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EL CANTAR DEL MÍO CID

EL DESTIERRO
PERSONAJES:
 NARRADOR: DANIELA
 EL CID – RODRIGO DÍAZ DE VIVAR: JAVIER
 REY ALFONSO: DUSTIN
 JIMENA: NICOL
 SOL: MARIANA
 ELVIRA: LUHANA
 MARTIN ANTOLINEZ: FABIAN
 ALMUDAFAR REY DE GRANADA: ADRIÁN
 ALMUTAMIZ REY DE SEVILLA: DEREK
 ÁLVAR FÁÑEZ, SU PRIMO HERMANO: SEBASTIÁN TOMAPASCA
 NIÑA: CAMILA
 RAQUEL Y VIDAS: FABRICIO Y ARON
NARRADOR: Estimadas audiencias tengan todos muy buenos días, hoy viajaremos en el
tiempo y nos situaremos en el periodo medieval, mostraremos en escena un poema épico
español, una bella y valerosa historia de un gran caballero, Rodrigo Díaz de Vivar. Sin más
preámbulo hoy presentamos: EL CANTAR DEL MIO CID - EL DESTIERRO.
Empecemos… 3, 2, 1…acción.
REY DON ALFONSO: Cid, te ordeno que vayas por las parias que me tienen que dar cada
año los reyes de Granada y Sevilla.
EL CID: Como usted ordene, mi señor. (se dirigió a Granada).
ALMUDAFAR REY DE GRANADA: Ustedes, mis amigos los que están aquí presentes os
necesito para ir contra Almutamiz rey de Sevilla.
EL CID: ¡Oh no! Esto es grave, iré a decidle al rey de Sevilla. (se dirige a Sevilla).
EL CID: Oh señor, el rey de Granada planea una invasión en sus tierras.
ALMUTAMIZ REY DE SEVILLA: ¡No! Ellos no pueden venir a mis tierras soy el vasallo
y perchero del rey don Alfonso y no me podrán hacer esto ¡Cid! Mándale esta carta a
aquellos que desean venir contra mí.
EL CID: Bueno mi señor no os tardaré. (Se dirige a Granada).
EL CID: Rey Almudafar, aquí os manda el rey Almutamiz estas cartas a todos ustedes
quienes quieren ir contra él.
ALMUDAFAR: ¡Salid de mis tierras! No retrocederemos esas tierras serán mías.
EL CID: Os marcho de aquí, pero tengo que reunir los mejores cristianos y moros para la
guerra y sacar al rey Almudafar de las tierras del rey de Sevilla, os arrepentiréis Almudafar
nos veremos en el campo de batalla.
NARRADOR: Dura un par de horas la lucha entre estos dos reinos, pero al final os gana el
rey de Sevilla apoyado por el cid y dice:
EL CID: ¡Hemos ganado! Estos prisioneros después los soltaremos, pero primero recoger
todos los bienes del campo y las riquezas que allí quedaron y se las llevaremos al rey
Almutamiz. (Se dirigen hacia donde se encontraba el rey Almutamiz)
EL REY ALMUTAMIZ: Mira cid Campeador aquí te doy estos regalos y las parias que has
venido a cobrar y darte gracias por lo que has hecho por mis tierras.
EL CID: Ese es mi deber proteger, y también por la lealtad a mi señor el rey don Alfonso.
Permiso mi rey os me retiro. (Se dirige hacia el reino del rey don Alfonso)
REY DON ALFONSO: Me encuentro muy satisfecho de ti cid Campeador por todas tus
hazañas.
EL CID: Todo por usted, mi señor permiso, me marcharé
NARRADOR: Tiempo después…
REY DON ALFONSO: Estos días en recibido quejas tuyas y me encuentro ofendido
contigo cid Campeador te ordenó que te retires de mi reino te doy nueve días de plazo.
EL CID: Me marcharé con su permiso, mi señor. Iré al pueblo por aquellos amigos que
deseen ir conmigo.
EL CID: Amigos, quiero saber cuáles de vosotros queréis venir conmigo. Dios os lo pagará
a los que vengáis, pero igualmente satisfecho quedaré con los que aquí permanezcáis.
ÁLVAR FÁÑEZ, SU PRIMO HERMANO: Con vos iremos todos, Cid, por las tierras
deshabitadas y por las pobladas, y nunca os fallaremos mientras estemos vivos y sanos; en
vuestro servicio emplearemos nuestras mulas y nuestros caballos, el dinero y los vestidos;
siempre os serviremos como leales amigos y vasallos.
NARRADOR: Todos aprobaron lo que dijo Álvar Fáñez y el Cid les agradeció mucho lo
que allí se había hablado.
NARRADOR: Y en cuanto el Cid hubo recogido sus bienes, salió de Vivar con sus amigos
y mandó ir camino de Burgos. Allí dejó su casa vacía y abandonada. Derramando
abundantes lágrimas, volvía la cabeza y se quedaba mirándola. Vio las puertas abiertas y
los postigos sin candados, las perchas vacías, sin pieles y sin mantos, sin halcones y sin
azores para la caza. Suspiró el Cid, con preocupación, y habló con gran serenidad:
EL CID: ¡Gracias a ti, Señor, que estás en el cielo! ¡Esto han tramado contra mí, mis
malvados enemigos!
NARRADOR: Se dispusieron a espolear a los caballos, y les soltaron las riendas. A la
salida de Vivar, vieron una corneja por la derecha y cuando entraron en Burgos la vieron
por la izquierda. Se encogió de hombros el Cid y sacudió la cabeza:
EL CID: ¡Alegrémonos, Álvar Fáñez, ya que nos destierran!
NARRADOR: El Cid Rodrigo Díaz entró en Burgos, en compañía de sesenta caballeros,
cada uno con su pendón. Salieron a verlo mujeres y varones, la ciudad entera se asomó por
las ventanas derramando abundantes lágrimas ¡tan fuerte era su dolor!
Lo convidarían con gusto a su casa, pero ninguno se arriesgaba, pues el rey don Alfonso le
tenía gran rabia al Cid. El día de antes había mandado una carta a Burgos, que ordenaba
que nadie le diese posada al Cid Campeador y que el que se la diese, perdería sus bienes y
también los ojos de la cara, e incluso la vida y el alma.
El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la encontró bien cerrada: por
miedo del rey Alfonso así la tenían atrancada, y, a no ser que la forzasen, no la abriría
nadie. Los que iban con el Cid con grandes voces llamaron, los de dentro no les
respondieron una sola palabra. El Cid se acercó a la puerta, sacó el pie del estribo y le dio
una patada, pero no se abrió la puerta, pues estaba bien cerrada.
NARRADOR: Entonces una niña de nueve años apareció ante sus ojos:
LA NIÑA: ¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada! El rey lo ha prohibido,
anoche llegó su carta severamente custodiada y debidamente sellada. No nos atreveremos a
acogeros por nada del mundo; si no, perderíamos los bienes y las casas, e incluso los ojos
de la cara. Cid, con nuestro mal, vos no ganáis nada. ¡Que el Creador os ayude con todas
sus mercedes santas!
NARRADOR: Esto dijo la niña y se volvió para su casa. El Cid se alejó de la puerta,
atravesó Burgos, llegó a Santa María, y allí descabalgó; se hincó de rodillas y rezó de
corazón. Terminada la oración el Cid otra vez cabalga, de las murallas salió, el río Arlanzón
cruzaba. Llega a Burgos Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada de todas
aquellas cosas que le sirvan de vianda. No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
NARRADOR: Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid y a sus
hombres.
MARTÍN ANTOLÍNEZ: “Mío cid Campeador que en tan buena hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino! porque he de ser acusado, Cid, por haberos
servido y en la cólera del rey también me veré metido”.
CID: “¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza! Ahora ya tengo gastado todo mi
oro y mi plata, ya no me queda nada. Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas. Martín, con vuestro consejo hacer
quisiera dos arcas, Las llenaremos de arena porque sean muy pesadas, bien guarnecidas de
oro y de clavos adornadas”.
Buscadme a Raquel y Vidas, decid que voy desterrado por el rey y que aquí en Burgos el
comprar me está vedado. Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos, yo por lo
que sea justo se los dejaré empeñados. Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus
santos, no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.
NARRADOR: Martín Antolínez vuelve a Burgos en busca de los judíos. A lo que el Cid le
mandó, Martín Antolínez marcha, atraviesa todo Burgos, en la judería entraba, por Vidas y
por Raquel con gran prisa preguntaba.
MARTÍN ANTOLÍNEZ: “¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, amigos míos tan caros? En
secreto yo querría hablar con los dos un rato”. “Mis buenos Raquel y Vidas, vengan,
vengan esas manos, guardadme bien el secreto. De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha
encargado, grande riqueza tomó, caudales muy preciados, pero luego se quedó con lo que
valía algo, y por eso se ve ahora de tanto mal acusado. En dos arcas muy repletas tiene oro
fino guardado. Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado, aquí se deja
heredades, y sus casas y palacios, no puede llevar las arcas, que le costaría caro, el
Campeador querría dejarlas en vuestras manos empeñadas, y que, en cambio, les deis
dinero prestado. Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo, pero eso tiene que ser
con juramento prestado que no las habéis de abrir en lo que queda de año”
RAQUEL Y VIDAS: (conversan sigilosamente): “En este negocio hemos de sacar nosotros
algo. Cuando el Cid cobró las parias, mucho dinero ha ganado. Quedémonos con las arcas,
buen negocio haremos ambos, pondremos este tesoro donde nadie pueda hallarlo. Pero
queremos saber qué nos pide el Cid en cambio y qué ganancia tendremos nosotros por este
año”. (se dirigen hacia Antolinez)
RAQUEL Y VIDAS: ¿Qué pide a cambio el cid?
MARTÍN ANTOLÍNEZ: El Cid tiene necesidad ahora de seiscientos marcos.
RAQUEL Y VIDAS: No preocupéis, se lo daremos de grado. En cuanto traigan las arcas
tendréis los seiscientos marcos”.
NARRADOR: El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado, van con él Raquel y
Vidas, tan satisfechos del trato. No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron para
que no lo supiera en Burgos ningún cristiano. Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid
llegaron; al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos.
MARTÍN ANTOLÍNEZ: “Raquel y Vidas, llevaos las dos arcas cuanto antes y ponedlas a
resguardo, yo con vosotros iré para que me deis los marcos que ha de salir mío cid antes de
que cante el gallo.
NARRADOR: Raquel y Vidas reciben las arcas y muy agradecidos ambos besan la mano
del cid. Mientras que Martin Antolinez empieza a contar los marcos. Raquel y Vidas se
marchan y el cid en agradecimiento le da 30 marcos a Antolinez. Este hombre se vuelve la
mano derecha del cid y pide antes de partir con él, despedirse de su esposa. Posterior a ello,
el Cid va a Cardeña a despedirse de su familia. Encarga a su familia con el buen abad don
Sancho y ocurre una emotiva y triste despedida entre el cid y su familia.
DOÑA JIMENA: Gracias os pido, mío cid que, por calumnias de malos entendidos, del
reino te han desterrado.
NARRADOR: Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas. El Cid
espera llegar a casarlas honradamente. El cid se marcha y jura que algún día volverá
triunfante, es pues, que empieza a conquistar territorios, toma Costejón y Alcocer,
conquista de Barcelona: es aquí donde obtiene La Colada. No obstante, a pesar de que el
rey Alfonso lo desterraba, por cada guerra ganada, este le hacía llegar las dádivas, pues
como se mencionó al inicio el cid era un hombre de honor y leal.

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