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Unidad 7: La Comunidad Internacional

La unidad de la familia humana

Los relatos bíblicos sobre los orígenes muestran la unidad del género humano y enseñan que el
Dios de Israel es el Señor de la historia y del cosmos: Su acción abarca todo el mundo y la
entera familia humana, a la que está destinada la obra de la creación. La decisión de Dios de
hacer al hombre a su imagen y semejanza confiere a la criatura humana una dignidad única,
que se extiende a todas las generaciones y sobre toda la tierra.

Además, el Libro del Génesis muestra que el ser humano no ha sido creado aislado, sino
dentro de un contexto del que forman parte integrante el espacio vital, que le asegura la
libertad (el jardín), la disponibilidad de alimento ( los árboles del jardín), el trabajo (el
mandamiento de cultivar) y sobre todo la comunidad (el don de una ayuda de alguien
semejante a él).

Realidad mundial

La Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada Estado


miembro, sin merma de su independencia. Valorar las diferentes identidades ayuda a superar
formas de división que tienden a separar a los pueblos y a hacerlos portadores de un egoísmo
de efectos desestabilizadores

El Magisterio reconoce la importancia de la soberanía nacional, concebida ante todo como


expresión de la libertad que debe regular las relaciones entre los Estados. La soberanía
representa la subjetividad de una Nación en lo político, económico, social y cultural.

La dimensión cultural adquiere especial importancia como baluarte de resistencia contra los
actos de agresión o de dominio sobre la libertad de un País. La cultura se erige como la
garantía de conservación de la identidad de un pueblo, expresión de su soberanía espiritual.

La soberanía nacional no es absoluto. Las Naciones pueden renunciar libremente al ejercicio de


algunos de sus derechos en orden a formar «una familia», basada en la confianza, ayuda y
respeto mutuos. Es de notar la falta de un acuerdo internacional que tratara de modo
adecuado «los derechos de las Naciones» y abordara las cuestiones relativas a la justicia y a la
libertad en el mundo contemporáneo.

La convivencia entre las Naciones se funda en los mismos valores que deben orientar la
convivencia entre las personas: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad.

En lo referente a los principios constitutivos de la Comunidad Internacional, la enseñanza de la


Iglesia pide que las relaciones entre los pueblos y las comunidades políticas estén reguladas
por la razón, la equidad, el derecho, la negociación; a su vez, no admite el recurso a la
violencia, al racismo, a la intimidación y al engaño.

El derecho es el instrumento que garantiza el orden internacional, es decir, la convivencia


entre comunidades políticas, que en particular persiguen el bien común de sus propios
ciudadanos y en conjunto deben tender al bien de todos los pueblos, en la convicción de que el
bien común de una Nación es inseparable del bien de toda la familia humana.

Organización de los pueblos


La Iglesia ve con buenos ojos el camino hacia una auténtica «comunidad» internacional,
asumido por la Organización de las Naciones Unidas desde su creación en 1945: tal
Organización «ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la
libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e
institucional sobre el cual construir la paz».

La doctrina social, en general, considera muy positivo el papel de las Organizaciones


intergubernamentales, en particular las que trabajan en sectores específicos; aunque expresa
sus reservas cuando afrontan los problemas de modo incorrecto.

El Magisterio recomienda que la acción de los organismos internacionales responda a las


necesidades humanas en la vida social y en los ámbitos importantes para la convivencia
pacífica y ordenada de las Naciones y de los pueblos.

Autoridad pública universal y soberanía.

Para lograr esta convivencia pacífica y ordenada de la familia humana, el Magisterio pide «el
establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz
para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos»

Una autoridad ejercida en el marco de la Comunidad Internacional debe ser regulada por el
derecho, ordenada al bien común y respetuosa del principio de subsidiariedad: «no
corresponde a esta autoridad mundial limitar la esfera de acción o invadir la competencia
propia de la autoridad pública de cada Estado.

Por el contrario, la autoridad mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un
ambiente dentro del cual no sólo los poderes públicos de cada nación, sino también los
individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones,
cumplir sus deberes y defender sus derechos».

El Estado Vaticano y los estados

La Santa Sede -o Sede Apostólica - goza de plena subjetividad internacional en cuanto


autoridad soberana que realiza actos jurídicamente propios. Ejerce una soberanía externa,
reconocida en el marco de la Comunidad Internacional, que refleja la ejercida en el interior de
la Iglesia y que se caracteriza por la unidad organizativa y por su independencia. La Iglesia se
sirve de las modalidades jurídicas que sean necesarias o útiles para el desempeño de su misión

La actividad internacional de la Santa Sede se manifiesta objetivamente bajo diversos


aspectos, entre los cuales: el derecho de legación activa y pasiva; el ejercicio del «ius
contrahendi», con la estipulación de tratados, la participación en organizaciones
intergubernamentales, como, por ejemplo, las que pertenecen al sistema de las Naciones
Unidas; las iniciativas de mediación en caso de conflicto. Tal actividad pretende ofrecer un
servicio desinteresado a la Comunidad Internacional, pues no busca ventajas para ella, sino
que se propone el bien común de la familia humana. En tal contexto, la Santa Sede tiene su
propio personal diplomático.

El servicio diplomático de la Santa Sede es un instrumento que trabaja no sólo para la «libertas
Ecclesiae», sino también para la defensa y la promoción de la dignidad humana, así como para
un orden social basado en la justicia, la verdad, la libertad y el amor.
La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas
visibles, son de naturaleza diferente tanto por su configuración como por las finalidades que
persiguen.

El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente: «La comunidad política y la Iglesia son


independientes y autónomas, cada una en su propio terreno». La Iglesia se organiza con
formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus fieles, mientras las diversas
comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo que entre en el
bien común temporal. La autonomía e independencia de las dos realidades se muestran
claramente sobre todo en el orden de sus fines.

El deber de respetar la libertad religiosa impone a la comunidad política que garantice a la


Iglesia el espacio necesario para su acción.

La Iglesia, por otra parte, no tiene un campo de competencia específica en lo que se refiere a la
estructura de la comunidad política: «La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden
democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución
institucional o constitucional» y, por su naturaleza, no tiene ni siquiera el compromiso de
valorar los programas políticos, a no ser por sus implicaciones religiosas y morales.

Cooperación internacional para el desarrollo

La cooperación internacional requiere que, más allá de la estrecha lógica del mercado, exista
conciencia de un deber de solidaridad, de justicia social y de caridad universal. En efecto
«existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente
dignidad».La cooperación es el camino que la Comunidad Internacional debe recorrer.

La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre es un deber de todos para


con todos y, al mismo tiempo, debe ser común a las cuatro partes del mundo: Este y Oeste,
Norte y Sur».

Según el Magisterio, el derecho al desarrollo se fundamenta en los siguientes principios:

 unidad de origen y de destino de la familia humana;


 igualdad entre cada persona y entre cada comunidad basada en la dignidad humana;
 destino universal de los bienes de la tierra;
 desarrollo integral;
 centralidad de la persona humana;
 solidaridad

La doctrina social alienta formas de cooperación que incentiven el acceso al mercado


internacional de los países marcados por la pobreza y el subdesarrollo. Pero, la cooperación
internacional requiere que, más allá de la estrecha lógica del mercado, exista conciencia de un
deber de solidaridad, de justicia social y de caridad universal.

De «una concepción adecuada del bien común con referencia a toda la familia humana» se
seguirían efectos muy positivos como, por ejemplo, un aumento de confianza en las
potencialidades de los pobres y, por tanto, de los países pobres, y una equitativa distribución
de los bienes
La autonomía de la Iglesia y de la comunidad política no significa una separación que excluya la
colaboración: ambas están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres.
En efecto, la Iglesia y la comunidad política se expresan en formas organizativas que no son
fines en sí mismas, sino para el servicio del hombre, para permitirles el pleno ejercicio de sus
derechos, inherentes a su identidad de ciudadano y de cristiano, y un correcto cumplimiento
de sus deberes.

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