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EL MENDIGO

NARRADOR: Un mendigo vivía cerca del palacio del Rey. Un día vio a un soldado que estaba
parado frente al palacio hizo un anuncio muy importante

SOLDADO: ¡El Rey iba a ofrecer un gran banquete! Todos los que estén vestidos con
vestiduras reales estaban invitados a la fiesta.

NARRADOR: El mendigo siguió su camino. Miró su ropa que cubrían su cuerpo y suspiró.

MENDIGO: Seguramente solo los reyes y sus familias usan ese tipo de vestiduras (se pone
modo pensativo)

NARRADOR: Lentamente, una idea se fue deslizando en su mente. La audacia de este


pensamiento lo hizo temblar. ¿Acaso se atrevería? Se puso en camino de regreso al palacio.
Se acercó al guardia.

MENDIGO: Por favor, señor. ¿Podría yo hablar con su Majestad el Rey?"

SOLDADO: No creo que el rey quiera recibirte tal como estás. Pero, le consultaré. (Regresa
de rato) No lo puedo creer (asombrado). El rey a aceptado recibirte. Acompáñame ante el
Rey (lleva al mendigo).

REY: ¿Deseabas verme?"

MENDIGO: Sí su Majestad. Deseo tanto asistir al banquete, pero no tengo vestiduras reales
para ponerme. Por favor, señor, si no es mucho mi atrevimiento, ¿podría usar uno de sus
trajes viejos para poder yo también asistir al banquete?" (el mendigo temblaba tanto que no
pudo ver la sonrisa que se dibujaba en el rostro del Rey).

REY: Has sido muy sabio en venir a mí" (Sale y busca una ropa real)

MENDIGO: (Se viste y se mira el nuevo ropaje).

REY: Estás ahora apto para asistir al banquete, mañana por la noche", pero aún más
importante, nunca necesitarás de ninguna otra ropa. Estas prendas te durarán para
siempre."

MENDIGO: (cayó de rodillas) Oh, gracias, gracias-exclamaba. (al retirarse mira su ropa sucia
que estaba en el suelo y exclamó). Y ¿qué si el Rey estuviera equivocado? ¿Qué si necesito
mi ropa vieja otra vez? (Rápidamente la recogió.

NARRADOR: El banquete fue mucho más grandioso de lo que le mendigo jamás hubiera
imaginado, pero no pudo disfrutarlo como debería haberlo hecho. Había formado un
pequeño bulto con sus antiguas vestiduras y éste se mantenía cayendo de su regazo al
suelo. La comida pasaba cerca rápidamente y el mendigo se perdió de probar algunos de
los manjares más exquisitos. Así terminó el banquete. El tiempo probó que el Rey tenía
razón. Las vestiduras duraban para siempre. Pero, aún así, el mendigo se volvió cada vez
más apegado y más apegado a sus viejos harapos. Mientras pasaba el tiempo, la gente
parecía olvidar el ropaje con que el mendigo estaba vestido. Veían solo el pequeño atado de
mugrientos harapos que él cargaba consigo a dondequiera que fuera. Hasta comenzaron a
referirse a él como "el viejo de los harapos." Un día, en que ya estaba muriendo, mientras
yacía en su lecho, el Rey lo visitó.

MENDIGO: (en el suelo mira el rostro del Rey)

REY: (le mira con mucha tristeza)

NARRADOR: Repentinamente, el mendigo recordó las palabras del Rey y se dio cuenta de
que su atado de harapos le había costado toda una vida de verdadera realeza. Lloró
amargamente por su insensatez. Y el Rey lloró con él.

Fin

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