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CAPÍTULO V

LA PRIMA

El cálculo de las probabilidades, con la ley de los grandes números que da origen a su
aplicación práctica, está llamado a cumplir una función fundamental en la operación
empresarial del seguro, en la viabilidad técnico-comercial de la institución, en su proyección
jurídica como instrumento de protección de los intereses económicos de la comunidad
asegurada. Es la herramienta que permite identificar el punto de equilibrio económico entre
la prestación global a cargo del seguro (el valor de las pérdidas y demás erogaciones en el
curso de un período determinado) y la prestación global a cargo de sus usuarios, los
asegurados. O, dicho de otro modo, la que hace posible esta ecuación ineludible como
soporte de la estabilidad financiera de la institución.
Canalizados los riesgos patrimoniales o personales a través de organizaciones mutuales,
cooperativas o comerciales, unas u otras tienen, necesariamente, que proveer al alimento del
fondo común con el cual deben subvenir a todas las erogaciones a que la operación del
sistema ha de dar origen: las pérdidas indemnizables a algunos de sus aportantes (aquellos
que reciben el golpe casual de los siniestros) junto con los honorarios y gastos que demanden
su investigación y ajuste, los gastos de adquisición y administración de la comunidad de
riesgos asegurados y —en la operación comercial— un razonable superávit que permita
retribuir adecuadamente al capital de riesgos vinculado a la mutualidad o, en todo caso, hacer
frente a contingencias imprevisibles o imprevistas.
La aplicación de la teoría de las probabilidades, la de la probabilidad estadística, la de la
ley de los grandes números conducen, pues, tras los pasos que aconseja la técnica, a la
determinación del precio de cada seguro individualmente considerado, esto es, a la
identificación de la prima a cargo de cada uno de los miembros de la mutualidad habida
cuenta, claro está, de la naturaleza del riesgo asegurado de su grado de peligrosidad y de la
magnitud económica del interés amenazado. Es la prima comercial que presupone, de una
parte, el precio del riesgo (prima pura), o sea la probabilidad de pérdida (loss rate) aplicada
al valor del interés (suma asegurada) y, de otra, la contribución proporcional (expense rate) a
los gastos de la comunidad liquidada con el mismo criterio.
En desarrollo de esta introducción panorámica, debemos abordar —así sea
superficialmente— dos temas fundamentales en la operación empresarial del seguro: l. La
prima como presupuesto técnico-económico de la institución, y II. La tarifa de seguros,
cuya proyección a cada uno de los riesgos asegurados a través de la comunidad organizada es
la que da origen a la prima correspondiente a cada uno.

I. La prima

El sentido general y didáctico de está exposición, dirigida más a los catecúmenos que a
los técnicos del seguro, no se aviene a una investigación exhaustiva de este elemento
vertebral de la institución. Nos limitamos, por tanto, a examinarlo en sus rasgos esenciales y
en los ingredientes que lo conforman.

A) Naturaleza
Concebida, según lo expuesto, como el precio del seguro, la prestación que debe pagar
el asegurado a trueque de la promesa de una contraprestación eventual (la indemnización de
la pérdida o daño o el pago de la suma asegurada en caso de siniestro), la prima esconde un
contenido económico íntimamente vinculado a su significación técnica y a su naturaleza
jurídica. Porque sin ella (o sin la cotización que es su equivalente en la organización
mutualista) el seguro carecería de viabilidad, algo más, sería inconcebible. Con esta
formulación básica, vale la pena enunciar algunas consideraciones adicionales que
contribuyan a precisar su naturaleza:
1º) La prima es una pequeña suma cierta (la contribución a un fondo común) mediante
cuyo aporte puede obtenerse, hoy o mañana, una gran suma eventual o incierta. Es el precio
de una promesa. La promesa de indemnización de un daño patrimonial o de pago de un
capital si el riesgo asegurado de potencial que es, por definición, se torna actual, esto es, si
sobreviene el siniestro. Es el tributo que se paga en busca de la seguridad económica. Entre
la suma cierta y la incierta, entre la prima y la prestación asegurada (que puede ser o no ser,
que puede ser de una magnitud u otra, dependiendo de si sobreviene o no el siniestro y de la
dimensión grande o pequeña del daño), hay que presumir una equivalencia técnica. En otros
términos: la prima (supuesta su adecuación al riesgo asegurado y, por ende, a la seguridad
patrimonial que entraña el seguro) representa el valor económico de la promesa. Es que, por
medio de la comunidad de los riesgos técnicamente constituida, con la contribución de cada
uno de sus miembros al fondo común, el importe global de las pérdidas está llamado a
revestir un relativo grado de certeza, en contraste con la incertidumbre que esconde la
pérdida eventual de cada uno de los intereses asegurados. Cuando el dueño de una casa,
sobre un seguro de incendio por valor de un millón de pesos ($ 1.000.000), paga una prima
anual de mil pesos ($ 1.000), a razón de un peso ($ 1.00) por cada mil pesos ($ 1.000) de
valor asegurado (unidad de exposición) simplemente está cubriendo el valor de una promesa
cuya concreción está condicionada a la ocurrencia de¡ evento asegurado. Pero la sola
promesa —que hay que suponer sería—, intrínsecamente considerada, debe entenderse so-
porte técnico-económico de la prima.
2º) La prima es, ordinariamente, la retribución del seguro durante un período
determinado que, por regla general, es de un año. Es la unidad temporal de exposición. Es
la vigencia de la promesa, dentro de cuyos términos de iniciación y expiración debe
cumplirse el evento que la condiciona. Nada obsta, empero, a que la prima se calcule o
determine sobre períodos más breves o más largos: un mes, un trimestre, un semestre, un
trienio o un quinquenio. Con ajustes, en tales hipótesis, que la adecúen a su relación con los
gastos administrativos y su relativa incidencia en la operación respectiva.
Pero se dan también seguros cuya naturaleza no es compatible con la unidad temporal de
exposición a que se ha hecho referencia. Son los seguros de trayecto, como los de transporte
terrestre, fluvial, marítimo o aéreo, en los cuales cuenta básicamente la distancia entre el sitio
de origen y el sitio de destino de los bienes transportados. Igual acontece con lo seguros de
accidente en viaje, en que la prima toma en consideración la duración de aquel desde el punto
de partida hasta el punto de llegada.
3º) La prima es el precio de un activo intangible. Mas no por intangible menos real. La
protección, por su valor psicológico, porque remueve la incertidumbre, disipa los temores,
estimula la iniciativa empresarial, motiva el dinamismo industrial y comercial, esconde
también un valor económico y, por lo mismo, justifica una contraprestación a cargo de su
beneficiario. Es la prima de seguro, tanto más pequeña en su magnitud económica, cuanto
más remota sea la probabilidad del siniestro.
4º) La prima es una necesidad técnico-económica de la organización que, sea cual fuere
su estructura jurídica, ha tomado a su cargo la canalización de los riesgos. Porque, con el
cúmulo de las que tributan todos los intereses asegurados, debe proveer al pago del importe
global —que calcula o estima cierto— de las pérdidas. Cada uno de los asegurados sabe, en
cambio, que la pérdida de su propio interés es eventual. Mejor si ella no se produce. La sola
protección que le apareja el seguro justifica su tributo a la mutualidad.
Si, pues, el asegurador —a falta de siniestro— no se ve compelido a cumplir su
promesa, no por esto podrá pensar el asegurado que ha hecho un mal negocio, que ha pagado
en balde una prima. Sería torpe o ingenuo. Con razón ha dicho CÉSAR ANCEY:
"En realidad el asegurado siempre obtuvo la contraprestación de sus erogaciones.
Compró una garantía. Esa garantía tiene un valor que el cálculo de las probabilidades
permite determinar exactamente. Ha recibido la garantía que ha pagado"1.
5º) La prima guarda proporción con¡ la naturaleza del riesgo, con el grado de
probabilidad que él entraña y, claro está, con la magnitud eventual de la pérdida. Con estos
elementos básicos ha sido calculada y como tal ha de incorporarse al fondo de la mutualidad.
En el seguro de vida, v. gr., por concepto de prima pura (prima de riesgo) paga menos la
persona de treinta (30), que la de cuarenta (40) años, y esta menos que la de medio siglo.
Paga menos el empleado de oficina que el chofer profesional o el aviador. Y naturalmente
menos el que suscribe un seguro de un millón de pesos ($ 1.000.000) que quien lo contrata
por cinco millones de pesos ($ 5.000.000). Y en el de incendio paga más, como es obvio, el
propietario de una casa de madera, que el de un edificio de cemento armado. Todo, claro
está, guardada la debida consideración a los valores expuestos al riesgo. En otros términos:
la comparación en los ejemplos propuestos es válida respecto de la misma unidad de
exposición.
No se trata, ciertamente, de una proporcionalidad absoluta. Ella esconde la misma
relatividad que enmarca las respectivas tarifas de seguros, en cuya concepción y elaboración
se echan de menos, por consideraciones de orden práctico, innúmeros factores que, con ser
de muy débil relevancia, no dejan de incidir, en sentido positivo o negativo, en el grado de
peligrosidad de los riesgos. Particularmente difícil es, por ejemplo, evaluar la influencia del
riesgo moral en la evaluación de la probabilidad estadística. Piénsese, no más, en la
gradación de la prudencia. de cada asegurado en la vigilancia de sus bienes, o en la
dosificación de la idoneidad de los conductores aficionados. Y aun enfrentados a la
calificación del riesgo objetivo, a su evaluación, considérese en el seguro de automóviles
particulares lo que significa el mayor o menor uso que cada dueño hace de ellos, su
kilometraje por semana, por mes o por año y, desde luego, el mayor o menor esmero que
suele aplicar habitualmente en su revisión y conservación.
Por eso la proporcionalidad es apenas relativa. Aun así, ella consulta los intereses de la
comunidad asegurada. Sobre todo dentro de un régimen enmarcado por los postulados de la
economía liberal, con la prevalencia que suele atribuir a los derechos individuales, a los
intereses egoístas. Solo en el seguro social alcanza la solidaridad cristiana una afortunada
expresión. Allí se rompe el principio técnico de la proporcionalidad de las primas, allí
adquiere calor humano, verdadero sentido evangélico. Todos cotizan en la medida de sus
ingresos, importa poco cuál sea el grado de amenaza que pesa sobre la estabilidad de ellos.
El empleado soltero paga como el casado. El sano como el enfermo. El joven como el viejo.
El obrero como el gerente. Todos aparecen medidos por el mismo rasero. Todos tienen los
mismos derechos. Aunque en la práctica, por artificiales deformaciones del sistema, existan
a veces odiosas discriminaciones de casta, preferencias inconfesables.
6º) Lo que importa a la institución del seguro, en su dimensión técnico-económica, es el
aporte colectivo de los intereses vinculados a la mutualidad, es la integración del fondo
común en una magnitud tal que esté en capacidad de atender al pago de las eventuales
prestaciones a su cargo.
Ordinariamente paga la prima quien tiene interés jurídico o económico en la traslación
de los riesgos, esto es, el asegurado. Así ocurre usualmente en los seguros privados. En los
Seguros Sociales, el pago suele hacerse a base de contribución tripartita (el trabajador, el
patrono, el Estado) o a base de aportes del trabajador o del patrono únicamente. Nada obsta
para que lo haga solo el Estado, o solo el patrono, o solo el trabajador, o conjuntamente entre
todos ellos.

B) Atributos

En guarda de la institución, cuyo normal desarrollo interesa a la empresa de seguros,


tanto como a la comunidad asegurada y al Estado que vigila su actividad técnica, comercial y
financiera, la prima debe cuantificarse con sujeción a determinados criterios maestros, reunir
ciertas condiciones o estar revestida de algunos atributos que le permitan cumplir mejor su
función como presupuesto técnico del seguro. Unos u otras, bajo distintas denominaciones o
premisas, han sido enunciados por la doctrina2 y a ellos queremos referirnos brevemente:
1º) Conforme a un primer criterio, que diríamos prioritario, la prima debe ser adecuada,
esto es, suficiente como aporte individual a la integración del fondo colectivo. Que refleje el
valor probabilístico de cada riesgo y, con él, la contribución económica que reclama la
administración de la comunidad, además de un margen razonable a modo de compensación
del riesgo especulativo que gravita sobre el capital vinculado a la organización.
A falta de control estatal sobre la suficiencia de las primas, la competencia comercial —
más inclinada a veces al volumen que al resultado operacional de cada ramo— es o puede ser
germen de serio peligro para la estabilidad financiera de la organización, cuya eventual
insolvencia amenaza los intereses de la comunidad asegurada y, con ellos, la imagen misma
de la institución.
Es básicamente por esto por lo que, en el campo del seguro, se impone como una
necesidad la vigilancia del Esta o, no solo sobre la concepción de las tarifas, sobre la base
estadística que las sustenta, sino sobre su religiosa observancia práctica. Con esta clase de
control no se persigue tanto proteger a la empresa misma o a sus accionistas, ni siquiera a
cada uno de sus usuarios aisladamente considerados, cuanto al interés colectivo de todos
ellos. En una actividad como el seguro, en que el, costo final del producto es tan aleatorio, la
competencia comercial es, por regla general, incompatible con el bien común.
2º) Conforme a un segundo criterio —cuya importancia ya hemos subrayado
anteriormente (supra, pág. 46)—, la prima no debe ser "injustamente discriminatoria", como
lo advierten LAUNIE, LEE y BAGLINI3 o mejor aún, "debe ser equitativa", como anota
LANDSBERG4. Es decir —según esto— que cada asegurado debe contribuir al importe global
de las pérdidas y gastos que cada ramo genere a la mutualidad en proporción a la clase,
subclase, especie y magnitud económica de su propio riesgo. Por eso las tarifas suelen
agrupar los riesgos conforme a su grado de homogeneidad y asignar a cada grupo la tasa
correspondiente a la probabilidad más o menos uniforme de pérdida. Con lo cual se busca la
equidad, la justicia distributiva en la cuantificación de la tasa y, por ende, de la prima en la
evaluación de cada uno de los riesgos individualmente considerados. Una justicia relativa,
desde luego, porque la absoluta —como ya lo hemos expresado— esconde una costosa
utopía. En su identidad particular cada riesgo encierra ingredientes inaprensibles que
escapan al más avezado de los técnicos.
3º) A la luz de un tercer criterio, la prima no debe ser excesiva. Vale decir, como lo
proclama LAUNIE, LEE y BAGLINI5, que no puede ser origen de una utilidad
desproporcionada para el asegurador del riesgo respectivo. La prima muy onerosa, motivada
a veces por exceso de previsión en la tasación de la probabilidad de pérdida o, en otras, por la
administración desordenada o la ambición desmedida, conspira contra el razonable desarrollo
comercial de la institución y favorece su desprestigio. Solo que el Estado, de una parte, a
través de sus organismos de control y la competencia, de otra, mediante sus engranajes de
producción, se erigen como diques de contención frente a abusos de ese linaje y los
previenen o neutralizan convenientemente.
4º) Un nuevo criterio indica que la prima debe ser accesible. Condición con la cual se
quiere significar: 1) que debe tener un tope que permita a la mayoría de la población
acogerse al seguro, 2) que debe calcularse de tal modo que haga posible la transferencia de
una cuota de los costos de los seguros de alto riesgo al resto de la población asegurada, y 3)
que alguna forma de subsidio procedente de un mecanismo extraño al seguro sea utilizado
para compensar la prima actuarialmente calculada cuando se la presume inaccesible 6. Todo
ello sin menoscabo de la suficiencia y de la equidad de que debe hallarse revestida.
Clases existen de seguros en que este resultado se obtiene por medio de un deducible
cuya finalidad es "eliminar de la cobertura los pequeños siniestros de casi segura ocurrencia
que son, por tanto, muy caros para asegurarlos"7. En el seguro de automóviles, v. gr., el
deducible contribuye a atemperar sustancialmente el importe global de las indemnizaciones a
cargo del asegurador y el de los gastos que apareja el trámite de un número incalculable de
reclamos, con el consiguiente reflejo en el nivel de las primas. Y en la mayor accesibilidad
del seguro. Establecido con carácter general, como una suma fija o como porcentaje de la
suma asegurada, el deducible admite también incrementos de una u otra cuantía enderezados
a la satisfacción de conveniencias particulares. Las de quienes, gracias a su capacidad
financiera y a su interés en limitar el costo de su seguro, se muestran dispuestos a absorber,
por su cuenta, pérdidas de determinada magnitud e inclinados a protegerse solo contra
grandes siniestros.
Como alternativa al deducible o como mecanismo adicional suele darse también del
denominado coaseguro pactado, en que se fija como tope de la indemnización un porcentaje
(ordinariamente el 80 o el 90%) del valor asegurable, al cual se adecúa la prima para hacerla
más accesible, y en que el asegurado asume el riesgo sobre el excedente del límite así
estipulado.
Otro mecanismo puede ser el descuento en los seguros colectivos, que suponen la
protección simultánea de un conjunto más o menos numeroso de intereses y que, por su
naturaleza, exigen una administración menos onerosa.
5º) La prima debe ser estable. Y puede serlo si la tarifa ha sido calculada con una base
estadística confiable, articulada a través de una experiencia de varios años. La inestabilidad
de la prima conspira contra la buena imagen de la institución, entorpece la previsión
presupuestal de las empresas aseguradas y origina desconcierto en el mercado. "La
estabilidad significa que la modificación de la tasa solo puede hacerse cuando la tendencia
(positiva o negativa) de la experiencia implique un impacto de tal intensidad que la torne
necesaria"8. Este mismo atributo de la estabilidad es el que torna aconsejable un cierto
margen de seguridad en la concepción de las tarifas.
6º) Pero la prima también debe ser flexible o sea fácilmente adaptable a las
circunstancias sobrevinientes que, en un sentido u otro, influyan en la peligrosidad del riesgo
asegurado. Acaeceres de la vida política, económica o social, innovaciones tecnológicas o
científicas que conlleven cambios de tal entidad en la probabilidad de las pérdidas o en la
magnitud de los costos de operación y determinen su incremento o reducción más o menos
sustanciales, ofrecen mérito a la revisión oportuna de la tarifa correspondiente.
7º) La prima, en fin, debe ser preventiva. Constituirse en un mecanismo de estímulo a la
prevención de las pérdidas. "Este requisito tiene una importancia social de primer orden. La
presencia de extintores de incendio, el entrenamiento de personal para prevenir accidentes,
sistemas de alarma, la instalación de puertas de seguridad, paredes divisorias, campañas
contra accidentes, el uso de zapatos de seguridad y, en general, todos aquellos factores que se
ha comprobado ser de importancia para la disminución de pérdidas, debieran tener más
atención de parte de las compañías de seguros, dando al efecto descuentos especiales que
pudieran estimular más a su clientela, para lograr así una menor siniestralidad, disminuyendo
las pérdidas para la sociedad"9.
Cumple esta función, v. gr., el sistema de las bonificaciones por no reclamo en el seguro
de vehículos, que esconde un halagüeño incentivo, concebido como está para atemperar, año
tras año, el costo de sus renovaciones sucesivas, mediante descuentos cada vez más
significativos sobre las primas correspondientes. Así, atento a este objetivo, el asegurado
suele proveer con mayor esmero a la conservación y conducción de su propio medio de
transporte, puesta su mira en la necesidad de prevenir el siniestro.
Mejor refinado aún, en el mismo ramo, el denominado sistema de bonusmalus, que
envuelve tanto la posibilidad del descuento como la del recargo, se encamina en busca de la
misma meta: la disminución de la siniestralidad por medio de la función preventiva de la
prima. Y se entiende provisto de un contenido moral grávido de implicaciones económicas.
Es el premio para el buen asegurado traducido en descuento sobre la prima (bonus) y el
castigo, traducido en recargo, para el asegurado negligente o atrevido (malus). En la praxis
del seguro francés, por ejemplo, "el incremento de la prima se halla encadenado a las
circunstancias del accidente. Si alguien lo provoca en estado de embriaguez, la prima se
aumenta en un 150% y si comete el delito de fuga, en un l00%"10.
Es de advertir que el sistema bonus-malus exige un cálculo particularmente esmerado,
en busca de un punto de equilibrio entre el valor global de los descuentos y el de los
recargos. En cuyo defecto, puede producirse un resultado deficitario capaz de afectar la
solidez técnico-financiera del ramo.

C) Descomposición

Concebida como precio del seguro, la prima es la síntesis de dos elementos esenciales,
sin cuya presencia la institución carecería de viabilidad comercial y financiera: el valor del
riesgo debidamente calculado (prima pura) y el de su contribución al costo que impone su
absorción a través de la comunidad asegurada (gravamen adicional).
1º) La prima pura. Es la concreción en el precio específico de cada seguro, habida
cuenta de su naturaleza, del grado de peligrosidad del riesgo y de la magnitud económica del
interés asegurado, del loss ratio de cada clase, grupo o subgrupo homogéneos de riesgos
técnicamente evaluados en su comportamiento estadístico.
El loss ratio no es otra cosa que la relación porcentual, calculada como promedio
ponderado de varias unidades de exposición (dos o más años calendario) o sobre una sola de
ellas (un año-calendario), entre el valor de los siniestros incurridos (con adición de
honorarios y gastos de ajuste y deducción de salvamentos, recuperaciones o reintegros) y las
primas devengadas en la totalidad de la cartera asegurada en una de sus ramas (el seguro de
incendio, v. gr.), o en una clase o grupo de los riesgos que la integran (edificios residenciales
de primero, segundo o tercer grupo, etc.).
Si, por ejemplo, durante el año 1984, los edificios residenciales de primer grupo (el más
selecto) asegurados en todo el país han registrado siniestros de incendio por valor de cinco
millones de pesos ($ 5.000.000) y generado primas por valor de cincuenta millones de pesos
($ 50.000.000), el loss ratio de este grupo homogéneo de riesgos es de diez por ciento (10%)
y es este el porcentaje que ha de reflejarse en la prima futura del seguro de incendio sobre
esta clase de intereses.
No basta con todo tomar como base el loss ratio de solo un año de experiencia. Lo
prudente, lo técnicamente aconsejable, es acogerse siquiera a la de un quinquenio,
deduciendo de ella un promedio ponderado como factor determinante de la gradación del
riesgo y de su futura incidencia sobre la prima.
Importa, por lo demás, establecer la relación entre las primas devengadas y los siniestros
incurridos, si se persigue una cuantificación más confiable del coeficiente de pérdida (loss
ratio). Los siniestros incurridos, y no solo los pagados, porque algunos de ellos han de ser
indemnizados en el período subsiguiente, mediante —claro está— un estimativo razonable de
su importe. Y no todos los pagados, porque algunos de estos han podido registrarse durante
ejercicios anuales ya extinguidos. La cifra digna de considerarse es, pues, o debe ser la
resultante de sumar a los siniestros pagados del ejercicio objeto de estudio, los pendientes a
31 de diciembre del mismo año y restarle el importe de los pendientes al término
del¡ ejercicio anterior. Y en cuanto a las primas, deben tomarse en consideración las
devengadas y no las emitidas, porque buena parte de estas (la llamada reserva para riesgos en
curso) están llamadas a responder de siniestros que sobrevengan en ulterior ejercicio. Al
mismo tiempo que, entre las devengadas, algunas provienen del ejercicio anterior. Así, pues,
este extremo de la relación porcentual debe estar constituido por las primas emitidas en el
curso de cada año, menos la reserva de riesgos en curso contabilizada a 31 de diciembre del
año en estudio, más la registrada a la misma fecha del año anterior. La primera corresponde
a las primas no devengadas, la segunda a las devengadas que provienen de seguros emitidos
con anterioridad al ejercicio base de identificación del loss ratio.
No es, por ahora, el caso de abundar en pormenores sobre la cuantificación de las
reservas para riesgos en curso (la de las primas no devengadas) y para siniestros pendientes
(incurridos pero no indemnizados), porque este tema ha de ser objeto de consideración en
otro capítulo de este curso. (V. cap. XVII).
Lo que conviene subrayar en consideración a la necesidad técnico-financiera de asignar
primas adecuadas a cada uno de los riesgos asegurados, sea cual fuere el ramo, es que, para
cada una de sus clases, para cada uno de sus grupos o subgrupos, la base de evaluación del
loss ratio tiene que ser cuidadosamente seleccionada. Es lo que se denomina base de
selección. Porque es ella la que sirve como parámetro en la futura conformación —que debe
ser homogénea— de las carteras vinculadas a la comunidad del seguro. Cada una de las
cuales ha de estar integrada por conjuntos de riesgos cuya afinidad —supuesta la racional
clasificación de ellos— permita predecir su comportamiento uniforme frente al cálculo de las
probabilidades.
La prima pura es, pues, el principal componente del precio del seguro. En ella se
esconde, como valor del riesgo, el álea del contrato. Y de ella, de su magnitud económica,
depende la equivalencia de lo que significa como prestación cierta frente a la contingencia
incierta de ganancia o pérdida. A la vez que la certeza de que debe estar revestida la
responsabilidad del asegurador frente a la comunidad de sus asegurados. Su determinación
—no sobra advertirlo— está sujeta a imponderables, propios de la naturaleza misma del
riesgo, que no conspiran de igual modo contra la del segundo elemento esencial de la prima y
de los rubros que lo integran.
2º) El gravamen adicional. Complemento indispensable de la prima pura, destinado a
integrar el precio del seguro, este gravamen responde a una composición más compleja
aunque no a una cuantificación tan elaborada y exigente. No es difícil demostrar la
indispensabilidad de este nuevo ingrediente de la prima, lo que hace de él uno de sus
elementos esenciales.
Si la mutualidad de los riesgos pudiera integrarse por generación espontánea, y si,
además, pudiera llenar sus fines al margen de toda operación administrativa o comercial, la
prima pura le bastaría como soporte técnico y financiero. Porque la masa de todas las primas
(fondo común) se aplicaría simplemente al volumen total de las pérdidas. Pero la mutualidad
no puede enfocarse como una mera abstracción, como elaboración mental, si es que ha de
jugar un papel práctico como elemento funcional del seguro. Por lo cual requiere una
organización y una administración (sea cual fuere la modalidad que quiera dársele). Y algo
más: vehículos de atracción y de cohesión de los riesgos e intereses que hayan de integrarla.
De ahí que el seguro no pueda otorgarse por solo la prima pura. Y de ahí los recargos con
que es menester adicionarla. Constituyen ellos la concreción, en el precio del seguro, del
expense ratio, o sea de la relación matemática entre todos los costos de la organización
mutualista y el valor de las primas causadas en determinado ejercicio.
El expense ratio representa, pues, como ingrediente de la prima, la totalización de
diversos rubros que, extraños al valor mismo del riesgo, esto es al valor probable de la
pérdida (al loss ratio), se hallan necesariamente encadenados al costo directo o indirecto de la
organización empresarial constituida como cauce del seguro y enderezada al logro de sus
objetivos institucionales. Tales rubros corresponden básicamente a: a) los gastos de
adquisición, b) los gastos de administración y e) un margen razonable, un superávit técnico
que no solo permita constituir adecuada reserva de previsión sino, además, retribuir
moderadamente la inversión del riesgo vinculado a la empresa.
a) Los gastos de adquisición. Dejando de lado —para incluirlos preferiblemente dentro
de los gastos de administración— los honorarios de inspección de riesgos y avalúo de bienes
asegurables que, a juicio de algunos autores, forman parte de este rubro 11, lo mismo que los
destinados a la prevención o control de pérdidas o servicing costs que identifican los mismos
tratadistas y aún desplazando los de publicidad y propaganda que persiguen, sin duda, el
incremento de la cartera asegurada, circunscribirnos el concepto de gastos de adquisición
solamente a las erogaciones íntimamente vinculadas a la tare profesional del productor de
seguros, esto es, a la retribución de sus servicios.
La adquisición de cada negocio, esto es la vinculación de cada asegurado a la comunidad
del seguro, supone una erogación que el asegurado ha d soportar en la medida de su interés
amenazado. Se reconoce una comisión al agente que ha logrado inculcar en el asegurado la
conveniencia del seguro. Se abona, a veces, un porcentaje adicional por recaudo de la prima.
Estos son los gastos de adquisición que forzosamente deben computarse como parte de la
prima. La comisión, y por tanto el porcentaje que la representa, varían según la naturaleza de
cada ramo y según la especie de intermediario y su relación contractual con la organización
mutua¡. Una puede ser, v. gr., la comisión en el ramo de incendio, otra en el de vehículos,
otra en el de aeronaves, otra en el de vida. Y una es la comisión para el agente colocador,
persona natural vinculada a la empresa de seguros mediante relación laboral y beneficiaria,
en tal virtud, del régimen legal o convencional de prestaciones sociales, otra la de la agencia
de seguros, cuya relación comercial la distingue de aquel y que, como tal, se halla investida
de una representación limitada del asegurador (ley 65 de l966, art. 9º) y otra, en fin, aunque
idéntica a aquella, la del corredor de seguros que hace las veces de intermediario entre las
partes (C. de Co., de art. 1347) y en ejercicio de cuya actividad profesional más consulta los
intereses y conveniencias del asegurado que los del asegurador.
Las comisiones representan un porcentaje determinado de la prima y, así cuantificadas,
forman parte de ella. Pero ese porcentaje no suele reflejarse necesariamente en la operación
real del ramo. Unas veces porque el seguro ha sido objeto de contratación directa por la
entidad aseguradora, caso en el cual la retribución de esa tarea queda desplazada, en una u
otra medida, a los gastos generales de administración. O porque el que se asigna al agente
colocador hace tabla rasa del gravamen prestacional representativo de un coeficiente u otro
sobre su ingreso ordinario, según los múltiples factores que inciden en la liquidación. Lo
cierto es que, con ser nominalmente más bajo, el porcentaje efectivo de comisión a favor del
agente colocador excede o puede exceder el que se reconoce a las agencias o a los corredores
de seguros. Su retribución contiene un ingrediente extraño a la de los demás intermediarios o
productores.
Si, pues, el porcentaje promedio de comisión es, por ejemplo, de un veinte por ciento
(20%) y en esta misma proporción se ha integrado a la prima, nada de extraño tiene que el
rubro efectivo de la empresa, al cierre de determinado ejercicio, represente un poco menos
(15 o 18%) o un poco más (22 o 25%), calculados sobre las primas globales del respectivo
ramo.
De un modo u otro, tal es el porcentaje representativo de los gastos de adquisición, con
su incidencia sobre el resultado operacional, y tal la cuota computable como ingrediente de
las primas futuras.
Trátase, de todos modos, de una relación muy directa entre la significación económica
de este rubro y la de la producción o primaje de cada rama de seguros. Y que, en todo caso,
está llamada a crecer o a decrecer con ellos, a menos que sobrevengan circunstancias o
situaciones imprevisibles o imprevistas.
En cuanto a los honorarios de inspección de los riesgos o avalúo de los bienes
asegurables, a los gastos de prevención o control de pérdidas o a los de publicidad y
propaganda, si bien podrían formar parte stricto sensu de los gastos de adquisición, en la
medida en que, con su carácter general o específico, buscan el incremento de la producción,
la verdad es que suelen tratarse como gastos de administración en la contabilidad de la
empresa aseguradora.
b) Los gastos de administración. Cuya cuantía no guarda, con la prima global del ramo,
una relación tan estrecha como la de los gastos de adquisición. Forma parte de ella, claro
está, y de la de cada seguro individualmente considerado, porque de otro modo no sería
posible concebir la operancia de la mutualidad organizada de riesgos. Pero no depende
indisolublemente de su volumen, ni crece o decrece con él. Ni el aumento, ni la disminución
de aquel la alteran necesariamente. El importe de los gastos de administración depende más
del número de negocios, de su complejidad operativa y, desde luego, de las calidades
específicas de sus administradores, que de su grado de competencia profesional. Es una
dependencia muy relativa que, por lo mismo, no se revela permeable a una evaluación a
priori como las de la prima pura (loss ratio) o los costos de adquisición. Y que tan solo es
susceptible de identificarse a través de un coeficiente global entresacado de la experiencia de
todo un mercado. Es el conjunto de los seguros de determinada rama, con su relación entre
el costo operativo y el volumen de primas, el que arroja luz en el cómputo de este ingrediente
de la prima. Aplicado el cual, no va a encontrar su reflejo siquiera aproximado en la
operación futura. Tasado, v. gr., en un veinte por ciento (20%) de la prima, la cartera de un
asegurador registrará el 15%, la de otro, el 18%, la de un tercero, el 20% y la de un último, el
veinticinco por ciento (25%). En 1983, por ejemplo, los coeficientes operativos de las
empresas colombianas registraron porcentajes que oscilan entre un diez (10) y un treinta y
cinco (35%) por ciento. Solo que algunos de ellos incorporan costos financieros que, en
puridad de verdad, debieran entenderse extraños a la operación técnica de la comunidad
asegurada.
Es de anotar, además, que un coeficiente global uniforme, aplicado a la formación de
una prima, no consulta la equidad que debe presidir la distribución del expense ratio entre las
unidades integrantes de la comunidad asegurada. El costo real de administración de cada
seguro no es proporcional a la prima que genera. El manejo de una póliza de diez mil pesos
($ 10.000) de prima, valga como ejemplo, no vale diez (10) veces menos que el de otra de
cien mil pesos ($ 100.000). Ni esta cinco (5) veces menos que una tercera de quinientos mil
pesos ($ 500.000). No hace falta una sofisticada elaboración matemática para sustentar este
aserto. Basta darse cuenta de los pasos que presupone el manejo de un seguro desde su
expedición hasta la tramitación de un eventual siniestro. No obstante, es la proporcionalidad
el criterio que sirve de soporte para el cálculo de este componente de la prima. Sin duda
porque la aplicación de una técnica más refinada, mejor lograda, más ajustada a la equidad,
ofrece escollos más de orden práctico que teórico.
Así, pues, han de entenderse incorporados a la prima los gastos de administración, como
gravamen a cargo de cada asegurado. Desde el estudio preliminar de la solicitud, hasta el
ajuste eventual de la pérdida, incluyendo la inspección del riesgo, la expedición de los
documentos de amparo, el control de la póliza, la vigilancia de sus vencimientos, todo esto
implica gastos que solo pueden cubrirse con una parte de las primas percibidas. Es fácil
ahora sí, volviendo sobre el planteamiento que hacíamos en párrafo anterior, darse cuenta por
qué lastima la equidad la distribución uniforme de este concepto entre todos los riesgos sin
consideración a la magnitud de cada uno. Con solo considerar la índole de estos gastos, se
llega a la conclusión de que tanto vale, o poco menos, la administración de un pequeño
seguro, como la de uno excepcionalmente valioso. Porque dentro del mecanismo
administrativo de cada mutualidad, uno y otro, con muy débiles variaciones, sufren el mismo
proceso, y son objeto de iguales trámites. Pero si este juicio no fuere rigurosamente exacto,
de lo que sí no cabe duda es de que el mayor costo que pueda significar la administración de
un gran negocio está muy distante de la suma que realmente se le asigna y que resulta de la
aplicación del coeficiente global. Por todo lo cual es pertinente transcribir el siguiente aparte
de la obra de G. F. MICHELBACHER, titulada Casuality Insurance Principles (pág. 221):
"El gravamen (the loading) puede aplicarse de modo uniforme a todas las primas puras,
o desintegrarse en partes y aplicarse por fórmulas para distribuirlo de un modo especial, por
ejemplo, aumentándolo en la taza para pequeños riesgos y disminuyéndolo
proporcionalmente en los grandes".
Otro gravamen que hace parte del expense ratio es la contribución de los gastos a que da
origen la vigilancia de la actividad aseguradora por parte de la Superintendencia Bancaria, la
cual equivale hoy a 1.750% semestral sobre los activos de cada compañía (resolución 2432
de 1987). No así el impuesto al valor agregado (IVA) que, equivalente al quince por ciento
(15%) sobre la prima en los seguros de daños, es materia de liquidación separada y corre
exclusivamente a cargo del tomador del seguro.
Supuesto que no es propósito de este capítulo ilustrar sobre el resultado técnico de la
empresa aseguradora, sino sobre la formación o composición de la prima como precio del
seguro, no hay para que mencionar el costo neto del reaseguro proporcional o de exceso de
pérdida, ni la influencia de la reserva para riesgos en curso con su efecto sobre la utilidad
contable de cada ejercicio, porque ya hemos visto que el cálculo de la prima, el de sus
componentes esenciales, consulta la confrontación estadística entre el importe de estos y la
prima devengada.
En cuanto al tipo de interés, puede decirse que carece de influjo en la integración de la
prima de los seguros no-vida. La determinación de esta presupone su pago anual a la
emisión de la póliza. Y de ahí sus recargos si se estipula el fraccionamiento de él por
períodos mensuales, trimestrales o semestrales. Y su descuento si se provee a su solución por
trienios o quinquenios anticipados. Pero en los seguros ordinarios (no temporales a un año)
de vida individual, la determinación de la prima nivelada anual sí reclama —a modo de
deducción— un interés técnico enderezado a retribuir la gradual capitalización del asegurado.
Mientras más alto sea el tipo de interés, más baja será la prima.
Pero ya no como deducción, sino como recargo, la tasa de interés juega un papel en el
cálculo de las primas fraccionadas. Una cosa es la prima por anualidades anticipadas, otra,
por semestres anticipados, otra, por trimestres anticipados y otra, en fin, por mensualidades
anticipadas. Lógicamente, en el primer caso, no se está en presencia de una prima
fraccionada, por lo cual no hay lugar a recargo alguno. Pero en los demás casos, los recargos
se gradúan de acuerdo con la forma de fraccionamiento. La prima por mensualidades
anticipadas es objeto de mayor recargo que las trimestrales, y estas lo son de uno mayor que
las semestrales. De otro modo se produciría un desequilibrio actuarial que es contrario a la
técnica de los seguros de vida.
Estos tres comentarios valen como precisión, modificación o actualización de los
consignados en las páginas 60, 61 y 62 de nuestro Tratado elemental de seguros12.
c) Un margen razonable de previsión y utilidad. Con los gastos de adquisición y
administración, el expense ratio debe contener un ingrediente adicional que encierra un doble
objetivo: de una parte, la integración gradual de una reserva de previsión, complementaria de
la reserva técnica, destinada a afrontar las contingencias del ramo. Y de otra, la deducción de
una cuota razonable, prudentemente dosificada, compensatoria del riesgo implícito en la
inversión empresarial.
La comunidad de riesgos técnicamente constituida, por ajustada que esté su operación a
los presupuestos que la gobiernan, se halla siempre más o menos expuesta a eventualidades
imprevisibles que desbordan el mejor elaborado de los cálculos. De ahí las desviaciones
estadísticas a que hicimos referencia en el capítulo anterior. Y que provienen de la
frecuencia anormal de los siniestros o de la excepcional magnitud de las pérdidas o, peor aun,
de la concurrencia de estas dos causas. Y a cuya incidencia sobre el equilibrio técnico-
financiero de la mutualidad suele no ser extraña la falla humana en la política de suscripción
y distribución de los riesgos.
Una conflagración que origine la destrucción por el fuego de tres o más establecimientos
industriales o comerciales asegurados por la misma empresa. La colisión de dos aeronaves
de retropropulsión integradas a la misma comunidad de riesgos del aire, con su secuela de
indemnizaciones de distinto género. El choque en cadena de medio centenar de vehículos en
circulación por la misma ruta. La incineración colectiva de un centenar de trabajadores al
servicio de una empresa asegurada. He ahí, sin mencionar siniestros típicamente
catastróficos (los huracanes, las inundaciones, las sacudidas telúricas), toda una serie de
ejemplos —no ciertamente imaginarios— de contingencias ajenas a toda capacidad de
previsión. Y cuyas derivaciones económico-financieras pueden sobrepasar, en cifras
plurimillonarias, el más sofisticado sistema de reaseguro.
La pluralización de riesgos y retenciones en una torre multifamiliar o en un conjunto de
intereses simultáneamente amenazados, permeables, v. gr., a la propagación de un solo
incendio. La omisión inocente o culpable de un reaseguro facultativo. El alimento indebido
de un contrato automático, como la inserción de un seguro de crédito en un reaseguro de
cumplimiento. La insolvencia de un reasegurador o su renuencia fundada o infundada al
pago de su participación en el siniestro. Eventos todos en cuya raíz alcanza a identificarse un
error operativo grávido de perturbadores efectos sobre la solvencia del asegurador.
Ejemplos todos elocuentes para ilustrar el fundamento de una moderada reserva de
previsión que, debidamente regulada, convenientemente invertida (en valores seguros y
líquidos) y tributariamente estimulada, debe fluir del primaje devengado y formar parte, por
tanto, de cada prima aisladamente considerada.
Importa a la tarea técnico-actuarial de regulación de los precios del seguro, al Estado
mismo que la fiscaliza en guarda del bien común, la aceptación de un principio como este
que encuentra tan abierto respaldo en la doctrina. "Con el fin de que las compañías de
seguros sean capaces de hacer frente a situaciones de pérdidas originadas en un número
imprevisto de siniestros o en siniestros de naturaleza catastrófica, las tasas deben contener
una provisión que refleje la posibilidad de tales pérdidas. Por consiguiente, incluida en el
cálculo de la tarifa para cada clase de seguros y en cada compañía, ha de existir una provisión
para utilidades y contingencias"13.
No es fácil la cuantificación de esta provisión o reserva. Influida por resortes subjetivos,
ella dependerá, a la postre, del mayor o menor grado de aversión al riesgo del actuario
encargado de calcularla o del empresario llamado a acogerla o de la autoridad gubernamental
competente para aprobarla. No menos del uno (1), ni más del cinco por ciento (5%), podría
ser una aproximación al tema. Ni tan alta que relaje la política de aceptación y distribución
del riesgo, o contribuya a un encarecimiento injustificado de la prima, ni tan pequeña que
sacrifique su función restauradora del equilibrio técnico-financiero de la mutualidad
organizada.
Se diría que esta reserva antes que al expense ratio debería integrarse al loss ratio.
Solución aceptable en principio, más no exenta de reparos. Si se considera, sobretodo, que
está llamada a enjugar efectos negativos de fallas técnicas o administrativas en la operación
de la empresa. Se trata, además, de una discusión bizantina. Lo que interesa finalmente es
que, integrada a uno u otro elemento, forme parte de la prima como precio del seguro.
Conviene aclarar, con dos anotaciones finales, el sentido de esta reserva. Que no es otro
que el de la reserva de previsión establecida por la legislación mejicana y cifrada en un cinco
por ciento (5%) de la prima. Nada tiene que ver con la instituida en Colombia para el seguro
de terremoto conforme al decreto 888 de 1976 (art. 1º). Porque esta es una reserva especial,
sustitutiva de la de riesgos en curso en los seguros ordinarios, adecuada a la naturaleza
catastrófica del riesgo que, siendo el objeto del seguro mismo, al traducirse en siniestro (con
todo y la magnitud de las pérdidas a que da origen) no puede este mirarse corno una
contingencia de la operación. Y por eso equivale al ochenta por ciento (80%) de las primas
retenidas, es acumulativa y solo puede liberarse para hacer frente al cúmulo de
indemnizaciones emergentes del siniestro mismo. La reserva de previsión, en cambio, se
inspira en la necesidad eventual de proveer a contingencias casuales que irrumpan en la
operación de los seguros ordinarios produciendo desviación de las pérdidas esperadas.
Otro componente del expense ratio es o debe ser el margen de utilidad con destino al
empresario de la comunidad de riesgos. Utilidad técnica, operacional, distinta del
rendimiento normal del capital y de las reservas acumuladas con el curso del tiempo. Es,
como hemos apuntado atrás, la compensación del riesgo asumido al vincular sus propios
recursos a una actividad social y económicamente útil pero también aventurada. Cuyos
resultados tanto pueden ser halagüeños como ruinosos, como lo demuestra la experiencia de
muchas organizaciones. Y cuyo ejercicio, por lo mismo, amerita un estímulo económico que
supere, en magnitud razonable, los rendimientos normales de una inversión segura, líquida y
rentable —diversificada además— en el mercado de capitales. "Si el asegurador necesita
preservar su solvencia y desarrollar su capacidad para ofrecer cada vez mejores niveles de
cobertura, tiene que obtener adecuada ganancia derivada de su actividad suscriptora de
riesgos"14. Y de ahí el margen de utilidad técnica que debe calcularse como ingrediente de la
prima.
Este margen ha de ser moderado y discreto. Porque, de un lado, se erige como
complemento del interés a que da origen la inversión de la reserva técnica que proviene
también de la operación industrial. Y porque —de ser excesivo— encarece la prima
sustancialmente y agudiza la competencia comercial entre los aseguradores. Pero, además,
porque solo prudentemente cuantificado puede motivar la aprobación de la dependencia
fiscalizadora del Estado.
Todo esto, empero, la reserva de previsión y el margen de utilidad técnica, no pasa de
ser mera elaboración teórica huérfana de arraigo en la realidad contable del seguro nacional.
Con muy contadas excepciones, nuestras empresas arrojan resultados industriales deficitarios,
que lejos de estabilizarse o decrecer, siquiera en términos relativos, más bien se revelan cada
año más negativos. Y no ciertamente porque hayan tenido que hacer frente a grandes
siniestros. El loss ratio global ha sido favorable. Los gastos de adquisición denotan un
coeficiente estable. Los de administración, en cambio, se han venido disparando
desproporcionadamente en los últimos diez años. Aunque es de advertir que se están
computando como tales los elevados costos financieros de algunas entidades provenientes de
crecidas obligaciones que nada o muy poco tienen que ver con la pura actividad operacional.
Es un error. Hacerlos incidir sobre el resultado técnico carece de toda lógica si no se da,
simultáneamente, el mismo tratamiento al producto de las inversiones.
Sea lo que fuere, con este comentario marginal queremos demostrar simplemente que la
época que vive el seguro colombiano (tal vez el del mundo entero) no es la más propicia para
sustentar la reserva de previsión y la utilidad técnica como componentes de la prima. La
investigación estadística está conspirando contra la viabilidad de esa solución teórica. ¿De
dónde extraer tales márgenes, si los resultados son deficitarios? ¿Contaría ella con la
aquiescencia política de la administración pública? En el momento crucial que vive la
economía del país ¿habría siquiera piso para una revisión de las tarifas? ¿O seria más bien el
caso —como creemos— de ensayar un esfuerzo colectivo en busca de moderación de los
gastos de adquisición y administración que tan duro vienen golpeando los saldos
operacionales? Son estas inquietudes profesionales tal vez impertinentes en una exposición
teórica del seguro, pero que no desentonan del tema específico a que se ha contraído este
capítulo.
No menos digno de análisis es el precio del seguro de vida merced, sobretodo, a su
peculiar estructura: porque la evaluación de uno de sus componentes (el loss ratio) responde
mejor a la teoría de las probabilidades con su soporte estadístico en las tablas de mortalidad.
Por su nivelación anual —en los seguros a largo plazo— que presupone la compensación del
excedente de los primeros años con el déficit de los últimos. Por el factor capitalización
implícito en los planes ordinarios y el interés técnico que incide en su cuantificación. Solo
que este subtema es más propio de una investigación relativa al seguro de vida en sus
distintas variantes.

II. La tarifa de seguros

A cada uno de los riesgos que se vincula a la mutualidad organizada, corresponde una
prima. Se dijo ya cómo está integrada. Quizá no sobra, ahora, indicar cuál es su origen
específico, y cuál su raíz. Se dice prima al precio o la suma que recibe la mutualidad para
asumir un riesgo determinado. Pero ella es el resultado de la aplicación a cada caso de la tasa
previamente establecida. La tasa puede ser una u otra, según la peligrosidad específica de
cada riesgo. Y el conjunto de todas las tasas preestablecidas para una rama cualquiera del
seguro, es la tarifa. Pero también puede darse este nombre a la tasa correspondiente a un
riesgo o a un género de riesgos, es decir, a un conjunto de riesgos con el mismo grado de
peligrosidad.
"El problema de las tasas es, sin duda, el más importante, complejo y difícil de todos los
que confronta la empresa de seguros. Más que ningún otro él exige una solución distinta y
diferente en cada clase de seguros... Con la posible excepción del seguro de vida, de ninguna
otra línea puede afirmarse que esté en capacidad de alcanzar el ideal teórico en la concepción
de las tasas"15.
Siendo, como es, la tasa la fuente de la prima, es lógico que debe calcularse de tal modo
que esta pueda cumplir los objetivos, reunir las condiciones y revestir las calidades o
caracteres que tuvimos oportunidad de enumerar y comentar bajo el Nº 1 de este mismo
capítulo.
La doctrina identifica tres clases de tasas o tarifas, a saber: la tarifa genérica (class rate),
"en la cual asegurados homogéneos integran un grupo conjunto para efectos de
determinación de la tasa"; la tarifa individual, "que se utiliza cuando los riesgos son
distintos" y la tarifa subjetiva o empírica (judgement rate), "que es la usual en defecto de
datos", esto es, cuando no existe estadística disponible que ofrezca soporte a su elaboración
matemática16. La naturaleza de este curso nos sugiere la conveniencia de ocuparnos tan solo,
breve, tangencialmente, de la tarifa genérica que es, por cierto, la que mejor se aviene a los
presupuestos técnicos del seguro.
Circunscrito de este modo el contenido de esta exposición informativa, que no puede
perder de vista el más amplio análisis que ya hemos ensayado de la prima (toda vez que esta
no es otra cosa que la proyección de la tarifa a cada uno de los riesgos o intereses
individualmente considerados), nos proponemos enfocarla a través de tres (3) acápites: A) La
unidad de exposición,
B) La descomposición de la tasa y C) Las aplicaciones específicas de la tarifa.

A) La unidad de exposición

Presupuesto necesario de la concepción de la tarifa genérica o, mejor aún, de las


distintas tasas que la conforman, es la unidad de exposición cuya función no es otra que la de
identificar la base del cálculo y la base de su aplicación, general la una, en cuanto
comprensiva de un conjunto homogéneo de riesgos que, en uno a varios períodos, han pasado
la prueba estadística y demostrado su comportamiento colectivo frente a la ley de las
probabilidades y específica la otra, en cuanto confinada a cada uno de los riesgos de la
misma clase que se van integrando sucesivamente a la comunidad asegurada.
La unidad de exposición, así concebida, es el producto de un doble enfoque objetivo y
temporal, ninguno de los cuales puede desestimarse en su proyección sobre la tarifa genérica.
1. Enfoque objetivo. Este enfoque dice relación a los riesgos agrupados conforme a su
naturaleza y a su grado de peligrosidad. Aquella corresponde a la identidad genérica del
riesgo asegurable, que bien puede ser el de incendio, el de robo, el de colisión automoviliaria,
el de muerte accidental, etc. Este a la probabilidad de pérdida o daño, a la de afectación total
o parcial de los respectivos intereses o bienes objeto del seguro.
"Dentro de cada rama o clase de seguros los riesgos deben ser más o menos
cuidadosamente clasificados para agruparlos en conjuntos separados de todos aquellos que
ofrecen semejante grado de peligro"17. Así se da vida al principio de la homogeneidad
cualitativa que es entrañable a la institución del seguro. Al margen de su ocupación, las casas
de madera, por ejemplo, deben forman un mismo grupo en el seguro de incendio. Las
joyerías constituir una comunidad separada en el seguro de robo. Otra los automóviles de los
mismos marca y modelo en el seguro de vehículos. Y una clase aparte los choferes
profesionales en el seguro de accidentes. Hay que suponer que tales comunidades, clases o
grupos, cada cual en su ramo, registran determinado comportamiento estadístico que se
traduce en una relación matemática entre el valor agregado de los daños de que ha sido
objeto y el valor global de los intereses que los integran. Y deducir, por tanto, la
probabilidad que cada uno de estos esconde de verse golpeado por el siniestro.
Así clasificados los riesgos, hay que identificar la unidad de exposición en su dimensión
objetiva. Que bien puede ser cada uno de los intereses, individualmente considerados, si es
que existe entre ellos una similitud tal que aparece ostensible la identidad de su
comportamiento frente a la eventualidad del siniestro y al valor probable del daño. En el
grupo, v. gr., de automóviles de la misma marca (Renault), del mismo tipo (12), del mismo
modelo (85) y, por ende, del mismo valor, el vehículo mismo puede ser la unidad de
exposición. Esta suele ser, empero, ordinariamente, una cantidad determinada de dinero, por
la cual se la dota de mayor consistencia en su función reguladora de las tarifas. Mil pesos ($
1.000), cien pesos ($ 100), son las unidades usuales de exposición: la primera en los seguros
de incendio, la segunda en los de manejo y cumplimiento. Una y otra están consultando
simultáneamente la naturaleza del riesgo y la magnitud económica del interés asegurado.
Pero la unidad de exposición puede regularse conforme a otros criterios: en el seguro aéreo
de responsabilidad civil para con los pasajeros, v. gr., la unidad de exposición es el pasajero
milla.
2. Enfoque temporal. Pero la probabilidad de pérdida, sea cual fuere la comunidad de
riesgos, varía naturalmente en función del período de exposición. Que el riesgo sea
constante (incendio), creciente (muerte) o decreciente (supervivencia), la probabilidad de
pérdida no es, no puede ser igual la de un año, que la de un trienio o que la de un quinquenio.
Y de ahí la necesidad de introducir el factor tiempo debidamente delimitado, a la unidad de
exposición. En la operación técnico-financiera del seguro, en su praxis comercial, en su
ejercicio contractual, además de su individualización objetiva, local y causal, el riesgo exige
una individualización temporal. El asegurado lo traslada y el asegurador lo asume por un
período preestablecido que, por regla general, es de un año, aunque bien puede ser, y lo es
excepcionalmente, de menos (un mes, un trimestre, un semestre) o más (un trienio, un
quinquenio) de un año. Y tiene que ser, a veces, porque as! lo exige la naturaleza del seguro,
de extensión variable, regulada como aparece la responsabilidad asegurada en función de
criterios extratemporales (el seguro de transporte, por ejemplo).
La unidad de exposición sería, pues, en su dimensión temporal, de un año. Y por años
debe, por tanto, investigarse y evaluarse el aporte estadístico a la determinación de las tasas
o, si se prefiere, a la regulación de las tarifas para cada grupo o clase de riesgos o para cada
rama de seguros.
Pero aquí nuevamente la doctrina nos enfrenta a tres alternativas que, a su juicio, con
unas u otras ventajas, pueden seleccionarse para identificar la unidad temporal de
exposición: el año-calendario, o sea un período de doce (12) meses que se extiende
usualmente desde enero hasta diciembre, el año-póliza, que presupone —como su nombre lo
indica— la investigación de cada seguro en la integridad de su vigencia anual, desde su
iniciación hasta su expiración y que, supuesta la pluralidad de estas fechas a lo largo de un
solo ejercicio anual, se extiende a dos (2) años calendario. Lo que interesa, a la postre, es
detectar las primas o los valores asegurados de todas las pólizas vigentes por el término de un
año completo y confrontarlos con las pérdidas a que han dado origen, y el año-accidente, que
presupone los medios de recolección de datos en busca de los indicadores determinantes de
las respectivas tasas: "Primero, las primas y las unidades de exposición se determinan para
ser devengadas con base en un año-calendario. Sin embargo, las pérdidas incurridas se
colocan en el año-calendario en que hayan sobrevenido. Por tanto, una pérdida ocurrida en
1976 sobre una póliza emitida en 1975 será asignada al año-calendario 1976"18.
Prescindiendo del análisis de estos tres métodos, al margen de sus ventajas o desventajas,
preferimos centrar nuestra elección en el del año-calendario porque —tal vez por más
sencillo— es el de más general aplicación y porque, de otro lado, en la medida en que la
investigación estadística cubra los últimos cinco (5) años-calendario, en busca de promedios
más dignos de confianza, necesariamente tienden a suavizarse o aún disiparse sus inconve-
nientes. El año-póliza y el año-accidente esconden una operación más laboriosa que quizá
carece de justificación aplicada a un universo de riesgos suficientemente representativo.
La unidad de exposición, en síntesis, identificada en función de grupos homogéneos de
riesgos y de su probabilidad anual de pérdida, es el parámetro que permite concebir las tasas
de seguros y proyectarlas al valor de cada seguro. Mil pesos-año, cien pesos-año, automóvil-
año, son unidades de exposición en distintas modalidades de seguro.
B) La descomposición de la tasa

La tasa, como la prima, se halla integrada por dos (2) elementos esenciales: el loss rate y
el expense rate, cada uno de los cuales amerita un breve comentario que permita evaluar su
significación en la praxis técnico-comercial del seguro:
1º) El loss rate. Es la relación que arrojan entre sí, con base en el ejercicio de
determinado año-calendario, las pérdidas provenientes de una cartera asegurada (incluidos
los honorarios y gastos de ajuste o de recuperación o salvamento y deducidas las sumas
derivadas de estos dos rubros) y el valor global de exposición de los intereses asegurados,
esto es, el valor total asegurado. Pero la totalidad de una "cartera", así sea confinada a un
solo ramo (seguros de incendio, v. gr.), no sirve por sí misma al proceso de regulación de las
tasas. Fuerza es descomponerla en "grupos" de riesgos homogéneos permeables, como tales,
al mismo comportamiento frente a la probabilidad estadística. E identificar el loss rate de
cada "grupo" mediante la confrontación de los datos preindicados por medio de la siguiente
fórmula:

Loss rate = Pérdidas totales


Valores asegurados

Un sencillo ejemplo puede ilustrar la aplicación de estos conceptos. La cartera


asegurada de incendio de un mercado nacional es necesariamente heterogénea. Un primer
paso hacia la clasificación nos permite seleccionar un "conjunto" aún heterogéneo de
intereses asegurados: los edificios residenciales en número de cincuenta mil (50.000), con un
valor total asegurado (exposición nominal) de cien mil millones de pesos ($
100.000.000.000). En busca de la homogeneidad, este "conjunto" admite una subdivisión en
cinco (5) "grupos", ajustado cada uno en su composición a las especificaciones previstas en
la tarifa de incendio (del 1º al 5º) y representativo de intereses con un valor global asegurado
de veinte mil millones de pesos ($ 20.000.000.000). Supuesta la vigencia simultánea de
todos los seguros durante un año-calendario, desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre,
causada la totalidad de las primas y, claro está, la de las pérdidas dentro del mismo período,
podemos esquematizar los resultados en el cuadro siguiente: En que, como es obvio, el
"valor" de las pérdidas asignado a cada "grupo" corresponde a sendas hipótesis
racionalmente concebidas.

Grupo Valor asegurado Valor pérdida Loss rate

10 20.000 5.000.000 0.25


20 20.000 10.000.000 0.50
30 20.000 15.000.000 0.75
40 20.000 20.000.000 1.00
50 20.000 25.000.000 1.25

Total 100.000 75.000.000 0.75


Calculado con base en la estadística global de un mercado, el loss rate es más digno de
confianza que evaluado sobre la singular experiencia de una sola organización aseguradora.
Y naturalmente va ajustando su nivel al grado de peligrosidad de cada núcleo de riesgos
homogéneamente constituido. El número de cuyas unidades de exposición (que integran su
respectivo valor asegurado) no lastima la identidad del coeficiente a que se contrae este
análisis.
2º) El expense rate. Es la relación calculada entre el costo de operación de la
comunidad de riesgos (gastos de adquisición y administración, reserva de previsión y
razonable superávit técnico) y el valor asegurado de todos los intereses que la integran. A
cuya homogeneidad no suele atribuirse relevancia alguna —porque ciertamente no 1a tiene
— para determinarlo. Se parte de la premisa, fundada a nuestro juicio, de que tanto vale la
operación técnico-comercial-administrativa de un riesgo de buena clase, que la de otro de
mejor o peor gradación. Supuesta —claro está— la integración de ellos a una misma
"cartera". Pero ni siquiera es fácil la racionalización de los costos operativos en función de
la naturaleza de cada línea de seguros. De ahí que el expense rate deba ser objeto de una
evaluación más genérica que el loss rate. Y a la vez de un derrame proporcional ala
magnitud económica de cada uno de los intereses asegurados, lo que no es —por cierto— -
muy inteligible a la luz de la equidad que debe presidir la elaboración de las tasas y su
proyección en las primas.
Aplicado el criterio que antecede a la "cartera" propuesta como ejemplo bajo el Nº 1, el
expense rate responde al desarrollo de esta fórmula:

Expense rate = Costo total operación


Valor total asegurado

Supuesto, pues, un costo de operación de sesenta (60) millones de pesos, derramado en


una cartera de cien mil millones de pesos ($100.000.000.000), el expense rate es de sesenta
centavos ($0.60) por cada unidad de exposición cifrada en la suma de un mil pesos ($1.000).
Así las cosas, la fusión del loss rate y del expense rate debe producir la tasa aplicable a
cada uno de los riesgos individualmente considerado, conforme a los datos que arroja el
cuadro siguiente.

Grupo Loss rate Expense rate Tasa


% % %

10 0.25 0.60 0.85


20 0.50 0.60 1.10
30 0.75 0.60 1.35
40 1.00 0.60 1.60
50 1.25 0.60 1.85

Promedio 0.75 0.60 1.35

Se advierte fácilmente que, en cada "grupo", la descomposición de la tasa responde a


distintos porcentajes. En el primero, el loss rate representa el 29.4%, en el segundo, el
45.5%, en el tercero, el 55.5%, en el cuarto, el 62.5% y en el quinto, el 67.6%. El expense
rate, a su turno, sigue un ritmo decreciente, por lo mismo que es uniforme para todos los
"grupos". Y lo que sucede con la descomposición de la tasa, acontece también —como es
lógico— con la descomposición de la prima, cuyos loss ratio y expense ratio se ajustan a la
misma distribución proporcional en cada comunidad de riesgos.
Cabe, entonces, preguntarse si esta distribución consulta la equidad que debe caracterizar
la determinación de las primas.
Conceptuamos que es la que más se aproxima a ella, una vez descartada, por sofisticada
y laboriosa, la fórmula que asigna una función a la magnitud económica de cada interés
asegurable en el cómputo del expense rate. Fórmula que ofrecería resultados más exactos,
mejor ajustados a la técnica y más acordes con la justicia. Porque es claro —para nosotros—
que el porcentaje representativo de los gastos de administración (ingrediente del expense
rate, gravamen indirecto de la prima) está llamado a decrecer en función de la magnitud
económica de cada póliza. Cuesta más, en términos relativos, la administración de un seguro
de diez que la de otro de cien millones de pesos. No obstante lo cual tributan al mismo nivel
a la administración de la mutualidad. Pero somos conscientes de las dificultades prácticas
que esconde la aplicación de este criterio en la elaboración de las tarifas.
De lo que sí estamos ciertos es de que el expense rate (cuota que corresponde a los
costos en la tasa) o el expense ratio (cuota que corresponde a los costos en la prima), no debe
determinarse a base de porcentajes fijos de la tasa o de la prima. Esto equivaldría a hacer
más gravosa, por este concepto, la condición de los riesgos más azarosos, sobre los cuales
pesa ya el mayor gravamen derivado del loss rate o del loss ratio. No habría razón para que,
por igual concepto, sobrellevaran dos gravámenes de distinta naturaleza.
Por todo lo cual preferimos que el expense rate, globalmente calculado, sea objeto de un
derrame uniforme sobre todas las "unidades de exposición" constitutivas de determinada
cartera. Y tal es el sentido del ejemplo que hemos propuesto en el cuadro que antecede.
El expense rate —como el loss rate— debe determinarse tomando como base la
experiencia contable del mercado nacional y no la de solo una de sus organizaciones por
importante que sea. Porque, siguiendo ese camino, se está consultando el nivel medio de
eficiencia operativa del sistema y buscando una síntesis que preserve el equilibrio de la
relación comercial entre asegurados y aseguradores. Es esta, a lo menos, la fórmula más
idónea y conducente en un régimen de tarifas uniformes, no importa si favorece a los menos
(los más eficientes) en perjuicio de los más. Repárese en que el sistema de tarifas mínimas
que, de todos modos, ha de presuponer la uniformidad de la tasa de riesgo (loss rate) puede
dar origen a peligrosos desequilibrios técnico-financieros capaces de comprometer los
derechos de los asegurados. La necesidad comercial de nivelación de los precios, encami-
nada a preservar, a todo trance, el volumen del negocio, o a incrementarlo, inducirá a algunos
aseguradores a subsidiar, con la prima pura, el rubro de los gastos, con el consiguiente
menoscabo del fondo común destinado, por definición, al pago de los siniestros.

C) Las aplicaciones específicas de la tarifa

No sobran, en fin, breves apuntes relativos a los criterios básicos que inspiran la
regulación de las tasas, más específicamente, la del loss rate en distintas líneas o ramos de
seguros. Con la necesaria advertencia de que se trata de un enfoque muy general de ellos,
apenas enderezado a ofrecer una visión de conjunto, fragmentaria, insuficiente y exenta de
análisis.
1º) Seguros de vida. La edad es el criterio básico para la clasificación de los riesgos.
La determinante del grado de probabilidad de muerte, que registran las tablas de mortalidad a
que nos referimos en otro capítulo. En cuanto a los llamados riesgos subnormales, los
manuales indican recargos debidamente calculados que suelen traducirse en una edad
actuarial sustitutiva de la edad real.
2º) Seguros de accidentes. La profesión u ocupación es la brújula maestra en la
clasificación de este género de riesgos. Tomando en consideración el menor o mayor grado
de peligro que esconde su ejercicio habitual. Una es la clase, v. gr., de los empleados de
oficina, otra la de los agentes viajeros, otra la de los trabajadores de la construcción, otra la
de los choferes profesionales, otra la de los navegantes, otra la del personal de vuelo, etc.
3º) Seguros de incendio. En este ramo la clasificación y evaluación de los riesgos se
atiene a cuatro factores fundamentales, a saber: a) la clase o tipo de construcción, conforme a
sus materiales predominantes y su mayor o menor grado de combustibilidad (cemento,
adobe, madera, accesorios ornamentales, etc.); b) la clase de ocupación o destinación de los
bienes asegurados (vivienda familiar o multifamiliar, servicios, comercio, industria, etc.); c)
la clase o clases de protección pública o privada de que estén provistos para prevenir el fuego
o controlar su propagación, y d) la afectación, esto es, el riesgo o conjunto de riesgos que lo
circunden e incidan, por ende, en su propio nivel de peligrosidad. Construcción, Ocupación,
Protección y Afectación (C O P A) es, pues, el marco de análisis del suscriptor de los seguros
de incendio. Y del artífice de la tarifa genérica. La individual “aparece frecuentemente
cifrada en una tasa especifica" aplicable a riesgos particulares por su tamaño y complejidad o
aun a riesgos comerciales que, por su peculiar naturaleza, escapan a la tarifa genérica19.
4º) Seguros de sustracción. El tipo de negocio (porque de él depende su grado de
atracción para los ladrones), su protección (sistema de alarma y vigilancia) y su localización
que reviste significativa influencia en la proliferación de esta clase de siniestros20.
5º) Seguros de manejo y cumplimiento. En el seguro de manejo, cuyo riesgo se halla
tan estrechamente vinculado a la honestidad de la persona afianzada (la infracción de un
deber general de conducta), la tasa consulta básicamente la naturaleza de las funciones
asignadas a aquella (las de cobrador, cajero, almacenista, etc.), cuyo común denominador es
responder por dineros o bienes recibidos a título no traslaticio de dominio, y se gradúa en
consideración a las oportunidades que el ejercicio del cargo ofrece de defraudar la confianza
del asegurado y a la posibilidad más o menos viable de escapar a sus controles. En el seguro
de cumplimiento, cuyo riesgo asegurable es más complejo, por cuanto atañe no tan solo a la
probidad moral de la persona obligada, sino a su solvencia profesional, técnica y financiera,
el criterio fundamental que ilumina la determinación de la tarifa es la naturaleza y
características de la relación legal o contractual constitutiva del objeto de la garantía a cargo
del asegurador. Trátase de seguros más permeables a la tasación individual que a la
genérica, como bien lo sugieren los autores antes citados21, en virtud de los signos distintivos
de cada obligación y, sobre todo, de las contragarantías a que suele condicionarse la emisión
del seguro, de cuyo mayor o menor grado de eficacia depende, a la postre, el importe de la
pérdida asegurada. Otra cosa es el underwriting de cada "garantía", vale decir, el análisis y
calificación de cada solicitud individualmente considerada. A este respecto, la doctrina
identifica tres (3) enfoques básicos: a) la naturaleza y extensión de la obligación o empresa
del solicitante (garantía de honestidad y eficiencia, garantía de crédito, garantía financiera,
contratos de construcción o suministro, etc.); b) términos y condiciones de la garantía
(cuantificación de la indemnización determinable o preestimada, como las multas, duración,
etc.), y e) calificaciones del solicitante (carácter —fidelidad habitual a sus encargos—,
capacidad —idoneidad profesional y capital— su situación financiera22.
No hay para qué mencionar. otras líneas. Las que anteceden bastan para formarse una
idea, así sea superficial de los problemas que confronta la institución en el área de la
clasificación de los riesgos y de la determinación de las tasas.
Con el examen de la prima, de su naturaleza, de sus requisitos, condiciones o atributos,
de su descomposición, de la tarifa en que encuentra su origen, creemos haber demostrado lo
que ella significa como presupuesto técnico-económico del seguro.

NOTAS

1 Ob. cit., pág. 212.

2 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., págs. 310 y ss.; I. LANDSBERG, ob. cit., págs. 115 y ss.

3 Ob. cit., pág. 310,

4 Ob. cit., pág. 117.

5 Ob. cit., pág. 311.

6 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., pág. 312.

7 MARK R. GREENE, ob. cit., pág. 128.

8 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., pág. 317.

9 I. LANDSBERG, ob. cit., pág. 118.

10 S. FREDERICQ, Lettre d'information AIDA.

11 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., pág. 325.

12 2ª ed., Bogotá, Ed. Lerner, 1963.

13 LAUNIE, LEE y BAGLINI, pág. 326.

14 Ibídem, pág. 317.

15 ALBERT H. MOWBRAY, Insurance, its theory and practice in the United States, New York-London,
McGraw Hill, 1946, pág. 353.

16 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., pág. 361.

17 MOWBRAY, ob. cit., pág. 357.

18 LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., págs. 329 y ss.

19 Cfr. LAUNIE, LEE y BAGLINI, ob. cit., pág. 352.


20 Id., pág. 354.

21 Id., pág. 354.

22 SURETY, Underwriting Manual, págs. 26 y ss., núms. 19 a 24.

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