista de eventos, sino de acercarnos a un solo acontecimiento fundante que
desencadenó distintos procesos, sobre todo, al ser una experiencia verdaderamente existencial.
Veamos entonces cómo se desarrolla este estilo de vida marginal, caracterizado por una
radicalidad en el modo de vivir, ya sea por el ascetismo y «alejamiento» del mundo. El origen del
monacato será por ello nuestra empresa; desde el eremitismo y cenobitismo hasta ver su consolidación
gracias al llamado “fundador de la vida monástica en occidente”: San Benito.

§ Monacato, más allá del cristianismo

No podemos limitar un estilo de vida a un solo grupo de personas, mucho menos cuando este
busca la trascendencia, ir más allá de nuestro propio ser. Es por esto, que el monacato, entendió como
una forma organizada de vivir el ascetismo, no es exclusivo del cristianismo y ni siquiera de ninguna
religión, debido a que “el monacato, antes que un hecho religioso es un hecho antropológico que
implica un concepto de orden de vida natural, al margen de cualquier interpretación religiosa”5.

1
VC 105
2
VC 108
3
VC 109
4
Jesús ÁLVAREZ GÓMEZ. Historia de la Vida religiosa. Volumen I. Publicaciones Claretianas,
Madrid 1987, 23.
5
Ibid., 38.
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Con lo cual, el estilo de vida monacal está presente en diversas culturas y tradiciones, desde la
India, Egipto, Grecia, Roma y en general, en todas las religiones, ya que el hombre es un “homo
monásticos (...) donde sale al encuentro con la divinidad, y todo en él se organiza en función de las
actividades que faciliten el encuentro con Dios”6.
Un estilo de vida monacal está presente en la historia mucho antes del cristianismo e incluso
del Budismo. Ya en la India, por ejemplo, se entiende el monacato como “la más fiel expresión del
genio religioso hindú, de ardor impaciente en la búsqueda”7. Mientras que en Egipto encontramos a
los enclaustrados, quienes más que buscar perfeccionar su vida, aspiran a enfrentarse a la revelación
de Dios dada en su oráculo. Así mismo, en Grecia existen ya no solo formas de vida ascéticas, sino
verdaderos grupos o comunidades que lo tenían como valor central, ya sea en la comunidad pitagórica
o incluso platónica y neoplatónica.
Al ser el hombre un ser monacal, podemos decir que desde su origen en la tierra, el ser
humano a buscado una vida de frontera e incluso de confronte, pues “existe una filosofía de vida
monástica antes que una teología de la vida monástica”8. Es decir, existe un modo de vida propio de la
humanidad antes que un sentido plenamente religioso, aunque esto no signifique una descalificación a
lo religioso. Pues, será el aspecto religioso el que guíe, acompañe y plenifique nuestra forma de ser
humanos.
Por lo anterior, podemos encontrar la esencia del monacato en diferentes culturas, siendo estas
características: la separación del mundo, la continencia, la preeminencia de la oración, practicar la
penitencia, seguir una regla común, la obediencia, pobreza y un tiempo de iniciación. De manera que
la esencia monacal está presente en las diferentes culturas, por lo que llega un problema, si un estilo
de vida está en todos lados, ¿para qué adherirse a uno en específico?, ¿qué caso tiene un seguimiento
nos mantiene iguales a «todos»?
Lo primero a decir es que hay elementos comunes gracias a nuestra esencia como humanos,
pero sobre todo, el monacato es un estilo que nos humaniza y hermaniza antes que crear élites y
grupos exclusivistas. Además, es acá donde podemos rastrear uno de los fundamentos de la vida
religiosa, que es el configurarse con Cristo; es decir, ya no solo es seguir nuestra naturaleza, sino
buscar ser como aquel que decidió entregarse al extremo.
La vida religiosa por ello, no solo apela a nuestra ser monástico, sino a un encuentro real y
vivo con aquel que se hizo en la historia. Por lo tanto, sólo podemos entenderla a partir de este
encuentro, recordando que no es una innovación cristiana, sino la manera en Cristo transforma nuestro
ser.

§ Monacato en la Biblia

Si bien ya reconocimos la existencia de una vida monacal fuera del cristianismo, es menester
ir a nuestras fuentes principales para comprenderlo dentro de nuestro contexto. Por esto, la Sagrada
Escritura nos permitirá situar la vida monacal para la cultura hebrea del Antiguo Testamento y con
ello, su repercusión en la interculturalidad del nuevo testamento, debido a que “el Cristianismo no
parte de cero sino que tiene una historia previa”9.

6
Ibid., 38.
7
ibid., 40.
8
Guillaumont, A., Esquisse d’une phénoménologie du monachis, 40-51.
9
Jesús ALVAREZ GÓMEZ, Historia de la Vida Religiosa, 85.
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Lo primero es entender que el pueblo de Israel vive una vida con ciertos matices ascéticos,
sobre todo en sus festividades y aún más con sus sacerdotes. Pero serán los nazareos, que son
anteriores a Moisés, una comunidad religiosa propiamente, debido a que ellos buscan hacer visible a
todo el pueblo su consagración exclusiva a Yahvé, mediante su forma de vida alejada de toda
impureza, como las bebidas alcohólicas, los lujos o incluso la vida sedentaria.
Así, los nazareos tienen “un gran parecido con los primeros monjes cristianos que se
caracterizaban por una vida individual, solitaria, hasta cierto punto extravagante; pero todo en ellos
eran expresión de un sentirse tocados por Dios, y fruto de una donación de gracia”10. Con lo cual,
vemos ya una característica esencial de la vida religiosa, ser testimonio de la acción de Dios ante los
demás.
Por otra parte nos encontramos con las comunidades proféticas de las que nos hablan los
libros de los Reyes. Las cuales, aunque no son monásticas, en cuanto su forma de vida, si muestran
una radicalidad por la confianza en Dios y por el testimonio, teniendo como principal representante al
profeta Elías.
Sin embargo, también en el libro de los Reyes, encontramos a los recabitas como un grupo
extremista que busca protestar contra la instalación, es decir, establecerse y quedarse en un sitio,
defendiendo por tanto el despojo y una vida itinerante.
Es posible encontrar también a los asideos, como grandes observantes de la ley. A los esenios
que con su vida radical preparan la llegada del mesías. A los terapeutas que surgen en la diáspora y
donde la vida comunitaria comienza a jugar un papel fundamental.
Ahora, al encontrarnos con el nuevo testamento, veremos un punto clave de todo el
cristianismo y a su vez, del origen de la vida religiosa, ya que ni Jesús, ni los apóstoles y primeras
comunidades fueron monásticas, e incluso ascéticas. Esto es esencial, primero porque algunos debates
contemporáneos critican que como hablar de una «configuración» con Jesús a través de la vida
religiosa sin él no vivió una vida monástica ni ascética. Pero sobre todo, porque al comprender que
Jesús vive tan «cotidiano» podemos reconocer que es posible vivir como Él, no por mandato, sino por
libertad.
Cabe señalar que no son los puros ideales lo que conforman la vida religiosa, pues de ser así
podría tratarse de cualquier otro movimiento, pero al comprender el impacto que tuvo la vida de Jesús
en el siglo I y como la sociedad trató de organizarse para dar respuesta a este impacto, es lo que nos
permite vislumbrar un porqué de la vida religiosa. De esta manera, “La organización económica de la
Comunidad primitiva permanecerá como un ideal, como una utopía para la Iglesia de todos
los tiempos, que se intentará hacer realidad completa entre los monjes”11.
En otras palabras, el Nuevo Testamento no contiene la indicación de llevar una vida
monástica; ni siquiera una referencia para llevarlo a cabo, sino que el Nuevo Testamento es la razón
de querer llevar una vida monástica. En este sentido, se lleva una vida religiosa para hacer patente lo
transmitido por los evangelios y tradición de los apóstoles. Sus palabras nos inspiran para
organizarnos, y hacer de su contenido la razón de nuestra existencia.

§ Monacato Cristiano

10
Ibid., 86.
11
Ibid., 106.
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Hasta aquí, sabemos que el monacato no es fundado por Jesús, ni mucho menos es exclusivo
del cristianismo. Además, reconocimos que si bien existen unas referencias en la sagrada escritura
sobre un estilo de vida monacal, no hay propiamente un referente en el Escritura para marcar el origen
del monacato y con él, el surgimiento de la vida religiosa. Entonces, ¿cómo surge el monacato
cristiano?
Eusebio de Césarea, autor de la Historia Eclesiástica, buscaba hacer a Jesús el fundador
directo de la vida monástica, o por lo menos algunos de los primeros cristianos de la edad apostólica.
De esta forma, Eusebio dirá que los Terapeutas son los “hombres apostólicos predecesores de los
anacoretas y cenobitas de su tiempo”12. Estas ideas fueron secundadas por San Jerónimo, San Epifanio
y Sozomeno.
De esta forma, la propuesta de Eusebio será un cimiento para los que busquen hacer una
historia de la vida monacal. Como es el caso de Casiano, que sitúa el origen en Alejandría en los
tiempos de San Marcos primer obispo de Alejandría, donde los monjes además de vivir la comunidad
de las primeras comunidades se apartaban y ofrecían todo de sí en la oración y el trabajo.
Para Casiano, estos Monjes nacidos durante la predicación de los apóstoles, surgen por la
decadencia del testimonio cristiano, esto es, porque se han entibiado y han bajado las exigencias
morales, por ello “para hacer frente a esta decadencia moral, algunos cristianos se separaron del resto
de los cristianos”13. Así, nacieron los primeros monjes, llamados así por su separación para vivir más
fielmente. Con lo cual, primero nacen los cenobitas y de ellos surgen los anacoretas, quienes incluso
tienen a Elías, Eliseo y Juan Bautista como antecesores.
Casiano entonces ve está historia no solo como real, sino como profética. Con lo cual, desde
la segunda generación de cristanos, es decir, con la muerte de los apóstoles, comienza la vida
monacal. Ciertamente podríamos esgrimir y cuestionar las fuentes sustentadas en Eusebio, pero el
mensaje de la vida monacal como signo de fidelidad, e incluso, de alerta para todo el pueblo es un
deber mantenerlo vigente, ya que no podemos entender hoy una vida religiosa acomodada con todo lo
que haga el mundo, y aún más, la Iglesia.

§ Ascetismo pre monástico

Teniendo ya todo este contexto, que no sólo es histórico sino que además teológico es que
podremos acercarnos a una historia crítica que nos permita realizar nuestro esbozo de los orígenes de
la vida religiosa.
Hay que situarnos a finales del siglo III para hablar del surgimiento del monacato, el cual,
más que un solo momento, es todo un movimiento y acontecimiento que fue dejando su huella en la
sociedad. Sabemos esto, gracias a la respuesta de Tertuliano a la Carta a Diogneto en la que se acusa
a ciertos cristianos de ociosos e inútiles, por su estilo de vida diferente y alejado de los demás.
Así, gracias a los primeros escritores monásticos, sabemos que San Atanasio considera a San
Antonio como el primero en retirarse al desierto, mientras que Sócrates (historiador eclesial) a
Ammón como el primer monje. Y todos concuerdan en que el monacato es una novedad para la
Iglesia, pero (nuevamente) ¿cómo sucede esto?
Ya en tiempos del Emperador Nerón comienzan las hostilidades contra los cristianos, y así
progresivamente serán relegados y marginados por el Imperio Romano, además de por los diversos
12
Ibid., 58.
13
Ibid., 66.
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grupos judíos. Esta marginación y exclusión serán cruciales para el futuro de la Iglesia, y claro, para el
surgimiento del monacato, pues al ser los cristinianos tertium genus, no tenían lugar ni valor para la
sociedad, pues no eran nada, ni personas, solo extraños.
Esta hostilidad llevó a los cristinaos a encerrarse, y en el encierro a fortalecer una vida de
oración, sumado a la consolidación de una moral naciente en la que se hacen algunos reparos como lo
sexual, y la importancia de la solidaridad. Es aquí cuando comienzan a surgir prácticas como el ayuno
y la mortificación, para mostrar su adhesión a la comunidad a la par de su pertenencia a Cristo.
Sin embargo, con la llegada de las persecuciones en el Imperio, primero con Nerón y después
endurecidas por Vespasiano y el resto de emperadores, hasta la llegada del Edicto de Tolerancia, los
cristianos comenzaran a vivir el martirio. El cuál, no se «sufre», sino que se «goza», pues representa
la perfección, la plenitud de la caridad, “la forma más eminente de la santidad”14. De esta manera, el
martirio se volvió el ideal de la vida cristiana, la manera auténtica de vivir como Cristo, su vida,
pasión, muerte y resurrección.
Entender el valor del martirio es lo que nos permitirá comprender el surgimiento de la vida
religiosa, ya que esta “surge con fuerza precisamente en el momento en que ese espíritu cristiano
martirial comienza a languidecer después de la paz constantiniana”15. Es decir, después de que la
Iglesia comenzó a «acomodarse» y entrar en las esferas políticas, es cuando la Vida Religiosa surge.
En este sentido, podemos entender el surgimiento de la radicalidad monacal ante el
debilitamiento de la vida cristiana en general, pues cuando todos se comenzaron a relajar, unos
cuentos decidieron endurecer la manera de vivir. Ahora que ya no hay pobreza, persecución y
sufrimiento, habrá algunos que decidan (esta es la palabra) vivir esto para ser signo entre la
comunidad.
La vida ascética, se vuelve por tanto, el puente entre unos individuos aislados que deciden
libremente vivir un estilo distinto, a una comunidad estructurada que siguen una misma regla. Un
puente entre movimientos separados y el inicio del monacato.
Una manera de enmarcar este suceso, es con la Epístola ad virgines, en la que se convoca a
los ascetas de Siria o Palestina y se muestra la relevancia que están tomando ellos como familia dentro
de la Iglesia, una institución que comienza a tomar valor. Con lo cual, aunque no podemos hablar de
una comunidad, sí hablamos de un grupo que busca llevar una vida en común.
Por lo tanto: “a los ascetas del siglo III, para ser monjes no les falta nada más que la
separación material de las comunidades cristianas para marcharse a vivir al desierto o la vida en
común. Todo lo demás existe ya: castidad, pobreza, «separación del mundo», oración,
mortificación”16.

§ Monacato del desierto

Hemos dicho ya que los orígenes del monacato están en la respuesta ante una situación de
decadencia; entre el ascetismo que poco a poco se conforma en una comunidad que busca vivir los
valores del evangelio. Así “el monacato del desierto es una denuncia profética”17, pero ¿cómo surge?

14
Ibid.,130.
15
Ibid., 131.
16
Ibid., 148.
17
Ibid., 169.
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Retomemos que sus orígenes se dan en la última etapa de las persecuciones, donde los monjes
serán los sucesores de los mártires, o mejor dicho, un nuevo tipo de mártir pero «oculto». Además,
surgen para denunciar la decadencia de vida de la mayoría de los cristianos que se da a partir del
Edicto de Milán del 313 d.C, donde al dejar de ser perseguidos, dejan también de vivir con radicalidad
el evangelio, pues “cuando terminó aquella época de «bienaventurados los perseguidos», que exige
una coherencia radical en la entrega a Cristo y a su Evangelio, dio comienzo un enfriamiento en la
vida cristiana”18.
Para muchos, se había perdido la identidad de la Iglesia y era momento de regresar a ella,
pero ¿si el martirio y la persecución ya no están, cuál es nuestra esencia? He aquí el problema, o
mejor dicho, la aventura y proceso de la conformación del monacato. El objetivo era uno, la
radicalidad evangélica, pues la coherencia de vida unida al ascetismo es lo que nos hace imagen de
Cristo, pero ¿cuáles serán las mejores formas de vivir? ¿Cuáles son los límites del ascetismo?
Había una denuncia, pero se expresaba de tantas formas y se proponían tantas cosas que no
fue fácil hallar consenso ni comunidad. Fue necesario el Concilio de Nicea en el 325 para dar unidad,
pero con ella, alejar a tantos que se equivocaron en el camino, buscando la mejor manera de ser
cristiano.
Sin embargo, sí que hay un sentimiento común, una añoranza al amor fraterno, a la serenidad
y paz que el mundo ya no podía ofrecerles, por eso buscan separarse del mundo, salir de él, renunciar
a los bienes y los placeres, finalmente para vivir en soledad y castidad por el Reino, siguiendo el
concepto grigo de la Apatheia, como mayor aspiración al ser esta, la no perturbación, la que permita la
mayor unión con Dios.

§ Monacato Benedictino

Dentro de este contexto, es que llegaremos a la enigmática figura de San Benito y su regla del
523-526 d.C. Para lo cual hay que aclarar que existen muchos otros monacatos, como los Anacoretas
y Cenobitas (de los que ya se habló antes) en Egipto, o el monacato de San Agustín, además de los de
Asia menor o las Islas de Bretaña, pero sin duda es en Roma donde toma mayor Auge y autoridad el
moscato de San Benito, sin quitar la importancia de los monacatos de Milán y el de Aurelio
Casiodoro.
Por esto, hay que decir que la Regla de San Benito “no es considerada hoy como «un nuevo
plan, una revolución en el monacato, una nueva creación», sino como una obra de síntesis que hay que
situar en el conjunto de las Reglas monásticas anteriores”19. Pero justo aquí su grandeza, San Benito
sabe unir las distintas reglas para hacer una que dé firmeza a la vida monástica.
Además, la originalidad del Abad Benito es la época en la que vive, pues nos situamos con
una agonizante nación Romana y unos Bárbaros destructores, que se excluían mutuamente. cómo
reconciliar dos formas de ver el mundo? De aquí la creación de estos principios de la regla, a saber, la
estabilidad, la fraternidad y el trabajo y la oración. Esto es lo que hace de los monasterios
benedictinos un frente ante la nueva sociedad y sus conflictos.
Benito sabe hacer de sus monasterios el lugar para la radicalidad evangélica, capaz de ser
signo profético pero a la vez, lugar de encuentro, comunidad y amor.

18
Ibid., 169.
19
Ibid., 475.
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§ ¿El Ahora?

Si la vida religiosa nace como un signo de confrontación ante los poderes dominantes y el
relajamiento en nuestra misión de dar vida, ¿qué testimonio tiene que dar hoy la vida religiosa? ¿Qué
anuncio tenemos que dar ante una sociedad que se derrumba y una institución que se corrompe? Pero
sobre todo, ¿estaremos dispuestos a ser signo profético del Reino, por nuestras obras más que por las
palabras?

§ Referencias
ÁLVAREZ GÓMEZ, Jesús. Historia de la Vida religiosa. Volumen I. Publicaciones
Claretianas, Madrid 1987.

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