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IRRAZÁBAR, GUSTAVO, Doctrina social de la Iglesia y Ética Política.


Manual de iniciación, Ágape, Buenos Aires 2009.

5 Persona y sociedad

El análisis de la relación entre persona y sociedad recla­


ma un delicado equilibrio que evite, por un lado, convertir
a la sociedad en un agregado de individuos en última ins­
tancia extraños entre sí y, p or el otro, absorber a los indi­
viduos en una entidad sustancial superior, en calidad de
meros com ponentes al servicio de la misma.

5.1 Concepto de sociedad


Hemos definido la sociabilidad de la persona como una
capacidad de com unión en el orden del conocimiento y del
amor. El hom bre entra en sociedad, no sólo por una cues­
tión funcional sino p or una motivación espiritual. La socie­
dad es definida, entonces, com o
"un conjunto de personas ligadas de manera orgá­
nica por un principio de unidad que supera a cada una de
ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad
perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porve­
nir." (CEC 1880)

La sociedad no es un ente que esté por encima de sus


miembros, pero tam poco un mero conglomerado de indi­
viduos, sino un todo estructurado. Su esencia es la de una
"real y eficaz relación real ( relatiorealis) entre pe
en cuanto existente fuera de nuestra mente y eficaz en cuan­
to influye efectivamente en nuestro ser y nuestro desarrollo
como personas, p or ser el ámbito (historia, familia, tradi­
ción, cultura, lenguaje, etc.) en el cual nacemos y vivimos54.

54 Cf. B. S utor, Politische Ethik, 27. "(L )a com unidad de los hom bres
no absorbe en sí a la persona anulando su autonom ía, com o ocu­
rre en las diversas form as del totalitarism o, sino que la valoriza
más aún porque la relación entre persona y com unidad es la de
76 Doctrina Social de la Iglesia y Ética Política

El vínculo que une a los miembros de la sociedad tiene


una dimensión visible, p.ej. las leyes e instituciones, y otra
invisible, consistente en la amistad civil y la fraternidad, p0r
el cual la convivencia trasciende la lógica de la necesidad
para proyectarse en la gratuidad y el don propios de la co­
munión (cf. CDS 392).
La sociabilidad hum ana así entendida no es uniforme
sino que reviste múltiples expresiones. Es vital para la so­
ciedad en su conjunto la existencia de un sano pluralismo
social (CDS 417). Las diversas sociedades están llamadas a
constituir un tejido unitario y arm ónico, en cuyo seno sea
posible a cada una conservar y desarrollar su propia fisono­
mía y autonomía (cf. CDS 151).

5.2 La socialización como fenómeno natural


e histórico
El proceso por el cual los seres humanos generan el refe­
rido "tejido" social se conoce con el nombre de socialización:
"(La) socialización expresa igualmente la tendencia natural
que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de al­
canzar objetivos que exceden las capacidades individuales"
(C E C 1882; cf. MM 60).
En primer lugar, la socialización designa un fenómeno
natural, el fruto y expresión de una tendencia "natural, casi
incoercible" en el hombre (MM 60), por la cual el mismo se
va integrando progresivamente en el todo social: la fami­
lia, los cuerpos intermedios, sean de libre iniciativa ("para
fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deporti­
vos, profesionales y políticos"55) o necesarios (por razones
geográficas y de vecindad: aldea, barrio, municipio, región,
que se ocupan del bien común sectorial), y finalmente, la co­
munidad política, finalizada al bien común general.

un tod o hacia otro tod o" (CV 53). En el m ism o sentido, S.Th. I-II,
q. 21, a. 4., ad 3um : "Homo non ordinatur ad communitatem politicam
secundum se totum el secundumomnia sua".
55 C E C 1881; MM 60.
G u s t a v o Ifr a / á b a l 77
per0, al m ism o tiem p o, la e x p resió n se refiere también a
un fenómeno h
¡M
eo
,pro p io d e nuestra época:
"Una de las notas m ás características de nuestra
época es el increm ento de las relaciones sociales, o sea la
progresiva m ultiplicación de las relaciones de convivencia,
con la formación consiguiente de m uchas form as de vida y
de actividad asociada, que han sido recogidas, la mayoría de
las veces, por el derecho público o por el derecho privado"
(M M 59).

Este segundo sen tid o del co n cep to de socialización res­


ponde mejor que la visión trad icion al, m ás estática, a la rea­
lidad de la sociedad m o d ern a, pluralista y dinám ica, donde
los individuos entablan lib rem ente relaciones de pertenen­
cia con diferentes g ru p o s de m o d o sim ultáneo, de m anera
que no pueden ser en cu a d ra d o s de antem ano en ningún
lugar social preciso (en v irtu d de la clase, actividad laboral,
extracción política, etc.)56.
Este proceso de socialización, en am bos sentidos, es
esencial para el d esarrollo de la persona: favorece su parti­
cipación en la vid a social, el despliegue de sus cualidades,
su sentido de iniciativa y responsabilidad (cf. CEC 1882);
ayuda a quienes se asocian a g aran tizar sus derechos, so­
bre todo los llam ados económ ico-sociales, es decir, aquellos
cuya realización efectiva su p on e una actuación positiva del
Estado: salud, instrucción básica y profesional, vivienda,
trabajo, descanso, etc. (cf. C E C 1882; M M 61); también fa­
cilita todo género de intercam bio y com unicación entre los
hombres (cf. MM 61).
Pero la socialización conlleva, asim ism o, peligros (cf.
CEC 1883), sobre todo el de que la persona hum ana quede
diluida en esa red de relaciones, p o r efecto de la burocracia,
el estatismo y la m asificación57. En particular, la socializa­
ción da lugar a una creciente intervención reguladora del

56Sobre los dos sen tid os d el térm in o "so cia liz a ció n ", cf. I. C ama-
cho, Doctrina social de la Iglesia, 2 3 1 -2 3 4 .
57Cf. C. P alumbo, D octrina Social de la Iglesia, 128-129.
78 D o ctrin a S o c ia l de la Igle sia y Ética P olítica

E stad o, que si es d em asiad o fuerte p u ed e am en azar la liber-


tad e iniciativa personal. De ahí la im p ortan cia del principio
de subs iiaricdad,q ue traza los lím ites de la intervención del
Estad o e indica su m isión de favorecer la autonom ía de los
grupos interm edios en el ám bito de sus fines, ayudándoles
a coordinarse con los d em ás g ru p os sociales co n miras al
bien com ún (cf. CA 48; O r 38), de m an era d e no anular a la
persona o sustituirla en su activid ad , sino d e establecer las
condiciones para que sea ella quien asu m a la iniciativa de
su propia existencia.

5.3 Naturaleza social y contrato social.


Propuesta de mediación
Frente a la idea tradicional de la sociabilidad natural
del hom bre, que subyace al con cep to de socialización en
el prim er sentido indicado, surgen en la ép o ca moderna
doctrinas que explican el origen de la so cied ad en base a la
categoría jurídica del contrato. N o p o d em os detenem os en
las diferentes versiones de esta doctrin a58. B aste co n señalar
aquí que todas sostienen, en oposición a la idea clásica de
la sociabilidad natural, que el estado original del hombre es
un estado pre-socialo, al m enos, que los hombres
sólo constituyen la com unidad política co n el fin de garan­
tizar sus derechos; y que la m ism a n o tiene o tra entidad
que la de un contrato libre entre individuos. Obviamente,
m ás que explicaciones históricas, las d octrin as pactistas son
parábolas que intentan resp on d er a la p reg u n ta de por qué
los hom bres se avienen a vivir en u n a com u n id ad política
y som eterse al im perio de la ley59, y resp o n d en señalando
com o móvil principal el interés individual.

Con frecuencia se en fatiza la co n trap o sició n entre las


teorías con tractu alistas y la de la n a tu ra le z a social del

58 P a ra u n d esarrollo d e la d o ctrin a d e los p rin cip a le s contractua­


listas es clásico el texto d e M . P relot, H istoria de las ideas políticas,
3 8 9 -3 9 4 (T h . H obbes); 4 4 1 -4 4 9 (J. J. R ousseau ); 4 7 1 -4 8 7 (J. L ocke).
59 Cf. A. C ortina, Alianza y contrato, 18.
G u stavo Irrazábal 79

hombre (cf. CDS 247 n.297). Pero es necesario recordar la


intencionalidad de esta ideología: frente a la cultura abso­
lutista y confesional que oprim ía las conciencias, la ficción
de la existencia de un estado pre-social, al cual el hombre
renuncia para unirse con otros en un contrato cuyo fin es
garantizar los derechos de cada uno, permite sostener la
idea fundamental de la filosofía política : la existen­
cia de un ámbito de libertad individual, consagrado legalmente
y que el Estado no puede violar. La ética pública ya no se ve
como una prolongación de la ética personal, es decir, la
pretensión de hacer virtuoso al ciudadano a través de la
ley, sino que se lim itará a garantizar las condiciones de
una convivencia pacífica y justa, que permita a los indi­
viduos y grupos cultivar sus propias concepciones de la
vida buena. Así, el contractualism o ha sido el origen del
moderno Estado constitucional.
Indudablemente subsiste el problema de que el con­
tractualismo está inspirado en el individualismo, según el
cual no existiría otro bien en la sociedad que el de los indi­
viduos que la com ponen. En este sentido, la doctrina aris-
totélico-tomista de la sociabilidad natural del hombre es
capaz de fundar de un m odo más adecuado el concepto de
bien común. Sin em bargo, es preciso reconocer que histó­
ricamente esta doctrina contribuyó a la persistencia de una
visión corporativa, estamental y estática de la sociedad,
característica de los sistemas autoritarios. La doctrina del
contrato social acentuaba, en cambio, la libertad e iniciati­
va del individuo frente a lo colectivo, reflejando mejor las
condiciones, las necesidades y el dinamismo propio de las
sociedades m odernas60.

60 "Así, aristotelism o y contractualism o expresan ambos una parte


de la verdad. El aristotelism o nos enseña que la libertad tiene la
capacidad y la necesidad d e trascenderse hacia la vida en comuni­
dad sin la cual el individuo hum ano no podrá realizar plenamente
su humanidad; del contractualism o, en cambio, aprendemos que
toda com unidad h u m an a es com unidad de seres individuales con
dignidad e intereses no identificables con los de la misma com u­
nidad, de m odo que tod o cu erp o social y político debe justificarse,
Doctrina So cia l de la Iglesia y Ética Política

El concepto de socialización, en su doble acepción, natu.


ral e histórica, es apto para procurar la necesaria mediación
ya que, p or un lado, reconoce en el hom bre una vocación
social originaria pero, al mismo tiempo, refleja una visión
dinám ica y plural de la sociedad, en la que el individuo se
inserta progresivam ente, eligiendo sus vínculos, encontran-
do espacios para desplegar su iniciativa y su creatividad, sy
responsabilidad y su necesidad de participación.

en cierto m o d o , en el esta r al servicio del in d iv id u o ” : M. Rhon-


heimer, " L o stato costitu zion ale d e m o crá tico e il bene comune"/
57-122.

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