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EL REY MIDAS (versión descabellada)

Curioso, divertido y poco convencional libro de cuentos de hadas. Como el propio libro, ya lo
adelanta en su contraportada: …cuentos de hadas deliciosamente retorcidos, en los cuales es
imposible saber qué va a ocurrir en la siguiente fracción de segundo y mucho menos, deducir
con quién se casará el príncipe, si es que se casa…

EL REY MIDAS

Érase una vez una vez un rey llamado Midas. Incluso para rey, Midas era excesivamente avaro.
Lo único que le preocupaba era el oro, el oro y el oro, y si alguna vez se preocupaba por otra
cosa, era por… el oro.

Continuamente estaba mandando a sus recaudadores de impuestos por todo el reino. A causa
de tantos impuestos sus súbditos eran cada vez más pobres, mientras que Midas era cada vez
más rico. Finalmente el pueblo llegó a ser tan pobre que sólo pudo comer nabos y nada más
que nabos. Nabos para el desayuno, bocadillos de nabo para el almuerzo y una pierna de nabo
al horno para la cena, con salsa de nabo. Y de postre, tarta de nabos. Finalmente la gente
estaba ya de nabos hasta las narices.

El rey Midas comenzó a sospechar que su pueblo no lo quería demasiado. No es que a él le


preocupara mucho esto, lo que le preocupaba era no poder seguir elevando los impuestos.

- Tengo que hacer algo para que mi pueblo me ame- se dijo el rey Midas-. Así podré seguir
elevándose los impuestos.

El rey convocó a sus asesores a una reunión urgente. Se trataba de la firma de consultores
Cuatrecases, Chumillas, Ruiz & Pichardo.

- Señores –les dijo el rey-, tenemos que subir como sea mi rating de popularidad.

- Majestad-dijo Pichardo-, ¿qué le parece la idea de bajar un poco los impuestos? Podríamos…

Parece que no fue una buena idea, pues dos guardias de palacio entraron en ese mismo
instante y se llevaron arrastrando a Pichardo para encerrarlo en una mazmorra.

Al día siguiente el rey convocó a una reunión urgente a su nueva firma de asesores:
Cuatrecases, Chumillas & Ruiz.

- ¿Qué le parece, Majestad, si ponemos en marcha una campaña publicitaria que resalte sus
cualidades humanas?- propuso Ruiz.

- ¿Qué cualidades humanas?- dijo el rey.


- No sé, a todo el mundo le gustan los perros…

- ¡Yo odio a los perros! – dijo el rey.

- Ya veo, pero eso en realidad no importa; lo que cuenta es elevar la opinión que el pueblo
tiene de Vd. Podríamos empezar con grandes carteles en las carreteras que digan: “Midas ama
a los perros”.

- ¿Cuánto costaría eso? –preguntó el rey.

- Casi nada. Luego, el día clave, ante la televisión y los periódicos, Vd. Soltaría a los perros del
palacio real.

Por supuesto, el momento en que el rey soltaba a los perros fue muy emotivo, y todo el
mundo lo vio en la tele. Pero los perros, en cuanto se vieron libres de sus cadenas, se pusieron
como locos y salieron en estampida entrando en las casas, destrozando y llevándose las pocas
cosas que los súbditos tenían. Las compañías de seguros se negaron a pagar los destrozos
causados por los perros y, como resultado, en la siguiente aparición pública del rey el pueblo lo
bombardeó con nabos.

Al día siguiente, el rey convocó una reunión con su firma de asesores Cuatrecases & Chumillas.

- Majestad- dijo Chumillas-¿Qué le parece la idea de vencer a un dragón?

- Mmmm-dijo el rey-.¿No resultará eso muy caro?

- ¡En absoluto!

- ¡Eres muy inteligente, Chumillas, muy inteligente!

Así, en el día acordado, el rey salió a una explanada cercana al palacio armado hasta los
dientes para luchar contra el dragón, que echaba fuego por las narices. Por supuesto, no era
un dragón de verdad, sino que más bien se trataba de una especie de globo, como los que se
usan en los desfiles.

- ¡En guardia, malvado!-gritó el rey al dragón, desenvainando su espada-. Ahora… ahora…

- ¿Qué pasa?- preguntó Chumillas.

- ¡Se me ha olvidado lo que debo decir!- musitó el rey.

- No se preocupe por el guión, simplemente atáquelo con la espada.

Lamentablemente, antes de que el rey pudiera atacar al dragón, éste comenzó a perder aire, y
en unos instantes tenía el tamaño de una pelota de playa.

- ¡Es de mentira! ¡Es un dragón falso!- gritó la muchedumbre mientras comenzaban a tirarle
nabos al rey. Ahora la situación era mucho peor: sus súbditos no sólo lo odiaban, sino que
también lo despreciaban. El rey llamó entonces a su asesor Cuatrecases a una reunión urgente.
- Majestad- dijo Catrecases-. ¿Qué le parece si le diéramos a Vd. Lo que se llama un toque de
oro?.

- ¿No será eso muy caro?- preguntó el rey.

- Pues no, si se limita usted a usar este spray y este bote de pintura dorada.

- ¡Bien pensado, Cuatrecases!¡Muy bien pensado!-dijo el rey.

La noticia se extendió como la pólvora:

- ¡Midas: un monarca de 24 kilates!-decían los titulares de los periódicos. El rey prometió una
demostración pública y gratuita de sus habilidades, y las multitudes llegaron de todas partes
del reino. Y, por supuesto, en un momento Midas lo convertía todo en oro: sombreros,
bastones, arbustos, lápices y piedras.

- Si el rey dice que esto es oro, debe ser oro- razonaba el pueblo-. ¡Viva el rey Midas!

Y así, Midas siguió pintando con su spray dorado cada vez más cosas hasta que llegó un
momento en que parecía que todo el reino era de oro. Midas, por supuesto, era ya muy
famoso. Tan sólo había un problema: dado que ahora todos tenían más oro del que podían
utilizar, el oro comenzó a perder valor. Pronto se necesitó una carretilla de oro para comprar
un simple nabo.

- ¡Lo conseguimos, Cuatrecasas!-dijo el rey-. El pueblo me ama y sigo siendo el hombre más
rico de todo el reino.

- Bueno… no exactamente, Majestad. En este reino el oro ha dejado de ser ya sinónimo de


riqueza.

- ¿Ah sí?¿Y qué tiene valor ahora?-preguntó el rey.

- Pues… ¡los nabos!

Y así fue. Lo más preciado eran ahora los nabos, y claro, todo el mundo tenía algunos nabos.
Bueno, todo el mundo salvo el rey, que tenía sólo oro, se convirtió en el hombre más pobre del
reino. Al día siguiente convocó a sus asesores a una reunión, pero sólo se presentó él.

De este modo, el rey Midas se vio obligado a mudarse a un castillo muy modesto, con una
cama matrimonial y un foso que más bien parecía una acequia de riego. Pero eso sí, siguió
teniendo muchos amigos y, por supuesto, siguió con su famoso toque dorado.

Cuento extraído del libro “CUENTOS DE HADAS RETORCIDOS” Contados por A.J.JACOBS.

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