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I

Gustavo Irrazábal 61

4 ) Ig u a l d ig n id a d de to d a s las p e rs o n a s
Todos los hombres tienen la misma dignidad en cuanto
criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios44. La Encar­
nación del Hijo de Dios ha puesto de manifiesto de modo
insuperable esta igualdad de las personas en dignidad, in­
dependientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y
clase. El reconocimiento de esta igualdad de dignidad entre
los hombres, que requiere garantizar la igualdad de opor­
tunidades y ante la ley, es condición indispensable para el
crecimiento común y personal de todos. Del mismo modo,
la equidad y paridad entre pueblos y Estados es presupuesto
para el progreso auténtico de la comunidad internacional.

5) La s o c ia b ilid a d h u m a n a
Hemos afirmado ya que la persona es constitutivamen­
te un ser social. Su subjetividad es relacional, en cuanto ex­
perimenta la necesidad de integrarse y colaborar con sus
semejantes de un modo libre y responsable, y de entrar en
comunión con ellos (cf. CDS 149). Ello constituye una ca­
racterística natural que distingue al hombre del resto de la
creación, y es expresión de su dignidad.
A la luz de la fe, esta característica relacional adquiere un
sentido más profundo: se trata de una verdadera vocación,
un llamado de Dios a la vida social. Así como la vocación
de la humanidad a manifestar la imagen de Dios en Cristo,
tiene una dimensión personal, también tiene dimensión co­
munitaria (cf. C E C 1877), que consiste en instaurar entre los
hombres una fraternidad que refleje la vida trinitaria (cf.
CEC 1878; CDS 33; CV 54).

4.3 El bien común


Del principio personalista, que expresa la dignidad de
la persona humana como imagen de Dios y su naturaleza
social, se sigue que el fin de la sociedad no puede ser otro

44 Cf. CDS 144-148.


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Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

que hacer posible la plena realización de todos y cada uno


de sus miembros. El criterio decisivo para la justificación
ética del poder político reside, pues, en el concepto de bien
común. "La comunidad política nace, pues, para buscar el
bien común, en el que encuentra su justificación plena y su
sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y pro­
pia" (GS 74a).

4.3.1 Concepto. Bien común político


En un sentido amplio, puede denominarse bien común el
fin u objetivo que persiguen en común los miembros de un
determinado grupo o asociación (la familia, un instituto cul­
tural, deportivo, etc.). En un sentido integral, podemos hablar
del bien común de la sociedad, como el conjunto de todos los
bienes y valores correspondientes a los diferentes ámbitos de
la vida social (económico, social, cultural, religioso, etc.) que
sus miembros buscan realizar. Por último, en un sentido más
estricto, hablamos de un bien común político, que consiste en
un orden de paz, libertad y justicia que brinde las condicio­
nes necesarias para el desarrollo de la vida social en todos
sus aspectos45. A este bien común político se lo conoce tam­
bién como orden público: "Una parte y fundamental del bien
común es el orden público, que resulta de la eficaz tutela de
los derechos y obligaciones de todos los ciudadanos y de su
pacífica composición y armonía entre sí; de la debida obser­
vación de la moralidad pública y ordenada convivencia de
todos en la auténtica justicia" (DH 7)46.
En esta última acepción, el bien común es definido como
"el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cua­
les los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr
con mayor plenitud y facilidad su propia perfección" (GS 26
a y 74 a; CEC1903). Analicemos por partes esta proposición.

45 Cf. B. Sutor, Politische Ethik, 35-36; J. F innis, Aquinas, 226-231.


“ Cf. I. C amacho, ttica, economia y politico, 69; C h. C urran, Catholic
Social Teaching, 228-229.
Gustavo Irrazábal 63

1 Al definir el bien común como "un conjunto de condi­


ciones", se evita el peligro de una concepción objetivista
o sustmicialista, que identificaría el bien común con un
conjunto de bienes perfectamente definidos, y por con­
siguiente, supondría que alguien tiene la capacidad de
precisar exhaustivamente su contenido. Por el contra­
rio, lo propio del bien común es crear las condiciones
para que cada individuo y cada grupo pueda definir su
propio fin y realizarlo conforme a su propio proyecto47.
Para la ética católica, el Estado tiene por finalidad
ordenar la convivencia, ya que la sociedad es una "entidad
de orden", y el ordenar im plica procurar las condiciones a fin
de que las iniciativas privadas se coordinen arm oniosam en­
te en beneficio recíproco. O rdenar la economía por ejem plo,
no significa que el Estado deba dirigir las empresas, sino
establecer el m arco legal, las prioridades, para que los agen­
tes y factores económ icos se com binen entre sí de manera
conveniente y adecuada para la com unidad y para el bien
particular de cada uno de ellos48.
2. Bien común y bien particular. Por tratarse de condiciones
de la vida social, se comprende que el bien común no se
puede reducir, de un modo individualista, al bien par­
ticular:
“El bien común no consiste en la simple suma de los
bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo
de todos y de cada uno es y permanece común, porque es in­
divisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecen­
tarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro“ (CDS 164.2,
subrayado del texto)

47"¿Puede alguien extem o a mí saber, mejor que yo, qué es lo bue­


no para mí? (...) el bien com ún no puede establecerse por una sim­
ple sumatoria hecha por un «príncipe bueno», sin tener en cuenta
la participación de las personas. La libertad y la interioridad deben
estar contempladas en el bien común.", R. B utjcuone, "El m andato
moral de la libertad", 2.
48Cf. C. P alumbo, Doctrina social de la Iglesia, 244.
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D o c trin a S o c ia l de la Iglesia y É tica P olítica

E l b ien c o m ú n tiene p o r fin h acer posible la actividad


p ro p ia d e las asociaciones y cada uno de sus miembros. Se
p r o m u e v e así la subjetividad social (cf. C A 49; CDS 420),
e v ita n d o h a ce r del E stad o el acto r excluyente de la vida
so cial. L a finalidad del bien co m ú n es permitir que
c a d a in teg ran te de la socied ad p u ed a ser protagonista
en la co n secu ció n de su prop io bien.
4. F in alm en te, el bien co m ú n debe h acer posible a los in­
teg ran tes de la sociedad el logro de la propia perfección.
C o n tra un a visión subjetivista, que vincula el bien co­
m ú n a la posibilidad de fijar arbitrariam ente los fines
de la prop ia vida. Ello explica que la definición haga
referencia al "lo g ro de la propia perfección" , con un sen­
tido m ás objetivo que el sentido usual de "felicidad"49.

4.3.2 Contenidos del bien común


Si bien los contenidos con cretos del bien com ún están
ligados a las circunstancias p articulares de cada sociedad
y de cad a situación histórica, el m ism o posee un aspecto
esencial irrenunciable: "Las exigencias del bien común derivan
de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente
vinculadas al respeto y ala promoción integral de la persona y de
sus derechos fundamentales" (C D S 166, sub rayad o del texto).
Según el C EC , pu eden resu m irse en tres contenidos
esenciales: el resp eto de los d erech os hum anos (1907); el
bienestar social y el desarrollo (1908); la paz, es decir, la es­
tabilidad y la seguridad de un o rd en justo (1909). La enu­
m eración de CDS 166 ejemplifica estos tres componentes:
'T a le s exig en cias a ta ñ e n , a n te to d o , al compromiso
por la paz, a la co rrecta o rg a n iza c ió n de los poderes del Es­
tado , a un sólido o rd e n a m ie n to ju ríd ic o , a la salvaguardia del

49 Cf. V. P ossenti, Las sociedades liberales en la encrucijada, 76. En todo


caso, el bien co m ú n p u ed e p ro cu ra r la felicidad política, consis­
tente en "el buen ord en social, la su ficien cia d e bienes, una cierta
virtud civil, etc. ... el bien co m ú n p olítico a se g u ra sólo algunas
condiciones p ara alca n z a r la felicid ad " ( ibid, n o ta 30).
Gustavo Irrazábal 65

ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las


personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, dere­
chos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educa­
ción y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación
de las informaciones y tutela de la libertad religiosa."

4.3.3 Sujetos del bien común


El bien com ún es un deber de todos los miembros de la
sociedad, según las propias capacidades. A su vez, la mo­
tivación del em peño por el bien com ún no puede ser ex­
clusivamente la búsqueda de ventajas individuales: en la
búsqueda del bien com ún se expresa una de las inclinacio­
nes más elevadas del hom bre, la inclinación a la vida en
sociedad, y la capacidad de buscar el bien del otro como si
fuera propio, que es perfeccionada por la virtud de la justi­
cia (cf. C D S 167).
Adem ás de las personas particulares, la responsabilidad
por el bien com ún com pete "tam bién" al Estado, porque el
bien com ún es la razón de ser de la autoridad política (CDS
168). Sólo el Estado, a través de las instituciones políticas es
capaz de garantizar la cohesión, unidad y organización de
la sociedad civil, "p a ra que se logre" el bien com ún con la
colaboración de todos los ciudadanos (cf. ibid).
El Estado no es responsable directo del bien com ún en
sentido integral (que abarca todos los bienes y valores socia­
les, cf. supra, 4.2.1), sino sólo en el sentido político, más limi­
tado, que tam bién hem os llam ado orden público, consistente
en garantizar las condiciones para el pleno desarrollo de los
miembros de la sociedad. P o r ello decim os que el Estado es
el responsable universal del bien com ún, pero no el respon­
sable total del m ism o50.

50 Cf. B. Sutor, Politische Ethik, 3 6 . Sobre la im p ortan cia de esta dis­


tinción en tre bien c o m ú n y o rd e n p ú blico p ara delim itar los roles
de la so cied ad y el E sta d o , cf. C h . C urran , Catholic Social Teaching,
235-238.
Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

4.3.4 Autonomía del bien común y trascendencia


El bien común de la comunidad política no es un simple
medio para la consecución de un fin religioso. Goza, por el
contrario de la autonomía propia de las realidades tempo,
rales (cf. GS 36): se trata de un verdadero fin en sí mismo,
con un sentido y valor propio, autónomo. Sin embargo, no es
un fin autárquico sino que está abierto al logro de los fines
últimos de la persona (cf. CDS 170), que son de naturaleza
trascendente, y de los cuales el bien común deriva su valor.
Una visión puramente intra-histórica y materialista, termi­
naría por confundir el bien común con un simple bienestar
socioeconómico obstaculizando seriamente la realización
plena de las personas. Es precisamente la dimensión trascen­
dente del bien común la que excede y, al mismo tiempo, da
cumplimiento a la dimensión histórica (cf. ibid).
Es por ello que el Estado no debe, con la excusa de una
pretendida neutralidad, dar la espalda a las convicciones re­
ligiosas de sus ciudadanos, sino que por el contrario, como
veremos más adelante, debe crear las condiciones para que
dichas convicciones puedan ser cultivadas libremente, en
privado y en público, y colaborar con las instituciones que
las representan.

4.4 Solidaridad y subsidiaridad


En el principio del bien común se originan otros dos
principios que orientan las relaciones sociales: en un sen­
tido vertical, de las relaciones entre superiores e inferiores,
el principio de subsidiaridad; en un sentido horizontal, el de
las relaciones entre los miembros de la sociedad en cuanto
iguales en dignidad, con un origen y un destino común, el
principio de solidaridad. Ambos, a su vez, sólo pueden ser
adecuadamente comprendidos en su recíproca referencia.

4.4.1 Principio de subsidiaridad


El principio de subsidiaridad es, en primer lugar, un cri­
terio de distribución de las responsabilidades o competen­
cias en la realización del bien común. De un modo general,
Gustavo Irrazábal 67

lo que la instancia inferior puede realizar por sus propias


fuerzas, no debe ser sustraído a su competencia por la ins­
tancia superior. Con ello se defiende la libre iniciativa, y la
verdad implícita en el concepto de socialización: la socie­
dad se construye principalmente "de abajo hacia arriba".
Según el principio de subsidiaridad:
"una estructura social de orden superior no debe in­
terferir en la vida interna de un grupo social de orden in­
ferior, privándole de sus competencias, sino que más bien
debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar
su acción con la de los demás componentes sociales, con
miras al bien común" (CA 48).

Este principio general de la vida social, se aplica en tres


ámbitos:
- dentro del Estado (por ej., en la relación entre Estados
provinciales o regiones y Estado central; o entre repar­
ticiones de éstos);
- en la relación entre el Estado y la sociedad civil, enten­
dida como el conjunto de relaciones entre individuos y
sociedades intermedias, que se generan de forma origi­
naria y gracias a la "subjetividad creativa del ciudada­
no" (SRS 15). Esa red de relaciones conforma el tejido
social, y constituye la base de una verdadera comuni­
dad de personas (cf. CDS185);
- y dentro de la misma sociedad civil (en el seno de las
asociaciones intermedias).
Este principio presenta dos aspectos complementarios:
- En un sentido positivo, el Estado debe ponerse en acti­
tud de ayuda (subsidium) en relación con la sociedad
civil y sus integrantes, con un alcance de apoyo, promo­
ción, y desarrollo (cf. CDS 186).
* En un sentido negativo, el Estado "debe abstenerse de
cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las
células menores y esenciales de la sociedad. Su inicia­
tiva, libertad y responsabilidad no deben ser suplan­
tadas" (ibid).
68 Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

En cada uno de los tres ámbitos mencionados, confor­


me al principio de subsidiaridad, la responsabilidad debe
corresponder a la instancia más cercana a la persona, que es la
más apta para promover, a través de la ayuda que brindada
«ufo-ayuda de las personas afectadas. En este último senti­
do, la subsidiaridad tiene una "finalidad emancipadora"51.
Con referencia al Estado, este principio no comporta un
Estado débil, sino uno que se concentre en sus funciones
esenciales, y que no se sobrecargue con tareas que no debe
asumir sino de modo excepcional.
En consecuencia, con este principio "c o n tra s ta n for­
mas de centralización, de burocratización, de asistencialis-
mo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del
aparato público", fenóm enos que se verifican en el "Estado
asistencialista" (CA 48). Corresponden a aquél, por el con­
trario, la promoción de la persona y la fa m ilia, las asocia­
ciones intermedias, la iniciativa privada, los derechos de los
hombres y de las minorías, la descentralización burocrática
y adm inistrativa, la función social del sector privado, etc.
(cf. CDS 187)
Es compatible con el principio de subsidiaridad la asun­
ción por parte del Estado de una función de suplencia (cf.
CA 48.3). CDS 188 menciona dos ejemplos: la promoción
de la economía, cuando la sociedad civil no puede asumir
autónomamente la iniciativa; y la intervención pública en
situaciones de grave desequilibrio e injusticia social, des­
tinada a crear condiciones de igualdad, justicia y paz. Pero
estas intervenciones son sólo excepcionales, y por tiempo
limitado ("no deben prolongarse y extenderse más allá de
lo estrictamente necesario").

51 "La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a tra­


vés de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda se
ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de
valerse por sí mismos, implicando siempre una finalidad emanci­
padora, porque favorece la libertad y la participación a la hora de
asumir responsabilidades" (CV 57).
Gustavo Irrazábal 69

4.4.2 Principio de solidaridad


El principio de solidaridad es, en primer lugar, expre­
sión del ser del hombre, de su intrínseca sociabilidad. Las
personas se necesitan unas a otras, física y espiritualmente;
sólo pueden desarrollarse en relación recíproca en el seno
de la sociedad. Tienen una unidad de origen y de destino
que liga el bien de cada uno al de los demás. Esta condi­
ción es puesta de manifiesto de un modo más claro en la
creciente interdependencia entre los hombres y los pueblos,
y su constante dilatación y aceleración (cf. CDS 192.1). Pero
junto a este fenómeno encontramos el de las 'Tortísimas
desigualdades" que separan a los hombres y los países en­
tre sí (CDS 192.2). El principio de subsidiaridad que hemos
descripto precedentemente no podría aplicarse haciendo
caso omiso a esta situación.
Esto muestra la importancia del principio de solidaridad,
entendido como deber o misión de la sociedad toda y de sus
miembros. El mismo tiene dos sentidos:
- La solidaridad es, ante todo, un principio social ordena­
dor de las instituciones, de manera que, mediante la
creación o modificación de leyes y ordenamientos, las
"estructuras de pecado" (SRS 36) sean superadas y trans­
formadas en estructuras de solidaridad (CDS 193)52.

52 Parece extraño que la solidaridad, que en nosotros evo­


ca actitudes muy personales, sea definida en primer lugar
en estos términos más objetivos, de naturaleza estructural.
Pero recordemos que por "social" se entiende, en sentido
propio, un plano específico, que trasciende el nivel de las
relaciones interpersonales para alcanzar "la red en la cual
estas relaciones se insertan, que es precisamente la comuni­
dad social y política". Se trata del plano de las "mediaciones
sociales", donde la solidaridad se traduce en el esfuerzo de
"organizar y estructurar la sociedad" para el bien de todos
(cf. CDS 208, definición de caridad social y política).
70 Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

- Pero además, la solidaridad debe ser entendida tam­


bién como lina verdadera y propia virtud moral, a saber,
"la determinación firme y persci>crante de empeñarse po,
el bien com ún; es decir, por el bien de todos y cada uno,
para que todos seamos verdaderam ente responsable
de todos" (SRS38). Así entendida, la solidaridad adquie­
re el rango de virtud social fundamental, asimilada a la
justicia, por su orientación al bien común.
Por último, " a la luz de la fe, la solidaridad tiende a su­
perarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones especí­
ficamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconcilia­
ción", realizando el nexo entre solidaridad y caridad que
resplandece en Jesús de Nazaret (SRS 40).

4.4.3 Solidaridad y subsidiaridad


como principios complementarios
Los principios de la doctrina social deben ser aprecia­
dos en su unidad, conexión y articulación (CDS 162). Ello
contrasta con la parcialidad de la invocación de la subsi­
diaridad en cierto discurso liberal, o de la invocación de la
solidaridad en regímenes populistas. Según CDS 351:
“La solidaridad sin subsidiaridad puede degenerar
fá c ilm e n te en asistencialism o, m ie n tras que la subsidiaridad
sin solidaridad corre el riesgo de a lim e n ta r fo rm as de loca­
lism o egoísta.“53

Ciertamente corresponde al Estado, en virtud del prin­


cipio de solidaridad, una actuación directa a favor de los
más débiles (cf. CA 15.5, en relación con el problema del
trabajo). Aquella, sin em bargo, es presa fácil de la lógica
burocrática. Por ello, para el tratam iento de ciertas situacio­
nes com o las de prófugos, em igrantes, ancianos, enfermos,
suelen ser m ás idóneas las diferentes form as de voluntaria-

53 Esta afirm ación es reto m ad a casi literalm en te en CV 58, como


criterio recto r de una au to rid ad m u n d ial ap ta p ara guiar el proce­
so de globalización.
Gustavo Irrazábal 71

do, no sólo en cuanto a la asistencia material, sino también


en cuanto al apoyo fraterno (cf. CA 48).
Por otro lado, y esta es la segunda parte de la afirma­
ción que comentamos, es claro que la subsidiaridad, de no
ser animada por la solidaridad, llevaría a que los diferentes
sectores de la sociedad, distritos, comunidades locales, aso­
ciaciones intermedias e individuos, busquen su bien parti­
cular sin asumir su responsabilidad por el bien común y,
muchas veces, a expensas del mismo.

4.5 Destino universal de los bienes.


Opción por los pobres
Es una de las implicaciones inmediatas del principio del
bien común. Dios ha destinado la tierra y cuanto ella con­
tiene al uso de todos los hombres y todos los pueblos. En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos, en
forma equitativa, con justicia y caridad (CDS171).
Surge de allí el derecho universal al uso de los bienes: todo
hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar ne­
cesario para su pleno desarrollo. Se trata de un derecho na­
tural, inscrito en la naturaleza del hombre, y originario, pues
no deriva de ningún otro. Por lo tanto, es prioritario res­
pecto de cualquier intervención humana sobre los bienes,
incluyendo el derecho de propiedad privada (CDS 172).
Ciertamente, la propiedad privada y otras formas de
dominio privado, aseguran a cada cual una zona absolu­
tamente necesaria para la autonomía personal y familiar,
amplían la libertad humana, estimulan la responsabilidad,
y son condición para el ejercicio de las libertades civiles (cf.
GS 71). Pero la tradición cristiana no ha considerado nun­
ca el derecho a la propiedad privada como algo absoluto e
intocable (CDS 177). La misma constituye un medio o ins­
trumento para el respeto del principio del destino universal
de los bienes, no un fin. Por ello la propiedad privada está
afectada por una función social, que comporta límites en el
uso de los bienes por parte de los legítimos propietarios
(por ej., no tener inoperantes los bienes poseídos y destinar­
los a la actividad productiva, cf. CDS 178).
72
Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

Finalmente, dada la situación de marginación en que^


encuentran sumido un amplio sector de la población mun.
dial, el destino universal de los bienes se traduce en la opción
prefcrcncial por los pobres. La misma, formulada por primera
vez por el magisterio latinoamericano, (Med XIV; D P 1134.
1165), no agota su alcance en consideraciones socioeconó-
micas, sino que se impone com o una opción teológica (Dp
1141-1144), como exigencia inseparable del seguimiento de
Cristo. No se trata de una opción excluyente (DP 1145) ni
exclusiva (DP 1165), que sería contradictoria con la univer­
salidad del amor cristiano, sino "preferencial", fruto de la
tensión interna propia de todo am or verdadero, que únela
universalidad con la atención particular al más débil. CA
42 asume este principio, entendiéndolo com o "una forma
especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana
de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia" y
que hoy adquiere dimensiones mundiales. "Ignorarla sig­
nificaría parecem os al rico epulón, que fingía no conocer al
mendigo Lázaro, postrado a su puerta" (ibid.).

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