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El cantar de Mio Cid. Anónimo


CANTAR PRIMERO
Destierro del Cid

Envió el rey don Alfonso al Cid Ruy Díaz por las parias que le tenían que dar los reyes de Córdoba y de
Sevilla cada año. Almutamiz, rey de Sevilla, y Almudafar, rey de Granada, eran en aquella sazón muy
enemigos y se odiaban a muerte. Y estaban entonces con Almudafar, rey de Granada, unos ricos
hombres que le ayudaban: el conde García Ordóñez y Fortún Sánchez, el yerno del rey don García de
Navarra, y Lope Sánchez, y cada uno de estos ricos hombres con su poder ayudaban a Almudafar, y
luego fueron contra Almutamiz, rey de Sevilla.
El Cid Ruy Díaz, cuando supo cómo iban sobre el rey de Sevilla, que era vasallo y debía tributo al rey
don Alfonso, su señor, lo tuvo a mal y le dolió mucho. Les envió a todos cartas rogándoles que no se
empeñasen en atacar al rey de Sevilla y destruir sus tierras, por la obligación que tenían con el rey
Alfonso; y que si a toda costa querían hacerlo, tuvieran por cierto que el rey don Alfonso no podría dejar
de sostener a su vasallo, puesto que le debía tributo. El rey de Granada y los ricos hombres no hicieron
caso de las cartas del Cid; y cayeron sobre el rey de Sevilla, destruyendo todas sus tierras hasta el
castillo de Cabra.
Cuando aquello vio Ruy Díaz reunió todas las fuerzas que pudo de cristianos y de moros, y fue contra
el rey de Granada para echarlo de lasa tierras del rey de Sevilla. Y el rey de Granada y los ricos hombres
que estaban con él, cuando supieron que iba con ese ánimo, le mandaron a decir que no se marcharían
de la tierra porque él lo quisiera. Ruy Díaz, cuando aquello oyó, pensó que no estaría bien el no
acometerlos y fue contra ellos y luchó con ellos en el campo, y duró la batalla campal desde la hora de
tercia hasta la de mediodía, y fue grande la mortandad que allí hubo de moros y de cristianos en la parte
del rey de Granada. Así venció el Cid a sus enemigos, obligándolos a abandonar el campo de batalla. El
Cid tomó de prisionero al conde García Ordóñez y le arranchó un mechón de la barba y a otros muchos
caballeros y a innumerables guerreros de a pie. Y los tuvo el Cid presos tres días, y luego los soltó a
todos. Después de haberlos cogido prisioneros mandó a los suyos recoger los bienes y las riquezas que
quedaron en el campo, y luego se volvió con toda su compaña y con todas sus riquezas adonde estaba
Almutamiz, rey de Sevilla, y dio a él y a todos sus moros todas las riquezas que reconocieron como
suyas y aún de las demás que quisieron tomar. Y de allí en adelante llamaron moros y cristianos a este
Ruy Díaz de Vivar el Cid Campeador, que quiere decir batallador.
Almutamiz le dio entonces muchos buenos regalos y las parias que había ido a cobrar. El Cid se volvió
con el tributo al rey Alfonso, su señor. El rey le recibió muy bien, se puso muy contento y se declaró
satisfecho de cuanto el Cid hiciera allá. Por esto le tuvieron muchos envidia y le buscaron mucho daño y
le enemistaron con el rey.
El rey prestó oídos, porque tenía viejas rencillas contra él, y envió a decir al Cid por una carta que se
fuera del reino. Leída la carta real, aunque le causó gran pesar, no quiso dilatar la obediencia, porque
sólo le quedaban de plazo nueve días para salir de todo el reino.

1.El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él.


Adiós del Cid a Vivar.

Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos, y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus
tierras y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber quiénes de ellos querían ir con él y
quiénes quedarse.
A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago; también a los que se quedan contentos
quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
—Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados; no te hemos de faltar mientras que salud
tengamos, y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño, siempre querremos serviros como leales vasallos.
(…). Suspiró el Cid, lleno de aflicción, y al fin dijo con gran mesura:
—¡Loado sea Dios! A esto me reduce la maldad de mis enemigos.
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4 Nadie hospeda al Cid. Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse. El Cid se ve obligado
a acampar fuera de la población.

De grado le albergarían, pero ninguno se atrevió, por miedo a la saña de don Alfonso. La noche pasada
a Burgos llevaron una real carta con severas prevenciones y fuertemente sellada mandando que a Mío
Cid nadie le diese posada, que si alguno se la da sepa lo que le esperaba: sus haberes perdería, más los
ojos de la cara, y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Huyen de la presencia del Cid, y no se atreven a decirle palabra.
Se dirige el Campeador adonde siempre paraba; cuando llegó a la puerta, la encontró bien cerrada. (…)
La gente del Cid a grandes voces llamaba, los de dentro no querían contestar una palabra. (...)
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
—¡Oh, Campeador que en bendita hora ceñiste la espada! Debes saber que el rey lo ha vedado, anoche
a Burgos llegó su carta, con severas prevenciones y fuertemente sellada. No nos atrevemos, Cid, a darte
asilo por nada, porque si no perderíamos los haberes y las casas, perderíamos también los ojos de
nuestras caras. (…) Seguí y que te proteja Dios con sus virtudes santas.
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa. Comprendió Ruy Díaz que del rey no espere gracia y,
alejándose de la puerta, cabalgó por Burgos hasta la iglesia de Santa María. (…)

15 Los monjes de Cardeña reciben al Cid. Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado.

A la puerta llaman; todos saben que el Cid ha llegado. ¡Dios, qué alegre que se ha puesto ese buen abad
don Sancho! Con luces y con candelas los monjes salen al patio.
—¡Gracias a Dios, Mio Cid!—dijo el abad don Sancho—. Ya que lo tengo a mi lado, quiero que sea mi
huésped.
Esto le contesta entonces el Cid, el bienhadado:
—Contento de vos estoy y agradecido, don Sancho. Yo prepararé la comida mía y la de mis vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra, te daré cincuenta marcos, si Dios me concede vida te he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto. Para mi esposa Jimena te entrego aquí cien
marcos;
a ella, a sus hijas y damas podes servir este año. Dos hijas niñas te dejo, tómalas a tu amparo. Te las
encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho, en ellas y en mi mujer pone todo cuidado. Si ese dinero
se acaba o si te faltare algo, dales lo que necesiten, abad, así te lo mando. Por un marco que gastes, al
convento le daré cuatro.
(…) Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas ha hincado. Llanto tenía en los ojos, quiso besarle las
manos.
—¡Campeador, en buena hora naciste! (...)

16 Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas. El Cid espera llegar a casarlas
honradamente.

—¡Merced, buen Cid de hermosa barba! Aquí ante vos me tenéis, Mío Cid, y a vuestras hijas, de muy
poca edad las dos y todavía tan niñas. (…) ¡Aconséjanos qué hay que hacer, oh Cid, por Santa María!
Las dos manos inclinó el de la barba crecida, a sus dos niñitas coge, en sus brazos las subía, al corazón
se las llega, de tanto que las quería. Llanto le asoma a los ojos y muy fuerte que suspira.
—Es verdad, doña Jimena, esposa honrada y bendita, tanto cariño te tengo como tengo al alma mía.
Tenemos que separarnos, ya los ves, los dos en vida;
a vos te toca quedarte, a mi me toca la ida. ¡Quiera Dios y con Él quiera la Santa Virgen María que con
estas manos pueda aún casar nuestras hijas y que me puede ventura y algunos días de vida para
poderos servir, mujer honrada y bendita!

18 Los cien castellanos llegan a Cardeña y se hacen vasallos del Cid. Éste dispone seguir su camino por
la mañana. Oración de Jimena. Adiós del Cid a su familia. El Cid camina al destierro; hace noche
después de pasar el Duero.

Cuando vio el Cid de Vivar que su mesnada aumentaba, y con ello sus esperanzas de ganarse
fácilmente la vida, salió a caballo a recibirlo. En cuanto los divisó, sonrió satisfecho. Todos llegaron a
besarle las manos.
(…) Muy contento estaba el Cid porque se le juntan más y muy contentos los hombres que al destierro
con él van.
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Han transcurrido ya seis días. Faltan tres, y no más, para que el plazo se cumpla. Mandado tenía el rey
al Cid vigilar, porque si pasado el plazo en sus reinos aún está, ni por oro ni por plata se pueda el Cid
escapar.
Ya se va acabando el día, la noche quería entrar,
a todos sus caballeros el Cid los manda juntar.
(…) Pasándose va la noche, viene la mañana ya, cantan los segundos gallos, y comienzan a ensillar.
(…) El Cid y su mujer para la iglesia se van. Se echó doña Jimena en las gradas del altar y reza a Dios,
lo mejor que ella sabía rezar,
por que al Cid le guarde el Señor de todo mal.
(…) Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar; como la uña de la carne así apartándose van.
El Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar, la cabeza va volviendo a ver si todos están. (…) Sueltan
entonces las riendas, empiezan a cabalgar, que el plazo para salir se iba acabando.
El Cid aquella noche duerme en Espinaz de Can; de todas partes guerreros se le vienen a juntar.

22 El Cid entra en el reino moro de Toledo tributario del rey Alfonso.

—En cuanto sea temprano, cebada a las bestias dad. Luego que coma el que quiera y los que no a
cabalgar. Esa sierra tan bravía la tenemos que pasar y a la noche ya las tierras del rey quedarán atrás.
(…) En medio de una montaña maravillosa y grande, el Mio Cid mandó detenerse y dar cebada y
descansar. (...) Antes del anochecer empiezan a cabalgar para que no les descubran quiere el Cid de
noche andar. Toda la noche anduvieron, ningún reposo se dan. Al lugar de Castejón, que junto a
Henares está, Mio Cid una emboscada les quería preparar.

23 Plan de campaña. Castejón cae en poder del Cid por sorpresa.

Toda la noche emboscados el Cid y los suyos pasan, que así se lo aconsejó Álvar Fáñez de Minaya.
—Cid Campeador que en buena hora ceñiste la espada, ya que a Castejón tenemos tendida buena
celada, tú te quedaras aquí con cien hombres a la zaga y yo haré una correría con doscientos en
vanguardia; con Dios y con tu suerte será la empresa ganada.
El Campeador contestó:
—Muy bien hablaste, Minaya. Corre la tierra sin miedo, por valor no quede nada. Ataquen con osadía,
que le miedo no les haga perder la presa. Hasta más abajo de Hita lleguen, y a Guadalajara hasta la
misma Alcalá acérquense las vanguardias, la riqueza de esa tierra que de botín se la traigan y que por
miedo a los moros no vayan a dejar nada. Y con los otros cien hombres me quedaré aquí a la zaga; de
amparo nos servirá Castejón, por mí guardada. (...)
Rompen albores del día y se acerca la mañana. Va saliendo el sol. ¡Dios mío, qué hermoso que
despuntaba! Las gentes de Castejón ya todas se levantaban, las puertas de la ciudad abren y afuera se
marchan, camino de sus trabajos, de las tierras que
labraban. Todos se van y las puertas abiertas se las dejaban. Es muy poca aquella gente que en
Castejón se quedara y la que está por los campos anda muy desparramada. Sale el Cid del escondite y
toma prisioneros a moros y moras, y también el ganado que andaba por las afueras. El Cid don Rodrigo
se encaminó hacia la puerta de la ciudad. Los que la guardaban cuando vieron llegar tanta gente, llenos
de terror huyeron y la dejaron abandonada.
De la ciudad por las puertas ya el Campeador se entraba. En la mano Mío Cid desnuda lleva la espada y
dio muerte a quince moros. A Castejón ha ganado con todo el oro y la plata. Ya cargados del botín sus
caballeros llegaban (...).

28 Temor de los moros.

Por todas aquellas tierras fue la noticia volando de que el Cid Campeador junto a Alcocer ha acampado
que a tierra de moros vino y deja la de cristianos; los campos que estaban cerca no se atreven a
labrarlos. (...)

29 El Campeador toma a Alcocer mediante un ardid.

Esa gente de Alcocer al Cid ya le daba parias y los de Terrer y Ateca también ya se las pagaban (...)
Allí Mio Cid estuvo por más de quince semanas. Cuando ve el Campeador que Alcocer no se le rendía,
inventó un ardid de guerra.
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Mandó levantar todas las tiendas menos una, y se fue Jalón abajo con bandera desplegada, espadas al
cinto y puestas las armaduras, para hacerlos caer cautelosamente en una emboscada. ¡Cómo se
alegraban los de Alcocer viéndoles marcharse!
—Ya se le ha acabado al Cid todo el pan y la cebada. Cargados van con las tiendas, una sola queda
alzada. Derrotado el Campeador se marcha, vamos a asaltarle ahora, sacaremos gran ganancia (…) las
parias que nos cobró hoy las volverá dobladas.
Salieron, pues de Alcocer, con gran prisa. Cuando el Cid ya los vio fuera hace como que se escapa.
Jalón abajo corría, muy en desorden andaba.
Decían los de Alcocer:
—¡Ay, que el botín se nos marcha!
Ya todos, grandes y chicos, a salir se apresuraban, llevados por la codicia de lo demás se olvidaban:
abiertas dejan las puertas, nadie se queda a guardarlas. Mio Cid Campeador hacia atrás volvió la cara,
vio que entre ellos y el castillo un gran espacio quedaba, mandó volver la bandera y lanzar los caballos
hacia Alcocer.
—¡Hiéranlos, mis caballeros, sin temor, el Cid gritaba, que con la ayuda de Cristo nuestra será la
ganancia!
Ya vuelven todos revueltos por medio de la llanada. (...) Los vasallos de Mío Cid sin piedad sus golpes
daban, en poco más de un momento a trescientos moros matan. Con muy grandes alaridos los que
están en emboscada para adelante salían, hacia el castillo tornaban, con las espadas desnudas a la
puerta se paraban. Ya van llegando los suyos, la batalla está ganada. (...)

32 El rey de Valencia quiere recobrar a Alcocer. Envía un ejército contra el Cid

(…) Mucho pesaba su triunfo a los de Ateca, y tampoco agrada a los de Terrer y a los de Calatayud les
pesa. Entonces enviaron un mensaje al rey de Valencia, diciéndole que a uno que llaman el Cid Ruy
Díaz de Vivar “lo echó de sus tierras el rey Alfonso y fue a acampar en lugar de Alcocer, sacó con
engaños a los habitantes, y les ha quitado el castillo. Si no nos auxilias, perderás Ateca y Terrer,
perderás Calatayud (...)”
Cuando lo oyó el rey Tamín sintió profundo pesar.
— (…) Sin tardar, dos marcharán para allá con tres mil moros que lleven buenas armas de luchar. Con
los que hay en la frontera, que bien ayudarán, tómenlo vivo a ese cristiano y tráigamelo acá. Por entrar a
mis tierras, derecho pagará. (...)

36 Destrozan las haces enemigas

Se vieron subir y bajar lanzas, tanta adarga romper y agujerear,


las mallas de las lorigas allí se quebraron (…). Por aquel campo, en un poco de lugar, había caídos unos
mil trescientos moros muertos ya.

38 Minaya, en peligro. El Cid hiere a Fáriz

Al buen Minaya Álvar Fáñez le mataron el caballo pero a socorrerle fueron las mesnadas de cristianos.
(…) Lo vio el Cid Ruy Díaz el castellano, y acercándose a un general moro que traía un caballo
excelente, le tiró un tajo con la diestra que lo cortó por la cintura, y cayó al suelo la mitad del cuerpo.
Después se acercó a Álvar Fáñez para darle el caballo.
Mio Cid de Vivar el bienhadado al emir Fáriz tres tajos con la espada le lanzó, le fallan los dos primeros,
pero el tercero le acertó; ya por debajo de la armadura la sangre se escurrió (...)

40 Minaya ve cumplido su voto. Botín de la batalla. El Cid dispone un presente para el rey.

(…) Se vio al Cid sobre su caballo, la cofia llevaba fruncida, su hermosa barba mostrando, echada atrás
la capucha y con la espada en la mano. A sus guerreros miraba, que ya se van acercando.
—Gracias al Dios de los cielos, Aquél que está allí en alto, porque batalla tan grande nosotros la hemos
ganado.
(…) Tanto oro y tanta plata no saben dónde guardarlo. Se habían enriquecido con el botín. (…)
Campeador ordenó que fueran distribuidas las ganancias. (...)
—Oye, Álvar Fáñez Minaya, vos que sos mi diestro brazo: de todas esas riquezas que el Creador nos ha
dado, toma cuanto desees. Y quiero que vayas a Castilla a dar cuenta de esta victoria, porque deseo
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obsequiar al rey don Alfonso, que me desterró, con treinta caballos, todos con sus sillas y frenos (…).

47 Minaya llega ante el rey. Éste perdona a Minaya, pero no al Cid

A Castilla se ha marchado Álvar Fáñez de Minaya y ya los treinta caballos al rey se los presentaba; al
verlos buena sonrisa le viene al rey a la cara.
—¿Quién te ha dado esos caballos, por Dios del cielo, Minaya?"
—El Cid Ruy Díaz, que en buena hora ciñó espada. Después que le desterraste, ganó por maña Alcocer.
Lo supo el rey de Valencia por mensaje, y, en efecto, mandó que le pongan cerco y que le corten el
agua. El Cid salió del castillo, en campo abierto luchó, venció a dos emires moros en batalla.
Cuantiosos, señor, han sido el botín y la ganancia, a vos, Mio Cid este regalo te manda, dice que los pies
y ambas manos te besa (…).
Dijo entonces el rey:
—Aún muy poco tiempo pasa para acoger a un desterrado que perdió la gracia de su señor. Pero
acepto el presente, por venir de patrimonio de moros, y aun confieso que me alegro de las ganancias del
Cid. Y sobre todo a ti, Minaya, te doy mi permiso para que entres y salgas a tu antojo. Pero en cuanto al
Cid, no quiero decirte más nada.

CANTAR SEGUNDO
Bodas de las hijas del Cid

75 El rey de Sevilla quiere recobrar Valencia

En reposo estaba el Cid ya con todas sus compañas, cuando llegaron las nuevas al rey de Sevilla de que
Valencia había caído sin defenderse más. Fue entonces con treinta mil hombres de armas a atacarlos.
Allí cerca de la huerta libraron las dos batallas, los derrotó Mio Cid, el de la crecida barba. Aquel gran rey
de Sevilla con tres heridas escapa. A Valencia torna el Cid con toda aquella ganancia, la cual
representaba un buen botín. (…) Las cosas de Mio Cid ya ves lo bien que marchaban.

76 El Cid deja su barba sin cortar. (...)

Mucha alegría cundió entre todos los cristianos que en esa guerra acompañaban al Cid Ruy Díaz en
buena hora nacido. Entretanto la barba le había crecido mucho; el Cid había dicho: "por amor al rey
Alfonso, que de su tierra me ha echado, no entraré en mi barba tijera, ni me cortaré un pelo; y que
hablen de esta promesa todo el mundo". (...)

77 (…) Éste dispone nuevo presente para el rey

(…) Si te parece bien, Minaya, y no te incomoda, quisiera que fueras a Castilla donde están nuestras
heredades, para que vieras al rey Alfonso, mi señor natural. Quiero que elijas de entre mis ganancias un
centenar de caballos y se los lleves. Quiero que le beses la mano de mi parte y le ruegues
encarecidamente, que me deje traer conmigo a mi mujer, doña Jimena y a mis hijas. (...)

82 Discurso de Minaya al rey. Envidia de Garci Ordóñez. El Rey perdona a la familia del Cid. Los infantes
de Carrión codician las riquezas del Cid.

—¡Merced, nuestro rey Alfonso, por amor de Dios! El Cid, el luchador, te besa las manos, te besa manos
y pies (...). Tú lo desterraste, lo privaste de tu amor; aunque, allá, en tierra extraña, el Cid cumplió su
deber (…). En fin, ya es señor de Valencia (…) se ha abatido a cinco batallas cámpales y todas las ganó.
Grandes ganancias le ha dado Dios, y he aquí las pruebas de que digo la verdad. Estos cien caballos
fuertes y buenos corredores, provistos de frenos y sillas, Mio Cid te ruega que los aceptes. Es tu vasallo
y te tiene por señor.
Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:
—¡Válgame San Isidro! ¡Cuánto me alegro de esas inmensas ganancias que ha hecho el campeador y
de sus continuas hazañas! Acepto los caballos con que me obsequia.
(…) —Oh, rey, el Cid te pide merced para que dejes sacar a su mujer, doña Jimena y a sus dos hijas del
monasterio en que las dejó, y llevárselas consigo a Valencia.
Entonces contesta el rey:
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—Pláceme de corazón. Mientras vayan por mis reinos les daré manutención, y las guardaré de todo mal,
de afrenta y de deshonor. Cuando a la frontera lleguen esas damas, entonces cuidarán de ellas tú mismo
y el Campeador. Ahora, guardias y mesnadas, escuchad con atención. No quiero que pierda nada el Cid,
a todos los caballeros que lo reconocen por señor, les restituyó cuando les había confiscado; queden en
posesión de sus bienes donde quiera que se hallen al lado del Cid. Les aseguró que no recibirán mal ni
daño grave, y todo esto lo hago para que sirvan bien a su señor.
(…) Los infantes de Carrión se pusieron hablar aparte entre sí:
—Mucho van creciendo las hazañas de este Cid. No nos vendría mal casarnos con sus hijas para sacar
provecho. Pero vergüenza tenemos de decirlo, porque no es el suyo buen linaje para condes de Carrión.
(...)

95 Los cristianos salen a batalla. Derrota de Yusuf. Botín extraordinario. El Cid saluda a su mujer y sus
hijas. Dota a las dueñas de Jimena. Reparto del botín

(…) Han salido de Valencia, ya la bandera sacaron, son cuatro mil menos treinta los que el Cid lleva a su
lado y a cincuenta mil de moros sin miedo fueron a atacar.
(…) El Cid empleó la lanza, y cuando se le quebró, metió la mano a la espada y mató innumerablemente
moros, la sangre le chorreaba por el brazo. Tres golpes le asentó al rey Yusuf de Marruecos; éste se
escapó (…) pero el Cid lo alcanzó.
Un gran botín quedó en sus manos, hicieron cuenta de los enemigos y vieron que no se habían
escapado más de ciento cuatro.
(…) lo recibieron las damas que lo habían estado esperando (...)
—(...) Mientras me cuidaban Valencia, yo vencía en la guerra. (…) Vean ensangrentada la espada, el
caballo sudoroso; así es como se vence en el campo de batalla a los moros. Pidan a Dios que me preste
vida y salud, que yo les traeré honor, y vendrán a besarles las manos. (…)

96 Gozo de los cristianos. El Cid envía nuevo presente al rey.

En Valencia todos los cristianos están alegres, han ganado mucho dinero, caballos y armas. (...)
El bueno de Mio Cid sin perder tiempo:
—¿En dónde estás, grande hombre? Acércate, Minaya. (…) Mañana al romper el día marcharás sin falta
con doscientos caballos de mi quinta, todos con sillas y frenos, todos con sendas espadas; y los llevarás
de regalo al rey Alfonso, para que no hable mal del que gobierna en Valencia. Esto por amor de mi mujer
y mis hijas adoradas, y porque las ha mandado a donde ellas deseaban. (...)

99 El rey sale a recibir a los del Cid. Envidia de Garci Ordóñez.

Mucho se alegró el rey. (…) Los infantes de Carrión volvieron a cavilar, y lo mismo el conde don García,
enemigo irreconciliable del Cid. (...)
— Merced, rey Alfonso, señor nuestro tan honrado, en nombre de Mio Cid este suelo y pies besamos, a
vos tiene por señor, y se reconoce como tu vasallo. Mucho aprecia el Cid la honra que le has dado.
Pocos días hace, señor, que una batalla ha ganado contra ese rey de Marruecos Yusuf: a cincuenta mil
guerreros los ha vencido en el campo, inmensas son las ganancias que en la lucha sacaron, por eso, el
Cid te envía estos caballos y te besa la mano. (...)

100 El rey se muestra benévolo hacia el Cid.

Entonces estas palabras fue el rey Alfonso a decir:


—A Dios y a San Isidoro agradezco este gentil don de doscientos caballos que me envía el Cid. Mientras
que mi reino dure mejor me podrá servir.
A ustedes, Minaya, y Bermúdez, mando que les den ricas vestiduras, y todas las buenas armas que
elijan (...) Contento estoy y ya oigo una voz dentro de mí
que me dice que estas cosas han de parar algo bueno.

102 Los infantes logran que el rey trate el casamiento. El rey pide vistas con el Cid. Minaya vuelve a
Valencia y entera al Cid de todo. El Cid fija el lugar de las vistas.

—Merced te pedimos como rey y señor nuestro: queremos, si esta demanda tiene tu aprobación, que
nos pidas en matrimonio a las hijas del Cid Campeador, porque deseamos casarnos con ellas para el
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bien nuestro y honra suya.


El rey Alfonso un gran rato meditando se quedó:
—Yo he echado de esta mi tierra al buen Cid Campeador, trabajé yo por su mal y él por mi bien trabajó,
y no sé si le agradará proposición.
Entonces el rey mandó llamar a Álvar Fáñez de Minaya y a Bermúdez, dos
mensajeros de Ruy Díaz, y en un aposento cercano con ellos habló:
—Escúchenme Minaya y Pedro Bermúdez: muy bien me está sirviendo Mio Cid Campeador, y como él
se lo merece le concederé el perdón. Que venga a verse conmigo, si gusta, su señor. Hay novedades en
mi corte y son que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión, con las hijas del Cid quieren
casarse. Lleven este mensaje, que así se lo ruego yo. A honra lo habrá de tomar, que irá ganando en
honor, si emparienta con infantes de Carrión por boda.
Minaya de acuerdo con Bermúdez dijo:
—Al Cid le haremos la petición, y él decidirá como mejor le plazca.
(…) el buen Cid Campeador a prisa monta a caballo para salir a recibirlos (…) los mensajeros le
comunicaron la súplica que le hacía Alfonso de León, sobre dar la mano de sus hijas a los infantes de
Carrión, puesto que como él bien podía comprender, ganaría honra con el parentesco, por lo cual le
aconsejaba acceder.
Los escuchó el Cid y se quedo largo rato pensando:
—Mucho le agradezco esto a Cristo, Nuestro Señor. Echado fui de la tierra, me quitaron el honor, con
gran trabajo gané esto que ahora poseo. Agradezco a Dios que el rey me haya vuelto a su favor y que
me pida mis hijas para los dos de Carrión. (…) De gran linaje vienen esos de Carrión, andan siempre con
la corte, estas bodas, en verdad, no me gustarían, pero si el rey lo aconseja, él que vale más que
nosotros. (...)
Entonces dijo Minaya:
—El rey Alfonso mandó que el lugar de la entrevista sea escogido por vos.
—Si así lo ordenara el rey, dijo allí el Campeador, hasta donde él estuviera iría a buscarle yo para
honrarle cual se debe a nuestro rey. Pero ya que así lo quiere, le acepto el honor y a orillas del río Tajo,
ese que es río mayor, podemos entrevistarnos cuando quiera el rey.
Ya están escritas las cartas selladas, dos caballeros del Cid suyos las envió: el Campeador iba a hacer
lo que el rey dispusiera.

104 El Cid y los suyos se disponen para ir a las vistas. Parten de Valencia. El rey y el Cid se avistan a
orillas del Tajo. Perdón solemne dado por el rey al Cid. El rey pide al Cid sus hijas para los infantes. El
Cid confía sus hijas al rey y éste las casa. Las vistas acaban. Regalos del Cid a los que se despiden. El
rey entrega los infantes al Cid.

Allá en Valencia, Mio Cid Campeador se estaba preparando para la entrevista. Robustas mulas,
palafrenes en condición, muy buenas armas, rápidos caballos, lujosos mantos y pieles y capas de gran
valor. La gente, chicos y grandes, vestidos van de color.
(…) Un día antes que llegue el Cid, llegó el rey. Cuando vieron que venía ese buen Campeador, salieron
a recibirlo con grandes muestras de honor. (...)
De rodillas se echó al suelo, mordió la hierba, y soltó un llanto jubiloso —así se rendía acatamiento a su
señor— y cayó a sus pies. No le gustaba al rey Alfonso ver en tal humillación:
—Levántate, mi buen Cid Campeador, besar mis manos te dejo, pero besar los pies no (…).
Con las rodillas hincadas seguía el Campeador:
—Merced te pido, buen rey, mi natural señor, que ante vos arrodillado me devuelvas tu amor (...)
Dijo el rey:
—Así lo haré con alma y con corazón, aquí te perdono, Cid, y te vuelvo mi favor, desde te recibiré en mi
reino.
(…) Con las rodillas hincadas las dos manos le besó, se puso de pie y en la boca otro beso le dio.
— (…) Señor, si te place serás mi huésped.
El rey le contestó:
—No sería justo. Ustedes acaban de llegar y nosotros estamos aquí desde ayer. Hoy serás mi huésped,
Cid Campeador; mañana se hará como desees. (…)
Al otro día (…) el rey no perdió tiempo y comenzó a hablar:
—Escúchenme caballeros, condes, infanzones; quiero proponer un deseo al Cid Campeador. Jesucristo
ha de permitir que sea para bien. Te pido tus hijas doña Elvira y doña Sol, para que las des por esposas
a los infantes de Carrión. Me parece un casamiento honrado y ventajoso, ellos lo piden, yo te lo
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recomiendo. Y quiero que todos los que estemos aquí de una y otra parte, los míos y los tuyos,
intercedan por mí. Te pido que las entregues, oh, Cid, ¡y que el Creador te ampare!
—No debería casar a mis hijas todavía —repuso el Cid—, todavía son de poca edad. Los infantes de
Carrión son gente de gran fama pueden aspirar a casarse con mis hijas y aun mejores. Yo las engendré,
tú, rey, las criaste. Tanto ellas como yo estamos a tu merced. Puedes dispones de doña Elvira y doña
Sol; puedes darlas a quien te parezca bien, que yo quedaré contento.
(…) Enseguida se pusieron de pie los infantes y fueron a besar las manos al que en buena hora nació.
Ante el rey Alfonso, cambiaron las espadas. (...)

111 Preparativos de las bodas. Presentación de los infantes. Minaya entrega las esposas a los infantes.
Bendiciones y misa. Fiestas durante quince días. Las bodas acaban, regalos a los convidados. El juglar
se despide de sus oyentes

Entonces comenzaron a adornar todo el palacio, taparon los suelos y las paredes con tapices, telas de
púrpura y seda y muchos paños preciados.
Mandaron buscar a los infantes de Carrión, que a poco llegan a caballo, frente al palacio,
espléndidamente vestidos y ataviados con lujo. (…) El Cid y sus vasallos los recibieron, y ellos saludaron
al Cid y su mujer, y fueron a sentarse a unos preciosos asientos.
(…) Las hijas del Cid se levantaron, el Cid las entregó a Minaya, y este, dirigiéndose a los infantes, dijo.
—(...) Por mandato del rey Alfonso y en su nombre les doy estas damas —ambas hidalgas—; tómenlas
por sus mujeres para honra y bien mutuos. (...)

CANTAR TERCERO
La afrenta de Corpes

112 Se suelta el león del Cid. Miedo de los infantes de Carrión. El Cid amansa al león. Vergüenza de los
infantes

Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayor, y con él sus yernos, los infantes de Carrión. El Cid
sentado en su asiento se había dormido, cuando pasó algo inesperado: el león se escapó de la jaula y se
soltó. Toda la corte estaba espantada; los del Campeador tomaron un manto y rodearon el asiento donde
estaba su señor para protegerlo. Fernando González, infante de Carrión, no veía cámara abierta ni torre,
no sabía dónde esconderse. Se metió debajo del asiento, tan grande era su miedo. Diego González salió
por la puerta gritando:
—¡Ay, Carrión, no volveré a verte!
Temblando de miedo se metió detrás de un depósito de líquidos, de donde sacó el manto y el faldón de
seda, totalmente sucios.
En eso despertó el Campeador y vio que lo rodeaban sus buenos varones.
—¿Qué ocurre aquí?
—¡Ay, honrado señor, el susto que el león nos ha dado!
El Cid se apoyó en su asiento; después se levantó y con el mando prendido al cuello, como estaba, se
fue derecho al león. Cuando el león lo vio acercarse se atemorizó, de manera que bajó la cabeza y
plantó el hocico. El Cid don Rodrigo lo tomó por el cuello, y como si llevara por la rienda, lo metió en la
jaula. Todos los que esto vieron volvieron al palacio maravillados.
El Cid entonces preguntó por sus yernos, los buscaron pero no lo encontraron. Al fin dieron con ellos,
estaban tan demudados, que toda la corte se deshizo de la risa, hasta que el Cid impuso respeto. Los
infantes quedaron muy avergonzados y lamentaron profundamente el suceso.

{El rey de Marruecos ataca Valencia, dicha batalla fue ganada por el Cid}

123 Vanidad de los infantes. Burlas de que ellos son objeto

Entonces empieza a hablar el infante don Fernando:


—Gracias a Dios Creador, y a ti, Mio Cid honrado, tantos bienes poseemos, por vos ganamos en honra y
por vos hemos luchado, vencimos a los moros en el campo y matamos a aquel rey que los mandaba,
Búcar, un traidor. (...)
Los vasallos del Cid reían por lo bajo; unos habían luchado con valentía, otros se distinguieron en la
persecución; pero no recordaban haber visto a Diego y Fernando. Con esas mal disimuladas risas y
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burlas continuas que le hacías, los infantes comenzaron a concebir un plan perverso. (...)

124 Los infantes deciden afrentar a las hijas del Cid. Piden al Cid sus mujeres para llevarlas a Carrión. EI
Cid accede. Ajuar que da a sus hijas. Los infantes se disponen a marchar. Las hijas se despiden del
padre.

—Pidamos al Cid nuestras mujeres; digámosle que queremos llevarlas a la tierra de Carrión, para que
vean dónde tienen sus heredades. Así las sacaremos de Valencia y de la custodia del Cid. Ya en el
camino, haremos lo que se nos antoje. No vayan a echarnos antes en cara lo que sucedió con el león.
Nosotros tenemos sangre de condes de Carrión; los bienes que llevamos valen muchos y podremos
humillar a las hijas del Campeador.
—Con esos bienes siempre seremos hombres ricos, y podremos casarnos con hijas de reyes o
emperadores, que para algo somos del linaje de los condes de Carrión. Sí, humillaremos a las hijas del
Cid, antes de que nos echen en la cara la aventura del león.
Una vez que se pusieron de acuerdo, volvieron a la corte (…):
—¡Dios te valga, Campeador! A doña Jimena y a ti el primero, y a Minaya y a cuantos aquí nos
escuchan, pedimos que consientan en entregarnos a nuestras legítimas esposas, porque quisiéramos
llevarlas a nuestras tierras para ponerlas en posesión de las arras que le dimos por heredades; que
vean tus hijas lo que poseemos y del patrimonio que se habrán de repartir nuestro hijos.
El Cid, sin recelar la menor afrente, dijo:
—Les daré mis hijas, y con ellas lo que me pertenece. (…) como ajuar tres mil marcos; les daré además
mulas y palafrenes fuertes, caballos ágiles y corredores para montar, y gran cantidad de vestiduras de
paño y seda tejida en oro; les daré dos espadas. Ustedes son mis hijos y por eso, les entrego mis hijas.
Con ellas me arrancan las telas de mi corazón. (...)

126 El Cid envía con sus hijas a Félez Muñoz. Último adiós. El Cid torna a Valencia. Los viajeros llegan a
Molina. Abengalbón los acompaña a Medina. Los infantes piensan matar a Abengalbón

(...)—Escucha sobrino mío, Félez Muñoz. Vayan por Molina, allí descansarán una noche. Saluden a mi
amigo el moro Abengalbón. Díganle que reciba a mis yernos lo mejor que pueda. Díganle que envío a
mis hijas a Carrión, que les sirva en todo lo que sea necesario, y que por mi amor le pido que las
acompañe hasta Medinaceli. Lo recompensaré debidamente.
(…) los infantes de Carrión llegaron a Molina, donde está el moro Abengalbón; la llegada lo lleno de
regocijo y salió a recibirlos con gran alborozo. A la mañana siguiente cabalgó con ellos (…). Atravesaron
los montes (…). El moro ofreció presentes a las hijas del Cid, y sendos caballos a los infantes, todo por
amor al Cid.
Pero los infantes, viendo la riqueza del moro, se pusieron a maquinar una vil traición:
—Puesto que vamos a abandonar a las hijas del Cid, si de paso pudiésemos matar al moro, sus muchas
riquezas pasarían a nuestras manos. Todo lo pondríamos tan a salvo como nuestras posesiones de
Carrión, y el Cid jamás podría reclamarnos la reparación de la ofensa.
Pero mientras los infantes decían estas perversas palabras, un moro que entendía la lengua los estaba
escuchando; sin guardárselo para sí, al punto lo comunicó a Abengalbón. (...)

128 El moro se torna a Molina, presintiendo la desgracia de las hijas del Cid. Los viajeros entran en el
reino de Castilla. Duermen en el robledo de Corpes
A la mañana se quedan solos los infantes con sus mujeres y se preparan a maltratarlas. Ruegos inútiles
de doña Sol. Crueldad de los infantes

—Díganme, infantes, ¿qué mal les he hecho? Yo sin malicia los sirvo, y ustedes traman mi muerte. Aquí
los abandono como traidores. Con su permiso, doña Elvira y doña Sol me voy, poco me importa el
renombre de los de Carrión (...)
Por fin entraron los infantes en el robledal de Corpes, bosques altísimos, cuyas ramas suben hasta las
nubes, y rondan abundantes fieras por allí.
Mandaron los infantes plantar las tiendas y reposaron toda la noche abrazados a sus mujeres, mientras
daban muestras de amor. ¡Pero qué mal se cumplirá en cuanto al día siguiente!
Mandaron cargar las mulas con su rica cargazón, plegar esa tienda que los había albergado esa noche.
Luego hicieron marchar adelante a sus criados y familiares, ordenando que nadie se quedara con ellos,
ni hombre ni mujer, solo sus esposas (…).
Allí los infantes de Carrión están meditando maldades:
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—Doña Elvira y doña Sol, creánlo. Van a ser escarnecidas en estos terribles montes. Hoy mismo nos
marcharemos y las dejaremos aquí abandonadas. No tendrán su parte en la tierra de nuestro condado.
Las noticias llegarán al Cid, y éste será nuestra venganza por lo del león.
Les quitaron los mantos y pieles y las dejaron con solo la camisa y una túnica de seda. Los traidores
llevaban las espuelas calzadas y tomaron en sus manos las fuertes y resistentes cinchas. Cuando vieron
esto las damas, doña Sol dijo:
—Don Diego, don Fernando: le pedimos por Dios. Tiene dos espadas fuertes y filosas, córtennos con
ellas las cabezas, seremos mártires. Moros y cristianos dirán que somos mártires sin merecerlo. Pero no
comentan con nosotras tal crueldad; no nos ultrajen, que no ganarán más que envilecerse, y se los
demandarán en vistas o en la corte.
No le sirvieron de nada los ruegos. Los infantes de Carrión comenzaron a golpearlas. Sin compasión
descargaron sobre ellas las cinchas corredizas y les clavaron las espuelas donde más le dolía. Les
rasgaron las camisas y con ellas las carnes. Limpia corría la sangre por las túnicas. (…) Tanto le
pegaron que yacen desfallecidas, ensangrentadas las camisas y las túnicas. Se hartaron de herirlas,
probando quién pegaba mejor. (…) Por muertas las dejaron en el robledal.

131 Félez Muñoz sospecha de los infantes. Vuelve atrás en busca de las hijas del Cid. Las reanima y las
lleva en su caballo a San Esteban de Gormaz. Llega al Cid la noticia de su deshonra. Minaya va a San
Esteban a recoger las dueñas. Entrevista de Minaya con sus primas.

(…) En tanto loas infantes de Carrión se iban vanagloriando de su hazaña. En todas aquellas tierras se
supo lo ocurrido. El buen rey don Alfonso lo ha sentido de corazón. El mensaje llegó a Valencia, y
cuando el Cid se enteró, estuvo un largo rato meditando (…). ¡Qué aflicción la del Cid y la de toda su
corte (…)!

133 El Cid envía a Muño Gustioz que pida al rey justicia. Muño habla al rey Alfonso, y le expone su
mensaje. El rey promete reparación.

—¿Dónde estás, Muño Gustioz, ilustre vasallo? En buena hora te crié en mi corte. Lleva el mensaje a
Castilla, al rey Alfonso. Le besas la mano en mi nombre, de todo corazón como a su señor el vasallo. Y
ruega al buen rey que se dé también por ofendido de la injuria que los infantes me han hecho. Él, casó a
mis hijas. Y ahora que las han deshonrado, si es que en esto cabe deshonra, poca o mucha, como sea,
recae toda sobre mi señor. Se han llevado muchas riquezas mías, y ese nuevo cargo que añadir a la
ofensa. Cítelos a la vista el rey, a juntas o a cortes, para que reclame yo mi derecho contra ellos, porque
grande es el rencor que roe mi alma. (…)
[El rey escuchó el mensaje que le traía el vasallo del Cid; luego de meditar, habló]
—Mucho me pesa lo ocurrido y s muy cierto cuanto me has dicho, Muño Gustioz. Yo fui quien casó a
sus hijas con los infantes, pensando que sería para bien y en provecho suyo. ¡Ojalá no se hubiera
realizado tal casamiento! Comparto de corazón el pesar del Cid. Que me valga Dios, que lo he de ayudar
en su derecho. ¡Lejos estaba de imaginarlo! Mis mensajeros reales irán por todo el reino pregonando que
se juntarán en las cortes de Toledo (…).

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