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5. LA COMUNIDAD POLÍTICA.

Cuando Jesús inició su vida pública, un grupo de judíos veía en el Mesías al


libertador del pueblo judío con respecto al Imperio Romano, sin embargo Él
recalcó que su reino no era de este mundo, pero además, ante la pregunta de
los fariseos precisó que había de dar al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios. Esto ha generado dos posturas extremas, por un lado, la gente
que por dedicarse a la vida espiritual, se desentiende por completo de la vida
política; en el otro extremo, personas que tienen una doble vida, en lo particular
su vida espiritual, intentando apegarse a la moral cristiana, mientras que en la
vida pública practican un pragmatismo político en el que no existen los valores
morales, sino solamente el ejercicio del poder.

“La sociedad no solo vive de ideas morales; para subsistir necesita acciones en
armonía con esas ideas.”1 En su vida social el católico debe ser congruente
entre sus valores morales y su actuar respecto del buen gobierno del Estado.
Es conveniente recordar que la Iglesia no propone modelos o sistemas políticos
en particular, pero sí tiene la facultad para velar por la aplicación de los valores
morales en todos los campos de la vida de las personas, y aquí entra la
política, entendida esta como las acciones que se han de realizar para el buen
gobierno del Estado.

“La comunidad política deriva de la naturaleza de las personas, cuya


conciencia «descubre y manda observar estrictamente» 2 el orden inscrito por
Dios en todas sus criaturas: se trata de «una ley moral basada en la religión, la
cual posee capacidad muy superior a la de cualquier otra fuerza o utilidad
material para resolver los problemas de la vida individual y social, así en el
interior de las Naciones como en el seno de la sociedad internacional». 3 Este
orden debe ser gradualmente descubierto y desarrollado por la humanidad. La
comunidad política, realidad connatural a los hombres, existe para obtener un
fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de cada uno de sus
miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el bien
común,4 bajo el impulso de su natural inclinación hacia la verdad y el bien.” 5

“Considerar a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad


política significa trabajar, ante todo, por el reconocimiento y el respeto de su
dignidad mediante la tutela y la promoción de los derechos fundamentales e
inalienables del hombre: «En la época actual se considera que el bien común
consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona
humana».6 En los derechos humanos están condensadas las principales
exigencias morales y jurídicas que deben presidir la construcción de la
comunidad política. Estos constituyen una norma objetiva que es el fundamento

1
BALZAC, Honoré de: El médico de aldea. Club Internacional del Libro, S.A., México, p. 89.
2
Juan XXIII, Carta enc.  Pacem in terris: AAS 55 (1963) 258.
3
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 450.
4
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past.  Gaudium et spes, 74: AAS 58 (1966) 1095-1097.
5
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 384, p. 213.
6
Juan XXIII, Carta enc.  Pacem in terris: AAS 55 (1963) 273; cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 2237; Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 6: AAS 92
(2000) 362; Id.,  Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de
octubre de 1995), 3, Tipografía Vaticana, p. 7.
del derecho positivo y que no puede ser ignorada por la comunidad política,
porque la persona es, desde el punto de vista ontológico y como finalidad,
anterior a aquélla: el derecho positivo debe garantizar la satisfacción de las
exigencias humanas fundamentales.”7

En la Carta Apostólica Octogesima Adveniens, el Papa Paulo VI puntualiza la


significación cristiana de la acción política:

“¿No es aquí donde aparecen los límites radicales de la economía? La


actividad económica, que ciertamente es necesaria, puede, si está al servicio
de la persona, «ser fuente de fraternidad y signo de la Providencia divina»; es
ella la que da ocasión a los intercambios concretos entre la gente, al
reconocimiento de derechos, a la prestación de servicios y a la afirmación de la
dignidad en el trabajo. Terreno frecuentemente de enfrentamiento y de dominio,
puede dar origen al diálogo y suscitar la cooperación. Sin embargo, corre el
riesgo de absorber excesivamente las energías de la libertad. Por eso, el paso
de la economía a la política es necesario. Ciertamente, el término «política»
suscita muchas confusiones que deben ser esclarecidas. Sin embargo, es cosa
de todos sabida que, en los campos social y económico ―tanto nacional como
internacional―, la decisión última corresponde al poder político. Este poder
político, que constituye el vínculo natural y necesario para asegurar la cohesión
del cuerpo social, debe tener como finalidad la realización del bien común.
Respetando las legítimas libertades de las personas, de las familias y de los
grupos subsidiarios, sirve para crear eficazmente y en provecho de todos las
condiciones requeridas para conseguir el bien auténtico y completo de toda
persona, incluido su destino espiritual. Se despliega dentro de los límites
propios de su competencia, que pueden ser diferentes según los países y los
pueblos. Interviene siempre movido por el deseo de la justicia y la dedicación al
bien común, del que tiene la responsabilidad última. No quita, pues, a la
persona individual y a los cuerpos intermedios el campo de actividades y
responsabilidades propias de ellos, los cuales les inducen a cooperar en la
realización del bien común. En efecto, «el objeto de toda intervención en
materia social es ayudar a los miembros del cuerpo social y no destruirlos ni
absorberlos».”

“Según su propia misión, el poder político debe saber desligarse de los


intereses particulares, para enfocar su responsabilidad hacia el bien de toda
persona, rebasando incluso las fronteras nacionales. Tomar en serio la política
en sus diversos niveles ―local, regional, nacional y mundial― es afirmar el
deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el
valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar
colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad. La política
ofrece un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber
grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás. Sin que pueda
resolver ciertamente todos los problemas, se esfuerza por aportar soluciones a
las relaciones de las personas entre sí. Su campo y sus fines, amplios y
complejos, no son excluyentes. Una actitud invasora que tendiera a hacer de la
política algo absoluto, se convertiría en un gravísimo peligro. Aun reconociendo
la autonomía de la realidad política, mujeres y hombres cristianos dedicados a
7
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 388, p. 215.
la acción política se esforzarán por salvaguardar la coherencia entre sus
opciones y el Evangelio y por dar, dentro del legítimo pluralismo, un testimonio,
personal y colectivo, de la seriedad de su fe mediante un servicio eficaz y
desinteresado hacia la humanidad.8

5.1. El papel del católico en la política.

El católico, en su preocupación por apoyar en la consecución del bien común,


debe tomar parte activa en la vida política de su comunidad. La mayoría de las
personas lo hacen a través del ejercicio del derecho del voto para la elección
de sus gobernantes y legisladores. Así lo puntualiza el Concilio Vaticano II:
“recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el
deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común”. 9

Ahora bien, conviene recordar que “la búsqueda del bien común” se debe hacer
“con espíritu de servicio;” a efecto de propiciar “el desarrollo de la justicia con
atención particular a las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la
autonomía de las realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la
promoción del diálogo y de la paz en el horizonte de la solidaridad”. 10

El voto se debe emitir en conciencia, es decir, reflexionado, tomando en


cuenta, por un lado, los principios de doctrina y la plataforma política
presentada por el partido político, así como por el conocimiento de la persona
del candidato, los cuales por regla general son conocidos, especialmente
durante los comicios locales, por lo que se puede conocer si una persona es
realmente congruente entre su discurso y su actuación fuera de temporada
electoral, cuando ha estado ocupando otros puestos públicos. Resultaría
incongruente dejarse llevar por los discursos de campaña y votar por una
persona que en el pasado haya demostrado ser un mal funcionario público,
pues esta situación sería contraria al bien común.

La otra forma de participación, es a través de los partidos políticos, y cuando se


tiene la vocación de servicio público, a través de la postulación en un cargo de
elección popular, o bien, como funcionario público.

“Es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan


estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin
discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de
tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos jurídicos de la
comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de
los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la
elección de los gobernantes (...) La Iglesia alaba y estima la labor de quienes,
al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las
cargas de este oficio.”11

8
PAULO VI: Carta apostólica Octogesima adveniens. n. 46.
9
Concilio Vaticano II: Constitución Apostólica Gaudium et spes. n. 75.
10
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 565, p. 314.
11
Concilio Vaticano II: Constitución Apostólica Gaudium et spes. n. 75.
Ahora bien, debemos tomar en consideración que “vivir y actuar políticamente
en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones
extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino
expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se
instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la
persona humana”.12

Por eso mismo, debemos tener conciencia que “la política no es el mero arte de
administrar el poder, los recursos o las crisis. La política no es mera búsqueda
de eficacia, estrategia y acción organizada. La política es vocación de servicio,
diaconía laical que promueve la amistad social para la generación de bien
común. Solo de este modo la política colabora a que el pueblo se torne
protagonista de su historia y así se evita que las así llamadas “clases
dirigentes” crean que ellas son quienes pueden dirimirlo todo.”

“Los católicos sabemos bien que «en las situaciones concretas, y teniendo en
cuenta las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una
legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir
a compromisos diferentes». Por eso, los invito a que vivan su fe con gran
libertad. Sin creer jamás que existe una única forma de compromiso político
para los católicos. Un partido católico. Quizá fue esta una primera intuición en
el despertar de la Doctrina Social de la Iglesia que con el pasar de los años se
fue ajustando a lo que realmente tiene que ser la vocación del político hoy día
en la sociedad, digo cristiano. No va más el partido católico. En política es
mejor tener una polifonía en política inspirada en una misma fe y construida
con múltiples sonidos e instrumentos, que una aburrida melodía monocorde
aparentemente correcta pero homogenizadora y neutralizante –y de yapa–
quieta. No, no va.”13

5.2. La democracia.

“La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la


participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los
gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o
bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no
puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por
intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado.
Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y
sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se
den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas,
mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la
“subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de
participación y de corresponsabilidad.”14

12
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (24 de noviembre de 2002), 6:
Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2002, p. 14.
13
FRANCISCO: Discurso a un grupo de la Pontificia Comisión para América Latina. Sala del
Consistorio. 4 de marzo de 2019. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/
march/documents/papa-francesco_20190304_pontcommissione-americalatina.pdf
14
Juan Pablo II, Carta enc.  Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850.
“Una situación emblemática para el ejercicio del discernimiento se presenta en
el funcionamiento del sistema democrático, que hoy muchos consideran en una
perspectiva agnóstica y relativista, que lleva a ver la verdad como un producto
determinado por la mayoría y condicionado por los equilibrios políticos.15 En un
contexto semejante, el discernimiento es especialmente grave y delicado
cuando se ejercita en ámbitos como la objetividad y rectitud de la información,
la investigación científica o las opciones económicas que repercuten en la vida
de los más pobres o en realidades que remiten a las exigencias morales
fundamentales e irrenunciables, como el carácter sagrado de la vida, la
indisolubilidad del matrimonio, la promoción de la familia fundada sobre el
matrimonio entre un hombre y una mujer.”

“En esta situación resultan útiles algunos criterios fundamentales: la distinción y


a la vez la conexión entre el orden legal y el orden moral; la fidelidad a la propia
identidad y, al mismo tiempo, la disponibilidad al diálogo con todos; la
necesidad de que el juicio y el compromiso social del cristiano hagan referencia
a la triple e inseparable fidelidad a los valores naturales, respetando la legítima
autonomía de las realidades temporales, a los valores morales, promoviendo la
conciencia de la intrínseca dimensión ética de los problemas sociales y
políticos, y a los valores sobrenaturales, realizando su misión con el espíritu del
Evangelio de Jesucristo.”16

Es así como “una política justa es la que se pone al servicio de la persona,


de todas las personas afectadas; que prevé soluciones adecuadas para
garantizar la seguridad, el respeto de los derechos y de la dignidad de todos;
que sabe mirar al bien del propio país teniendo en cuenta el de los demás
países, en un mundo cada vez más interconectado. Es este mundo al que
miran los jóvenes.”17

En contraposición a lo anterior, “entre las deformaciones del sistema


democrático, la corrupción política es una de las más graves 18 porque traiciona
al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social ;
compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente
en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente
desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo
menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el
consiguiente debilitamiento de las instituciones. La corrupción distorsiona de
raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como terreno
de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los
gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos
limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la
realización del bien común de todos los ciudadanos.” 19

15
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850-851.
16
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 569, pp. 316-317.
17
FRANCISCO: Homilía de la santa misa para los migrantes. 6 de julio de 2018
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2018/documents/papa-francesco_20180706_
omelia-migranti.html.
18
Cf. Juan Pablo II, Carta enc.  Sollicitudo rei socialis, 44: AAS 80 (1988) 575-577; Id., Carta
enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 852-854; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1999,  6: AAS 91 (1999) 381-382.
19
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 411, p. 228.
5.3. Políticos por la paz.20

La violencia parece ser el signo distintivo de las dos primera décadas del siglo
XXI, los medios de comunicación social y las redes sociales se encargan de
informarnos de las barbaries de las guerras en diversas partes del mundo,
algunas han durado más de ocho años devastando poblaciones enteras. En
otros lados la represión de la dictadura mantiene acosada a la población. Las
mafias de la droga y el tráfico de personas amagan a la sociedad en general.
La ambición de los políticos parece insaciable frente a la pobreza y el hambre
de gran parte de la población.

Por desgracia, muchos de los políticos tienen una gran responsabilidad en esta
escalada de violencia a nivel mundial. Por regla general, en los sistemas
democráticos, cada elección de nuevos gobernantes infunde en el corazón de
los ciudadanos la esperanza de una vida mejor, de una sociedad más justa,
situación que los políticos aprovechan para condimentar sus discursos con
palabras agradables a esos oídos esperanzados, con el ánimo de obtener el
voto que los lleve al poder, mas por desgracia, una vez que están en ese
puesto olvidan sus promesas y se dedican a satisfacer sus ambiciones
personales, sin importarles el bien de la sociedad a la cual deberían servir.

Estas actitudes de los malos políticos, generan entre los ciudadanos un gran
escepticismo, pierden la esperanza de ver mejoras sustanciales, por lo que
muchas veces lo único que desean es que las cosas no empeoren.

Ante esta circunstancia mundial, el Papa Francisco eligió como tema de la LII
Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 2019, “La buena política
está al servicio de la paz”, para resaltar las virtudes que deben cultivar los
gobernantes, en el trabajo de guiar a su pueblo para alcanzar el bien común.
En este mensaje resalta la mención de “las “bienaventuranzas del político”,
propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận,
fallecido en el año 2002”, las cuales transcribo en letras cursivas para
comentarlas brevemente:

“Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda


conciencia de su papel.” El servidor público debe estar siempre consciente de
la preeminencia que le otorga su puesto, por lo tanto debe tener siempre en
mente que debe entregar su actuar en beneficio del pueblo. Cuando conoce a
profundidad lo que esto representa, puede guiar sus acciones por el buen
sendero.

“Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.” Hacer que la


gente crea en él, no se logra con las palabras e imágenes maquilladas de la
propaganda gubernamental, se construyen en cada momento con las acciones
coherentes y constantes de justicia, de veracidad, de crecimiento social.

20
En los senderos de la paz. Mensajes del Papa Francisco en las Jornadas Mundiales de la
Paz (2014-2019). Comentarios de Phillip H. Brubeck G., Ediciones Bellas Letras, Durango,
Dgo., 2019, formato electrónico en pdf, pp. 62-63.
“Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio
interés.” Trabajar por el bien común es ir acomodando las piezas del
rompecabezas político, social y económico en beneficio de todos los habitantes
de su país, por regla general sacrificando los deseos de acumular riquezas
personales.

“Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.” La coherencia


significa hacer lo que se prometió en campaña en beneficio real de la sociedad,
para ello las acciones deben representar fielmente lo que se expresa en el
discurso. Cuando dicen una cosa y hacen otra, pierden la confianza de sus
gobernados.

“Bienaventurado el político que realiza la unidad.” Un buen gobernante debe


ser capaz de conciliar los intereses de los diferentes grupos sociales para evitar
los enfrentamientos entre ellos, a la vez de guiarlos por un camino común de
justicia y paz.

“Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio


radical.” Ante las circunstancias difíciles en lo político, social y económico de
una nación, el pueblo siempre anhela cambios, los cuales deben ser realizados
desde la raíz del problema, a efecto de que no se vuelvan a repetir, para hacer
avanzar de manera efectiva el desarrollo de la sociedad. Si los cambios son
superficiales, con el tiempo terminan agravándose los problemas.

“Bienaventurado el político que sabe escuchar.” No se trata de oír lo que


endulza sus oídos para fortalecer su ego, escuchar es atender con sabiduría lo
que realmente le está diciendo su pueblo para actuar en consecuencia, lo que
a veces puede resultarle doloroso.

“Bienaventurado el político que no tiene miedo.” El que tiene el valor de actuar


sinceramente, en coherencia con los principios de la justicia y el bien común,
afronta a aquellos grupos que solamente buscan el beneficio propio en
demérito de la población en general.

No es fácil esta labor, sobre todo con las fuertes presiones que ejercen los
grandes intereses económicos de empresas voraces a nivel mundial; las
directrices marcadas por los países poderosos que buscan mantener su
primacía internacional; los grupos intermedios que desean satisfacer sus
ansias de riqueza y poder; los grupos delincuenciales que los tienen atados de
manos; y en fin la presión de todos aquellos que prefieren mantener sistemas
corruptos para el beneficio personal.

No es fácil, pero si practican las virtudes humanas y morales, pueden ser los
generadores de la paz que requiere su comunidad para su desarrollo integral.

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